Premios fondos concursables 2008 - EL VIENTO · en una mini pira funeraria. El niño horrorizado...

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PREMIOS FONDOS CONCURSABLES 2008 Fondos Concursables para el Fomento Artístico y Cultural Dirección Nacional de Cultura • Ministerio de Educación y Cultura

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Premios fondos concursables 2008

Fondos Concursables para el Fomento Artístico y CulturalDirección Nacional de Cultura • Ministerio de Educación y Cultura

© 2009, Ediciones TrilceDurazno 188811200 Montevideo, Uruguaytel. y fax: (5982) 412 77 22 y 412 76 [email protected]

isbn 978-9974-32-501-2

Impreso en Gráfica Don Bosco, Agraciada 3086, Montevideo, Uruguay.Marzo 2009. Edición amparada al Decreto 218/96, Comisión del Papel.Depósito Legal Nº 346 649

Esta obra fue premiada por Fondos Concursables para la Cultura, Convocatoria 2008

Francisco Tomsich • horacio cavallo

Sonetos a dos

5

Prólogo

No debe de ser fácil llevar a cabo una obra entre dos, puesto que la realidad así lo confirma. Los impedimentos son

numerosos y de distinto orden. A veces, sin embargo, casi sin proponérselo, surge de manera espontánea esa colaboración,

y todo sucede con una sencillez inusitada.

A. G. Porta, La escritura a cuatro manos

Los sonetos que componen este libro fueron escritos a cuatro manos, generalmente a través de correos electrónicos o men-sajes de texto. El método utilizado no fue siempre el mismo. En muchas ocasiones, uno de los autores escribió la cuarteta inicial, el otro la siguiente, y lo mismo con los tercetos. A ve-ces, uno de los autores escribió gran parte del soneto, y dejó al otro la conclusión, la estilización, la corrección. Los grupos de sonetos aquí presentados («Hermes» «Ícaro» y «Juegos») es-tán ordenados cronológicamente, pero en el interior de cada uno de ellos se ha instaurado un orden narrativo apropiado al tema. Estos tres grupos de textos ilustran el modo en que hemos trabajado en la escritura conjunta de sonetos desde el año 2005. Se incluyen al final algunos fragmentos: el lector podrá apreciar en ellos las huellas de un proceso, versos edi-ficantes o curiosidades literarias.

Los autores

Hermes

9

I

Los grillos son errores del silencio

se dice Hermes insomne, en calzoncillos.

El puño en el mentón, los cigarrillos

debajo del cuadrito de Florencio.

La luna, la ventana: calle Ascencio,

poblada de vecinos y de grillos;

la noche está colgada con palillos

y él sueña con gestores del silencio.

Se tira así vestido, tienta el lado

vacío de la cama de dos plazas,

y espera, conteniendo la garufa

visitas impensables. Trasnochado,

oyendo el cricriquear, fuma y aplaza

la Fundación Tercera de la mufa.

10

II

Día hermes. Casi llueve. Casi debe

salir a la heladera, casi helado.

El pie presume el mundo pernoctado,

abajo, casi húmedo ¿Se mueve

un minúsculo bicho? «He pisado

—recuerda con pavor— hasta un percebe.»

De seguro —lo sabe— cuando cebe

otro mate será mate lavado.

Y así se va pegando a la frazada.

Se tapa la cabeza. Esta ceguera

no es la de Borges con atardeceres,

y tigres y bastones de madera.

Es algo parecido a una explanada,

surcada apenas por extraños seres.

11

III

De pie frente a su agenda Hermes repasa

el ritmo y el periplo de su día.

No sale, por obseso; su manía

es buscar el sombrero por la casa.

El té se enfría adentro de la taza

y no encuentra el sombrero todavía.

Apolo ya ha cumplido medio día

cuando él ha hecho del cuarto tabla rasa.

El sombrero está al lado de la lira.

La lira estaba dentro de un armario,

silenciosa entre dos hojas de diario.

Este sombrero con un ala trunca...

Esa ceguera cada cosa mira,

eso que pasa y que no pasa nunca.

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IV

«Contramarcha.» «Ceguera.» «Ser idiota.»

«Perdida voluntad.» «Caso cerrado.»

Musitándose rostro equivocado,

buscándole cordones a las botas,

se para frente al día, con sus rotas

hilachas serpenteando del brocado,

un Hermes mal dormido que ha apoyado

primero su pie izquierdo. Pone cota

a toda angustia: un mate y un bocado

de pan de hace tres días. Contramarcha,

se acuesta, cierra un ojo, con el otro

observa un moscardón que pasa y otro

—no es nupcial ni marcial aquella marcha—

cayendo como Adán. Caso cerrado.

13

V

El grillo dice cosas pavorosas

al niño que lo mira con cariño

y sin vacilación ni desaliño,

lo mete en un frasquito de curiosas

ranuras. Hermes mira, piensa cosas

sobre ese Testamento de Toquinho

que improvisa el insecto cuando el niño

agita y bate el frasco; luego posa

su propio recipiente en el pastito;

propone unir allí grillo con grillo

en una mini pira funeraria.

El niño horrorizado mira ahíto

y sale disparado como un Aria

cuando Hermes arma ansioso un cigarrillo.

14

VI

Hermes se despierta y es un bicho.

Intenta darse vuelta, se describe

parábola en sí mismo. Se concibe

encantado por Circe. Ya se ha dicho

que obedece a un error, un entredicho

del sueño, pero nada. Se percibe:

donde era la entrepierna el mar Caribe

y donde la mirada oscuro nicho.

Alguien llama a la puerta. No responde.

Su grito es como un débil balbuceo.

Estira las frazadas y se esconde.

«Che, es cosa de mandinga esta alborada.»

Al pie del lecho mira, horrorizada,

su hermana con jabón y el caduceo.

Ícaro

17

I

—¿Y esta lluvia, papá, no nos abate?

Habría que aguantar un par de días.

—Mejor será que olvides las poesías

y te ates esas alas. Ningún vate

podrá darnos captura en profecías,

ni estimo que un aedo nos relate.

—Seguís estando loco de remate,

soñando atravesar las abadías.

Prefiero el laberinto y sus jardines

de mampostería, y el olor a asado,

con todo lo demás, que los terpines

del cielo y de los mares que me esperan.

—Mejor será que te hagas a lo alado,

dichosos los que nunca perseveran.

18

II

¿Es esa isla de Ratas lo que veo

—a veces me confunde batir alas—

o el puerto de Canea en el Egeo?

Si yo supiera lo que sabe Palas

mejor alado fuera y más ateo.

Estas ínsulas con sus costas ralas

son toditas iguales, pero creo

que estoy perdiendo altura. Estas son malas

preguntas, y peores las respuestas.

La noche se adivina cielo abajo

y el mar se hace hedor y tumba sola.

El día que los ahogados y sus fiestas

hundidas sean devueltos por la ola

saldré volando again a mis trabajos.

19

III

Dédalo, desgraciado, dijo al hijo:

seguí por donde voy, no tan arriba,

que allá el calor del sol todo derriba,

mantén querido mío un punto fijo.

Pero Ícaro no escucha ese prolijo

concepto y se lanza a la deriva.

De allá donde el calor todo derriba

se ha visto caer algo, un amasijo

de plumas y tendones. Un barquero

que fuma un cigarrillo en plena popa

mirando sin mirar llena una copa

y dice al invisible compañero:

pedí un deseo, hermano, que estoy viendo

una estrella fugaz que va cayendo.

20

IV

Las alas derretidas son hermosas,

el cielo por la noche es estropicio,

la llama va encendiendo el precipicio

quemando alrededor todas las cosas.

Hacia el centro del fuego, mariposas

revuelan condenadas por su vicio;

parecen aleaciones de silicio

que van rodeando al héroe, generosas.

Y Dédalo, rodeado de sus gritos,

observa desde abajo el manifiesto.

Está viejo, su barba se entrevera

con las babas del diablo. «Calavera»,

se dice. «Ícaro siempre anheló esto,

así se hacen las muertes y los mitos.»

21

V

Apenas en el agua resfriado,

Ícaro espera balsa salvadora.

Ya solo el agua pasa; se hace hora:

el sol se viene abajo. El desgraciado

comprende y se sonríe adormilado.

Pensando una venganza bienhechora

se lanza mar arriba sin demora

y cuando el astro se hunde en el helado

horizonte se renueva de alegría;

en el reflejo está lo que quería:

el sol ensangrentado, y él su centro.

Entonces entristece, se confunde.

La balsa no aparece, y algo dentro

del mar lo tironea. Ya se hunde.

22

VI

En el mar de un común y amargo llanto

Ícaro mueve cada vez más lento

los brazos calcinados; el tormento

va siendo traspasado por el canto.

¿Qué es eso?, piensa ahora en su quebranto.

¿Marinos atonales, elementos

que encuentran en las olas alimentos,

silbando con parodia un hondo espanto?

Ni lo uno ni los otros; la sirena,

bastante rellenita, con las tetas

surgiendo de las ondas cual dos ojos

lo impulsa hacia su pubis de saetas.

El mar lo arrastra luego hasta la arena.

Las gaviotas reparten sus despojos.

Juegos

25

I

Dos reyes, tres alfiles y una dama

detrás de seis peones: así el juego.

El hombre aspira hondo y pide fuego,

el otro se lo alcanza y ¡Jaque! exclama.

La luz que va cribando la retama

apenas es de luna y más de ciego.

Solo se espera del monarca un ruego.

Todos los dioses tienen mala fama.

El hombre que se mira los zapatos

en esta escena torva se endereza

contando los garbanzos de la mesa.

Hay un reojo que ausculta de a ratos

un breve objeto brillante y filoso.

Hay una sombra que parece un pozo.

26

II

1: El rey está muerto; 2: garúa;

3: campanadas se oyen hacia el norte;

4: el más viejo mira el picaporte;

5: apenas controla la mamúa;

6: el otro olvidado perpetúa

la agonía del humo y se hace un corte

jugando con el filo de un resorte;

7: escribe en la mesa con la púa.

Siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno,

oscurecen peones del tablero,

se descascara el rey. Llora la dama.

La luz que va cribando la retama

chispea cuando encuentra al cenicero.

Otra victoria que es para ninguno.

27

III

Una sota de espadas boca arriba

en el denso silencio de la pieza.

El uno se sonríe y se endereza,

el otro se atraganta con saliva.

El uno será sombra mientras viva,

el otro alegoriza la pereza.

El uno silba un tango y se adereza

la manga donde esconde la furtiva

y plástica silueta de la suerte.

El otro lo avizora, pero espera,

tanteando el entramado del bolsillo.

El tiempo exhibirá la calavera

y el mango ensangrentado del cuchillo

como fieles garantes de la muerte.

28

IV

Esto es Arcadia. El agua en la caldera

se agita como el viento en ese sauce,

y nadan las arañas en el cauce

del sol mientras la tarde persevera.

Es raro atesorar la calavera

de alguien con quien hemos conversado

y más extraño aún si es que a su lado

se ostentan dos puñales de quimera.

Miro la nada mientras rememoro

barajas y botellas y alaridos.

Ensillo el mate, vuelvo tras mis pasos.

Solo consigo recordar retazos:

un tren, una estación, ranas en coro,

y algunos rostros de desconocidos.

29

V

La casa está vacía. La gotera

imita un impreciso segundero.

El viento cuelga un silbo lastimero

del rastro del cristal en la madera.

Los dos hombres se miran. Uno espera

el otro le da vueltas al apero;

ensimismado juega con el cuero

rumiando la evasión, una manera

de desaparecer sin dejar rastro

y aparecerse así a campo traviesa

con una silenciosa muerte a cuestas.

Pero no lo verán sobre el balastro:

más fuertes son la tarde y la pereza,

las sombras de los sauces y las siestas.

Fragmentos

33

I

A solas en la habitación sin cosas

—por brisas y rosales anda el día—

dos hombres van tramando una elegía

desenredando imágenes borrosas

que evocan una sombra peligrosa

que habita como muda melodía

—milonga desnorteada, oscura bossa—:

La bilis negra, la melancolía.

34

II

Como a las once y media de los vasos

se sabe que N hará su entrada usual

y a las doce y vintenes del final,

cuando M se vuelve tras sus pasos.

Entre uno y otro D leerá retazos

de Nietzsche o de Leopoldo Marechal

y F algún relato marginal

en que sobran burdeles y balazos.

Coda

37

Quietud, pero con grillo. Significa

que en cada siesta aguarda un segundero

y en cada vuelta oscura un relojero

sabrá que el tiempo es tiempo. Significa

que en la hora más serena se grafica

en fondo negriazul un reverbero,

la luz, fauna de luz, el más severo

rectángulo imperfecto modifica,

y el viento se sostiene de esos clavos,

se tiende como un trapo mientras busco

en lo oscuro ese brillo que es esclavo

vivaz de ese sonido en que me ofusco.

Quietud, pero con grillo. Significa

que ese hombre ahí tendido ejemplifica.*

* Con la colaboración de Diego de Ávila

Contenido

Prólogo 5

Hermes

I 9

II 10

III 11

IV 12

V 13

VI 14

ícaro

I 17

II 18

III 19

IV 20

V 21

VI 22

Juegos

I 25

II 26

III 27

IV 28

V 29

Fragmentos

I 33

II 34

Coda

Quietud, pero... 37