Reina Del as Nieves

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PRIMER EPISODIO Érase una vez un duende malvado, uno de los peores: el Diablo. Cierto día se encontraba el diablo muy contento, pues había fabricado un espejo dotado de una extraña propiedad: todo lo bello y lo bueno que en él se reflejaba, menguaba y menguaba ... hasta casi desaparecer; todo lo que no valía nada y era malo y feo, resaltaba con fuerza, volviéndose peor aún de lo que antes era. Los paisajes más encantadores aparecían en él como platos de espinacas hervidas y las personas más buenas se hacían repulsivas o se reflejaban con la cabeza abajo, como si no tuvieran vientre y con sus caras tan desfiguradas que era prácticamente imposible reconocerlas; si se tenía una peca, se podía estar seguro de que la nariz y la boca quedarían cubiertas por ella. El diablo consideraba todo esto tremendamente divertido. Si alguien se hallaba inmerso en un pensamiento bueno y piadoso, aparecía en el espejo con una mueca diabólica, que provocaba las carcajadas del duende-diablo por su astuta invención. Todos los que acudían a la escuela de duendes - pues había una escuela de duendes - contaban por todas partes que se había producido un milagro; por fin se podría ver, decían, el verdadero rostro del mundo y de sus gentes. Fueron a todas partes con su espejo y, finalmente, no quedó ni un hombre ni un país que no hubiera sido deformado. Se propusieron entonces volar hasta el mismo cielo para burlarse de los ángeles y de Nuestro Señor. Cuanto más alto subían, más muecas hacía el espejo y más se retorcía, hasta el punto que casi no podían sujetarlo; volaron cada vez más alto y cuando ya se encontraban cerca de Dios y de los ángeles, el espejo pataleó tan furiosamente con sus muecas que se les escapó de las manos y vino a estrellarse contra la tierra, rompiéndose en centenares de millones, o mejor, en miles de millones de añicos, y quizá más, de esta manera, hizo mucho más daño que antes, ya que la mayor parte de sus trozos apenas eran más grandes que un grano de arena y se esparcieron por el aire llegando a todo el mundo; cuando uno de esos diminutos fragmentos se metía en el ojo de alguien, allí se quedaba, y a partir de ese momento todo lo veían deformado, apreciando sólo el lado malo de las cosas, pues cada mota de polvo de espejo conservaba la propiedad que había tenido el espejo cuando estaba entero. Lo más terrible fue que, a más de uno, alguna de estas minúsculas partículas se le alojó en el corazón, con lo que éste quedaba convertido de inmediato en un trozo de hielo.

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rase una vez un duende malvado, uno de los peores: el Diablo

PRIMER EPISODIOrase una vez un duende malvado, uno de los peores: el Diablo. Cierto da se encontraba el diablo muy contento, pues haba fabricado un espejo dotado de una extraa propiedad: todo lo bello y lo bueno que en l se reflejaba, menguaba y menguaba ... hasta casi desaparecer; todo lo que no vala nada y era malo y feo, resaltaba con fuerza, volvindose peor an de lo que antes era. Los paisajes ms encantadores aparecan en l como platos de espinacas hervidas y las personas ms buenas se hacan repulsivas o se reflejaban con la cabeza abajo, como si no tuvieran vientre y con sus caras tan desfiguradas que era prcticamente imposible reconocerlas; si se tena una peca, se poda estar seguro de que la nariz y la boca quedaran cubiertas por ella. El diablo consideraba todo esto tremendamente divertido. Si alguien se hallaba inmerso en un pensamiento bueno y piadoso, apareca en el espejo con una mueca diablica, que provocaba las carcajadas del duende-diablo por su astuta invencin. Todos los que acudan a la escuela de duendes - pues haba una escuela de duendes - contaban por todas partes que se haba producido un milagro; por fin se podra ver, decan, el verdadero rostro del mundo y de sus gentes.

Fueron a todas partes con su espejo y, finalmente, no qued ni un hombre ni un pas que no hubiera sido deformado. Se propusieron entonces volar hasta el mismo cielo para burlarse de los ngeles y de Nuestro Seor. Cuanto ms alto suban, ms muecas haca el espejo y ms se retorca, hasta el punto que casi no podan sujetarlo; volaron cada vez ms alto y cuando ya se encontraban cerca de Dios y de los ngeles, el espejo patale tan furiosamente con sus muecas que se les escap de las manos y vino a estrellarse contra la tierra, rompindose en centenares de millones, o mejor, en miles de millones de aicos, y quiz ms, de esta manera, hizo mucho ms dao que antes, ya que la mayor parte de sus trozos apenas eran ms grandes que un grano de arena y se esparcieron por el aire llegando a todo el mundo; cuando uno de esos diminutos fragmentos se meta en el ojo de alguien, all se quedaba, y a partir de ese momento todo lo vean deformado, apreciando slo el lado malo de las cosas, pues cada mota de polvo de espejo conservaba la propiedad que haba tenido el espejo cuando estaba entero. Lo ms terrible fue que, a ms de uno, alguna de estas minsculas partculas se le aloj en el corazn, con lo que ste quedaba convertido de inmediato en un trozo de hielo.

Se encontraron tambin algunos trozos lo bastante grandes para ser utilizados como cristales de ventana, pero que nadie se le ocurriese mirar a travs de ellos amigos! Otros fragmentos fueron utilizados para gafas, y cuando alguien se las pona con la intencin de ver mejor, lo que contemplaba era sencillamente espantoso. El maligno rea hasta estallar de risa, cosa que a l le produca una sensacin sumamente agradable.

Todava ahora, andan flotando por el aire pequeos tomos de espejo. Escuchad a continuacin lo que sucedi con uno de ellos.

SEGUNDO EPISODIO

Un Nio y una Nia

En una gran ciudad - uno de esos lugares tan llenos de casas y de gentes, donde no hay suficiente espacio para que todos puedan tener un pequeo jardn y donde, en consecuencia, los que all vivien deben contentarse con unas cuantas macetas -, haba dos pobres nios que, sin embargo, tenan un jardn algo ms grande que un simple tiesto de flores.

No eran hermanos, pero se querian tanto como si lo fueran. Las familias vivan en sendas buhardillas, justo enfrente una de otra; all donde el tejado de una casa tocaba casi al de la otra, se abran un par de pequeas ventanas, una en cada buhardilla; bastaba dar un pequeo salto sobre los canalones que corran junto a los aleros para pasar de una ventana a otra.

Cada familia tena delante de su correspondiente ventana un cajn grande de madera en el que cultivaban hortalizas, que ms tarde pasaran a la mesa, y en que creca tambin un pequeo rosal; los dos rosales, uno en cada cajn, crecan fuertes y hermosos. Un da, los padres tuvieron la idea de colocarlos perpendicularmente a los canalones, de modo que casi llegaban de ventana a ventana, ofreciendo el aspecto de dos verdaderos jardines. Los tallos de los guisantes colgaban a ambos lados y los rosales alargaban sus ramas enmarcando las ventanas e inclinndose cada uno hacia el otro; parecan dos arcos de triunfo de hojas y de flores. Como los cajones estaban situados muy altos, los nios saban que no deban trepar hasta ellos, aunque a veces les daban permiso para subir y reunirse, sentndose bajo las rosas en sus pequeos taburetes. jugar all era una verdadera delicia.

Pero esta diversin les estaba vedada durante el invierno. Con frecuencia las ventanas se cubran de escarcha y entonces los nios calentaban en la estufa una moneda de cobre, ponindola a continuacin sobre el helado cristal de la ventana; conseguan as una magnfica mirilla perfectamente redonda; detrs, espiaba un ojo afectuoso, uno en cada mirilla. El nio se llamaba Kay, y la nia, Gerda. Durante el verano podan reunirse con slo dar un salto, en invierno haba que bajar muchos pisos y subir otros tantos; afuera, los copos de nieve revoloteaban en el aire.

- Son abejas blancas que juegan en el aire - deca la abuela.

- Tambin ellas tienen una reina? - preguntaba el nio, sabiendo que las verdaderas abejas tienen.

- Claro que si!- deca la abuela-. Vuela en medio del grupo ms denso, es la ms grande de todas y jams se queda en tierra, pues, en cuanto toca el suelo, vuelve a partir enseguida hacia las nubes. A menudo, en las noches de invierno, recorre las calles de la ciudad, mira por las ventanas y entonces los cristales se hielan de forma extraa como si se cubrieran de flores.

- S, s, yo lo he visto! - dijeron a la vez los nios, comprobando as que la abuela no menta.

- Puede venir aqu al Reina de las Nieves? - Pregunt la nia.

- Que venga! - dijo el nio - La pondr sobre la estufa y se derretir.

La abuela le acarici los cabellos y le cont otras historias. Por la noche, cuando el pequeo Kay estaba a medio desnudarse, se subi a la silla que haba junto a la ventana y cerrando un ojo mir por su pequea mirilla redonda; en la calle, caan algunos copos de nieve; uno de ellos, el ms grande, qued al borde del cajn de flores; el copo creci y creci y acab por convertirse en una mujer, vestida con un maravilloso manto blanco que pareca estar hecho de millones de copos estrellados. Era de una belleza cautivadora, aunque de un hielo brillante y enceguecedor y , sin embargo, tena vida; sus ojos centelleaban como estrellas, mas no haba en ellos ni calma ni sosiego. Hizo una sea con la cabeza y, mirando hacia la ventana, levant su mano. El nio se llev tal susto que cay de la silla; le pareci entonces que un gran pjaro pasaba volando delante de su ventana.

El da siguiente fue fro y seco ... luego vino el deshielo ... y, por fin, lleg la primavera. Brillaba clido el sol, comenzaban las yemas a despuntar en los rboles, construan sus nidos las golondrinas, se abran las ventanas en las casas y los dos nios se sentaban de nuevo en su pequeo jardn, all arriba, junto al canaln que discurra a lo largo del tejado.

Las rosas florecieron aquel ao en todo su esplendor; la nia haba aprendido un salmo que haca referencia a las rosas y que le haca pensar en las suyas cada vez que lo cantaba; se lo ense a su amigo y los dos cantaron juntos:

Las rosas en el valle crecen, el Nio Jess les habla y ellas al viento se mecen.

Los nios se cogan de la mano, besaban los capullos acariciados por la luz pura del sol de Dios y les hablaban como si el Nio Jess hubiera estado all. Qu maravillosos, aquellos das de verano! Qu delicia estar junto a los hermosos rosales que parecan no cansarse nunca de dar flores!

Kay y Greda estaban sentados, mirando un lbum de animales y pjaros... sonaron las cinco en el reloj del campanario... de repente Kay exclam:

- Ay, me ha dado un pinchazo el corazn! Y algo me ha entrado en el ojo!

La pequea Greda tom entre sus manos la cabeza da Kay; l parpade; no, no se vea nada.

- Me parece que ya ha salido - dijo Kay.

Pero no, no haba salido. Era precisamente una mota de polvo e cristal procedente del espejo; lo recordis verdad? El espejo del duende, el horrible espejo que haca pequeo y feo todo lo que era bueno y hermoso, mientras que lo bajo y lo vil, cualquier defecto por pequeo que fuera, lo agrandaba de inmediato. Al pobre Kay se le haba clavado una esquirla de cristal en su corazn, que pronto se convertira en un bloque de hielo. No senta ya ningn dolor, pero el cristal segua all.

- Por que lloras? - Pregunt Kay a su amiguita- Ests muy fea cuando lloras. Bah! Mira: esa rosa est comida por un gusano y aquella otra crece torcida! Son feas, tan feas como el cajn en el que crecen!

Y de una patada arranc las dos rosas.

- Kay! Qu haces ...? - grit la nia mirndole asustada.

Kay arranc an otra rosa y rpidamente se meti por la ventana dejando all sola a la pequea Gerda.

Cuando poco despus la nia volvi a su lado con el lbum, Kay le dijo que aquello estaba bien para los bebs, pero no para l. Si la abuela les contaba cuentos, l siempre encontraba algn motivo para burlarse y en cuanto poda la imitaba a sus espaldas ridiculizando sus palabras y sus gestos; la verdad es que lo haca a la perfeccin y todo el mundo se rea a carcajadas. pronto se acostumbr a imitar y a burlarse de cualquiera que pasara por la calle. Todo lo que en los dems haba de singular o de poco agradable era ridiculizado por el muchacho; la gente deca de l:

- Qu inteligente es este chico!

Se dedicaba incluso a mortificar a la pequea Gerda, que le quera con toda su alma. El cristal que le haba entrado en el ojo y el que se haba alojado en su corazn eran la causa de todo.

Sus juegos tampoco eran a como antes: se haba vuelto mucho ms serio. Un da de invierno que caa una fuerte nevada, Kay sac una lupa y extendi una punta de su chaqueta azul para que cayeran sobre ella algunos copos.

- Mira a travs de la lupa, Gerda - le dijo.

Los copos aparecan mucho ms grandes y tenan el aspecto de flores magnficas o de estrella de diez puntas; era realmente precioso.

- Fjate que curioso- continu Kay - Es ms interesante que las flores de verdad. No hay en ellos el menor defecto; mientras no se funden, los copos son absolutamente perfectos.

Unos das despus, se acerc a Gerda con las manos enfudadas en unos gruesos guantes y con su trineo a la espalda; gritndole al odo, le dijo:

- Me han dado permiso para ir a jugar a la Plaza Mayor!

Y hacia all se march.

En la plaza, los chicos ms atrevido solan atar sus trineos a los carros de los campesinos para ser remolcados por ellos. Aquello era la mar de divertido. Cuando estaban en pleno juego, lleg un gran trineo, completamente blanco, conducido por una persona envuelta en un abrigo de piel blanco y con un gorro de piel igualmente blanco en la cabeza; dio dos vueltas a la plaza y Kay enganch rpidamente su pequeo trineo al que acababa de llegar; juntos, comenzaron a deslizarse por la nieve. Cogieron ms velocidad y salieron de la plaza por una calle lateral; la persona que conduca el trineo grande volvi la cabeza e hizo a Kay una sea amistosa, como si ya se conocieran de antes, cada vez que Kay intentaba desenganchar su trineo, el desconocido volva la cabeza y Kay se quedaba inmvil en su asiento; franquearon as las puertas de la ciudad y se alejaron. La nieve empez a caer tan copiosamente que el nio apenas poda ver a un palmo por delante de su nariz; intent aflojar la cuerda que le mantena unido al trineo grande, pero no lo consigui: estaban bien enganchados y corran ta veloces como el viento. Grit con todas sus fuerzas, mas nadie le oy; la nieve segua cayendo y el trineo avanzaba tan rpido que pareca volar, aunque a veces daba brincos, como si saltase sobre zanjas y piedras. Kay estaba tremendamente asustado, quiso rezar el Padrenuestro y slo consigui recordar la tabla de multiplicar.

Los copos caan cada vez ms gruesos y parecan ya gallinas blancas; de pronto, se hicieron a un lado, el gran trineo se detuvo y la persona que lo conducia se levant; su abrigo y su gorro eran tan slo de nieve. Se trataba de una mujer alta y esbelta, de blancura deslumbrante: La Reina de las Nieves.

- Hemos hecho un largo camino - dijo ella - Tienes fro? Ven, mtete bajo mi abrigo de piel de oso.

Le mont en su trineo, extendi su abrigo sobre l y Kay crey desaparecer entre un montn de nieve.

- Todava tienes fro? - le pregunt, besndole en la frente.

Ay!, aquel beso era ms fro que el hielo y le penetr hasta el corazn que, por otra parte, era ya casi un bloque de hielo. Le pareci que iba a morir... pero esa sensacin no dur ms que un instante, despus dej de sentir el fro intenso que le rodeaba.

- Mi trineo! No olvides mi trineo!

Eso fue lo primero en que pens. La Reina de las Nieves lo at a la espalda de una de las gallinas blancas que volaban tras ellos y a continuacin bes a Kay una vez ms y est olvid a la pequea Gerda, a la abuela y a todos los que haban quedado en su casa.

- No te volver a besar - le dijo ella- Un beso ms te mataria.

Kay la mir; era hermosa, no poda imaginar un rostro que irradiara una inteligencia y un encanto semejantes; no tena aquel aspecto de hielo, como cuando le hizo una sea a travs de la ventana; a sus ojos, era perfecta y no le

inspiraba ya ningn temor; le cont que saba calcular de memoria, incluso con fracciones, que conca perfectamente la geografa del pas y el nmero de sus habitantes; mientras todo eso le contaba, ella no dejaba de sonrer. No obstante, Kay tena la impresin de que todo cuanto saba no era suficiente. Mir hacia arriba, el espacio infinito; la Reina de las Nieves lo tom en sus brazos y juntos ascendieron por el aire; atravesaron oscuros nubarrones, donde el rugir del huracn evocaba en su mente el recuerdo de antiguas canciones; volaron por encima de bosques y de lagos, de mares y montaas; debajo, silbaba el viento, graznaban las cornejas y aullaban los lobos sobre un fondo de resplandeciente nieve. Arriba, en lo alto, una luna grande y fulgurante iluminaba el cielo y Kay la contepl durante toda aquella larga noche de invierno. Al llegar el da, dorma a los pies de la Reina de las Nieves.

TERCER EPISODIO

El Jardn de la Hechicera

Qu fue de la pequea Gerda cuand Kay desapareci? Y dnde estaba ste? Nadie saba nada, nadie supo dar noticias suyas. Lo nico que sus amigos puideron decir era que lo haban visto enganchar su pequeo trineo a otro, grande y magnfico, y que internndose por las calles haban salido de la ciudad.

Nadie saba dnde poda encontrarse y todos los que le concan quedaron profundamente afectados por su desaparicin, en especial la pequea Gerda, que lloro y llor durante mucho tiempo; poco despus, se empez a decir que Kay haba muerto, que se haba ahogado en el ro que pasaba junto a los muros de la ciudad. Oh, qu largos y sombros fueron aquellos das de invierno!

Por fin lleg la primavera y con ella los clidos rayos del sol.

-Kay ha muerto y ya nunca volver - deca la pequea Gerda.

-No lo creo- dijo el sol

-Ha muerto y ya nunca volver - les dijo a las golondrinas.

- No lo creemos -respondieron ellas; al final, tambin Gerda termin por creer que Kay no haba muerto.

- Me pondr mis zapatos nuevos - dijo una maana -, los rojos, que Kay nunca lleg a conocer, me acercar al ro y le preguntar por l.

Sali muy temprano de su casa, dio un beso a la abuela, que dorma todava y , calzada con sus zapatitos rojos, sali sola de la ciudad dirigindose hacia el ro.

- Es cierto que te has llevado a mi amigo? Te regalar mis zapatos rojos si me lo devuelves.

Le pareci que las aguas le hacan una seal extraa; cogi entonces sus zapatos, lo que para ella era ms querido, y los arroj al ro; cayeron muy cerca de la orilla y las aguas los llevaron de nuevo hacia tierra, el lugar en que Gerda se encontraba; pareca que el ro, no teniendo al pequeo Kay, no quera aceptar la ofrenda que la nia le ofreca; como pens que no los haba tirado suficientemente lejos, se subi a una barca que haba entre las caas y desde all los arroj de nuevo. Pero la barca no estaba bien amarrada y los movimientos de Gerda la hicieron apartarse de la orilla. Cuando se dio cuenta de lo que ocurra, quiso volver atrs, pero ya era demasiado tarde: la barca se encontraba a varios metros de la orilla y se deslizaba ro abajo impulsada por la corriente.

La nia se asust y ech a llorar; slo los gorriones podan escucharla, mas no les era posible llevarla de nueva a tierra; los pajarillos volaron a su alrededor y trataban de consolarlar cantando: "Aqu estamos! Aqu estamos!"

La barca segua avanzando, empujada por la corriente; la pequea Gerda se qued inmvil con sus pies descalzos; sus zapatitos rojos flotaban tras ella, fuera de su alcance, pues la barca navegaba ms deprisa.

A ambos lados del ro el paisaje era bellsimo: llamativas flores y viejsimos rboles se destacaban sobre un fondo de colines donde pastaban ovejas y vacas; pero ni un solo ser humano se vaa en parte alguna.

"Quizs el ro me conduzca hasta el pequeo Kay", se dijo a s misma, y ese pensamiento la puso de mejor humor; se levant y durante varias horas contempl las verdes y encantadoras riberas; lleg as junto a un gran huerto de cerezos en el que se alzaba una casita con un tejado de paja y extraas ventanas pintadas de rojo y de azul; ante la casa, dos soldados de madera presentaban armas a quienes pasaban por el ro.

Gerda les llam, creyendo que eran soldados de verdad, pero, naturalmente, sin recibir respuesta; lleg muy cerca de donde ellos se encontraban, pues el ro impulsaba directamente la barca hacia la orilla.

Gerda gri entonces con ms fuerza y una mujer apareci en la puerta: era una vieja que se apoyaba en un bastn y se cubra la cabeza con un sombrero de alas anchas pintado con bellsimas flores.

- Pobre niita! - exclam la vieja- Cmo has venido por este ro de tan fuerte corriente? Cmo has recorrido tan largo camino a travs del ancho mundo?

a vieja se adentr en el agua, enganch la barca con su bastn, tir de l y llev a Gerda hasta la orilla.

La nia se sinti feliz de estar otra vez en tierra firme, aunque tena un cierto miedo de la vieja desconocida. sta le dijo : - Ven a contarme quin eres y cmo has lleagdo hastas aqu.

Gerda se lo cont y la vieja, moviendo de vez en cuando la cabeza, deca: "Humm... Hum!". Una vez le hubo relatado todo, le pregunt si haba visto pasar por all al pequeo Kay; la mujer respondi que no, que Kay no haba pasado ante su casa, peroq ue sin duda vendra y que no deba preocuparse! ahora lo que tenia que hacer era comer sus cerezas y contemplar sus flores, mucho ms bellas que las que aparecen en los libros; adems, cada una de ellas saba contar un cuento. La vieja cogi a Gerda de la mano, entr con ella en la casa y cerr la puerta.

Las ventanas estaban muy altas, los cristales eran rojos, azules y amarillos y, en el interior, la luz adquira tonalidades extraas; haba sobre la mesa un plato de riqusimas cerezas y Gerda comi tantas como quiso, pues para eso no le faltaba valor. Mientras coma, la vieja la peinaba con un peine de oro; sus hermosos cabellos rubios caan rizados y brillantes enmarcado su linda carita de rosa.

- Siempre tuve deseos de tener una nia como t - dijo la vieja - Ya vers qu bien nos llevamos las dos.

A medida que le peinaba los cabellos, ms y ms la pequea Gerda se olvidaba de Kay, su compaero de juegos, pues la vieja, aunque no era malvada, saba de magia; en realidad, slo pona en prctica sus artes mgicas para distraerse y, por el momento, lo nico que pretenda era retener a su lado a la pequea Gerda. Con este propsito, la anciana sali al jardn, extensi su cayado hacia los rosales, que estaban cargados de bellsimas rosas, y al instante todos ellos desaparecieron, hundindose bajo la tierra negra; no qued ni el menor rastro de ellos. La vieja tema que si Gerda vea las rosas se acordara del pequeo Kay y querra marcharse a proseguir su bsqueda.

Luego, condujo a Gerda al jardn de las flores ... Oh, qu fragancia y qu esplendor! Haba all flores de todas las estaciones del ao; en ningn libro de lminas podra encontrarse tanta belleza y variedad. La nia daba saltos de alegra y disfrut del jardn hasta que el sol se ocult por detrs de los cerezos; por la noche, durmi en un magnfico lecho con mantas de seda roja bordadas con violetas azules y tuvo unos sueos tan hermosos como los de una reina en el da de su boda.

A la maana siguiente, estuvo de nuevo en el jardn, jugando con las flores bajo los clidos ratos del sol... as pasaron muchos das. Gerda conoca todas y cada una de las flores y, a pesar de todas las que haba, tena la sensacin que all faltaba alguna, aunque le resultara imposible decir cul. Un buen da, mientras estaba sentada en el jardn, se fij en el gran sombrero de la vieja, lleno de flores pintadas, y observ que las ms bella era justamente una rosa. La vieja se haba olvidado de quitarla del sombrero cuando hizo desaparecer a las otras bajo tierra. No se puede estar en todo! "Cmo! - se dijo Gerda - No hay ninguna rosa en el jardn!" Corri hacia los macizos de flores, busc y rebusc, pero no consigui encontrar ningn rosal; muy triste, se sent en el suelo y se puso a llorar; sus lgrimas fueron a caer precisamente sobre el lugar en que antes crecia un hermoso rosal y del suelo regado con sus lgrimas surgi de repente un arbusto, tan florido como en el momento en que la vieja lo haba enterrado; la nia lo rode con sus brazos, bes las rosas y se acord de las que tena en el jardn de su buhardilla y, al mismo tiempo, de su amigo Kay.

- Oh, cunto tiempo he perdido! - exclam la nia- Debo encontrar a Kay .. Sabis donde est?- pregunt a las rosas - Creis que ha muerto?

- No, no ha muerto - respondieron las rosas- Nosotras hemos estado bajo tierra, donde estn todos los muertos, y Kay no estaba all.

- Gracias! - dijo la pequea

Fu a ver a otras flores y mirando en sus clices les pregunt:

- Sabis donde est Kay?

Pero cada flor, vuelta hacia el sol, soaba su propio cuento o imaginaba su propia historia; Gerda escuch muchos de estos cuentos, pero ninguna flor saba nada sobre Kay.

Qu le dijo el lirio rojo?

- Escucha el tambor : Bum! Bum! No da ms que dos notas, siempre igual: Bum! Bum! Escucha el canto fnebre de las mujeres! Escucha la llamada de los sacerdotes! ...

Vestida con su larga tnica roja, la mujer del hind est de pie sobre la pira; se alzan las llamas, rodndola a ella y a su marido muerto; pero la mujer piensa en el hombre que est vivo entre la multitud que la circunda y cuyos ojos arden, ms brillantes que las llamas; el fuego de sus ojos abrasa el corazn de la mujer antes de ser tocada por las llamas que convertirn en cenizas su cuerpo. Podr la llama del corazn morir entre las llamas de la pira?

- No comprendo nada en absoluta - dijo la pequea Gerda.

- Es mi cuento - respondi el lirio rojo.

Qu le dijo la enredadera ?

- Al final del estrecho sendero que discsurre por la montaa, se levanta una antigua mansin; una hiedra tupida crece por sus muros desgastados y rojizos, hasta el balcn al que se asoma una bellsima joven; se inclina sobre el balaustrada y dirige su mirada hacia el camino. Ms lozana que la ms bella de las rosas, ms ligera que una flor de manzano llevada por el vieno, al moverse, los pliegues de su vestido de seda parecen susurrar: Cundo llegar?

- Te refieres a Kay? - Pregunt Gerda.

- Slo te he contado mi sueo ... un cuento - respondi la enredadera.

Que le dijo el narciso de las nieves ?

- Entre los rboles, colgada de una rama, hay una tabla suspendida de dos cuerdas y dos nias se estn columpiando en ella; sus vestidos son blancos como la nieve y de sus sombreros culegan cintas de seda verde que ondean al viento; el hermano mayor, de pie sobre el columpio, rodea las cuerdas con sus brazos para no caerse; en una mano sostiene una copa, en la otra, una caa para hacer pompas de jabn; el columpio se balancea y las pompas se elevan por el aire con bonitos colores irisados; la ltima est todava en el extremo del tubo y se mece con el viento; el columpio se balancea. Un perrillo negro, ligero como las pompas, se levanta sobre sus patas traseras, queriendo subirse al columpio; se alza, cae, ladra, se enfada; las risas de unos nios, unas pompas que estallan en el aire... el balanceo de un columpio, una espuma que se rompe ... Esta es mi cancin!

- Es bonito lo que cuentas, pero tu tono es trsite y para nada me hablas de Kay ...

Que le dijeron los jacintos ?

- Haba una vez tres hermanas encantadoras, menudas y delicadas; el vestido de la primera era rojo, el de la segunda, azul, y el de la tercera, blanco; cogidas de la mano, bailaban a la luz de la luna junto al lago apacible. El ambiente estaba perfumado, las tres hermanas desaparecieron en el bosque, aument la gragancia del aire ... Tres fretros, en los que yacan las tres nias, salieron de la espesura y se deslizaron por el lago rodeados de lucrnagas que volaban a su alrededor como pequeas lucirnagas que volaban a su alrededor como pequeas lamparillas aladas. Duermen las bailarinas? O acaso estn muertas? El perfume de las flores nos cuenta que estn muertas. La campana de la tarde repica por los muertos...

- Me pones muy trsite - dijo la pequea Gerda - Tu aroma es intenso. Me haces pensar en las nias muertas! Ay! Habr muerto mi amigo Kay? Las rosas han estado bajo tierra y me aseguran que no.

- Din! Dan! - taeron las campanas del jacinto - No tocamos por el pequeo Kay, pues no le conocemos. Slo cantamos nuestra cancin, la nica que sabemos.

Gerda se volvi hacia el rannculo amarillo, que brillaba entre el verdor reluciente de las hojas.

- Eres como un pequeo y luminoso sol - le dijo Gerda- Dime, si lo sabes, dnde puedo encontrar a mi amigo.

El renculo mir a Gerda y brill con intensidad Qu cancin le cantara el rannculo? Probablemente l tampoco le hablaria de Kay.

- El primer da de la primavera, el sol de Nuestro Seor luca clido en el cielo, acariciando con sus rayos las blancas paredes de una pequea casita; muy cerca, florecan las primeras flores amarillas, cual oro luminoso al tibio resplandor del sol; la vieja abuela, sentada en su silla junto a la casa, esperaba la visita de su nieta, pobre y linda muchachita que trabajaba de criada; al llegar, la chiquilla abraz a la abuela. Haba oro, oro del corazn, en este beso bendecido. Oro en los labios, oro en el fondo del ser, oro en la hora del alba. Esta es mi pequea historia - dijo el rannculo.

-Mi pobre y vieja abuela! - suspir Gerda - S, sin duda est inquieta y apenada por m, tanto como por el pequeo Kay. Pero volver pronto, llevando a Kay conmigo ... Es intil que interrogue a las flores, slo conocen su propia cancin, No me dan ninguna pista!

Se recogi su falda para correr mejor y cuando saltaba por encima del narciso, ste le dio un golpecito en la pierna; Gerda se detuvo, mir la esbelta flor amarilla y pregunt:

- Sabes t algo, quizs ... ?

Se inclin sobre el narciso y .. Qu fu lo que le dijo?

- Puedo verme a m mismo! Puedo verme a m mismo! Oh, oh, oh qu bien huelo! ... All arriba, en la buhardilla, a medio vestir, hay una pequea bailarina; tan pronto se sotiene sobre una pierna, como lo hace sobre las dos, todo es pura fantasa; con el pie manda a paseo a todo el mundo y vierte el agua de la tetera sobre una pieza de tela: su cors... La limpieza es una gran cualidad; el traje blanco est colgado en la percha; tamin lo ha lavado con t y despus lo ha puesto a secar en el tejado; la bailarina se pone su vestido y, para resaltar su blancura, rodea su cuello con una toquilla de color amarilla azafrn. La pierna en alto! Ah est, erguida sobre un slo tallo! Puedo verme a m mismo! Puedo verme a m mismo!

- Todo eso me resulta indiferente - dijo Gerda -, no significa nada para m.

Y sali corriendo, corriendo hacia el otro extremo del jardn.

La puerta estaba cerrada y tuvo que forzar el enmohecido picaporte, que cedi; se abri la puerta y la pequea Gerda, con sus pies descalzos, se lanz de nuevo al vasto mundo. Tres veces se volvi para mirar hacia atrs, pero nadie la segua; al rato, se cans de correr, se sent sobre una piedra, mir a su alrededor y comprob que el verano haba quedado atrs: era otoo avanzado; no haba podido darse cuenta de ello en el jardn encantado de la vieja, donde siempre brillaba el sol y haban flores de todas las estaciones.

-Dios mo, cunto tiempo he perdido! - Pens Gerda - Estamos ya en otoo! No puedo perder tiempo descansando!-

Y se levant, dispuesta a reemprender su bsqueda. Ah, qu cansados y doloridos estaban sus pies! Y qu aspecto tan fro e ingrato tena todo a su alrededor! Los sauces estaban amarillentos y la niebla humedeca sus hojas que, una tras otra, iban cayendo sobre el suelo; slo el ciruelo silvestre conservaba sus frutos, tan speros que hacan rechinar los dientes. Oh que trsite y hosco pareca el vasto mundo!

CUARTO EPISODIOEl Prncipe y la Princesa

Gerda tuvo que pararse a descansar de nuevo; sobre la nieve, ante ella, salt una corneja; el ave se qued all un buen rato, la mir, moviendo la cabeza, y dijo:

- Kra, kra! Qu tal va?

La corneja no saba hablar mucho, pero estaba bien dispuesta hacia la nia y le pregunt a dnde se diriga, tan sola por el vasto mundo. Gerda repar especialmente en esa palabra: sola, y sinti de pronto todo lo que eso significaba; le cont su historia a la corneja y le pregunt si no haba visto a Kay.

La corneja sacudi la cabeza con aire reflexivo y dijo:

- Posible, Posible!

- De verdad? - grit la nia.

A punto estuvo de asfixiar a la corneja de tanto que la abraz.

- Suavemente, suavemente .. - dijo la corneja - Creo que puede tratarse del pequeo Kay, pero parece que te ha olvidado por princesa.

- Vive con una princesa? - Pregunt Gerda.

- S, escucha - dijo la corneja - Tengo muchas dificultades para hablar tu idioma; si comprendes la lengua de las cornejas, te lo podr contar mucho mejor.

- No, nunca la he aprendido- respondi Gerda-, aunque la abuela la saba .. y tambin el javans!

- Eso no me sirve de mucho - dijo la corneja - En fin, te contar lo mejor que pueda; ya me disculpars si no me expreso bien.

Y la corneja le cont lo que saba:

- En el reino del que procedo vive una princesa dotada de una inteligencia prodiciosa. Ha ledo todos los peridicos que existen en el mundo ... Y los ha olvidado! Hasta tal punto es inteligente! Hace algn tiempo, un da que se encontraba sentada en el trono -lo que, segn se dice, no es nada divertido- se puso a canturrear una cancin que deca : "por qu no me casar?"."Bueno, es una idea", pens ella, y decidi casarse, pero quera un esposo que supiera responder a sus preguntas, un hombre que no se contentara tan slo con tener un aspecto distinguido, pues eso acaba resultado demasiado aburrido. Convoc a todas las damas de honor, que, al enterarse de sus proyectos, le manifestaron su aprobacin. "Cunto nos complace - le dijeron-, ya habamos pensado en ello."

Lo que te cuento - adivirti la corneja - es completamente verdico, puedes creerme. Tengo una novia domesticada que circula libremente por el castillo y ella es quien me lo ha contado todo.

Naturalmete, su novia era tambin una corneja, pues cada corneja se junta con su pareja.

En los peridicos se public un edicto con una orla de corazones y las iniciales de la princesa; en l se anunciaba que todo joven de buen porte poda presentarse en el castillo para hablar con la princesa; aquel que se comportara de forma ms correcta y demostrara ser mejor conversador, se casaria con ella.

- Creme - insisit la corneja-, lo que te cuento es tan cierto como que estoy aqu ahora mismo. Todos era muy capacies de hablar mientras estaban en la calle, pero en cuanto franqueban las puertas del castillo, vean a la guardia con sus uniformes plateados y a los lacayos vestidos en oro por las escaleras y los grandes salones deslumbrantes de luz, se quedaban desconcertados; ms an: al llegar ante el trono, todo lo que saban hacer era repetir la ltima palabra pronunciada por la princesa y que ella, naturalmente, no tena el menor inters en escuchar de nuevo. Pareca que hubieran ingerido rap y se hubieran quedado atontados ... hasta que, de vuelta otra vez en la calle, podan hablar de nuevo normalmente. Los pretendientes formaban una larga cola que llegaba desde las puertas de la ciudad hasta el castillo. Yo mismo me acerqu a verles - dijo la corneja - Tras tantas horas de espera, terminaban por tener hambre y sed, pero nada reciban del castillo, ni tan siquiera un vaso de agua. Algunos, los ms espabilados, se haban llevado rebanadas de pan con mantequilla que se negaban a compartir con nadie, pues pensaban: "Si tienen aspecto de hambrientos, no sern elegidos por la princesa".

- Pero Kay, el pequeo Kay ... - pregunt Gerda - Cundo lleg? Estaba entre toda aquella gente?

- Paciencia, paciencia, ahora llegaremos a l. Era el tercer da cuando apareci un pequeo personaje, sin caballo ni carruaje, que con paso decidido subi derecho hacia el castillo; sus ojos brillaban como brillan los tuyos, su cabello era largo y hermoso, aunque sus vestiduras eran pobres.

- Era Kay! - interrumpi Gerda entusiasmada - Oh, lo encontr! Lo encontr! - exclamaba dando palmadas.

- Llevaba un pequeo morral a la espalda - continu la corneja.

- No, seguramente se trataba de su trineo - observ Gerda - Cuando desapareci llevaba consigo su trineo.

- Puede ser - dijo la corneja -, no pude verlo de cerca; pero s por mi novia domesticada que cuando entr en el castillo y vio la guarda con sus uniformes plateados y sobre las escaleras los lacayos vestidos en oro, no se intimid en absoluto; les salud con la cabeza y dijo: "Debe ser aburrido quedarse en las escaleras, prefiero entrar dentro". Los salones estaban deslumbrantes. Chambelanes y consejeros andaban descalzos para no hacer ruido portando bandejas de oro. Era algo impresionante! A cada pisada, sus botas crujan terriblemente, pero l no pareca preocuparse lo ms mnimo por eso.

- Sin duda se trata de Kay - dijo Gerda-. S que tena zapatos nuevos; los o crujir en la habitacin de la abuela.

- Cierto, hacan mucho ruido- dijo la corneja-. Audazmente avanz hacia la princesa, que estaba sentada sobre una perla tan grande como la rueda de una rueca; todas las damas de la corte, con sus servidores y los criados de los servidores, estaban alineados ante ella; cuant ms cerca estaban de la puerta, ms orgulloso apareca su semblante. El pequeo paje del criado de un servidor, que va siempre con pantuflas, tena un aspecto imponente, tan orgulloso se senta de estar junto a la puerta!

- Eso debe ser horrible - dijo la pequea Gerda -Y consigui Kay casarse con la princesa?

- Si no hubiera sido corneja, sin duda habra sido yo el elegido, aunque lo cierto es que estoy ya prometido. En cualquier caso, parece que el joven habl tan bien como yo mismo pueda hacerlo cuando me expreso en mi lengua; mi novia domesticada as me lo ha dicho. Era intrpido y gentil; en realidad no haba venido a pedir la mano de la princesa, sino tan slo a constatar su inteligencia, que valor en alto grado, as como la princesa, a su vez, estim altamente la de l.

- S, seguro que se trataba de Kay! - exclam Gerda-. Era tan inteligente que saba calcular de memoria incluso con fracciones... Oh! Por que no me introduces en el castillo?

- Bueno, eso es fcil de decir, pero no tanto de hacer - respondi la corneja- No s cmo podramos arreglarlo... Hablar con mi novia domesticada; seguro que no puede sugerir algo; aunque debo decirte que, habitualmente, jams se permite la entrada en el castillo a una nia como t.

- Entrar! - dijo Gerda -. Si Kay se entera de que estoy aqu, vendr en seguida a buscarme.

- Esprame all, junto a la escalera- dijo la corneja volviendo la cabeza y emprendiendo el vuelo.

Cuando regres, ya haba oscurecido.

- Kra, kra! - grazn- Mi novia te enva sus ms cariosos saludos; me ha dado este panecillo para ti; lo ha cogido de la cocina, donde siempre hay pan en abundancia; sin duda tendrs hambre... No te ser posible entrar descalza en el castillo; la guardia de uniformes plateados y los lacayos vestidos en oro no lo permitiran; pero no llores, porque, a pesar de todo, en seguida estars dentro. Mi novia conoce una escalera secreta , que conduce al dormitorio; ella sabe donde se encuentra la llave.

Y se encaminaros hacia el jardn atravesando la gran alameda alfombrada por las hojas que caan de los rboles; las luces se fueron apagando una a una; cuando todo estuvo oscuro, la corneja condujo a la pequea Gerda hasta una puerta trasera que se encontraba entornada.

Oh, como lata el corazn de Gerda por la inquietud y la ansiedad! Parecera que iba a hacer algo malo, cuando, en realidad, slo quera saber si se trataba de su amigo Kay; s, tena que ser l; pensaba en sus ojos vivos y en sus largos cabellos; crea verle sonrer,como cuando estaban sentados, all en su casa, junto a los rosales. Sin duda, se sentira feliz de verla, de orle contar el largo camino que por l haba recorrido, de saber lo tristes que se haban sentido todos desde el da que desapareci. Oh, que miedo y que alegra a la vez!

Y all estaban ya, delante de la escalera; una pequea lmpara irradiaba su tenue luz desde un aparador; en el centro del suelo se encontraba la corneja domesticada que mova la cabeza a un lado y a otro sin dejar de mirar a la nia; Gerda le hizo una reverencia, tal como su abuela le haba enseado.

- Mi novio me ha hablado muy elogiosamente de usted, mi querida seorita - dijo la corneja domesticada-. Su currculum vitae, como se suele decir, es realmente conmovedor... Si coge usted la lmpara, yo ir delante, Iremos en lnea recta, as no encontraremos a nadie.

- Me parece que alguien viene por detrs de nosotros - dijo Gerda.

Sinti como si un rumor pasara junto a ella; algo que pareca proceder de extraas sombras que se deslizaran a lo largo de los muros: caballos de crines flotantes y patas delgadas, jvenes vesteidos de cazadores,damas y caballeros cabalgando ...

- Son slo sueos- dijo la corneja- Vienen a sugerir ideas de caza a nuestros soberanos; tanto mejor, as podr usted contemplarlos ms a gusto mientras duermen. Si le va bien las cosas, espero que se mostrar usted agradecida...

- Intil hablar de eso- dijo la corneja del bosque.

Llegaron al primer saln, tapizado de satn rosa con estampado de flores; los sueos les haban sobrepasado y marchaban tan deprisa que la pequea Gerda no poda ver ya a los augustos personajes. Los salones, a cual ms magnfico, dejaran anonadado a cualquiera que los viera; finalmente, llegaron al formitorio. Su techo recordaba una enorme palmera con hojas de un cristal maravilloso; en medio de la habitacin, engarzados en un tallo de oro, haba dos lechos que parecan lirios; uno era blanco y en l descansaba la princesa; hacia el otro, de color rojo, se dirigi Gerda para comprobar si era Kay el que all dorma; apart uno de los ptalos rojos y vio un cuello moreno .. Era Kay! Le llam en voz alta por su nombre, acerc la lmpara hacia el lecho... Los sueos cruzaron de nueva a caballo por la habitacin... se despert, volvi la cabeza y ... No era kay!

El prncipe, aunque tambin joven y hermoso, slo se le pareca en el cuello. Desde el lecho del lirio blanco, la princesa entreabri los ojos preguntando qu suceda. La nia se ech a llorar y cont toda su historia y lo que las cornejas haban hecho por ella.

- Pobre pequea!- dijeron el prncipe y la princesa; alabaron la actitud de las cornejas y dijeron que no estaban enfadados con ellas, aunque aquello no deba volver a repetirse. Sin embargo, tendran su recompensa.

- Quereis volar en libertad? - pregunt la princesa - O preferis el cargo de cornejas de corte con derecho a todos los desperdicios de la cocina?

Las dos cornejas, haciendo una solemne reverencia, aceptaron el cargo que se les ofreca, pues pensaban en su vejez y creyendo que era una buena oportunidad para asegurarse su futuro.

El prncipe se levant de su lecho e invit a Gerda a que se acostara en l: era todo lo que poda hacer por ella. La nia junt sus manitas y pens: "Qu buenos son los hombres y los animales!". Cerr los ojos y durmi profundamente. Los sueos regresaron en segudia por el aire, mas esta vez como ngeles de Dios que arrastraban un pequeo trineo en el que iba sentado Kay; pero aquello eran slo ensoaciones que desaparecieron en el mismo momento que la nia se despert.

A la maana siguiente, la vistieron de pies a cabeza con sedas y terciopelos; le ofrecieron quedarse en el castillo donde tan feliz podra ser, pero ella tan slo quera un pequeo carro con un caballo y un par de zapatitos para lanzarse de nuevo por esos mundos de Dios a proseguir la bsqueda de Kay.

Le regalaron un par de zapatos y un manguito; le dieron tambin un hermoso traje y cuando se dispuso a partir se entontr con una magnfica carroza de oro que la esperaba ante la puerta; sobre ella, el escudo con las armas de los dos prncipes brillaba como una estrella; cochero, siervientes y postillones, pues tambin haba postillones, vestan libreas bordadas con coronas de oro. El prncipe y la princesa ayudaron a Gerda a subir al coche y le desearon buen viaje. La corneja domesticada, ahora ya casada, la acompa durante las tres primeras leguas; se sent a su lado, ya que no poda soportar ir en direccin contraria a la marcha; la otra corneja se qued en la puerta batiendo sus alas; no poda acompaarles, pues desde que tena un cargo en la corte y comida en abundancia, sufra de fuertes dolores de cabeza. La carroza estaba abarrotada de bizcochos y bajo el asiento haba gran cantidad de frutas y panes de especias.

- Adis, Adis! - se despidieron el prncipe y la princesa.

La pequea Gerda llor y tambin la corneja del bosque... Recorrieron las tres primeras leguas y la corneja domesticada tuvo que decirle adis; fue una separacin muy penosa; vol hacia un rbol y agit sus alas negras hasta que la carroza, que brillaba como el sol, se perdi de vista tras un recodo del camino.

QUINTO EPISODIO

La Hija del Bandido

Atravesaban un bosque sombro, donde la corroza resplandeca como una antorcha, lo que llam la atencin de los bandidos. No podan dejar escapar aquella presa.

-Es de oro! Es de oro! - gritaron, precipitndose sobre ella; detuvieron a los caballos, dieron muerte a los cocheros y sacaron del coche a la pequea Gerda.

-Est rolliza y hermosa! La han cebado con pan de especias - dijo la mujer al bandido que tena una barba enmaraada y unas cejas que le caan hasta los ojos- Es tierna como un cordero cebn, Qu rica estar! - Y diciendo esto, sac su afilado cuchillo que brill con resplandor siniestro.

- Ahh! - Chill la mujer: su propia hija, a la que llevaba a la espalda, le acababa de propinar un tremendo mordisco en la oreja. La muchacha era salvaje y mal educada como no se pueda imaginar.

- Maldita nia! - exclam la madre, que no pudo as matar a Gerda.

- Quiero esta nia para que juegue conmigo! - dijo la hija del bandido- Quiero que me d su manguito y su vestido y que duerma conmigo en la cama.

Y la mordi de nuevo con tal fuerza que la mujer dio un salto en el aire retorcindose, mientras los bandidos se echaban a rer, diciendo:

-Mirad cmo baila con su hija!

-Quiero montar en la carroza! - grit la hija del bandido.

Y cuando la chiquilla quera algo, haba que drselo, pues adems de consentida, era terca como ella sola. Tom asiento junto a Gerda en la carroza y se adentraron por el bosque traqueteando entre tocones y malezas. la hija del bandido era tan alta como Gerda, aunque ms fuerte, ms ancha de hombros y de piel ms oscura; sus ojos, de un negro intenso, revelaban una expresin de tristeza. Cogi a la pequea Gerda por la cintura y le dijo:

- No te matarn mientras yo no me enfado contigo. Eres una princesa?

- No - dijo la pequea Gerda, contando lo que le haba ocurrido y lo mucho que quera al pequeo Kay.

La hija del bandido miraba con aire grave; hizo un movimiento de cabeza y dijo:

- No te matarn, ni siquiera aunque yo me enfado contigo; en ese caso ser yo misma quien lo haga.

Sec los ojos de Gerda y meti sus manos en el bello manguito tan suave y caliente que era.

La carroza se detuvo; se encontraban en el patio del castillo de los bandidos, cuyos muros estaban agrietados de arriba abajo; cuervos y cornejas salieron volando de agujeros y grietas y dos grandes perrazos, con aspecto de poder devorar a un hombre, daban grandes brincos, aunque no ladraban, pues les estaba prohibido.

En la sala central, grande, vieja y con las paredes recubiertas de holln, arda una gran hoguera en medio del enlosado; el humo se acumulaba junto al techo y deba buscar por s mismo una salida; en el fuego herva un caldero de sopa y, ensartados en un pincho, se asaban varios conejos y liebres.

- Esta noche dormirs conmigo y con mis animales - dijo a Gerda la hija del bandido.

Cuando hubieron comido y bebido se dirigieron a un rincn donde se amontonaban la paja y las mantas. Por encima de sus cabezas, sobre vigas y traviesas, haba cerca de cien palomas; parecan dormidas, aunque giraron ligeramente sus cabezas a la llegada de las nias.

- Son todas mas - dijo la hija del bandido, y, atrapando a una de las que estaban ms prximas, la sujet por las patas y la sacudi, mientras la paloma agitaba las alas.

- Bsala! - grit, arrojando el animal a la cara de Gerda -. stos son la chusma del bosque - continu, mostrndole los barrotes que cerraban un agujero en lo alto del muro - Si no se los tiene bien encerrados, se echan a volar de inmediato y desaparece. Y este es mi viejo amigo Be!

Y ti de los cuernos a un reno atado a la pared con una cuerda sujeta a un anillo de cobre pulimentado que le rodeaba el cuello.

- Tambin a ste hay que sujetarlo bien; de lo contrario, se soltara y se iria. Todas las noches le acaricio el cuello con mi cuchillo y se muere de miedo.

La nia sac un largo cuchillo de una rendija que haba en la pared y lo pas por el cuello del reno. El pobre animal coce, mientras la hija del bandido se rea a carcajadas. Luego, de un empujn, tir a Gerda sobre la cama.

- No vas a dejar el cuchillo mientras duermes? - pregunt Gerda que miraba la hoja con temor.

- Duermo siempre con mi cuchillo - respondi la hija del bandido. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Pero cuntame ms sobre lo que hace un momento decas del pequeo Kay y sobre por qu te has aventurado a recorrer el mundo.

Gerda continu su relato, mientras las palomas del bosque se arrullaban alla rriba, en su jaula, y las otras dorman. La hija del bandido pas su brazo alrededor del cuello de Gerda y, sin dejar de sujetar el cuchillo con la otra mano, se durmi y pronto se le oy roncar; sin embargo, Gerda no poda cerrar los ojos, no saba si iba a vivir o a morir. Los bandidos estaban sentados alrededor del fuego, cantaban, beban y la vieja bailaba de forma estrafalaria. Oh, qu horrible espectculo!

Entonces las palomas del bosque dijeron:

- Crrru, Crrru! Hemos visto a tu amigo Kay. Una gallina blanca llevaba su trineo y l iba sentado en el de la Reina de las Nieves, que vol sobre el bosque cuando nosotras estbamos en el nido; sopl sobre nuestros pequeos y todos murieron, salvo nosotros dos Crrru, Crrru!

- Qu es lo que me decs? - pregunt Gerda sobresaltada - Dnde iba la Reina de las Nieves? Podis decrmelo?

- Seguramente se diriga a Laponia, donde hay siempre hielo y nieve. No tienes ms que preguntar al reno que est atado con la cuerda.

- All hay una gran cantidad de nieve y hielo - dijo el reno -. Es muy agradable y muy hermoso! Se puede correr y saltar libremente por inmensos valles nevados. Es all donde la Reina de las Nieves tiene su mansin de verano, pero su castillo est ms arriba, cerca del Polo Norte, en las islas llamadas Spitzberg.

-Oh Kay, querido Kay! - suspir Gerda.

- Vas a estarte quieta de una vez? - le grit la hija del bandido- O te callas o sentirs mi afilado cuchillo en tu barriga.

Por la maana, Gerda le cont todo lo que le haban dicho las palomas del bosque; la hija del bandido adopt una expresin grave, movi la cabeza y dijo:

- Eso me da igual ... eso me da igual... Sabes t donde est Laponia? - le pregunt al reno.

- Quin podria saberlo mejor que yo? - respondi el animal, con los ojos humedecidos- All nac y all me cri, saltando por los campos cubiertos de nieve!

- Escucha - dijo a Gerda la hija del bandido- Ya ves que todos los hombres han salido, pero mi madre todava sigue aqu; ms tarde, hacia el medioda, suele beber un trago de aquella botella y despus se echa un sueecito... entonces podr hacer algo por ti.

Salt de la cama, se abalanz sobre el cuello de su madre, y tirndole de los bigotes, le dijo:

- Buenos das, mi querida cabra!

La madre le dio tal papirotazo en la nariz, que se la dej entre roja y azul, pero eso, entre ellos, no era ms que una muestra de cario.

Cuando la madre hubo bebido de la botella y se qued dormida, la hija del bandido se acerc al reno y le dijo:

- Me gustara seguir hacindote cosquillas con mi cuchillo, pues es entonces cuano ms me diviertes, pero eso no importa ahora; voy a desatarte y te ayudar a salir para que te dirijas a Laponia, pero tienes que ir deprisa y conducir a esta nia hasta el palacio de la Reina de las Nieves, donde est su compaero. Seguro que habrs odo todo lo que me ha comentado: hablaba bastante alto y t te enteras de todo.

El reno se puso a dar saltos de alegra. La hija del bandido aup a la pequea Gerda sobre l, tomando la precaucin de sujetarla bien e incluso le puso un cojn para que esteuviese ms cmoda.

- Bueno - le dijo -, te devolver tus zapatos de piel, pues har fro por all, pero el manguito me lo quedo, es demasiado bonito. De todas foramas, no pasars frio, aqu tienes las grades manopas de mi madre que te llegarn hasta el codo; toma, pontelas! .. Con esas manoplas te pareces a mi horrible madre.

Y Gerda derram una lgrima de alegra.

- No me gusta verte lloriquear - dijo la hija del bandido- Deberas estar contenta! Aqu tienes dos panes y un jamn; no pasars hambre.

Despus de colocar todo aquello sobre el reno, la hija del bandido abri la puerta, meti a los perros en la habitacin, cort con su cuchillo la cuerda con que estaba atado el reno y le dijo:

- Vamos, corre! Y cuida bien de la nia!

Gerda tendi las manos enfundadas en las grandes manoplas hacia la hija del bandido dicindoles adis y el reno parti veloz por encima de matorrales y tocones. Con toda la rapidez que le fue posible, atraves el gran bosque, franque pantanos y llanuras, mientras, a su alrededor, aullaban los lobos y graznaban los cuervos. Y el cielo, volvindose rojo, tambin les habl: "Pfit, Pfit!". Pareca que estornudara.

- Son mis viejas amigas, las auroras boreales - dijo el reno - Mira qu resplandores! -

Y sigui corriendo, da y noche, sin descanso. Comieron los panes, el jamn, y llegaron a Laponia.

SEXTO EPISODIO

La Lapona y la Finesa

Se detuvieron ante una pequea cabaa. Tena un aspecto muy pobre, con un tejado que descenda hasta el suelo y una puerta tan baja que para entrar o salir de ella haba que arrastrarse por el suelo. Viva all una vieja lapona que estaba cociendo pescado en una lmpara de aceite de bacalao; el reno le cont toda la historia de la nia, aunque antes le haba contado la suya, que consideraba mucho ms importante; Gerda estaba tan entumecida por el fro que apenas poda hablar.

- Ah, pobres de vosotros! - dijo la lapona -. Os queda todava un largo camino! Tenis que hacer ms de cien leguas para llegar a Finalandia; all, donde las auroras boreales aparecen cada noche, tiene la Reina de las Nieves su morada. Como no tengo papel, os escribir una nota en un rozo de bacalao seco; deberis entregrselo a una mujer finlandesa, amiga ma, que vivie por all; ella podr informaros mejor que yo.

Cuando Gerda hubo entrado en calor, despus de haber comido y bebido algo, la lapona escribi unas palabras sobre el bacalao, recomendando a Gerda que tuviese bune cuidado de no perderlo; sta lo coloc sobre el reno, que, de un salto, reemprendi la marcha. Tuvieron la ocasin de contemplar deliciosas auroras boreales de hermosos tonos azulados ... y llegaron a Finlandia.

Llamaron a la chimenea de la mujer finlandesa, pues su casa era una chimenea que ni siquiera tena puerta. Dentro, el calor era tal que la mujer estaba casi desnuda; era pequea y muy sucia; desvisit en seguida a la pequea Gerda, le quit las manoplas y los zapatos, pues de lo contrario no habra podido soportar el calor, y puso un trozo de hielo sobre la cabeza del reno; luego, ley lo que su amiga lapona haba escrito en el bacalao seco; tres veces lo ley, hasta aprenderlo de memoria, y despus ech el bacalao a la olla: era comida y ella nunca dejaba que la comida se echara a perder.

- T eres muy hbil - dijo el reno; s que puedes atar todos los vientos del mundo con un hilo; si el capitn de barco deshace un nudo, tiene buen viento, si deshace el segundo, el viento arrecia, y si deshace el tercero y el cuerto, se levanta un huracn capaz de asolar los bosques. No quieres dar a la nia una pocin que le d la fuerza de veinte hombres y le permita llegar hasta la Reina de las Nieves?

- La fuerza de veinte hombres...? - repiti la finlandesa- S, eso sera suficiente.

Se acerc a una estantera y cogi un gran rollo de piel que desenroll cuidadosamente; haba escritos en l uns extraos signos; la mujer ley y unas gatosa de sudor aparecieron en su frente.

El reno intercedi de nuevo por la nia y sta mir a la finlandesa con ojos tan suplicantes que la mujer parpade y se llev al reno a un rincn donde, ponindole otro trozo de hielo en la cabeza, le dijo en voz baja:

- El pequeo Kay est efectivamente en casa de la Reina de las Nieves; all se encuentra a gusto y nada echa en falta; cree que est en el mejor lugar del mundo, aunque eso es debido tan slo a que un pedacito de cristal se le clav en el corazn y otro se le introdujo en el ojo; si no se le extirpan esos cristales, jams volver a ser un hombre y la Reina de las Nieves conservar para siempre su dominio sobre l.

- No puedes dar a la nia alguna pocin que le confiera poder para lograr su propsito?

- No puedo procurarle un poder mayor del que ya tiene.No ves el alcance de su poder? No ves cmo hombres y animales la ayuda y cmo, descalza, ha recorrido un camino tan largo? Su fuerza reside en el corazn y nosotros no podemos acrecentarla. Su poder le viene dado por el hecho de ser una nia dulce e inocente. Si por s misma no consigue llegar a Kay, nada podremos hacer nosotros. A dos leguas de aqu comienza el jardn de la reina de las Nieves; llvala hasta all y djala junto al arbusto de bayas rojas; no pierdas tu tiempo charlando y apresrate a volver.

La finlandesa cogi en sus brazos a la pequea Gerda y la subi de nuevo sobre el reno que corri con todas sus fuerzas.

- Oh, no llevo mis zapatos! Ni tampoco las manoplas! - grit Gerda.

Acaba de darse cuenta al sentir el horrible fro que haca fuera, pero el reno no se atrevi a detenerse; sigui corriendo, hasta llegar al arbusto de las bayas rojas; all deposit a Gerda en el suelo, le dio un beso y unas lgrimas gruesas corrieron por la mejilla del animal; se volvi y regres tan rpidamente como pudo. All se qued la pobre Gerda, sin zapatos ni guantes, en plena Finlandia, terrible y glacial.

Ech a correr y un verdadero regimiento de enormes copos de nieve le salieron al encuentro; no caan del cielo, que estaba muy claro e iluminado por una aurora boreal; los copos corran a ras de tierra y cuanto ms se le acercaban, mayor era su tamao; gerda record lo grandes y perfectos que le haban parecido cuando los haba observado con la lupa; pero stos eran la vanguardia de la Reina de las Nieves y tenan un aspecto terrible, como seres vivos que tomaban las formas ms extraas: unos parecan horrorosos puercoespines, otros eran como madejas de serpientes enmaraadas que adelantaban amenazadoramente sus cabezas, otros, por fin, recordaban a pequeos osos rechonchos de pelo crespo; todos los copos de nieve parecan dotados de vida y tenan una blancura resplandeciente.

La pobre Gerda se puso a rezar un Padrenuestro; el fro era tan intenso que poda ver su propio aliento salindole de la boca como una espesa humareda; y este aliento se iba haciendo ms denso y se converta en pequeos ngeles luminosos que crecan a medida que tocaban tierra; portaban un yelmo en la cebza, un escudo en una mano y una espada en la otra; su nmero iba en aumento y cuando Gerda termin su Padrenuestro formaban todo un batalln a su alrededor; descargaron sus lanzas contra los horribles copos que estallaron en mil pedazos y la pequea Gerda avanz con paso seguro e intrpido. Los ngeles le frotaron las manos y los pies, sinti menos fro y se dirigi sin perder tiempo hacia el palacio.

Pero vemos ahora dnde se encuentra Kay. Apenas se acordaba de su amiga Gerda ni se poda imaginar que en aquel momento ella se encontraba delante del palacio.

SPTIMO EPISODIO

Del Palacio de la Reina de las Nieves y de lo que Luego Sucedi

Los muros del palacio estaban formados de polvo de nieve y las ventanas y puertas, de vientos glaciales; haba ms de cien salones, formados por remolinos de nieve, el mayor de los cuales meda varias leguas de largo; estaban iluminados por auroras boreales y eran inmensos, vacos, glidos y luminosos.

Nunca se celebr all fiesta alguna, ni siquiera un sencillo baile en el que los osos pudieran danzar sobre sus patas traseras, haciendo gala de sus maneras distinguidas, al son de la msica de los tempestuosos vientos polares; jams tuvo lugar ninguna reunin en la que poder jugar y divertirse, ni siquiera una simple velada en la que las seoritas zorras blancas charlaran en torno a unas tazas de caf, Los salones de la Reina de las Nieves eran desolados, grandes y fros. Las auroras boreales aparecan y desaparecan con tanta exactitud que se poda preveer el momento en que su luz sera ms intensa y aquel en que sera ms tenue. En medio del inmenso y desnudo saln central haba un lago helado; el hielo estaba roto en mil pedazos, pero cada uno de ellos era idntico a los otros: una verdadera maravilla; en el centro del lago se sentaba la Reina de las Nieves cuando permaneca en palacio; pretendia reinar sobre el espejo de la razn, el mejor, el nico de este mundo.

El pequeo Kay estaba amoratado por el fro, casi negro, aunque l no se daba cuenta de ello, pues el beso que le diera la Reina de las Nieves le haba insensibilizado para el fro y su corazn estaba, innecesario decirlo, igual que un tmpano. Iba de un lado para otro cogiendo trozos de hielo planos y afilados que dispona de todas las formas posibles, con un propsito determinado; haca lo mismo que nosotros cuando con pequeas piezas de madera recortadas intentamos componer figuras. Kay tambin formaba figuras, y sumamente complicadas: era "el juego del hielo de la razn"; a sus ojos, estas figuras eran magnficas y su actividad tena una enorme importnacia; el fragmento de cristal que tena en el ojo era la causa de todo; construa palabras con trozos de hielo, pero nunca consegua formar la palara que hubiera deseado, la palabra Eternidad. La Reina de las nieves le haba dicho:

- Cuando logres formar esa palabra, sers tu propio dueo; te dar el mundo entero y un par de patines nuevos.

Pero, por ms que lo intentaba, nunca lo consegua.

- Voy a emprender un vuelo hacia los pases clidos - le dijo un dia la Reina de las Nieves - Echar un vistazo a las marmitas negras - as llamaba ella a las montaas que escupen fuego, como el Etna y el Vesubio-. Las blanquear un poco, eso le sentar bien a los limoneros y a las vias.

La Reina de las Nieves emprendi el viaje y Kay qued solo en aquel glido y vaco saln de mcuhas leguas de largo; contemplaba los trozos de hielo, reflexionaba profundamente concentrndose al mximo en su juego; permanecia tan inmvil y rgido que daba la impresin que hubiera muerto de fro.

Fue entonces cuando la pequea Gerda entr en el palacio por su puerta principal, construda con vientos glaciales; pero Gerda recit su oracin de la tarde y los vientos se apaciguaron como si hubiesen querido dormir; se adentr por los grandes salones vacos... y vi a Kay. lo reconoci, le salt al cuello, le estrech entre sus brazos y grit:

- Kay! Mi querido Kay! Por fin te encontr!

Pero Kay permaneci inmvil, rgido y fro... y Gerda llor y sus lgrimas clidas cayeron sobre el pecho del muchacho llegando hasta su corazn y fundieron el bloque de hielo e hicieron salir de l el pedacito de cristal que all se haba alojado! Kay la mir y ella cant:

Las rosas en el valle crecen, el Nio Jess les habla y ellas al viento se mecen.

Entonces tambin las lgrimas afloraron a los ojos de Kay y llor tanto que el polvo de cristal que tena en el ojo sali junto con las lgrimas; reconoci a Gerda y, lleno de alegra, exclam:

- Gerda! !Mi pequea y dulce Gerda... ! Dnde has estado durante todo este tiempo? y dnde he estado yo?

Y mirando a su alrededor dijo:

- Qu fro hace aqu! Qu grande y vaco est esto!

Estrech entre sus brazos a Gerda, que rea y lloraba de alegra; su felicidad era tan grande que incluso los trozos de hielo se pusieron a bailar a su alrededor y cuando, fatigados, se detuvieron para descansar, formaron precisamente la palabra que al Reina de las Nieves haba encargado a Kay que compusiera, la palabra Eternidad : era pues su propio dueo y ella debera darle el mundo entero y un par de patines nuevos.

Gerda bes las mejillas que recobraron su color rosado, le bes en los ojos que brillaban como los suyos, bes sus manos y sus pies y se sinti fuerte y vigoroso. La Reina de las Nieves poda venir cuando quisiera; Kay tena su carta de libertad escrita en brillantes trozos de hielo.

Se cogieron de la mano y salieron del palacio; hablaron de la abuela y de los rosales que crecan en el tejado; los vientos haban amainado hasta desaparecer por completo y el sol brillaba en el cielo; cuando llegaron el arbusto de las bayas rojas, el reno les estaba esperando; junto a l haba una joven hembra cuyas ubres estaban llenas de leche tibia que ofrecio a los dos nios tras haberles dado un beso. Y los renos llevaron a Kay y a Gerda primero a casa de la finlandesa, donde se calentaron en la cabaa y proyectaron el viaje de vuelta, y despus a casa de la lapona, que les haba cosido trajes nuevos y les haba preparado un trineo.

Los dos renos, saltando a su lado, les acompaaron hasta el lmite del pas, donde los tallos verdes empezaban a despuntar sobre la nieve; all se despidieron de los renos y la mujer lapona.

- Adis! - se dijeron todos.

Se escuchaban ya los gorjeos de algunos pajarillos y el bosque comenzaba a reverdecer. De la espesura sali un magnfico caballo, al que Gerda reconoci de inmediato, pues era uno de los que haba tirado de la carroza de oro; estaba montado por una jovencita con un gorro encarnado en la cabeza y que empuaba una pistola en cada mano: era la hija del bandido;se haba cansado de estar en su caas y haba decidido marcharse; ira primero hacie el Norte y, si el Norte no le gustaba, continuara ms all. Reconoci en seguida a Gerda y Gerda la reconoci a ella. Se llevaron una gran alegra.

- Es absurdo lo que has hecho - dijo a Kay la hija del bandido - Me pregunto si te mereces que te vayan buscando hasta el fin del mundo.

Gerda le golpe cariosamente la mejilla y le pregunt por el prncipe y la princesa.

- Se han marchado al extranjero! - respondi la hija del bandido.

- Y la corneja? - pregunt Gerda.

- La corneja muri. La novia domesticada es ahora viuda y lleva en la pata una cinta de lana negra; gime lastimosamente ... pero todo eso son tonteras, cuntame tu historia y como conseguiste encontrarlo.

Y Gerda y Kay relataron sus aventuras.

- Y aqu acaba la historia! - dijo la hija del bandido.

Estrech la mano de los dos nios y les prometi que si algn da pasaba por su ciudad se acercara a visitarles; despus, parti con su caballo a recorrer el mundo y Kay y Gerda continuaron su camino, cogidos de la mano, en aquella deliciosa primavera ms verda y ms florida que nunca; las campanas de una iglesia repicaban a lo lejos; en seguida reconocieron las altas torres y la gran ciudad donde siempre haban vivido; se internaron por las calles y llegaron al portal de la casa de la abuela; subieron las escaleras y abrieron la puerta de la buhardilla; todo se econtraba en el mismo lugar que antes; el relojd de pared segua pronunciando su "tic, tac" que acompaaba el girar de las agujas; en el momento de franquear la puerta, se dieron cuenta de que se haban convertido en personas mayores; los rosales, sobre el canaln, florecan tras la ventana abierta y all estaban las dos sillitas; Kay y Gerda se sentaron cada uno en la suya, cogidos de la mano; haban olvidado, como si de un mal sueo se tratara, el vaco y glido esplendor del palacio de la Reina de las Nieves. La abuela estaba sentada a la luz del sol de Dios y lea en voz alta un pasaje de la Biblia: "Si no os hacis como nios, no entraris en el Reino de los Cielos".

Kay y Gerda se miraron a los ojos y comprendieron de repente el antiguo salmo:

Las rosas en el valle crece, el Nio Jess les habla y ellas al viento se mecen.

All estaban sentados los dos, ya mayores, pero nios al mismo tiempo, nios en su corazn. Era verano, un verano clido y gozoso