Reseña de Gabriel García Marquéz a Los Idus de Marzo

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Reseña de Gabo a la famosa novela de Thornton Wilder, "Los Idus de Marzo".

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mircoles, 30 de septiembre de 1981 Tribuna:"Los idus de marzo"Gabriel Garca Marquez 30 SEP 1981

He vuelto a leer esta semana Los idus de marzo, la hermosa novela de Thornton Wilder que le por primera vez hace unos veinticinco aos en una traduccin apresurada, y que he reledo muchas veces desde entonces con el primer placer. Cuando estaba escribiendo El otoo del patriarca, como era natural, la tuve siempre a la mano como una fuente deslumbrante de la grandeza y las miserias del poder. La he comprado muchas veces en distintos idiomas para compartir mi estremecimiento con amigos del mundo entero, y no recuerdo a ninguno que no hubiera sucumbido ante aquel manantial de belleza. Ahora la he vuelto a leer cuando menos lo pensaba, en un vuelo apacible de cuatro horas y en un ejemplar ajeno, y slo ahora he descubierto cunto ha tenido que ver con mi vida esa novela magistral. Mi preocupacin por los misterios del poder tuvo origen en un episodio que presenci en Caracas por la poca en que le por primera vez Los idus de marzo, y ahora no s a ciencia cierta cul de las dos cosas ocurri primero. Fue a principios de 1958. El general Marcos Prez Jimnez, que haba sido dictador de Venezuela durante diez aos, se haba fugado para Santo Domingo al amanecer. Sus ayudantes haban tenido que izarlo hasta el avin con una cuerda, pues nadie tuvo tiempo de colocar una escalera, y en las prisas de la huida olvid su maletn de mano, en el cual llevaba su dinero de bolsillo: trece millones de dlares en efectivo. Pocas horas despus, todos los periodistas extranjeros acreditados en Caracas esperbamos la constitucin del nuevo Gobierno en uno de los salones suntuosos del palacio de Miraflores. De pronto, un oficial del Ejrcito en uniforme de campaa, cubrindose la retirada con una ametralladora lista para disparar, abandon la oficina de los concilibulos y atraves el saln suntuoso caminando hacia atrs. En la puerta del palacio encaon un taxi, que le llev al aeropuerto, y se fug del pas. Lo nico que qued de l fueron las huellas de barro fresco de sus botas en las alfombras perfectas del saln principal. Yo padec una especie de deslumbramiento: de un modo confuso, como si una cpsula prohibida se hubiera reventado dentro de mi alma, comprend que en aquel episodio estaba toda la esencia del poder. Unos quince aos despus, a partir de ese episodio y sin dejar de evocarlo, o sin dejar de evocarlo de un modo constante, escrib El otoo del patriarca. Mi primer texto para aprender a descifrar el misterio fue Los idus de marzo. Como lo saben quienes la han ledo, la novela es la reconstruccin literaria de los ltmos aos de la Repblica Romana y de la propia vida de su dictador, Julio Csar. El pretexto del relato, en torno del cual se construye, es una fiesta ruidosa que Clodia Pulcher y su hermano ofrecan en honor de dos varones ilustres: Julio Csar y el poeta Cayo Valerio Ctulo. Es una licencia literaria, porque el ao de la fiesta, que era el 45 antes de Cristo, Ctulo deba tener unos ocho aos de muerto. Pero un escritor grande como Thornton Wilder no poda detenerse en esas menudencias racionalistas. Fue mucho ms lejos. En la novela, el dictador, ataviado con sus mejores galas, abandon la recepcin descomunal que la reina Cleopatra le ofreca aquella noche, y fue a velar a Ctulo en su lecho de moribundo. "Toda la noche estuvimos oyendo las orquestas y viendo el cielo iluminado por los fuegos artificiales", dijo un testigo supuesto. El autor atribuy el relato de aquella velacin a una carta que la mujer de Cornelio Nipote le escribi a su hermana Postumia, y concluy que Csar, para consolar al moribundo, no hizo ms que hablarle de Sfocles. "Cayo muri con un coro de Edipo en Colona", deca el relato.Antes de Los idus de marzo, lo nico que yo haba ledo sobre Julio Csar eran los libros de texto del bachillerato, escritos por los hermanos cristianos, y el drama de Shakespeare, que, al parecer, le debe ms a la imaginacin que a la realidad histrica. Pero a partir de entonces me sumerg en las fuentes fundamentales: el inevitable Plutarco, el chismoso incorregible de Suetonio, el rido Carcopino y los comentarios y memorias de guerra del propio Julio Csar. Todos ellos se refieren, por supuesto, a la diligencia frentica con que los augures oficiales descuartizaban animales y escudriaban la naturaleza para averiguar el porvenir. El primero de septiembre del 45 antes de Cristo -segn cuenta Thornton Wilder-, el dictador recibi de sus adivinos ms de quince informes, entre ellos el de un ganso que tena manchas en el corazn y en el hgado, y un pichn siniestro que tena un rin fuera de lugar, el hgado hinchado y de color amarillo y una piedrecita de cuarzo en el buche. "Yo, que gobierno tantos hombres, soy gobernado por pjaros y truenos", dijo Csar, aturdido por tantos y tan confusos presagios. No s dnde le que haba terminado por clausurar el colegio de augures, y escribi contra ellos un libro de protesta cuyo solo ttulo era un poema: Auguralia. Lo busqu durante muchos aos, hasta que el crtico Ernesto Volkenin, que es la persona que ms sabe de eso en este mundo, me dijo de un modo severo y para siempre: "Ese libro no existi nunca".A fin de cuentas, Los idus de marzo es slo una hiptesis sobre la personalidad de Csar. Pero es una hiptesis que tal vez supere la realidad. "Todos comprendemos muy bien al cocinero de Csar que se quit la vida cuando se le incendi el fogn", cuenta un Cornelio Nepote invcritado por Thornton Wilder. Dice que haba invitados importantes cuando ocurri el percance, Y el mayordomo, asustado, oblig al cocinero a que se lo coritara a Csar. Pero ste no se inmut cuando lo supo, sino que le pidi de muy buen modo al cocinero que le llevara dtiles y ensalada para sustituir la cena perdida. Entonces el cocinero sah al jardn y se degoll con el cuchillo de las verduras.Veinte siglos despus de ese suicidio, circul en Espaa una historia que ilustraba tan bien como aquella sobre la fatalidad del poder. Segn esa historia, una nieta del generalsimo Francisco Franco, de unos siete aos, dio muestras de disgusto en casa de un ministro cuando vio una atractiva anunciadora en la televisin. "Es una pesada", dijo la nia. Entonces le preguntaron por qu lo deca, y ella dijo: "Porque mi abuelito dice que es una pesada". Aquella fue la ltima vez en que se vio a la atractiva anunciadora en la televisin.El 15 de marzo del ao 44 antes de Cristo, todo el mundo en Roma saba que a Csar le iban a matar. Todo el mundo menos l mismo. Plutarco cuenta que el griego Artemidoro, profesor de elocuencia helnica, se abri paso a travs de la muchedumbre que aclamaba al dictador cuando iba para el Senado, y le entreg un papel escrito de su puo y letra, con la advertencia de que lo leyera de inmediato. Csar sola entregar a sus secretarios los muchos papeles que le daban en la calle, pero aquel lo retuvo en la mano izquierda para leerlo en la primera oportunidad.All estaban contados los pormenores de la conspiracin y la forma en que Csar sera asesinado. Pero l no lo ley nunca, pues un instante despus entr en el Senado y fue muerto de veintitrs pualadas. Suetonio termina su relato de este modo: "Antisio, el mdico, dijo que de todas aquellas heridas slo la segunda en el pecho debi haber sido mortal". Cualquier parecido con cualquier otra historia, viva o muerta, ser pura coincidencia.Copyright Gabriel Garca Mrquez/ACI, 1981.http://elpais.com/diario/1981/09/30/opinion/370652412_850215.html