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UNIVERSIDAD DE ME.xICO 19 nes, en o en sus propios tra- tados estrictamente filosóficos, como en el caso de Descartes y de Spinoza. Ante todo porque ese pensamiento existe, pues no nos las habemos con "sistemas imagi- con . biografías de un pensa- l111ento mconslstente, o que se ha perdi- do, o que nunca se formuló, o que es in- significante. El biógrafo uato no repara quizá en el valor del persona ie sino en el inte¡-és de la vida misma. en estos extremos la biografía vale exclusivamente por efecto del biógrafo. I\ecuerdo la biografía de un pillo londinense escrita por el doctor J ohnson, o la de! soldado don Alonso de Contreras tan loada por don José Ortega y Gasset. ¿ Qué importa en este caso 'la obra objetiva que no existe? Pero tratálL dose de filósofos la cosa cambia. Husserl es ante todo las Investigaciones, las Ideas tan reales como las crisis de su vida per- sonal, pero como dice muy juiciosamente Hegel, con la ventaja de su eternidad o de su pervivencia, si es que no se quiere ser tan solemne como el profesor de Jena. En sus Vidas imagillar'ias, Manuel Sch- wob agudiza muy irónicamente la situa- ción que aquí debatimos. "He rebusca- do", viene a decirnos -cito de memo- ria-, "toda la filosofía de Aristóteles y no he podido da l' con la clave, o des- entrañar su misterio." ¿ Del pensamiento de Aristóteles, de la esencia de la metafí- sica?, nos preguntamos_ Oh, no !", con- testa displicente Schwob. Lo que ningún bigrafo, escol iasta, o intérprete de A ris- tóteles ha logrado aclararme es porque se hallaron en su cuarto, al morir, innu- merables vasijas de aceite de Lesbos!" e 1 R o A L E G R1 A: Por E. S. SPERATTI PI ÑERO DE LA SERPIENTE A EL MUNDO ES ANCHO Maree! Sehwob aunque estos últimos los aventajen en eternidad." En el filósofo de casta las ideas están cargadas de vitalidad, de familiaridad, vá en ellas. En la obra de Husserl abundan las llamadas al yo, a la responsabilidad individual. "De tua res agitur" , dice en e! apéndice a sus Ideas 1, apostrofando, amonestando, como si se tratara de una curta' personal 'dirigida a un discípulo "existencial" al que instara a s'engagel'. Pero; debemos dar más que un valor re- tórico-a tales procedimientos? Basta abrir el Discurso del método de Descartes o la Reforma del entendimiento de Spinoza para topar con semejantes giros persua- sivos. ; Existencialistas avm¡t la lettre? En modo alguno. Simple y llanamente fi- lósofos. grandes filósofos artistas que se han percatado de la eficacia que entraña estilizar autobio(lráficamente la filosofía" modularla con el sabor de una c'onfesión, de un testimonio personal, auxiliados por esa concreción que como dice HegeL-tie- nen las ideas en esos pensadores. N'ada tan cercano a la ilusión de la vida. como la vida personal, nada que procure la sen- sación ele que no se vive entre abstraccio- nes como personalizar las ideas, revestir_ las de las formas de una vivencia perso- nal. de una crisis individual, incanjeable, dramática, patética. Porque por un momento "pongamos entre paréntesis" la personalidad de Hus- serl como pensador y enfrentémonos a las líneas de su diario como si se tratara exclusivamente del documento autobio- g-ráfico de un hombre cualquiera. ¿ Tienen algún valor? Tal vez. 9uizá hallarían su lugar en libros como los ele la señora Charlotte Bilhler, El Curso de la vida hu- mana C01110 problema psicológico, o en otros semejantes. pf'ro no en la historia de la filosofía. No serían estilizaciones autobiográficas de un pensamiento,' sino simple y llanamente autobiografía, mento, encuesta, test, anónimo. para más. () firmado por un sujeto insignificante. En cambio sabiendo que se trata de unas líneas de Husserl la cosa cambia. Su va- lor lo reciben de quien viene, e! pensa- miento del filósofo es la mejor de las re- comendaciones para todo lo que quiera decirnos bajo la forma de autobiografía, en cartas, en confesiones, en conversacio- D E LA PRIMERA a la última de las no- velas de Alegría, el tema central es el hombre, indio o mestizo, del Perú. Encaradas desde este punto de vis- ta, pueden considerarse bajo el rótulo general de novelas indigenistas. Pero la forma de tratar el tema varía. lo mismo que el tono y la intención. ra serpiente de ora (1935), funda- mentalmente poemática, exalta a los bal- seros del Marañón, cuya vida y cuya muerte depende por completo del río bienhechor o despiadado, verdadero sím- bolo del destino. Nuevo Dios !". lo lla- ma el cholo narrador. Y como a Dios se le dirigen los hombres que trabajan en sus orillas o en sus aguas: Río Marai¡ón, déjall1e pasar; eres duro y fuerte, 110 tienes perdón. Río ]\;[araiión, tengo que /Jasar: tienes tus aguas, yo mi corazón. Pero el hombre. que conoce por ex- periencia el poder del río, que lo respeta y lo teme, sabe decir también. como lo muestra la segunda parte de la copla, su voluntad inquebrantable. Su vida es de lucha, pues. Lucha cons- tante con la corriente que ahoga y des- truye. "Pero los cholos" son "de la co- rriente más que de la tierra" y, según la afirmación de uno de ellos, "no le jui- mas porque semos hombres y tenemos que vivir COl11ues vid.a". Y s,i se muere. más da?" S1l1 al cual un héroe senctllo, I11genuo e 111cons- ciente de su propia grandeza en acción y en trabajo. en generoSIdad y en amor. Porque en esos "valles... la vida es realmente tal". J unto al río, hasta los señores parecen amansados. Así don Juan Plaza, hacen- dado de Marcapata, hospitalario e hi- dalgo quien tiene "para los forasteros tina ancha y firme" y por el cual DE ORO Y AJENO la mi rada de sus criados destella de fide- lidad "atenta, solicita, inclinada y rendi- da". Junto al río, los forasteros que lle- gan de T .Íma con ambiciones de dominio e ideas de superioridad, como do'n Osval- do, suelen perder algo de su carácter. El río de 01'0 puede también frenarlos definitivamente en su ímpetu conquista- dor encarnándose en la amarilla intiwara, cuya mordedura quita en segundos la vida orgullo v ambiciones. El río, sím- bolo' ahOl-a de" la antigna deidad serpen- tina elel Jncario. mata a quien quiere domeñarlo y quiere domeñar también a sus hombres por a fán de codicia. Otros peligros hay por las cercanías del Marañón. Peligros apenas señalados, Cementerio del Cuzco

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UNIVERSIDAD DE ME.xICO 19

nes, en en~revistas, o en sus propios tra­tados estrictamente filosóficos, como enel caso de Descartes y de Spinoza. Antetodo porque ese pensamiento existe, puesno nos las habemos con "sistemas imagi­n~rios",. con . biografías de un pensa­l111ento mconslstente, o que se ha perdi­do, o que nunca se formuló, o que es in­significante.

El biógrafo uato no repara quizá en elvalor del persona ie sino en el inte¡-és dela vida misma. P~ro en estos extremos labiografía vale exclusivamente por efectodel biógrafo. I\ecuerdo la biografía de unpillo londinense escrita por el doctorJ ohnson, o la de! soldado don Alonso deContreras tan loada por don José Ortegay Gasset. ¿ Qué importa en este caso 'laobra objetiva que no existe? Pero tratálLdose de filósofos la cosa cambia. Husserl

es ante todo las Investigaciones, las Ideastan reales como las crisis de su vida per­sonal, pero como dice muy juiciosamenteHegel, con la ventaja de su eternidad ode su pervivencia, si es que no se quiereser tan solemne como el profesor de J ena.

En sus Vidas imagillar'ias, Manuel Sch­wob agudiza muy irónicamente la situa­ción que aquí debatimos. "He rebusca­do", viene a decirnos -cito de memo­ria-, "toda la filosofía de Aristótelesy no he podido da l' con la clave, o des­entrañar su misterio." ¿ Del pensamientode Aristóteles, de la esencia de la metafí­sica?, nos preguntamos_ "¡ Oh, no !", con­testa displicente Schwob. Lo que ningúnbigrafo, escol iasta, o intérprete de A ris­tóteles ha logrado aclararme es porquese hallaron en su cuarto, al morir, innu­merables vasijas de aceite de Lesbos!"

e 1 R o A L E G R 1 A:

Por E. S. SPERATTI PIÑERO

DE LA SERPIENTE

A EL MUNDO ES ANCHO

Maree! Sehwob

aunque estos últimos los aventajen eneternidad."

En el filósofo de casta las ideas estáncargadas de vitalidad, de familiaridad, váen ellas. En la obra de Husserl abundanlas llamadas al yo, a la responsabilidadindividual. "De tua res agitur" , dice en e!apéndice a sus Ideas 1, apostrofando,amonestando, como si se tratara de unacurta' personal 'dirigida a un discípulo"existencial" al que instara a s'engagel'.Pero; debemos dar más que un valor re­tórico-a tales procedimientos? Basta abrirel Discurso del método de Descartes o laReforma del entendimiento de Spinozapara topar con semejantes giros persua­sivos. ; Existencialistas avm¡t la lettre?En modo alguno. Simple y llanamente fi­lósofos. grandes filósofos artistas que sehan percatado de la eficacia que entrañaestilizar autobio(lráficamente la filosofía"modularla con el sabor de una c'onfesión,de un testimonio personal, auxiliados poresa concreción que como dice HegeL-tie­nen las ideas en esos pensadores. N'adatan cercano a la ilusión de la vida. comola vida personal, nada que procure la sen­sación ele que no se vive entre abstraccio­nes como personalizar las ideas, revestir_las de las formas de una vivencia perso­nal. de una crisis individual, incanjeable,dramática, patética.

Porque por un momento "pongamosentre paréntesis" la personalidad de Hus­serl como pensador y enfrentémonos alas líneas de su diario como si se trataraexclusivamente del documento autobio­g-ráfico de un hombre cualquiera. ¿Tienenalgún valor? Tal vez. 9uizá hallarían sulugar en libros como los ele la señoraCharlotte Bilhler, El Curso de la vida hu­mana C01110 problema psicológico, o enotros semejantes. pf'ro no en la historiade la filosofía. N o serían estilizacionesautobiográficas de un pensamiento,' sinosimple y llanamente autobiografía, docu~

mento, encuesta, test, anónimo. para más.() firmado por un sujeto insignificante.En cambio sabiendo que se trata de unaslíneas de Husserl la cosa cambia. Su va­lor lo reciben de quien viene, e! pensa­miento del filósofo es la mejor de las re­comendaciones para todo lo que quieradecirnos bajo la forma de autobiografía,en cartas, en confesiones, en conversacio-

DE LA PRIMERA a la última de las no­velas de Alegría, el tema centrales el hombre, indio o mestizo, del

Perú. Encaradas desde este punto de vis­ta, pueden considerarse bajo el rótulogeneral de novelas indigenistas. Pero laforma de tratar el tema varía. lo mismoque el tono y la intención.

ra serpiente de ora (1935), funda­mentalmente poemática, exalta a los bal­seros del Marañón, cuya vida y cuyamuerte depende por completo del ríobienhechor o despiadado, verdadero sím­bolo del destino. "¡ Nuevo Dios !". lo lla­ma el cholo narrador. Y como a Dios sele dirigen los hombres que trabajan ensus orillas o en sus aguas:

Río Marai¡ón, déjall1e pasar;eres duro y fuerte,110 tienes perdón.Río ]\;[araiión, tengo que /Jasar:tú tienes tus aguas,yo mi corazón.

Pero el hombre. que conoce por ex­periencia el poder del río, que lo respetay lo teme, sabe decir también. como lomuestra la segunda parte de la copla, suvoluntad inquebrantable.

Su vida es de lucha, pues. Lucha cons­tante con la corriente que ahoga y des­truye. "Pero los cholos" son "de la co­rriente más que de la tierra" y, según laafirmación de uno de ellos, "no le jui­mas porque semos hombres y tenemosque vivir COl11ues l~ vid.a". Y s,i se muere."~qué más da?" I'.ataJ¡~mo, S1l1 d~lda, alcual un héroe senctllo, I11genuo e 111cons­ciente de su propia grandeza trasn~uta enacción y en trabajo. en generoSIdad yen amor. Porque en esos "valles... lavida es realmente tal".

J unto al río, hasta los señores parecenamansados. Así don Juan Plaza, hacen­dado de Marcapata, hospitalario e hi­dalgo quien tiene "para los forasteros tinacordi~lidad ancha y firme" y por el cual

DE OROY AJENO

la mi rada de sus criados destella de fide­lidad "atenta, solicita, inclinada y rendi­da". Junto al río, los forasteros que lle­gan de T.Íma con ambiciones de dominioe ideas de superioridad, como do'n Osval­do, suelen perder algo de su carácter.El río de 01'0 puede también frenarlosdefinitivamente en su ímpetu conquista­dor encarnándose en la amarilla intiwara,cuya mordedura quita en segundos lavida orgullo v ambiciones. El río, sím­bolo' ahOl-a de" la antigna deidad serpen­tina elel Jncario. mata a quien quieredomeñarlo y quiere domeñar también asus hombres por a fán de codicia.

Otros peligros hay por las cercaníasdel Marañón. Peligros apenas señalados,

Cementerio del Cuzco

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20 UNIVERSIDAD DE M:EXICO

Jndígena tocando la quena

es verdad, pero no por eso menos reales.Estún en los guardias civiles que vigilanlas fiestas con aires de matones y se en­ca rnizan con las presas fáciles que lesofrecen los ,:bolos v los indios. El armaque esgril1~en c{)ntr~ e'los es ,,1 pedido deb libreta cívica, "el meior medio de pe1'­d~r a un c1wcre;-o·'. El incumplimiento dela conscrip~'ión m:litar, el simple olvido(le b libreta, l'ncierran siempre, la allle­na7.a de una posible y larga captura quealeia ;d I:Olllbre del trabajo v la familia.v t~'I'mina Fur perderlo 'en 'las lej;:nía­inhóspitas de la ciudad indi ferente o dela costa malsana. La prepotencia de lospnnlias, en Le serpicntc de oro, es Ve:l­

c'da por el coraje y la decisión de loscholos. por la solidaridad del pueblo yde su teniente-gobernador. que desvíana los perseguidores. Hay días de zozo­bra, sin embargo, porque 'los guardias sontenace:;. Pe"o aun esa zozobra acaba sinmavores d;r:-:os al cambiar el retén, aun­qu~ el pel igro queda ahinG:do en el cuer­po de la novc!a.

Hay también la víctima que 110 soslayóla amenaza y quedó eternamente bajo su!farra. Tal es el caso del "corrido", elfu~itivo que cometió un crimen, quizáacciclental, y vive luego acosado sin tre­gua, culpado hasta de los que ,jamás rea­Iizó: " ... y es un cristiano como todos:como usted, como yo. Sólo que es un co­rrido. La justicia lo persigue y él dejaría¡,rimero escapar, gota a gota, toda suqngre antes que dejarse atrapar v con­ducir a los pueblos, donde 10 deiarían cn­n'oheccr 'conJo a un trasto inút=1 en elrincDn de cualquier cárcel en tanto 'JUl'.

sohre una mesa, se amontona ría el papelsellado. Cuando el rimero de folios fuera,juzgado suficiente. él marcharía enton­ces a la capital del departamento y de :tllía Lima, a esa me:1tada ciuelad que nos­otros conocemos por dos cosas: allí cam­hian los gobiernos v allí hay una inmensadrce1. A ella se ~'ntt'a Fe'ro muy pOGIS

"eces se sale: ) Veinte () 111;"S :lÍios sin li­hertad 110 son' aGlSO también la :11uerte?Así se CU:ll!)la la condena, el110111bre que­dar;'t prisionero lnra s:elllPre pues ten­drá los oius tatuados de rejas encerrandoS~l alnrl.· v ¡1,acerada la ~arne, v rotoslos nen'ios. v oxidados los hueso~s."

De este sombrío destino huve el co­rrido, quien. cuanclo encuentra' un l'efu­g-io cordi:d. vuelve a huir desde el ama­n('cer, con~o si para 'él nunca llegara elclía y viviera en co~tinua noche de an­!rustia, aunque "noche sin muros y sinh,ierros: noche con libertad: noche dt'estrellas" .

Salvo ('stas S01l1 bras. el libro respi ra('n general una alegría íntima. Los hom­hres traba jan en paz, gozan ele sus fies­t:IS y ele las pequeñas ,justicias que pue­,len tomarse pOI' Sl1 mano -COlt1O la per­secución al CU1'a bellaco y la paliza alsacrist;Ín cómplice-, viven baio el am­paro directo de las <lutoridacleslugareñastan in~enuas como ellos v más perspicacesv eiectivas que las ~n"iad;ls desde la ciu­dad. iluminan sus horas libres con rela­tos intel'cionados v sl'ntenciosos. creenen leyenelas y en v(rtudes sohrenaturales.í"cn de sus temores pretéritos -espe­cialmente si nacen de la imaginación, co­m() ('n el caso del mágico puma azul- volvidan fácilmente los terrores que lanaturaleza puso ante ellos. Toda esa ale­gría ~ital colma de colorido las imágenesdel libro, cuyo autor se ha limitado a

ofrecernos un canto optimista en formaele novela.

Cuatro años después, Ciro Alegría es­cribió otra obra más breve, pero ya in­tensamente dramática: Los perros ham­b,'ien:os (1939). Estos animales compar­ten "la vida del cordillerano de modo fra­terno": su raza está "'tan mezclada comola elel homhre peruano"; son "frugalescomo sus mismos dueños"; guardan fiel­mente la casa "donde no hay hombre";en el peligro, forman con los amos "unaentidad anudada por cruentos lazos", losestrecha "la voz el" la l11uerte ... en unaso'a angustia y un solo afún de elefender­se para sobrevivir"; comparten el ham­bre hasta donde es posible, aglutinándose"en la desgracia".

Hombre v perro, pues, se uui fican enconst;¡nte p;t ralelo. La vida del segundoes reflejo de la "ida del primero; una"id;¡ en tono menor. porque él no eshombre. aunque muchas veces se:l múshumano: porque él. entre otras COS~IS, nopuede cunsolar,e contando o escuchandohistor: as, Y en :1m bos puede renacer elimpulso s~~lvaie cuanc!o el alimento dis­minuye o desaparece a caltsa ck la se­r'uía. En ambos surge el desafío a ladivinidad o a sn intermediario: sea el delperro hacia el hombre que da de comer:sea el del hombre hacia el santo que pro­tt~ge los campos nutricios. El 1nralelo seacentúa al hablarse de los ani'nales quesaci'm su hambre con el ganado apac~n­

tado hasta entonces y del homhre queroha ,kl altar las 6pigas ofrecidas ,1

Séln r,orenzo. 1':1 desamparo es ya terri­ble para la Destia y para el cristiano. Yen medio ele! dolor, el desamparo lluerleagudizarse todavía. El mestizo SimónRohles arrojará de su casa al perro que,habiendo sido guardián, se convierte enladrón: el hombre blanco, cercado por lanecesidad de sus colonos, los arrojaráa balazos cuando intentan quebranta¡: laspuertas del granero y no escuchará la sú­plica ('ue uno de ellos le dirige v que fun_(le el cL'stino de los perros y de les labra­dores cOD"izos: "No nos deie botaos co­mo meros perros hambrientos. patrón".La lluvia, al regresar, suaviza las aspere_zas donde todos Se han desgarrado. Si­món Robles, prototipo del colóÍ1o sufri­do y laborioso, vuelve a sentir "comopropios los padecimientos de, su pobreanimal abandonado" y lo recibe 11ueva-

nH:nte en su casa. N ada se nos dice, encambio, de la actitud que adoptará el pa­trón con sus hombres.

El libro es, pues, 'una historia de pe­rros con la que se cuentan las pasionesy, angustias de sus amos y que nos acer­ca intensamente a su vivir, sea el de losca¡"pesinos independientes, el de los co­Jonos o el de los comuneros; sea tambiénel de los cuatreros y bandidos a quienesena iniustici:l lanzó al bandoleraie. Peroeste libro también nos acerca a si.t morir.Si los Celedon:os caen envenenados porla policía, qt'e no puede atraparlos deotra maner;~. los perros que merodean lacas] del patrón mueren atosi.~ados porla carne emponzoii.ada que aquél ha dis­tribuido generosamente en las cercanías:y si los perros que asaltan el maizal sonbalaceados por un capataz, no lo son me­nos, como hemos visto, los colonos queacuden a la casa patronal el busca eleapoyo y de alivio.

Ulúlos en la vida y en la muerte, pa­rece decirnos Alegría, están estos seresele la cordiHera peruana. Son uno enellas, aunque el racional, justamente porserlo, padezca con más hondura el rigorde su destino.

Los peligros esbozados en La serpientcde oro ocupan ahora un lugar de mayorimportancia, sin alcanzar el primer planoabsoluto. La historia ele Mateo Tampunos enfrenta de lleno C0l1 el problema delindio a quien se arranca de su choza pa­ra cumplir un servicio militar inútil ydañoso, no sólo para sus intereses y silexistencia, sino aun para los de su fami­lia y los de su tierra. N o es todo, sinembargo. Gra\'e es también la ostenta­ción ele brutalidad con que los gendarmes-mestizos casi siell1pre- cllmplen la or­den ele anesto. Su presencia equivale ala ruina de los campesinos, pues se COI11­

placc'n. como en este caso, en lanzar loscaballos rara que hagan "cabriolas sobrelas tiertl;lS plantas", Cmndo por fin de­tieneil a Mateo el ctladro oe vuelve torvo:"La 1\1artina sc i:lCorporó y alcauzó al'U\l(Tle Stl poncho. pues, como -es natural.lampeaba en mangas de camisa. El Ma­teo echú a caminar con paso cansino, perotuvo que aligerarlo amcnazaclo por losgendarmes que le hadan silbar el látigode la rienda por las orejas. Se devorabanel camino. Hacia abajo, hacia: abajo. Unaloma y otra. La Martina subió a tina emi-

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UNIVERSIDAD DE MEXICO

nencia para verlo desaparecer tras el úl­timo recodo. El iba adelante, con su pon­cho morado y su grande sombrero dejunco, seguido al trote por los caballejosen los que se aupaban los captores conlos fusiles ... La soga iba desde las mu­ñecas hasta el arzón de la montura, col­gando como una dolorosa curva humi­lIante.

"A la Martina se le quedó el cuadro enlos ojos. Desde entonces veía siempre alMateo yéndose, amarrado y sin podervolver, con su poncho morado, seguido delos gendarmes de uniformes azules. Losveía voltear el recodo y desaparecer.Morado-azul. .. morado-azul ... , hastaquedar en nada. Hasta perderse en laincertidumbre como en la misma noche."

N aturalmente, el hogar queda sin am­paro. Y, cuando la sequía agosta los cam­pos, la familia se extingue por completo,empecinada en una espera sin esperanza.

Y el patrón ya no es el señor blandoy patriarcal de La serpiente de oro. Exi­gente y ofensivo se nos presenta ahoraen aquel cuya codicia y lengua suelta parael insulto lanza a J ulián Celedón por lapeligrosa cuesta del bandidaje: " ... Es­tuvo recordando su vida. Poco daba latierra aquélla, ciertamente, y el patrónexigía mucho trabajo. Y ese momento,neto, rojo, lIeno de furia y lumbre de cu­chillo. He allí que el patrón dijo: "Chololadrón", y descargó el foete, y él, el Ju­lián, sacó entonces el puñal y lo clavó.Blandamente se hundió hasta el mangoy el patrón cayó chorreando sangre. Él,lo juraría por la Virgen, no era ladróntodavía. Algunas veces se batió a cuchilloy corrió sangre ajena por su brazo, peroladrón no era. Después, con la persecu­ción, tuvo que coger lo necesario paravivir. "

Protector y cruel, según los casos, esdon Cipriano, quien "pertenecía a esaclase. de señores feudales que superviveen la sierra del Perú y tiene para los sier­vos, según su propia expresión, «en unamano la miel y en otra la hiel», es decir,la comida y el látigo", aunque tiene tam­bién, en ciertos casos, una bala demasiadobien dirigida.

Ya no encontramos autoridades soli­darias, sino presuntuosos ineptos que lacapital manda a la sierra para castigarlaaún más. Su actuación entusiasta se limi_ta a apresar mestizos "subversivos", cu­yo único pecado ha sido apoyar a uncandidato opositor, y a despachar actas deadhesión al presidente de la República"firmadas por todo el pueblo so pena decárcel".

En este breve libro hallamos el núcleodel que le seguirá: el capítulo XI, que se

titula: "Un pequeño lugar en el mundo."AIIí se nos habla del despojo de las co­munidades. Unos indios acuden a las tie­rras de don Cipriano, pidiendo ser admi­tidos como colonos: "Provenían de la ex­tinguida comunidad de Huaira. Despuésele algunos años de trámites judiciales,don Juvencio Rosas, hacendado de Sun­chu, había probado su inalienable derechode poseer las tierras de un ayllu cuyaterca existencia se prolongaba desde elincario, a través de la colonia y de la re­pública, sufriendo todos los embates. Yel tal apareció un buen día por Huaira,acompañado de la fuerza pública y suspropios esbirros, a tomar posesión. Losindios, en último y desesperado esfuerzo,intentaron resistir. Cayeron algunos. Lacontundente voz ele los máuseres les hizocomprender bien pronto el poco valor delos machetes y las hondas. El viejo indioMashe, acompañado de los cincuenta queclamaban ante don Cipriano, huyó. Ha­bía sido uno de los sostenes de la obsti­nada y última resistencia y pensó, conrazón, que lo lIevarían preso. Y no andu­vo equivocado, pues así pasó con muchosde los que quedaron y a quienes, además,en la capital del departamento, enjuicia­ron por subversión. Los restantes de losque se sostuvieron en Huaira, sometidosa don Juvencio, pasaron a ser colonos."

Mashe, alojado en casa de Simón Ro­bles, le dice al terminar su historia: "-yes así como hemos llegao a mendigar unpequeño lugar, masque seya un sitio chi­co en la grande tierra ..." Robles confir­ma: "-Qué me dirá ande mí ... Güe­nas leguas tenía sobre yo cuando lleguépuacá ... y esto tamién nue,; mío, nuese nosotrus que lo sembramos ... Uno bus­ca su pequeño sitio en el mundo y nuay,o se lo dan prestao ... y es solamente unpequeño, un pequeño lugar en el mun­do ..." Ni un pequeño sitio, pues, en eseancho y largo mundo que el perrito Mañucontempla desde las espaldas de su nue­vo amo, y en el cual ni él ni sus congé­neres tendrán tampoco un lugar cuandola lluvia deje de caer sobre la tierra.

Recio y triste es el segundo libro deCiro Alegría, aunque de vez en cuandosalte la chispa de la ocurrencia chistosao el gracejo del relato tradicional. Recioy triste el mundo que nos muestra, acosa­do por el sol inclemente, por un cielo sinnubes de lluvia, por unos hombres que ex­plotan despiadadamente a otros hombres.

y en 1941 aparece esa especie de sin­fonia trágica -El mundo es ancho y aje­no-, donde los hombres no vivirán yaa través del símbolo ni padecerán poranalogía ni en paralelo con una fiel bes­tezuela doméstica. El dolor del hombre

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ocupará todo el cuadro, cuadro que, porotra parte, se extenderá también. Ya noserá un lugar junto al Marañón, tam­poco un paraje en la serranía del Perú:será todo el país que no ha sabido incor­porarse al hermano más débil y que, enyez de protegerlo, se ha empeñado endestruirlo.

La primera palabra nos sitúa en el am­biente del libro, unida a una supersticiónpopular:

"¡ Desgracia!"Una culebra ágil y oscura cruzó el

camino dejando en el fino polvo remo­vido por los viandantes la canaleta levede su huella. Pasó muy rápidamente, co­mo una negra flecha disparada por lafatalidad, sin dar tiempo para que el in­dio Rosendo Maqui empleara su machete.Cuando la hoja de acero fulguró en elaire, ya el largo y bruñido cuerpo de laserpiente ondulaba perdiéndose entre losarbustos de la vera.

"¡ Desgracia !"y Rosendo Maqui, el vIeJo alcalde de

la comunidad indígena de Rumi, apesa­dumbrado por el encuentro, se sienta ameditar en el presagio, que provoca unavisión retrospectiva. Gracias a este re­curso, Ciro Alegría expone lenta, preci­samente, las vicisitudes que han castiga­do al pueblo -y a los pueblos-: las pes­tes y las sequías que agostan las fuerzas,pero de las cuales es posible reponerse;los hacendados inicuos a quienes protegenleyes discriminatorias ("Cuando un ha­cendao habla de derecho es que algo an­da torcido y si existe leyes sólo la quesirve pa fregarnos"); las guerras civílesentre cuyos bandos siempre queda cer­cado el indígena; los impuestos que sedescargan inflexiblemente sobre él hastahacerle exclamar: "¿ Qué culpa tiene unode ser indio? ¿Acaso no es hombre?";el impuesto aún más terrible del serviciomilitar, de tan injusta aplicación, pues"un batallón en marcha" es "un batallón­de indios en marcha". Las leyes protecto­ras, en cambio, de nada sirven: "RosendoMaqui despreciaba la ley. ¿ Cuál era laque favorecía al indio? La de instrucciónprimaria obligatoria no se cumplía. ¿ Dón­de estaba la escuela de la comunidad deRumi?

Rosendo no sólo evoca, sin embargo, unpasado de injusticia y de disgusto. Evocatambién los buenos momentos, nacidos ca­si todos del goce de la tierra labrada porel es fuerzo común; evoca con igual cari­ño a los hombres que integran el pueble­cillo y a los animales que los ayudan ensus tareas. Y acaricia ideas que desea verrealizadas, como la de la escuela que sedarán para que los nuevos comuneros no

Balsas de totora en el lago Titicaca Indígenas del lago Titicaca

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22UNIVERSIDAD DE MEXIeo

Rebaño de llamas cargueras

vuelvan a sufrir engaños a causa de suignorancia.

Pero entre los buenos y los malos re­cuerdos, entre las insatisfacciones y lasesperanzas, está clavado el temor de unpeligro inmediato: un hacendado, cuyonomb¡:e sonoro y prepotente resume lajactancia y la ambición del conquistadorblanco y de su heredero criollo -DonAlvaro Amenábar y Roldán-, acecha aRumi, quiere apoderarse de ella par~ in­cOl'porarla a sus ya extensas posesIOnescon la intención de que los hombres, unavez despojados, tengan que servirle decolonos. Y Don Alvaro sabe, le consta,que los derechos de la comunidad a supedazo de tierra son innegables.

El peligro borra de labios de Maqui lasonrisa que los ha iluminado un inst~nte.

Ese peligro, gracias a la prepotencIa, ala intriga, a la venalidad, a la bajeza, bo­rrará luego la felicidad de Rumi y alpueblo entero. Mientras sólo es peligroagazapado, sin embargo, la vida del pue­blecillo indígena sigue su curso inmuta­ble de trabajo y de paz. Ciro Alegría sedemora intencionadamente en la pinturade esa pastoral sin convenciones litera­rias. Rumi lucha, es verdad, por seguirsu existencia; lucha por las buenas. Lu­cha también con armas milenarias, comocuando pide a la vieja hechicera N ashaSuro que destruya con su poder al ha­cendado. Alegría no cree, naturalmente,en tales cosas; pero aprovecha con artela ciencia ingenua y logra un momento deparca intensidad en su relato. N asha Su­ro se ha empeñado en cumplir el encargode la comunidad, sin embargo: "Una tar­rle salió de su casa y todos vieron en sutalante más desvaído que de ordinario, yen su mirada perdida por la tierra, lasseñales dolorosas del abatimiento y de laderrota. Y ella dijo a Rosendo por tododecir:

"-No le puedo agarrar el ánima ..."Nada más certero que sus descorazona­

das y descorazonadoras palabras. ¿ Qué al­ma podía arrebatar al desalmado Don Al­varo?

La tormenta se descarga, por fin, cuan­do la ley falla en favor del poderoso. Loscomuneros deciden entonces ~bandonar

sus casas y sus eras. El dolor recónditode los hombres es también el dolor de latierra laborable que se queda sin manosy sin espíritu: "Un día amaneció la no­vedad de que una mujer vieja había pa­sado por la Calle Real, a media noche,llorando. Su llanto era muy largo y muytriste, desolado, y se le oyó desapareceren la lejanía como un lamento... Latierra se volvió mujer para llorar, de­plorando sin duda la suerte de sus hijos,de su comunidad inválida."

Todo Rumi se refugia en 11ll0S altosinhóspitos, "zona hostil" y "cargada deancestrales misterios". doncle tendrá quereconstrui r duramente lo que ha perdido;pero los comuneros son dueños todavía-o se creen dueños- de una indepen­dencia a la cual sacri fican sus otros hie­nes. El trabajo incansable vuelve a ini­ciarse: "Y el indio, con sencillez y tesón,domó de nuevo la resistencia c1e la mate­ria, en la desolación de los pajonales ylas rocas, bajo el azote persistente delviento, brotaron las habitaciones, mante­niendo sus paredes combas y su techofiludo con un gesto vigoroso y pugnaz.,

"Los comuneros comenzaran entoncesa barbechar las tierras mejores... en

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los SItIOS menos pedregosos. Con todo,los arados llegaban a hacer bulla al ro­turar la gleba cascajosa y las rejas ...pronto se quedaban romas..Pero ya n:as­callaría un papal y, en el tIempo debIdo,extendería su alegre manto de verdor enla ladera situada al pie de las casas ...Sería hermoso ver ondular el morado in­tenso del quinual. En fin, que. tambiénsembrarian cebada, ocas y hasta ollucos ymashuas. Todo lo que se diera en la jal­ca ... Se araba v se iba a sembrar. Lavida recomenzab; una vez más ..." ,

La vida puede recomenzar en cualquierparte; no retoña tan fácilmente el almadel hombre, si algún resorte íntimo seha quebrantado. Siendo externamente lamisma, la antigua comunidad de Rumicomprende que ya no lo es: "Toda, todala vida parecía torturáda por la asperezade las rocas, la niebla densa, el frío tala­drante, el sol avaro de tibieza y el ven­tarrón sin tregua. El hombre, guarecidobajo su poncho, se acurrucaba a esperaralgo impreciso y distante. Raramente so­lían oirse la flauta de Demetrio Sumallac­ta y algunas antaras. Y una noche sonóuna quena. La nostalgia sollozó una mú­sica larga y desgarrada. En.tonces com­prendieron de veras que había cambiadomucho la vida."

El nuevo paisaje, tan distinto de! delas tierras abandonadas, exige una trans­formación: " ... Las carnes morenas to­maban la frialdad indiferente de la piedra.Su alma se iba poniendo estática, tam­bién. Aun los que se quedaban en las ca­sas, los mismos pequeños, sentábanse enactitud de rocas ante el paso del tiempo.Ese era un mundo de piedra que sólo per­manecía a condición de ser piedra ... Ha­bía que ser piedra para sobrevivir."

Esa transformación no todos puedenresistirla. Unos mueren, como el harpistaAnselmo. Otros abandonan el lluevo pue­blo en busca de una vida mejor, casisiempre engai:adora. Augusto Maqui \,aa las caucherías para quedar encerradoen la sombra de la selva y en la sombrade la ceguera, provocada por las salpi­caduras de la goma ardiente. Amadeo Il1ascomienza a trabajar en una hacienda decoca, de esa coca que hasta entonces ha­b'Ía masticado "para solazarse y estarbien", de esa coca tan difícil de cultivar,sin embargo, y tan exigente con el hom­bre que la cultiva; trabaja en las zonaspalúdicas que la producen, infestadas de

reptiles venenosos y de deseos incontro­lables, y se encadena al cocal como Au­gusto Maqui a las caucherías, sujetos am­bos por deudas, que jamás disminuirán,a ese "pequeño pedazo de tierra" nece­sario "para la vida" y que tanto cuesta.Calixto Páucar dirige sus pasos al asientominero de N avilca y cae baj.o las balas delos gendarmes, héroe desconocido de unacausa que empezaba a ser la suya. JuanMedrana y su familia encuentran en unahacienda lejana un rincón de tierra queles recuerda la suya; allí el patrón pro­porciona los elementos y el labrador Sl1trabajo, cuyo producto ambos se reparti­rán. Juan Medrana cree en el supuestomilagro, pero el desencanto llega prontp:"Cuando e! maíz estuvo desgranado y eltrigo venteado, llegó a Salma el patrónRicardo para arreglar cuentas. Despuésde separar su mitad de la cosecha, recla­mó casi otro tanto por las facilidades

- prestadas. El resultado fue que los nue­vos colonos se quedaron con los granosnecesarios para e! sustento."

Aunque desengañado, Medrana se que­da:

" ... Ya estaban cansados de trajinarsin sosiego. Cuando volvieron las lluvias,Juan Medrana unció la yunta, trazó lossurcos y arrojó la simiente. Quería a latierra y encontraba que, pese a todo, cul­tivarla era la mejor manera de ser hom­bre."

Otros comuneros, con más impulso deaventura o con más enconado rencor, seimen a los bandidos del Fiero Vázquez.

La comunidad se desintegra poco a po­co y Se va perdiendo por los diversoscaminos que no llevan a sus hombres nia la felicidad perdida ni a la justicia to­tal c!ue se buscan por su propia mano. Esamisma desintegración señala, recalca, conla experiencia de cada uno, que el mundo:!l1cho es siempre ajeno.

Mientras tanto el resto de la comuni­dad sigue sufriendo por causa del insa­ciable Don Alvaro. También quiere ahorael pedregal, aunque en el fondo no seaesto' lo que ansía, como no desea.ba porellas las tierras laborables convertIdas eneriales. Quiere a los hombres para some­terlos a su férula de mandón y de ambi­cioso.

La persecución y los pleitos continúan.y una de las primeras víctimas es el su­frido y prudente alcalde Rosendo. Acu-

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UNIVERSIDAD DE MEXICO

GOITIA

Si el arte ha de ~er e~timado por sucalirlad y por su fuerza emotiva. la ohrade Francisco Goitia dehe ser consideré~d;len el primer plano, o en el más alto nivel,del arte de nuestro tiempo. l·o hay euella un solo momento en que la emocióndecaiga y siempre su personalida(l resaltainconfundible y. podría decirse, que essolemne y majestuosa. Junto a los quetratan al arte "como quincalla", a decirdel gran poeta López Velarde, Goitía e~

una amonestación por su sola presencia,por su honestidad. su sabiduría y su grancalidad de artista y de hombre.

Siempre nos quejaremos de que suproducción sea escasa. lo que es pruebade la estima en que se le tiene, mas nossentimos recompensados porque su cortaobra alcanza el limite de lo imponderable.F~s evidente que pa ra este artista pintarun cuadro no es ta;1 s(')lo expresar unaidea, sino entonar un canto doloroso parael que tiene que tocar las fibras más pro­fundas y más sensibles de su alma: pero,además, i cuánta reflexión hay en susobras! 10 que no les resta ni espontanei­dad, ni fuerza c1ramiltica, antes bien lograasí los efectos más emocionantes, ya sea

lo convertido en melodrama n<lrrado, Elmnndo es ancho y ajeno se impone Iite­rari<lmente por su equilibrio interno, porla gradación del movimiento, moroso Ypausado al comienzo, con alternativas deintenso dramatismo y de quietud apaci­ble en el desarrollo, con vertiginosidadtrágica en el desenlace. Y vale, sobre to­do, por su realismo artístico, ese realismocuyo manejo muy pocos han comprendidocuánta maestría requiere.

PLASTICAS

Fr;\I1cisco Goitia. Tata Jesucristo, óleo,

FRANCISCO

ARTES

L AS NUMEROSAS obras que componenla Primera Bienal InterameriC:111ade Pintura y Grabado, organizarla

por el Instituto Nacional de Bellas A r­tes. que se encuentran exhibidas en elPalacio de Bellas Artes, constituyen unasespléndidas colecciones que permiten for­marse una idea, si bien parcialmente, delnivel en que se encuentran esas arteshoy dia en América.

Entre las obras presentadas resaltanpor su calidad superior los dos cuadrosdel gran pintor mexicano FranciscoGoitia. No son pinturas recientes y am­bas son bien conocidas: Tata Jesucristo(1926-27) y Paisaje de Santa Mónica(1945--1-6), pero son magníficas y su pre­~encia en la Bienal dan realce al evento.El Jurado resoh'ió sin titubeos y porunanimidad. o mejor dicho. por ac1am;t­ciÓn. otorgarle el Gran Premio Interna­cional conferido por la Secretaría deEducación Pública. N o sólo se tuvo encuenta la aran categoría de esos dos cua-o .dros sino la obra del artista en conJuntoy ~u ~jgni ficación en la pintura del si-

glo xx.

Por ]usti1w FERNANDEZ

GRAN PREMIO DE LA BIENAL

cho y ajeno, sabemos que es cruel, sabe­mos que en él no hay lugar para nadie quen? ~ea ~stuto, venal o poderoso. N o queda111 slqll1era la esperanza de emprender unanueva vida, porque "el estampido de losmáuseres continúa sonando", porque lamuerte impulsada por el hombre en unacacería sin tregua ha aniquilado hast<l11aesperanza de la esperanza.

Descorazonador, amargo, colmado desituaciones cuya acumulación pudo haber-

sado de cuatrero por don Alvaro, va aparar a la cárcel, cuya lejana sombra aso­maba en La serpinte de oro y en !a. cualse nos introduce ahora. Allí COl1\'IVlmOS,durante largas páginas, co~ lo~ e~-hotl1­bres; allí palpamos la sucIa l111se:la. queengendra la protesta y el resentimIentode los más ilusos, como el generoso he­rrero que se prestó a d:c1ara; en fav?r ~;los derechos de Ruml y solo con.slgtl1~perder su libertad y su ~e en .Ia ~atna; allts~ntimos que la conVIvenCIa 1I1~leseabledesarrollará temibles lacras sOCIales. yallí muere Rosendo Maqui bajo los gol­pes de los guardias que vengan en él lafuga del Fiero Vázquez. .

Un momento de esperanza parece bn­llar después para la comunidad desgrac~a­da. Un momento que llega con Be11ltoCastro, el muchacho que huyó de la inju~:ticia humana, que la enfrentó y aprendlOalgunos medios para defenderse de ella.Pero no todos, sin embargo. Ese mo­mento de esperanza llega también conun fallo de la Corte Superior, que prote­ge temporariamente a los comuneros Y losmantiene en su nuevo pueblo. Durante dosaños esa esperanza es un aliento. La co- .munidad progresa, se abre a saludablesinflujos que comienzan a transformarla.Benito Castro, elegido alcalde, rompe tra­dicionales temores y aumenta con su de­cisión la superficie laborable.

Pero ha sido sólo un momento. La Su­prema Corte da la razón a Don Alvaro.y éste Se apresta al despojo total. Los co­muneros deciden resistir, deciden conta­giar su descontento, deciden enfrentar consus pobres fuerzas las fuerzas unidas delhacendado y del gobierno. Luchan y lu­chan bien; nada pueden, como era de es­perarse. Cercados, caen uno tras otro.y el cuadro final. anticipado en una delas tantas lecturas que Benito Castro oyóen sus andanzas por la costa y que ;la­

rraban las tropelías sufridas por otras co­munidades, deja un sabor de desolación)' de fracaso:

"En las últimas horas de la ta rde co­mienzan a llegar heridos. Algunos mue­ren calladamente. Otros dicen a sus fa­miliares que se vayan, que los dejen solos.y cuentan que los indios caen abatidos, co­mo los cóndores, sobre los picachos. Ve­tas, manchas, coágulos de sangre signanlas calles del caserío. ¿ Pero a dónde vana irse las familias? Todas las rutas se ha­llan ensangrentadas.

"De pronto llega el mismo Benito Cas­tro con la cara, las ropas y las manosrojas. Se ha manchado atendiendo a suscompañeros y con el borbollón que manade su propia herida. Cae frente a su casallamando a su mujer con una voz aho­gada. La masacre de L1aucán ha surgido.neta, en sus recuerdos. Marguicha acudecon su hijo en los brazos.

"-Váyanse, váyanse- alcanza a decirel hombre, rendido, ronco, frenético, de­mandando la vida de su mujer y su hijo.

"-¿ A dónde iremos? ¿ A dónde?­implora Marguicha mirando con ojos lo­cos al marido, al hijo, al mundo, a su so·ledad.

"Ella no lo sabe y Benito ha muerto ya."Más cerca, cada vez más cerca, el es­tampido de los máuseres continúa so­nando."

Sí, ¿ a dónde irán los últim2.s restosde la antigua y pacífica comunidad deRumi? Sabemos ya que el mundo es an-