Ratzinger Sobre El Vat II Original

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María, Iglesia naciente Ageo: «¡Hacéis mucho, pero sacáis poco provecho!» (1,6). Cuando el hacer se independiza, ya no podemos soportar las cosas que no se han de hacer, sino que están vivas y necesitan madurar. Así, nos hace falta salir de esta parcialidad de las perspectivas occidentales y activistas, para no degradar también a la Iglesia convirtiéndola en obra de nuestra creación y planificación. La Iglesia no es un producto hecho, sino una semilla viva de Dios, que ha de crecer y madurar. Por eso la Iglesia necesita el miste rio mariano, por eso es ella misma misterio mariano. La fecundi dad sólo se puede dar en ella cuando se pone bajo este signo, cuando se convierte en tierra santa para la Palabra. Debemos asu mir el símbolo del terreno fructífero, debemos convertirnos de nuevo en hombres que esperan, recogidos hacia dentro, que en la profundidad de la oración, el deseo ardiente y la fe, dan lugar al crecimiento. En esta santa Misa recordamos al cardenal Josef Frings, falle cido el pasado adviento, quien durante largo tiempo fue presi dente de la Conferencia Episcopal Alemana. Murió en adviento, que desde antiguo es el verdadero tiempo mariano de la Iglesia. Me parece que en ello podemos ver una expresión del camino y dirección de su vida. El cardenal Frings encomendó a la solicitud maternal de María la Iglesia de Dios en Alemania, la consagró a María. En medio de un activismo cada vez mayor, la quiso intro ducir en la ley de un humilde fructificar para la Palabra. En el Concilio, cuando el movimiento litúrgico, cristológico y ecuméni co se enfrentaban al mariano, y ambos bandos amenazaban con convertirse en alternativas irreconciliables, dirigió un llamamien to suplicante a los Padres conciliares a encontrar el centro común. Se resistía enérgicamente a una disyuntiva corta de miras y precipitada, según la cual la Iglesia debía decidir entonces si quería ser moderna, bíblica, litúrgica y ecuménica, o seguir sien do «anticuada» y mariana. Su deseo personal era conectar ambas cosas, dar a la liturgia la hondura cordial de la piedad mariana, y abrir para lo mariano el gran aliento de la tradición litúrgica. Éste fue uno de los llamamientos más personales que se dirigió a los Padres en el Concilio desde la pasión de la fe. Esta llamada se encuentra ante nosotros —especialmente en este momento- como un indicador del camino, para que una vez más reconoz camos y aceptemos el misterio de la tierra, y así la Palabra dé fruto en nosotros. Amén.

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  • Mara, Iglesia naciente

    Ageo: Hacis mucho, pero sacis poco provecho! (1,6). Cuando el hacer se independiza, ya no podemos soportar las cosas que no se han de hacer, sino que estn vivas y necesitan madurar.

    As, nos hace falta salir de esta parcialidad de las perspectivas occidentales y activistas, para no degradar tambin a la Iglesia convirtindola en obra de nuestra creacin y planificacin. La Iglesia no es un producto hecho, sino una semilla viva de Dios, que ha de crecer y madurar. Por eso la Iglesia necesita el misterio mariano, por eso es ella misma misterio mariano. La fecundidad slo se puede dar en ella cuando se pone bajo este signo, cuando se convierte en tierra santa para la Palabra. Debemos asumir el smbolo del terreno fructfero, debemos convertirnos de nuevo en hombres que esperan, recogidos hacia dentro, que en la profundidad de la oracin, el deseo ardiente y la fe, dan lugar al crecimiento.

    En esta santa Misa recordamos al cardenal Josef Frings, fallecido el pasado adviento, quien durante largo tiempo fue presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Muri en adviento, que desde antiguo es el verdadero tiempo mariano de la Iglesia. Me parece que en ello podemos ver una expresin del camino y direccin de su vida. El cardenal Frings encomend a la solicitud maternal de Mara la Iglesia de Dios en Alemania, la consagr a Mara. En medio de un activismo cada vez mayor, la quiso introducir en la ley de un humilde fructificar para la Palabra. En el Concilio, cuando el movimiento litrgico, cristolgico y ecumnico se enfrentaban al mariano, y ambos bandos amenazaban con convertirse en alternativas irreconciliables, dirigi un llamamiento suplicante a los Padres conciliares a encontrar el centro comn. Se resista enrgicamente a una disyuntiva corta de miras y precipitada, segn la cual la Iglesia deba decidir entonces si quera ser moderna, bblica, litrgica y ecumnica, o seguir siendo anticuada y mariana. Su deseo personal era conectar ambas cosas, dar a la liturgia la hondura cordial de la piedad mariana, y abrir para lo mariano el gran aliento de la tradicin litrgica. ste fue uno de los llamamientos ms personales que se dirigi a los Padres en el Concilio desde la pasin de la fe. Esta llamada se encuentra ante nosotros especialmente en este momento- como un indicador del camino, para que una vez ms reconozcamos y aceptemos el misterio de la tierra, y as la Palabra d fruto en nosotros. Amn.

  • CONSIDERACIONES SOBRE EL PUESTO DE LA MARIOLOGA Y LA PIEDAD MARIANA

    EN EL CONJUNTO DE LA FE Y LA TEOLOGA

    II

    1. Trasfondo y significado de las afirmaciones mariolgicas del concilio Vaticano II

    La cuestin del significado de la mariologa y la piedad maana no puede prescindir de la coyuntura histrica de la Iglesia en que se plantea. La profunda crisis en que han cado el pensamiento y la conversacin sobre Mara y con Mara en los aos posteriores al Concilio slo cabe entenderla y darle respuesta correctamente si se contempla en el contexto de la evolucin ms amplia en que se encuadra. Adems, se puede dar por sentado que el perodo que se abri con el final de la primera guerra mundial y lleg hasta el concilio Vaticano II qued determinado intraeclesialmente por dos grandes movimientos espirituales que, en cierto sentido, tenan rasgos carismticos aun cuando de manera muy diferente: ya desde las apariciones marianas de mediados del siglo XIX se haba desarrollado cada vez con mayor fuerza un movimiento mariano que encontraba sus races carismticas en La Salette, Lourdes y Ftima, y que alcanz su punto culminante, comprendiendo a toda la Iglesia, con el pontificado de Po XII. Por otro lado, en el perodo entreguerras se desarroll, especialmente en Alemania, el movimiento litrgico, cuyos orgenes se han de buscar en la renovacin del monacato benedictino que proceda de Solesmes, pero tambin en el pensamiento eucarstico de Po X. Sobre el trasfondo del movimiento juvenil, el litrgico se extenda cada vez ms entre el pueblo fiel al menos en Centroeuropa. Con l se vinculaban claramente el movimiento ecumnico y el bblico en una gran corriente unitaria. Su meta fundamental, la renovacin de la Iglesia

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    desde las fuentes de la Escritura y la forma primitiva de la oracin eclesial, encontr igualmente en tiempos de Po XII una primera confirmacin oficial1.

    Cuanto ms peso alcanzaban en el conjunto de la Iglesia estos movimientos, ms palpable resultaba tambin el problema de su mutua relacin. En muchas ocasiones parecan directamente contrarios, tanto desde el punto de vista de sus posturas fundamentales, como desde el de su orientacin teolgica. El movimiento litrgico gustaba, incluso, de calificar su piedad de objetivamente sacramental; frente a l, saltaba a la vista la marcada acentuacin de lo subjetivo y lo personal en el movimiento mariano. El movimiento litrgico haca hincapi en el carcter teocntrico de la oracin cristiana, que se dirige a travs de Cristo al Padre; el mariano, con su lema per Mariam ad Jesum pareca caracterizado por una idea distinta de la mediacin, por un quedarse en Jess y Mara que dejaba la clsica referencia trinitaria ms bien en segundo trmino. El movimiento litrgico buscaba una piedad que se orientara estrictamente segn la Biblia o, a lo sumo, segn la Iglesia antigua; la piedad mariana, en la que encontraban eco las apariciones de la Madre de Dios en nuestra poca, estaba configurada mucho ms intensamente por la tradicin de la Edad Media y la Edad Moderna: segua otro estilo de pensamiento y de sensibilidad2. En esto haba, sin duda, peligros que amenazaban el ncleo sano y lo hacan aparecer, para los defensores apasionados de la otra direccin, incluso cuestionable3.

    En todo caso, entre las tareas de un Concilio celebrado en esta poca tena que estar la de determinar la relacin correcta entre

    5 Cf. sobre esto J. Frings, Das Konzil und die moderne Gedankenwelt, Colonia 1962, pp. 31-37.

    2 Caracterstico de la contraposicin de estas dos actitudes, que rebasa ampliamente el mbito de lo mariolgico, es el planteamiento recogido en el libro de J. A. Jungmann, Die Frobbotschaft und die Glaubensverkndigung, Regensburg 1936; la apasionada reaccin frente a esta obra, que en aquel entonces hubo de ser retirada de las libreras, ilumina as mismo muy claramente la situacin. Cf. las observaciones de Jungmann redactadas sobre ello en 1961 en: B. Fischer - H. B. Meyer (eds.),/. A. Jungmann. Ein Leben fr Liturgie und Keiygma, Innsbruck 1975, pp. 12-18.,

    3 Cf. la exposicin, rica en materiales, de R. Laurentin, La question mariale, Paris 1963. Es significativa, por ejemplo, la advertencia del papa Juan XXIII, citada en la p. 19, ante ciertas prcticas o excesivas formas especiales de piedad, incluso de la veneracin de la Virgen, formas de piedad que a veces dan una idea pobre

  • La mafiologia y la piedad mariana en el conjunto de la fe y la teologa

    estos dos movimientos divergentes y la de conducirlos a una fecunda unidad (sin eliminar simplemente la tensin). De hecho, el forcejeo de la primera mitad del Concilio la disputa sobre la constitucin relativa a la liturgia, sobre la doctrina de la Iglesia y el correcto ordenamiento de la mariologa, sobre la revelacin, la Escritura, la Tradicin y sobre el ecumenismo slo se puede entender correctamente desde la relacin de tensin de estas dos fuerzas. En todas las discusiones mencionadas se desarroll de hecho, aun cuando tal cosa en modo alguno estaba en primer plano de las conciencias, la lucha acerca de la correcta relacin de estas dos corrientes carismticas que, por decirlo as, constituan para la Iglesia, desde dentro, los signos de los tiempos. Despus, el trabajo en la constitucin pastoral haba de traer la discusin en relacin con los signos de los tiempos que empujaban desde fuera. Dentro de este drama, a la famosa votacin del 29 de octubre de 1963 le corresponde la trascendencia de una divisoria de aguas espiritual. Se trataba de la cuestin de si la mariologa se deba presentar en un texto aparte, o se deba incluir en la constitucin sobre la Iglesia: con ello haba que decidir sobre el peso y coordinacin de ambas lneas de piedad y, por consiguiente, dar la respuesta decisiva a la situacin interna de la Iglesia en ese momento. Ambas partes comisionaron como relatores a hombres de grandsimo peso para ganarse al pleno: el cardenal Knig abog por la integracin de los textos, lo que de hecho significaba una anteposicin de la piedad y la teologa litrgico-bblicas; el cardenal Rufino Santos, de Manila, defendi la independencia del elemento mariano. La votacin, con una proporcin de 1.114 votos frente a 1.074, mostr por primera vez una divisin de la asamblea en dos grupos casi de igual amplitud. De todos modos, el sector de Padres conciliares marcado por el movimiento litrgico y bblico obtuvo la victoria, aunque por un estrecho margen, y con ello ocasion una decisin cuya importancia haba de tener una trascendencia difcil de sobrevalorar.

    Desde el punto de vista teolgico, sin duda hay que darle la razn a la mayora encabezada por el cardenal Knig. Si ambos

    de la piedad de nuestro pueblo. En la alocucin final del Snodo romano, el Papa pona de nuevo en guardia frente a tal piedad que deja a la fantasa campo libre y aporta poco a la concentracin de las almas. Quisiramos invitaros a ateneros a lo que hay de ms antiguo y ms simple en la prctica de la Iglesia.

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    movimientos carismticos no se pueden considerar contrarios, sino que se deben tratar como complementarios, se requera una integracin que desde luego no poda reducirse a la absorcin de uno por el otro. La apertura interior a lo mariano por parte de la piedad y la teologa bblico-litrgco-patrstica haba quedado demostrada convincentemente en los aos posteriores a la segunda guerra mundial, sobre todo a travs de los trabajos de Hugo Rahner4, A. Mller5, K. Delahaye6, R. Laurentin7 y O. Semmelroth8; en estos trabajos se realiz un ahondamiento de las dos direcciones hacia su centro, en el que ambas podan encontrarse y desde el que, no obstante, podan conservar y desarrollar de forma fecunda su impronta especial. Verdad es que, de hecho, en el captulo mariano de la constitucin sobre la Iglesia, slo en parte se consigui dar forma de manera convincente y vigorosa a esas indicaciones. Adems, el desarrollo posconciliar estuvo marcado en gran medida por una interpretacin errnea de las declaraciones conciliares sobre el concepto de tradicin, que fue promovida decisivamente por la reproduccin sim- plificadora de las disputas del Concilio en las publicaciones periodsticas acerca de ste: el debate entero qued reducido a la pregunta de Geiselmann sobre la suficiencia de la Escritura en cuestin de contenidos9; y dicha pregunta, a su vez, era interpretada en el sentido de un biblicismo que condenaba a la insignificancia toda la herencia patrstica, y con ello socavaba tambin el sentido previo del movimiento litrgico. Pero, en la coyuntura de la situacin acadmica moderna, el biblicismo se convirti automti

    4 H. Rahner, Maria und die Kirche, Innsbruck 1951; id., Mater Ecclesia. Lobpreis der Kirche aus dem ersten Jahrtausend, Einsiedel - Colonia 1944.

    5 A. Mller, Ecclesia-Maria. Die Einheit Marias und der Kirche, Friburgo (Suiza) 1955.

    6 K. Delahaye, Erneuerung der Seelsorgsformen aus der Sicht der frhen Patristik, Friburgo 1958.

    7 R. Laurentin, Court traite de thologie mariale, Pars 1953; id., Structureet thologie de Luc 1-2, Paris 1957.

    8 O. Semmelroth, Urbild der Kirche. Organischer Aufbau des Mariengeheimnisses, Wrzburg 1950; cf. tambin M. Schmaus, Mariologie, Katholische Dogmatik V, Munich 1955-

    9 En K. Rahner - H. Ratzinger, Offenbarung und berlieferung, Friburgo 1965, pp. 25-69 [trad. esp.: Revelacin y Tradicin, Herder, Barcelona, 1971], he intentado demostrar que el planteamiento de Geiselmann en realidad soslayaba el ncleo del problema- cf. tambin mi comentario al captulo 2 de la constitucin sobre la revelacin en: LThK, volumen complementario II, pp. 515-528.

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    camente en historicismo; al mismo tiempo se habr de admitir que ya antes el movimiento litrgico no haba estado completamente libre de esto. Si se releen hoy los materiales bibliogrficos donde se expona, se evidencia que estaba demasiado determinado por un pensamiento arqueolgico basado en un esquema de decadencia: lo que surge tras un determinado momento histrico parece, ya por esa razn, como de menor valor, como si la Iglesia no siguiera en todos los tiempos viva y, por tanto, capaz tambin de desarrollo. Todo esto condujo a que el pensamiento de cuo litrgico se limitara a ser biblicista-positivista, se encerrara as en un movimiento retrgrado y no dejara ya ningn espacio al dinamismo de la fe que se desarrolla. Por otra parte, la distancia del historicismo conduce necesariamente al modernismo-'; puesto que lo puramente pasado no vive, deja solo al presente y conduce as al experimento de la fabricacin casera. A eso se aada que la nueva mariologa ecle- siocntrica resultaba extraa, y sigui resultando extraa en gran parte, para aquellos Padres conciliares que sobre todo haban sido portadores de la piedad mariana. El vaco as creado no se pudo colmar tampoco con la introduccin del ttulo Madre de la Iglesia, que Pablo VI propuso conscientemente al final del Concilio como respuesta a la crisis que ya se vislumbraba. De hecho, la victoria de la mariologa eclesiocntrica condujo ante todo al derrumbamiento de la mariologa en general. Me parece que la transformacin del rostro de la Iglesia en Latinoamrica tras el Concilio, la transitoria concentracin del afecto religioso en la transformacin poltica, tambin se ha de entender sobre el trasfondo de estos hechos.

    2. La funcin positiva de la mariologa en la teologa

    La nueva reflexin fue puesta en marcha ante todo con el documento apostlico de Pablo VI sobre la forma correcta de venerar a Mara, del 2 de febrero de 197410. De hecho, como hemos visto, la decisin de 1963 condujo a la absorcin de la mariologa por parte de la eclesiologa. Una reflexin nueva sobre el texto conciliar debe partir, por tanto, de que este efecto

    10 Publicado en alemn por W. Beinert, Die rechte Pflege und Entfaltung der Marienverehrung. Apostolisches Schreiben Marialis Cultus vom 2. Februar 1974, Leutesdorf am Rhein 1974. [ed. esp. Exhortacin ApostlicaMarialis Cultus, 19741.

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    histrico suyo est en contradiccin con su propia interpretacin. Pues el maano captulo VIII fue creado con la intencin de establecer una ntima correspondencia con los captulos I-IV, que presentan la estructura de la Iglesia, y de encontrar en la armona de ambas cosas el equilibrio correcto en que las fuerzas del movimiento bblico-ecumnico-litrgico y las del movimiento mariano se remitieran de forma fecunda las unas a las otras. Digmoslo de forma positiva. En relacin con el concepto de Iglesia, una mariologa bien entendida desempea una doble funcin de clarificacin y ahondamiento.

    a) Al planteamiento masculino, activista y sociolgico de populus Dei (pueblo de Dios), le sale al paso el hecho de que Iglesia Ecclesia- es femenino. Es decir: se abre a la dimensin del misterio que obliga a ir ms all de lo sociolgico, dimensin que es la nica en la que se pone de manifiesto el verdadero fundamento y la fuerza unificadora en que se apoya la Iglesia. Iglesia es ms que pueblo, ms que estructura y accin: en ella vive el misterio de la maternidad y del amor nupcial, que hace posible la maternidad. La piedad eclesial, el amor a la Iglesia, slo es posible, en realidad, si se da esto. Donde la Iglesia se considera slo de forma masculina, estructural, de teora de las instituciones, no se tiene en cuenta lo propio de la Ecclesia eso central de lo que tratan siempre la Biblia y los Padres cuando hablan de la Iglesia11.

    b) Pablo expres la differentia specifica de la Iglesia neotes- tamentaria respecto al pueblo de Dios peregrino de la Antigua Alianza con el concepto Cuerpo de Cristo: la Iglesia no es organizacin, sino organismo de Cristo; en realidad, slo por la mediacin de la cristologa se hace pueblo, y dicha mediacin se produce a su vez en el sacramento, en la eucarista, que por su parte presupone la cruz y la resurreccin como condicin de su posibilidad. Por eso no se habla de la Iglesia cuando se dice pueblo de Dios sin decir (o al menos pensar) a la vez cuerpo de Cristo12. Pero tambin el concepto de cuerpo de Cristo requie

    T ( ,Cf. sobre esto la fundamental exposicin de H. U, von Balthasar, Wer ist die Kirche?, en id., Sponsa Verbi, Einsiedeln 21971, pp. 148-202.

    12 Cf. sobre esto J. Ratzinger, Kirche ais Heilssakrament, en J. Reikerstorfer (ed.), Zeit des Geistes, Viena 1977, pp. 59-70; cf. tambin mi obra Das neue Volk Gottes, Dusseldorf 1969, pp. 75-89-

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    re explicacin en el contexto del lenguaje actual para evitar interpretaciones errneas: se podra interpretar fcilmente en el sentido de un cristomonismo, de una absorcin de la Iglesia, y, por tanto, de la criatura creyente, en la unicidad de la cristologia. Pero, desde el punto de vista paulino, la expresin del cuerpo de Cristo- que somos nosotros siempre se ha de entender sobre el trasfondo de la frmula de Gn 2,24: [Los dos] se hacen una sola carne (cf. 1 Cor 6,17). La Iglesia es el cuerpo, la carne de Cristo, en la tensin espiritual del amor, en la que se cumple el misterio matrimonial de Adn y Eva, por tanto, en el dinamismo de una unidad que no elimina la reciprocidad. Esto significa que, precisamente el misterio eucarstico-cristolgico de la Iglesia, que se enuncia en la expresin cuerpo de Cristo, slo se mantiene en su justa medida cuando encierra el misterio mariano: la esclava oyente que hecha lbre por la gracia pronuncia su fiat y con ello se convierte en novia, y, por tanto, en cuerpo13.

    En ese caso, la mariologa nunca puede quedar simplemente disuelta en lo objetivo de la eclesiologa: el pensamiento tipolgico de los Padres se malinterpreta profundamente cuando se reduce a Mara a una pura (y, por tanto, intercambiable) ejempli- ficacin de hechos teolgicos. El sentido del tipo slo se sigue percibiendo, ms bien, cuando la Iglesia es reconocible en su forma personal a travs de la insustituible figura de Mara. En teologa, no es la persona la que se ha de atribuir al hecho, sino el hecho a la persona. Una eclesiologa puramente estructural har degenerar a la Iglesia en un programa de actuacin. Slo mediante lo mariano se concreta tambin plenamente el mbito afectivo en la fe, y con ello se alcanza la correspondencia humana a la realidad del Logos encarnado. En este punto veo yo la verdad de la expresin Mara, vencedora de todas las herejas: donde se da ese enraizamiento afectivo, existe la vinculacin ex toto corde desde el fondo del corazn con el Dios personal y su Cristo, y resulta imposible la refundicin de la cristologia en un programa de Jess que puede ser ateo y puramente material: la experiencia de estos ltimos aos corrobora hoy de manera asombrosa lo acertado de estas viejas palabras.

    13 Cf. H. U. von Balthasar, 1. c. (vase nota 11); vase tambin la bella explicacin de la anunciacin a Mara en K. Wojtyla, Zeichen des Widerspruchs, Zrich - Friburgo 1979, pp. 50s. [trad. esp.: Signo de contradiccin, BAC, Madrid 1978],

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    3- El lugar de la mafiologia en el conjunto de la teologa

    Con lo dicho queda claro tambin el lugar de la mariologa en la teologa. G. Sol, en su imponente volumen sobre la historia de los dogmas mariolgicos, resultado de su anlisis histrico, ha defendido la coordinacin de la doctrina sobre Mara con la cristologia y la soteriologia, frente a una elaboracin a partir de la eclesiologa14. Sin rebajar el extraordinario mrito de esta obra, ni el peso de sus resultados histricos, yo, al contrario que ese autor, considero acertada la decisin de los Padres del Vaticano II, tomada en otro sentido, y ello tanto desde la perspectiva sistemtica, como desde la histrica global. Es ciertamente indiscutible el hallazgo de la historia de los dogmas de que al principio las declaraciones sobre Mara resultaron necesarias, y se desarrollaron en su estructura, desde la cristologia. Pero se debe aadir que todo lo que as se dijo no constitua, ni poda constituir, una autntica mariologa, sino que segua siendo una explicacin de la cristologia. Por el contrario, en la poca de los Padres, en la eclesiologa qued esbozada toda la mariologa, desde luego sin mencionar el nombre de la Madre del Seor: la Virgo Ecclesia, la Mater Ecclesia, la Ecclesia immaculata, la Ecclesia assumpta..., todo lo que ser ms tarde mariologa, fue primero pensado como eclesiologa. Aunque, por supuesto, tampoco la eclesiologa se puede separar de la cristologia, la Iglesia, no obstante, tiene una relativa independencia respecto a Cristo, como hemos escuchado hace un momento: la independencia de la novia, que en el devenir un solo espritu del amor sigue siendo, no obstante, interlocutora de Cristo. Slo la confluencia de esta eclesiologa por el momento annima, pero configurada de forma personal, con las declaraciones sobre Mara preparadas en la cristologia, confluencia que empez desde Bernardo de Claraval, revel la mariologa como totalidad propia dentro de la teologa. As pues, no se puede coordinar, ni slo con la cristologia, ni slo con la eclesiologa (y tampoco puede ya en modo alguno quedar absorbida en ella como un ejemplo ms o menos superfluo).

    14 G. Sll, Mariologie (- Schmaus - Grillmeier - Scheffczyk - Seybold, Handbuch der Dogmengeschichte, vol. III 4, Friburgo 1978).

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    El tratado sobre Mara seala ms bien el nexus mysteriorum, el ntimo entrelazamiento de los misterios en su reciprocidad y su unidad. Si el nexo de Cristo y la Iglesia en los pares de conceptos novio-novia, cabeza-cuerpo, est a la vista, esto queda ciertamente superado en Mara, porque, en efecto, ella no es respecto a Cristo primeramente esposa, sino madre. En este punto se puede descubrir la funcin del ttulo Madre de la Iglesia: expresa el desbordamiento del marco eclesiolgico en la doctrina sobre Mara, y al mismo tiempo la coordinacin de dicha doctrina con l15.

    Por consiguiente, en la cuestin de las coordinaciones tampoco se puede argumentar fcilmente que Mara sea imagen de la Iglesia slo por haber sido primero Madre del Seor. Con ello se simplificara indebidamente la relacin entre orden del ser y orden del conocimiento. Frente a tal punto de partida, se podra preguntar, pues, atinadamente, haciendo referencia a pasajes como Me 3,33-35 o Le ll,27s, si entonces la maternidad corporal es en realidad teolgicamente significativa. La desviacin de la maternidad a lo puramente biolgico slo se puede evitar si la lectura de la Sagrada Escritura permite partir de una hermenutica que excluya esta divisin y reconozca como realidad teolgica la correlacin de Cristo y su Madre a partir del planteamiento del entender. Esta hermenutica fue desarrollada, desde la Escritura misma y a partir de la experiencia ntima de fe de la Iglesia, en la personal, aunque annima, eclesiologa patrstica que acabamos de mencionar. Significa, dicho brevemente, que la salvacin realizada por el Dios trinitario en la Historia, el verdadero centro de toda la Historia, es Cristo y su Iglesia, la Iglesia como fusin de la criatura con su Seor en el amor nupcial con el que se cumple su esperanza de divinizacin por el camino de la fe.

    Si, segn esto, Cristo y Ecclesia son el centro hermenutico de la Escritura como relato de la historia de salvacin de Dios con el hombre, entonces y slo entonces queda fijado el lugar donde la maternidad de Mara se hace teolgicamente significativa como ltima concrecin personal de la Iglesia: en el instante de su s, Mara es Israel en persona, la Iglesia en persona y como persona.

    15 Sobre el titulo Madre de la Iglesia, W. Drig, Maria Mutter der Kirche, St. Ottilien 1979.

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    Ella es sin duda esa concrecin personal de la Iglesia porque en virtud de su fiat se convierte corporalmente en Madre del Seor. Pero este hecho biolgico es una realidad teolgica debido a que es realizacin del fondo espiritual ms profundo de la alianza que Dios quiso establecer con Israel: esto lo da a entender maravillosamente Lucas con la consonancia de 1,45 (Feliz la que ha credo) y 11,28 (Dichosos ms bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan). As, podemos decir que las afirmaciones de la maternidad de Mara y las de su representacin de la Iglesia estn en mutua relacin como factum y mysterium facti, como el hecho y el sentido que le da su significado. Ambas cosas son inseparables: el hecho sin su sentido quedara ciego; el sentido sin el hecho, vaco. La mariologa no se puede desarrollar a partir del hecho desnudo, sino slo desde el hecho entendido en la hermenutica de la fe. Esto tiene como consecuencia que la mario-

    \ logia nunca puede ser puramente mariolgica, sino que est situa- ; da en la totalidad de la estructura fundamental de Cristo y la Iglesia, ,es expresin concretsima de su mutua conexin16.

    Si esta idea se lleva hasta sus ltimas consecuencias, se demuestra que la mariologa, por un lado, expresa el ncleo de

    lo que es historia de la salvacin, pero, por otro, supera un | pensamiento puramente histrico-salvfico. Si se reconoce como

    parte esencial de una hermenutica de la historia de salvacin, : esto significa que un solus Christus mal entendido se opone a

    la verdadera grandeza de la cristologa, que debe hablar de un : Cristo que es cabeza y cuerpo, esto es, que abarca tambin a

    j la creacin redimida en su relativa independencia. Pero esto ^ extiende al mismo tiempo la mirada ms all de la historia de

    salvacin, porque, frente a una mal entendida eficiencia solita- ; ria de Dios, pone de manifiesto la realidad de la criatura, que

    ,/jest llamada y capacitada por Dios para una respuesta libre. En la mariologa se hace visible que la doctrina de la gracia no va

    16 Cf. sobre esto la impresionante investigacin de I. de la Potterie, La mre de Jsus et la conception virginale du Fils de Dieu. tude de thologie johan- nique, Marianum 40 (1978) 41-90, especialmente pp. 45 y 89s.

    1 4. Mariologa, antropologa, fe en la creacin

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    a dar en una retirada de la creacin, sino que es el s definitivo a la creacin: la mariologa se convierte as en la garanta para la independencia de la creacin, en la fianza de la fe en la creacin y en el sello de una doctrina de la creacin correctamente pensada. Aqu se plantean cuestiones y tareas que apenas se han acometido an.

    a) Mara aparece en su reciprocidad creyente ante el llamamiento de Dios como representacin de la creacin llamada a dar respuesta, de la libertad de la criatura que no se disuelve, sino que se perfecciona, en el amor. Es esa representacin del ser humano redimido y liberado, pero precisamente como mujer, es decir, en la determinacin corporal que es inseparable del ser humano: Hombre y mujer los cre (Gn 1,27). En su figura, lo biolgico y lo humano son inseparables, lo mismo que son inseparables lo humano y lo teolgico. Por una parte, todo esto est en contacto muy estrecho con los movimientos concretos de nuestra poca, pero al mismo tiempo los contradice tambin de forma fundamental. Pues, si el programa antropolgico actual gira en torno a la emancipacin con una radi- calidad no conocida antao, con ello se busca una libertad que aspira a ser como Dios (Gn 3,5). A este concepto de ser como Dios pertenece, sin embargo, el desligamiento del ser humano respecto a su condicionamiento biolgico, respecto al hombre y mujer los cre: esta diferencia, que pertenece al ser humano como una realidad biolgica incancelable y lo marca en lo ms hondo, es expulsada como una insignificancia perfectamente irrelevante, como una obligatoriedad de los roles inventada histricamente al mbito puramente biolgico, que en absoluto concierne propiamente a los seres humanos. Esto significa que eso puramente biolgico es puesto a disposicin del ser humano como un objeto, al margen de los criterios humanos y espirituales (llegando hasta a disponer libremente sobre una vida que se est haciendo); tal cosifcacin de lo biolgico aparece adems como una liberacin en la que el ser humano somete el bios, lo utiliza de forma libre y es, independientemente de l, por lo dems, simplemente ser humano, no hombre ni mujer. Pero, en realidad, con ello se encuentra en lo ms hondo de s mismo, y se envilece a s mismo, porque de hecho sigue siendo, pese a todo, ser humano como cuerpo, ser humano como hombre o mujer. Si convierte esta determinacin fun

  • Mara, Iglesia naciente

    damental de s mismo en una pequeez despreciable, que se puede manejar como una cosa, l mismo se convierte en pequeez y en cosa; la liberacin se vuelve rebajamiento a lo factible. Donde se sustrae lo biolgico a la humanidad, se niega la humanidad misma. As, en la pregunta de si el hombre puede existir como hombre y la mujer como mujer, se trata de la criatura en general. Puesto que esta determinacin biolgica de lo humano tiene en la cuestin de la maternidad su realidad menos ocultable, una emancipacin que niegue el bios es especialmente un ataque a la mujer: la negacin de su derecho a poder ser mujer. En tanto que, por el contrario, la conservacin de la creacin est vinculada de manera especial con la cuestin de la mujer, aquella en la que lo biolgico es teolgico, a saber, maternidad divina, es de manera especial la encrucijada en la que los caminos se separan.

    b) Lo mismo que la maternidad, la virginidad de Mara es confirmacin de la humanidad de lo biolgico, de la totalidad del ser humano ante Dios y de la inclusin de su condicin humana como hombre y mujer en la aspiracin escatolgica y en la esperanza escatolgica de la fe. No es casualidad que la virginidad aun cuando como forma de vida tambin es posible al varn y le est destinada se formule primero, no obstante, desde la mujer como autntica guardiana del sello de la creacin, y en ella tenga su determinante figura plena, susceptible slo de imitacin, digmoslo as, por parte del hombre17.

    5. Piedad mariana

    A partir de las conexiones esbozadas de este modo, se puede aclarar, finalmente, la estructura de la piedad mariana. Su lugar tradicional en la liturgia eclesial es el adviento, y despus en

    17 Sobre la unidad de lo biolgico, lo humano y lo teolgico, I. de la Potterie, I. c., 897s. Cf. tambin sobre la totalidad del tema L. Bouyer, Frau und Kirche, Einsiedeln 1977. A este apartado pertenece tambin la bella observacin de A. Luciani, Ihr ergebener, Munich 1978, p. 126, que habla del encuentro con muchachas de un aula que criticaban la supuesta discriminacin de la mujer en la Iglesia. Frente a eso, l pone de relieve que Cristo tuvo en verdad una madre humana, pero no tuvo, ni pudo tener, un padre terreno: la plenitud de la creacin como creacin se lleva a cabo en la mujer, no en el hombre.

  • La mafiologia y la piedad mariana en el conjunto de la fe y la teologa

    general el mbito de las fiestas asociadas al ciclo de la navidad: la Candelaria, la Anunciacin de Mara18.

    En las reflexiones que hemos hecho hasta este momento, t hemos considerado como lo caracterstico de lo mariano que es j personalizador (la Iglesia, no como estructura, sino como perso- . na y en persona), que es encarnatorio (unidad de bios, persona y referencia divina, autonoma de la creacin con respecto al ; Creador, del Cuerpo de Cristo en coordinacin con la Cabeza) y i que, por ambas cosas, incluye el mbito del corazn, el mbito W afectivo, y as fija la fe en las races ms profundas de la condicin humana. Estas caracterizaciones remiten al adviento como lugar litrgico de lo mariano y a su vez se aclaran ulteriormente desde l en su significado. La piedad mariana es de adviento, est llena de la alegra de la expectacin, agregada a lo encarnatorio de la cercana del Seor, que es regalada y se regala. Ulrich Wickert habla de forma muy bella de que Lucas esboza a Mara como la mujer del doble adviento: al principio del evangelio, cuando aguarda el nacimiento del Hijo, y al comienzo de Hechos de los apstoles, donde aguarda el nacimiento de la Iglesia19.

    Pero en el curso de su evolucin se ha aadido cada vez ms intensamente un segundo elemento. Ciertamente, la piedad mariana es ante todo encmatoria, vuelta al Seor que viene: intenta aprender con Mara a permanecer junto a l. Pero la fiesta de su Asuncin al cielo, que cobr nueva importancia con el dogma de 1950, tambin pone de relieve la trascendencia esca- tolgica de la encarnacin. Al camino de Mara pertenece la experiencia de ser rechazada (Me 3,31-35; Jn 2,4), que, junto con el ser entregada junto a la cruz (Jn 19,26), se convierte en participacin en el rechazo que Jess mismo tuvo que experimentar en el Huerto de los olivos (Me 14,34) y en la cruz (Me 15,34). Slo j con tal rechazo puede suceder lo nuevo; slo mediante la parti-1 da puede tener lugar la verdadera venida (Jn 16,7). As, la piedad mariana es tambin necesariamente piedad de la pasin; en la profeca del anciano Simen de la espada que traspasa el cora-

    18 En el nuevo Misal, por cierto, ambas fiestas conforme a la antigua tradicin se entienden como fiestas de Cristo, pero no por ello pierden en modo alguno su contenido mariano.

    19 U. Wickert, Maria und die Kirche, Theologie und Glaube 68 (1978) 384- 407, cita de p. 402.

  • Mara, Iglesia naciente

    zn (Le 2,35), Lucas ha anudado estrechamente desde el principio encarnacin y pasin, los misterios gozosos y los dolorosos. Mara aparece en la piedad de la Iglesia, por decirlo as, como el velo vivo de la Vernica, como la imagen de Cristo que lleva a ste al presente del corazn humano, traduce su imagen a la contemplacin del corazn y as la hace comprensible. En la mirada a la Mater assumpta, la Virgen-Madre llevada al cielo, el adviento se extiende hasta lo escatolgico; la encarnacin se convierte en el camino que en la cruz no se retrae del haberse hecho carne, sino que le da carcter definitivo. En este sentido, la expansin medieval de la piedad mariana, ms all del adviento, a la totalidad del misterio de la salvacin, corresponde enteramente a la lgica de la fe bblica.

    De ah se puede sacar como conclusin una triple tarea para la instruccin en la piedad mariana:

    a) Se debe tratar de mantener lo propio de lo mariano precisamente debido a que siempre se realiza en su estrecha referencia a lo cristolgico, y de esa manera ambas cosas adoptan su verdadera fisonoma.

    b) La piedad mariana no se puede recluir en aspectos parciales de lo cristiano, ni tampoco reducir lo cristiano a aspectos parciales de s mismo; debe abrirse a la amplitud total del misterio y convertirse en camino hacia dicha amplitud.

    c) La piedad mariana estar siempre en tensin entre racionalidad teolgica y afectividad creyente. Pertenece a su esencia, y a ella le incumbe precisamente no dejar atrofiarse ninguna de las dos: no olvidar en el afecto la sobria medida de la ratio, pero tampoco ahogar con la sobriedad de una fe inteligente al corazn, que a menudo ve ms que la pura razn. No en vano tomaron los Padres Mt 5,8 como centro de su doctrina del conocimiento teolgico: Bienaventurados los limpios de corazn, porque ellos vern a Dios, el rgano para ver a Dios es el corazn purificado. A la piedad mariana podra corresponderle provocar el despertar del corazn y realizar su purificacin en la fe. Si la miseria del hombre actual es desmoronarse cada vez ms en puro bios y pura racionalidad, dicha piedad podra contrarrestar tal descomposicin- de lo humano, y ayudar a recuperar la unidad en el centro, desde el corazn.

  • EL SIGNO DE LA MUJER

    Intento de introduccin a la encclica Redemptoris Mater

    III

    Una encclica sobre Mara, un ao mariano, suscitan poco entusiasmo en el catolicismo alemn en general. Se teme un empeoramiento del clima ecumnico; se ve el peligro de una piedad demasiado emocional, que no pueda cumplir criterios teolgicos serios. Ahora bien, es verdad que la aparicin de tendencias feministas ha puesto en juego un inesperado elemento nuevo, que amenaza con embrollar algo los frentes. Por un lado, la imagen de Mara dada por la Iglesia se tacha en dichas tendencias de canonizacin de la dependencia de la mujer y de glorificacin de su sometimiento: con la glorificacin de la virgen y madre, de la que sirve, obediente y humilde, qued fijado a lo latgo de los siglos el papel de la mujer; la glorifica, para reprimirla. Pero, por otro lado, la figura de Mara ofrece, no obstante, el enfoque para una lectura nueva y revolucionaria de la Biblia: los telogos de la liberacin hacen referencia al Magnficat, que anuncia el derrocamiento de los poderosos y el ensalzamiento de los humildes; se convierte en texto clave de una teologa que considera su misin conducir a la subversin de los rdenes existentes.

    La lectura feminista de la Biblia ve en Mara a la mujer emancipada que, libre y consciente de su misin, se enfrenta a una cultura dominada por varones. Su figura junto con otros indicios aparentes se convierte en clave hermenutica que debe remitir a un cristianismo originariamente del todo distinto, cuyo empuje liberador fue pronto, segn tal lectura, tapado y cegado de nuevo por la estructura de poder masculina. Lo tendencioso y violento de tales interpretaciones resulta fcil de percibir, pero bien podran