Querer, saber y poder participar

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1 antígona procesos participativos | Lucrecia Olivari Es habitual que en los sistemas democráticos actuales los ciudadanos y ciudadanas queden relegados a un rol pasivo en la vida política, limitándose (en el mejor de los casos) a votar una serie de representantes en quienes delegan las decisiones que afectan a su entorno. Esta escasa implicación hace que se sientan cada vez más lejos de la vida política y de las instituciones. Comienzan a darse, al mismo tiempo, una serie de procesos que facilitan, potencian y demandan la instauración de otro tipo de dinámicas: técnicos y políticos que conocen cada vez más y mejor el ámbito local en el que desarrollan su actividad, y ciudadanos cada vez mejor preparados e informados que buscan una oportunidad para sentirse corresponsables de la vida pública. En los últimos años se han puesto en marcha innumerables iniciativas de participación, tanto desde ámbitos institucionales como asociativos o ciudadanos. En muchas de estas iniciativas, la participación se limita a proporcionar información al ciudadano (Oficina de atención ciudadana, Web institucional, revistas, propaganda…). En otros casos, se avanza un paso más, incorporando mecanismos consultivos más o menos innovadores que permiten recoger la opinión de los ciudadanos sobre diferentes temáticas (encuestas, web interactiva, referéndums…). Un tercer tipo de experiencias apuestan por una participación activa, incorporando mecanismos ya sea deliberativos (jurados ciudadanos, encuestas deliberativas,…) o implicativos (Planes comunitarios, Presupuestos Participativos,…). Estos mecanismos pueden utilizarse de manera única, o combinarse como diferentes instancias de un proceso más amplio y continuado en el tiempo. Cada uno tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y su utilización depende de la situación contextual en la que pretenda ser utilizado y de los objetivos que se persigan. A su vez, en cada una de estas experiencias, subyacen diferentes concepciones de participación que toman cuerpo en el tipo de proceso que se pone en marcha. Desde nuestro punto de vista, cualquier proceso de participación activa debe afrontar una serie de desafíos que se pueden traducir en tres grandes preguntasguía: La forma en que se vayan respondiendo y conjugando estas tres grandes preguntasguía dará como resultado un proceso con unas características propias y específicas. Más allá de las LOS PROCESOS PARTICIPATIVOS: algunas preguntas que orientan y definen sus límites y potencialidades CÓMO se inicia el proceso QUIÉNES participan PARA QUÉ se realiza un proceso participativo

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Texto publicado en “Pla d’acció integral del Solsonés. Volum 1”. Vilaseca Puigpelat, M; Mateu Martínez, A; Planell Aymerich, R. . Associació l’Arada, 2009. Apuntes metodológicos.

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Es  habitual  que  en  los  sistemas  democráticos  actuales  los  ciudadanos  y  ciudadanas  queden relegados a un rol pasivo en la vida política, limitándose (en el mejor de los casos) a votar una serie  de  representantes  en  quienes  delegan  las  decisiones  que  afectan  a  su  entorno.  Esta escasa  implicación  hace  que  se  sientan  cada  vez  más  lejos  de  la  vida  política  y  de  las instituciones. 

Comienzan  a  darse,  al  mismo  tiempo,  una  serie  de  procesos  que  facilitan,  potencian  y demandan la instauración de otro tipo de dinámicas: técnicos y políticos que conocen cada vez más y mejor el ámbito  local en el que desarrollan su actividad, y ciudadanos cada vez mejor preparados e informados que buscan una oportunidad para sentirse corresponsables de la vida pública. 

En  los últimos años se han puesto en marcha  innumerables  iniciativas de participación, tanto desde ámbitos institucionales como asociativos o ciudadanos. En muchas de estas iniciativas, la participación se limita a proporcionar información al ciudadano (Oficina de atención ciudadana, Web  institucional,  revistas,  propaganda…).  En  otros  casos,  se  avanza  un  paso  más, incorporando  mecanismos  consultivos  más  o  menos  innovadores  que  permiten  recoger  la opinión  de  los  ciudadanos  sobre  diferentes  temáticas  (encuestas,  web  interactiva, referéndums…).  Un  tercer  tipo  de  experiencias  apuestan  por  una  participación  activa, incorporando mecanismos ya sea deliberativos (jurados ciudadanos, encuestas deliberativas,…) o implicativos (Planes comunitarios, Presupuestos Participativos,…). 

Estos mecanismos pueden utilizarse de manera única, o combinarse como diferentes instancias de un proceso más amplio y continuado en el tiempo. Cada uno tiene sus puntos fuertes y sus puntos  débiles,  y  su  utilización  depende  de  la  situación  contextual  en  la  que  pretenda  ser utilizado y de los objetivos que se persigan. 

A su vez, en cada una de estas experiencias, subyacen diferentes concepciones de participación que toman cuerpo en el tipo de proceso que se pone en marcha. 

 

Desde nuestro punto de vista, cualquier proceso de participación activa debe afrontar una serie de desafíos que se pueden traducir en tres grandes preguntas‐guía: 

 

La forma en que se vayan respondiendo y conjugando estas tres grandes preguntas‐guía dará como  resultado  un  proceso  con  unas  características  propias  y  específicas. Más  allá  de  las 

LOS PROCESOS PARTICIPATIVOS: algunas preguntas que orientan y definen sus límites y potencialidades 

• CÓMO se inicia el proceso 

• QUIÉNES participan 

• PARA QUÉ se realiza un proceso participativo 

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condiciones contextuales, que determinarán en gran parte  las respuestas posibles, se pueden realizar una serie de consideraciones que sirvan de orientación a la hora de definir los límites y potencialidades de un proceso participativo. 

 

 

 

No  resulta  sencillo  incorporar  espacios  y  dinámicas  participativas  en  sociedades  con  poca experiencia  en  este  sentido,  con  instituciones  con  ámbitos  de  toma  de  decisiones sectorializados  y  alejados  de  la  vida  cotidiana,  en  las  que  suelen  prevalecer  valores  que promueven más  la  competencia  y  el  individualismo  que  un  trabajo  común  y  un  bienestar colectivo. 

La motivación de  la gente para  incorporarse a un proceso de este  tipo, el querer participar, constituye  una  pieza  fundamental  sin  la  cual  es  imposible  implementar  un  proceso participativo. 

Sin  embargo,  no  es  suficiente  con  el  querer  participar;  un  proceso  participativo  no  puede descansar  en  la  voluntad  de  algunas  personas  y/o  entidades  (aunque  es  un  elemento  que puede facilitar el proceso). No se trata tampoco de “convencer” a la gente de las bondades de la participación, ni de “convencer” a la gente de que tiene problemas: La clave reside en partir de un “dolor”, de un problema sentido por la gente. 

Muchas veces son los técnicos o los políticos quienes, de manera unilaterial, deciden poner en marcha mecanismos de participación para abordar una temática que, desde su punto de vista, constituye  un  “problema”  a  resolver  en  la  comunidad,  el  barrio  o  el  territorio.  Pero  ¿qué sentido  tiene  convocar  a participar  a  la  gente para  resolver un problema que no es  sentido como tal? ¿Cuál es el para qué de este tipo de procesos? 

La participación, desde nuestro punto de vista, debe impregnar a los procesos desde sus inicios, lo  que  implica  que  la  propia  gente  participe  en  la  definición  del  problema. De  otra  forma estaremos ante procesos  impuestos  y/o promovidos desde otras  instancias  y actores, en  los que la gente es llamada a trabajar sobre temas/problemas que en realidad no coinciden con su preocupación actual. 

 

 

 

 

Una  vez definido  y  acotado el  tema/problema  sobre el que  los diferentes  actores  (políticos, técnicos  y  ciudadanía)  quieren  trabajar  participadamente,  será  necesario  generar  diferentes espacios y mecanismos para construir, tomar decisiones y gestionarlas, respetando  los niveles en que cada uno pueda y decida participar. 

No todos los actores implicados en una problemática tienen la misma disponibilidad de tiempo, las mismas inquietudes ni el mismo perfil. 

En  cada  espacio  y  mecanismo  que  diseñemos  debemos  tener  en  cuenta  estos  diferentes perfiles, asegurándonos que  todo aquel que QUIERA participar en el proceso PUEDA hacerlo. Esto  implica  desde  tener  en  cuenta  las  actividades  cotidianas  de  los  participantes  y  las 

¿CÓMO se inicia el proceso? 

¿QUIÉNES participan en el proceso? 

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participantes a quienes va destinado un taller (por ejemplo) a la hora de definir día, hora y lugar de  realización, hasta  la necesidad de que  sean  los  técnicos  y  técnicas que  llevan  el proceso quienes se acerquen a los sitios en los que tienen lugar las actividades cotidianas de la gente. 

La  participación  ha  de  contar  con  el  soporte  político,  social  y  técnico,  y  con  los medios suficientes para garantizar la información, deliberación y expresión libre de los participantes. 

Por otra parte, un proceso debe estar siempre abierto a que se siga incorporando más gente. La participación debe ser lo más amplia y representativa posible del conjunto de la población. No podemos pretender que en el inicio de un proceso estén presentes todos los implicados, pero sí debemos asegurarnos de que  se vayan “sumando” cada vez más voces. Es bastante habitual que a las primeras convocatorias asistan quienes están más habituados a participar en procesos de este tipo y están de acuerdo, además, en el planteamiento que estamos haciendo (nuestros “afines”).  Sin  embargo,  es  necesario  diseñar  una  serie  de  estrategias  que  nos  permitan  ir sumando también a los “diferentes” (quienes plantean otras formas de abordar la temática) y a los “in‐diferentes” (quienes no consideran que tienen algo para aportar). 

La  clave  de  un  proceso  participativo  suele  estar  en  nuestra  capacidad  de  sumar  a  los indiferentes,  la  posibilidad  de  hacerlos  copartícipes  de  ese  problema  común  utilizando mecanismos  alternativos  que  nos  permitan  implicarlos  en  el  proceso.  Por  lo  general,  los procesos participativos se limitan a trabajar con los afines y con los diferentes, en algunos casos logran  al menos  tener  en  cuenta  la  posición  de  los  opuestos,  pero  casi  nunca  llegan  a  los indiferentes, siendo que constituyen la gran mayoría y el mayor desafío. 

 

 

 

Como ya comentábamos, no es tarea fácil romper con  las dinámicas habituales que se suelen utilizar en los espacios de toma de decisiones. Sin embargo, el mayor reto no reside en abrir y sostener  unos  mecanismos  que  propicien  la  participación  activa  en  torno  a  una  temática determinada,  sino  en  lograr  que  estas  “nuevas  formas  de  hacer”  vayan  impregnando  las actividades cotidianas de la gente. 

El proceso debe  incorporar, por  tanto, estrategias  formativas, que ayuden a  comprender y transformar el mundo, dejando instalada en el territorio “otra forma de hacer”. 

El  componente  formativo  de  un  proceso  participativo  estará  orientado  no  sólo  a  provocar cambios en  las organizaciones,  sino que,  si hablamos de un aprendizaje para una ciudadanía activa y responsable,  la participación ha de atravesar en todos  los sentidos  la vida cotidiana de las personas.  

No debemos perder de vista que, si bien un proyecto tiene una fecha de inicio y una fecha de finalización, el proceso continúa. El equipo técnico que lleva el proceso debe ir preparando de manera paulatina, pero desde el  inicio,  su  retirada, garantizando que queden en el  territorio instaladas unas dinámicas y unas estructuras que puedan seguir “tirando” del proceso, más allá del equipo técnico inicial y de la finalización del proyecto. Para esto resulta esencial trasmitir a la gente una serie de herramientas que les permitan ir asumiendo las funciones reservadas en un inicio al equipo técnico. 

 

 

¿PARA QUÉ se realiza un proceso participativo?

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El papel de las metodologías participativas Desde nuestro punto de vista, el  tipo de metodologías que  se utilicen  constituye uno de  los elementos clave que condicionará el tipo de proceso y el tipo de participación que se plantee. 

Detallamos  a  continuación  algunas  de  las  características  fundamentales  de  las metodologías que consideramos pueden servir de “guía” en este tipo de procesos: 

 

→ CONSTRUIR CONOCIMIENTO PARA LA ACCIÓN 

A lo largo de todo el proceso se trata de ir construyendo conocimiento colectivo que no sólo permita  comprender  sino, por  sobre  todo,  transformar  el  contexto  sobre  el que estamos trabajando. 

Esta  condición debe  servir en  todo momento  como marco de  referencia a  la hora de definir  estrategias,  ya  que  no  es  lo mismo  un  proceso  que  pretenda  sólo  “conocer” cómo  se vive una determinada problemática en un  lugar  (para  lo que  sería  suficiente realizar  un  diagnóstico  participativo)  que  “conocer”  una  realidad  para  luego “transformarla”.  Los  diagnósticos  participativos  pasan  a  ser  entonces,  el  paso  previo necesario  para  poder  plantear  las  propuestas  de  acción,  el marco  que  nos  permitirá abordar  el  Plan  de  Acción  teniendo  en  cuenta  las  limitaciones  y  potencialidades  del contexto en el que estamos trabajando. 

La participación debe cubrir por tanto cuestiones políticas relevantes sobre las cuales los ciudadanos  y  ciudadanas  han  de  poder  influir. Ha  de  significar  influencia  real  de  los ciudadanos  y  ciudadanas  sobre  las  decisiones  públicas  y  ha  de  favorecer  una  cultura política participativa en ciudadanía, políticos y técnicos. 

Nuestras primeras acciones a la hora de poner en marcha procesos participativos, deben ir  encaminadas  a  impulsar  un  espacio  de  negociación  entre  los  principales  actores presentes en el territorio, a fin de asegurar un respaldo  institucional y una  implicación en el mismo de la mayor cantidad posibles de entidades. 

 

→ CREAR  UN  ESPACIO  PÚBLICO  PARA  ENCONTRAR  SOLUCIONES  ENTRE TODOS 

Si bien partimos y trabajamos desde y en las redes cotidianas de la gente, el objetivo es crear  un  espacio  público  en  el  que  los  problemas  dejen  de  verse  como  problemas individuales, para convertirse en un problema social. No partimos de un espacio público ya constituido  sino que  tenemos que generarlo: crear un espacio público para ver  los problemas desde un punto de vista público, que implique a toda la ciudadanía. Esto es lo que nos puede garantizar las visiones plurales y diferentes del problema, que todo quien esté  allí  parta  de  sus  redes,  y  que  se  piensen  las  soluciones  que  afectan  a  todos  los implicados e implicadas. 

En  el momento  en  que  las  personas  son  capaces  de  visibilizar  sus  relaciones,  ya  no existen “casos” a resolver, sino “situaciones” a cambiar, y las soluciones no serán a “su caso” sino que deberán ser necesariamente soluciones conjuntas. 

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Lo  que  vamos  a  intentar  cambiar,  por  tanto,  no  son  las  personas,  sino  el  tipo  de relaciones que se dan entre ellas: cambiar las situaciones de desigualdad de poder para que la gente pueda elegir. 

 

→ DE TRABAJAR PARA LA GENTE A TRABAJAR CON LA GENTE En los apartados anteriores hemos hecho referencia a una cuestión ética: el para qué de los procesos participativos que orientará el cómo de  las metodologías que utilicemos. Hemos  hecho  alusión,  además,  a  los  cambios  que  supone  la  puesta  en marcha  de procesos de este tipo en los estilos y las formas de hacer de la ciudadanía. 

Como técnicos y técnicas también debemos cuestionar nuestro para qué, nuestro papel e  implicación en el proceso. Nos vamos a acercar a una realidad ajena para hacer una intervención. Con nuestra sola presencia vamos a modificar esa  realidad, y  la  realidad nos  va  a modificar  a  nosotros.  Todos  y  todas  vamos  a  estar  implicados,  pero  desde distintos puntos de vista. Si partimos del paradigma de que tenemos que ir a ayudar a la gente porque nosotros  sabemos  (lo que  les pasa,  lo que  tienen que hacer para estar mejor),  no  saldremos  de  un modelo  asistencialista  que  seguirá  reproduciendo  unas relaciones de poder (quien sabe‐quien no sabe). Tampoco se trata de “asimilarnos” a la gente  que  vive  allí,  porque  no  sólo  estaremos  apropiándonos  de  un  saber  que  no tenemos, sino que estaremos desaprovechando  la riqueza de  la diferencia que  implica una mirada desde otro lugar. ¿Cuál es entonces el papel del técnico? 

Así como hay alguien que aporta los medios (quien financia), unas redes que aportan las vivencias  (quienes  tiene el problema), el  técnico  será el  responsable de  aportar unas metodologías que permitan, en ese contexto específico, crear un espacio público para encontrar  soluciones  entre  todos  a  los  problemas  que  también  entre  todos  se  han definido, en un proceso en el que el conocimiento se vaya construyendo colectivamente, y dejando instaladas en el territorio “otras formas de hacer” que permitan que la gente sea protagonista de su propia vida y diseñe el futuro de sus realidades y contextos. 

 Barcelona, julio de 2008 

Lucrecia Olivari ANTIGONA Procesos Participativos 

www.antigona.org.es 

Podemos definir la participación como un proceso de implicación mediante el cual los diferentes actores plantean los problemas y soluciones, con metodologías y herramientas que fomentan la creación de espacios de reflexión y diálogo colectivos, encaminados a la construcción de conocimiento común. Este abordaje tiene en cuenta el escenario específico donde tiene lugar el proceso y las alternativas, en un contexto determinado política, social y económicamente, con el objeto de mejorarlo.