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Asociación Argentina de Historia Económica XXI Jornadas de Historia Económica Universidad Nacional de Tres de Febrero Caseros (Buenos Aires), 23 al 26 de septiembre de 2008 Posesión y propiedad de la tierra en Brasil: de las ceremonias de posesión en el descubrimiento a la propiedad privada Maria Sarita Mota * Resumen: Términos de la misma raíz latina como posse (portugués); posesión (español); possession (en francés); possession (inglés); possesio (holandés), al mismo tiempo que permiten confirmar una experiencia cultural compartida por las naciones europeas durante los descubrimientos, atribuyen significados al dominio sobre la tierra en la sociedad colonial. Cada una de las metrópolis coloniales, dentro de sus fronteras culturales, disputó sentidos, territorios e inventó el dominio privado blanco/cristiano en el Nuevo Mundo. Este trabajo parte de la comparación entre las formas de tenencia de la tierra en el continente americano sobre la base de las ceremonias de posesión en el momento de la conquista. Los símbolos del poder que se utilizaron para ordenar la experiencia del descubrimiento crearon la costumbre y los rituales de posesión y fundaron la legitimidad del poder de las naciones europeas sobre la tierra en el Nuevo Mundo. Si la costumbre es la fuente más importante de la ley, entonces nuestra hipótesis es que el ámbito judicial y la posterior legislación agraria conformada en las colonias tiene su conformación en un constructor cultural e histórico que se extendió hasta el siglo XIX en América, especialmente hasta el momento de las emancipaciones políticas. Una vez establecidas las diferencias entre las distintas experiencias de conquista, el objetivo principal será identificar los significados asignados por los letrados coloniales a la posesión y propiedad de la tierra en Brasil. I. “Al inicio, todo el mundo era como América”, o a modo de introducción Todo nuestro mundo, el Nuevo Mundo, fue construido a partir de una radical experiencia de ruptura: el hombre nuevo, que por las navegaciones parece incompatibilizarse con sus propias raíces, se promete a sí mismo un mundo totalmente diferente. Su misión es nueva: la construcción de un mundo realmente inédito. Por lo tanto, la ruptura vino con toda la fuerza de su violencia – la violencia de las mutaciones necesarias (…). Nuestro mundo es realmente otro. Mientras tanto, conviene observar que las fronteras entre los antes y el después a veces se tornan complicadas. (…) Es que tales fronteras se hacen generadoras de conflictos. Gerd Bornhein, 1998. 1 La cita aquí utilizada es fruto de una reflexión sobre el concepto de descubrimiento producido por Gerd Bornheim. El tema, visto desde un sesgo filosófico, instaura el problema de la alteridad: “hace siglos estamos recorriendo los espacios [de alteridad], y ellos no se tranquilizan ni aun en el anecdótico imperativo de esta ficción que se pretende científica” 2 . En el momento que escribía, en medio de las conmemoraciones de los 500 * Profesora y Licenciada en Historia y doctoranda del Programa de Post graduación en Ciencias Sociales en Desarrollo, Agricultura y Sociedad de la Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro (CPDA/UFRRJ/Brasil). 1 Traducción libre. Gerd Bornhein, O conceito de descobrimento. Rio de Janeiro: Eduerj, 1998. 2 Traducción libre. Gerd Bornhein, Op. Cit, pp. p.9. 1

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Asociación Argentina de Historia Económica XXI Jornadas de Historia Económica

Universidad Nacional de Tres de Febrero Caseros (Buenos Aires), 23 al 26 de septiembre de 2008

Posesión y propiedad de la tierra en Brasil: de las ceremonias de posesión en el descubrimiento a la propiedad privada

Maria Sarita Mota* Resumen: Términos de la misma raíz latina como posse (portugués); posesión (español); possession (en francés); possession (inglés); possesio (holandés), al mismo tiempo que permiten confirmar una experiencia cultural compartida por las naciones europeas durante los descubrimientos, atribuyen significados al dominio sobre la tierra en la sociedad colonial. Cada una de las metrópolis coloniales, dentro de sus fronteras culturales, disputó sentidos, territorios e inventó el dominio privado blanco/cristiano en el Nuevo Mundo. Este trabajo parte de la comparación entre las formas de tenencia de la tierra en el continente americano sobre la base de las ceremonias de posesión en el momento de la conquista. Los símbolos del poder que se utilizaron para ordenar la experiencia del descubrimiento crearon la costumbre y los rituales de posesión y fundaron la legitimidad del poder de las naciones europeas sobre la tierra en el Nuevo Mundo. Si la costumbre es la fuente más importante de la ley, entonces nuestra hipótesis es que el ámbito judicial y la posterior legislación agraria conformada en las colonias tiene su conformación en un constructor cultural e histórico que se extendió hasta el siglo XIX en América, especialmente hasta el momento de las emancipaciones políticas. Una vez establecidas las diferencias entre las distintas experiencias de conquista, el objetivo principal será identificar los significados asignados por los letrados coloniales a la posesión y propiedad de la tierra en Brasil. I. “Al inicio, todo el mundo era como América”, o a modo de introducción

Todo nuestro mundo, el Nuevo Mundo, fue construido a partir de una radical experiencia de ruptura: el hombre nuevo, que por las navegaciones parece incompatibilizarse con sus propias raíces, se promete a sí mismo un mundo totalmente diferente. Su misión es nueva: la construcción de un mundo realmente inédito. Por lo tanto, la ruptura vino con toda la fuerza de su violencia – la violencia de las mutaciones necesarias (…). Nuestro mundo es realmente otro. Mientras tanto, conviene observar que las fronteras entre los antes y el después a veces se tornan complicadas. (…) Es que tales fronteras se hacen generadoras de conflictos. Gerd Bornhein, 1998.1

La cita aquí utilizada es fruto de una reflexión sobre el concepto de descubrimiento

producido por Gerd Bornheim. El tema, visto desde un sesgo filosófico, instaura el

problema de la alteridad: “hace siglos estamos recorriendo los espacios [de alteridad], y

ellos no se tranquilizan ni aun en el anecdótico imperativo de esta ficción que se pretende

científica”2. En el momento que escribía, en medio de las conmemoraciones de los 500

* Profesora y Licenciada en Historia y doctoranda del Programa de Post graduación en Ciencias Sociales en Desarrollo, Agricultura y Sociedad de la Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro (CPDA/UFRRJ/Brasil). 1 Traducción libre. Gerd Bornhein, O conceito de descobrimento. Rio de Janeiro: Eduerj, 1998. 2 Traducción libre. Gerd Bornhein, Op. Cit, pp. p.9.

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años del descubrimiento de Brasil, pensar el reconocimiento del otro como proyecto de la

modernidad suplantaba las disputas interpretativas entre el descubrimiento, la conquista o

el encuentro de culturas. La propia idea de descubrimiento suscitaba, inevitablemente, una

comparación entre culturas y el problema de la alteridad en todos sus niveles. Esa misma

idea acarreaba pensar las dinámicas temporales que se cruzaban en un espacio tensionado

“las fronteras entre el antes y el después”. En sus palabras:

“Las aguas del descubrimiento aun hoy no se aquietan, ni siquiera en la más estable de todas las arenas. (…) y aun hoy el concepto de descubrimiento sólo existe en función de las fronteras que intenta penetrar (…) y trae en su interior (…) la invención de un mundo nunca antes navegado”3

Navegar era necesario. Descubrir nuevas tierras era un deseo alimentando la

imaginación occidental y tomar posesión de ellas (comercializando o usurpando sus

riquezas) un derecho que los pueblos ibéricos de los tiempos modernos se auto adjudicaban

como baluartes de la civilización cristiana. En la condición de países de vocación marítima

se lanzaron a las travesías oceánicas con la perspectiva de ampliar el comercio europeo en

busca de Oriente. El propio acto del descubrimiento no descarta la intencionalidad de la

conquista y la forma como ocurrió el encuentro entre los pueblos periféricos y

subalternados.

Sí, como dice John Locke, “al inicio, todo el mundo era como América”, o sea,

tierras vírgenes de bosques y habitantes salvajes, repletas de abundancia a la espera de que

el trabajo las retirase del estado de naturaleza en el que se encontraban, aseverando además

que “aquel que toma posesión de la tierra por el trabajo no disminuye, si no que aumenta

las reservas comunes de la Humanidad”4, se sabe que ninguna nación podía o quería poblar

las tierras recién descubiertas. Las dificultades económicas de las coronas ibéricas y la

práctica de concesiones de privilegios y monopolios vigentes en el Antiguo Régimen

transferían hacia particulares la prerrogativa de los tratados comerciales, que incluían

negociar con exclusividad las especies coloniales; la búsqueda de metales preciosos; el

cobro de tributos o inclusive la exigencia de derechos que incorporasen las tierras y sus

habitantes (hechos súbditos o esclavos) al vasto Imperio Atlántico que se constituía en el

siglo XV.

La ganancia que deberían proporcionar los frutos de la tierra encontrados por las

expediciones no se realizó de inmediato; así, el poblamiento ocurrió como contingencia.

3 Traducción libre. Gerd Bornhein, Op. Cit, pp. 11-12 e passim. 4 Traducción libre. Ver John Locke, Según Tratado sobre el Gobierno, específicamente el capítulo “De la propiedad”. Las referencias a este texto se refieren a: John Locke (Coleção Os Pensadores), 3ª ed., São Paulo: Abril Cultural, 1983, pp.45-54.

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En ese encuentro de culturas, que funda un nuevo espacio (sea por el aniquilamiento del

otro, sea por la asimilación o apropiación de las creencias y valores, sobre todo con el

mestizaje), se forjan la identidad americana y las nuevas territorialidades materiales y

simbólicas cuyos vestigios llegan hasta nuestros días con toda la suerte de las inquietudes.

La legitimidad constantemente cuestionada de los descubrimientos y de la

apropiación territorial por parte de las coronas hispánicas y portuguesas, pioneras en las

grandes navegaciones europeas, venía siendo garantizada por las diversas bulas pontificias

que aseguraban un fundamento jurídico a los pueblos ibéricos que compartían el Nuevo

Mundo, por la firma de tratados internacionales aun en el siglo XV y, en el devenir de la

colonización, por la constitución de nuevas leyes y derechos en ultramar. En pocas líneas

podemos decir que tres propósitos iluminaban la travesía del Mar Océano de los pueblos

ibéricos: la búsqueda del Paraíso terrestre, la implantación de la cruz de Cristo y la

posesión.5 Sobre este último propósito trata este ensayo.

La incomprensible alteridad del Nuevo Mundo es el presupuesto que sustenta un

abordaje comparativo entre las distintas formas de apoderamiento de las tierras en el

Nuevo Mundo a partir de las ceremonias que simbolizaban la toma del poder por cada

nación europea al momento de la conquista. En la primera parte de este trabajo, argumento

que los modos de actuar en relación con los pueblos nativos y a sus tierras durante la

Conquista y la Colonización, sobre todo generando costumbres y leyes, son fruto de

prácticas culturales re-significadas a lo largo de siglos de historia europea.

Por lo tanto, el campo jurídico ulterior, discutido en la segunda parte de este trabajo,

que se constituyó en las colonias definiendo las relaciones entre posesión y propiedad de la

tierra, tiene su conformación en una síntesis cultural e histórica que duró hasta el siglo XIX

en América, en el momento de las emancipaciones políticas. En el contexto de

consolidación y estructuración de las nuevas naciones independientes con matiz liberal, era

de esperarse que la coexistencia de una variedad de instituciones y fuentes de derecho

dieran lugar a los principios del moderno derecho político universal en las sociedades

decimonónicas del sur del continente. En el caso brasileño, al contrario de lo esperado,

persistió la unión de la Iglesia con el Estado, la monarquía constitucional, la misma

estructura de concesión de tierras, la continuidad del latifundio agroexportador y la

esclavitud. En resumen, toda la legislación portuguesa continuaría en vigor hasta la

primera década del siglo XX.

5 Ver al respecto: Donald Schuler, “A retórica da subordinação na Carta do Achamento”, in: BESSONE, Tânia M.T. QUEIROZ, Tereza A.P. (Orgs.). América Latina: imagens, imaginação e imaginário. Rio de Janeiro: Expressão Cultural; São Paulo: Edusp, 1997, p.665.

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En líneas generales, los presupuestos teóricos de este ensayo se centran en la

dimensión cultural y política, en el aspecto simbólico de la apropiación territorial producto

de la racionalidad de la Conquista y de sus desdoblamientos éticos y jurídicos que forjaron

los virreinatos y las colonias en las Américas y que todavía tensionan la construcción de

nuestra identidad cultural. Si, como dice Tzvetan Todorov (2003), la conquista de América

anunció y fundó nuestra identidad, las ceremonias de posesión son los indicios simbólicos

(o las manifestaciones visuales de las estrategias del poder político) de la construcción

social del derecho a la propiedad privada para ser consolidado en el siglo XIX (en el caso

específico de Brasil, con la primera Constitución de 1824 y la Ley de Tierras de 1850).

En la ausencia de un cuerpo de ley que legitimase la propiedad privada, incluso en

Europa al final del siglo XV, las ceremonias de posesión realizadas por los colonizadores

blancos/cristianos en las tierras del continente americano aseguraron el dominio (del

Emperador y del Papa sobre el mundo) y fueron posteriormente legitimadas por la

legislación colonial sobre la propiedad de la tierra. Tanto las Capitulaciones como las

Cartas de Sesmarias6 e las Cartas de Foral7 fueron instituciones jurídicas de derecho

medieval hispano y portugués que consagraron el derecho de explorar, conquistar y poblar

las tierras descubiertas, estableciendo derechos recíprocos entre los colonizadores

particulares y las coronas ibéricas. En esta perspectiva, con la expansión de la conquista y

de la colonización, el estatuto colonial fue definido por las Leyes de Indias (más tarde la

Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias) y las Ordenaciones del reino portugués8

reforzaron la teoría de posesión presente en el acto de la Conquista, reorganizando los

derechos de apropiación de las tierras americanas por los colonizadores europeos católicos.

Como se sabe, la Iglesia Católica tuvo un papel importante en la política y acción

colonizadora de los países ibéricos. Mientras tanto, en el período de transición del

medioevo hacia los tiempos modernos, la idea de propiedad vinculada a las concepciones

teológicas medievales comenzaba a desmoronarse como consecuencia de la posesión

nominalista frente a la célebre cuestión de los universales que recorrió toda la filosofía

medieval.9 Los tiempos modernos venían imponiendo nuevos valores fundamentados en el

6 Forma condicional de donación de tierras semejante a la Real Cédula de Gracia o Merced en la América Hispánica. En las páginas siguientes, la grafía permanecerá en original. 7 Documento que establecía los derechos que otorga la concesión: permite el usufructo, la explotación de la tierra y el subsuelo y fijaba los impuestos. 8 Dígase Afonsinas, Manuelinas y Filipinas. A pesar de la sujeción de quien ocupaba el reino en el momento,

las Ordenaciones eran fruto de reformas de juristas lusitanos y fueron aplicadas en el ultramar. La última promulgada durante la Unión Ibérica (1580-1640), alcanzó la República y el Código Civil Brasileño de 1916. 9 Este cambio de concepciones ocurrió en la época de transición entre el jusnaturismo antiguo y moderno y se tornó explícito en los debates sobre la Conquista de América, sobre todo en la posesión que defendieron los teólogos franciscanos y los nominalistas, basados en la jurisprudencia de la Edad Media. Los protagonistas de este debate fueron los teólogos de la Escuela de Salamanca Francisco de Victoria, Domingo de Soto y el

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poder de la ciencia, en el individualismo, en el Estado Nacional, en la propiedad privada,

en el capitalismo comercial… Índices de un mundo en transformación.

La ocupación del nuevo continente se daba en un contexto determinado por la continuación del expansionismo político cuando finalizaba la reconquista castellana y se produjo al lado de intereses económicos, sociales, religiosos y personales que lo caracterizaron. Se abría un panorama sin precedentes en la historia jurídica, en el que había que justificar la relación recién establecida entre dos mundos que se conocían. Desde la perspectiva europea era preciso alcanzar un concepto nuevo de los habitantes que poblaban aquellas tierras, cuyos derechos como personas había que conciliar con los intereses de los colonizadores, a veces empujados por una utilidad excesiva.10 De acuerdo con Silvio Zavala, las instituciones jurídicas creadas en el primer siglo de

la colonización debían compatibilizar el derecho de los indios con los intereses de la

empresa mercantil burguesa, sobre todo en el caso español. La denuncia de los malos tratos

hecha por los religiosos dominicanos tuvo efectos tardíos para los indios antillanos,

conforme observó el autor, “que cargaron sobre sus hombros todo el peso deshumano de la

experiencia de los primeros años de colonización. Esa experiencia proporcionó los

principios teóricos y legales de tal forma que cuando la encomienda pasa de las islas al

continente lo hace dotada de textos legislativos y de doctrina política”.11

Pero lo que prevaleció de la concesión de tierras y de los derechos a la explotación de

las minas y de otros recursos naturales importantes durante la colonización fue la exclusión

de indios y mestizos del acceso a la propiedad de la tierra, con la finalidad de tornarlos

disponibles como mano de obra. Mientras tanto, las diferencias entre la administración de

la América hispánica y de la portuguesa mostraron acercamientos en el sentido de la propia

colonización ibérica: no encontrando los metales preciosos, la solución portuguesa fue

transformar a Brasil en una colonia de poblamiento en beneficio de la metrópoli, a ejemplo

de los sistemas productivos complementarios de sus posesiones africanas en el Atlántico

(Azores, Madera y Cabo Verde); por consiguiente, sobrevino la distribución de tierras de

sesmarias entre los súbditos portugueses capaces de extraer renta de la tierra con recursos

propios.

En el caso español, hay que considerar la heterogeneidad cultural de los pueblos

precolombinos, la diversidad socio-ambiental y territorial, de modo que la dotación y

Frei dominicano Bartolomé de Las Casas. A ese respecto ver Marie-France Renos-Zagamé. Origines Théologiques du concept moderne de propriété. Geneve: Librairie Droz, 1987. 10 CF. Silvio Zavala en “Las instituciones jurídicas en la conquista de América”, citado por Carmen Bolaños Mejía. “Las instituciones jurídicas del periodo colonial en la obra de Agustín Millares Carlo”. Boletín Millares Carlo, n. 20, 2001, pp. 17-34. 11Traducción libre. Ver Bella Jozef. História da literatura hispano-americana. Rio de Janeiro: Editora da UFRJ; Francisco Alves Editora, 2005, p. 12. Me refiero a las Leyes de Burgos (1512), las Ordenanzas sobre el buen trato de los indios (1526) y las Leyes Nuevas (1524), que completaron la política formal de protección a los indios, con todo, leyes difícilmente aplicadas.

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distribución de recursos fueron bastante variables. La minería de oro y plata, la utilización

del trabajo compulsorio indígena, la división de América en reinos, mostraban el carácter

peculiar de la explotación económica que precedía la conquista hispánica del Nuevo

Mundo.

Es un consenso en la historiografía americanista que la Conquista no fue realizada

siempre de la misma manera y, en torno de 1550/70, prácticamente estaba concluida y

efectuada esencialmente por iniciativa privada. De la misma forma que en el caso brasileño

y producto de la disminución de la población indígena, los conquistadores y sus

descendientes se tornaron propietarios de tierras recibidas a través de la donación real.

En relación con el sector agrario, tanto el sistema de sesmarias (asociado al

latifundio, el monocultivo, al trabajo esclavo africano en Brasil), como a la hacienda (con

base en la encomienda y en el repartimiento de indios) en la parte hispánica definieron las

bases del régimen de apropiación de la tierra en los territorios americanos bajo el dominio

de los países ibéricos, fundando el dominio colonial de los señores de tierras.12

Más allá del ámbito del ordenamiento económico colonial (como se sabe, el

monopolio económico tuvo resonancia en la política cultural), las formas de apropiación de

las tierras también son mejor comprendidas a partir de un punto cultural y político que

considera los imaginarios sociales instituyentes a la época del descubrimiento y de la

Conquista del Nuevo Mundo. En esta perspectiva, creo que un análisis de las

presentaciones del poder (símbolos, imágenes y creencias) posibilita el entendimiento de la

lógica de la expansión territorial y, principalmente, de la noción de derecho a la tierra que

precedió tal proceso, conformando los sentidos atribuidos por los letrados coloniales a la

posesión y a la propiedad moderna en el continente americano, aun después del proceso de

independencia. En otras palabras, la concepción moderna de propiedad plena que se

consolida en el siglo XIX en las sociedades latinoamericanas, sobre todo en el caso

brasileño, tiene en sus orígenes una iconografía de la tierra construida socialmente por los

primeros conquistadores y sus sucesores. Son imágenes (signos o símbolos) que

representaban determinadas nociones (estereotipadas) a través de la visión de un paisaje

exótico y de sus habitantes no comprendidos de estas nuevas tierras.

Retomando el objetivo principal, la comparación propuesta fue originalmente

realizada por Patricia Seed (1999). Para la autora, el momento de la conquista militar era

precedido por gestos y palabras ritualizadas, pues los europeos creían en sus derechos de

12 En el caso hispanoamericano, en relación con el emprendimiento agrícola orientado al mercado externo, este sector era dependiente de las actividades mercantiles y de mineral, al contrario de la economía brasileña que siempre fue agro-exportadora.

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gobernar las tierras descubiertas. Cada nación actuó de acuerdo con sus prácticas culturales

y sus ideas de autoridad e jerarquías sociales que impusieron a los pueblos conquistados.

Jamás una nación considera que su propio código de leyes es arbitrario o cultural e históricamente construido. Los códigos de leyes operan en la retórica de lo correcto y de lo equivocado, desconsiderando sus propias historias culturales subyacentes. Pero los códigos de leyes y las prácticas legales no están exentos de la arbitrariedad de la construcción cultural lingüística e histórica.13

De este modo, las prácticas culturales que moldearon las bases de la conquista del

territorio americano eran informadas por los elementos presentes en la vida cotidiana, por

un lenguaje coloquial común y por un código legal compartido. Si las primeras condiciones

favorecían la comunicación en el sentido de la nación con una comunidad imaginada, a

última instancia legitimaba el poder en el ultramar. Según Patricia Seed:

Si la lengua y los gestos de la vida cotidiana fueron los medios culturales por los cuales los Estados europeos crearon su propia autoridad y la comunicaron hacia el otro lado del océano, la ley fue el medio que utilizaron para crear su legitimidad. La ley rotula y separa lo ilegítimo de lo legítimo; define el dominio de lo permisible y de lo no permisible.14

Basadas en la ley, y su gramática que produce diferentes interpretaciones, inclusive

de términos de la misma raíz latina: posse (portugués), posesión (español), possession (en

francés), possession (inglés), possesio (holandés), cada nación, dentro de sus fronteras

culturales, le atribuía significado particular a la posesión y al dominio colonial, pero

también apuntaba hacia la universalidad del sentido de la apropiación territorial del Nuevo

Mundo. En esta perspectiva, el descubrimiento es ante todo, “una práctica de realización de

un cierto universal, o de un complejo de universales” (Bornheim, 1998:18), comprendidos

en los límites de la cultura (jurídica) occidental.

Resumiendo, los países europeos de las grandes navegaciones disputaron entre sí

sentidos, significados, autoridades, territorios e inventaron el Nuevo Mundo enfrentándose

en las fronteras de los nuevos dominios coloniales. El colonialismo de los tiempos

modernos se asentó en la certeza de una experiencia cultural compartida, interna a cada

potencia europea y en la creencia de la legitimidad de sus propias prácticas culturales que

pueden ser observadas en las ceremonias de posesión, realizadas en el acto de la Conquista.

Presentaré, a continuación, una síntesis de las descripciones realizadas por Patricia

Seed, destacando los diferentes actos posesorios practicados por los ingleses, franceses,

portugueses y españoles, con el objetivo de captar los gestos legales con los que cada

nación creía estar legitimando su derecho a la propiedad de la tierra del continente

13 Traducción libre. Patrícia Seed. Cerimônias de posse na conquista européia do Novo Mundo (1492-1640). São Paulo: Unesp, 1999, p.15. 14 Idem.

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americano. Cada acto en sí, no comprendido por la otra nación (tampoco por los nativos)

era develador de conflictos que la diplomacia de la época se mostró incapaz de resolver.

II. La apropiación de las tierras: las ceremonias de posesión en el Nuevo Mundo

1. Las acciones hablan más alto que las palabras: el caso inglés

Los ingleses no tenían afecto por las ceremonias. Los relatos de la ocupación inglesa

en el Nuevo Mundo expresaron, en primer lugar, la necesidad de construir casas en el

territorio descubierto, cercar y plantar jardines o cultivar terrenos. De este modo, el

derecho de posesión y propiedad era creado y mantenido por la continuidad de la presencia

y de la ocupación. De acuerdo con Patricia Seed (1999:31), “disponer de objetos físicos

como casas para establecer un derecho sobre la tierra era una característica singular y

notable de la ley inglesa”, al contrario de las otras naciones europeas que exigían registros

escritos para la formalización de la posesión de la tierra. Tal particularidad de los ingleses

puede ser atribuida al hecho de que Inglaterra era un país insular, un país de aldeas cuya

existencia en un mismo lugar se registraba desde muchos siglos, de allí, la acción de erigir

una casa significaba reproducir “un modelo de asentamiento fijo que había durado siglos”,

y que reproducían, de esta forma, en sus posesiones ultramarinas.

La obligatoriedad de erigir se remonta al movimiento de los cercamientos de los

campos, a la transición de la propiedad colectiva hacia la propiedad privada individual. Por

lo tanto, cercar las tierras era el hábito de marcar la propiedad individual para los ingleses

en sus colonias en América. A su vez, el cultivo era el otro modo de conquistar las tierras.

Plantar un jardín después de construir una casa en Nueva Inglaterra significaba más que

cultivar flores y plantaciones; expresaba la visión que tenían del mundo. Esa visión era

informada por la literatura de viaje traducida al inglés; por entender la jardinería como una

forma de arte y como símbolo de posesión.

Los cultivos tenían el mismo significado y las expresiones con las cuales se referían a

la actividad agrícola, o sea, “llenar” y “sujetar” la tierra decían sobre la intención de fijar

un asentamiento permanente. Los preceptos bíblicos de “poblar y sujetar” la tierra a través

de acciones que consideraban como evidencias de mejoramiento producto del trabajo (la

tierra estaba “vacía” y no había cercamientos hechos por los indios) fueron utilizados por

los colonizadores británicos para la apropiación de las tierras del Nuevo Mundo,

reproduciendo las nociones de derecho de propiedad.

2. “Vive le roi”: los alegres rituales franceses

Las representaciones simbólicas del poder francés en el continente americano eran

realizadas por medio de complicados ceremoniales en los que tenían lugar procesiones,

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cantos, la elección del nombre para el lugar, erguir en el suelo una cruz y, por último, la

colocación de los emblemas de las armas francesas sobre la cruz. Pero el elemento más

importante para legitimar la posesión era obtener el consentimiento y establecer alianzas

con los pueblos indígenas. La repetición de la ceremonia en varios momentos en los que la

colonización fuera pacífica revela la continuidad de un hecho de larga duración que marcó

la historia de la coronación de los reyes y reinas francesas.

La aclamación de un nuevo rey era marcada por un ritual público de consagración y

reconocimiento de su poder. Se debe buscar el significado que les fue atribuido en su

tradición política y en el sentido de la palabra ceremonia (que implicaba una procesión, el

uso de la vestimenta especial, un ritual complicado que obedecía a un conjunto detallado

de reglas). De este modo, las ceremonias de posesión en el Nuevo Mundo fueron

orquestadas minuciosamente; la participación indígena era fundamental para tornar la

posesión válida. Los gestos físicos de los indígenas fueron interpretados por los franceses

como consentimiento político y entrega de sus tierras al rey de Francia. Esos gestos eran

descriptos como expresión de alegría ante su llegada, lo que para los franceses rememoraba

la misma manifestación de lealtad y de afecto del pueblo en los festejos de la coronación

de un nuevo monarca.

Tanto los ingleses como los franceses creían que sus acciones eran evidentes por sí

mismas; los franceses además pensaban que entendían a los nativos de forma inequívoca.

Para las dos naciones, las palabras y los discursos no eran necesarios. Los ritos (cotidianos

o ceremoniales) eran suficientes para garantizar la posesión ultramarina. Pero este no fue el

caso de los españoles.

3. Al filo de una espada o a los tiros de un arcabuz: el requerimiento español

Los reyes españoles ordenaron que Cristóbal Colón tomase posesión de las tierras

descubiertas “con las ceremonias y las palabras apropiadas”. Esas palabras apropiadas

constituyeron, posteriormente, el Requerimiento de 1514, creado por el jurista Juan López

Palacios Rubios. Documento en el que se les requería a los indios la aceptación pacífica de

la entrada de los conquistadores en sus tierras. Antes, sin embargo, ya en los primeros

viajes, Colón “bautizó” las tierras encontradas. Para Todorov (2003:39), el acto de poner

nombre equivale a tomar posesión: “es una declaración según la cual las tierras pasan

formar parte del reino de España”.

El Requerimiento era el ultimátum para que los nativos reconociesen la superioridad

española, aceptasen el cristianismo y, de este modo, los españoles legitimasen su posesión.

La colonización española fue fundada por medio de la conquista, de la amenaza constante

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de guerra que, para los demás colonizadores europeos, podría ser decidida por los

gobernadores generales. Sin embargo, sólo los españoles poseían protocolo. El origen de

este protocolo político se remonta a la historia de la conquista de la propia Península

Ibérica, más allá de guardar una tradición islámica ampliamente analizada por el Frei

Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias.

A mediados del siglo VIII, el Imperio Árabe en la Península Ibérica adoptó medidas

singulares para los pueblos conquistados, de modo de garantizar su poder en la región

teniendo en vista que se constituyesen en la minoría de la población. Discordancias entre

los dominios políticos y religiosos llevaron a los musulmanes a un cisma: el islamismo

chiíta y el sunita, más allá de las divisiones internas que dieron origen a las diferentes

escuelas de jurisprudencia creando sus procedimientos de iniciar un Jihad. España

permaneció sunita y, en su proceso de conquista del Nuevo Mundo, inmediatamente

después de la Reconquista, utilizó los métodos de la jurisprudencia maliquita, o sea, una

convocatoria y/o un tratamiento liberal de los pueblos conquistados.

De este modo, el Requerimiento puede ser entendido en la tradición islámica ibérica

“como una invitación para que las personas acepten una nueva religión, una convocatoria

católica hacia Dios” (Seed, 1999:108). La guerra era justificada cuando los nativos no se

sometían a la fe católica. En el caso de los árabes, a aquel que se recusaba a la conversión

le era exigido (cristianos y judíos) el pago de un tributo llamado jizya para que se sintiesen

subordinados.

La corona de Castilla también adoptó un impuesto semejante (una tasa individual que

incidía sobre el individuo y no sobre las propiedades) en las colonias americanas. A pesar

de que el Requerimiento contenía principios islámicos de la guerra santa, no era ortodoxo,

tampoco concordante con las tradiciones occidentales o católicas.

Ese “discurso autoritario” fue revocado en 1573; se sustituyó el término “conquista”

por “pacificación” y el término Requerimiento fue substituido por “Instrumento de

Obediencia y Vasallaje”. Mientas tanto, los rituales continuaron siendo ejercidos y fueron

creadas nuevas situaciones en las que los nativos ya “pacificados” podrían ser atacados

como “apóstatas o rebeldes” desde que los colonizadores avisasen a la Corona antes del

ataque.

4. El “descubrimiento” de los portugueses

Tal como España, Portugal es heredero de una tradición islámica, en este caso,

científica. El pionero portugués en las grandes navegaciones es el que bebe de la ciencia

islámica y judaica medieval, de la matemática y de la astronomía. Sin recurrir a esas

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ciencias, los problemas que la navegación en el Atlántico Sur imponía a los lusitanos no

hubiesen sido resueltos. Para eso, como todos los europeos de aquel tiempo, contaron con

los instrumentos de navegación inventados por los árabes.

El conocimiento acumulado por la navegación costera, el conocimiento de las líneas

litorales, de las corrientes marítimas, de los vientos, en nada le servían a los portugueses

para la navegación en alto mar. No había mapas, relatos de viajeros, rutas conocidas que

pudiesen orientar a los aventureros navegantes portugueses. El conocimiento fue siendo

construido gradualmente y basado en la experiencia de cada navegación en el Atlántico Sur

y en la utilización de los nuevos equipamientos náuticos y navieros.

De la brújula al astrolabio; de los barcos a la carabela; de las mediciones de

profundidad a la geometría y a la trigonometría plana; de las rutas del litoral y de los

portulanos15 a las cartas celestes, poco a poco los portugueses fueron venciendo las

dificultades por medio de la ciencia. Como dice Patricia Seed (1999:156), “apenas los

portugueses comenzaron a emplear la altura de la Estrella Polar para fijar la localización de

los puntos que habían alcanzado, comenzaron también a llamar lo que estaban haciendo de

“descubrimiento”. Para la autora, la observación de las estrellas para establecer el registro

del tiempo, de los ciclos lunares para determinar las corrientes marítimas y de la altura de

la Estrella Polar para la localización de las posiciones (técnica posteriormente

abandonada), y además el hecho de establecer latitudes (dividían el globo en un conjunto

de líneas imaginarias uniformes) cuando encontraban territorios o pueblos desconocidos,

conferían a los portugueses la primacía en la construcción de un conocimiento objetivo y

científico. Fue en razón de ese conocimiento que reivindicaron las tierras descubiertas en

1500.

A partir de ese momento las reivindicaciones portuguesas que dieron origen a varios

conflictos internacionales decían respecto del derecho que creían haber alcanzado por

medio de sus descubrimientos, esto es, por medio del desarrollo de la ciencia y de la

tecnología que les permitió navegar mares nunca antes navegados. De allí, los portugueses

creían que tenían un derecho legítimo al monopolio sobre el comercio marítimo.

En relación con los símbolos (marcos) dejados por los portugueses en los

descubrimientos, estos fueron secundarios considerando su creencia en la construcción del

conocimiento. Sin embargo, algunas veces registraron los descubrimientos a través de

pilares de piedras o de una cruz como indicadores políticos de posesión de un territorio,

generalmente erigido en el punto sur de sus descubrimientos náuticos y que contenían

inscripciones precisas de registro del descubriendo. Para Patricia Seed, esta práctica

15 Cartas marítimas del siglo XIII.

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consistía en un ritual astronómico de significado político. La hipótesis de la autora es que

no era una ceremonia religiosa que deseaba el rey D. Manuel en el momento de la

fundación del Brasil sino la localización exacta de las estrellas (Seed, 1999:173). El

monarca demostraba aprecio y respeto por los científicos de su tiempo y, posteriormente,

la matemática estará presente en la demarcación de las tierras brasileñas divididas en

capitanías hereditarias.

III. Un código legal compartido en las Américas

La reseña histórica tuvo el objetivo de describir, sucintamente, los diferentes modelos

legales que las naciones europeas del primer siglo de los descubrimientos marítimos hasta

los dos primeros siglos de la colonización utilizaron para legitimar la posesión ultramarina.

Lo que se observa en los modos de actuar en relación con los nativos y a las tierras del

Nuevo Mundo son prácticas culturales re-significadas a lo largo de los siglos de la historia

europea.

Lo que interesa enfatizar es que, en su conjunto, las acciones que marcaron las

ceremonias de posesión exigían la participación de un letrado (como se verá más adelante),

pero no siempre los rituales practicados aludían a la capacidad de saber leer y escribir de

los colonizadores. Mas tarde, esta habilidad se tornará indispensable para legitimar todas

las sabidurías y los poderes y organizar la administración colonial, sobre todo en relación

con la cuestión de la apropiación de las tierras.

De acuerdo con esta proposición, podemos decir que el campo jurídico ulterior que se

constituyó en las colonias tiene su conformación en un constructor cultural e histórico

evidenciado por las ceremonias de posesión que proclamaron la expansión marítima de los

tiempos modernos como metáfora política de inspiración romana (Seed, 1999:173).

Aunque Patricia Seed no utilice la expresión, los rituales analizados forman parte de una

“invención de las tradiciones”.

De este modo, el conjunto de signos y símbolos que fue puesto en práctica (los

personajes y sus lugares marcados, los gestos, las palabras, el lugar, los objetos, los colores

de las vestimentas, la cruz, la flor de lis amarilla, las rachas, etc.) y dramatizado en los

rituales, parece resumir una moralidad supuestamente capaz de hacer coincidir lo factual

(el descubrimiento, la conquista o el encuentro de culturas) con valores o creencias en su

nivel más fundamental, o sea, sintetizan una visión del mundo y son capaces de dar un

sentido normativo más amplio del que podría ser sólo real. Tal acción debe ser vista dentro

del contexto singular de cada nación, aunque esté ligada al sistema simbólico del

Occidente cristiano.

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Los símbolos del poder, al ser usados para ordenar la experiencia del descubrimiento,

crearon prácticas de costumbre y los rituales de posesión fundaron la legitimidad del poder

de las naciones europeas sobre el Nuevo Mundo. Esquemáticamente, se puede decir que la

costumbre es la fuente más importante del derecho; después le sigue la elaboración de las

leyes (de las reglas jurídicas escritas). La lectura de las ceremonias analizadas por Patricia

Seed señala las bases culturales del derecho. Tratar el asunto de forma comparativa escapa

al ámbito de este ensayo. Sin embargo, vale recordar que, si Patricia Seed habla tan sólo de

un “código legal compartido” interno a cada nación, Clifford Geertz (1997) amplia la

discusión del derecho enfocándolo tanto como un “saber local” cuanto “un lenguaje de

coherencia colectiva”. En este sentido, se puede entender el derecho como una práctica

cultural que, al mismo tiempo en que es fruto del vivir en sociedades, anhela la

universalidad.

En las páginas siguientes, intentaré sugerir la discusión del derecho como una

práctica cultural, específicamente para el caso de la sociedad brasileña, con la intención de

mostrar que la constitución de un grupo de letrados coloniales versados en las leyes fue

indispensable para el mantenimiento del poder simbólico que ordenó, desde el principio

del descubrimiento, las formas de apropiación de la tierra.

1. El derecho como un arte de hacer

El derecho es la forma por excelencia del discurso actuante, capaz, por su propia fuerza, de producir efectos. No está de más decir que él hace el mundo social, pero con la condición de no olvidarse que él está hecho por este. Pierre Bourdieu, 2004.16

Estudiar la posesión y la propiedad de la tierra significa entrar en el campo del

derecho, pues este derecho, en su esencia, es generador de conflictos sociales. En otras

palabras, la historia agraria, como los historiadores del tema han demostrado, no puede ser

escrita sin el reconocimiento de la existencia de conflictos y, consecuentemente, traducidos

al lenguaje jurídico. En esta perspectiva, el investigador de las ciencias sociales interesado

en la investigación de la historia agraria se ve envuelto en un enmarañado conceptual, pues

se trata de un tema que necesariamente asocia diversos campos del saber. Las diferentes

disciplinas a veces son confundidas con el uso de términos y de algún referencial teórico

concerniente a cada disciplina. El propio tema no presupone teorías a priori, pues los

conflictos ocurren en el momento de las disputas de poder mediadas por grupos de

intereses. Estudiar específicamente conflictos agrarios, generalmente borrados de la

memoria colectiva, significa reconstruir la historia de un lugar, su gente, trayectorias de

16 Traducción libre.

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vida, disputas por el poder, interpretación de las leyes e, inevitablemente, enfrentarse con

una experiencia trágica que atravesó toda la historia de la ocupación de las tierras en

Brasil. El derecho, la justicia y la ley son los presupuestos teóricos que organizan los

conflictos sociales recurrentes en la lucha por el acceso a la tierra.

Los usos del derecho común varían de un lugar a otro, así como las estrategias

utilizadas por los actores sociales frente a los tribunales. Cada situación litigiosa descripta

en los procesos judiciales debe ser analizada por el historiador teniendo en cuenta la

historia agraria en sus vínculos estrictos con las prácticas culturales re-significativas; la

legislación vigente a la época y su lastre histórico; el uso de varios instrumentos jurídicos

aún cuando descontextualizados, de modo que se comprenda el derecho como un “modelo

de cultura”, como afirmó Michel de Certeau (1999:45): si “la cultura articula conflictos

(…) ella se desenvuelve en los elementos de tensiones, y muchas veces de violencia, hacia

quien aporta los equilibrios simbólicos, contratos de compatibilidad y compromisos más o

menos temporarios”. En este sentido, el derecho se consolida como un “arte de hacer”

cotidiano, resultante de una interpretación de un juez o tribunal.

Volvamos a la costumbre. Jurídicamente, cuando se dice “costumbre”, o “derecho

consuetudinario” se está hablando de la fuente de derecho más antigua que proviene de los

usos y costumbres de al acción colectiva, como demostró E. P. Thompson (1998). Las

costumbres pueden ser diferenciadas entre aquellas que preceden la ley (praeter legem); las

que se aplican según la ley (secundum legem) y aquellas contrarias a la propia ley (contra

legem). Este último caso es más raro de ocurrir, pues significa que la ley habría caído en

desuso. Los sistemas de códigos (civiles, penales, comerciales) demuestran claramente

esas distinciones. Lex non scripta, la costumbre es la ley que la tradición estableció, esto

es, el uso con fuerza de ley. Tanto el derecho romano como la costumbre legal de los

británicos (common law) se constituyeron por las luchas sociales y no por la acción legal

legislativa. En Brasil, el derecho basado en la costumbre se presenta como precedente,

privilegio, inmunidad, al contrario de otras sociedades en donde la fuerza del derecho, para

usar una expresión de Pierre Bourdieu, se manifiesta en consecuencia de la jurisprudencia.

En Portugal, el derecho romano se impuso como modelo ideal de pensamiento y de

justicia. Muchas veces, las prácticas extra legales predominaban en la sociedad lusitana.

Pero a partir del siglo XV, el derecho basado en la costumbre comenzó a perder

importancia. Sin embargo, en la administración de Marques de Pombal, la Ley de la Buena

Razón (18 de agosto de 1769) reeditó el derecho consuetudinario. Esta ley se aplicaba

también en Brasil y, de esta forma, posibilitó el reconocimiento de la costumbre de la

posesión en el sentido de secundum legem, esto es, pasó a tener aceptación jurídica.

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Esas transformaciones permitieron que las estrategias fuesen articuladas y, de este

modo, los actores sociales pudieron anticipar situaciones de acuerdo con sus intereses y

manipularon los huecos de una legislación normativa de ultramar. Aun los primeros

hidalgos que tomaron el territorio colonial burlaron en algún momento el sistema legal

vigente para garantizar el mantenimiento de su riqueza, poder y prestigio social. La

práctica más recurrente era el no atender la obligación expresa en las Ordenaciones

Filipinas de medir y demarcar las tierras que poseían. De este modo, se puede decir que los

primeros poseedores de sesmarias se constituyeron en un grupo de la elite administrativa

colonial y en practicantes de oficios administrativos, eclesiásticos o militares, usando

distintas tácticas y estrategias para garantizar su reproducción social. Si también

utilizáramos la visión de Pierre Bourdieu, podríamos decir que la eficacia de esa

estratégica es producto de ser una práctica que no afectaba la clase dominante, puesto que

era por ella reconocida y vivida.

Bourdieu (2004) se refiere a un “derecho vivido” mientras Thompson (1998) estudia

el “derecho común”. Ambos hablan de una tradición cultural que explica la dinámica social

a través de la cual individuos o grupos sociales justifican y legitiman sus derechos sean

cual fuesen. Varias son las concepciones de derecho y de justicia en disputa en los

conflictos sociales. Algunas de esas concepciones pueden ser percibidas cuando se estudia

la evolución histórica de la propiedad de la tierra en Brasil. Traer a la discusión los

instrumentos legales que regularizaban la posesión y la propiedad de la tierra desde el

período colonial permite reconocer la institucionalidad de una práctica cultural de

costumbre: la posesión mansa y pacífica como forma de acceso a la tierra.

2. La apropiación de la tierra en Brasil

La apropiación de las tierras en América portuguesa tiene en su origen una

costumbre: la posesión mansa y pacífica desde los tiempos coloniales realizada por

individuos que no recibieron las concesiones de sesmarias. Luego que los portugueses

colocaron los pies en la tierra, quedando la cruz en el suelo, rezando la primera misa,

estableciendo algunos marcos territoriales y practicando el intercambio con los indios, las

tierras se tornaron realengas y pertenecientes a la Orden de Cristo. El sistema de

donaciones de sesmarias implantando por D. Juan III en 1534 entregaba las tierras a

individuos capaces de explorarlas, de extraer renta en beneficio de la metrópoli. Aunque

las tierras no fuesen bienes de la Corona, deberían ser confirmadas por los reyes.

La organización socio económica se hizo en torno de la plantation (basada en el

latifundio y en la esclavitud) y, en las periferias de este sistema, los hombres blancos,

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libres y pobres luchaban por el acceso a la tierra desde el inicio de la colonización. La

organización socio económica se hizo en torno de la plantation (basada en el latifundio y

en la esclavitud) y, en las periferias de este sistema, los hombres blancos, libres y pobres

luchaban por el acceso a la tierra desde el inicio de la colonización. “Posseiros” y

“sesmeiros” definieron las identidades sociales en relación con la ocupación de la tierra en

Brasil hasta el periodo monárquico. El “sesmeiro” era aquel que recibía una concesión de

tierra (sesmaria), era un latifundista. Pero el “sesmeiro” también podía ser un gran

poseedor de hecho, pues era común que se apropiasen indebidamente de tierras de otros o

de tierras públicas. Los señores de tierras no siempre cumplían con la obligación de

cultivar, demarcar y confirmar sus sesmarias, ampliando de este modo sus límites. Era

común que se apropiasen indebidamente de tierras de otros o de tierras públicas. A ese

respecto, durante el periodo colonial, hubo varios intentos de legislar ordenando las

donaciones, observando la obligación de cultivo y exigiendo la demarcación de las tierras,

evitando prejuicios a terceros. Mientras tanto, los abusos continuaron y los conflictos de

tierras se tornaron más disputados en la medida que la tierra se iba tornando un bien

escaso, adquiriendo valor en el mercado capitalista que se constituía en la segunda mitad

del siglo XIX. Es sintomático que la falta de respeto a las leyes agrarias persista hasta el

tiempo presente, tiempos en los cuales todavía esperamos por una reforma agraria también

como política social de democratización del acceso a la tierra.

Resta ahora retomar los aspectos políticos del sistema de apropiación de las tierras en

Brasil que se dio desde la ocupación con las sesmarias hasta su finalización, ocurrida en el

momento de la emancipación política en 1822 y los intentos de legislar sobre el caos

fundiario que finalmente se consagró en 1850 con la Ley de Tierras en Brasil. Veamos una

síntesis histórica de las relaciones de poder que definieron la propiedad de tierra en el

marco de la política de tierras desde la Colonia al Imperio.

2.1. Los dueños del poder: señores de tierras y señores de las leyes

Las disputas también prosperaron. Los procesos se multiplicaron, los abogados se enriquecieron e invirtieron sus ganancias en las expediciones en dirección a las Islas y al continente. (…) Hernán Cortés es uno de esos letrados que desembarcó desde España sin haber hecho carrera allá, pero que en las islas se mostraron indispensables. Lo poco de orden que reina en la región reposa en esos técnicos que conocen las leyes, que saben escribir y que saben también cobrar bien por sus servicios y sus pergaminos; una fachada producto de estudios en Salamanca o una tabla de Valladolid, o el conocimiento de las Siete Partidas, el viejo código castellano que venía del siglo XIII, se tornó aquí atributo tan precioso cuanto una mina de oro. Eso va ser suficiente para que Cortés sirva de escribano en española durante seis buenos años.17

17 Traducción libre. Carmen Bernand; Serge Gruzinski. História do Novo Mundo: da descoberta à conquista, uma experiência européia, 1492-1550, 2ªed., São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 2001, p.296.

16

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Los primeros conquistadores ibéricos cristianos tenían como principio la obligación

moral de la lealtad al rey. A su vez, en el Nuevo Mundo, debían constituirse en un grupo

social que fuese capaz de hacer con que sus subordinados, los colonos, esclavos y nativos,

aceptasen su poder efectivo, considerando la distancia del reino. En estas condiciones, la

administración de la empresa colonial sólo podría realizarse a través de un poder

subordinado, simbólico, ejercido por “hombres de leyes” nombrados directamente por el

rey. Serán estos letrados coloniales los que ordenarían al mundo “salvaje” de aquella gente

que Cristóbal Colón clasificó como “sin costumbres y sin leyes”.

Conquistadores, gobernadores, alcaldes, jueces, oficiales, procuradores de las

Cámaras Municipales, escribanos, inquisidores, tesoreros, negociantes, en fin, este

pequeño grupo letrado consiguió institucionalizarse como “dueños de las letras”,

garantizando, así, una significativa preeminencia pública en la sociedad colonial. De a

poco fueron conquistando cierta autonomía dentro de las instituciones del poder. El origen

de esas actividades realizadas por los llamados “hombres buenos” se localiza en las

ciudades europeas desde final de la Edad Media (Genée, 1981:231-239), y fueron

actividades plenamente asumidas por la nueva nobleza colonial, notablemente de interés

mercantil, expresadas en el litoral de las capitanías brasileñas. Esta colonización litoral

practicada por los portugueses estaba expresamente determinada en los reglamentos de los

conquistadores y en las cartas de donación de las capitanías, cuyo texto establecía que el

poblamiento y edificación de las villas debían producirse junto al mar y a los ríos

navegables. Para la organización del aparato político-administrativo y militar, los

reglamentos determinaban además la creación de cargos, sus atribuciones y el

nombramiento del personal necesario. Nacía así, una elite citadina necesaria para la

extracción de provechos para el estado portugués.

Mientras tanto, esos mismos letrados, aunque no osasen deshacer los vínculos con la

metrópoli, consiguieron cierto espacio de autonomía en la organización de la actividad

comercial, manipulando los mecanismos de poder que su clase social les permitía. Antonio

Manuel Hespanha (2001) dice a ese respecto que los administradores coloniales podían

crear derechos o ignorar el derecho existente, teniendo en mente la constitución pluralista

del Imperio portugués permeable a una especie de “justicia criolla” producto del carácter

periférico de la política colonial. No por mucho tiempo, puesto que desde mediados del

siglo XVII, la metrópoli portuguesa comenzó a controlar cada vez más la administración

colonial, sobre todo debido al impacto de la minería, limitando el poder de los colonos

brasileños.

17

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En lo que concierne a la estructura fundiaria, los dueños del poder, los señores de

tierras, eran también los señores de la ley. Esos letrados y “escribanos del rey” tenían pleno

dominio del lenguaje simbólico, o por lo menos, percibían las conveniencias de ese poder

específico emanado de sus funciones. Ese poder simbólico garantizaba su estabilidad

funcional y reproducción social al mismo tiempo que ampliaba, favorablemente, su margen

de persuasión y de decisión frente a los conflictos sociales en torno a la posesión de tierra.

Contribuía además con el creciente aumento de poder concentrado en las manos de unos

pocos hombres, con la existencia de una división real de poderes y de esferas de actuación

de poder, de modo que los funcionarios de las Cámaras Municipales se acomodaban en las

situaciones locales.18

En los primeros años de la colonización, las circunstancias históricas de prohibición

judicial del poblamiento de los sertões (la “tierra vacía”, “no habitada” o hinterland)

crearon ciudades litorales constantemente fortificadas, bajo fuerte vigilancia militar. Los

servicios de la administración colonial estaban todos localizados dentro de los límites o en

las cercanías de las ciudades. Y eran en ellas que también habitaban los grandes señores

del ingenio (la doble morada en el campo y en la ciudad). Y era en sus foros citadinos que

el derecho, la justicia y la ley se hacía cumplir en la Colonia; en donde los hombres

notables interpretaban los códigos legales para la sociedad iletrada y subalterna.

Para Pierre Bourdieu, este poder simbólico solamente puede ser ejercido si fuese

reconocido, legitimado entre aquellos que ejercen de hecho el poder y los que le están

sujetos: “lo que hace el poder de las palabras y de las palabras de orden, el poder de

mantener el orden o de subvertirlo, es la creencia en la legitimidad de las palabras y de

aquel que las pronuncia, creencia cuya producción no es de competencia de las palabras”

(2004:15). La base del reconocimiento estaba en la objetivación que el nombramiento por

el rey concedía al funcionario (dominación legítima) por el saber y poder acumulado en el

ejercicio de la función.

Serán los hombres de letras, esto es, los jueces, escribanos, notarios y los

funcionarios de la administración que, aun después de la Independencia, continuarán

controlando el cuerpo de las leyes, comunicados, códigos y posturas municipales. Esta elite

intelectual acumulaba funciones y con eso obscurecía la administración. Junto a ellos, las

18Para Russel-Wood que estudió la Cámara Municipal de Villa Rica en el siglo XVIII, la yuxtaposición de jurisdicciones en las cámaras municipales expresaba el modo como los poderes locales y el poder central se adaptaban a las situaciones políticas, sociales y materiales locales. De este modo, la administración colonial no reflejó ni fue una extensión directa y efectiva del poder del Estado metropolitano. Ver A. J. R. Russel-Wood, “O poder local na América Portuguesa”. Revista de Historia, v. 55, n. 109, São Paulo, 1977, pp. 25- 79.

18

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autoridades eclesiásticas y militares, todos se constituían en los dueños del poder en las

ciudades de las letras, para usar una admirable expresión de Ángel Rama.19

De acuerdo con Rama, la ciudad colonial fue “el más preciso punto de inserción en

realidad de esta configuración cultural” y puede ser interpretada como un esfuerzo de

confluencia de los primeros conquistadores frente a la expansión capitalista. El resultado

no fue la reproducción en los trópicos de los modelos europeos de la ciudad; el propio

esfuerzo de racionalización y sistematización de la colonización presuponía el principio de

la tabla rasa, o del grado cero de la escritura, o sea, “una oportunidad única en las tierras

vírgenes de un enorme continente”. En esta perspectiva, la ciudad letrada es ante todo la

ciudad construida según la letra de la ley. Por lo tanto, la función social del letrado era

construir, por la vía de la cultura, la legitimidad simbólica de ese poder frente a la

sociedad. Aun según Rama, “es propio del poder necesitar de un extraordinario esfuerzo de

ideologización para legitimarse”. Para que el ordenamiento se cumpliese era

“imprescindible que las ciudades, sedes de la delegación de los poderes, dispusiesen de un

grupo social especializado al cual delegar responsabilidades”. La ciudad letrada dominaba

el orden de los signos; los “dueños de las letras” dentro de las instituciones de poder, “no

solamente sirven a un poder, sino también son dueños de un poder”

Cabe resaltar además que era por las manos de los funcionarios intelectuales

(abogados, escribanos, jueces) que se expedían los documentos indispensables que

concedían (o creaban) la legitimidad de la propiedad de la tierra o la conservación de la

posesión.

La mentalidad propietaria y, sobre todo, el papel de los jurisconsultos brasileños

también pueden ser analizados cuando la propiedad privada se tornó parte de los debates

que marcaron el nacimiento del derecho civil brasileño en el siglo XIX. Acompañar esos

debates y sus interlocutores, las ideas vertidas respecto al derecho de propiedad (sea de

tierras, sea de esclavos) permite localizar las influencias europeas en la cultura jurídica

brasileña (y latinoamericana) propio del proceso de modernización conservadora.20

19 La expresión fue creada por Ángel Rama para analizar las relaciones entre intelectuales y poder en América Latina. En la visión del autor, el grupo que dominaba las letras estableció, desde la colonización, una distinción en relación con la sociedad y tomó para sí un papel estratégico frente al poder que, aun atravesando grandes cambios históricos, mantuvo una larga vida que perduró hasta el siglo XX. Para Ángel Rama, interesado en el estudio de la cultura urbana “en la medida que ella se asienta sobre las bases materiales”, los primeros conquistadores que habían cruzado los océanos “habían pasado de un continente viejo a uno supuestamente nuevo, pero habían cruzado el muro del tiempo e ingresado en el capitalismo expansivo y ecuménico, todavía cargado del misionerismo medieval”. CF. Angel Rama, Cidade das Letras, São Paulo: Brasiliense, 1985, pp. 23-24. 20 A este respecto, consultar Laura Beck Varela. Das sesmarias à propriedade moderna: um estudo de história do direito brasileiro. Rio de Janeiro: Renovar, 2005.

19

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2.2. La política agraria en el Imperio brasileño

América, esa invención europea que pasó a existir en el momento del descubrimiento

cuando fueron “revelados por las embarcaciones de Cristóbal Colón los misterios

ultramarinos, nuevas realidades culturales se insertan en los troncos antiguos”,

enraizándose en la sociedad de modo que “sus instituciones regeneraban la vida moral y

jurídica y servirían a los Estados independientes para elaborar sus propias leyes” (Jozef,

2005:11-12). Dentro de este marco es que podemos entender el poder simbólico de la

política agraria en el imperio brasileño.

En las vísperas de la proclamación de la independencia ocurrida el 07 de septiembre

de 1822, el régimen de concesiones de sesmarias daba lugar a la ocupación primaria de las

tierras por hombres y mujeres libres y pobres, caracterizando lo que la historiografía

brasileña ha dominado la edad de oro del posseiro. De acuerdo con esta línea

interpretativa, este hecho representaría “el triunfo del colono humilde, del rústico

desamparado, sobre el señor de los ingenios o de las haciendas, el latifundio sobre el favor

de la metrópoli” (Cirne Lima, 1988). “Posseiros” y “sesmeiros” constituyen dos realidades

jurídicas y económicas en permanente conflicto en relación con la apropiación de la tierra

en Brasil. Finalizado el sistema de sesmarias el 17 de julio de 1822, la posesión se

institucionalizó como una costumbre y el “poseedor” como personaje emblemático en la

historia agraria del país.21

La posesión era, al inicio, la pequeña propiedad agrícola creada por la necesidad de la

supervivencia de los colonos libres y pobres. Mientras tanto, en la coyuntura que va del fin

de las concesiones de sesmarias hasta la Ley de Tierras de 1850 existió el predominio de la

posesión ilegal como estrategia del señorío rural para asegurar los medios financieros

necesarios al mantenimiento del sistema productivo esclavista agroexportador. Esas

posesiones se hicieron efectivas en tierras anteriormente donadas, sin respetar los límites

de las expansiones y, tampoco, la obligación del cultivo. Se trata, por lo tanto, de una

forma de acumulación especulativa con vistas a la expansión de la frontera agrícola del

café (buscando su expansión en el mercado internacional) y sus repercusiones sobre la

cuestión de la propiedad de la tierra y del problema de la mano de obra. En esta nueva

21 En este periodo, es interesante observar las coyunturas políticas en Portugal y en Brasil. En Portugal, la concepción de propiedad moderna, como derecho absoluto y exclusivo, se instaló en 1822 en el desarrollo de la revolución Liberal de Porto (los legisladores lusitanos introdujeron el precepto en el 6° Artículo de la Constitución). Ver Margarida Sobral Neto, “Propriedade e renda fundiária em Portugal na Idade Moderna”, in: MOTTA. Márcia M. M. (Org.). Terras lusas: a questão agrária em Portugal. Niteroi: EdUFF, 2007, pp.13-30. Se promulgaban, así, los instrumentos legislativos para revalidar el concepto burgués de propiedad que, en el caso brasileño, fue incorporado a la Constitución de 1824, con todo, sin alterar el régimen de la propiedad de la tierra.

20

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coyuntura, ocurrió el desplazamiento de la hegemonía económica desde Norte-nordeste

hacia la región Centro-sur del país y la creciente necesidad de mano de obra para la

agricultura. La extinción de la Ley de Mayorazgo en 1835, a pesar de ser una ley poco

respetada durante el período colonial, permitió que la herencia fuese repartida entre todos

los hijos de los propietarios de tierras.

Pero eran tiempos de disputas político-partidarias entre conservadores y liberales,

desde la retirada de D. Jõao VI hacia Portugal, que apuntaban hacia drásticos cambios

sociales en el proceso de consolidación del Estado nacional brasileño. El fin del tráfico de

esclavos por presión inglesa, la campaña abolicionista promovida por los partidarios del

republicanismo, la inmigración pensada como solución para la sustitución del trabajo

esclavo en la agricultura, la incipiente industrialización y urbanización de las ciudades, el

crecimiento demográfico, en fin, la nueva inserción de Brasil en la economía-mundo del

siglo XIX, son factores que llevarían al ocaso del Imperio.

Desde la coyuntura de los años 1820 y en las décadas de 1830/40, varios proyectos

fueron presentados y discutidos por los políticos del Imperio para resolver el problema

agrario en el transcurso de la Asamblea General Constituyente proclamada para elaborar la

primera Constitución del Imperio de Brasil, aprobada el 25 de marzo de 1824. Dos

propuestas se destacan en el ámbito de los trabajos de los constituyentes: el proyecto de

José Bonifácio de Andrada e Silva en 1822 y, en el año siguiente, la propuesta presentada

por el Senador Nicolau Campos Vergueiro. A pesar de las diferencias entre estos políticos

del Imperio, ellos concordaban en la suspensión de las sesmarias y en la necesidad de la

creación de un proyecto de ley sobre las tierras públicas, “conteniendo providencias para el

pretérito y reglas para el futuro”, como sintetizó el Senador Vergueiro en la época.22

Mientras tanto, el contexto político, tanto interno (revueltas provinciales; división

entre las oligarquías y disputa de poder) cuanto externo (fin del tráfico de esclavos y las

“guerras cisplatinas”) no favorecía la resolución del problema agrario. En la década de

1830, otras dos propuestas fueron presentadas en la Cámara, una sobre legitimación de las

sesmarias (1830) y otra sobre el arrendamiento de tierras públicas (1835), ambas sin lograr

ningún efecto (Silva, 1996:86).

En la década de 1840, el intento de legislar sobre la propiedad agraria y sobre el

régimen del trabajo fue retomado en el contexto de la riqueza producida por el café y por la

articulación de las fuerzas políticas que apoyaban la centralización política en la figura del

Emperador. La reacción conservadora de los propietarios representantes del café en la 22 Para un análisis amplio de todo el proceso de los intentos de legislar sobre la propiedad agrícola, ver Ligia Osório Silva. Terras devolutas e latifúndio. Efeito da Lei de Terras de 1850. São Paulo: Editora da Unicamp, 1996.

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corte de Río de Janeiro los llevó a apoyar la reglamentación de la propiedad de la tierra

como refuerzo de la autoridad imperial sobre todos los sectores de la sociedad. En la

agenda política, dominaba la cuestión de las “sesmarias vencidas” (esto es, en el caso del

no cumplimiento, por parte de los propietarios, de la cláusula del cultivo), el abuso de

posesiones, el problema de las tierras públicas y la inmigración extranjera.

Para Ligia Osório Silva (1996:91), de hecho, “la ordenación jurídica de la propiedad

de la tierra era una necesidad intrínseca al propio desarrollo del Estado, no siendo

aceptable que la cuestión de la apropiación territorial pasase por alto a la autoridad

establecida”. Fueron esas circunstancias las que llevaron al reconocimiento pleno de la

propiedad privada de la tierra en Brasil, tema olvidado por nuestra historiografía, contexto

en el que la autora localiza la constitución, de hecho y de derecho, de la clase de

propietarios de tierras. Los debates fueron acalorados, impregnados de muchas

divergencias; las cláusulas desfavorables a los propietarios fueron retiradas o modificadas

y el proyecto aprobado, pero nunca ejecutado.

Por fin, después de largo tiempo “cajoneado en el Senado durante los siete años de

gabinetes liberales”, pues, según Ligia Osório (1996:110), la cuestión de la mano de obra

no era tan urgente y los liberales todavía se mostraban resistentes a la centralización del

poder imperial necesario para hacer efectiva la regularización agraria, la Ley n° 601, del 18

de septiembre de 1850 fue promulgada en el intento de encausar el problema agrario entre

el Estado y la creciente clase de los propietarios de tierras.

En esta perspectiva, entendemos por qué la Ley de Tierras, en su Artículo 5°

legitimaba “las posesiones mansas y pacíficas” y establecía las reglas: la premisa del

cultivo; la obligación de los posseiros de reservar cierta parcela de las tierras y respetar los

nuevos límites territoriales (que no deberían exceder a una sesmaria). A los posseiros en

vías de legitimar sus posesiones y que no satisfacían las condiciones generales de las

reglas, cabría apenas una indemnización por las mejoras realizadas. Pero había algunas

excepciones que favorecían al poseedor: en el caso de que la posesión había sido declarada

de “buena sentencia” o “haber sido establecida antes de la medición de las sesmarias o

concesión, y no perturbada por cinco años”, o aun en el caso de “haber sido establecida

después de la medición y no perturbada por 10 años”.

La historiografía ha demostrado que esas circunstancias abrieron una posibilidad de

equidad entre los grandes y pequeños poseedores, o por lo menos, que los últimos pudiesen

entrar en el juego de poder de las disputas por la posesión de la tierra en Brasil. La Ley de

Tierras marca el fin de los privilegios del Antiguo Régimen e inaugura otra forma de

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diferenciación social al imponer la compra como única forma de acceso a la tierra en

Brasil.

Consideraciones finales

Las ceremonias de posesión realizadas desde finales del siglo XV y durante el siglo

XVI en el Nuevo Mundo hablan del lugar desde donde el poder puede ser construido.

Podemos decir que esos primeros “actos de posesión” fueron re-significados durante todo

el periodo colonial, y más específicamente en el siglo XIX, producto de la ausencia de una

legislación que pudiese frenar la posesión ilegal. Expedientes tales como abrir una pequeña

área de cultivo, un pozo, un corral o dejar en el lugar alguna señal de cerco en tierras

ocupadas o anteriormente donadas en sesmarias, expresaban los mecanismos simbólicos

de la posesión que precedía al proceso de la acumulación especulativa del señorío rural.

Vimos que la implantación de algunas instituciones sociales en Brasil se debe a un

lastro histórico todavía vigente en la metrópoli y que legitimaba socialmente estatutos

medievales como las sesmarias y la esclavitud (que perduraron hasta el siglo XIX) en

pleno proceso de desaparición en la sociedad del Antiguo Régimen Portugués y aun en las

nuevas repúblicas latinoamericanas. Un rasgo que marcó las sociedades del Antiguo

Régimen era el hecho de que se constituían como sociedades jerarquizadas y que se

naturalizaban las diferencias sociales.

La consolidación del Estado Nacional se realizará a costa del mantenimiento de las

relaciones del poder establecidas, sobre todo respecto al ordenamiento económico y

jurídico de las tierras. El reordenamiento de los cuadros políticos-sociales internos

organizados por la alternancia entre los conservadores y liberales en el gobierno hará surgir

nuevas concepciones jurídicas respecto a la propiedad de la tierra.

Lo que asume un carácter estructural en el periodo post-colonial de las sociedades

americanas es la continuidad de la construcción de nuevas categorías sociales jerarquizadas

como costumbre engendrada por las relaciones del poder. Si el fin de las concesiones de

sesmarias decretado en las vísperas de la independencia, “la forma más tradicional,

continua y decisiva de concesión de tierras en Brasil”, según lo señalado por Antonio

Manuel Hespanha, puso fin a los privilegios de los pocos súbditos de la corona portuguesa,

la Ley de Tierras, al determinar la compra como única forma de adquisición de tierras,

consolidó la clase de propietarios de tierras (respaldados por la monarquía y por el

mantenimiento de la esclavitud), y mantuvo la exclusión social de gran parte de la

población (sin igualdad jurídica y económica) para el acceso a la tierra en Brasil.

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