Relaciones. Estudios de historia y sociedad LA ... · Escribir sobre la Intervención francesa ......
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Relaciones. Estudios de historia y sociedad
ISSN: 0185-3929
El Colegio de Michoacán, A.C
México
Pani, Erika
NOVIA DE REPUBLICANOS, FRANCESES Y EMPERADORES: LA CIUDAD DE MÉXICO DURANTE
LA INTERVENCIÓN FRANCESA
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXI, núm. 84, otoño, 2000
El Colegio de Michoacán, A.C
Zamora, México
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ara la Historia Patria, 1867 representa una fecha m
ági-ca. Con el triunfo sobre las huestes invasoras, la Repú-blica m
exicana, como escribió Justo Sierra, “había con-
quistado el derecho indiscutible e indiscutido dellam
arse una nación”. 1Al ascender a la sacra trinidad
legitimadora del Estado m
exicano durante el último cuarto del siglo XIX
–Independencia, Reforma, Intervención–, el período entre 1862 y 1867
adquirió proporciones míticas. Escribir sobre la Intervención francesa
ha significado, las más veces, hacer la historia del universal levanta-
miento de la nación –con la excepción de dos o tres deleznables traido-
res– que expulsó a los franceses que profanaban con su planta el suelopatrio. Esta visión ha m
arcado no sólo las distintas versiones de la “his-toria nacional”, sino tam
bién la historiografía de enfoque más localista.
Salvo excepciones notables, 2las historias regionales de la Intervención ydel Im
perio se han centrado –y muchas veces se han lim
itado– a descri-bir los patriotas que fueron los valientes locales en su rechazo a losnefastos franceses.
No obstante, m
uchos de los historiadores que se han ocupado delIm
perio, de José María Vigil a José C. Valadés, pasando por, entre otros,
Justo Sierra y Manuel Rivera Cam
bas, han tenido que lidiar con hechosque chocan con esta im
agen de bronce, vaciada de una sola pieza, en laque el país entero se rebela en contra de la invasión francesa, o, por lom
enos, le hace el feo a los soldados de Napoleón III. A
sí, estos autorestuvieron que explicar, no sin cierta dificultad, las tum
ultuosas recep-ciones con las que se recibía a los ejércitos franceses y a la pareja im
pe-rial; las num
erosas actas de adhesión al Imperio; y la participación de
muchos liberales m
oderados en el gobierno de Maxim
iliano. Las expli-caciones ofrecidas, predecibles, no siem
pre son satisfactorias: segúnestos autores, sólo la seudoaristocracia m
exicana, extranjerizante y ri-dícula, habría participado en el jolgorio de las recepciones. Cuando ad-m
iten que el “pueblo” estaba presente, se apresuran a asegurar que supresencia no significaba que apoyara a la intervención o al im
perio: la
P* Agradezco los com
entarios y sugerencias que me han hecho los lectores y dem
ásautores de este volum
en.1Sierra, 1970, p. 428.
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¿Cómo explicar estos vaivenes? A
l centrar nuestro estudio en la ciu-dad de M
éxico, descubrimos una serie de respuestas a la Intervención,
quizá menos heroicas que las que describe la H
istoria Patria, pero mu-
cho más com
plejas, más ricas y m
ás interesantes. Como verem
os a con-tinuación, entre 1862 y 1867, en la capital de la nación se jugaron cosascuya im
portancia fue percibida como m
ás inmediata y palpable que la
nebulosa “salvación de la Patria”. Distintos grupos se turnaron en el po-
der, se apropiaron de la voz de la ciudad, y ésta asumió posiciones dis-
tintas. Sugerimos que son tres los factores que ayudan a explicar las
peculiares reacciones de la ciudad de México ante la invasión de los
ejércitos de Napoleón III.
En primer lugar, y com
o telón de fondo a la respuesta de la ciudada la guerra, está el carácter relativam
ente limitado y contenido de la
guerra en el México independiente. El desarrollo –tan difícil de apre-
hender– todavía tenue y parcial del nacionalismo dentro de la m
asa dela población, así com
o la concepción del honor militar y la solidaridad
de clase que compartían oficiales m
exicanos y franceses contribuyerona la naturaleza relativam
ente poco sangrienta y “civilizada” de las con-tiendas m
ilitares posteriores a la guerra de Independencia. 7
Por otra parte, cabe indicar que, tras el estallido de la guerra de Re-form
a en enero de 1858, el país había sido presa de una agitación cons-tante, a la que ahora se superponía una invasión extranjera. Para 1862,el lidiar con los trastornos de una guerra civil subsum
ida pero siempre
latente se había vuelto ya costumbre para los capitalinos. 8A
demás, el
alto valor simbólico de la capital de cierta m
anera protegía a “la ciudadque da nom
bre a la nación”, 9los distintos contendientes siempre inten-
taron evitar su destrucción hasta donde fuera posible. El gobierno impe-
rial fue incluso más lejos: buscó tranform
arla en una capital imperial,
cuya belleza y modernidad prom
ovieran la adhesión de los capitalinosal proyecto m
aximilianista.
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plebe estaba ahí, aclamando a los invasores y al príncipe usurpador,
porque el clero le tenía sorbido el seso, o porque, naturalmente, estos ex-
tranjeros, uniformados y em
perifollados, picaron su curiosidad. Se hadicho tam
bién que las tropas francesas arrancaron las actas de adhesiónde las poblaciones a sangre y a fuego. Por su parte, Justo Sierra afirm
óque los tim
oratos liberales moderados, a los que llam
ó “franceses men-
tales”, 3habían estado demasiado apantallados con las glorias del im
pe-rio de N
apoleón IIIpara tener fe en el eventual triunfo de la república,com
o si la tuvieron los buenos patriotas.D
e esta forma, el patrioterism
o de la historiografía tradicional sobrela “Segunda guerra de Independencia” ha echado un velo sobre todauna serie de realidades que por tener m
ás que ver con la vida cotidianade las localidades, con los conflictos y las prácticas de poder de sus éli-tes, con el teje y m
aneje de la supervivencia diaria de cada población,escapan a la lógica de la m
onumental lucha por la soberanía nacional.
Por esto, en este trabajo quisiéramos acercarnos a las vivencias de la ciu-
dad de México durante la guerra en contra de la Intervención y del Im
-perio. D
urante los años entre 1862 y 1867 oímos a la capital hablar con
voces muy distintas. H
asta finales de mayo de 1863, la ciudad se dijo
dispuesta a defenderse del ejército francés hasta el último hom
bre.Pocos días después, com
o escribió el General A
chille Bazaine de supuño y letra, recibió al ejército francés “con aclam
aciones”. 4En junio de1867, la prensa capitalina afirm
aba confiada que la guarnición imperial
no podría ser vencida por las indisciplinadas fuerzas de Porfirio Díaz. 5
El 21 del mism
o mes, la ciudad se volcaba, loca de júbilo, para recibir a
los republicanos. 6
2Para las acciones del ejército francés en Oaxaca, véase D
abbs, 1963; para Nayarit,
véase Meyer, 1984; para la Sierra de Puebla, véase M
allon, 1995; para Tlaxcala, Buve, 1998y N
elen, 1998.3Sierra, 1957, pp. 339-340.4“H
istoria de la primera división, desde su em
barque hasta el nombram
iento de sugeneral com
o comandante en jefe, el 1 de octubre de 1863”, en G
arcía, 1907, tomo XIV,
pp.268-269.5V
éase el mes de junio 1867 del diario El Pájaro Verde.
6Zamacois, 1882, tom
o XVIII, parte II, pp. 1644-1645.
7Fowler, 1996, pp. 16-21.
8Agradezco los com
entarios que me hizo, sobre este punto, el doctor Sergio Tam
ayo.9La expresión es del doctor A
ndrés Lira.
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Por otra parte, también pesó la idiosincrasia particular del gobierno
capitalino. El ayuntamiento de la ciudad representaba una autoridad
menor frente a los poderes nacionales, dedicado antes a prosaícas y ruti-
narias actividades administrativas que a grandes cuestiones políticas.
No obstante, en un m
omento de particular inestabilidad a nivel nacio-
nal, sus vínculos con la población fueron quizá más íntim
os. Como se
verá, la corporación consideró que debía responder primero a los capi-
talinos que a una nación algo indefinida. Este sentido de responsabili-dad ante la ciudadanía capitalina perm
eó el discurso del ayuntamiento
incluso cuando su autoridad no dimanaba de la elección popular, com
ofue el caso de los ayuntam
ientos del segundo semestre de 1863, y los de
1864 y 1865. Al parecer, independientem
ente de quién ocupara los car-gos edilicios, y de cóm
o hubieran llegado a ellos, el gobierno municipal
estuvo muy consciente de sus responsabilidades com
o garante, por en-cim
a de todo lo demás, de la policía urbana y del buen orden.
No estam
os afirmando aquí que durante la Intervención y el Im
pe-rio el ayuntam
iento “representara” a la ciudad en un sentido moderno.
No daba voz a los m
últiples y diversos actores, tanto individuales como
colectivos, que constituían la compleja realidad capitalina. A
lcaldes yregidores no recibían un m
andato del electorado. Representaban gruposde poder, dotados de lazos clientelares y estrategias de negociación. Suascenso al gobierno m
unicipal reflejó sobre todo los vaivienes de la pug-na entre los distintos grupos que se disputaban el dom
inio del Estadonacional. N
o obstante, como m
iembros del cuerpo m
unicipal considera-ron estar de alguna m
anera por encima del contexto político nacional.
Como se verá, este cuerpo colegiado, aunque dispuesto a hacer declara-
ciones patrióticas y a recaudar impuestos extraordinarios, no sintió que
la defensa a muerte de la independencia y soberanía de la nación fuera
la tarea prioritaria. La conservación de la ciudad y de su modus vivendi
si lo era. Por último, verem
os como, para distintos sectores de una élite
política escindida, la guerra con Francia no representaba necesariamen-
te una pavorosa amenaza a la supervivencia de M
éxico como nación in-
dependiente. Muchos fueron los que vieron en ella una oportunidad
para modificar a su favor las estructuras de poder.
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¿Cómo vivió la población de la ciudad de M
éxico los aciagos días de laguerra de Intervención? La capital, a diferencia, por ejem
plo, de la ciu-dad de Puebla, no sufrió el ataque directo de los invasores. Incluso, lasoperaciones m
ilitares que se llevaron a cabo en sus alrededores apenasfiguran en las historias m
ilitares de la Intervención. 11La suerte de la An-
gelópolis, tanto frente a los franceses como, pocos años después, frente
a los republicanos, iba a determinar la de la capital. El 17 de m
ayo de1863, a un año casi exacto de la única derrota que infligiera el ejércitom
exicano a las armas francesas, caía, tras largo sitio, la “inm
ortal Zara-goza”. Los “prim
eros soldados del mundo” em
prendieron la marcha
hacia la capital. Las autoridades capitalinas llevaban ya más de un año
–desde enero de 1862, durante los primeros días de la intervención tri-
partita– esforzándose por asegurar la resistencia y el apoyo de lapoblación en contra de la invasión. Todo parecía indicar que la ciudadde M
éxico sufriría un largo y sangriento sitio. La República, como decía
el general Anastasio Parrodi, tenía que “aprestarse para sostener en
todo evento su dignidad ultrajada, y los habitantes del Distrito Federal
no [ocuparían] el último lugar en esa gloriosa com
petencia de patrio-tism
o y pundonor”. 12
No obstante, las patrióticas proclam
as oficiales no tuvieron el efectodeseado. A
los chilangos les importó poco ocupar un lugar m
ás quem
odesto en la “gloriosa competencia” a la que aludía Parrodi. A
dife-rencia de lo que exigía el exaltado general, ni em
puñaron las armas
todos los que podían llevarlas, y menos cooperaron los dem
ás con losservicios que sus circunstancias le perm
itían prestar. 13Al contrario, la in-
sistencia con que se repetían las disposiciones exigiendo la cooperación
10La expresión es del diario imperialista La U
nión, refiriéndose al sitio de la ciudadde M
éxico. Véase “Variedades”, en El Pájaro Verde, m
ayo 13, 1867.11N
iox, 1874; Santibáñez, 1892; León Toral, 1962.12A
nastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en la base de datos“Bandos de la ciudad de M
éxico”, Instituto Mora (en adelante, BD-Bandos), vol. 103-folio
10. Agradezco a la doctora N
icole Giron el haberm
e dado acceso a este material.
13Anastasio Parrodi a los habitantes del distrito, enero 16, 1862, en BD-Bandos, vol.
103-folio 10.
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de la población en la lucha patriótica –notablemente las que concernían
al subsidio de guerra–, y la actitud algo errática del gobierno, ahoracom
placiente, ahora amenazante, sugieren que la población de la capi-
tal no se sintió lo suficientemente inspirada o am
enazada para solidari-zarse con el esfuerzo de guerra que dirigía el presidente Juárez.
De este m
odo, en abril de 1862 se decretaba la primera cuota para
subsidiar la guerra, mism
a que el 14 de junio se reducía a la mitad, ex-
ceptuándose además del pago a las “personas m
enesterosas”. 14De m
a-nera sim
ilar, en diciembre del m
ismo año, seis días después de decre-
tarse un segundo subsidio, Ignacio Comonfort, general en jefe del
Ejército del Centro, consciente quizá de que se estaba exigiendo a la po-blación un sacrificio que no estaba dispuesta a hacer, ofrecía hacer “m
ásfácil y m
enos gravosa” la exhibición de la cuota: los contribuyentes po-drían cubrirla por m
itades, y enterar la tercera parte “en armas de m
u-nición, en vestuario para el ejército, en tabaco labrado, en hierro, encobre, en plom
o, en pólvora en cápsula o en azufre y salitre, en satisfac-ción del Cuartel-M
aestre del ejército”. 15El día 15 del mism
o mes, en un
esfuerzo por “allanar los inconvenientes” de la recaudación, y procu-rando hacer que el subsidio fuera “m
ás proporcional y equitativo”, elgeneral decretaba que una junta revisara las cuotas im
puestas. Esta jun-ta estaría conform
ada por representantes tanto del Estado como de los
contribuyentes: dos empleados, un regidor, un propietario y un com
er-ciante. 16
Sin embargo, ni el involucrar a los afectados en la revisión de las
cuotas, ni las facilidades de pago que se les ofrecieron hicieron que el co-bro del subsidio fuera lo suficientem
ente eficiente. Por esto, en marzo
de 1863, el gobernador del Distrito anunciaba que, habiéndose cum
pli-do la prórroga concedida, y agotados “cuantos m
edios [eran] compati-
bles para obtener el cumplim
iento de la ley, guardando a los causanteslas prudentes consideraciones”, no tenía m
ás remedio que condenar a
todos los causantes varones menores de sesenta años que no cum
plie-ran con sus pagos a los tres días de publicado el decreto a servir en elejército por seis m
eses. 17Ysi fue lenta y difícil la recolección de fondos
para sufragar los gastos del Ejército del Centro –único cuerpo que, apartir de m
ayo de 1862, defendía a la capital de los invasores–, el reclu-tam
iento de hombres dispuestos a sacrificarse en el altar de la patria lo
fue aún más. A
nte la apatía de la población, el poder público se vioobligado a enganchar al que pudiera: en febrero de 1863, por decreto delgobernador, quedaron obligados a prestar el servicio de las arm
as todoslos varones que no tuvieran “m
enos de dieciocho ni más de sesenta”.
Aquellos que no pudieran entrar al servicio activo tendrían que sufra-
gar los gastos de estas “fuerzas populares”. 18
En estas circunstancias, no debe sorprender que, ante la inminente
llegada de los franceses, el gobierno de Benito Juárez, desesperado,recurriera a la leva descarada. El lunes 25 de m
ayo, comisiones m
ilitaresy de policía recogieron a nueve m
il hombres –según testim
onio delM
onitor republicano– de las calles de la ciudad. Nunca, com
entaría sar-donicam
ente un periódico conservador,
la igualdad republicana se [había ostentado] tan esplendorosamente,
[codeándose y encogiéndose] bajo la amenazante vara del cabo, artesanos,
obreros, criados domésticos, indígenas vendedores de pollos y carbón, cole-
giales imberbes, propietarios, cargadores, aguadores, panaderos, sacerdo-
tes, regidores, generales, jefes de policía y hasta diputados. 19
Sin el apoyo pecunario y militar de los estados, falto de recursos
para armar a esta fuerza recién levantada y poco confiable, el presiden-
te Juárez optó por no “llevar hasta lo último el pensam
iento de defen-14José M
aría González M
endoza a los habitantes del distrito, junio 14, 1862, en BD-Bandos, vol. 56-folio 10. Toda persona que pagara cuatro pesos o m
enos de renta queda-ba exceptuada del pago del subsidio.
15Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciem
bre 6, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 207.
16Ignacio Comonfort a los habitantes del distrito, diciem
bre 15, 1862, en BD-Bandos,vol. 56-folio 214.
17Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, m
arzo 6, 1863, en BD-Bandos, vol. 57-folio 39.
18Ponciano Arriaga a los habitantes del distrito, febrero 7, 1863, en BD-Bandos, vol.
57-folio 60.19“U
ltimos sucesos en M
éxico,” en La Sociedad, junio 27, 1863.
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der la capital”. 20Cargó con los archivos y evacuó la ciudad el 31 dem
ayo de 1863. Según Niceto de Zam
acois, historiador partidario del Im-
perio, al día siguiente, no quedaba en la capital un solo soldado repu-blicano. 21
¿Por qué esta aparente impasibilidad, esta indiferencia de la ciudad
de México ante “la m
ás injusta invasión que [registraban] los anales delm
undo”?22La pachorra de los habitantes de la capital sorprende aún
más si se considera la severidad de la ley para castigar los delitos en
contra de la independencia y seguridad de la nación, publicada el 2 defebrero de 1863: tan solo el esparcir “noticias falsas, alarm
antes o que[debilitaran] el entusiasm
o público” debía castigarse con ocho años depresidio. 23¿Por qué entonces perm
anecían impávidos los capitalinos?
¿No tem
ían “el oprobio de la conquista”?24¿Q
ué estaba pasando? Porun lado, com
o ya se ha mencionado y com
o se verá más tarde, para cier-
tos sectores de la clase política, la defensa de la Patria no significaba sos-tener al gobierno de Juárez, ni a la Constitución de 1857 y m
enos a lasleyes de Reform
a. En 1863, la identificación de la causa nacional con larepublicana no se hacía de m
anera automática. Por el otro, parecería
que la “guerra sangrienta”, la “terrible crisis” en la que se ahogaba elM
éxico independiente fue percibida, al ras del suelo, como m
enos peli-grosa de lo que la pintaban los funcionarios republicanos.
Como ya se ha m
encionado, la capital prácticamente no sufrió en
carne propia los horrores de la guerra. Tras la salida del gobierno deJuárez fue ocupada pacíficam
ente, unos días después, por las tropasfrancesas. La transición del poder republicano al intervencionista se dio
dentro de un “orden [...] inalterable”. 25La ciudad cambió de gobierno, e
incluso prácticamente de carácter, sin que su población se inm
utara mu-
cho. Así, durante los días que precedieron a la entrada del ejército inter-
ventor, México revivió el am
biente empapado de religiosidad que reina-
ba en la ciudad antes del triunfo del partido de la Reforma: las iglesias
hicieron “antiguo uso de sus campanas” y los sacerdotes se pasearon
por las calles en traje talar. Pero ni esto, ni aún los esfuerzos de los ma-
yordomos de los antiguos conventos para desalojar a los nuevos habi-
tantes de estos edificios causaron mayor barullo. 26La urbe que según el
ayuntamiento de 1863 había sido “el corazón que [había] dado la vida,
la animación y los recursos” a la lucha en contra de Francia, 27esperaba
a los invasores sumida “en un profundo silencio”, 28para después, según
testimonios franceses, recibir a los soldados de M
agenta y Solferino conarcos de triunfo, flores y “un entusiasm
o cercano al delirio”. 29
Los franceses ocuparon la capital durante más de tres años. La res-
puesta de la población a la presencia de soldados extranjeros fue com-
pleja. Por un lado, los capitalinos resintieron el tener que alojarlos ensus casas –a razón de un cuarto por cada señor teniente y subteniente,dos para los capitanes y tres para los jefes superiores–. 30El problem
a delos alojam
ientos se convertiría en la pesadilla recurrente del ayunta-m
iento de la capital imperial. A
quellos ciudadanos que recibieron a
20Todavía el 28 de mayo, El Siglo X
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aba que tanto Juárez como el general
Garza perm
anecían firmes en su decisión de defender la capital. “N
oticias nacionales”,en El Siglo X
IX, mayo 28, 1863
21Zamacois, 1882, tom
o XVI, p. 499.
22La expresión es del ayuntamiento, “El Ayuntam
iento de México a sus conciuda-
danos,” enero 24, 1863, en Archivo H
istórico de la Ciudad de México (en adelante A
HCM),
vol.2269, exp.13.23En BD-Bandos, vol. 55-folio 10.24La expresión es de Ponciano A
rriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en
BD-Bandos, vol. 241-folio 21.
25Según el destacado liberal moderado M
ariano Riva Palacio, testigo ocular de loshechos. D
iario, mayo 31-junio 8, 1863, en N
ettie Lee Benson Austin, Latin A
merican
Library, Universidad de Texas (en adelante, Benson, U
T-Austin), M
ariano Riva PalacioPapers, #7561.
26Diario, m
ayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-A
ustin, Mariano Riva Palacio Papers,
#7561.27“El Ayuntamiento de M
éxico a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en AH
CM, vol.2269, exp. 13.
28Diario, m
ayo 31-junio 8, 1863, en Benson, UT-A
ustin, Mariano Riva Palacio Papers,
#7561.29Carta de Élie Forey al Ministro de G
uerra, junio 10, 1863. El comandante añade,
“con el corazón todo emocionado” que “los soldados de Francia habían sido literalm
enteaplastados por las coronas y los ram
os de flores”. Citado en Niox, 1874, p. 288. V
éasetam
bién Lecaillon, 1994, pp. 69-72.30D
ecreto de junio 15, 1863, en Rhi Sausi, 1996.
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franceses en sus casas acudían constantemente a las autoridades m
uni-cipales para que se les indem
inazara de los perjuicios que habían sufri-do sus propiedades durante la ocupación. 31En octubre de 1863, sólocuatro m
eses después de la tan vitoreada entrada del ejército interven-tor, el ayuntam
iento, abrumado, reclam
aba “una ley, para sujetarse aella, sin m
ás consideración que su resultado”, para poder dar solucióna “m
ás de ciento y tantas reclamaciones”. 32
Consecuentemente, para hacer m
enos amargo el trago de los aloja-
mientos, se pagaba pensión com
pleta a las familias que daban techo a
los franceses. Para este objeto, la oficina del ocho al millar adm
inistrabaveinte m
il pesos al mes. Pero esto no solucionaba el problem
a. En di-ciem
bre de 1866, los regidores y el alcalde municipal, Ignacio Trigueros
deploraban el papel que desempeñaba en este asunto la corporación.
Consideraban que esta tarea les era “muy perjudicial,” pues era “hum
a-nam
ente [...] imposible proporcionar tan enorm
e cantidad cuando hastalas casas de caridad [estaban] desatendidas” y porque “bajo el punto devista político sería inconveniente y poco procedente obligar hoy a losvecinos a dar alojam
iento” al ejército francés, cuando éste gozaba “detan pocas sim
patías”. 33
Es obvio entonces que a los capitalinos les disgustaba tener a losfranceses m
etidos en la casa, y tener, además, que costearles la estancia.
Así, según el soldado austriaco Ernst Pitner, los franceses eran odiados
en la ciudad “como el m
ismo dem
onio”. 34Incluso, en noviembre de
1866, el mariscal Bazaine ordenó se cerrara un teatro am
bulante que sehabía instalado en la Plaza de A
rmas, pues el público gritaba “¡m
uera!”cuando se presentaba la im
agen de Napoleón III. 35Sin em
bargo, las rela-ciones –o por lo m
enos las públicas– entre el ejército intervencionista yla población de la capital m
ejorarían progresivamente. Para congraciar-
se con la ciudadanía, los franceses ordenaron que las bandas de música
militar tocaran en la A
lameda, en el Zócalo y en otros paseos públicos
tres veces por la semana. A
estos conciertos asistían, según el príncipeCarl K
evenhuller, “todas las mujeres elegantes” de la ciudad, 36reunién-
dose ahí, a decir del chismoso de José Luis Blasio, joven secretario pri-
vado del emperador, con los oficiales franceses, hom
bres “como todas
las gentes de su raza, alegres, decidores, galantes y muy atentos con las
damas y señoritas”. A
sí, entre músicas m
ilitares y galanteos, parecía rei-nar en la ciudad ocupada por los franceses “la m
ás completa alegría”. 37
Parecería inclusive que para la élite capitalina, independientemente
de sus inclinaciones políticas, la fraternización con los oficiales –hijos dela culta Francia, y güeros para rem
atar– era prácticamente obligatoria.
Manuel Rom
ero de Terreros, marqués de San Francisco y ardiente repu-
blicano, había abandonado el país a la llegada de las fuerzas interven-cionistas para, entre otras cosas, evitarse “los com
promisos y em
barazosque se ocasionarían a un padre de fam
ilia, admitiendo o rehusando las
relaciones con la oficialidad francesa”. 38Muy sonado fue el caso de dos
señoritas bien que prácticamente se desgreñaron en plena A
lameda por
el amor de uno de los invasores, haciendo el agosto de La O
rquesta, quedescribió carcajeada com
o “dos señoras/ se transformaron en buitres/
siendo palomas”, rodando por el suelo flores y postizos y quedando
“vueltas arriba/ llevadas al acaso/ las crinolinas”. 39La aguda pluma de
Guillerm
o Prieto haría trizas lo que veía como el absurdo m
alinchismo
de aquellos padres que se dedicaron a alcahuetear para que sus hijas secasaran con un oficial francés
31Véase A
HCM, vol. 2271, exps. 128, 129, 130, 132, 134.
32De Carlos Robles al prefecto m
unicipal, octubre 30, 1863, en AH
CM, vol. 2271, exp.128.
33Del A
lcalde Municipal al prefecto, diciem
bre 9, 1866, en AH
CM, vol. 2271, exp. 142.Lo referente a la poca popularidad de los franceses aparece tachado en el docum
ento.34Pitner, 1993, p. 45.35Santibáñez, 1892, vol. I, p. 450.
36Ham
man, 1989, p. 166.
37Blasio, 1956, p. 113.38Carta de José Ignacio Palom
o y Montúfar a M
anuel Romero de Terreros, M
éxico,m
ayo 27, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 71.
39Cartas de Mariano Riva Palacio y José Ignacio Palom
o a Manuel Rom
ero de Terre-ros, M
éxico, julio 23, julio 26 y agosto 10, 1865, en Romero de Terreros, 1926, p. 79-81. “El
diablo en la Alam
eda”, en La Orquesta, julio 22, 1865.
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Ya vino el güerito, me alegro infinito,
¡Ay hija! ¡qué gusto que vino el francés!Ya el francés m
anda en la casa Y
le quitan los sombreros;
¡Cosas de los extranjeros!D
icen cuando se propasa,Com
e el güerito sin tasa,Y
cuando piensan que yerra,Exclam
an: ¡Si por su tierraSon las cosas al revés![...] Ya vino el güerito, m
e alegro infinito,¡Ay hija! te pido por yerno un francés. 40
En este aspecto, cabe destacar la manera en que las divertidas esto-
cadas de la prensa satírica en contra de los aliados e imitadores de la
“culta Francia” alimentaron y dieron form
a a un imaginario nacionalis-
ta todavía embriónico. 41La O
rquesta, por ejemplo, se dedicó a pegarle en
donde más dolía a los m
achos mexicanos que cedían ante las tenta-
ciones del savoir faireparisino. Esta publicación se burlaría en repetidasocasiones de “ciertos m
aniquís” que consideraban que “en México todo
es malo” y que “por desgracia nacieron/ N
o en otra parte que aquí”. 42
Estos elegantes hacían el ridículo “[parlando] il idioma/ de Lam
artin”,y usando “cascarilla/ para su rostro em
blanquecer”. 43Al “lechugino”
vestido de frac –”bicho-manso/ que del m
ono tiene mucho/ es nieto del
aguilucho/ y primo herm
ano del ganso”–44La O
rquestacontraponía al
mexicano auténtico, barbado, sin com
plejos, vestido con traje popular–”som
brerote” y “calzoneras/ de plateados broches”–, que comía “pene-
ques/ y ricos frijoles/ y un pulque curado/ que al verlo se antoje”, y vi-
vía “a sus anchas”, sin “ficciones”. 45Para el periódico de ConstantinoEscalante, los afrancesados no sólo eran grotescos; los hom
bres de lacorte parecen dam
as [...]cam
inan por la Alam
edam
uy tiesos y derechitoscon los cabellos rizadosy los bigotes torcidosU
san grandes levitonesy si el cuerpo tienen chicoparece que llevan enaguasA
nda que esto es primoroso
encantador, divertido. 46
Así, pobre de aquel que por darse un barniz de civilización desdeñaba
“lo mexicano” y caía en las garras de La O
rquesta. No sólo era un m
alpatriota; perdía incluso su virilidad; convirtiéndose, según la lapidariaexpresión de “Fidel”, en un “m
ari-macho [...] Flor de París”. 47
De esta form
a, hasta los últimos días del Im
perio, la ciudad de Mé-
xico siguió viviendo dentro de este ambiente de inalterada cotidianidad
y tensiones subsumidas; de hostilidades latentes y ataques sordos entre
grupos políticos, disfrazados de ironía caricaturesca. La ciudad perma-
neció además de cierta m
anera aislada del acontecer nacional. Apesar
de haber presenciado el abandono de las tropas francesas, el recrudeci-m
iento de la guerra y la salida de Maxim
iliano para ponerse al frentedel ejército im
perial, la “opinión pública” que expresaban lo diarios ca-pitalinos –todos im
perialistas para 1866– se decía despreocupada. Du-
rante el último em
puje del ejército republicano triunfante, la capital su-frió un sitio de sesenta días. 48Carecía de trigo, de carne y de carbón. A
40En Mateos, 1972, pp. 159-160. N
o obstante, los comentarios de Palom
o y Riva Pa-lacio deben m
atizar la visión de Prieto.41V
éase Díaz y de O
vando, 1998. Agradezco, sobre este punto, los com
entarios quem
e hizo el doctor Pablo Piccato.42“Chicotazos en general”, en La O
rquesta, septiembre 20, 1865.
43“Actualidades. U
no de tantos”; “Autos de fe”, en La O
rquesta, septiembre 9, junio
23, 1865.44“¡A
bajo el frac!”, en La Orquesta, julio 29, 1865.
45“El aspirantismo”, en La O
rquesta, junio 28, 1865.46“Cosas de La O
rquesta (Carta de una lugareña)”, en La Orquesta, m
ayo 6, 1865.47“A
ctualidades. Uno de tantos”, en La O
rquesta, septiembre 9, 1865.
48No obstante, en su H
istoria militar. La intervención francesa en M
éxico, Jesús de LeónToral afirm
a que Díaz nunca estableció “sitio form
al”. León Toral, 1962, p. 288.
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partir de abril de 1867, tras la caída de Puebla en manos de Porfirio
Díaz, se oían a diario disparos y cañonazos, y soldados republicanos
merodeaban por el rum
bo de las garitas y lanzaban granadas. Las co-m
unicaciones con el interior eran practicamente inexistentes, al grado
que los citadinos no se enteraron de la catastrófica derrota del ejércitoim
perial en Querétaro y de la captura y juicio del em
perador y sus ge-nerales.
Así, la ciudad seguía su vida: las señoras elegantes seguían acudien-
do al “Puerto de Veracruz”, donde las mercancías eran vendidas “a pre-
cios fijos, sistema que [inspiraba] m
ás la confianza del comprador”, y
compraban en Christoffle cubiertos de la m
isma m
arca que los de la em-
peratriz. El Gran Circo Ciriani presentaba sus funciones y la alberca de
Chapultepec aseguraba a sus clientes que, por lo que tocaba a la seguri-dad del cam
ino, no se había tenido “novedad alguna” de las personasque frecuentaban los baños, tanto a caballo com
o en carruaje. 49Las gra-nadas y proyectiles lanzados por el enem
igo, gracias a su “mala punte-
ría” no lograban sino “desencajar algunas piedras”. 50
Las medidas del gobierno m
unicipal para asegurar el abasto de efec-tos de prim
era necesidad, 51aunque no totalmente eficientes, lo fueron lo
suficiente para que el periodista Anselm
o de la Portilla, de paseo domi-
nical en una Alam
eda atiborrada de gente, donde se escuchaban airesde Bellini, Rossini, D
onizetti y Verdi, escribiera que lo único que echabade m
enos de los días anteriores al sitio eran “los expendedores de biz-cochos que no asediaban com
o antes”... aunque si se vendían gordas dem
aíz, aunque a un precio “bastante caro”. 52Según el diario conservadorEl Pájaro Verde, “las calles, los tem
plos y los paseos se [veían] llenos degente que [parecía] que [iba] de fiesta y que [venía] de fiesta, y que asíse preocupaba de la guerra en que se [hallaba] la ciudad com
o de la gue-rra de China”. 53A
tono con este ambiente de inconsciencia com
partida,
la prensa imperialista inventaría gloriosos triunfos para su ejército –a
punto de sucumbir en Q
uerétaro–. Todavía el 20 de junio, estos diariosanunciaban entusiastas el regreso inm
inente del emperador para liberar
a la asediada capital. 54Maxim
iliano había muerto fusilado el día anterior.
De esta m
anera, la ciudad de México vivió la guerra de Intervención
francesa más com
o espectadora que como participante activa. Las dos
sucesivas ocupaciones –primero por las tropas intervencionistas en ju-
nio de 1863, después por las republicanas de Porfirio Díaz en junio de
1867– se hicieron de manera pacífica. D
entro de la lógica del militar pro-
fesional decimonónico, la estrategía se definía con objetivos específicos
en mente, tom
ando en cuenta siempre la relación costo-beneficio de la
acción militar. La tom
a violenta de una ciudad, los sitios extenuantes,los com
bates calle por calle y casa por casa rara vez costeaban. Adem
ásel contexto geográfico y la extensión del valle de M
éxico no favorecíana los sitiadores, haciendo que los sitios de la ciudad fueran relativa-m
ente poco efectivos. 55
Por todo esto, los actores que se disputaron la ciudad de México en
la década de 1860 prefirieron ceder ante el enemigo y salir del escenario
antes que arriesgar la integridad de la capital. De ahí quizá la falta de
urgencia, la sorprendente indiferencia con que los citadinos vivieron lainvasión. Por otra parte, una vez ocupada la ciudad, los triunfadoresdesplegarían una serie de estrategias –el restablecim
iento del orden ydel abasto regular, el reparto de bienes de prim
era necesidad como el
pan y el carbón, posteriormente la am
nistía de antiguos opositores–para asegurar la pacificación de la ciudad y la solidaridad de sus habi-tantes con el nuevo estado de cosas. 56N
o obstante, el gobierno imperial
pondría en marcha tácticas m
ás complejas y sofisticadas: intentaría
transformar a la ciudad de M
éxico en uno de los argumentos m
ás con-vincentes en su batalla –m
ilitar sin duda, pero sobre todo política y si-cológica– por las m
entes y los corazones de los mexicanos.
49Véase El Pájaro Verde, abril 1867.
50“Crónica. La capital y el enemigo;” “Crónica. El tem
plo de Santa Ana,” en El Pájaro
Verde, abril 24, 1867; abril 30, 1867.51V
éase AH
CM, vol. 2270, exps. 118,119, 120, 121, y Trigueros, 1868.52Citado en Zam
acois, 1882, vol. XVIII, parte II, pp. 1608-1609.
53“Crónica. Situación de la capital”, en El Pájaro Verde, mayo 7, 1867.
54“Crónica. La capital y el enemigo”; en El Pájaro Verde, junio 20, 1867
55Agradezco los com
entarios que me hizo, sobre este punto, el doctor A
riel Rodrí-guez K
uri.56
Véase, por ejem
plo, el “Manifiesto del Sr. G
ral. Forey a la nación mexicana”,
México, junio 12, 1863, en Colección com
pleta..., 1863, pp. 17-20.
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Como ha dem
ostrado el precioso trabajo de Esther Acevedo, el em
pera-dor y sus allegados intentaron utilizar la producción artística para “co-m
unicar la grandeza de la monarquía”, y crear lazos de afecto y lealtad
entre la población mexicana y el régim
en imperial. 57A
sí como los fran-
ceses habían tratado seducir a los capitalinos por medio de m
úsicasm
arciales, el gobierno imperial, a través de la m
odernización urbanísti-ca, de la producción arquitectónica y plástica, y del arte efím
ero de unasfiestas en las que “nunca [...] se había celebrado [...] con pom
pa tan ra-zonada”, 58procuraría por un lado inventar un pasado glorioso y nacio-nalista para el Im
perio mexicano, y por el otro identificar al régim
en conla civilización, la m
odernidad y el progreso. 59La ciudad de México ocu-
paría un lugar central dentro de este proyecto. Maxim
iliano, muy adep-
to a proyectar edificios, monum
entos y jardines, pretendía que su trans-form
ación en ciudad imperial llenara a los m
exicanos de admiración, de
entusiasmo patriótico y de confianza en su gobernante.
De esta form
a, como escribe Esther A
cevedo, el emperador propuso
transformar a la capital en “una ciudad m
oderna articulada por ejes queabrieran paso al progreso”. Se trataba de conform
ar una retícula “cohe-rente”, de uniform
ar estilos, de construir monum
entos, de despejarespacios. 60En el Zócalo, por ejem
plo, se erigiría el monum
ento a la Inde-pendencia, se construirían jardines –derrum
bando las casas del arzobis-pado– y dos grandes fuentes “estilo San Pedro en Rom
a”. Se ampliaría
la calle de Plateros, y se abriría otra –la actual avenida 20 de noviembre,
entonces proyectada como “Paseo de la Em
peratriz”– para facilitar elacceso a la plaza y el flujo de los coches. Para aislar a la Catedral, dán-
dole mayor dignidad, se dem
olerían el Sagrario, el Seminario y la Bi-
blioteca, 61considerados quizá por el joven príncipe como pegotes ba-
rrocos, legados de una época que él mism
o describió como una “noche
artificial de tres siglos”. 62Por fortuna, el régimen im
perial no tuvo ni eltiem
po ni los recursos para llevar a cabo tanta demolición.
Quizá lo único que quedaría de los elaboradísim
os proyectos urba-nísticos del Im
perio fue el Paseo de la Reforma, entonces conocido com
oPaseo del Em
perador, cuya construcción se inició en 1864, para unir elcentro de la ciudad con Chapultepec, pues su alcázar era la residenciapredilecta de M
aximiliano y Carlota. D
icho paseo sería el eje que diri-giría y ordenaría la futura expansión de la ciudad, convirtiéndose en suavenida principal. 63El Paseo del Em
perador imitaba los grandes bule-
vares haussmanianos de París, ciudad-m
odelo por excelencia en estaépoca. Com
o los faubourgsparisinos, se pretendía que la amplia calzada
reflejara orden, eficiencia, opulencia, y dignidad; “modernidad”, en fin,
tal y como la definía una élite “ilustrada”. 64Para asegurar esto, un regla-
mento prohibía el paso por el Paseo de “carros”, así com
o el tránsito de“reuniones de m
úsica, entierros y procesiones”. 65Am
paro Góm
ez Te-pexicuapan arguye que con esto se pretendía que la calzada fuera deluso exclusivo de los em
peradores. No obstante, nosotros sugerim
os quese trataba, no de prohibir a los citadinos el tránsito por la novísim
a ave-nida, sino m
ás bien de impedir que los paseos por ésta, que debían ser
modelo de orden y urbanidad, degenerasen en reuniones ruidosas y
carnavalescas.D
e esta forma, el Im
perio, como todo régim
en que se quiere “mo-
derno”, busco apropiarse y ordenar los espacios públicos urbanos. Paraesto, los ayuntam
ientos imperiales tenían com
o atribución el “atenderobras de conservación, aseo, ornato y salubridad públicas”. D
ebían ase-gurar la “conservación de m
onumentos y edificios públicos, paseos, ár-
57Acevedo, 1995, p. 35.
58Circular de José Fernando Ramírez, m
inistro de relaciones exteriores, al cuerpo di-plom
ático, septiembre de 1865, en W
eckmann, 1989, p. 125.
59Acevedo, 1995. V
éase sobre todo “La construcción de la historia imperial: los
héroes mexicanos”, pp. 115-132, y, para una descripción detallada del proyecto urbano,
“Así vivían”, pp. 133-152. Para las fiestas, véase Pani, 1995. A
gradezco los comentarios
que me hizo, sobre este punto, la doctora A
lejandra Moreno Toscano.
60Acevedo, 1995, p. 150.
61Acevedo, 1995, pp. 138-139.
62Discurso inaugural de M
aximiliano en la A
cademia Im
perial de Ciencia y Litera-tura, en El D
iario del Imperio, 7 de julio de 1865.
63Jiménez, 1994; G
ómez Tepexicuapan, 1994.
64Véase Rom
ero, 1984, p. 224-249.65Reglam
ento, octubre 13, 1866, citado en Góm
ez Tepexicuapan, 1994, pp. 36-37.
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boles, alumbrado, em
pedrados, [y el] alineamiento de calles y plazas”.
Tampoco podían dar licencia de obra “sino después de exam
inar el dise-ño de los frontspicios, con el objeto de evitar la deform
idad de las facha-das”; y tenían que velar por la “corrección” de los rótulos de los estable-cim
ientos comerciales y de los epitafios en los cem
enterios. 66
Los ayuntamientos im
periales debían erigirse en policías del buengusto, la ortografía de la señalización y la “corrección” del paisaje urba-no pues, com
o ya se ha apuntado, se pretendía que el vigor y prestigiodel régim
en se reflejaran en sus ciudades, y sobre todo en la capital im-
perial. No obstante, aquí llam
a la atención que los proyectos de los go-biernos im
perial y municipal para esta urbe, aunque seguían la m
isma
linea “ilustrada” de apropiación y forzosa armonización y adecuación
estética, no eran necesariamente com
plementarios. M
ientras que el pri-m
ero intentaba –de los Paseos del Emperador y la Em
peratriz a los mo-
numentos históricos– asociar al Im
perio y al Emperador con las glorias
del pasado y las promesas del futuro, el segundo se esforzaba por crear
un imaginario patriótico propiam
ente capitalino, y en algunos casos in-cluso contradictorio de la propuesta im
perial. A
sí, para la recepción de la pareja imperial, se pretendió expresar,
“en un lenguaje mudo” –a través de cuarenta estatuas que bordearían el
paso desde la garita del Calvario–, la historia de México com
o naciónconsolidada desde el D
escubrimiento, fuertem
ente ligada a España y aO
ccidente, protagonista notable en el mundo de las ciencias y de las
artes. El soberbio desenlace de esta gloriosa aunque agitada historiaeran la Intervención y el Im
perio, representados por arcos de triunfo de-dicados a M
aximiliano y Carlota. Entre los personajes históricos repre-
sentados estaban Colón y Grijalva, los Reyes Católicos, Cortés, Carlos V,
Moctezum
a y Cuauhtémoc (G
uatimotzin), Zum
arraga y Las Casas,H
umboldt, A
lamán y Clavijero, Tres G
uerras, Revillagijedo y O’D
onojú,H
idalgo, Morelos, Iturbide y Bravo, Xicotencatl, “dos víctim
as de la de-m
agogia”, y Forey, Dubois de Saligny y los em
peradores franceses. 67
Por su parte, Manuel Soriano, regidor encargado de los paseos, tam
-bién consideraba im
prescindible asociar a los espacios públicos la me-
moria de los heroes de “nuestra historia nacional”. A
l cambiar los nom
-bres de las puertas de la A
lameda –conocidas por los rum
bos hacía loscuales se abrían: M
ariscala, San Francisco, San Juan, San Hipólito, H
os-picio y Corpus Christi–, don M
anuel, además de secularizar la nom
en-clatura, quizo “perpetuar la m
emoria de algunos personajes ilustres que
han legado a la posteridad bienes de gran cuantía”. En realidad, setrataba en su m
ayoría de personas relacionadas con la ciudad o, más di-
rectamente, con el ayuntam
iento: el filántropo Fagoaga, Sigüenza–”individuo de la m
unicipalidad que [...] salvó su precioso archivo”–, elarquitecto y escultor Tolsá, y G
uereña –que introdujo en México la va-
cuna en contra de la viruela, mism
a que era administrada por el gobier-
no municipal. Los nom
bres que dio a las fuentes del popular paseo sonrealm
ente sorprendentes; entre los ocho estanques están el de Zaragoza,el del 5 de M
ayo, el de Negrete –¿general conservador pero enem
igoacérrim
o de la Intervención?– y el último “de D
ias”. 68
Mediante el ordenam
iento de la ciudad, las autoridades no sólo am-
bicionaban transformar a los espacios públicos en recordatorios peren-
nes de Historia Patria, o asegurar que en ellos reinara “el ornato y la
limpieza”. 69Se trataba paralelam
ente de controlar a la población –y enespecial a las “clases peligrosas”–, de prom
over ciertos comportam
ien-tos y sociabilidades, de desterrar aquellos que provocaban “escándalo”y repugnaban “a la vista y a la decencia”. A
sí, el regidor Soriano explica-ba el por qué había enviado cerrar la zanja que estaba frente a la oficinadel periódico francés Le Trait d’U
nion:
Era costumbre antigua que a un lado del paseo [...] se reunieran varias m
u-jeres con el objeto de lavar su ropa con el agua de la zanja, sucediendo confrecuencia que m
uchas se desnudaban completam
ente, acción poco hones-
66Capítulo IV. Sección primera. Ayuntam
ientos, en Colección de leyes..., 1865, vol. II,pp. 30-39.
67Proyecto, febrero 17, 1864, en AH
CM, Actas de cabildo, vol. 187A
.
68Paseos. Mem
oria presentada a S.S. el Sr. Alcalde M
unicipal, en AH
CM, vol. 2314, exp.15. Para econom
izar, no se cambiaría el nom
bre de la puerta de la Mariscala, pues ya
tenía “su placa puesta”.69Paseos. M
emoria presentada a S.S. el Sr. A
lcalde Municipal, en A
HCM, vol. 2314,
exp. 15.
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ta y decorosa en un paseo tan concurrido; las mandé quitar y les prohibí en-
teramente que en lo sucesivo se reunieran ahí con tal objeto. 70
Por razones similares, Ignacio Trigueros, alcalde de la capital, justi-
ficaba el haber invertido fondos del raquítico tesoro municipal para
transformar al Zócalo en un jardín, con “sesenta y cuatro sofás de fier-
ro, cuatro fuentes y [...] plantas aromáticas y de num
erosas especies”. 71
Los paseos públicos, insistía el alcalde, no eran “un objeto de mero lujo
y ostentación en una populosa capital”. 72Bien al contrario, se trataba deobras que prom
ovían la “civilización y cultura” de aquellos sectores dela población que todavía podían salvarse:
Compuesta la población en su m
ayor parte de la clase media, que no puede
disfrutar de una habitación amplia y ventilada, necesita que se le propor-
cione un lugar céntrico donde pueda espaciarse, respirar el aire libre y es-trechar sus relaciones sociales con otras fam
ilias. 73
La creación de areas verdes se convertía entonces en un arma pode-
rosa en la lucha en contra de la insalubridad, el arcaismo, la barbarie y
la degeneración social. Los jacalones de mala m
uerte donde se jugaba ala baraja; las zanjas donde lavaban m
ujeres desvergonzadas; los “tirade-ros de perros envenenados”; los “m
olestos y poco decorosos” puestosam
bulantes de vendimia; los lugares yerm
os que proporcionaban “unasilo frecuente a la m
ás vergonsoza prostitución”74eran rem
plazadospor verdes prados que servían “de m
edio higiénico a las poblacionesdescom
poniendo el ácido carbónico del aire”. Estos jardines, además de
llenar este “objeto físico” representaban también “un m
edio higiénicom
oral para los habitantes”:
pues embelleciendo estos sitios los atrae y éstos encuentran en ellos una
distracción en los negocios que fatigan su imaginación [...] es un positivo
descanso o tregua para el espíritu pues éste como el cuerpo se enferm
a deltrabajo y con estos higiénicos intervalos recupera sus fuerzas y se preparaa nuevas fatigas. A
demás, en estos sitios se reunen las fam
ilias, se estrechanlos lazos de sociedad y los niños corriendo y jugando se desarrollan y ro-bustecen. 75
Habría que preguntarse si estos ingenieros sociales que con tanto es-
mero intentaban curar las llagas del pueblo de la capital, encontraron
suficientes familias nucleares, laboriosas y cuando pobres, decentes, en
fin: “burguesas”, para poblar los enjardinados y perfumados escenarios
que crearon para ellas.
PA
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UN
ACIU
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Sin embargo, aún considerando la naturaleza particular de la guerra de-
cimonónica, y las esfuerzos de los gobiernos im
perial y municipal por
transformar a la ciudad de M
éxico en una ciudad ideal, sorprende alobservador de fines del siglo XX
la indiferencia de la población capitali-na ante el peligro de ver desaparecer a su nación. Com
o se ha apunta-do, es difícil rastrear las actitudes “nacionalistas” del m
exicano común
y corriente en la década de 1860. Florencia Mallon, en un texto m
uy pro-positivo pero que no term
ina de convencer, habla del “nacionalismo” de
los pueblos de la sierra de Puebla, que lucharon con constancia y fierezaen contra de los invasores. 76¿Por qué los zacapoaxtlas y los xochiapul-quenses sí se lanzaron a la lucha nacionalista, y los capitalinos no? Lospueblos de la sierra, arguye M
allon, defendían, en contra de franceses yconservadores, un “proyecto de nación” liberal y popular que veníanforjando desde la revolución de Ayutla. N
osotros proponemos que,
como los zacapoaxtlas, distintos sectores de la población de la ciudad de
70Paseos. Mem
oria presentada a S.S. el Sr. Alcalde M
unicipal, en AH
CM, vol. 2314,exp. 15.
71Trigueros, 1866, p. 50. Para una biografía de este interesante personaje, véase Ber-m
údez, 1995.72Trigueros, 1866, p. 47.73Trigueros, 1868, p. 19.74Paseos. M
emoria presentada a S.S. el Sr. A
lcalde Municipal, en A
HCM, vol. 2314,
exp. 15. Trigueros, 1868, p. 20.
75Paseos. Mem
oria presentada a S.S. el Sr. Alcalde M
unicipal, en AH
CM, vol. 2314,exp. 15.
76Mallon, 1995.
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México se abocarían a defender una serie de proyectos e intereses pro-
pios, en algunos casos articulados por el ayuntamiento. Estos intereses
eran percibidos como independientes del destino
del Estado nacional–en 1863 republicano, en 1867 im
perial–, así como m
uchas veces desli-gados de las causas liberal o conservadora. A
l barajar las prioridades dela ciudad, no pareció im
prescindible a sus habitantes sostener al Estadonacional, por dem
ás tan débil que ni siquiera podía aplicar los temibles
castigos que decretaba.D
e este modo, la invasión tripartita, com
o se ha visto, provocó todauna serie de proclam
as patrióticas por parte de las autoridades en con-tra de “la injusta guerra”, que term
inaron siendo más estrepitosas que
eficientes. El ayuntamiento de la capital tam
bién participó de este entu-siasm
o, exortando a los mexicanos a pelear “com
o buenos, sin tregua ysin descanso,” y a “defender palm
o a palmo [sus] cam
pos, [sus] cami-
nos, [sus] ciudades, [sus] hogares”. 77Este cuerpo, por su “patriotismo,
talento y actividad”, debía involucrarse activamente en la defensa de la
independencia. Recibió del gobierno federal los encargos de formar
unas comisiones para recibir los donativos voluntarios y anim
ar “hastadonde se [pudiera] el espíritu público”. 78A
simism
o, el gobierno munici-
pal, a partir de noviembre de 1862, destinaría a los hospitales de sangre
del Ejército de Oriente todos los productos de las funciones de plaza de
la festividad de Todos los Santos, de las del Teatro Nacional y de las co-
rridas de toros. Incluso, organizó en beneficio de estos hospitales un“paseo” en el zócalo con salones de títeres, polioram
a, juegos hidráuli-cos, caballitos y juegos de ruletas. 79
No obstante, y desm
intiendo sus airosas proclamas, el ayuntam
ien-to de la capital no se entregaría en cuerpo y alm
a al esfuerzo bélico. Sibien la corporación afirm
aba que no había que perdonar sacrificio algu-
no para preservar la independencia nacional, su preocupación princi-pal, y a la que dedicaría m
ás tiempo, dinero y esfuerzo, no fue el com
ba-tir a los franceses, sino asegurar el buen gobierno de la ciudad. Por estolas actas de las sesiones de cabildo, hasta la del 26 de m
ayo de 1863, “úl-tim
a de la República”, tratan casi exclusivamente de los asuntos propios
del gobierno municipal: 80abasto de agua y víveres; lim
pieza y repara-ción de calles; estado de paseos, cárceles y panteones; perm
isos para fá-bricas y diversiones públicas; fiel contraste; relojes públicos; pensiona-dos y vendedores am
bulantes. 81
Así, para los regidores de 1863 la tarea prioritaria no fue defender la
soberanía del país, sino salvaguardar el buen orden urbano, y protegerla integridad de las personas y bienes de los capitalinos. Para ilustraresta posición, es interesante contraponer los discursos que elaboraronen torno a la guerra por un lado el ayuntam
iento y por el otro el gober-nador del D
istrito. Según Ponciano Arriaga, representante a principio
de 1863 del gobierno federal, la resistencia a la invasión era cuestión “devida o m
uerte”. Consecuentemente, el gobierno del distrito debía poder
contar “con la fortuna, con las armas y la vida de todos los hom
bresleales, de todos los patriotas m
erecedores del nombre de m
exicanos”. Elpueblo m
exicano, añadía Arriaga, tenía que levantar “su poder y su
energía a la altura de los pueblos que [merecían] ser libres”, para no
“pasar por la vergüenza de ver su honor, su dignidad, sus más precio-
sos bienes hollados por la planta del extranjero altivo y presuntuoso”. 82
De esta form
a, don Ponciano se mostraba dispuesto a sacrificar vida
y hacienda –la propia y la ajena– en aras de la honra nacional. Losm
iembros del ayuntam
iento no pudieron ser tan tajantes... ni tan líricos.Para los regidores, la Intervención francesa era tanto m
ás peligrosa queprom
etía restaurar bienes concretos: la paz y el orden. No les fue fácil
construir los argumentos que convencieran a la población de que había
que resistir hasta la muerte a los soldados que ofrecían tan apetecibles
bienes. Por eso las proclamas m
unicipales parecen tanto más tibias, y
77Véase “El Ayuntam
iento de México al pueblo de su m
unicipalidad”, abril 22, 1862;“El Ayuntam
iento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en A
HCM, vol. 2269,
exp. 3; 13.78D
e Anastasio Parrodi al Presidente del Ayuntam
iento, enero 16, 1862, en AH
CM,exp. 2.79“Recursos para los hospitales de sangre...,” en A
HCM, vol. 2269, exp. 10. Llam
a laatención que los fondos se destinaran al objetivo políticam
ente neutro de socorrer a losheridos, y no directam
ente al ejército.
80Véase N
acif, 1994; Rodríguez Kuri, 1994; 1996, pp. 33-43.
81Actas de cabildo, 1863, en A
HCM, vol. 185A
.82Ponciano A
rriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-
folio 21.
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aluden antes a asuntos concretos –familia, propiedad– que a principios
románticos y abstractos com
o el honor de la patria y la gloria nacional.Los m
iembros del ayuntam
iento terminaron por alegar que la paz res-
taurada por los franceses no sería más que “la paz om
inosa de la escla-vitud”. 83H
aciendo bien las cuentas, ésta, que en un principio podía pa-recer atractiva, no convenía, pues
[...] una ocupación [marcaría] el principio de una insurrección [...] horrible
en el que el hombre y su fam
ilia, la propiedad y todos sus frutos no [serían]objeto de contem
plación alguna. Al grito de la Patria la insurrección [cre-
cería] y la paz que es el deseo natural de los hombres honrados no [podría]
venir sino después de sacudimientos que [dejarían] al país por m
uchosaños en la prostración. 84
De este m
odo, mientras que Ponciano A
rriaga decía haber aceptadoel cargo de gobernador de distrito “sin otra m
ira que la de cooperar a ladefensa de m
i país, sin más deseo que el de ofrecer m
i sangre y mi exis-
tencia en la lucha gloriosa que sostiene”, 85los regidores, “personas re-traídas de toda injerencia en la política”, antepondrían constantem
ente“el bienestar de los habitantes de la capital [...] la paz pública [y el] or-den social” al deber de “ayudar eficazm
ente al Supremo G
obierno”. 86
Así, en m
ayo de 1863, Gaspar Sánchez O
choa, comandante general de
ingenieros, se quejaba de que sólo cuarenta operarios acudían a repararlas fortificaciones de la ciudad, cuando se había ordenado al ayunta-m
iento poner a disposición del ejército a las tres cuartas partes de suscuadrillas. 87La corporación justificó su desacato: adem
ás de que el peli-
gro de un ataque a la ciudad era “ya muy rem
oto”, los trabajadores delgobierno m
unicipal, antes que ocuparse de las fortificaciones, teníanque concluir las obras urbanas que habían quedado pendientes. Si éstasno se continuaban
desde luego [...] no sólo se [perdería] el dinero que se [había] empleado
hasta hoy en ellas, sino que sería preciso abandonarlas hasta que [pasara]la estación de las aguas, y entretanto quedarían verdaderam
ente intransita-bles las calles principales. 88
Asim
ismo, en abril de 1867, el ayuntam
iento se resistió a sumarse de
lleno a la defensa de la capital imperial, pues esto significaba descuidar
sus deberes. Cuando se exigió a los empleados del ayuntam
iento ins-cribirse “voluntariam
ente” en el batallón Hidalgo, no se presentó “uno
solo” de ellos. 89El alcalde municipal afirm
aría que habían hecho lo co-rrecto. A
unque estos hombres tenían “los m
ejores deseos de cumplir”
con las órdenes del ejército imperial, no podían abandonar sus queha-
ceres sin “un perjuicio muy notable en el servicio público”. Por el bien-
estar de la población no era posible “que los empleados [del gobierno
municipal dedicaran] un m
inuto a otro servicio que al que [estaban]destinados”. 90
Como puede verse, los m
iembros del cabildo consideraban que,
como representantes de la autoridad, antes que m
orir por la Patria y susinstituciones –republicanas o im
periales–, a ellos les tocaba ver por laciudad, cuidar sus pesos y centavos, procurar que los espacios públicosestuvieran en buen estado y que los servicios urbanos operaran de m
a-nera m
edianamente aceptable, con el fin de garantizar cierto nivel de
bienestar y seguridad a sus habitantes. En este aspecto, a lo largo de laguerra de Intervención, fueron claves las negociaciones que em
prendióla corporación tanto con el gobierno nacional, com
o con las autoridades
83“El Ayuntamiento de M
éxico al pueblo de su municipalidad”, abril 22, 1862, en
AH
CM, vol. 2269, exp. 3.84“El Ayuntam
iento de México a sus conciudadanos”, enero 24, 1863, en A
HCM, vol.
2269, exp. 13.85Ponciano A
rriaga, gobernador del Distrito, enero 27, 1863, en BD-Bandos, vol. 241-
fol. 21.86Propuesta del regidor M
anuel Rojo, enero 16, 1863, en AH
CM, Actas de cabildo, vol.
185A.87Cartas de A
nastasio Parrodi, general en jefe del Ejército del Distrito, y de G
asparSánchez O
choa al Ayuntamiento, m
ayo 5, 1862, en AH
CM, vol. 2269, exp. 4.
88Carta al Ayuntamiento al m
inistro de Relaciones Exteriores y Gobernación, m
ayo14, 1862 (borrador), en A
HCM, vol. 2269, exp. 4.
89Carta del general de brigada, jefe del batallón Hidalgo al alcalde m
unicipal, abril26, 1867, en A
HCM, vol. 2270, exp. 68.
90Carta del alcalde municipal al prefecto político del valle de M
éxico, abril 24, 1867.
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militares, los com
erciantes, los propietarios, y hasta las prioras de losconventos.
De esta m
anera, el ayuntamiento cabildeó, suplicó y regañó a los
distintos actores urbanos para lograr que se introdujeran libres de dere-chos los efectos de prim
era necesidad, para que la población pudieradisponer del agua de los pozos artesianos, incluyendo aquellos queestaban dentro de casas privadas o de conventos, para que se establecie-ra una tarifa de precios controlados para granos, carne y carbón, y paraque el ejército no cogiera en leva a los cargadores, arrieros y tlachique-ros que traían su m
ercancia a la ciudad. 91En mayo de 1867, el dedicado
alcalde Ignacio Trigueros exigiría incluso a los soldados que, aunquenecesitaran “recurrir a cuantos m
edios de defensa [fueran] posiblespara oponer al enem
igo”, hicieran favor de no cortar los árboles de lascalzadas “cuyo plantío [era] tan útil a la población y [había] costado m
ilafanes a la M
unicipalidad”. 92
Las medidas prom
ovidas por el cuerpo edilicio sugieren lo arraiga-da que estaba la auto-percepción del ayuntam
iento como garante de la
policía urbana, en el sentido antiguo de la palabra. Incluso en situa-ciones de em
ergencia, la corporación intentaría asegurar a sus goberna-dos no sólo el m
ínimo para sobrevivir, sino cierta holgura, cierta com
o-didad. Se trataba de garantizar a los capitalinos, en la m
edida de lo posi-ble, cierto grado de norm
alidad... además de favorecer, sin duda, los in-
tereses comerciales de algunos. A
sí, en 1862 y 1863 –en una situaciónm
enos extremosa que la que sufriría la ciudad durante el sitio de 1867–
93
se introdujeron a la ciudad sin pagar alcabala, además de cosas obvias
como el carbón, el trigo y el m
aíz, aceite de nabo y de ajonjolí, azúcar,cebo, verduras, haba, huevo, leche, lenteja, loza ordinaria, piloncillo,papa, paja, cal, arvejón, arroz, carneros castrados y prim
ales, cebada,cerdos, chile, garbanzo y garbanza, harina, leña, m
anteca, sal, terneras,toros y vacas. 94D
e manera sim
ilar, en 1867, el siempre activo Ignacio
Trigueros, preocupado por la “comodidad” de los m
uchos capitalinosque asistían a m
isa en esos “días de alarma” y por ser Sem
ana Mayor,
enviaría, como si no tuviera otra cosa que hacer, una carta a la Sagrada
Mitra para que se aseguraran de tener las puertas de los tem
plos lo“suficientem
ente abiertas”. 95
De igual form
a, con la salida del gobierno constitucional a San LuisPotosí y ante la inm
inente llegada de las tropas francesas, el ayunta-m
iento se encargaría de prevenir en la ciudad “todo desorden que lafalta de m
edios represivos haría inevitable, comprom
etiendo sus gran-des intereses públicos y privados”. 96Para esto, levantaría desde finesm
arzo una “fuerza urbana que exclusivamente [atendiera] la seguridad
de los intereses comerciales y de la población”. 97La llegada de los inva-
sores obligó al ayuntamiento constitucional a “devolver a la ciudad el
voto de confianza” con que lo había honrado. No obstante, antes de ha-
cerlo, la corporación quizó asegurarse de que la ocupación de la capitalse haría “evitando cualquier desastre”. Por esto, solicitó al cuerpo con-sular que se entendiera con el enem
igo para
recabar del General en Jefe del Ejército francés esa am
plitud de garantías deorden y seguridad que una Ciudad ilustrada y populosa [tenía] el derechode reclam
ar del representante de un pueblo magnánim
o e ilustrado como
el francés. 98
91Decreto presidencial, m
ayo 7, 15, 20, 1862; solicitud al general en jefe, mayo 13,
1862; Carta del alcalde municipal al lugarteniente del Im
perio, abril 23, 1867; Aviso inte-resante, abril 7, 9 1867; Cartas del alcalde m
unicipal al administrador del rastro, m
arzo-m
ayo 1867; Cartas de Juan N. M
onterde y Antonio Trueba al alcalde m
unicipal, abril 28,m
ayo 4, 1867, Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejér-
cito, mayo 6, 1867, en A
HCM, vol. 2269, exp. 5; vol. 2270, exp. 68; 116, 117, 118, 119, 120.
92Carta del alcalde municipal al general en jefe del segundo cuerpo del ejército,
mayo 6, 1867, en A
HCM, vol. 2270, exp. 117.
93Ignacio Trigueros declararía que los capitalinos sufrían de una “escacez que jamás
se había visto en ninguna de nuestras revoluciones.” Carta de Ignacio Trigueros a Tomás
O’H
oran, abril 28, 1867 en AH
CM, vol. 2270, exp. 118. Las medidas del gobierno m
unici-pal, en este caso, si se lim
itaron a garantizar el abasto de agua, granos, carne y carbón.V
éase AH
CM, vol. 2270, exp. 116, 117, 118, 119, 120.
94Decreto presidencial, m
ayo 7, 13, 15, 20, en AH
CM, vol. 2269, exp. 5.95Carta del secretario del ayuntam
iento al secretario de la Sagrada Mitra de M
éxico,abril 16, 1867 (el docum
ento dice 1866. Se trata seguramente de un error), en A
HCM, vol.
2270, exp. 69.96Carta del ayuntam
iento a los cónsules, mayo 31, 1863, en A
HCM, vol. 2270, exp. 37.
97Carta del regidor Alfonso Labat, m
arzo 30, 1863, en AH
CM, vol. 2269, exp. 21.98Cartas a los cónsules, m
ayo 30, 31, 1863, en AH
CM, vol. 2270, exp. 33, 37.
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Como puede verse, las actitudes y acciones del ayuntam
iento de laciudad de M
éxico a lo largo de la guerra de Intervención muestran al
gobierno municipal com
o dotado de una lógica y de unos intereses pro-pios. Si bien en estos años ya se quería utilizar al ayuntam
iento como
uno de los engranajes menores de la m
aquinaria política y administra-
tiva del Estado moderno, la corporación capitalina, aunque republicana
en 1863 e imperialista cuatro años después, actuaría las m
ás veces si-guiendo pautas y lineam
ientos independientes de los del Estado nacio-nal. El m
ismo Ignacio Trigueros, designado alcalde por M
aximiliano,
aseguraba tras la caída del Imperio que él y el ayuntam
iento de 1867habían actuado, no según indicaba Su M
ajestad Imperial, sino “guiados
por sólo el deseo de hacer el bien a la población”, dedicándose “al cum-
plimiento que [les] im
puso el sufragio popular, o la confianza que se[les] dispensara”. 99La tarea del ayuntam
iento era, ante todo, proteger “ala ciudad”, prom
over “sus” intereses –encarnados ya fuera por la “cla-se m
ás pobre”, los “intereses comerciales” o la “propiedad”– y a ésta se
abocaría, casi con exclusividad.D
e aquí también que la autoridad m
unicipal –aunque carente delbom
bo y platillo que rodeaba a las más encum
bradas– descansara sobrebases quizá m
ás sólidas, y pudiera establecer vínculos más estrechos y
más eficientes con sus gobernados. Por esto, todavía para estos años, la
adhesión a un proyecto nacional por parte del ayuntamiento –com
o elórgano que adm
inistraba la política cara a cara– era quizá más im
por-tante de lo que pudiera parecer para asegurar el éxito del prim
ero. 100No
se equivocaba uno de los ministros de Benito Juárez, al insistir que sólo
involucrando a las corporaciones edilicias se podrían recolectar los fon-dos que tanto urgían para sostener la guerra en contra del francés:
Una suscripción nacional encabezada por los ayuntam
ientos [daría sinduda] buenos resultados, porque los consejos m
unicipales [serían] loscolectores m
ás estimados en sus com
arcas, porque sus miem
bros darían au-
torizados ejemplos de patriótica generosidad, porque de este m
odo lasprestaciones se acom
odarían a todas las fortunas, admitiéndose las cuantio-
sas ofrendas de los ricos y el óbolo preciosísimo del pobre, y porque esta
manifestación de todos los pueblos y de todas sus autoridades locales, esta
cooperación espontánea y general [...] es el precio que [daríamos] a la inde-
pendencia nacional. 101
No obstante, com
o se ha visto, ni el gobierno de Benito Juárez, ni el Im-
perio de Maxim
iliano lograron atraer completam
ente hacia el centro laslealtades locales.
LA
GU
ERRACO
MO
OPO
RTUN
IDA
D
De este m
odo, tanto la naturaleza relativamente poco sangrienta de la
guerra en el siglo XIXcom
o la actitud prudente y autónoma del ayun-
tamiento contribuyeron a dar form
a al particular comportam
iento de lacapital durante la guerra de Intervención. N
o se trató, sin embargo, de
una actitud pasiva. La ciudad se mobilizó para protejer sus intereses,
pero, al parecer, más se acom
odaron a las distintas circunstancias queintervinieron para darles form
a. Por eso el retrato de esa ciudad “con-fundida” –republicana prim
ero, imperialista después y republicana de
vuelta– que la capital pintó de si mism
a entre 1863 y 1867. No obstante,
la ciudad de México representaba dos cosas a la vez: por una parte, un
actor colectivo, casi monolítico, que actuaba para sí, siguiendo ciertos
principios constantes, independientemente de quién detuviera el poder
municipal; por el otro, representaba tam
bién un agregado de actoresdistintos, m
ovidos por ideas e intereses propios y a veces encontrados.A
este nivel más conflictivo, la guerra fue percibida de form
as muy
distintas. Como se ha visto, para el ayuntam
iento como institución, el
conflicto representaba un problema latoso, en tanto que absorbía recur-
sos, complicaba el abasto de la ciudad y hacía peligrar su seguridad.
Para ciertos grupos de la élite política urbana, la Intervención amenaza-
99Trigueros, 1868, p.47.100A
l parecer, la apropiación de la “soberanía” por parte de las comunidades que re-
sultó de la “revolución territorial” de 1812 que describe Antonio A
nnino seguía vigente,en m
uchos aspectos en la ciudad de México en la década de 1860. V
éase Annino, 1995.
101Secretaría de Estado y del despacho de relaciones exteriores y gobernación, enA
HCM, vol. 2269, exp. 21.
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ba con destruir la nacionalidad mexicana. O
tros, al contrario, vieron enla llegada del ejército francés la salvación de la patria. La aparente apa-tía de la capital ante el avance del invasor tuvo tam
bién raíces en estafragm
entación de la opinión política. Como ya se ha apuntado, en este
contexto de división interna, incluso dentro del marco de una guerra
internacional, la identificación entre la causa nacional y la republicanano podía ser autom
ática. Para muchos que se consideraban buenos m
e-xicanos, el am
or a la Patria no los obligaba a sostener a la República de-m
ocrática, representativa y liberal.D
e esta forma, instituciones tan prestigiosas com
o la Academ
ia deSan Carlos y el Colegio de A
bogados, en voz de Justino Fernández, anti-guo diputado, se rehusaron a aunar a su protesta en contra de la inter-vención extranjera una declaración a favor de las instituciones y lasleyes de Reform
a, a pesar de las excitativas de la Junta Patriótica. 102Perosi en opinión de algunos el peligro que acechaba a la N
ación no justifi-caba el apoyo incondicional a un proyecto de gobierno, otros considera-ron que la am
enaza extranjera exigía aplicación inmediata y autoritaria
de medidas radicales. Este es el caso de la Junta Patriótica, com
puestapor los m
ás exaltados republicanos –Ignacio Ramírez, Francisco Zarco,
Florentino Mercado y Francisco de Paula Cendejas– que estuvo conven-
cida de la existencia de “una gran conspiración en la capital para entre-gar al país a los franceses”. 103Para im
pedir el triunfo de dichas maquina-
ciones, estos hombres prom
ovieron la exclaustración de monjas y la su-
presión de la enseñanza religiosa para consolidar los triunfos de la Re-form
a y debilitar a la “traidora reacción”. Con la verdad en la boca, seerigieron en autoridad suprem
a para juzgar y castigar la falta de fervornacionalista de sus conciudadanos. Sólo la Junta, “excenta de influen-cias bastardas, [tenía] derecho a que se respetasen sus fallos, porque [ha-bía] sabido conservar su dignidad y la pureza de su patriotism
o”. 104
De esta form
a, era derecho y deber exclusivo de la Junta el señalar alos intervencionistas, perseguir a los traidores y salvar al país, pues “lasautoridades [dorm
ían] tranquilas en la suma de un volcán pronto a ha-
cer una espantosa erupción” y el congreso se hallaba paralizado por “in-fluencias m
inisteriales, por miedo, por em
pleomanía y a veces por
intereses que el decoro no [permitía] decir”. Lo m
ismo sucedía con la
prensa y con los clubes populares. 105Del ayuntam
iento, decían, no debía“esperarse nada bueno”. 106A
sí, eran muy pocos los hom
bres públicos dela ciudad de M
éxico que superabam la prueba de patriotism
o impuesta
por la Junta. Difícilm
ente puede considerarse que todos estos políticosfueran culpables de alta traición. Sim
plemente abrigaban un proyecto
distinto. 107
De este m
odo, muchos m
iembros de la clase política urbana no vie-
ron en la supervivencia del régimen constitucional la única m
anera deasegurar el porvenir de la nación. En 1862, el gobierno m
unicipal quizopublicar una protesta en contra del m
anifiesto del ejército francés quedecía haber venido a M
éxico para liberar al país de la tiranía. No obs-
tante, en la junta de cabildo se sugirió, aunque de manera algo am
bigüa,que se corría el peligro de que se dijese entonces que el ayuntam
ientopertenecía a “la m
inoría opresiva” que avasallaba al país. 108No debe sor-
prender entonces que algunos miem
bros de los cabildos de 1862 y 1863,com
o José Napoleón Saborio, Francisco Som
era, Francisco de Garay y
Alfonso Labat sirvieran en las filas del Im
perio. 109
No obstante, para la m
ayoría de estos regidores, “partidarios [...] dela dem
ocracia pero dentro de los límites de su institución”, 110colaborar
con el Imperio significó las m
ás veces amoldarse a las circunstacias,
para perseguir consecuentemente ciertos fines políticos o adm
inistrati-
102“La junta patriótica”, en El Siglo XIX, m
ayo 2, 1863.103“Junta patriótica de M
éxico”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.
104“Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo X
IX, abril 22, 1863.
105“Remitido. La Junta patriótica”, en El Siglo X
IX, abril 22, 1863.106“Junta patriótica de M
éxico”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863.
107Véase Pani, 1998.
108Cabildo, abril 19, 1863, en AH
CM, vol. 2269, exp. 3. Este documento es práctica-
mente ilegible.
109Saborio, autor con Antonio M
artínez de la Torre de la proclama anti-interven-
cionista del ayuntamiento de enero 24, 1863, fue consejero de Estado; Som
era regidor,prefecto político del Valle y m
inistro de Fomento; G
aray miem
bro de la Dirección gene-
ral de caminos y puentes; Labat regidor.
110“El Ayuntamiento de M
éxico a sus conciudadanos”, enero 25, 1863, en AH
CM, vol.2269, exp. 13.
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vos dentro de un sistema distinto. 111Francisco Som
era aprovechó ade-m
ás sus conectes dentro del gobierno imperial para im
pulsar el negociofam
iliar. 112Para los políticos conservadores y monarquistas, al contrario,
la Intervención representó la oportunidad de establecer el sistema de
gobierno que anhelaban. Ya que los franceses se habían deshecho del“dem
agogo Juárez” y de su “reunión de léperos con levita”, 113 los derro-tados de la guerra de Tres A
ños podrían consolidar el régimen político
para que la sociedad mexicana volviera a vivir com
o Dios m
andaba.D
e esta forma, com
o ya se ha mencionado, no había acabado de salir
el gobierno republicano de la capital que ya se estaban restaurando losusos y costum
bres de la ciudad católica: campanas, sotanas, conventos.
Para los intervencionistas, el ejército “aliado” no sólo “en nada [ataca-ba] la independencia y soberanía de la nación”, sino que aspiraba adevolverle la “libertad” para constituirse com
o más le conviniera, liber-
tad que la “demagogia elevada al rango de gobierno” había coartado.
Gracias a la “generosidad” del em
perador de los franceses y con el apo-yo de todos los “hom
bres honrados” podría finalmente consolidarse
“un gobierno que sobre las condiciones de orden, moralidad, justicia,
solidez y estabilidad, [afianzaría] para lo futuro la libertad e indepen-dencia, y [ofrecería] toda clase de garantías a las personas e intereses”. 114
Así, los periódicos im
perialistas conservadores se regocijaron deque “cien m
il personas agrupadas en las torres y bóvedas de las iglesias,de las azoteas, balcones y puertas [...], en las aceras, en los atrios y lasplazas” presenciaran la entrada y el desfile del ejército de N
apoleón III,“rebosando de júbilo”. Los “libertadores” –Forey, A
lmonte, M
árquez,D
ubois de Saligny– fueron recibidos en la puerta de Catedral “con pa-lio, cruz y ciriales”. 115Estos diarios publicaron durante varios días listas
apretadas de los cientos de capitalinos que firmaron el acta de adhesión
de la ciudad de México a la Intervención. 116La proclam
ación por partede la Junta de N
otables de una “monarquía m
oderada” con un príncipecatólico fue saludada por m
uchos conservadores como la culm
inaciónde su proyecto, com
o el cumplim
ento providencial de las promesas del
plan de Iguala. 117Parecía demasiado bueno para ser cierto. La Interven-
ción francesa abría de par en par las puertas del poder al partido con-servador, a sus ideas y a sus hom
bres. ¿Cómo no iban a ver en ella una
“guerra justa y santa”?Sin em
bargo, y como es ya de todos conocido, el carácter liberal del
gobierno de Maxim
iliano vino a dar al traste con las ilusiones conser-vadoras. N
o obstante, puede sugerirse que si la Intervención francesarepresentó la últim
a oportunidad para los grupos conservadores, algu-nos estuvieron conscientes de que ésta estaba viciada de origen. Elayuntam
iento intervencionista de 1863 –donde figuraban conocidosconservadores com
o Gregorio Barandiaran, Pedro Elguero, y A
ntoninoM
orán– parece haberse dado cuenta desde un principio. Más sensible
quizá que la prensa o que los miem
bros de la Junta Superior de Gobier-
no a la opinión inarticulada de sus gobernados, la corporación munici-
pal fue más recatada y m
ás prudente tras la proclamación del Im
periopor la A
samblea de N
otables. Consideraba que ésta había llevado “elasunto a su perfección”, y que los m
exicanos habían “conquistado ungobierno que la ciencia m
oderna [encumbraba y sostenía] com
o perfec-to”. N
o obstante, parecía estar conciente, sin nombrarlo explícitam
ente,del alto precio –la presencia de soldados extranjeros, los costos econó-m
icos de la Intervención– que habría que pagar por tan excelso régi-m
en. Había que convencer a quienes no estuvieran dispuestos a pagar-
lo que se trataba, no tanto de la situación perfecta, sino de la menos peor
de las opciones. Por eso, el ayuntamiento pedía a los m
exicanos recor-dar siem
pre “aquellos tiempos en que la fam
ilia, la seguridad, la Inde-111Pani, 1998.112Som
era, especulador en bienes raíces, se beneficiaría de manera im
portante con laconstrucción del Paseo de la Reform
a. Morales, 1978. Según Victor Jim
énez, la utilidad atreinta años de la com
pra de los terrenos que hizo Somera en 1852 sería del doce m
il porciento. Jim
énez, 1994, p. 19.113“El regidor G
rafias”, en El Siglo XIX, abril 21, 1863. La expresión la recoje el Siglo
de los periódicos clandestinos. Se refiería específicamente a la Junta Patriótica.
114“Sección oficial. Acta de la ciudad de M
éxico”, en La Sociedad, junio 10, 1863.115“El ejército aliado en M
éxico”, en La Sociedad, junio 11, 1863.
116“Continuan las firmas de las personas que han firm
ado el acta en favor de laIntervención”, en La Sociedad, junio 11, 22, 25, 26, 28, julio 6, 1863.
117Véase “N
oticias sueltas”, en La Sociedad, junio 10, 1863, que equipara la entrada delejército francés a la del Trigarante.
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pendencia y la mism
a Religión Católica [...] parecían propias a naufra-gar”. 118
Como se ha visto, la guerra de Intervención representó para los gru-
pos políticos –conservadores y liberales– que no comulgaban con el li-
beralismo encarnado por la Constitución de 1857 y la Reform
a, la opor-tunidad de acceder, aunque m
omentáneam
ente, al poder. Así, durante
una cortísima luna de m
iel –hasta la ratificación por parte de la Regen-cia de los pagarés de desam
ortización en noviembre de 1863– el sueño
conservador de un pueblo católico regido por un gobierno católico pa-recía haberse hecho realidad. Por otro lado, la guerra, com
o mom
entode gran peligro, de “em
ergencia nacional”, permitió la consolidación de
autoridades excepcionales –normalm
ente militares–, que actuaron reba-
sando los canales tradicionales de autoridad. Especialmente ilustrativo
es el caso aquí descrito de la Junta Patriótica, que aprovechó los días deguerra para prom
over una agenda política radical. Sin embargo, y com
ose ha visto en el apartado anterior, ciertas instituciones tradicionalescom
o el ayuntamiento capitalino lograron defender con bastante efica-
cia su coto de poder. En la ciudad de México, durante la Intervención
francesa y con la anuencia activa de distintos actores urbanos, prevale-ció sobre la “em
ergencia nacional” la normalidad de las prácticas coti-
dianas.
CO
NCLU
SION
ES
Durante la guerra de Intervención, la ciudad de M
éxico no se levantócom
o un solo hombre para resistir al invasor y m
andarlo de patitas deregreso por donde había venido. Com
o se ha visto, la capital, con elayuntam
iento al frente, procuró preservar no sólo su integridad, lasvidas y propiedades de sus ciudadanos, sino tam
bién conservar, hastadonde fuera posible, su m
odus vivendi. Para conseguir esto, la ciudadnegoció, m
anipuló o se hizo la sorda ante las exigencias de Benito Juá-rez, de A
nastasio Parrodi, Ponciano Arriaga e Ignacio Com
onfort; de los
franceses, del Emperador y de Leonardo M
árquez, en un estire y aflojeconstante y con actores de distinta inclinación ideológica tom
ando suce-sivam
ente la iniciativa.A
sí, la historia de la ciudad y la guerra entre 1863 y 1867 no es unahistoria de heroísm
o, destrucción y sangre. Tampoco es la historia de la
lucha entre patriotas y traidores. Es la historia de unos actores urbanosque no siem
pre identificaron la causa nacional con un proyecto político,y que, en m
edio de una guerra internacional y civil, procuraron salva-guardar o prom
over sus intereses. No puede hablarse entonces de un
nacionalismo totalizante, que todo lo justifica y legitim
a, que nace depasiones y no de la razón, com
o el que se desarrolla entre 1914 y 1950,años que E.J. H
obsbawm
ha descrito como de “apogeo del nacionalis-
mo”. 119
Paradójicamente, la construcción de una identidad nacional
estrictamente definida y excluyente se produjo, com
o ha escrito Fernan-do Escalante, “en la guerra y por la guerra, com
o resultado de la dobleviolencia del Estado que agredía y el Estado que defendía el territo-rio”, 120y con la ayuda, com
o se ha visto, de la prensa nacionalista.D
e esta forma, después de 1867, la historia de los vencedores trans-
formaría a la lucha intestina en una lucha puram
ente patriótica. Anivel
simbólico, la guerra de Intervención dotaría al M
éxico republicano detoda una serie de m
itos que contibuirían a la consolidación de un imagi-
nario nacional y nacionalista: la batalla del 5 de mayo, la del 2 de abril,
el fusilamiento de Q
uerétaro. La saga de la defensa patriótica terminaría
por eclipsar el teje y maneje, las dem
andas y concesiones que se articu-laron dentro de la capital, m
ismos que a grandes rasgos lograron su
acometida. Las vivencias locales de estos años, con toda su com
plejidady su riqueza, desaparecieron bajo una H
istoria Patria monocrom
ática.Bien vale la pena recuperarlas.
118“Proclamas: Ayuntam
iento de México”, en La Sociedad, julio 14, 1863.
119Hobsbaw
m, 1990, pp. 131-183. M
uy sugerentes en este aspecto son los análisis delnacionalism
o y de la lealtad al Estado como unos elem
entos más dentro de la com
plejaconstrucción de la identidad de las com
unidades rurales en el México decim
onónico querealizan A
lan Knight y Fernando Escalante G
onzalbo. Knight, 1994; Escalante G
onzalbo,1992, pp. 67-70.
120Escalante Gonzalbo, 1998, p. 25.
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preciosos manuscritos que, hasta hace poco, existían en los conventos de aquél país,
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