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R e-v is ión de -v alo.-e s i\ntonio de Moragas Gallisá, arquite<to Para el despliegue de cualquier actividad humana es indispensable una gran dosis de fe, o a falta de ella, poder disponer de unos puntos de referencia ge- nerosamente admitidos o de un código o de un regla- mento. Dicho en otras palabras: de un estilo. La ges- tión del urbanista , por tanto, forzosamente ha de estar apoyada con la ayuda de unos modelos fácil- mente aplicables en su compleja tarea y que pueden servirl e de argumento en la defensa de su ciencia o teoría. La ciencia del urbanismo es joven. Hace es- casamente poco más de un siglo a nadie se le había planteado problemas de tan difícil solución como son los de organizar sobre un papel algo, que en su fin, sea el espacio o lugar dond e puedan vivir miles de hombres en varias generaciones. Pa sando por alto , hecho más hien de interés hi s- rico, los orígenes de la necesidad del urbanismo y también el urbani smo monume ntal o re presentativo , vemos que el urbanismo como fin social y como acto consciente aparece pr eci same nte cuando empieza a evolucionar la idea de los derecho s del hombre hacia una idea más humana que podríamos llamar n ecesi- dades fundamentales del mismo. El urbanismo es técnica , ciencia o teoría , pe ro es indispensable que por su complejidad y alcance se ha se sobre un ideario. No es posible re alizar un urba - nismo al día sin pensar que su misión es la de fa ci- litar bienestar a todos los mie mbros de una comuni- dad a la que está vinculado y sirve, y que su labor debe estar e ncaminada a cubrir el grado de indi gen- cia de la mi sma, como diría Fernández de Castro. La mayor dificultad de la labor urbanística deriva de la anchura del campo de su actuación, que se ex- tiende desde el me ro mundo de las ideas, como he- mos dicho, hasta la preocupación por el acabado t éc- nico de un detalle. No es una ciencia de especializa- c ión. No es tampoco una cie ncia de aplicación directa al hombre, como tantas otra s, la medicina por ejem- plo, sino más hi en una disciplina de de terminación apriorís tica que inte nta o tiene por fin resolver el arduo plant eami e nto de mo ti ene que ser un aspec - to muy importante de la insatisfecha vida del hom- bre como individuo y como miembro de la comu- nidad. El urbanismo , bien se v e, no es una ciencia exacta s olamente que permita la esp eculac ión abstracta y fría , y en modo alguno tampoco una ciencia e mpíri- ca, ya que un may or núme ro de ca sos investi gados no permite formular conclusiones definitiva s. Las cuestion es que de be ir resolvi endo esta ciencia forman como un sistema de varias ecuaciones, con más incó gnitas que ecuaciones. La totalidad de la s incógnitas es casi indete rminable. De aquí na ce 1a conve nie ncia de establecer patrones de carácter gen e- ral dentro de los cuales puedan tener cabida y amol- darse todas la s posibles solucion es, ya que es eviden- te que no puede existir en el proyec to urbanístico una solu ción para ca da uno de los casos. Si a su vez las solu ciones son muy elásticas, p odamoldarse a ellas la infinit a ga ma de necesidad es que ti enen las familias de un lu gar o de un pa ís. En de finitiva , es- tamo s llegando a un punto en el que se evidencia que el urbanismo tiene forzo same nt e qu e establ ecer unos principios generales que cubran aquellas n ece- sidades que aludíamos antes, d eb ie ndo reconocer su impote ncia para sa tisfa cer toda la problemática qu e se ofrece al cnico urbanista. Como decíamos al principio, es evidente que dicho técnico, técnico que la mayoría de las veces se halla de scon ectado de la realidad humana para la cual ti e- ne que trabajar, desconoce no solamente los casos particulares que ésta ofrece, sino que incluso d esco - noce lo s casos generales debido a su falta de pre pa - rac ión humanística , que es indispensable para pod er establecer las características que deb e tener el mundo que pretende crear. Si ha cemos un análisis, a rasgos generales, de cuá- les son los capítulos que primordialmente de be con- siderar el urbanis ta, llegare mos, por e limina ción de casos y aproximaciones sucesivas, a centrar nuestra atención a aquellos s fundamental es. Debe mos eli- minar, de entrada, todos aquellos aspectos qu e se plan- tean al técnico urbanista y qu e pueden c olocarse den- tro de lo que hemos llamado ciencias e xactas; es decir , todos los proble ma s merame nte t écnicos qu e pe rmiten acercarnos a conclusiones perfe ctame nt e de- finibl es. Pongamos por caso el cálculo de una red de sane amiento. Es evid ent e qu e para un núme ro cono- cido de usuarios, para un consumo dete rminado qu e puede es tablecerse, con unas caract erística s escogidas, unas fórmula s matemáti cas sencillas pueden darnos unos números exactos, que fij en pe ndientes, seccio- n es, espes ores, etc., d e esta red de s anea miento. Si nos volve mo s ahor a hacia el lado s e xpe ri- me ntal del tema , lo que h e mos estimado en denomi- nar aspecto e mpírico del urbanis mo , veremos mo me tic ulosas estadís ticas obte nidas sobre un amplísimo cañamazo pueden descubrirno s de modo muy aproxi- mado el cuadro de necesidades de una población. E s- tamos ya e ntrando en soluciones menos precisas, en cuestiones de estadística y de cálculo de probabili- dades. Siguiendo por este camino, método gico que no s hemos impues to , veremos cómo vamos de jando atrás aquellas cu estiones y aquellos problemas fácil es de r es olver al urbanis ta , que s on los corres pondie nt es a los a specto s de ciencia e xacta y ciencia e mpírica de la t eoría urb anísti ca, mientr as vamos llegando al ver- dad ero fondo del problem a, qu e es dond e el urb a- nista debe dejar de ser un científico y empieza a ser un hombre intuitivo, para lo cual necesit a forzosa- mente poseer una amplísima y profunda formación humanísti ca. H ay muchos problemas d el urbanismo que lo pueden resolverse mediante una profunda capac idad intuiti va d el t écni co que se ocupa de ellos. Es cuando el t écnico urbanis ta entra en el campo del artista. No obstante, d ebe reconocerse que no es un todo del todo aconsejable el que cifra sus resulta - dos a m e dios me rament e irra cionales y subj e ti vos, si bien en mu ch as actividades humanas se llega por el i- mina ción de soluciones a este punto c rucial en el que se h ace indi spen sable la intuición. Esta, a pesar de todo, no se produce de modo espont áneo, sino que 17

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R e-v i s ión d e -v alo.-e s i\ntonio de Moragas Gallisá, arquite<to

Para el despliegue de cualquier actividad humana es indispensable una gran dosis de fe, o a falta de ella, poder disponer de unos puntos de referencia ge­nerosamente admitidos o de un código o de un regla­mento. Dicho en otras palabras : de un estilo. La ges­tión del urbanista, por tanto, forzosamente ha de estar apoyada con la ayuda de unos modelos fácil­mente aplicables en su compleja tarea y que pueden servirle de argumento en la defensa de su ciencia o teoría. La ciencia del urbanismo es joven. Hace es­casamente poco más de un siglo a nadie se le había planteado problemas de tan difícil solución como son los de organizar sobre un papel algo, que en su fin, sea el espacio o lugar donde puedan vivir miles de hombres en varias generaciones.

Pasando por alto, hecho más hien de interés histó­rico, los orígenes de la necesidad del urbanismo y también el urbanismo monumental o r epresentativo, vemos que el urbanismo como fin social y como acto consciente aparece precisamente cuando empieza a evolucionar la idea de los derechos del hombre hacia una idea más humana que podríamos llamar necesi­dades fundamentales del mismo.

El urbanismo es técnica, ciencia o teoría, pero es indispensable que por su complejidad y alcance se hase sobre un ideario. No es posible r ealizar un urba­nismo al día sin pensar que su misión es la de faci­litar bienestar a todos los miembros de una comuni­dad a la que está vinculado y sirve, y que su labor debe estar encaminada a cubrir el grado de indigen ­cia de la misma, como diría Fernández de Castro.

La mayor dificultad de la labor urbanística deriva de la anchura del campo de su actuación, que se ex­tiende desde el m ero mundo de las ideas, como he­mos dicho, hasta la preocupación por el acabado t éc­nico de un detalle. No es una ciencia de especializa­ción. No es tampoco una ciencia de aplicación directa al hombre, como tantas otras, la medicina por ejem­plo, sino más hien una disciplina de determinación apriorística que intenta o tiene por fin r esolver el arduo planteamiento de cómo tien e que ser un aspec­to muy importante de la insatisfecha vida del hom­bre como individuo y como miembro de l a comu­nidad.

El urbanismo, bien se ve, no es una ciencia exacta solamente que permita la especulación abstracta y fría, y en modo alguno tampoco una ciencia empíri­ca, ya que un mayor número de casos investigados no permite formular conclusiones definitivas.

Las cuestiones que debe ir resolviendo esta ciencia forman como un sistema de varias ecuaciones, con más incógnitas que ecuaciones. La totalidad de las incógnitas es casi indeterminable. De aquí nace 1a conveniencia de establecer patrones de car áct er gen e­ral dentro de los cuales puedan t ener cabida y amol­darse todas las posibles soluciones, ya que es eviden­te que n o puede existir en el proyecto urbanístico una solución par a cada uno de los casos. Si a su vez las soluciones son muy elásticas, podrá amoldarse a ellas la infinita gam a de necesidades que tienen las familias de un lugar o de un país. En definitiva, es-

tamos llegando a un punto en el que se evidencia que el urbanismo tiene forzosamente que establecer unos principios generales que cubran aquellas n ece­sidades que aludíamos antes, debiendo reconocer su impotencia para satisfacer toda la problemática que se ofrece al técnico urbanista.

Como decíamos al principio, es evidente que dicho técnico, técnico que la mayoría de las veces se halla desconectado de la realidad humana para la cual tie­ne que trabajar, desconoce no solamente los casos particulares que ésta ofrece, sino que incluso desco­noce los casos generales debido a su falta de prepa­ración humanística, que es indispensable para poder establecer las características que debe ten er el mundo que pretende crear.

Si hacemos un análisis, a rasgos gen erales, de cuá­les son los capítulos que primordialmente debe con­siderar el urbanista, llegaremos, por eliminación de casos y aproximaciones su cesivas, a centrar nuestra atención a aquellos más fundamentales. Debemos eli­minar, de entrada, todos aquellos aspectos que se plan­tean al técnico urbanista y que pueden colocarse den­tro de lo que hemos llamado ciencias exactas; es decir, todos los problemas meramente técnicos que p ermiten acercarnos a conclusiones perfectamente de­finibles. Pongamos por caso el cálculo de una red de san eamiento. Es evidente que para un número cono­cido de u suarios, para un consumo determinado que puede establecerse, con unas características escogidas, unas fórmulas matemáticas sencillas pueden darnos unos números exactos, que fijen pendientes, seccio­n es, esp esores, etc., de esta red de saneamiento.

Si nos volvemos ahora hacia el lado más experi­m ental del tema, lo que h emos estimado en denomi­nar aspecto empírico del urbanismo, veremos cómo m eticulosas estadísticas obtenidas sobre un amplísimo cañamazo pueden descubrirnos de modo muy aproxi­mado el cuadro de n ecesidades de una población. E s­tamos ya entrando en soluciones menos precisas, en cuestiones de estadística y de cálculo de probabili­dades.

Siguiendo por este camino, método lógico que nos h emos impuesto, veremos cómo vamos dejando atrás aquellas cuestiones y aquellos problemas fáciles de r esolver al urbanista, que son los correspondientes a los aspectos de ciencia exacta y ciencia empírica de la teoría urbanística, mientras vamos llegando al ver­dadero fondo del problem a, que es donde el urba­nist a debe dej ar de ser un científico y empieza a ser un hombre intuitivo, para lo cual n ecesita forzosa­m ente poseer una amplísima y profunda formación humanística. H ay muchos problem as del urbanismo que sólo pueden resolverse mediante una profunda capacidad intuitiva del técnico que se ocupa de ellos. Es cuando el técnico urbanista entra en el campo del artista. No obstante, debe reconocerse que no es un m étodo del todo aconsejable el que cifra sus resulta­dos a m edios m eramente irracionales y subjetivos, si bien en muchas actividades humanas se llega por eli­minación de soluciones a este punto crucial en el que se h ace indispen sable la intuición. Esta, a pesar de todo, no se produce de modo espontáneo, sino que

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está proyectada desde fuera por la cultura y la for­mación recibidas, así como los principios, verdadero sostén de la intuición, son debidos a influencias del pensamiento.

Si, como h emos visto más arriba, es posible alcan­zar con precisión la solución de un problema m era­m ente matemático como el cálculo de una red de desagüe, o resolver por procedimientos empíricos otros aspectos del urbanismo, no es posible establecer de modo preciso y definitivo cuál ha de ser el modo de vivir de una aglomeración humana en sus facetas psi­cológicas o espirituales. Aquí empieza el punto más apasionante de la técnica urbanística, donde ya tal vez no es justo llamarla t écnica, sino m ás bien intui­ción o arte urbanístico. Para progresar un poco en el camino de este m étodo que nos h emos impuesto, será conveniente echar una mirada hacia atrás y observar cómo en casi todas las épocas pasadas el problema de la vivienda o de la morada humana se r esolvió de m odo espontáneo y sin previsión alguna previa. Es patente que el r esultado, por este camino obtenido, no es en modo alguno satisfactorio; cualquiera de nosotros, urbanist as, nos turbamos ante las bajísimas condiciones de todo orden que ofrecen l as viviendas así construídas. Nadie puede estar conforme con el tamaño, la disposición, la falta de condiciones higié­nicas, la falta de aislamiento, de insolación, de bue­nas vistas, e tc., que ofrecen la mayor parte de las viviendas rurales o suburbiales de nuestro país. A pe­sar ele todo, es conveniente que nos paremos a m edi­tar sobre este singular hecho. Está claro que el hom­bre, por naturaleza, tiende a la complexibilidad y a la perfección. E s cierto también que muchas veces la rutina y las malas costumbres le privan de un des­arrollo mejor ; dicho de otro modo, privan que se ex­ploten hasta su máximo, gracias a la inteligencia y la organización, unas posibilidades, aunque éstas sean reducidas y m ediocres. Lo que no es rebatible es que las viviendas surgidas de esta forma espontánea res­ponden completamente a unas posibilidades, posibi­lidades que, como acabamos de decir, una inteligente organización y un mejor aprovechamiento del esfuer­zo que las crea podría hacerlas mucho m ejores, p ero la diferencia entre la m ejor calidad obtenida por un procedimiento organizado sobre la obtenida por l a simple espontaneidad será tanto más reducida cu anto m enores sean las posibilidades reales de todo orden. Lo que no es posible es hacer milagros ni sacar algo de donde n ada existe. Deb e ser motivo de inquietud para todos constatar que precisam ente en una época en la que existe una arquitectura desarrollada. una industria desarrollada, una técnica avanzadísima y una enfática ciencia urbanística, sea cuando aparece el p roblem a de la falta de viviendas en su forma m ás agudizad a. ¿No será que esta técnica o t eoría u rb a­níst ica está divorciada de las reales posibilidades eco· nómicas y sociales del lugar donde opera?

E s fácil estar de acu erdo en que estos p oblados que se h an producido de una manera an árquica y espon­tánea son algo que d eb e combatirse como se pueda, al go que es u na vergüenza, n o sólo para quienes los han construído, sino también para quien ha permi­tido fuer an construídos. A pesar de todo, es doloroso tener que reconocer que este esfuerzo-de estadísti-

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cas a mano no disponemos-h a tenido una importan­cia en la construcción de viviendas que no es en nin­gún modo despreciable. Viviendas que de no haberse construído por este procedimiento anárquico y espon­táneo no existirían. Otro problema que presenta el técnico urbanista en E sp aña es el que se deriva de su lógico deseo de superación, much as veres. o casi siem­pre, desorbitado; es lo que podríamos llamar conse­cu encia de los viaj es y de la facilidad de información. Después de un período de ostracismo y de r epliegue dentro de nuestra casa, tal vez por reacción, se h a p asado una etapa de atracción por t odo lo exterior que nos tienta a aplicar a nuestras modestísimas po­sibilidades, soluciones que están fund ad as en unas realidades totalmente distintas a las nuestras, no ya desde eJ punto de vista económico, sino también de nivel social , así como de nuestros aspectos climatoló­gicos, geológicos, topográficos, e tc. La actual facilidad de poder entusiasmarnos por cualquier r ealización situada a miles de kilómetros no sólo de nuestra l a­titud, sino de nuestro nivel , es un elem ento m ás de despiste en la aplicación de nuestra balbuciente cien­cia urbanística.

El impulso inicial que los arquitectos h emos toma­do en estas cuestiones de urbanismo ha dado como resultado, a pesar de lo dicho, que éstas fueran tra­tadas de una forma b ast ante humanística, pues n o podemos olvidar que el arquitecto todo y los graves defectos de su educación, dignos de otro estudio, tie­ne una formación a la vez técnica y artística que le permite adquirir un concepto más bien universal de los problemas. No obstante, su incentivo se ha visto lamentablem ente frenado por una visión p olítica o administrativa del asunto. Hay muchas maneras de enfocar los problemas, pero desde luego no es la bue­na aquella que tiende a extremar demasiado un as­pecto parcial del mism o. E s cierto que no puede h a­her acción urbanística sin una previa preparación administrativa, p ero sería completam ente absurdo in­sinuar que el problema urbanístico es m eramente un problema administrativo, como lo sería en cualquier planteamiento empresarial conceder más valor a la contabilidad, por ejemplo, que a la producción.

H echas estas consideraciones de carácter general que h emos creído imprescindibles, podem os volver a tomar el hilo del m étodo que n os habíamos propues­to al principio, es decir, llegar a determinar o loca­lizar la zona m ás difícil del amplísimo campo de ac­ción de la gestión u rb anística que va del dilem a de elegir entre derecho y n ecesidad hasta el modo de encauzar o torcer las costumbres.

P reviamente deberemos señ alar, en líneas genera­les, las dos grandes tendencias del ideario urbanísti­co, y decimos ideario precisam ente porq ue en est e as­pecto final estamos intentando destacar, separándolo, lo esencial de los problemas secundarios. P or u n lado, existe aquella tendencia que se propone establecer de un modo concreto y definitivo unas premisas, unos cri terios o unos principios invariables, frutos de l a r a­zón, qu e no tendrá p or verdadero si no a quello que clara y distintamente r econ ozca ser t al ; es lo que po­dríamos llamar el urbanismo utópico. Contrapuesta a dich a tendencia, se ofrece o tra m en os ambiciosa, m ás m ale able, m ás democrática podríam os decir, aun-

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que escéptica, por estar poco convencida de que pue­da existir una panacea decisiva que permita estable­cer un conjunto de reglas y de normas que permitan resolver de modo satisfactorio la totalidad de los pro­blemas del urbanismo. Tendencia esta en cierto modo emparentada, sin que adopte su despótica solución, con el individualismo de Tomás Hobes que considera a los hombres tan fundamentalmente distintos entre sí, que un estado de la naturaleza equivaldría a un estado de guerra "de un hombre contra otro". Esta inclinación podríamos decir que está caracterizada por una especie de agnosticismo cultural, ya que es­tando fundamentada en un hondo conocimiento de todas las posibilidades, así como de todos los proble­mas, declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de solución absoluta. Si por una parte esta doctrina lleva a un franco escepticismo, a una falta de fe, a un convencimiento de que no pueden alcanzarse las soluciones, no por falta de medios, sino porque la misma complejidad y constitución humana lo hacen imposible, en cambio, por contrapartida, tiene la ventaja de permitir, por su ductilidad, cami­nos más viables y reales. Además, la primera tenden­cia señalada, la que tiene fe ciega puesta en aquello que aparece "claro y distinto" que pretende conocer el mundo exterior, material, debe ponernos en guar­dia en cierta manera, ya que la adopción de una teo­ría aplicada sin inteligencia, como puede ocurrir en la mayoría de los casos, es inevitable que provoque la desastrosa consecuencia de estimular ciegas y ro­mánticas r eacciones que prefieren lo espontáneo y vivo, aunque desordenado y primitivo, a lo estereoti­pado y determinista que aparece como absurdo, muer­to, demasiado materialista y difícilmente intuíble. Si rendimos culto, valga la paradoja, a lo que antes h e· mos calificado agnosticismo cultural y queremos es­tablecer un código de valores negativos o de valores aunque posiblemente positivos, difícilmente asequi­bles, como es el concepto orgánico que propone una instancia psicológica y espacial de que el problema actual consiste en humanizar la arquitectura y el ur­banismo, se llega fácilmente a admitir la imposibili­dad de establecer un orden que permita su aplicación en todos aquellos casos muchas veces aislados y se­parados del contacto de un centro de inspiración y de pensamiento.

El urbanismo es ciencia a la vez abstracta y empí­rica y al propio tiempo actividad consciente que se propone circunscribir la vida del homhre al mundo presente y visible, pero que no puede olvidar que ést e también es un peregrino y un soñador.

En cuanto a sus dos primeros aspectos, el urbanis­mo se beneficia del progreso de la técnica, pero el pensamiento h a determinado los principios positivos o no sobre los cuales se asienta.

Es evidente que el pensamiento filosófico influye de manera concreta a toda actividad humana, del mismo modo que la propia evolución de esta activi­dad humana repercute asimismo sobre el pensamiento filosófico. Ahora bien: este pensamiento filosófico in­fluye en distintos modos según la actividad humana sobre la cu al actúa. Existen algunas muy sensibles a la influencia del pen samiento. Son todas aquellas que para manifestarse requieren un mínimo de elem entos.

No hay duda que el hombre que coge una pluma para escribir con un papel completa el cúmulo de sus n e­cesidades; o el pintor que toma su pincel o la espá­tula, o el escultor que con un pedazo de material y un cincel hace su obra, pueden acusar con brevedad las influencias del pensamiento, mientras que en la arquitectura y todavía mucho más en el urbanismo, que para manifestarse n ecesitan de un formidable conjunto de elementos de toda especie, la relación en­tre pen samiento y realización exige un vastísimo es­pacio de tiempo.

Como tesis del presente estudio podría concluirse que el urbanismo es tal vez, de todas las actividades humanas, aquella que llega a expresar con más retra­so el pensamiento que la ha precedido. En consecuen­cia, el actual urbanismo debe estar impregnado d e ideas y de un pensamiento superado y evolucionado. En definitiva, debe estar anticuado. Precisamente la relativa juventud del urbanismo, sus pocas generacio­nes y su modesto "pedigree", permiten afirmar que no ha tenido tiempo de adquirir la ranciedad nece­saria en cualquier actividad humana para ser estima­ble. Si exploramos en la vida de los antepasados del urbanismo actual, verdaderos fundadores del mismo, descubriremos que su reducido campo de actividades lo compensaron con una vastísima proliferación de ideas, seguramente perdurables en nuestros días. ¿ Cuá­les fueron? Dejémoslo para un ulterior estudio. De momento, recelemos de una serie de tópicos y con ­ceptos que esta exposición nos ha encaminado a po­der afirmar que son falsos.

¡ Cuántas de nuestras obras de urbanismo han sido concebidas pensando en el fotógrafo, en la revista, en el comentario entre compañeros, hueros seguramente de preparación adecuada para hacer una crítica res­ponsable ! Hasta un escudo parecido a estos de los "hinchas" del club deportivo ha entronado un "slo­gan " propio de la publicidad: sol , aire y vegetación.

Es decir, que cuando España se expresa al mundo con una pintura desgarrada y una poesía lacerada, precisamente aquellos ademanes m ás sensibles a las influencias, nuestro urbanismo ha de t en er la tranqui­lidad, el nivel y los escrúpulos del urbanismo escan­dinavo! En España, cuando llegamos a un pueblo, pensamos desde la carretera : ¿ cómo será posible a estas gentes que t engan una intimidad. un recogi­miento, una paz, que los aisle de la dureza del am­biente? ¡ Sol, aire y vegetación! ¿ Qué nos podrá librar del sol ? ¿ Qué nos podrá hacer respirable el aire? ¿Dónde se aclimatará la vegetación? A la fórmula : cielo, sol y verde se podría oponer el tríptico: som­bra, intimidad, paredes. Sí, paredes; bellísimas pare­des que nos aislen de la áspera realidad. Del polvo, del amarillo, de la miseria.

Nosotros los urbanistas debemos desenmara1íarnos de estos tópicos adoptados sin reflexión. Tenemos que suprimir de nuestros catálogos estos pueblos de plan­ta baja o de planta y piso que sólo son soportables cuando son espontáneos, porque su poesía los salva, para proponer los pueblos en altura, cuanta m ás me­jor, que nos aleje de la dura e insoportable realidad. Del sol , de la aridez y de l as piedras.

Si estas palabras son fruto de un pensar, descubrá­moslo. ¡ No pensemos por cuenta ajena!

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