Reflexiones libertarias: Economía del tercer...

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I Reflexiones libertarias: Economía del tercer milenio Ricardo Valenzuela Fue un excitante día de finales de 1996 cuando mi secretaria me avisó: "Tie- ne una llamada de Gordon Tullock". De inmediato mi cerebro asoció ese nom- bre con el de James Buchanan, premio Nobel de Economía en 1986. Tullock. había sido el inseparable escudero del laureado economista, y en opinión de muchos, igualmente merecedor del premio por haber dado vida a las teorías del Public Cholee -el proceso a través del cual exhibían lo inepto, inservible y costoso de las burocracias mundiales-. Luego de los clásicos saludos y corte- sías, el doctor Tullock me dijo: "He leído tu ensayo y quiero hacerte una invi- tación para presentarte a unas personas que debes conocer". Esa noche llegué un poco tarde a casa del doctor Tullock, quien me recibió con una copa de vino en la mano: "Adelante, mi libertario amigo mexicano", exclamó. Me llevó luego a una elegante sala donde se encontraba una distin- guida pareja de edad ya madura. "Te presento a Bill Summers y a su esposa Nancy" me dice. Luego de todo el ceremonial, dirijo mi mirada al otro extre- mo de la sala, en donde veo a un hombre delgado y de apariencia jovial enfun- dado en unos pantalones vaqueros de mezclilla, botas también vaqueras, cabe- llo largo y una camisa descolorida. Ahora me dice Gordon: "Y este h'tppie es el doctor Vernon Smith". ¿Doctor en qué.' pensé en esos momentos, tal vez en ciencias ocultas. Segundos después me encontraba estrechando la mano de nada menos que el galardonado con el premio Nobel de Economía la semana pasada. Esa noche disfrutamos de una muy agradable cena y fue también el inicio de una buena amistad con esos tres hombres. Gordon Tullock era profesor en las facultades 143

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Reflexiones libertarias: Economía del tercer milenio

Ricardo Valenzuela

Fue un excitante día de finales de 1996 cuando mi secretaria me avisó: "Tie- ne una llamada de Gordon Tullock". De inmediato mi cerebro asoció ese nom- bre con el de James Buchanan, premio Nobel de Economía en 1986. Tullock. había sido el inseparable escudero del laureado economista, y en opinión de muchos, igualmente merecedor del premio por haber dado vida a las teorías del Public Cholee -el proceso a través del cual exhibían lo inepto, inservible y costoso de las burocracias mundiales-. Luego de los clásicos saludos y corte- sías, el doctor Tullock me dijo: "He leído tu ensayo y quiero hacerte una invi- tación para presentarte a unas personas que debes conocer".

Esa noche llegué un poco tarde a casa del doctor Tullock, quien me recibió con una copa de vino en la mano: "Adelante, mi libertario amigo mexicano", exclamó. Me llevó luego a una elegante sala donde se encontraba una distin- guida pareja de edad ya madura. "Te presento a Bill Summers y a su esposa Nancy" me dice. Luego de todo el ceremonial, dirijo mi mirada al otro extre- mo de la sala, en donde veo a un hombre delgado y de apariencia jovial enfun- dado en unos pantalones vaqueros de mezclilla, botas también vaqueras, cabe- llo largo y una camisa descolorida. Ahora me dice Gordon: "Y este h'tppie es el doctor Vernon Smith". ¿Doctor en qué.' pensé en esos momentos, tal vez en ciencias ocultas.

Segundos después me encontraba estrechando la mano de nada menos que el galardonado con el premio Nobel de Economía la semana pasada. Esa noche disfrutamos de una muy agradable cena y fue también el inicio de una buena amistad con esos tres hombres. Gordon Tullock era profesor en las facultades

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de Economía y Leyes de la Universidad de Arizona, y bajo su tutelaje Vernon Smith desarrollaba un intrigante proyecto que ellos habían bautizado como Econolab. Bill Summers era el presidente del consejo de una de las funda- ciones liberales más importantes del mundo, la Atlas Economk Foundation.

Vernon Smith había permanecido exageradamente callado durante la cena, hasta que Tullock lo aborda: "Vernon, por qué no nos platicas algo del proyec-

to que estás manejando". Entonces ese hombre que parecía haber emergido de una película de John Wayne inicia una impresionante transformación; sus ojos adquieren un exagerado brillo, su rostro de aburrimiento cobra vida y sus lentos movimientos se convierten en ágiles y agresivos señalamientos. En un cierto momento parece un toro de lidia entrando al redondel.

Dice: "Durante años me ha apasionado el campo de la economía experi- mental, es decir, que las ideas que emergen de la mente de inmediato me gus- ta ponerlas a prueba en un laboratorio, precisamente para descubrir su validez.

Los economistas siempre han centrado su atención en el entorno macro que asume ciertas preferencias de los participantes en el mercado. Esas preferen- cias son realmente difíciles de observar en su ambiente natural, y ello me llevó a establecer un laboratorio para comprobar si lo que se asumía y aceptaba con tanta seguridad era realmente válido y quedara científicamente comprobado. En nuestro laboratorio hemos construido verdaderos mercados, con gente real operando y comprobando nuestras teorías".

El resto de la noche Smith la utilizó para ampliar su novedosa exposición

ame su pequeño auditorio que embelesado lo escuchaba. Era la primera vez que yo me enteraba de que existía una fórmula para probar las teorías econó- micas antes de instrumentarlas en la práctica. Es decir, Vernon Smith estaba en el proceso de construir un área de control de calidad para las políticas económi- cas, que se proponía aplicar en países, empresas y organizaciones. Este tipo de investigación ha permitido "probar" ideas y teorías que en el mundo real sería imposible poner en práctica sin provocar reacciones en los mercados difíciles

de predecir y de controlar. Al estar escuchando a este hombre se me represen- taba vestido como piloto de pruebas de los aviones supersónicos, pero proban-

do ideas v teorías económicas.

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Hace poco más de un año recibí otra llamada de Gordon Tullock: "Te llamo para despedirme, pues me regreso a George Masón". "¿Cómo?", exclamo sor- prendido. "Sí -continúa-, ya me aproximo a los ochenta y aquí en Arizona, Ver- non no tiene el apoyo que requiere para hacerse del premio Nobel que yo pienso merece y que ya debería tener". "¿Entonces te llevas también a Ver- non.?", le pregunto. "Así es, y espero nos visites en Virginia". "Pues sí voy -le digo-, pero cuando Vernon tenga el premio en sus manos". "Pues prepárate, porque no pasará mucho tiempo", me responde, y cierra la conversación.

Hace unos días el sueño de estos dos hombres finalmente se ha hecho reali- dad. Sin embargo, es triste observar que un hombre como Gordon Tullock, con un intelecto tan fuera de serie, se quede una vez más con las manos vacías ante tal galardón, siendo que su participación ha sido de infinita importancia. El día de ayer lo llamé para felicitarlo y con esa calidad humana me manifiesto su feli- cidad, como si él fuera el laureado. Al despedirnos me dice: "Las teorías de Vernon en los años venideros lograrán una importancia que no tenemos idea. Imagínate que Zedillo hubiera podido pasar por el laboratorio la devaluación de 1994 antes de declararla". Le reviro: "Tal vez Fox debería pasar por el la- boratorio la privatización de PEMEX para la rehabilitación del país, comprando toda la deuda que no podemos pagar, reestructurarla y venderla en los merca- dos secundarios. Ah, y López Obrador su segundo piso, que someta sus arran- ques populistas y demagógicos a la prueba del laboratorio de Vernon". Tullock se despide con fuerte carcajada.

Este año Vernon Smith comparte el premio Nobel por primera vez no con otro economista, sino sorprendentemente con un psicólogo. Esto nos transpor- ta una vez más a la realidad de la ciencia económica: "La Acción Humana". Daniel Kahneman se hizo acreedor al prestigiado premio por sus aportaciones

a esa novedosa área, la economía del comportamiento. Ya Von Mises lo había definido muy claramente a través de su Paraxeología; la economía es cincela- da por La Acción Humana. Esta combinación de economía experimental y la del comportamiento abre un nuevo e interesante capítulo en el estudio de esta misteriosa ciencia que va más allá de la simple oferta y demanda. Felicidades a mis amigos Vernon y Gordon.

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Entre los títulos publicados por Daniel Kahneman y Vernon Smith destacan los siguientes:

Tversky, A., y D. Kahneman, "Belief in the law of small numbers", en Psycho- logical Bulletin, Ib, pp. 105-110, 1971.

Kahneman, D., "Cognitive limitations and public decisión making, Science and Absolute Valúes", en Proceediiigs of the Third International Conference on the Unity of the Sciences, Londres, International Cultural Foundation, pp. 1261-1281, 1974.

Tversky, A., y D. Kahneman, "The framing of decisions and the psychology of choice", Science, pp. 211, 453-458, 1981. Kahneman, D,, y A. Tversky, "The psychology of preferences", en Scientific American, 246, pp. 160-173, 1982. Kahneman, D., y A. Tversky, "Choices, valúes and frames", en American Psy- chologist, 39, pp. 341-350, 1984. Kahneman, D., "Experimental economics: A psychologicai perspective", en R. Tietz, W. Albers y R. Selten (eds.), Modeling BoufidedRationality, pp. 11-20, 1987.

Smith, Vernon L., Research in Experimental Economics, vol. 1, Greenwich, Conn., JAI Press, 1979. Smith, Vernon L., "Experimental Methods in Economics", en The New

Palgrave: A Dictionary of Economic Theory and Doctrine, John Eatwell, Murray

Milgate and Peter Nevvman (eds.), Nueva York, Stockton Press, 1987. Smith, Vernon L., Papers in Experimental Economics, Nueva York y Melbourne, Cambridge University Press, 1991. Smith, Vernon L., "Economics in the Laboratory", en Journal of Economic Perspectives, 8:1 (invierno), pp. 113-131, 1994. Smith, Vernon L., "Human Action After Fifty Years", en The Cato Journal 19, núm. 2 (otoño), 1999.

Smith, Vernon L., Bargaining and Market Behavior, Cambridge, Cambridge University Press, 2000. (gl*

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ENTROMETERSE CON LA NATURALEZA HUMANA: LOSJ?ESULTADOS POLíTICOS DE LA BIOTECNOLOGíA*

Daniel J. Kevles

IOur Posthuman Futura: Comequences oí Bio-

technology Revolution, Francis Fukuyama, Parrar, Straus and Ciroux, Nueva York, 2002.

E n E/fin de la historia y el último hombre,

Francis Fukuyama sostuvo que la historia

iiabía terminado porque el mundo estaba

convergiendo hacia sociedades de capita-

hsmo democrático. La tesis del libro, que

causó gran polémica durante su primera

edición en 1989, parece aún más discutible

tras lo ocurrido el 11 de sepriembre de 2001.

Ahora, en Ourposthuman future (Nuestro

futuro poshumano), volumen que muy pro-

bablemente también será cuestionado,

afirma que la tecnología ha provocado "el

reinicio de la historia". Con ello quiere de-

cir que la manipulación tecnológica de los

seres humanos podría "llevarnos a una eta-

pa 'poshumana' de la historia": cambiar la

naturaleza humana en maneras que corroan

los cimientos del orden político conver-

gente putativo.

Fukuyama apona a esta exploración

un considerable conocimiento filosófico,

incluido un respeto manifiesto por Nietz-

* Traducción del inglés de Susana Moreno l'arada.

sche, cuyas citas dan título a muchos de los

capítulos del libro. También ha estudiado

biotecnología y ha asimilado sus debates,

en especial sobre su aplicación en seres

humanos.

Our posthuman future es repetitivo y está

sazonado con una serie de juicros cuestio-

nables, además de varias afirmaciones con-

tradictorias que lo hacen un tanto confuso.

Sin embargo, arrastra al lector con lo pro-

vocarivo de sus argumentos y con la origi-

nalidad de sus vínculos entre los futuros

biotecnológico y político.

La tesis de Fukuyama se basa en la

idea de que existe una naturaleza humana

reconocible. Supone que se trata de "la su-

ma de todas las conductas y características

típicas de la especie humana, que surgen

de factores genéticos más que ambienta-

les". Desde hace mucho, la materialización

de la naturaleza humana ya no está de moda

entre los biólogos, quienes reconocen la

importante contribución del ambiente so-

bre las características humanas, y la mayo-

ría de los filósofos, quienes señalan, entre

otras cosas, la amplia variedad de valores y

conductas entre las diversas culturas.

Fukuyama responde parcialmente a esas

objeciones haciendo uso de algunas decla-

raciones recientes de la neurociencia y de

la biología conductual. Así, el cerebro no

es la pizarra en blanco de Locke, sino "un

órgano modular lleno de estructuras cog-

noscirivas altamente adaptadas, casi todas

exclusivas de la especie humana". Así, los

universos entre diferentes culturas han sido

"programados" en nosotros por la evolución.

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en particular nuestra propensión a "anali-

zar sintácticamente el lenguaje buscando

pruebas de engaños, evitar ciertos peligros,

ser recíprocos, buscar venganza, avergon-

zarse, cuidar de nuestros hijos y padres,

sentir repulsión hacia el incesto y el cani-

balismo, atribuir causalidad a los sucesos".

Fukuyama teme que, aun sin cambiar

la naturaleza humana como tal, la ingenie-

ría genética humana pueda tener efectos

adversos en nuestras vidas mutuamente

interactivas y, por tanto, políticas. En una

rara extrapolación, esboza las consecuen-

cias que habría si los ingenieros genéticos

lograran duplicar la expectativa de vida de

los humanos: las mujeres ancianas compon-

drían una fracción desproporcionadamente

grande de la sociedad y, como no se senti-

rían inclinadas a apoyar el uso de la fuerza

en asuntos internacionales, debilitarían la

capacidad de las democracias para defen-

der sus intereses militarmente. Peor aún,

nuestra sociedad tendría la carga de un

enorme conjunto de personas que no pue-

den reproducirse ni trabajar, lo que retrasa-

ría el cambio social mientras viven otros

setenta años en asilos para ancianos.

Pero las consecuencias cotidianas de la

ingeniería genética humana le preocupan

menos a Fukuyama que su amenaza po-

tencial sobre la naturaleza humana, porque

la naturaleza humana es fundamental para

nuestras nociones de justicia, moral y cual-

quier otra "definición significativa" de de-

rechos humanos. Sostiene, por ejemplo, que

los derechos humanos basados en nuestra

inclinación a proteger a los nuestros antes

que a los extraños ofrecen "una cimenta-

ción más sólida para el orden político" que

aquellos -parece implicar- que nos obli-

gan a cuidar, digamos, de madres solteras o

de personas pobres del Tercer Mundo.

Un orden democrático estable también

exige respeto por una dignidad humana in-

violable, que Fukuyama apoda "factor x",

como un factor esencial que nos distingue

de los demás animales. Aquí parece con-

tradecirse. Por un lado hace una extrapola-

ción de los estudios evolutivos de la con-

ducta animal para afirmar la existencia de

una naturaleza humana; por el otro, insiste,

recurriendo a Nietzsche, en quien encuen-

tra una mejor guía que en las legiones ac-

tuales de bioéticos, en que no debemos

admitir "un continuum de sutiles matices

entre humano y no humano". Reconocerlo

implicaría un continuum comparable dentro

de la especie humana y constituiría la jus-

tificación de un orden social no democráti-

co, una "liberación de los fuertes de las

limitaciones que creer en Dios o en la Na-

turaleza les ha impuesto".

Fukuyama está igualmente preocupa-

do por la repercusión potencial de la bio-

tecnología en las calidades humanas inefa-

bles, como la individualidad, la ambición y

el genio. Encuentra alarmantes presagios

de la dirección que podría tomar la modifi-

cación genética humana en los usos que

ahora se le dan a las drogas neurofarmaco-

lógicas Prozac y Ritalin. Dice, caricaturizan-

do esos usos, que el primero es prescrito a

mujeres deprimidas carentes de autoesti-

ma, y el segundo a varones jóvenes que no

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I I quieren permanecer sentados en clase. Se-

gún él, las dos drogas juntas están empujan-

do a los dos sexos "hacia esa personalidad

andrógina media, autosatisfecha y social-

mente dócil, que es el resultado actual po-

líticamente correcto de la sociedad esta-

dounidense". Advierte que vendrán más

de esas drogas, todas con profundas impli-

caciones políticas, porque convertirán a la

conducta desviada en una patología que

ameritará ser restaurada químicamente

para adaptarse a la norma conformista.

Los pronósticos biotecnológicos de Fu-

kuyama son, por decir lo menos, selecti-

vos, elaborados a la medida de su alarmis-

mo. Si jugamos su juego especulativo por

un momento, uno puede imaginar que si

los ingenieros genéticos pueden duplicar

la expectativa de vida, también podrían in-

geniárselas para eliminar el diferencial de

longevidad entre hombres y mujeres y do-

tarnos de energía hasta los 140 años. Fuku-

yama elige características sociobiológicas

constitutivas de la naturaleza humana que

son congruentes con el capitalismo demo-

crático, ignorando aquellas -por ejemplo,

el tribalismo, la sumisión a la autoridad y la

subordinación de las mujeres a la repro-

ducción- que parecen hacer que grandes

partes del mundo sean decididamente

resistentes a las libertades y a las estructu-

ras políticas de Occidente.

A pesar de su selectividad, Fukuyama

concede que la biotecnología humana tie-

ne "una promesa mdiscutible" y no quiere

deshacerse de ella. Sin embargo, no está

dispuesto a dejar que la iniciativa biotec-

nológica se las arregle sola, pues teme, con

mucho tino, que el comercio y la ambición

también la lleven hacia la autorrestricción.

En la última sección de su libro pide que

la regulación nacional e internacional de

biotecnología se retire del capitalismo de

libre mercado. Para empezar, los Estados

Unidos deben seguir a otros países y prohi-

bir la clonación humana con fines repro-

ductivos, no principalmente porque su uso

pudiera ser peligroso para el feto, sino pri-

mordialmente porque si no lo hacemos le-

gitimaríamos las manipulaciones genéticas

mucho más grandes de los seres humanos.

"Es importante determinar un marcador

político desde un principio para demostrar

que el desarrollo de esas tecnologías no es

inevitable", que las sociedades pueden con-

trolar el ritmo del avance tecnológico.

Fukuyama sostiene que necesitamos

instituciones con poderes para hacer cum-

plir la ley, "que discriminen entre los avan-

ces tecnológicos que promuevan el flore-

cimiento humano y los que plantean una

amenaza a la dignidad y el bienestar hu-

mano". Además de la clonación, se necesi-

ta una regulación acerca del diagnóstico y

la revisión previa al implante, la ingeniería

de líneas de gérmenes, la creación de qui-

meras humanas y la producción de nuevas

drogas psicotrópicas. Antiguo miembro del

Departamento de Estado (ahora da clases

de Estudios Internacionales en la Univer-

sidad Johns Hopkins), Fukuyama plantea

argumentos plausibles sobre cómo y por

qué esa regulación debe ser alcanzable en

la práctica no sólo nacional sino interna-

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cionalmente. Su herejía de la religión del

capitalismo de libre mercado puede atraer

muchos seguidores. Tal vez no queden

convencidos de que un mundo poshuma-

no está realmente en el horizonte, pero no

están menos molestos que él por el ejerci-

cio de la libertad libre de ataduras en la

biotecnología humana. (^

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