Principio El Perdón

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PRINCIPIO: EL PERDÓN Aunque hemos trabajado este valioso principio en otros años, en esta ocasión el principio se enfocará en la sanidad y libertad que ofrece el perdón cuando no solo vamos a la Presencia de Dios a pedirle que nos perdone, sino que además, recibimos ese perdón para cancelar todo decreto acusador que el enemigo ha querido publicar en el alma y corazón de la persona que ha pecado, con el fin de continuar con el juego del pecado. Pablo dijo: "cuídate de ti mismo" (de tus pensamientos, de las luchas internas...) Cuando el cristiano pide perdón a Dios, pero la acusación de Satanás continúa haciendo efecto en él, es muy probable que vuelva al peligroso ciclo de pecado, porque el enemigo prácticamente le convence con sus dardos de fuego que no es merecedor de la salvadora gracia del Señor, y se siente indigno de llegar ante Su Presencia. Colosenses 2:14 dice: "anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz". La obra redentora de Cristo anula por completo todo proceso de acusación, actas y pruebas que el enemigo pueda tener en nuestra contra. Contra el milagro del perdón, la acusación del diablo no debe tener ningún poder, por eso es de suma importancia que al arrepentirnos de corazón aceptemos no solo el perdón de Dios de nuestros pecados, sino que nos perdonemos también a nosotros mismos, y no permitamos que la acusación de satanás nos haga daño. Debemos, por supuesto, estar conscientes de lo que es el pecado, y que debemos asumir nuestra responsabilidad ante Dios (pues el pecado nace de nuestra propia concupiscencia, según enseña Santiago), pero una vez deseamos ser libres, pedimos perdón al Señor y con base a la Palabra, ese perdón nos debe conducir no solo a abandonar el pecado sino también, el rencor, resentimiento, odio, y cancelar todo argumento que el enemigo intente presentar para llevarnos nuevamente al estado de suciedad espiritual, y de esa forma llegar a considerarnos a nosotros mismo según el pensamiento de Dios, como reyes y sacerdotes, que aunque una vez nos ensuciamos, ahora, por su obra en la cruz, no tenemos nada de qué avergonzarnos, sí cuidamos y atesoramos esa perdón del cielo. Versículo a Memorizar. Colosenses 2:13 "Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados"

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PRINCIPIO: EL PERDÓN

Aunque hemos trabajado este valioso principio en otros años, en esta ocasión el principio se

enfocará en la sanidad y libertad que ofrece el perdón cuando no solo vamos a la Presencia de

Dios a pedirle que nos perdone, sino que además, recibimos ese perdón para cancelar todo

decreto acusador que el enemigo ha querido publicar en el alma y corazón de la persona que ha

pecado, con el fin de continuar con el juego del pecado. Pablo dijo: "cuídate de ti mismo" (de tus

pensamientos, de las luchas internas...)

Cuando el cristiano pide perdón a Dios, pero la acusación de Satanás continúa haciendo efecto en

él, es muy probable que vuelva al peligroso ciclo de pecado, porque el enemigo prácticamente le

convence con sus dardos de fuego que no es merecedor de la salvadora gracia del Señor, y se

siente indigno de llegar ante Su Presencia.

Colosenses 2:14 dice: "anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era

contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz".

La obra redentora de Cristo anula por completo todo proceso de acusación, actas y pruebas que el

enemigo pueda tener en nuestra contra. Contra el milagro del perdón, la acusación del diablo no

debe tener ningún poder, por eso es de suma importancia que al arrepentirnos de corazón

aceptemos no solo el perdón de Dios de nuestros pecados, sino que nos perdonemos también a

nosotros mismos, y no permitamos que la acusación de satanás nos haga daño.

Debemos, por supuesto, estar conscientes de lo que es el pecado, y

que debemos asumir nuestra responsabilidad ante Dios (pues el

pecado nace de nuestra propia concupiscencia, según

enseña Santiago), pero una vez deseamos ser libres, pedimos perdón

al Señor y con base a la Palabra, ese perdón nos debe conducir no solo

a abandonar el pecado sino también, el rencor, resentimiento, odio, y

cancelar todo argumento que el enemigo intente presentar para

llevarnos nuevamente al estado de suciedad espiritual, y de esa forma

llegar a considerarnos a nosotros mismo según el pensamiento de

Dios, como reyes y sacerdotes, que aunque una vez nos ensuciamos,

ahora, por su obra en la cruz, no tenemos nada de qué avergonzarnos,

sí cuidamos y atesoramos esa perdón del cielo.

Versículo a Memorizar. Colosenses 2:13 "Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión

de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados"

Dos casos de pecado con finales muy diferentes

En la Palabra del Señor encontramos muchos casos de hombres que cayeron en pecado y

experimentaron variedad de consecuencias. Para este caso, en el principio del Perdón como medio

de sanidad y libertad espiritual y emocional vamos a tocar dos casos. Uno, el de David después de

su pecado con una mujer casada y el homicidio de su esposo Urías; y un segundo caso, que

también conduce a un homicidio. La traición de Judas. De hecho, ambos casos involucran traición y

homicidio.

El caso de la consecuencia de David lo encontramos en 2 Samuel 12:15-23

12:15 Y Natán se volvió a su casa. Y Jehová hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y

enfermó gravemente.

12:16 Entonces David rogó a Dios por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la noche acostado en

tierra.

12:17 Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a él para hacerlo levantar de la tierra; mas

él no quiso, ni comió con ellos pan.

12:18 Y al séptimo día murió el niño; y temían los siervos de David hacerle saber que el niño había

muerto, diciendo entre sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos, y no quería oír nuestra voz;

¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño ha muerto?

12:19 Mas David, viendo a sus siervos hablar entre sí, entendió que el niño había muerto; por lo

que dijo David a sus siervos: ¿Ha muerto el niño? Y ellos respondieron: Ha muerto.

12:20 Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la

casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió.

12:21 Y le dijeron sus siervos: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y

llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan.

12:22 Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios

tendrá compasión de mí, y vivirá el niño?

12:23 Más ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él,

mas él no volverá a mí.

Es muy reveladora esta historia porque a simple vista nos puede parecer

demasiado pragmática la respuesta de David ante la muerte de su hijo, teniendo en cuenta que tal

suceso termina siendo el resultado de su pecado. Podríamos quizás imaginarlo por mucho tiempo

sufriendo con la terrible culpabilidad de que todo fue producto de su error, y hasta pensaríamos

que le hizo falta más días de duelo y demostración de dolor, pero realmente su respuesta es

asombrosa y aunque practica en esencia, no deja de ser altamente espiritual.

Por el hecho de ser el padre, sus sentimientos estaban bastante confrontados, pero mientras tuvo

esperanza, hizo todo lo que estaba a su alcance para subsanar el error y ver a su hijo totalmente

sano. La respuesta de Dios fue un lamentable "no", pero David supo aceptar la soberanía del

Señor, y después de la muerte del niño, se levanta, cambia sus ropas, se unge y se dedica a adorar

hasta que se encontró lo suficientemente fortalecido para continuar su propósito en Dios.

David supo correr a los pies del que tiene no solo el poder, sino también el infinito amor para

perdonarlo todo, supo recibir ese perdón y aceptarlo para sí mismo, no dejándose sumergir en

la depresión y terror de la culpabilidad.

La terrible y maléfica culpa está interesada en alejarnos cada vez más de

Dios, haciéndonos sentir indignos de su perdón y amor, pero el arrepentimiento genuino producto

del convencer del Espíritu Santo nos lleva apresuradamente a los pies de Cristo, nos lleva a clamar

por el poder de la cruz y su sangre derramada, nos revela la enorme necesidad que tenemos de la

luz cuando hemos caminado en oscuridad.

El segundo caso, es el de Judas, el traidor. En Mateo 27 encontramos el final de este hombre que

caminó tan de cerca al Señor, le escuchó y hasta le sirvió en la tesorería y administración del

dinero del ministerio.

Mateo 27:3-5

27:3 Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido

las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos,

27:4 diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a

nosotros? ¡Allá tú!

27:5 Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó.

Después de entender lo que había hecho, Judas experimenta una clase de arrepentimiento según

nos dice la Palabra en el versículo 3 y reconoce que había pecado (verso 4), pero no podemos decir

que es un arrepentimiento genuino porque su fin no es la reconciliación con el Señor, sino que

termina suicidándose. Este hombre tuvo que sufrir el tormento de haber abandonado y

traicionado al Maestro, pero no es guiado por el Espíritu Santo a un confesar y humillar, sino que

debió ser tomado por espíritus demoníacos de culpabilidad y depresión que le llevaron a pensar

que era tan indigno que jamás sería perdonado.

Aunque podría haber inclinación en ambos casos para sentirse altamente culpables, en cuanto a

David, podemos ver que logra no solo correr ante el Señor y pedir perdón como lo deja clara en

varios de sus Salmos, entre ellos, el 51, sino que también se perdona así mismo. Aunque el niño ya

había crecido y había pasado algún tiempo de la muerte de Urías, y David parecía haber pasado

página, Dios no. Natán confronta al rey con un pecador imaginario, quien es fuertemente

sentenciado por David, sin saber que él había hecho aún peor. Realmente, la sentencia por robar

corderos, era la restitución, no la muerte, pero al sentencia por el adulterio, si era la muerte,

según la ley dada a Moisés.

Dios tiene amplia misericordia de David pero la consecuencia apaga la vida de su hijo. Por eso es

tan diciente esta historia en esta ocasión que tratamos el principio del perdón desde la óptica de

ser libres de la culpabilidad, reconociendo que el amor de Dios y la sangre de Cristo son más

poderosos que cualquier pecado.

No dejemos que espíritus de culpa, como en el caso de Judas nos alejen cada vez más de nuestro

amado Redentor y Salvador. Dios mismo, a través de su Espíritu nos deja sentir la tristeza de

haberle fallado, pero la tristeza y arrepentimiento que viene de parte del Señor siempre nos

llevará, aunque con lágrimas y dolor, al trono de la gracia.

Recibiendo el perdón de Dios seamos libres de toda culpa, y atesoremos ese perdón para no

encontrarnos jugando al cristiano o pisoteando la sangre del Cordero.