Raíces de Fe y Alegría, A. Pérez Esclarín, 1999

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TESTIMONIOS RECOPILADOR: ANTONIO PEREZ ESCLARIN

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TESTIMONIOS

RECOPILADOR: ANTONIO PEREZ ESCLARIN

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PRESENTACION Recogí estos testimonios entre los años 1989 y 1993. Este dato debe ser tomado muy en cuenta por los lectores de la obra para que ubiquen en el contexto de esas fechas los acontecimientos que se narran y añadan los años que han pasado desde entonces. En 1989, el P. José Manuel Vélaz me pidió que tratara de recoger la memoria viva del Fundador de Fe y Alegría entre las personas que, en momentos en que este movimiento educativo estaba naciendo y era poco más que un enorme sueño quijotesco, se habían atrevido a acompañarle en su empresa fundacional. Debíamos esforzarnos para que no se perdiera esa historia tan rica en atrevimientos, generosidades y entregas, que andaba por ahí en múltiples anécdotas, recuerdos, vivencias e historias. Las nuevas generaciones debían conocer las raíces de Fe y Alegría, los aportes y tesón de sus fundadores, para ir reconstruyendo y afianzando permanentemente nuestra identidad. Esta tarea de tanta transcendencia y responsabilidad se sumó a las múltiples actividades y compromisos que yo tenía en esos momentos, y nunca conté con recursos ni tiempo liberado para acometerla de un modo sistemático. Cuando de cualquier rincón del país, me solicitaban talleres o cursos, asistía a encuentros pedagógicos o visitaba a los grupos del programa de profesionalización de maestros en servicio, aprovechaba los ratos de descanso o las noches para indagar quiénes eran los veteranos de Fe y Alegría en esas regiones y, a poder ser, trataba de entrevistarlos. Así, juntando datos y saltando de nombre en nombre, fui agrupando este ramillete de testimonios que hoy, superados algunos problemas de edición, entrego a los lectores. Soy muy consciente de que, debido sobre todo al modo como acometí la tarea, muchas personas con méritos sobrados para aparecer en el libro, quedaron fuera. A esta deficiencia le podemos dar la vuelta, y utilizando este libro como voz de difusión, les invito a que me hagan llegar los nombres de los que puedan ser incluídos en trabajos posteriores, los datos, sucesos y anécdotas que no aparecen recogidos, en fin, todo aquello que constituya materia interesante para reconstruir la historia de Fe y Alegría, material que no debe perderse y que podría ser trabajado en ulteriores publicaciones. El método utilizado con los entrevistados se limitaba a preguntarles sobre sus orígenes y vivencias en Fe y Alegría, lo que ha supuesto en sus vidas, y sus recuerdos del P. José María. Si bien algunos de los entrevistados mostraron bastante locuacidad, con otros debí usar grandes dosis de constancia y paciencia para sacarles la información. Siempre trataba de confrontar los datos que me aportaban con los recuerdos y vivencias de otros, de modo que los sucesos se fueran construyendo desde diferentes ópticas y perspectivas. Procuré centrarme en los más veteranos, y por ello traté de limitarme a los que iniciaron su trabajo en Fe y Alegría en las décadas del cincuenta y del sesenta. Excepciones notables a

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esta norma son los testimonios de la Hna. Montemayor y del Sr. Barberá, que incluí por ser testigos de excepción de los últimos años y de la muerte del P. José María. También traté de balancear los testimonios entre religiosos y laicos, y me esforcé porque estuvieran representadas todas las regiones importantes del país. Al final de la obra, me pareció conveniente incluir una breve semblanza del P. Vélaz. No me cabe la menor duda de que los testimonios y vivencias recogidos en este libro contribuirán a afianzar el compromiso y entrega de los que llegamos después a Fe y Alegría y tratamos de seguir las huellas de tan preclaros pioneros, de los que con orgullo nos reconocemos herederos.

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1.- ABRAHAN REYES Nací el 15 de marzo de 1915. Vengo de una región del país, Los Dos Caminos, entre Falcón y Lara, puro cardón y tuna. Me crié en Santa Cruz de Bucaral, un pueblito muy pobre. Ahí no había escuela, ni iglesia, no había nada. Había un maestro que daba escuelita, pero tomaba mucho aguardiente. Ahí me inicié yo. La gente era muy pobrecita y vivía de la agricultura. Tenía su conuco donde sembraba y tenía sus animalitos en la casa con los que se iba remediando. Yo crecí pues, como campesino, y a mucha honra, porque el campesino tiene grandes valores. Allí, en mi pueblo, cuando alguien mataba una res o un cochino, enviaba una parte a los vecinos. Y si había que levantar una casa, ayudaban todos. Yo sembraba, enlazaba ganao, montaba a caballo. Era un muchacho fuerte, muy fuerte, y como a la edad de nueve años era ya un hombrecito porque papá murió y tuve que ayudar a mi mamá. Eramos ocho hermanos y algunos se marcharon y los otros se fueron muriendo. Entonces, mamá dijo: - Bueno, mijo, aquí hemos enterrado a todos. Vámonos. Vamos a visitar a los familiares por allí. Entonces yo con ella recorrimos todo visitando la familia. Yo andaba con mi mamá pa’rriba y pa’bajo, como un perrito faldero. Yo era muy obediente. Entonces fue cuando me reclutaron. Primero serví en el cuartel Jacinto Lara de Barquisimeto. Después me trajeron a Caracas, al cuartel San Carlos. Por todo, estuve sirviendo en el ejército catorce años. Eso era cuando el General Gómez, el país tenía cinco millones de habitantes y todo era un atraso, no había escuelas ni hospitales, no se podía hablar contra el Gobierno no, a uno lo planeaban por cualquier cosa. En esa época, casi todos éramos analfabetas, apenas sabíamos medio leer y hacer unos borroncitos por allí. La persona instruida era un privilegio. Después de la muerte de Gómez, cuando vino a mandar López Contreras, nos empezaron a dar unas clases a la una de la tarde en el cuartel San Carlos

YO DE RELIGION SABIA MUY POCO Los domingos, el maestro Pedro Elías Gutiérrez nos llevaba a misa a la Iglesia de las Mercedes que quedaba cerca. Ibamos a tambor batiente. Oíamos la misa y salíamos como antes porque era en latín y no entendíamos nada. Cuando levantaba el cura una cosita blanca, nos hacían una señal y nos incábamos todos de rodillas. Yo entonces de religión sabía muy poco. Uno nace, lo bautizan y más nada, por pura tradición. Yo oía hablar de Dios en Semana Santa, pero en donde

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yo vivía había una gran devoción a la Virgen de Chiquinquirá, que tenía su santuario en Areque. La Virgen es como un refugio, como una madre. Un día, me estaba muriendo porque equivocadamente me inyectaron una ampolleta muscular dentro de la vena. Yo ya me moría, estuve nueve meses recluido en el hospital, y yo le pedía a la Virgen que me diera la salud. Un día soñé, y en el sueño vi a la Virgen en un cardonal que se acercaba a mi con una taza como de caldo y decía: “Voy a darle a Abrahán esta taza que lleva nueve meses que no come”. Desperté del sueño y me sentí muy alentado. Todo el mundo se quedó maravillado. Fue entonces cuando comencé a hacer una casa y cuando la hacía, me acordé de la Virgen y se la ofrecí a la Virgen de Chiquinquirá y recé un padrenuestro que era lo único que yo sabía rezar entonces para que aceptara la casa. Cuando salí del servicio militar, trabajé de ayudante de una camioneta y en el Aseo Urbano. Salíamos de San Agustín como a las once de la noche y llegábamos amaneciendo al Silencio para ganar nueve bolívares diarios. Entonces, me saqué una muchacha de Barlovento, huérfana de padre y madre, no sabía ni leer ni escribir, pero era una santa mujer, era muy religiosa y muy buena. El P. Barnola me empezó a catequizar y me decía que me casara, que formara un hogar con la bendición de Dios. Me casé. Esa mujer fue una bendición para mí. Ella me ayudó a hacer la casa. Cargaba el agua para la mezcla desde la Planicie con una lata en la cabeza y hacía barro y me ayudaba a pegar los adobes. Era muy humilde, ella ha sido una mujer que nunca se ha quejado, ella me ayudó con su humildad.

APARECIERON POR EL BARRIO LOS ESTUDIANTES Entonces aparecieron por el barrio los estudiantes universitarios, muchachas y muchachos, con el P. Vélaz . Ese barrio estaba donde hoy queda el 23 de Enero y sólo se llegaba a pie. Era puro cerro, no había nada. Visitaban casita por casita y hablaban con la gente y les preguntaban de sus problemas. La gente se sentía estimulada de que unos jóvenes y un sacerdote jovencito los visitaran en un barrio tan abandonado, donde no había ningún servicio, no había nada. Y la gente le dijeron:

- Mire, Padre, nosotros aquí tenemos muchísimos problemas; problemas con el agua, con la luz, no los podemos enumerar, pero el problema más grave que aquí tenemos es que por todo esto no hay escuela y los muchachos no tienen donde estudiar.

Entonces, yo le dije al P. Vélaz :

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-Mire, Padre, yo tengo aquí un rancho muy grande que construí con mi mujer. Está a la orden. Si quiere verlo...

Entonces, vino, entró y vio aquellos salones grandes. Yo le dije:

-Esto es suyo, esta casa es suya. -Y dijo muy contento el P. Vélaz:

-Pues claro, aquí está, aquí está la escuela. Y cuando el Padre aceptó mi casa, yo comprendí que era la Virgen quien la estaba aceptando. Entonces sentí una gran alegría de poder colaborar con las cosas de Dios, con el servicio. Los muchachos se animaron mucho con el proyecto de empezar la escuelita en esa casa que yo había cedido con todo el cariño del mundo. Para mí fue una alegría muy grande poder participar con esa obra tan buena que querían hacer por los barrios. Todas las familias del barrio estaban muy de acuerdo con la escuela, se pusieron a la orden, abrieron sus casas, sus corazones. Estaban muy contentos, estaban muy entusiasmados del proyecto de la escuela. Esos muchachos que venían con el P. Vélaz eran casi el único contacto con el mundo. Entonces no teníamos nadie radio. Eramos muy pobrecitos. La idea de la escuela dio un sentido a sus vidas, una inyección de optimismo, de ganas de vivir, de trabajar, de ver que a sus hijos esa educación les abriría las puertas del futuro. Eso los animó mucho, vieron una gran esperanza. Entonces las muchachas y muchachos empezaron a reunir a los muchachitos de todas las edades. Les cantaron unas canciones y les dijeron que ahí se iba a hacer una escuela. Eso fue un entusiasmo muy grande. Los estudiantes y el Padre consiguieron tres maestras y comenzaron las clases. Cada uno traía una sillita, un banquito. Después consiguieron unos bancos hechos de unos cajones. Aquello fue tan hermoso... fue como una bendición de Dios. Las familias se acercaban, estaban contentas porque ya sus hijos iban a estudiar. Así empezó la escuelita. Además de clases, daban también catecismo, repartían caramelos, bolsas de comidas y se daban ellos, se daban con el cariño, con el afecto. Por eso, el nombre está bien puesto: alegría de recibir, alegría de dar, alegría de darse; ellos se dieron por su fe, dieron su tiempo, dieron sus sábados, dieron su trabajo... Y cuando se hace el bien, uno se estimula, y yo creo que esa es la gran alegría.

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Yo no sólo entregué la casa, sino que me entregué yo mismo, me entregué a colaborar y a recibir catecismo. Yo iba los sábados a las clases de catecismo y recibía mucho, aprendí a rezar, a conocer a Dios. Cuando prepararon una Primera Comunión para los niños, yo me colé, y así fue como la hice ya de adulto, de colado. Después vinieron los bautizos, matrimonios de los que vivían en concubinato, toda una obra de santificación del barrio.

LA FE: UNA BUSQUEDA DE DIOS Yo, desde entonces, me siento muy feliz. Yo creo que cuando el hombre se da, es mucho más que dar millones, cosas materiales. Ese corazón ya nunca podrá estar amargado, aun en medio de las penas y las adversidades. Ese corazón está lleno de Dios. A los hombres les hace falta el espíritu de entrega. Uno recibe más cuando da, cuando entrega su vida, que cuando sólo piensa en instalarse. El que sólo se preocupa por amontonar cosas, es un hombre por dentro infeliz, está lleno de cadenas. Yo empecé mi verdadera formación cristiana como oyente en el catecismo de Fe y Alegría. Después seguí con retiros espirituales. La fe es una búsqueda continua de Dios que sólo termina con la muerte. Me invitaron al diaconado permanente y dije que sí. Allí recibí una gran formación que siguió alimentando mi fe. Yo soy ahora diácono. Como diácono, me fui al barrio Plan de Manzano a dar catecismo, a evangelizar. Me fui con un equipo. El hombre en las cosas de Dios, como en las cosas humanas, debe trabajar en equipo. Una empresa de un solo hombre, cuando falla el hombre, la empresa muere. No hay que ser individualista, sino trabajar siempre con sentido de equipo. Trabajar sobre todo con las gentes humildes, fundiéndose con ellos. Los pobres responden cuando no se les engaña, cuando no se les utiliza. Y responden con el corazón, con la vida. Para Dios, las cosas pequeñas son las más grandes. Trabajando por los demás uno vive desapercibido para el mundo, pero no para Dios.

EL PADRE VELAZ Yo veía al Padre Vélaz como un hombre lleno de bondad. Yo diría que el Padre Vélaz era un hombre que por donde quiera que pasaba iba sembrando bondad, el bien de ayudar al hombre marginado, al hombre que nadie toma en cuenta. El escuchaba a la gente, les miraba a la cara y los dejaba que hablaran, y con sola la presencia de él, la gente se sentía alguien. Su presencia transmitía esperanza, nos hacía ver que valíamos, que no éramos basura, que no éramos una cosa botada por allí, sin valor. Nos sentimos valorados, nos sentimos seres humanos, nosotros éramos seres humanos y el Padre Vélaz nos lo hizo sentir. Nos hizo ver que con estímulo

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y ayuda podíamos progresar, levantarnos de la miseria, empezar una obra que hoy es una cosa muy grande. El Padre Vélaz iba siempre a la familia. Nos decía que cambiáramos de vida, que dejáramos el aguardiente, los vicios, que respetáramos nuestras señoras, que el hombre debía tener sólo una mujer, que ahí es donde se realiza el hombre, no regando hijos por ahí. Y nos decía que los verdaderos amigos se experimentan en la ayuda, cuando uno está postrado en la cama de un hospital o no tiene que comer. Que de bien poco sirven esos amigos de fiesta, de palitos de aguardiente, donde uno bota los reales y luego no alcanzan para la comida de los muchachos, para acomodar la casa, para atender a la mujer. Nos decía que el mejor tesoro era la familia, que debíamos cuidar mucho ese tesoro. Decía que debíamos trabajar y luchar por superar a la familia, que no fuéramos despilfarradores del dinero, que guardáramos siempre una partecita de lo que ganábamos. También nos decía que la educación era una gran riqueza. Todo esto nos lo decía de una manera suave, sencilla. El se ponía a la altura de nosotros, uno no le veía tan grande, sino que parecía que era uno de nosotros. El se ponía bajito, como nosotros; él se ponía como un amigo. El era un padre siempre orientándonos hacia el futuro, sin importar el pasado de cada uno.

FE Y ALEGRIA, OBRA DE LA VIRGEN Yo siento a Fe y Alegría como una obra de la virgen. Yo le ofrecí el rancho que había hecho y ella lo aceptó. Yo rezo el rosario, los quince misterios, todos los días, y cada día pido por Fe y Alegría. Yo le digo: “Virgen Santísima, alégrate porque esa es tu obra”. Y cada día le doy gracias porque pude poner mi granito de arena y le pido que sea siempre el mismo, que nunca me sienta orgulloso, que sea sencillo, humilde, como ella lo fue. Yo amo a la gente sencilla, yo amo a la gente del campo, yo amo a la gente analfabeta, yo amo al oprimido, y le pido a la Virgen que me haga uno de ellos, que sea pequeñito, que sea como una basurita, que sea como el que no vale nada. Que nunca me considere como algo grande porque yo no soy digno. Fe y Alegría es obra de todos: yo lo que hice fue poner mi granito de arena, como otras muchas personas lo están poniendo. Quien realmente fue un fundador fue el Padre Vélaz, que derramó los sesos viendo cómo iba a hacer para ayudar a todas esas gentes tan pobres de los barrios. Mi mayor deseo antes de morir sería incarme de rodillas ante la tumba del Padre, rezar una oración, hablar con él y decirle que no nos olvide, que su obra es como un álamo muy grande que se ha extendido por América. Yo aquí, en el hospital, he ofrecido muchas oraciones, he ofrecido todos los sufrimientos, todos los dolores que he padecido, la soledad, a la Virgen. Los he ofrecido por Fe y Alegría.

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Yo hice hace ya tiempo una especie de contrato con la Virgen, porque yo trato a la Virgen como a mi madre. Yo le dije: “Mira, yo voy a trabajar duro en la Legión de María y tú en Fe y Alegría”. Por supuesto, Fe y Alegría salió ganando.

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2.- HNA MARIA TEODORA (Laurita) Un grupo de religiosas lauras que trabajábamos en Maracaibo, Perijá, Sinamaica y Guarero, habíamos terminado un retiro espiritual con el P. Luis Olaso y nos encontrábamos conversando a orillas de la laguna de San Javier del Valle, en Mérida. Hacia las tres de la tarde se acercó a nosotros un Padre muy venerable, con su sotana negra y un rosario de semillas rojas. Nos preguntó con mucha amabilidad dónde trabajábamos, y cuando le respondimos que en el Zulia, nos dijo:

-¿No quisieran venir conmigo a trabajar en las barriadas de Caracas, donde estoy comenzando a fundar una obra educativa?

Yo fui una de las primeras que le dije que sí con gran entusiasmo. Para ese tiempo ya había empezado a funcionar la primera escuelita en el rancho que donó Abrahán Reyes y el Padre Vélaz quería construir muchas otras para acabar con la ignorancia y la pobreza. Estuvimos conversando un buen rato y el Padre nos pidió la dirección de nuestra Madre General, que en esos días era la madre del Perpetuo Socorro. La carta se la envió a Medellín pidiéndole la autorización para que algunas de nosotras pudiéramos trabajar en la obra educativa que estaba iniciando por los barrios. Después de pasar unos días de vacaciones en Mucuchíes, cada una de nosotras regresó a su puesto de trabajo. Y recuerdo bien que el ocho de septiembre de 1956, día de la Virgen, ella nos trajo el bellísimo regalo a mí y a otras compañeras de ser destinadas a esa hermosa fundación. Eran las dos de la tarde y yo me encontraba en la capilla del Colegio Sagrado Corazón de Jesús en Villa del Rosario. Llegó la Madre Superiora y me dijo:

- Venga, llegó un telegrama donde dice que pase a Caracas a la fundación del Padre Vélaz.

Yo sentí una gran alegría y de inmediato me alisté para viajar a Caracas al día siguiente. Conmigo habían sido destinadas a Fe y Alegría las siguientes hermanas: La Hna. De los Mártires, que se encontraba en Cumaná; Eloísa e Ismaela que viajaban de Medellín a reunirse con nosotras; y la Madre San Cayetano que estaba en Caracas. Al día siguiente, nueve de septiembre, fiesta de San Pedro Claver, llegamos a Caracas. Fuimos directo a la Universidad Católica donde residía el Padre Vélaz. Cuando nos vio y vio nuestra alegría, los ojos se le llenaron de felicidad. Nos atendió muy cariñosamente y como estaba lloviendo y hacía frío, nos llevó a una salita para brindarnos un café con leche. Estuvimos conversando un buen rato y nos regaló a cada una un cobertor marrón y una linterna. Nos

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indicó que como la obra no estaba todavía terminada y en el barrio no tenía dónde meternos, nos alojaríamos por los momentos en la Residencia Universitaria. Al día siguiente nos vino a buscar y nos llevó por los negocios de San Jacinto para que compráramos las ollas, los platos, los cubiertos, las telas... Con qué solicitud y entusiasmo nos ayudaba a escoger los cucharones, las olletas, las jarritas... Era tan sencillo y cercano... Parecía una verdadera mamá. Al siguiente día nos llevó a la Supervisión, que quedaba en Petare, donde hoy está la Escuela Arocha, para averiguar qué papeles necesitábamos para hacernos cargo de la Dirección de una escuela que iba a funcionar en el Barrio Unión de Petare. Habló con el supervisor y desde aquel momento empezamos a hacer las gestiones para nacionalizarnos, pues no podíamos encargarnos de la escuela sin estar nacionalizadas. Por esos días, gobernaba Venezuela Pérez Jiménez.

LA LLEGADA AL BARRIO A los ocho días de estar en la residencia, un sábado, nos vino a buscar el Padre Vélaz para llevarnos a conocer el barrio. No se podía llegar hasta el colegio en carro, no existían carreteras ni calles. En la entrada, había un matadero y la sangre corría mezclada con las aguas negras del barrio pues no había cloacas. Las casitas eran muy pobres: todas de tabla y de cartón. Los niños salían desnuditos y parecían asustados pues nunca habían visto unas Hermanas religiosas por el barrio. El Padre Vélaz nos había dicho, nos había repetido muchas veces: “Hermanitas, no hay cosa que me aflija más que ver los rostros tristes de los niños de los barrios. Esa es como una herida que yo llevo en mi corazón. Por eso quiero multiplicar la educación con Fe y Alegría.” Este nombre, Fe y Alegría, lo había seleccionado él mismo con sus alumnos de la Congregación Mariana. Ellos y el albañil Abrahán Reyes que donó su propia casa para poner en ella una escuela, fueron los primeros fundadores de Fe y Alegría. En el barrio no había ni agua, ni cloacas, ni dispensario, ni escuela. La primera escuela fundada en ese barrio fue la de Fe y Alegría. Ese día visitamos la escuela y conversamos con unos obreros italianos que estaban preocupados porque íbamos a comenzar las clases sin que el colegio estuviera listo. Luego, el Padre Vélaz nos llevó a la parte de arriba y nos dijo:

- Hermanas, aquí está la vivienda de ustedes. Como verán, todavía no pueden mudarse pues no está terminada.

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Nosotras le rogamos que apurara a los trabajadores pues estábamos ansiosas de venir al barrio para vivir con la gente. Fueron pasando los días entre papeles y preparativos. Fernando Corral, un señor muy dinámico, acogedor y sencillo, nos ayudó mucho en todo. Por fin, el 24 de septiembre de 1956, nos mudamos al barrio. El Padre Vélaz había llevado unos colchoncitos y cada una de nosotras llegamos cargando nuestras cositas. Nos seguía una procesión de niños y los obreros de la construcción nos ayudaron a subir los paquetes y a acomodarnos. En la noche nos acostamos en los colchones sobre el piso porque todavía no teníamos las camas. No podíamos dormir. Era insoportable la fetidez de las cloacas y la bulla de la calle. Por fin, a eso del amanecer, logramos dormir un rato. Como no había agua, una señora nos regaló una olleta para que pudiéramos hacer un poco de café. La señora del frente, que se llamaba Columba y pronto se hizo muy amiga y colaboradora, nos trajo cuatro arepitas, una para cada una, para que nos desayunáramos. Desempacamos las cosas y nos pusimos a limpiar y organizarlo todo. En la noche, estando ya acostadas sobre los colchones y muertas de cansancio, los niños nos llamaban para preguntarnos qué estábamos haciendo. No podíamos bañarnos porque no había agua. El primer sábado, vino el Padre Vélaz y nos dijo:

- Las voy a llevar a Los Chorros, a Villa Manresa, para que conozcan a las Hermanas de Cristo Rey y así puedan ir a bañarse. Un día van unas, otro día otras, y así podrán remediarse. Además de bañarse, podrán lavar su ropa.

La falta de agua era tan absoluta que no teníamos ni para hacer la comida. Nos alimentábamos con pan y pepsi-cola, como lo hacían los trabajadores. Una señora nos informó que a la entrada del barrio vendían agua y compramos un camión por cincuenta bolívares que en esos días era mucho dinero. Con la ayuda de los muchachos del barrio la estuvimos carreteando hasta uno de los tanques de la construcción. Al día siguiente, después que ya habíamos tomado de esa agua y habíamos cocinado, nos enteramos que, en la noche, los muchachos se habían bañado en el tanque. Nos dio asco, repugnancia y cólera, pero tuvimos que resignarnos y utilizamos el agua para lavar la ropa. Y tuvimos que volver al pan con pepsi-cola.

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Cuando llovía, todos salían de los ranchos, se bañaban en la lluvia y agarraban agua. Nosotras también agarrábamos, pero fueron muy pocas las veces que nos llovió. En el mes de octubre, sin tener ni un solo pupitre, empezamos las clases con novecientos alumnos que se sentaban en bloques o en el suelo. Los organizamos en quince secciones de primer grado, unos poquitos en segundo y tercero y sólo cuatro alumnos en cuarto. No teníamos ni un pizarrón, ni un pupitre, ni una mesa. Sólo contábamos con un banquito en forma de trípode, donde el Padre Vélaz se sentaba cuando venía a visitarnos. Nosotras le escuchábamos sentadas en el suelo, como los discípulos a Jesús. Todos los sábados venía a confesarnos, le preocupaba mucho nuestra vida espiritual, quería que nos entregáramos de lleno a la gente pero que, para ello, alimentáramos bien nuestros espíritus. Se preocupó mucho por adaptar un cuartico para capilla y nos consiguió un sagrario, un Cristo y una imagen de la Virgen. Para mí, que ese fue el primer sagrario que llegó a las barriadas de Caracas. Recuerdo muy bien la escena: Era el 20 de octubre cuando se apareció el Padre Vélaz cargando el sagrario; un alumno de la Universidad, llamado Enrique, traía la imagen de la Virgen. Era una Virgen preciosa, reflejaba paz, cercanía, bondad y, desde ese día, fue nuestra compañera inseparable. Otro estudiante, J. J. Castro, que era también un excelente fotógrafo, traía la imagen del Cristo. Esos fueron unos regalos extraordinarios y al día siguiente, 21 de octubre, inauguramos la capillita. A la inauguración vino el Padre Vélaz con sus universitarios y Don Fernando Corral. Nosotras invitamos a algunos vecinos. El Padre nos hizo una homilía hermosísima:

“Hermanas, ustedes van a ser los ojos de Jesús, las manos de Jesús, los pies de Jesús y el corazón de Jesús. Todo este barrio es de ustedes. La gente está hambrienta de escuchar la palabra de Dios, de aprender a leer, aprender a escribir, de recibir saludos, de recibir amor, y ustedes les van a dar todo eso “.

El Padre nos dio fuerza, ánimo y muchos estímulos. Después, visitó los cuartos y nos dijo que pronto nos traerían las camas y unas sillitas o banquitos, como es la costumbre de nuestra congregación. Fue a la cocina y se mostró preocupado al ver que no teníamos ni una mesa para comer sobre ella. Vio los vasitos de cartón, las pepsi-colas, y cuando le contamos que no teníamos ni una gota de agua para tomar y cocinar, dijo que eso lo iba a arreglar de inmediato. Desde entonces, cada dos días, se aparecía el Señor Corral cargando un botellón de agua mineral. Lo traía a hombros desde donde hoy queda la farmacia El Carmen, que es donde llegaban entonces los carros. Este hombre estaba

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contagiado del espíritu del Padre Vélaz, tenía una gran mística y la inyectaba a otros. Por esos días, conocimos también a los Padres Carmelitas que vivían en una casita muy humilde y no tenían todavía la iglesia. Los Padres Alfonso y Daniel se pusieron a la orden y desde ese momento fueron muy colaboradores del Colegio.

EL PRIMER DIA DE CLASE Comenzamos las clases el 23 de octubre de 1956. Eso fue un verdadero manicomio. Llegaron como novecientos muchachos que andaban entre los montones de arena y materiales de construcción. No teníamos entonces ni una campana, ni un pito, y era imposible hacernos oír en esa algarabía. Pasó un policía, le pedimos prestado el pito y cuando la Hermana Eloísa empezó a pitar, todos se metieron los dedos en la boca para hacer lo mismo. No sabíamos si reír o llorar, estábamos desesperadas ante esa terrible y ensordecedora pitadera. Se le ocurrió entonces a la Hermana dar palmadas, a ver si con eso se callaban, y todos se pusieron a palmotear. Era algo terrible, como una lluvia muy fuerte. Todo el mundo dando palmadas, no se callaban, gritaban, pitaban... La mayoría eran ya unos muchachos de 16 y 18 años. Sólo unos pocos eran pequeños. No sé cómo pero logramos meterlos en los salones en grupos de treinta. A las muchachas las habíamos mandado a la casa y les dijimos que vinieran en la tarde. Durante todo el primer año estuvimos trabajando con los varones en la mañana y con las hembras en la tarde. Al año siguiente, hicimos ya los grados mixtos. Empezamos las clases sin pupitres, sin pizarrones, sin sanitarios ni agua, con los alumnos sentados en el suelo. Las escaleras no tenían barandas y los obreros de la construcción temían que se nos matara algún alumno, pues subían y bajaban corriendo y hasta se tiraban de un piso a otro. Pero papá Dios los cuidó siempre a todos y nunca permitió que nadie se rompiera ni un dedito. Al finalizar el año escolar se pusieron las barandas y fuimos consiguiendo sillitas y pupitres y de la Escuela Experimental nos traíamos cartones viejos con los que hacíamos las carteleras y los pizarrones. Durante ese año tuvimos muchas visitas de religiosas y seglares que el Padre Vélaz enviaba para que conocieran la obra. Las esposas de los señores de la Junta Directiva de Fe y Alegría quedaban muy impresionadas de nuestro trabajo y entusiasmo, y también de la miseria de las gentes de los barrios. “Nosotras -solían decir- siendo venezolanas ignorábamos por completo el estado de abandono en que viven muchos compatriotas nuestros”. También el Padre Vélaz traía a las religiosas de otras congregaciones para ganarlas a Fe y Alegría. Las primeras que vinieron fueron las de Nazaret, que se quedaron muy asombradas al ver nuestro trabajo. Estuvieron todo una

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semana con nosotras viendo todo el rodaje del colegio y después fundaron, también con mucho entusiasmo, abnegación y sacrificio, un colegio en el barrio de Altavista, en Catia. Este fue el segundo colegio de Fe y Alegría con monjas. Había otro en Catia, el de Ciudad Tablitas, pero no tenía religiosas que vivieran allí. Lo llevaban las Hermanas de la Consolación pero se desplazan allí todos los días desde La Florida.

LA PRIMERA NAVIDAD EN EL BARRIO La primera navidad en el barrio fue hermosísima, inolvidable. Nosotras sabíamos que en la Casa Aranda, en la Candelaria, vendían unos nacimientos preciosísimos, pero ni soñar con comprar uno porque eran muy caros: 500 bolívares. Un día que los estábamos admirando, la Sra. Aranda nos dijo que fuéramos a la Iglesia de Altagracia y buscáramos a la Sra. Violeta Velutini, que era una mujer muy caritativa y seguro que nos ayudaría para adquirir uno de esos pesebres que tanto nos gustaban. Fuimos, nos escuchó con mucha atención y cariño, nos hizo pasar a su casa y nos entregó un sobre con un chequecito que le agradecimos mucho. Cuando lo abrimos, no podíamos creer lo que veían nuestros ojos: el cheque era de ochocientos bolívares, demasiada plata para aquellos días. Volvimos a la Casa Aranda y elegimos las figuras más grandes y bonitas. Quedaba por resolver el problema del traslado de las figuras desde allí hasta el colegio, pues sólo había buses hasta Chacaito y de allí hasta donde hoy queda la farmacia El Carmen. Nos tardamos como cuatro días llevando el pesebre de a poquito, en bolsitas, con mucho cuidado. Lo armamos en la explanada del colegio y sin duda que ese fue el primer Nacimiento en el barrio. La gente empezó a traer ovejitas de algodón y de barro y las colocaban en el pesebre con mucho amor. A las cuatro de la mañana tocábamos una campana y veíamos cómo se iban encendiendo las lucecitas de los ranchos para venir a las misas de aguinaldo. El Padre Vélaz llegaba muy temprano con sus universitarios y empezaban a cantar unos aguinaldos preciosos. Venía mucha gente y el Padre les hablaba cosas sencillas y muy prácticas. Cada día eran más los que venían a la misa. Cuando terminaba se hacían reuniones y quemábamos cohetes. Todo este primer novenario fue con el Padre Vélaz y sus estudiantes de la Universidad Católica. La noche del 24 tuvimos una gran fiesta y repartíamos caramelos y regalos a los niños. La misa de la noche del 31 la ofició el Padre Alfonso, carmelita, quien nos habló con mucho amor. Nos recordó las palabras de Santa Teresa, que siempre deberíamos hacer las cosas ordinarias como si fueran extraordinarias. También nos dijo que debíamos llenarnos de la palabra de Dios para así poder llevarla a los demás. Con este padre Carmelita iniciamos una gran obra de apostolado en el barrio. Todos los primeros viernes llevábamos la comunión a los enfermos

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trepando trabajosamente por esos cerros. Las escaleras se construyeron después, con el Plan de Larrazábal, una vez que cayó Pérez Jiménez. Nosotras colaboramos bastante en la construcción de esas escaleras: llevábamos refrescos a los trabajadores y ayudábamos a preparar la mezcla y el cemento. Las escaleras del Barrio Unión tienen abundante sudor nuestro. De este modo la gente se fue mentalizando poco a poco y cada vez nos querían más y más. A los muchachos los teníamos que sacar en la noche para poder ir a dormir, pues se la pasaban todo el tiempo con nosotras. Prácticamente trabajábamos las 24 horas del día y en el segundo año teníamos ya una matrícula de 1.500 alumnos. Nos ayudaba mucho el alimento espiritual que nos brindaba el Padre Vélaz, el Padre Olaso y el Padre Alfonso. Después, nuestro brazo derecho habría de ser el Padre Epifanio Labrador. Al Padre Vélaz le inquietaba mucho la salud de los muchachos. El nos repetía muchas veces: “En todos los colegios de Fe y Alegría yo quiero poner un dispensario, porque hay que velar por la higiene escolar de los niños”. Los problemas de salud eran gravísimos. La mayoría de los niños crecían anémicos, sin verdadera alimentación. Con frecuencia, lo único que tomaban en la noche era un poco de agua. Las mamás de muchos de ellos trabajaban en casas de familia y dejaban a los niños solos en el rancho todo el día. Era frecuente que, en los recreos, los alumnos nos pidieran permiso para ir a cuidar y dar de comer a sus hermanitos que estaban solos en el rancho. En el año 1958 empezaron a venir al colegio dos médicos muy generosos y desprendidos: El Dr. Gabriel Luna, que atendía por las mañanas, y el Dr. Trómpiz, que atendía por las tardes. Hacían las consultas en un salón de clase y venían tantos pacientes que con frecuencia nos agarraba la noche y el Dr. Trómpiz tenía que buscar las medicinas en un armario con una velita. Este Doctor descubrió en el barrio casos de lepra y de otras enfermedades raras. En estos casos, enviaba a los pacientes al hospital Vargas donde él trabajaba y los seguía atendiendo. Estos médicos estuvieron colaborando con gran abnegación como año y medio.

LAS SEÑORAS DE OSCASI En el año 59 aparecieron por el barrio unas señoras que habían hecho un retiro espiritual con el Padre Genaro Aguirre en Villa Manresa, y el Padre les había hablado mucho de nuestra obra y de sus necesidades. Las señoras no se identificaban al comienzo ni nos querían dar sus nombres. Sólo nos decían:

- “Hermanitas, nosotras estamos aquí porque queremos ayudarles en todo lo que ustedes hacen. Colaboraremos con

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ustedes dos días a la semana. Más adelante sabrán nuestros nombres y quiénes somos”.

A los pocos días, un miércoles, llegó un grupo como de 20 a 30 señoras y se identificaron. Dijeron que eran de OSCASI (Organización Social Católica del Colegio San Ignacio), que habían hecho el retiro con el Padre Genaro. Eran muy sencillas y dispuestas, se organizaron en grupos y empezaron a trabajar con nosotras. Visitaban el barrio y como todavía no estaban las escaleras, se caían al subir por esos cerros, se raspaban y magullaban brazos y pies. Les impresionó mucho el hambre y la desnutrición, los niños solos en los ranchos, la fetidez. Y con gran entereza y sencillez cristiana empezaron a trabajar. Desde ese día fueron una gran ayuda que el Señor nos envió. Llegaron a identificarse tanto con el barrio y sus problemas que, cuando llovía, no dormían pensando en los daños que podía causar el aguacero. Con estas señoras organizamos la Primera Comunión de 150 alumnos. Tuvimos que prepararlos muchísimo pues eran muy ignorantes de las cosas de la religión. Recuerdo una vez que el Padre Vélaz estaba diciendo misa, se acercó un muchacho, agarró las vinajeras y se tomó todo el vino. Cuando le preguntamos por qué había hecho eso nos dijo:

- “Porque el Padre lo hace. Si él toma vino, por qué no voy a tomar yo”.

No nos quedó más remedio que ir a buscar más vino. Las señoras de OSCASI fueron el alma de esa Primera Comunión. Ellas se encargaron de preparar el desayuno y de los trajes de los que comulgaban. Estaban entusiasmadas y llenas de vida y de fervor. Allí estaban, entre otras, la Señora Alicia de Caldera, Mercedes Carrillo, esposa de Paco Carrillo, Gobernador de Caracas, la Sra. Beatriz Castillo y Margarita Sosa, que tendrían la suerte y bendición de que sus hijos se hicieran jesuítas. Todas ellas llenas de alegría, fe y amor.

Con ellas hicimos un censo, y al palpar los graves problemas de salud, decidimos construir un dispensario, que fue levantado y dotado completamente por las señoras de OSCASI. Junto con estas señoras generosas, en aquellos días nos ayudó muchísimo un sacerdote muy humilde y entregado, venezolano, nació en Bailadores: el Padre Epifanio Labrador. Lo queríamos muchísimo y el se entregó con verdadero amor al colegio y a la gente. Los jesuítas tenían entonces su noviciado en Los Teques, y los novicios hacían su mes de prueba en el barrio con nosotras y con el Padre Labrador. Ayudaban en la catequesis, visitaban los hogares, organizaban convivencias para los muchachos y, si hacía falta, echaban

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pico y pala o realizaban cualquier trabajo por duro que fuera. Hacían una labor muy bella. Los domingos pasábamos películas que el Padre Vélaz alquilaba en la Librería San Pablo. La primera película que pasamos se titulaba “Pepino y Violeta”. Fue un verdadero acontecimiento. Qué emoción la de esos muchachos. En el cambio de rollo el alboroto era insoportable. Gustó tanto que tuvimos que repetirla varias veces. Por mucho tiempo, esas películas fueron el verdadero entretenimiento de los domingos tanto para niños como para grandes en el barrio. También con la ayuda de las señoras de OSCASI comenzamos la Nocturna. Al Padre Vélaz le preocupaba mucho la educación de los adultos, y empezamos clases de alfabetización. Los hombres venían cansadísimos del trabajo, y les costaba muchísimo agarrar el lápiz con sus manos toscas. Para entonces, teníamos pues el turno de la mañana, el turno de la tarde, el turno de la noche y la atención del dispensario. No parábamos ni un minuto, de aquí para allá, siempre subiendo y bajando todas esas escaleras. Teníamos que multiplicarnos. Terminábamos el día muy cansadas pero plenas. Al día subíamos y bajábamos todas esas escaleras más de treinta veces. Las señoras de OSCASI preparaban también bolsas de comida que vendían a bolívar a las familias más necesitadas. Y hasta fundaron un preescolar muy bien organizado, junto a la Iglesia del Carmen, que llamaron “Los Pollitos”. Para recabar fondos para tantas actividades y ayudas, todos los años las señoras de OSCASI realizaban una gran verbena en el colegio San Ignacio. Esta actividad se mantiene hoy en día y lo que sacan con la verbena lo donan a nuestro colegio. Como creo ya haber dicho, estas señoras estaban muy bien organizadas en distintas comisiones y las asesoraba y dirigía el Padre Labrador.

LA NORMAL Después, con mucho miedo y muchas dificultades, sin contar con profesores ni dinero, creamos la Normal. El Padre Vélaz siempre soñó con formar muy bien a sus propios maestros para así atender toda esa serie de escuelas que estaban naciendo por los barrios de Caracas y de las ciudades del interior. Al organizar la Normal tuvimos que montar un pequeño semi-internado en el colegio. Las señoras de OSCASI nos regalaron veinte camas y organizaron el dormitorio. Más difícil fue conseguir los profesores. La Hna. Saralegui, que era la secretaria del colegio y llevaba ella sola el papeleo de los 1.500 alumnos, empezó además a dar clases de biología y matemáticas. Era una mujer incansable, organizada, muy callada, que nunca se jactaba de lo que hacía. Por medio del Padre Vélaz y del Padre Olaso conseguimos unos estudiantes de Derecho de la Universidad Católica que se encargaron de dar las materias de historia, geografía y formación ciudadana. Un profesor mejicano, de nombre Ortíz, daba las clases

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de música. El fue el que compuso y enseñó a los alumnos la música del Himno de Fe y Alegría. Lo cantaban con verdadero entusiasmo y un día le dimos esa sorpresa y ese regalo al Padre Vélaz. Para atender la Normal, llegó la Hermana del Dulce Nombre, que con su gran inquietud empezó a revolucionarlo todo. Ella daba las clases de castellano, artes plásticas y formación religiosa. Propagó mucho la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Esa fue la fuente que nos dio energía entre tantas dificultades. A las alumnas les enseñó a hacer muñecas de trapo y blusas bordadas que luego vendían para recabar fondos. Había una corresponsabilidad asombrosa entre los maestros, los profesores y las Hermanas. Todos colaborábamos en la limpieza de los salones, las escaleras y los baños. Los alumnos y sus representantes también eran muy colaboradores. El trabajo era tanto que a veces nos daban las cuatro de la tarde sin habernos desayunado todavía. Pero si mil vidas tuviéramos, mil vidas hubiéramos dado en ese barrio. Para el segundo año empezaron a venir a la Normal muchachas de otros barrios y también religiosas de diferentes congregaciones que obtuvieron así su título de maestras. El Padre Vélaz siempre anduvo muy preocupado porque las religiosas nos formáramos muy bien en todo. Recuerdo unos cursos de oratoria que organizó en el Colegio de la Consolación y luego en el San Ignacio. Asistíamos todos los sábados de dos a cuatro junto con otras religiosas de distintas congregaciones. El nos decía que la palabra era un poder y se empeñaba en que todas habláramos bien en público. Nos daba tres minutos para desarrollar un tema y luego nos hacía observaciones. A mí siempre me corregía que hablaba muy rápido. No he corregido tanto eso, pero aprendí muchísimas cosas que me han servido bastante en la vida. Una vez tuve la oportunidad de asistir con la madre del Dulce Nombre a una mesa redonda por televisión con Reny Ottolina. Yo hablé de la nocturna, del dispensario y de nuestra labor social en el barrio. El programa le impactó mucho a la gente y de allí muchos se movieron a colaborar con Fe y Alegría. Este señor Reny Ottolina siempre nos ayudó y defendió muchísimo. Estuvo varias veces en nuestro colegio y le impresionaba mucho cómo funcionaba todo. Solía decir que parecía una colmena de lo ordenados y trabajadores que se veían los alumnos y maestros. La formación humana de los alumnos la completábamos con convivencias de tres días que realizábamos en Villa Manresa o en el Pignatelli y campamento Nora en Los Teques. Nos ayudaban mucho el Padre Olaso y el Padre Labrador y

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los novicios jesuítas. A estas convivencias siempre se esforzaba por ir un rato el Padre Vélaz para inculcarles a los muchachos su Fe y Alegría. En el año 63 tuvimos la primera graduación de maestras normalistas. Al acto vinieron, entre otras personalidades, el Ministro de Educación y la esposa del Presidente Rómulo Betancourt con su hija Carmen. En los discursos nos alabaron mucho y también nos prometieron muchas cosas. De esta Normal egresaron 22 promociones con un promedio de unos cuarenta maestros en cada una. En casi todas hubo religiosas de distintas congregaciones: Cristo Rey, Carmelitas, Adoratrices, Lourdistas... Buscando otras salidas de una educación práctica para los alumnos, pusimos también con la Hermana Aurora Vilísquez el Secretariado Comercial. Lo iniciamos con 22 alumnas de sexto grado y unas máquinas viejitas que fuimos a buscar a los depósitos de Obras Públicas en el camino a Maiquetía. Limpiamos y arreglamos esas máquinas y con otras que nos regaló la Creole iniciamos las clases. Entre mil dificultades pues no había dinero para pagar a los profesores, se graduaron las primeras alumnas que enseguida se colocaron muy bien en el Banco Unión y en el Banco de Comercio de Petare. La Hermana Aurora sufría lo indecible por la falta de dinero. Cuando llegaba la quincena empezaba a ponerse nerviosa, a no poder dormir, y cuando llegaba el día de pago se escondía pues le daba pena enfrentar la situación. A pesar de lo pronto y bien que se colocaban las muchachas, como nunca pudimos resolver el problema económico, tuvimos que cerrar el Secretariado Comercial. Lo que sí funcionó bien y por mucho más tiempo fue un costurero donde se hacían los uniformes de las Normalistas y se pintaban las camisas de Fe y Alegría. También se hicieron en él los uniformes de los conjuntos musicales que organizó una Hermana Dominica entre los distintos colegios de Fe y Alegría, y que concursaron con mucho éxito por radio y televisión. Llegamos a ser tan famosos que de todos los canales de televisión nos hacían invitaciones para que lleváramos nuestro conjunto. El Padre Labrador y dos muchachos que él formó como locutores tenían un programa por radio todos los sábados en una emisora de Petare. Estos programas contribuyeron muchísimo a dar a conocer el trabajo del colegio y los ideales de Fe y Alegría. También funcionó en nuestro colegio una cooperativa de ahorro y préstamo fundada por el padre Dorremoechea, un padre famosísimo, muy entusiasta y motivador. Vino desde Barquisimeto y dio un curso de cooperativismo a unas cuarenta personas, entre ellas varias Hermanas. Después del curso se inició la cooperativa que por votación de los socios se llamó “Cooperativa Madre Laura”. La gente ahorraba lo que podía cada ocho días y con estos ahorros se hacían préstamos para arreglar la vivienda u otras necesidades. La cooperativa creció mucho y cuando adquirió su propio local, se independizó del colegio.

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Además de todo esto, recuerdo que nuestro colegio sirvió también de sede a la J.O.C. y a los sindicatos católicos que empezó a organizar el Padre jesuíta Manuel Aguirre. Todos los fines de semana tenían sus reuniones y sus cursos de formación.

OTRAS FUNDACIONES Después de todo lo que iniciamos en Barrio Unión, las Hermanas Lauras vimos la necesidad de apoyar otras fundaciones de Fe y Alegría. El Padre Vélaz andaba queriendo fundar una escuela rural, en un terreno que le había ofrecido un amigo suyo, el Sr. Moser, en La Guanota, cerca de San Fernando de Apure. El nos animaba mucho para que nos fuéramos allá a iniciar esa fundación. Dos Hermanas, Magdalena y Cefa, se entusiasmaron con la idea y se fueron para el llano. Cuando llegaron, se encontraron con que no había nada construido y les tocó vivir como gitanas. Los primeros días durmieron en chinchorros, debajo de unos árboles que se llenaban de araguatos. Cocinaban con leña y tenían que esperar que llegara la noche y estuviera todo bien oscuro para poderse bañar. Pasaron muchas calamidades y sufrimientos. Después se empezó la construcción para poder tener el internado que tanto soñaba el Padre Vélaz. A cargo de la construcción se encontraba un hermano jesuíta, de nombre Leunda, muy trabajador y muy honrado. Cuando estuvo lista la construcción empezó el internado y pusieron vacas, cochinos, gallinas, y criaban pollos que las Hermanas llevaban a vender a San Fernando. Como todavía no existía el puente, cuando el río crecía no podían llegar a La Guanota y debían quedarse en San Fernando en casa de las Hermanas de Santa Rosa de Lima que siempre les ofrecieron con mucha generosidad y desprendimiento todo tipo de ayuda. Las crecidas del río suponían muchos peligros y peripecias. Para atender los problemas de salud de los muchachos, las Hermanas pusieron también un dispensario en esta escuela de Apure. Era lo que el Padre Vélaz quería: que Fe y Alegría impartiera una educación integral que atendiera todas las necesidades del alumno: alimentación, salud, vivienda, formación general y formación humano cristiana. Esta fundación de La Guanota la dejamos después de unos años. Hoy está a cargo de los Padres Jesuítas y de las Hermanas del Santo Angel, y es una extraordinaria escuela agropecuaria, ejemplo de la educación productiva para el país. También estuvimos encargadas del colegio que se construyó en el Barrio Niño Jesús, en la carretera del Junquito, que lleva el nombre de Eugenio Andrés Mendoza, una belleza de colegio, construido con la ayuda de algunos empresarios generosos y ex-alumnos del Padre Vélaz del colegio de Mérida. Las primeras Hermanas que llegaron al colegio fueron Ligia Salazar, Teresita

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Quintero y Lucía Betancourt, en el año 62. Les tocó también pasar muchos trabajos. No tenían dónde dormir, no había agua y también les tocó desayunarse con pan y pepsi-cola. Para bañarse y lavar la ropa tenían que ir hasta Petare, en el otro extremo de la ciudad. A este colegio solía ir mucho el Padre Baquedano, gran colaborador del Padre Vélaz, sobre todo en las rifas de Fe y Alegría. Cuando venía a decir la misa o dar clases de religión le costaba mucho mantener la disciplina pues los alumnos eran muy saboteadores y desordenados e ignoraban por completo todas las cosas de la religión. También venían al colegio un grupo de sacerdotes que trajo el Padre Vélaz de España para la formación y orientación de maestros y alumnos. Eran varios y trabajaban en equipo. Atendían los colegios de Petare, Catia, Apure y este de la carretera al Junquito. De todos ellos recuerdo en especial al Padre Monje, un hombre de temperamento introvertido, callado, pero muy activo y muy identificado con los pobres y con Fe y Alegría. Un 25 de Diciembre este Padre se quitó la sotana y se entró a golpes con unos malandros que estaban molestando demasiado. Tras esa pelea, le agarraron el carrito que tenía, le sacaron los cauchos y se lo botaron por un barranco. El Padre se enfadó mucho y les echó una maldición diciéndoles que si no le pedían perdón no les quitaba la maldición y se iban a quedar sin lengua. Tanto se asustaron los muchachos y sus familias que vinieron a pedirle perdón. También fundamos el colegio de Roca Viva, en Las Canteras. Empezó como un apéndice del Barrio Unión con primero y segundo grado en una enramada que levantó el Padre Vélaz sobre unas rocas enormes, entre precipicios y barrancos en un terreno muy escabroso. La Hermana Teresita Quintero solía ir hasta allí a dar catecismo con algunas de las alumnas internas de la Normal y, con la ayuda y el entusiasmo del Padre Labrador, idearon esta nueva fundación. Allí funcionaban en las mañanas los talleres de la APEP, y en la tarde la nueva escuelita. Todos los días se desplazaban hasta allá dos hermanas con gran sacrificio. Trabajaban en Barrio Unión el turno de la mañana y se iban a trabajar a Las Canteras en el turno de la tarde. Nuestra Congregación estuvo también encargada un tiempo del colegio del Manzanillo en Maracaibo y del de Caigüire en Cumaná.

EL PADRE VELAZ El Padre Vélaz nos visitaba mucho y siempre nos llenaba de ideas y entusiasmo. Hombre incansable, luchador y creativo, enfermó del corazón de tanto luchar y sufrir por Fe y Alegría. A él le tocó sufrir y luchar mucho, pues Fe y Alegría se inició en la lucha, la incomprensión y el sufrimiento. Al comienzo, fueron muy pocos los que le apoyaron y creyeron en él. Los del Ministerio de

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Educación no le hacían caso y él se la pasaba de aquí para allá sembrando sus ideas. Iba a los Ministerios, al Congreso, a la radio, a los canales de televisión..., para exponer sus ideas. A pesar de los contratiempos, nunca se desanimaba y seguía insistiendo y trabajando. Muchas personas generosas sí creyeron en él y le ayudaron, como la Señora Lepervanche, la Señora Itriago, la Sra. Aguerrevere y tantos otros. También algunos de Fe y Alegría le hicieron sufrir bastante. Lo acusaban de dictador y no estaban de acuerdo con algunas de las actividades que hacía Fe y Alegría para conseguir dinero. Algunos incluso se opusieron a la rifa y se negaron a hacerla. A Fe y Alegría habían llegado algunos padres cabeza-calientes y empezaron las divisiones y los conflictos. Todo esto hacía sufrir muchísimo al Padre Vélaz. Entonces, el dejó al frente de Fe y Alegría a su hermano Manuel y se retiró a Mérida. Allí empezó a trabajar en procura de una educación de oficios, de trabajo. Montó unos talleres de carpintería, herrería y cerámica creativa y después fundó el internado. Organizó también unos campamentos para convivencias y retiros, construyó un bellísimo hostal, y soñó con levantar una especie de pueblito santo, donde cada una de las congregaciones que trabajaban en Fe y Alegría tuvieran una casita para descansar, para reflexionar y para renovarse espiritualmente. A pesar de sus infartos siguió incansable, siempre con su bastón y su cachucha. Se paraba a las cinco de la mañana a rezar, a soñar, a leer, a imaginar. Allí imaginó el Masparro, una escuela agropecuaria para los niños campesinos de Barinas que luego haría realidad. Al final de su vida, la Virgen lo fue acaparando, lo agarró del todo, lo desprendió de sus pequeñeces. Murió en un cuartucho que era también corotera y depósito de cemento y de los materiales de construcción de la nueva escuela que había iniciado en el Masparro. Días antes había recorrido el Orinoco en busca de los indígenas. Quería ponerles escuelas-talleres para que recibieran una educación apropiada que les posibilitara vivir con dignidad. Allí, en este su nuevo sueño, volvió a encontrarse con nuestra Congregación que, una vez más, le tendió su mano. Dios quiera que la obra continúe con la sencillez de sus orígenes, que siga siendo siempre pobre y para los pobres, y que los maestros y directores no pierdan nunca la mística.

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3.- PADRE EPIFANIO LABRADOR (Jesuíta) En el año 1958, a la caída de Pérez Jiménez, estando yo de Ayudante de Novicios en el Instituto Pignatelli, el Padre Provincial me destinó al colegio San Ignacio de Caracas, para que colaborara con Fe y Alegría y le echara una mano al Padre Vélaz. Antes, estando en la Universidad Católica Andrés Bello, fui testigo del nacimiento de Fe y Alegría. Yo trabajaba entonces allí, como profesor de inglés y de latín en el propedéutico. Vélaz estaba encargado de la Congregación Mariana y solía llevar a estos jóvenes a enseñar catecismo a los barrios de Catia, por Gato Negro. Recuerdo que los domingos llegaban estos jóvenes a la Universidad, veían una película que luego discutían y analizaban, y salían a Gato Negro a sus labores apostólicas. En la tarde regresaban a la Universidad y volvían muy alegres, contando todo lo que habían hecho y visto. Todavía recuerdo, porque me impresionaba mucho, su enorme alegría. Para profundizar su labor, surgió la idea de poner una escuela. Empezaron a buscar por el barrio un salón apropiado y fue entonces cuando se encontraron con Abrahán Reyes, ese hombre de Dios que les puso a su disposición la casa que acababa de construir tras siete años de trabajo. El Padre Vélaz inició enseguida una fuerte campaña por los medios de comunicación para dar a conocer su proyecto. Porque él nunca pensó en una sola escuela, sino en muchas. El nombre nació de la propia experiencia de los muchachos: iban con Fe y volvían con Alegría. Desde un comienzo, el Padre Vélaz defendió este nombre con toda energía. A algunos no les gustaba: decían que sonaba raro, que no impactaba. Vélaz les decía que, cuando se acostumbraran a oírlo, les iba a gustar. El nombre se impuso. Iniciaron la escuelita con bloques por asientos. Una de las muchachas de la Congregación Mariana rifó sus zarcillos y con lo que sacaron compraron unos bancos. Esa fue la primera rifa de Fe y Alegría. Como ya dije anteriormente, Vélaz empezó enseguida una ambiciosa campaña para dar a conocer el espíritu de su obra. El intuyó que la salvación del país estaba en la educación de los niños, sobre todo de los más pobres que entonces no tenían acceso a la escuela. De ahí su lema que tanto habría de impactar: “Fe y Alegría comienza donde termina el asfalto”. Enviaba muchos artículos a los periódicos y hasta creó una revista de formato grande para promover la obra. Después abrió una pequeña oficina para intensificar las relaciones públicas. En estos tiempos tuvo un fuerte encontronazo con el Padre Barnola que le acusó de haber descuidado su trabajo de la Universidad Católica. De ahí resultó algo positivo: el que sus superiores lo dejaran completamente libre para dedicarse por entero a Fe y Alegría. En realidad, Vélaz fue marginado por los propios jesuítas. Al comienzo lo apoyaron muy pocos, entre ellos, los Padres Olaso y Pernaut. Al no recibir apoyo,

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se trajo de Colombia a las Hermanas Lauritas que fueron las primeras en colaborar con él.

MI TRABAJO EN FE Y ALEGRIA Como ya dije antes, fue en el año 58 cuando me destinaron al Colegio San Ignacio de Caracas. Estando allí, me llamó el Padre Genaro Aguirre y me dijo: “Vas a encargarte de OSCASI (Organización Social Católica del Colegio San Ignacio)”. OSCASI era una fundación del propio Padre Genaro para que los representantes del colegio tuvieran un compromiso social con los más necesitados. Yo me encargué de asesorar a los miembros de OSCASI y como entonces Fe y Alegría estaba iniciando su acción en el colegio de Barrio Unión de Petare, volcamos la ayuda a ese colegio y a la comunidad de ese barrio. Dicho sea de paso, ese colegio fue una auténtica maravilla de ingeniería. Fue construido robándole el espacio al cerro y junto a una quebrada de aguas negras. Una vez construido este colegio, se fundó el de Roca Viva, en Las Canteras. Vélaz hizo construir un galpón sobre unas piedras enormes, y después otros galpones abajo, en Roca Viva. Pronto me dediqué a Fe y Alegría con alma, vida y corazón. Dejé las clases en el colegio San Ignacio y entregué todas mis energías a la obra. Con un Volkswagen valiente subía y bajaba por esos cerros, decía misa, daba clases de catecismo, atendía a las Hermanas, enfrentaba los problemas, animaba... Después OSCASI me compró una camioneta de segunda mano a la que alguna vez se le fue la dirección. Más tarde volví a tener otro Volkswagen que nos vendió Arturo Sosa por seis mil bolívares. Mi trabajo se centraba sobre todo en los colegios de la zona de Petare: el de Barrio Unión, el de Las Canteras al que puse mucho esfuerzo y mucho cariño y el que se inició en un rancho que yo le recomendé comprar al Padre Vélaz y que se habría de llamar Presidente Kennedy, y que estaría a cargo de las Hermanas de Cristo Rey. También solía visitar a las Hermanas del colegio de Altavista y a la Hermana Cleofé que había construido un colegio en la línea del ferrocarril con la ayuda de los niños que bajaron a hombros todos los materiales. Este colegio tenía tres pisos y había sido hecho sobre un barranco. Recuerdo que tenía un kinder muy bonito, con muñequitos en las paredes. Ese colegio desapareció a los años porque el terreno empezó a ceder y había peligro de que se viniera abajo. Cuando me inicié en Fe y Alegría solía llevar a jóvenes del Colegio San Ignacio a que conocieran la obra y el barrio y se abrieran a otras realidades. También solían venir los novicios jesuítas que estaban en El Pignatelli a hacer un mes de trabajo social. Colaboraban en todo tipo de actividades y les era muy provechoso el ponerse en contacto con la realidad social de los barrios. Uno de

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estos novicios, Luis Jiménez Lombar, quedó marcado para toda su vida y decidió trabajar en el futuro en Fe y Alegría. Yo le doy gracias a Dios de haber vivido en Fe y Alegría la cercanía a los pobres, la vivencia de la pobreza real. Mi sensibilidad social se la debo a Fe y Alegría. Y lo mismo que me ha pasado a mí, les pasó a cantidad de religiosas. Fe y Alegría puso a un buen sector de la Iglesia con el pobre, con su sufrimiento. Nadie entiende las dimensiones de la pobreza auténtica mientras no la palpa o la vive. Recuerdo que con las señoras de OSCASI solíamos llevar bolsas de comida a las familias mas pobres. Una tarde, estaba yo ya para irme a la casa cuando sentí una fuerza irresistible que me impulsó a volver a subir a la cumbre del cerro y visitar una familia que pasaba grandes necesidades. En vez de irme, volví al colegio, y le pedí a la hermana que me diera una bolsa de comida. Con ella subí al cerro y cuando llegué a la cumbre, me encontré con una familia que tenía prendida una vela a José Gregorio Hernández. Entonces, les di la bolsa de comida y oí que exclamaban: “José Gregorio nos hizo el milagro”. Resulta que no habían comido nada en todo el día y le habían puesto una velita a José Gregorio para que les diera de comer. Estando en Fe y Alegría inicié un programa de radio en una emisora de Petare. Me ayudaban un par de muchachos y con ellos hacía el guión e íbamos a los micrófonos todos los sábados. El programa duraba media hora y estaba hecho en base a noticias, música criolla, presentación de Fe y Alegría. De ahí me viene mi vocación de comunicador social que luego desarrollaría con Monseñor Lizardi y el Centro Pellín. Ese programa duró como tres años. Después, tuve otro programa de Fe y Alegría por Radio Capital, Radio Venezuela y Radio Nacional. Estos programas ya no eran en vivo sino que los grabábamos previamente en un pequeño estudio que pusimos en el colegio de Barrio Unión.

EL PADRE VELAZ Vélaz era un gigante, un hombre a quien difícilmente se le podía seguir. Recuerdo que algunas de sus amigas que lo querían mucho, como la Señora Morella de Lepervanche y la Señora Itriago, lo llamaban “el tractor”, porque siempre andaba arrollando. Vélaz era muy querido y admirado, pero también era muy temido pues exigía demasiado. Apuntaba muy alto, tenía una visión astronómica de las cosas, aunque a veces se perdía en el detalle. Y en sus juicios podía resultar extremadamente duro. Recuerdo que en una ocasión fui donde él con un problema del colegio de Las Canteras, y él, que andaba pensando como siempre en proyectos grandiosos, me paró en seco con estas palabras: “Mira, eso que tú me cuentas es una caraotica en comparación de lo que es Fe y Alegría”. El apreciaba el dinero sólo como posibilidad para hacer obras y llevar a cabo sus proyectos. En lo personal, era muy desprendido y hasta pienso que un

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tanto desorganizado con las cuentas. No le preocupaba endeudarse y estaba convencido de que los que más tenían debían colaborar ampliamente sobre todo si se consideraban y llamaban cristianos. Por eso, pedía, exigía, y volvía a pedir siempre más. El consideraba a las religiosas un sacramento de Dios en los barrios. Hablaba siempre con mucho aprecio de las monjas, las quería y se dejaba querer por ellas. No entendía cómo se subempleaban y disminuían en los colegios desempeñando actividades menores o secundarias, cuando dos de ellas podían dirigir un colegio. Eso mismo lo pensaba de sus hermanos jesuítas y por eso tuvo enfrentamientos sobre el modo en que llevaban los colegios. Como todo hombre grande, provocaba grandes admiraciones y grandes rechazos. La actual Fe y Alegría confirma que tenía razón en muchas cosas que a veces resultaba difícil comprender.

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4.- HNA. CLEOFE (Nazareth) Empecé a trabajar en Fe y Alegría en el año 59, en el Colegio Madre Cecilia Cross de Altavista. Cuando comenzamos, no teníamos todavía casa las Hermanas, y unas vivían en la Residencia de la Universidad Católica y otras en nuestro colegio de Nazareth. Al año, empezamos a vivir en Altavista. Teníamos una habitación donde dormíamos las cuatro y lo que ahora son los baños, hacía de cocina y comedor. Uno de los problemas más graves era la falta de agua. La traían en camiones y tardaban mucho. Allí estuvimos con dos pipas de agua quince días, que ya tenían hasta larvas. Fueron tiempos muy duros: los niños sentados en una piedra y, de mesa, una tablita sobre sus rodillas. Eran pobrísimos y pasaban mucha hambre. Cuando yo iba al mercado, agarraba una parte de la compra para nosotras y la otra parte para repartirla por el barrio. Cada semana repartíamos diez o doce bolsas de comida entre los más necesitados. El colegio estaba entre cloacas y era tal la fetidez que tenía que ir con un pañuelo empapado en colonia. Esa experiencia de encontrarme con una pobreza tan extrema me marcó mucho. Cuando el colegio fue creciendo, nos hicieron las habitaciones y empezamos a vivir mejor.

EL COLEGIO DE LA LINEA Yo siempre estuve trabajando abajo, en la línea del ferrocarril. Allí había un galpón donde pusimos una escuelita, como extensión de la de Altavista. Ese galpón estaba totalmente abierto y mucha gente lo utilizaba para hacer allí sus necesidades. Un día, el Padre José María me dijo:

- ¿Te sientes con fuerzas como para cercar esos 200 metros de galpón?

Yo le dije que sí. Los niños de segundo grado de Altavista y los niños de primer grado de la Línea bajaron los primeros mil bloques por más de noventaitantas escaleras pues el galpón estaba en un hoyo. Para conseguir gratis esos bloques, el Padre Vélaz montó guardia por ocho días frente a la puerta de una bloquera, hasta que logró que se los dieran. Yo cargaba a cada niño con un bloque, agarraba yo dos y bajaba rápido para llegar primero y ayudarles a descargar a los niños. La operación la iniciamos un jueves y al día siguiente empezamos a construir. Ese domingo tuvimos ya en el galpón la primera misa sin haberlo terminado de cercar. Eso fue en el año sesenta. Después estuvimos como siete años cargando arena, bloques, cemento para construir el colegio. Casi toda la obra se realizó con el trabajo de los niños. Y qué felices se veían trabajando por su escuela. Algunos niños hacían hasta cincuenta viajes al día cargados con sus bloques por una

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bajada de cien escaleras y luego unas cuantas cuadras. Había un camino más directo, que llamábamos la escalera de Fe y Alegría, pero ese camino era muy peligroso, pues eran como cuatrocientos peldaños muy empinados de una escalera de hierro. Yo no los dejaba bajar cargados por allí, por miedo a que sucediera algún accidente, y todo lo bajábamos por el camino más largo. Los niños más pequeños lloraban si no se les permitía trabajar. Cuando se acababan los materiales, íbamos a la quebrada a sacar arena que la carreteábamos en latas. Por cada lata de arena, les dábamos un bolívar. Había niños que sacaban hasta veinte latas de arena trabajando todo el día, y con esos veinte bolívares, que entonces era bastante dinero, se compraban ropa, zapatos y ayudaban en la casa. El padre Vélaz venía, nos animaba y alababa mucho, y me daba doscientos bolívares para comprar materiales. Así, a fuerza de sudores y de la colaboración de los niños, fuimos levantando en un barranco un colegio de tres pisos.

PROBLEMAS Y PELEAS Los adultos colaboraron muy poco en la construcción de este colegio porque había un comunista, llamado Rafael, que ejercía mucha influencia sobre ellos y quería echarnos la partida para atrás. Al ver que el Colegio, con la ayuda de los niños, seguía adelante, empezó a decir que él me iba a sacar del barrio, que no iba a permitir que una monja mandara allí más que él. Yo ignoraba por completo eso. Los sábados solíamos ir con los muchachos de la escuela por la vía del ferrocarril a dar catecismo a Blandín. Un día, me sorprendió que los más grandes desaparecieron de pronto hasta que los vi montados sobre el túnel que teníamos que pasar. Lo mismo sucedió al regreso. Intrigada por esta conducta tan extraña, les pregunté qué estaba pasando. Entonces me dijeron:

- Es que Rafael dijo que la iba a liquidar a usted, hermanita, y fuimos a hacer guardia sobre el túnel por si pensaba hacer algo.

Al oír esto, yo fui donde Rafael y me enfrenté a él:

- Venga acá, ¿qué es lo que le he hecho yo a usted?

- Nada

- Si quiere matarme, hágalo cara a cara. No a escondidas, como lo hacen los cobardes. Matar a traición no tiene ningún valor.

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- ¿De dónde ha sacado usted eso?

- Usted lo ha ido diciendo por allí. Ha dicho: “Poco trabajo me va a dar liquidar a la monja. Pronto se va a acabar eso de que ella siga mandando por aquí”. Esas fueron sus propias palabras. Tengo muchos testigos que le oyeron.

El hombre se puso más blanco que la cera y ya nunca más se volvió a meter conmigo. En otra ocasión, en una de esas bajadas de bloques, alguien se debió quejar por la radio de que estábamos explotando a los niños. Vinieron dos periodistas y esperaron en una esquina que bajaran los niños, cada uno con su bloque, para tomarles las fotos. Parece ser que me estaban esperando a mí, y cuando yo veo al fotógrafo a punto de disparar su máquina, agarré el bloque y se lo zumbé. Al esquivar el golpe, el hombre se cayó a la quebrada. Al ver esto, el otro periodista se esfumó, y el que había caído, se puso como un basilisco y hasta amenazó con pegarme. Parece ser que, además de lanzarle el bloque, yo lo empujé y en la caída se le quebraron los lentes. Al ver que me estaba amenazando, se acercaron un grupo de los alumnos más grandes, muchachones de 16 y 17 años, alumnos que solían botar del colegio de arriba y que yo los recogía y aceptaba en el mío, y le dijeron:

- Váyase de inmediato y no siga amenazando a la Hermana. Y sepa bien que si usted llega a tocar a la Hermana, lo liquidamos aquí mismo.

El hombre no dijo nada y también se esfumó. Esos muchachos eran muy celosos de su escuela y de mí. Me querían a rabiar y me protegían siempre. Yo, para ganármelos y para que me sintieran más cercana, jugaba con ellos a sus juegos. Recuerdo que, cuando llovía, les encantaba bañarse en la lluvia y acostarse en el canal de agua. Más de una vez yo me bañé y jugué con ellos bajo la lluvia. Llegaba arriba como San Benito, con el hábito, que era blanco, del color del chocolate. En otra oportunidad, las Hermanas de Nazareth teníamos una gala en el teatro Municipal. Yo me quedé cerrando el Colegio y le dije a la Hermana que me acompañaba que se fuera adelante, que yo la alcanzaba. Cuando subo, veo que dos borrachos la están molestando sin dejarla pasar. Sin dudar un momento, agarré un palo de escoba y le di con todas mis fuerzas a uno de los borrachos. Empezó a soltar groserías y entonces yo le amenacé con darle más si no se callaba. Esta fue la única vez en mi vida que yo le he pegado a un adulto. A los niños sí les daba si lo tenían bien merecido, y muchos de ellos fueron luego los que más me querían. Recuerdo a uno que le di una paliza porque era un ladrón sempiterno. A los años, me lo encontré de cajero en un banco. Al verme, me dijo:

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- “Gracias, Hermana, pues la golpiza que usted me dio me hizo despertar. Desde entonces, no me he vuelto a robar ni un centavo”.

Hoy hay demasiada hipocresía en todo eso de que no se les puede tocar a los niños. Una bofetada a tiempo, bien dada, puede evitar muchos problemas después. Hay personas que ponen el grito en el cielo si uno toca a uno de sus hijos, y ellos piensan que, por ser sus hijos, pueden hacerles lo que quieran y tratarles como les viene en gana. Una vez, vino al colegio una señora bravísima, quejándose de que su hijo decía groserías. Según ella, era aquí donde las aprendía y estuvo despotricando de nuestra educación y hasta amenazó con poner una denuncia ante el Ministerio. A los pocos días, yo estaba pasando por casualidad frente a su casa, y veo salir por los aires primero unos zapatos, luego el niño, y luego la mujer hecha una fiera y gritando a su hijo las palabras más sucias que yo he oído en mi vida. Al verme, la mujer se metió dentro y yo me paré frente a su puerta sin decir una palabra. Quince minutos estuve allí, parada frente a la puerta, hasta que la mujer salió por fin y empezó a pedirme perdón. Yo sólo le dije: “El perdón no me lo pida a mí. Pídaselo a su hijo que es a quien realmente ha ofendido”.

EL COLEGIO DE LA LINEA DESAPARECIO Yo estuve trabajando en el Colegio de la Línea cuatro años completamente sola. Venían algunas Hermanas pero duraban muy poco porque había que subir y bajar demasiadas escaleras. Además de escuela, tuvimos comedor y dentistería. Los domingos teníamos misa. Venía el Padre José María, luego Pablo Ojer, el Padre Sucre y el Padre Ibáñez. Estuve trabajando en este colegio nueve años y, cuando me fui, lo dejé prácticamente terminado: aulas de primero a sexto y en el piso de arriba, un salón grande para talleres. Teníamos 550 alumnos. Yo, además de encargarme de todo, era la maestra de tercer grado con 63 alumnos. Había maestras que llegaron a tener 103 y 104 alumnos por salón. Las maestras eran muy buenas y colaboradoras. Qué mujeres tan extraordinarias, qué disposición a colaborar en todo, sin preocuparse por el tiempo ni por la paga. En los tiempos de la rifa, trabajaban el turno de la mañana, y se pasaban las tardes vendiendo boletos por las calles. De los alumnos también tengo excelentes recuerdos. Por todas partes donde voy me gritan: “Hermana, Hermana Conflé”, pues así me llamaban ellos. Ese colegio de La Línea, a los años de yo irme, desapareció. Lo tumbaron cuando ordenaron desalojar toda esa zona porque amenazaba con venirse abajo con las lluvias y los derrumbes. Yo estoy segura que ese colegio nunca se hubiera caído: estaba en la vía del antiguo ferrocarril y yo sé bien lo sólido que lo construimos. Yo sentí mucho cuando

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escuché que lo iban a cerrar. Si estoy yo allí, no permito que lo cierren. Pero fue el Ministerio quien lo mandó cerrar. A mí me dio un gran dolor. Estaba en Punto Fijo, pero mi corazón seguía en el colegio de La Línea.

HE GASTADO MI VIDA EN FE Y ALEGRIA Yo llevo 35 años en Fe y Alegría. Sólo me sacaron un año y pensé que me iba a morir. De La Línea, como ya dije, me enviaron a Punto Fijo, donde estuve 12 años con Fe y Alegría. De allí, me enviaron a San Antonio donde duré un año. Ese ha sido el único año que no he trabajado en un colegio de Fe y Alegría. Y ni tanto, porque en ese año vino el Padre Vélaz que quería fundar en El Táchira y estuvo viendo tierras conmigo. Pero no fue posible porque Monseñor Feo no quería que Fe y Alegría entrara en su Diócesis. De San Antonio, volví a Fe y Alegría, aquí, al colegio del Junquito. Yo he gastado mi vida en Fe y Alegría y allí me he hecho lo que soy; Fe y Alegría me lo ha dado todo, hasta la personalidad y la paz, porque yo antes era demasiado impulsiva. El Padre Vélaz siempre andaba preocupado por nuestra formación. Nos quería profundamente y se empeñaba en que nos formáramos cada vez más y mejor. Nos daba muchos retiros espirituales, muchos cursos y conferencias. Recuerdo unos cursos de oratoria donde nos hacía hablar en público sobre unos temas que nos ponía. A mí eso me costó muchísimo, hasta creía que iba a ser imposible, pero una vez que me solté a hablar, más bien me tuvieron que callar. A algunos el Padre Vélaz les parecía duro e intransigente. Y es verdad que si pensaba que tenía la razón y le contradecían, se exasperaba y respondía con brusquedad. Pero por dentro era un pedazo de pan. Y era muy observante de la disciplina religiosa. Uno podía estar hablando con él, o mejor escuchándole, horas y horas, pero si llegaba el momento de cumplir con la comunidad, dejaba todo y se iba. Era muy observante, exigente, complaciente. Nunca jamás me dijo: “No puedo atenderte”, por muy ocupado que estuviera, si yo le iba con alguno de mis problemas. Yo me sentía verdaderamente querida por él. Siempre que tenía algún problema acudía donde él y me escuchaba y ayudaba. El aguantó con gran paciencia mis desánimos, todo. Cuando murió, fue como si hubiera muerto mi padre. Al comienzo, yo solía decirme: “Ese sí que se la pasa en las nubes, soñando. Cuándo irá a aterrizar”. La equivocada era yo. Porque resulta que casi todo lo que se proponía, que parecía imposible, lo terminaba haciendo. Recuerdo que cuando él me empezaba a contar de sus planes, yo solía cortarlo con estas palabras: “Eso lo voy a creer cuando lo vea”. Luego, al tiempo, me llamaba y me decía: “Ven para acá, incrédula, y ve”. Y yo terminaba, como Santo Tomás, viendo y creyendo.

MONJAS PILOTOS

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Una vez, llegó el Padre José María y nos dijo:

-Necesito voluntarias para pilotos. Vamos a fundar en Apure y necesitamos una avioneta. Estoy seguro que la conseguiremos de Adveniat.

Clemencia, Hermanita de los pobres, y yo, nos ofrecimos. Pasó un tiempo, y un día me dice Clemencia:

-Creo que yo voy a renunciar a esa idea de ser piloto. Yo trataba de animarla y de quitarle el miedo:

Tú diste tu palabra y tienes que cumplir.

-No sé, no sé, dije que sí sin haberlo pensado bien. Cuando vi al Padre Vélaz le dije:

-Clemencia se desanimó de la idea de ser piloto.

-Tú sigue metiéndole candela -me contestó Vélaz No se consiguió la avioneta, pero la verdad que yo soñaba mucho imaginándome haciendo piruetas por el aire. A mí sí me hubiera encantado manejar aviones. Todos los años que he pasado en Fe y Alegría han sido difíciles, de sacrificios y contratiempos, pero muy plenos y felices. Ojalá que Fe y Alegría siga siempre como una gran familia, que no se convierta en algo señorial, lejano, demasiado serio. Que no pierda esos principios de cercanía, de familia, a pesar de su crecimiento. El ser organizados no indica que tenemos que tratarnos fríamente. El Padre Vélaz no sólo quería que fuéramos justos, sino que también nos quisiéramos unos a otros.

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5.- NIDIA BORGES Tengo dos hijos ya adolescentes, pero considero a Fe y Alegría como mi hijo mayor. Estoy trabajando en Fe y Alegría desde el año 60, y siempre en el Colegio Rosa Molas. Cuando yo llegué, el colegio tenía ya varios años de fundado, pues se fundó en 1956, y es el segundo en Fe y Alegría, después del que se inició en el 23 de Enero, en la casa que donó Abrahán Reyes. El Padre Vélaz consiguió en comodato un pequeño local formado por cuatro galpones unidos, con techo de zinc, que pertenecían al Banco Obrero. Esos galpones se comenzaron a usar como escuela y como iglesia. Las misas las decía el padre Conrado. La escuela estuvo funcionando un tiempo sin religiosas, y las clases las daban unas señoras del barrio. Al tiempo, el Padre Vélaz logró reclutar unas Hermanas de la Consolación y nombró a la Hermana Pilar como supervisora de los colegios Fe y Alegría 1 y 2, es decir, 23 de Enero y Ciudad Tablitas. La Hermana Pilar fue quien realmente organizó la escuela y la inscribió en el Ministerio de Educación, pues antes ni siquiera estaba inscrita. Además de las Hermanas de la Consolación, ayudaban mucho los padres del Jesús Obrero, en especial el Padre Díaz Guillén, que daba catecismo, y el Padre Martínez que llevaba la contabilidad. Yo estaba interna en el Colegio La Consolación y solía acompañar a la Madre Pilar en sus labores apostólicas. Así fue que conocí a Fe y Alegría. Pero en esos días ni me pasaba por la mente ser educadora. Me gradué de bachiller con la intención de ser ingeniero o abogado, y de hecho llegué a inscribirme en la Escuela de Ingeniería de Mérida. Mientras esperaba las clases, me puse a trabajar en un banco, y un día llegó la Madre Pilar y me dijo:

-Vete a Fe y Alegría que necesitan maestras. No sé porqué, pero fui. De este modo aterricé en la educación y descubrí mi verdadera vocación. Esto es lo mío. Desde el primer momento, puedo hablar de un empate fulminante, de locura, con Fe y Alegría. Pero de un empate con el Movimiento, con esa opción de atender a los más necesitados, a las mayorías, y con ellos luchar por una nueva sociedad. Porque eso es Fe y Alegría para mí. Y esa es la Fe y Alegría a la que yo he entregado mi vida y que me ha llenado. Nací en Upata, y allí viví mis primeros siete años. De ahí, la familia empezó un largo viaje detrás del petróleo: Ciudad Bolívar, El Tigre, Puerto La Cruz. Cuando murió mamá yo tenía 13 años y entonces nos radicamos en Caracas. Me pusieron interna en el Colegio de la Consolación. Recuerdo que ahí me agarró la caída de Pérez Jiménez. Cuando toda Caracas estaba celebrando en un jolgorio descomunal, yo estaba castigada en las escaleras por haber molestado durante la siesta.

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MI LLEGADA AL COLEGIO

Cuando llegué aquí, me sorprendió la pobreza de los niños y de la escuela. Atendíamos a los niños de Ciudad Tablitas, una enorme barriada que se llamaba así porque las casas habían sido hechas con tablitas de cajas de embalaje. Cuando yo llegué tenía 17 años y había alumnos mayores que yo que me enamoraban y hasta se iban a los puños por mí. La gente era también pobrísima. Venían con ropa muy usada, nadie tenía zapatos, usaban cotizas de goma, cholas de baño o nada. Sus carencias alimenticias eran muy graves. Los muchachos llegaban a la escuela muertos de hambre, y se mareaban o dormían en las clases. Implementamos entonces el programa de vaso de leche. El Instituto Nacional de Nutrición nos regalaba unos sacos de leche y nosotras la preparábamos en unas ollas enormes. Los representantes venían a ayudarnos, pero eran todos tan desposeídos... Los lunes teníamos que empezar la jornada limpiando los salones de excrementos. Algunos borrachos se metían a dormir aquí o jugaban dominó utilizando como mesa el único pizarrón que tenía la escuela. Hacían sus necesidades en los salones y, cuando llegábamos los lunes, el espectáculo era bochornoso. Después conseguimos una señora que estaba separada de su esposo y tenía cinco hijos. Se llamaba Carmen Madrid. Se le construyó una pequeña habitación dentro de la escuela y empezó a vivir con sus hijos aquí. De este modo, pudimos proteger a la escuela de los borrachos y de sus desmanes. Alrededor de la escuela se había construido la urbanización Simón Bolívar, pero muy pocos niños de esta urbanización estudiaban en nuestra escuela porque nosotros preferíamos a los más pobres, a los de Ciudad Tablitas. Pronto se hicieron famosas las peleas entre los muchachos de la urbanización y los de la escuela. Los nuestros defendían mucho su colegio y los de la urbanización les caían a piedras porque les decían que ellos no eran de aquí, que se marcharan con su mugre a sus ranchos miserables. Recuerdo en especial una verdadera batalla campal, a piedra limpia, en la que yo participé muy activamente montada en el techo de una de las aulas. Cuando la directora me llamó para reclamarme mi actitud, yo sólo le dije: “¿Qué quiere usted que hagamos? ¿Que nos dejemos avasallar? Si nos atacan o atacan a nuestros alumnos, tenemos que defenderlos”. Fueron días de una plenitud total. Solíamos ir de campamento a La Mata y nos metíamos por todo vericueto posible. Había un tanque de agua grandísimo y yo me solía bañar con los alumnos. Cómo disfrutábamos. Y cuánto aprendí yo de esos muchachos y de sus representantes. Al comienzo, yo trataba de inculcarles los hábitos y forma de vida que yo había aprendido en La Consolación. Me daba contra la pared y sufría muchísimo. Me desesperaba ante su desorganización, su falta de hábitos de trabajo... Me parecían montunos, primitivos, y yo los quería

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convertir en refinados alumnos de La Consolación. Afortunadamente, fui cambiando, fui descubriendo lo fundamental de la auténtica educación, fui viendo sus cualidades y virtudes, los fui aceptando y queriendo por lo que eran, me fui dejando educar por ellos. En esos días, éramos incondicionales de Fe y Alegría. Trabajábamos también los sábados en la mañana, y los domingos íbamos todos a Misa a la parroquia, y después de la misa solíamos tener las reuniones de representantes y las entregas de boletas.

ENCARGADA DE LA DIRECCION En el año 67 se fueron las Hermanas de la Consolación y me nombraron Directora. Lo único que encontré en la Dirección fue un armarito con un cuaderno de anotaciones y algunas planillas. Si bien trabajábamos con todo entusiasmo y entrega, éramos demasiado empíricas, necesitábamos mayor formación y actualización pedagógica, pues estábamos atentas fundamentalmente a controlar la asistencia y la disciplina. Entonces, junto con una gran amiga y excelente educadora, Noelia, me propuse muy en serio la renovación pedagógica de la escuela y la adecuada formación de los docentes. Noelia estaba en la escuela desde el año 61, pues llegó poco después que yo. El Padre Díaz Guillén la había ido a buscar a su casa pues como había sido alumna del Jesús Obrero, conocían de su entrega y vocación. Empezó con un primer grado de ochenta alumnos y siempre ha sido el cerebro de los cambios de la escuela. Queriendo modernizar la escuela, Noelia y yo nos propusimos empezar por mejorar la planta física que era desastrosa: unos horribles galpones con los baños dentro que hacían que el olor fuera insoportable. Con un grupo de representantes iniciamos una larga lucha con el Ministerio de Obras Públicas. Cuántas horas y cuántos días pasamos en las salas de espera hasta lograr el sí definitivo. Cuando llegábamos, nos preguntaban de qué casa de Acción Democrática veníamos y, cuando les decíamos que de ninguna, que veníamos por nuestra propia cuenta, arrugaban la cara y dejaban de mostrar interés en nosotras. Y mientras nos construían la escuela, tuvimos que ingeniárnoslas para ubicar a los alumnos de modo que no perdieran clases: metimos un grado en la casa de la Sra. Madrid, dos grados en un local del INAM, y el resto de alumnos los metimos en un galpón grande del IMCA que no tenía ni divisiones ni paredes. Así estuvimos funcionando como dos años. Hubo un momento muy crítico en que la obra se detuvo pues decían que no había presupuesto para continuar. Nos llenamos de angustia y hubo que renovar las visitas, las peticiones, los contactos, las presiones... En el año 75 nos metimos a juro en la escuela nueva,

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dos locales de dos plantas cada uno, que estaban todavía sin terminar, y empezamos las clases entre montones de arena, cabillas, sacos de cemento, obreros por todas partes, y un polvero y ruidos insoportables... Cuando en el año 76 celebramos los 20 años de la Escuela, invitamos al Padre José María Vélaz. Allí fue que yo empecé a conocerlo realmente. Recuerdo que en todo el tiempo anterior, había venido tan sólo una vez a la escuela, se había reunido con las Hermanas, y me había dejado la impresión de un hombre distante e inalcanzable. Ahora, cuando lo escuchaba relatar con esa pasión la historia de Fe y Alegría, sentía que lo estaba descubriendo. Entendí que él regaba semillas por todas partes y dejaba jardineros que las cultivaran. Su misión era sembrar y sembrar e invitar a otros a que cuidaran las plantitas recién nacidas hasta que se convirtieran en árboles frondosos. Después tuve otras oportunidades de estar cerca de él y llegué a apreciarlo mucho. Me impactaba su énfasis por una educación productiva, para la vida, su radicalidad para inventar y salirse de los programas. Cuando lo escuchaba hablar, siempre anunciando nuevos proyectos, me sentía chiquita, me parecía que ante él, todos mis esfuerzos no eran nada. Una vez que logramos tener una verdadera escuela, Noelia y yo nos lanzamos de lleno a la renovación pedagógica. Eran tiempos en que la Oficina de Fe y Alegría estaba adquiriendo una dimensión más formativa. Fueron los días del proyecto Somosaguas, de los talleres con las Teresianas, y empezamos a valorar más al alumno, a centrar el aprendizaje en él, a buscar el aula activa. En nuestra escuela acogimos todo este movimiento renovador con verdadero entusiasmo. Por eso, cuando más tarde llegó la Escuela Básica, sólo vino a legitimar lo que nosotros estábamos haciendo desde hacía tiempo. La propuesta de las UGAS (Unidades Generadoras de Aprendizaje) hizo que nos volcáramos más al estudio de la realidad y a la solución con la comunidad de los problemas que más nos afectan. Eso supuso un mayor trabajo en equipo, una mejor organización, y también nuevos riesgos. Recuerdo que en una reunión casi se entran a tiros entre dos barrios porque propusimos que las canchas de uno de ellos se abrieran también a los muchachos del otro barrio para así poder combatir mejor el problema de las drogas. La posterior reflexión de Fe y Alegría sobre la educación popular y la implantación del proyecto del Colegio nos ha llevado a robustecer y trabajar más sistemáticamente esta línea comunitaria. Esto coincidió con mis estudios en la Universidad Central de Venezuela que inicié en el 85 y que contribuyeron mucho a clarificarme la dimensión política de la educación. Fui entonces abandonando cierta ingenuidad y también debo confesar que entré en serios conflictos con la Institución. Me parecía que en Fe y Alegría nos faltaba valor, osadía, para ser más arriesgados en la búsqueda de la justicia educativa y de la justicia social. Me preocupa el constatar que hay colegios, personas y directores que parecen haber abandonado la dirección y exigencias del movimiento. Esto me molesta y me da

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mucha rabia. Como soy muy impulsiva, a veces me rebelo y me busco problemas. Edgar Martínez ha contribuido mucho a hacerme más reflexiva, a entender que las cosas no siempre se dan como uno quiere, que los procesos son lentos, y que hay que aprender a vivir entre contradicciones sin por ello dejar de soñar y luchar por lo que uno quiere sin perder nunca la alegría. Y eso es lo que yo trato de hacer.

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6.- HNA. MARIA CURIEL (Hermanita de los Pobres) Me inicié en Fe y Alegría en el Cerro de La Cruz, en el colegio de San Judas Tadeo, y en Fe y Alegría he vivido mi vida religiosa a plenitud. Estuve veinte años seguidos en Fe y Alegría, y después de unos años de ausencia, he vuelto otra vez. Ahora me siento como una princesa, La vida no es tan esforzada como antes, cuando comenzamos, que no teníamos nada y la obra se presentaba como una aventura de quijotes. En el Cerro de La Cruz empezamos con tres ranchos de cartón y piso de tierra, sin servicios sanitarios, ni agua para tomar, sin pupitres, ni campana. La primera campana habría de ser un ring de un carro viejo que golpeábamos para llamar a los alumnos. Nos desayunábamos en la casa de la Sra. María de Pérez. Como a eso de las diez de la mañana nos avisaba que ya estaban listas las arepitas e íbamos a desayunar. Los muchachos cuando tenían necesidad, se iban a sus casas, pues no teníamos baños. ¡Qué felicidad tan grande cuando eso! ¡Se trabajaba con tanta ilusión y tanta mística!

MI LLEGADA A FE Y ALEGRIA Yo llegué a Fe y Alegría del siguiente modo: habíamos ido a un cursillo de sociales con el Padre Manuel Aguirre. Después del cursillo, yo me iba a ofrecer al Padre Germán González para dar catecismo en Las Mayas. Lo fui a buscar al MUC (Movimiento Universitario Católico), pero no estaba. Sin embargo, me atendió el Padre Cardón, párroco de Montalbán, un hombre descendiente de marqueses, pero que desde el Concilio Vaticano II le dio la ventolera y se vino a ese barrio La Cruz. Compró un rancho y se instaló allí. Le hacía la comida la Sra. Berta, a quien él llamaba “Mamaíta”. Recuerdo que él se jugaba mucho con ella y le decía: “El día en que hagas la Primera Comunión, te doy un beso”. Ella llamaba al Padre “Mi Catire”. Cuando me atendió el Padre Cardón me dijo:

- Usted debe venir conmigo porque yo vivo en el barrio donde el Fundador de su Congregación clavó una cruz.

Con estas palabras se estaba refiriendo a que a ese cerro lo llamaban Cerro del Diablo, porque soplaba siempre un viento muy fuerte y la gente decía que eran los demonios que andaban por ahí. Le pidieron entonces a nuestro Fundador, el Padre Machado, que le hiciera un exorcismo. El Padre Machado decidió clavar una cruz en la cumbre del cerro. Organizó para ello una procesión y él mismo subió cargando la cruz hasta la cumbre. Cuando llegaron, hubo

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truenos y relámpagos, y la gente decía que era que se estaban yendo los demonios.

- Hasta hoy día -dijo el Padre- este cerro se llamó Cerro del Diablo. Hoy comienza a llamarse Cerro de La Cruz.

A ese encuentro con el Padre Cardón se debió el que yo comenzara a trabajar en el Cerro de La Cruz. El Padre Cardón nos pasaba buscando todas las tardes del domingo a mí y a otra Hermana. Solíamos dar clases de catecismo en un ranchito que él había transformado en capilla. Además del catecismo, repartíamos ropa, comida, periódicos y revistas. La gente era muy, pero que muy pobre. Como ejemplo de la miseria en que vivían, puedo contar la anécdota de una familia cuyos hijos se la pasaban siempre con diarrea. Les dábamos medicinas, los atendíamos, lográbamos curarlos, pero a los pocos días volvían a enfermarse. Hasta que nos enteramos que se alimentaban con los desperdicios de comida que recogían del Aseo Urbano. Pero qué gente tan receptiva y tan humana. Algunos dicen que en los barrios viven puros malandros, pero qué malandros van a ser. Será que no los conocen. Yo voy a ese barrio y me suben las maletas y nunca me ha desaparecido nada. Un domingo en que me estaba alistando para ir a dar catecismo, la Madre General me dijo:

- Yo quiero ir con usted. La verdad que esa súbita decisión me alegró y me extrañó. Cuando ya habíamos subido las 200 escaleras del cerro, la Madre General se volteó y me dijo:

- Todo esto está igualito a como yo lo vi. Debí poner tal cara de extrañeza que me dijo:

- ¿No se recuerda que el otro día fui a desayunar tarde? Resulta que estuve conversando con el Padre Labrador que venía de parte del Padre Vélaz a decirme que debíamos poner una escuela en el Cerro de La Cruz, que era un lugar muy estratégico, que debíamos ocuparlo antes de que lo hicieran los terroristas que, desde allí, podrían organizar ataques a Caracas.

En ese momento, cuando le estaba negando al Padre Labrador la ayuda que me pedía por no tener hermanas disponibles, me acordé de un sueño que yo había tenido hacía muy poco tiempo. En el sueño, yo había subido a un cerro y veía mucha gente. Entre todo ese gentío, descubrí la cabecita de nuestro Padre

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Fundador. “La bendición, nuestro Padre”, le dije. El pareció no oír y volví a repetirle: “La Bendición, nuestro Padre”. Entonces vi que señalaba a la gente y me hacía unos gestos como invitándome a que los atendiera. Entonces, le escuché decir: “Por eso quiero que se multipliquen por todas las partes del mundo”. Fue precisamente cuando le estaba negando las hermanas al Padre Labrador cuando me acordé de este sueño. Entonces le dije al Padre: “Yo di permiso a unas Hermanas para que dieran catecismo en un cerro. No sé si será el mismo cerro del que usted me está hablando. Voy a ir a ver”. Ahora comprendo y estoy segura que el cerro de mis sueños, donde vi a nuestro Padre Fundador es este mismo cerro. Después de esta visita, la Madre General nos permitió fundar la escuela. Comenzamos la Hna. Dionista, la Hna. María García Catalá y yo. Empezamos las clases, como ya dije, en tres ranchitos: en el que hacía de capilla, en el que vivía el Padre Cardón y en otro donde funcionaba una especie de dispensario que atendían unos universitarios. Trabajábamos hasta las tres de la tarde. Como allí no había nada, los muchachos se iban a sus casas a comer y a hacer sus necesidades. A las ocho de la mañana golpeábamos con un trozo de hierro el ring de un carro viejo que utilizábamos como campana. Los niños empezaban a subir como hormiguitas, descalzos, con alpargatas o con chanclas de goma, con la misma ropita que nosotras les habíamos regalado. Recuerdo que cuando subíamos en las mañanas, oíamos siempre los gritos de dos muchachitos que su mamá dejaba encerrados con llave en el rancho mientras ella iba a trabajar en una casa de familia: “Hermana, tenemos hambre, no hemos comido nada”, nos gritaban. Y nosotras les metíamos por los agujeros de la puerta hasta el pan que pensábamos comer. Uno no puede imaginar la miseria en que vivían aquellas pobres gentes. Por eso, además de las clases, nosotras les dábamos la comida y la ropita que recogíamos por allí. Lo compartíamos todo. Eran tan pobres... En ese primer año yo tuve un accidente automovilístico y me cambiaron de allí. Vino de Directora la Hna. Teresa Agüero, una mujer muy dinámica y emprendedora. Su gran devoción era San Judas Tadeo y ella le rezaba mucho para que la escuelita progresara, y le decía al Santo que le pondría su nombre si le hacía el milagro de conseguirle una verdadera construcción. Por esos días, el Dr. Julio Casas, que era el Presidente de Fe y Alegría, llamó a la Hermana Agüero y le dijo:

- No he podido dormir pensando que usted necesita un verdadero colegio para ese cerro. Y yo estoy dispuesto a hacer esa construcción.

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El Dr. Julio Casas fue un gran colaborador de Fe y Alegría. Estableció con sus trabajadores lo que él llamó Jueves Popular. Solía almorzar con ellos, escuchaba sus problemas y planteamientos y les pedía un bolívar para Fe y Alegría.

OTRAS FUNDACIONES La fundación del Colegio de San Judas Tadeo en el Cerro de La Cruz, fue casi simultánea con la del Colegio de Fe y Alegría de Carora. Un día, me vino el Padre Vélaz y me dijo:

- Hermana María, ¿cómo hacemos para fundar en Carora? Yo le dije:

- No me pida a mí, pida a la Hna. Agüero y verá cómo esa mujer le echa la escuela para adelante.

La Hna. Agüero se vino para Carora y empezó una escuelita de tres grados en unos galpones, antiguas caballerizas, que el Dr. Domingo Perera le había conseguido al Padre Vélaz. Era un sitio muy montuno y la Hna. Agüero recorría todo ese monte con un jeep que ella misma manejaba. Le ayudaban mucho unos voluntarios del Cuerpo de Paz, y así fue cómo el Colegio de Carora, que comenzó en los locales de una granja, se fue convirtiendo en ese gran colegio que es ahora. Al poco tiempo de estas fundaciones, nos encargamos también del Colegio de Puerto Cabello. El colegio lo había construido el Sr. Arturo Pardo, un gran filántropo, y andaba buscando una congregación religiosa a quien ofrecerles su colegio. Buscó primero a las Hermanas Agustinas pero le dijeron que no tenían personal. Entonces, se dirigió a nuestra congregación. -¿De dónde saco yo hermanas? -decía la Madre Superiora cuando se enteró de la petición del Sr. Pardo, y me delegó a mí a que lo atendiera. Yo no sé porqué ni cómo, pero el caso es que a los pocos minutos yo le había aceptado el colegio para Fe y Alegría. En ese año estaba yo terminando mis estudios de teología y ni el Padre Arismendi ni el Padre Damboriena me permitieron ir a Puerto Cabello. Entonces fue de Directora la Hna. Cecilia Villalobos con la Hna. Eulogia que empezaron con las maestras Beatriz Bolívar, María Coromoto Fuente y Niní Toledo, una mujer extraordinaria que estuvo trabajando mucho tiempo sin cobrar nada. A este Colegio de Puerto Cabello se le puso el nombre de Hermana Dolores, porque esta Hermana, que era la quinta en nuestra congregación, fue la que preparó al Sr. Pardo para su Primera Comunión.

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Al año de haber sido fundado el Colegio de Puerto Cabello fui yo de Directora y empezamos a vivir ya en él las Hermanas. Y recuerdo bien que el 15 de Octubre de 1964, a las ocho de la mañana, llegó a nuestra casa el Padre José María Vélaz. Venía todo demacrado, golpeado. Aunque él no quiso decirnos la razón de su pesar, nos enteramos por su chofer que estaba regresando de San Cristóbal, donde Monseñor Feo le había negado el permiso para hablarle al clero sobre Fe y Alegría. Estaba muy molesto y preocupado, y en ese día le dio el primer infarto. No le dejamos que subiera al segundo piso, nos sentamos a su alrededor y él nos estuvo hablando como un padre de familia, haciéndonos recomendaciones para que Fe y Alegría perdurara. Nosotras creíamos que se iba a morir. Cuando se marchó, estábamos convencidas de que nunca más regresaría. Desde ese día, todos los quince de cada mes decíamos la misa por el Padre Vélaz.

EN FE Y ALEGRIA ME SIENTO FELIZ Como ya dije antes, yo trabajé 20 años seguidos en Fe y Alegría: tres en el Cerro de la Cruz, ocho en Puerto Cabello, seis en Carora y otros tres de nuevo en el Cerro de la Cruz. Ahora he vuelto otra vez a Fe y Alegría, al colegio de Carora, que es donde me siento más feliz. Es verdad que, sobre todo al comienzo, nos tocó pasar muchas dificultades y esfuerzos, pero las satisfacciones las han compensado con creces. Todos los colegios han dado vocaciones religiosas y tenemos exalumnos que son profesionales y muy comprometidos. Cuando nos mudamos a vivir al Cerro de la Cruz, no teníamos agua e íbamos a bañarnos al Colegio Santa Luisa de Prados de María y de allí nos llevábamos unos botellones para poder tomar y cocinar. Como algunos maestros empezaron a protestar que no se podía trabajar sin agua, yo me paraba a las dos de la mañana a llenar de agua unos pipotes. Así no podían levantar actas de que suspendían las clases por falta de agua. Y cuando nos enteramos de que el supervisor pensaba cerrarlo por la falta de agua, hacíamos una larga cadena con los muchachos para subir el agua a baldes desde abajo. Cuando llegué a Carora, funcionaba en los locales del colegio una escuela agropecuaria que era puro relajo. Estaba de Director un veterinario que nunca reportaba por aquí y la agropecuaria dependía del Ministerio de Educación. Fe y Alegría conservaba la primaria. Cuando yo vi que la agropecuaria no funcionaba ni merecía la pena, empecé a poner orden. Tan es así que en la Zona Educativa, cuando había algún docente problemático, solían decir:

- “Mándaselo a la monja para que lo enderece”. Y la verdad que nunca llegué a tener problemas con los profesores desechables que solían enviarme.

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- “Ya la monja también te embolsilló”

Solían decir los protestones cuando alguno empezaba a cambiar. Pero ellos respondían:

“No, no es eso. Lo que pasa es que aquí hay una cabeza y nos da ejemplo trabajando con nosotros”.

Cuando yo estaba en Puerto Cabello, solían ir al colegio los novicios jesuítas que tenían que hacer un mes de trabajo social. Recuerdo entre otros a Arturo Sosa que, con sus compañeros organizaron una Escuela Nocturna de Adultos. Entre los que enseñaron a leer y escribir estaba un anciano de 64 años que, en el día de las madres, le escribió a su viejita una carta que decía así: “Querida Madre: A los 64 años me siento muy feliz de hacerle una carta con mi propia mano”. Yo soy una religiosa que tengo 45 años en la congregación y desde joven me he dedicado a trabajar en escuelas parroquiales y de Fe y Alegría, donde he sido plenamente feliz al servicio de los pobres. Siempre digo que de los pobres he recibido las mejores enseñanzas. Los barrios han sido para mí mis universidades: en ellos he aprendido grandeza, generosidad, capacidad de amor y de sacrificio. De los pobres he aprendido mucho, muchísimo. Recuerdo cómo las maestras de Carora hacían actos culturales y verbenas para poderse pagar ellas mismas sus sueldos, cómo en Puerto Cabello la maestra Niní Toledo trabajaba sin cobrar, con qué entusiasmo y generosidad colaboraba con nosotras la gente del Cerro de La Cruz. Todo eso a mí me edificaba mucho y me ayudaba a seguir mi vocación religiosa. Aquí mismo, en Carora, tenemos a las señoras María y Marina, que llevan como treinta años en el comedor escolar y a todo el que llega le dan de comer. Tienen el carisma de que la comida les salga sabrosa y les rinda. Y todavía utilizan las mismas bandejas, los mismos peroles de cuando empezamos el comedor. Yo rezo todos los días el rosario con esas santas mujeres y después salgo por el barrio con mi olla y empiezo a repartir la comida que ha sobrado. Así me siento feliz. En mi trabajo, yo he tratado de influir sobre todo a las madres de familia. Muchas de ellas me lo han agradecido y me recuerdan con cariño la lección que nunca me canso de repetirles: “Es preferible que ustedes les hagan llorar de pequeños, a que no ellos, de grandes, les hagan llorar a ustedes”.

EL PADRE VELAZ Al Padre Vélaz yo siempre le tuve un gran cariño y admiración. El nos tenía mucha confianza a las religiosas y nos ponía a hacer de todo. Una vez que

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el Sr. Pardo le pidió un capellán, le contestó que para qué quería un capellán si me tenía a mí, y a la Madre Sacramento la puso hasta a dar Ejercicios Espirituales a los hombres. El Padre Vélaz tenía un gran poder de convencer y de entusiasmar. Hablaba muy bien y estaba empeñado en enseñarnos a nosotras a hablar así. Nos solía reunir a las religiosas en convivencias y nos daba también clases de oratoria. Teníamos que preparar un tema y exponerlo en público. A algunas, como la Hna. Agüero y la Hna. Cleofé les costó muchísimo. Lloraban como niñas y no eran capaces de subir al escenario. La que se distinguió muchísimo en esto de la oratoria fue la Hna. Eladia Pérez, que estaba en Petare, en el Colegio Presidente Kennedy. Yo creo que sus hermanos jesuítas no comprendieron realmente al Padre Vélaz. Sin embargo, nunca le oí hablar mal de ninguno de ellos. Podía parecer brusco, pero era muy paternal. Exigente, eso sí, muy exigente, pero como un padre. Y era muy sensible. Al ver un problema, se conmovía hasta aguársele los ojos. Y si es cierto que defendía sus puntos de vista con fuerza y vigor, los cambiaba si no tenía razón. Y si llegaba a disgustarse con alguien, no tenía problema en pedirle perdón. Recuerdo que un día nos estaba insistiendo en que deberíamos mudarnos a vivir en un rancho del Cerro de La Cruz que no tenía agua, ni puertas, ni ventanas. Yo ya andaba fastidiada con toda su insistencia y le dije:

- Mire, Padre, el día en que usted se salga del Colegio San Ignacio y se vaya a vivir temporadas en nuestros colegios, ese mismo día nos mudaremos al Cerro de La Cruz.

- Es cierto lo que usted me está diciendo, Hna. María -me contestó -Tiene usted razón. No puedo exigir algo que yo no estoy dispuesto a hacer.

Así era el Padre Vélaz, un hombre de grandes ideas, grandes realizaciones y también gran sencillez. Convencía con su entusiasmo y era muy difícil decirle que no. Amaba mucho las flores y solía repetir que en todos los Colegios de Fe y Alegría debía haber flores, muchas flores, porque las flores despiertan la alegría y los niños, que venían de ambientes muy tristes y depauperados, las necesitaban mucho. Así, con las flores y con el cariño, se sentirían acogidos y transportados a un mundo de delicadeza. Fue entonces cuando comenzamos a llenar nuestros colegios de trinitarias, tan bellas, tan sufridas y tan poco exigentes. También les decía el Padre José María a las maestras que vinieran siempre arregladas y bonitas, con sencillez. Repetía que los niños después de sus mamás a quien más querían era a sus maestras, y al verlas lindas y sencillas, se motivarían a ser como ellas.

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7.- MARIA y MARINA Yo, María, llevo trabajando en Fe y Alegría como 30 años, desde que se fundó el Colegio Monseñor Montes de Oca de Carora. Eso fue en el año 1962. Aquí fundaron las Hermanas Clemencia, Cristina y Purificación. La Hna. Clemencia era la Directora y me llamó para que le hiciera un almuerzo a los muchachos a base de huesos blancos y de arroz. Se les daba ese almuerzo a 30 alumnos que venían de muy lejos, de las Palmitas y más allá. Esos huesos se los facilitaba el Sr. Teodorito Herrera, hermano de Monseñor. El arroz también lo conseguía regalado. El Sr. Alejandro Pire pasaba a recogerlo.

ESTO ERA PURO MONTE Entonces esto, cuando comenzamos, no era como ahora. Esto había sido unas caballerizas, y luego pasó al MAC (Ministerio de Agricultura y Cría). Por eso, al Sr. Domingo Perera le resultó fácil conseguir los galpones y el terreno para Fe y Alegría. Cuando llegamos, esto se veía todo abandonado, era puro monte. Lo que aquí había más que todo era culebras. Muchas veces encontramos culebras en las bandejas de servir la comida y cuando los canarios empezaron las perforaciones para conseguir agua, en una tarde mataron quinientas culebras. Había mucha coralito, mapanares, cazadoras, cascabel, y hasta se consiguió una culebra toro. Una vez conseguimos cuatro culebras bebiendo agua en el fregadero y tres enrolladas en las patas de la mesa. Todo esto era tan montuno que los rabipelaos se la pasaban en los pipotes de la basura. Aquí había un matrimonio que cuidaba esto. Les nació una niña y la Hna. Purificación le tomó mucho cariño y se la llevaba con ella para la escuela. Un día, le consiguió dentro de la cuna una cáscara de culebra, o sea que la culebra había, cambiado de piel dentro de la cuna. Lo del almuerzo de huesos blancos duró sólo un año. La Hna. habló con el Gobierno para que le dieran el comedor. Hizo varios viajes a Barquisimeto y consiguió primero un puesto de alimentación para 75 niños. Después fue que se inició el comedor completo para 225 niños. El edificio del comedor lo donaron los Hermanos Viloria Riera. Por esos días trabajaban aquí los del Cuerpo de Paz. Esos eran siempre los profesores de Educación Física y hacían campamentos vacacionales donde se llevaban a los muchachos de excursión, al río, a las haciendas, a las piscinas. Cuando comenzó todo esto, la Hna. Clemencia recogía los domingos a todos los niños por las calles para llevarlos a misa. En Caracas se consiguió unos uniformes que le dieron, falda azul y camisa amarilla, y parecía que iban incendiando la calle. Esta Hna. Clemencia, que fue la fundadora, fue la que más trabajó. Una vez empezó un plan de que los niños no vinieran a la escuela en alpargatas. Se fue a Caracas y se trajo un

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montón de zapatos de goma. Porque, la verdad, Fe y Alegría, cuando comenzó, sí trabajaba con los más pobrecitos de todos. Eran demasiado pobrecitos. No tenían ni para la comida ni para la ropa. Por eso, la Hna. Clemencia trataba de conseguirles todo eso. En el Central La Pastora le daban racimos de cambures, sacos de azúcar, alimentos... Además, la Alianza para el Progreso regalaba entonces mucha comida y todos los viernes les daban a los representantes una lata de mantequilla, una bolsa de leche, avena y otras cosas que la Hermana conseguía por allí. En el año 68, antes de la Secundaria, existió una Agropecuaria que fracasó. Sólo se dio una promoción. La Agropecuaria no pertenecía a Fe y Alegría. Se llamaba Escuela Técnica Agropecuaria José Alejandro Riera y en todo funcionaba independiente de Fe y Alegría. Entonces vino la Hna. Curiel como Directora de la Escuela y viendo que no funcionaba bien, cerró la Agropecuaria e inició el Ciclo Básico Común con Fe y Alegría. También funcionaba en las tardes una escuela para adultos donde, además de enseñarles a leer y escribir, se daban cursos de bordado, repostería y corte y costura. Las peleas de gallos empezaron pronto en la escuela. Y esto se hizo con la idea de conseguir recursos. Comenzaron con el Dr. Perera que tenía mucho contacto con las galleras. Antes, todo eso de los gallos lo organizaba la Junta de Damas de Fe y Alegría, pero desde unos diez años para acá, se encarga de todo el colegio. A las peleas de gallos se invitan las peñas galleras más importantes de todo Centro Occidente, Mérida, Lara, Trujillo y Zulia. Las peleas se casan en dos días: sábado y domingo. Con la venta de las entradas del sábado se pagan los gastos de funcionamiento y todo lo de la comida y la bebida. Lo que se consigue con las entradas del domingo va todo como ganancia para Fe y Alegría. Nosotras nos encargamos de preparar todo lo de la comida. Algunas familias dan becerros, novillas, ron, cerveza, y antes daban hasta cajas de güisqui. Aquí mismo en Carora, además de este colegio, funcionó otro de Fe y Alegría, en Barrio Nuevo. Se llamaba Sémida Verde. Este nombre lo tomó de una señora ciega, que trabajó mucho por la educación de los niños. Hasta comedor llegó a tener este colegio, pero se les escapó de las manos y se terminó.

FE Y ALEGRIA ES NUESTRO HOGAR Toda nuestra vida ha sido trabajar por el colegio. Cuando los niños salían a repartir boletos por los pueblos, nos reuníamos aquí a las tres de la mañana, y les preparábamos un desayuno para que no fueran con el estómago triste y también les preparábamos la comida del día que se la llevaban. Y, cuando antes se tenían aquí las reuniones del Rotary Club en la noche, a veces durábamos

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hasta las dos y las tres de la madrugada. También antes se tenía el día del limpiabotas y se les daba un desayuno a todos esos niños en el colegio. Y, por supuesto, todo lo de la comida de los gallos, la hacemos nosotras. Los profesores y maestros colaboran también mucho. Yo, Marina, tengo ya 60 años y me siento como de quince para trabajar con Fe y Alegría por las cosas de mi Señor. Para mí y mi compañera María, el colegio de Fe y Alegría es como nuestro hogar. No nos hallamos en otro sitio. Todos los días, a la una de la tarde, viene la Hna. María Curiel y rezamos el rosario. Las manos están trabajando pero la mente está en el rosario y eso es un gran regocijo. Si bien nosotras trabajamos con Fe y Alegría, somos empleadas del Instituto Nacional de Nutrición. De todas las jefas que hemos tenido sólo nos quejamos de la primera, que era demasiado estricta. Duró siete años y nos hizo sufrir demasiado. Cuando estábamos haciendo la comida, ella se nos paraba delante y no despegaba ni un minuto los ojos de nosotras. Y después de fregar los corotos, teníamos que solearlos, y hasta que no estuvieran todos bien calientes, que teníamos que agarrarlos con un trapo para no quemarnos, no nos permitía que los guardáramos. Esta señora no nos dejaba que regaláramos la comida que sobraba y teníamos que llevarla al río para botarla. Eso, habiendo tantos hambrientos, nosotras no lo podíamos entender. Recuerdo que había un niño desnutrido que lo pasábamos a comer con los alumnos del colegio. Un día, al niño le dio como un mareo, y lo llevamos al médico, porque aquí entonces había también un médico. La señora, al averiguar que el niño no era del colegio, nos levantó un acta y nos dijo que nos iba a botar. Ya no pudimos darle de comer a ese niño, pero yo robaba por él. Le pasábamos un pan y un vaso de leche por los agujeros del acerolit. Todo eso era muy doloroso para nosotras. Esa señora era demasiado déspota. Hasta flebitis le salió en una pierna de tanto estar parada frente a nosotras supervisándonos. Un día, por poco le pica una culebra que le apareció por detrás en una ventana. Y otro día, cuando no nos permitió darle de comer al niñito desnutrido, le apareció otra culebra en su escritorio. Para mí que todo eso eran avisos del Señor. Por fin, a esa señora se la llevaron de aquí. Entonces fue que pudimos empezar a respirar. Desde entonces, todas las jefas que hemos tenido han sido muy buenas, comprensivas y tratables. Nosotras nos consideramos unas mujeres muy felices. Yo, Marina, a los diez años de casada, se me murió el marido y me quedaron tres muchachos. Al quedar viuda, me entregué más al Señor. Me pude comprometer más. Para mí, las cosas del Señor son lo más importante. Soy libre, soy del Señor. Cuando hay retiros y convivencias, les hago la comida sin cobrar un centavo. Ese es el don que me ha dado el Señor.

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Yo, María, como tengo mi mamá con 82 años, no estoy tan disponible porque tengo que atenderla. El sábado y el domingo se los dedico más a ella. Pero siempre que Fe y Alegría necesite algo, puede contar con nosotras.

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8.- HNA. MARIA PAREDES (Carmelita de Vedruna) Yo estaba trabajando en nuestro Colegio de Cagua. Un día, allá por el año 60, se presentó el Padre Vélaz, a quien yo no conocía de nada, a pedir hermanas para la fundación de Fe y Alegría en Maracay. Yo había oído hablar algo de Fe y Alegría, de las escuelitas que construía en los barrios más pobres de Caracas y me parecía una gran idea el trabajar con los más necesitados. Pero no teníamos la autorización de nuestras Superiores. Se la solicitamos, y cuando nos dieron el sí, nos volcamos a trabajar con Fe y Alegría. Qué alegría nos produjo ese sí de la madre General. Empezamos la Hna. Elvira Fuentes y yo. Nos entregamos con alma, vida y corazón. Nos desplazábamos al barrio El Piñonal todos los días desde Cagua. Primero en autobús hasta la tabacalera, y luego caminando como un kilómetro hasta la escuela, bajo un sol que ya en las mañanas era abrasador. Nos parábamos a las cuatro y media de la mañana, teníamos un rato de oración, escuchábamos la misa y después de desayunarnos, salíamos con nuestras loncheritas y cuadernos hacia Maracay. Recuerdo que solíamos almorzar en los baños, porque si lo hacíamos en el salón, todos los niños se ponían a velarnos, y daba no sé qué comer delante de ellos que tenían tanta hambre. Y tampoco podíamos ponernos a repartir lo poquito que llevábamos porque, aparte de que no alcanzaba para tantos, no hubiéramos aguantado el turno de la tarde que duraba hasta las seis. Entonces, caminábamos de regreso el kilómetro y a esperar de nuevo el autobús para volver a Cagua. Fueron días muy duros, pero estábamos felices. Yo entonces no me hubiera cambiado ni por la Reina de Escocia. En este colegio de Maracay, que se llamó Jacob Pérez Carballo, ayudaron muchísimo el Señor y la Señora Vollmer, que tenían sus hijas estudiando en nuestro Colegio de Cagua. Recuerdo que un día llegó la Sra. Vollmer y, al vernos comiendo en los baños, le impresionó mucho y nos hizo traer unas mesitas y unas sillas y unos armaritos para que guardáramos las cosas.

EN TRES MESES LOS DOMAMOS Al comienzo, los muchachos eran muy indisciplinados. Recuerdo que cuando inauguramos el colegio, fue terrible. Los Vollmer quisieron dar una merienda, y los muchachos se subían a las mesas, agarraban todo lo que podían, no respetaban nada, se pegaban de boca de una máquina de pepsi-cola que habían traído, andaban por todo eso con solo el pantalón, sin camisa... Yo estaba apenadísima y el Obispo trataba de calmarme diciendo: “No se preocupe, Hermana, son silvestres”. En menos de tres meses los domamos. En Navidades, tuvimos una fiesta donde las Hermanitas de Los Pobres y el comportamiento de los 300 muchachos que teníamos fue ejemplar. Nadie tocó nada hasta que rezamos y, al terminar,

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cada uno llevó el plato de cartón y el vaso hasta el pipote de basura. A la salida, la Sra. Vollmer no podía creer lo que había visto: “Me los han cambiado, ¿Cómo han hecho?”, repetía admirada una y otra vez. Durante dos años estuvimos viajando todos los días desde Cagua y, cuando estuvo construida la casa, nos mudamos. Entonces ya éramos tres hermanas y empezamos a trabajar mucho más con las familias del barrio. Aprovechábamos entonces para inculcarles hábitos de higiene y de limpieza. Como iban desnuditos, les veíamos las costras de sucio que tenían. Como en el barrio había unos grifos públicos, los agarrábamos y los estregábamos bien con jabón hasta quitarles las costras. También en las casas enseñábamos a algunas señoras a cocinar ya que siempre hacían lo mismo y de la misma forma. Me acuerdo de un señor que nos dijo un día: “Vayan a la casa y enseñen a la mujer mía a preparar las caraotas que nunca me las pone blandas”. Fuimos, le dijimos que las pusiera la víspera en agua para que se ablandaran y que después las cocinara. Desde ese día, siempre que nos veía el buen señor nos agradecía el que por fin podía comer caraotas bien cocinadas. La miseria del barrio era indescriptible. Hoy nos quejamos de pobreza pero lo de hoy no tiene comparación con lo de antes. Algunos niños estaban llenos de gusanos y muchas veces quedaban encerrados solos en el rancho pues las mamás salían a trabajar. Otros no iban a la escuela por falta de ropa y tuvimos que luchar por conseguirles la ropita. Cuando comenzamos, no había ni cerca ni puertas, y como eso era puro monte, entraban vacas, burros, bueyes, a los salones. Tampoco entonces había bedeles, y nosotras teníamos que limpiar todo y carretear el agua para los baños. Frente a nuestra casa, tenía el rancho un comunista que no podía vernos ni en pintura. La señora se hizo muy amiga nuestra y enviaba los hijos a la escuela sin él saberlo. Siempre que había fiesta o nos sobraba algo, nosotras les mandábamos un plato de comida. Al final, el hombre se hizo tan amigo nuestro, que era el que ponía el orden siempre en el colegio si los muchachos se peleaban o había algún problema.

EL PADRE VELAZ El Padre Vélaz venía poco y siempre de paso, como un relámpago. Pero cuando venía, nos transmitía su entusiasmo. El que hablaba con Vélaz, terminaba trabajando en Fe y Alegría sin remedio. El se confiaba mucho de la gente. Una vez que fundaba un colegio, lo dejaba por completo en manos de la Congregación y él se desaparecía. El era muy austero y desprendido. Y nada melindroso. Recuerdo que una noche estábamos cenando y, como hablaba tanto, se le llenó la sopa de maripositas de esas que aparecen en tiempo de lluvias. No le importó. Decía que no eran dañinas y se empeñó en tomarse así la sopa. Luego, nos dijo

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que pusiéramos un bombillo amarillo que atraparía las maripositas. Era un hombre que sabía de todo y quería saber siempre más. El que más venía por nuestro colegio, era el Padre Baquedano, que era entonces la mano derecha del Padre Vélaz y que, en las rifas, no paraba ni un momento. Ese Padre, siempre alegre y reidor, llegaba pidiéndonos chorizo y le encantaba si le preparábamos una tortilla de papas.

LAS NOVIAS DE PAPA DIOS Tuvimos mucha suerte con las maestras. Eran muy colaboradoras y sacrificadas, siempre estaban dispuestas a todo, y aunque vivían en Villa de Cura o en La Victoria, nunca faltaban a clases y siempre llegaban puntuales. La gente nos llegó a querer a rabiar. Nos llamaban las novias de Papá Dios y cuando conseguimos un Volkswagen y nos veían pasar nos gritaban: “Denle saludos a la Virgen, Hermanitas, saludos a la Virgen”. Para mí que ellos creían que en ese Volkswagen viajábamos al cielo. Esos años en el colegio de Fe y Alegría de Maracay fueron de los mejores de mi vida. Pasé muchísimos apuros, pero recurría siempre a Dios y yo sentía que él me acompañaba. Cuando visitaba los ranchos, disfrutaba mucho con la gente sencilla. Sentía en ellos la presencia de Dios y eso me llenaba de alegría. Sin duda, era Dios quien estaba en esa alegría. Por eso, disfrutaba plenamente cualquier cosa. De Maracay, me cambiaron al colegio de Fe y Alegría en la Charneca, en Caracas. Allí sufrí muchísimo. Los malandros se nos metieron varias veces en la casa y a mí me entró verdadero pánico. Pasaba muchas noches sin poder pegar un ojo. Y luego, las balaceras. Eso era espantoso. Yo no era valiente como las otras Hermanas y no pude soportarlo. Me tuvieron que sacar de allí. Dios quiso mostrarme mi flaqueza. Yo quería seguir trabajando con Fe y Alegría, allí me sentía feliz y dichosa, pero no pude soportarlo... Pero llevo a Fe y Alegría en el alma.

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9.- NANCY PILOTO DE H. y CLARA DE OJEDA Nosotras llevamos trabajando en el colegio de Fe y Alegría Jacob Pérez Carballo en Maracay 33 años, es decir, desde que se fundó en el año 60. En 1959, vino a Maracay el P. José María Vélaz con la idea de fundar aquí un colegio popular. Monseñor José Alí Lebrún, que era entonces el Obispo, el Dr. Gustavo Vollmer y otras personalidades le ayudaron mucho. Organizaron una rifa y con lo que sacaron y con otras donaciones de algunas empresas y entidades especiales como el Central El Palmar, la Tabacalera Nacional y otros construyeron una escuela en el barrio El Piñonal para atender a los niños pobres. Le pusieron por nombre Jacob Pérez Carballo en honor a este ilustre educador, maestro por verdadera vocación, de corazón noble y generoso, entregado a servir a los demás. La escuela consistía en un único pabellón que tenía seis aulas abiertas. Era un ambiente muy inhóspito. Los alumnos eran demasiado pobres. Venían con sus alpargatas o chanclas, unas franelas viejas y remendadas, con un único cuaderno para todo. Pero eran muy respetuosos y colaboradores. El Colegio estaba a cargo de las hermanas de la Congregación Carmelitas de la Caridad que venían todos los días desde Cagua con sus loncheritas para el almuerzo. La Directora era la Hna. Elvira Fuentes. Nosotras dos, junto con una hermana mía, Deisy Piloto, fuimos las tres primeras maestras que atendíamos los 120 alumnos. Deisy y yo (Nancy) vivíamos en La Victoria y nos trasladábamos todos los días hasta la escuela. El trabajo en la escuela lo conseguimos gracias a nuestro abuelo que trabajaba en el Central El Palmar. El nos recomendó con el Sr. Suárez, que era el Secretario de Fe y Alegría. Nos dijo que el sueldo era mucho menor que el que ganaban las maestras oficiales, como la mitad, pero como nos interesaba mucho empezar a trabajar, aceptamos el reto. Nunca nos hemos arrepentido de esta decisión.

LOS TALLERES En 1962, se inició el Preescolar y en 1964, Monseñor Feliciano González, gran colaborador de Fe y Alegría, que sustituyó en el episcopado a Monseñor Lebrún, puso la primera piedra de un nuevo pabellón donde iban a funcionar talleres preartesanales de Madera, Metales, Hogar y Dibujo, coordinados por APEP (Asociación para la Educación Popular). La idea era darles a los alumnos una buena formación práctica para que pudieran defenderse en la vida cuando dejaran la escuela. El P. Vélaz era un gran promotor de una educación que enseñara a trabajar. El Sr. Manuel Galdo que era el Administrador del Central El Palmar y también de Fe y Alegría, contactó al Sr. Rafael Quintero, un hombre que era constructor, carpintero, herrero, y se lo llevó al Central para que ideara y

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montara los talleres del Colegio. En el Central El Palmar trabajaba Angel Manuel Padrón, y lo formaron y entusiasmaron para que fuera el maestro de metales. La Hna. Catalina dirigía el taller de hogar, y la Hna. Marcelina el de dibujo. Cuando se iniciaron los talleres, atendían a 600 alumnos. El colegio fue creciendo y progresando mucho gracias a las rifas, verbenas y entrega de los docentes, directivos y comunidad que siempre se mostró muy colaboradora. Para el año 1970, ya teníamos más de mil alumnos. Hoy atendemos más de dos mil. Cuando se implantó la Educación Básica, nuestro colegio fue elegido como Centro de Adiestramiento de los docentes de Aragua por sus condiciones física y su buena dotación.

HEMOS CRECIDO CON FE Y ALEGRIA Nosotras dos, Nancy y Clara, somos las únicas maestras que siempre hemos estado en el colegio desde que se fundó. Hemos tenido otras oportunidades de irnos de Fe y Alegría, pero no hemos querido. Nuestra vida ha sido crecer con Fe y Alegría y nos sentimos realizadas, plenas. Con nuestro esfuerzo y el de muchas otras personas, el Jacob Pérez Carballo ha llegado a ser lo que hoy es, un orgullo en Maracay, un centro educativo de gran prestigio y renombre. Cuando nos iniciamos, todo era muy pobre, y a base de rifas, verbenas, corridas de toros y mil otras cosas, fuimos logrando lo que hoy somos. Y nos sentimos orgullosas de gastar la vida en este esfuerzo. Cuando vemos que algunos alumnos han llegado a ser unas personalidades, sentimos que nuestras vidas han sido útiles.

EL PADRE VELAZ Al comienzo, el P. Vélaz venía mucho, casi siempre acompañado del Dr. Gustavo Vollmer. Era un hombre muy cordial, atento, afable, todo un caballero. El era un verdadero líder comunitario. Llegaba y nos preguntaba cómo nos sentíamos y nos decía que estábamos contribuyendo a educar a muchos que, sin nuestro esfuerzo, se hubieran quedado sin escuela. El hacía que nos sintiéramos importantes. Nos contaba sus proyectos, sus planes, de cómo Fe y Alegría se iba a extender por toda América, y nos sentíamos orgullosas de formar parte de esa gran familia. Después hubo un tiempo en que, en Fe y Alegría, nos empezamos a dividir. Algunos no querían al P. Vélaz y lo criticaban mucho. Sufríamos demasiado. A nosotras nos decían que no parecíamos de Fe y Alegría. Eso nos dolía y no lo comprendíamos. Lo que teníamos lo habíamos logrado a base de mucho esfuerzo y todo lo poníamos al servicio de la gente para que se superara.

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Afortunadamente, esos tiempos ya pasaron y de ahí salimos fortalecidos. Hoy nos sentimos más Fe y Alegría que nunca. Fe y Alegría es como una fuerza que nos motiva a trabajar. Y está siendo una luz para la educación en Venezuela.

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10.- CARMEN DE MOGOLLON Fe y Alegría llegó a Valencia en 1961, y desde entonces yo estoy con ella. La fundación de Fe y Alegría en esta ciudad se inició con la llegada del P. José María Vélaz, quien vino a entrevistarse con la Sra. Teresa S. de Branger y el Sr. Celso Serna, Gerente de la C.A. Sucesora de Ernesto L. Branger. El Padre Vélaz expuso sus ideas de fundar un colegio para los niños pobres y se creó una Junta Directiva, presidida por el Dr. Ferrero, para recabar fondos y gestionar la fundación. El primer colegio se fundó en el barrio Cabriales. Se le puso el nombre de Dr. Leopoldo Yanes, en memoria de un hermano prematuramente fallecido del Sr. Rafael Yanes, quien fue el que donó los terrenos. En el colegio comenzaron a trabajar las hermanas Capuchinas pero casi no duraron, y entonces vinieron de Colombia 4 hermanitas de los Pobres de San Pedro Claver que se hicieron cargo del colegio. Estas hermanas tuvieron que pasar miles de inconvenientes e incomodidades. Como su casa no estaba lista todavía, habitaron todas un pequeño cuarto que estaba situado al lado de lo que fue antes la capilla.

MIS INICIOS EN FE Y ALEGRIA Yo acababa de llegar de El Pao y me establecí en el barrio Cabriales. Era maestra y estaba desempleada. Solía ir a misa y coincidía allí con las monjitas. Nos pusimos a conversar y cuando se enteraron de que yo era maestra, me ofrecieron trabajo. Me inicié en el Leopoldo Yanes en un tercer Grado con 50 alumnos. El colegio atendía una población total de 120 alumnos, desde kinder hasta cuarto grado. La Hermana Felicidad de San José era la Directora. Los alumnos eran muy pobres. Llegaban en condiciones infrahumanas y en un estado deplorable de abandono y desnutrición. Había que asearlos y procurarles alguna ropa. Cuando se logró la instalación de un comedor escolar, gran parte de los niños se desmayaba por no haber recibido nunca una alimentación balanceada. En Octubre de 1962, comenzó a funcionar el segundo colegio de Fe y Alegría en Valencia, en un terreno donado por el Concejo Municipal, en lo que hoy es el barrio la Concordia, zona sur de la Ciudad. A este colegio le pusieron de nombre S. Francisco de Sales, en memoria del Sr. Francisco de Sales Branger, esposo de la Sra. Teresita de Branger y padre del Sr. Saúl Branger, que fueron los que impulsaron la creación del colegio. Para fundar este colegio hubo que vencer muchas dificultades. Eran años de gran agitación social en Venezuela, y algunos líderes de izquierda se oponían a que llegara allí Fe y Alegría por pensar que iría contra los intereses del pueblo.

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Por fin, se superaron las dificultades y se construyó el colegio con la decidida colaboración de la comunidad que cargó a hombros los materiales para la construcción.

MI TRASLADO AL SAN FRANCISCO DE SALES Como los directivos de Fe y Alegría habían conseguido para este nuevo colegio tres maestras que estaban muy jovencitas, las Hermanas, viendo que yo ya era una veterana de 25 años, me pidieron que me cambiara al San Francisco de Sales para que cuidara a las muchachas. Iniciamos las actividades en cuatro aulas con 250 alumnos que tenían como pupitres bloques de cemento con tablas encima. Muchos de ellos se sentaban en el suelo, o sobre potes o sillas que traían de sus casas. El barrio era muy pobre y estaba formado por ranchos de tabla y de cartón y albergaba campesinos venidos de todas las partes del país. Tuvimos que iniciar fuertes campañas de higiene con los alumnos a los que limpiábamos y desparasitábamos. La Sra. Teresita de Brager, muy colaboradora siempre, alma de Fe y Alegría, traía ropa y bolsas de comida que repartíamos a los más necesitados. Ella también se encargaba de la ropa y el desayuno de los que hacían la Primera Comunión. El barrio estaba todo enmontado. No tenía calles sino unos caminitos de tierra que se los tragaba el monte. Una vez, limpiamos esos caminitos para que los alumnos pudieran pasar sin problemas, y en la limpieza matamos cinco culebras mapanare y macaurel de las grandes y muy venenosas. En 1964, empezó a funcionar en el colegio un comedor con cupo para 100 niños. Luego, por las gestiones realizadas por la Hna. Felicidad de San José y la Señora Branger, se logró aumentar el cupo a 150 alumnos. En la inauguración se sirvió un menú de dieta balanceada y se hicieron presentes el Gobernador del Estado, el Dr. Luis Rivero Salas, los miembros de la Asamblea Legislativa de Carabobo, y personalidades del clero y de la industria. En este mismo año de 1964, se creó también un dispensario médico dental con su farmacia. El Club de Leones donó el equipo dental. Al año siguiente, 1965, se abrió el Primer Año de Bachillerato Comercial.

TODO LO QUE YO PUEDO DAR LO DOY Al recordar aquellos días de los comienzos, yo me siento muy feliz. Trabajábamos muy duro y cobrábamos muy poco (yo ganaba 300 bolívares al mes y las otras maestras 250), pero vivíamos plenas y dábamos todo lo que teníamos a nuestro alcance. Nos la pasábamos pidiendo colaboraciones. Pedíamos cuadernos, lápices, libros, pues los alumnos no tenían nada. Me acuerdo mucho de las Navidades, que eran bellísimas y hacíamos unos extraordinarios pesebres vivientes. Algunos maestros no aguantaban pues decían

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que ellos no habían estudiado para terminar limpiando mocos y sacando piojos, y se iban. Yo, a pesar de todo lo que nos tocaba hacer, me sentía muy bien. Para mí resulta de gran satisfacción el comprobar que nuestros esfuerzos dieron sus frutos. Yo me he sentido muy bien en todos estos años en Fe y Alegría. Lo que no me gusta es la cantidad de cambios de directores que hemos tenido. Todo lo que yo pueda dar, lo doy. No voy a decir con eso que soy una mujer ejemplar. No, soy común y corriente, pero lo que puedo, lo doy de corazón. Cuando los alumnos me vienen con problemas, yo sufro con ellos, sobre todo si no puedo ayudarles. Visito mucho los hogares de los alumnos, converso con sus papás, comparto su vida. En Fe y Alegría no podemos ser maestros de escritorio. Debemos conocer a los alumnos, ver cómo viven, saber qué les preocupa o distrae, por qué no rinden. Cuando yo veo que algún alumno me llega marcado por correazos o con golpes o heridas, voy a conversar con los representantes y trato de hacerles entender que ese no es medio de tratar a los muchachos. Esos son para mí los momentos privilegiados para educar también a la familia.

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11.- TERESA NICOLIELLO DE ALVAREZ Yo soy de Churuguara, en Falcón, y me vine con la familia a Valencia por problemas económicos. Llegamos primero a Naguanagua, y después compramos una casita en el barrio La Concordia, donde Fe y Alegría estaba construyendo la escuela San Francisco de Sales. La escuela arrancó en octubre del 62 y yo tuve la suerte de inscribir a dos de mis hijos en primer grado. Todo esto entonces era muy pobre y lleno de monte. El colegio sólo tenía las aulas peladas. Los niños se sentaban en el suelo o en bloques. La Directora era la Hna. Felicidad de San José, de la Congregación Hermanitas de los Pobres de San Pedro Claver. Las maestras eran muy colaboradoras, a pesar de que les pagaban muy poco. Por esos días, ayudaban mucho al colegio la Sta. Clara Betancourt, la Sra. Teresa de Branger y su hijo Saúl. Ellos daban muchas cosas a los niños y les enseñaban hábitos de higiene.

ENFERMERA DE FE Y ALEGRIA En el año 64, se construyó en el colegio un comedor y un dispensario con una unidad odontológica que donó el Club de Leones. Como yo era enfermera, me ofrecí a trabajar a la Directora, la Hna. Felicidad, pero me dijo que Fe y Alegría no contaba con recursos para pagarme. Por eso, empecé a prestar mis servicios gratis. En ese dispensario atendíamos a los alumnos del colegio y también a la comunidad. Los servicios a los niños eran gratuitos. A las personas de la comunidad se les cobraba una pequeña cuota -5 bolívares por extraer una muela- para reponer los materiales. Después, consiguieron una farmacia que estaba muy bien dotada de todo tipo de medicinas. Desafortunadamente, no duró mucho. Al tiempo, yo no sé cómo, consiguieron una enfermera a la que le pagaban 400 bolívares al mes. Como esa enfermera faltaba muchísimo, siempre me llamaban a mí. Después conseguí que partieran en dos el sueldo de la enfermera y logré que me pagaran doscientos bolívares. El 15 de Febrero de 1967 empecé a trabajar tiempo completo como enfermera, y hasta el presente. Antes, los niños eran muy pobres y venían en condiciones sanitarias muy deplorables. Algunos se dormían en los salones por la anemia. Por eso, teníamos que alimentarlos y curarlos. Todo esto era puro monte, con caminitos de tierra. Abundan los gamelotales y el fango. Cuando llovía, el terreno se ponía imposible. La mayoría de los alumnos estaban full de parásitos. Algunos tenían hasta 3 y 4 clases de parásitos distintos. Para acabarles los piojos, les untábamos la cabeza con aceite y vinagre, les amarrábamos un trapo por un buen rato, y después los despiojábamos y los limpiábamos. Para curarles la sarna, les bañábamos bien con jabón azul y les untábamos con benzo-bencil.

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Los domingos venía el Padre y decía la misa en el comedor. Las Primeras Comuniones se celebraban también aquí en el Colegio.

EL CENTRO DE ORIENTACION FAMILIAR Además de las clases a los muchachos, del dispensario y del comedor, funcionó aquí una cooperativa de ahorro y préstamo y un centro de orientación familiar que lo dirigía la Hna. Felicidad y la Srta. Lilia Pulidor, Trabajadora Social del Consejo Venezolano del Niño. En ese centro, se empezaron a dictar cursos de corte y costura. Vinieron tantas mujeres que hubo que abrir un turno de tarde y otro de noche. Como casi todas estas mujeres eran analfabetas, se abrieron cursos de alfabetización para enseñarles a leer y escribir. También se fundó una biblioteca abierta a las personas del barrio. En esa biblioteca se daban charlas de Primeros Auxilios, cuidado y salud del niño y de la madre, moral familiar, relaciones de padres e hijos... Yo me siento muy contenta de haber podido ejercer mi profesión de enfermera con Fe y Alegría. Aquí he tenido y tengo la gran satisfacción de poder atender a los niños con amor. Las escuelas de Fe y Alegría son muy buenas y el gobierno debería copiarse de ellas. No sólo preparan bien a los alumnos y les enseñan religión y buenas costumbres, sino que se preocupan por impartir una educación integral, con programas de salud y alimentación. Y con los talleres, enseñan también a trabajar y a ganarse la vida.

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12.- SARA CHUECOS LEON Yo me inicié como maestra en el Colegio Luisa Cáceres de Arismendi, que arrancó en Valencia en 1965. Yo estaba de secretaria en una empresa y llegó el Sr. Saúl Branger, Presidente de Fe y Alegría, a pedirle a la empresa una colaboración. Yo me puse a conversar con él, y cuando se enteró de que yo era maestra me dijo: “Mira, si estás interesada en trabajar con Fe y Alegría tienes chance, pues vamos a abrir el tercer colegio en la Fundación de la Vivienda Popular”. Yo no conocía nada de Fe y Alegría, y me explicó que era una obra cristiana de servicio educativo y social a los más necesitados, que requería de personas con mística y entrega. Me dio una tarjeta para que me entrevistara con Clarita Betancourt, la Secretaria entonces de Fe y Alegría, una persona muy entregada, que ella misma iba a las escuelas y les cortaba el cabello a los muchachos y los limpiaba. Me entrevisté con Clarita y me explicó más lo que era y lo que se proponía ser Fe y Alegría. Yo sentí como un llamado y un reto. “Me gusta una obra así”- le dije -. “Quiero trabajar con Fe y Alegría”.

LOS INICIOS Empezamos a trabajar el 16 de septiembre de 1965. El colegio estaba sin terminar, y el monte llegaba hasta los pasillos. Un día me conseguí hasta una culebra en mi escritorio. Había sido construido en un terreno donado por la Sra. Violeta Stelling de Alvarez Feo y su hermana Margarita Stelling. Se le puso al colegio el nombre de Luisa Cáceres de Arismendi en memoria de esta heroína venezolana, antepasada de la familia Stelling Arismendi. El colegio estaba a cargo de las Hermanas de San Pedro Claver, que vivían en el Leopoldo Yanes. Nos iniciamos con muy pocos alumnos, que eran los hijos de los obreros de las empresas de la Fundación Mendoza. A mí, que era la única maestra graduada de bachiller docente, me adjudicaron el sexto grado. Tenía sólo once alumnos: cinco varones y seis hembras. En esos días trabajábamos hasta los sábados y los domingos llevábamos a los alumnos a la iglesia a oír la misa. Entonces, en Fe y Alegría, se le daba mucha más importancia a la formación religiosa. Al año siguiente, nos llovieron muchos alumnos y el colegio tuvo un auge muy grande porque empezó a funcionar en el segundo piso la secundaria con los alumnos de bachillerato del Leopoldo Yanes que se trasladaron aquí. También se mudó en ese mismo año el Bachillerato Comercial que funcionaba en el San Francisco de Sales. A partir de ese año, venían tantos alumnos a solicitar cupo que no teníamos dónde meterlos.

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LAS NAVIDADES Y EL CORAZONAZO De aquellos primeros tiempos recuerdo con especial agrado la celebración de las Navidades. Todo el personal de los tres colegios de Fe y Alegría de Valencia celebrábamos juntos; nos reuníamos en el San Francisco de Sales, que tenía comedor, y hacíamos el arbolito, intercambiábamos regalos, y compartíamos una suculenta cena navideña. En aquellos días, los tres colegios de Fe y Alegría éramos muy unidos. Nos sentíamos una gran familia. En Marzo, cuando la rifa de Fe y Alegría, teníamos el corazonazo. Nos dividíamos la ciudad en tres partes, una para cada colegio, y salíamos a la calle con todos los alumnos de cuarto grado en adelante y muchos representantes que colaboraban. Prácticamente, tomábamos Valencia. Vendíamos talonarios, recogíamos contribuciones, poníamos niños con potes en todos los semáforos. El último corazonazo lo tuvimos en 1988. Hubo que suspenderlo por la inseguridad, pues a los niños les arrebataban los potes y les quitaban el dinero.

HE ENTREGADO MI VIDA A FE Y ALEGRIA Yo puedo decir con orgullo que he entregado mi vida a Fe y Alegría. Desde el comienzo, yo me identifiqué mucho con ella. El poder hacer y el querer hacer han llenado mi vida. Cuando me casé y empezaron a llegar los hijos, me retiré pues el esposo me puso en la disyuntiva “O Fe y Alegría o la familia”. Fueron unos días muy difíciles para mí. Yo quería volver a trabajar, y cuando la Hna. Ana Teresa vino a buscarme, hablé con mi marido, lo convencí, y regresé a mi casa de Fe y Alegría. En Fe y Alegría me he realizado. Nunca he querido buscar trabajo en el Ministerio aunque he tenido oportunidades. Trataré de seguir en Fe y Alegría hasta que no estorbe. Para irme, tendrán que botarme.

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13.- ESTHER HERNANDEZ DE L. y MARTHA PEREZ DE H. Yo, Martha, llevo trabajando en Fe y Alegría como treinta años. Me inicié en el colegio Nazareth de Punto Fijo. Yo entonces tenía 17 años, me había graduado de Maestra Normalista en el colegio Javier, pero no tenía trabajo. Recuerdo que yo estaba en mi casa de Churuguara y me enviaron un telegrama donde me decían que la Hna. Esther Baranga me andaba buscando para darme trabajo de maestra. Cuando llegué, la escuela era un único galpón dividido con bloques en seis salones. Había un primer grado muy numeroso, de 120 alumnos, que atendían dos maestras. Yo empecé a trabajar en un segundo grado, con sesenta alumnos. Eran muy pobres, pero tranquilos y muy colaboradores. Lo mismo sus padres. Recuerdo que, cuando construimos los talleres, los alumnos y representantes ayudaron pintando, limpiando, poniendo la instalación de la luz. Los maestros éramos entonces incondicionales: trabajábamos mañana y tarde, y no mirábamos que fuera sábado, domingo o día de fiesta para venir a trabajar. Y así vivíamos muy felices. Antes, a los maestros se les respetaba y quería mucho. Una decía que era maestra y sentía un gran orgullo. Yo todavía lo siento, pero como que a mucha gente le da pena decirlo.

ME IDENTIFIQUE CON FE Y ALEGRIA Desde el primer momento, yo me identifiqué completamente con Fe y Alegría, y todos estos años los he vivido muy feliz. El poder hacer el bien a los demás me produce una gran felicidad. Las Hermanas sembraron en nosotras la mística de entrega, el hacer las cosas sin mirar el interés propio, y eso fue calando en nosotras. Yo quisiera seguir trabajando en Fe y Alegría hasta que Dios y el cuerpo me lo permitan. El saberme útil me llena de vida. La verdad que yo no conocí mucho al P. Vélaz, el Fundador de Fe y Alegría, pero llegué a quererlo de verdad. Las pocas veces que vino por aquí, siempre nos hablaba de sus planes, de las nuevas fundaciones, de cómo Fe y Alegría se estaba extendiendo por toda América. Hablaba con mucha pasión y nos comunicaba su mística. Lo que decía le llegaba a una muy adentro. Después de oírle, una quedaba más contenta y orgullosa de trabajar en Fe y Alegría. Cuando me enteré de su muerte, me dolió mucho y lloré. Me consolaba el pensar que su hermano, que ya estaba al frente de Fe y Alegría, continuaría con el mismo espíritu la obra. Me preocupa que ahora se está perdiendo la mística en Fe y Alegría. Debe ser porque tenemos las cosas mucho más fáciles. Me da mucho miedo que después de tanto sacrificio y esfuerzo, los colegios de Fe y Alegría pasen a ser como cualquier escuela o liceo. Habría que formar más a los maestros que llegan

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nuevos, hablarles de todos los sacrificios que han sido necesarios para llegar donde estamos, inyectarles el espíritu de Fe y Alegría, que nunca debe perderse.

ESTHER Yo, Esther, llegué al colegio de Fe y Alegría unos años después que Martha. Soy también egresada de la Normal del Colegio Javier de Punto Fijo, y allí me había iniciado como maestra. Pero cuando llegaron los Maristas, absorbieron a los varones y yo quedé sin cargo. En esos años ni se soñaba con que los colegios privados fueran mixtos. Antes de que llegaran los Maristas a Punto Fijo, el colegio Javier tenía varones y muchachas, pero en salones diferentes. Cuando quedé sin cargo, me llamó la Hna. Lucía Gómez y me ofreció trabajo en Fe y Alegría. Me inicié en un quinto grado con 64 alumnos. Cuando yo llegué todo era muy pobre. Había un único galpón que estaba dividido en seis aulas, unos bañitos, un patio lleno de unos pedruscos enormes, y una cantina que era una especie de huequito y en la que sólo vendían caramelos y galletas. Con motivo de los 25 años de Fe y Alegría, hicimos una investigación entre la Hna. Casilda y yo sobre la fundación de Fe y Alegría en Punto Fijo. Esta es la historia:

FUNDACION DE FE Y ALEGRIA En el año 1960, funcionaba una escuelita en la calle Zamora de esta ciudad, que llevaba el nombre de Nazareth. Había sido fundada por la Madre Cecilia Cross, Superiora General de la Congregación de la Sagrada Familia de Nazareth, para recibir en ella a niños pobres. En ese mismo año, llegó el P. Vélaz con la idea de fundar Fe y Alegría en Punto Fijo. La Madre Cecilia Cross, siempre llena de celo apostólico en pro de los más pobres, le cedió la escuelita Nazareth, que pasó a llamarse: Colegio Nazareth Fe y Alegría. La escuela se inició con cuatro grados: La Madre Esther, además de ser la Directora, era maestra de Tercero y Cuarto; la Hna. Martha Feijóo atendía el primer grado y la cantina; y la Sra. María de Chirinos, única maestra seglar, era la encargada del segundo grado. Como esa casa resultaba insuficiente, se empezaron las gestiones para iniciar la construcción de la escuela en un terreno que había donado al P. Andrés, para Fe y Alegría, el Sr. Mariano Arcaya. Comenzó la construcción, pero varias veces se paralizó por falta de dinero. Pero con la colaboración de empresarios, petroleras y gentes del pueblo, se pudo por fin culminar la obra. Entre los colaboradores, está el Sr. Barberá, que donó cincuenta sacos de cemento, y el Sr. Fuguet, que donó la piedra picada para el piso. Doce hombres de la Legión de María, dirigidos por Eleuterio Zea, se ofrecieron generosamente como albañiles.

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El 15 de Diciembre de 1960, llegó el Padre Andrés al Nazareth y le dijo a la Madre Esther: “Madre, ya casi el colegio está listo. Yo creo que podemos mudarnos”. Y así fue. Los niños se organizaron y llevaron todo el mobiliario sobre sus cabezas, mientras las niñas organizaban y acomodaban los nuevos salones. Terminada la mudanza, los alumnos se dedicaron a pintar las paredes, sacar pedruscos del patio, pulir los pisos y, junto a las maestras, preparar el terreno y plantar las primeras matas. El señor Marcos Magdaleno, un gran colaborador del colegio, se encargó, con la ayuda de los alumnos, de poner la luz. Para el año siguiente, 1961, hubo una gran demanda de cupos, por lo que la Madre Esther se vio obligada a buscar dos maestras nuevas, las señoritas Genoveva Peña y Carmen Fuentes. Esta última estuvo trabajando un tiempo generosamente, sin cobrar ni un céntimo. El nuevo local se inauguró el 19 de Marzo de 1962, aunque la escuela ya funcionaba en él desde hacía tiempo. A la inauguración vino numeroso público. Entre las personalidades que estuvieron presentes, podemos mencionar al mayor Rafael Julián García, Presidente de Fe y Alegría, el Dr. Alirio Duque Sánchez, Vice Presidente, El Dr. Miguel Mónaco y el Sr. Carlos Lindorf, grandes colaboradores de la institución, el Padre José del Rosario Molina, Párroco de Punto Fijo, que bendijo los locales, y el Padre José María Vélaz, quien se dirigió al público con gran entusiasmo y emoción. Para 1962, fue creciendo la matrícula, por lo que se hizo necesario buscar una secretaria, la Sta. Cira Ramírez, que también ayudaba a dar clases, y cuatro maestras nuevas: Alida Duno, Edilia Castro, Victoria de García y Ramona Méndez. En este mismo año, se empezó a repartirles a los niños un vaso de leche que regalaba Charitas. Las maestras visitaban semanalmente los barrios, repartían bolsas de comida e iniciaron, bajo la dirección de las Hermanas, una gran labor evangelizadora con las personas de los barrios. Muchos formalizaron, por medio del matrimonio, su situación de concubinato y numerosos niños se bautizaron e hicieron la primera comunión. Recuerdo que cuando yo me inicié, las maestras, al ver alguna pareja en concubinato, echábamos apuestas: “Vas a ver que yo caso a los míos antes que tú”, y empezábamos todo un trabajo de convencimiento. En esos días, trabajábamos durante toda la semana por la mañana y por la tarde, y los sábados atendíamos también a los alumnos de ocho a diez y media de la mañana. Cuando se iban ellos, nosotras salíamos a los barrios a nuestro trabajo de apostolado.

LA HERMANA LUCIA El Colegio continuó creciendo. En 1965, llegó como Directora la Hna. Lucía, una mujer muy alegre y dinámica, responsable, compresiva, que enseguida

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se ganó el cariño de todo el mundo. De inmediato, comenzó las gestiones para conseguir un local donde funcionarían los talleres de Metales, Madera y Dibujo Técnico. En este mismo año, 1965, se planificó una gran verbena que, durante doce años, habría de hacerse tradicional en nuestra escuela. Junto a la rifa, esta verbena era fuente de importantes ingresos, pues las casas comerciales, bancos, empresas y particulares colaboraban mucho. Todas las maestras nos peleábamos por salir con la Hna. Lucía a vender la rifa. Ibamos a las playas de Adícora, Buchuaco, El Pico..., y como la Hna. era tan simpática y muy buena moza, le compraban mucho, sobre todo los borrachos. Algunos hasta se metían con ella y la piropeaban. “Monja, usted sí que es linda”, le decían, y ella aprovechaba para meterles el talonario. Algunos le compraban hasta de a dos talonarios. En 1968, cambiaron a la Madre Martha Feijóo y vino la queridísima Madre Cleofé, una mujer entregada por completo a Fe y Alegría, de un extraordinario espíritu de sacrificio. En el año escolar 1969-70, y ante la insistencia de los padres y representantes, iniciamos el primer año del Ciclo Básico Común, con una sola sección y con 58 alumnos egresados del mismo colegio. No tenían salón fijo, sino que ocupaban el aula de los alumnos que estaban en taller. Así estuvieron hasta que, con la propia colaboración de los alumnos que ayudaron mucho subiendo los bloques, el cemento, las cabillas..., se construyó la segunda planta del edificio. En el año 1972, recibímos todos un golpe muy duro: por orden de sus Superioras, la Madre Lucía fue sacada del Colegio y la enviaron a un colegio que la Congregación tenía en Valle de la Pascua. La Madre Lucía, al estar tan entregada a la obra, nos contagiaba. Ella me marcó a mí enormemente y me inculcó su gran amor a Fe y Alegría. Era una mujer muy comprensiva, alegre, dinámica, era muy difícil verla seria o triste. Le teníamos una confianza total y ella nos trataba como a hijas. No estábamos dispuestas a aceptar ese cambio que no entendíamos. Maestras, representantes y alumnos nos fuimos a Caracas y nos presentamos en San Bernardino pidiendo a las Superioras que nos dejaran a la Madre Lucía. Nuestros ruegos resultaron inútiles. “El cambio está hecho y no hay nada que hacer”, se nos dijo. De nada sirvieron súplicas y lágrimas. Nos tuvimos que volver tristes, con rabia, fracasadas.

LA HERMANA CASILDA En el año escolar 77-78, llegó como Directora la Hna. Casilda, una mujer muy dotada para la pintura y de una gran sensibilidad social. Esta hermana le dio también un gran impulso al Colegio, y amplió sus locales y canchas deportivas.

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Fue, además, la fundadora del segundo Colegio de Fe y Alegría en Punto Fijo, el Víctor Iriarte. Esta Hermana sufría muchísimo cuando la gente le pedía cupo para sus hijos y no podía complacerlos. Cuando llegaban las inscripciones, se escondía, se encerraba en el laboratorio, para no tener que romperle a la gente sus ilusiones. Entonces, se le ocurrió fundar otro colegio. El Padre José Manuel Vélaz la animó muchísimo, pues le decía que, después de tantos años, ya era tiempo de que Fe y Alegría fundara otro colegio en Punto Fijo. Por intermedio del P. Garmendia se consiguió un terreno pero le salió dueño. Siguieron buscando y un señor español, de nombre Manuel Rodríguez Parente, le donó a Fe y Alegría un terreno que tenía entre los barrios Ezequiel Zamora y Antonio José de Sucre. El Padre Roberto Pérez Guerrero donó para la cerca sesenta mil bolívares que había reunido en Caracas para una fundación. Este Padre ayudó muchísimo en la fundación del Víctor Iriarte y se empeñó en que llevara el nombre de ese Jesuíta, un hombre muy bondadoso, que había sido Provincial de la Compañía de Jesús. El Padre Iriarte le había dicho una vez al P. Pérez Guerrero: “¿Usted sabe una cosa? No hay nada más inútil que un bachiller venezolano”. Por eso, el P. Pérez Guerrero se preocupó mucho para que el colegio Víctor Iriarte tuviera desde el comienzo buenos talleres para que se les impartiera a los alumnos una buena educación profesional. Como este Padre era amigo personal de Luis Herrera Campins, que entonces era el Presidente de Venezuela, fue con la Hna. Casilda a pedirle ayuda, y de un telefonazo le ordenó al Ministro de Hacienda que les diera un cheque de 600.000 bolívares. La Hna. Casilda nos contó muchas veces cómo Luis Herrera Campins le había estado echando broma: “Hna., usted verá cómo gasta esa plata. Si la dedica a otra cosa, usted estará cometiendo un pecado mortal”. Así fue cómo, bajo el entusiasmo de la Hna. Casilda, se fue construyendo el Colegio Víctor Iriarte. Un ex-alumno del colegio Nazareth de Fe y Alegría, Eliezer Silva, ayudó mucho a la Hna. Casilda a construir este colegio. Actualmente, está dirigido por la Hna. Blanca, una mujer muy preocupada por la formación de los maestros. Esta hermana nació en El Valle, Edo. Mérida, y conoció de niña al Padre Vélaz. Lo recuerda siempre con un bastón que llevaba para matar las culebras. La gente de El Valle lo miraba con desconfianza pues llegaba a las casas y se ponía a decirles a los campesinos cómo tenían que cultivar. “¡Qué va a saber ese de cultivos con esas manos que tiene!”, decían cuando el Padre se iba. La abuela de la Hna. Blanca, que era una verdadera cacique, no soportaba al P. Vélaz, de quien decía que era un nuevo colonizador. Una vez, los perros de la Casa de Ejercicios le mataron unos becerros y ella fue a reclamarle al P. Vélaz. “No se preocupe, que eso yo lo arreglo con su hijo”. “No, no, usted lo arregla conmigo, porque va a empezar con su palabrería y se va a

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meter a mi hijo en el bolsillo”. El Padre Vélaz fue muy generoso con ella: le dio dos vacas preñadas y quedaron de amigos. La Hna. Blanca recuerda que el Padre Vélaz les empezó a dar clases de catecismo debajo de una mata de sínaro. Como además de catecismo, les daba una merienda a base de pan, chocolate y queso amarillo, los muchachos le llovían.

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14.-HNA. MARY CARMEN -“LUCIA” (Nazareth) Yo conocí al P. José María Vélaz en 1955, año en que vine de España a la fundación de la residencia de la UCAB. El P. Vélaz era el capellán de la residencia y tenía a su cargo la congregación mariana. Con los jóvenes de la congregación íbamos a los barrios a dar catecismo y ayudar a la gente que era muy pobre. Ibamos al 23 de Enero, Altavista y Petare, que serían los barrios donde se fundaron las primeras escuelas de Fe y Alegría. Recuerdo, entre los jóvenes de la congregación mariana, a J.J. Castro, Jesús Marrero, Blanco, Maíz, Salvatierra, Ochoa Antich, la sobrina de Monseñor Maradei... Yo iba a Altavista. El P. Germán González nos decía la misa. Recuerdo que, por aquellos días, yo me confesaba con el P. Vélaz y me tenía media hora o más de rodillas hablándome de sus inquietudes, del mal de la ignorancia y del analfabetismo, de la necesidad de emprender una gran cruzada educativa. Era un conversador incansable, que convencía, y a quien siempre preocupó el problema de los niños sin escuela. Desde el año 1952, el P. José María se había hecho muy amigo de la Madre Cecilia Cross, nuestra fundadora, y de su hermana, la Madre Soledad. Cuando venía de fundar la misión del Putumayo, en Colombia, la Madre Cecilia llegó a San Antonio del Táchira y de allí telefoneó al P. Pascasio Arriortúa, que era su amigo, y estaba en Mérida. El P. Pascasio la invitó a Mérida y allí fue que la Madre Cecilia conoció al P. Vélaz, que entonces era el Rector del Colegio San José. Desde este primer encuentro, hubo una gran empatía entre estas dos personalidades, tan ricas, tan llenas de celo apostólico. Por eso, la Madre Cecilia y nuestra congregación fuimos de las primeras en apoyar los sueños educativos del P. Vélaz. A mí me sorprendía y edificaba mucho la apertura y el amor a los pobres del P. José María. Pero era un amor a la persona, al pobre, no a la pobreza, que es mala y que hay que combatir. El Padre quería que no hubiera pobres y pensaba que, educándolos, saldrían de la pobreza. En el año 56, recién fundada Fe y Alegría, montó con J. J. Castro, un excelente fotógrafo, una exposición de rostros de niños de los barrios. Quería que la gente de las urbanizaciones se acercara al verdadero rostro de la pobreza, que se impactaran y así se motivaran a tenderle una mano a los pobres. Fue una exposición para despertar conciencias. A mí me impresionó mucho. Recuerdo muy bien todavía los rostros expresivos y tristes de los niños. En el año 58, nuestra Congregación fundó el Colegio de Fe y Alegría en Altavista. Las inscripciones se hicieron en la calle San Isidro. La Hna. Amparo y la Hna. Concepción pusieron una mesita delante de la puerta de un rancho y empezaron a inscribir alumnos. Las clases comenzaron en ranchos, sin mobiliario alguno.

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MIS INICIOS EN PUNTO FIJO Yo comencé a trabajar en Fe y Alegría en el año 65, en el colegio Nazareth de Punto Fijo. Me la pasaba pidiendo que me enviaran a Fe y Alegría y por fin me complacieron. Recuerdo que, cuando llegué al colegio, me llamó mucho la atención ver un poco de herramientas, como abandonadas, regadas por el piso. Llegó el P. Andrés y le pregunté por todas esas herramientas. Me dijo que eran para una escuela pre-vocacional pero que, por falta de salones, la iban a mudar a Valencia. Yo no podía aceptar eso. “¿Usted no tiene manos?” le pregunté al Padre. El Padre me mostró sus manos.

-Yo también tengo manos, y las tienen los representantes y los niños. Manos a la obra. De aquí no sale ni un martillo. Mañana comienza en Cumaná un curso de Directores de escuelas pre-vocacionales. Me voy para allá. Pero estos materiales no los podemos perder.

Estando en Cumaná, tomó la palabra el Padre Emilio, Director de la APEP, y empezó a explicar que la escuela de Fe y Alegría de Punto Fijo pasaba a Valencia. Yo le interrumpí:

- No, Padre, la escuela se queda en Punto Fijo.

- Pero el P. Andrés me dijo que se mudaba para Valencia.

- Si el Padre Andrés dijo que se iba, yo digo que se queda.

- Muy bien, Hermana, usted es muy valiente. Que se quede pues en Punto Fijo.

A base de ayudas de las petroleras, becas y rifas fuimos levantando la escuela. Los alumnos y la comunidad colaboraron muchísimo. Vélaz tenía muy claro que no era educativo darle todo hecho a la gente, porque entonces no lo valoraban y se acostumbraban a pedir. Había que enseñarles a trabajar y que se sintieran útiles, capaces de hacer las cosas. Nosotras enseñábamos con el ejemplo: ¡la cantidad de bloques que yo pegué en Colegio Nazareth de Punto Fijo a la salida de las clases!

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La verdad que, en aquellos días, no le teníamos miedo a los retos. Nada nos parecía imposible. Si queríamos una cosa, no esperábamos que nos la hicieran ni nos conformábamos con pedirla, sino que la hacíamos nosotros. Recuerdo a un profesor de educación física, un voluntario del Cuerpo de Paz, que me dijo un día que necesitaba una cancha para practicar deportes con los alumnos.

- Vamos a hacerla- le dije. Ahí mismo agarré un machete y, con la ayuda de los muchachos comenzamos a limpiar palmo a palmo el terreno. Después, compramos una malla. Entonces me fui donde un contratista y le pedí prestada una mezcladora para hacer cemento. El me la prometió para el siguiente sábado. Este día, comenzamos a trabajar todos y yo me puse a alisar el cemento con una tabla. Cuando me vio el constructor me dijo:

- Sálgase de allí Hermana. Ahora mismo le traigo un albañil.

EL P. VELAZ TENIA UNA GRAN FE EN LAS RELIGIOSAS El Padre Vélaz se preocupaba mucho por la formación de las religiosas que trabajábamos en Fe y Alegría. Por eso nos hablaba continuamente de la necesidad de prepararnos bien, de que estudiáramos. Tenía una gran fe en las religiosas. “Denme una religiosa y haré maravillas”, solía decir. El repetía que bastaba que en cada Colegio hubiera dos o tres porque, si había muchas, se disminuían. Quería que las monjas no le tuviéramos miedo a nada, que viviéramos plenamente nuestra vocación al lado de la gente, sin miedos. A partir del año 66, nos llevó tres años seguidos a Mérida, para darnos unos cursos de productividad, relaciones humanas y ejercicios espirituales. Y quería que alternáramos la formación y la oración con los paseos y la convivencia. “Caminen todos los días, suban la montaña, busquen peonías, hagan rosarios de peonías”, nos repetía una y otra vez. Era también un hombre de oración y nos animaba mucho a que fuéramos mujeres de profunda vida espiritual, único modo de vivir a plenitud y con alegría todos los trabajos y los retos. Era, en breve, un hombre de sueños, oración y acción. “No teman nunca nada”, nos decía. “Todo es posible si uno se lo propone y confía en Dios. Cada persona es un cúmulo de potencialidades que hay que desarrollar. Las grandes montañas son propensas a grandes depresiones, pero no se quedan en las depresiones, vuelven a subir. Así tiene que ser con ustedes”. Del Padre José María aprendí también a creer en la gente. Cuando llegué al Colegio Nazareth, había unos problemas con unos muchachos que se metían

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dentro, destruían las carteleras, dañaban los pupitres y los pizarrones. Me enteré que su líder se llamaba Marcial y un día lo llamé:

- Mira, Marcial, quiero que me organices en el colegio un equipo deportivo.

El muchacho me miró desconcertado.

- Yo no entro allí ni muerto -me dijo.

- Cómo que no vas a entrar... Si este colegio es de ustedes. Fe y Alegría está al servicio de la gente, no al revés. Sé que tú tienes cualidades de líder y quiero que te conviertas en el profesor de Educación Física del colegio. Te voy a enviar a Coro para que hagas un curso y te prepares.

Poco a poco lo fui convenciendo. Aceptó. Cuando volvió del curso, lo presenté a los alumnos:

- Aquí tienen a su profesor Marcial. Los alumnos, que lo conocían de antes, se reían nerviosos. Fue el mejor profesor que tuvimos. Desde ese momento, se acabaron los robos, los destrozos de las carteleras. Los muchachos del barrio entraban a jugar al colegio y lo cuidaban y defendían como a su propia casa. En esa época también nos dedicamos a levantar ranchos a la gente que no tenía dónde vivir y a otras labores sociales. Las maestras tenían un gran espíritu. No les importaban las horas que entregaban. No sé, había como más mística entonces, no se estaba tan pendiente de los horarios ni de los sueldos. Y se trabajaba hasta los sábados.

EL COLEGIO DE LA CARRETERA DE EL JUNQUITO Estuve hasta el año 71 en el Colegio Nazareth de Punto Fijo. Estos fueron los años más bellos que he vivido en Fe y Alegría. De allí, estuve tres años en el colegio nuestro de Valle de La Pascua y, en el 74, regresé a Fe y Alegría al Colegio de Altavista, en Caracas, donde permanecí hasta el 80. En esos tiempos, además del Colegio Cecilia Cross, funcionaba otro, el de La Línea del ferrocarril, levantado por la Madre Cleofé y sus muchachos. Ese Colegio desapareció porque, con los derrumbes, decretaron la Zona inhabitable. Los muchachos del Colegio de La Línea los recibimos en el colegio de Altavista,

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el Cecilia Cross. Al desaparecer el Colegio de La Línea, nos empeñamos en sustituirlo por otro y todos los fines de semana agarrábamos el carro y nos íbamos por ahí a buscar algún terreno donde levantar el nuevo colegio. Alguien nos sopló que el Sr. Delfino, el de Cementos La Vega, tenía un terreno en el Km. 7 de la carretera de El Junquito. Fuimos a ver el terreno y, como nos gustó tanto, echamos una medalla de la Sagrada Familia y empezamos a rezar para que el Sr. Delfino nos lo regalara. Después, fuimos a visitarlo y le pedimos el terreno. El quería poner allí una iglesia. Nosotras seguimos insistiendo y rezando mucho. La Hna. Concepción le decía al Sr. Delfino:

- Yo sé que San José nos va a regalar ese terreno.

- Pero cómo se lo va a regalar San José, si el terreno no es de él, es mío.

- San José se encargará de convencerlo.

El 19 de marzo de 1975, día de San José, el Sr. Delfino nos llamó para darnos el terreno. El propio Sr. Delfino nos regaló el cemento, el Ministerio nos dio una R-3 y el MOP puso a nuestra disposición obreros y maquinarias. En Octubre de ese mismo año, setecientos niños comenzaron allí las clases y además almorzaban en el comedor escolar. Durante los tres primeros años, hasta que construyeron la casa de la comunidad, las Hermanas viajaban todos los días hasta allí desde Altavista. Recuerdo también que, estando en el Colegio de Altavista, fui a Mérida con treinta muchachos de 14 a 16 años a construir una cabaña de 7 metros de largo por 5 de ancho, toda de piedra, que sacábamos del río. Estuvimos casi un mes trabajando, hasta terminar la cabaña. El P. Vélaz solía visitarnos mucho, animaba a los muchachos, y quedó encantado con su trabajo. De nuevo me enviaron a Valle de La Pascua y de allí regresé a Punto Fijo donde, con la Hna. Casilda, fundamos el Colegio Víctor Iriarte de Fe y Alegría. Desde el 86, estoy trabajando en el Colegio Puerto Ordaz de Fe y Alegría.

DIAS DIFICILES EN FE Y ALEGRIA Yo le agradezco mucho a la congregación y a Fe y Alegría por las oportunidades que me han dado de entregar mi vida de un modo útil al servicio de los demás. Esa ansia de servir la heredé de mi papá: él era jefe de la cárcel y los presos comían a la mesa con nosotros.

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Yo he vivido a plenitud mi vocación de religiosa. He podido volcar mi capacidad de amor, sobre todo a los niños de todas las clases, sentirlos tan cercanos, hacer que se sientan bien, que se superen, que salgan de la pobreza. Debo confesar, sin embargo, que hubo un tiempo en que me tocó sufrir mucho junto al P. Vélaz. Eso fue, allá por el 74, cuando en Fe y Alegría estuvimos a punto de dividirnos. El P. Vélaz tenía mucho miedo de que Fe y Alegría desviara su rumbo, nos decía que tuviéramos mucho cuidado, que estábamos en una encrucijada difícil, que no nos dejáramos manipular. A él le preocupaba mucho la marcha que estaba llevando Fe y Alegría en Maracaibo y temía que se propagara a otras partes. Recuerdo que, en el encuentro de Campo Mata, los de Maracaibo llegaron como en bloque, iban juntos a todas partes, no se relacionaban con los demás y pretendieron cambiar el programa del P. Vélaz. Como ya estábamos alertados de las cosas de Maracaibo y nos temíamos algo de esto, yo había preparado a un grupo de profesores de Caracas para que pidieran la palabra enseguida que hablara alguno de Maracaibo y se opusiera a lo que dijera. Así impedimos que cambiaran el programa. Si duro fue el encuentro de Campo Mata, fue todavía peor el de Mérida. Aquí el Padre Vélaz se sumió en una gran tristeza. Por las expresiones de Chomin y los de Maracaibo, parecía que estuvieran empeñados hasta en desconocer los méritos de Vélaz en la fundación de Fe y Alegría. No aceptaban los de Maracaibo la expresión “Fe y Alegría nació del corazón de Dios” y defendían el texto de ellos “Fe y Alegría nació de una idea y de la contribución generosa de un hombre del pueblo”. Yo no podía tolerar que se tratara así al P. Vélaz y me enfrenté a Chomin. Agarré el documento que ellos proponían y se lo rompí. Luego, aún fue peor todavía cuando la evaluación de Fe y Alegría. Aquella mujer que la dirigía, una tal Paloma, mostraba una gran desconfianza en sus palabras y en sus gestos, hería. Había momentos en que parecía indicar que todo lo hecho en Fe y Alegría no tenía valor. El Padre Vélaz se levantó y se fué. Eso equivalió a una retirada. Con sus hechos y su vida posterior nos demostró que no tenía nada de ese tirano que los que lo adversaban se empeñaban en afirmar que era.

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15.- HNA. RESU (Carmelita de Vedruna) (En la conversación estuvo también presente la Hna. Jesusa que aportó datos e ideas muy valiosas).

Nosotras estábamos en el Colegio El Carmelo, y en él funcionaba la Congregación Mariana. La dirigía la Hna. Dosinda Fernández, y de vez en cuando solía venir el Padre José María Vélaz a dar algunas charlas y retiros. Por esos tiempos, el Dr. Francisco Guzmán Lander estaba haciendo una urbanización y, al ver todos esos niños desnudos, mal comidos, le dio lástima y le dijo al Padre Vélaz que si quería hacer una escuela, él le donaba el terreno. Entonces, el Padre Vélaz nos animó mucho para que nosotras nos encargáramos de esa escuela. Recuerdo que la primera vez que visitamos el cerro fue un domingo del año 61. Fuimos por la parte de San Agustín porque entonces no conocíamos la subida desde El Carmelo. Sólo llegamos hasta la mitad del cerro. La gente nos decía que los que vivían arriba andaban chinos (desnudos) y que allá no había ninguna escuela. El Dr. Guzmán comenzó a construir un pabellón. Mientras lo hacía, empezamos a dar catecismo en el barrio con las alumnas de la Congregación Mariana. El ocho de diciembre de 1961, tuvimos la fiesta de inauguración de la escuela. Recuerdo que muchos niños andaban completamente desnuditos y las niñas sólo llevaban una pantaletica. En enero del 62, sin estar inscrita la escuela, comenzamos las clases. Llenamos tres salones con alumnos de todas las edades y tipos. Las maestras las conseguimos de la Normal que tenía Fe y Alegría en Barrio Unión de Petare. Ellas entendían a los muchachos mucho mejor que nosotras. Había mucha violencia y las peleas eran impresionantes.

MISERIA TOTAL Al comienzo, los muchachos eran como salvajes. No tenían la menor idea de lo que era orden y disciplina, no sabían hacer filas, se saltaban las bancas, corrían como locos llevándose por delante a cualquiera... Hoy nos quejamos de la pobreza, pero no tiene comparación con la pobreza de entonces. Las casitas de muchos pobres de ahora son palacios en comparación de los ranchos de cartón piedra y de latas que era lo que entonces había. Los niños llegaban al colegio sin saber utilizar los baños, hacían sus necesidades fuera, y teníamos que enseñarles a usarlos. Por el barrio corrían las aguas negras y los olores mareaban. Las mamás venían en chanclas, con unas ropas viejísimas, sin dientes, y vivían como verdaderas esclavas de sus maridos. No podían andar a su lado, sino que siempre iban unos pasos detrás de él. Cuando abrimos el IRFA (Instituto Radiofónico de Fe y Alegría), muchas nos decían que les gustaría estudiar, pero que sus maridos no las dejaban y que les pegarían si venían a las

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reuniones. Todavía el machismo sigue siendo muy fuerte, pero no tiene comparación con el de antes, pues como dije, las mujeres vivían como esclavas. Entonces, el barrio no tenía agua, y toda la gente venía con sus latas a agarrarla de un chorro que había en el terreno del colegio. Por dos años estuvimos subiendo todos los días las Hermanas desde El Carmelo. Pronto comprendimos que deberíamos vivir con la gente y, al tercer año, nos mudamos a una vivienda rústica pero digna.

EL DISPENSARIO Como nuestra Congregación tiene el carisma especial de atender los problemas de salud, ya que nuestra Fundadora decía que debíamos fundar juntos la escuela y el hospital, ya en el año 62 pusimos el dispensario, construido también por el Dr. Guzmán. Empezó a funcionar con pediatría y odontología. El Dr. Del Vechio era el Pediatra y el Dr. Berroeta el odontólogo. La situación de miseria era tal que muchos de los niños eran atendidos de sarna. “Agua y jabón es lo que aquí se necesita”, decía una y otra vez el médico. También solían llegar con los vientres hinchadísimos de lombrices que a veces se les salían por la nariz, y hasta vi llegar algún niño con las orejas comidas por las ratas. Como en los ranchos cocinaban con kerosén, el olor se les impregnaba a las ropas y resultaba insoportable. También muchas mamás que trabajaban dejaban a los niños encerrados en el rancho con candado. Recuerdo una vez que una de ellas, que trabajaba recogiendo cartones en una carretilla, dejó a su hijito encerrado con un perro, y no sé si es que el perro se puso rabioso o qué pasó, pero empezó a morder al niño. Como el niño lloraba y gritaba tan desconsoladamente, unos malandros se subieron al techo, quitaron el zinc y sacaron al niño.

LAS CHARNEQUERAS La gente de la Urbanización no podía entender que el colegio fuera para los niños más pobres del cerro y empezaron una campaña contra nosotras. Aunque todo esto pertenecía a San Agustín, empezaron a llamar al barrio La Charneca y a nosotras nos decían despectivamente “Las Charnequeras”. Nos llamaban por teléfono y nos llenaban de insultos: “Váyanse de ahí; no van a poder hacer nada con esa gente desgraciada. Ustedes son tan charnequeras como ellos”. Las señoras de la Sociedad del Carmelo y las alumnas de la Congregación Mariana de ese colegio, colaboraron siempre mucho con nosotras y nos animaban y apoyaban siempre. Ya desde el 63, para combatir el hambre, empezamos a repartir con ellas la merienda escolar, un buen vaso de leche

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vitaminada que preparábamos en unas ollas inmensas y que lo repartíamos a cada niño. También estas señoras colaboraban generosamente en los bautizos, primeras comuniones, y en las Navidades, que regalábamos juguetes y bolsas de ropa y de comida a los niños más pobres. Al tiempo, la casa donde vivíamos se agrietó, corría peligro de venirse abajo y tuvimos que acomodarnos las Hermanas en los primeros salones que se habían hecho y que estaban siendo utilizados como almacenes de corotos. En ese tiempo, sufrimos mucho. Gracias que siempre nos estuvo acompañando el Santísimo, a quien le hicimos un lugar en uno de los rincones. En tiempo del Dr. Caldera, se empezó a hablar mucho de que el Centro Simón Bolívar iba a desalojar el barrio y que todos los habitantes iban a ser enviados a Charallave. Se decía que en los terrenos del barrio estaba planeada una Urbanización y que el colegio quedaría para ellos. En una de las muchas reuniones que tuvimos, nosotras dejamos bien claro que si mudaban a la gente nosotras nos iríamos con ellos. Nos aplaudieron mucho. Por fin, no mudaron nada. En aquellos tiempos, la pobreza era muy grande pero la gente tenía verdaderos valores y, dentro de la miseria, se podía convivir. A nosotras, Fe y Alegría nos posibilitó acercarnos a los pobres, conocerlos, quererlos y aprender de ellos. También nos ayudó a integrarnos con otras religiosas, a sentirnos más iglesia. Cuando algunas Hermanas venían de España y veían cómo vivíamos aquí, no podían entenderlo y les dolía. Para nosotras eso no tenía ningún mérito especial porque eso era Fe y Alegría y nosotras llevábamos a Fe y Alegría en el corazón.

HOY LA VIDA NO VALE NADA De unos años para acá, la violencia en el barrio se ha vuelto inmanejable. Esto parece el Lejano Oeste. No hay fin de semana que no tengamos que veloriar algún muerto por la violencia. Las continuas balaceras entre bandas son espantosas. Recuerdo que en unas Navidades bromeábamos diciendo que lo que le debíamos pedir al Niño Jesús era un chaleco antibalas. Hay varios salones en el colegio agujereados por los disparos y tenemos un pote lleno de balas recogidas dentro del colegio. Una vez, una bala perdida hirió en un recreo a una niñita. Hay alumnos de quinto grado, de diez y once años, que ya cargan su pistola, y se sienten poderosos e intocables porque la pistola es el poder. La vida no vale nada y por cualquier tontería se mata. Así como antes se iban a los puños, hoy se caen a tiros por cualquier motivo. En estos carnavales, unos muchachos estaban jugando con agua. Uno de ellos se cansó de jugar y dijo que se iba para la casa. El otro se molestó, lo fue a buscar y lo mató. Con la violencia, han aumentado también mucho los robos, la inseguridad. Un día, nos llamó el Padre José Manuel Vélaz pidiéndonos

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alojamiento para una religiosa que venía de Perú. Quedamos en que el Sr. Basilio, el chofer de Fe y Alegría, la recogería en el aeropuerto y la traería directamente a nuestra casa. El avión se retrasó y no llegaban. Yo me recosté y, como a eso de las once de la noche oí que estaban llegando. Salí a abrirles y, cuando estábamos con los saludos, se presentaron dos encapuchados gritándonos: “Esto es un atraco”. Basilio se fue a esconder en el comedor y los encapuchados lo siguieron. Yo agarré a la religiosa que venía de Perú y la metí detrás de la puerta. Le habían quitado ya su bolso y el reloj. Entonces dije yo con un profundo despecho: “Y pensar que tal vez conocemos a estos que nos están atacando”. Lo dije y me puse a mirar de frente a uno de los encapuchados. Entonces, no sé si fue que tuvo miedo a ser reconocido o qué, pero hizo un gesto de desprecio y se marcharon. Varias veces se nos han metido ladrones en la casa. En una oportunidad, uno de ellos agarró a una hermana y la amenazó: “Si gritas, te mato”. Se llevó algunas cosas, pero en la tarde las recuperamos porque reconocimos al tipo. Otra noche, se metieron tres hombres con las caras tapadas, y no se me ocurrió nada mejor que agarrar el altavoz que usamos para comunicar los mensajes al barrio y decirles a algunas familias cercanas que vinieran al colegio que tenían una llamada urgente. Los malandros, por supuesto, huyeron. Otra vez, nos robaron un montón de cabillas para la construcción y organizamos con la comunidad una marcha por el barrio gritando: “Queremos las cabillas, queremos las cabillas, queremos las cabillas”: Por supuesto, las cabillas aparecieron. Fue extraordinario ver esa procesión de niños bajando las cabillas robadas a su escuela. Esto de involucrar a la comunidad para recuperar las cosas robadas nos ha dado resultados. En otra ocasión, nos robaron una serie de herramientas y convocamos a una reunión: “Si no se recupera todo lo que nos han robado, no hay clases. Ustedes verán cómo hacen, pero si quieren que sus hijos tengan clases, hagan que aparezca lo robado”. Por supuesto, en la noche nos echaron por encima de la cerca todas las herramientas que habían desaparecido. Muchos de los problemas se deben a la droga. La droga se vende abiertamente en el barrio, en cualquier casa, y nadie se atreve a denunciar por temor a las represalias. La situación se ha venido deteriorando muchísimo. Antes creíamos que íbamos a cambiar las cosas. Ahora simplemente nos contentamos con estar al lado de la gente, viviendo con ellos, ayudando en lo que podemos, sin juzgar nada. Si te pones a juzgarlos, tienes que marcharte de aquí. También seguimos aprendiendo mucho de esta gente pobre que, a pesar de vivir en tales situaciones, tienen una gran capacidad de perdón, de generosidad, de ayudarse mútuamente, de celebrar con alegría. Es cierto que hay muchos problemas y terribles egoísmos. Pero hay personas que nos dejan muy atrás en caridad. Recuerdo a una señora que botó al marido por borracho y pendenciero. El hombre se marchó a Los Teques, y al tiempo enfermó y volvió. La señora lo cuidaba con cariño, le enviaba jugos, sopa, comida especialmente

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preparada para él. Y cuando murió, corrió con todos los gastos del entierro. Son actitudes que te enseñan a ser cristiana, que te animan a seguir.

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16.- GRACILIANO PEREIRA En el año 59 conocí a Fe y Alegría y empecé a colaborar con ella. Yo era el conserje del edificio Ber-Mar, en Bella Vista, donde vivía el Dr. Arreaza, y ese Doctor y el Padre Pascasio Arriortúa pusieron en el edificio una oficina para recoger fondos y empezar en Maracaibo los colegios de Fe y Alegría. Decían que había que llevar la educación a los barrios más pobres, donde no llegaba el asfalto ni había agua. Así fue que comenzó en el Zulia Fe y Alegría. El Dr. José Enrique Arreaza era muy servicial, un señor que parecía serio, pero era guachafitero, cariñoso y muy caritativo. Una vez le dio a una vecina mía una parálisis facial, y el Dr. Arreaza la estuvo viendo en el Hospital Clínico San Rafael sin cobrarle nada. Era un señor chévere, servicial, que le cogió un gran amor a Fe y Alegría. Para él era como su segundo hogar. Le dedicaba horas y horas y siempre estaba dando la cara por Fe y Alegría. Como era un médico muy famoso, las maestras de Fe y Alegría acudían mucho a él y las atendía sin cobrarles. Además del Sr. Arreaza, estaban entonces en la Junta Directiva Vera Izquierdo, un Cupello, y otros que no recuerdo. El Padre Pascasio Arriortúa, Rector del Colegio Gonzaga, era el Director; Virgilio López era el Administrador, y Minerva Olave la secretaria. El primer colegio se empezó a construir en el barrio El Manzanillo. Pero había gente que no quería que surgiera y lo quemaron. Sería que pensaban que Fe y Alegría no iba a ser verdaderamente para los pobres y lo destruyeron. Por eso, el primer colegio que arrancó fue el de Santa Rosa, donde el basurero, en el barrio Altos de Jalisco. Ese era un barrio de zona roja, terrible, muchos alumnos andaban armados y se formaban unas peleas que daban miedo. La Hna. Elba, de la Congregación de Santa Ana, con su gran generosidad, fue conquistando poco a poco a esa gente. Esa Hermana lo daba todo, tenía un gran corazón. Si pasaba un señor vendiendo escobas, le compraba todas las escobas para ayudarlo, aunque no le hicieran falta. Lo mismo con los empanaderos. A los más pobres les regalaba bolsas de ropa y de comida. Compartía todo lo que tenía. Era capaz de quitarse la comida de la boca para dársela al que la necesitara. Además de la Hna. Elba estaban allí algunas maestras de un gran corazón como Nola González, Olga Atencio y otras que no recuerdo. Fueron personas que estando trabajando en muy buenos colegios y sin tener necesidad, emigraron a esa zona roja con gran generosidad y devoción. Una persona sin esa devoción no hubiera aguantado, pues ese ambiente lo que daba eran ganas de salir corriendo. Pero batallaron y batallaron y ahí están sus frutos.

LA LECHONA

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Yo, como dije, colaboraba en estos primeros años sin sueldo, haciéndole servicios a Fe y Alegría. En el año 61, un directivo de Muchacho Hermanos donó a Fe y Alegría una camioneta, marca Commel, que llamábamos “La Lechona”. Como yo tenía permiso provisional de chofer, me buscaban para hacer alguna diligencia y me pagaban prestándome la camioneta para mis propios asuntos. El colegio del Manzanillo se reconstruyó y vinieron las Hermanas Lauras para encargarse de él. Yo fui quien las trajo y les hice la mudanza. También, como entonces se trabajaba en cayapa, yo vine de voluntario a pintar el colegio del Manzanillo. Eso fue en el año 62. Había entonces mucha voluntad de trabajar por Fe y Alegría, un gran amor a la obra. Trabajábamos sin interés alguno. Las lauritas me agarraron tanta confianza que me pedían viajes a Villa del Rosario y a Maicao para hacer las compras. Fue tanta la confianza que me tomaron que incluso mandaban desde La Villa, donde tenían otra comunidad, a una monja con los pasajes para que yo fuera a manejarles una camioneta que tenían allí. Ellas querían que yo me viniera al Manzanillo de bedel. Yo estaba entusiasmado por venir, pero aquí trabajaba un español, Mauro, un hombre demasiado fornido, que para pulir los pisos, agarraba unos bloques, los enrollaba en un trapo y así le sacaba brillo al piso. Cuando yo vi eso, le agarré miedo al trabajo pues temí que las lauritas quisieran que yo trabajara como Mauro, y por eso no acepté el cargo de bedel. Cuando llegó de administrador el Sr. Adolfo García, mi señora empezó a ocupar el cargo de bedel en el edificio Ber-Mar, y yo pasé a trabajar con sueldo fijo en la Oficina de Fe y Alegría haciendo diligencias. Ganaba entonces trescientos bolívares como chofer y oficce-boy. Luego, como el papá de Adolfo García era albañil, yo me puse a trabajar como ayudante de albañilería, pues yo ya conocía bastante del trabajo de la construcción. Yo no tengo estudios, sólo llegué hasta cuarto grado, pero tengo la cualidad que veo hacer una cosa, me fijo bien y ya sé hacerla. Así es como aprendí la albañilería, la plomería, la electricidad y todas las cosas que yo sé hacer. Nací en Pueblo Nuevo de Mérida, pero me trajeron a Maracaibo a los cinco años de edad. Como a los catorce, empecé a trabajar en una fábrica de dulces. Por unos problemas me retiré de allí y estuve como un año de aquí para allá buscando trabajo. Tenía entonces 18 años que fue cuando verdaderamente empecé a bregar en la vida, a llevar mi propio calvario. En ese tiempo, para poder comer, me tocó hasta sacar botellas del Aseo Urbano y venderlas. Por fin, conseguí trabajo en la construcción con unos italianos. Allí fue que, fijándome bien, fui aprendiendo todo lo que veía. Le agradezco mucho a la vida por todas las oportunidades que me dio, que me pude superar y así no terminé de malandro, ladrón o marihuanero.

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Por un compañero de la construcción conseguí el puesto de conserje en el edificio Ber-Mar, donde vivía el Dr. Arreaza y pusieron la Oficina de Fe y Alegría. Así fue que la conocí y empecé a colaborar. Cuando me puse de ayudante de albañilería del papá de Adolfo García, el administrador de Fe y Alegría, nos tocó construir el salón múltiple del Manzanillo. Se suponía que se iba a hacer en cayapa, con la colaboración de la gente del barrio, pero pusieron como día de trabajo el domingo, y nadie venía. Entonces decidieron que teníamos que hacer toda esa inmensa obra entre el albañil y yo. A mí me tocaba rellenar los cimientos, agarrar la pala y cargar la máquina, coger la carretilla, vaciarla, y así empezar otra vez... Como a las once de la mañana ya yo estaba completamente agotado y sólo pensaba en renunciar. Entonces, llegó la hora del recreo y salió el maestro Gundo y se puso a trabajar con los muchachitos. Cuando yo vi eso, me vino al cuerpo una gran alegría y se me fue el cansancio. En la tarde, yo estuve hablando con Gundo y quedamos en que, en los recreos, me ayudarían los muchachos más grandes. Pero sólo en los recreos, porque entonces por nada del mundo se perdía ni una hora de clase. Así estuvimos ocho días hasta que sacamos las bases. Después el Concejo envió una cuadrilla de obreros y ellos terminaron el trabajo. Después, cuando estaba encargado de Fe y Alegría el Padre Jiménez, la Directora de la Rinconada, la Hna. Rosario, estaba empeñada en hacer un saloncito de madera y zinc. El P. Jiménez, que había visto mi casa construida poco a poco por mí y que le gustaba mucho, me propuso que hiciera yo el saloncito que quería la Hna. Rosario. Yo acepté y por el ánimo de trabajar y el gran amor a Fe y Alegría, me propuse darles una sorpresa. Agarré unos tubos, los piqué, y construí lo que yo había soñado. Cuando terminé aquello, Jiménez se quedó asombrado y decía que parecía hecho por un constructor profesional. De ahí hice una sala sanitaria en la escuela de Altos de Jalisco y otra en La Rinconada. Hasta allí fueron las obras de albañilería de principiante. Mi trabajo regular seguía siendo chofer y mensajero de la Oficina.

CONSTRUCTOR DE FE Y ALEGRIA Cuando el Padre Chomin estaba encargado de Fe y Alegría, la gente del barrio La Polar invadió un terreno y le pidió a Fe y Alegría que pusiera allí una escuela. Chomin me llamó y me preguntó si yo estaría dispuesto a asumir una grandísima responsabilidad. Yo no sabía a qué se estaba refiriendo y le contesté que eso dependía de lo que fuera y de si yo podía. Cuando me propuso que me encargara de la construcción de una escuela, yo pensé que no iba a poder. Pero él me animó muchísimo y yo decidí echarle pichón. Me conseguí una cuadrilla de obreros colombianos que hacían lo que yo les dijera. Así fuimos levantando todas las aulas de la escuela de La Polar, que se llamaría “Nueva Venezuela”. Para el salón múltiple, un ingeniero amigo de Chomin hizo los planos y nos los entregó.

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Nosotros hicimos toda la obra, menos las estructuras de hierro. De allí pasamos a la “Nueva América”. Hicimos una R-3, el complemento de los sanitarios, la imprenta, y quedaba el problema del salón múltiple. Chomin nos animó a hacerlo sin consultar ya con el ingeniero. Y así lo hicimos. De allí pasamos al colegio “San Ignacio”. Hicimos tres aulas y el salón múltiple. De ahí nos fuimos al colegio “La Chinita”, en Cuatricentenario. Ya no había nada más que construir y la cuadrilla se disolvió. Pasé, junto con un cuñado mío, a encargarme del mantenimiento de todos los colegios de Fe y Alegría de Maracaibo. Hice también el preescolar del colegio de La Rinconada. La profesora Beatriz Cuinat me decía que quería un kinder distinto a todos los demás, alegre, donde los niños se sintieran más felices que en su casa. Yo le eché cabeza y le dije que se lo iba a hacer con el mismo esmero como si fuera mi propia casa. Busqué unos bloques especiales y, como no los encontraba, los mandé hacer. Le puse al trabajo mucho corazón Bastante gente venía a ver la obra. Cuando estuvo terminada, gustó muchísimo. Todavía en tiempos del Padre Duplá hice los galpones de La Nueva Venezuela, pero hasta allí llegué como constructor porque el Padre Echeverría me puso encargado de mantenimiento únicamente del Manzanillo. Al comienzo, me sentía muy mal. Había días en que no tenía trabajo y me daba mucha pena. Sentía que me estaba ganando los cobres sin trabajar lo suficiente. Me gustaba mucho más cuando andaba por allí levantando paredes para que los niños tuvieran sus aulas. He trabajado con mucho cariño y me siento muy feliz con Fe y Alegría. Cuando me conseguí mi propia camioneta, muchos me decían que me independizara, que trabajando por mi cuenta ganaría muchísimo más. Pero le había cogido tanto cariño a Fe y Alegría que nunca pude separarme de ella. Cuando paso por las escuelas que ayudé a construir, siento una gran satisfacción. Es como si algo mío estuviera en ellas. Y siento que tuve una gran suerte de haber contribuido a que tantos niños tengan salones, tengan lugares para reunirse y divertirse. Es verdad que si no los hubiera hecho yo, otro los habría hecho, pero tengo la suerte de que fueron mis manos y mis trabajos los que los hicieron. Hoy me tiene preocupado que Fe y Alegría deje de ser lo que fue, que se pierda esa armonía que siempre había. Ahora, hay muchos pensamientos en Fe y Alegría, y como ha crecido tanto, han llegado muchos que no la quieren. Porque lo bonito de Fe y Alegría es que aquí se trabaja con ilusión, que no se pierden clases y los muchachos pobres tienen oportunidad de recibir una buena educación. Por ello, debemos cuidar que Fe y Alegría no se transforme en ese bochinchero de las escuelas públicas. Porque, entonces, ¿de qué sirvió tanto esfuerzo?

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17.- NOLA GONZALEZ Aunque mi vida ha estado llena de calamidades, yo me considero una persona feliz. Será que en todo descubro la mano de Dios y me dejo llevar por él. Por eso, aunque a veces el sufrimiento y la impotencia son tan fuertes que necesito abrazarme fuertemente a él para no sucumbir, Dios siempre me confiere su paz. Quedé huérfana de muy niña y me crió una tía y su esposo que no tenían hijos. Me educaron muy estrictamente. Mi tía me enseñó a leer y a rezar en la casa. Prácticamente vivía encerrada, no me dejaban salir a ningún sitio. Consideraban, por ejemplo, que bailar con muchachos era un pecado gravísimo. A los diez años me sacaron de la escuela porque decían que ya yo estaba muy “canilluda” para eso, pues, según ellos, las mujeres no necesitaban estudiar. Bastaba que fueran buenas y decentes para que consiguieran un novio honrado que las hiciera sus esposas. Y tuve un novio al que quise muy sinceramente. Yo me quería casar para independizarme de la sujeción de la casa. Cuando yo tenía 18 años, nos casamos por el civil en el mes de marzo, y fijamos el matrimonio religioso para diciembre. Yo estaba muy ilusionada. Mi novio tenía un amigo norteamericano y había encargado a los Estados Unidos mi traje de novia y el ajuar. En el mes de octubre, dos meses antes de casarnos por la Iglesia, mi novio murió de una operación en el páncreas. El Padre Jesús Galdeano, Agustino, que era mi director espiritual, me pidió que me casara con mi novio “in articulo mortis”, pues me decía que si sobrevivía, yo tendría que atenderlo. De todos modos, aunque no me hubiera dicho eso, yo quería casarme con él porque lo amaba muy profundamente. El ha sido el único hombre que he amado en mi vida. Quedé hundida en el dolor. Mis únicas salidas eran a la Iglesia y al cementerio. Yo iba al cementerio a hablar con él y le llevaba flores. Hasta que un día, el Padre Galdeano me dijo que podía seguir amándolo sin necesidad de todas esas cosas, que tenía que rehacer mi vida. Recuerdo que hasta me rompió las flores que pensaba llevar a la tumba de mi esposo. Esa conversación con el Padre Galdeano me hizo mucho bien: quemé las fotos, los recuerdos, y empezó otra vida para mí. Saqué por libre escolaridad el quinto y el sexto grado y me entregué con pasión a la docencia en el Colegio El Pilar. Mientras trabajaba, saqué el bachillerato y luego los estudios de maestra. La docencia fue mi pasión. Toda mi capacidad de amar empecé a volcarla en los niños. Trabajé en preescolar, en cuarto grado y de profesora de castellano en primer año de bachillerato. Estando trabajando en El Pilar, quise ser religiosa porque me impresionaba mucho la alegría de las monjas. Yo deseaba ser como una de ellas.

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Lo celebraban todo, iban a paseos, a retiros, trabajaban sin descanso y siempre se les veía radiantes. No pude cumplir mi deseo de ser religiosa porque tenía una hermana dos años mayor que yo que, en una operación de apendicitis, la pasaron de anestesia y quedó trastornada. Desde entonces, yo he tenido que ser su hermana, su madre, su ángel de la guarda. La tengo que bañar, sacarla al patio, darle de comer... Cuando estoy en la casa estoy pensando en la escuela, y cuando estoy en la escuela, estoy pensando en la casa. Sé que si mi hermana sigue viva es por mi tenacidad. La quiero muchísimo. Es parte de mí misma. La llamo “mi santica”. A veces, en su incoherencia, me grita, bota la comida, destruye las matas, pero yo la quiero así. Los caminos de Dios son los caminos de Dios, no los nuestros. Aceptándolos soy feliz.

MIS INICIOS EN FE Y ALEGRIA Cuando trabajaba en El Pilar, yo veía cómo las hermanas iban de apostolado a los barrios. Una Hermana iba al Manzanillo, otra a Ziruma, y la Hna. Elba Estrada a Altos de Jalisco, un barrio de zona roja, a orillas del basurero, cuyos habitantes vivían de lo que recogían de la basura, barrio famoso por las pendencias, los bares y las casas de prostitución. Dicen que lo llamaron así por lo guapos que eran sus habitantes. Por aquello de “Ay Jalisco no te rajes”. Por aquellos tiempos vino el Padre Vélaz con su idea de fundar en Maracaibo Fe y Alegría y la Hna. Elba se le brindó y me llevó a mí para que conociera al Padre. Cuando conocí a Vélaz, me conquistó. Todavía no termino de entender cómo pude yo dejar mi seguridad en el colegio El Pilar, un sueldo mejor que necesitaba para mí, para mi hermana enferma y para una niñita que empecé a criar pues me la entregó un hermano, y venirme a este hueco que me daba tanto miedo. Será que me impresionó la calidad humana del Padre, su verdad, su palabra y su mirada que convencían. Será también que en su voz yo escuché la palabra de Dios que me llamaba.

- ¿Está usted dispuesta a irse con la Hna. Elba a la escuela de Altos de Jalisco? -me preguntó el Padre Vélaz.

Yo le dije que sí. En realidad, yo tenía pánico de ir a ese barrio.

- En los barrios está nuestra Fe y Alegría -dijo entonces el Padre.

- ¿Cómo es eso? -pregunté yo.

- Si, la fe la tenemos ahora. Sólo ella nos puede impulsar a hacer lo que estamos haciendo. La alegría vendrá después, cuando le demos la mano a esa cantidad de hermanos

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nuestros marginados y con ellos construyamos la Venezuela del futuro.

El dos de Mayo de 1961 arrancamos con la escuela. Fué la primera que empezó en el Zulia. Habían construido antes otra en el Manzanillo pero la comunidad, liderizada por la ultraizquierda, no entendió lo que se proponía Fe y Alegría, y la incendiaron. Debajo de un cují, con estrofas del Himno Nacional, iniciamos el primer día de actividades. Era un público de lo más variopinto, de todas las edades y tipos. Las muchachas llegaban pintarrajeadas, con vestidos transparentes y sin fondo, con tacones altos o en cotizas. La mayoría de los muchachos cargaba navajas. Recuerdo que una de las primeras actividades de todas las mañanas era recoger las navajas. Las peleas eran épicas. En los pleitos, los muchachos se agarraban y llegaban sus mamás y se entraban entre ellas a golpes, a mordiscos, se halaban de los pelos y se decían todas los insultos más soeces. Eso me pegó muy duro, dado que yo había recibido una educación tan recatada. Yo era una muchacha muy inocente, me ruborizaba de cualquier cosa. Aquí me tuve que curtir. Con Fe y Alegría, al lado de la gente. Después, esas mismas personas que yo tanto temía, fueron convirtiéndose en mis hermanos. El paquete mayor vino a la hora de enviar planillas al Ministerio de Educación. Con frecuencia, tuvimos que inventar apellidos y edades. Larga tarea era lograr que esas gentes entendieran y dieran con sus partidas de nacimiento en Colombia, Perijá, Colón, montes, caseríos y arrabales. Además, los de aquí, tampoco podían obtener sus partidas de nacimiento porque sus papeles se habían quemado en el incendio del Registro de Coquivacoa. Fueron días duros, pero plenos. Todo el personal estaba lleno de mística. Recuerdo a las primeras maestras: Nancy Sanoja, Lourdes Mendoza, Nelly Lugo. Luego llegarían otras: Olga Atencio, Nancy de Añez, Elsa de Anselmi, Francisca Ferrer, Ana Isabel Otero... Todas con esa entrega, sin pararle al trabajo por duro que fuera. Nos tocaba hacerlo todo. Yo, además de directora, era maestra de grado y secretaria. Teníamos hasta noventa alumnos o más por cada salón. Los sábados organizábamos verbenas, tómbolas, pasábamos películas para recoger fondos. Así fue como fuimos haciendo la escuela. Los domingos teníamos la Misa. No había iglesia, pero la decíamos en los galpones de la escuela. En esos tiempos, nos ayudaban mucho el Dr. Arreaza, un hombre entregadísimo a Fe y Alegría, la Sra. Vera y el Dr. Urdaneta Bessón. Todos juntos en la propuesta de hacer el bien a los más pobres.

LA HERMANA ELBA

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El alma de la escuela era la Hna. Elba, de la Congregación de Santa Ana. Era una persona extraordinariamente generosa: daba todo lo que tenía y hasta lo que no tenía. Y muy austera. Cuando murió, sólo le consiguieron dos hábitos y un reloj que me lo dieron a mí. A la Hna. Elba no le gustaba nada eso del papeleo y de reuniones. Lo suyo era estar con la gente, atendiéndolos y ayudándolos. Repartía ropa, comida, y no soportaba ver a alguien con hambre. La gente la amaba y respetaba mucho. Creo que les impresionaba ver una persona tan pulcra entre esos basureros y barriales. El Padre Vélaz la llamaba “La Generala”. Gobernaba con acierto, se hacía respetar. Parecía seria y fuerte, pero era muy blanda por dentro. Eso sí: no toleraba ni el desorden ni la suciedad. Decía que no por ser pobres tenían que ser sucios. Tampoco aceptaba los concubinatos, y en nuestra escuela hicimos cantidad de matrimonios y de bautizos. Cuando murió, la gente del barrio la fue a buscar al Colegio El Pilar, se la trajeron para Altos de Jalisco y la velaron aquí. Ellos sentían que les pertenecía. Al morir la Hna. Elba, la sustituyó la Hna. Elbia Moreno Fuenmayor. Es una Hermana con el don de multiplicar los bolívares, gran administradora. Corta en palabras, pero de gran mérito y abundantes obras. El colegio y la comunidad le deben muchísimo. Muy comprensiva con nuestros problemas, siempre nos tiende la mano si la necesitamos.

FELIZ EN FE Y ALEGRIA Yo me siento muy feliz de ser cristiana y de haber entregado lo mejor de mi vida con Fe y Alegría. Cuando un primo de nosotros llegó a diputado, quiso ayudar a la familia y a mí me ofreció un buen cargo en la Educación Oficial. Yo preferí seguir en Fe y Alegría. Nunca me he arrepentido, a pesar de los sinsabores y esa espera de la jubilación que nunca llega. El encuentro con Fe y Alegría me hizo una persona fuerte, humilde, comprensiva y serena. Yo tengo sobrinas que ayudé a criar y que ya son maestras jubiladas, y yo sigo trabajando porque quiero ser útil hasta el final. A veces, ante la dureza y las exigencias de la vida, me da miedo no saber responder a los nuevos retos y no poder seguir siendo un buen ejemplo. Me da miedo convertirme en un impedimento más que en ayuda, que no sepa cumplir adecuadamente con mi papel. Pero que todo el mundo sepa que mis errores son por ignorancia, nunca por mala voluntad. Lo que más me satisface en Fe y Alegría es que tengo a mi alrededor gente extraordinaria, que me quiere, me valora y me ayuda. Yo aprecio mucho los pequeños detalles. Cuando, por ejemplo, en el día del maestro, me llama un niño para felicitarme, yo siento que allí está la grandeza de Dios. Y eso me hace feliz. Como también me hace muy feliz el ver los esfuerzos de las maestras por no caer en la rutina, por renovarse continuamente, por tener más contacto con la comunidad. Respecto a los Directivos que han pasado por la Dirección Regional, si bien cada uno ha sido distinto, siempre han sido buenos, siempre me he

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sentido querida por ellos. El propio Padre Vélaz me apreciaba muchísimo. Siempre me llamaba por mi nombre, “Nola”, y eso para mí era muy importante.

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18.- OLGA ATENCIO PARRA Fe y Alegría se inició en el Zulia al comienzo de la década del sesenta. Se comenzó a construir la escuela del Manzanillo, y antes de iniciar las clases, la gente del barrio la destruyó y quemó. Venezuela estaba viviendo entonces tiempos difíciles. Eran los años del gobierno de Rómulo Betancourt, años de guerrillas y violencias. Los barrios Sierra Maestra y El Manzanillo se habían fundado por influjo de la revolución cubana y por ello habían tomado esos nombres: Sierra Maestra fue la sierra donde se hicieron fuertes los guerrilleros de Fidel Castro, y El Manzanillo era un pueblito cubano, al pie de dicha sierra, donde se abastecían los guerrilleros. Pues bien, nuestro Manzanillo era entonces un barrio marginal, en plena formación, de unos 16.000 habitantes, muy manejado por ciertos grupitos de la ultraizquierda que pensaron que un colegio católico entorpecería sus planes de implantar la revolución. En vistas de esos problemas, Fe y Alegría construyó otro colegio en el barrio Altos de Jalisco que arrancó el dos de mayo de 1961. Yo empecé con la Hna. Elba Estrada, de la Congregación de Santa Ana, y con Nola González, la Directora. Nola estaba trabajando como maestra en el colegio El Pilar, y le propusieron el ir a trabajar con Fe y Alegría. Ella aceptó y como sabía que yo era maestra y andaba sin trabajo, me dijo: “¿Quieres venir con nosotras?”. Me animó y me vine. Así comencé.

MI LLEGADA AL BARRIO Cuando llegamos al barrio y yo vi aquella escuela en un zanjón y vi llegar a los niños con sus coticitas mojaneras rotas, le pregunté a uno, que todavía recuerdo que se llamaba José Linares Ruiz: “¿Por qué no te pones zapatos?”. El me contestó: “Maestra, no tengo”. No lo podía creer. Entonces, me dije: “Olguita, has llegado al fin del mundo”. Por otra parte, la Hna. Elba decía continuamente: “Tienen que tener cuidado porque aquí todo el mundo trae su puñal o su navaja. Este es un barrio de los bien bravos. Jalisco nunca pierde. De ahí el nombre de Altos de Jalisco”. Recuerdo que, en cierta ocasión, estaba explicando los acentos y escribí en el pizarrón la palabra jamón. Pregunté y nadie sabía lo que era eso. Nadie nunca había probado el jamón. Iniciamos la escuela con los cuatro primeros grados. Yo arranqué con un segundo grado que tenía ochenta alumnos. En aquellos tiempos, la matrícula era muy numerosa. Un año sólo tuve 62, la vez que menos. Nos tocó desde pintar los salones hasta sembrar las primeras maticas. Eramos un grupo muy unido y lleno de entusiasmo. Teníamos verdadera vocación. Estábamos escoteras. Los sábados teníamos clases hasta las doce y

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en las tardes volvíamos a la escuela a pasar una película para sacar fondos. Entonces, nos pagaban 400 bolívares al mes. No había ningún tipo de subvención y todo debía sacarse de la rifa, verbenas y donativos. Yo sé que muchas veces el Dr. Arreaza tuvo que sacar los cobres de su bolsillo para podernos pagar. De esos tiempos tan duros, yo tengo los mejores recuerdos. Cuando llovía, no se podía entrar, el terreno era un barrial, y, sin embargo, esa era la escuela más limpia y bonita de todas. Nola y yo creamos la Agrupación Juvenil Mariana para propagar el amor a la Virgen, ya que nuestro país es mariano por excelencia. Yo asesoraba a los varones y Nola a las hembras. Yo llegué a querer muchísimo a esos muchachos que llegaban todo sudados y hediondos. Con una camioneta que llamábamos “La Lechona”, y que la manejaba Graciliano, organizábamos excursiones a Paraguaipoa, al río Apón... Cómo gozaban esos muchachos que en su mayoría no habían salido nunca de su barrio... Recuerdo que, en cierta ocasión, vino de visita la Madre General de la Congregación de Santa Ana. Eso, en aquellos tiempos, era todo un acontecimiento. La gente del colegio El Pilar le hizo un tremendo agasajo. Nosotras también quisimos hacerle un pequeño homenaje y montamos un Pesebre Viviente. Resulta que cuando ya todo estaba listo para que comenzara la función, no aparecía San José por ninguna parte. Lo buscamos nerviosas por todos los sitios y nada. Hasta que nos enteramos que estaba detenido por malandro en la Prefectura. Tuvo que ir el Dr. Arreaza y rogarles que nos lo dejaran para poder montar la función.

LA HERMANA ELBA El corazón de la escuela y del barrio era la Hna. Elba. Ella era la persona más buena y más caritativa que yo he conocido. Murió estando al frente del colegio de Altos de Jalisco. Tenía un carácter fuerte, un gran tesón, y todos la respetábamos porque la queríamos. Era como una nuez: dura por fuera, suave y tierna por dentro. No podía soportar ni la pobreza ni la miseria y lo daba todo. Era tanta su bondad, que si pasaba alguien vendiendo lampazos, le compraba todos los lampazos; si vendía ponquecitos, le compraba todos los ponquecitos. Le compraba y nos hacía comprar. Cuántas veces llegamos a la casa cargadas de escobas o de lampazos aunque no los necesitáramos... Con la Hermana Elba, había que comer aunque uno no tuviera hambre. Quería resolverlo todo con comida. Para ella, todo el mundo tenía siempre hambre y no concebía una buena celebración sin comida abundante. Ella me contó que su padre era un libre pensador y que cuando tomó la decisión de hacerse religiosa, la familia le ignoró por completo. Eso le hacía sufrir muchísimo. Sólo cuando murió, aparecieron sus familiares.

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Andaba muy preocupada porque la gente estuviera casada por la iglesia pues no toleraba los concubinatos. Por eso, organizaba matrimonios y bautizos colectivos. Yo me fui del barrio dejando varios ahijados. Además de la Hna. Elba, tengo excelentes recuerdos de todas las compañeras: Nola, la Directora; las maestras Olga Pirela, Nelly Lugo, Nancy Sanoja, Teolinda Sánchez... Y de un viejito, el Sr. Bolaños, que vigilaba la escuela durmiendo en una silla de extensión. Era un viejito que nos quería muchísimo y preparaba unas suculentas arepas andinas. Tenía una bodeguita y desde ella atraía a sus clientes diciéndoles: “Ya tenemos una Escuela y una gente estudiá que nos va someté porque aquí no estamos ni casaos, cuanti menos bautizaos”. Andaba siempre con su rolo, no fueran a tomarle de sorpresa.

MI TRASLADO AL COLEGIO DE EL MANZANILLO La escuela del Manzanillo arrancó el 18 de Marzo de 1962. El día de la inauguración se celebró una misa solemne, presidida por el Padre Pascasio Arriortúa, y nos invitaron a los de Altos de Jalisco. Ese fue mi primer contacto con El Manzanillo. La escuela se dejó al cuidado de las Hermanas Lauras y, pasados varios años, cuando ya habían implementado el Primer Año de Bachillerato, por un problema que surgió entre ellas y Fe y Alegría, se fueron de repente del colegio. Por ser ya liceo, hacía falta una Directora graduada, y los directivos de Fe y Alegría me vinieron a rogar que me encargara yo de la Dirección, pues para entonces ya yo había terminado mi carrera en la Universidad. Yo no quería. Tenía miedo. Nunca había sido Directora ni tenía la menor experiencia administrativa. Me rogaron tanto que, por amor a Fe y Alegría, acepté. Fueron días muy difíciles, donde en la noche me despertaba sobresaltada. El barrio estaba con las Hermanas Lauras que se habían ido, y contra Fe y Alegría. Tenían la escuela tomada. Yo llegué con Graciliano en la “La Lechona” y les hice ver que yo no tenía nada que ver con el problema. Por fin, logré entrar. El Padre Huarte, que era entonces Rector del Colegio Gonzaga, fue pasando salón por salón haciendo un penegírico mío. Decía que era Maestra Normalista, Bachiller en Humanidades y Licenciada en Educación. Pero ni por esas. Afortunadamente, había allí un personal excelente que me ayudó muchísimo: Ismelda Carrizo, la subdirectora y mi brazo derecho, las maestras Eva, Ana Isabel Otero... Como desde el año 66 funcionaban ya los talleres, me conseguí con unos excelentes profesores, los mejores en su oficio: Heberto Cubillán en madera, Luis Bastidas en metales y Segundo Castellanos en dibujo técnico. Al Manzanillo yo llegué el 30 de Enero de 1968. Me fui conquistando a los muchachos con balones. Además de ser Directora, daba casi todas las clases del área de sociales, pues tenía verdadera hambre de comunicar y ofrecer todo lo que yo sabía. Trabajaba a tiempo

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completo, escotera a tiempo completo. Entonces me subieron el sueldo a 600 bolívares al mes. En septiembre de ese mismo año llegaron las Hermanas del Santo Angel: Irene, María de los Angeles, Consuelo y María del Rosario que, aunque vivía en El Manzanillo, se encargó de la Dirección del colegio de La Rinconada. Con las Hermanas nos llevamos siempre muy bien y fueron el alma del colegio. Cuando se fueron, empezó a decaer la formación humana y la educación de la fe. También nos ayudó mucho Victoria Sumide, una hawaiana del Cuerpo de Paz. Vicky daba inglés y se encargaba de entrenar a los muchachos en voleibol. Creó un equipo tan bueno que Huracán, la Universidad y Fe y Alegría eran los tres mejores equipos de toda Maracaibo. Los del equipo de Fe y Alegría eran todos del barrio El Manzanillo. Entre ellos, destacaban Bladimir Rodríguez, el actual profesor de Educación Física, los Hermanos Gutiérrez y otros.

HE ENTREGADO MI VIDA A FE Y ALEGRIA Mi vida ha sido Fe y Alegría. En mi trabajo, he recibido grandes satisfacciones: en primer lugar, el comprobar que la gente tan sencilla de Altos de Jalisco me llegaran a querer tanto. En segundo lugar, ver cómo ha crecido este liceo, pues lo recibí con una sección y seis profesores, y hoy cuenta con 15 secciones y 35 profesores. Además, se ha ganado un buen nombre y al Liceo Rafael Urdaneta de Fe y Alegría de El Manzanillo lo respetan y quieren mucho la comunidad y la Zona Educativa. Para las inscripciones tenemos verdaderos problemas de tantas peticiones que nos hacen y eso que cerca tenemos un Liceo Oficial al que le faltan alumnos. Otra satisfacción es el haber trabajado con gente muy valiosa, como la Hna. María de Los Angeles, del Santo Angel, excelente administradora, y sobre todo contar con un excelente equipo de bedeles que me respetan y me quieren. Por fin, una satisfacción muy personal es el poder decir que en todos los años que llevo trabajando, sólo he faltado al trabajo la semana en que murió mi padre, que caí en una terrible crisis emocional. Ni la fiebre, ni la lluvia, ni los dolores de cabeza, ni la enfermedad de mi madre que está completamente ciega y a quien yo debo atender, me han impedido faltar nunca al trabajo. Además, procuro llegar la primera. Pienso que sólo dando ejemplo se puede exigir a los demás. Me levanto a las cuatro de la mañana, hago el almuerzo y le dejo todo listo a mi mamá. Regreso a las doce porque tengo que darle una medicina. También he recibido sinsabores, incomprensiones y preocupaciones. A veces he sentido a los de la Oficina distantes. Y me preocupa la pérdida de la mística en Fe y Alegría. Pareciera que hoy muchos están sólo por el sueldo. Cuando comenzamos, trabajábamos doble turno, salíamos a las seis de la tarde, y

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de allí yo tenía que correr a la Universidad. Yo perdía siempre las primeras horas de clase en la Universidad. Además, los sábados desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche, nos dedicábamos a pasar una película en el pasillo para recolectar fondos. Para mí, la Universidad era algo secundario. Yo tenía bien claro que era una trabajadora que estudiaba, y no una estudiante que trabajaba. Además, nos propusimos la obligación de vender diez talonarios cada una. Con frecuencia, llegaba el quince y el último de cada mes y no había para pagarnos. Yo sé que el Dr. Arreaza, Presidente de Fe y Alegría en el Zulia, sacaba la plata de su bolsillo para pagarnos la quincena y los aguinaldos hasta que llegara la rifa. Quiero subrayar que el Dr. Arreaza, por ser un hombre que siempre estuvo en contacto con el pueblo, vivió profundamente el sentir popular. Pareciera que hoy la gente ya no quiere tanto a Fe y Alegría. Pienso que eso se debe al facilísimo con que lo tenemos todo. Antes, como todos los recursos debían salir de nosotros o de los muchachos, apreciábamos, valorábamos y cuidábamos mucho más las cosas. Ahora que por haber resuelto el problema económico, tenemos la posibilidad de dedicarnos por completo a impartir una mejor educación, nos falta vocación. Hay docentes que se la pasan mirando el reloj, marcando los posibles días de puente... La gente está enferma del ambiente de facilísimo y corrupción que carcome al país. Todo el mundo habla de derechos, pero ignora sus deberes. Junto a esto, si bien hay que promover la participación, debe ser una participación responsable, que incluya respeto a la autoridad y al compromiso adquirido. El maracucho es anárquico, fíjate cómo maneja, cree que puede hacer todo lo que le viene en gana, y que, además él siempre tiene la razón. Por eso, si bien hay que ser comprensivo, hay que poner a cada uno en su puesto. Si no, el barco se hunde. Cada quien se mira demasiado a sí mismo y muy poco al colectivo, al funcionamiento del verdadero equipo que supone trabajo callado y solitario.

EL PADRE VELAZ Conocí a Vélaz primero de nombre, a través de la rifa de Fe y Alegría. Yo entonces era estudiante. Se hablaba de que era un hombre que se salía de lo común, que había reflexionado mucho sobre la educación en Venezuela y que iba a luchar para que los muchachos cotizudos tuvieran escuela. Después lo conocí personalmente en la escuela de Altos de Jalisco donde yo era maestra. Lo vi como un sacerdote simpático, de sonrisa picarona, hablador, dicharachero. El llamaba a la Hna. Elba Estrada “La Generala”. Recuerdo que cuando conocí al Padre por primera vez iba acompañado del fotógrafo J. J. Castro, un hombre que hacía unos murales preciosos, y se tomó

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una foto con una guajirita que acababan de vender por doscientos bolívares. Vélaz era una apasionado de la naturaleza, le impresionaban mucho los manglares de Santa Rosa, que él llamaba las “cortinas naturales”. Era un romántico, un poeta, se conoce poco de él como poeta. Tenía una simpatía inmensa y cautivaba con su conversación. Era muy difícil contradecirle. Era un optimista incurable y todo lo veía fácil. Cuando llegaba de visita, nos quitaba horas y horas hablándonos de lo que había hecho y de lo que pensaba hacer. Yo le solía decir que había enfermado del corazón de tanto amar a los niños y de tanto planificar cosas para ellos, y él sonreía feliz. En el año 75 fuimos a Mérida y él estaba allí solo, con su chofer Basilio. Una tarde nos estuvo hablando por horas y horas de sus nuevos proyectos: Pensaba hacer una especie de pueblito típico andino y representar la vida de Jesús en una serie de conjuntos monumentales. Me animó mucho a que trajera a los alumnos del Manzanillo por grupos durante toda una semana para que vivieran en contacto con la naturaleza y tuvieran aquí su experiencia de escuela activa. Fue un hombre de vanguardia en educación, un sacerdote arriesgado que quiso vivir su fe en el servicio a los más pobres. Era además un gran escritor, un excelente conversador, un poeta, un ingeniero que realizaba las cosas que soñaba. La verdad que yo no sé si lo admiraba más de lo que lo quería. Podía parecer enérgico y hasta duro, pero era extremadamente sensible. Recuerdo cómo se le aguaban los ojos contándonos el accidente donde perecieron los alumnos del Colegio de San José de Mérida. Recordaba detalles de cada uno de ellos, conocía sus gustos, sus edades, nueve el menor, diecinueve el mayor... Pienso que la gente fue muy injusta con él cuando comenzó a llamarle “El Gran Gurú” y a acusarlo de soberbio y de engreído. De no haber sido exigente y firme como fue, no hubiera podido hacer la gran obra que hoy es Fe y Alegría. Porque si uno es bueno, lo tildan de bobo, si es demasiado democrático, todo el mundo se le monta encima. Cuando llegaba a un colegio, primero iba a visitar a la comunidad religiosa. Para él, las monjas eran lo principal, como el alma del colegio. No sé si llegó nunca a fiarse por completo de los laicos. Yo lograba hablar con él porque iba a buscarlo, porque él atendía mucho más a las monjas que a los seglares.

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19.- EVA NISTAL El Colegio Juan XXIII de Barquisimeto arrancó el 12 de Noviembre de 1962. Lo iniciamos la Hna. Rosalía Ferreras (entonces Clotilde) y yo, Eva Nistal (entonces Sonsoles). Al comienzo, viajábamos todos los días desde nuestro colegio Santo Angel. Nos íbamos desde la mañanita, llevando muchas veces el almuerzo, y nos estábamos allí hasta la tarde. Recuerdo que, estando en Barquisimeto, llegó un día la Provincial pidiendo voluntarias para colaborar con una fundación de Fe y Alegría en zona marginal. Yo enseguida levanté la mano. Mi inclinación a servir a los pobres me viene de familia. Recuerdo que mamá solía decir: “Al pobre que llega a la puerta siempre hay que darle algo”, y me marcó el cariño y la generosidad con que los atendía. Cuando yo me metí a monja, me ofrecí para ir de misionera al Africa. Yo entonces era una muchachita y tenía una visión muy romántica de la vida. Me imaginaba rodeada de negritos cariñosos, ansiosos de recibir la palabra de Dios. En lugar de mandarme al Africa, que era lo que yo quería, me destinaron a Venezuela, lo que me costó muchísimo. Yo no quería venir a Venezuela y lloré mucho. Decían que el trabajo en Venezuela era muy difícil y abnegado, que no querían a los españoles, mucho menos si eran curas o monjas. Que casi todos los que allí había eran de España y que ya estaban hartos. Yo tenía la ilusión de mis negritos africanos y me resistía a venir a Venezuela. Para colmo, me mandaron sola. Pasé en el barco doce interminables días, prácticamente sin comer, llorando y vomitando. Llegué a la Guaira de noche y nadie me esperaba porque la llegada del barco estaba anunciada para el día siguiente. Cuando yo veo todas esas luces guindando de los cerros me dije:

- “¿Pero qué es esto? ¿A dónde has llegado, Eva?”. Andaba completamente desconcertada cuando se me acercó un señor y me dijo:

- ¿Es usted del Santo Angel? Debió reconocerme por el hábito. Yo le dije que sí. El se ofreció a llevarme al colegio nuestro de Maiquetía. Cuando llegamos, todas las hermanas estaban acostadas y nadie nos abría. Tuvimos que caerle a piedras al colegio. Y aun así, no querían abrirnos. Yo trataba de identificarme, pero ninguna me reconocía. Por fin, me dejaron entrar. En Maiquetía, duré un año. A mí en España me habían dicho que venía destinada a San Felipe, a trabajar en un colegio con niños con problemas de

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conducta, y con eso medio me habían convencido y se me había quitado la idea de los negritos. Pero en Maiquetía me dijeron que tenía que quedarme allí. Fue horrible, me la pasaba llorando, sentía que me habían traído engañada. De allí, me mandaron a Bogotá a fundar un colegio señorial, en una quintota. Me encargaron de la cocina, a mí que no sabía ni freír un huevo. Recuerdo que el primer día me puse a preparar unos espaguetis, echo todo el paquete a la olla, se me salían, yo, toda asustada, luchando con los espaguetis para meterlos, sin lograr dominarlos. En Bogotá duré casi un año y de ahí me mandaron a Pamplona, a otra fundación. La altura de Pamplona me cayó mal y me la pasaba enferma. Como los médicos me recomendaron un lugar bajo, me regresaron a Maiquetía.

MI LLEGADA A FE Y ALEGRIA De Maiquetía, me pasaron al colegio nuestro de Barquisimeto. Allí me hice muy amiga de Beatriz Cuartas. Eramos jóvenes y parecíamos incansables a pesar de ser las dos chiquitas y flaquitas. De día nos la pasábamos dando clases, y en las noches puliendo los pisos. A mí no terminaba de convencerme ese trabajo en nuestros colegios con muchachas ricas y, por eso, cuando la Provincial pidió voluntarias para Fe y Alegría, enseguida levanté la mano. Comenzaron días plenos y felices. El Colegio Juan XXIII no estaba inscrito en el Ministerio de Educación pues comenzamos tarde el año escolar, pero los niños acudían todos los días a clase. Tuvimos muchos problemas para llenar adecuadamente las planillas de las inscripciones. Venían las mamás o las abuelas a inscribir a sus muchachos y cuando les preguntábamos “¿Lugar de nacimiento?”, ponían cara de extrañeza y nos respondían cosas como: “Detrás de aquel cerro”, “en el conuco de la comadre”, “allá en el monte”. A la pregunta de cuándo nació el niño respondían: “El año aquel que hubo aquella tremenda tronazón”, “el año después de los temblores”, y cosas así. Eran todos ellos del campo e ignoraban por completo el lugar y la fecha del nacimiento de los niños. Nos iniciamos con tres salones y una oficinita. La maestra Betty atendía el primer grado que tenía setenta alumnos; la Hermana Clotilde el segundo y tercero, y yo, además de Directora, era la maestra de cuarto y quinto. Nos tocaba además ser secretaria, bedeles, enfermeras, pues ante cualquier emergencia nos llamaban y teníamos que atenderlos. Nunca en mi vida había vivido más cabalmente el carisma de la congregación de Angel de la Guarda. Una vez me llamaron para que fuera a atender a un señor que estaba enfermo. Al entrar, no podía soportar la pestilencia. Tenía una pierna gangrenada y el olor te echaba para atrás. Tuve que hacer de tripas corazón, le quité unos trapos sucios que tenía por vendas, lo limpié y lo curé. Al mediodía, cuando fui a la casa, no podía

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comer nada pues todo me producía náuseas. Durante un tiempo, iba todos los días a curar al señor. Los alumnos eran pobrísimos. Llegaban con sus ropitas remendadas y con alpargatas o chanclas. Iban sin desayunar y se dormían en las clases. Tenían sarna, piojos, y los bañábamos con una manguera, estregándolos bien con Ace. No teníamos pupitres y los niños se sentaban sobre bloques. A mí me impresionaba mucho su pobreza y su hambre, y cuando iba al colegio nuestro me robaba unos pancitos, me los metía en los bolsillos del hábito, y luego se los daba a escondidas a los más hambrientos. Las muchachas ricas del colegio Santo Angel repartían bolsas de ropa y de comida, y el día de la madre entregaban canastillas a las mamás embarazadas. En Navidad, les repartían juguetes a los niños. Yo no terminaba de estar de acuerdo con este tipo de caridad que me parecía un mero tranquilizante de las conciencias. No olvides que eran los años en que algunos sectores de la iglesia nos radicalizamos mucho y empezamos a cuestionar muchas cosas. Poco a poco, la escuela se fue convirtiendo en el centro del barrio. Cuando los niños nos veían llegar, iban corriendo a la escuela detrás de nuestro carro. Cuando estuvo lista la casa, nos mudamos al barrio y entonces estrechamos más aún los lazos con la comunidad y con la gente. En esos días, conocíamos muy bien a todas las familias, sabíamos de sus problemas, pues los visitábamos mucho. En esas visitas, nos conseguíamos cosas increíbles, como un señor viviendo con dos mujeres a la vez en el mismo rancho. Al segundo año inscribímos ya la escuela en el Ministerio de Educación y nos vinieron tantos niños que no teníamos dónde ponerlos. Recuerdo que en un primer grado que atendía la Hna. Mónica, había noventa niños, puras cabecitas en ese salón. Lo asombroso es que todos aprendían a leer y escribir. No sabíamos mucho de pedagogías ni de métodos, pero cómo enseñábamos y cómo aprendían esos muchachos... En las noches, dábamos clases de alfabetización a los adultos.

CONVIVENCIAS CON ALUMNOS Y CON MALANDROS Fueron pasando los años y la escuela fue creciendo cada vez más. Vinieron más hermanas. El colegio cada día era más respetado y querido. Yo empecé a hacer convivencias con los alumnos más grandes. Esta era una de las ideas que más nos insistía el P. Vélaz. A veces no teníamos dónde llegar y nos íbamos al monte, por Yacambú, Humocaro... Era impresionante ver cómo esos muchachos levantaban con palos y con ramas un sitio para pasar la noche.

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Una vez, los malandros del barrio me pidieron también una convivencia. A las hermanas les pareció una temeridad, pero la Hna. Beatriz que trabajaba en el Santo Angel y colaboraba mucho conmigo, decidió acompañarme. Nos fuimos a Cabudare con quince malandros. Ellos pasaron la noche al descampado, pero nos levantaron un ranchito para que las hermanas estuviéramos resguardadas. Decidieron además cuidarnos y se dividieron en turnos para montar guardia toda la noche ante nuestra choza con un machete. Estuvimos allí dos días y los muchachos fueron contando con toda naturalidad en las reuniones que hicimos, por qué habían robado, por qué fumaban marihuana o aspiraban pega. Uno contó cómo había robado una máquina en la escuela, porque una Hermana lo insultaba siempre que lo veía y eso a él le daba mucha rabia.

MI EXPERIENCIA EN LA FABRICA En el Juan XXIII estuve como 18 años. Cuando me fui, el colegio había progresado muchísimo y tenía hasta bachillerato. Me fui obstinada porque, como yo era muy rebelde y tenía ideas radicales, me crearon fama de monja guerrillera, decían que el colegio estaba siendo nido de comunistas y que yo me la pasaba recogiendo cauchos para que los quemaran los alumnos. Hasta llegaron a decir que, si yo seguía allí, la Zona Educativa nos iba a quitar el colegio. Para evitar problemas, decidí marcharme. Como la mayoría de los alumnos no tenían chance de seguir sus estudios y terminaban de obreros en las fábricas, me fui con ellos. Duré cinco años trabajando en Plastilara. En mi decisión, sentí muy poca solidaridad de Fe y Alegría. Tanto que yo me había matado y a nadie pareció dolerle que me fuera. Por lo menos, nadie conversó conmigo. Es más, me pareció que se alegraban con mi decisión, pues yo les estaba resultando una mujer molesta. Cuando el gerente de Plastilara se enteró de que yo era monja, me llamó y me ofreció un cargo de escritorio. Yo no lo acepté. Allí organicé un sindicato y viví más de cerca la vida del pobre y los abusos al obrero. Desde ese mundo tan duro, cuestionaba cada vez más la vida religiosa. Sentía que estábamos muy lejos de la realidad de la gente y que no hacíamos nada importante por acercarnos de verdad a ellos. Por otra parte, y como era natural, las Hermanas me cuestionaban a mí. Abandoné la vida religiosa. Estuve tres años en una textilera en Maracay y colaborando con la Escuela Obrera. Allí me enfermé mucho porque la pelusilla del algodón me produjo bronquitis. Me quedé sin trabajo. Sola, sin familia, sin trabajo y sin dinero. Fueron unos días horribles.

MI REGRESO A FE Y ALEGRIA

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Cuando andaba desesperada buscando trabajo para poder comer, me conseguí con el Padre Sabino en la Escuela Obrera y me animó mucho a que regresara a Fe y Alegría. Regresé al Heliodoro Betancourt de Maracay. La vida me había hecho más paciente, menos impulsiva, más realista. Llegué al colegio con la idea de pasar desapercibida, trabajar mucho y hablar muy poco, pero pronto me impresionó y me ganó el cuestionamiento que se estaba haciendo Fe y Alegría. Y empecé a sentirme de nuevo en mi mundo. Creo que incluso aprecio ahora a Fe y Alegría más que antes. Le veo un gran potencial para impulsar el trabajo y la organización popular. Antes yo creía que iba a cambiar el mundo, ahora comprendo que puedo aportar un poquito, quiero hacerlo y siento que Fe y Alegría es un lugar privilegiado para llegarle a la gente y trabajar a su lado. Mis convicciones fundamentales de gastar mi vida con los más pobres no han cambiado. Sigue entero mi cariño, mi decisión de trabajar de sol a sol a su lado. En Fe y Alegría hay gente extraordinaria, con verdadera opción y ganas de trabajar. Tal vez nos falte más formación, pero sobran generosidad y mística. En mi trabajo me siento muy libre. Se me respeta, valora y me dejan hacer. Mi aval es mi experiencia y mi vivencia. Yo no necesito de ningún título para dar lo mejor de lo que soy y lo que tengo. Mi título es mi entrega. Doy mi vida y mi vivencia, que es todo lo que tengo.

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20.- ANGELA ROMERO Antes de que se fundara el Colegio Eugenio Andrés Mendoza, en el Kilometro 3 de la carretera del Junquito, por todo esto no había ninguna presencia permanente de la Iglesia. Recuerdo que algunas veces solían venir al barrio unas monjitas del Buen Pastor que daban catecismo. Un día, apareció el Padre Vélaz con unos estudiantes de la Universidad Católica preguntando por todos los niños que no tenían escuela que eran la inmensa mayoría pues entonces el barrio no tenía ninguna. Donde actualmente está el colegio había una vaquera. La señora Isabel de Olivet donó los terrenos para construir la escuela. Pero antes de construirla, funcionó en varias casitas prestadas por la gente. Recuerdo que un señor de apellido Angulo prestó su casa para hacer las inscripciones, y el Señor Hernández prestó un local de herrería donde se acomodaron dos salones. En la capilla del Niño Jesús se acomodó el primer grado, y en la capillita de Las Brisas, el preescolar. Yo comencé a trabajar en la capilla del Niño Jesús en el año escolar 61-62. No había pupitres y los niños escribían apoyando sus cuadernos en la parte de arriba de los bancos de la iglesia. Algunos traían sus sillitas de las casas. Después de trabajar un tiempo allí, me pasaron al local de la herrería.

EL LLAMADO DE FE Y ALEGRIA Yo me inicié en Fe y Alegría sin conocer nada de ella. Un día, me llegó a la casa Lilian Carrasco, a quien el Padre Vélaz había dejado encargada de hacer las inscripciones y me dijo:

- Mira, Conchita, Fe y Alegría está comenzando en el barrio una escuela, pero no tiene maestros. ¿No quieres tú dar clases?

Yo no era maestra. Había terminado mi tercer año de bachillerato y estaba trabajando en una tintorería. Tenía 25 años, estaba casada y con dos hijos.

- ¿Qué hago con los hijos? -le pregunté.

- Te los llevas también a la escuela. Así me inicié como maestra. Entre los alumnos había de todo, y algunos casi parecían tan grandes como yo. Eran sumamente pobres y venían a la escuela con alpargatas y con la ropa vieja y llena de agujeros. Recuerdo que en el segundo año tuve un primer grado con 67 alumnos. Las mamás llegaban a rogarme que les admitiera el muchacho aunque fuera en un rinconcito y yo no

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podía negarme. Eran tan pobres... Si les decía que no, se quedaban sin escuela pues en el barrio era la única que funcionaba y no tenían para pagar pasajes e ir a otras. Y siento el inmenso orgullo de poder decir que, a pesar de ser tantos, todos aprendían a leer y escribir. De ese grupo tengo alumnos que hoy son médicos e ingenieros y ello me produce una gran satisfacción. Entonces había mucha disciplina y se respetaba al maestro. Además, el maestro era maestro. Cuando estuvo construído el colegio, como todos en el barrio querían que vinieran hermanitas, llegaron las Lauras. Recuerdo a las Hermanas Teresita Quintero. María Elsa y María del Dulce Nombre. Les tocó trabajar muy duro y pasar muchos trabajos. Las Hermanas pusieron allí su noviciado y las novicias ayudaban como maestras. Iban a estudiar en la Normal que Fe y Alegría tenía en el Colegio Barrio Unión de Petare. Estuve trabajando varios años y, como ya tenía cuatro hijos, me retiré por un tiempo. Pero me volvieron a buscar de Fe y Alegría. Regresé a los salones, porque cuando me ha llamado Fe y Alegría nunca he dicho que no. Será que el Padre Vélaz me sembró ese ánimo que tenía. Uno, después de conocerlo y oírle, no podía quedarse tranquilo. Te contagiaba las ganas de hacer algo por esos muchachos tan pobres. Te daba aliento, paz, seguridad. Te sentías puesta allí por el mismo Dios.

LA GRANDEZA DE FE Y ALEGRIA Lo más grandioso de Fe y Alegría es encontrarse con personas que no le temen a los problemas ni a los obstáculos, que echan pa’lante como sea, cueste lo que cueste. Yo me siento muy satisfecha. Yo sí puedo decir que Fe y Alegría me llamó y yo le dije que sí. Las dos veces, cuando comencé y cuando regresé, me fueron a buscar a la casa. Para mí era el propio Dios que me llamaba. Espero no haberle defraudado ni a él ni a Fe y Alegría. El colegio ha progresado muchísimo y sin duda alguna es el colegio piloto del barrio. Yo lo siento como mi propia casa y prácticamente vivo en él. Aquí estudiaron mis hijos y estudian ahora mis nietos. Lo mejor de todo lo que tenemos ahora es la integración con la comunidad del barrio. Los talleres están abiertos a ellos, lo mismo que las canchas. Hemos formado además con las mamás de los alumnos un equipo de suplentes para cuando falta algún maestro. Las preparamos durante todo un año dándoles como unos veinte talleres formativos que culminan con una pasantía en las aulas. Tenemos, por así decir, un equipo bien formado de suplentes que incluso nos solicitan de otras escuelas. Así tenemos resuelto ese gravísimo problema de conseguir suplente cuando, por cualquier razón, falte un maestro.

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Por mi parte, yo he seguido formándome siempre para ser una maestra cada vez mejor. A parte de los cursos y talleres que nos han dado los de la Oficina de Fe y Alegría, estudié por Mejoramiento Profesional y ahora estoy metida en el proyecto de Educadores Comunitarios que tiene la Universidad Simón Rodríguez.

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21.- HNA. NATIVIDAD MUÑOZ (Teresiana) Comencé a trabajar con Fe y Alegría en el año 63, en la fundación del colegio Enrique de Ossó. Cuando comenzamos, sólo existía una casa que tuvo que ser acomodada para aulas. Resulta que el Sr. Arvelo donó a Fe y Alegría todo este cerro donde ahora está el colegio. Su mamá era muy religiosa y quería que en esos terrenos se hiciera alguna obra social. Se comunicó con la Hna. Modesta y le brindó el terreno. Cuando el Padre Vélaz vio que el posible acceso al terreno del cerro podía ser por un antiguo caserón en el que había vivido Blanco Fombona, decidió comprarlo. Lo compró en el año 62, pero hasta septiembre del 63 no pudimos entrar porque vivían allí tres familias que se resistían a salir. En ese caserón fue donde comenzamos las clases el 1º de Octubre de 1963, en cuatro aulas completamente dotadas por el Colegio Teresiano del Paraíso. En los orígenes del Enrique de Ossó colaboraron muchísimo los Colegios Teresianos, tanto el del Paraíso, como el de La Castellana. Casi podríamos decir que consideraban al colegio de Fe y Alegría como a un hijo queridísimo.

PON TU CAUDAL ENTERO Nuestra Madre General, María del Pilar Suárez Inclán, fue una pionera en el servicio a los más necesitados. Cuando conoció al Padre José María le dijo: “Cuente con nosotras que las Teresianas apoyaremos las obras nacientes”. A nosotras nos repetía constantemente nuestra Madre General que no nos refugiáramos en las aulas, que saliéramos a la calle, que emprendiéramos con la gente una verdadera labor de apostolado. Lo mismo nos repetía el Padre Vélaz. Insistía en que toda esa gente sencilla era capaz de una generosidad total si se les tomaba en cuenta. Y tomamos esto tan en serio que yo era capaz de decir dónde vivía cada alumno, cuánto ganaba su papá si es que trabajaba, y cuáles eran sus problemas. Cuando íbamos por el barrio, nos llamaban a gritos los niños y, si por algún motivo no podíamos entrar en sus casas, se sentían defraudados. También animamos mucho a las mamás a que, en los recreos, les trajeran el desayuno a sus hijos al colegio. Y solían llegar con unas tremendas arepas rellenas de caraotas. En todo esto seguimos con fidelidad las indicaciones de nuestro Padre Fundador, Enrique de Ossó, que era muy radical y solía repetirnos: “Pon tu caudal entero. Colócate donde estén en mayor peligro los intereses de Jesús. No basta trabajar con mucho ahínco. Hay que hacerlo con todo el ahínco. Ustedes deben ser otras Teresas de Jesús, de carácter valiente, con determinada determinación.” Siempre consideré que el Padre Vélaz se parecía mucho a nuestro Padre Fundador. Su invitación a atravernos, a seguir siempre adelante, a ir más allá, me

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parecían ecos de las palabras del P. Enrique. Por eso, yo considero que Fe y Alegría me ayudó mucho a vivir a plenitud mi vocación de Teresiana. Por ser la menor de la familia, yo crecí muy insegura. En la casa se la pasaban diciéndome que no servía para nada. Me pusieron a estudiar con las Teresianas de Valladolid y, cuando las vi, yo pensaba que eran unas monjas protestantes porque se les veía el pelo y llevaban como una especie de abanico en la cabeza. Cuando empecé a sentir que tenía vocación, yo le rezaba a Dios que no me eligiera, que no me dejara ser monja. Que hiciera de mí lo que quisiera menos elegirme para monja. Yo era muy deportista, la capitana del equipo de basket, y me encantaban las fiestas y el baile. Y, aunque no era bonita, era simpática y muy fotogénica. Mamá solía decirme: “Como alguien se enamorare de ti por foto, vaya decepción que se va a llevar cuando te vea”. Por mucho que combatí mi vocación, la gracia venció. Un día tuve yo también que exclamar: “Venciste, Galileo”. Desde entonces, toda mi vida ha desbordado de felicidad.

INICIOS DEL COLEGIO El Colegio Enrique de Ossó se inauguró el día 6 de octubre de 1963. Los uniformes y hasta la ropita interior de los niños fueron donados por el Teresiano del Paraíso. De la preparación de la Misa y del desayuno que brindamos a todos se encargó el Teresiano de La Castellana. Cuesta hoy imaginar lo pobres que eran los alumnos y sus familias. Los niños llegaban en chanclas por no tener zapatos, escupían en el piso, y tuvimos que enseñarles a utilizar los baños pues hacían sus necesidades fuera de las pocetas. Hubo una epidemia de sarna y, para combatirla, los bañábamos dos veces al día con jabón azul. Para combatir los piojos, los bañábamos con jabón azul, luego les untábamos el pelo con Kerosén, les poníamos un tiempo un trapo en la cabeza bien apretado y volvíamos a bañarlos con jabón azul. Durante mucho tiempo, estuvieron viniendo dos veces al año los de la policía a cortarles el cabello a los alumnos. También, en una ocasión, vinieron con buses a recoger a todos los que tenían problemas de caries en sus muelas para llevarlos a un módulo del 23 de Enero, y tuvieron que hacer hasta tres viajes. Hubo un tiempo en que todas las semanas venía un peluquero que tenía por allí un salón para la clase alta. Algo le tocó por allá dentro y se decidió a venir a cortar gratis el cabello a los alumnos. Un día, tiró las tijeras y empezó a gritar: “Alcohol, traigan alcohol, esta niña tiene Sífilis”. Resultó ser cierto. En las Navidades, las alumnas, ex-alumnas y representantes de los Colegios Teresianos solían repartir juguetes a todos los niños y bolsas de ropa y de comida -unas cien- a las familias más necesitadas. Cada dos aulas del Teresiano apadrinaban una de nuestro colegio. Además, todos los días repartíamos un vaso de leche que obteníamos de Charitas.

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Muy pronto tuvimos que sufrir mucho por la presión de la matrícula. Todos los niños querían estudiar en nuestra escuela. En tiempos de inscripciones se formaban colas de muchas cuadras e incluso hubo conatos de peleas cuando ya no quedaban más cupos. La Madre Isabel solía ponerse a llorar al ver todos los que quedaban fuera y decía entre lágrimas: “Yo quisiera que el Presidente nos hiciera más aulas para poder atender a todos”.

EL PADRE VELAZ Y NUESTRA FORMACION En Febrero del año 64, el Padre José María Vélaz nos dio a las religiosas que trabajábamos en Fe y Alegría unos cursos de capacitación y de oratoria para poder hablar en público y hasta dirigir retiros a los alumnos. Después de darnos algunas normas generales, cómo teníamos que mirar, cómo debíamos caminar, qué gestos hacer..., nos ponía un tema y todas teníamos que desarrollarlo en público. A la Madre Cleofé, tan dinámica y tan lanzada, le costaba eso muchísimo.

- “Pídame, Padre, lo que quiera, pero, por favor, no me obligue a subir al escenario”, le rogaba ella.

- Vamos, Cleofé, usted que se atrevió a quitarle la cámara a un fotógrafo, que le dio un palazo a un borracho, que construyó un colegio en un barranco y es capaz de mover el mundo, va a tener miedo de decir unas pocas palabras ante un grupito de compañeras y amigas- pero por mucho que le insistía el Padre, no podía.

En ese curso, conocí mucho más al Padre Vélaz y pude apreciar cuánto nos quería y cómo buscaba prepararnos bien para que desarrolláramos sin miedos ni pequeñeces una gran labor. Eran los días del Concilio Vaticano II y todavía la gran mayoría de las monjas vivíamos demasiado encerradas en nosotras mismas, atrapadas en un exagerado cúmulo de normas, reglas y detalles que nos empequeñecían. El Padre Vélaz quería que nos liberáramos para poder ser mucho más eficaces. El curso nos ayudó también a conocernos, a integrarnos y a intercambiar experiencias. Vélaz fue un tremendo futurista que siempre estaba viendo más allá. Qué ciegas estábamos nosotras entonces que no éramos capaces de captar todo lo que decía. No captábamos ni la quinta parte y, sin embargo, él nunca nos exigía, ni nos imponía, ni nos arrastraba. Sólo animaba e insinuaba: “Qué bueno sería si hiciéramos esto y aquello”, decía. Vélaz inyectaba optimismo. Era radical en sus expresiones y en su actuar. Conocía el sentir de las gentes y nos iba iluminando sobre cómo deberíamos tratarlos para llegarles al corazón.

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Al mes siguiente de estos cursos de oratoria, nos organizó el Padre Vélaz unos cursos de Manualidades, pues estaba empeñado en que las Hermanas supiéramos de todo para así poderlo enseñar a los demás. Y nos insistía una y otra vez, por activa y por pasiva, en la necesidad de enseñarles a los niños y a los jóvenes a expresarse bien. Decía que la palabra es un poder. Recuerdo, de tanto escucharle, sus palabras textuales:

“Enseñen bien a los muchachos a leer, escribir y a que expresen lo que piensan. Edúquenles la cabeza, el corazón y las manos. Una persona es más libre cuanto más capaz sea de expresar lo que piensa y lo que siente. Los pobres no se aprecian a sí mismos por pensar que son inferiores. Tienen que enseñarles que, por ser hijos de Dios, son iguales a los demás y que cada uno de ellos vale lo mismo que el hijo de Rockefeller. Si hablan, leen y escriben bien, triunfarán en la vida. Enséñenles esto y también los números para que nadie los engañe. Y sobre todo, quiéranlos mucho que el amor es quien da la confianza”.

- Pero, ¿y los programas? -solíamos preguntarle. - Dejen los programas a un lado. No se preocupen de los programas ni pierdan tiempo exigiendo cantidad de cosas inútiles que a sus muchachos no van a servirles para nada. Si leen bien y ponen en sus manos buenos libros, aprenderán con la lectura todas las materias, serán capaces de aprender siempre por sí mismos. Y si no les enseñan a leer bien, va a ser inútil que les exijan lo que viene en los programas.

De hecho, nosotras tomamos esto tan en serio y pusimos tal énfasis en la expresión que la gente, al ver y tratar a nuestros alumnos, empezaron a decir que el nuestro parecía un colegio de ricos. En abril del 64, tuvimos unas jornadas de formación humana y religiosa con los representantes. Asistieron muchísimos. Nos ayudaron los Padres Castilla y Gaudencio Monje, dos sacerdotes de la diócesis de Soria que el Padre Vélaz contrató por cinco años para que apoyaran el trabajo religioso y pastoral de Fe y Alegría. Después vino el Padre Antonino Lozano. Vivía en Catia, en Altavista. Su trabajo fue esencial en estos tiempos en que Fe y Alegría se estaba expandiendo mucho y los jesuítas no terminaban de darle el debido apoyo al Padre Vélaz. Castilla se regresó a los cinco años, pero Monje y Antonino se quedaron mucho más tiempo.

PROGRESOS DEL COLEGIO

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En Enero del año 65 comenzaron a funcionar las aulas que habían sido construidas en el cerro. El día 15, nos llegaron 108 pupitres, 22 mesitas verdes para el kinder y 176 sillitas. Todo esto había sido hecho en los talleres del Colegio Fe y Alegría de Roca Viva. Y todavía, casi 30 años después, seguimos utilizando esos mismos pupitres, mesas y sillas. De tiempo en tiempo, lijamos los pupitres y los lustramos con crema de zapatos. Quedan como nuevos. Esta idea se la debemos a los muchachos. Cuando llegaron los pupitres y las sillas, se formó una verdadera algarabía y los alumnos, formados en una impresionante cadena, los ayudaron a subir. El 18 de Enero pudimos por fin, con gran ilusión, y a pesar de que todavía no estaban hechas las escaleras para subir, inaugurar las aulas nuevas del cerro. A los pocos días, sin embargo, el 31 de Enero, cayó un palo de agua tan formidable que casi nos lo destruye todo. El lodo bajaba a torrentes del cerro. Durante tres días estuvo trabajando un tractor para arreglar los estropicios. Fue tal el impacto, que cuando veíamos que por Petare se ponía el cielo negro y se acercaba alguna tormenta, sacábamos rápido a los alumnos de las clases y los mandábamos a sus casas no fueran a quedar sepultados en los barrizales si el cerro se venía abajo.

FE Y ALEGRIA SE ME METIO MUY ADENTRO El 13 y 14 de Febrero de 1965, tuvimos la segunda convención nacional de Fe y Alegría. En ella se me metió muy adentro Fe y Alegría. El Dr. José Enrique Arreaza de Maracaibo, habló con tal sentimiento y entrega que me ganó. Vi en él un hombre profundamente comprometido, con una verdadera decisión de trabajar por su gente, por Venezuela. También me impactó mucho el Dr. Vollmer. En dos ocasiones lo vi en el colegio de Fe y Alegría de Banco Unión de Petare asistiendo con toda su familia a los concursos de aguinaldos. Y sus hijos andaban mezclados con los del barrio, como unos más. A mí me hizo mucho bien el palpar el compromiso de los seglares, su entrega, su generosidad, su extremada sencillez. En Abril del 66, iniciamos, por sugerencia del Padre Vélaz, los campamentos vacacionales con los muchachos. En el primero fuimos con treinta varones al campamento Nora, del IMCA, que quedaba detrás del Instituto Pignatelli en Los Teques. Recuerdo que los encargados del IMCA no nos querían prestar el campamento por pensar que nuestros alumnos, por ser del cerro, no sabrían utilizar los baños y que lo destrozarían todo o se lo robarían. Así pensaban de nuestros alumnos. Como no lográbamos convencerlos, el encargado del campamento se presentó un día en nuestro colegio para ver el comportamiento de los alumnos y si era cierto que sabían utilizar los baños.

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Ese primer campamento duró tres días y nos lo dirigió el Padre Monje. Habíamos recibido los locales todo sucios y los entregamos relucientes. Esto impresionó mucho a los encargados y nunca más volvimos a tener problemas para prestarnos el campamento en otras oportunidades. Recuerdo que solíamos ir a las canchas del Instituto Pignatelli y yo conversaba mucho con el Hermano Inicio, a quien le encantaba hablar. Me contaba sus preocupaciones sobre la Nueva Compañía de Jesús. Decía que no sabía a dónde íbamos a llegar pues los novicios hasta se iban a Los Teques al cine. A este Hermano, que era muy alto, lo llamaban los jesuítas el “Hijo del Altísimo”, y recuerdo que un día, uno de nuestros alumnos se quedó mirándole un rato y le dijo: “Padre, ¿por qué creció usted tanto?” Al campamento Nora estuvimos yendo todos los años hasta que empezó a funcionar La Mata. El Padre Vélaz, que era una apasionado de la naturaleza y de la formación en el compañerismo y la dureza, nos alentó y ayudó siempre mucho. En Julio del 68, el Padre Vélaz propició un encuentro de todas las religiosas de Fe y Alegría. Nos invitó a Mérida a unos Ejercicios Espirituales y a unos cursos de formación: el primero, de desarrollo de la comunidad con unos profesores de la Universidad de Oriente, y el otro sobre cooperativismo con el Padre Dorremoechea. El mismo nos dio los Ejercicios Espirituales adaptándolos a la realidad de Fe y Alegría. Nos habló de la santidad como un estado habitual de nuestras vidas, como un quehacer diario. Decía que si nos entregábamos sin reparos a los más pobres, viviríamos una gran satisfacción y que en eso consistía precisamente la santidad. A mí esas ideas me ayudaron mucho, me llenaron de una gran libertad de espíritu. Vi a Vélaz como un padre, un maestro, un legislador de la ley profunda del amor. Para esos Ejercicios Espirituales, nos instalamos en el colegio Timoteo Aguirre en El Valle. Recuerdo que cuando nosotras llegamos desde Caracas, ya era de noche y ya habían cenado las hermanas. El Padre Vélaz nos recibió con gran cariño, nos mostró los baños, y le dijo a una hermana que nos preparara una sopa caliente y que, aunque habían sobrado tortillas, dejara esas para el desayuno del día siguiente y nos preparara a nosotras unas nuevas. Así era el Padre Vélaz: de una gran delicadeza y muy atento. Terminados los Ejercicios Espirituales, se empeñó mucho en que combináramos los cursos que íbamos a recibir con la recreación y el descanso. Los organizadores habían estructurado los cursos para todo el día, pero él insistió en que fuera sólo de nueve a una para que pudiéramos pararnos tarde y nos quedaran las tardes para descansar y hacer excursiones. El estaba pendiente de todo y disfrutaba viéndonos disfrutar. El último día hizo una inmensa fogata con la leña que él y su chofer habían recogido, y estuvimos cantando, echando chistes y

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bromas, disfrutando en torno al fuego. Y nos insistió mucho en que repitiéramos esta experiencia tan bella con nuestros alumnos en los campamentos. Así era el Padre José María Vélaz: un hombre sencillo y generoso, muy original e inteligente, recto en su forma de actuar, respetuoso del carisma de cada una y de las normas y costumbres de cada congregación.

CUESTIONAMIENTO A LA EDUCACION En el año 69 quiso repetir la experiencia merideña pero asistieron ya muy pocas hermanas. En esos días se vivía un fuerte cuestionamiento a la educación. Algunos llegaban a decir que los colegios, tal como estaban, no servían para nada, y que más bien eran un freno para la verdadera liberación. Muchas religiosas entraron en crisis. A esto contribuyó bastante el Padre Ricardo Herrero-Velarde, un hombre brillante, pero de una criticidad extrema. Richard era muy extremista, muy radical, hablaba muy bien y convencía. Yo lo quería profundamente pues estaba convencida de que actuaba de buena fe, pero cuando hablaba me evadía o ponía un muro de concreto para no dejarme tocar por sus cuestionamientos. Yo le solía decir: “Tú tienes que ser santo porque convences. Y si no lo eres, harás mucho daño”. Como yo estaba muy identificada con Fe y Alegría y con mi congregación, no me alcanzó la crisis que empezó a dividirnos y separarnos en Fe y Alegría. Cómo me iban a venir a mí con que la educación no servía cuando yo palpaba cada día sus frutos en los muchachos, en las familias, en el barrio... Y cómo iba yo a aceptar las críticas de intransigencia que le hacían algunos al Padre Vélaz, sobre todo entre sus hermanos jesuítas, cuando yo los sentía a ellos mucho más intransigentes... En el año 69 se comenzó a hablar en el colegio de iniciar el Ciclo Básico Común y se decía que no podrían ser directoras las que no tuvieran título superior. Yo nunca pensé en estudiar. Tenía ya mis cuarenta años y estaba dispuesta a cualquier cosa menos a tener que volver a estudiar. Pero la Madre General me pidió con insistencia que lo hiciera: “Yo sé bien que, por tu experiencia estás capacitada -me decía- pero exigen el papelito. Sácalo, aunque sea con diez, para no tener problemas”. El día 15 de octubre, fiesta de Santa Teresa, fuimos a averiguar en la Universidad Católica. Como sólo quedaban cupos en pedagogía me metí en eso, aunque no me gustaba para nada. De cinco de la tarde hasta las diez y cuarto de la noche, después de todo un largo día de trabajo agotador, teníamos las clases. A pesar de que yo me tomaba un tazón de Nescafé bien fuerte antes de salir de la casa, enseguida me dormía en las clases. Imagínate, yo tan activa, tan nerviosa, sentada horas y horas escuchando a los profesores. Como me daba pena, cuando me empezaba

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el sueño, me salía del salón y me iba a dormir al carro. Mi compañera se quedaba tomando los apuntes y me despertaba para irnos a la casa. Luego, estudiábamos las dos. Tengo que decir que nuestra carrera fue posible por todo el apoyo de nuestra comunidad religiosa. Eramos como un puño. Los sábados nos liberaban de todo otro trabajo y nos mandaban a estudiar. La carrera la hicimos muy bien. Pasamos con 17, 18 y 20. En ese mismo año de 1969 empezamos a vivir aquí pues inauguramos la clausura. Así nos fue posible empezar a vivir en verdadera comunidad y dedicarnos mucho más al barrio y a la gente. Pusimos doble turno y nos volcamos a servir a tiempo completo a los demás.

PLENITUD CON FE Y ALEGRIA Hacia el año 70 pusimos en el colegio talleres de tejidos con cinco telares, y de joyería donde trabajábamos las piedras. El Ministerio de Minas nos regaló las máquinas. Así fue transcurriendo mi vida en total plenitud. En el año 1974, las Hermanas Teresianas nos encargamos también de la fundación en Campo Mata, un antiguo campo petrolero en Anzoátegui que le había regalado a Fe y Alegría la Texaco. Cuando llegaron las hermanas todo eso estaba en ruinas, las casas estaban medio saqueadas, y el monte cubría casi todo. Había tantas culebras que, al comienzo, las Hermanas las conseguían por todas partes, hasta en los pupitres. El Sr. Ascanio, un amigo de la Congregación les envió un libro sobre las culebras para que fueran conociéndolas y en una ocasión la Hna. Carmen Felipe consiguió una camisa de culebra dentro de su zapato. Las Hermanas tenían tanto miedo de que en las noches se les metieran las culebras en sus habitaciones que, antes de acostarse, ponían cebolla picada debajo de las puertas, pues les habían dicho que así no se metían las culebras. Es digno de señalar que en los años 79 y 80 las Hermanas fundaron la Urbanización Santa Teresa en unos terrenos que donó Fe y Alegría. Los alumnos vivían en ranchos de lata, sin agua ni luz, y la Hna. Margarita se propuso construirles unas viviendas dignas. La gente se fue animando, empezaron a moverse a la Gobernación, a Malariología, a todas partes, y lograron que se construyeran las casas. Primero hicieron un lote de 42 casas y luego, en una segunda etapa, otras tantas. En el año 85 estuve por Bolivia en una fundación de Fe y Alegría. Si hubiera dependido de mí, nos hubiéramos metido en el altiplano, en Potosí, pero pensando que esos sitios les iban a resultar excesivamente duros a las Hermanas que llegaban de España, elegimos Santa Cruz, de clima más benigno y gente más abierta. La idea era que, una vez asentados allí, podríamos extendernos a otras partes. Estuve tres años y medio como Directora del colegio San Antonio de Fe y

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Alegría en Santa Cruz, un colegio que habían abandonado las Hermanas de San Vicente de Paúl. Después viví una experiencia maravillosa de apostolado social con los indios quechuas del altiplano. Tal vez esos fueron los días más plenos de mi vida. Durante año y medio compartí en todo su misma vida. Teníamos un toyota y atendíamos 32 pueblitos. Nos la pasábamos entre barrizales, entre ratas y piojos, sin agua, sin luz. Intensamente felices. Y esa gente tan pobre era extremadamente generosa. De lo muy poco que tenían, siempre apartaban algo para nosotras. Si cazaban un animal, un jabalí por ejemplo, nos traían siempre un buen trozo. Ellos me enseñaron mucho, me evangelizaron. De allá regresé otra vez para acá. Me costó mucho regresar porque esos campesinos tan pobres y tan generosos me robaron el corazón. Así ha ido transcurriendo mi vida. Vélaz me ayudó a fraguar mi vocación de Teresiana y de Fe y Alegría. A veces me acusan de ser más de Fe y Alegría que Teresiana, pero yo estoy convencida de que siendo plenamente de Fe y Alegría realizo a plenitud mi vocación de Teresiana.

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22.- YOLANDA DE LEDESMA Fe y Alegría arrancó en Maturín en el año 63. El Padre Vélaz vino por aquí a exponer su proyecto de educar a los más pobres y se reunió con un grupo de personalidades, entre ellas Monseñor Ramírez, a los que logró entusiasmar. Cuando Vélaz vino, yo no estaba en Maturín, y aun así me metieron en la Directiva que se creó para apoyar el proyecto de Fe y Alegría. Debió ser porque conocían mi decisión de apoyar obras que fueran en beneficio de los demás. De hecho, además de fundadora de Fe y Alegría, yo trabajé mucho en las fundaciones del colegio del Santo Ángel, del de las Dominicas, y de la Casa Hogar de las Hermanitas de los Pobres. Tenía tanto afán porque vinieran las Hermanas, que hasta conseguí los pasajes para traerme desde España a las Hermanas del Santo Angel. Después que el Padre Vélaz motivó ese poco de gente, vino la rifa. Como entonces por aquí se conocía muy poco a Fe y Alegría, sólo hicimos en esa ocasión quince mil bolívares. Tuvimos la suerte, sin embargo, de que el Rotary Club se había puesto a construir un colegio tipo (dos aulas y la dirección) en el barrio La Muralla. La idea era que las Hermanitas de los Pobres reunieran allí los muchachos, les dieran clases de catecismo, se dijeran misas... En eso, surgió Fe y Alegría y nos entregaron a nosotros la escuela. Arrancamos con los tres primeros grados, doscientos alumnos, tres maestras y la Hna. Rosario que iba y venía todos los días hasta allí desde el Colegio del Santo Angel. Unos meses después trajeron a la Hna. Castillo para que se hiciera cargo de la dirección. Los alumnos eran muy pobres y faltaban mucho a clases por hambre y porque no tenían ropa con que ir a la escuela. Nos dedicamos entonces a recoger ropa usada para repartírselas a ellos; y para solventar el problema del hambre, conseguimos que la panadería Brasil nos regalara todos los días doscientos panes, y que en el Ministerio nos dieran el Lactovisoy. De este modo, con la presencia de Fe y Alegría, el barrio fue mejorando poco a poco. Para llegar al colegio, los alumnos que venían del barrio La Murallita tenían que pasar un caño, y los recuerdo con los pantalones arremangados y los zapatos en la mano. Ese era un caño muy hediondo, donde la gente tiraba todas sus basuras. Cuando llovía, era imposible atravesar ese caño. Viendo que el colegio nos estaba resultando muy pequeño, solicitamos un amplio terreno en el barrio La Murallita con la idea de construir allí un colegio nuevo. Nos lo cedieron, pero entonces comenzaron los problemas.

PROBLEMAS CON EL BARRIO

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Cuando conseguimos el terreno, la gente del barrio nos lo invadió. Nos costaba mucho convencerlos de que eso iba a ser un colegio para sus hijos. Logramos desalojarlos y, para evitar nuevas invasiones, empezamos a cercarlo. Pero la gente tumbaba en la noche la cerca que los obreros habían levantado durante el día. Si el cemento estaba todavía tierno, sacaban los estantillos de raíz, y si ya estaba duro, destruían a golpes los estantillos. Supimos que el cabecilla que destruía la cerca era un evangélico, de nombre Rafael, que vivía en todo el frente de la escuela. Cuando la Hna. Castillo, Castillito, a quien todo el mundo quería y respetaba mucho, le fue a reclamar, le contestó muy tranquilo:

- “Mire, Hermana, Venezuela es un país muy rico y esto es la parte que a mí me toca”.

Los inicios fueron, pues, muy duros. La gente, azuzada por algunos cabecillas, estaban contra Fe y Alegría. Nos robaban los bombillos, se hacían pupú en los bebederos, en fin, hacían todo lo inimaginable para que nos fuéramos de allí. Debía ser porque estaban convencidos de que ese colegio no iba a ser para los pobres. Y es que, en aquellos tiempos, resultaba inconcebible un colegio privado para pobres. También tuvimos problemas muy serios con la inscripción del plantel. Resulta que el Ministerio había construído cerca del nuestro un colegio oficial, que tenía maestros pero le faltaban alumnos porque la gran mayoría de los muchachos se habían inscrito en el nuestro. Entonces comenzaron toda una campaña contra Fe y Alegría. Decían que nuestros estudios no tenían validez por no estar inscritos en el Ministerio de Educación. La Zona Educativa nos negaba la inscripción y nos echaban para atrás los papeles. Todos vivíamos alarmados y algunos alumnos empezaron a desertar. La Hna. Fuencisla tuvo que ir a Caracas a arreglar el problema con el Padre Aguirre, Presidente de AVEC. En Caracas se alarmaron de que nos negaran la inscripción y enviaron del Ministerio un telex ordenando a la Zona Educativa que nos inscribieran la Escuela. Yo saqué copias de ese telex y las fui pegando por todo el barrio. Afortunadamente, las maestras estaban bien cuadradas con Fe y Alegría. A pesar de los problemas y dificultades, a pesar de que con frecuencia, para llegar al colegio tenían que pasar unos barrizales inmensos donde no entraban los carros, a pesar de que cobraban menos que sus compañeras del Ministerio, siempre dieron la talla. Y la gente, cuando fueron entendiendo lo que era Fe y Alegría, se cuadraron también con nosotros. Recuerdo a la Hna. Castillo con sus pantalones y sus botas de goma al frente de una multitud limpiando el caño que, cuando llovía, se desbordaba y lo inundaba todo. El primer puente sobre ese caño lo conseguimos nosotros a base de lucha y de tenacidad.

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Recuerdo que, en esos primeros tiempos, enviaron al Colegio a la Hna. Berta, una mujer a quien no le gustaba esto porque decía que era puro monte. Un día, como el colegio tenía tan sólo cerca de palos, se metió un hombre con un machete, y la Hermana, que parecía tan cobarde, lo desarmó. En esa época, por esos lugares, el hábito impresionaba mucho, causaba admiración y respecto. La gente, ante los hábitos, se quedaba sin saber cómo actuar. Se me olvidaba decir que cuando salimos de la primera escuela, la de La Muralla, alquilamos los salones al Instituto Nacional del Menor. Con el tiempo, la abandonaron y esos locales se convirtieron en lugares de vicio y perversión. El Gobernador los tumbó y, a cambio de ellos, nos construyó los laboratorios del nuevo colegio.

EL PADRE LEVADURA Yo al Padre Vélaz lo llamaba Padre Levadura porque, cuando hablaba, levantaba masas. Era un hombre que se adelantó muchos años a su tiempo. Por eso no siempre fue comprendido y le tocó sufrir mucho. A mí, Fe y Alegría, junto a las otras instituciones religiosas que ayudé a fundar, me ha dado mucho más de lo que yo les he dado a ellas. Cuando perdí a mi hijo de 23 años, quise tirar la toalla. Fue un golpe terrible, pensé que la vida se había acabado para mí. El trabajar en Fe y Alegría me hizo comprender que muchos otros me necesitaban, que podía seguir siendo madre de infinidad de niños. Eso me ayudó a sobreponerme en mi dolor. Mi hijo estaba estudiando la carrera de veterinario en Córdoba, España, y se vino en unas vacaciones para acá. En una fiesta de toros coleados en Caicara de Maturín, se le reventó la cincha de la silla del caballo, cayó y se desnucó. Tuve la inmensa suerte de contar con un esposo que siempre me apoyó y acompañó en todo lo que hacía. El también fue un gran colaborador de Fe y Alegría. El me llevaba y me traía a todas las diligencias y siempre podíamos contar con él que si para arreglar una poceta, para pintar un nacimiento, para componer una puerta.... El día que murió, de un infarto, un obrero del IAN se quedó esperándolo para venir a trabajar al colegio. Mi esposo conseguía que el IAN le prestara algún obrero y él mismo los iba a buscar.

LA SEÑORA FE Y ALEGRIA En verdad, yo me siento muy realizada a pesar de todos los problemas y las humillaciones que he tenido que sufrir. En este trabajo de estar pidiendo para los pobres, se sufren muchas decepciones y humillaciones. No sólo es las horas de espera, los días perdidos frente a una puerta sin lograr que te reciban, sino también el hecho de que te atiendan sin siquiera levantar la cabeza ni responder

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al saludo, o como en cierta oportunidad que un gerente nos recibió bien arrellanado en su butaca y con los pies encima de una gavera. Pero las satisfacciones pesan más. Entre ellas, las de ir por la calle y que te digan: “Señora Yolanda, ¿no se acuerda de mí? Yo estudié en Fe y Alegría“. O la de ver cómo a muchos se les va metiendo el espíritu de Fe y Alegría y se vuelven distintos, serviciales, generosos... Yo solamente tengo un nombre y un apellido: Fe y Alegría. La gente me conoce como la Señora Fe y Alegría. Con el nuevo colegio de Maturín, el José María Vélaz, en Sabana Grande, también tuvimos muchos problemas. Primero conseguimos un terreno y cuando ya lo teníamos completamente cercado con una cerca que entonces nos costó 80.000 bolívares, nos lo invadieron. El entonces Director de Fe y Alegría en la Zona de Oriente, Padre Sebastián Altuna, se opuso decididamente a que desalojáramos a esa gente y perdimos el terreno. Lo más triste del caso es que, el año siguiente, desalojaron a la gente y construyeron allí un liceo. ¿Sería que alguien tenía intereses porque lo invadieran? Nos dedicamos a buscar otro terreno y lo conseguimos en Sabana Grande. Enseguida empezaron de nuevo los inconvenientes. La comunidad decía que el terreno estaba reservado para módulo policial, para dispensario y para escuela. El cacique del lugar alborotó a la gente contra nosotros. Fuimos a una reunión donde tratamos de explicar que Fe y Alegría necesitaba todo el terreno pues tenía planes de poner también talleres. El cacique seguía firme contra nosotros. Entonces yo les dije: “Nosotros venimos a fundar una buena escuela para sus hijos. Si no nos quieren, nos vamos. Donde no nos quieren, sacudimos el polvo de nuestros zapatos y nos largamos”. Se realizó una votación, y sólo tres personas votaron a favor de Fe y Alegría. A los pocos días, nos vino a buscar un maestro. Decía que la gente quería la escuela de Fe y Alegría, pero que le tenían mucho miedo al cacique, que andaba diciendo que lo de gratis era mentira, que muy pronto comenzaríamos con las exigencias y la pedidera. Nos insistía que fuéramos a otra reunión. Nosotros nos hicimos un poco los duros, y decíamos que ya no estábamos interesados. La gente empezó a venir a rogarnos que fuéramos y, como nos insistían tanto, volvimos. Mientras se construía el colegio, comenzaron las clases en unas casitas del barrio. En Semana Santa, y a pesar de que el colegio estaba todavía sin terminar, nos mudamos a él. Conseguimos algunos pupitres del otro colegio, y muchos niños se sentaban en bloques o traían de las casas sus sillitas. Así, como es común en tantas fundaciones de Fe y Alegría, fuimos avanzando.

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23.- HNA. AMPARO MORENO -“CASTILLITO” (Santo Angel) En el año 63, yo estaba en San Juan de Los Morros y la Madre Concepción me envió a Maturín para que me encargara de la dirección del colegio que Fe y Alegría acababa de fundar. El colegio arrancó en octubre del 63 en una casa que donaron los Rotarios en el barrio La Muralla. Yo no tenía entonces ni idea de Fe y Alegría y cuando me nombraron directora, me asusté muchísimo. Temía no estar lo suficientemente preparada pero pensé: “Si es necesario, Dios pondrá las palabras en mi boca cuando tenga que hablar”. Al llegar a Maturín, me encontré con la Sra. Yolanda, el alma de Fe y Alegría, una mujer muy entregada y luchadora. Enseguida nos hicimos grandes amigas y juntas nos dispusimos a enfrentar todas las dificultades.

PROBLEMAS Y MAS PROBLEMAS La escuela estaba en un terreno que, cuando llovía, se convertía en un tremendo barrizal. No había calles y todo era barro y más barro en tiempo de lluvias, y arenales en verano. A mí me solía llevar al colegio el Sr. Ramón Ramírez, “Moncho”, que era Presidente de Fe y Alegría de Maturín y tenía sus hijas en el colegio del Santo Angel. Dejaba sus hijas en el colegio y me llevaba a mí a Fe y Alegría. Cuando no podía llevarme, me tocaba irme en autobús y de ahí caminar hasta el colegio. Recuerdo que, en una ocasión, estaba yo en el colegio cuando escuché que me llamaban a gritos. Salgo y me encuentro con el Padre Vélaz y su chofer todo embarrados y con el carro pegado en el barrizal. Cerca había unos hombres sentados, viéndolo todo, pero nada de moverse a echar una mano. Yo me acerqué y les dije:

- Muy bonito, ustedes sentados mirando y el pobre Padre con el carro pegado en el barro...

Entonces ellos se pusieron a ayudar y sacaron el carro. En aquellos días sí era bien cierto eso de que “Fe y Alegría comienza donde termina el asfalto”. Después de unos años, la Creole nos regaló un carro usado y yo lo manejaba para ir y venir del colegio a la casa de mi comunidad del Santo Angel. La Madre Superiora me reclamaba que yo corría demasiado. Hasta que un día le dije:

- No la entiendo, Madre. Usted me dice que no corra tanto y, cuando llego tarde al examen de conciencia, me forma todo ese problema. Si para usted es tan importante el que llegue a tiempo, o me mato o llego puntual.

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Cuando llovía era imposible llegar con el carro hasta el colegio. Y, en verano, se formaban tremendos arenales por los que el carro se iba. Una vez, estaba yo llevando al colegio al Padre Vélaz y le iba contando los últimos acontecimientos. Al llegar a uno de esos arenales, me callé para concentrarme en el manejo, y el Padre Vélaz, que era tan impaciente, me dijo: “Siga, Hermana, si no quiere que me dé un infarto”. Los alumnos del colegio eran muy pobres. Algunas niñas sólo tenían un único vestidito para ir a clases, y como insistíamos tanto en la limpieza, en que no por ser pobres tenían que andar sucias o descuidadas, había mamás que cuando sus hijas llegaban de la escuela, les quitaban el vestidito, se lo lavaban y lo ponían a secar para el día siguiente. No tenían ni para lápices y cuadernos, y nosotras nos la pasábamos pidiendo para conseguírselos. Las familias y alumnas del Colegio Santo Angel colaboraron siempre mucho con Fe y Alegría. Al poco tiempo de empezar la escuela, pusieron en el barrio La Muralla una escuela nacional, el grupo escolar San Simón. Como muchas familias preferían a Fe y Alegría, el Director empezó contra nosotros una guerra sucia. Decía que las maestras no estaban graduadas, y hacía valer su influencia para que nos negaran la inscripción. Muchas mamás comenzaron a alarmarse pues, al no estar inscrita la escuela, temían que sus hijos perdieran el año. La cosa se puso tan fea que tuvimos que ir a Caracas y arreglar el problema desde allí. Después, cuando nuestros alumnos llegaron a sexto grado, vino a examinarlos un jurado que les puso una prueba llena de trampas para rasparlos a todos y desacreditar así nuestro colegio. La Hna. Elicena se opuso a que pasaran esa prueba y exigió que les hicieran un examen adecuado. Aunque habíamos alquilado dos casas más, la escuela resultaba muy pequeña y conseguimos un terreno en el barrio La Murallita para construir allí el nuevo colegio. No sabíamos las dificultades a que íbamos a enfrentarnos. Primero, nos invadieron el terreno. El cabecilla de la invasión era un evangélico, Rafael, que cuando le reclamé que ese terreno era de Fe y Alegría me contestó muy tranquilo: “Hermana, Venezuela es un país muy rico y este trozo de terreno es lo que a mí me toca”. Tuvimos que ir donde el Gobernador, Alfaro Ucero, que envió unas patrullas y mandó desalojar el terreno. Entonces, para evitar que nos volvieran a invadir, se nos ocurrió bendecir el lugar pensando que al ser tierra bendita la respetarían. Planificamos muy bien el acto de la bendición, con banda y todo, y discursos sobre lo que era y se proponía Fe y Alegría. Después, cuando empezamos a construir la cerca, en la noche nos destrozaban el trabajo y aparecían los estantillos por el suelo. Yo empecé a averiguar y descubrí que quien los tumbaba era Rafael. Parece ser que él se había hecho ilusiones de conseguir allí trabajo como vigilante, y para que se viera

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más la necesidad del cargo, hacía él mismo todos esos estropicios. Lo mandé llamar y vino muy risueño creyendo que le iba a ofrecer el puesto de vigilante.

- Tú eres el que nos está tumbando los estantillos -le dije con firmeza.

El se puso como la cera y empezó a negar desconcertado. Hasta se arrodillo frente a mí negando.

- Levántate y habla como un hombre -le dije-. Tengo muchas pruebas y testigos de que eres tú.

Desde ese día no volvió ya más a molestarnos.

LA QUEBRADA Y EL PUENTE Entre los barrios de La Muralla y La Murallita había una quebrada donde botaban toda la basura, hasta animales y camas y colchones viejos. Estaba inmunda y algunas mamás llevaban a sus hijitos a la escuela cargándolos y saltando de piedra en piedra. Cuando llovía, como había tanta basura, se desbordaba la quebrada y lo inundaba todo. En todas las reuniones de representantes planteábamos la necesidad de limpiar esa quebrada, pero nada. Hasta que un miércoles santo, cuando ya nos habíamos mudado a La Murallita, bajé a la quebrada y empecé a limpiarla. Me di un resbalón, caí, me falseé una mano y, llena de rabia, me fui al colegio, me puse unas botas de goma, unos pantalones y una bata encima y volví con la decisión de limpiar la quebrada. Poco a poco, todo el mundo se fue metiendo dentro y empezó a trabajar. Eso fue como una fiesta. Yo iba a la casa y traía sandwiches y refrescos. Estuvimos trabajando durante todo el día y la quebrada quedó limpiecita. Sacamos muchos camiones de basura. A mí me tomaron ese día unas fotos, las envié a España, y cuando las Superioras me vieron en esa facha, casi me botan de la Congregación. Decían que era una atrevida y que no había otra como yo. Una vez que limpiamos la quebrada, empezamos la lucha por el puente. Íbamos a la Gobernación, al Concejo, por todas partes nos decían que sí, pero nada. El Gobernador de entonces era copeyano y siempre que me veía, me decía: “Hermana, el puente va. No se preocupe que el puente va”. Por fin, el puente lo hizo el Concejo que estaba en manos de los adecos. Lo inauguramos con una gran fiesta. Al tiempo, volví a la Gobernación, no recuerdo por qué asunto, y el Gobernador, al verme, me empezó con la cantaleta de siempre: “Hermana, el puente va. No se preocupe que el puente va”. El hombre ignoraba que ya estaba completamente construído.

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AVANCES DEL BARRIO Y DEL COLEGIO Cuando todavía no estaba terminado el colegio de La Murallita, nosotras nos mudamos al barrio, a una casa perfectamente acomodada que nos entregó Yolanda. Creo que eso fue en el 68. Vinimos al barrio la Hna. Angela, la Hna. Petra y yo. La Murallita era uno de los peores barrios de Maturín, zona de prostitución. Desde nuestra casa oíamos los pleitos y peleas. Casi no había viernes en que no se entraran a machetazos y hubiera algún herido y hasta muertos. Un día, yo fui donde la vecina y le reclamé por la pelea que había habido en la noche en su casa. Ella me negaba que hubiera sido en su casa, hasta que yo le dije:

- Mujer, no niegue nada que yo lo vi todo desde mi ventana. Luego, los obreros del colegio solían comentar que las mujeres les decían a los hombres que las visitaban:

- “No griten ni formen escándalos que las Hermanitas lo ven todo desde la ventana”.

Poco a poco, con la presencia del colegio, el barrio se fue saneando. Las casas de prostitución se mudaron a otro sitio. El colegio también prosperó muchísimo. Teníamos nuestra buena banda de guerra que desfilaba en todas las fiestas y acontecimientos. Yo siempre marchaba al frente de ellos y disfrutaba muchísimo. Los uniformes los hacíamos en el taller de corte y costura y los muchachos llamaban la atención por lo elegantes que iban. Ese taller lo había montado yo. También teníamos unos extraordinarios conjuntos de aguinaldos. Todos los años íbamos a concursar a Miraflores, en Quiriquire, y no hubo ningún año en que no nos trajéramos alguno de los premios. También en cierta oportunidad concursamos con los alumnos del colegio de Fe y Alegría del Barrio Unión de Petare en el programa de Renny Ottolina. Estuvimos varios días en Caracas y todo el alojamiento de los alumnos corrió por cuenta de ese extraordinario animador que era Renny, un muy buen amigo de Fe y Alegría. Con el conjunto de aguinaldos íbamos también por todas las emisoras de Maturín, y muy en especial a Radio Monagas donde todos los domingos teníamos un programa radial que se llamaba “Para Monagas con Fe y Alegría”. Ese programa duró como dos años. En él participaban maestros, alumnos y representantes de Fe y Alegría y lo escuchaban mucho. Hacía el año 78 pusimos un taller de tejido con unas máquinas que nos regalaron los Rotarios. Para poderlo dirigir y enseñar a otros, yo me fui un tiempo

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donde las Hermanas de Fe y Alegría de Antímano que tenían también su buen taller de tejidos. Aprendí a tejer allí lo cual no me resultó nada difícil pues yo ya era una experta en el bordado. Resulta que cuando mis padres conocieron mis intenciones de hacerme religiosa me sacaron de la escuela y me pusieron a bordar para sacarme de la cabeza esa idea de hacerme monja. El taller de tejidos lo iniciamos con un grupito de señoras de la comunidad y logramos realizar una gran labor. Después, con el Padre Echeverría, que era entonces el Director de la Zona Oriental de Fe y Alegría, fuimos a Puerto La Cruz a buscar unas máquinas que tenían las Hermanas de la Presentación y que no estaban utilizando. Por tres mil bolívares nos vendieron dos máquinas industriales y una manual que valían más de veinte mil. Con esa dotación el taller se desarrolló mucho y pudimos hacer uniformes, sábanas para los comercios, sueters, medias... Tuvimos tanto éxito que hasta de Estados Unidos hacían pedidos a nuestro taller de tejidos.

MI VIDA HA SIDO MUY FELIZ Mi vida con Fe y Alegría ha sido muy plena y feliz. Los tiempos del comienzo, cuando teníamos tantos problemas, fueron para mí los mejores. Cómo gozábamos con los esfuerzos, con los pequeños detalles, con los éxitos. Yo solía meterme en todo y nunca me cansaba. Estaba tan llena de vida y de entusiasmo que no podía entender cómo otras podían cansarse. Los Padres Dominicos nos ayudaban muchísimo. Querían a Fe y Alegría con toda su alma. Durante ocho años trabajé sin descanso por Fe y Alegría sin cobrar un centavo. A mí me mantenía la Congregación y era feliz entregando mi vida por los pobres. Olvidarme de mí para servir a los demás me dio una gran fuerza y felicidad. Recuerdo que cuando murió mamá yo iba al colegio para que se me bajara la tristeza, porque si me quedaba en la casa con mi dolor no lo podía soportar. En el colegio, con la gente, sentía alegría y podía sobreponerme a mi tristeza. Los 25 años que he pasado en Fe y Alegría han sido plenos. Me costó muchísimo salir de Maturín, pero acepté la decisión de mis Superioras con generosidad. Me enviaron a La Guanota, el colegio de Fe y Alegría en Apure, pero allí sólo duré diez meses. Sentía que me habían enviado allí sin ser realmente necesaria, no encontraba mi lugar, no podía recuperar mi alegría. Entonces, me cambiaron. Estuve un tiempo en la experiencia campesina de Sierra Imataca. Allí, aunque no estaba con Fe y Alegría, trabajaba con verdadera fe y alegría. En Fe y Alegría aprendí mucho de la gente, sobre todo los pobres. No sé si yo he evangelizado o más bien ellos me evangelizaron a mí. Recuerdo a una maestra, Ramoncita Guacare, que cuando ganaba 400 bolívares, a pesar de ser muy pobre, todas las quincenas apartaba parte de su sueldo para pagar la beca

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mensual de algún alumno. Era una maestra callada, servicial, que nunca andaba diciendo lo que hacía. Muchas mamás que conocían su generosidad llegaban a pedirle para medicinas y ella siempre les daba algo. Esta maestra siguió formándose y se gradúo de profesora. Ella es un tesoro de la escuela. Tengo la enorme satisfacción de encontrarme con antiguos alumnos que son grandes profesionales. A veces, iba por las calles de Maturín y cuando alguien me saludaba con cariño y yo no lo reconocía, me solía decir: “Cómo no va a acordarse de mí, Hermana, con las veces que usted me espabiló”. Porque yo, cuando los veía distraídos o medio dormidos, los agarraba, les daba un buen pellizco y les decía: “Ya vas a ver cómo te voy a espabilar yo”. Siempre consideré al Padre José María Vélaz como a un verdadero padre. Se preocupaba mucho de nosotros las religiosas, estaba pendiente de que nos formáramos lo mejor posible y también de que descansáramos pues decía que las Hermanas de Fe y Alegría trabajábamos demasiado. El quería que cada congregación tuviera su casa de descanso en El Valle de Mérida. Durante los años 67 y 68 nos reunió a las Hermanas que trabajábamos en Fe y Alegría. El mismo nos dio los Ejercicios Espirituales y después organizó un curso de cooperativismo con el Padre Echeverría y otro de Trabajo Social con unos profesores de ORDEC. Estábamos alojados en el colegio Timoteo Aguirre, y él les reclamaba a los profesores que no nos hicieran trabajar tanto: “No me las apuren, que estas Hermanitas necesitan descansar”, les decía. Vélaz tenía unos ideales grandiosos y todas las Hermanas que comenzamos en Fe y Alegría lo queríamos como a un padre verdadero. Después llegaron otras hermanas más jóvenes que empezaron a criticarlo. A mí me parecía que eran injustas y no podía entender cómo se expresaban de él. Lo atacaban sin conocerlo realmente. Se dejaron influir por las ideas de algunos jesuítas que nunca entendieron ni apoyaron a Vélaz. A mí él siempre me llamaba cariñosamente “Castillito”.

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24.- PADRE CESAR ASTIZ (Jesuíta) Yo empecé a trabajar en Fe y Alegría el 7 de marzo de 1964. Estaba en Los Chorros y llegó el P. Vélaz diciéndome que estaba destinado a Fe y Alegría. Parece ser que mi destino se debió a que vino a Venezuela el Padre José Manuel Vélaz, Provincial de los Jesuítas de Loyola, y planteó enérgicamente que su hermano José María no podía seguir encarando la obra de Fe y Alegría prácticamente solo, sin ayuda de la Compañía. Para esos momentos, sólo trabajaban con él los Padres Jesús María Baquedano y Epifanio Labrador. Baquedano se dedicaba fundamentalmente a la rifa, y Labrador a la Pastoral. Pero la Compañía estaba renuente a apoyar con decisión al Padre Vélaz. Pesaba demasiado el reciente descalabro de la Cooperativa Javier, que tantos problemas económicos le había supuesto a la Compañía y temían que la obra de Vélaz terminara en un fracaso semejante. Ante la presión del P. Provincial de Loyola, el Vice-Provincial de aquí, P. Víctor Iriarte, le dijo: “¿A quién le ponemos?”. Anteriormente, el P. José María Vélaz había intentado conseguir a los Padres Micheo y Echeverría, pero no le fue posible. Micheo estaba destinado a la Universidad Católica, y Echeverría andaba entusiasmado con lo de las cooperativas. José Manuel Vélaz invitó personalmente a Martínez Galdeano a trabajar en Fe y Alegría, pero tampoco fue posible pues Galdeano estaba metido de lleno con los sindicatos. Fue Galdeano el que le sugirió mi nombre. Entonces, José Manuel Vélaz me abordó en un paseo para ver qué pensaba yo de trabajar en Fe y Alegría. A mí me pareció evidente. Como me había formado para trabajar en lo social, tenía que aterrizar o con José María Vélaz o con Manuel Aguirre, que eran entonces los dos que estaban abriendo caminos. Como ya dije, empecé a trabajar en Fe y Alegría un 7 de marzo. Primero me llevó Vélaz a conocer Venezuela. Estuvimos por San Cristóbal visitando barrios con la idea de poner allí algunas escuelas de Fe y Alegría. De ahí pasamos a Cúcuta a hablar con el Obispo. Muy diplomáticamente el Obispo no le apoyó. No entró Fe y Alegría en Cúcuta. De Cúcuta pasamos a Maracaibo donde estuvimos con el P. Pascasio Arriortúa, alma junto con el Dr. José Enrique Arreaza, de Fe y Alegría en el Zulia. De Maracaibo, regresamos a Caracas. Yo ingresé a Fe y Alegría en calidad de adjunto de Vélaz. Al poco tiempo, se fue Vélaz a Ecuador y quedé encargado de Fe y Alegría. Estábamos entonces en plena campaña-rifa. Vélaz regresó a cerrar la campaña. Cuando terminamos con la rifa, se me ocurrió dar un día libre para compensar todos los trabajos extras, pues realmente la gente había dado la talla. A Vélaz le debió disgustar mucho esta medida, y me abordó en el comedor del Colegio San Ignacio.

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- Es que tú no sabes ni dónde tienes la mano derecha -me dijo con un tono de pocos amigos. Me dio un tremendo regaño. La verdad que no me hizo mucha gracia. A veces tenía unas salidas muy bruscas, que resultaban ofensivas. No era nada fácil trabajar con él.

En octubre y noviembre fui a Maracaibo a ayudar al Padre Pascasio. Para entonces, en Maracaibo funcionaban El Manzanillo, Altos de Jalisco y La Rinconada.

ENCARGADO DE LA ZONA CENTRO-OCCIDENTAL Cuando en diciembre regresé al colegio San Ignacio de Caracas, Vélaz me dijo:

- ¿Por qué no te vas para el interior a fundar Fe y Alegría por Barinas?

Así fue cómo en enero del 65 empecé a estructurar la Zona Centro-Occidental con sede en Barquisimeto. Mi residencia, sin embargo, seguía siendo el colegio San Ignacio de Caracas. Dadas las dificultades de movilización, le planteé al P. Vice-Provincial, Víctor Iriarte, si no sería bueno que me comprara un Volkswagen. Iriarte no lo vio conveniente y me dijo: “Todos los de Fe y Alegría mucho trabajar con los pobres y enseguida quieren tener carro”. Estuve seis meses recorriendo la zona en carritos por puesto. Para entonces funcionaba ya en Barquisimeto el Colegio Juan XXIII, que estaba a cargo de las Hermanas del Santo Angel. El Padre Carricaburu que era entonces el Rector de Colegio Javier de los Jesuítas ayudaba mucho. También funcionaba el colegio de Guanare, aunque no tenía monjas. Había comenzado con una Hermana colombiana, pero se había marchado. Yo empecé los contactos para traer de Ecuador a Las Siervitas. Me tocó construir la casita de las Hermanas, con el Dr. Guédez, que era Presidente de Fe y Alegría de Guanare. Pusimos también en Guanare una escuela nocturna para los adultos. El Director de la Zona Educativa pretendió imponernos como Directora a su amante. Nosotros nos rebelamos y tuvo que echarse para atrás. En Acarigua, Fe y Alegría había comenzado una escuela en el barrio Bella Vista en octubre de 1964. Tenía 150 alumnos y la llevaban la Hna. Oliva, del Santo Angel, y la maestra Guadalupe de Reyes. El colegio de Acarigua prosperó pronto muchísimo con el impulso de las Hermanas del Santo Angel. Recuerdo en especial a la Hna. Jesusa, alma de la comunidad. En esos tiempos, ayudaba mucho al colegio el empresario Concho Quijada.

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En Mérida, estaba en construcción el colegio del Valle. Acababa de morir el joven Timoteo Aguirre, cuando una noche fue embestido por un carro mientras pegaba afiches de Fe y Alegría en las calles de Mérida, y su hermano Julien Aguirre se propuso dedicar todas sus energías a terminar el colegio que habría de llevar el nombre de su hermano.

FUNDACIONES EN BARINAS. TOVAR Y SAN CARLOS Desde Barquisimeto, me fui metiendo en Barinas. Me puse al habla con las Hermanas del Colegio El Pilar, cuya Superiora era la Madre Inmaculada. Entre la Madre Isabel Linares y yo empezamos la fundación de un colegio. Tras muchas gestiones ante el Concejo Municipal, nos cedieron un terreno de un poco más de tres hectáreas. Para conseguir las cuatro que necesitábamos, les compré las tierras a unos campesinos. Después de esto, tuvimos que lidiar mucho porque se negaban a salir. En Barinas, la Junta Directiva estaba entonces presidida por José Agustín Figueredo. Para la construcción hablamos con la Mobil, quien después de muchas gestiones, idas y venidas y promesas, nos regaló una casa de la que sólo pudimos aprovechar los techos. Las clases comenzaron en Barinas bajo unos árboles. Gracias que la Hna. Linares era de armas tomar y no le paraba a las dificultades. Posteriormente, Malariología nos regaló una casita y con los esfuerzos de la rifa y mucho sacrificio pudimos ir construyendo el colegio y la casa de las Hermanas. El colegio de Barinas lo hizo Gerardo, que era entonces el constructor de Fe y Alegría. Lo había iniciado Rubén, el que hizo la Casa de Retiros del Valle, pero se fue porque no soportó el calor de Barinas. En el año 66, fundé junto con la Presidenta del Concejo, Elba Vivas, Fe y Alegría de Tovar. Nos donaron el edificio del hospital viejo, que estaba en el centro del pueblo y que nosotros acomodamos para aulas. En Tovar ayudaron mucho las Hermanas de La Presentación, y en los orígenes del colegio colaboraron algunos estadounidenses del Cuerpo de Paz. La primera Directora fue la Señora Mercedes de Cadenas. Pronto tuvimos serios problemas, pues siendo ella como de sesenta años, se casó con un peón de veinte. En un pueblo tan conservador, empezó toda una ola de rumores y no nos quedó más remedio que sacarla. Todos los meses iba yo a Tovar. En cuatro años le puse yo a mi Volkswagen trescientos mil kilómetros. Así estuve durante cinco años, hasta octubre del 69, dando vueltas de aquí para allá. A los seis meses de este ir y venir había comprado ya un Volkswagen, y desde el año 66, el P. Provincial, Francés, me permitió dirigir la Zona desde Barquisimeto, y no desde Caracas como lo tuve que hacer en los dos años anteriores. En Barquisimeto empecé a vivir en la comunidad de los que trabajaban en apostolado social, promoviendo sobre todo las cooperativas. Lo pasé muy mal. Mi horario era de colegio y ellos trabajaban fundamentalmente en las noches. Como vivíamos en una especie de camarillas o cuarto colectivo, se

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oía cualquier ruido y me lo reclamaban. Entonces, me fui al Colegio Javier. El Padre Carricaburu me dio una habitación junto a la escalera. Por esos días, vino a trabajar en Fe y Alegría el estudiante jesuíta Michel Castellot y en esa pequeña habitación nos acomodamos los dos. Para esos tiempos yo ya había fundado una oficina de Fe y Alegría en Barquisimeto, en el edificio del Banco Unión de la Avenida Vargas. El Colegio Juan XXIII andaba en una situación económica caótica, con enormes deudas, y para sanear la economía, no tuve más remedio que botar al secretario, a la secretaria y al contable. Quedé solo en Fe y Alegría. El P. Carricaburu me entregó la Escuela Popular San Ignacio, que pasó a ser una escuela de Fe y Alegría en vez de ser la obra social del Colegio Javier. Este colegio me ayudó muchísimo y así pude saldar el enorme déficit que tenía el Juan XXIII. Recuerdo que hicimos en el Javier una vendimia que nos dejó más de 45.000 bolívares limpios. Con la ayuda del Club de Leones iniciamos la construcción de la escuela de San Francisco de Sales. En mi tiempo, logramos construir los dos primeros salones. La obra la continuaría posteriormente el P. Castiella. También compré una finca por 35.000 bolívares a un cubano, que era el gerente de helados Efe. Tenía siete hectáreas y un tractor. Me había animado mucho a comprarla el P. Lasarte, pues me decía que era un lugar maravilloso para tener convivencias con los muchachos y retiros. Nunca se llegó a utilizar, y el P. Marquínez, cuando se encargó de esta Zona, la vendió. En el año 65, empecé a trabajar duro en la fundación de una escuela de Fe y Alegría en San Carlos de Cojedes. Con la ayuda del párroco, que estaba muy entusiasmado porque fundara allí Fe y Alegría, empezamos a reunir a la gente y formamos una Junta de cinco personas. Entre los cinco no fueron capaces de escribir ni una sola carta para solicitar un terreno. Con la rifa, conseguimos recoger en San Carlos unos 4.000 bolívares y como entonces pusieron de Presidenta de la Junta de Fe y Alegría a la esposa del Gobernador, pensamos que nos sería fácil conseguir muchas cosas y empezamos la construcción del colegio con un constructor italiano. Cuando ya teníamos levantada aproximadamente la mitad del colegio, el hombre se negó a continuar porque le debíamos 18.000 bolívares. A la Señora del Gobernador se le había enfermado la mamá y no estaba para otras cosas. En esas, quitaron a su esposo de Gobernador y todas nuestras esperanzas se fueron al zipote. Nunca logramos con esa señora ni un céntimo. Para rebajar la deuda al constructor de 18.000 bolívares, el P. Vélaz me dio 3.000, con lo que la bajamos a 15.000. Además, me envió a Domínguez, que era ingeniero y secretario de Fe y Alegría, quien hizo un avalúo de la obra y le rebajó otros tres mil bolívares a la cantidad que decía el italiano. Quedaban, sin

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embargo, todavía por pagar 12.000 bolívares. Quedamos en que le pagaría cada mes quinientos bolívares. Por fin, cuando se le debía unos 4.500 o 5.000, el italiano, probablemente fastidiado ya, me dijo un día: “Mire, Padre, si me da de una vez 3.000 bolívares, saldamos de una vez la cuenta y dejamos esto en paz”. Durante un buen tiempo, el colegio quedó a medio construir. Por mucho que visitaba la Gobernación y Obras Públicas del Estado, y a pesar de que me llenaban de ilusiones y promesas, no me dieron nunca nada. En esos días, en que yo andaba ya medio decepcionado y cansado de tanta inútil pedidera, llegó Txomin, ese optimista por naturaleza, que me animó muchísimo. Por fin, en tiempos del Dr. Caldera me brindaron ayuda concreta y se pudo continuar la obra. No pude verlo terminado, porque me enviaron a Cumaná. Después de mí, vino a encargarse de la Zona el joven estudiante jesuíta Javilo Arrúe. Cuando el colegio de San Carlos de Cojedes estuvo listo, el entonces Director de la Zona de Fe y Alegría Centro-Occidental, Ignacio Marquínez, entregó el colegio al Ministerio por no poder conseguir una congregación de religiosas que quisieran encargarse de él. En definitiva, tantos esfuerzos y tantos sinsabores que yo sufrí por ese colegio de San Carlos, no sirvieron para nada.

FUNDACION DE FE Y ALEGRIA EN CUMANA El P. Provincial me mandó de párroco a Cumaná y me sustituyó en la Dirección de Fe y Alegría de la Zona Centro-Occidental el estudiante jesuíta Javilo Arrúe. Cuando llegué a Cumaná, funcionaba ya un colegio de Fe y Alegría, el Madre Alberta, en Caigüire. Antes de que yo llegara, lo habían atendido los Padres Castiella y Carricaburu. Para encargarse de dicho colegio, llegaron las Hermanas de La Pureza de María y yo empecé a construirles la casa con Larrañaga. Resulta que, estando en la Parroquia de San Luis, Adveniat nos mandó sesenta mil bolívares pues le habíamos hecho una petición para construir una casa a las Hermanas de la Parroquia. Con el visto bueno del supervisor de Adveniat, dedicamos ese dinero a la construcción de la casa de las Hermanas del Colegio de Fe y Alegría Madre Alberta. Para poderla terminar, el P. Pernaut, de la Universidad Católica, nos dio 40.000 bolívares que él tenía de las ventas de sus libros de economía pues él era un notable profesor de economía. Para terminar la casa, puse yo un obrero y de Obras Públicas me enviaron diez y casi me echan a perder al único obrero que yo había puesto y que estaba dispuesto a trabajar de verdad. Para ayudar al barrio, las Hermanas repartían ropa y pusieron también una lavandería. En el año 71, fundé el segundo colegio de Fe y Alegría en Cumaná, el San Luis, que lleva el mismo nombre de nuestra parroquia y que nació junto a ella. Había allí un muchacho de muy buena voluntad, que se llamaba Benito, que hacía lo que buenamente podía y daba clases a un montón de niños por su cuenta. Yo hablé con él para ver si hacíamos algo más serio y consistente, y así

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fue como surgió la escuela. Por un tiempo funcionó en unos ranchos alquilados y sin pupitres ni nada. La primera maestra fue Ivón Cova que empezó atendiendo algunos de los alumnos de Benito. Poco después conseguimos ayuda y empezamos a construir una R-3. Al finalizar el año, hablé con el Director de Educación del Estado quien me consiguió unos maestros estadales. Con ellos pusimos doble turno y hasta empezamos clases para adultos en las noches. Pero el Director que había puesto la Secretaría de Educación no pegaba ni golpe, eran más los días que no se reportaba por el colegio, y la cosa no marchaba. Afortunadamente, al poco tiempo llegó la Hermana Ana Gelavert, quien pronto se constituyó en el alma del colegio y de toda Fe y Alegría de Cumaná. Con ella, las cosas empezaron a marchar de mil maravillas. Como yo además de Fe y Alegría atendía la parroquia y era capellán de siete puestos de la Guardia Nacional, incluido el de Margarita, viendo que no daba para tanto, fui dejando las responsabilidades de Fe y Alegría en manos de las Hermanas.

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25.- HNA. ISABEL LINARES (Presentación de Granada) (En la conversación estuvieron también presentes las Hermanas María Luisa y Encarnación y la Sra. Cecilia Romero quienes aportaron datos importantes).

Yo estaba en Barinas, en nuestro colegio El Pilar, y oía hablar mucho de las escuelitas que Fe y Alegría estaba fundado por los barrios. Llegó un día el P. Astiz con la idea de que Fe y Alegría debía establecerse en Barinas. Siempre los llanos fueron para el P. Vélaz un sueño y un reto. Astiz vino en plan de reclutar monjas para empezar la escuela. “Aunque sea una”, insistía él. Me tocó a mí, pero ¿dónde fundar Fe y Alegría?. Empezamos a recorrer Barinas con un carro viejo hablando con la gente y pidiendo aquí y allá. No hacíamos otra cosa que puro pedir. El Concejo nos dio un terreno, pero más nada. Por fin, después de tanta pedidera, la Mobil nos dio unos materiales de una casa prefabricada que, a la hora de la verdad, nos sirvieron de bien poco. De nuevo el Concejo nos tendió su mano: nos dio un maestro y nos dijo que nos ayudaría con el pago de otro más. Y así, sin tener ni locales, ni pupitres, sin nada, decidimos comenzar las clases. Sólo teníamos un terreno, puro monte, sin calles ni nada que se le pareciera. Pusimos un cartel “Se abren inscripciones”. Nos llovieron muchachos de todos los colores. Como doscientos o más llegaron a inscribirse.

LOS INICIOS DE BARINAS Llegó el día de iniciar las clases. Acudió toda esa muchachera. Las maestras andaban todas nerviosas. Yo no pensaba en nada, no sabía qué hacer. Sólo se me ocurrió decir: “A formar todos y a cantar el himno nacional”. Lo cantamos como pudimos. La mayoría no lo sabía. Terminamos el himno y me dijeron las maestras:

- ¿Dónde metemos a todos estos muchachos? Yo, aunque estaba llena de miedo, no vacilé:

- Tú agarras los chiquitos y los metes en aquella bodeguita, le pides permiso a la señora, ya verás que te lo da. Rubio que agarre los más grandes y se los lleve debajo de aquel árbol. Yo me quedo con los medianos y ya veré dónde los meto.

Así fue que comenzamos. La nuestra era una escuela ambulante. Cada día yo trabajaba en un sitio diferente. La gente nos ofrecía sus casas con total generosidad: “Venga para acá, hermanita”, “hoy toca en mi casa“, así nos decían.

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Cerca de nuestro terreno había un ranchito cerrado con candado. Se me ocurrió un día asaltarlo y tomarlo. Rompimos el candado y lo acomodamos para aula. Teníamos que comenzar las clases revisando los bloques para ahuyentar o matar las culebras. Un día, me cayeron tres culebras de lo alto del pizarrón. Logramos atrapar dos de ellas, pero la otra se escapó. Fue toda una agitación de los muchachos persiguiendo a las culebras. A los pocos días le salió dueño al ranchito, vino y nos reclamó. Yo lo convencí para que pudiéramos seguir usándolo. Por supuesto, no había ni agua ni letrinas. Las necesidades las hacíamos todos en el monte. A pesar de todos estos percances y de tanta miseria, trabajamos bien en ese año. El supervisor se presentó un día, y al vernos trabajar en esas condiciones, se compadeció de nosotros.

- Anexen su escuela a la del Pilar para así poder darle legalidad -nos propuso.

La propuesta no era, sin embargo, tan fácil de implantar pues El Pilar sólo recibía niñas y nosotros teníamos de todo. Pero las Hermanas del Pilar fueron muy receptivas y aceptaron inscribir nuestros muchachos. Además nos dieron pupitres, mesas, de todo... Siempre colaboraron muchísimo con nosotros. Pasamos así el año y al siguiente, construímos la escuela. La Señora Vidal colaboró mucho. Siempre fue muy colaboradora con Fe y Alegría. Conseguimos una R-3, me prestaron un trompito y así comenzamos la construcción. El Concejo siguió portándose muy bien con nosotros y nos regaló 20.000 bolívares. Y en febrero del 65 inauguramos ya las tres aulas que hasta tenían pupitres.

FUNDANDO EN LA COSTA ORIENTAL DEL LAGO Cuando ya la escuela empezaba a echar raíces, llegó el P. Vélaz proponiéndonos que fuéramos al Zulia a encargarnos de varias escuelas que se estaban construyendo en la zona petrolera de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo. Nosotras nos resistíamos pues el colegio de Barinas estaba todavía en pañales, pero él nos insistía en que por lo menos fuéramos a ver. “Yo sólo les pido que vayan a ver; después, ustedes deciden”. Fuimos a ver y nos quedamos. Llegamos al Barrio Libertad en Ciudad Ojeda, donde ya estaba en funcionamiento una escuela de cuatro aulas. La había construído la gente, que colaboraba mucho. Había una Junta Directiva, presidida por el Dr. Julio Casas, muy dinámica y emprendedora. Muchos de ellos eran cursillistas y después de su trabajo en las petroleras o los sábados y días festivos

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iban de voluntarios a construir la escuela. La Directora era, si mal no recuerdo, Ana Zambrano. El sitio era muy poco saludable y allí nos establecimos el 17 de febrero de 1965 la Hna. María Luisa Rodríguez como Superiora, Rosario Carmona y yo. A los tres días de haber llegado, el 20 de febrero, tuvimos la inauguración oficial de la escuela. Desde Caracas vino el P. Fundador, José María Vélaz, quien tomó la palabra y dijo: “Esta escuela llamada Juan XXIII demuestra lo que es el fruto de una colaboración múltiple: en cada centímetro de esta construcción está la ayuda de la comunidad... Estamos sembrando un porvenir a estos cientos de niños y me siento feliz de que estemos sembrándolo”. Cuando llegamos no había ni agua. La comprábamos por tanques, un agua sucia, que no se sabía de dónde venía. Por Ciudad Ojeda habían pasado tres congregaciones religiosas pero ninguna se había quedado. Nosotras lo hicimos. Fueron días muy difíciles y duros. Con esos calores, sin agua, y la vivienda invadida de murciélagos... Había verdaderas nubes de murciélagos, sí, no exagero nada, nubes. Salían y entraban por las habitaciones como por su casa. Y ese era uno de los problemas más serios: los bichos. Si cerrabas la ventana, te achicharrabas de calor; si la abrías, te llenabas de bichos. Recuerdo que pasábamos noches enteras sin lograr pegar un ojo. Y cuando llovía, eso se inundaba todo. Corre camas para acá, corre camas para allá, así nos la pasábamos. Tuvimos un problema serio con la inscripción de los muchachos. Venían a clase, pero el colegio no estaba inscrito en el Ministerio. El Supervisor no fue tan comprensivo como en Barinas, sino que vino y nos llenó. Nos dijo de todo. Hasta ignorantes y atrevidas nos llamó. El hombre se negaba a inscribirnos la escuela por falta de condiciones. Hasta que, de tanto rogarle y rogarle y más rogarle, el hombre cedió. Entonces, para poder inscribir la escuela, comenzaron las carreras. Un día, la Hna. María Luisa recibió un oficio que tenía que enviar con urgencia un papel con una foto suya. ¿De dónde iba ella a sacar una foto con urgencia? Afortunadamente, tenía en su cartera una foto de la Superiora de Caracas. Aunque estaba con los ojos caídos y con lentes, la foto se parecía un tanto a ella, podía pasar. “Aquí yo pongo el retrato de la Madre Eucaristía y listo”, se dijo María Luisa. Cuando ya tenía todo listo, las maestras le empezaron a rogar que les enseñara la foto. Tanto le insistieron que ella accedió. Una de las maestras dijo: “Ay, Madre, aquí tiene usted un ojo cerrado”. María Luisa no dudó un momento: “Es una fotografía que me la tomaron con flash y, al darme la luz en la cara, yo apreté un ojo”. Así fue que pudimos inscribir el colegio. Después, el Supervisor terminó siendo muy amigo nuestro.

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La Hna. María Luisa enfermó y tuvo que salir de Ciudad Ojeda. La operaron de apendicitis y le dio una embolia. Quedé yo de Superiora y tuve que encargarme de lo mío y de lo de María Luisa. Me la pasaba en la carretera, de aquí para allá, pidiendo colitas, pues además de este colegio de Ciudad Ojeda, estábamos encargadas de otros dos de Fe y Alegría: el Pablo VI de Turiacas, y el Fray Martín de Porres de Tasajeras. Y, por si fuera poco, dábamos también catecismo en el John Kennedy de Cabimas, también de Fe y Alegría. Este colegio y el de Tasajeras los perdió después Fe y Alegría por no sé qué problemas en tiempos en que el P. Jiménez estaba encargado de Fe y Alegría en el Zulia. Turiacas era un sitio de prostitución. La escuela empezó muy bien. La Señora Inciarte, madre del gerente de una petrolera, era la vida de esa escuela. Esa señora estaba realmente enamorada de Fe y Alegría. Y así yo me la pasaba de Juan XXIII a Tasajeras, Campo Mío y Pablo VI. Entonces yo era joven, estaba llena de vida y no sabía lo que era el cansancio. Estaba llena de ardor misionero.

OTRAS FUNDACIONES Por la Costa Oriental del Lago estuve cuatro o cinco años y me cambiaron por un tiempo a un colegio de nuestra congregación. De ahí volví a Fe y Alegría a fundar en Caracas el colegio de La Silsa. Entonces eso de La Silsa era puro cerro. Y nos agarramos todo el cerro para nosotros. Había unos ranchitos y los tomamos. Parece que lo mío era tomar ranchos para transformarlos en escuelas de Fe y Alegría. Teníamos pues dos o tres ranchos y todo ese cerro, que era puro monte. Allí empezó la escuelita. Faltaba poquito para 800 escaleras para llegar a la escuela. Escaleras y huecos. A veces, íbamos ya como por la mitad y recordábamos haber olvidado algo, y no nos quedaba otro remedio que volver para atrás y a empezar a subir de nuevo. Cuando llovía, eso se ponía imposible y, para poder subir, los hombres nos cargaban en brazos. Gracias que tanto Africa como yo éramos chiquititas y pesábamos poco. Así fue que empezamos con la escuelita de la Silsa. Empezábamos a subir, y todo ese muchachero detrás de las hermanitas cerro arriba. Después, el Banco Obrero empezó a tumbar todos esos ranchos para hacer los bloques de Casalta 3. Por mucho que les rogábamos “no nos tumben, no nos tumben, ¿dónde vamos a meter a los muchachos?”, nos tumbaron los ranchos. Pero hicieron una escuela entre Casalta 2 y Casalta 3. Ahora es una escuela que funciona muy bien. Antes de eso, también estuve por Maracaibo, fundando el Colegio San Ignacio y el 24 de Julio que posteriormente se llamaría Nueva América. En esos días yo vivía en la casa de una hermana de la Sra.

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Inciarte, pues la Congregación me lo autorizó. Fue el P. Jiménez quien me llamó para fundar en Maracaibo. Empezamos en el barrio 24 de Julio, y al otro año en El Silencio con el San Ignacio. Unos eran adecos y otros copeyanos y todos querían llevarse a Fe y Alegría a su barrio. La solución fue salomónica: se hicieron dos colegios. Después vinieron las Hermanas Franciscanas que se encargaron de estas dos escuelas. Después de esto, me fui por un tiempo a nuestro colegio Virgen Niña. De Virgen Niña me fui a San Félix. Llegué a una escuela de Fe y Alegría, la Nueva Guayana, en el barrio Vista al Sol, que ya funcionaba pero estaba sin inscribir. Me tocó inscribirla. En esta escuela no hubo especiales problemas pues ya funcionaba y funcionaba bien. La directora era Edith, una mujer muy trabajadora, que echaba pa’lante con todo lo que le pusieran. Esa escuela fue puro progresar y progresar.

FE Y ALEGRIA ME HIZO MUJER Y MONJA AUTENTICA A mí me ha hecho Fe y Alegría. Soy lo que soy, lo curtida y arriesgada gracias a Fe y Alegría y a mi congregación. En todas esas fundaciones me tocó pasar cosas bien bravas. Todas las iniciamos sin agua ni baños y a veces, ante los apuros, teníamos que hacer las necesidades en cualquier recodo y botarlo por ahí. Si Vélaz decía con aquella fuerza: “Atrevámonos, atrevámonos siempre a más”, y nos transmitía esa convicción, ese atrevimiento, esa entrega, ¿quién no se iba a atrever? A mi padre lo mataron en la guerra civil española. Era un médico a tiempo completo, muy servicial. Fe y Alegría me dio la oportunidad de vivir intensamente lo que me sembraron en la casa. Yo, sin Fe y Alegría, tal vez hubiera vivido la vida superficialmente. De muy joven, no sabía todavía nada de la vida, me metí al convento. La Congregación y Fe y Alegría me hicieron mujer y monja auténtica. ¿Respecto al P. Vélaz? Era un hombre a quien siempre se le estaban ocurriendo cosas. De una creatividad increíble y de una voluntad muy tenaz. En muchas cosas yo no le hacía caso. Si no, yo no sé a dónde hubiéramos llegado. Por ejemplo, estaba empeñado en que en la esquina de afuera del colegio Juan XXIII, pusiéramos un lampadario. Nunca le hicimos caso. Y en otras muchas cosas, tampoco. Si no, te volvías loca. Con nosotras tenía siempre una gran alegría. Se veía que gozaba con nosotras. Era algo único. Llegaba y se pasaba horas y horas hablando. Nos contaba todo: el viaje que había hecho, los libros de arte que había conseguido, lo que hacía y lo que pensaba hacer. Cuando íbamos a Mérida, pasaba a veces tardes enteras contándonos sus cosas. El quería que cada congregación tuviera su casa de descanso en El Valle de Mérida.

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Se fiaba totalmente de las religiosas. El fundaba y nos dejaba. A Ciudad Ojeda, por ejemplo, después que lo fundó, ya sólo volvió una vez. No pedía nunca cuentas de nada. Veía que estábamos dispuestas a echar pa’lante y eso le bastaba. Creía por completo en lo que hacíamos. Era un hombre cariñoso, cercano, echador de broma cuando agarraba confianza. A nosotras nos remedaba mucho nuestro acento andaluz. Tenía una gran ilusión: que hiciéramos en Ciudad Ojeda una Escuela Artesanal. Nos decía que le pidiéramos el terreno a LAGOVEN. Soñaba con una escuela técnica superior, un tecnológico. Era un hombre que nunca amarraba sus aspiraciones. A pesar de que muchos lo consideraban una persona autoritaria y dominante, era muy humilde. Cuando se exilió en Mérida, porque eso fue un auténtico autoexilio, yo le oí decir: “Yo estoy aquí para demostrarles a todos los que me critican que Fe y Alegría puede echar pa’lante sin mí perfectamente”. De lo que más hablaba siempre era de los niños, la entrega de las religiosas y los talleres. Vivía obsesionado por una verdadera educación integral que no sólo formara la cabeza, sino las manos y el corazón. Y él nos estimulaba siempre a vivir plenamente nuestra vocación de educadoras.

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26.- AGUSTINA RANGEL DE MORALES (En la conversación estuvo presente Lisara Torres de Linares quien aportó datos muy valiosos).

Yo me gradué de maestra en el año 66, en la Normal del colegio La Inmaculada, y me puse a buscar trabajo. Por un tío político que colaboraba con Fe y Alegría, supe que estaban construyendo un colegio en El Valle de Mérida. Ese colegio se llamaría Timoteo Aguirre Pe, en honor al joven que murió arrollado por un carro cuando estaba pegando afiches de Fe y Alegría en las calles de Mérida. El Padre Vélaz decía que Timoteo era el primer mártir de Fe y Alegría. Subí al Valle a ver si necesitaban maestras. En la Casa de Retiros Espirituales me atendió la Hna. Victoria, de la Congregación de Cristo Rey, que era la Superiora. No me dio esperanzas porque decía que había como veinte candidatas en lista de espera, y sólo se requerían dos maestras, pues la Hna. Beascoa se iba a encargar de los niños chiquitos. Fuimos a ver el colegio pero había llovido mucho y todo estaba convertido en un inmenso barrial. Prácticamente no se podía pasar porque todos los alrededores de la laguna eran de arcilla y uno se quedaba pegado. Aunque no tenía esperanzas de conseguir trabajo, volví al domingo siguiente con una tía a ver el colegio. Estaba en plena construcción y todo aparecía lleno de lodazales y agua. Pero me gustó mucho el tipo de construcción. Además, me encantaba El Valle, que yo conocía bastante porque mi papá tenía más arriba una finca de papas. Como no tenía ninguna esperanza de empezar a trabajar, arreglé todos mis papeles para continuar estudiando. En eso, un día, tocan a la puerta y me dicen:

- Agustina, allí están unas Hermanas que preguntan por ti. Yo salí a atenderlas pensando que serían del colegio La Inmaculada. Cuando las vi, no las reconocí. Eran la Hna. Victoria y la Hna. Pérez, de Cristo Rey.

- Venimos a ver si estás decidida a trabajar con Fe y Alegría. Al oír esto, me dio una gran alegría. Ellas me empezaron a explicar que el sueldo era bastante menor, que Fe y Alegría era una Institución Benéfica, que vivía de rifas y de ayudas, pero yo casi ni las escuchaba. La alegría de empezar a trabajar me tenía deslumbrada.

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- Vas a necesitar unos papeles -me dijeron.

- Ya lo tengo todo listo-.

Fui, saqué los papeles que me pedían y se los entregué.

INICIOS DEL COLEGIO El 16 de septiembre de 1966, comenzamos las clases con los cuatro primeros grados: La Hna. Beascoa se encargó de primer grado, Eddy Hernández de cuarto, y yo de segundo y tercero. A los pocos meses, en enero del 67, llegó la maestra Lisara que se encargó de los alumnos de segundo. En estos tiempos, yo regresaba a la casa con el corazón destrozado. Los muchachos eran muy pobres y llegaban todo sucios, oliendo a humo, a sudor, a orines, llenos de piojos y de mocos. Se la pasaban todo el tiempo con los mocos fuera. Algunos venían desde muy lejos, desde Alto Viento y más allá, caminando varias horas. Eran muy tímidos y todo el tiempo se la pasaban con la cabeza agachada. No se comunicaban ni entre ellos. En los recreos ni jugaban ni hablaban. Cada quien se pegaba a la pared y allí esperaba, sin hacer nada, hasta volver a clases. Yo tenía entonces 17 años y algunos alumnos eran casi de mi edad. Nos costó mucho entrarles, irles inculcando normas de higiene. En alguna ocasión, nosotras mismas los bañábamos y les limpiábamos la cabeza. Para que se empezaran a comunicar, impulsamos el deporte. Con una malla rota y unos palos pusimos una cancha de voley-ball, y así poco a poco, fueron empezando a actuar. Los papás trataban a sus hijos con demasiado rigor. Recuerdo que tuve un alumno que era un poco retardado. Su hermanita mayor le enseñaba las lecciones, que el niño repetía sin entender nada. Un día, llegó el papá y me dijo:

- Mire, señorita, ándele duro, porque aprende o se muere. En esos días, trabajábamos mañana y tarde: de ocho a doce, y de una treinta a cuatro. En el mediodía, a los muchachos que venían de lejos se les daba unos pancitos rellenos con maduro, y si sobraba, nos daban también a nosotras. Los panes los traíamos de la Casa de Retiros y, en una oportunidad, mandamos a buscarlos a una niña y tardó en llegar como una hora, pues la pobrecita no podía ni caminar y quedaba atrapada en el barrizal. Cuando llovía, era tanto el barro, que muchas veces sacábamos el puro pie y el zapato quedaba pegado. Las maestras nos organizamos para que cada día una trajera algo para compartir en el almuerzo -pan, diablitos, sardinas...-, pero eran muchos los días en que nos quedábamos sin comer, sobre todo cuando le tocaba traer a la

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maestra Haidée que era muy olvidadiza. En el rato del almuerzo, nos íbamos a jugar a la quebrada o a montar burro. Al pasar el tiempo, se sustituyó el pan con maduro por una sopa de huesos que se les daba en el almuerzo a los muchachos. Al colegio subíamos desde Mérida caminando o en colita. Un hacendado de La Culata, el Sr. Pintado, nos solía dar la cola en sus gandolas de papas. Otras veces subíamos montadas sobre el arado del tractor del Sr. Pino, bien agarradas de la silla y, cuando bajábamos, quedábamos temblando de las vibraciones del tractor. Para regresar, lo mismo. Fueron muchas las veces que bajamos a Mérida caminando. Llegábamos cubiertas de barro, con los zapatos todo rotos. Una amiga solía decir al vernos: “Ya llegaron las pastoras”. Y después de llegar cansadas, nos tocaba ir por las casas de Mérida a recoger las becas. Como al año, hubo un bus viejito que recogía y repartía los muchachos desde Alto Viento. Lo manejaba el Sr. Abundio, y nosotras le acompañábamos a repartir los muchachos. Cantidad de veces se nos quedaba en el camino, y entonces exclamaba el Sr. Abundio: “Hasta aquí llegamos. Se nos acabó la gasofia”. Entonces, nos tocaba caminar o empujar hasta donde pudiera rodar solo. Trabajábamos también los fines de semana: los sábados dábamos clase de ocho a diez y treinta, y después nos quedábamos arreglando los salones. Por las tardes, había talleres de manualidades para las mamás de los alumnos, que los dirigían las Hermanas Lozano y Beascoa. Para proveer estos talleres, pues hacíamos collares y rosarios, íbamos a buscar pepas de peonía hasta Tovar en el dodge de la Hna. Pérez. Los domingos por la tarde pusimos clases de alfabetización para los adultos. Venían sólo hombres. Para ayudarnos, nos conseguimos unos estudiantes de Mérida que colaboraban con nosotras gratis. Uno de ellos terminó siendo mi esposo. Mediante estas clases, algunos señores del Valle sacaron su sexto grado, arreglaron sus papeles y fueron progresando. También algunos domingos y días especiales poníamos bazares de venta de ropa regalada o que quitaban en la aduana y nos la daban a nosotros. Esos días se llenaba el colegio de gente. Venían de todas partes a conseguir la ropa, pues por un bolívar compraban un buen pantalón o un suéter, y hasta llegamos a vender abrigos buenísimos por tres o cuatro bolívares. Cuando iniciamos el bachillerato, no había para pagar a los profesores, y entre nosotras y algunos colaboradores empezamos a funcionar. A los profesores sólo se les daba cincuenta bolívares al mes para ayudarse con los pasajes.

ERAMOS MUY FELICES

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A pesar de tantos trabajos, y a pesar de que entonces sólo cobrábamos cuatrocientos bolívares al mes cuando los maestros oficiales cobraban setecientos, lo pasábamos muy bien y éramos muy felices. Solíamos bañarnos en la laguna, hacíamos en ella escenificaciones con lanchas del 12 de octubre y, cuando la secaban, nos dábamos unos banquetes con las carpas que atrapábamos. No le temíamos al trabajo y cualquier cosa nos entusiasmaba. Recuerdo haber estado bailando en Mérida en los templetes hasta las cuatro de la mañana, ir a la casa, lavarme un poco, y empezar a subir hacia El Valle para comenzar a trabajar. Entonces no se perdía una hora de clase por nada del mundo. Nos encariñamos tanto con el colegio que nunca nos quisimos marchar, a pesar de que teníamos muchas oportunidades que nos suponían mejoras y muchas más comodidades. Entre nosotras había mucho cariño, confianza, amistad sincera. El colegio se fue convirtiendo en nuestra casa. Muchas veces nos quedábamos a dormir en él y de casa me decían: “Usted tiene que llevar su cama al Valle. Váyase con todo y ropa”. Con las Hermanas nos llevamos siempre de maravilla y nos ayudaron mucho. En Fe y Alegría hemos tenido un aprendizaje permanente. La mayor parte de lo que soy se lo debo a Fe y Alegría. Me formó como docente y, más importante todavía, como persona. Cuando yo oigo hablar de Fe y Alegría, siento un gran orgullo. Y es como si estuvieran hablando de mí. El Padre Vélaz, cuando se vino a Mérida, solía llegar de improviso a los salones y se sentaba a oír las clases. Esto nos ponía muy nerviosas. Luego, nos daba sugerencias y hasta lecciones y, como sabía tanto de todo, hacía que una se sintiera chiquitica. Repetía mucho que las maestras debíamos ser amables, bonitas y cariñosas, pues éramos como las segundas mamás de los muchachos. A ellos les hablaba una y otra vez de la necesidad de prepararse bien. Si no le miraban a la cara, les decía “becerriaos”. No era un hombre de trato fácil. Imponía y a veces atemorizaba. Andaba siempre con sus grandes planes y proyectos. Creo que con las Hermanas era más cercano. La rifa para nosotras era como una fiesta. Íbamos de casa en casa, por los bancos y comercios, llegamos a ir hasta Santa Bárbara y San Carlos, en el Estado Zulia, en el dodge de la Hna. Pérez y después en el Volkswagen de la Hna. Merino. Nos divertíamos muchísimo. En una ocasión, hasta vendí un talonario entero leyéndole la mano a un hombre. Resulta que estábamos en El Vigía y un señor me dijo: - Yo no tengo dinero, pero quien seguro le compre es el Sr. Luis. Me empezó a hablar del Sr. Luis, que si era un español que se estaba volviendo a su tierra para casarse, y después me indicó dónde podía conseguirlo. Fui donde el Sr. Luis y me dijo:

- No, yo no compro ningún boleto.

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- ¿Cómo no me va a comprar si se le ve a las claras que usted es un señor de mucha suerte?

-¿De veras?

- Sí, déjeme ver su mano. Veo un viaje largo y hasta me parece ver una mujer, lo cual significa matrimonio cerca. Tiene un nombre corto, algo así como Leo, Luis, sí, Luis. El hombre quedó tan impactado que, por supuesto, me compró todo el talonario.

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27.- ADELA MARIA MARQUEZ DE GARCIA Había aquí, en Cumaná, un señor llamado Luis Velázquez Mujica, que estaba encargado de Fe y Alegría. El era compadre de una hermana mía. Yo entonces estaba estudiando y me decía que me apurara, que tenía trabajo en una escuela que estaba fundando Fe y Alegría. Me inicié en 1965, con un sueldo de trescientos bolívares al mes. Cuando yo entraba, que me iban a dar el trabajo, salía un señor, Ramón Rosales Lemus, que había sido maestro antes y me dijo: “Encárgate tú de esto que yo me voy”. Era evidente que salía muy bravo. Nunca supe los motivos por los que se fue. Me inicié el primero de febrero del 65, y estuve por unos días trabajando yo sola, acompañada del Sr. Benito, el bedel. Quince días después llegaron dos maestras nuevas: Mericia Salazar, como maestra y directora, y Germelia. Entre las tres nos dividimos los alumnos que hasta ese día había atendido yo solita.

TIEMPOS MUY DIFICILES Esto era entonces puro monte. Puras matas de cardón, tuna, guasábano con sus puyas largas. Todo esto lo llamaban la Isla del Burro. Tengo entendido que era porque los que venían de Cumanacoa daban aquí de beber a los burros y los dejaban amarrados mientras ellos iban a hacer su mercadito a Santa Inés. Había muchas culebras y cangrejos. A veces se metían en los pupitres y cuando los muchachos empezaban a matarlos, se formaba ese alboroto. Lo peor, sin embargo, eran los toros. Aquí, en Caigüire, muy cerca del colegio, había un matadero y los toros se salían de los corrales y venían bravísimos. Ponían a todo el mundo a correr como locos. Algunos alumnos se escondían y otros empezaban a correr detrás de los toros. Las maestras buscábamos los baños para escondernos allí. Era el único refugio con puerta, pues los salones no tenían y los toros se metían dentro de ellos. Detrás de los toros, venían los hombres a pie y sin camisa, echando lazos para agarrarlos. Era raro el día que no tuviéramos ese show de los toros. Además, cuando los del matadero hacían el bote de la sangre hacia la playa, nos llegaba un olor insoportable y muchísimas moscas, sin contar todo ese zamurerío tan cerca de nosotras. Por si todo esto fuera poco, como a doscientos metros detrás del matadero y como a quinientos metros de la escuela, había un sitio donde salaban las pieles. Todo esto pues hedía. El terreno era pura playa y arena y el polvo nos mataba. Yo solía decir que iba a terminar tuberculosa. Los remolinos eran espantosos y uno se enrollaba tratando de cubrirse y quedaba con las cejas blancas de polvo. Eso en el verano, porque en el invierno

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era peor todavía: si llovía, un arroyo que pasaba cerca lo inundaba todo, y teníamos miedo de que se nos ahogara algún muchacho. Recuerdo que un día, debía ser al comienzo pues todavía yo estaba en la escuela sola, empezó a llover. Yo tenía dos hermanitos que eran tremendos, un varón y una hembrita. El muchacho se quitó los pantalones y se metió a bañar en la lluvia. Entonces yo, para que los demás niños no le imitaran, agarré sus ropas y se las metí en el chorro. El niño tenía tanto miedo a su mamá, a que se enterara de que se había bañado en la lluvia, que en vez de irse a la casa, agarró el monte. Al otro día, me llegó la mamá con un machete acusándome de que su hijo se había perdido por mi culpa. Gracias a un señor que me ayudó. Si no, no sé qué hubiera pasado conmigo. En aquellos días, trabajábamos contra viento y marea. Recuerdo que cuando estaba sola con el Sr. Benito, el bedel, venía el supervisor y decía que no iba a permitir que trabajara en esas condiciones, que iba a pasar la escuela al Ministerio, o la mandaría cerrar. Yo como tenía amor al trabajo y al proyecto, le rogaba que no lo hiciera, que no importaban los sacrificios, que seguro que la escuela iba a echar para adelante. El me replicaba que amor con hambre no duraba. Los representantes eran muy montunos. Cuando los alumnos se peleaban, llegaban ellos, llenos de escamas de pescado, sucios de sangre, y empezaban a ofenderse y a pelear entre ellos. A mí se me encogía el alma y trataba de calmarlos. Las mamás trabajaban lavando y planchando en casas ajenas y algunas en el prostíbulo del Peñón. Al comienzo, cuando les pedía a los alumnos que me hicieran algún dibujo en sus cuadernos, algunos sólo pintaban groserías.

COMPARTIAMOS TODO Poco a poco, las cosas fueron cambiando y fuimos mejorando. Al año siguiente, llegaron de maestras las morochas Correa y América de Rincón. Entonces, concentraron algunas escuelas unitarias en la nuestra. Ciertos maestros no querían porque decían que aquí se trabajaba demasiado. Estos se fueron tan pronto pudieron. Otros se fueron identificando con la obra y hasta serían capaces de dar la vida por Fe y Alegría, como Leonel Núñez, un hombre que nunca falta, podrá estarse muriendo pero viene a cumplir con su deber. En aquellos tiempos, trabajábamos muy duro y cobrábamos muy poco, pero a mí no me importaba tanto el sueldo. Nos salía de adentro el ayudar a otros. Compartíamos todo. Había unión, mística, grandes deseos de trabajar por la comunidad. Para conseguir fondos, además de la rifa a la que nos entregábamos

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con cuerpo y alma, hacíamos carreras de burros. El premio era un refresco, un pan, cualquier cosita. Una vez, el Sr. Benito compró todo un camión de burros para las competencias, y después que terminaron, se los vendió a los campesinos a cincuenta bolívares cada uno. Eran también muy famosos los gallos de Fe y Alegría, que los preparaba y encrestaba de una forma especial el Sr. Benito. También para conseguir fondos, hacíamos caravanas con caballos y carretas e íbamos a desfilar por el centro de Cumaná que quedaba lejísimos. También poníamos ventas de ropa usada que la gente solicitaba mucho pues era muy barata. Yo me siento muy feliz de todo esto. Tuve oportunidad de irme a otras escuelas en mejores condiciones y no lo hice. Me quedé en Fe y Alegría porque quise: la obra me llamaba. En el año 71, llegaron tres religiosas de la Pureza de María, y cuando se fue el P. Astiz, ellas se encargaron de Fe y Alegría. Llegaron trabajando muy duro, vivían en un sitio muy incómodo, no tenían ni casa ni nada. Adaptaron un local como vivienda y en una sola sala lo tenían todo: comedor, cocina, dormitorio... Después, con un dinero que se consiguió de Alemania y otro que dio el P. Pernaut se les construyó la casa. Tengo entendido que el contratista, de nombre Larrañaga, no cobró nada.

LAS HERMANAS FUERON UNA BENDICION La llegada de las Hermanas fue como una bendición. Visitaban mucho a la gente del barrio. Iban de casa en casa, seguidas de todo ese muchachero. Estaban pendientes de toda la problemática del barrio. No había enfermo que no lo visitaran. Pusieron también talleres, cursos en la noche para los adultos y hasta una lavandería. Así la gente fue aprendiendo y progresando. Cuando el P. Vélaz venía, nos transmitía vida, valor, el amor al prójimo, el darse sin esperar, nada a cambio. El nos hacía sentir que valíamos, que nuestro trabajo tenía un gran sentido y que valía la pena. Nos formaba mucho, nos animaba a que saliéramos con los muchachos a convivencias y paseos para que creciéramos como personas. Entonces nos sentíamos comunidad. Por eso, no reparábamos en el trabajo, fuera domingo, fuera día de fiesta, ahí estábamos si era necesario. Yo trabajé todo el mes de julio y di a luz el tres de agosto. Y el primer día de clases, el 15 de septiembre, ya estaba trabajando otra vez. Recuerdo que una vez tuvimos que sacar del salón a una compañera y llevarla de urgencia a la clínica porque estaba ya pariendo. Fe y Alegría era parte de nuestras vidas. Y así fue cómo los representantes nos llegaron a querer tanto. Para mí es una gran satisfacción ir por la calle y que a una la llamen “Maestra”. Siento que soy apreciada. Si uno se

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porta bien con la gente, ellos responden. Las personas valoran mucho si uno las trata con cariño. Y responden del mismo modo. Con las Hermanas nunca he tenido problemas. Si uno es responsable y se preocupa por los alumnos, se siente bien y es apreciado. Algunos dicen que las Hermanas son muy exigentes, pero es que hay que serlo para que las cosas marchen bien.

- Tú pareces hija de las monjas -me reclaman algunas compañeras que tienen problemas con ellas.

Eso yo lo siento como una injusticia. Y me duele más que nada que piensen que una cumple con su trabajo por interés y no por la satisfacción del deber cumplido.

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28.- JOSEFINA DIAZ DE MISTTETA Fe y Alegría llegó a Puerto La Cruz en julio de 1963. La fundaron, entre otros, el P. José María Vélaz, el Dr. Enrique Stolk, el Padre Quinto de La Bianca, salesiano, único cura por todo eso, la Sra. Emma Díaz y la Sra. Mina de Lander. Al comienzo, alquilaron una casa en la calle Sucre, del Barrio Tierra Adentro, donde se improvisaron tres salones. Al año siguiente, se trasladaron a otra casita, en la calle Libertad, del mismo barrio. En 1965, se construyeron los tres primeros salones en la explanada que resultó de tumbar la cumbre de un cerro que había entre la Sierra de Pozuelos y Sierra Maestra. Todos los materiales los subieron a hombros, encabezados por el P. Quinto, que resultó el alma de esta fundación. Este era un hombre de un extraordinario celo apostólico, muy trabajador, siempre dispuesto a echar una mano al que lo necesitara. Desde un comienzo, la gente colaboró mucho, y como todo el mundo quería que sus hijos estudiaran en el nuevo colegio, hubo que construir tres salones más, los sanitarios y el piso que actualmente habitan las Hermanas. Hasta 1970, el colegio era atendido por las Hermanas del Santísimo Sacramento que se trasladaban desde Barcelona todos los días. El 27 de septiembre de 1970, llegaron las Hermanas del Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, “Las Apostolinas”, que siguen hasta la actualidad. A la llegada de las Apostolinas, el local estaba sin cerca y en las horas de clase pululaban alrededor de los salones chivos, perros y zagaletones. Con la cerca del terreno se logró alejar a los chivos, pero no a los muchachos ociosos. Para la subida al cerro existía un camino de mala muerte que era imposible subir los días de lluvia. Esto se solucionó con la ayuda de los padres y representantes que construyeron una escalera. Años más tarde, en 1978, se logró asfaltar la vía.

LA ESCUELA DEL RINCON En 1970, el Dr. Stolk inició las gestiones para fundar la segunda escuela de Fe y Alegría en Puerto La Cruz. Para ello se propuso conseguir la reapertura de una escuela que había funcionado desde 1961 a 1967 en el caserío Putucual con el nombre de “Juan XXIII” y que la habían atendido las religiosas de San Francisco de Asís. Esta escuela había sido construida por el Rotary Club de Puerto La Cruz y cedida a Charitas. Fue así como nació la escuela de Fe y Alegría P. Salinero, reubicándose una escuela estatal unitaria en el mismo local y creándose los tres primeros grados de primaria y el preescolar. El propio Dr. Stolk fue a buscarme a mi casa para que yo trabajara en Fe y Alegría. Me conocía desde que yo trabajaba aquí, cuando la escuela era de

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Charitas y la llevaban las Hermanas Franciscanas. Yo me había retirado de la escuela porque mamá enfermó y tenía que atenderla. Recuerdo que cuando el Dr. Stolk me fue a buscar a la casa yo trabajaba con los scouts y el Doctor me fue conquistando para Fe y Alegría. Me hablaba de traer una congregación de religiosas, de que Fe y Alegría trabajaba por los más pobres promoviendo una buena educación, donde se daban clases todos los días y se preparaba también a los alumnos en la enseñanza religiosa. Yo acepté y con la Hna. María Mendive, de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús, empezamos a visitar a la gente. Todo esto era puro monte, zona de campesinos. Ellos decían que era bien bueno que vinieran Hermanas porque así podrían bautizar a los muchachos. Durante los meses de noviembre y diciembre estuvimos puro visitando casas y hablando con la gente. Ibamos casa por casa y nos miraban rarísimo. Nos recibían como si fuéramos gentes extrañas. La gente de por todo esto creían que las Hermanas eran ángeles o seres ultraterrestres. Se callaban al verlas y se quedaban mirándolas con extrañeza. Recuerdo una vez en que estábamos en recreo y llegó la Hna. Josefa Orbegozo, de la otra escuela, del Cerrito. Llevaba unas galletas y empezó a comerlas. Todos los alumnos se quedaron mirándola sorprendidos, en silencio asombrado. Hasta que uno de ellos dijo: “Ay, la Hermanita come”. Luego, en el salón de clase, les tuve que explicar que las Hermanas comían, bebían, dormían, se bañaban... Nunca podré olvidar la cara de asombro con que me escuchaban. En esta escuela del Rincón, la P. Salinero, las clases comenzaron el 11 de enero de 1971. Ese día todos los niños fueron a buscar los pupitres a la Escuela Estatal 173 que, desde ese momento, se concentraba con la de Fe y Alegría. Parecían una procesión de bachacos cargando los pupitres. Empezamos con tres grados y el preescolar la Hna. Josefa Orbegozo, la maestra Bolivia y yo. Directora no había, aunque estaba encargada la maestra Bolivia. En septiembre, vino la maestra María Magdalena Bello que se encargó de la dirección. Era muy dinámica, de gran responsabilidad, irradiaba cariño. Cuando comenzamos, esto parecía una escuela de chivos, pues era puro monte. Los muchachos eran grandísimos, de 16 o 17 años, hombres de campo ya hechos y derechos. Los padres no querían mandarlos al colegio por pensar que era una pérdida de tiempo y preferían que sus hijos se quedaran trabajando en el conuco. Nos costó muchísimo esfuerzo convencerlos de la importancia de los estudios. Cuando los convocábamos a reuniones, se mostraban muy reacios, no venían, y cuando les insistíamos, venían por fin pero con miedo y cargando su machete o su cuchillo. Poco a poco, y sobre todo por la presencia y cercanía de las Hermanas, se fueron amansando. Aunque la verdad que nos costó muchísimo.

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En invierno, el monte tapaba por completo la escuela, y en verano teníamos que soportar la humazón de las candelas que prendían para acabar con el monte. Todos los días, antes de la llegada de los niños, venían a la escuela los chivos.

HAY QUE LLENARSE PARA DAR

Mi vida ha sido siempre muy difícil pero, a pesar de todo, me siento bien, me han sucedido cosas muy bellas que no merecía y se lo agradezco mucho a Dios por ser tan misericordioso conmigo. Siempre he tenido mucha fe en Dios y en la Virgen María y ellos nunca me han fallado. Cuando se enfermó mamá que no podía valerse por sí misma y yo tenía que hacerle todo, bañarla, darle de comer, cuidarla, tuve que dejar mi trabajo de maestra en la escuelita de Charitas para dedicarme a atenderla. Entonces, en el año 68, mi esposo se enfermó también y me abandonó con dos hijas, una que había adoptado y la otra que había nacido de nuestro matrimonio. Un día, mi esposo me dijo: “Me voy por una semana. Vuelvo el sábado”. No vino. Yo me puse como un ganchito de lo flaca. Tenía que cuidar a mis hijas y a mamá que estaba inválida. Y sin trabajo. Para poder vivir, puse una escuelita en mi casa y así me fui defendiendo. En abril del 70 murió mamá, y entonces, para ayudarme, vinieron los scouts a ofrecerme el puesto de secretaria. Y estando trabajando con los scouts el Dr. Stolk me buscó para que trabajara en Fe y Alegría. En Fe y Alegría me siento muy bien. Siento que soy apreciada y querida y eso es lo más importante para mí. Más que el dinero, me interesa el sentimiento de bondad que pueda dejar en las personas. Me llaman la “Abuela de la Escuela”, y eso me gusta porque es verdad: estoy dando clases a los hijos de los que fueron mis alumnos. Me alegra ver cómo ha ido creciendo la escuela y cómo nos hemos superado tanto los docentes como la comunidad. Yo me alegro mucho cuando veo que la gente se supera. Para dar a los demás, tenemos que estar bien preparados. Cuanto más uno sabe, más puede enseñar y servir. Si uno aprende para guardárselo o para creerse superior, no sirve. Hay que llenarse, para dar. Veo con gran satisfacción cómo los muchachos han ido poco a poco asimilando las ideas de Fe y Alegría, cómo tratan de ser hombres para los demás. He tenido bastantes oportunidades de irme como maestra estadal, pero no las he aceptado. Sólo con pensar en dejar a Fe y Alegría me dolía el corazón. Yo le di mi corazón a esta gente y ya no voy a poder arrancarme de ellos. Esto se lo debo al P. Vélaz. El me impresionaba mucho. Yo sentía que era un señor muy bueno, con un corazón grandísimo, que se lo había regalado a los pobres. Cuando venía a visitarnos, nos reunía y empezaba a hablarnos de que teníamos que cambiar la

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situación de esa pobre gente, que más que darles el pez, teníamos que enseñarles a pescar. Nuestra escuela debía enseñar a trabajar para que la gente se procurara su sustento y, a la vez, se fueran dignificando. Nos decía que teníamos que montar una granja con gallinas, cochinos y chivos. Nosotras nos reíamos. Teníamos el terreno, pero lo veíamos muy difícil. No sabíamos cómo. ¿Quién se haría cargo de eso?

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29.- HNA. SACRAMENTO CASTRILLO (Nazaret) (En la conversación estuvo presente la Hna. Teresa Urgell, quien aportó muy valiosos datos).

En mi vida he tenido que pasar muchas penalidades, pero cien veces que naciera, cien veces volvería a ser monja y, si me lo permitían mis Superioras, monja de Fe y Alegría. Mi energía se debe al torrente de fe que llevo por dentro, y al inmenso deseo de hacer bien a quien pueda hacérselo. Es mi gran filosofía y eso alienta todo mi ser, día y noche. A mí me tocó pasar la guerra de España en zona roja, en Barcelona. Un día, los milicianos nos echaron a las monjas a la calle y nos amenazaron con matarnos si volvíamos a reunirnos. Fue algo espantoso. A las ocho de la noche yo estaba sola en la ciudad de Barcelona, sin tener a quién acudir. Pero Dios es tan grande que nunca me abandonó. No sé cómo me acordé de una señora muy buena, la localicé, y le dije que necesitaba trabajar a su servicio. Pero para ello tuve que inscribirme en la Unión General de Trabajadores (UGT), ya que quien no estuviera inscrito en la UGT no podía trabajar. Pasé los tres años de la guerra sirviendo en esa casa de familia, sin comunicarme para nada con mi familia. Ellos no sabían nada de mí, ni yo de ellos. Con lo que ganaba, tenía que resolverme y contribuir con la Madre General que vivía en la clandestinidad. Yo era entonces una muchacha simpática y bonita, como una miss. Me llovían los enamorados, pero yo seguí fielmente mi vocación de religiosa. Ya para terminar la guerra o estando ya terminada, no me acuerdo bien, tenía que hacer un viaje a Zaragoza para reunirme con unos familiares. Como no pude conseguir puesto ni en buses, ni en trenes, ni en nada, pedí una cola a un camión de soldados. Íbamos muchos al comienzo, pero poco a poco todos se fueron quedando en el camino, hasta quedar solos el chofer y yo. Era ya de noche y el chofer me puso una mano encima y me empezó a manosear. Yo no decía nada, me quedé fría, pidiéndole a Dios de todo corazón que antes de que me hiciera nada, me matase. Nos quedamos sin gasolina, y entonces yo temí que vendría lo peor. Pero, en ese momento, pasó otro camión, nos dio gasolina y no sé si fue por mi actitud o porque Dios así lo dispuso, el chofer no volvió ya a molestarme e incluso en el resto del camino fuimos conversando amigablemente y hasta hicimos chistes. Dios nunca le falla a uno. Yo le grité fuerte en mi corazón y él me escuchó y no me dejó abandonada. El nunca deja a uno solo. Eso yo lo he experimentado muchas veces en mi larga vida de religiosa. Y si Dios viene conmigo, ¿a quién temeré?

MI LLEGADA A FE Y ALEGRIA

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Yo llegué a Venezuela en el año 52. Antes estuve en Colombia, trabajando con unos indígenas, cerca de la frontera del Ecuador, porque a mí de siempre me gustaron las misiones. En Fe y Alegría empecé a trabajar en Altavista, un barrio de Caracas. Cuando subía esas escaleras para llegar a la escuela, era como si estuviera subiendo al calvario. Allí estuve dos años. Fueron años muy duros. La gente era muy desarreglada, había muchos borrachos, con frecuencia los muchachos nos tiraban piedras. El colegio de Fe y Alegría de Altavista, el Madre Cecilia Cross, se fundó en 1958. El P. José María Vélaz visitaba con frecuencia a la reverenda Madre Cecilia Cross, Superiora General de nuestra congregación, las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret. El P. Vélaz le insistía que le dejara dos Hermanas para comenzar un colegio para los niños pobres de la zona. El colegio arrancó el día 3 de octubre de 1958 con 500 alumnos en un rancho de dos plantas que estaba bastante destartalado, sin agua, sanitarios, pupitres ni nada. Esta fundación la iniciaron la Hna. Concepción Paz, cedida por la Comunidad de la Residencia de la Universidad Católica, y la Hna. Amparo Gómez, cedida por el colegio Nazaret de San Bernardino. Además de este colegio, pronto empezó a funcionar otro, en la línea del ferrocarril de La Guaira, con la Hna. Cleofé. El 19 de marzo de 1960, se mudó la comunidad de Hermanas a un ranchito del barrio. Yo llegué unos años más tarde. Los maestros y profesores de este colegio de Altavista eran muy colaboradores. Casi no cobraban y daban su tiempo y su trabajo con total generosidad. Vivían completamente entregados. A todo decían que sí con entusiasmo. Recuerdo a uno en especial, Juan Ortíz, que repartía su sueldo y que un día vendió su reloj para darles de comer a unos alumnos que tenían hambre. Los alumnos eran pobrísimos y vivían en una situación espantosa. Muchos de ellos no sabían qué era un hogar, pasaban mucha hambre, tenía una que darles de comer. Yo me tuve que volver muy pedigüeña, me la pasaba de aquí para allá pidiendo y pidiendo, pero es que los pobres muchachos no tenían nada: ni ropa, ni zapatos, ni libros, ni cuadernos, nada. A mí me enseñaron mucho los maestros de Altavista. A pesar de no tener formación religiosa, me daban ejemplo de vivencia cristiana. Siendo como eran tan pobres, compartían mucho. Trabajaban lo mismo si cobraban como si no.

LLEGADA A PUERTO ORDAZ Aquí, a Puerto Ordaz, llegué el año 67. Todo esto estaba en pañales. Entonces no había nada. Monte y culebra como dicen por aquí. Desde que yo

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llegué, me entregué en cuerpo y alma a promover Fe y Alegría. Yo me la pasaba metida en la CVG, pidiendo aquí y allá, hasta el punto que algunos me llamaban “Sor CVG”. Yo sé que lo dicen con cariño, porque la mayoría de los empleados me quieren mucho. A base de pedir y pedir, he logrado para Fe y Alegría muchas cosas. Y tengo entendido que la gente dice por allí este dicho: “Ese pide más que la Madre Sacramento”. Los comienzos fueron muy difíciles. Eran los años en que se estaba haciendo todo por aquí, pues Puerto Ordaz ni existía, sólo el pueblito de San Félix. Cuando Betancourt decretó la fundación de Ciudad Guayana vinieron muchos extranjeros que sólo querían ganar plata y no eran nada generosos. Vivían junto al río en unos ranchos miserables. Los fines de semana se emborrachaban y entonces nos gritaban y tiraban piedras. Se me quedó muy grabada la imagen de verlos sentados en el suelo con un cerro de botellas de ron. Como entonces no nos ayudaba nada el Ministerio de Educación y sólo contábamos con lo que conseguíamos pidiendo, sufríamos mucho para poderles pagar a los maestros. En una oportunidad, pasamos una noche terrible. La otra Hermana Sacramento fue a Caracas y le dieron en la Oficina de Fe y Alegría 5.000 bolívares para pagarles a los maestros. Se le cayeron en el avión, y al llegar a la casa, no aparecían por ninguna parte. ¡Qué noche pasamos!. La Hermana lloraba desconsoladamente, y lo único que se nos ocurría hacer era rezar y rezar. Al día siguiente, fuimos a reclamar al avión, y el dinero apareció. Como cosa rarísima, ese día no fueron los de la limpieza y no habían barrido todavía el avión. Como en esos tiempos la principal fuente de ingresos era la rifa, nos entregábamos a ella con alma, vida y corazón. Ibamos a Ciudad Bolívar, al Tigre, de pueblo en pueblo, y muchas noches las pasábamos fuera. Ibamos a los bancos, a las tiendas, al aeropuerto, a las empresas, a todas partes. Un día, me dijo un señor:

- Si usted alguna vez se sale de monja, me avisa y yo la contrato para mi empresa porque es usted una excelente vendedora.

Pronto nuestro colegio se fue convirtiendo en el centro de solución de todo tipo de problemas. Nos tocó ser como Don Quijote: arregladores de todos los posibles entuertos. Tuvimos que arreglar papeles de indocumentados, intervenir en las riñas y pleitos, sacar gentes de la cárcel, abogar por muchachos reclutados, en fin, en todos los problemas venían a buscarnos. Cuántos he tenido que sacar yo de la cárcel. Y cuántos pasajes me han tenido que dar las compañías de autobús para devolver a sus tierras a mucha gente que llegaba aquí, no encontraba trabajo y no tenía cómo devolverse... Me pasaba todo el día

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pidiendo. Pero como nada de lo que pedía era para mí, no me importaba. Una vez, una religiosa me dijo:

- Yo no vine a Venezuela a pedir, sino a enseñar. Yo le contesté:

- Yo también. Pero si además pido para que puedan aprender mejor, no tengo ningún inconveniente en hacerlo.

BUSCANDO CALIDAD A nosotros, en este colegio, siempre nos ha preocupado mucho la calidad de la enseñanza. Nuestros alumnos, no por ser pobres, tienen que recibir una educación de pobre calidad. Esta idea la repetía muchísimas veces el P. José María. La calidad de la enseñanza debe ir acompañada de los valores cristianos. Estamos formando personas, de modo integral. Somos monjas, pero no estamos todo el día enseñando a rezar. Inculcamos el amor hacia Dios, tanto a los estudiantes como a los representantes. Esta es mi gran alegría. Cada mañana la iniciamos con una parábola, una reflexión, y de allí sacamos un propósito para el día. Esa es la primera clase y la más importante. Cuánto bien les ha hecho esto a muchos. Con frecuencia me he encontrado con ex-alumnos que hoy son gerentes, médicos, que me dicen que lo que más recuerdan del colegio son “los cuentos” de cada mañana. Un día, encontramos a una señora tocando a nuestra puerta. No sabía cómo expresarnos su agradecimiento. Sus ocho hijos habían estudiado en este colegio de Fe y Alegría, y ella nos decía una y otra vez: ¿”Qué hubiera sido de mis hijos sin Fe y Alegría? Seguro que estarían tirando piedras en el río”. Desde siempre, yo he insistido mucho en la alegría. A la vida hay que ponerle chispa, humor. Eso es Fe y Alegría. Y que la gente colabore, meta la mano en su colegio, sienta que es suyo, que lo va mejorando con su esfuerzo. Fe y Alegría nos ha hecho vivir más para la gente. Nos ha madurado. Hemos llegado a entender que la gente está primero que uno. En la congregación nos suelen decir a Teresita y a mí que somos más de Fe y Alegría que de la congregación. Lo dicen en broma porque ellas saben bien que, siendo de Fe y Alegría, una es plenamente religiosa.

EL PADRE VELAZ Eso nos lo repetía con frecuencia el P. Vélaz. Por ello, una vez que dejaba un colegio en nuestras manos, nos daba carta abierta para que actuáramos como nos pareciera conveniente. Tenía en nosotras, las religiosas, una gran confianza y nos daba su apoyo total. Era un hombre diferente a los demás. Para él no había ni obstáculos ni horizontes. No conocía lo imposible. A

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él, los jesuítas le hicieron sufrir mucho. No le acompañaron como debían, Nunca terminaron de creer en él. Una vez yo fui a vender los boletos de la rifa a la Universidad Católica, y un Padre me dijo cuando le mostré los talonarios: “Apártate de mí, Satanás”. Cuando le conté eso al P. Vélaz, sufrió un gran disgusto. Con nosotras él se sentía feliz, lo tratábamos con mucho cariño y él se dejaba querer. Le preparábamos agüitas de plantas medicinales y él nos lo agradecía mucho. Hablaba, comunicándonos siempre sus nuevos proyectos. Era muy atrevido y muy ocurrente. Sabía de todo, hasta de cocina, de puntos de tejido y de modas de mujeres. Era, además, un hombre muy libre. Cuando le contábamos las trabas que nos ponían los supervisores, nos decía: “Olvídense de los supervisores, de los papeles, y hagan lo que tengan que hacer. Todos ellos son unos funcionarios enanos e incompetentes, sin la menor idea ni sentimiento sobre educación”. Y él nos contaba cómo sufría en las antesalas de los Ministerios, y nos decía que se llevaba un libro de chistes para poder aguantar sin explotar las terribles esperas de las antesalas. Decía que cuando uno estaba agobiado por el trabajo, tenía que encontrar tiempo para distraerse y jugar. A nuestra Madre General, Cecilia Cross, le solía decir: “Te voy a regalar un cha-cha-cha para que, cuando tengas mucho trabajo, juegues”. El quería mucho a la Madre Cecilia. Ella creyó en él y lo apoyó con generosidad al comienzo, en los tiempos más duros, cuando muchos pensaban que sus ideas eran locuras. Por ello, él siempre quiso mucho a nuestra congregación y nos estaba muy agradecido. Fundamos escuelas de Fe y Alegría en Caracas, en la carretera del Junquito, en Puerto Ordaz y en Punto Fijo. El Padre Vélaz y la Madre Cecilia se la pasaban peleando. El le pedía más y más religiosas para Fe y Alegría, y ella le decía que de dónde las iba a sacar. Pero no se conformaba con cualquier religiosa. Quería que fueran activas, emprendedoras. Decía que las apocadas, las que no se atreven, no sirven para nada. Cuando hace poco yo estuve de vacaciones en España, me rogaron que me quedara allí. Me decían que ya estaba muy vieja, que ya tenía derecho al descanso con mis ochentaitantos años, que las cosas por Venezuela estaban poniéndose muy malas. A mí ni se me ocurrió hacerles caso. Yo me quedaré en Venezuela y, si me lo permiten, en Fe y Alegría hasta que muera. Y hasta que el cuerpo aguante, trabajando. El trabajo y el moverme de aquí para allá es lo que me mantiene joven aunque me estoy acercando a los noventa años. El no hacer nada es lo que le pone a uno viejo y lleno de enfermedades.

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30.- EDITH GONZALEZ VALDIVIESO Yo me inicié en Fe y Alegría en el año 69, en el colegio Puerto Ordaz. Las Hermanas de Nazaret me llamaron para que le hiciera una suplencia a la Hna. Josefa durante los meses de la campaña-rifa. Por esos días, estaban además en el colegio la Hna. Sacramento como Directora y la Hna. Teresita. En los tres meses que estuve de suplente, le tomé gran cariño a la obra. Me impresionó especialmente la entrega de la Hna. Sacramento. Mostraba tal entusiasmo que a uno le hacía vibrar con Fe y Alegría. Tras una breve estancia en San Cristóbal, a donde fui a un curso, me dieron la oportunidad de trabajar con cargo fijo de maestra de primer grado en el colegio de Fe y Alegría Puerto Ordaz. En los ocho años que estuve allí conocí a fondo la obra y me enamoré de Fe y Alegría. Ella me brindó una magnífica oportunidad de vivir a fondo mi opción de servicio a los más necesitados. En esos tiempos, me tocaba hacer de todo: era maestra, jardinera, chofer, obrera, ayudaba en la limpieza de aulas y pasillos. Mi tiempo entero era para Fe y Alegría. Y lo entregaba con verdadera alegría: era soltera, sin ataduras familiares y me enamoré de Fe y Alegría. Por aquellos días, tuve sin embargo un problema con las Hermanas que me defraudó un poco. Frente al colegio vivía una familia pobrísima y vinieron a solicitarme un cupo para uno de sus niños. Yo, que para entonces tenía 72 alumnos, pensé que uno más no importaba, pero las Hermanas me dijeron que el conceder cupos era atribución exclusiva de la Dirección del plantel. Mi actitud molestó muchísimo a las Hermanas y allí comenzaron las desavenencias. Por mala suerte, al poquísimo tiempo de haberme prohibido que aceptara a ese niño, la Hna. Sacramento me vino a exigir que incluyera en la lista de mi salón a un recomendado de la C.V.G.

- Es la Dirección quien lo ordena -dijo ante mi asombro.

- Yo soy aquí la maestra -respondí-. Si no hay cupo para Juan Pueblito, tampoco lo hay para el hijo del Doctor. No olvide que decimos que Fe y Alegría está para servir a los más necesitados.

- Si usted no acata las indicaciones de la Dirección, puede presentar su renuncia.

Me fui.

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TU TIENES MADERA DE FUNDADORA Para ganarme la vida, empecé a trabajar de chofer de un microbús en la ruta Puerto Ordáz - San Félix - Vista al sol. Pero Fe y Alegría seguía entera dentro de mí. En ese trajinar con el microbús, de aquí para allá, yo oía el clamor de la gente del pueblo sin escuela. Y me acordaba de cómo el P. José María Vélaz, en una reunión que tuvimos en Maturín, me había mirado fijamente a los ojos durante la misa y, al terminar, me agarró de la mano y me dijo:

- Tú tienes madera de fundadora. Te veo como la Mujer Fuerte del Evangelio, capaz de mover montañas.

Pero tenía mis dudas porque no me sentía capacitada para fundar ningún colegio. Carecía de título, había muchas otras personas más capacitadas que yo... Pero el clamor de la gente y mi amor a Fe y Alegría seguían enteros dentro de mí. Una tarde, después de haber terminado el trabajo con el microbús, me armé de valor y me fui a la Oficina a hablar con el P. Luis Jiménez, que era entonces el Director de Fe y Alegría de la Zona de Oriente.

- Yo no te veo en un microbús, sino en un aula -me dijo-. Estás perdiendo los talentos que Dios te dio. Tú puedes hacer mucho por los demás.

Estas palabras me estimularon sobremanera. Fuimos a Vista al Sol, nos entrevistamos con la Asociación de Vecinos y sembramos la inquietud de fundar una nueva escuela de Fe y Alegría en Guayana. Fijamos una reunión con la gente del barrio y ese día les explicamos qué era Fe y Alegría, y ellos se entusiasmaron. Paralelamente, empezamos a movernos con las empresas de la C.V.G. y otros organismos para conseguir ayuda. Así fue cómo logramos el terreno y empezamos la construcción. En el curso escolar 76-77, comenzaron ya las clases. La escuela, sin embargo, fue inaugurada en el 78. Esta escuela de Vista al Sol se hizo con las uñas. Yo me la pasaba pidiendo de aquí para allá. En Vista al Sol estuve tres años como Directora, hasta que vinieron las Hermanas de La Presentación de Granada y se encargaron del colegio. Al comienzo, me dolió mucho entregárselo después de todo lo que yo me había fajado. Yo pensaba que los Directivos de Fe y Alegría no estaban satisfechos con mi labor; ellos me decían que sí, que esa no era la razón, que una congregación religiosa garantizaba mucho más la continuidad de la obra. Traté de comprender y hasta les dejé a las Hermanas completamente dotada la casa que iban a ocupar.

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Dios me llamaba a rumbos diferentes. Había una idea de fundar Fe y Alegría en Unare II y allí estaba yo, a quien Vélaz había dicho un día que tenía madera de fundadora. En Unare, el INAVI había construido un preescolar que nunca llegó a funcionar y que, una vez desvalijado, lo habían convertido en basurero y guarida de malandros y drogadictos. Nos propusimos rescatar ese preescolar para la comunidad y convertirlo en una nueva escuela de Fe y Alegría. Un día, nos organizamos una gran cantidad de gente del barrio, picamos los candados y empezamos a limpiar el local. Sacamos como 60 camiones de basura. Reconstruímos los techos, le pusimos pocetas y lavamanos y lo volvimos a poner funcionable. Nos dieron también unos pupitres viejos y rotos y los reparamos con la comunidad. Los herreros y soldadores del barrio compusieron los hierros, los carpinteros arreglaron la madera, algunos pulieron, otros pintaron... Así, con el trabajo colectivo y comunitario, los dejamos como nuevos. Las escuelas de Fe y Alegría tienen que ser siempre escuelas comunitarias, participativas. Además de que con la colaboración de todos se abaratan mucho los costos, ese es un modo de educar a la gente, de hacerles entender todo lo que podemos hacer si nos unimos. El esperarlo todo hecho nos vuelve flojos y pasivos. La comunidad ha sido siempre la gran aliada de Fe y Alegría. En esos días, yo trabajaba de cinco de la mañana a siete de la noche, ganando un sueldo de 2.200 bolívares. A mí no me preocupaba mucho el dinero. Con lo poco que ganaba, me alcanzaba para mis gastos de mujer sola. Para mí, mucho más importante que el sueldo, era la confianza que había puesto en mí Fe y Alegría. De ello siempre estaré muy agradecida. Yo veía que había muchas otras personas más capacitadas que yo, y sin embargo, creyeron en mí. Mi vida y mis energías las tenía por entero entregadas a Fe y Alegría. Como detecté el grave problema de desnutrición que afectaba a los alumnos, me moví mucho y logré la merienda escolar del Instituto Nacional de Nutrición. El colegio creció muy rápido. Pronto tuvimos serios problemas con el cupo. Todo el mundo quería poner a sus hijos en nuestra escuela, pero no teníamos dónde. En el año 83, la C.V.G. había construído un liceo y se lo ofreció al Ministerio de Educación, pero no lo aceptaron por carecer de recursos para dotarlo. Esa fue nuestra gran oportunidad. Cuando nos lo ofrecieron a nosotros, yo lo acepté sin vacilar. El edificio, si bien estaba terminado, carecía de jardinería, no tenía ni una sola mata, era triste, gris, frío. Con el aporte y la colaboración decidida de los Padres y Representantes, nos dedicamos a embellecerlo, pusimos muchas matas, le dimos vida, lo hicimos atractivo, acogedor, bello. Nos mudamos del módulo que habíamos estado ocupando hasta entonces y se lo entregamos al colegio La Consolación para que pusiera allí su preescolar.

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Unos años más tarde, tuvimos que volver a rescatarlo porque las Hermanas de La Consolación, tras ocuparlo por un tiempo, lo dejaron. En este segundo rescate, prácticamente tuvimos que empezar de cero otra vez. No tenía ni una poceta, ni un lavamanos, se habían robado hasta los cables y los breakers de las luces. La reparación de nuestra antigua sede la hicimos por completo con representantes, y el tendido eléctrico lo pusimos con los profesores de electricidad y los alumnos de noveno del liceo nuestro. Las empresas básicas, en especial Alcasa y Sidor, nos dieron para los materiales y la dotación. También Venalum nos dio 100.000 bolívares para pagar la mano de obra. En unos meses, pusimos en funcionamiento el local y trasladamos a él la primera etapa de la escuela.

ME SIENTO REALIZADA Y FELIZ En todo este trajinar, yo me siento realizada y feliz. Creo que, si volviera a nacer, volvería a trabajar en Fe y Alegría. Siempre he procurado trabajar lo mejor posible y lo he hecho desinteresadamente. Nunca me han movido ni el dinero ni las ganas de aparentar. Yo estoy convencida de que nosotros somos tan sólo medios en las manos de Dios que es quien realmente actúa sirviéndose de nosotros. Lo único que tenemos que hacer es no impedir su acción, poner de nuestra parte para que brille su obra. Espero no haberle fallado a él ni a los directivos de Fe y Alegría que pusieron su confianza en mí. Cuando pasó por aquí el P. José María Vélaz, unos días antes de su muerte, me dio un gran abrazo, para mí que sabía que iba a morir y se estaba despidiendo, y me dijo:

- No me equivoqué. Trataré de seguir siendo fiel a él, a Fe y Alegría y a mi pueblo. A veces me desanimo, me dan ganas de tirar la toalla ante tanto reto y tanta dificultad, pero siento que los pobres siguen esperando más y más de Fe y Alegría y no podemos defraudarlos.

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31.- HNA. MONTEMAYOR FERNANDEZ PINZON (Esclava del Divino Corazón)

Conocí al P. José María Vélaz el 25 de septiembre de 1976. El estaba aquí, en San Javier del Valle. Prácticamente estaba solo, con Basilio, su chofer, y desde hacía un mes, con la Hna. Aurea. Luego, la Hna. Aurea se fue y yo me quedé sola con el P. Vélaz. Yo llegué directamente de España. Venía a Guayana, pues el Obispo, Monseñor Mata, había pedido ayuda a la Congregación para atender los niños indígenas en la zona fronteriza con Guayana, pero no resultó. Entonces, sabiendo que estaba dispuesta a venir a Venezuela, el P. Jiménez me invitó a Fe y Alegría. Llegué a Mérida a ayudar en los campamentos. Cuando yo llegué, sólo existía el campamento viejo y la casita de teja donde viven los Padres, que luego se amplió. También estaba en construcción el campamento nuevo. Pero de todos estos edificios de ahora, el internado, el hostal..., no había nada.

FE Y ALEGRIA : OBRA DE IGLESIA Yo no conocía nada de Fe y Alegría, pero llevaba a Fe y Alegría en el corazón. En Tokio, Japón, con mis escasos conocimientos y virtudes, yo había fundado una especie de Fe y Alegría en el barrio de los traperos, en Adachiku. Allí, durante tres años, al comienzo de la década de los sesenta, inicié una obra social y educativa a la que logré integrar varias congregaciones religiosas. Esto es lo que siempre me ha atraído más de Fe y Alegría, el que sea una obra de Iglesia, no una obra de una congregación en particular. Eso nos da amplitud, credibilidad. A veces, las congregaciones nos volvemos demasiado apegadas a lo nuestro, hacemos del apostolado nuestra propiedad. Hemos sido parcelitas de la Iglesia, nos ha faltado visión de globalidad. En aquel barrio de Tokio, la pobreza moral, más que la física, era terrible. Había allí profesionales, médicos, profesores de universidad..., viviendo como unos miserables. Se habían dejado derrotar por la vida, se sentían fracasados, puras piltrafas humanas. Nosotras empezamos con una especie de campamento para los niños. Tratamos de dignificarlos, de sembrarles un ideal, una ilusión. De allí me sacaron por considerarme un poquito revolucionaria y me enviaron a España. Estuve en Linares de Jaén, en un barrio de gitanos. Todos los que vivían allí eran gitanos. La congregación tenía una casita en medio de los gitanos. Yo estuve trabajando con ellos. Vine a Fe y Alegría y enseguida me encantó el paisaje y el clima de Mérida y me maravilló el P. Vélaz. Era un hombre de una fantasía arrolladora,

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pero capaz de ir llevando a la realidad lo que soñaba. Tenía los pies en la tierra, aunque su imaginación volara. De una capacidad clarividente para expresar lo que imaginaba. Era, además, todo un caballero, muy sencillo, humilde, tímido, y sobre todo, amable. Los que dicen de él que era serio, es que no lo conocieron. Esa era una coraza que él se ponía para ocultar su timidez. Recuerdo que me recibió y se puso a prepararme un café al que, sin duda por los nervios, le echó sal en vez de azúcar. Enseguida le hizo mucha gracia mi modo de hablar, tan andaluz, y se rió mucho cuando le dije que era de “Mogué” (Palos de Moguer). Luego, siempre me habría de echar mucha broma con eso. Me pedía que le hablara mucho de mi pueblo, se reía a carcajadas con las cosas que le contaba. Le impresionaba que yo fuera sobrina de los Hermanos Pinzón, los que acompañaron a Colón en su viaje a América. Yo viví con él prácticamente sus últimos nueve años y soy consciente de que le ayudé en lo poquito que pude. El tenía muchos proyectos y yo le animaba. “Vamos a comenzar, Padre”, le decía yo, “y entonces veremos si todo eso que usted sueña es posible o no”. Cuántas horas pasamos los dos proyectando cosas, soñando, también rezando. Cuántos rosarios le rezamos a la Virgen juntos...

HOMBRE DE GRANDES VALORES Vélaz era un hombre que por tener grandes valores se le notaban mucho sus defectos. No soportaba, por ejemplo, las mentes de mosquito, las personas apocadas, pusilánimes, que a todo le ponen peros, que sólo ven las dificultades. El sabía que, hiciera lo que hiciera, no faltaría quien lo criticara. Siempre hay personas que lo critican todo. Si uno va a hacerles caso, no haría nunca nada. Aquí nos han criticado desde la ubicación de los edificios del internado, hasta el supuesto lujo. Yo no sé dónde lo ven. O será que quieren que los muchachos pobres vivan como unos miserables... Era muy franco y sincero. No toleraba rodeos ni medias tintas. Dicen que era autoritario, pero yo no lo creo. Siempre estaba abierto al diálogo. Defendía sus puntos de vista con mucha fuerza, que podía parecer que avasallaba al otro, pero te daba la razón si la tenías. Y no tenía inconveniente en pedir perdón si se sobrepasaba en alguno de sus juicios. Yo peleé muchísimas veces con él, y siempre o casi siempre fui yo la que salió ganando. A mí Vélaz me daba mucha devoción. No era de esos de discursos piadosos, pero tenía una espiritualidad sólida y profunda. Yo lo considero más espiritual que muchos supuestos espirituales. Muy devoto de la virgen, rezaba el rosario todos los días y, con frecuencia, los quince misterios. Hombre de una gran fe, -¿cómo, si no, va a crear una obra como Fe y Alegría?- que llevaba a la práctica de la caridad cristiana. Los muchachos lo querían mucho cuando le agarraban confianza. Siempre les hablaba de la paternidad de Dios, de un Dios

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Padre, bueno, infinitamente misericordioso, que los quería a cada uno como su hijo predilecto. No era nada melindroso. Comía de todo y dormía donde hiciera falta. Podía estar una semana con una olla de arroz y era gran admirador de la hamaca, a la que le escribió un poema. Veía a Dios en la naturaleza, la creación era para él un reflejo de Dios. Veía también a Dios en los niños, sobre todo en los más pobres y necesitados. Le gustaban mucho las flores, sobre todo los pensamientos. Un día, andaba paseando por el valle, vio a una señora y le pregunto:

- Señora, ¿tiene usted pensamientos?

- Mi Padre, sí que tengo, y unas veces son buenos, pero otras malos.

Amaba también mucho los libros. Lector insaciable, solía decir que el taller más importante debía ser la biblioteca. Se ha dicho que él se vino a Mérida amargado, descontento con la marcha que estaba tomando Fe y Alegría. Eso es falso. El vivía en soledad, pero no era un hombre ni hundido ni amargado. Había aceptado su soledad para poder emprender nuevos retos. Nunca le oí quejarse de los demás, ni hablar mal de otros. Era un hombre de gran fe, él sabía que era Dios quien estaba llevando los destinos de Fe y Alegría. Por eso, a pesar de los problemas y dificultades, él estaba seguro de que Fe y Alegría iba por buen camino. El día antes de morir, estuvo hablando muy largo conmigo. Sabía, para mí, que iba a morir y me decía que todo estaba en las manos de Dios. Yo no sé cómo pudo hablar tanto en ese día. Era como si se estuviera despidiendo y dando las últimas recomendaciones para Fe y Alegría. Yo le vi tan mal que me ofrecí a acompañarlo al Masparro, pero no me lo permitió. Me dijo que me quedara, que yo era en San Javier muy necesaria. El se iba a morir al Masparro para hacer más significativos sus nuevos retos: una red de escuelas campesinas que sacaran al campesinado de la miseria. Había, es cierto, cosas que no le gustaban y que estaba dispuesto a combatir con fuerza. Le preocupaba muchísimo que algunos utilizaran a Fe y Alegría para sembrar odio en los alumnos, que cayera en manos de comunistas que sembraran el odio y la violencia. El no soportaba todo ese lenguaje de lucha de clases, sufría mucho con todo eso, no lo podía entender. Y le dolía la situación de la educación y del país, y que la Iglesia no tuviera una palabra valiente frente a eso, que fuera tan quedada, tan poco arriesgada y emprendedora.

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El se vino a Mérida a implantar una Escuela de Artes Aplicadas para que Fe y Alegría emprendiera con decisión un proyecto educativo que preparara a los muchachos para el trabajo y para la vida. “Tengo que volver a empezar de cero”, decía. “Fe y Alegría debe como volver a nacer. No se puede quedar en una serie de escuelitas hasta sexto grado por los barrios. Tiene que formar profesionales, tiene que ir al campo y enseñar a cultivar, a criar ganando, a levantar casas dignas”.

SAN JAVIER DEL VALLE, UN MILAGRO DE DIOS Todo lo que hoy existe en San Javier del Valle es un milagro de Dios. Aquí no teníamos ni plata para comer nosotros dos y mire usted todo lo que se ha hecho. La primera idea no era poner un internado. Vélaz quería poner unos talleres para que los muchachos del Valle, al terminar su primaria, aprendieran algún oficio útil. Con las máquinas que se utilizaron para hacer la Casa de Ejercicios Espirituales y que estaban arrinconadas por ahí, montamos los talleres de herrería, mecánica y madera, y el Padre Vélaz fue a Colombia y se trajo unos profesores. El tenía muy claro que más que títulos, hacía falta gente buena profesionalmente, capaz de realizar cosas valiosas y bellas, que vivieran de su trabajo y estuvieran dispuestas a enseñar a otros lo que sabían hacer. Una vez que tuvimos talleres y profesores, seguía faltando lo principal: los alumnos. Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea del internado. Yo me fui en un land-rover a los pueblos del Sur y me traje unos muchachos. Así fue que comenzamos: con dos varones y cinco hembras. En ese primer año, estos muchachos iban a clases en la mañana al Timoteo Aguirre, y en la tarde, asistían a los talleres. Nadie hubiera apostado entonces que la idea prosperaría. Al año siguiente, ya teníamos 72 alumnos, y al otro, 180. Nos mandaban alumnos de Maracaibo, de Caracas, de cualquier parte al enterarse que teníamos internado. Una vez nos llegó una señora desde Puerto La Cruz y pretendía dejarnos una niña de dos años. Cuando nos empezaron a llegar muchachos, tuvimos que ingeniárnoslas para acomodarlos y darles de comer. Donde hoy está el taller de costura, era entonces una vaquera que transformamos en dormitorio para los varones: rellenamos con paja los pesebres y pusimos sobre ellos unas colchonetas. Las niñas vivían en nuestra casa, y el P. Vélaz se acomodó en una pieza que hasta entonces había sido una corotera. Fueron años de muchísima penitencia. Comíamos mal, pero comíamos. Los que podían, pagaban 150 bolívares al mes, por todo. Como algunos no pagaban nada, los que sí pagaban -en su mayoría maracuchos- hicieron una especie de sublevación diciendo que se les daba muy mal de comer para lo que pagaban y que, con su dinero, estábamos alimentando a los que no pagaban

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nada. Yo no dije nada, y al día siguiente los llamé tempranito, le di a cada uno cinco bolívares y le dije:

- Hoy no hay comida. Ustedes verán como se las arreglan para comer con eso que es lo que pagan diario. El hospedaje y los estudios les salen gratis.

Entendieron muy bien la lección. Todo se arregló. “Es que los maracuchos son muy alzados”, decían los de Mérida. Los de Maracaibo solían decir: “Estamos cansados de comer tantas papas. Nosotros comemos plátanos, queremos plátanos”. Como iba aumentando el número de alumnos tuvimos que mudarnos a los campamentos. Yo he recorrido con las niñas siete sitios diferentes hasta el edificio de hoy. Estuvimos cuatro años viviendo en los campamentos, y nos resultó muy cuesta arriba privarnos de la entrada económica que ellos nos habían supuesto. No sé cómo pudimos comer todos los días. Eso sí que fue un verdadero milagro. En el año 79 comenzamos el bachillerato. Pusimos quinto y sexto grado de primaria y primero de bachillerato. Así fuimos creciendo hasta el bachillerato completo con toda esa serie de menciones en artes y oficios que tenemos hoy. Muchos criticaban la fantasía de Vélaz, pero es que él no soportaba ese concepto del pobre tan paternalista, el pobrecito que hay que dejar así. El decía que querer al pobre exigía hacer de él una persona digna, que se levantara con su propio esfuerzo para que fuera igual a los demás. Lo del proverbio chino que tanto solía repetir: En vez de regalar un pez, hay que darle la caña y enseñarle a pescar. Y si él soñaba con una Fe y Alegría grande es porque los pobres son muchísimos y no había que renunciar a atenderlos, si no a todos, lo cual es imposible, sí a los más posibles. Respecto a los proyectos faraónicos que algunos le han criticado tanto, no eran tan faraónicos si bien miramos. Detrás de todos esos proyectos, lo que había era la necesidad de darle de comer a los alumnos y, para ello, había que conseguir la plata. Como aquí en El Valle no contábamos con amplias tierras fértiles, como en el Masparro, pero sí contábamos con un paisaje lleno de posibilidades turísticas, había que recurrir al turismo como fuente de ingresos. Por eso estaba queriendo construir una especie de pueblito típico andino y un museo de la vida de Cristo que fuera como una especie de gran catecismo popular, pues él decía que había que respetar mucho la religiosidad popular, y que el pueblo le daba mucha importancia a las imágenes. Por eso, yo hice colocar la imagen del Cristo Sufriente donde comienza la subida al internado. Ese Cristo lo hicieron los alumnos, quisieron copiar la cara del Cristo que preside la sala de conferencias de la Casa de Retiros Espirituales.

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Además de esa función didáctica y turística, Vélaz quería que todo eso se hiciera con el trabajo de los alumnos para mostrar así lo que son capaces cuando se comprometen en una educación realmente productiva. Ahí está el hostal, hecho en gran parte con el trabajo de los alumnos, como muestra de lo que es posible. Por eso. el P. Vélaz nunca aceptó esos tallercitos donde los niños se la pasan haciendo jugueticos o cosas inútiles. Quiso también que las congregaciones religiosas que trabajaban en Fe y Alegría, que se la pasan en esos barrios tan calientes e inhumanos de las ciudades, tuvieran aquí su casa de descanso, de oración, de reflexión, de paz. Sólo las de la Presentación de Granada se construyeron la suya. No es que quisiera hacer una “Monjilandia”, como criticaban algunos, sino un lugar apacible y de descanso para las congregaciones.

SAN IGNACIO DEL MASPARRO

Desde hacía muchos años el P. José María Vélaz había soñado con una red de escuelas campesinas y, cuando sintió que el proyecto de San Javier estaba lo suficientemente sólido, se fue al Masparro a empezar a construir su sueño. Primero estuvo en Cubartí, donde Febres Cordero nos regaló tres hectáreas y una casa. El pensó poner allí una escuela, pero no había suficiente sitio. Además, los hacendados vecinos no nos permitían el paso. Entonces, teniendo como base de operaciones Cubartí, empezó a buscar terrenos por los llanos. El le proponía a los Concejos Municipales cambiar terrenos baldíos por becas educativas para los niños. Estuvo a punto de poner una escuela agropecuaria en Abejales, pero el cura resultó demasiado carismático. No bajaba a la realidad. Siguió buscando y buscando. Entonces fue cuando le dio un infarto. Se fue a Caracas. Estando él en Caracas, vino a verme Don Manuel, el Presidente del Concejo Municipal de Libertad, diciéndome que por Dolores, a orillas del río Masparro, tenían un terreno para Fe y Alegría. Yo fui a ver el terreno y me encantó. Fui la primera en verlo, antes que Vélaz. Eso fue en el mes de diciembre. En enero fui a Caracas a visitar a Vélaz que estaba convaleciendo y le conté lo del terreno.

- Acéptalo- me dijo con fuerza. Fui a Libertad. No había nadie en el Concejo capaz de escribir la carta ofreciendo el terreno a Fe y Alegría. La secretaria escribía con un dedo, sin encontrar las letras. Recuerdo que Angel, el chofer, me decía por lo bajo: “Hermana, escríbala usted, si no, no salimos hasta la noche de aquí”. Yo misma

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tuve pues que escribir la carta ofreciendo los terrenos a Fe y Alegría. Las autoridades del Concejo Municipal de Libertad la firmaron. Junto a los campesinos, le preocupaban también mucho los indígenas. El quería enseñarles a trabajar para que volvieran a sus tierras y fueran los maestros de su gente. Por eso, siempre los aceptó con especial preferencia aquí en San Javier del Valle y luego, al final de su vida, quiso fundar toda una red de escuelas por el Estado Bolívar que atendieran a las poblaciones indígenas. Yo le agradezco muchísimo a Dios el haber podido trabajar en Venezuela con el P. Vélaz y con Fe y Alegría. Ella me ha permitido vivir a plenitud los sueños de religiosa que tenía desde que estaba en Japón. Además, Dios me ha concedido la gracia de vivir en un paisaje donde cada día puedo sentir a Dios, junto a unos niños a quienes quiero muchísimo. Los muchachos me encantan, no me cansan nunca. En Fe y Alegría he podido expresar y vivir mi gran fe en Dios, y él nunca me ha fallado. Las cosas siempre se van haciendo. Con dificultades y problemas pero, al fin, si uno se lo propone y tiene fe en Dios, todo se va haciendo. Si tuviera que empezar a vivir, haría lo mismo. Eso sí, procuraría hacer alguna cosita un poco mejor. A pesar de mis debilidades y mis fallos, me considero una persona feliz.

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32.- RAMON BARBERA Yo llegué a Fe y Alegría en enero de 1984. Me recibió la Hna. Monte, que al saber que yo conocía de agricultura, me admitió para San Javier del Valle. Por esos días, el Padre Vélaz no estaba en San Javier y, cuando un mes después llegó, me mandó a llamar y durante horas y horas me estuvo hablando de sus proyectos ante la fogata. El me mostró mucha confianza al saber que era valenciano, hombre de huertas. Se mostraba entusiasmado con la idea de producir alimentos. Decía que el verdadero subdesarrollo era la dependencia alimentaria. No entendía cómo el país había traicionado al campo y a los campesinos. Según el Padre Vélaz, Venezuela estaba peor que en el tiempo de la colonia, pues antes tenía bien desarrollada la agricultura y ahora por el petróleo nadie quería trabajar. En Mérida estuve tan sólo unos meses. En ese tiempo me metió por toda esa montaña, él siempre con sus planes y diciéndome dónde había que plantar fresnos para que no se hundiera el camino. Plantamos cinco mil. Durante este tiempo, él y la Hna. Monte me fueron atrapando para Fe y Alegría y yo, la verdad, me dejé atrapar. Cuando me tuvieron atrapado, el Padre y yo nos vinimos para El Masparro. El deseaba mucho que me viniera con toda la familia, sobre todo al enterarse que mi esposa era maestra:

- Tú serás el capataz y tú esposa la Directora- me decía, pero yo siempre me opuse a que mi familia se metiera en este monte.

Llegué al Masparro el 17 de mayo de 1984. Vinimos el Padre Vélaz, su chofer Angel, y yo. En Santo Domingo, paramos y yo les brindé el desayuno. Ese gesto le sorprendió mucho. A pesar de que la carretera estaba pasable porque no había llovido mucho, nos costó bastante llegar. Lo único que había era un rancho de palma donde dormía en chinchorro con los obreros. Ese mismo día, pero bastante más tarde, llegaron los albañiles que venían desde Mérida en otro camión. El Padre Vélaz era recatado, pero hacía de tripas corazón. Durmió durante quince días en chinchorro con los demás trabajadores y luego, dormimos él y yo durante veinte días en la misma habitación. Era muy comedido, respetuoso. Se bañaba en interiores en el pozo de agua. No era nada melindroso, era muy normal y, sobre todo, muy sincero. Austero y ahorrador, se trataba duro y trataba duro a los demás. Durante muchos días estuvimos comiendo sopa sin sal porque él la tenía prohibida. Cuando íbamos de viaje, paraba siempre en los restaurantes populares de carretera. Siempre pedía un solo plato. Una vez íbamos por Socopó y yo le

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hablé de un restaurante “La Vizcaína”, donde preparaban una extraordinaria paella valenciana. El se animó y me dijo:

- Vamos a echar una canita al aire. En Sabaneta se disgustó mucho una vez porque no le querían recibir unos cheques. Se puso bravísimo: “¿Es que acaso desconfían de mí?”, decía rojo por la ira. Tanto insistió que tuvieron que aceptárselos. Un italiano de allí solía decir: “Con doscientos hombres como ese cura, se arreglaría Venezuela”.

INICIO DEL MASPARRO En el Masparro comenzamos desarrollando la agricultura. Llegó un tractor, rastra y cultivadores, precisamente a la semana de haber llegado nosotros. El 11 de junio sembramos el primer maíz. Yo manejé la maquinaria. De Mérida llegó un chofer pero no sabía manejarla. Yo tuve que decir que sí sabía para que no lo botaran. El Padre me hablaba mucho de los proyectos de construcción del colegio. Estaba muy entusiasmado con esta primera escuela campesina que él pensaba iba a ser semilla de muchas otras. El mismo estudiaba los mejores sitios para los dormitorios de los muchachos, para los depósitos, para aulas y talleres. Era un hombre de gran sentido común. Muchas veces le oí quejarse de las horas que había perdido estudiando griego en vez de haber estudiado una carrera técnica. Hablaba y hablaba de sembrar maíz, sorgo, yuca, topochos. Decía que a los alumnos de la escuela habría que enseñarles las cuentas de un modo práctico: “Si un racimo tiene tantas manos, y una mano tanto dedos, ¿cuántos dedos tiene un racimo? ¿y cuántos racimos se necesitarán para darle un cambur a cada niño si tenemos tantos niños?”. En esos primeros tiempos, se la pasaba preguntando a los campesinos si por ahí se daba tal o cual producto. Tenía una tremenda voracidad por saber y por aprender. La respuesta de los campesinos le desconcertaba y le ponía bravo: “Puede ser”, “Quién sabe”... Con el tiempo, ese tipo de respuestas le causaban gracia. También, al comienzo no podía entender la excesiva calma del llanero. “Aquí, Barberá, el tiempo no cuenta”, me decía. “De nada sirven los relojes y los horarios”. Poco a poco, se fue volviendo más paciente y comprensivo. Llegó con una gran furia, pero se fue dejando domar por el llano. El primer maíz que cosechamos lo enviamos al internado de San Javier. Los alumnos tenían que pilarlo y con el tiempo, se fueron fastidiando. Carlucho Hernández le regaló una desgranadora y también le prometió construirle el puente sobre el cañito a la entrada, pues cuando llovía era imposible pasarlo.

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Por aquí pasaron cinco congregaciones de religiosas pero ninguna se quedó por mucho que el Padre trataba de entusiasmarlas. Las montaba en un tractor y las llevábamos de arriba abajo recorriendo todo eso. Cuando se iban, el Padre quedaba muy apenado y solía decirme: “Las mujeres si no ven paredes levantadas no se acostumbran. Necesitan un mínimo de comodidad, por eso no volverán”. El soñaba con monjas que supieran manejar tractores, que estudiaran agronomía o carreras técnicas. Solía decir que no esperaba mucho de las que habían estudiado antropología o sociología pues esos títulos que no servían para nada, las echaban a perder. El era muy crítico de las universidades, decía que ellas alejaban a la gente del trabajo, y las acusaba de ineficaces. Los de la Universidad de Mérida lo llamaban “El cura que no nos quiere”. El apreciaba mucho la sabiduría aprendida desde la vida. Con frecuencia le oí contar que una vez en Valencia de España, vio una mata amarillenta y cuando preguntó por qué se veía así le contestó un niñito: “A esa le falta nitrato”. Le preocupaba mucho el futuro de Fe y Alegría. Decía que había que salir de esa monotonía de las escuelas de los barrios y meterse de lleno en el campo para producir comida y enseñarles a los campesinos a producirla.

- A los jóvenes de ahora, Barberá, no se les ve orientación para renovar Fe y Alegría. Prefieren quedarse en la comodidad de las ciudades. Dicen que me quieren, pero no siguen ni ejemplo. Yo no quiero que el campesino salga de su ambiente y vaya a malvivir en los ranchos de Caracas. Pero, para quedarse, necesita viviendas higiénicas, tierras y conocimientos y medios para cultivarlas o poner en ellas su ganadito, necesita escuelas...El campo es el futuro de Venezuela, como fue su pasado, pero hay que domarlo y cultivarlo.

Vélaz era pues un hombre que siempre estaba lleno de planes y proyectos nuevos. El se arriesgaba a hacer las fundaciones sin dinero, porque él estaba convencido de que el dinero vendría más tarde. No era lo mismo pedir para iniciar un proyecto que uno no veía, que pedir para proseguir lo que con mil esfuerzos y sacrificios se había hecho de la nada. El Padre solía decir que el Ministerio de Educación era el mayor enemigo y freno de la educación. Por eso hablaba de fundar muchísimos colegios porque, sólo así, el Gobierno respetaría a Fe y Alegría.

LA MUERTE DEL PADRE VELAZ

Diez días antes de morir, pasó por aquí con Bacaroto estrenando la Samurahi que le había regalado el P. Martínez de Olcoz, porque los médicos le

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habían prohibido viajar en las carcachas en que acostumbraba hacerlo, y le ordenaron reposo o que viajara en vehículos cómodos. Solía decir que ese año del Masparro lo estaba viviendo de ñapa y estaba muy claro que podía morir en cualquier momento. En ese viaje, sólo pararon dos horas que el Padre las ocupó enteramente hablando con el albañil Sixto y enseñándole unos planos que el mismo había hecho. El Padre le explicaba todo los pormenores, le hablaba de la orientación, pero el albañil no le entendía. “Demonios, todavía no me has entendido”, decía el Padre soportando apenas la rabia y la impaciencia. De allí siguieron a la Guanota, en Apure, y de allí a la Gran Sabana donde el Padre pensaba iniciar una serie de escuelas para los indígenas. El regreso de ese viaje lo hicieron por Caracas, el Masparro y Mérida. Cuando llegaron aquí, que serían como las cuatro de la tarde, el Padre fue directo a ver la construcción y al ver que el albañil le había hecho todo al revés, exclamó: “Pero, demonios, ¿qué me has hecho?”. El pobre Sixto se asustó mucho. El Padre se mostró muy apesadumbrado y decaído y dijo: “Vamos a suspender la construcción. Martín me ha maleado a Sixto”. Martín era un albañil a quien Sixto solía consultar mucho. Bacaroto le insistía: “Vámonos, Padre, vámonos ya que es muy tarde”. Pero el Padre le dijo: “Déjame descansar. Seguiremos mañana”. Pasaron la noche aquí y continuaron viaje al día siguiente rumbo a Mérida. Eso fue en un martes, y a los dos días, el jueves, volvió al Masparro a pesar de que la Hna. Monte y Fabián, el director de San Javier, le rogaron que no viniera. Fabián le pidió que se quedara a la graduación de los alumnos, pero el Padre se vino para acá. Llegó con unas maestras de Mérida para enseñarles el colegio. Andaba muy preocupado porque las clases iban a comenzar en octubre y no tenía ni monjas ni maestros. Cuando estaban llegando yo venía de Dolores con el tractor. Eran las tres de la tarde y empezó una tormenta muy fuerte, con lluvia, truenos y relámpagos. Cuando yo llegué me dijo:

- Mira, Barberá, tengo unas semillas que me han dado. Pero mejor, vete primero a cambiar que estás muy mojado, y después vienes por acá.

Por todas las partes que iba se la pasaba recogiendo semillas. El quería mucho a los árboles y hablaba de sembrar un bosque de maderas preciosas que habrían de disfrutar las generaciones venideras. Sufría mucho con las deforestaciones que hacían las compañías madereras que estaban acabando con los bosques de Barinas.

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Cuando me cambié volví junto a ellos. Las maestras estaban sentadas viendo llover. El Padre estaba muy preocupado de que las maestras se llevaran una mala impresión y trataba de echar bromas y de animarlas. Cuando terminó la tormenta, empezaron a cantar y a tocar guitarra. Nos alumbrábamos con latas de aceite y quemábamos tusas para ahuyentar la plaga. A la hora de la cena se mostró especialmente amable. Dijo que quería que todos cenáramos juntos, cosa que no solía hacer. “Vamos todos a cenar juntos, como en el cuadro de Leonardo de Vinci”, -dijo: Hubo cena, cantamos, y hasta él estuvo tarareando las canciones con nosotros, cosa que nunca yo le había visto hacer. Terminada la cena, estuvimos jugando al zorro y él se quedó conversando con mucha dulzura con los obreros. En otras ocasiones solía retirarse pronto a leer y escribir a un cuarto donde habíamos logrado poner un bombillo produciendo la electricidad con una máquina de soldar. Esa noche no pudo ir a ese cuarto porque se lo cedió a las maestras que había traído. Antes de retirarse a dormir me dijo:

- Mañana, nos cargas la samurahi bien temprano de todo lo que puedas recoger, yuca, cambures,.... saldremos de aquí a las siete. Vamos a ir hasta Bruzual para que estas muchachas conozcan el Apure y a las nueve estaremos saliendo para Mérida.

Se despidió y se fue a dormir a su antiguo cubículo pues, como dije, su nueva habitación que tenía luz se la había cedido a las maestras. A las seis de la mañana del día 18 de julio oí que me llamaba con una voz sonora y natural:

- Barberá, Barberá ... - Ya voy, Padre.

Me levanté rápido y extrañado. Fui, y entré. Estaba completamente tapado con el mosquitero. Lo destapé y me dijo:

- Creo que tengo un infarto. - ¿Qué medicamento le doy? -le dije yo. - Ahí está, esa pastillita sobre la mesa de noche.

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Se la di con un vaso de agua y él mismo la agarró con su mano. El vaso de agua estaba muy lleno y se molestó porque le cayó un poquito.

- Tengo frío en los brazos.

- Yo le abrigaré. ¿Se siente mejor?

-Sí. Me empezó a rogar que no se enteraran de su estado las maestras. Como la puerta del cuarto era muy rústica, yo traté de tapar la visión con una toalla. “Que no se enteren, por favor, que no se enteren”, me decía una y otra vez. Viendo que no terminaba de mejorar, le dije:

- Mire, Padre, ¿lo llevo al médico?.

- No, no debo moverme.

- Entonces, voy yo a buscar al médico.

- Tú no, tú te quedas aquí acompañándome. Rézame una oración.

Rezamos el Padrenuestro y llamé al chofer y le dije que se fuera a buscar a Libertad un médico porque el Padre se sentía mal. Como había llovido mucho, el camino estaba muy malo y había que salir enmochado. Volví junto al Padre y al preguntarle como se sentía, me dijo:

- Creo que me siento un poquito mejor. Estuvo un rato en silencio, con rostro natural, como meditando. Al rato, me pidió otra pastilla. Esta segunda ya tuve que dársela yo, lo mismo que el agua. La tomó con mucha dificultad. Me habló algo que no le entendí muy bien. Estuvimos un rato en silencio. Después, me pidió la tercera pastilla. Le faltaba sensibilidad. A los pocos minutos, empezó a respirar profundo y jadeando. Parecía muy cansado. Yo lo levanté un poquito y se mejoró. Comprendí que la cosa se estaba poniendo difícil y traté de buscar a alguien para que me ayudara. Sixto se estaba lavando y yo empecé a hacerle señas para que viniera. El no me entendía, y yo lleno de rabia, multiplicaba las señas. Por fin, se acercó.

- Acompáñame que el Padre está mal. Fue a ponerse el pantalón y volvió donde nosotros. Se puso del lado de la izquierda y yo del lado de la derecha. El Padre entró en agonía. Lo levantamos un poco y pareció disminuir el ahogo. Con una mano le tomaba el pulso y con la otra

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le sujetaba la espalda. Llegó un momento en que dejó de jadear, pero el pulso seguía. Desde la frente hasta la coronilla se puso blanco como la cera, aunque sus cachetes seguían rojos y el pulso caminaba. Al minuto acabó el pulso, Sixto y yo nos miramos a la cara, su rostro poco a poco fue adquiriendo una extremada palidez. No dijimos nada a nadie. Llegaron los obreros y los mandamos a trabajar diciéndoles que el Padre estaba enfermo. No queríamos que las maestras se enteraran de mala manera. Cuando ellas se pararon les dijimos primero que el Padre se estaba sintiendo mal y poco a poco las fuimos preparando. Yo le ordené a Martín que fuera a Sabaneta y le avisara a la Hna. Monte en Mérida. El médico llegó a las nueve de la mañana y, al enterarse de que el Padre ya había muerto no quiso entrar. “Si está muerto, ¿qué voy a hacer yo?”, decía . Le pusimos al Padre su pantalón y yo guardé la plata que llevaba en los bolsillos y también su maletín. Ordené que fueran a avisar a Barinas y a Caracas. La policía, al enterarse, había llamado a las monjas de Barinas y éstas lograron comunicarse con Caracas. En Libertad y Dolores había dos curas colombianos que, al enterarse de la noticia, vinieron los dos y se pusieron a la orden, con lo que me sacaron de un compromiso. Ofrecieron la casa parroquial y la iglesia hasta que llegara la funeraria El Pilar que el propio Obispo de Barinas había solicitado. El camino estaba muy malo sólo se podía pasar con jeep enmochado. Eran ya las diez de la mañana y amenazaba una lluvia torrencial. La señora Berta, una vecina, nos prestó su jeep pick-up y allí acomodamos el cuerpo del Padre tapado con una sábana. Dos vecinos lo acompañaron haciéndole guardia y uno de los curas colombianos hizo de chofer. Llegaron entre dificultades a Dolores y pusieron el cuerpo del Padre en plena iglesia. Yo puse orden aquí y me trasladé a Dolores donde ya estaba el obispo y las hermanas de Fe y Alegría de Barinas y de Guanare. Pero la funeraria no llegaba. El obispo puso a la orden la catedral de Barinas y las hermanas de Fe y Alegría de Barinas y de Guanare se empezaron a disputar el cuerpo del Padre. “Hay que llevarlo a Guanare, que queda más cerca de Caracas”. “Pero si lo van a enterrar en Mérida, Barinas queda más cerca”. El obispo, a su vez, decía: “Pónganse de acuerdo, Hermanas; si no, lo llevamos a la catedral”. Las monjas ya habían dado la orden de que iba a Guanare. Pero entonces alguien dijo: “No, va a Mérida”. Hubo que rectificar la guía en la prefectura. Tardaron mucho. El obispo se puso muy bravo: “Que la hagan ya, que es una orden del obispo”. En vista de que la funeraria El Pilar no llegaba, el propio obispo fue a Libertad y contrató una urna. Llegaron las dos urnas al mismo tiempo. La de Libertad tuvo que regresarse.

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Colocaron el cuerpo y lo llevaron a la carroza fúnebre. Pero los papeles de la prefectura no terminaban de llegar. Tuvimos que esperar durante dos horas con un sol abrasador. Concluídos los trámites, pudimos por fin salir hacia Barinas. El obispo dijo que no lo llevaran al hospital, sino directamente a la funeraria, que allí lo prepararan y lo llevaran a Mérida. En el momento en que la carroza estaba dando la vuelta a la redoma, llegaba la Hna. Monte. Ella se hizo ya cargo de todo. Arreglaron el cuerpo del Padre de inmediato y la comitiva salió rumbo a Mérida como a eso de las seis de la tarde. Llegaron a Mérida a la una de la mañana.

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ANEXO:

EL PADRE JOSE MARIA VELAZ

Por: Antonio Pérez-Esclarín

Fe y Alegría debiera levantar la bandera de nuestros gloriosos y audaces misioneros de la Antigua Compañía, que tantas señales de su paso han dejado hasta hoy.

Porque Fe y Alegría cree firmemente en que Dios es nuestro Padre y

en que todos los hombres son nuestros verdaderos hermanos, queremos realizar la obra de justicia más urgente: Educar a los más pobres, que son más pobres porque son más ignorantes.

La educación del hombre, en la misma medida en que debe ser

integral y educarlo totalmente, tiene que dedicar su afán primordial a las necesidades fundamentales, entre las cuales emerge como primaria y principal, la alimentación y la Salud Humana.

Todo lo que contribuya a una Educación Integral y Actualizada de las

Clases Populares es la vocación de Fe y Alegría incluídos, como es lógico, los más altos estudios universitarios.

(P. José María Vélaz)

VELAZ, EL MISIONERO

Hay hombres que sembraron sus vidas en la tierra fértil del servicio. Por eso, fueron capaces de levantar grandes cosechas en el corazón de multitudes. Uno de estos hombres fue el Padre José María Vélaz, el fundador de Fe y Alegría, ese movimiento educativo que, nacido en un rancho de Caracas, ha llevado sus banderas de Educación Popular Integral a los barrios y campos de trece países latinoamericanos. El Padre José María Vélaz nació en Rancagua, Chile, en el seno de una familia en la que se vivía a fondo el cristianismo. Su abuela materna le sembró una especial devoción a la Virgen que habría de durarle toda la vida y que le brindaría momentos de especial consuelo y plenitud espiritual, especialmente con el rezo del rosario. El propio Padre José María confiesa que lo rezaba todos los días, incluso los quince misterios, y en la cumbre de su vida recordará con especial cariño a su abuelita como “una de esas Viejecitas Santas que después de darle su vida a sus hijos, a sus nietos, a sus huéspedes, pues tenía un hotel, a sus pobres a quienes recibía como a Cristo, ya con más de 80 años, casi

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paralítica en su cama, sacaba los brazos sobre las sábanas y rezaba, hora tras hora, sus Rosarios. En su fino rostro arrugado, pero siempre sonrosado, brillaban de dulzura y felicidad, sus ojos alegres. Un rosario para cada uno de sus cinco hijos, otro para cada uno de sus yernos, y otros para sus once nietos. Pero, como entre estos últimos, había dos que ella consideraba en mayor necesidad espiritual, a esos les ayudaba con dos Rosarios a cada uno. Total y sin fatiga, 21 Rosarios de cinco decenas, es decir, 105 Padres Nuestros en plena consolación” (Cartas del Masparro, pág. 134). Cinco años tenía José María, que era el mayor de los cuatro hermanos, cuando murió el padre de un infarto. La mamá tuvo que atender con toda energía los negocios y el cuidado y atención de cuatro niños muy pequeños. Este hecho marcó profundamente al joven José María que siempre fue un arduo defensor del valor, capacidad y entereza de las mujeres. Cinco años después de la muerte del padre, la familia se volvió a España. Estos diez años chilenos le dejaron a José María recuerdos de montañas, de potreros, árboles y ríos. Y allí, de los labios del río Cachacual, en el que se dio sus primeras zambullidas, aprenderá a vivir en la inestabilidad del darse permanente. Su vida habrá de ser río, un perenne deslizarse dando vida. Chile se le quedó también para siempre en el alma como raíz de su profunda sensibilidad latinoamericana, de su viveza, de su carácter romántico y aventurero. En España, la familia se estableció en Loyola, a la sombra del santo Fundador de la Compañía de Jesús. Vendrán años de estudio y de trabajo, de estrechez económica, de domar el espíritu y templarse para cosas grandes. Serán también años de muchos y apasionados sueños. El mismo José María nos recuerda cómo estando interno en el colegio de los jesuítas de Tudela en que “nos imponían aquellos siniestros estudios de dos horas o más, yo iba feliz a ellos, porque a los cinco minutos de riguroso silencio, con los codos clavados en el pupitre y las manos apoyando la frente y cubriendo los ojos, con una pantalla protectora, ya me había fugado de aquella cárcel de rutina y viajaba por las islas madrepóricas de las Marianas y Carolinas, o por las selvas de la Amazonia o por la Taiga Siberiana. A veces, acompañaba de cerca a Simbad el Marino” (Cartas del Masparro, pág. 205). En sus sueños podía ser pastor de numerosos rebaños de ovejas, general invicto de grandes ejércitos triunfadores o tribuno que defendía con un verbo contundente los derechos del pueblo. Poco a poco, sin embargo, un sueño especial se fue imponiendo sobre todos los demás: sería misionero para llevar la luz del evangelio a las inmensas multitudes que lo desconocían. Se convertiría en un nuevo Francisco Javier. Si Javier había muerto a las puertas de la China, él continuaría su obra cristianizadora con el mismo ímpetu y el mismo entusiasmo.

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Para poder realizar este sueño, abandonó sus estudios de Derecho y se hizo jesuíta. Sus estudios y la situación política de España lo llevaron por varios países europeos y, cuando estaba esperando ser enviado a China, sus superiores decidieron mandarlo a Venezuela: “Yo llegué a Venezuela hace ya más de 48 años -escribió Vélaz en El Masparro-. Me da como miedo decirlo, pues me parece mentira. Llegué con cierto desengaño, pues toda mi ilusión apostólica era ser Misionero en China. A esta Misión estuve destinado cinco años y cuando desterrado en Bélgica, me preparaba para viajar al Oriente, me llegó una cartica de mi Provincial, que me cambió diametralmente el rumbo: ‘Viento del Este, Viento del Oeste’ y caí, casi sin quererlo, en Venezuela. Tengo que decir que Venezuela me fue ganando poco a poco hasta enamorarme totalmente. Pero mi trabajo fue durante muchos años seco y duro, con una sensación de trabajar una tierra difícil y de frutos distantes en la esperanza. Ahí quedaron largos años en los Colegios y después de un tirón, ya casi 30 años en Fe y Alegría, con Fe oscura, pero firme en que la siembra educativa daría resultados abundantes, aunque tardara mucho la cosecha de la alegría” (Cartas del Masparro, pág. 174). Al llegar a Venezuela, trabajó unos años en el Colegio San Ignacio de Caracas y regresó a Europa a continuar sus estudios de teología y a ordenarse de sacerdote. De regreso a Venezuela, permaneció dos años en Caracas y, en agosto de 1948, fue nombrado rector del Colegio San José de Mérida. Allí se reencontró con los Andes que lo volverían a aguijonear una vocación de grandeza en el servicio, una permanencia en la audacia y en el riesgo. A Vélaz le atraerían siempre las montañas, los ríos, las llanuras infinitas, los árboles. El plantó con sus propias manos cientos de árboles, denunció los crímenes ecológicos de las compañías maderas, a las que llamó “Mataderos Forestales” y “Mataderos Industriales para la Deforestación y el Afeamiento del Territorio Nacional”, y se cuenta que, cuando construían San Javier del Valle, hizo guardia varios días para evitar que las máquinas tumbaran algunos arbolitos. Y hasta un pobre fresno comido por las vacas, fue objeto de su especial predilección y mereció una de sus poesías:

Era un niño al que le han mordido los brazos y el rostro. Pobre fresno lleno de cicatrices y muñones se ha quedado enano cuando sus hermanos detrás de la cerca se mecen gigantescos en la altura.

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Torcido está. Tres pequeñas ramas verdes le dan aliento todavía. Yo quisiera alargárselas siquiera medio metro a fin de que estuvieran más altas que los hocicos destructores y pudiera fugarse hacia el cielo para darle fuerza a las raíces y robustez al tronco que corrigiera tantas torceduras.

Siendo Rector del Colegio San José de Mérida, el 15 de diciembre de 1950, 27 alumnos del colegio perecieron en un accidente aéreo. Volvían a Caracas llenos de alegrías, ilusiones y prisas, a pasar las navidades con sus familias. Pero el avión, como un pájaro apedreado, cayó para siempre en el páramo Las Torres (Edo. Trujillo). El Padre Vélaz ideó en su homenaje una casa de retiros espirituales como un recuerdo luminoso de ese racimo de jóvenes segados por la muerte. Y así nació la Casa de Ejercicios Espirituales de San Javier del Valle, un lugar para mirarse hacia adentro, para reencontrarse con Dios que habla en el rumor de la cascada, en los labios del césped, en el colorido de las flores, y que todas las tardes se pasea con la niebla por esos amplios corredores. Vélaz no era plenamente feliz con su trabajo en los colegios de los jesuítas. Su corazón misionero seguía latiendo con ardor de multitudes. Primero pensó fundar una red de escuelas en varios pueblitos andinos -Tovar, Ejido, La Puerta, Santa Cruz de Mora...- que dependerían del Colegio de San José de Mérida. Después, cuando terminó su período de Rector del Colegio San José, ideó una red de escuelas campesinas por los llanos de Barinas donde le ofrecían 2.500 hectáreas al increíble precio de 7.000 bolívares. Cuando le planteó su proyecto al Padre Provincial, no fue comprendido: “Déjate de Quijotadas y vete a la Universidad Católica”, le dijeron. Vélaz obedeció sin comprender. Se fue a Caracas. Allí lo estaba esperando Dios para que fundara Fe y Alegría y así pudiera vivir a plenitud su vocación de Misionero. Porque fundamentalmente eso es lo que fue el Padre José María Vélaz a lo largo de toda su vida: un incansable misionero que consideró la educación como el medio fundamental de evangelización, como el principal instrumento de cristianización de las mayorías abandonadas. No en vano Vélaz mantuvo una especial admiración por las reducciones de los jesuítas en el Paraguay y por las hazañas de los misioneros de la red fluvial del Orinoco. Así como nunca pudo entender cómo la Iglesia y aún la misma Compañía de Jesús había abandonado su pujanza misionera de siglos pasados:

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“Fe y Alegría debería de levantar la bandera de nuestros gloriosos y audaces misioneros de la Antigua Compañía, que tantas señales de su paso han dejado hasta hoy. Nuestras Reducciones de los Siglos XVI, XVII y XVIII han influido en mí poderosamente al fundar Fe y Alegría. Siempre las Misiones me atrajeron... Así como las he admirado, no he llegado a explicarme por qué la Nueva Compañía al regresar a América, no ha podido o no ha querido reiniciar tamaña epopeya cristiana” (Cartas del Masparro, pág. 68).

EL NACIMIENTO DE FE Y ALEGRIA Estando encargado de la atención espiritual de los jóvenes de la Universidad Católica, Vélaz quiso que los estudiantes de la Congregación Mariana fraguaran una profunda sensibilidad social al palpar la miseria en que vivían multitudes de hermanos. Y así, los domingos solían salir a los barrios de Catia a enseñar catecismo y repartir algunas bolsas de ropa y de comida. Pronto entendieron, sin embargo, que el servicio cristiano, para ser de veras eficaz, se tenía que encarnar en una amplia red de escuelas, en un vasto movimiento de educación que rescatara a las mayorías de la ignorancia, raíz de la más profunda servidumbre. Vélaz, que consideraba a la educación como la mayor fuerza transformadora del mundo, pensaba que la falta de educación era la causa principal de la marginalidad y de la miseria: “Pueblo ignorante es Pueblo sometido, Pueblo mediatizado, Pueblo oprimido. Por el contrario, Pueblo educado es Pueblo Libre, Pueblo transformado y Pueblo dueño de sus destinos” (Discurso en la Universidad Católica con motivo del otorgamiento del Doctorado Honoris Causa en Educación). La primera escuela nació de un acto de rotunda generosidad: cuando el obrero Abrahán Reyes se enteró que el Padre Vélaz y su grupito de universitarios andaban buscando un lugar para la escuela, les ofreció su casa. Durante ocho años, trabajando en sus ratos libres, Abrahán y su esposa habían construído esa casa, la habían ido moldeando con sus manos y sus sueños. Carreteaban el agua para la mezcla en latas de manteca desde varios kilómetros. Y una vez terminada, la ofrecieron con sinceridad y sin aspavientos. Así nació Fe y Alegría: en una casa regalada con 100 niños sentados en bloques sobre el suelo. El gesto de Abrahán y su señora habría de despertar múltiples y espontáneas generosidades que, desde sus inicios, han marcado la trayectoria de Fe y Alegría: una de las muchachas universitarias regaló sus zarcillos. Los rifaron y con lo que se sacó de la rifa se compraron los primeros pupitres y hasta alcanzó para darles algo a las primeras maestras. Esta fue la primera rifa de Fe y Alegría. Posteriormente, la rifa llegaría a convertirse en una especie de cruzada nacional que aglutina infinidad de generosidades anónimas y que, durante años, fue la principal fuente de ingresos para sostener y aumentar la obra.

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Abrahán entregó su casa, la universitaria sus zarcillos... Otros entregarían su dinero, su fuerza, su trabajo, hasta sus vidas... Como el joven Timoteo Aguirre Pe que murió, atropellado por un carro, cuando pegaba afiches de Fe y Alegría, en las calles de Mérida. Rápidamente, avivada por este montón de generosidades, Fe y Alegría empezó a germinar en lo imposible: Debajo de una mata, en ranchos alquilados, en escuelas que fueron creciendo sobre precipicios y quebradas, en basureros, en cumbres de cerros, en los lugares inhóspitos que nadie ambicionaba. Para conseguir recursos, además de la rifa, se emprendieron osadas campañas de promoción, se montaron oficinas, se tocó al corazón de personas generosas, se dio rienda suelta a la creatividad más atrevida: En Carora se implantarían las peleas de gallos, en Cumaná, las carreras de burros. El propio nombre de Fe y Alegría no fue escogido al azar. Debía recoger la propia identidad, ser a un mismo tiempo espejo y meta: “Nuestro nombre de Fe y Alegría no es una casualidad, ni tampoco algo intrascendente. Es un nombre totalmente meditado, como la meta a que conduce nuestro camino. Es nuestro emblema y nuestra bandera que fue pensada muchas horas y muchas veces. Es nuestro ‘santo y seña’. Somos mensajeros de la Fe y al mismo tiempo Mensajeros de la Alegría. Debemos por lo tanto aspirar a ser Pedagogos en la Educación de la Fe y Pedagogos de la Alegría. Dos vuelos espirituales tan hermosos y radiantes que son capaces de enamorar una vocación. Dos Poderes y dos Dones de Dios que son capaces de transformar el mundo” (J. M. Vélaz, Pedagogía de la Alegría). Fe y Alegría siempre quiso ser una obra de iglesia que agrupara las generosidades de muchos en torno a su proyecto educativo: la comunidad colaboraría con su trabajo, levantando paredes, limpiando terrenos, pintando..., los más privilegiados aportarían sus recursos económicos, sus influencias, sus ideas, otros darían sus talentos, su trabajo. Y Fe y Alegría liderizaría el clamor popular de Justicia Educativa en defensa de los derechos a la educación de los más pobres. El Ministerio de Educación no es el amo, sino un simple administrador de los recursos de todos. Fe y Alegría tendría que crecer fuerte para hacer oír su voz como “un fuerte rugido de leones”. En el Discurso que el Padre José María pronunció en la Universidad Católica con motivo de recibir el Doctorado Honoris Causa en Educación, su voz tembló de santa indignación: “La Justicia a Medias es intolerable como meta. Después de tanta lucha no nos podemos resignar a vivir en una Justicia a Medias, recordando que las cosas estaban antes mucho peor que ahora.

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Este debe ser el momento más alto, más claro, más resonante de nuestra exigencia de Justicia Integral, en el campo educativo de Fe y Alegría. Hay que decir que cuando a los Maestros de nuestras Escuelas gratuitas, los Estados les pagan inferiormente, cometen una injusticia discriminativa, que se acumula sobre la injusticia de no darnos lo que debieran para construcción y equipamiento de los planteles. Y que cuando no les reconocen escalafón, ni otros derechos recibidos por los demás Maestros recalcan una perniciosa injusticia. Y que además cometen una insigne torpeza administrativa(...) Nuestra bandera es bandera de Justicia en Educación de los más pobres, discriminados, inferiorizados, insultados en su dignidad humana en Estados que se proclaman igualitarios y democráticos. A Fe y Alegría le ha tocado romper las barreras de la injusticia estadista, neciamente centralizadora”. VELAZ, EL EDUCADOR Fe y Alegría se define como un movimiento de Educación Popular Integral. En estas dos palabras, ‘Popular e Integral’, tan preñadas de sentido, se compendia la esencia de su propuesta educativa. Desde sus orígenes, Fe y Alegría quiso echar su suerte con los más pobres. Frases como “Fe y Alegría comienza donde termina el asfalto, donde no gotea el agua potable, donde la ciudad pierde su nombre”, reflejarán su inquebrantable decisión de insertarse con los más desposeídos: “Nos hemos atrevido a levantar una bandera -escribirá Vélaz- cuando tantos arrían y desdeñan las banderas. Nuestra bandera ha sido la Educación Integral de los Más Pobres, es decir, de los más menospreciados e ignorantes, y como estos son muchos millones, nos hemos atrevido a la Educación de Millones. O lo que es lo mismo: a la liberación de millones, a la evangelización de millones, a la salvación de millones” (Fe y Alegría. Características Principales e instrumentos de acción). Y esto como una consecuencia simple y lógica de tomar en serio el cristianismo: “Porque Fe y Alegría cree firmemente en que Dios es nuestro Padre y en que todos los hombres son nuestros verdaderos hermanos, queremos realizar la obra de Justicia más urgente: Educar a los más pobres, que son más pobres, porque son más ignorantes”. “Dios no hizo estos Hermanos nuestros para la miseria. La maldad de los hombres los ha vuelto miserables. Miserable quiere decir merecedor de compasión. Pues si merecen la compasión de Dios y nuestra compasión de Hermanos, a nosotros nos toca hacer dinámica esta compasión” (Cartas del Masparro, pág. 34y 117).

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La educación de Fe y Alegría no puede ser “una pobre educación para los pobres”, sino que tiene que ser una educación de calidad, “la mejor educación para los más pobres”, una educación integral que forme a la persona en su totalidad. Si la educación es para el Padre José María un instrumento de liberación y de humanización, si por medio de ella contribuímos a continuar el plan salvífico de Dios que quiere el desarrollo pleno de cada hombre, no bastará educar a todos los hombres, sino que habrá que educar a TODO el hombre. Tendremos que rescatar a la educación de su acadecismo vacío y estéril en que está atrapada, para hacer de ella un medio de crecimiento personal y social. Educar a todo el hombre supone tomar en cuenta al alumno en su totalidad de persona y como miembro de una determinada comunidad, y no como mera cabeza o como un receptáculo a llenar con conocimientos muertos. Habrá que atender su estómago si tiene hambre, su salud resquebrajada, su corazón herido por el desamor. Habrá que hacer de él una persona fuerte, generosa, de manos trabajadoras y pies solidarios, con una sexualidad y una afectividad maduras y responsables, con unos ojos críticos y autocríticos, capaces de descubrir y apreciar lo bello, de admirar la Naturaleza como espejo de Dios, con un olfato especial para percibir lo que sucede y las causas porque sucede, con unos oídos atentos a los clamores de su gente, y con una palabra que sea expresión de vida, voz valiente de los que no tienen voz. “La educación del hombre -escribirá Vélaz- en la misma medida en que debe ser integral y abarcarlo totalmente, tiene que dedicar su afán primordial a las necesidades fundamentales, entre las cuales emerge, como primaria y principal, la Alimentación y la Salud Humana”. Por ello, debemos “diseñar una Educación Integral en que la cabeza y el esfuerzo de los brazos tengan lugar, donde el trabajo personal y el ensamble colectivo se practiquen, donde el buen decir se cuide y el buen realizar estimule, donde la constancia sea aliada de la valentía, donde todo estudio sea comprobado por la práctica, donde la confianza en sí mismo y la necesidad de la iniciativa individual sea conjugada con la oración humilde y la esperanza en Dios. Nos hacen falta Academias de Cristiandad y Venezolanidad”. (Cartas del Masparro, pág. 120 y 64). En otras oportunidades hablará Vélaz de la necesidad de que los colegios sean espacios de vida y de alegría, canteras de personalidades vigorosas, que se deben transformar en “Semilleros de Hombres Nuevos”, “Escuelas de Valentía”: “Escuelas de leones que rujan a coro para defender sus derechos de ciudadanía”: “Enseñemos a los jóvenes a vencerse a sí mismos y a dar su vida por la salvación de los demás... Enseñemos a nuestros Amigos y Alumnos a arrancarse de la ley de la gravedad universal del egoísmo y del enriquecimiento personal”. “Cada colegio de Fe y Alegría tiene que ser una verdadera fábrica de Hombres Nuevos y de Cristianos Insobornables”. “Pongámonos con toda el alma a preparar hombres

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libres, que para poder serlo, tienen que ser antes hombres cultos, hombres técnicos, hombres emprendedores y hombres cristianos de entrega al servicio de los demás” (Cartas del Masparro, pág. 54 y 19). VELAZ, EL PIONERO Hombre incansable, de frontera, el Padre José María nunca se contentaba con los logros alcanzados. Siempre aspiraba más. No podíamos aburguesarnos en Fe y Alegría cuando cada vez era mayor la magnitud del desamparo. Convencido de que Fe y Alegría corría el peligro de rutinizarse en una serie de escuelas urbanas tradicionales, dedicó los últimos años de su vida a impulsar una educación que asumiera cada vez con mayor seriedad el mundo del trabajo y que preparara a los alumnos para ejercer dignamente un oficio. Había que emprender una cruzada educativa que lejos de considerar a la educación como un medio para “no tener que trabajar”, fuera ella mismo trabajo, producción. Consciente del grave daño que le había hecho a Venezuela el “escarnio de las escardillas que ha llevado al desprecio de las manos trabajadoras”, emprendió con toda su energía la superación de esas escuelas tradicionales, desligadas de la vida, donde los alumnos aprenden cosas inútiles, que no les sirven para nada y que, por ello, las abandonan antes de tiempo o las soportan en una especie de ritual que los deja vacíos y derrotados: “Si queremos que la Educación no cree Entes o entelequias separadas de la vida popular, tenemos que llegar con nuestra enseñanza a aquellas actividades que le permitirán al Pueblo una vida digna, una alimentación completa, una habitación de seres humanos, y un nivel cultural y espiritual cónsono con los planes de la modernidad y de la cristiandad” (Cartas del Masparro, pág. 20). Para impulsar este tipo de educación en el trabajo productivo se fue Vélaz primero a San Javier y cuando consideró que estaba ya bien afincado este Instituto, con un ciclo diversificado profesional del que egresan los alumnos como Técnicos Medios en 13 especialidades, se metió llano adentro en busca de su viejo sueño de montar una red de escuelas agropecuarias y forestales para los campesinos desamparados. Los inicios en San Javier del Valle no fueron fáciles. La Hna. Montemayor que convivió con el Padre José María gran parte de sus últimos años, nos recuerda cómo sólo tenían entonces en San Javier “un montón de proyectos y de sueños y dos mil bolívares”. Primero idearon una Escuela de Artes Aplicadas que completara con una buena formación profesional la educación academicista que recibían los alumnos del Valle. Pero ni ellos ni sus familiares entendieron el proyecto y no respondieron al llamado. Surgió entonces la idea de un Internado y se fueron a reclutar alumnos por los pueblos del Sur del Estado Mérida.

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Empezaron así con siete alumnos: cinco hembras y dos varones. Al año siguiente ya tenían 72 alumnos, y al otro, 180. Entonces, con palabras de la Hna. Monte, “tuvimos que empezar a hacer milagros para acomodarlos a todos y darles de comer. Porque toda la obra de San Javier ha sido un largo y contínuo milagro”. Vélaz nunca pensó de San Ignacio del Masparro como una única escuela en el corazón de los llanos de Barinas. La entendió como la primera, la punta de lanza de un vasto proyecto educativo de Institutos Agropecuarios Forestales que contribuyeran a levantar de su miseria a los campesinos de Barinas: “San Ignacio del Masparro será el inicio de una multiplicación de escuelas agrícolas y forestales..., una bandera que no ondee sola en las orillas del río... No pretende ser un Colegio agrícola único y sin prole. Lo que aquí se trata de lograr es un modelo, un piloto, un Instituto que sea germen y prototipo para que Fe y Alegría emprenda con definitivo entusiasmo y dedicación la gran Aventura de la Educación de los Campesinos Depauperados de la Región más promisoria de Venezuela” (Cartas del Masparro, pág. 82). Al Padre José María le dolía en el corazón el abandono del campo y no podía entender como la propia Iglesia vivía prácticamente de espaldas en toda Latinoamérica al clamor de los campesinos: “La Iglesia en conjunto se ha olvidado de lo que es la Población de nuestros inmensos campos. Se asoma a algunos Pueblos y pueblitos pero sin ofrecerles a sus gentes casi nada de lo que les preocupa en su desamparo espiritual y civil. El esquema Parroquial no tiene casi nada que sobrepase un tenue servicio burocrático para cristianos de décima categoría... Le advierto que si por algo estoy en el Masparro y quisiera estar en 100 Masparros, es porque la Iglesia Venezolana tiene urgente necesidad de empeñarse a fondo en el servicio a los más pobres y Humillados, que son nuestros campesinos... Es evidente que la Educación para la Producción Alimenticia y para la Salud, son un deber básico de la Iglesia hoy, sin los cuales la Evangelización pura no tiene ni base, ni sostén, ni crédito, ni ejemplaridad” (Cartas del Masparro, pág. 169, 166 y 120). En San Ignacio del Masparro le sorprendió la muerte. Como siempre, su mente ardía con múltiples y ambiciosos proyectos. Estaba intentando introducir a Fe y Alegría al Africa, acababa de venir de la Gran Sabana donde quería iniciar una red de escuelas para atender a “los más pobres entre los pobres”, los indígenas, sus “Cristos desnudos”. Su imaginación desbordada que convertía cualquier suceso en un proyecto, andaba ideando “criadores de morrocoyes, galápagos y tortugas”, “santuarios ecológicos”, “hatos de chigüires”, “gallineros fluviales de cachamas”, “bosques de samanes gigantescos”, “serpentarios”, “hoteles fluviales”, “bodegas de vino de mango”...

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La noche antes de su muerte se sentía especialmente feliz. Había, por fin, conseguido unas maestras para su escuela del Masparro, y después que cenaron todos juntos, estuvieron cantando y celebrando. Cuando la madrugada del día 18 de julio le sobrevino el infarto, su preocupación era que no se enteraran las maestras para que no se preocuparan. Luego, cuando adivinó que ese dolor tan fuerte era Dios que le llamaba, pidió una oración y, a horcajadas de ella, se marchó con la mañana y con el río a seguir soñando y dando vida en el océano del cielo. Hoy, cuando los que hemos agarrado su bandera, estamos recordando los jalones de su vida, debemos nutrirnos de su espíritu, de su audacia, de su tesón de pionero para enfrentar los nuevos retos que nos plantea la situación cada vez más golpeada de las multitudes latinoamericanas. Porque, hoy más que nunca, cuando están tan de moda los acomodos y las claudicaciones, “nos hace falta en Fe y Alegría un Cristianismo comprobado por el valor, por la austeridad en el trabajo y en el uso de los medios materiales, por la curiosidad en el mejoramiento técnico, organizativo y humanístico, según las condiciones geográficas y sociales de nuestro pueblo más pobre y apartado. Un Cristianismo de Obras Activas y Vitales en bien de nuestros Hermanos más Olvidados” (Cartas del Masparro, pág. 51). Los retos que tenemos por delante son inmensos: “La vocación de Fe y Alegría es todo lo que contribuya a una educación integral actualizada, incluídos, como es lógico, los más Altos Estudios Universitarios”. Ante esos retos, es bueno que nos sintamos pequeños, “como alguien que tuviera que escalar el Himalaya con los pies descalzos”, pero no olvidemos que nuestra fortaleza viene de sentir que “no estamos solos... Dios va con nosotros o mejor, vamos en el camino de Dios ayudándole a amparar y educar a muchos de sus Hijos más pobrecitos y desamparados que él ha querido que los cuidemos y amparemos” (Cartas del Masparro, pág. 103).

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INDICE Presentación .................................................................................................................. 01

1. Abrahán Reyes .......................................................................................................... 03

2. Hna. María Teodora (Laurita) ..................................................................................... 09

3. Padre Epifanio Labrador (Jesuita) ............................................................................. 23

4. Hna. Cleofé (Nazareth) .............................................................................................. 27

5. Nidia Borges .............................................................................................................. 33

6. Hna. María Curiel (Hermanita de los Pobres) ............................................................ 38

7. María y Marina ........................................................................................................... 45

8. Hna. María Paredes (Carmelita de Vedruna) ............................................................. 49

9. Nancy Piloto de H. y Clara de Ojeda ......................................................................... 52

10.Carmen de Mogollón ................................................................................................. 55

11.Teresa Nicoliello de Alvarez ...................................................................................... 58

12.Sara Chuecos León ................................................................................................... 60

13.Esther Hernández de L. y Martha Pérez de H. .......................................................... 62

14.Hna. Mary Carmen “Lucía” (Nazareth) ....................................................................... 68

15.Hna. Resu (Carmelita de Vedruna) ........................................................................... 74

16.Graciliano Pereira ...................................................................................................... 79

17.Nola González ........................................................................................................... 83

18.Olga Atencio Parra .................................................................................................... 88

19.Eva Nistal .................................................................................................................. 94

20.Angela Romero ......................................................................................................... 99

21.Hna. Natividad Muñoz (Teresiana) .......................................................................... 102

22.Yolanda de Ledesma .............................................................................................. 111

23.Hna. Amparo Moreno “Castillito” (Santo Angel) ....................................................... 115

24.Padre César Astiz (Jesuita) ..................................................................................... 121

25.Hna. Isabel Linares (Presentación de Granada) ..................................................... 127

26.Agustina Rangel de Morales ................................................................................... 133

27.Adela María Márquez de García .............................................................................. 138

28.Josefina Díaz de Mistteta ........................................................................................ 142

29.Hna. Sacramento Castrillo (Nazareth) ..................................................................... 146

30.Edith González Valdivieso ....................................................................................... 151

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31. Hna. Montemayor Fernández Pinzón (Esclava del Divino Corazón) ...................... 155

32.Ramón Barberá ....................................................................................................... 162

Anexo:

Padre José María Vélaz .................................................................................. 170

Vélaz, el Misionero .......................................................................................... 170

Vélaz, el Educador ...........................................................................................176

Vélaz, el Pionero ............................................................................................. 178