Rainer Maria Rilke - Cartas a Un Joven Poeta

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Cartas a un joven poeta

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Cartas a un joven poeta

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Cartas a un joven poeta

Rainer Maria Rilke

Editorial Gente Nueva

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Edición: Amanda Calaña CarbonellCorrección: Janet Rayneri MartínezDiseño de cubierta: Armando Quintana GutiérrezIlustración de cubierta: Angele Michel González-Bueno TomásDiseño y composición: Alina Alfonso Moreno

© Sobre la presente edición: Editorial Gente Nueva, 2004

ISBN 959-08-0652-X

Instituto Cubano del Libro, Editorial Gente Nueva, calle 2no. 58, Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana, Cuba

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Introducción

Sucedió a finales del otoño de 1902. Yo me encontraba senta-do en el parque de la Academia Militar de Wiener-Neustadt,bajo unos castaños seculares, y leía un libro. Estaba tan ab-sorto en la lectura que casi no me di cuenta de que se meacercaba el único profesor no militar de nuestra academia, elerudito y bondadoso sacerdote Horacek. Tomó el libro de mismanos, observó la cubierta y meneó la cabeza: “¿Poesías deRainer Maria Rilke?”, preguntó pensativo. Después hojeó ellibro, leyó por encima algunos versos; miró, meditabundo, alo lejos y, finalmente, hizo un gesto afirmativo con la cabe-za: “Vaya, con que el interno Rainer Rilke ha llegado a serpoeta…”

Y así supe de aquel muchacho delgado y pálido, a quien suspadres, hacía más de quince años, habían internado en laescuela militar de Sankt-Pölten para que, con el tiempo, lle-gara a ser oficial. Por aquel entonces, Horacek era el cape-llán de la escuela y ahora recordaba al antiguo interno conprecisión. Me lo describió como un muchacho tranquilo, se-rio, muy capaz. Le gustaba mantenerse aparte, soportabacon paciencia la presión de la vida en el internado, y al ter-minar el cuarto año se trasladó con los demás compañerosa la Escuela Militar Superior que se encontraba en MärischWeisskirchen. Allí comprobó con toda certeza que su cons-titución no era lo bastante fuerte, por lo que sus padres

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lo sacaron de la escuela y lo llevaron a su casa de Pragapara allí proseguir los estudios. Pero Horacek ya no teníamás datos acerca del desarrollo de su vida posterior.

Es fácil comprender que, después de aquella conversación, aesa misma hora, yo me decidiera a enviar mis tanteos poéti-cos a Rainer Maria Rilke y a pedirle su opinión al respecto.

No había cumplido aún los veinte años, estaba en el umbralde una profesión que sentía contraria a mis inclinaciones.Esperaba que si en alguien habría de hallar comprensión,ese alguien debía ser precisamente el autor del libro Paracelebrarme. Y casi sin querer escribí una carta de presenta-ción para mis versos en la que me abría a una segunda per-sona con tanta sinceridad como nunca había hecho antes ycomo jamás volvería a hacerlo.

Pasaron muchas semanas hasta que llegó la respuesta. Lacarta certificada era de color azul, llevaba matasellos de Pa-rís, pesaba, y la letra del sobre mostraba los mismos trazosclaros, armoniosos y seguros con los que estaba escrito eltexto desde la primera hasta la última línea. Y así comenzómi correspondencia regular con R. M. R., que se prolongó hastafinales de 1908. Después, se extinguió poco a poco, porque lavida me condujo a dominios de los cuales, precisamente, mehabía querido preservar la solicitud cálida, delicada y entra-ñable del poeta.

Pero eso no tiene ninguna importancia. Importantes son sololas diez cartas que ahora siguen. Importantes para el cono-cimiento del mundo en el que R. M. R. vivió y creó; tambiénlo son para muchos de hoy y de mañana que crecen y sevan haciendo. Pues donde habla aquel que es grande y úni-co, los pequeños tienen que guardar silencio.

Berlín, junio de 1929FRANZ XAVER KAPPUS

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Carta I

París, 17 de febrero de 1903

Apreciado señor:

Su carta me llegó hace pocos días. Quiero darle lasgracias por su confianza, grande y afectuosa. No estáen mi mano hacer mucho más. No puedo entrar endetalles sobre la forma de sus versos, puesto que mesiento muy lejos de cualquier intención crítica. Nohay nada menos apropiado para aproximarse a unaobra de arte que las palabras de la crítica: de ellas sederivan siempre malentendidos más o menos desafor-tunados. Las cosas no son tan comprensibles ni tanformulables como se nos quiere hacer creer casi siem-pre; la mayor parte de los acontecimientos son inde-cibles, se desarrollan en un ámbito donde nunca hapenetrado ninguna palabra. Y extremadamente inde-cible son las obras de arte, existencias llenas de mis-terio cuya vida, en contraste con la nuestra, tan efí-mera, perdura.Anticipándole esta observación, solo puedo decirle

que sus versos no tienen forma propia. Poseen, sí,

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silenciosos y escondidos puntos de partida hacia lopersonal. Donde más claro lo siento es en el últimopoema Mi alma. En él, algo propio quiere traducirseen palabra y melodía. Y en la hermosa composiciónA Leopardi se alza quizás un cierto parentesco espi-ritual con ese gran poeta solitario. Sin embargo, apesar de esto, los poemas no son nada por sí mis-mos, ni son independientes; ni siquiera el último oel dedicado a Leopardi. La amable carta con que losacompañaba no yerra al explicarme algunos defec-tos que ya percibí al leer sus versos, sin poder, almismo tiempo, nombrarlos.Pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta

a mí. Antes lo ha preguntado a otros. Los envía a re-vistas. Los compara con otros poemas, se inquietacuando ciertas editoriales rechazan sus intentos.Ahora (ya que me ha autorizado a aconsejarlo), ahorale pido que deje todo esto. Usted mira hacia fuera yprecisamente esto, en este momento, no le es lícito.Nadie puede aconsejarlo ni ayudarlo, nadie. Solo hayun medio. Entre en sí mismo. Investigue el funda-mento de lo que usted llama escribir; compruebe siestá enraizado en lo más profundo de su corazón;confiésese a sí mismo si se moriría irremisiblementeen el caso de que se le impidiera escribir. Sobre todo,pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿Deboescribir? Excave en sí mismo en busca de una res-puesta que venga de lo profundo. Y si de allí recibierauna respuesta afirmativa, si le fuera permitido res-ponder a esta seria pregunta con un fuerte y sencillo“debo”, construya su vida en función de tal necesi-dad; su vida, incluso en las horas más indiferentes e in-significantes, ha de ser un signo y un testimonio de

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ese impulso. Después, aproxímese a la Naturaleza eintente decir como el primer hombre qué ve y experi-menta, qué ama y pierde.No escriba poemas de amor. Al principio, eluda aque-

llas formas que son las más corrientes y comunes;son las más difíciles, puesto que se requiere una fuerzagrande y madura para expresar una personalidadpropia allí donde existen en gran medida tradicionesbuenas y, en parte, hermosas. Por eso, póngase a sal-vo de todos los motivos generales y preste atención alo que su propia vida cotidiana le ofrece; describa suspesares y anhelos, los pensamientos fugaces y la feen algo bello; descríbalo todo con sinceridad íntima,callada y humilde, y, para expresarse, sírvase de lascosas que lo rodean, de las imágenes de sus sueños yde los objetos de sus recuerdos.Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella;

quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bas-tante poeta como para convocar su riqueza, pues parael creador no existe pobreza ni lugar pobre o indife-rente. Y si usted estuviera encerrado en una prisión,y sus muros no dejaran llegar a sus sentidos ningúnrumor venido de fuera, ¿no seguiría teniendo su in-fancia esa riqueza deliciosa y regia, ese lugar mágicode los recuerdos? Dirija hacia allí su atención. Inten-te desenterrar las sensaciones sumergidas de esepasado lejano; su personalidad se fortalecerá, su so-ledad se hará más grande hasta convertirse en unaestancia en penumbra donde el estrépito de los otrospasará de largo, a lo lejos.Y si de ese retorno hacia dentro, de esa inmersión en

su propio mundo, surgen versos, no se le ocurrirá pre-guntar a nadie si son buenos o no. Tampoco intentará

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interesar a las revistas, pues verá en ese trabajo supropiedad amada y natural, un fragmento y una vozde su vida. Una obra de arte es buena cuando surge dela necesidad. En esta cualidad de su origen reside sujuicio crítico: no existe otro. Por eso, mi muy aprecia-do señor, no sé darle otro consejo: camine hacia símismo y examine las profundidades en las que seorigina su vida. En su fuente encontrará la respuestaa la pregunta de si debe crear. Acéptela tal como ven-ga, sin interpretarla. Quizás surja la evidencia de queusted está llamado a ser artista. De ser así, acepteese destino y sopórtelo con toda su carga y grandeza,sin esperar recompensa que pueda venir de fuera: elcreador ha de ser un mundo para sí y lo ha de encon-trar todo en sí mismo y en la Naturaleza con la que seha fundido.Pero quizás, tras ese descenso a sí mismo y a su

soledad, deba usted renunciar a ser poeta (basta conque sienta, como le he dicho, que podría vivir sin es-cribir para que ya no le sea permitido en absolutohacerlo). Pero también, este recogimiento que le hebrindado, no habrá sido en balde. Sea lo que sea, suvida, a partir de aquí acertará a encontrar sus pro-pios caminos, y yo le deseo, más allá de lo que lepuedo expresar, que sean propios, ricos y amplios.¿Qué más le puedo decir? Me parece que los acen-

tos están donde deben estar. Finalmente, querría tam-bién aconsejarle que, a través de su desarrollo, sucrecimiento sea serio y callado. Nada puede estorbarlocon mayor violencia que mirar hacia fuera y de allíesperar una respuesta a preguntas que quizás solosu más íntimo sentimiento, en los momentos más si-lenciosos, puede acaso responder.

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Me alegró mucho encontrar en su escrito el nombredel profesor Horacek. Ese hombre, tan sabio y ama-ble, me merece un gran respeto y conservo hacia él unagradecimiento que se prolonga con los años. Se loruego, comuníquele mis sentimientos; es muy amablepor su parte que aún me recuerde, y sé apreciarlo.Le devuelvo los versos que usted tan amistosamente

me ha confiado. Y le doy las gracias una vez más porsu grande y sincera confianza, de la que he intentadohacerme un poco más merecedor de lo que en realidadsoy —usted no me conoce—, a través de una respues-ta sincera, dada con lo mejor que sé.Con toda lealtad y simpatía

RAINER MARIA RILKE

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Carta II

Viareggio, cerca de Pisa (Italia)5 de abril de 1903

Habrá de perdonarme, querido y apreciado señor, quehasta hoy no haya recordado, agradecido, su cartadel 24 de febrero. Durante todo este tiempo no me hesentido en forma, no exactamente enfermo, pero síacosado por una debilidad de tipo gripal que me in-capacitaba para todo. Por último, como este estadono quería cambiar de ningún modo, me vine a estemar del sur, cuya benignidad ya me ayudó en otraocasión. Pero aún no estoy restablecido del todo; es-cribir se me hace pesado. Por lo mismo, debe aceptarestas pocas líneas como si, en realidad, fueran más.Naturalmente, usted ha de saber que siempre me ale-

grará recibir carta suya y deberá ser también benévo-lo con la respuesta, que quizás lo dejará a menudocon las manos vacías. Porque, en el fondo, y precisa-mente en las cosas más profundas e importantes,estamos indeciblemente solos y, para que uno puedaaconsejar o ayudar a otro, tienen que ocurrir muchascosas, muchas cosas han de producirse, toda una

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constelación de acontecimientos ha de suceder paraque por una sola vez el consejo llegue a buen puerto.Hoy quería decirle tan solo esto:Sobre la ironía, no se deje arrastrar por ella, especial-

mente en los momentos no creativos. En los creativos,intente utilizarla como un medio más para captar lavida. La ironía, utilizada con autenticidad, es tam-bién auténtica y usted no tiene por qué avergonzarsede ella. Y si se siente demasiado confiado en su com-pañía, tema esa creciente confianza y vuélvase en-tonces a objetos grandes y serios, ante los cuales ustedse sentirá pequeño y débil.Busque lo hondo de las cosas. Allí no desciende la

ironía. Y si la lleva al límite de lo grandioso, comprue-be si esa forma de comprensión surge de una necesi-dad de su ser. Porque, bajo la influencia de lo que esserio, lo abandonará (cuando sea fortuita) o, de lo con-trario (si pertenece verdaderamente a algo nacido ensu interior), se fortalecerá como una herramienta muyfirme que usted pondrá entre los medios con los queconfigurará su arte.Lo segundo que quiero contarle hoy es esto:De todos mis libros solo algunos, más bien pocos,

me son indispensables. Pero hay dos que siempreestán entre mis cosas y que me acompañan vaya don-de vaya. Los tengo aquí, al alcance de la mano: son laBiblia y los libros del gran poeta danés, Jens PeterJacobsen. Me pregunto si usted conoce sus libros.Puede conseguirlos fácilmente, porque una parte desu obra ha aparecido en Reclams-Universal-Bibliothek,muy bien traducida. Adquiera el tomo Seis novelasde J. P. Jacobsen y su novela Niels Lyhne. Comiencecon el primer tomo de la primera novela que se llama

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Mogens. Acudirá a usted un mundo, la dicha, la ri-queza, la incomprensible grandeza de todo un univer-so. Viva un tiempo en esos libros, aprenda de ellostodo lo que le parezca digno de ser aprendido, pero,sobre todo, ámelos. Este amor le será mil veces recom-pensado y, cuando su vida llegue a desarrollarse, es-toy convencido de que este amor irá a través de latrama de su devenir como uno de los más importan-tes hilos conductores de sus experiencias, decepcio-nes y alegrías.Si tengo que decir con quién experimento algo de la

esencia del crear, de su profundidad y eternidad, solopuedo dar dos nombres: el de Jacobsen, el gran, granpoeta, y el de Auguste Rodin, el escultor incompara-ble entre todos los artistas de hoy.¡Y mucha suerte en su camino!Suyo

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Carta III

Viareggio, cerca de Pisa (Italia)23 de abril de 1903

Me ha dado, querido y apreciado señor, una gran ale-gría con su carta de Pascua, pues decía cosas muybuenas de usted, y la forma en que me hablaba delamado y grandioso arte de Jacobsen me ha mostradoque no me equivoqué cuando conduje su vida y susmuchas preguntas a esa plenitud.Ahora se le abrirá Niels Lyhne, un libro de delicias y

profundidades; cuanto más se lee, tanto más pareceque todo está en él, desde el más leve aroma de lavida hasta el rotundo y recio sabor de sus frutos másgraves. Allí no hay nada que no haya sido compren-dido, concebido, experimentado y reconocido en laresonancia vibrante del recuerdo; ninguna experien-cia ha sido demasiado pequeña, y el más diminutoacontecimiento se revela como un destino, y el desti-no mismo es como un maravilloso y amplio tapiz enel que cada hilo es llevado por una mano cariñosa einfinita, puesto junto a otros, y soportado por otroscien. Usted experimentará la gran dicha de leer este

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libro por primera vez e irá, de asombro en asombro,como por un sueño nuevo. No obstante, le puedo de-cir que más tarde se continúa yendo con el mismoembeleso a través de estos libros, que no pierden nadade su maravilloso poder y que no se desprenden de lamagia con la que colman ya al lector primerizo.Cuanto más se releen más se saborean y hacen que

uno se sienta más agradecido y de alguna maneramejor y más sencillo en la percepción, más profundoen la fe en la vida y, ya en la vida misma, más dichosoy grande.Y más tarde tiene usted que leer el maravilloso libro

sobre el destino y el anhelo de Maria Grubbe, las car-tas, diarios y fragmentos de Jacobsen, y por últimosus versos, que (aunque traducidos mediocremente)viven con interminable resonancia. De paso, le aconse-jaría que comprara la hermosa edición de las obrascompletas de Jacobsen. Aparecieron en tres tomos yestán bien traducidas por Eugen Diedrich en Leipzig,y cada tomo cuesta, creo, solo cinco o seis marcos.Con respecto a su opinión sobre Aquí deberían cre-

cer rosas (esa obra que posee una forma y una delica-deza incomparables) tiene usted toda, toda la razóncontra el que ha escrito el prólogo. Le ruego que, deser posible, lea pocas cosas de carácter estético-crítico;o son opiniones partidistas, rígidas, y sin sentido ensu endurecimiento carente de vida, o son hábiles jue-gos de palabras con los que hoy triunfa una opinión ymañana la contraria.Las obras de arte son soledades infinitas y con nada

son menos alcanzables que con la crítica. Solo el amorpuede comprenderlas, celebrarlas y ser justo con ellas.Dese siempre a usted mismo y a su sentimiento toda

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la razón frente a cualquier polémica, discusión o in-troducción; y si usted estuviera equivocado, el creci-miento natural de su vida interior lo conducirá lenta-mente y con el tiempo hacia otros conocimientos. Dejeque sus juicios tengan su desarrollo propio, tranqui-lo e ininterrumpido, que, como todo progreso, debevenir, profundo, de dentro, y por nada puede ser pre-sionado ni precipitado. Todo es gestar y después pa-rir. Permitir que llegue a madurar cada impresión, cadagermen de un sentimiento por completo en sí mismo,en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, entodo lo inalcanzable para el propio entendimiento, yaguardar con profunda humildad y paciencia la horadel parto de una nueva claridad; solo así se vive ar-tísticamente, tanto en la comprensión como en lacreación.Aquí el tiempo no cuenta; un año no importa y diez

años no son nada; ser artista significa no calcular nimedir; madurar como el árbol que no apremia su sa-via y se yergue confiado en medio de las tormentas deprimavera, sin miedo a que después pueda no llegarel verano. Pero el verano siempre acude. Sin embargo,acude solo para los pacientes, para aquellos que tienenante sí toda la eternidad, tan libres de cuidado, sere-nos y distendidos. Lo aprendo a diario, lo aprendo enel dolor. Estoy muy agradecido al dolor. ¡Todo es pa-ciencia!

Richard Dehmel: Me sucede con sus libros (y, dichosea de paso, también con su persona a la que soloconozco superficialmente) que cuando alguna de suspáginas me ha parecido hermosa, temo que la siguientelo destroce todo y transforme lo amable en indeseable.

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Usted lo ha caracterizado de una forma muy acerta-da con la palabra “vivir y crear en celo”. Y la verdades que la experiencia artística se halla tan cerca de lasexual, tanto en su dolor como en su gozo, que am-bas manifestaciones son solo formas diferentes de unmismo anhelo y dicha. Y si fuera lícito decir en vez decelo, sexo, sexo en sentido grande, amplio, auténtico,sin dejar que se contamine con ninguna erróneapecaminosidad eclesiástica, su arte sería grande yvigoroso, y su importancia infinita.Su fuerza poética es inmensa y vigorosa como un

instinto primario; posee ritmos propios y vehemen-tes, y cae como un alud que se precipitara desde loalto de un monte.Pero parece que esa fuerza no siempre es sincera ni

está libre de afectación. (Claro que esto es tambiénuna de las pruebas más difíciles para el creador: debepermanecer siempre inconsciente de sus mejores virtu-des si no quiere despojarlas de su independencia e in-tegridad.) Y cuando la vida tumultuosa, a través desu ser, desemboca en lo sexual, no encuentra ningúnser humano tan auténtico como sería preciso. Ahí nohay un mundo sexual maduro y genuino, hay un sexoque no es lo bastante humano, que es solo viril, quees celo, embriaguez y desasosiego, y está sobrecarga-do con los viejos prejuicios y soberbias con que elvarón ha lastrado y desfigurado el amor. Porque soloama como varón y no como persona; en su sentimientosexual hay algo mutilado, visiblemente salvaje, hos-til, temporal, perecedero, que deforma su arte y lo con-vierte en ambiguo y dudoso. No está sin mancha, eltiempo y la pasión lo marcan y poco de él llegará a per-durar y a mantenerse. (¡Pero así sucede con la mayoría

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del arte contemporáneo!) A pesar de todo, se puedegozar con lo que hay de grande en él, pero con unacondición: no perderse ni convertirse en un adictodel mundo de Dehmel, un mundo infinitamente rece-loso, lleno de adulterio y enredo, y muy lejos de losauténticos destinos que infligen más dolor que estasefímeras confusiones, pero que también dan más opor-tunidad a la grandeza y más valor para la eternidad.Finalmente, en lo que se refiere a mis libros, me gus-

taría enviarle a usted todos los que pudieran alegrarlede alguna manera. Pero soy muy pobre y mis libros,una vez publicados, no me pertenecen. Yo mismo nome los puedo comprar, y, como muy a menudo qui-siera, regalarlos a aquellas personas que pudieranamarlos.Por eso le copio a usted en una nota el título y edi-

torial de mis libros publicados hace poco (los másrecientes, porque, en total, han visto la luz unos doceo trece) y tengo que dejar en sus manos, querido se-ñor, que, cuando tenga la oportunidad, encargue al-guno de ellos.Sé que mis libros se sentirán a gusto con usted.Con mis mejores deseos.Suyo

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Carta IV

Temporalmente en Worpswede, cerca de Bremen16 de julio de 1903

He dejado París hace unos días, cansado y padeciendomucho, para dirigirme a una gran llanura del norte,cuya amplitud, calma y cielo han de devolverme lasalud. Pero me he adentrado en una lluvia intermina-ble que hoy, por primera vez, quiere aclararse un pocosobre esta inquieta y dolida tierra. Y aprovecho esteprimer rayo de luz para saludarlo, querido señor.Muy querido señor Kappus, he dejado una carta

suya largo tiempo sin respuesta. No la he olvidado, alcontrario. Es una de aquellas cartas que siempre sereleen cuando se la encuentra entre otras, y en ella lohe reconocido como alguien muy próximo. Era la car-ta del 2 de mayo. Seguro que la recuerda. Cuando lareleo, como hago ahora, en medio del gran sosiego deesta lejanía, me llega al alma su hermosa preocupa-ción por la vida, aún más de lo que ya me había con-movido en París, donde todo resuena y retumba deotro modo a causa del excesivo ruido que hace tem-blar las cosas.

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Aquí, donde me rodea una tierra poderosa, sobre laque soplan los vientos arrastrados desde el mar, sien-to que ningún ser humano puede responder a ningu-na de las preguntas y sensaciones que, en su profun-didad, tienen vida propia. Porque incluso los mejoresse equivocan con las palabras cuando quieren nom-brar lo más sutil e indecible. Pero creo también que nodeben quedar sin solución si se ciñe a cosas que separecen a las que ahora dan descanso a mis ojos; siatiende a la Naturaleza, a lo sencillo que hay en ella, alo pequeño, a lo que casi nadie ve y que sin previoaviso puede transformarse en algo grande y sin medi-da; si usted ama lo menudo, y con toda sencillez bus-ca como un servidor ganarse la confianza de lo queparece pobre, todo se le volverá más fácil, más unifica-do, tal vez no en el entendimiento, que siempre retro-cede sorprendido, pero sí en su más íntima concien-cia, en su estar despierto y atento, en su íntimo saberde la vida.Usted es tan joven, está tan lejos de toda inicia-

ción, que quisiera pedirle, lo mejor que sé, queridoseñor, que tenga paciencia con lo que no está aúnresuelto en su corazón y que intente amar las pre-guntas por sí mismas, como habitaciones cerradaso libros escritos en una lengua muy extraña. Nobusque ahora las respuestas: no le pueden ser da-das, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlotodo. Viva ahora las preguntas. Quizás después, pocoa poco, un día lejano, sin advertirlo, se adentrará en larespuesta. Quizás lleve usted en sí mismo la posibili-dad de formar y crear como una manera de vivir feliz yauténticamente. Prepárese para ella, pero acepte todolo que venga con absoluta confianza. Y siempre que

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surja algo de su propia voluntad, de alguna hondanecesidad, acéptelo como tal y no lo odie.El sexo es difícil, sí. Pero todo lo que nos ha sido

encomendado es difícil, casi todo lo serio es difícil ytodo es serio. Si usted lo reconoce y desde sí mismo,desde su propia posición y forma de ser, desde supropia experiencia, infancia y fuerza, consigue en-contrar una relación con lo sexual que le sea absolu-tamente propia, no influida por los convencionalismosni por las modas, no ha de temer perderse ni hacerseindigno de su mayor bien.La voluptuosidad corporal es una experiencia ple-

na, no diferente del puro mirar o de la mera sensa-ción con la que una hermosa fruta llena la lengua; esuna experiencia grande e infinita que nos es dada, unconocimiento del mundo, la realización y el esplen-dor de todo saber. Y no es malo que la acojamos; lomalo es que casi todos hacen mal uso y despilfarranesta experiencia colocándola como estímulo en lo másfatigado de la vida y como dispersión en vez de serconcentración en el punto más alto. Los seres huma-nos también han convertido el comer en algo distin-to. De un lado, la miseria; del otro, el exceso, hanenturbiado las profundas y simples necesidades me-diante las cuales se renueva la vida. Pero el individuopuede aclararlas para sí y puede vivir en la claridad(y si no el individuo, que es demasiado dependiente,sí, en cambio, el solitario). Puede recordar que todabelleza en los animales y en las plantas es una formaperdurable y silenciosa del amor y del deseo, y puedever a los animales, como ve a las plantas, uniéndo-se paciente y gustosamente, multiplicándose y cre-ciendo no a causa del placer ni del dolor físicos, sino

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obedeciendo a necesidades mayores que el placer y eldolor, y que son más poderosas que la voluntad yla resistencia. ¡Ojalá que el ser humano perciba estesecreto que llena el mundo hasta en lo más pequeño,que lo lleve en sí, lo soporte y sienta cuán difícil es envez de vivirlo tan a la ligera! ¡Ojalá respete su propiafecundidad, que es solo una, aunque se presente comoespiritual o corporal! Porque también la creación espi-ritual procede de la física, forma un solo ser con ella, yes como una repetición más tenue, más asombraday más eterna, que la voluptuosidad corporal.“El pensamiento de ser creador, de engendrar, de

plasmar”, es nada sin la consiguiente gran confir-mación y verificación en el mundo, nada sin la apro-bación en mil formas distintas de animales y cosas;y su gozo es tan hermoso y rico porque desborda derecuerdos heredados de la concepción y del partode millones de seres. En un pensamiento creadorreviven mil noches de amor olvidadas que lo colmande grandeza y de elevación. Y aquellos que, de no-che, se reúnen y entrelazan con mecida voluptuosi-dad, realizan un trabajo serio y acumulan dulzura,profundidad y fuerza para la canción de algún poetaque ha de venir y que surgirá para cantar deliciasindecibles. Y conjuran el futuro; y aunque se equivo-quen y se abracen a ciegas, el futuro acude, un sernuevo se levanta, y en lo hondo del azar, que aquíparece consumarse, se despierta la ley por la que unasemilla más fuerte y resistente se abre paso hacia elóvulo que, abierto, sale a su encuentro. No se dejeengañar por la superficie. En lo profundo todo es ley.Y los que viven el secreto mal y falsamente (y sonmuchísimos), lo pierden solo para sí mismo, pues lo

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pasan a otros como una carta cerrada, sin leerla. Yno se desconcierte ante la multiplicidad de nombresy la complejidad de las cosas. Quizás por encima detodo haya una gran maternidad como un anhelo co-mún. La belleza de la virgen, un ser (que como ustedtan hermosamte dice) “aún no ha realizado nada”, esmaternidad que presiente y se prepara, que teme yansía. Y la belleza de la madre es maternidad entrega-da. Y la de la anciana es un gran recuerdo. Y piensoque también hay maternidad en el varón, una mater-nidad corporal y espiritual; su engendrar es tambiénuna forma de dar a luz, y dar a luz es crear desde laplenitud más íntima. Quizás los sexos estén másemparentados de lo que se cree y la gran renovacióndel mundo consistirá, quizás, en que el hombre y lamujer, liberados de todos los sentimientos erróneosy de todas las desganas, no se buscarán como opues-tos, sino como hermanos y vecinos; y se realizaránjuntos como personas, a fin de llevar unidos, con se-riedad y paciencia, el sexo, que es difícil, y que les hasido impuesto.Pero lo que quizás algún día sea posible para mu-

chos, el solitario puede prepararlo y construirlo consus manos, que se equivocan, sí, pero menos. Por eso,querido señor, ame su soledad y soporte el dolor quecausa. Que su queja resuene con belleza. Pues losque están cerca, dice usted, en realidad están lejos, locual demuestra que empieza a abrírsele una gran am-plitud a su alrededor. Y cuando a sus seres próximoslos sienta lejos, su amplitud lindará ya con las estre-llas y será grande; alégrese de su propio crecimiento:en él no podrá llevar a nadie consigo, y sea tolerantecon los que quedan rezagados. Muéstrese tranquilo y

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seguro ante ellos. No los atormente con sus dudas yno los asuste con su confianza o con su inmensa ale-gría. No las pueden entender. Busque compartir conellos algún tipo de camaradería sencilla y sincera, queno cambiará forzosamente cuando usted se transfor-me. Ame en ellos la vida que se le presenta en formaextraña y sea indulgente con los que envejecen y te-men la soledad, en la que usted a propósito confía.Evite incrementar el drama siempre tenso entre pa-dres e hijos. Les roba mucha fuerza a los hijos y agotael amor de los padres, que es eficaz y cálido, aunqueno comprendan. No les exija ningún consejo y nocuente con ninguna comprensión de su parte, perocrea en su amor que le ha sido reservado como unaherencia: en ese amor hay una fuerza y una bendi-ción, de las que no tendrá necesidad de salirse parair muy lejos.Por lo pronto, es bueno que desemboque en una

profesión que lo independice y lo centre por completoen sí mismo en todos los sentidos. Aguarde con pa-ciencia hasta ver si su vida interior se siente limita-da por esa profesión. Pienso que es muy difícil y lle-na de exigencias, ya que está cargada de enormesconvencionalismos y apenas deja resquicio para unainterpretación personal de las tareas. Pero su sole-dad, en medio de relaciones muy extrañas, le serátambién apoyo y hogar. Desde ella encontrará ustedtodos sus caminos. Todos mis deseos están dispuestosa acompañarlo y mi confianza va con usted.Suyo

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Carta V

Roma, 29 de octubre de 1903

Querido y apreciado señor:

Su carta del 29 de agosto la recibí en Florencia y aho-ra, dos meses después, le hablo de ella. Excúseme esteretraso, pero no me gusta escribir cartas cuando estoyde viaje, porque para mi correspondencia necesito algomás que el instrumental imprescindible. Requieroalgo de silencio y soledad y un momento que no mesea completamente extraño.Llegué a Roma hace alrededor de seis semanas, en

un tiempo en el que la ciudad era todavía la Romavacía, calurosa, desconcertada por la fiebre, y esta cir-cunstancia, junto con otras dificultades de instala-ción de tipo práctico, provocaron que la intranquili-dad en torno nuestro no quisiera llegar a su fin: elpaís extranjero se extendía sobre nosotros con todoel peso de la expatriación.A esto hay que añadir que Roma (cuando no se la

conoce todavía) produce en los primeros días unaagobiante tristeza por el ambiente de museo turbio, y

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falto de vida que exhala, por la opulencia de sus pa-sados sacados a la luz y con esmero conservados, delos que se alimenta un mediocre presente; falsasobrevaloración, fomentada por estudiosos y filólogos,e imitada por los a menudo numerosos viajeros deItalia, sobrevaloración desfigurada y corrupta que, enel fondo, no es más que el resto casual de otro tiempoy de otra vida que no es la nuestra ni debe serlo. Porúltimo, tras semanas de resistencia diaria, uno se en-cuentra de nuevo, aunque todavía un tanto confuso,consigo mismo, y se dice: no, no existe aquí más belle-za que en cualquier otro lugar, y todos estos objetossiempre admirados por generaciones, que manos depeón de albañil han restaurado y reparado, no signi-fican nada, no son nada, no tienen corazón ni valor;pero aquí hay mucha belleza, porque en todas partesabunda la belleza. Aguas inagotables, infinitamentellenas de vida, van por antiguos acueductos hacia lagran ciudad, y danzan en muchas plazas sobre con-chas blancas de piedra, y se extienden en amplios yespaciosos cuencos, y murmuran de día y realzansu murmullo de noche, que aquí es grande, estrella-da y dulce a causa de los vientos. Y hay jardines,inolvidables alamedas y escalinatas, escaleras depiedra concebidas por Miguel Ángel, escaleras quefueron construidas imitando las aguas que caen endeclive ancho, peldaño a peldaño cual si fuese de olaen ola.Con tales impresiones, uno se recoge a meditar, se

recupera de nuevo para sí mismo de la multitudpretenciosa que allí habla y habla (¡y qué charlatanaes!) y aprende con lentitud a reconocer las muy esca-sas cosas en las que lo eterno, que se puede amar,

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perdura, y en las que lo solitario permite participarcalladamente.Todavía vivo en la ciudad, cerca del Capitolio, no

lejos de la más hermosa escultura ecuestre del arteromano, la de Marco Aurelio. Pero dentro de algunassemanas me mudaré a un espacio sencillo y tranquilo,un viejo ático situado en la profundidad de un granbosque perdido, retirado de la ciudad, de su tráfago yruidos. Allí viviré todo el invierno, y disfrutaré del gransilencio, del que espero el regalo de buenas y laborio-sas horas… Desde allí, donde me sentiré más en casa,le escribiré a usted una carta más larga, donde lecomentaré sus trabajos. Hoy solo tengo que decirle (ytal vez es injusto que no lo haya hecho antes) que ellibro que me anuncia en su carta (aquel que contienealgún trabajo suyo) no me ha llegado. ¿Le ha sidodevuelto, tal vez desde Worpswede? (Pues no estápermitido reexpedir paquetes al extranjero.) Esta po-sibilidad es la más convincente, y me gustaría que seconfirmara. Espero que no se trate de un extravío,que contando con el funcionamiento del correo ita-liano no sería nada excepcional, por desgracia. Mehubiera gustado recibir ese libro (como todo lo queme da señales de usted); y los versos, que entre tantole vayan surgiendo, los leeré (si usted me los confía) ylos releeré y viviré tan a fondo y tan sinceramentecomo pueda.Con mis buenos deseos y saludos,Suyo

RAINER MARIA RILKE

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Carta VI

Roma, 23 de diciembre de 1903

Mi querido señor Kappus:

No ha de faltarle un saludo mío cuando va a ser Navi-dad y usted, en medio de las fiestas, tendrá que so-portar una soledad más difícil que la acostumbrada.Pero alégrese si se da cuenta de que esa soledad esgrande; pues qué sería (pregúntese a sí mismo) unasoledad que no lo fuera; solo existe una, es inmensay nada fácil de sobrellevar, y a casi todos les lleganaquellas horas en las que querrían de buena ganacambiarla por cualquier compañía, aunque fuera vul-gar y anodina, por la apariencia de un reducido acuer-do con el primero que llega, con el más indigno… Peroquizás sea precisamente en tales horas cuando lasoledad crece; pues su crecimiento es doloroso, comoel crecimiento de los niños, y triste, como el comien-zo de la primavera. Pero esto no debe desorientarlo.Lo que se requiere es solo esto: soledad, una gransoledad interior. Andar a solas consigo mismo y noencontrar a nadie durante horas, eso es lo que se

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debe alcanzar. Estar solo como en la infancia, cuandolos adultos pululaban alrededor, enredados con co-sas que parecían grandes e importantes, porque losmayores siempre parecían muy atareados y no se com-prendía nada de su actividad.Y si un día uno se da cuenta de que sus ocupacio-

nes son infelices, que la profesión se ha petrificadosin relación con la vida, ¿por qué no continuar mi-rando como un niño lo extraño, desde lo profundodel mundo propio, desde la amplitud de la propia so-ledad, que en sí misma es trabajo, jerarquía y profe-sión? ¿Por qué querer cambiar el sabio no-compren-der de un niño por el rechazo y el menosprecio, cuandoel no-comprender significa estar solo y, en cambio, elrechazo y el menosprecio significan participar en aque-llo mismo de lo que uno quiere apartarse? Pienseusted, querido señor, en el mundo que lleva usted ensí mismo, y llame este pensar como usted prefiera—recuerdo de la propia infancia o anhelo de futuro—y esté simplemente atento a lo que se eleva en usted ycolóquelo por encima de todo lo que observe a su al-rededor. Su desarrollo interior es digno de todo suamor, en él debe usted trabajar y no ha de perderdemasiado tiempo ni demasiado ánimo en justifi-car su posición ante los demás. ¿Quién le dice a us-ted que, después de todo, tenga una?Su profesión es dura, lo sé. Sé que está llena de

contradicciones, vi venir de lejos su queja y estabaseguro de que un día u otro aparecería. Ahora que yaestá aquí no lo puedo tranquilizar. Solo le pido queconsidere si no sucede así con todas las restantesprofesiones. ¿No están llenas de exigencias, de hosti-lidad hacia el individuo, por decirlo así, impregnadas

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del odio de aquellos que, mudos y malhumorados, sehan encontrado con un deber aburrido? La situaciónen la que tiene que vivir ahora no está más pesada-mente lastrada con convenciones, prejuicios y erro-res que todas las demás profesiones; si hay algunaque aparente tener una mayor libertad, no hay nin-guna que en sí misma, de manera amplia y espaciosa,esté en contacto con las cosas grandes que trenzan laverdadera vida. Solo el solitario está sometido, comouna cosa, a leyes profundas. Y si sale por la mañana,llena de acontecimientos, y si siente qué está suce-diendo, se despojará de toda condición social, comosi se hubiera muerto, aunque se encuentre en mediodel tumulto de la vida.Lo que usted, querido señor Kappus, ha de experi-

mentar ahora como oficial del ejército, lo hubiera sen-tido de manera similar en cada una de las profesio-nes existentes. Es más, aunque usted, al margen decualquier profesión, hubiese buscado solo un con-tacto leve e independiente con la sociedad, no sehubiese ahorrado este sentimiento de opresión. Entodas partes es así y no hay motivo para el temor o latristeza. Y si siente que no hay nada común entrelos demás y usted, intente aproximarse a las cosas,que nunca lo desampararán; todavía existen nochesy vientos que van a través de los bosques y recorrenmuchos países; aún hay acontecimientos entre co-sas y animales, en los cuales le está permitido parti-cipar, y los niños son así, como usted cuando eraniño, tristes y felices. Y si usted piensa en su infancia,vivirá de nuevo con ellos, con los niños solitarios,porque los adultos no son nada y su dignidad notiene ningún valor.

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Y si a usted le llena de angustia o de ansiedad pen-sar en la infancia y en lo que en ella hay de sencilloy sosegado porque ya no puede creer en Dios queallí se encuentra por todas partes, pregúntese a símismo, querido señor Kappus, si de veras ha perdi-do a Dios. ¿No será más bien que no lo ha poseídonunca? Porque, ¿cuándo lo habría podido poseer?¿Cree usted que un niño puede poseerlo a Él, al quelos adultos solo con esfuerzo soportan y cuyo pesooprime a los ancianos? ¿Cree usted que quien de ver-dad lo tiene lo puede perder como si se tratara de unguijarro? ¿O no opina que quien lo tuviera podríaser abandonado solo por Él? Pero si usted reconoceque Él no estaba en su infancia ni tampoco antes, siusted intuye que Cristo fue confundido por su anheloy Mahoma traicionado por su orgullo, y si siente conhorror que ahora, cuando hablamos de Él, tampocoestá, ¿qué le da derecho a añorar como un pasado aAquel que nunca existió y a buscarlo como si lo hu-biera perdido?¿Por qué no piensa en Él como el que viene, como el

que se anuncia desde la eternidad, el futuro, el frutodefinitivo de un árbol cuyas hojas somos nosotros?¿Qué le impide a usted proyectar su nacimiento enlos tiempos venideros y vivir su vida como un díadoloroso y bello en la historia de un gran embarazo?Pues, ¿no ve cómo todo lo que sucede una y otra vezes solo un inicio, y no podría ser Su inicio, ya quecomenzar es siempre tan hermoso? Si Él es el másperfecto, ¿no debe estar lo inferior ante Él para quepueda escogerse entre toda la plenitud y la abundan-cia? ¿No debe ser Él el último para abarcarlo todo ensí mismo? ¿Y qué sentido tendríamos nosotros siAquel que anhelamos ya hubiera existido?

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Como abejas que recogen la miel, nosotros reuni-mos lo más dulce y lo edificamos a Él. Con lo másdiminuto incluso, con lo imperceptible (si acontecesolo por amor), con el trabajo y con el reposo, con unsilencio o con una pequeña y solitaria dicha, con todolo que hacemos solos, sin participantes ni adeptos, locomenzamos a Él, al que no llegaremos a ver, de lamisma forma que nuestros antepasados no pudieronvernos tampoco a nosotros. Y, sin embargo, estosantepasados están en nosotros como fundamento,como lastre en nuestro destino, como sangre que bulley como ademán que se eleva desde las profundidadesdel tiempo.¿Existe algo que le pueda arrebatar la esperanza de

ser uno en Él, el más lejano, el más remoto?Celebre usted, querido señor Kappus, la Navidad

con este alegre sentimiento. Que quizás necesita Élprecisamente esta angustia vital suya para comen-zar; porque, estos días de su tránsito son quizás eltiempo en que todo en usted trabaja por Él. Sea pa-ciente y no se enoje, y piense que lo menos que pode-mos hacer es no dificultarle su venida, igual que latierra no pone obstáculos a la primavera cuando estaquiere venir.Y esté contento y confiado.Suyo

RAINER MARIA RILKE

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Carta VII

Roma, 14 de mayo de 1904

Mi querido señor Kappus:

Ha transcurrido mucho tiempo desde que recibí suúltima carta. No me lo tenga en cuenta: el trabajo, lostrastornos, y por último, la salud delicada, me man-tuvieron irremediablemente apartado de esa respuestaque (así lo quería yo) debía llegarle de días buenos ytranquilos. Ahora vuelvo a sentirme algo mejor (elcomienzo de la primavera con sus variaciones dañi-nas y caprichosas, duras de soportar, también se hizosentir aquí) y lo saludo, querido señor Kappus, y pasoa comentarle (cosa que sinceramente hago de buenagana) su carta, lo mejor que sé.Vea usted, he copiado su soneto, porque lo en-

contré hermoso y sencillo, y nacido con gracia se-rena. Son los mejores versos que he leído de usted.También le envío una copia porque sé que es unaexperiencia importante y plena reencontrar un tra-bajo propio escrito con letra ajena. Lea los versoscomo si no fueran suyos y sentirá en su interior conqué fuerza le son propios.

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Ha sido una alegría para mí leer repetidamente esesoneto y su carta; le doy las gracias por ambas cosas.No se deje extraviar en su soledad porque haya algo

en usted que desee salirse de ella. Y es que este deseo,si lo utiliza tranquila y reflexivamente como una herra-mienta, lo ayudará a ampliar su soledad por un vastoterritorio. La gente (con la ayuda de los convenciona-lismos) lo tiene todo resuelto de la forma más fácil si-guiendo el aspecto más fácil de lo fácil; pero está claroque nosotros debemos mantenernos en lo difícil y pesa-do: todo lo vivo se sujeta a ello, todo en la Naturalezacrece y se defiende según su índole propia y se convier-te en un ser particular, intenta serlo a cualquier precioy contra toda oposición. Poco sabemos, pero que deba-mos mantenernos en lo difícil y grávido es una seguri-dad que no nos abandonará; es bueno estar solo, puesla soledad es difícil; que algo sea difícil ha de ser paranosotros una razón más para afrontarlo.También amar es bueno, pues el amor es difícil. Amarse

de persona a persona es quizás lo más difícil de todo loque nos ha sido encomendado, lo más avanzado, laúltima prueba y examen, el trabajo por excelencia, parael que cualquier otro trabajo es solo preparación. Poreso los jóvenes, que son principiantes en todo, todavíano conocen el amor: tienen que aprenderlo. Con todassus fuerzas, con todo su ser reunido en torno a un co-razón solitario, inquieto, latiendo hacia arriba, tienenque aprender a amar. El tiempo del aprendizaje essiempre largo y hermético. De este modo, amar serádurante mucho tiempo y a lo largo de la vida, sole-dad, recogimiento prolongado y profundo para aquelque ama. Amar, principalmente, no es nada que sig-nifique evadirse de sí mismo, darse y unirse a otro,

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porque ¿qué sería la unión de unos seres aún tur-bios, incompletos, confusos? Amar es una sublimeoportunidad para que el individuo madure, para lle-gar a ser algo en sí mismo. Convertirse en un mundo,transformarse en un mundo para sí por amor a otro, esuna pretensión grande y modesta a la vez, algo queelige y que da vocación y amplitud. Solo en este sen-tido, como tarea para trabajar en uno mismo (“escu-char y martillear noche y día”) les está permitido usara los jóvenes el amor que les ha sido dado. Exterio-rizarse, crear cualquier tipo de comunidad, no es paraellos (que aún han de ahorrar y reunir durante mu-cho, mucho tiempo), lo último, lo definitivo. Paraconseguirlo, apenas hay bastante con toda una vidahumana.Por esto, los jóvenes suelen equivocarse tan desdi-

chadamente. La impaciencia (que es parte constitutivade su naturaleza) hace que se arrojen en brazos deotro cuando viene la crecida del amor, que se prodi-guen tal como son con toda su turbulencia, desordeny confusión. ¿Qué puede, pues, ocurrir? ¿Qué puedehacer la vida con esa tropa de semifrustrados queellos llaman su comunidad, que lo querrían llamarsu felicidad y, si pudieran, su futuro? Y así cada unose pierde a sí mismo por amor del otro y pierde alotro y a otros muchos que querrían venir. Y pierdela amplitud, el horizonte y el futuro, cambia imper-ceptiblemente la ida y la vuelta, situaciones henchi-das de presentimientos por una perplejidad estéril dela que ya no puede salir nada bueno, nada que no seanáusea, decepción, mediocridad y caída en una de lasinfinitas convenciones que, como refugios colectivos,se disponen abundantemente en este camino tan

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peligroso. No hay ámbito de la experiencia humanatan bien surtido de convenciones como este, dondeaparecen multiplicadas en forma de chalecos salvavi-das, lanchas y flotadores. La opinión colectiva ha sa-bido crear refugios de todo tipo, porque, inclinada atomar la vida amorosa como un placer, tenía que con-vertirla en algo fácil, barato, sin riesgos, seguro, comolas diversiones públicas.Por eso, muchos jóvenes que aman falsamente, es

decir, faltos de soledad, entregándose sin discerni-miento, hacia afuera —el término medio se quedasiempre en este punto—, sienten algo semejante a laopresión de una falta y quieren transformar el estadoen que han caído, convirtiéndolo, por sus propiosmedios, en algo fértil y vivo; pues su naturaleza lesdice que las preguntas del amor, menos que otras,también esenciales, no pueden ser resueltas en lapublicidad ni de acuerdo con ningún convencionalis-mo; que son preguntas, preguntas inmediatas de per-sona a persona, que requieren en cada caso respuestasnuevas, únicas, exclusivamente personales. Pero los quese han arrojado juntos, que ya no se delimitan ni sediferencian, que ya no poseen nada propio, ¿cómopodrán encontrar una salida que les surja desde den-tro, desde la hondura de su derruida soledad?Provienen de un común desamparo y cuando con la

mejor voluntad pretenden evitar la convención que losescandaliza (como el matrimonio), van a dar en los ten-táculos de una solución menos pública, pero del mis-mo modo rutinaria y mortal; en su entorno y en uncírculo muy amplio, todo se ha convertido en con-vención, porque cualquier acto que tiene su origen enuna amalgama confusa, prematuramente trenzada, se

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vuelve convencional. Cualquier relación turbia po-see una convención propia por insólita que sea (esdecir, por inmoral en el sentido corriente de la pala-bra). Incluso, la separación sería aquí un paso con-vencional, una fortuita decisión impersonal sin fuerzani fruto.Quien observe con seriedad encontrará que, como

para la muerte, que es difícil, tampoco para el difícilamor se ha encontrado ninguna aclaración, ningunasolución, indicación o camino. Y para estas dos ta-reas que de manera velada llevamos en nosotros ytransmitimos sin descubrirlas, no se ha podido en-contrar ninguna regla basada en un acuerdo colecti-vo. No obstante, a medida que como individuos em-pecemos a vivir, estas grandes cosas nos acogeráncon mayor cercanía a nosotros, los solitarios. Las exi-gencias que el difícil trabajo del amor impone a nues-tro desarrollo sobrepasan la vida; y nosotros, comoprincipiantes, no estamos a su altura. Sin embargo,si soportamos y hacemos nuestro ese amor como cargay tiempo de aprendizaje, en vez de perdernos en eljuego fácil y frívolo tras el que la humanidad se haescondido de lo más serio de su existir, lograremosun pequeño avance y un alivio, quizás perceptible paralos que vendrán mucho después de nosotros. Esto yasería mucho…Llegamos entonces al punto en que por primera vez

contemplamos la relación de una soledad con otra,sin prejuicios y objetivamente; y nuestros intentosde vivir dicha relación no tienen ningún modelo pre-vio. Pero en el curso del tiempo parece que se mues-tra algo que quiere ayudar a nuestra vacilante condi-ción de principiantes.

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La muchacha y la mujer, en su nuevo y peculiardesarrollo, serán solo en lo somero, repetidoras delos vicios y virtudes del varón e imitadoras de las pro-fesiones masculinas. Después de la inseguridad de estetránsito, se mostrará que las mujeres habrán pasadopor esos numerosos y variados (a menudo ridículos)disfraces solo para purificar su propio ser de las in-fluencias deformantes del otro sexo. Las mujeres, enlas que la vida permanece y habita más directa, fértily confiadamente, tienen que haber llegado a ser enprofundidad seres más maduros, más humanos, queel liviano varón, que no se siente atraído más allá dela superficie de la vida por el peso de ningún frutocorporal y que, presuntuoso y apresurado, subesti-ma lo que cree amar.Esta humanidad de la mujer, vivida en el dolor y en

la humillación, verá la luz cuando se haya despojadode las convenciones de lo que es solo femenino en lastransformaciones de su estado y condición; y los hom-bres, que aún no lo sienten venir, se sentirán sor-prendidos y derrotados. Un día (en los países nórdi-cos ya hay signos fiables que hablan de ello y loindican), un día, la muchacha y la mujer serán. Sunombre no significará ya una mera oposición a lomasculino, sino algo por sí mismo, algo que no suge-rirá ya complemento o límite y sí, en cambio, vida yexistencia, la persona femenina.Este progreso transformará la vida amorosa, que

ahora está llena de errores, la transformará desde laraíz (muy en contra de la voluntad de los varonesanticuados), la reconstruirá en una relación de per-sona a persona y ya no de hombre a mujer. Y esteamor humano (que se desarrollará con delicadeza

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infinita y discreta, que se hará bueno y claro tanto alligarse como al desligarse) se parecerá a aquel que pre-paramos con trabajo y esfuerzo, a aquel amor queconsiste en que dos soledades se protejan, delimiteny respeten mutuamente.Una palabra más. No crea usted que aquel gran amor

que de niño le fue entregado, se haya perdido. ¿Pue-de decir si en aquel tiempo no maduraron en ustedgrandes y buenos deseos y determinaciones de lasque todavía hoy vive? Yo creo que aquel amor perma-nece fuerte y poderoso en su recuerdo, porque fue suprimera y profunda soledad, y el primer trabajo inte-rior que usted realizó en su vida.Mis mejores deseos para usted, querido señor Kappus.

RAINER MARIA RILKE

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Soneto1

A través de mi vida tiembla sin sollozo,sin lamento, un profundo dolor.La sangrante nieve pura de mis sueñosalimento es de mis días más callados.Pero a menudo la gran pregunta cruzami camino: ¿me haré pequeño y fríoy pasaré como por sobre un mar,cuya marea no me atrevo a medir?Después, desciende de mí una pena tan turbiacomo el gris sin brillo de las noches de veranoque una estrella centelleante atraviesa —alguna vez—.Mis manos buscan el amorque no puede hallar mi ardiente boca,y quisiera en voz bien alta rezar.

1Soneto al que Rilke hace referencia en su carta VII y que lepertenece a Kappus. (Nota del Editor.)

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Carta VIII

Borgeby gard, Flädie, Suecia12 de agosto de 1904

Quiero hablarle de nuevo un rato, querido señorKappus, aunque no pueda decir casi nada que le sir-va de ayuda o le sea provechoso. Usted ha sufridomuchas y grandes tristezas que ya pasaron. Y diceque la experiencia fue para usted difícil e incómoda.Pero, se lo ruego, reflexione usted si esas grandes tris-tezas no lo atravesaron más bien en su mismo cen-tro. ¿Acaso no se han transformado muchas cosas enusted? ¿Acaso no ha cambiado usted en algún lugarde su ser mientras padecía la tristeza? Peligrosas ymalas son solo aquellas tristezas que uno arrastraentre la gente para mitigarlas; como enfermedadestratadas de manera superficial y necia, se retiran uninstante para volver a presentarse e irrumpir de for-ma mucho más temible; y se acumulan en el interior, yson vida, vida no vivida, vida rechazada y perdida,por la que se puede morir.Si nos fuera posible ver más allá de lo que alcanza

nuestro conocimiento y un poco por encima de la

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avanzadilla de nuestros presentimientos, quizás lle-garíamos a soportar nuestras tristezas con mayorconfianza que nuestras alegrías. Pues son momentosen los que algo nuevo, desconocido, se ha introduci-do en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen contímido encogimiento, todo en nosotros se retrae, naceun silencio, y lo nuevo, lo que nadie conoce, se yer-gue en el centro y calla.Yo creo que casi todas nuestras tristezas son mo-

mentos de tensión que nosotros percibimos como pa-rálisis, porque ya no sentimos la vida de nuestros senti-dos alienados. Porque estamos solos con el extrañoque se nos ha introducido; porque, por un momento,se nos arrebata todo lo habitual y lo que nos inspirabaconfianza; porque nos encontramos en una encruci-jada donde no podemos permanecer.Por ello, también la tristeza pasa: lo nuevo en no-

sotros, lo que nos ha llegado, se ha introducido ennuestro corazón, ha llegado a su cámara más recón-dita y tampoco está allí; se encuentra en la sangre. Yno experimentamos qué ha sido. Se nos podría hacercreer fácilmente que nada ha ocurrido y, sin embar-go, hemos cambiado como cambia una casa en la queha entrado un huésped. No podemos decir quién hallegado, tal vez no lo sepamos nunca, pero muchosindicios hablan del futuro que acaba de entrar paratransformarse en nosotros, mucho antes de que acon-tezca y se manifieste.Por eso es tan importante estar solo y atento cuan-

do se está triste; porque el instante en apariencia per-plejo y vacío de acontecimientos en el que nuestrofuturo nos alcanza, está mucho más próximo a la vidaque aquel otro, ruidoso y fortuito, en que se nos pre-senta como venido de fuera.

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Cuanto más silenciosos, pacientes y abiertos nosmantengamos en la tristeza, con mayor profundidady certeza se introducirá lo nuevo en nosotros, mejorlo heredaremos y en superior medida será nuestrodestino. Y cuando un día lejano, “se realice” (es decir,cuando pase desde nuestro interior hacia los demás),lo sentiremos cercano y familiar en lo más íntimo.Solo una cosa nos es necesaria. Y es que nada extra-

ño nos ocurra, nada que no sea aquello que desdehace mucho tiempo nos pertenece (y hacia aquí seorientará poco a poco nuestro desarrollo). Ya se hatenido que modificar la noción de movimiento; poco apoco se llegará también a reconocer que lo que lla-mamos destino surge de los seres humanos y que noles viene de fuera. Solo porque muchos no absorbie-ron el destino ni lo transformaron en sangre propiamientras vivía en ellos, no lo reconocieron cuandosurgió de ellos; les era tan extraño que, en su aloca-do espanto, consideraron que había tenido que lle-garles justo entonces, pues juraban y perjuraban quenunca habían encontrado antes algo similar en sí mis-mos. De la misma forma que nos hemos engañadodurante largo tiempo sobre el movimiento del Sol, tam-bién seguimos estando equivocados acerca del movi-miento del porvenir. El futuro permanece firme, que-rido señor Kappus, pero nosotros nos movemos enun espacio infinito.¿Cómo no había de sernos difícil?Y si volvemos a hablar de la soledad, se hará más

claro que, vista de cerca, la soledad no es algo que sepueda dejar o tomar. Somos soledad. Uno se puedeequivocar en esto y hacer como si no fuera así. Estoes todo. No obstante, es mucho mejor reconocerlo y,

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lo que es más, vivir a partir de tal reconocimiento.Por ello, nos dará vueltas la cabeza, pues todos lospuntos donde nuestros ojos descansaban nos habránsido arrebatados; ya no habrá nada que esté cerca, ytodo lo lejano estará infinitamente lejos. Aquel que,sin preparación ni tránsito, fuera trasladado de suhabitación a lo más alto de una montaña, sentiríaalgo semejante: una inseguridad sin par, un sentirsea merced de lo innombrable casi lo aniquilarían. Lle-garía a pensar que se cae, a creerse arrojado fueradel espacio o a verse reducido en mil pedazos. ¡Cuán-tas grandiosas mentiras no tendría que contarse sucerebro para poder abrazar la situación y explicarla asus sentidos! Y así se modifican todas las distanciasy medidas para quien se convierte en un solitario.Muchas de estas metamorfosis son súbitas, y comoen aquel que repentinamente se encuentra en lo altode un monte, surgen extrañas fantasías, sensacionestan extrañas que parecen haber crecido más allá detodo lo soportable. Pero es muy importante que viva-mos también esto. Hemos de aceptar nuestra existen-cia tan amplia como nos sea posible. Todo, incluso loinaudito, ha de ser posible. Esto es lo fundamental, elúnico valor que se nos exige: ser valientes ante lomás extraño, maravilloso e inexplicable que nos pue-da acontecer. Que los seres humanos sean cobar-des en este sentido, causa un daño infinito a la vida;las experiencias que llamamos “apariciones”, todo elllamado “mundo de los espíritus”, la muerte, todasestas cosas tan emparentadas con nosotros, hastatal punto han sido expulsadas de la vida por un re-chazo realizado día a día, que los sentidos con losque podríamos percibirlas, se han atrofiado. Para no

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hablar de Dios. Pero el miedo ante lo inexplicable nosolo ha empobrecido el ser del individuo, sino quetambién las relaciones de persona a persona se hanmutilado por su causa, como si se las hubiera extraí-do del cauce de las infinitas posibilidades para serllevadas a una orilla baldía, en la que nada ocurre.Pues no solo la indolencia hace que las relacioneshumanas se repitan en cada caso de forma tan inde-ciblemente monótona y repetitiva, sino que existe tam-bién otra causa: el temor a cualquier acontecimientonuevo, imprevisible, ante el que no se cree estar a sualtura. Pero solo quien está dispuesto a todo, quienno cierra la puerta a nada, ni siquiera a lo más enig-mático, vivirá la relación con el otro como algo vivo yahondará en sí mismo. Pues si concebimos la natu-raleza del ser individual como una habitación más omenos grande, veremos que la mayoría solo conoceuna esquina, una ventana, una franja por la que re-petidamente va y viene. Así se tiene una cierta segu-ridad. No obstante, es mucho más humana la inse-guridad llena de peligros de aquel preso en el cuentode Poe, que lo empuja a explorar las formas de su terro-rífica celda y a no sentirse extraño ante el indeciblehorror de su estancia.Pero nosotros no estamos presos. En torno nuestro

no hay cepos ni trampas, y no hay nada que debaasustarnos o torturarnos. Estamos puestos en la vidacomo en el elemento más afín y hemos llegado a hacer-nos tan similares a ella a través de siglos de adapta-ción que, si nos mantenemos en calma y en silencio,gracias a un feliz mimetismo, casi no se nos puedediferenciar de ella. No tenemos ningún fundamentopara desconfiar de nuestro mundo, ya que no está

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contra nosotros. Si tiene miedos, son solo nuestrosmiedos; si tiene abismos, esos abismos nos pertene-cen; si hay peligros, debemos intentar amarlos. Y sidisponemos nuestra vida según el principio que nosaconseja mantenernos siempre en lo difícil, lo quenos parecía extraño se nos transformará en algo in-finitamente fiel y digno de toda confianza. ¿Cómo he-mos podido olvidar los viejos mitos que se yerguen enel comienzo de todos los pueblos, los mitos de aque-llos dragones que en el instante supremo se transfor-man en princesas? Quizás todos los dragones de nues-tra vida sean princesas que solo esperan vernos unavez hermosos y valientes. Quizás todo lo horrible, enel fondo, sea solo una forma de desamparo que solici-ta nuestra ayuda.Así, pues, no tiene de qué asustarse, querido señor

Kappus, si ante usted se alza una tristeza tan grandecomo nunca la haya sentido; o si una inquietud comoluz o sombra de nubes cae sobre sus manos y haceefecto en usted. Tiene que pensar que algo le acon-tece, que la vida no lo ha olvidado, que lo tiene en susmanos y que no lo dejará caer. ¿Por qué quiereexcluir de su vida toda inquietud, dolor o melancolía?¿Ignora que tales estados trabajan en usted? ¿Por quéquiere acosarse a sí mismo con preguntas sobre suorigen y su fin? Usted sabe que se halla en una en-crucijada y que no deseaba otra cosa que no fueratransformarse. Si en su proceso interior contrae unaenfermedad, piense que la enfermedad es el mediodel que se sirve el organismo para liberarse de lo ex-traño; limítese a ayudarle a estar enfermo, a dejarque aflore y estalle toda su enfermedad, pues ese essu progreso. ¡En usted, querido señor Kappus, están

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ocurriendo tantas cosas! Debe ser paciente como unenfermo y confiado como un convaleciente. Pues qui-zás sea usted ambas cosas. Y lo que es más, ustedmismo es el médico que ha de velar por usted. Perotenga en cuenta que en toda enfermedad hay días enlos que el médico no puede hacer más que esperar. Yesto es lo que usted, en cuanto es su propio médico,sobre todo, debe hacer ahora.No se observe demasiado. No saque conclusiones

precipitadas acerca de lo que le está ocurriendo; dejesimplemente que las cosas le sucedan. De lo contra-rio, llegará con demasiada facilidad a mirar su pasa-do con reproches (es decir, como un moralista); unpasado que, como es natural, forma parte de lo queahora le está sucediendo. Los errores, deseos y nos-talgias de su niñez que actúan ahora en usted, no eslo que usted recuerda y prejuzga. Las insólitas rela-ciones de una niñez solitaria y desamparada son tandifíciles, tan complicadas, tan sometidas a tantas in-fluencias y, al mismo tiempo, tan desconectadas detoda real conexión con la vida, que cuando un viciose introduce en ella, no se le puede llamar vicio sinmás. Hay que ser muy cauto con los nombres. Confrecuencia es el nombre de un crimen lo que hacenaufragar una vida, y no la acción individual y sinnombre, que quizás no era más que una determinadanecesidad de esa vida, la cual podía aceptar aquellaacción con inocencia y sin esfuerzo. Y el esfuerzo nece-sario le parece a usted tan grande, porque sobrevalorala victoria; la victoria, lo que usted cree haber logrado,no es lo “grande”, aunque sí tiene razón con su senti-miento; lo grande es que ya había algo allí, algo quepodía colocar en el lugar de la antigua mentira, algo

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genuino y auténtico. Sin esto, su victoria habría sidotambién una reacción moralista, sin ningún signifi-cado ulterior. De esta forma, sin embargo, ha llegadoa convertirse en parte de su vida. De su vida, que-rido señor Kappus, en la que pienso con tan buenosdeseos. ¿Se acuerda usted de cómo a lo largo de suvida, desde la infancia, ha sentido nostalgia por lo“grande”? Ya veo cómo anhela desde lo grande lo máxi-mo. Por eso, un anhelo así no cesa de ser difícil, pero,por lo mismo, tampoco dejará de crecer.Y si algo más debo decirle es esto: no crea usted que

el que intenta consolarlo vive sin esfuerzo bajo las so-segadas y sencillas palabras que a usted a veces lehacen bien. La vida de quien las escribe tiene fatigas ytristezas y queda mucho más rezagada que la suya.Pero, de no ser así, no habría podido encontrar estaspalabras.Su

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Carta IX

Furuborg, Jonsered, en Suecia4 de noviembre de 1904

Mi querido señor Kappus:

Todo este tiempo en que usted no ha recibido nin-guna carta mía, he estado de viaje o tan ocupadoque no le he podido escribir. Incluso hoy me resultadifícil hacerlo, porque he tenido que redactar mu-chas cartas y mi mano está cansada. Si pudiera dic-tar, le diría muchas cosas, pero como no es así, tome,se lo ruego, estas pocas palabras como si fueran unalarga carta.Suelo pensar en usted, querido señor Kappus, con

tan concentrados deseos que, de alguna forma, es-toy convencido de que, así, lo puedo ayudar. Encambio, que mis cartas, en verdad, puedan servirlede ayuda… lo dudo muchas veces. No me diga: “sí,me ayudan”. Tómelas con sencillez y sin excesivoagradecimiento y esperemos lo que quiera venir.Quizás no sea provechoso que ahora trate con por-

menor sus palabras, pues, ¿qué le podría decir sobre

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su tendencia a la duda o sobre su incapacidad paraarmonizar la vida interior con la exterior? ¿O tam-bién acerca de todo lo que lo oprime, que no le hayadicho ya? Deseo que encuentre la paciencia suficien-te para soportar, y la simplicidad necesaria para creera fin de adquirir más confianza en lo que es difícil, yen la soledad que de pronto lo rodea por sorpresa enmedio de la gente.Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y

traiga lo que tenga que traer. Créame, la vida siem-pre, siempre tiene la razón.En cuanto a los sentimientos: son auténticos los

que lo concentran y elevan; impuro es el sentimien-to que lo agarra por una parte de su ser y así lo desfi-gura. Todo lo que usted pueda meditar acerca de suinfancia, es bueno. Todo lo que lo hace ser más de loque era hasta ahora en sus mejores momentos, es acer-tado. Cada incremento es bueno si está en toda susangre, si no es ebriedad o turbulencia, sino alegríaque deja ver el fondo. ¿Comprende usted lo que le quierodecir?Respecto a la duda: puede convertírsele en una bue-

na cualidad si la educa. La duda ha de llegar a sersabia, ha de convertirse en crítica. Pregúntele, siem-pre que quiera que algo se le eche a perder, pregúnteleporqué es fea aquella cosa; pídale pruebas, sométala aexamen y quizás la encuentre perpleja y desconcerta-da, quizás también irritada. Pero usted no ceda, exíja-le argumentos.Compórtese atenta y consecuentemente en todas las

ocasiones; y llegará el día en que el destructor se con-vertirá en uno de sus mejores trabajadores, tal vez enel más inteligente de todos los que le edifican la vida.

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Esto es lo que deseaba decirle hoy, querido señorKappus. Al mismo tiempo le mando la copia impresade un poema corto, que ahora ha sido publicado enel Deutschen Arbeit de Praga. Allí sigo hablándole dela vida y de la muerte, ambas, a la vez, grandes ymaravillosas.Suyo

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Carta X

París, día siguiente de Navidad, 1908

Usted ha de saber, querido señor Kappus, cuánto mealegró su hermosa carta. Las noticias que me daba,muy reales y precisas, me parecen buenas, y cuantomás las medito más las percibo como objetivamenteauténticas. En realidad, quería escribirle esto la vís-pera de Navidad. Pero a causa del ininterrumpido ymúltiple trabajo en que vivo este invierno, la antiguafiesta transcurrió tan deprisa que apenas he tenidotiempo de realizar las tareas más urgentes y muchomenos para escribir.Pero he pensado con frecuencia en usted estos días

y me he imaginado qué tranquilo debe sentirse en susolitario fortín en medio de desiertas montañas sobrelas que se precipitan los grandes vientos del sur comosi quisieran engullirlas a grandes bocados.El silencio que acoge tales sonidos y movimientos

debe ser inmenso y si a todo esto se añade la lejanapresencia del mar, que resuena en todo, tal vez, comoel tono más íntimo de esta armonía más vieja que lahistoria, solo le puedo desear que, lleno de confianza yde paciencia, deje obrar en usted esta grandiosa

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soledad que jamás se borrará de su vida y que, entodo lo que está a punto de vivir y de hacer, actuarácomo un influjo anónimo, constante, decisivo e im-perceptible, de la misma forma que, incansable, fluyeen nosotros la sangre de nuestros antepasados, com-binándose con lo que es nuestro para formar en cadarecodo de nuestras vidas esa cualidad única e irrepe-tible que nos constituye.Sí, me alegra que tenga esta existencia sólida y des-

criptible, ese grado, ese uniforme, ese servicio, todo esotangible y limitado, que, en un entorno semejante, enmedio de una tropa tan aislada como poco numerosa,adopta un aire de gravedad y necesidad, permite ycrea, más allá de los pasatiempos y ocios de la pro-fesión militar, una aplicación atenta y una atenciónindependiente. Al fin y al cabo, lo único que necesi-tamos es encontrarnos en circunstancias que actúensobre nosotros y que, de vez en cuando, nos colo-quen ante inmensas manifestaciones naturales.También el arte es solo una manera de vivir y puede

uno prepararse para él viviendo en la circunstanciaque sea y sin darse cuenta. En todo lo real estamosmás cerca del arte que en los oficios semiartísticos eirreales que, dándonos la ilusión de su proximidad,de hecho niegan su existencia y lo dañan, como su-cede con todo el periodismo, con casi toda la crítica, ycon las tres cuartas partes de aquello que se llama odice llamarse literatura. En una palabra, me alegraque haya superado ese peligro y se halle solo y animosoen una ruda realidad. Deseo que el año que está a pun-to de empezar lo conserve y lo afirme en ella.Siempre suyo

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Índice

Introducción/ 5

Carta I/ 7

Carta II/ 12

Carta III/ 15

Carta IV/ 20

Carta V/ 26

Carta VI/ 29

Carta VII/ 34

Soneto/ 41

Carta VIII/ 42

Carta IX/ 50

Carta X/ 53

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