¡qué hacemos con el pasado?-contratiempo

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Colección Tiempos nº3

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  • Ediciones ContratiempoJunio de 2014

    Edicin cientfica de Esther Pascua EchegarayEdicin, correccin y maquetacin de Enrique Garca BallesterosDiseo de la coleccin: ContratiempoDiseo de la portada: Enrique Garca BallesterosLogo de Contratiempo de Alejo Sanz

    Referencia electrnica: AA. VV., Qu hacemos con el pasado? Catorce textos sobre historia y memoria. Ediciones Contratiempo. Puesto en lneael 1 de junio de 2014: .DOI: 10.14610/T0003

  • NDICE

    Presentacin

    MARISA GONZLEZ D E OLEAGA, La tribu desafiada: el pasado es de todos

    JESS IZQUIERDO MARTN , Yo tuve conocimiento histrico: pasado deexpolio, presente de vida

    NOELIA ADNE Z GONZLEZ , Usos polticos del pasado. Las identidades quehacen historia

    PABL O SNCHEZ LEN , Es la historia no la economa! Q u hacemos con el pasado ante la crisis?

    ESTHER PASCUA ECHEGARAY , Una cantera de materiales y una hoja en latormenta: el pasado remoto

    CARLOS AGER O IGLESIA, Qu nos pasa con el pasado? Vctimas yvictimarios. Traumas y memoria del franquismo

    CARA LEVEY , El futuro del pasado: memoria pblica y las polticas dememoria

    FRANOIS GODICHEAU , Interpretar violencias sin separar a la humanidadentre violentos y dialogantes

    SAL MARTNEZ BERMEJO , La enseanza del pasado

    ENRIQUE GARCA BALLESTEROS , Las nuevas tecnologas y el estudio del pasado:educacin, autoridad y criterio en la sociedad informacional

    GERMN LABRADO R MNDEZ , Ascensores en caso de incendio. qu podemoshacer con la literatura del pasado y con el pasado literario?

    MARISA RUIZ TREJO , Qu hacemos con el pasado migrante?

    PATRICIA ARROY O CALDERN, Usos cvic os de la feminizacin del pasado

    EMILIANO ABAD GARCA , La quiebra del museo del pasado: de la exhibicin ala interaccin

    Poscripto: Contratiempo, registro de una historia

  • PRESENTACIN

    When I am asked: How did you approach thehistorical theme in your film; what were yourideas of a historical film; what conception of

    history did you profess? I becomeuncomfortable. I don't want to divide cinema up

    into genres for it has so merged with viewerexperience that, like this experience, it cannot

    be fragmented.Andrei Tarkovsky

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    Hace algo ms de una dcada sucedi algo que, con el tiempo, haprovocado curiosas reverberaciones. La evocacin de su recuerdo puedeser una buena excusa para iniciar este texto.

    En un departamento de historia de una conocida universidad,decidieron invitar a un clebre preboste de las letras espaolas (que ancontina sindolo) para que dictara una conferencia titulada La novelaen la historia, la historia en la novela. Le propusieron hablar deliteratura e historia, y l decidi articular su intervencin bajo ese ttuloque pareca querer abarcar tanto el tema de la novela en la historia comoel del tratamiento que la literatura hace del pasado.

    El conferenciante dio su charla sin constricciones y con grandesenvoltura escnica. Afirm, para sorpresa y hasta conmocin dealgunos de los asistentes, que la funcin social de esta disciplina vendra aser algo as como producir un conocimiento amplio y riguroso acerca delpasado, que la literatura pudiera reelaborar y servir en forma de novela alpblico lector. Por supuesto que esto gener expresiones de asombroentre los profesores de historia del mentado departamento, que a su vezfueron acompaadas por un cierto regodeo entre el resto de los miembros

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    del personal acadmico. Despus de todo, para eso existen las rivalidadesdepartamentales, sin dejar de lado que los actos multitudinarios son unbuen lugar para escenificarlas. Pero el novelista no se ahorr las palabrasy remat que era as como la Historia llegaba al pblico, pues de otromodo, dada la proverbial incapacidad de los historiadores paracomunicar, sera inviable la transmisin del pasado y su acervo deexperiencia. Como decimos, algunos de los miembros del departamentose revolvan en sus sillas pues, al afirmar esto, aquel insigne hombre deletras no vena sino a evidenciar que los historiadores escriben librosaburridsimos, de escasa proyeccin social, de poca relevancia y nadainteresantes, con algunas excepciones ms fciles de encontrar fuera deEspaa que dentro de las fronteras nacionales.

    Este personaje de las letras y los libros dejaba entonces a la historiaen una posicin subsidiaria respecto de la literatura, y afirmaba que soloesta ltima posea verdadera relevancia social. A muchos de los asistentesles pareci una provocacin innecesaria, a otros la estrafalaria ocurrenciade un tipo que, por otra parte, se atreva a cuestionar la utilidad deinstituciones como la universidad basndose en su experiencia personal ya loar el valor de una cultura informal (difundida a travs de la lecturade novelas?) en la educacin en general y en la educacin sobre el pasadoen particular.

    La escena, sin duda, puede suscitar un buen nmero de reflexiones;pero en el contexto de este libro hay unas cuantas que, probablemente,desbordaran los presupuestos con los que sus protagonistas (el literato ysus impremeditados antagonistas, los historiadores) interpretaban yexperimentaban lo sucedido. Qu Historia, qu produccin histrica tenaen mente el escritor cuando aseguraba que, sin la literatura, aquella nuncasaldra de las polvorientas estanteras de las bibliotecas universitarias?Convendra en que la historia no deja de ser una narracin acerca delpasado, como podra serlo la literatura, aunque con sus propios protocolosy dinmicas? Si, como cabra esperar, l entenda que el rigor era lo quediferenciaba la historia de la literatura, qu pensara entonces y qupiensa a da de hoy del modo en que el concepto de rigor se tambalea altiempo que proliferan conocimientos abiertos y de naturaleza colaborativaen el espacio de la cultura digital? Acaso al marchamo de riguroso nohay que aadirle ahora el de socialmente significativo? Y, en caso de seras, no sucede que las fronteras entre literatura e historia se desdibujan,una vez ms, peligrosamente? Alguna vez se pregunt este novelista paraquin se escribe la historia, quin es el pblico lector y cmo afecta esacategora a nuestra nocin de ciudadana y viceversa?

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    Y como fantasear sale a cuenta, particularmente en estos tiempos,podramos preguntarnos tambin: se interrog sobre quin disea lasagendas investigadoras en el campo de la historia, es decir, en qucontextos se decide lo que es relevante y lo que no, lo que se debefinanciar y lo que queda marginado de financiacin? En alguna ocasindeparti con algn amigo o colega de profesin acerca de los criteriospedaggicos y polticos con los que se disean los contenidos educativosen el mbito de la historia? Le preocup en algn momento la relacinde la historia con la memoria? Y las mediaciones que entre ambaspuedan hacerse visibles a travs de lugares de memoria o museos?Se le pas por la cabeza que la historia, entendida como un saber cerradoy de difcil acceso, adems de tener el grave inconveniente y no hayrastro de irona en estas palabras de aburrir hasta a los muertos, nopoda ser sino una aberracin de fcil y peligroso uso poltico? Algunavez se despert nuestro ilustre amigo, baado en sudor y con los ojosfuera de sus rbitas, tras haberle parecido comprender en sueos que lalucha por el pasado es una lucha por definir las temporalidades quejalonan la experiencia humana y que el futuro pertenece a quienes seancapaces de imponer su propia temporalidad al resto?

    Los catorce participantes en la redaccin de este libro, miembros dedos generaciones distintas pero consecutivas, compartimos no soloalgunos proyectos, amistad y discurso, sino tambin una visin de lahistoria y del pasado en las que preguntas como las anteriores poseendistintos niveles de inters, en un rango que ira desde el estn muypresentes hasta el se encuentran en el centro de mis preocupaciones.La conexin entre los catorce autores y los temas que se desarrollan sematerializa en un implcito que no siempre sabemos desvelar. El hecho esque todos nosotros en mayor o menor medida sentimos ciertainsatisfaccin con la historia acadmica en Espaa, cierta necesidad deposicionarnos frente a las tendencias que rigen la disciplina de la historia(su regulacin y su produccin) y, en algunos casos, cierta frustracin porno poder acercar, entre otras, las preguntas que ms arriba formulamos alciudadano comn. Compartimos, quiz, cierto espritu de discrepancia.

    No tena razn el literato al afirmar que la funcin social de lahistoria consiste en producir conocimiento al servicio de la literatura. Yno tena razn porque la historia no es lo que escriben unas personasdedicadas a descubrir qu fue lo que sucedi, sino que se comportacomo un espacio de debate acosado por exigencias acadmicas y socialesno siempre coincidentes, del que emergen interpretaciones del pasado, amenudo, por cierto, discordantes.

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    Y s tena razn el literato cuando expona categrico que loshistoriadores escriben cosas muy aburridas que tienen un recorridolimitado entre el pblico. Los historiadores tienen un inters porcomunicar directamente proporcional al que tienen por discutir en elgora pblica, fuera del estrecho y oscuro espacio de los seminariosuniversitarios. Los historiadores, expertos, se han consolidado comoguardianes del tesoro del pasado y nicos prescriptores y moduladores deldebate que pueda producirse. Y cuentan para ello con el apoyo de otrosexpertos que, de la misma manera, reclaman su propio espacio dehegemona, la exclusividad de alguna otra zona de la vida social quequeda igualmente clausurada a la intervencin del ciudadano.

    Otra escena, esta vez radiofnica: en el contexto en el que se debataen Espaa la ley de Memoria Histrica, un tertuliano habitual de laemisora ms escuchada en nuestro pas, uno de los que se hacaracterizado siempre por defender las posturas ms de izquierdas,afirmaba algo as como que el tema de las fosas, es decir, el tema de lasresponsabilidades en la desaparicin de personas durante la dictadura delgeneral Franco, en suma, el tema del pasado traumtico reciente deEspaa, era competencia de los historiadores, no de los polticos.Podemos anticipar, quiz, que a los interrogantes acerca de entoncespara quin es la historia?, cul es su uso social?, el tertuliano contestara,ciceronianamente, que la historia es maestra de vida y testigo de lostiempos. S, sin duda este tertuliano sera de la opinin de que la historiadebe ayudarnos a no repetir los errores del pasado. Lo que quedmeridianamente claro por sus palabras es que no es, de ningn modo, unlugar para el debate pblico, que los ciudadanos deben permanecer almargen del estudio del pasado porque, tal vez, no poseen las capacidadesnecesarias para acometerlo y porque, quizs, si lo hacen, interfieren en eltrabajo de los historiadores, lo que puede enredar an ms la madeja delpasado... y el pasado, ya se sabe, mejor dejarlo atrs

    Quienes participamos en este libro compartimos un anhelo porsuscitar el inters de los ciudadanos por la cultura histrica, por promoverla toma de conciencia de los distintos colectivos que se mueven (o seestancan) en sociedades complejas como las nuestras sobre cul es supensamiento histrico. Nuestro deseo es entrar con ellos en unacomunicacin que algunos pensamos que sera ms fcil a travs de lasondas radiofnicas o de las webs y que otros, simplemente, tratan depropiciar movindose en espacios de investigacin donde aspiran a hacersu trabajo comportndose no solo como expertos sino tambin comociudadanos.

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    Y sin embargo reconocemos las dificultades que tenemos paraevitar el recurso a un muy peculiar argumento de autoridad que, aveces inadvertidamente, a veces con toda la intencin, empleamos cuandotratamos de adentrarnos en el gora pblica como ciudadanos motivadosque somos, comprometidos y polticamente posicionados tambin ennuestro desempeo como historiadores. Reproducimos la peor de lasenseanzas recibidas cuando escribimos sin tomar en consideracin allector potencial, cuando, por decirlo de un modo condescendiente, nosexcedemos como expertos. Pero, en nuestro descargo, tal vez se podraargumentar que en los pasajes ms densos de algunos de los captulos dellibro, se alojan horas de lectura, lgicamente, pero tambin de reflexin ydilogo en torno a cuestiones que han despertado nuestro inters comoexpertos y s, tambin, nuestro compromiso como ciudadanos. Ambascosas. Puede que ahora sea necesario desbrozar esa reflexin, hacertransparente el dilogo y establecer con qu anclajes ser posible darlecontinuidad. Este libro aspira a ser uno de esos anclajes e,incidentalmente, contribuye a cimentar una comunidad que preexiste conentusiasmo, de un modo difuso pero sorprendentemente operativo, frentea la historia acadmica y por la democratizacin del pasado.

    Hay un trabajo importante por hacer para llegar a la conclusin quetan naturalmente expresa Tarkovski en la cita que inicia este texto: que laexperiencia del pasado est integrada en nuestras sociedadescontemporneas; que, mal que le pese al tertuliano, el pasado no puededejarse atrs. Y hay una pregunta que permanece y que constituye lamarea de fondo de los catorce captulos de este libro: cmo se integra elpasado en nuestra experiencia del presente?

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    Volvamos a nuestra escena de partida, la conferencia del literato. Aquellasituacin despierta una incgnita sobre la que conviene reflexionar. En eldesarrollo del encuentro entre el escritor y los historiadores parece haberun acuerdo implcito que nadie cuestiona, que a nadie sorprende. Lahistoria como relato, la historia contada, las interpretaciones histricasson tiles, y porque lo son tienen que ser transmitidas a los ciudadanos.Este enunciado sera aceptado tanto por los historiadores presentes comopor el dscolo y provocador literato. Nadie cuestiona la pertinencia ynecesidad de la transmisin de ese saber derivado de la narracinhistrica. Como seal Barthes, y otros antes y despus que l, desde

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    siempre nos contamos historias. Historias que hablan de los orgenes yconstruyen pertenencias. Ms bien el desacuerdo aparece en la posicin central, para los historiadores; secundaria para el escritor de ficcindada a las actividades de los profesionales de la historia frente a lacapacidad de circulacin de los relatos novelados. Tal vez, si alguienhubiera propuesto discutir sobre la utilidad de la historia en aquellacharla, hubieran aparecido otros motivos de disenso.

    El relato histrico es importante; pero, para qu? Esta pregunta, dehaber sido formulada en aquella conferencia, hubiera abierto la caja dePandora y no solo hubieran aparecido diferencias entre los acadmicos yel escritor, sino que el aparente consenso de los representantes del gremioante la amenaza externa se hubiera resquebrajado. Para qu sirve lahistoria? Esta pregunta lleva siglos flotando en el aire y con fuerza desdela institucionalizacin de la disciplina. Son muchas las posiblesrespuestas, todas ellas con pretensiones de totalidad, con ganas de ocupartodo el espacio. Es ms o menos evidente que contar lo que pas implicadelimitar lo que es real, lo que merece ser tenido en cuenta. Suponeestablecer jerarquas sobre lo que es importante y lo que no. Por eso elpoder siempre se ha ocupado de tener sus cronistas y relatores. Por esola historia desde arriba, la historia con maysculas, la historia enletras de imprenta ha sido y es un espacio privilegiado para quienestienen el poder, tanto si se trata de los legitimados para hablar en lasculturales orales como de los que financian los medios de comunicacinen nuestro mundo. Pero en este libro no parece que nadie se quiera subira ese carro. Ms bien, los catorce captulos de este trabajo colectivoapuntan en otra direccin, la de la contrahistoria, la historia desdeabajo, esa historia tal vez mal llamada historia en letrasminsculas o historias en plural. Advertimos esto porque, por sialguien todava no se ha dado cuenta, no tenemos ninguna pretensin deimparcialidad. Todo conocimiento est condicionado y el nuestro no loest menos. Desde esta perspectiva, la de una historiografa de resistenciao, como dijimos ms arriba, de discrepancia, es desde la que pensamoseste libro. Y desde esta posicin se han barajado tradicionalmente ciertasfunciones para el relato histrico.

    La ms evidente, aunque no necesariamente la ms trabajada, hasido la relacionada con la construccin de identidades. Segn estafuncin, la historia como relato servira para construir formas deidentificacin individual, familiar, grupal, social, nacional. Si nosatenemos a la pregunta por la identidad quin soy?, quines somos?,quines son ellos? la respuesta siempre es un relato o varios relatos y

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    tambin podran ser relatos variados. Pero, como dice Blas Matamoro, lahistoria es el cuento (Matamoro, 2012: 163). Esto es, lo que nos llega sonlas narraciones de ese pasado sobre las que nosotros tejemos nuevosrelatos, poniendo un poquito de esto, silenciando aquello... Narrativas quede una u otra manera apelan a la genealoga y a la pertenencia. Pocosrelatos incorporan de manera ms acabada estos ingredientes que elrelato histrico. No sabemos si es as en todas las culturas o si ha sido asen todo momento histrico, pero parece bastante extendido que lapregunta por la identidad est ligada a los relatos que hablan del origen yque permiten a cada individuo, a un grupo, a cualquier colectivotrascender su propio presente para situarse como heredero de los que leprecedieron. Por eso, y esto resulta bastante evidente, los movimientossociales cuando aparecen, an antes de constituirse como tales, buscan yrebuscan en el pasado hilos con los que identificarse y legitimar supresente.

    Conocer el pasado nos permite entender el presente y proyectar elfuturo ha sido un lema ampliamente difundido, casi un mantra en lahistoriografa social espaola y, durante dcadas, en la de otros mbitosculturales. Esta segunda funcin, una suerte de semntica temporal,que puede ser complementaria de la primera, ha encontrado msdefensores y, sobre todo, ms trabajadores que la anterior. Tal vez porqueesta funcin no es tan evidente o porque para que esta funcin puedacumplirse se exige una posicin ms consciente, ms deliberada, tanto departe del historiador como del ciudadano. Que los relatos, entre ellos loshistoriogrficos, construyen identidad no parece algo en lo que debamosafanarnos mucho. Esa funcin parece estar en la propia naturaleza delrelato. En todo caso, se discute cul de las identidades en pugna es msverdadera de acuerdo con los hechos histricos. Pero que el relato sirvapara domesticar el azar, para acorralar la incertidumbre o para trazarpuentes sobre la discontinuidad parece otro cantar. Aqu s parece quetenemos que arremangarnos y buscar en el pasado esas lneas que lleganal presente y ver cmo trenzarlas para sostenernos en el futuro.

    Marx, porfiado como era, le daba la vuelta a este lema diciendo queera el presente el que explicaba el pasado, o, en sus palabras, el hombre elque explicaba al mono... y tena razn: el mono podra haber acabadosiendo muchas otras cosas, las derivas contenidas en su condicinoriginaria eran muchas; pero sali hombre, todas las otras posibilidadesse quedaron en el camino. Sea como fuere, en esta segunda funcinsubyace una cierta idea de ingeniera sociolgica, como si eseconocimiento de lo que fue nos permitiera entender cmo funciona lo que

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    es, los engranajes del cambio, y ese control nos habilitara para conducirnuestro futuro hacia el ideal (sea cul sea esa meta). No en vano,metforas como mecanismos y procesos son comunes y muy utilizadas alhablar de esta forma de entender el cometido de la historia. Habra algoas como una realidad, formada por elementos grandes y pequeos que,de conocerlos, nos permitiran como en el caso de una mquinareforzar o alterar su funcionamiento. No obstante, para que esteenunciado tenga sentido, hay que creer en algn tipo de estabilidadtemporal de la realidad (lo que no deja de ser una cuestin complicada desostener para un historiador) o, por decirlo de otra manera, en larepeticin de los acontecimientos. Tal vez se trate de la reiteracin degrandes procesos, como las revoluciones, o de algunos microelementos,como la deslegitimacin o el descontento, por poner ejemplos, queaparecen en todos los fenmenos as considerados. De esa manera, loshistoriadores seran mecnicos sociales.

    Si conocemos el pasado, podemos operar sobre el presente yconducirlo hacia el futuro deseado. Es una propuesta muy tentadora, nocabe duda. Pero este mandato sobre el cometido de la historia ha ido nopocas veces acompaado de una especie de corolario, de amplsimadifusin, y que se presenta como la consecuencia, o una de lasconsecuencias, que pueden tener lugar si el mandato es desobedecido.Hacemos aqu referencia a la frase los pueblos que no conocen suhistoria estn condenados a repetirla. Atribuida al filsofo GeorgeSantayana (1905-1906: 85), y tambin a otros autores desde laAntigedad hasta nuestros das, este aforismo abunda en la importanciadel saber histrico y advierte del peligro de su desconocimiento onegacin.

    Tanto en el primer caso, el de la historiografa identificante, como enel de este ltimo, el de la ingeniera historiogrfica, existe un acuerdosobre la relacin entre el pasado y el presente. El pasado legitima elpresente. Los debates sobre la pertinencia de las identidades de gnero olas identidades nacionales estn plagados de esta idea implcita. Laverdad est en el pasado y su conocimiento y desvelamiento nos permitedefender nuestra posicin o nuestras posiciones presentes y futuras. Msan, en algunos de esos debates las opciones de los sujetos en el presenteson, o as se pretende mostrar, meras consecuencias de esas verdadespasadas, desresponsabilizando a los sujetos de sus decisiones, que, comotales, siempre se toman en contextos de incertidumbre; como si sepretendiera erradicar dicha incertidumbre, condicin inexcusable decualquier decisin, pasando la pelota a un pasado que habla en muchas

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    lenguas pero que cada quien intenta convencerse y convencernos de quela suya es la verdadera. Hay como un survival, tal vez un resto de esemundo centrado en la divinidad que la modernidad pretendi erradicar.Pero ahora la divinidad habla en pasado.

    Retomando esta segunda funcin, la de la ingeniera historiogrfica,queremos proponer otra lectura del lema conocer el pasado, paracomprender el presente y proyectarse a futuro y de ese corolario deautora mltiple, segn el cual los pueblos (tambin se podra decir losindividuos y los grupos) que no conozcan (o recuerden) su historia estncondenados a repetirla. Y con esta otra lectura inaugurar otro camino,otro posible itinerario para el destino de nuestro quehacer y para latransmisin de este saber. Algunos rasgos de esta bsqueda se pueden very seguir en varios de los captulos de este libro, que conviven, friccionan,se entrelazan con otras propuestas en un ejercicio plural y polifnico.Qu significa conocer el pasado? Cmo podramos interpretar eseobjetivo? Tal vez conocer signifique saber lo que pas, establecer unacrnica de los acontecimientos relevantes, desde las preocupaciones delpresente, que tuvieron lugar. O conocer el pasado sea recrear las variadasinterpretaciones que entonces y ahora se dan sobre lo acontecido,sabiendo que no puede haber cierre definitivo al curso de la experiencia.Porque el pasado no est constituido solo de hechos, como sabe cualquieraprendiz de historiador. Si as fuera no habra grandes disputas. El pasadoson tambin las experiencias de los que lo vivieron y las experiencias delos que recibieron sus mltiples relatos y las reinterpretaciones que unosy otros siguen haciendo a lo largo de toda su vida. Pero conocer elpasado no podra ser, tambin, reconocer eso que se resiste al relato,eso que no puede ser encajado en el flujo de la experiencia y que por ellovuelve una y otra vez, con distintas modalidades, en distintos escenariospero empujado por un mismo impulso? Nos referimos a lo traumtico, aesos acontecimientos que irrumpen de manera inesperada, que no puedenser incorporados en la experiencia de los individuos, de los grupos o de lascomunidades y que quedan en la sombra, sin palabras ante tantaferocidad. Una discontinuidad que hace que todo pierda sentido.

    Generalmente, cuando se habla de trauma, de lo traumtico, en elcampo de la historiografa, se piensa en las grandes catstrofes colectivas.Pero si lo traumtico se define por su resistencia a ser incorporado a laexperiencia, por su rebelda ante el relato, cuntos acontecimientospodran ser incluidos en esta categora? No deberan estar loshistoriadores atentos a esos cogulos que no pueden ser simbolizados?No sera tambin funcin de la historia de los historiadores contribuir

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    con sus relatos, con sus mltiples narraciones a poner palabras ante tantaherida? No sera tambin su cometido ofrecer paisajes sobre los querecuperar trozos de la propia historia? No me refiero a relatos que tapenla herida sino a esa clase de relatos productivos que colisionan connuestra memoria muda y nos permite recuperar narraciones all dondeantes solo haba silencio. No estaramos, de esta manera, desplazando, eleje de la verdad del pasado a la responsabilidad del presente? As, conocerel pasado adquirira otra dimensin, ayudara a marcar otros itinerariosen presente y solo as, con las cuentas ms o menos saldadas, el futuroparecera ms luminoso. El mandato nos dice que hay que conocer,porque desconocer o negar el pasado nos obliga a repetirlo.Habitualmente, se ha interpretado este corolario de forma literal, si nosabemos por qu fracasamos en un proceso revolucionario lucharemos aciegas y con muchas probabilidades de repetir la experiencia. Pero si unode los cometidos de los historiadores es registrar lo que se resiste a serdicho, tal vez, la repeticin de la que hablaba Santayana sea otra. Lo quese repite es eso que no puede ser simbolizado, que escapa al lenguaje, queevita ser reconocido y que, por ello, vuelve de distintas maneras peroinsistentemente. Las funciones de la historiografa se podran ver, as,ampliadas a la teraputica del relato; no para decir lo que fue o paraconfirmar lo que es sino para inaugurar lo que podr ser.

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    La palabra mira entonces hacia delante, acompaada por un incansablegesto de buena fe y un pasado que no deja de moverse y ponerse a prueba.Pero la cuestin est lejos de ser sencilla. Las preguntas continanapilndose y empiezan a marearnos un poco: de qu pasado viene estoque se repite? Cmo armar y transmitir un relato sobre el que a vecesnada podemos decir, sobre el que al parecer no hay nada que descifrar?Entre el relato y su misterio, el pasado se mantiene inconcluso y hastaalgo desdibujado, pero no podemos dejar de lado que es tambin aqudonde la palabra queda atada al futuro, a la accin como alternativa ypunto de ruptura, a la posibilidad siempre abierta de hacer algo con esoque llega desde atrs.

    Probablemente, Lvi-Strauss no haya tenido nada de esto en menteal estudiar a los nambikwara o pasar sus das en la selva amaznica, peropodemos leer su trabajo desde nuestras propias preocupaciones, desde uninters disonante por aquello que vendr. Para el ya fallecido antroplogo,

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    el lenguaje no pudo ir adquiriendo sentido poco a poco, gradualmente,sino que el sentido de las cosas que alguna vez habitaron nuestro mundotiene que haber surgido de forma abrupta, casi repentina (Lvi-Strauss enHomi Bhabha, The location of Culture 1994). Es cierto que este tipo dereflexiones no pueden estar ms alejadas de nuestras inquietudescotidianas y del anlisis de procesos histricos ms urgentes. Mencionarpor estos das a Lvi-Strauss parece ser algo, a fin de cuentas, irrelevante;sin embargo, hay algo en esa especie de vocabulario mtico al que recurreel autor que nos pone frente a un momento que se vuelve inaccesible,como si ni siquiera tuviera lugar en algn sitio o tiempo que podamosalcanzar aplicando un mtodo o una tcnica de investigacin. Esto es loque aqu nos interesa, ya que es en este de repente que marca laaparicin del sentido y del mundo donde las palabras tambin puedenperderse o, al menos, puede sucederles algo bastante similar.

    Quien haya tenido la oportunidad de pasar su adolescencia en uncolegio latinoamericano, es probable que, en algn momento, tuviera queleer Crnica de una muerte anunciada. Para esquivar cualquier ansiedaddel lector, Santiago Nasar no hace ms que levantarse por la maana parallegar al final del da simplemente muerto. Sabemos todo esto sin pasar dela primera pgina. Ese es el destino final que Garca Mrquez eligi parasu desafortunado protagonista. A Santiago no lo mat una palabra sueltao la falta de sentido, pero una palabra oportuna pudo haberle evitado undesenlace tan desagradable.

    ngela Vicario deba mantener su virginidad impoluta hasta sunoche de bodas, pero esto no fue as. La tradicin familiar, la moral de lapoca y una buena dosis de hipocresa hicieron que el primer nombre enempezar a circular por las calles del lugar fuera el de Santiago Nasar. Locurioso, lo moderno y trgico de aquel da en la vida de ese pueblo es queno faltaron ocasiones ni emisarios. El libro est lleno de buenasintenciones y vecinos sin miedo para quienes toda la situacin y lainminente muerte del joven no era ms que un gran y absurdo error. Endefinitiva, la mala suerte de Santiago, llammoslo as, es que la palabraque poda haber salvado su vida no dejaba de faltar a su lugar, no dejabade presentarse siempre demasiado tarde, en algn otro sitio o en algunapgina del futuro. Uno lee y relee la novela tratando de encontrar en cadapunto y en alguna que otra frase una mnima posibilidad de que elprotagonista se salvara de su muerte, de que pudiera finalmente escaparsede los hermanos Vicario y sus cuchillos. La posibilidad de que SantiagoNasar tome conocimiento de lo que est por sucederle es tan clara yreiterada que se vuelve insuficiente. No basta para que el joven muchacho

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    regrese vivo a su casa. En este sentido, ms que una novela sobre elhonor, el destino, la mala suerte o un asesinato entre tantos, Crnica deuna muerte anunciada es un buen ensayo sobre lo inoportuno y locotidiano, sobre cmo, a fin de cuentas, las palabras tambin puedenperderse. A orillas del ro y en ese pueblo en el que Nasar camin todo unda ms que muerto, la palabra perdida y siempre a destiempo adopta unaforma concreta, la forma de un rumor.

    Movmonos un poco en el mapa Como en tantas otras regiones, enel subcontinente indio, las comunidades de Bengala y Pradesh supieronencontrar en el rumor mucho ms que una prctica cotidiana e informalde comunicacin. En comunidades donde muchas veces las flautas y lostambores tomaban el lugar de la palabra hablada, la transmisin de lalucha y el valor de la insurgencia se mezclaban a diario con aquellasprcticas comunitarias asociadas al trabajo, a la produccin de alimentoso a algo tan frecuente como el lavado de la ropa. Salvo para unos pocosafortunados (para nosotros, claro), leer y escribir era una cosa totalmenteajena a su mundo, por lo que las personas llegaban incluso a asignarnuevos y cambiantes significados a esos signos que nosotros conocemoscomo letras del abecedario (cf. Sujetos Subalternos, de Saurabh Dube,2001). En definitiva, si bien no faltaron medios para alentar latransmisin de la insurgencia contra las prcticas coloniales y suscomplicidades locales, el uso informal de la palabra suelta siempre ocupun lugar central en las dinmicas rebeldes del subcontinente asitico.

    El rumor adquira por aquel entonces una dimensin material que notodos estaban en condiciones de identificar y menos an de reconocer supotencial subversivo. Ranajit Guha, en The Prose of Counter-Insurgency, de 1983, nos ensea esta particularidad de la mano delchapati, un pan caracterstico de la regin, elaborado sin levadura conharina de trigo y un poco de agua tibia. El chapati no haca ms quecircular y circular dentro de las villas, protagonizando sucesos yenseando palabras, pero tambin mostrndonos a su paso los rasgospolticos y sociales ms distintivos de la India colonial. Durante buenaparte de los siglos XIX y XX, la gente de aquellas latitudes envolvacuidadosamente cada una de sus palabras en un mensaje secreto quedeba desparramarse por las villas, donde un destinatario comn yconocido se encargaba de ponerlo en movimiento junto a una verdadcolectiva tan marginal como necesaria. Poco ms saban los habitantes dela zona, solo esperaban la llegada de un mensajero que entregaba elchapati al lder de la aldea, quien a su vez estaba encargado de garantizarque al da siguiente el pan siguiera su camino hacia la comunidad vecina.

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    As es como la gente no tard en comprender que deban estarpreparados, que deban estar constantemente a la espera de algo o dealguien, sin llegar nunca a saber qu mensaje acompaara a cada pan niqu deban hacer con l cuando lo recibieran.

    As, aunque al principio la palabra segua el ritmo marcado por untrozo de comida y su itinerante visita por los pueblos, la fuerte improntaoral de las sociedades indias imprima en cada mensaje una velocidad yuna expansin realmente asombrosas (rizomtica sera el trmino quemuchos utilizaran hoy en da). No tardaba en llegar de algn sitio y yaapareca por bares, de puerta en puerta, en bazares, por zonas de trabajocomunitario y se colaba por las callejuelas. El rumor era, claramente, unaexpresin popular, lo que no quiere decir que haya sido enteramentetransparente o menos selectivo, y en esto mucho tiene que ver el carcterannimo que la palabra suelta lleva consigo. Aqu es donde no debemosconfundirnos, esta atencin prestada al habla no descansa en elmencionado analfabetismo de buena parte de las castas y de la poblacinde la India, sino que se sustenta en la tradicin y en la autoridad de lo quese oye, de eso que se conoce como sruti (Guha, cit. supra, 1983). De ahque el rumor salga siempre de la boca, de ah que insistamos en este y noen el chapati, cuya circulacin estaba rodeada de tantos mitos y creenciasque desorientaban casi por igual a insurgentes, administradorescoloniales y britnicos de primera lnea.

    El rumor se mueve entonces no solo a partir de ciertas tensionessociales, como es el caso de la experiencia colonial o la defensa del honory el desafo a la ley de los hermanos Vicario, sino que logra mantener allmite esos impulsos y sentimientos populares que movilizan a la gente,que desencadenan cosas tan reales y cotidianas como futuras y ancladasen la imaginacin. Aqu es donde el rumor pone sobre la mesa elproblema de la accin, de cmo poder participar activamente en unproceso colectivo marcado por la necesidad de cambio, de tener quemover alguna que otra ficha del tablero. Si el rumor viene y va, sube y bajasin que nadie sepa bien desde dnde o hacia dnde, el mensaje que llevase vuelve casi mtico, como el comentario del propio Lvi-Strauss, como siestuviera fuera de nuestro tiempo, de lo que nosotros hacemos o de losactores y grupos a los que les solemos adjudicar las cosas que pasan.

    Si bien en la India la palabra vaca se hizo carne en la revuelta, Guhanunca dej de ver este inconveniente y de desconfiar del vocabularioreligioso de la lucha campesina. La cosa es muy diferente para el propioSantiago Nasar, quien no es sino una vctima ms de esta suerte detrampa que el rumor lleva all por donde va. Los vecinos y amigos

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  • Qu hacemos con el pasado?

    dispuestos a evitar su muerte intentan avisarle, pero continuamentequedan atrapados en un contratiempo o en la simple creencia de que supalabra est de ms, que todo est dicho, que Santiago, o al menos sufamilia, estaban desde esa misma maana pendientes de cada uno de losmovimientos de los futuros asesinos. Al igual que en la India y sudimensin religiosa, las personas de aquel pueblo colombiano tambinparecan estar dominados por las circunstancias. Mientras que el rumorno haca ms que circular, la capacidad de accin individual y colectiva deesos vecinos desapareca a pasos agigantados.como si alguien tuvieraque morir s o s esa misma noche. Todo fracasa. Una carta de advertenciase desliza debajo de la puerta del joven Nasar, pero este nunca llega aleerla. A diferencia de aquellos campesinos de la India que le cambiabanel sentido a las letras e inventaban sus propios significados, en el puebloamericano la palabra escrita no sirvi de nada. Este es otro truco delrumor, el cual parece no tener memoria, no se archiva ni se lleva unregistro, no tiene ni un emisor ni un receptor final al que se le pueda ir atocar el timbre o ponerle nombre y apellido. El rumor solo se repite; encada ejercicio de repeticin uno lo disfraza a su manera y quien lo escuchatambin lo hace de un modo distinto, haciendo que cada uno de nosotrosencuentre su propio sentido en eso que nos pasa, poniendo todo aquelloque se dice en dilogo con las propias certezas, experiencias ydiscontinuidades.

    Claro que hay mucho de improvisacin en todo esto, de recortar yagregarle lneas al mensaje, de ir cambiando el tono y dando alguna que otravuelta de tuerca. En este sentido, en Bengala o en las calles de Colombia, lapalabra oral juega con los estereotipos de quienes participan en eseintercambio y solo funciona porque es optimista con ese mensaje del quenunca parece existir un original o un propsito claro. El rumor nos salvaaqu de otro problema, el de caminar siempre bajo el paraguas de loverdadero, el de buscar en aulas y libros un conocimiento sobre el pasadoque d en el blanco, que descifre al milmetro lo que la gente piensa, lo quelos sujetos, los campesinos o las clases creen que deberan hacer o dejar delado. La palabra perdida no podra estar aqu ms fuera de foco si el rumortiene algo de lo que preocuparse, es de ir de boca en boca, de ir generandonuevas lecturas e interpretaciones, sin llegar nunca a preguntarse por elsabor del chapati o por qu Santiago Nasar muere sin saberlo.

    El relato histrico empieza aqu a tocar algunas campanas, el rumorempieza as a ser mucho ms que aquello que se dice. Si el relato y el rumorvan ms all de la simple circulacin de la palabra, es porque uno comopersona tiene, al menos por unos instantes, algo entre manos, algo que la

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    suerte (y eso que solemos llamar contingencia) hace pasar por nosotros.Tanto el xito parcial de la revuelta india durante el siglo XIX como el pobredestino del joven Santiago Nasar tienen entonces muchas ms cosas quecontarnos. Uno tiene que decidir dar un paso adelante y luego tambinpoder llegar a darlo, y esto va tanto para el vecino como para el ciudadanocontemporneo, el lector y los historiadores. Este libro, al menos en unabuena parte, responde a muchas de estas particularidades, apela a unrumor que crea realidad y a otro que nunca se anima a nombrarla, juegaentre un relato que se vuelve transgresor y otro que se mantiene oculto,totalmente intil y destartalado. A fin de cuentas, QU HACEMOS CON ELPASADO? tambin puede leerse desde algn lugar de ese pueblo colombiano,como si quienes nos sentamos a escribirlo hubiramos vivido en lasmismas calles que el propio Santiago Nasar, como si todava siguiramossiendo parte de uno, varios y ms rumores que andan dando vueltas porah.

    Entre literatos provocadores, relatos atravesados y rumores algo fuerade control, este libro no es sino una respuesta tentativa a una preguntaabierta y cambiante sobre la historia, su lugar en la sociedad y sus usos.Cada uno de los autores entendi esta propuesta como pudo y quiso, comocrea que deba contribuir desde su propio criterio a eso que empez aaparecer en correos electrnicos y en algunas charlas salteadas cara a cara.Recibimos un primer borrador y volvimos a la lectura, se sealaronproblemas generales y coyunturas polticas, se discutieron algunos hiloscomunes y ciertas distancias conceptuales que podramos haber acortado.Siempre quedar algo que agregar sobre si este libro llega en un momentoadecuado o no, en todo caso, que usted est leyendo estas pginas ya dicemucho en nuestro favor, a usted le toca decidir sobre el resto...

    Entre captulos y correos, reuniones virtuales y la aparicin de nuevostextos, nos fuimos aventurando sobre las posibles recepciones y tambinoptamos, no sin ciertas reticencias, por dibujar un lmite. Al igual que lossucesivos intentos de impedir la venganza de los hermanos Vicario, muchasveces los textos nunca llegan a pulirse del todo y hasta el debate se muestrainsuficiente. Pero esto no tiene por qu ser un contrapunto o una falta eneste trabajo colectivo, ms bien es una invitacin a que el lector se anime ahacer lo mismo, a que, como suele decirse, se lo curre. Si, al igual que elrelato, este libro tiene mucho de recortar, agregar, reorganizar y seguirrevolviendo, aqu el lector tambin puede dar un paso adelante y acercarsea los distintos captulos con su mejor sentido crtico, dando lugar a nuevoscontratiempos que no siempre pueden resolverse o dejarse a un costado.Los captulos y esta introduccin no solo fueron escritos de esta manera,

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  • Qu hacemos con el pasado?

    sino que insistimos en que el libro mismo puede ser ledo desde esa palabrasuelta que circula entre esquinas y bazares de Pradesh y Colombia, desdeun intento de hacer del relato histrico una prctica colectiva deelaboracin que no deja de sumar tertulianos y preguntas que vuelven delpasado. En definitiva, como escritores y lectores de nuestros propios textostambin nos encontramos con que cada captulo tiene mucho sentido ypoco, con que cada fragmento dialoga con un texto vecino que llega conciertas tensiones que no hacen sino mantener el rumor en movimiento,como si fueran partes del mismo pueblo y sus vecinos, como quien cocinaun chapati sin nunca poder anticipar hacia dnde va o qu palabrasviajarn a su lado.

    Noelia Adnez Gonzlez, Marisa Gonzlez deOleaga y Emiliano Abad Garca

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  • LA TRIBU DESAFIADA: EL PASADO ES DE TODOSMarisa Gonzlez de Oleaga

    Una escena

    A las ocho en punto de la maana, con el sol asomando por el costado delPalacio de Santa Cruz, los investigadores hacen fila a la puerta delministerio. Se los reconoce por las carpetas azules que llevan, esascarpetas de cartn con dos gomas blancas que sujetan los extremos.Conversan animados y nerviosos mientras, muchos de ellos, fuman uncigarrillo. En cuanto se abre la puerta lateral, esa que da al archivo delministerio, los investigadores van pasando y mostrando su credencial albedel, que tiene cara de sueo y de pocos amigos. Antes de bajar lasescaleras que conducen al depsito tienen que pasar por la sala deconsulta, una habitacin enorme tapizada de ficheros a la que llega pocaluz a pesar de los enormes ventanales. All, mientras las dos funcionariasencargadas de atender a los visitantes hablan por telfono o conversananimadas saboreando un caf, los investigadores deben hacer antesalapara hablar con la directora. A veces, la espera es corta y entretenida;otras, mortalmente tediosa. Todo depende del inters de la jefa en laconversacin que mantiene con el investigador.

    Una vez en su despacho, la archivera escruta, por encima de susanteojos, al recin llegado, le pregunta por su tema de investigacin, sulugar de procedencia, su adscripcin institucional y otras preguntasmenores algo maliciosas, con la precisin, el rigor y la vocacin de uncomisario poltico de otra poca. Una vez satisfecha su curiosidad llama asu secretaria para que le alcance las fichas correspondientes al perodo yal pas que trabaja el investigador. En ese tiempo muerto de duracinvariable prosigue con el interrogatorio que parece destinado a reconoceren el visitante a un posible y potencial jaranero y alborotador. Con lasfichas encima de su mesa, la funcionaria se las coloca debajo de los pechosy va cantando con voz cansina, montona y nasal los ttulos, como si se

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  • Qu hacemos con el pasado?

    tratara de los temas de un concurso oposicin o los premios de una rifa deferia: Relaciones econmicas: acuerdos para la venta de trigoargentino; Visita de funcionario del ministerio de salud para la comprade material quirrgico; Del embajador al ministro de exteriores. Porencima de los anteojos sigue examinando al visitante que tomapacientemente nota del nmero de legajo y expediente.

    Cada tanto, como si se tratara de un mensaje en cdigo morse o delos silencios de una meloda, la directora hace una pausa, se salta unaficha mientras seala: esta no, al tiempo que hace un gestocaracterstico con la cabeza como reafirmando doblemente la negativa acompartir el secreto que guarda la cartulina. Si al investigador se le ocurrepreguntar por la censura de los contenidos o hace alusin a esos silenciosen la disponibilidad de los expedientes la archivera contesta con una fraserotunda: usted que se cree, que cualquiera puede venir aqu y consultarlos fondos a voluntad. De nada sirve apelar a la ley, argumentar que losdocumentos pedidos estn fuera de cualquier clusula protectora de laintimidad de los vivos y de los muertos. Todo intento es vano, todademanda es rechazada. No, en ese archivo no puede entrar cualquiera

    Una reflexin

    Estoy segura de que la escena que acabo de describir les resultar familiara muchos. Estoy convencida de que este tipo de situaciones siguenproducindose en no pocos archivos y bibliotecas, e incluso en otrasinstituciones pblicas contemporneas. Ms an, s que no debe de haberhistoriador profesional que no haya vivido, al menos en el mundohispanohablante, trances parecidos. Ya entonces, en la poca a la quepertenecen los hechos descritos, nos preguntbamos el porqu de estaconcepcin patrimonial y corporativa del saber por parte de aquellosencargados de custodiarlo y transmitirlo, y buscbamos razones que anhoy, casi tres dcadas ms tarde, me siguen pareciendo pertinentes.

    Por un lado, barajbamos razones coyunturales: la reciente aperturade los archivos, la escasa o nula profesionalizacin de los encargados; porotro, apelbamos a motivos de ms calado. Decamos que en un pas comoEspaa (o en los pases latinoamericanos) la falta de tradicin y culturademocrticas deban haber influido en esta tendencia apropiadora de losbienes pblicos. En el gesto de la archivera de la escena precedente se dejaver la profunda desconfianza hacia la ciudadana, incluso hacia un sectorde la ciudadana, los investigadores, entrenados para el trabajo con esos

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    materiales pblicos. Un recelo o una suspicacia hacia el mal uso que losciudadanos podan hacer de los documentos de las institucionescolectivas, que no era sino una consecuencia ms de la concepcin polticatotalitaria arraigada durante dcadas en este pas. Ms an, creamosentonces que el dficit democrtico haba impedido la aparicin y elarraigo de la idea de servicio pblico a la comunidad. A efectos prcticos ycon independencia de lo que dijera la norma que regulaba el acceso a losfondos documentales, el archivo era propiedad de la archivera que, porotra parte, no pecaba de exceso de celo (vista la situacin desastrosa en laque se encontraban los ndices de remisin del material) sino de unaconcepcin corporativista de la funcin pblica.

    Desgraciadamente, esta actitud o concepcin que tiende a considerarcomo propio de un gremio, de un estamento o de una corporacin lo quees de todos no afecta solo a los archiveros o a los bibliotecarios.Situaciones parecidas, con acentos o matices diferentes, las podemosencontrar en otras instituciones: por ejemplo, en los hospitales y en lasescuelas. Quin no ha padecido al maestro insufrible que confunde laparte con el todo y cree que sus conocimientos pedaggicos lo conviertenen el nico protagonista de las polticas educativas o al mdico sobradoque no se reconoce como depositario y transmisor de un saber sino comoel legtimo propietario de la salud pblica? Todo pareciera indicar queesta tendencia a la expropiacin de lo pblico es un registro,antidemocrtico o predemocrtico, que amenaza nuestra convivencia ycontra el que hay que luchar. Un registro o resabio que afecta, segnacabamos de ver, a los archiveros, a los maestros y mdicos, y tambin alos historiadores. Cmo entender si no el desdn con el que muchasveces este gremio atiende los testimonios de los protagonistas, de losaficionados o de los no iniciados? Cmo comprender laincomprensin de los historiadores ante la necesidad de convivencia dedistintos relatos sobre un mismo fenmeno? Cmo interpretar si no esaalergia que los historiadores sienten por esos otros relatos, los de laexperiencia, eso que llamamos memoria? Cmo explicar esecomportamiento paradjico de los historiadores profesionales que, por unlado, proclaman la historicidad (y relatividad) de toda idea y discurso, suvnculo a un contexto, y, por otro, discuten apelando a la verdad, como sisu propia produccin estuviera exenta de ese sesgo?

    Tal vez, y a riesgo de ser considerada redundante, convendrarecordar que en las sociedades de masas, esas que se organizan a escalanacional, se hace necesaria una divisin del trabajo. Hay gente que sededica a fabricar zapatos, otros trabajan la tierra y algunos aprenden

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  • Qu hacemos con el pasado?

    tcnicas (en ocasiones muy complejas) que ayudan a curar enfermedades(o lo que nosotros entendemos por enfermedad). En estas sociedades haygrupos, pagados por todos, que se encargan de realizar las tareas queafectan al conjunto de los ciudadanos, por ejemplo: formar a las jvenesgeneraciones o escribir relatos sobre acontecimientos del pasado de esacomunidad o de otras. Pero esta divisin necesaria de las tareas, estadelegacin de saberes, propia de una sociedad compuesta por millones dehabitantes, no debe confundirse con la apropiacin de ese saber o con lalegitimidad exclusiva de sus productores. Ni los archivos son de losarchiveros ni los hospitales de los mdicos ni las escuelas de los maestrosni la historia de los historiadores

    Una eleccin

    Los historiadores no son dueos de la historia, aunque a veces secomporten como tales. Aquellos a quienes la sociedad ha encomendadocrear o recrear determinados saberes son, nada ms y nada menos, quedelegados, no propietarios, sometidos a las variadas demandas colectivas,cada vez ms diversas en esta sociedad pluricultural en la que nos hatocado vivir. Para poder cumplir con esa misin pblica los relatos de loshistoriadores han de ser diversos entre s y diferentes de otros relatos. Sihan de canalizar las demandas de distintos grupos de la poblacin, nopueden pretender articular o consensuar un nico discurso sobre loacontecido. Por fuerza deben existir distintos discursos que permitan a losdistintos grupos sociales reconocerse en esos relatos histricos yconstituirse como sujetos. La subjetividad, en el doble sentido de lapalabra, como agencia y vnculo a distintos poderes, exige deidentificaciones diacrnicas y sincrnicas para constituirse, y el relato, losrelatos histricos, son fuente de identificacin.

    No puede haber democracia sin participacin, no puede haberparticipacin sin sujetos, no puede haber sujetos sin identificacin, nopuede haber identificacin sin relatos (histricos, entre otros); pero esosrelatos han de ser, por fuerza, variados, como variada es la subjetividadhumana. Diversos dentro del gremio y diferentes de otras narraciones,obligados a convivir con otros relatos. No son los historiadores los quesistemticamente sealan la provisionalidad, esto es, la historicidad, decualquier idea, relato o discurso? No se aplica al suyo propio, a losdiscursos historiogrficos, ese mismo sesgo? El relato histrico tal ycomo lo conocemos con su cuota de causalidad, temporalidad y agencia

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    no es una invencin moderna? Por qu confundir, entonces, unaconvencin (la que liga documento a historia) propia de las sociedadescon escritura con la posibilidad de tener historia? Acaso la oralidad (nosolo la de las sociedades sin escritura sino tambin la de los grupos decultura oral en las sociedades desarrolladas) no tiene sus propiasconvenciones para generar relato histrico? No son rehenes, loshistoriadores, de sus propias convenciones? Nuestra forma de relatar esfuncional a la sociedad en la que vivimos (y no elegimos) y que, enmuchos casos, est lejos del modelo al que aspiramos. Por qu noaceptar otros relatos, otras formas de entender el pasado, el tiempo y a lossujetos?

    No se trata, como tantas veces se ha dicho, de que bajo esta frmularelativista todo vale, sino de que no solo vale una cosa. Pretendermantener un nico discurso histrico, buscar el consenso sobre loacontecido o denunciar como poco cientficos otros discursos sobre elpasado es un ejercicio antidemocrtico. Se trata de decir bien alto que lopropio no es lo bueno en trminos universales sino solo una de lasposibilidades, siempre sometida a escrutinio, a crtica, a revisin. En unmundo globalizado como el nuestro, con la amenaza de borrar todadiferencia por un lado y con la de exaltar toda la que pueda serpotencialmente comercializable por otro, es bsico mantener lasdiferentes formas de entender el pasado (y el presente) y esa variedad noes un peligro sino un ejercicio democrtico. Lo que s es antidemocrtico,un resabio de otros tiempos, es querer imponer un nico relato, una nicavisin de la historia, una nica manera de entender la produccin derelatos histricos, porque no se trata de crear una nica versin de lahistoria que propicie la convivencia sino de abandonar esa posibilidad,de reconocer su imposibilidad, para aprender a convivir con variadasversiones del pasado. Y este nuevo ejercicio implica un movimiento ticofundamental (y doloroso): desplazar la verdad del pasado (las cosasfueron as) a la responsabilidad de los sujetos en el presente (as lasvemos y debemos responder por ello). Relatos variados que sernevaluados de acuerdo con los cnones o las convenciones bajo las que hansido producidos; esto es, no se puede evaluar el relato oral con lospresupuestos de la historiografa, de igual forma que no se puede escrutarla memoria bajo los presupuestos de la historia acadmica. Pero hay queenfatizar que no hay nada definitivo ni superior ni mejor en esta ltima.La historiografa profesional es solo una modalidad de relato vinculada auna convencin, no una verdad revelada. De igual forma que losciudadanos en democracia debemos vivir en equilibrio inestable, bajo el

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  • Qu hacemos con el pasado?

    juego de las hegemonas, tambin nuestras formas de entender el mundo,el pasado y nuestra propia posicin han de hacerlo, han de mantener eseequilibrio siempre pendiente de un hilo, siempre sujeto a crtica yrevisin.

    Un objetivo

    As, el objetivo de los historiadores dejara de ser esa bsqueda del SantoGrial para empezar a pensar en otros cometidos. Uno de ellos podra sercrear relatos a travs de los indicios, registros o documentos quecontribuyan a desnaturalizar, a mantenernos alerta contra laspretensiones de versiones definitivas. Cuando uno se da cuenta de que nopuede haber verdad ltima y no la busca, agudiza la escucha, se vuelvesensible al verdadero dilogo, busca la aportacin del otro, para poderconstruir algo que no estaba antes del encuentro, que es producto de esecruce de caminos. La diferencia, eso que el otro trae, es interpelado y nosinterpela, y en ese juego se generan nuevos consensos, nuevasarticulaciones. Ese encuentro nos permite ver lo propio desde otro lugar,desnaturalizarlo y, gracias a ese movimiento, comprobar que otroscaminos son posibles. Ser hospitalario con la alteridad no significa entraren el marasmo de la indeterminacin sino solo reconocer eso que yasabemos. Ante la diferencia, ante eso otro que ni siquiera sospechamos, lopropio (las concepciones, ideas) se mueve de lugar, se recoloca, entra endilogo, a veces fecundo, con eso que lleg sin ser anunciado.

    Hace tiempo, en La Paz, recib la visita de don Ignacio, un cacique dela etnia mosetn que viva en un enclave en la selva, en la confluencia delro Beni con el Quiquibey. Meses antes, yo haba ido a su comunidad yhaba tomado fotos de la fiesta del 6 de agosto en la que l, como jefe,tena un papel protagnico. En nuestro segundo encuentro, le mostr unode los retratos que le haba tomado. Era un primer plano de medio cuerpocon el pelo un poco revuelto despus de horas de baile y chicha. Al verlo,me pregunt: Quin es este con ese pelo e cndor? A lo que yorespond: Es usted, don Ignacio. No sin picarda y cierta coquetera medej con esta frase: No pensars que yo entro en ese pedazo de papel?Efectivamente, la idea que tena don Ignacio de su persona era mscompleja que esa representacin a la que yo quera condenarlo. En esedilogo improvisado, l vio por primera vez su imagen en un papel y yopude intuir lo lejos que esto estaba de la concepcin que l tena de smismo. Pero este cruce de diferencias, la aparicin de dos percepciones

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    tan distintas ante una imagen, no supuso una amenaza sino ms bien unaadvertencia, un aviso sobre la enorme riqueza del imaginario humano,sobre el variado capital simblico de nuestra especie.

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  • YO TUVE CONOCIMIENTO HISTRICO: PASADO DEEXPOLIO, PRESENTE DE VIDAJess Izquierdo Martn

    Debi de suceder en alguna de las manifestaciones cvicas que tuvieronlugar durante el ao 2012. Como en otros momentos de expresin delmalestar ante el agravamiento de la gran catstrofe que ha abatido elmundo desde la segunda mitad de la dcada inicial del siglo XXI, losciudadanos nos reunimos en el centro de Madrid, echndole imaginacina los escritos de nuestras pancartas y camisetas o a los eslganes que secantaban o voceaban. Fue entonces cuando me top por vez primera conuna camiseta en cuyo frente se dibujaba el logo de uno de los sitios webms populares de la historia: YouTube; pero, resignificndolo al hacerloparte de un enunciado que atraa la atencin del observador: Una vez YoTuve derechos sociales y laborales.

    De ese encuentro con el uso del tiempo surgen las reflexiones quesiguen sobre la memoria y la historia, ya no solo porque quien diseaquella camiseta haba trazado una lnea muy explcita entre el pasado yel presente sino porque tal delimitacin animaba la pregunta que seoculta tras todo pensamiento histrico, a saber: qu ha ocurrido aqucuando se supone que todo estaba atado y bien atado? La cuestin sugiereque el autor de la camiseta trataba de explicar aquello que ya no poda darpor descontado, pero tambin presupone un cierto replanteamiento sobrequin deba tener la autoridad para emprender dicha explicacin. Comome sugirieron algunos de quienes iban embutidos en tal mensaje, elhistoriador profesional no tena que ser el nico portavoz autorizado paratrabajar sobre el pasado; ms bien, esta actividad deba corresponder atodo ciudadano dispuesto a embarcare en la tarea.

    El caso es que, al menos a m, la contestacin ciudadana me parecibien representativa de esos momentos de rebelin en los que, comoafirmara Walter Benjamin, brilla la chispa de la esperanza; de unmomento revolucionario en el que los ciudadanos estaban reivindicando

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  • Qu hacemos con el pasado?

    su autoridad para conocer histricamente, identificando adems elmomento del expolio, de la derrota (momentnea) en la que aquelconocimiento haba cado en manos de los expertos de la modernidad: loshistoriadores. Y es que por qu no podramos imaginar una camiseta queportara el lema Una vez yo tuve conocimiento histrico; esto es, unartefacto esttico que expresara que en algn momento dispusimos de laautoridad para reflexionar en las goras pblicas sobre el pasado y que,siendo as, podramos recuperarlo?

    Puestos a imaginar, podramos figurarnos colectivamente elpotencial de un artefacto esttico as, de un lema que nos indujera apensar sobre la prdida colectiva de dicha autoridad, sobre el momento enel que las afirmaciones del ciudadano comn sobre el pasado seconvirtieron en meras opiniones al tiempo que las que enunciabanprofesionales y expertos adquiran el elevado estatus de conocimiento...imaginarnos como ciudadanos dispuestos a reflexionar sobre una historiaque se nos suele contar como una sucesin ineludible de etapasestablecidas por una supuesta ley natural del progreso que,indefectiblemente, conlleva unos costes sociales y polticos que debemosasumir so pena de detener nuestra evolucin hacia un futuro de constantesuperacin del pasado... o pensarnos dialogando sobre el ayer sin estarobsesionados con la imprevisibilidad de la historia, imprevisibilidad bajola cual se han cobijado algunos de los responsables de la catstrofe queasola nuestras sociedades aduciendo que, por no estar pronosticada, lacrisis es producto de la contingencia, resultado de una historia que sedesenvuelve sin condiciones objetivas. Es ms, podramos pensar en elpasado como un lugar donde buscar adems soluciones sin que ellosuponga la repeticin del pretrito sino su mera actualizacin: nosfiguraramos entonces reabriendo la historia que se pretende consumadapara inspirarnos en el pensamiento emancipador acumulado en lasnumerosas utopas que constituyen nuestro patrimonio cultural.

    Por qu no aventurar una interpretacin de la catstrofe presenteque vaya en direccin contraria a lo previsible o que supere su meracontingencia? Por imaginar, que no quede, aunque solo sea porque as losciudadanos podramos dedicar parte de nuestro tiempo a tratar de darrespuesta a tanta irresponsabilidad. Quiz convenga retrotraernos alnacimiento de la historiografa profesional, parida a partir de unapaulatina y todava inacabada secularizacin de un relato sagradodonde el devenir de los acontecimientos adquira sentido a partir de sunarracin redentora, mesinica. Segn dicha interpretacin, el discurrirde los acontecimientos dibujaba una suerte de espiral, con un principio

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    el Gnesis y un final el Apocalipsis, en torno a la cual el cristianogiraba, intentando acercarse al momento previo al Pecado Original con elfin de recuperar la virtud necesaria para desvelar los designios divinos yprepararse adecuadamente para el advenimiento del Juicio Final: laansiada conclusin de la Historia. No era esta la temporalidad de laAntigedad, caracterizada por la circularidad y repeticin de los eventoshistricos, pues ni la muerte ni la resurreccin de Jesucristo eran hechosrepetibles. Sin embargo, el relato permita incorporar la vieja ideaciceroniana segn la cual la historia es maestra de vida, por cuanto elpasado se consideraba un repositorio de hechos ejemplares que debanservir de gua para que los actores presentes propiciaran la deseadallegada del Reino de Dios.

    Esta gestin de devenir que fue la historia sagrada (o la historia de laIglesia) dio sentido a muchos de los acontecimientos que experimentamoslos europeos durante siglos; no obstante, otros sucesos como las guerrasde religin iniciadas en el siglo XVI, el descubrimiento de Amrica a finalesde la dcada precedente, la revolucin cientfica del siglo XVII o lasrevoluciones liberales del siglo XIX fueron desestabilizando el relatosagrado hasta el punto de quedar relativamente invalidado para hacerfrente al devenir. La historia sagrada apareci entonces ante los europeoscomo un mero relato construido por telogos que dejaba desamparados alos ciudadanos necesitados de un nuevo sentido de la historia. Bien podraser esta una interpretacin aceptable del contexto histrico en el quenaci la historia profesional tal y como hoy la conocemos. Su caldoprimigenio fueron las distintas filosofas de la historia que venan asustituir a los relatos bblicos; aquellas narraciones universales aparecidasa finales del siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX que se congratulaban dehaber descubierto los fines inmanentes de la historia, tales como elprogreso infinito, la emancipacin de la humanidad o el dominio pleno dela naturaleza. Y, desde aquel momento, el conocimiento del pasado pudoser disciplinado, dibujndose las fronteras simblicas en las que quedaronincluidos aquellos que, por conocer adecuadamente el mtodo histrico,tenan la autoridad para contar pblicamente lo acontecido.

    Una vez definidos los fines y desarrollado el mtodo, loshistoriadores profesionales podan dedicarse a la grave tarea de rastrearlas regularidades que confirmaran el sentido secular de la historia. Setrataba de ratificar, cientficamente, que los acontecimientos observadosse desenvolvan por los derroteros enunciados en las filosofas histricas yde construir, de forma simultnea, una memoria pblica a partir de larecoleccin cronolgicamente ordenada de experiencias virtuosas o

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  • Qu hacemos con el pasado?

    reprobables que los ciudadanos deban emular o evitar si pretendanrecibir el juicio positivo de la historia.

    A finales del siglo XIX, por tanto, los europeos nos habamosconvertido en ciudadanos supuestamente protegidos contra lacontingencia, pero a costa de experimentar un autntico expolio: el delconocimiento popular sobre el pasado. Nunca antes el saber popular,encerrado en distintas memorias personales y colectivas, fuedesacreditado hasta el extremo de ser calificado de una mera opinin sinfundamentacin documental que no poda parangonarse con elconocimiento experto basado en el mtodo cientfico. El Estado*, adiferencia de la Iglesia, s logr penetrar en una sociedad a la queconsideraba un artificio humano digno de ser manipulado, enarbolando labandera de la educacin del pueblo. Escuelas y universidades seconvirtieron en autnticos templos, al tiempo que desacreditaban lasgoras y plazas donde antao se relataban otras historias.

    A partir de entonces, la figuracin literaria fue desterrada delconocimiento histrico tras ser calificada como un engaoso artificio de laimaginacin que no permita escuchar lo que decan los documentos,nicos baluartes de la objetividad histrica. Por su parte, los relatos de lamemoria fueron despreciados por contaminar la historia con recuerdosmaleables y subjetivos. Y como conclusin, el pasado devino en un objetode estudio del que solo caba una nica y definitiva verdad, una memoriaoficial a la que haba que converger a travs de la compilacin de unnmero creciente de datos y de un mtodo cada vez ms riguroso, lo queen la prctica implic la desautorizacin de formas alternativas de saberhistrico y el rechazo de controversias pblicas no avaladas por laacademia.

    Con todo, los acontecimientos que se han sucedido durante el sigloXX y los albores de la centuria siguiente han puesto de manifiesto ladebilidad de los pilares en los que se levant el conocimiento experto y,consiguientemente, la ilegitimidad con la que la ciencia histricadesacredit otras formas de saber sobre el pasado. La violencia inaudita

    * NOTA DEL CORRECTOR: en esta obra coral se han seguido las normas de edicin y correccin msaceptadas por los profesionales de la lengua con el nimo de unificar la ortotipografa detodos los textos. Sin embargo, no todos los autores coinciden con los criterios de correccin.Son particularmente problemticas aqu algunas maysculas iniciales para, por ejemplo, loscasos de Estado, Rey, Transicin... Se ha optado por la mayscula inicial para diferenciarinstituciones o formas de organizacin poltica de otras acepciones y as evitar confusiones yfacilitar la fluidez del discurso, pero algunos de los participantes, como Germn Labrador yPablo Snchez Len, consideran que esta diferenciacin solo contribuye a hacer msaceptables unas ficciones siniestras, pues la modernidad decidi escribir con letras capitaleslos nombres de sus dioses canbales. Quede constancia de estas discrepancias que tambincontribuyen a varios de los discursos presentes en esta obra e incrementan su valor.

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    de las dos guerras mundiales, los crmenes sin parangn perpetrados enlos campos de exterminio nazis o en los gulags soviticos, las catstrofestecnolgicas como la de Chernbil o Fukushima, las crisis econmicascomo la de la dcada de 1930, son acontecimientos que han desdicho lospronsticos de las filosofas de la historia europeas del siglo XIX. Como lesocurriera a nuestros antepasados, los acontecimientos han impugnadoaquellas historias seculares que nos hablaban de la ineludibleemancipacin de los grupos oprimidos, del triunfo indiscutible deinstituciones econmicas y polticas perfectas como el mercado o elEstado, o de la capacidad infinita de los humanos para domesticar lanaturaleza. Al igual que la historia sagrada, las filosofas de la historiatambin han revelado su carcter ilusorio.

    La hecatombe sociopoltica que ahora mismo asola nuestro pas, conuna violencia de perfil bajo pero constante procedente del Mercado y delEstado, es un acontecimiento entre otros muchos de los que hancontribuido a desacreditar los pronsticos que estuvieron en vigordurante dcadas. Sin embargo, ante la ruptura de lo cotidiano queconlleva el creciente despojo de los derechos ciudadanos logrados trasdcadas de movilizacin popular, los historiadores no parecen bienpertrechados para dar sentido a lo sucedido y a hacer frente a susconsecuencias.

    Ahora bien, hoy en da no se trata de combatir un expolio con otro desentido opuesto, despojando a los historiadores profesionales de losmritos que les corresponden. Entre otros, haber elaborado herramientasheursticas y hermenuticas para criticar las fuentes o haber desarrolladodentro de la disciplina algunas metarreflexiones crticas acerca de supropio quehacer. En todo caso, lo que la presente situacin ha puestosobre la mesa es la debilidad del trabajo de la historia emprendido a partirdel tardofranquismo y el posfranquismo, y que consisti en crear unadeterminada representacin del pasado que durante algn tiempo sirvi,empleando los trminos de Maurice Halbwachs, de marco social en elcual tienen lugar los procesos particulares de la memoria. Aquellarepresentacin del pasado fue la Transicin como proceso modlico demodernizacin/redencin, una representacin que, hoy por hoy, parecehaber perdido su sedimentacin sociohistrica, dejando al descubierto elsesgo potico que tambin define el trabajo histrico, el carcterfantstico que debera suponerse en la escritura de la historia.

    De nuevo, por tanto, el devenir de los acontecimientos los de estosltimos siete aos han desacreditado el sentido de la historia que se noscont desde el final de la dictadura y ha puesto de relieve la endeblez de

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    los pronsticos que aquella narracin incorporaba. Y el derrumbe de talnarrativa ha abierto un proceso extremadamente fluido de construccinde memorias personales e intersubjetivas que no encuentran todava unmarco social para el recuerdo de lo sucedido, entre otras razones, porquela mayora de los historiadores siguen ensimismados con el relato picode la Transicin que ellos mismos contribuyeron a crear junto con otroscientficos sociales y con otros sectores de la sociedad como partidospolticos y medios de comunicacin y cobijados bajo un corporativismocientificista en el que impera la irresponsabilidad de lo dicho o escrito.

    Nuestra sociedad est dando muestras de un pluralismo suficientecomo para no aceptar una tutela historiogrfica semejante a la quepadecieron los espaoles aos atrs. Contamos con demasiadasexperiencias sobre el carcter temporal y divergente de lasinterpretaciones sobre un determinado hecho como para confiar en elviejo papel que antes asumieron los historiadores, cuya legitimidad seasent en la quimera de que era posible alcanzar la verdad histrica ypronosticar as el futuro. Si estamos en un momento de explosinpluralista, los historiadores tambin deberan asumir que quienesencarnan ese momento previo a la historia que es la memoria es decir,los ciudadanos tienen la autoridad y el derecho a participar en laconstruccin de tal marco, un marco donde la comunidad d sentido a losacontecimientos y construya determinados fines histricos.

    Si de lo que se trata es de construir sentido para el pasado orehacer fines para la historia, entonces cabra repensar la funcin delhistoriador dentro de la comunidad como una suerte de intelectualdesaprisionador de las identidades naturalizadas, una suerte deorquestador que nos impida caer en un ineludible camino de leyesinmanentes o en un itinerario imprevisible que d cobijo a losresponsables de la actual crisis. Hay que recuperar la idea de lahistoriografa como potica creativa cuyos relatos, marginales a la idea detrascendencia, desestabilicen las maneras instituidas de estar en elmundo que nos han conducido a la actual catstrofe. Es una forma deasumir, sin negar el ncleo irreductible que huye del clculo deprobabilidad, la presencia de tradiciones o regularidades de la praxishumana sobre las que conviene reflexionar para desacreditar aquellas quehan tenido que ver con el desastre de nuestros das.

    Reconocer el devenir de las identidades y los valores no supone,necesariamente, cruzarse de brazos y dejar que se los lleve el tiempo; estambin un aliciente para la responsabilidad cvica, pues activa la defensade aquello que consideramos importante por cuanto es precario.

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    Conseguiramos, adems, establecer un verdadero dilogo con el otro alreconocer que ninguna de las partes posee una verdad extrahumana.Gestionar el pasado, no tanto como el lugar donde anclar identidades queacaban naturalizndose sino como un sitio que nos remita a latemporalidad de toda identidad, es una forma entre otras de incentivaruna convivencia ms dialogante, un tipo de comunidad para la cual launidad ya no es elemento fundacional y donde el pasado se convierte enconocimiento para la vida.

    Algunos pensaran que esta apertura al dilogo sobre el pasadoequivale a una invitacin al todo vale; a la construccin de una verdadhistrica por consenso que nos condenara a repetir situaciones extremasy violentas del tipo guerra civil espaola si los ciudadanos entrasen enel reservado juego de la historia. Pues bien, quiz haya llegado elmomento de recordarles ahora que tanto hablamos de la memoria queel dilogo no es consenso ni comn acuerdo, sino diversidad de puntos devista que se manifiestan para que otros los comprendan y entren a su vezen discusiones. En suma, reordenar las condiciones para el dilogo entreciudadanos interesados en el pasado es una responsabilidad ineludible delos historiadores en una sociedad donde los ciudadanos puedan alejarsede los relatos ineludibles o las narrativas simplemente contingentes paraabrirse paso a formas precarias de habitar un mundo para la vida.

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  • USOS POLTICOS DEL PASADO: LAS IDENTIDADES QUEHACEN HISTORIANoelia Adnez Gonzlez

    And why is this hypothesisnever discussed? Because

    it is not in the story; it onlycreates the story

    Persephone the Wanderer, Louise Glck

    En nuestros das existe unanimidad en torno a la idea de que laobjetividad en el conocimiento es inalcanzable. Sin embargo, ms omenos inadvertidamente, se sigue intentando producir unconocimiento en el campo de la historia lo ms cercano posible a laobjetividad, en la presuncin de que se est ms cerca de la objetividadcuanto ms alejado de la teora. Esta aversin por la teora no es sino lasubversin de lo que la historia fue en su origen, un relato filosficoms. Adicionalmente, implica varias cosas: que los individuos actande modo completamente autnomo; que las palabras significanexactamente lo que nombran; y que existe una naturaleza y unaexperiencia fuera del mbito de la poltica, de la filosofa y de la teorao, lo que es lo mismo, de la subjetividad, de las identidades. Unaexperiencia que se puede narrar, precisamente, objetivndola.

    Sin embargo, las identidades, que condensan experienciassubjetivas otorgndoles visibilidad y sentido social, cumplen unafuncin de hacedoras de historias destinadas a justificar y conferiraliento a sus propias existencias. Dicho de otro modo, las identidadesno son nicamente los sujetos de las historias que protagonizan sino lasverdaderas artfices de los distintos relatos que se proponen acerca delpasado. Veamos cmo.

    Al sobrevenir lo que convencionalmente llamamos la modernidadoccidental, en ese escenario profundamente denso en el argot de los

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  • Qu hacemos con el pasado?

    historiadores en acontecimientos y procesos del paso del siglo XVIII alXIX, la historia dej de ser percibida como la voluntad o en el peor de loscasos la excrecencia de un designio divino, para convertirse en unartefacto tpicamente moderno, es decir, un relato sometido aespeculacin. Las distintas filosofas de la historia que acompaaron elproceso de instalacin de la modernidad, seleccionaron ysimultneamente definieron el sujeto de la historia acerca de la quepretendan especular. Sobre las caractersticas de este relato, su alcance,su composicin, su sentido, tuvieron mucho que decir escritores comoVoltaire, Kant, Fichte, Herder, Schegel y, por supuesto, Hegel.

    Esta historia nacida en un contexto de progresiva secularizacin delos saberes y de las instituciones, que reivindicaba desde su mismoorigen unos modos de hacer a la manera de la ciencia, pona demanifiesto su vocacin poltica, dado su propsito de instituirse comoun conocimiento relevante en el proceso de definir y establecer lasreglas del juego en el espacio poltico de la modernidad y, poraadidura, atribuir visibilidad y protagonismo a ciertas identidades endetrimento de otras, puesto que al tiempo que se contaba la historia deciertos sujetos, se anclaban, claro est, las identidadescontemporneas.

    Y es que, si acercamos algo ms la lente, observamos cmo tanto elmarxismo como el liberalismo como, en general, todo ese conjunto dediscursos nacidos al calor del cientifismo ilustrado de finales del sigloXVIII y sus varias filosofas de la historia desarrolladas en el curso delXIX, sealaron a un actor o unos actores protagonistas de un relatodestinado a cuestionar o validar el orden existente a partir de unavisin universalista y omnicomprensiva de lo humano. La historiaestaba desde entonces destinada a cumplir con la importante misin deotorgar significado al orden social.

    De hecho, en adelante, hacer inteligible el orden social y hacerlointeligible en un sentido histrico (de manera que el relato transcurradesde el pasado hasta el presente gracias a una idea occidental del tiempo,cargada de un sentido cultural muy concreto) vendran a ser la misma cosa.Y es que, en efecto, la historia acontece, de acuerdo con estas filosofasmodernas de la historia, sobre la trama del tiempo, y bajo el supuesto deque esa trama es lineal y unvoca, desde cualquier punto de vista, neutral.Y as la historia puede ser contada como si los acontecimientos sehilvanaran gracias a la causalidad, como si se sucedieran desde el origen delos tiempos hasta arribar a las costas de un presente que solo de este modopodemos reconocer, comprender y aceptar.

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  • Catorce textos sobre historia y memoria

    Como consecuencia de la centralidad que esa nocin neutral deltiempo adquiere en la historia que se escribe desde entonces, elconocimiento histrico estar destinado a proporcionar perspectiva, no adeterminar el sentido de la accin. El sentido de la accin poltica, en esteesquema, viene determinado por otro artefacto tpicamente moderno, lasideologas, que poseen una mayor capacidad de interpelacin, en igualmedida porque resultan controvertibles y porque aspiran a diagnosticarlos males sociales y a recetar las curas que deben aplicarse parasubsanarlos. Es decir, la historia, como magistra vitae, debe proporcionarlos ejemplos que orientan la accin, pero nicamente dicindonos lo queno debemos hacer (los errores que no debemos volver a cometer). Endefinitiva, la historia pas a ser el reemplazo secular para quienes habandejado de creer en dios o en la providencia, y comenz a escribirse parajustificar un presente, un ahora, que constitua el resultado necesario, elnico posible, de lo precedente. Desde el presente, las ideologaspropondran acciones de futuro, a la historia corresponda apuntalar lo yaexistente o proporcionar argumentos para proceder a su transformacin.

    Vista la historia de ese modo, como perspectiva que desembocaba enteleologa, vino a conferir a las vidas humanas una direccin (como yaantes haba hecho la historia sacra) que las liber, de algn modo, de laresponsabilidad de elegir. Al tiempo que la historia se converta enperspectiva, y de un modo solo en apariencia contradictorio, lasidentidades aquilataban el espacio de la eleccin humana, el locussociolgico en el que, de hecho, el individuo vera desarrollarse el dramade sus afectos, expectativas y angustias polticas. Las identidadescolectivas nacieron, para el liberalismo utpico promotor del proyectocultural de la modernidad, del descenso a los infiernos de una libertadimaginada, intencionadamente, como una abstraccin, como una utopahabitada por individuos atomizados y orgullosos de su existir en unestado de progreso permanente, y de la constatacin de que la historiacumpla una funcin, ms all de la premisa de la prescripcin, queatribua significado al presente proveyendo de identidad y reconocimientoa sujetos colectivos que llegaban a la vida cuando, acerca de ellos, habauna historia que contar.

    Si para el marxismo el sujeto de la historia era la clase trabajadora opara el liberalismo, el individuo, otros discursos pretendieron cuestionaro quiz, simplemente, dotar de una nueva fisonoma a estos sujetos. Losnacionalismos lograron en el curso del siglo XIX hacer pasar a la nacincomo principal valedor de la modernidad poltica y cultural, conviviendoen ocasiones de manera armnica con el liberalismo ms individualista.

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