Práctica 2. Ser profesor
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PRÁCTICA 2: SER PROFESOR
Ana Rodríguez Nieto 23 de octubre de 2014
Como apunta el profesor Subirats, hay que encontrar puntos en común entre el
ser humano y el ser profesor. Los profesores no son máquinas, y creo que eso es una
noción que se está intentado modificar con las nuevas técnicas didácticas (por ejemplo,
el trabajo cooperativo, que ayuda a que los alumnos trabajen en conocimientos que
muchas veces el profesor debe buscar con ellos, tirando por tierra así el papel de
profesor omnipotente y sabio que estamos acostumbrados a otorgar).
Me alegra pensar (y saber) que a pesar de los momentos de crisis que vivimos,
de las malas valoraciones (en general) del colectivo, y de la nostalgia del pasado,
todavía quede gente que quiera ser profesor por amor a la enseñanza, por un motivo
vocacional más que por el mero hecho profesional.
Es cierto que, tal y como se apunta en el artículo, la gran mayoría de profesores han
visto un cambio negativo en el alumnado por esa falta de disciplina en la que casi todos
coincides, y esa carencia en el desarrollo socio afectivo de los alumnos. Pero he de
decir, como actual alumna y futura profesora, que son cosas que llevan ocurriendo
mucho tiempo, aunque quizá sea ahora, que nos preocupan un poco más.
Quizá los cambios socio-tecnológicos hayan acentuado estos comportamientos
y, como se apunta en el texto, “falta colaboración de las familias”, pero eso es algo que
sólo podemos cambiar poco a poco, intentando re involucrar a los padres en la labor
educativa, que como bien decían mis profesores, comienza en casa.
Sí, los profesores creen que tienen el encargo de “transmitir conocimientos,
calores y moral ciudadana”, pero también se les pide que nos “entreguen personas
preparadas”, mas no estúpidas como para caer en las leyes del consumismo más radical
(individualidad que cae en el egoísmo, competitividad absoluta…).
Yo sólo digo (y es mi humilde opinión), que educar es difícil, que las exigencias
son enormes y las recompensas pequeñas, que necesitamos inversión, compromiso
gubernamental, leyes de educación al margen de juegos políticos pueriles, como es el
caso del “hoy mando yo, mañana mandas tú”.
Si queremos una educación de calidad, necesitamos profesores de calidad,
programas de calidad, instalaciones de calidad, pero sobre todo, necesitamos no olvidar
una cosa:
SIN EMOCIÓN, NO HAY EDUCACIÓN