Presbiterado de San Juan Eudes

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Ordenación presbiteral de san Juan Eudes UNIDAD DE ESPIRITUALIDAD EUDISTA 20 de diciembre

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Ordenación presbiteral de san Juan Eudes

UNIDAD DE ESPIRITUALIDAD EUDISTA

20 de diciembre

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“En el mismo año de 1625 recibí el presbite-rado, en París, el 20 de diciembre.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor; ala-badIo y ensalzadIo por los siglos.

Celebré mi primera misa en la Navidad de 1625, a la media noche, en San Honorato,

residencia del Oratorio de París, en una capi-lla y un altar erigidos en honra de la santa

Madre de Dios. Gloria a Ti, Señor, nacido de la Virgen...”

(O.C. III.

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El sacerdote, formador de Jesús en los cristianos

¿A cuál de sus ángeles ha dicho Dios: Tú eres sacerdote para siempre a la manera del verdadero Melquisedec Sal. 110 (109), es decir a la manera de mi Hijo Jesu-cristo? ¿A cuál de sus arcángeles y principados ha dicho el Hijo de Dios: Todo lo que atareis en la tierra quedará atado en el cielo? (Mt. 16 19). ¿A cuál de los querubines y serafines ha dado el poder de perdonar el pecado, de comunicar la gracia, de ce-rrar el infierno y de abrir el cielo, de formarlo a él en los corazones de los hombres y en la santa Eucaristía de ofrecerlo en sacrificio al Padre eterno y de repartir a los fieles su cuerpo, su sangre y su espíritu? Final-mente, ¿a cuál de los espíritus celestiales dijo lo que sí dijo a todos los sacerdotes:

¿Como el Padre me envió los envío yo a ustedes? (Jn. 20, 21), es decir, los envío para el mismo fin para el cual me envió mi Padre: para anunciar el mismo Evan-gelio que yo anuncié; para dispensar los mismos miste-rios y gracias que yo dispensé; para administrar los mismos sacramentos que yo instituí, para ofrecer a Dios el mismo sacrificio que yo le ofrecí; para disipar las tinieblas del infierno, que cubren la faz de la tierra; para derramar sobre ella la luz del cielo; para destruir

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la tiranía de Satán (Lc. 2, 51) y establecer el reino de Dios: para ejercer, finalmente, las mismas funciones sacerdotales que yo ejercí y para continuar y completar la obra de la redención del mundo y la misma vida que yo llevé y las mismas virtudes que practiqué. Ustedes son la porción más noble del Cuerpo místico del Hijo de Dios. Son los Ojos, la boca, la lengua y el corazón de la Iglesia de Jesús, o mejor dicho, del mis-mo Jesús. Son sus ojos: por ustedes el buen pastor vela continuamente sobre su rebaño; por ustedes lo esclare-ce y lo guía; por ustedes llora las ovejas víctimas del lobo infernal y derrama lágrimas por la muerte de su amigo Lázaro, es decir, sobre los que han muerto por el pecado. Son su boca y su lengua: por ustedes habla a los hombres y sigue anunciando su mismo Evangelio. Son su corazón: por ustedes comunica la vida verdade-ra, la de la gracia en la tierra y la de la gloria en el cie-lo, a los verdaderos miembros de su cuerpo. ¡Cuántas maravillas encierra la dignidad sacerdotal! Los miro y venero como asociados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de la manera más excelsa. Oigo, en efecto, al apóstol que declara a todos los cristianos que ellos han

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sido llamados a entrar en la sociedad de su Hijo Jesu-cristo (1Jn.1-3), pero puedo decir que están llamados a entrar en sociedad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el Padre eterno los asocia con él en la generación inefable de su Hijo y en su divina paterni-dad. En cierta manera, son los padres de su Hijo, pues les da el poder de formarlo y de darle nacimiento en los cristianos. Además los escogió para que sean los pa-dres de sus miembros, que son los fieles, con el encar-go de que actuéis como padres hacia ellos. De manera que son la imagen viva de la paternidad del Padre celestial. ¡Sacerdote, exclama san Agustín, vica-rio de Dios y padre de Cristo! El Hijo de Dios los hace compartir sus más nobles perfecciones y sus acciones más divinas: porque los hace partícipes de su condición de mediador entre Dios y los hombres, de su dignidad de juez soberano del universo, de su nombre y oficio de Salvador del mundo y les da poder de ofrecer con él a su Padre el mismo sacrificio que él le ofreció en la cruz y que le ofrece cada día en nuestros altares, que es la acción más grande y santa que puede realizarse.

(O.C. III, 12. 14-15)

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“¿No fueron, acaso, enviados para formar

a su Hijo Jesús en los corazones?

¿Acaso las funciones eclesiásticas tienen

fin distinto al de formar y hacer nacer a un

Dios en las almas? Tienen, pues, una ma-

ravillosa alianza con las tres Personas

eternas: sois los cooperadores del Todo-

poderoso (1 Cor. 3, 9), cooperadores de

la verdad. ”.

(O.C. III, 16)

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“Son, pues, Jesucristos que viven y caminan

sobre la tierra. Llevan el más bello título del Hijo de Dios que es el nombre

de Jesús, de Salvador: porque lo representan y

ocupan su lugar, ”.

San Juan Eudes

(O.C. III, 17)

Director: P. Álvaro Duarte Torres CJM

Diseño y compilación: Jorge Luis Baquero - Hermes Flórez Pérez