Religión vs ciencia
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Religión vs Ciencia: el juicio de Galileo
Corría el año 1633. Galileo había dado la orden de imprimir su “Diálogo sobre
los dos grandes sistemas del mundo, el ptolemaico y el copernicano”, sin la
autorización de la iglesia, tal como ésta lo había dispuesto en 1620, con un
decreto que lo autorizaba a enseñar el heliocentrismo siempre y cuando lo
considerara una mera hipótesis.
Fue entonces sometido nuevamente a juicio (como en 1615), y al final del
mismo, en diciembre de 1633, es condenado a prisión (domiciliaria, dada su
edad y precaria salud) en la cual permaneció hasta su muerte, en 1642. Sin
embargo, bajo la amenaza de tormento y de castigos peores, antes se le
obligó a redactar un documento en el cual se retractaba de sus ideas.
En 1992, una comisión investigadora nombrada trece años antes por el Papa
Juan Pablo II reconoce públicamente el error cometido por el tribunal
eclesiástico.
Pero hasta ahora, la iglesia católica guarda silencio sobre el crimen cometido
el 17 de febrero de 1600, cuando en Campo dei Fiori, en Roma, y por orden
del Santo Oficio, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por decir que el
Sol era una estrella, y que las estrellas eran soles.
Retractación de Galileo Galilei
Yo, Galileo, hijo del difunto Vincenzo Galilei, florentino, de setenta años de
edad, compareciendo personalmente como acusado ante este tribunal y
arrodillado ante vosotros, eminentísimos y reverendísimos señores Cardenales
Inquisidores Generales contra la depravación herética a lo largo y a lo ancho
de toda la comunidad cristiana, teniendo ante mis ojos y tocando con mis
manos los Santos Evangelios, juro que he creído siempre, y que creo ahora, y
que, con la ayuda de Dios, creeré en el futuro, todo lo que sostiene, predica y
enseña la santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Pero en vista de que, después de habérseme intimado judicialmente por este
Santo Oficio el mandato de que yo debía abandonar por completo la falsa
opinión de que el Sol es el centro del mundo y está inmóvil y de que la Tierra
no es el centro del mundo y se mueve, y de que yo no debía sostener,
defender o enseñar de ninguna manera, verbalmente o por escrito, dicha falsa
doctrina, y que después de habérseme notificado que dicha doctrina era
contraria a las Sagradas Escrituras, escribí e imprimí un libro en el cual
discuto esta nueva doctrina ya condenada, y presento argumentos
grandemente convincentes en su favor, sin presentar ninguna solución de
ellos, he sido declarado por el Santo Oficio como vehementemente sospechoso
de herejía, es decir, por haber sostenido y creído que el Sol era el centro del
mundo e inmóvil, y que la Tierra no era el centro y que se movía.
Por lo tanto, deseando quitar de las mentes de sus Eminencias y de todos los
fieles cristianos la vehemente sospecha justamente concebida contra mí, con
sincero corazón y no fingida fe, yo abjuro, maldigo y detesto los antedichos
errores y herejías y, en general, todo otro error, herejía y secta que sea en
absoluto contraria a la Santa Iglesia, y juro que en el futuro nunca más diré o
afirmaré, verbalmente o por escrito, nada que pudiera dar ocasión a una
sospecha similar con respecto a mí.
Pero, si llegara a conocer a cualquier hereje o persona sospechosa de herejía,
lo denunciaré ante este Santo Oficio o ante el Inquisidor y Ordinario del lugar
donde yo pudiera estar. Más aún, juro y prometo cumplir y observar en toda
su integridad todas las penitencias que me han sido o que me serán impuestas
por este Santo Oficio.
Y, en el caso de que contraviniera (¡que Dios no lo permita!) cualquiera de
estas mis promesas y juramentos, me someto a todas las penas y penitencias
impuestas y promulgadas en los cánones sagrados y en otras constituciones,
generales y en particular contra tales delincuentes. Que así me ayuden Dios y
estos Santos Evangelios que toco con mis manos.
Yo, el antedicho Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido y obligado a
mí mismo según dicho anteriormente, y en testimonio de su veracidad he
suscrito con mis propias manos el presente documento de mi abjuración y lo
he recitado palabra por palabra, en Roma, en el convento de Minerva, este
día 22 de junio de 1633.