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1 16. Q La señora Olga supo que su hijo tiene “ciertas inclinaciones”. Eso le dijeron la psicóloga, la psicopedagoga, la maestra y la directora del colegio primario al que asiste Ariel. Le dispararon un sinfín de justificaciones injustificables, le dijeron que debería cambiarlo de establecimiento. Lloró todo el día porque, aunque lo sospechaba, la sentencia confirmaba lo que siempre intuyó. Al enterarse de lo ocurrido, el profesor Guas tocó la puerta de la familia Q. Es el vecino del departamento C que comparte con el Dr. Vitelo. Olga es una señora sencilla, oriunda de Chilecito, La Rioja, de unos cuarenta y tantos años, pero cuyo rostro denota el paso de su marcado sufrimiento como peona en una fábrica metalúrgica ya inexistente. Olga, con la cordialidad bien arraigada de los que transitan una vida pueblerina, donde el agua de un arroyo es paz y una ventisca trae augurios de cambio, sirve mate dulce, “por la acidez, vio” -remarca- y sin esperar las preguntas que están por venir, pone primera, bien a lo porteño -hace treinta y tantos años que vive en la ciudad- y abre el juego. Estaban todas, las cuatro, todas juntas a la vez y yo no supe qué decir… Lo afirma entre sollozos para tratar de explicar, de explicarse, el porqué. Su hijo tiene apenas doce años. Tiene las características de cualquier niño de su edad. Tiene cierta protección de su padre y su sobre protección, como discurre por ahí. Es que mi esposo tiene miedo que le pase algo. Pasan tantas cosas en la calle que nos da mucho miedo que salga a jugar o a hacer las compras. Pero tiene opciones, me dijo la licenciada Berdaguer. Con el correr de la charla, el profesor descubre que Ariel no tiene amiguitos y sí muchas amiguitas. El Dr. Vitelo se enteró por una infidencia del señor Q -un ser prudente, de buen corazón, introspectivo, pero sin rodeos-, a quien conoce desde los años de militancia en Franja Morada. Le contó lo que pasaba y, aunque para esto no fue

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La historia es tremenda. Un millón de factores. Familia desestructurada, la ignorancia de los padres, las autoridades académicas siempre en su burocracia -y ellos siempre de mierda-, la interminable búsqueda de la causa, el hecho de no querer ver la situación, de obviarla, la gente opinando… y el chico sin nadie quien lo escuche. Me llama poderosamente la atención que Ariel nunca hable. Como todo el alrededor deduzca, plantee, interprete, pero no lo escuche a él. /Neyda Pitt -Editora-.

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16.

Q

La señora Olga supo que su hijo tiene “ciertas inclinaciones”. Eso le dijeron la

psicóloga, la psicopedagoga, la maestra y la directora del colegio primario al que asiste Ariel. Le dispararon un sinfín de justificaciones injustificables, le dijeron que debería cambiarlo de establecimiento. Lloró todo el día porque, aunque lo sospechaba, la sentencia confirmaba lo que siempre intuyó.

Al enterarse de lo ocurrido, el profesor Guas tocó la puerta de la familia Q. Es el vecino del departamento C que comparte con el Dr. Vitelo. Olga es una señora sencilla, oriunda de Chilecito, La Rioja, de unos cuarenta y tantos años, pero cuyo rostro denota el paso de su marcado sufrimiento como peona en una fábrica metalúrgica ya inexistente. Olga, con la cordialidad bien arraigada de los que transitan una vida pueblerina, donde el agua de un arroyo es paz y una ventisca trae augurios de cambio, sirve mate dulce, “por la acidez, vio” -remarca- y sin esperar las preguntas que están por venir, pone primera, bien a lo porteño -hace treinta y tantos años que vive en la ciudad- y abre el juego.

–Estaban todas, las cuatro, todas juntas a la vez y yo no supe qué decir…

Lo afirma entre sollozos para tratar de explicar, de explicarse, el porqué. Su hijo tiene apenas doce años. Tiene las características de cualquier niño de su edad. Tiene cierta protección de su padre y su sobre protección, como discurre por ahí.

–Es que mi esposo tiene miedo que le pase algo. Pasan tantas cosas en la calle que nos da mucho miedo que salga a jugar o a hacer las compras. Pero tiene opciones, me dijo la licenciada Berdaguer.

Con el correr de la charla, el profesor descubre que Ariel no tiene amiguitos y sí muchas amiguitas.

El Dr. Vitelo se enteró por una infidencia del señor Q -un ser prudente, de buen corazón, introspectivo, pero sin rodeos-, a quien conoce desde los años de militancia en Franja Morada. Le contó lo que pasaba y, aunque para esto no fue

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muy directo, le sugirió que la presencia del profesor en su casa podría ayudar a su esposa.

Olga afirma que Ariel habla de sexo poco y nada. Luego lo llama con algunas exclamaciones, que el profesor apacigua para no incomodar al niño. Ariel se presenta, saluda y se excusa por una invitación de la novia de su hermano Javi, para ir al cine. Con ella parece llevarse bien. Es bastante reservado, es alegre, un tanto gordo para su edad, pero eso no lo inquieta, a pesar de las burlas de sus compañeros, que lo apodaron “Gordi” y siempre que hay un partido de fútbol lo convencen para que vaya al arco. “Salvo por los excesos” -así cita su madre- que ella causa en él con el nebulizador, ante un asma que, replica, “ha heredado, como sus tres hermanos”. El profesor le cuenta la anécdota de aquel hombre que luego de visitar a tantos doctores sin ningún resultado, va a visitar a un especialista que le dice -tras extensos análisis- que no tiene nada. El hombre, acompañado por su esposa en cada entrevista, sostiene que no puede ser, que él todos los días luego de trabajar se siente mal. El doctor le dice que vuelva en un mes, que está perfecto, que suspenda todo tipo de medicación y, especialmente, que no consuma carne.

–Moraleja: el hombre sufría de algo relacionado con la carne y su esposa le daba todas las noches carne en la cena. -expresa el profesor.

–Te mantengo enfermo y te controlo. -lanza Olga al vuelo, luego se ríe con cierta complicidad.

Cuando habla de Ariel se nota que fue un niño deseado por ella. Suele decir que el primero llegó de regalo, el segundo por un descuido y el tercero porque sí. Cuenta que su hijo se siente discriminado por sus compañeros de clase, que sabe los motivos, pero que jamás lo pudo compartir con nadie de la familia, para encontrar respuestas, aunque siempre lo supo. Sin embargo, Ariel se animó a compartir su pesar y sus inquietudes con la directora de su escuela.

–La licenciada Berdaguer dice que a un niño hay que decirle que tiene opciones. Que le pueden gustar las mujeres y los varones, que puede elegir. El problema es cuando se suceden diferentes factores que lo tornan irreversible. Que los padres no dialogamos. Eso pasa mucho en casa. Que los padres no lo acompañan, que su gordura pueda ser el factor del rechazo de las chicas, que la protección nuestra, que nunca hablamos de sexo ni del desarrollo sexual de un niño.

Se queda pensativa y reacciona exaltada.

–Ahí está, pero qué tonta…

Sonríe y enjuaga su reflexión con un sorbo de mate. El profesor le dice que le parece bien y valeroso que en el colegio observen a los chicos y dialoguen con los padres de las opciones que un niño puede tomar.

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Olga sostiene que “Ariel es normal. Pero no le gusta el fútbol. Tampoco hace deportes, más que natación”. El profesor Guas señala que si hace natación nada indicaría que su gordura fuera un factor de inhibición.

-Es verdad, tanto no le debe alarmar su gordura porque no tiene vergüenza en desvestirse frente a sus amiguitos. Si lo cargaran no iría y él va gustoso. Su hermano mayor, cuando tenía 13 años, no había desarrollado mucho, con sus pelitos, y no iba por nada del mundo a natación en el colegio. Ariel es distinto. Entonces, yo no me explico.

“Ariel es un niño feliz”, sentencia su padre Salvador, cuando llega de su trabajo con un notorio cansancio. Agarra una medialuna de la mesa y con extrema voracidad toma un mate, traga…

–Nació muchos años después que nuestros otros hijos, quizás por eso lo protegemos tanto. Pero no es para hacerse tanta historia. Si en vez de Olga hubiese ido yo a esa reunión con las maestras, seguro que a mí no me decían nada. No se iban a atrever. No entiendo eso de que tiene que ir a un colegio especial porque es diferente. Tiene 12 años, por Dios, cómo pueden sentenciar así a un niño. Cómo pueden exponerlo perversamente, ¡porque son perversas! Si yo hubiera ido, si hubiera ido, sería otro cantar.

Pero Salvador no fue, “casi nunca va, está muy ocupado con su trabajo”, le susurra Olga al profesor mientras su esposo va a ponerse un poco más cómodo de ropas.

–En realidad, Salvador nunca está.

Unos días después, el profesor se cruzó con Olga. Habló un rato del robo en el chalet de la esquina y aprovechó para preguntarle acerca de la relación entre Ariel y Salvador.

–Muy buena, pero Salvador trabaja todo el día. Se va a las cinco y regresa a las nueve de la noche. Yo siento que no le presta mucha atención al nene, como nunca prestó atención a nuestros otros hijos. Claro que Elvio, Javi y Alan se criaron en la calle… y eran otros tiempos. Yo lo siento ausente. Llega casi siempre con cara de culo, exige silencio para ver la tv, por suerte tenemos cinco televisores. Se recuesta en la cama, mira el noticiero y hasta come en la cama lejos del resto. Jamás una pregunta de cómo le fue a Ariel o a los otros. A veces pienso que es mejor, porque en una cosa soy bastante culpable, Ariel falta de dos a tres veces por semana a la escuela. Salvador nunca pregunta, sospecha, aunque está más pendiente de su queja porque la cena no está a tiempo o porque el baño está ocupado. Le grita al chico si está haciendo los deberes. Le dice que no son horas de hacerlos. Yo soy un poco culpable de esto también, tiene razón en eso. Lo dejo mirar las novelas y todas las noches miramos Gran Hermano. Ariel se ha apegado mucho a mí, sobretodo desde los últimos tres años en los que su padre

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tiene tanto trabajo. Quizás no es lo más saludable para su desarrollo, como me dijo la psicóloga, ni que duerma, cada vez que tiene algo, en nuestra cama. No sé qué hacer. No le encuentro explicación. Para colmo, si Ariel se acuesta con nosotros, Salvador se lleva un colchón a la cocina. Si Ariel es así yo lo voy a querer. Mi marido también. Pero será difícil para él, para el nene, yo sufro por ello, porque siento que será discriminado. Su hermano Alan le dice maricón y puto todo el tiempo. Tiene rasgos un tanto femeninos, pero creo que tienen más que ver con su inocencia que con su carácter. Está ilusionado con cambiarse de colegio. Y bueno, si mi marido no pone alguna objeción, eso espero, lo cambiaremos el año que viene, pero no a esa escuela diferencial que impulsan desde el colegio. Porque Ariel es especial, pero no es raro. También estamos planeando dejarlo irse un mes solo a la casa de mis suegros, en Corrientes. La licenciada nos dijo que eso le va a hacer bien. Salvador no está muy convencido de permitirle realizar el viaje.

El único de los hermanos que compartió algo de lo que pasa con Ariel fue Elvio, el más grande de los Q. Muchas tardes se cruza a la terraza de la casa que comparten el profesor y el doctor para tomar un poco de sol y les ha repetido que su hermano es muy cerrado.

–No te va a contar nada. Hay algo que yo observé un par de veces. Cuando viene un amigo mío, que él considera un tipo fino y estudioso, lo escucha con mucha atención. Incluso le ha soltado un par de veces cosas como que a mi amigo le gustaban las prostitutas o que tenía novio. Muy raro… Lo trató medio de puto. Yo no sé si es para provocarlo o para que él le cuente cosas que le aclaren algo de su confusión. Yo lo encontré en varias ocasiones masturbándose, pero se hizo el tonto y luego no dijo nada. El otro día estábamos con mi amigo y Ari dijo que la maestra le había dicho que a la noche los varones se hacían pis, durmiendo, qué era algo normal. Mi amigo le dijo que no, que eso era polución nocturna, el semen, y todo eso. Ariel miró a mi viejo como para avalar lo que mi amigo le dijo, buscando una autoridad en la materia, y mi viejo le dijo que se lo bancara, que si había preguntado, ahora, se lo bancara. Pero no le aclaró nada, fue mi amigo el que se lo aclaró. A veces presiento que a mi viejo nunca le importamos, como si tuviera otras preocupaciones que atender y, ahora que está más viejo y mañoso, pobre Ariel, tiene que llevar las de perder. Yo lo voy a bancar a muerte y pienso que la gente, ahora, los acepta mejor… a los gays.

Ariel va a terminar el quinto grado. Repitió en dos oportunidades -cuarto y quinto grados- y está apunto de hacerlo otra vez. Las maestras lo ayudan a focalizarse, pero se distrae con frecuencia.

Una vecina que acompañó a Olga a reunión escolar se sinceró con el profesor Guas.

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–En el colegio, su maestra nos atendió en un recreo de cinco minutos solo para decir que Ariel es normal, que es muy infantil, que quizás sus ademanes sean por eso. Que no lo estaban derivando a un colegio diferencial, que es un colegio para repetidores y alumnos con atención especial. Dijeron que no es normal que un niño repita tantas veces en la primaria y que los padres no se presenten en las diferentes reuniones que les dieron para tratar de sostener, entre todos, las necesidades del chico. Dijo que Salvador y Olga siempre ponen excusas para ir y lamentan haber tenido que enfrentar a su mamá solamente. “Al padre casi no le conocemos la cara”, dijo muy suelta de cuerpo la gorda de la directora. Las maestras y psicólogas sostuvieron que, para ellas, era difícil decírselos, pero que es la mejor manera de ayudarlos, que Ariel tiene opciones de elección todavía, y que son sus papás quienes deben acompañar su transformación de la niñez a la adolescencia, hablando con él, preguntándole qué siente, acompañándolo en sus decisiones, que en definitiva son lo que lo harán sentir feliz.

Esa noche, la familia se fue juntando para cenar. Otra vez, la “Gran Ilusión" abriendo sus puertas al zapping. Cabizbajo y notoriamente feliz por haber visto “La invención de Hugo Cabret”, en 3D, saludó al profesor Guas, que estaba hablando con su mamá, puso música en su habitación, mientras se lavaba las manos. La voz de Rachel, la de Kurt, y la de Ariel… Juntas.

Es hora de probar,

desafiando la gravedad.

Creo que voy a tratar,

desafiando la gravedad

y vos no me podrás tirar hacia abajo.

La mesa tenía los platos listos, sin contar a Alan que estaba de viaje para ver el recital de U2 y, como muchas noches, sin Salvador, que estaba muy ocupado en ducharse y recuperar su espíritu exhausto.

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Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin citar al autor.

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