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EL COLEGIO DE MICHOACAN, A. C.CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS

PROGRAMA DE DOCTORADO EN HISTORIA

Las patentes de invención mexicanas.Instituciones, actores y artefactos

[1821-1911]

■ T E S I S ■

que para obtener el título de Doctor en Historia

P R E S E N T A

Vandari Manuel Mendoza Solís

D I R E C T O R

Dr. Martín Sánchez Rodríguez

Zamora, Michoacán MARZO DE 2 0 1 4

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C O N T E N I D O

Lista de tablas y gráficas 11

Lista de ilustraciones 13

Lista de abreviaturas 15

Agradecimientos 17

Introducción 19

PRIMERA PARTE LOS CÓDIGOS DE LA INVENCIÓN (1821-1911)

PREÁMBULO— 45 —

Capítulo 1. Los objetos privilegiados del sistema mexicano de patentes 51

1.1. Los anteced en tes coloniales: privilegios y patentes 541.2. La po lém ica definitoria: el triunfo de la heterodoxia 62

1.3. La ley de 1832: una am algam a de privilegios y patentes 711.4. La ley de 1858: un s is tem a conservador rem ozado 80

1.5. La ley de 1890: las nuevas reglas de un viejo juego 84

1.6. La ley de 1903: ortodoxia a favor de los extranjeros 91

Capítulo 2. Una institución de acceso restringido: políticas y tarifas elitistas 99

2.1. El origen y la naturaleza de las inclinaciones e litistas 992.2. La inestable transición a un s is tem a m en os excluyente 1092.3. La tardía “d em ocratización” del s is tem a de patentes 116

Capítulo 3. Un paradójico escaparate de conocimientos técnicos 123

3.1. La pertinaz existencia de la cultura del secreto 123

3.2. La configuración de un escaparate de p atentes 1313.3. La cara oculta del escaparate: influencia y control 136

SEGUNDA PARTE ACTORES Y ARTEFACTOS (1832-1876)

PREÁMBULO— 157 —

Capítulo 4. El punto de partida: estrategias heurísticas y evidencias históricas 159

4.1. La periodización de las p atentes m exicanas 1604.2. La definición de g ru p o s sociales re levan tes 162

4.3. La dem arcación de los cam pos de invención 1674.4. El corpus de inventores: estratos y grupos 169

4.5. El perfil de los grupos socia les relevantes 175

Capítulo 5. Las condiciones del contexto sociotécnico preporfirista 179

5.1. Las cond ic iones estructurales: la era de la anarquía 1805.2. Las cond ic iones técnicas: los obstáculos m ateriales 1825.3. Las cond ic iones sociales: atavism os y prejuicios 188

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Capítulo 6. Un desbarajustada maquinaria social 201

6.1. La d esequilibrada distribución de p aten tes 202

6.2. Las fragmentarias parcelas de invención 210

6.3. Los em brionarios grupos sociales relevantes 219

TERCERA PARTE ACTORES Y ARTEFACTOS (1877-1911)

PREÁMBULO— 239 —

CAPÍTULO 7. Las transformaciones del contexto sociotécnico porfirista 243

7.1. Los cam bios técnicos: el carácter de la gran industria porfiriana 2 4 47.2. Los cam bios sociales: el en tusiasm o por el m undo de la técnica 2557.3. Los cam bios educativos: el pos it iv ism o y la ciencia om n ip oten te 269

CAPÍTULO 8. Los grupos sociales relevantes durante el porfiriato 285

8.1. Los ingenieros: los viejos conocidos de la invención patentada 288

8.2. Los industriales: los n u evos sujetos de la invención patentada 300

8.3. Los mecánicos: los actores populares de la invención patentada 3098.4. Los com erciantes: los autodidactas de la invención patentada 319

CAPÍTULO 9. La maquinaria social en marcha 329

9.1. Los cam pos de invención de los ingenieros 330

9.2. Los cam pos de invención de los industriales 3509.3. Los cam pos de invención de los m ecánicos 360

9.4. Los cam pos de invención de los com erciantes 369

CONCLUSIONES 391

Anexos 4 0 9

Bibliografía 4 3 7

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Tabla 1. Cantidad de inventores asiduos por grupo social.

Tabla 2. Grupos sociales relevantes por estrato socioprofesional.

Tabla 3. Porcentaje de inventores “re levan tes”.

Tabla 4. Inventores m exicanos (1 8 4 2 -1 8 7 6 ) .

Tabla 5. Etapas de las patentes m exicanas durante la época preporfirista.

Tabla 6. Distribución de inventores y patentes (1 8 4 2 -1 8 7 6 ) .

Tabla 7. Clases de patentes los inventores m exicanos (1 8 4 2 -1 8 7 6 ) .

Tabla 8. R esidencia de los grupos socia les relevantes (1 8 4 2 -1 8 7 6 ) .

Tabla 9. Etapas de las patentes m exicanas durante la época porfirista.

Tabla 10. Grupos sociales re levantes (1 8 7 7 -1 9 1 1 ) .

Tabla 11. Sociedades com erciales para explotar patentes (1 8 8 6 -1 9 0 7 ) .

Gráfica 1. Distribución de las patentes (1 8 4 2 -1 9 1 1 ) .

Gráfica 2. Inventores con una o más patentes.

Gráfica 3. Total de patentes de los inventores asiduos y ocasionales.

Gráfica 4. Inventores por estrato socioprofesional.

Gráfica 5. Patentes por estrato socioprofesional.

Gráfica 6. Esquem a del conocim iento positivo.

Gráfica 7. Escala posit iv ista de los conocim ientos.

Gráfica 8. Campos de invención de los ingenieros: construcciones

Gráfica 9. Campos de invención de los ingenieros: artes químicas

Gráfica 10. Campos de invención de los ingenieros: minas y metalurgia

Gráfica 11. Campos de invención de los ingenieros: instrum entos científicos, de m ed ic ión ^

Gráfica 12. Campos de invención de los industriales: agricultura y alim entación

Gráfica 13. Campos de invención de los industriales: artes químicas

Gráfica 14. Campos de invención de los industriales: artes textiles

Gráfica 15. Campos de invención de los mecánicos: m áquinas

Gráfica 16. Campos de invención de los mecánicos: agricultura y alim entación

Gráfica 17. Campos de invención de los mecánicos: alumbrado, calefacción y refrigeración

Gráfica 18. Campos de invención de los com erciantes: artes químicas

Gráfica 19. Campos de invención de los com erciantes: agricultura y alim entación

Gráfica 20. Campos de invención de los com erciantes: papelería, escritorio, e n señ a n za ^

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Ilustración 1. Joaquín Velázquez de León, autor de las O rdenanzas de Minería de 1783 .

Ilustración 2. Pierna m ecánica de José Miguel Muñoz, patentada por prim era vez en 1816.

Ilustración 3. Lucas Alamán, prom otor de la ley de patentes de 1832.

Ilustración 4. Patente original otorgada a Manuel Cecilio Villamor en 1854.

Ilustración 5. Félix María Zuloaga, prom otor de la ley de patentes de 1858.

Ilustración 6. Aparatos inodoros introducidos por Víctor Bareau y Luis Müller.

Ilustración 7. Gilberto Crespo y Martínez, prom otor de la ley de patentes de 1890.

Ilustración 8. Máquina de escribir patentada en EUA por el ingeniero Manuel S. Carmona.

Ilustración 9. Luis Elguero, prom otor y dictam inador de la ley de patentes de 1903.

Ilustración 10. Patente original otorgada a Luis Rom ero Soto en 1906.

Ilustración 11. Am algam ador patentado por Juan A. Robinson en 1867 .

Ilustración 12. Póster de la Exposición Municipal de México de 1874.

Ilustración 13. Turbinas de reacción e im pulsión mejoradas por Damián Tort y Rafols.

Ilustración 14. Taller de Construcción y Com postura de Máquinas de Onosiphor Lebesgue.

Ilustración 15. Aparato para destilación inventado por Ignacio Espínola en 1870.

Ilustración 16. Desfibradora de hen eq u én patentada por Manuel Cecilo Villamor en 1854.

Ilustración 17. Desfibradora de José Esteban Solís m ejorada por el propio inventor en 1865 .

Ilustración 18. R epresentación del “Sistem a Industrial de M éxico” por Estevan de Antuñano.

Ilustración 19. Motor m ultiplicador de fuerza inventado por Luis G. Careaga y Sáenz.

Ilustración 20. Máquina raspadora de m aguey inventada por Luis G. Careaga y Sáenz.

Ilustración 21. Máquinas para construir, limpiar y profundizar canales de Juan N. Adorno.

Ilustración 22. R epresentación gráfica de “La gran industria porfiriana”.

Ilustración 23. “Gekinógrafo” para explicar fen ó m en o s cosm ográficos de Juan de Dios Nosti.

Ilustración 24. Pedro Castera y Cortés, inventor, escritor y crítico del positivism o.

Ilustración 25. S istem a de nivelación para operaciones topográficas del ingeniero Ismael Rego.

Ilustración 26. Luis Rom ero Soto, precursor en la invención de m áquinas tortilladoras.

Ilustración 27. Taller e instrum entos de invención del industrial Luis Rom ero Soto.

Ilustración 28. Máquina para barrer calles asfaltadas del m ecánico Lamberto Alva.

Ilustración 29. Máquina m odeladora de tortillas del m ecánico Simón Escamilla.

Ilustración 30. Publicidad del “S istem a de Bolerías Eléctricas” de Fernando Blumenkron.

Ilustración 31. Presentación de “El Hombre Eléctrico” de El Buen Tono.

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AGN Archivo General de la Nación

AHDF Archivo Histórico del Distrito Federal

AHMLSR Archivo Histórico y Memoria Legislativa del Senado de la República

BVY Biblioteca Virtual Yucatanense

CTS Ciencia, T ecnología y Sociedad

ENAO Escuela Nacional de Artes y Oficios

EPO European Patent Office

SCOT Social Construction of T echnology

UNAM U niversidad Nacional A utónom a de México

USPTO United States Patent and Trademark Office

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• A G R A D E C I M I E N T O S •

Esta tesis doctoral es resultado de muchas horas de reflexiones, escritura y trabajo de archivo. Reconstruir las condiciones contextuales que configuraron el fenómeno de la invención patentada y las experiencias de los inventores mexicanos fue un desafío de investigación enorme. Sin duda, el esfuerzo que significó dicho trabajo no hubiera sido posible sin la colaboración y apoyo de numerosas personas que me impulsaron a seguir adelante cuando el proyecto se fue tornando más grande y complicado. A todas ellas les ofrezco mi más sincero agradecimiento por haberme guiado en este recorrido.

A Karina Vázquez Bernal le agradezco su comprensión, inteligencia y cariño. Ella me acompañó desde un inicio soportando ausencias, trasnochadas, viajes y fracturas. Con ella compartí los avances de investigación y juntos realizamos descubrimientos en los archivos. A la mitad del itinerario se incorporó nuestro prim er hijo: Leonardo Sebastián. Entonces conocí el verdadero movimiento continuo: un pequeño motorcito de infatigable dinamismo e incesante ternura. La gratitud hacia ustedes siempre será insuficiente porque su presencia es el primum mobile que impulsa todas las acciones de mi vida.

Asimismo, esta investigación fue posible gracias al firme apoyo de mis padres Laura Eugenia Solís Chávez y José Mendoza Lara. Ambos, como siempre, me proporcionaron las condiciones intelectuales y materiales que me permitieron reflexionar y tener un espacio adecuado para trabajar. Gracias a mis hermanos Jani, Emiliano y Paulina que en todo momento me alentaron. En verdad me siento afortunado de haber crecido en una familia donde el análisis crítico de la realidad social siempre está presente. De manera especial quiero reconocer los consejos y sugerencias de la m aestra Laura Eugenia. Durante los dieciséis años de mi trayectoria académica ha sido una auténtica mentora: me enseñó a reflexionar como historiador, me compartió los secretos de nuestro oficio y me contagió su pasión por el estudio de la historia. Esta investigación es una muestra más de su calidad docente y su capacidad académica.

Por otra parte, también deseo manifestar mi más amplio reconocimiento al Dr. Martín Sánchez Rodríguez por su inteligente asesoría y acertadas indicaciones. Durante todo el trayecto de esta investigación fue más que un director de tesis. Sin su apoyo ilimitado, su confianza y su paciencia este trabajo simplemente no hubiera llegado a buen puerto. Del mismo modo, quiero extender mi más sincero agradecimiento a la Dra. Verónica Oikión quien fue una extraordinaria tutora durante mi estancia escolarizada en El Colegio de Michoacán. Ella me enseñó la honorable conducta de una persona dedicada en tiempo y alma al estudio y la docencia. Asimismo, deseo expresar mi gratitud a la Dra. Laura Cházaro García, al Dr. José Antonio Serrano Ortega y al Dr. Francisco Javier

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Dosil Mancilla quienes participaron activamente en la configuración de esta tesis con sus valiosas sugerencias.

Desde luego, también extiendo mi reconocimiento al personal de los acervos documentales y bibliográficos que sirvieron de base para la construcción de esta tesis. Especialmente agradezco a los empleados del fondo de Patentes y Marcas del Archivo General de la Nación, quienes me proporcionaron cientos y cientos de expedientes para formar la base de datos de los inventores locales. Del mismo modo, este trabajo hubiera sido imposible de realizar sin el sostén de la comunidad académica y administrativa del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán. Finalmente, para el desarrollo de este trabajo de investigación doctoral fueron esenciales los apoyos que recibí como becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y del Programa de Movilidad Estudiantil Santander. Ambas becas me permitieron dedicar tiempo completo a la investigación.

A todos ustedes, les agradezco infinitamente el apoyo que brindaron a esta investigación donde se rescatan los conocimientos, acciones y expectativas de cientos de inventores mexicanos que permanecían en el anonimato.

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• I N T R O D U C C I 0 N •

Me siento más cómodo con ¡a opinión de que ¡as ideas y ¡os valores están situados en un contexto material,y ¡as necesidades materiales

están situadas en un contexto de normas y expectativas; y de que uno da vueltas a este multilateral objeto social de investigación.

E. P. Thompson.1

— I —

En esta investigación analizamos la historia de las patentes de invención mexicanas desde la consumación de la independencia hasta la disolución del porfiriato. Un largo recorrido histórico que nos permite examinar las diferentes condiciones del contexto sociotécnico local que configuraron la génesis de las patentes nacionales. No consiste en un estudio centrado en los componentes técnicos de las creaciones registradas por los inventores mexicanos, sino en los factores sociales y materiales que permitieron y penetraron su actividad inventiva. En este trabajo, el significado del término “social” posee un sentido más amplio que en las interpretaciones tradicionales. Aquí, tomando en cuenta las “teorías constructivistas”, lo social no sólo evoca las relaciones entre los hombres o sus lazos personales, sino la unión de diversas prácticas humanas (legales, económicas, políticas, culturales^) en un fenómeno en particular: en nuestro caso la invención patentada. Lo social se convierte así en los factores superestructurales más relevantes que definen y regulan las acciones de los actores humanos. Esto se fusiona con las condiciones técnicas imperantes en la sociedad. Con lo anterior nos referimos a los elementos materiales (tecnología instalada, materias primas, servicios técnicos especializados^) disponibles en la sociedad. La invención patentada aparece así como el fenómeno donde los contextos sociales y materiales se combinan. Por supuesto, en realidad todo esto existe en una sola dimensión. La interacción recíproca o el tejido sin costuras entre ambos universos es lo que denominamos “contexto sociotécnico”.2

Nuestro trabajo tampoco busca ser un estudio cliométrico de las patentes nacionales, aunque muchas veces utilizamos cuentas estadísticas para m ostrar las tendencias de patentación locales, sino un examen interpretativo de las condiciones y conductas que permitieron el desarrollo (y modelaron los contenidos) de la invención patentada en México. Es un trabajo de historia social de la tecnología donde privilegiamos el estudio del orden institucional que posibilitó la existencia de este tipo de vivencias, los actores que incursionaron en este terreno y la naturaleza técnica de los artefactos patentados. Los códigos, los sujetos y los objetos que modelaron la experiencia local en la materia

1 Thompson, Edward Palmer. Agenda para una historia radical, Barcelona, Crítica, 2000, p. 11.2 El concepto de “tejido sin costuras” (seamless web) hace referencia a la unión inexorable de elementos materiales y sociales que existe en el desarrollo de la tecnología. Asimismo, busca superar la noción de tecnología como ciencia aplicada, subrayando la interacción recíproca que existe entre ambos tipos de saberes. En suma, como lo expresa Thomas P. Hughes, es un concepto que le permite a los historiadores de la tecnología construir una “narrativa compleja” donde la interacción no sólo ocurre entre la ciencia y la tecnología sino entre una multitud de actores e instituciones que forman un “contexto sociotécnico” determinado. Hughes, Thomas P. “The Seamless Web: Technology, Science, Etcetera, Etcetera”, Social Studies o f Science, Vol. 16, No. 2, 1986, pp. 281-292.

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aparecen como resultado de diversos entramados sociotécnicos. A nuestro juicio es importante analizar los factores contextuales que influyeron en la configuración de las patentes para explicar ciertos rasgos que ha tenido el desarrollo tecnológico local. Un estudio desde esa perspectiva nos permite avanzar en la comprensión de la tecnología como una construcción social cruzada por redes de intereses económicos, políticos y culturales, al mismo tiempo que constreñida por las condiciones técnicas y materiales del escenario nacional. Con ello podemos aquilatar mejor la historia de la tecnología mexicana, corregir algunas visiones populares del atraso industrial del país y debatir ciertos presupuestos académicos, explícitos y tácitos, de nuestra cultura tecnológica.

— II —

El tratam iento es novedoso porque en la historiografía mexicana las patentes han sido utilizadas de forma residual, secundaria, casi indiferente. No por los historiadores de la tecnología (rama poco fomentada entre los ejercitantes locales de Clío) sino por los historiadores de la economía que las han considerado como una pieza accesoria para reforzar sus explicaciones estructurales. En México, como en el extranjero, distintos autores han hallado en las patentes un excelente complemento cuantitativo para sus conclusiones cualitativas. Únicamente han figurado como materia numérica porque desde hace tiempo los avisos de peligro se desplegaron en la esfera de la historiografía mundial. Se ha aconsejado no poner demasiado peso interpretativo en las patentes porque no se tiene la certeza de que las invenciones se hayan construido.3 Se parte del supuesto, demostrado en algunos países, de que la mayoría de los inventos patentados nunca llegaron a la fase de innovación. Se ha mencionado, además, que son un registro engañoso para conocer el índice de la actividad inventiva y del cambio tecnológico en una sociedad, pues muchas invenciones jamás se patentaron.

En otro plano de ideas, algunos historiadores de la tecnología han manifestado que las patentes simplemente acreditan la “actividad psicológica de soñadores que reiterada, entusiasta e ingeniosamente ofrecen soluciones a problemas que principalmente les interesan sólo a ellos”.4 Según esta opinión son testimonios incidentales que muestran aspectos de poca monta social. Sueños tecnológicos que se encuentran fuera del límite de lo real y carentes de importancia para estudiar la relación entre técnica y sociedad. Ese juicio se complementa con el criterio taxativo que limita el estudio de la tecnología a las máquinas, artefactos y procesos industriales en uso.5 Desde esta óptica la historia de la tecnología debe ceñirse al examen de los inventos que tuvieron “importancia” en

3 Algunos textos donde se ha señalado esta condición de las patentes son: Layton, E. "Conditions of Technological Development”, en Spiegel-Rösing, Ina y Derek de Solla Price. Science, Technology and Society. A Cross-Disciplinary Perspective, Londres, SAGE Publications, 1977, pp. 200-2001; Edgerton, David. The Shock o f the Old Technology and Global History since 1900, Londres, Profile Books, 2008, pp. 200-203; MacLeod, Christine. Inventing the Industrial Revolution. The English Patent System, 1660-1800, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pp. 2-3.4 Basalla, George. La evolución de ¡a tecnología, México, Crítica-Conaculta, 1991, p. 93.5 Edgerton, David. "De la Innovación al Uso: diez tesis eclécticas sobre la historiografía de las técnicas", Quaderns d'História de l'Enginyeria, Vol. VI, 2004, pp. 1-23.

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función de su introducción y difusión extensa,6 lo que conduce a soslayar la existencia de miles de patentes por el “hecho” de no haber sido explotadas comercialmente.

Este tipo de postulados son sintomáticos de lo que podemos llamar como la sugestión económica en la historia de la tecnología. Un padecimiento bastante habitual entre los practicantes de la especialidad. Estos historiadores de la tecnología —evidentemente inclinados hacia la economía y propensos a declarar que el estudio de las relaciones entre técnica y sociedad depende del análisis de la tecnología en uso—, se apoyan en frases como la de George N. Clark, quien en 1937 sentenció: “en la historia económica lo que importa es la adopción y el uso, no la invención”.7 Tal razonamiento quizás sea válido en el ámbito de la historia económica, pero no para la historia de la tecnología donde deben analizarse la mayor cantidad de factores materiales, culturales y sociales que explican las técnicas en uso, las que cayeron en desuso y las que nunca se usaron.

Lo que estos investigadores han pasado por alto es que las patentes contienen saberes e ideas que eventualmente se pueden construir y explotar comercialmente o perdurar como expresiones culturales. Se minimizan porque se parte de un dictamen erróneo de su naturaleza, porque se les pide más de lo mucho que nos pueden proporcionar o porque simplemente no llenan las expectativas más superficiales del investigador. Es inadmisible cuestionar un documento histórico porque contiene ideas que no tuvieron un impacto económico, como es absurdo menospreciar una fuente documental porque no posee la información que uno quisiera que nos proporcionara. Ambas posturas son sencillamente prejuiciosas. Falsas soluciones para no estudiar la profundidad de estos testimonios históricos. Las patentes no contienen pensamientos etéreos de individuos divagados. Son creaciones tecnológicas que si bien en algunos casos no se fabricaron, existen materialmente en los documentos que generaron. Las ideas depositadas en las patentes por más utópicas, ensoñadoras o inviables que hayan sido, forman parte de la historia de la humanidad y, por supuesto, del acervo tecnológico de una sociedad.

El punto es que las patentes son documentos complejos que pueden examinarse desde múltiples perspectivas, ofreciéndonos información relevante según la sensibilidad de las preguntas que se formulen para indagarlas. Incluso sin realizar un mayor esfuerzo interpretativo son un estupendo registro documental para determ inar los ritmos y las tendencias históricos de invención técnica en una sociedad. Pero no cualquier clase de invención, sino aquélla que sus autores estimaron necesario y trascendente registrar en una institución pública para resguardar formalmente los conocimientos e ideas que contenían. También nos ofrecen un indicativo de los ámbitos materiales e industriales que fueron fomentados directamente por los sujetos, no por las políticas públicas. Los acervos de patentes son una de las pocas herencias documentales que poseemos para conocer la actividad de los inventores, sus campos de interés, sus conocimientos, ideas y expectativas tecnológicas.

6 Rosenberg, Nathan. Inside the Black Box: Technology and Economics, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, p. 55.7 La cita proviene de Edgerton, David. “De la Innovación al U so_”, p. 2.

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En consecuencia, pueden iluminar una gran variedad de aspectos históricos asociados al significado de la tecnología, la invención técnica y la propiedad intelectual, al mismo tiempo que constituyen un lugar privilegiado para conocer la naturaleza de las ideas y conocimientos técnicos de un personaje, grupo o comunidad. Desde esta perspectiva, saber si las invenciones patentadas se fabricaron o explotaron comercialmente queda en un segundo plano. Son testimonios certeros de las aspiraciones, saberes, prácticas y estrategias tecnológicas emanadas de una sociedad particular. Aún concediendo que la mayoría no hayan sido ejecutadas, su m era formulación nos dice mucho sobre los caminos no tomados.8 Los analistas de la tecnología no deberían considerar la ausencia de explotación de algunas patentes como un factor concluyente para desacreditarlas, sino como un incentivo para descubrir por qué, en ciertos escenarios socioculturales, no existieron las condiciones para explotarlas o para concebir inventos materialmente redituables.

En México, como mencionamos, pocos investigadores se han ocupado en analizar las patentes de invención nacionales. Algunos, desde la historia económica, han realizado trabajos con las características mencionadas. Otros, desde la historia de la tecnología, han efectuado monografías de largo aliento o estudios de caso circunscritos a ciertos artefactos, actividades profesionales o ramas de la industria. Nadie se ha ocupado de estudiar en conjunto las patentes nacionales desde su aparición en el siglo XIX hasta la culminación del porfiriato. Sólo tres investigadores han incursionado de forma más o menos extensa en la materia: el pionero Clinton H. Gardiner quien escribió un artículo sobre las peticiones de patentes en la década de la República Restaurada; Juan Alberto Soberanis quien realizó un estudio introductorio a su importante catálogo documental sobre las patentes otorgadas de 1832 a 1900; y Edward Beatty quien efectuó un par de trabajos donde se centra en las características institucionales del sistema mexicano de patentes antes de 1910.9 Ninguno se preocupó por la historia de la tecnología, por las implicaciones sociales de las patentes ni por los inventores mexicanos. Sus textos son de historia económica (o de historia de la tecnología persuadida por la economía) donde se percibe un énfasis en las transformaciones legislativas e institucionales para estudiar el éxito o fracaso de las políticas públicas de fomento industrial.

8 El concepto de "caminos no tomados” o "caminos truncados” (roads not taken) fue acuñado por el historiador de la tecnología David F. Noble para corregir la opinión darwiniana dominante del desarrollo tecnológico, donde sólo las tecnologías "mejores”, las "más adecuadas” o las "más redituables” son las que pueden sobrevivir. Noble, David F. Forces o f Production: A Social History of Industrial Automation, Oxford, Oxford University Press, 1984, pp. 145-146. Un interesante estudio donde se aplican las ideas de Noble a un caso histórico es: Mort, Maggie. Building the Trident Network. A Study o f the Enrollment o f People, Knowledge, and Machines, Cambridge, MIT Press, 2002.9 Los textos señalados son: Gardiner, Clinton H. "Las patentes en México de 1867 a 1876”, El Trimestre Económico, Vol. XVI, No. 4, 1949, pp. 576-599; Soberanis Carrillo, Juan Alberto. "Catálogo de patentes de invención en México durante el siglo XIX. Ensayo de interpretación sobre el proceso de industrialización en el México decimonónico”, México, Tesis de licenciatura, FFL-UNAM, 1989; Beatty, Edward. "Invención e innovación: ley de patentes y tecnología en el México del siglo XIX”, Historia Mexicana, Vol. XLV, No. 3, 1996, pp. 612-613; Beatty, Edward. Institutions and Investment. The Political Basis o f Industrialization in México Before 1911, Stanford, Stanford University Press, 2001.

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Un lugar especial entre las obras de carácter monográfico lo tiene el texto de Ramón Sánchez Flores: Historia de la tecnología y la invención en México.10 Esta investigación es, sin duda, la reconstrucción más completa que existe sobre las experiencias de los inventores mexicanos. No obstante, la carencia de un aparato teórico para examinar la materia convierte a este texto en una reconstrucción descriptiva y anecdótica que con frecuencia incurre en generalizaciones. Esto último es relativamente comprensible si consideramos que abarca un enorme espacio temporal (desde el periodo prehispánico hasta los primeros años del siglo XX), lo que naturalm ente restringe las posibilidades de un análisis más detallado. Por este motivo, apenas examina a los inventores locales del porfiriato, señalando que son merecedores de un estudio más amplio y minucioso. De hecho, únicamente nos ofrece un listado de nombres, patentes e invenciones para ejemplificar “la versatilidad” que alcanzó el inventor mexicano a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Otros trabajos de esta naturaleza no alcanzaron el mismo nivel de erudición como el escrito por Alfredo Ibarra Rodríguez o el coeditado por Gerardo de la Cocha y Juan Carlos Calleros.11 Ninguno de ellos consiguió problematizar el tema de las patentes. Sólo las retom aron como registro documental para identificar tendencias generales o sujetos destacados, dejando de lado las múltiples implicaciones sociales y materiales que existen detrás de la generación de estos documentos.

Asimismo, podemos encontrar una serie de investigaciones donde las referencias a las patentes aparecen de manera fragmentaria. Estudios de caso que en su mayoría hacen uso de una cantidad reducida de patentes para analizar temas como las desfibradoras de henequén, las máquinas tortilladoras, los molinos de nixtamal, la invención técnica relacionada con la ingeniería mecánica, entre otros.12 Por lo general, en estos estudios las patentes fueron usadas como venero de información para conocer la composición técnica de los artefactos, su funcionamiento interno, o para obtener algunos datos de registro como los nombres y ocupaciones de los inventores nacionales y extranjeros.

Por último, existen varias obras donde las patentes son un asunto secundario. Entre las más importantes están las de Alejandro Tortolero y Mauricio Tenorio.13 En estos

10 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México. Introducción a su estudio y documentos para los anales de la técnica, México, Fomento Cultural Banamex A. C., 1980.11 Ibarra Rodríguez, Alfredo. El invento en México, México, Editorial del Magisterio, 1973; Concha, Gerardo de la y Juan Carlos Calleros. Los caminos de la invención. Inventos e inventores en México, México, Instituto Politécnico Nacional, 1996. Asimismo se pueden consultar los compendios documentales de patentes: López Mendoza, Sergio y Alberto Moles (Coords.) Patentes mexicanas de la segunda mitad del siglo XIX, México, SEFI-IIH-UNAM, 1988; Trabulse, Elías. “Ciencia y tecnología en México a mediados del siglo XIX”, Boletín del Archivo General de la Nación, México, Tomo XII, Vol. 1, No. 34, 1988.12 Entre los estudios de caso más importantes que se basan en el fondo de patentes podemos encontrar: Aboites, Jaime. Breve historia de un invento olvidado: las máquinas tortilladoras en México, México, UAM- I, 1989; Zamora Pérez, Alfonso. Inventario crítico de las máquinas desfibradoras en México (1830-1890), México, UAM-A, 1999; Cruz Márquez, María Armanda. “Diseño industrial de máquinas tortilladoras en México hasta 1921”, México, Tesis de Licenciatura, FFL-UNAM, 2007; Llamas Fernández, Roberto (et. al.) Precursores y realizadores de la ingeniería mecánica en México, México, II-UNAM, 2010.13 Tortolero, Alejandro. De la coa a la máquina de vapor. Actividad agrícola e innovación tecnológica en las haciendas mexicanas: 1880-1914, México, Siglo XXI Editores, 1995; Tenorio Trillo, Mauricio. Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930, México, FCE, 1998.

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trabajos las patentes sólo merecen un apartado para m ostrar aspectos adyacentes al particular accionar de las autoridades porfiristas. Básicamente se centran en el lugar que tuvo el sistema mexicano de patentes en el proyecto m odernizador de la elite. El primero las percibe como resultado de un proyecto estatal (parcialmente exitoso) de modernización del agro mexicano, mientras que el segundo las toma como una pieza más del artilugio modernizador o de la fastuosa fachada de m odernidad que crearon los llamados “magos del progreso”. Ambos autores presentan a las patentes como una secuela del impulso de las autoridades, olvidando analizar la parte más importante: la historia de los inventores mexicanos y sus relaciones sociales.14

De tal suerte que sabemos muy poco sobre la invención patentada en México desde su origen en el siglo XIX hasta la época porfirista. De entrada, no sabemos con seguridad cuántos inventos fueron registrados en este espacio temporal ni las variaciones que se suscitaron durante el prim er siglo de experiencia en la materia. Por consiguiente, poco conocemos sobre los inventores mexicanos y los contenidos de sus patentes. Tenemos noticia de algunos personajes relevantes, pero no contamos con un estudio donde se expliquen las condiciones en las que inventaron y patentaron. Hay una ausencia total de trabajos que analicen su extracción social, sus conocimientos, campos de invención, relaciones sociales, intereses, visiones y expectativas. Asimismo, tenemos referencias de algunas patentes que se convirtieron en artefactos importantes en la historia local —tecnología mexicana vinculada a la industria del maíz, el henequén y los textiles—, pero estas alusiones forman una muestra bastante pequeña de la experiencia nacional.

Los historiadores se han mostrado atentos a consignar únicamente las gestas heroicas de inventores que idearon y patentaron artefactos exitosos, reduciendo la experiencia mexicana a un puñado de individuos destacados. De hecho, las referencias han sido lo suficientemente fragmentarias como para desfigurar la realidad. Han originado que la invención patentada sea vista como una rareza entre los mexicanos, cuando detrás de las patentes exitosas hay cientos de registros, así como múltiples campos de invención cultivados por varios sujetos y grupos sociales que permanecen en el anonimato. En este sentido, poco o nada sabemos de los ámbitos industriales más socorridos por los inventores mexicanos, los terrenos tecnológicos donde plasmaron sus esfuerzos y las condiciones sociotécnicas que encausaron la invención patentada por tales senderos.

Quizás esta ausencia historiográfica radica en el hecho de que acercarse a las patentes como objeto de estudio implica una serie de dificultades debido a su carácter complejo y heterogéneo. Con lo anterior no sólo nos referimos a la inmensa cantidad y variedad

14 Existe una tesis de maestría que ubica parte de su estudio en los años del porfiriato que fueron más prolíficos para los inventores mexicanos (1900-1911). Se trata, sin embargo, de un estudio donde su autora se limitó a mostrar las cifras del periodo con poca rigurosidad metodológica. Únicamente presenta una enumeración de inventos, esporádicamente los nombres de sus creadores y lugares comunes sobre el proceso de industrialización nacional. De cualquier forma ponemos la referencia para el lector interesado en este periodo: Álvarez Acevedo, Laura Noemí. “Las patentes de invención 1900­1934. Un estudio del desarrollo tecnológico en México”, México, Tesis de Maestría, DCSyH-UAM-I, 1998.

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de objetos que fueron registrados, sino fundamentalmente a sus características como testimonios históricos. Para comprender adecuadamente el fenómeno de la invención patentada es preciso tener en cuenta que se tra ta de una expresión humana enraizada en múltiples campos de la vida social y material. Aunque estrictamente la patente sólo es el título oficial que am para la propiedad intelectual de una invención técnica, detrás de estos documentos existen diversas prácticas humanas definidas y modeladas por el contexto singular de una sociedad y por las conductas de sus actores sociales. Por ello, si verdaderam ente queremos com prender las implicaciones de la invención patentada es necesario adentrarnos en este nivel más profundo de su configuración. Abrir la caja negra para desentrañar el contenido social de estos documentos históricos que en su nivel más superficial aparecen simplemente como un título de propiedad.

— III —

En esta investigación precisamente pretendem os dar cuenta de los factores profundos que configuraron a las patentes mexicanas del siglo XIX y la época porfirista. Para ello, consideramos necesario formular un conjunto de interrogantes que nos sirvan de guía para encausar nuestro análisis en la dirección deseada. Ante el estado embrionario en que se encuentra el estudio de las patentes mexicanas, nos parece que el mejor punto de partida es realizar algunos cuestionamientos generales que nos permitan entender, mediante su resolución, las tendencias históricas que paulatinamente conformaron el panorama global del fenómeno estudiado. En este sentido, es pertinente preguntarse: ¿cuántas invenciones se patentaron?, ¿quiénes las registraron? y ¿qué tipo de objetos ampararon? Aunque estas cuestiones pueden juzgarse bastante genéricas, realmente están enfocadas a los tres planos constitutivos de nuestro objeto de estudio. Por ello, resulta fundamental resolverlas para conocer el rumbo que adquirió el fenómeno de la invención patentada en México. Asimismo, son preguntas que no se solucionan tan fácilmente como puede llegar a suponerse. Se requiere un riguroso trabajo empírico para revisar exhaustivamente las miles de patentes concedidas, extraer la información necesaria y presentar las directrices que solucionan estos problemas. Son preguntas germinales cuya resolución ofrece un cúmulo de datos para iniciar la reconstrucción de la experiencia local mediante un análisis interpretativo de sus especificidades.

En este sentido, lo que indiscutiblemente requiere un mayor esfuerzo interpretativo e indagatorio es responder una cuarta pregunta fundamental: ¿por qué aparecieron las tendencias emanadas de las interrogantes anteriores? Más concretamente, resulta de gran importancia analizar las trayectorias de estos tres planos constitutivos no sólo en términos cuantitativos, sino fundamentalmente como resultado de una yuxtaposición de experiencias sociales y materiales. Para despejar esta cuestión es preciso examinar una gran variedad de fuentes alternas que nos permitan desentrañar la conformación particular de cada uno de estos planos, sus interconexiones y el papel que tuvieron en el derrotero que finalmente tomó la invención patentada en México. Más aún, nuestra principal tarea indagatoria consiste en presentarlos como resultado de un conjunto de componentes del contexto local. En otras palabras, analizar los ritmos de patentación, el comportamiento de los inventores y el contenido de sus trabajos como expresiones

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situadas y específicas del contexto sociotécnico donde se manifestaron. Poco ganamos con abrir la caja negra, describir las piezas que se encuentran en su interior y cerrarla otra vez. Es necesario indagar exhaustivamente los múltiples factores o circunstancias locales que se convirtieron en las causas más profundas de la experiencia mexicana.

Ahora bien, quizás no sea superfluo recordar que ningún contexto es inmutable. Por la propia dinámica de las sociedades, los entramados contextuales se encuentran en un continuo proceso de transformación. Por este motivo, E. P. Thompson subrayaba que “la historia es una disciplina del contexto y del proceso”.15 Cada contexto histórico presenta mutaciones y rupturas, aunque al mismo tiempo está marcado por una serie de permanencias e inmovilismos. En nuestro caso, podemos encontrar una ruptura en el contexto nacional en virtud de las patentes existentes. Nos topamos con dos épocas de la invención patentada en México. La prim era comprende de 1832 a 1876 donde la cantidad de patentes fue bastante reducida, existiendo únicamente poco más de cien inventos protegidos, mientras que la segunda cubre los treintaicinco años del régimen porfirista (1877-1911) donde ocurrió un crecimiento extraordinario hasta superar las tres mil seiscientas patentes nacionales. Con base en esta evidencia, que simplemente es un indicio cuantitativo, debemos examinar los múltiples cambios y continuidades que explican esa diferencia. Pero, frente al apabullante horizonte de la lógica histórica, el trabajo del historiador reside en descubrir las piezas más significativas que definen la ru ta de su objeto de estudio. En nuestro caso consideramos que hubo tres variables claves que influyeron fuertemente en el rumbo de la invención patentada en México.

Nos referimos al orden institucional encargado de reglamentar las patentes, los grupos sociales relevantes que las solicitaron y los campos de invención que fomentaron. Estas variables actuaron como fuerzas vectoriales en virtud de que fueron determinantes en la dirección que siguió la invención patentada en México. Por ejemplo, a través de una serie de legislaciones y políticas públicas, la institución estableció de antemano el tipo de objetos que podían registrarse, los actores sociales que podían acceder a esta clase de protección e incluso influyó en el contenido técnico de las creaciones patentadas al propagar ciertos parám etros de invención. Entre tanto, los grupos sociales relevantes fueron los segmentos con una mayor cantidad de invenciones registradas. Con ello se consolidaron como los conjuntos sociales más prolíficos que impulsaron y orientaron el curso que siguió la invención patentada en México. Finalmente, estas colectividades deslindaron y fomentaron distintos campos de invención donde quedaron plasmados sus valores, saberes, prácticas e intereses tecnológicos. Estos campos particulares de invención term inaron dominando el contenido de las patentes. Se convirtieron en los principales marcos de referencia del trabajo habitual de los inventores mexicanos.

En relación con lo anterior consideramos pertinente formular un segundo conjunto de cuestionamientos particulares que nos permitan conocer la influencia de estas “piezas claves” en el fenómeno de la invención patentada en México. En cuanto a la dimensión institucional procuramos resolver las siguientes preguntas iniciales: ¿cuándo se fundó en México la institución destinada a proteger el trabajo de los inventores?, ¿qué rasgos

15 Thompson, Edward Palmer. Agenda para una historia radical^, p. 29.

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particulares adquirió en el escenario local?, ¿cuáles fueron sus modificaciones durante nuestro periodo de estudio? y ¿qué nociones se vertieron para justificar su existencia? Debemos puntualizar que utilizamos el término “institución” de manera concreta para referirnos al régimen jurídico consagrado a regular, definir y garantizar los derechos concedidos con una patente. Dicha institución, conocida ordinariamente como sistema de patentes, tiene un particular peso explicativo en nuestro trabajo porque fue la pieza que posibilitó la existencia formal de las patentes. Desde luego, no fue el único aspecto social que influyó en las tendencias de patentación (incluso quizás tampoco fue el más importante), pero no cabe duda que jugó un papel medular en su evolución.

Compartimos con algunos autores la opinión de que la mejor estrategia para iniciar la reconstrucción histórica de las patentes nacionales es adentrándonos en el análisis de la legislación promulgada que estableció las reglas de juego en torno a la invención.16 Sin duda se tra ta de un paso previo y necesario para poder adentrarnos en la realidad de la invención tecnológica en nuestro país. Esto es así porque el sistema de patentes fue la entidad jurídica que engendró el fenómeno de la invención patentada. No sólo fue un componente más del contexto sociotécnico nacional sino, como mencionamos, una fuerza vectorial que configuró el desempeño en la materia mediante la definición de una serie de ordenamientos legales modificados con el transcurrir del tiempo. Los postulados de las leyes de patentes definieron todo aquello que se permitía y prohibía hacer, constituyendo así un factor determinante en las dinámicas de invención al abrir ciertas posibilidades y restringir otras. Pero, sobre todo, debemos considerar que las limitaciones institucionales fueron un poderoso instrumento en manos de los grupos que detentaban el poder para controlar el rumbo de la invención patentada, ajustando las leyes en la materia a las políticas públicas de fomento industrial.

En este sentido, si podemos encontrar una línea perm anente en todo nuestro lapso de estudio, una tendencia ideológica que se mantuvo vigente sin im portar los múltiples y constantes enfrentamientos políticos, ésta fue que las autoridades locales concibieron al sistema de patentes como un instrumento para excitar la transferencia tecnológica e incentivar la introducción de industrias nuevas, descuidando la que hipotéticamente debía ser su función esencial: estimular la invención nacional mediante el reguardo de la propiedad industrial de los inventores. Así, durante los años precedentes al régimen porfirista, las leyes de patentes abrazaron explícitamente la protección de actividades de introducción e innovación técnica, industrial y comercial, mientras que durante los años de la época porfirista formaron parte de un programa más amplio y ambicioso de fomento industrial donde abiertamente se procuró a traer la tecnología, los capitales y las industrias extranjeras para alcanzar el ansiado progreso material.

Por esta razón, además de la reconstrucción descriptiva de la evolución institucional, es necesario analizar las consecuencias del diseño institucional en el comportamiento de la invención patentada, pero sin soslayar su conexión con dichas políticas públicas

16 Sáiz González, J. Patricio. Propiedad industrial y revolución liberal. Historia del sistema español de patentes (1759-1929), Madrid, Oficina Española de Patentes y Marcas, 1995, p. 24; Gardiner, Clinton H. “Las patentes en México^”, p. 578; Beatty, Edward. “Invención e innovación^”, pp. 610-611.

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de fomento industrial. El mejor medio para alcanzar ambos cometidos es despejando las siguientes interrogantes: ¿qué clase de objetos permitió resguardar el sistema de patentes?, ¿qué acceso social existió a la institución? y ¿qué sucedió con la información recabada? La solución a estas preguntas carecería de la misma relevancia si el sistema mexicano de patentes hubiera sido, durante toda nuestra delimitación temporal, una entidad “ortodoxa” sujeta a los tres principios rectores que justificaron su nacimiento en Europa occidental y Estados Unidos. En otras palabras, si las legislaciones hubieran protegido exclusivamente la propiedad intelectual de los inventores, si los beneficios de la institución se hubieran extendido realmente a toda la sociedad como un derecho individual y si la divulgación del contenido técnico de los objetos registrados hubiera sido exitosa, no sería necesario formularlas o, al menos, no en los mismos términos.

Sin embargo, lo que vuelve relevante el estudio de la legislación mexicana de patentes es su particularidad. En México, el sistema de patentes se construyó como una entidad sui generis. Fue una institución heterodoxa sujeta a los intereses de los grupos locales de poder. En ella se mezclaron las ideas del Antiguo Régimen, encaminadas a prem iar las actividades de innovación e introducción con la concesión de un privilegio exclusivo de explotación, y los principios del sistema de patentes que entendían la protección de los inventos como un derecho de propiedad que recaía exclusivamente en la creación intelectual de nuevas soluciones técnicas a un problema industrial. De la misma forma, la divulgación del contenido técnico de las invenciones patentadas no se presentó en todo el siglo XIX. Como parte de las prácticas “ocultistas” provenientes de la tradición gremial, se consideró inapropiado divulgar la información técnica de los inventos. Fue hasta 1890, ya bien entrado el régimen porfirista, cuando la institución mexicana se reformó para ajustarla a los principios cardinales de la institución occidental.

No obstante, la implementación de un sistema de patentes “ortodoxo” no significó una reorientación encauzada a incentivar la invención local. Por el contrario, la reforma se enmarcó en las políticas de fomento industrial antes mencionadas y fue consecuencia de las presiones internacionales para homologar los sistemas nacionales de patentes. La elite porfirista estuvo dispuesta a modificar la legislación porque supuso que sería un medio eficaz para m odernizar la industria local con la técnica extranjera y porque ansiaba ingresar al concierto de los tratados comerciales del “mundo civilizado”. Pero, como lo han m ostrado varios investigadores en la materia, la homogeneización trajo consigo otra clase de resultados. Las patentes se convirtieron en un poderoso sistema para fortalecer el control económico y tecnológico de las naciones desarrolladas sobre los países pobres.17 Este dominio no fue precisamente a través de la transferencia de tecnología (como lo deseaban los gobernantes mexicanos) sino como una herram ienta especulativa que impidió la implementación de ciertas invenciones extranjeras en los enclaves poco desarrollados y, desde nuestra óptica, como un aparato persuasivo que difundió parám etros de invención, encauzando las tendencias inventivas locales hacia

17 Vaitsos, Constantine V. "La función de las patentes en los países en vías de desarrollo”, El Trimestre Económico, Vol. XL, No. 157, 1973, pp. 195-232; Abad Arango, Darío. "Tecnología y Dependencia”, El Trimestre Económico, Vol. XL, No. 158, 1973, pp. 371-392; Shiva, Vandana. ¿Proteger o expoliar? Los derechos de propiedad intelectual, Barcelona, Intermón Oxfam, 2003.

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los paradigmas tecnológicos de las potencias mundiales. En ambos casos, económica y culturalmente, la actualización del sistema de patentes operó como un instrumento de colonización: mas que modernización originó atraso y dependencia tecnológica.

En suma, nuestra tarea al explorar la dimensión institucional consisten en reconstruir el diseño del sistema mexicano de patentes, observando las fuerzas locales y foráneas que delinearon su fisonomía, en aras de conocer la influencia que este orden legal tuvo en las dinámicas locales de patentación. Desde luego, un factor igualmente importante radica en estudiar las experiencias particulares de los actores sociales o los inventores mexicanos. Si bien las variaciones ocurridas en los códigos legales es un asunto crucial para entender la evolución de las trayectorias de patentación e incluso para bosquejar las causas de la dependencia tecnológica del país en términos políticos, económicos y culturales, las decisiones de los inventores domésticos, sus ritmos de patentación y el contenido de sus trabajos fueron una expresión de sus experiencias personales. Así, aunque el universo normativo tuvo una centralidad evidente en la configuración del fenómeno estudiado, no es aconsejable, como lo advierte Giovanni Levi, quedarse en el análisis de la norma para explicar las acciones sociales, pues las normas no generan comportamientos homogéneos sino un vasto abanico de prácticas sociales enraizadas en abigarrados contextos históricos.18

Una vez en la dimensión de los actores sociales que incursionaron en el terreno de la invención e hicieron uso del sistema de patentes para resguardar sus creaciones, nos encontramos en un nivel mucho más complejo y específico. Estamos en la arena de los sujetos, sus valores y elecciones. En este sentido, junto a los preceptos establecidos en la legislación, entran en juego un sinfín de elementos contextuales para poder explicar por qué algunos personajes decidieron patentar, qué tipo de acciones realizaron y qué clase de conocimientos e ideas aparecen en sus patentes. Como lo indica Fabelo Corzo, es preciso considerar que “cada hombre en particular, atendiendo a las características propias de su formación, al lugar que ocupa dentro del sistema social, a la clase, grupo social o profesional al que pertenece y a las peculiaridades de su personalidad, forma su propia conciencia valorativa, su sistema personal de valores, que marca con un sello característico toda su conducta y los resultados de su creación”.19

Sin embargo, para explorar adecuadamente esta dimensión nos enfrentamos a varios problemas. Quizás el más importante radica en que ante nuestros ojos —contrario a lo que tradicionalmente se ha especulado en la historiografía local— tenemos un enorme conglomerado de inventores que en principio componen una masa amorfa. Más de dos mil personajes mexicanos patentaron por lo menos una invención durante los años de nuestro estudio. Realizar una biografía detallada de cada uno de ellos sería una labor titánica, prácticamente imposible de verificar debido a la escasa información que se ha generado hasta el momento, y muy poco fructífera para comprender el fenómeno de la invención patentada como un suceso socialmente configurado. Un análisis atomizado

18 Muñoz Arbeláez, Santiago y María Cristina Pérez. “Perspectivas historiográficas: entrevista con el profesor Giovanni Levi”, Historia Crítica, No. 40, 2010, p. 201.19 Fabelo Corzo, José Ramón. Los valores y sus desafíos actuales, Buenos Aires, Librosenred, 2004, p. 162.

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de la invención puede producir (como ha producido habitualmente) relatos alegóricos donde los inventores aparecen como héroes populares, personas prominentes de cuya mente genial, en un acto de insight, brotaron creaciones sin precedentes y totalmente desconectadas del medio social. Asimismo, un análisis individualizado de las patentes puede generar un diagnóstico erróneo de las tendencias nacionales de invención. Unas cuantas personas acapararían la atención, minando la idea fundamental de que ningún hombre, por más grande que sea su genio, puede movilizar las corrientes de invención si no tiene el respaldo de innumerables personas trabajando en la misma dirección.

Este riesgo es inminente porque el propio sistema de patentes ha sido desde su origen uno de los principales veneros apologéticos del inventor. Para justificar la propiedad privada sobre el invento, o mejor dicho sobre las ideas técnicas que éste contiene, los pensadores propatentes han recurrido asiduamente al mito del inventor heroico. Han señalado que la sociedad está moralmente obligada a retribuir los esfuerzos creadores de tan eminentes sujetos con un monopolio para su explotación comercial. Asimismo, han defendido a ultranza que las patentes son el mejor instrumento para reconocer a los inventores, para que no sucumban en el anonimato y para hacer patente que son los auténticos inventores, incluso legalmente con un título de propiedad que ampara su posesión. De esta forma, el sistema de patentes ha llevado a su máxima expresión el mito del inventor heroico al convertirlo en el primero y verdadero autor del artefacto en cuestión, borrando de tajo todos los precedentes técnicos e influencias sociales que existen detrás de su trabajo. Sin embargo, como cabalmente lo indicó Lewis Mumford: “atribuir un invento a una sola persona constituye simplemente una forma de hablar, es ésta una falsedad convenientemente alentada por un falso sentido del patriotismo y por el sistema de monopolios de patentes, sistema que permite a un hombre reclamar una recompensa financiera especial por ser el último eslabón en el complicado proceso social que produjo el invento”.20

Paradójicamente, un análisis sistemático de las solicitudes de patentes nos ofrece una clave para resolver el problema de la atomización y para contrarrestar el arcaico mito del inventor heroico. Nos referimos a la existencia de distintos grupos sociales que se gestaron en la invención patentada. Particularmente, consideramos que la pieza clave para com prender el rumbo que siguió nuestro fenómeno de estudio es la presencia de grupos sociales relevantes21 que reunieron el mayor número de inventores mexicanos y tuvieron un alto porcentaje de las patentes locales. En efecto, aunque las solicitudes nos m uestran un asombroso universo de personas con diferentes niveles económicos, sociales y culturales, es posible distinguir conjuntos que trascienden los límites de los egos individuales. Se tra ta de una grieta en la documentación generada por el propio

20 Mumford, Lewis. Técnica y civilización, Madrid, Alianza, 1971, p. 158.21 Empleamos el adjetivo "relevante” en función de que fueron los grupos sociales que impulsaron la invención hacia las direcciones por ellos deseadas. Esto no significa que el resto de los grupos sociales hayan inventado cosas irrelevantes, ni mucho menos, sino simplemente que no lograron convertirse en grupos sociales definitorios en la dirección global del fenómeno estudiado. Precisamente, nuestra investigación consiste en mostrar las condiciones del contexto nacional que influyeron para que estos grupos sociales dominaran el registro de patentes y para que tuvieran una mayor participación frente a otros grupos sociales existentes en las patentes.

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sistema de patentes que nos deja ver la importancia que tuvo (y tiene en el presente) la esfera colectiva en el desarrollo de las patentes. Compartimos con François-Xavier Guerra la opinión de que los grupos sociales son “un punto obligado” en cualquier tipo de análisis social, pues aun a sabiendas de que el sujeto es el único que tiene voluntad propia, es imposible soslayar que las acciones individuales están conectadas, se hallan entrelazadas de múltiples formas y desencadenan reacciones en otros actores según redes de vínculos preexistentes.22

De este modo, además de estudiar los factores contextuales que guiaron las dinámicas locales, impulsando las acciones individuales y modificando los ritmos de patentación en las dos épocas antes aludidas, consideramos que los grupos sociales relevantes son esenciales para advertir la dirección que siguió la invención patentada. No sólo por su predominio cuantitativo sino fundamentalmente porque establecieron trayectorias de invención. Nuestro problema, por lo tanto, se desplaza a un plano donde las evidencias empíricas y los planteamientos teóricos deben combinarse con objeto de identificar y caracterizar correctamente a estos grupos sociales. En prim era instancia es necesario preguntarse: ¿qué criterios debemos utilizar para la identificación/construcción de los grupos sociales?, ¿qué categorías sociales son válidas para el estudio de las patentes? y ¿cómo podemos establecer su relevancia en función de identidades que sean válidas histórica y heurísticamente? En fin, debemos presentarlos como conjuntos articulados de individuos que reflejan la realidad de ciertas experiencias, formaciones y visiones compartidas, no como construcciones meram ente clasificatorias carentes de codos de unión significativos para la invención y el registro de sus patentes. Por ello, una parte importante de nuestro trabajo consiste en elaborar un marco teórico que, respaldado en una sólida evidencia empírica, nos permita probar la existencia de grupos sociales relevantes en términos de su conformación social y de su obra inventiva.

Desde luego, es posible establecer un sinfín de grupos sociales en función de la agenda particular de cada investigador. Entre otros, podrían localizarse grupos con afinidades políticas, económicas, intelectuales, espaciales e incluso de género. No obstante, desde nuestro enfoque nos centramos en sus actividades profesionales u ocupacionales, pues consideramos que en esta categoría se manifestaron y condensaron los elementos más importantes para la invención y para el registro de patentes. Más allá de la discusión pormenorizada de los criterios que justifican tal decisión, para los fines expositivos de esta introducción debemos señalar que durante los casi noventa años estudiados aquí aparecieron en escena cuatro grupos que reunieron el mayor número de inventores y patentes. Los ingenieros, comerciantes, mecánicos e industriales se apuntalaron como los cuatro núcleos de la invención patentada en México. Asimismo, es preciso expresar que su presencia no fue homogénea durante todo nuestro periodo de análisis. La baja cantidad de patentes que imperó durante la tem prana existencia del sistema mexicano se manifestó en su participación. De hecho, en la época preporfirista algunos grupos estaban en gestación no sólo en el ámbito de las patentes sino incluso socialmente. Tal

22 Guerra, Fran^ois-Xavier. “El análisis de los grupos sociales: balance historiográfico y debate crítico”, Anuario lEHS. No. 15, UNCPBA, 2000.

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fue el caso de los ingenieros y, principalmente, de los industriales. Por el contrario, en el porfiriato estaban consolidados en la sociedad y eran muy activos en las patentes.

Para explicar los motivos de las variaciones (tanto en la cantidad de patentes como en la participación de los grupos sociales relevantes) es preciso recurrir al análisis de las circunstancias contextuales. En realidad consideramos que se trata de una reacción en cadena: las condiciones políticas, materiales y culturales del siglo XIX impidieron que se consolidaran grupos alrededor de las patentes y la ausencia de grupos consolidados limitó la cantidad de patentes nacionales. Cuando las circunstancias cambiaron en el porfiriato, las ataduras sociales se desligaron poniendo en marcha el engranaje social de patentación. En consecuencia, es importante resolver las siguientes interrogantes: ¿cómo influyeron las condiciones contextuales en la formación de los grupos sociales?, ¿qué fisonomía y comportamiento tuvieron en los escenarios sociotécnicos del México decimonónico y porfirista? y ¿qué circunstancias específicas los animaron a acercarse en mayor número y con mayor perseverancia a las patentes?

Por otra parte, sostenemos que la ausencia o presencia de estos grupos sociales limitó o impulsó el desarrollo de las patentes porque consideramos que desempañaban una función central en los procesos de patentar una invención: compartían datos y saberes relevantes para generar una patente de invención. En este punto hay que distinguir la acción de paten tar como un acto administrativo de la acción de inventar como un acto creativo. Ambas están mezcladas en la patente y se desarrollan fundamentalmente en virtud de la circulación de datos y saberes de distinta naturaleza. Ambas, igualmente, influyen en diferentes tendencias: la prim era en los ritmos de patentación, la segunda en el contenido de las patentes. En el nivel administrativo es muy importante el acceso a información sobre los lineamientos para patentar, los procedimientos para hacerlo e incluso la noticia de la existencia del sistema de patentes. Si bien la propensión de los sujetos a paten tar nace de múltiples factores materiales, sociales y psicológicos, antes que nada deben conocer la existencia y las funciones de la institución para incursionar en ella. Como lo señalan Berger y Luckmann: “dado que las instituciones existen como realidad externa, el individuo no puede comprenderlas por introspección, debe salir a conocerlas [_] Por tanto, los actores potenciales de acciones institucionalizadas deben enterarse sistemáticamente de estos significados, lo cual requiere una cierta forma de proceso educativo”.23

Un tanto de lo mismo sucede en los procesos de invención. Es necesario tener acceso a múltiples fuentes de información y saberes tecnológicos que activen la mente, pues las ideas elementales para crear cualquier invento son adquiridas por asimilación de las experiencias pasadas. Todas las invenciones se realizan de modo sucesivo gracias a los antecedentes cognitivos que están disponibles en la sociedad. En la invención no hay causas únicas que expliquen el cambio tecnológico como tampoco hay actores sociales que puedan producir los cambios aisladamente. La invención es una actividad creativa de naturaleza heterogénea y colectiva. Aquí estamos en la arena de la construcción del

23 Berger, Peter y Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad. Un tratado de sociología del conocimiento, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2003, pp. 81 y 91. Las cursivas son del original.

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conocimiento tecnológico, un conocimiento que posee una lógica gestacional diferente a la que tiene el conocimiento científico. Varios estudiosos han mostrado que este tipo de conocimiento está dominado por los saberes tácitos (know how), teniendo un papel más relevante que los conocimientos teóricos. La única manera de adquirir esta clase de saberes es en la práctica, mientras que la senda más corta para hacerlo es mediante el ejemplo, la asesoría o el consejo. Ningún manual teórico, por más detallado, claro y científico que sea, nos puede enseñar a serruchar correctamente una pieza o a realizar una buena soldadura. Como acertadamente lo manifestó Walter Vincenti: “aunque la tecnología puede aplicar ciencia, no es lo mismo que ciencia aplicada’’.24

El hecho es que para incursionar en el terreno de la invención patentada resultaba de gran importancia tener acceso a esta clase de información y conocimientos. Este punto es significativo porque en las sociedad capitalistas la información y los conocimientos están fragmentados y circulan de forma asimétrica en redes de individuos que poseen y trasm iten determinado tipo de saberes y experiencias. Los sujetos que pertenecen a ciertos grupos sociales consiguen los conocimientos de forma más rápida, económica y efectiva que las personas en los contornos de la red. Por supuesto, regularmente la información también fluye al exterior de estas colectividades, pero lo hace de manera más lenta, costosa e incompleta. Por ello, ante la constatación de que las vías de acceso no están disponibles de la misma manera para todos, la debilidad o la consolidación de los grupos sociales relevantes es una variable clave para comprender la parsimonia o la aceleración en los ritmos de patentación.

Más aún, la presencia de grupos relevantes nos puede indicar asuntos más profundos que modelaron las dinámicas locales de patentación. Especialmente nos puede señalar la dirección que siguió el contenido de las patentes mexicanas. En el siglo XIX, cuando las patentes fueron pocas, y los grupos sociales relevantes estaban en gestación, existe una mayor fragmentación en el contenido de las patentes. Aunque podemos encontrar atisbos de una lógica colectiva, los proyectos de los inventores mexicanos no lograron afianzarse en tendencias convergentes. Los efectos de esta situación pueden deducirse fácilmente: la carencia de líneas compartidas de invención ocasionó un mayor atraso tecnológico e industrial, pues no se crearon las estructuras sociales básicas para erigir una industria auténticamente nacional, nutrida de invenciones generadas localmente. Por el contrario, cuando estos grupos se consolidaron en el porfiriato, aparecieron los primeros temas sincrónicos de invención. Por el propio carácter de los grupos sociales (conjuntos depositarios de identidades e intereses semejantes y promotores de flujos e intercambios de conocimientos, datos y experiencias) se movilizaron los engranajes sociales de la invención, quedando claramente deslindados lo que denominamos como “campos de invención”. Con ello nos referimos a las parcelas tecnológicas que fueron fomentadas con mayor insistencia por los grupos sociales relevantes.

Estos campos de invención, como mencionamos, son nuestra tercera pieza clave para comprender la dirección que tomó el fenómeno de la invención patentada en México,

24 Vincenti, Walter. What Engineers Know and How They Know It. Analytical Studies from Aeronautical History, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1990, p. 4. Las cursivas son del original.

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pues acabaron dominando el contenido de las patentes domésticas, al mismo tiempo que se convirtieron en una parte substancial de la cultura tecnológica local. Un legado que no está exento de claroscuros y contradicciones. Aquí, además de descubrir el tipo de objetos que fueron patentados por los grupos sociales relevantes, el tipo de saberes que depositaron en ellos y los ámbitos industriales que fomentaron más asiduamente, es primordial responder las siguientes interrogantes: ¿qué condiciones sociotécnicas explican sus propensiones?, ¿qué impulsos colectivos los llevaron por tales senderos? y ¿qué repercusiones tuvieron sus decisiones en el desarrollo de la tecnología local? En efecto, las tendencias que establecieron estos grupos sociales estuvieron marcadas por las condiciones contextuales y por sus propias experiencias, ambiciones, intereses y visiones tecnológicas. Algunos realizaron trabajos de una notable trascendencia para el entorno nacional, otros fomentaron temas triviales, pero al final no deja de ser una dura constatación histórica que la participación de estos grupos sociales relevantes no logró impulsar el desarrollo tecnológico e industrial como en otros países.

La paulatina gestación y consolidación de grupos sociales durante nuestro periodo de estudio fue un factor importante para el desarrollo de las patentes mexicanas, pero no fue la panacea a los problemas que dificultaban el crecimiento tecnológico e industrial. Si bien el afianzamiento de los grupos sociales relevantes trajo consigo la aparición de campos de invención compartidos, permitiendo la gestación de una tecnología local, al interior de estas colectividades se generó una particular sinergia donde convergieron los programas gubernamentales, las políticas educativas, los obstáculos materiales, los prejuicios sociales y las conductas individuales de los personajes que las componían. Como resultado de esta yuxtaposición de elementos heterogéneos los proyectos de los grupos sociales relevantes no generaron un desarrollo tecnológico como el que podría esperarse. Las estructuras sociales básicas se formaron con el correr del tiempo, pero muchas veces carecieron de los elementos materiales para construir sus invenciones, de las políticas públicas que apoyaran sus trabajos y se enmarcaron en una atmósfera educativa y sociocultural que muchas veces terminó limitando sus aportaciones.

Lo que al final de cuentas resulta importante subrayar, lo que nos queda de enseñanza para el presente, es que el desarrollo tecnológico no está encasillado unívocamente en la búsqueda de una mayor eficiencia técnica, sino que está configurado por un cúmulo de componentes y fuerzas sociales, políticas, culturales y materiales. Invariablemente estos factores siempre entran en conjunción impulsando, dificultando o marcando con ciertas características los desarrollos tecnológicos. Las sinergias pueden ser positivas o negativas, siempre dependiendo de las fuerzas que se reúnan en un mismo espacio. En México, los políticos establecieron una línea para alcanzar el progreso tecnológico e industrial, los inventores mexicanos cultivaron sus propios campos de invención y la sociedad en su conjunto acogió crítica o pasivamente tales propuestas. Estas múltiples hebras del contexto local term inaron anudándose en las patentes de invención. No hay un camino unívoco para explicar los éxitos y fracasos de la tecnología local. El papel de las elites dirigentes, de las condiciones materiales, de las decisiones de los inventores y de los valores sociales marcaron el rumbo de la invención patentada en México.

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De esta forma, aunque el conjunto de interrogantes anteriores no agota el campo de problemas que atendemos en esta investigación, nos ofrece una m uestra fehaciente de las múltiples cuestiones que implica el estudio de las patentes. Como resulta evidente nuestro objetivo no es subrayar las supuestas limitaciones heurísticas de las patentes, sino estudiarlas concienzudamente: comprender las condiciones sociales y materiales que generaron su crecimiento o disminución, descubrir los actores y grupos sociales que las demandaban y por qué lo hacían, identificar los campos tecnológicos donde se mostró la actividad patentada de los inventores mexicanos. Más aún, nos acercamos a las patentes para identificar una serie de procesos más amplios de la historia nacional. Al enfocarnos en los factores contextuales que permitieron o entorpecieron la marcha de la actividad patentada, estamos en posición de observar aspectos relacionados con las políticas de fomento industrial, las dinámicas de circulación de conocimientos en la sociedad y la fisonomía que adoptó la cultura tecnológica nacional. Podemos, además, identificar las regiones donde más se ha patentado y confrontar las especificidades de la experiencia local con las tendencias internacionales. Todo esto nos permitirá tener una visión más acertada de las conexiones existentes entre la sociedad, la tecnología y la industria mexicana durante el siglo XIX y la época porfirista.

— IV —

Considerando lo expuesto anteriorm ente con nuestro estudio queremos esclarecer las correlaciones que dieron origen a las patentes mexicanas. Para lograrlo, en el fondo de nuestro análisis subyace un postulado hipotético que se va aclarando paulatinamente en cada uno de los capítulos. Sostenemos que las patentes mexicanas fueron resultado de las condiciones imperantes en el contexto local. En términos llanos consideramos a las patentes como una entidad tecnológica cuya construcción fue consecuencia de un contexto sociotécnico particular que, por supuesto, no fue estático. No decimos que las patentes fueron generadas en escenarios específicos —lo cual es una obviedad, pues nada está fuera de una dimensión espacio-temporal— sino que las realidades sociales, culturales y materiales del contexto nacional fueron las que configuraron los ritmos de patentación, la clase de actores sociales que incursionaron en las patentes e incluso el contenido técnico de los inventos registrados. Resulta im portante dejar en claro esta distinción porque desde hace tiempo existe una acalorada discusión sobre los móviles que impulsan el desarrollo tecnológico.

Desde la postura tradicional la tecnología es vista como una entidad autónoma que se desarrolla en función de una “lógica in terna” dominada por la búsqueda de la máxima eficacia técnica. Los artefactos, las máquinas y los dispositivos tecnológicos, a pesar de que son inventados y construidos por seres humanos, responden a un desarrollo que únicamente está relacionado con el correcto funcionamiento de sus aspectos técnicos. El contexto, si es que aparece en estas interpretaciones, lo hace como el telón de fondo donde evoluciona la tecnología. Asimismo esta postura se complementa con la opinión que conceptualiza a la tecnología como mera ciencia aplicada. Y, puesto que la ciencia es el conocimiento objetivo y neutral por antonomasia, su trasmutación en tecnología no puede más que reproducir esa misma lógica cognoscitiva. En suma, los practicantes

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de esta tendencia acaban incurriendo en una postura determinista donde la tecnología no sólo se desarrolla de forma autónoma e impermeable a las influencias sociales, sino que incluso sigue una trayectoria inexorable que condiciona el rumbo de los cambios sociales. En consecuencia, la tesis de la “tecnología autónom a” defiende una relación unidireccional entre tecnología y sociedad. Considera que los desarrollos tecnológicos influyen significativamente en el orden social, mientras que la tecnología se mantiene inmune a la influencia de los factores sociales.25

Por el contrario, existe una corriente crítica de estudios sociales denominada Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS), cuya pluralidad de enfoques e integrantes han abrazado una interpretación constructisvista o contextualista que concibe y analiza el desarrollo de la tecnología como un proceso dependiente de factores socialmente determinados, aunque constreñidos por elementos materiales. De manera particular, en la historia de la tecnología se ha buscado “hacer frente a la concepción errónea de que la tecnología se desarrolla bajo sus propios imperativos, en cierto modo separada del gobierno del hombre y del contexto cultural”.26 Esta postura expresa que, además de la búsqueda de la eficacia técnica, entran en juego un sinnúmero de fuerzas políticas, culturales y materiales que definen el rumbo de las experiencias tecnológicas de cada sociedad en particular. Como lo menciona Thomas J. Misa: “el método contextual en la historia de la tecnología asume axiomáticamente que existen múltiples influencias o fuerzas contingentes actuando en el cambio técnico (cada quien tiene sus preferencias en lo cultural, lo político, lo organizativo, lo social, lo económico, lo ideológico u otros) que inspiran, guían, configuran y condicionan la invención, el desarrollo, la innovación y el uso de las tecnologías”.27

Asimismo, dentro de este amplio abanico de estudios sociales podemos encontrar un grupo de filósofos e historiadores que critican la supuesta sujeción de la tecnología al conocimiento científico. La tecnología, expresan, no es fruto de la simple aplicación de los saberes científicos. Al contrario, es una expresión de los conocimientos humanos que posee sus propias energías cognoscitivas y operacionales. El conocimiento técnico tiene un carácter más práctico que teórico, mientras que el desarrollo de la tecnología está marcado por múltiples “complejos de orientación”.28 Es decir, debe solucionar al mismo tiempo toda clase de problemas técnicos, materiales, científicos, económicos, políticos y culturales. Esta yuxtaposición de factores es la que term ina configurando a cualquier objeto tecnológico y es la que le otorga un carácter heterogéneo y contextual. Por más relevante que sea la solución de los problemas técnicos, siempre localizamos

25 Aibar, Eduardo. “La vida social de las máquinas: orígenes, desarrollo y perspectivas actuales en la sociología de la tecnología”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, No. 76, 1996, p. 144.26 Cutcliffe, Stephen H. Ideas, máquinas y valores. Los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad, Barcelona, Anthropos, 2003, p. 39.27 Misa, Thomas J. “Revisiting the 'Rate' and 'Direction' of Technical Change: Scenarios and Counterfactuals in the Information Technology Revolution”, Ponencia presentada en la Society for the History of Technology (SHOT), 14 de octubre de 2006, p. 4.28 Weingart, Peter. “The Structure of Technological Change: Reflections on a Sociological Analysis of Technology”, en Laudan, Rachel (Ed.) The Nature o f Technological Knowledge. Are Models o f Scientific Change Relevant?, Dordrecht, D. Reidel Publishing Co., 1984. pp. 115-42.

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condiciones y limitaciones sociales, materiales y culturales que configuran el carácter del conocimiento tecnológico y que no pueden ser ignoradas.

De este modo, retomando los postulados generales del campo de estudios sociales, no vemos que la tecnología siga trayectorias naturales determinadas exclusivamente por la búsqueda de la eficacia técnica, sino que está sujeta a las condiciones imperantes en cada contexto sociotécnico. Particularmente estudiamos las patentes de invención con la intención de m ostrar que, desde los propios procesos de patentación, la tecnología está sujeta a complejos procesos de construcción social. En estos procesos entran en juego componente y fuerzas sociotécnicas que van desde las propias características de la institución encargada de regular las patentes, pasando por los aspectos educativos, políticos y culturales del contexto examinado, hasta llegar a las condiciones materiales donde se desenvuelven las experiencias sociales. Con ello, intentamos coadyuvar en el esfuerzo de muchos investigadores que en la actualidad buscan rom per con las formas cristalizadas de sentido común sobre el carácter de la tecnología, concebida como una forma autónoma y neutral generada en procesos lineales de aplicación de los saberes científicos.29 En todo caso, consideramos que la naturaleza social y contextual de las patentes no es algo obvio, sino algo que debe dem ostrarse rigurosamente mediante el análisis particular de los entramados sociotécnicos que les dieron origen.

En este sentido, observamos que la tecnología responde a las circunstancias locales en donde se genera. Es de una naturaleza eminentemente contextual-local, aunque para nada negamos que en las condiciones locales aparecieron e influyeron conexiones con lo global. Dichas conexiones, aunque importantes, no fueron concluyentes en el rumbo que tomó el fenómeno de la invención patentada en México. Más bien nos dan pie para observar la forma como las fuerzas del exterior fueron retomadas, adaptadas y reconfiguradas en el escenario nacional. En fin, nuestra premisa hipotética no carece de importancia, pues si logramos fundamentarla correctamente podemos obtener una poderosa explicación de los factores que influyeron para que el desarrollo tecnológico nacional adquiriera determinada fisonomía.

De esta forma, todo nuestro análisis está cruzado por la concepción contextualista que ha sido fomentada por el campo de estudios sociales CTS. A nuestro juicio las patentes de invención son una ventana a través de la cual podemos contemplar la construcción social de la tecnología de una manera certera. En este sentido, nuestra investigación se nutrió teórica y metodológicamente de los estudios que analizan a la tecnología desde una perspectiva social. No es una historia internalista donde se estudien los elementos técnicos de los artefactos patentados, sino una historia externalista donde estudiamos las condiciones sociales y materiales que posibilitaron la existencia de esa tecnología patentada. Nuestras más grandes influencias son el enfoque de la Construcción Social de la Tecnología (Social Construction o f Technology) creado por los sociólogos Wiebe Bijker y Trevor Pinch, así como los estudios sociotécnicos efectuados principalmente por los historiadores Thomas P. Hughes y Thomas J. Misa. Otras perspectivas teóricas

29 Thomas, Hernán y Alfonso Buch (Coords.) Actos, actores y artefactos. Sociología de la tecnología, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2008.

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como la Teoría del Actor-Red (Actor-Network Theory) de Bruno Latour, los caminos no tomados (roads not taken) de David Noble o los trabajos constructivistas de John Law y Michel Callon tuvieron una influencia secundaria en nuestro trabajo. Lo importante es que todas estas propuestas nos invitan a pensar e inspeccionar a la tecnología como una construcción de grupos sociales o redes de actores que se encuentran localizados en intrincados contextos sociotécnicos que configuran sus acciones y decisiones.30

Por último, para el análisis del conocimiento tecnológico, nos acercamos a los trabajos de Carl Mitcham, Davis Baird, Walter Vincenci, Marc de Vries, Edward Constant y otros filósofos e historiadores que han teorizado sobre el carácter particular de los saberes técnicos, haciendo frente a la extendida noción que a menudo conceptualiza de forma errada a la tecnología como si fuera una m era aplicación del conocimiento científico.31 Todo esto conforma el andamiaje teórico que sustenta nuestro análisis de las patentes de invención mexicanas. Sin embargo, debemos mencionar que nuestro acercamiento es original dentro de los estudios sociales CTS, pues no encontramos antecedentes que hayan abordado extensamente el fenómeno de las patentes de invención. Por ello, los enfoques indicados en las líneas anteriores sólo fungieron como una guía o una fuente de inspiración para el desarrollo de nuestra investigación. No fueron una herram ienta teórico-metodológica que hayamos aplicado a pie juntillas. Retomamos algunos juicios y conceptos que han sido producidos por este campo de estudios, pero adaptándolos a nuestros objetivos y las propias circunstancias históricas de nuestro objeto de estudio.

— V —

Hemos dividido nuestra investigación en tres partes. Cada una de ellas cuenta con un preámbulo a manera de introducción, una galería de imágenes a manera de colofón y un cuerpo de tres capítulos. En los preámbulos presentamos un panorama general de los temas que abordamos en cada sección y una pequeña descripción de sus capítulos. Mientras tanto, la función de las galerías es rescatar algunas imágenes poco conocidas de actores sociales relacionados con el sistema de patentes, así como presentar una m uestra de la riqueza gráfica que se encuentra en el acervo de patentes. Las imágenes de ciertas invenciones nos ofrecen un sólido argumento visual de las interpretaciones que exponemos en nuestro estudio. No se tra ta de objetos separados del texto, sino en estrecha interlocución con su contenido. Las imágenes de las patentes complementan el contenido de las experiencias mexicanas. Son el resumen gráfico de los saberes y las ideas que los inventores mexicanos depositaron en sus creaciones técnicas.

30 Una buena síntesis de los temas, métodos, enfoques que se han desarrollado desde esta perspectiva puede consultarse en: Cutcliffe, Stephen. Ideas, máquinas y valores. Los estudios de ciencia, tecnología y sociedad, Madrid, Antrophos, 2003. Asimismo, la crítica más importante a esta corriente se encuentra en: Hacking, Ian. ¿La construcción social de qué?, Madrid, Paidós, 2001.31 Prácticamente toda la bibliografía de estos autores está en lengua inglesa. Tenemos una carencia de traducciones de las aportaciones de estos investigadores que están cimentando la explicación sobre la naturaleza del conocimiento tecnológico. Un esfuerzo encomiable en castellano, donde se sintetizan las ideas generales de los principales autores de esta vertiente, puede consultarse en: Cupani, Alberto. “La peculiaridad del conocimiento tecnológico”, Scientiae Studia, Vol 4, No. 3, 2006, pp. 353-371.

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En la prim era parte analizamos los códigos de la invención o la dimensión institucional de las patentes de invención. Nos adentram os en el diseño de las distintas leyes en la materia —desde sus antecedentes coloniales hasta la época porfirista—, para conocer la intención de las políticas oficiales de propiedad industrial y sus repercusiones en el fenómeno de la invención patentada en México. Los tres capítulos de esta unidad giran alrededor de la experiencia mexicana respecto a los tres principios fundamentales del sistema de patentes: el resguardo de las ideas técnicas, útiles y novedosas; la extensión de los beneficios de la institución a cualquier sujeto; y la divulgación de la información técnica contenida en las invenciones patentadas. En función de estos tres parám etros podemos observar un diseño muy poco “ortodoxo” de la institución nacional durante gran parte de nuestro estudio. Fue hasta finales del siglo XIX que la institución acogió los tres principios indicados, pero esta adecuación se presentó en un escenario donde subsistieron muchos obstáculos políticos y materiales. El sistema de patentes nacional fue una entidad heterodoxa dominada por las herencias del pasado, por los intereses privados de los grupos en el poder encargados de formar las leyes y por las presiones internacionales para homologar los sistemas nacionales de patentes.

En la segunda parte incursionamos en el estudio de los actores y los artefactos que se presentaron en la arena de las patentes. En prim era instancia, realizamos un conjunto de delimitaciones teóricas y metodológicas en función de las evidencias contenidas en el acervo de patentes. Ubicamos la existencia de dos segmentos temporales en los que se presentaron ritmos de patentación claramente divergentes. El primero de ellos, con una cantidad reducida de patentes, corresponde al periodo de la “época preporfirista” (1842-1876), mientras que el segundo, con un incremento realmente sorprendente en las patentes locales, transcurrió durante los años de la “época porfirista” (1877-1911). Asimismo, definimos las categorías de grupo social relevante y campo de invención que nos sirven como herram ienta heurística para adentrarnos al estudio de las dinámicas de patentación. En segundo lugar, analizamos las condiciones de la época preporfirista que impidieron el desarrollo de las patentes locales. Observamos cómo un conjunto de factores sociotécnicos se entrelazaron para generar una baja participación. Por último, vemos la desnivelada distribución espacial de las patentes e inventores —densamente reunidas en la capital de la República—, así como el surgimiento de pequeñas parcelas de invención demasiado fragmentadas y la presencia de grupos sociales relevantes en estado embrionario que no consiguieron establecer los vínculos pertinentes para que sus proyectos inventivos convergieran en campos de invención compartidos.

En la tercera parte cerramos la investigación analizando el fenómeno de la invención patentada en la época porfirista. Durante este segmento temporal se presentaron una serie de transformaciones sociotécnicas que permitieron un aumento sustancial en los ritmos de patentación. Las reformas legales al sistema de patentes, el desarrollo de la gran industria porfiriana, el interés urbano por la esfera de la técnica y la presencia de un programa educativo dominado por el positivismo, fueron elementos cruciales para generar un contexto mucho más propicio para inventar y patentar. Sin embargo, estos mismos factores en ocasiones fueron contraproducentes, sobre todo cuando estaban dominados por los intereses del gobierno de Díaz. En este sentido, el proyecto oficial

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de modernización industrial se concentró en la introducción de tecnología extranjera, olvidando crear mejores condiciones materiales para los inventores locales, mientras que el plan educativo desdeñó los saberes empíricos de las artes mecánicas, olvidando la instrucción práctica y propagando la falsa idea de tecnología como ciencia aplicada. Por ello, consideramos que los cambios contextuales más significativos surgieron de la sociedad civil que creó múltiples espacios y medios para hacer circular la información y los saberes técnicos que eran indispensables para ingresar a la arena de las patentes. Asimismo, fue en el porfiriato cuando se consolidaron los grupos sociales relevantes gracias a que encontraron y construyeron un ambiente más adecuado para inventar y resguardar sus ideas. Los ingenieros, industriales, mecánicos y comerciantes pudieron deslindar y fomentar sus propios campos de invención, donde dejaron plasmados sus intereses y visiones tecnológicas. Estos campos de invención acabaron dominando la experiencia local en la materia y sus contenidos también fueron una consecuencia de las condiciones sociotécnicas de la época. A fin de cuentas, los proyectos impulsados por los grupos sociales relevantes no pudieron superar las limitaciones impuestas por el contexto local y esto terminó influyendo en el desarrollo de la industria nacional.

— VI —

Finalmente, debemos indicar que el trabajo de recopilación de fuentes fue complicado y exhaustivo. Para la formación de nuestra base de datos sobre patentes e inventores mexicanos revisamos la documentación contenida en el Archivo Histórico y Memoria Legislativa del Senado de la República, el Archivo Histórico de la Ciudad de México y el Archivo del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, pero la mayor densidad de datos directos la obtuvimos del ramo de Patentes y Marcas del Archivo General de la Nación. Es ahí donde se encuentra depositado el cuerpo de solicitudes, descripciones e imágenes de las invenciones patentadas más nutrido del país. No obstante, pronto nos percatamos que la información contenida en estos acervos era insuficiente para cubrir los objetivos que nos planteamos. La documentación no sólo presenta grandes vacíos para reconstruir las series de patentación, también muchas veces las solicitudes de los inventores omiten información importante como el lugar de residencia y la profesión. Por ello, tuvimos que recurrir a una amplia variedad de fuentes para conformar series completas. En el prim er anexo mencionamos el cúmulo de fuentes que nos sirvió para construir nuestra base de datos de patentes e inventores mexicanos.

Para reconstruir las características de los entornos sociotécnicos y los grupos sociales relevantes, recopilamos datos bibliográficos y hemerográficos de la Biblioteca General de la UNAM, la Hemeroteca de la UNAM, la Biblioteca del AGN y la Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada” de la Secretaría de Hacienda. Asimismo, fueron muy importantes los recursos digitales que están colocados en bases de datos publicadas en Internet como la Biblioteca Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León (www.dgb.uanl.mx), la Hemeroteca Nacional Digital de México (www.hndm.unam.mx), la Biblioteca Digital Hispánica (www.bne.es) y los sitios web HathiTrust (www.hathitrust.org) e Internet Archive (www.archive.org). Todos estos son recursos electrónicos que sin duda están destinados a formar una parte esencial en la investigaciones históricas. Publicaciones

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especializadas de la Secretaría de Fomento, anuarios, guías de las ciudades, periódicos y revistas de carácter técnico y científico, entre otros datos relevantes, los obtuvimos de estos repositorios físicos y virtuales. En el apartado de fuentes se puede observar la riqueza y variedad de textos que empleamos en nuestras indagaciones.

Por último, los estudios más o menos contemporáneos relacionados con la sociedad, la industrialización, las elites política y empresarial, los artesanos y las clases obreras del México decimonónico y porfiristas, también nos aportaron información valiosa. Sería demasiado extenso citar todos estos trabajos en este espacio, basta con señalar que la historiografía que surgió desde la década de 1960 nos facilitó nuestra investigación. A través de los capítulos hacemos referencia a ese cuerpo historiográfico que nos aclaró el panoram a sociotécnico de nuestra delimitación temporal. En ocasiones coincidimos con sus interpretaciones, otras veces nuestras propias pesquisas nos condujeron por otros senderos, poniendo atención en ciertos aspectos que han sido pasados por alto. Lo cierto es que efectuamos un examen exhaustivo de todas las fuentes que estuvieron a nuestro alcance, para desentrañar las implicaciones de las patentes y para explicar el fenómeno de la invención patentada como un suceso socialmente configurado.

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P R I M E R A P A R T E

LOS CODIGOS DE LA INVENCION

(1821-1911)

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P R E A M B U L O

Como parte de nuestro interés de averiguar los diversos factores sociales, materiales y culturales del contexto mexicano decimonónico y porfirista que term inaron marcando el rumbo de las dinámicas de patentación nacionales, debemos analizar las piezas más significativas de este entramado sociotécnico particular. En este sentido, sin ninguna duda, el orden institucional que originó, reglamentó, administró y expidió este género de documentos fue uno de los principales componentes. El papel que tuvo el sistema de patentes fue central para establecer el marco regulatorio al que debieron ajustarse los autores de las ideas técnicas patentadas. Mediante diversos ordenamientos legales, modificados con el transcurrir del tiempo, la institución mexicana estableció las reglas que debían acatar los actores sociales. En consecuencia, se introdujeron una serie de oportunidades y limitantes que se convirtieron en un factor muy im portante no sólo para definir la naturaleza de las actividades y conocimientos que se podían patentar, sino los grupos sociales que podían acceder a esta clase de protección. Por otra parte, las leyes de patentes crearon una estructura administrativa que facilitó la circulación de los conocimientos técnicos generados a nivel nacional e internacional, influyendo en las dinámicas locales de invención y convirtiéndose en parte de los instrumentos de control que definían las tendencias globales del conocimiento tecnológico.

En un principio debemos mencionar que el sistema de patentes —como muchas otras instituciones que han florecido en el contexto mexicano—, posee raíces occidentales. No obstante, para bien o para mal, estas instituciones han experimentado procesos de hibridación con las tradiciones, ideologías y juegos de poder locales. Las instituciones no son entidades estáticas, ni mucho menos incorruptibles, que puedan trasladarse de un sitio a otro sin que sufran alguna clase de mutación. Una vez instauradas obedecen a los intereses de los personajes y los grupos sociales que las fundan y presiden. Estos intereses, así como los planteamientos ideológicos que se configuran para legitimar su existencia y funcionamiento, responden a las circunstancias históricas del lugar donde se desarrollan. Son de un carácter local y contextual. De esta manera, las instituciones occidentales se convierten en entidades distintas cuando son adoptadas y reformadas en espacios externos al de su creación. Varios estudios de estos procesos de mestizaje institucional pueden realizarse, pero nosotros nos centraremos en el caso específico de las patentes de invención.

La creación de un orden institucional para registrar y resguardar los inventos técnicos es relativamente reciente. Fue hasta finales del siglo XVIII que en Europa occidental comenzó a delinearse un nuevo régimen de derechos sobre la invención, fundado en la propiedad privada, exclusiva y temporal de los individuos sobre la generación de sus ideas técnicas, útiles y novedosas. Pero el surgimiento de dicho modelo de protección liberal y capitalista —conocido de manera genérica como “sistema de patentes”—, se rem onta en la mayoría de las naciones al siglo XIX.1 Si bien desde mucho tiempo atrás

1 Sáiz González, J. Patricio. Invención, patentes e innovación en la España contemporánea, Madrid, Oficina Española de Patentes y Marcas, 1999, p. 33.

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existieron mecanismos para resguardar el trabajo de los inventores, como los apoyos financieros proveídos por los mecenas, los secretos industriales celosamente velados por los gremios artesanales o los premios, medallas y diplomas otorgados por varias organizaciones públicas y privadas, el antecedente más inmediato a las patentes de invención fueron los llamados “privilegios exclusivos” concedidos por los monarcas.

El sistema de privilegios fue el instrumento empleado por las monarquías absolutistas para gratificar las acciones de los inventores. Sin embargo, dentro de la práctica legal del Antiguo Régimen, los privilegios no se circunscribían únicamente a los inventos. Se otorgaban discrecionalmente como monopolios a una amplia variedad de actividades. Eran concesiones arbitrarias para retribuir alguna empresa, gesta o ayuda prestada al gobierno. Además, para el caso concreto de las invenciones industriales, los monarcas únicamente otorgaban privilegios a las tecnologías que probaban anticipadamente su utilidad. Eran monopolios o estancos que recaían sobre las innovaciones técnicas, casi nunca sobre las invenciones en proceso de construcción. Los objetos privilegiados no eran las ideas técnicas novedosas, sino los artefactos técnicos novedosos. Esta novedad podía ser relativa (no conocida en el reino) o absoluta (no conocida en el mundo). En consecuencia, debido a la posibilidad de privilegiar objetos cuya novedad era relativa, esta clase de prerrogativas muchas veces se adjudicaban por herramientas, artefactos o actividades industriales traídas del extranjero, sin im portar que el introductor fuera el auténtico autor de la invención. Desde luego, obvia mencionar que no eran derechos inherentes a los individuos, sino gracias reales otorgadas selectiva y caprichosamente por las autoridades monárquicas según sus intereses particulares.

De este modo, durante el Antiguo Régimen los privilegios solamente se concedían por los objetos tangibles que revestían alguna importancia económica para el reino —más concretamente para las autoridades del reino—, otorgando a sus autores, inventores o introductores un monopolio vitalicio de explotación para recompensar la primicia de haberlos implementado en los confines del territorio. Nunca se daban privilegios por objetos intangibles, como las ideas o los saberes técnicos que constituían la verdadera esencia de un invento, ni se contemplaban los intereses del conjunto de la sociedad.

En cambio, el sistema de patentes surgió como parte del “nuevo” pensamiento liberal y capitalista que buscaba resguardar los derechos inherentes de los inventores dentro del marco ideológico de la “propiedad intelectual”. En este punto se fundamentaba en una noción radicalmente distinta a la tradicional. Los preceptos legales que le dieron forma al sistema de patentes presentaban a las creaciones del intelecto humano como una propiedad individual, por lo que protegían los conocimientos técnicos mediante la concesión de derechos exclusivos de apropiación y explotación. No obstante, debido a la naturaleza inmaterial de este tipo de propiedad, no fue un proceso sencillo justificar la existencia del sistema de patentes. Desde principios del siglo XIX, especialmente en Europa y Estados Unidos, se discutió acaloradamente si era justo para los individuos y para la sociedad otorgar derechos de propiedad sobre la actividad inventiva. Al final de cuentas, después de dilatados debates, se impusieron cuatro argumentos generales para legitimar socialmente la existencia de las patentes.

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Los dos primeros argumentos se referían expresamente a la justicia para el individuo. En prim er lugar, con base en la declaración de los derechos del hombre, que establecía el principio del derecho natural a la propiedad, se consideró que toda idea nueva cuyo desarrollo o realización pudiera llegar a ser útil para la sociedad, pertenecía a quien la concebía. Se estimó, entonces, que sería una violación a la esencia de los derechos del hombre no considerar a los inventos como una propiedad de sus creadores. Por tanto, se justificó la existencia de las patentes arguyendo que la sociedad estaba moralmente obligada a reconocer la propiedad de las ideas como un derecho “de cuantos se afanan y desvelan para cambiar, modificar e inventar nuevas aplicaciones del pensamiento al dominio de la m ateria”.2 En segundo lugar, puesto que las invenciones eran agentes que mejoraban las condiciones materiales e industriales del conjunto de la sociedad, se argumentó que los inventores tenían derecho a recibir una justa retribución por los servicios prestados a la sociedad. El sistema de patentes, entonces, también se justificó como el medio más adecuado para que la sociedad recompensara los esfuerzos físicos e intelectuales de los inventores, otorgándoles un monopolio limitado temporalmente para que pudieran resarcir sus gastos mediante la explotación de sus inventos.

Mientras tanto, respecto a la justicia para la sociedad, en prim er lugar se legitimó la existencia del sistema de patentes aludiendo a la divulgación de los secretos. En este sentido, se esgrimió que ante la inexistencia de una institución consagrada a evitar la imitación de las nuevas ideas técnicas, los inventores guardarían en secreto la esencia de sus creaciones. El secreto moriría con ellos y la sociedad perdería para siempre una tecnología que la hubiera beneficiado. En cambio, el sistema de patentes incitaba a los inventores a hacer públicos sus secretos y la sociedad se beneficiaba al conocerlos. En segundo lugar, se estableció que el sistema de patentes era una institución eficaz para estimular la invención. Se pregonó que las prerrogativas concedidas con un título de patente fomentaban la creación de nuevos inventos, pues daban la seguridad jurídica de obtener potenciales beneficios económicos con ellos. Por el contrario, sin ninguna clase de garantía legal, pocas personas emprenderían empresas inventivas y el empuje tecnológico e industrial de la sociedad languidecería.3

Por supuesto, los detractores del sistema de patentes pusieron en tela de juicio cada uno de los fundamentos anteriores.4 Sin embargo, a pesar de las críticas, los principios esgrimidos por los partidarios de las patentes resultaron políticamente vencedores y sus argumentos se extendieron por todo el mundo occidental durante el siglo XIX.5 A

2 Pella y Forgas, José. Las patentes de invención y ¡os derechos del inventor. Tratado de utilidad práctica para inventores e industriales, Barcelona, 1892, p. 8.3 Un estudio detallado sobre la evolución histórica y los fundamentos que legitimaron la existencia del sistema de patentes puede consultarse en: Penrose, Edith T. La economía del sistema internacional de patentes, México, Siglo XIX Editores, 1974, pp. 5-40.4 Un interesante trabajo donde se estudian las ideas a favor y en contra de la instauración del sistema de patentes, así como los debates internacionales que se presentaron para justificar o desacreditar la existencia de las patentes, puede consultarse en: Machlup, Fritz y Edith T. Penrose. “The Patent Controversy in the Nineteenth Century”, Journal o f Economic History, Vol. X, No. 1, 1950, pp. 1-29.5 Este triunfo del sistema de patentes y su exitosa difusión mundial, en buena medida fue consecuencia del creciente nacionalismo del siglo XIX. La tecnología, como sabemos, es una fuente de prestigio internacional que tiende a establecer diferentes niveles de desarrollo y “modernidad”. En el fondo del

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partir de entonces quedó establecida la poderosa máxima que establecía: el derecho de los inventores sobre sus obras es un derecho de propiedad, la ley civil no lo creó, tan sólo lo ha reglamentado. De este modo, se construyó una firme justificación de las patentes como una institución social espontánea que requería una normatividad para funcionar adecuadamente. Como resultado los sistemas de patentes comenzaron a deslindar los derechos con límites estrictos y plazos de explotación. Se estableció que los derechos de patente sólo podían ser reclamados por los primeros y verdaderos autores de una idea técnica, útil y novedosa. Asimismo, se instituyó que los inventores debían exhibir con lujo de detalle los componentes y el funcionamiento técnico de sus invenciones. A cambio de ello, la sociedad les otorgaba un periodo limitado de exclusividad para que pudieran comercializar sus creaciones. Además, al term inar el periodo de protección, expiraban todos los derechos de exclusividad. El objeto o proceso patentado pasaba al dominio público y cualquiera podía explotar la invención sin restricción alguna. Con esta particular mezcla de ideas, el sistema de patentes se presentaba ante la sociedad como una institución “justa” que lograba conciliar los derechos de los inventores y los intereses del conjunto de la comunidad.

En resumen, podemos señalar que el sistema de patentes debía reunir tres principios básicos para cumplir cabalmente sus funciones. En prim er lugar, debía proteger única y exclusivamente los nuevos conocimientos e ideas técnicos reflejados en los inventos. En segundo lugar, debía extender los beneficios de la institución a cualquier inventor, sin distinción alguna, para que todos pudieran gozar del derecho natural de posesión y explotación de sus ideas técnicas, útiles y novedosas. En tercer lugar, debía establecer mecanismos eficientes para divulgar los conocimientos recabados en las patentes para que el monopolio concedido no recayera sobre las ideas per se sino fundamentalmente sobre la explotación comercial del invento por un espacio temporal predefinido. Estos tres principios básicos debían satisfacerse a cabalidad para que el sistema de patentes cumpliera con sus cometidos sociales. La carencia o el mal funcionamiento de alguno de ellos irremediablemente conducía al fracaso del sistema como tal.

En el ámbito mexicano, los gobiernos decimonónicos buscaron absorber este sistema para incorporarlo a las instituciones que regirían y regularían las relaciones sociales de la nueva nación. Sin embargo, tal absorción pasó por el filtro del contexto local, por lo que no se reprodujeron todos sus fundamentos originales. Hasta bien entrada la era porfirista, al interior del sistema mexicano de patentes se presentó una mezcla donde coexistieron los privilegios exclusivos y las patentes de invención. Por supuesto, esta particular adopción del sistema de patentes fue resultado de las condiciones políticas, sociales y culturales del país. Dichas circunstancias locales hicieron que la institución occidental se convirtiera en una entidad heterodoxa en el contexto mexicano, sujeta a los modos de pensar locales y a los intereses particulares de los grupos sociales que

sistema de patentes subyace un argumento nacionalista que se basa en las ventajas que puede reportar a una nación proteger los inventos nacionales, en contra de la apropiación no autorizada por parte de los extranjeros. De esta forma, los Estados tiene un mecanismo de control para resguardar sus conocimientos técnicos, imprimirles una “denominación de origen” y difundirlos internacionalmente como una muestra de sus logros o adelantos tecnológicos, incrementando así su reputación internacional.

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formularon y se beneficiaron con los diversos arreglos que experimentó. Es necesario, por tanto, estudiar a esta institución como producto de un juego inequitativo de poder entre diferentes actores sociales,6 así como una más de las expresiones particulares de la cultura tecnológica mexicana.

De esta forma, con base en las ideas expuestas hasta aquí, en los tres capítulos de esta sección estudiaremos los diversos ajustes que experimentó la estructura institucional del sistema mexicano de patentes (desde la consumación de la independencia hasta la conclusión del porfiriato) para identificar la influencia que ejerció en la configuración de las dinámicas locales de patentación. En otras palabras, desmenuzaremos in extenso las transformaciones legislativas de la institución para observar sus implicaciones en el desarrollo de las invenciones nacionales. Para conseguirlo, nos centraremos en los tres principios básicos que, como mencionamos, eran esenciales para el “correcto” funcionamiento del sistema de patentes. En prim er lugar, estudiaremos la naturaleza de los objetos que podían obtener las prerrogativas concedidas a nombre de la propiedad industrial. En segundo lugar, examinaremos el acceso social que efectivamente existió a este derecho natural de propiedad intelectual. En tercer lugar, analizaremos las dinámicas de divulgación de los conocimientos técnicos contenidos en las patentes.

Estos tres asuntos nos servirán de guía para observar un conjunto de fenómenos más profundos vinculados a las patentes. Por ejemplo, los intereses políticos y económicos que estaban detrás del orden instituido, las manifestaciones culturales en relación con la propiedad industrial, los sectores de la población mexicana que se beneficiaron con los diversos instrumentos de la propiedad industrial, la influencia de la institución en las dinámicas de circulación de los conocimientos técnicos locales e internacionales al interior del país, y la manera como las leyes en la materia fueron una herram ienta de control empleada por las potencias industriales para fijar ciertas tendencias globales de invención. En suma, a lo largo de esta prim era sección analizaremos a detalle cómo los distintos códigos de la invención definieron de antemano una buena parte de lo que se podía, y de quién podía, patentar.

6 En este punto en particular coincidimos con el llamado "neoinstitucionalismo” que invita a estudiar a las instituciones como entidades poco neutrales. Es decir, aun cuando parecen representar los intereses generales, privilegian los intereses de ciertos grupos en detrimento de los de otros. De este modo, las reglas de juego que son instituidas en cualquier sociedad implican ganadores y perdedores. Las instituciones, entonces, son producto de un juego de intereses donde los ganadores imponen ciertas reglas para maximizar sus ganancias, pero cuidando que generen algunos beneficios para el resto de la sociedad. Los actores sociales consienten las reglas de juego porque perciben que existe un mínimo de justicia, no sólo por coerción. Cfr. North, Douglas. Instituciones, cambio institucional y desempeño económico, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.

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CAPÍTULO 1

Los objetos privilegiados del sistema mexicano de patentes

Cuando la nación mexicana obtuvo su independencia en 1821 la industria local estaba prácticamente paralizada. Los objetos técnicos que existían en el país eran arcaicos en relación con los que en ese momento funcionaban en las naciones más desarrolladas. Los viajeros mexicanos que visitaban países como Inglaterra, Francia, Estados Unidos o Bélgica comúnmente regresaban al país extasiados por las “maravillas tecnológicas” que el ingenio humano había logrado en el exterior, mientras que los personajes que visitaban México se quedaban sorprendido de las riquezas naturales y la carencia de métodos e instrumentos modernos para su explotación. Muy pronto, la conjunción de ambas visiones condujo al concepto entusiasta de que la nación mexicana podía lograr los niveles de desarrollo técnico que gozaban otras regiones. En el ambiente flotaba la certidumbre de que sólo bastaba concretar una estrategia exitosa de “fomento de las artes, la industria, agricultura, y cada uno de los ramos productivos [_] para que por partes vaya rehaciéndose la nación hasta el grado respetable de anivelarse con las de su misma clase”.1 Para muchos mexicanos se tra taba de una obra que podía verificarse en poco tiempo, pero esa esperanza muy pronto se fue desvaneciendo ante la confusa realidad que prevaleció en el país durante los primeros años de vida independiente.

Erigir una nación prácticamente desde sus cimientos era una labor enorme que exigía un alto grado de cohesión política y consenso social para adoptar un programa común a seguir. Las instituciones públicas —pilares en el edificio de cualquier país— debían levantarse con urgencia para comenzar el proceso de reconstrucción. No obstante, los grupos que detentaban el poder, o tenían acceso a las decisiones políticas, discutieron una amplia gama de posibles alternativas que se volvían irreconciliables en sus puntos extremos: m antener las estructuras tradicionales o reproducir los modelos liberales que venían demostrando su éxito en otros contextos internacionales. Buena parte de la historia decimonónica del país transcurrió inmersa en este conflicto. Ante la falta de consensos, los efímeros gobiernos de la tem prana vida independiente term inaron por imitar algunas instituciones, m antener otras y mezclar la mayoría. Tal fue el caso de la legislación mexicana de patentes de invención.

México formó parte de la corriente principal que absorbió la institución de patentes a principios del siglo XIX. Las elites dirigentes, atraídas por el discurso laudatorio que se había construido internacionalmente alrededor de este sistema jurídico, consideraron que “entre los resortes que con más fruto han empleado las sociedades modernas para dar impulso a la industria, el de las patentes de invención que asegura a los inventores la propiedad de los descubrimientos, es sin duda el más activo y poderoso”. Pensaron que con la adopción de ese régimen legal se solucionarían buena parte de los rezagos

1 M. F. de A. Auxilio a la Nación. O fieles deseos de que nuestra Nación Mexicana prospere sobre todas las demás del universo, México, Imprenta Imperial, 1822, p. 1.

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industriales que presentaba México. Insistieron que los “principios de legislación para las patentes, no son una invención ni un el ensayo de una teoría que se propone para p robar sus efectos, están ya acreditados en las naciones que mejor se gobiernan y que han hecho en su industria los progresos más asombrosos por su sistema de legislación en esta parte”.2 Desde la perspectiva de las elites gobernantes era necesario imitar los sistemas de patentes para introducir el enérgico resorte que los “pueblos industriales” habían utilizado como agente m otor de su engrandecimiento material.

Sin embargo, más allá de lo cuestionable que puede ser esta pretensión imitativa en sí misma, lo cierto es que durante bastante tiempo la institución mexicana distó mucho de cumplir con los fundamentos originales que debía desempeñar. En otras palabras, suponiendo que el sistema mexicano de patentes se hubiera construido en el contexto de una nación occidental —como al parecer muchos historiadores lo suponen cuando enjuician la disfUncionalidad de las instituciones occidentales adoptadas en México—, los defectos de la institución mexicana fueron evidentes con respecto a la experiencia europea. De hecho, si continuamos con este rasero, debemos mencionar que fue hasta principios del siglo XX cuando la institución mexicana se aproximó a las funciones que debía verificar según los cánones occidentales. Hasta antes del porfiriato, se presentó una mezcla muy local entre privilegios exclusivos y patentes de invención.

No obstante, en lugar de explicar a la institución mexicana de patentes en términos de fracaso o disfunción frente a las experiencias extranjeras, desde nuestra perspectiva es más pertinente examinar los arreglos locales que se produjeron en su interior y que le imprimieron determinado rumbo. Como todas las instituciones sociales formalmente instauradas, el sistema mexicano de patentes se formó mediante diversos dispositivos legales que definieron sus funciones y los principios reglamentarios que ordenaron las relaciones sociales en la materia. La fisonomía de estas reglas no sólo fue resultado de la “dependencia del pasado” como lo han insinuado algunos autores,3 sino de acciones concretas e intereses específicos que se enlazaron para dar origen a las características de la institución. Es cierto que las experiencias coloniales tuvieron efectos duraderos en los marcos institucionales y las políticas del futuro, pero también es verdad que las condiciones del México decimonónico, y las aspiraciones de los actores implicados en el proceso de formular las leyes, influyeron determ inantem ente en el camino seguido.

En consecuencia, los ajustes que experimentó la institución mexicana de las patentes fueron resultado de la influencia ejercida por ciertas tradiciones y por el predominio de los intereses privados de los grupos en el poder responsables de diseñar las leyes. Estos marcos normativos limitaron el campo de acción de los actores implicados en

2 Memoria sobre el estado de la agricultura e industria de la República, que la Dirección General de estos ramos presenta al Gobierno Supremo, México, Imprenta de José M. Lara, 1843, pp. 55-57.3 Douglass North usa el término path dependency (que pude traducirse como “dependencia del pasado”) para explicar las dificultades de los países subdesarrollados para adoptar reformas institucionales que les permitan mayores niveles de crecimiento. Según North, históricamente los países latinoamericanos “han perpetuado las tradiciones centralistas y burocráticas trasmitidas por la herencia española”, lo que les ha impedido crecer materialmente. En contraste, Estados Unidos se ha convertido en una nación desarrollada porque la herencia británica fue más liberal. Cfr. North, Douglass. Instituciones^, p. 117.

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los procesos de paten tar una tecnología, tuvieron un papel activo en la configuración de los contenidos de las patentes e impactaron directamente en el desarrollo técnico e industrial del país. Por este motivo, resulta especialmente importante examinar lo que las leyes en la materia dispusieron sobre las acciones y objetos que podían protegerse, pues de ello no sólo dependía la índole de las cosas que podían admitirse, o los sujetos que podían beneficiarse con la institución, sino, especialmente, los efectos que querían producirse con la instauración del sistema de patentes.

Además, como lo señaló Edward Beatty, fue este asunto (determ inar el tipo de objetos que se protegerían con el sistema de patentes) el que originó mayor controversia en el México independiente.4 El debate discurrió, principalmente, en torno a la necesidad, la utilidad y la legitimidad de adjudicar la protección monopólica de las patentes no sólo a las invenciones sino a la introducción de tecnología e industrias nuevas. Lo relevante de esta cuestión es que nos m uestra el tipo de asimilación que se dio en México de las ideas que sostenían al sistema de patentes o, mejor dicho, la manera como esas ideas se mezclaron con las formas tradicionales de protección en virtud del proyecto oficial de modernización técnica e industrial. En efecto, los políticos mexicanos concibieron al sistema de patentes como un instrumento para fortalecer su proyecto de “progreso industrial” y, en su agenda, esa aspiración podía lograrse introduciendo las máquinas, procedimientos e industrias extranjeras. Por ello, cuando definieron las funciones del sistema de patentes, conservaron las nociones tradicionales de los antiguos privilegios que les permitían cristalizar esa intención de “naturalizar la industria extranjera”.

Así, durante el siglo XIX la legislación mexicana de patentes fue un instrumento que se empleó para proteger simultáneamente la invención, la transferencia tecnológica y la implantación de industrias nuevas. Emergió como una variante de lo que Jesús Reyes Heroles denominó como la “heterodoxia mexicana”.5 En efecto, durante el siglo XIX los políticos mexicanos acabaron mezclando ideas tradicionales y liberales casi en todas las instituciones económicas e industriales. En el caso de las patentes construyeron un régimen que resguardó con derechos exclusivos no sólo la propiedad intelectual de los inventores sino diversos objetos industriales que tradicionalmente de protegían con un privilegio exclusivo.

En suma, el sistema mexicano de patentes no surgió con la intención de resguardar y fomentar las creaciones de los inventores sino como un instrumento para propiciar la modernización de la planta industrial con la instalación de objetos y procedimientos desconocidos localmente sin im portar si realmente eran inventos. Esta actitud hacia el sistema de patentes fue permanente. No se puede atribuir únicamente a los primeros gobiernos independientes, aunque ciertamente fue sufriendo modificaciones durante todo el siglo XIX hasta que finalmente se transformó en el porfiriato debido a distintos factores políticos, críticas sociales, presiones internacionales y, sobre todo, debido a la intervención de algunos personajes cuyo pensamiento fue decisivo para rediseñar sus

4 Beatty, Edward. “Invención e innovación: ley de patentes y tecnología en el México del siglo XIX”, Historia Mexicana, Vol. XLV, No. 3, 1996, p. 587.5 Reyes Heroles, Jesús. EÌ liberalismo mexicano, T. III, México, Fondo de Cultura Económica, 1974.

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funciones. Gracias a este conjunto de factores, el sistema mexicano de patentes dejó de proteger diversas acciones empresariales de innovación industrial para preservar los objetos intelectuales de la actividad inventiva, aunque, en el fondo, siguió siendo una herram ienta para impulsar el proyecto oficial de desarrollo industrial que apostaba por “naturalizar la industria extranjera”.

1.1. Los antecedentes coloniales: privilegios y patentes

Es un hecho que el antiguo sistema de privilegios fue una de las tradiciones trasmitidas por la herencia española a la institución mexicana de las patentes. Como lo apuntamos en el preámbulo, los privilegios exclusivos fueron el dispositivo legal empleado por los regímenes monárquicos para gratificar una extensa gama de actividades productivas y comerciales. Eran concesiones monopólicas otorgadas por el Estado con el objetivo de fomentar el desarrollo económico del reino o simplemente para favorecer a las clases privilegiadas de la sociedad. En materia industrial, los privilegios exclusivos se usaron para gratificar a los "inventores” que implementaban una novedad técnica. Aunque, en honor a la precisión intelectual, es más adecuado señalar que los privilegios exclusivos se utilizaron para recompensar a los innovadores que hacían posible la construcción e instalación de una invención. Esto fue así porque el sistema de privilegios se sustentó en una noción materialista de la invención. Los beneficiarios de las prerrogativas sólo podían ser quienes podían m ostrar empíricamente la utilidad de una novedad técnica.

Dicho de otra manera, la principal característica del sistema de privilegios fue que no protegió las ideas de los inventores sino los nuevos artefactos o procesos industriales que demostraban un funcionamiento exitoso, para lo cual, naturalmente, debían estar construidos e incluso explotándose. Por ello, este sistema muchas veces desatendió a los auténticos inventores —sobre todo cuando carecían de los medios para cristalizar sus creaciones intelectuales—, beneficiando a los pioneros que efectuaban la labor de construir e implementar una invención ajena. A los monarcas del Antiguo Régimen no les interesaba proteger los frutos intelectuales de los inventores. En cambio, apoyaron la noción materialista de que la "utilidad de un invento no resulta de su idea sino de la plantificación de él, después de superadas las dificultades que comúnmente se ofrecen a los principios [^] por eso todo privilegio debe concederse, no al que lo inventa, sino al que lo ejecuta, ya sea el invento propio del proponente, tomado de un libro, copiado de otra nación, o mejorado en fin por él”.6

Por otro lado, el sistema de privilegios también adoptó un criterio de novedad relativa. Esto significa que podían am pararse inventos ignorados en el reino, aunque hubieran sido conocidos y explotados en otros tiempos y territorios. Por consiguiente, también se emplearon para conceder la facultad privativa de construir, utilizar y comercializar objetos desfasados o procedimientos industriales cuya novedad sólo radicaba en que

6 “Propuesta de reglas o cánones sobre concesión de privilegios exclusivos a los inventos en las artes, extendidas por la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, en consulta de 29 de marzo de 1802, y aprobadas por S. M.”, Mercurio de España, Tomo III, Madrid, Imprenta Real, 1825, p. 52.

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no habían sido implementados o practicados localmente. En este caso acabaron siendo concesiones para animar la introducción de tecnología extranjera e industrias nuevas. Por tanto, la transferencia de tecnología y procedimientos industriales extranjeros fue una preocupación im portante en el sistema de privilegios. Resulta evidente, entonces, que este sistema se focalizó en los procesos de innovación y producción: protegió a los inventos en la fase de explotación y otorgó monopolios para incentivar la introducción de actividades y objetos que no se habían practicado en el reino.

Finalmente, cabe mencionar que los privilegios exclusivos siempre fueron concesiones de carácter remuneratorio. Las Cédulas Reales de Privilegio Exclusivo desempeñaron el papel de premios, mercedes o gracias reales por los servicios ofrecidos al Estado. Su propósito era proteger a quienes podían desarrollar los objetos o actividades que eran atractivos para la Corona. Por tanto, se otorgaban de manera arbitraria según el ánimo y la voluntad de las autoridades. Para obtener un privilegio exclusivo se debía superar la valoración de un grupo de expertos que calificaban la utilidad y la conveniencia del proyecto, mientras que la decisión definitiva descansaba en el juicio del rey o en el de su representante personal en los territorios ultramarinos. Es obvio, entonces, que los privilegios exclusivos no constituían el reconocimiento de un derecho individual, sino una concesión arbitraria para prem iar los casos que satisfacían los deseos, intereses o proyectos industriales de las monarquías absolutistas.

En la Nueva España las autoridades coloniales hicieron un uso relativamente continuo del sistema de privilegios. En el transcurso de los años virreinales, como consta en los documentos rescatados por el historiador Ramón Sánchez Flores, se concedieron una buena cantidad de privilegios exclusivos.7 Pero, más allá de la indudable presencia de esta institución, lo que destaca en el caso novohispano es el grado de sistematización y formalización jurídica que alcanzó. A fines del siglo XVIII podemos hallar en las Reales Ordenanzas para la Minería de la Nueva España —la actividad técnica e industrial más desarrollada del México colonial—, un conjunto de preceptos formales para regular la concesión de los privilegios. Desde luego, eran normas fundadas en los principios que tradicionalmente rigieron a este tipo de concesiones, pero su relevancia radica en que por prim era vez aparecieron enunciadas de manera uniforme en un texto legal.

Esto es valioso porque en la historiografía sobre la materia se ha argumentado que los privilegios otorgados por la Corona española nunca respondieron a una normatividad homogénea. De manera anticipada se ha concluido que durante el Antiguo Régimen no hubo “códigos unificados ni temática, ni temporal, ni territorialm ente si quiera” para concederlos.8 Además, el contenido de las Ordenanzas también resulta relevante para la historia de la tecnología nacional por otros motivos. Particularmente porque fueron redactadas en función del proyecto elaborado por el jurista, minero y científico criollo Joaquín Velázquez de León. En efecto, como lo mostró María del Refugio González en

7 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México. Introducción a su estudio y documentos para los anales de la técnica, México, Fomento Cultural Banamex, 1980.8 Sáiz González, J. Patricio. Propiedad industrial y revolución liberal: historia del sistema español de patentes (1759-1929), Madrid, Oficina Española de Patentes y Marcas, 1995, pp. 37 y 39.

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un meticuloso estudio, gran parte del contenido original del proyecto de Velázquez de León quedó plasmado en la versión definitiva de las Ordenanzas.9 De forma particular, en el capítulo dedicado al “adelantamiento de la industria m inera”, donde se disponían los lineamientos para la concesión de los privilegios exclusivos, virtualmente no existe ninguna modificación de fondo. Podemos expresar, sin tem or a equivocarnos, que las ideas rubricadas por el monarca borbón Carlos III en realidad fueron autoría de aquel personaje novohispano. Es indudable, entonces, que los fundamentos tradicionales del sistema de privilegios eran un arquetipo poderosamente enraizado en el pensamiento novohispano que, incluso, originó una normativa mucho más homogénea y metódica.

Por ello, en vista de su importancia histórica, consideramos oportuno citar en extenso el contenido de los artículos destinados a la concesión de los privilegios exclusivos. En el artículo 16 del título decimoctavo las Ordenanzas iniciaban legitimando este tipo de protección sobre las bases del fomento industrial. Desde entonces, la concesión de los privilegios exclusivos se presentó como parte de las medidas estatales para promover el “progreso industrial” del reino. Una retórica que llegaría para quedarse, pues más tarde sería reproducida por todos los gobiernos del México independiente. Así, en la versión definitiva de las Ordenanzas, el monarca español dictaminaba:

En atención a que la Industria hace útiles a la v ida hum ana las producciones

medianas, y aún las m uy com u n es de la naturaleza, y a que, por el contrario, sin

ella regularm ente se inutilizan y desvan ecen hasta las ventajas y provechos que

d eben esperarse de las riquezas naturales más sobresalientes , quiero y m ando

que se excite, fom ente y prom u eva con la m ayor actividad, m adurez y discreción,

la Industria aplicable a la Minería, y que tan recom endable lugar m erece en ella,

p o n ién d o se especial e sm ero y atención en observar el uso y efecto de las

Máquinas, operac iones y m étod os que al presente se em plean en su ejercicio, para

que todo lo que se hallare verdaderam ente útil y perfecto en su género se

conserve con toda su integridad, sin que in sen sib lem en te pierda o desm erezca, com o ha sucedido y sucede; y aquello que, com parado con las m ejores y más

seguras reglas, se encontrare digno de enm ien d a o reforma, se reduzca realm ente

a su m ayor perfección y efectiva práctica; sin que las antiguas preocupaciones,

vinculadas a la ignorancia y al capricho, estorben los progresos de la Industria, ni

tam poco alteren su justa conservación las noved ad es mal fundadas.10

Una vez establecidas las bases del fomento industrial en función de la conservación de la tecnología exitosa y la promoción de las nuevas experiencias destinadas a mejorar o trasform ar las máquinas, operaciones y métodos útiles para el progreso de la minería, el siguiente artículo abordaba dos aspectos capitales para nuestros fines indagatorios: la formulación de los ordenamientos como preceptos comunes a todos los inventores y, sobre todo, la noción materialista de la invención o la definición del carácter tangible de los objetos que podían obtener un privilegio. Al respecto, las Ordenanzas indicaban:

9 González Domínguez, María del Refugio. Ordenanzas de la Minería de la Nueva España formadas y propuestas por su Real Tribunal, México, UNAM, 1996.10 Reales ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno del importante cuerpo de la minería de Nueva España y de su Real Tribunal General. De orden de su majestad, Madrid, s/e , 1783, pp. 200 y ss.

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Todos los que inventaren o discurrieren cualesquiera esp ec ie de Máquinas,

Ingenios o Arbitrios, Operaciones o M étodos conducentes a adelantar la industria

de la Minería, y que produzcan alguna ventaja aunque al principio parezca

pequeña, han de ser o ídos y atendidos; y si por su pobreza no pudieran verificar

las experiencias de sus inventos com o es necesario, se costarán del fondo de la

Minería, y tam bién la construcción de las Máquinas s iem pre que, presentadas en

Proyecto, se d em u estren y calculen en él sus efectos, y los califiquen y juzguen

prácticam ente probables el Director General de Minería y los Maestros del Colegio. Pero las ideas mal fundadas por falta de principios o de práctico

conocim iento , en que alucinados sus Autores fácilm ente se prom etan ventajas

imaginarias y desm esuradas, se repelerán com o inútiles y despreciables; y

aunque los tales Autores insten y repliquen nuevam ente , no serán oídos sino en el caso de que hagan los exper im entos a su costa, y se califique por ellos la utilidad

de sus invenciones: quedando de todo ello, y en cualquier caso, el docum ento

com p eten te en el Archivo Real del Real Tribunal para la debida constancia.

Dos ideas generales sobresalen en el artículo anterior. En la prim era se declaraba que todos los inventores gozaban del beneficio de ser escuchados, atendidos, auxiliados y, en última instancia, privilegiados por las autoridades. Noción que, planteada en esos términos, resultaba novedosa en el territorio iberoamericano. Por otro lado, el mismo artículo establecía como requisito inexorable la demostración empírica de la utilidad práctica de los inventos presentados. Así, aunque ciertamente se consideraba a “todos los que discurrieren” una invención, la mayor parte del artículo estaba destinada a la delimitación de los objetos protegibles, llegando a la conclusión de que sólo las ideas cuya utilidad fuera dem ostrada positivamente podían agraciarse. En otras palabras, se concebía a las ideas como la substancia de los inventos, pero lo que se protegía no era la creación intelectual sino los artefactos, arbitrios o procedimientos industriales una vez consumados y operando. Este punto quedó claramente formulado en el artículo 18 donde se establecía:

Los Inventos útiles y probados que d esp u és de verificados en grande se

calificaren por el uso corriente de más de un año, serán prem iados con

privilegio exclusivo durante la v ida de su Autor para que nadie use de ellos sin

su consentim iento , y sin contribuirle con una m oderada parte del provecho y

ventaja que e fectivam ente resulte del uso de la tal invención.

De este modo, en el sistema de privilegios se consideraba a las creaciones tangibles de probada utilidad práctica como el objeto de protección. Aún más, estos objetos debían dem ostrar sus beneficios tras una prolongada explotación de más de un año para ser merecedores de un privilegio exclusivo. En el sistema de privilegios lo que se protegía era el proceso de innovación, no la fase germinal de invención. Por tanto, era natural que este tipo de concesiones se extendieran a la introducción de máquinas, utensilios y procedimientos industriales desconocidos en el reino. En este sistema no se incurría en ninguna contradicción legal al am parar la importación de tecnología o la erección de industrias nuevas, dado que la materia protegible eran los procesos novedosos de explotación industrial, no la producción intelectual de nuevas tecnologías. En función de lo anterior, también debemos recordar que el sistema español de privilegios acogió

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un criterio de novedad relativa. Es decir, podían privilegiarse objetos ignorados en los confines del reino aunque hubieran sido conocidos y explotados en otros tiempos y regiones. En consecuencia, el siguiente artículo de las Ordenanzas indicaba:

El que por su propio estudio, instrucción y noticias, o por haber viajado en otras

regiones, presentare alguna Máquina, Arbitrio u Operación practicada en otros

lugares o t iem pos, y fuere probada por la calificación y la experiencia, ha de ser

atendido y prem iado de la m ism a m anera que si fuese inventor; p u es aunque sea

m enor su felicidad, p uede ser m ayor su m érito y trabajo, y la utilidad del público

s iem pre será igual ya resultado de la invención absolutam ente nueva, o ya de la

transportación o aplicación de una práctica no conocida en el paraje donde se

establezca.

Finalmente, es importante mencionar que las Ordenanzas presentaban al Tribunal de Minería como un antecedente muy cercano a las modernas Oficinas de Patentes. Dicho organismo —que a la postre sería dirigido por el propio Velázquez de León—, tenía la función de conservar la documentación producida en la materia, al mismo tiempo que era el encargado de escuchar, examinar y calificar los proyectos de los inventores y los introductores. Sin embargo, para coronar lo que sería la organización administrativa, las Ordenanzas carecían de precisión sobre la autoridad designada para conceder los privilegios exclusivos. Este vacío muy pronto se manifestó en la práctica. En 1795, con motivo de la solicitud de José Garcés para obtener un privilegio por la invención de un método de beneficiar metales con el uso de tequesquite, el Tribunal examinó y aprobó dicho invento, pero se enfrentó al problema de señalar qué autoridad era la encargada de expedir la concesión. Por este motivo, el 15 de junio del mismo año, el director del Tribunal de Minería pidió que el “Rey se digne declarar a quién corresponde conceder los privilegios exclusivos”. Como era de esperarse la respuesta fue categórica. El 15 de enero de 1796, el monarca español manifestó claramente que “la facultad de conceder los privilegios exclusivos que previenen las Ordenanzas de minería, corresponde a los Exmos. Virreyes previo examen y calificación [de la utilidad de los proyectos]”.11

De esta forma, cuando menos para el caso de la industria minera, resulta evidente que desde fines del siglo XVIII existió en la Nueva España toda una estructura institucional para regular, administrar y conceder los privilegios exclusivos. Asimismo, es evidente que el tipo de protección brindada no era un derecho individual. En cualquier caso era una concesión de carácter remuneratorio que se fundaba en las opiniones privadas de delegados o expertos, recayendo la última palabra en la máxima autoridad del reino. Eran concesiones para prem iar algunas acciones innovadoras de los súbditos (una vez verificado el adecuado funcionamiento de sus propuestas) con un monopolio vitalicio de explotación comercial. De ahí que pudieran am pararse acciones tan diversas como la construcción de inventos, la importación de tecnología o la instalación de industrias nuevas. Por último, los privilegios nunca se otorgaban con la intención de divulgar las ideas y los conocimientos técnicos. No existe ningún artículo destinado a la exposición pública de los saberes que eran la base de una invención. En fin, en los cuatro artículos de las Ordenanzas se aprecia en toda su magnitud la esencia del sistema de privilegios.

11 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5591, Exp. 58, 1795-1806, fs. 6-7.

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Los pensadores mexicanos, representados por Joaquín Velázquez de León, m ostraron una cabal asimilación de sus principios legales, transmitidos por la herencia española.

Sin embargo, si hemos de ser justos, debemos mencionar que las relaciones coloniales no sólo le heredaron a la nación mexicana los añejos privilegios absolutistas. También le proporcionaron una prim era legislación de corte liberal o, cuando menos, en nítida transición hacia el sistema de patentes. Durante el denominado Trienio Liberal (1820­1823), en las Cortes españolas se discutió la necesidad de crear un nuevo sistema legal más acorde al que poseían las naciones punteras en materia de “propiedad industrial”. Así, a mediados de 1820, se formó una comisión encargada de redactar un proyecto de ley sobre “invenciones útiles y el modo de proceder con los que presenten o publiquen sus descubrimientos”. Dicha comisión abordó el asunto en términos bastante lejanos a los esgrimidos en el Antiguo Régimen. Gracias a una crónica de las sesiones, publicada en México por José Joaquín Fernández de Lizardi, sabemos que:

Manifestaba la com isión que los certificados de invención que se dan en las

dem ás naciones libres a los que descubren cualquier m áquina o instrum ento, es

cosa m uy diversa de los priv ileg ios exclusivos, y que del m ism o m odo que todo

español debe ser libre para escribir y publicar sus ideas, sin que preceda la

calificación de su m érito por la constitución, es preciso dejar a cualquiera que

hace un invento ponerle en ejecución, sin que nadie se en tro m e ta en calificarlo

an tes de darlo a luz, m ucho más cuando ninguna otra cosa prom ete un derecho

de p ro p ied a d m ayor que la invención de cualquiera instrum ento o máquina; que

por lo m ism o debía asegurarse esta propiedad al inventor por m edio de los

certificados m encionados, pero que era m en ester poner les un térm ino

p roporc ion ado al m érito para que no fuesen, de otra manera, destructores de la

industria; y por último, que la ley debía ten er p resen te a l descubridor y a l que

perfeccione el invento, y que, en el caso que dos hicieran al m ism o t iem p o un

descubrim iento, debía darse la preferencia al que p rim ero lo presen tase .12

Para algunos autores es asombrosa la “m odernidad con que la comisión trató el tema de la propiedad industrial”,13 aunque es necesario mencionar que no se trató de nada novedoso, pues los sistemas de patentes en países como Estados Unidos, Inglaterra y Francia descansaban en los principios expuestos por la comisión. De cualquier forma, en las Cortes españolas se discutieron asuntos relevantes como la diferencia entre un derecho de propiedad y un privilegio exclusivo; se vislumbró el tema de salvaguardar las ideas y los conocimientos sin que nadie se entrom etiera en calificar de antemano su utilidad; se habló, también, de fijar un límite temporal adecuado para term inar con los monopolios vitalicios que perjudicaban a toda la sociedad; y se consideraron a las mejoras o perfeccionamientos como parte de los objetos que debían protegerse. Dicho en unas cuantas palabras, se pusieron los cimientos liberales del sistema de patentes y se atacaron los principios absolutistas del sistema de privilegios. Además, como rasgo original, se propuso llamar certificados de invención a los nuevos títulos de protección.

12 Fernández de Lizardi, Joaquín (ed.) Semanario político y literario de Méjico, Tomo II, México, Imprenta de don Alejandro Valdés, 1821, p. 260. Las cursivas son nuestras.13 Sáiz González, J. Patricio. Propiedad industrialy revolución liberal^, p. 75.

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Así, después de algunas adecuaciones menores, el proyecto elaborado por la comisión se convirtió en ley el 2 de octubre de 1820. No pretendem os resumir aquí el contenido de ese decreto —trabajo que ya ha sido realizado con éxito por otros autores—,14 sino simplemente mencionar que los veinticinco artículos que lo constituyen dejan ver un órgano de tintes liberales que buscaba term inar con más de tres siglos de concesiones arbitrarias otorgadas a manera de privilegios exclusivos. No se tra ta de un dispositivo modelo o con pocas fallas, pero su mayor aportación radica en que logró introducir en la legislación una nueva forma de concebir y justificar la protección de las invenciones.

Por prim era ocasión la presentó como un derecho de propiedad de los inventores, que radicaba en las creaciones emanadas de su ingenio y conocimientos, las cuales debían revelarse y divulgarse en la sociedad para demarcarlas de los demás avances del saber humano hechos hasta el momento. En pocas palabras, se am paraban los derechos de propiedad privada sobre las nuevas creaciones intelectuales de aplicación industrial. Lo anterior fue refrendado en el artículo 16 donde se describía a las personas que podían dem andar estas garantías. En alusión a la novedad de sus creaciones expresaba: “por inventor se entiende aquel que hace por prim era vez una cosa que hasta entonces no se había hecho, o se había hecho de otra forma, y por mejorador, al que añade, quita o varia algo esencial en las invenciones con el objeto de hacerlas más útiles”. Mientras tanto, respecto al carácter de sus creaciones decía: “por consiguiente, será inventor el que idee una máquina, aparato o procedimiento desconocido, lo será también el que haga la aplicación de las invenciones a mecanismos o métodos ya conocidos”.

El decreto de 1820 introdujo una noción de la invención radicalmente distinta a la del sistema de privilegios. Ahora no se hablaba de proteger los inventos ya construidos o los procesos de innovación tecnológica, sino la raíz misma de la invención: la creación intelectual. Asimismo, en este decreto la facultad privativa de explotar exclusivamente un invento ya no se presentó como una concesión remunerativa sino como resultado de un derecho que emanaba de la justa posesión a las creaciones propias. Aunque, al mismo tiempo, no dejó de mencionar que esos derechos exclusivos debían sujetarse a ciertas limitaciones y obligaciones para no afectar el desarrollo técnico e industrial de la sociedad. En cuanto a las limitaciones impuso un espacio temporal de 10 años de goce exclusivo del invento y estableció que los certificados no podían otorgarse “sobre las formas o proporciones diferentes al objeto, ni sobre los adornos de cualquier género”. Mientras tanto, las obligaciones fueron poner en ejecución el invento en menos de dos años, so pena de perder los derechos adquiridos y, sobre todo, exhibirlo

14 La síntesis más completa de esta ley puede consultarse en: Sáiz González, J. Patricio. Propiedad industrial y revolución liberal^, pp. 76-80. Una versión más pequeña del mismo autor aparece en: Sáiz González, J. Patricio. Invención, patentes e innovación^, p. 86. Asimismo, puede consultarse el artículo: Beatty, Edward. "Invención e innovación^”, pp. 586-587. El texto de esta ley aparece en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas. Colección completa de todas ¡as disposiciones que han regido en México sobre esta materia, desde ¡a dominación española hasta ¡a época actual, México, Antigua Imprenta de Murguía, 1903, pp. 1-5. También puede consultarse en: Dublán, Manuel y José María Lozano. Legislación Mexicana, o colección completa de ¡as disposiciones legislativas expedidas desde ¡a independencia de ¡a Repúb¡ica, Tomo I, No. 232, México, Imprenta de E. Dublán, pp. 533-535.

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públicamente no sólo para demarcarlo de las invenciones conocidas, sino también para beneficiar al grueso de la sociedad con la circulación de las nuevas ideas y con el incremento del acervo comunitario de conocimientos útiles.

En suma, en esta ley apareció la esencia del sistema de patentes como una institución destinada a resguardar los derechos de los inventores. Se concentró en los primeros autores de una idea novedosa cuya construcción pudiera ser útil para el desarrollo de la industria nacional, y estableció que los beneficiarios de este derecho sólo podían ser los auténticos autores de una novedad técnica que, para fines de una tipología práctica, podían ser inventores o perfeccionadores. Del mismo modo, en esta ley afloraron los tres principios básicos del sistema de patentes: reconocimiento de los derechos de los inventores, protección de sus creaciones entendidas como una propiedad intelectual y divulgación de las ideas y los conocimientos que constituían la verdadera causa de una invención. Sin embargo, no debemos dejar de señalar que, pese a las transformaciones que introdujo, también mantuvo algunos rasgos del viejo sistema de privilegios como la posibilidad de obtener certificados por la introducción de tecnología extranjera o la opción de m antener ocultas las descripciones de algunas invenciones mientras duraba la protección. Esta ley logró definir en términos liberales lo que era un invento, y por qué era “justo” protegerlo con un periodo limitado de exclusividad, pero no consiguió rom per definitivamente con la tradición, pues mantuvo el resguardo de actividades y objetos que contravenían los principios emanados del propio discurso liberal.

Así, en las postrimerías de la época colonial, la Nueva España tuvo un dispositivo que en su espíritu legal era una ley de patentes. Cuando menos lo fue en virtud de la forma como definió la protección de las invenciones. Sin embargo, apenas un año después de su promulgación, la independencia de México trajo consigo un periodo de alteraciones donde comenzaron a romperse los antiguos vínculos de dependencia con la metrópoli. Algunos códigos españoles fueron derogados, mientras que otros se mantuvieron con vigor porque la repentina abolición de todas las leyes hubiera significado instaurar un estado de absoluta anarquía. De ahí resultó que los códigos españoles que no fueron sustituidos por otros netamente nacionales sirvieron de tenor en tanto se creaban los propios, aunque muchas veces sólo poseyeron un carácter referencial.15 Eso fue lo que sucedió con el decreto sobre certificados de invención del Trienio Liberal. Pese haber sido el prim er estatuto de patentes que estuvo vigente en México, su aplicación nunca fue cabal. Durante los primeros once años de vida independiente se empleó como un recurso extraordinario para salir al paso en los asuntos que lo ameritaban. De hecho, aunque se presentaron varias solicitudes para am parar la invención o introducción de tecnología que fueron examinadas con arreglo a la ley de 1820,16 hasta el momento no se ha localizado ningún certificado concedido según los lineamiento de esa norma.

15 Colección de ¡os decretos y órdenes de ¡as Cortes de España que se reputan vigentes en la República de los Estados Unidos Mexicanos, México, Imprenta de Galván, 1829, pp. I-V. En esta colección está incluida la ley de patentes de las Cortes españolas de 1820.16 Estas peticiones pueden consultarse en los dos primeros tomos de: Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria de ¡os Congresos Mexicanos de 1821 a 1852, México, Imprenta de J. F. Jens, 1878.

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Aun con las salvedades anteriores no podemos soslayar que esta legislación dejó una huella importante en la construcción del sistema mexicano de patentes. Gracias a que fue conocida y difundida en México, puede considerarse como uno de los antecedentes que influyeron en la creación del orden jurídico nacional. Su influencia se manifestó en la rama más liberal que finalmente apareció en la institución mexicana. Aunque, desde luego, esta vertiente estuvo acompañada por la tendencia tradicional de los privilegios exclusivos. Así, aunque en muchos puntos esas influencias eran claramente contrarias, ambas term inaron formando una amalgama que respondió a las particularidades de la realidad nacional. El prim er sistema mexicano de patentes acogió la retorica liberal de los derechos de propiedad de los inventores, pero también mantuvo muchas nociones del sistema de privilegios. Sobre todo conservó los que fueron sus principales rasgos: proteger la introducción de tecnología cuya novedad podía ser relativa y am parar los procesos de innovación industrial.

1.2. La polémica definitoria: el triunfo de la heterodoxia

El auténtico pie de construcción del sistema mexicano de patentes fue la Constitución de 1824. En su contenido los legisladores determ inaron que una de las facultades del Congreso era “fomentar la prosperidad general [_] asegurando por tiempo limitado a los inventores, perfeccionadores o introductores de algún ramo en industria derechos exclusivos por sus respectivos inventos, perfecciones o nuevas introducciones”.17 De esta forma, la prim era Constitución del México independiente reconoció los derechos exclusivos que poseían los inventores y perfeccionadores, pero también extendió la protección a los introductores de algún ramo en industria. Así, en lugar de cimentar al sistema de patentes en los principios adoptados por las naciones industrializadas del Atlántico norte, los políticos mexicanos decidieron seguir un plan más original donde coexistieron los derechos de los inventores y los privilegios de los introductores.

Sin duda, el personaje que sirvió de catalizador para acelerar y concretar la presencia del antiguo sistema de privilegios en el marco de una legislación de patentes fue Lucas Alamán. Desde la prim era vez que se encargó de la Secretaría de Relaciones Exteriores e Interiores (1823-1825), apareció como el principal prom otor del perfil heterogéneo que tuvo el tem prano sistema mexicano de patentes. Alamán, como fiel seguidor de las políticas de fomento industrial impulsadas por el régimen colonial, tenía arraigada en su mente la esencia legal del sistema de privilegios. Como lo apuntó Charles Hale, sus planes para industrializar al país retom aron “la tradición de innovación económica y técnica establecida en los últimos años de la colonia en la industria m inera”.18 Pero es preciso indicar que Alamán también tenía antecedentes de corte liberal. En los últimos

17 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo I, No. 427, p. 724.18 Hale, Charles A. “Alamán, Antuñano y la continuidad del liberalismo”, Historia Mexicana, Vol. XI, No. 2, 1961, p. 231. Ciertamente las ideas de Alamán en materia tecnológica e industrial tenían raíces coloniales y españolas —como lo asevera Hale—, pero en virtud de lo expuesto anteriormente consideramos más adecuado establecer una línea de unión entre las ideas de Velázquez de León y las de Alamán. En otras palabras, pensamos que Alamán únicamente desempeñó el papel de agente catalizador de una tendencia ideológica enraizada en la cultura tecnológica local.

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años de la época colonial participó como diputado en las Cortes españolas del Trienio Liberal. Por tanto, podemos sugerir que conocía cabalmente los fundamentos liberales del decreto de certificados de invención de 1820.

En el ideario de Alamán los principios del antiguo sistema de privilegios y del sistema de patentes podían formar un híbrido beneficioso para el desarrollo material del país. De hecho, lentamente configuró un programa de fomento industrial más amplio donde convergieron sus experiencias y conocimientos liberales con su carácter conservador. Este programa presentó por prim era vez de forma coherente la aspiración que asumió la elite mexicana de im portar la tecnología extranjera para alcanzar el nivel industrial de las naciones más avanzadas. Sobre este punto particular debemos destacar que las ideas alamanistas en materia de fomento tecnológico e industrial formaban parte de la corriente principal. Otros personajes del periodo como Estevan de Antuñano, Luis de la Rosa, Manuel Escandón, Ponciano Arriaga, José Manzo, Cayetano Rubio, Tadeo Ortiz, José María Luis Mora, Francisco Zarco e Ignacio Ramírez, más allá de sus contrastantes discrepancias ideológicas, compartían la noción de que el “medio más rápido y seguro para hacer rico e industrioso un país pobre, atrasado y de grandes capacidades” como México era “naturalizar en él cuanto sobra en otra parte y pertenece a estos ramos [de la industria]”.19 Todos, con algunas variaciones doctrinales, veían en la introducción de tecnología foránea una fuente esencial de progreso económico e industrial.

Es verdad que esa tendencia hegemónica en el pensamiento de la elite dirigente nació del estado precario de la industria local. Hasta cierto punto fue un impulso natural que se buscara fomentar los procesos de transferencia técnica para empezar a superar el atraso industrial en cualquiera de sus manifestaciones. Lo que no era natural, cuando menos en virtud de los principios del sistema de patentes, fue que se intentara otorgar monopolios o franquicias por esta clase de actividades innovadoras. La transferencia de tecnología y la fundación de nuevas industrias podía estimularse con otros medios más racionales, sin recurrir a los derechos exclusivos que sólo estaban justificados para los primeros inventores de una tecnología. De hecho, este asunto fue el que desató la controversia y la ruptura entre la elite dirigente. Para los conservadores el sistema de patentes debía utilizarse como un instrumento legal para estimular la introducción de máquinas e industrias forasteras, para los liberales debía emplearse únicamente para proteger los derechos de los inventores y permitir la libre introducción de máquinas y establecimientos industriales. Ambos estaban a favor de la transferencia tecnológica, pero no coincidían en que el sistema de patentes fuera el instrumento adecuado para conseguirlo.

19 Mora, José María Luis. “Revista Política de las diversas administraciones que la República Mejicana ha tenido hasta 1837” en Obras sueltas de José María Luis Mora, ciudadano mexicano, Tomo I, París, Librería de la Rosa, 1837, pp. CVI-CVII. Mora añadía que el atraso de la industria mexicana también podía superarse estimulando la migración de “hombres que se establezcan por su cuenta y enseñen prácticamente introduciendo los métodos y haciendo conocer las máquinas e instrumentos perfeccionados en Europa para el ejercicio de las artes industriales”. En el ideario de Mora, no era suficiente con introducir las tecnologías y las industrias foráneas, también era preciso transferir el know how o los conocimientos tácitos de los obreros y artesanos extranjeros.

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La polémica comenzó a delinearse desde el segundo Congreso Constituyente. En 1824, antes de que se promulgara la Constitución, Alamán expresó la necesidad de organizar una legislación de privilegios exclusivos para excitar la transferencia de máquinas y de procedimientos industriales. Con tal medida, argumentaba, las industrias nacionales crecerían al nivel de las foráneas, pues “las mejoras que en éstas pueden hacerse con los mismos medios que han producido la perfección de las extranjeras las equilibrará con ellas”. Indicaba que ya se habían pedido “varios privilegios para el establecimiento de [_] multitud de empresas industriales que podrán producir muy ventajosos efectos para nuestras fábricas”. Por ello, incitaba a los legisladores para que se apresuraran en codificar la materia, manifestando que “sobre la expedición de tales privilegios se hizo una consulta al soberano Congreso Constituyente que aún está sin resolver, y con esto suspenso este im portante negocio”.20

En el Congreso Constituyente, mientras tanto, los diputados liberales se manifestaron claramente en contra de las ideas de Alamán. Legisladores como Juan de Dios Cañedo, Manuel Crescencio Rejón, Santos Vélez y Juan Bautista Morales dem ostraron un cabal conocimiento de los principios liberales del sistema de patentes. Por ejemplo, Juan de Dios Cañedo —quien encabezó la oposición de los liberales— mencionó que la manera más correcta de emplear esta institución era otorgando ”derechos exclusivos [_] a los inventores de una industria para que no cualquiera otro aproveche sus conocimientos y saque de ellos las mismas ventajas, o tal vez mayores, porque tiene más capital para extender los frutos de aquella producción”. Además, advirtió: “se ha hablado de la utilidad de los privilegios de introducción [_] Todo lo contrario, no se debe dar derechos exclusivos, porque sería revivir el monopolio tan odioso que ha hecho la desgracia de este país”.21 Asimismo, sobre los privilegios de introducción, el diputado Manuel Rejón indicó que eran “gravosos para los pueblos” y que solamente se podían conceder como “se hace en los Estados Unidos a los inventores, porque los gastos que éstos deben impender, el peligro de pérdidas a que se exponen y el servicio que hacen a la industria, los hacen acreedores a que se les conceda aprovecharse exclusivamente de su invención por cierto tiempo para resarcir sus gastos y trabajos”.22

En cambio, los legisladores de ideas conservadoras como Manuel Solórzano, José Ma. Bustamante, Bernardo Copea, Mariano Barbosa, José Rafael Berruecos, José Mariano Marín y Francisco Patiño estaban convencidos que las ideas de Alamán eran las más adecuadas para alcanzar la modernización industrial. Copea, por ejemplo, sostuvo que se debían otorgar privilegios para “excitar la introducción de máquinas y fábricas que no tenem os” y que tales privilegios no eran perjudiciales para la nación porque ésta de antemano carecía de las máquinas o fábricas agraciadas con el monopolio, porque se beneficiaba al conseguir a un precio más barato lo que habría de comprar más caro al extranjero y porque la industria del país se extendía. Asimismo, José Ma. Bustamante indicó que los privilegios exclusivos eran “indispensables en un país como el nuestro,

20Memoria presentada a ¡as dos Cámaras del Congreso General de la Federación, por el Secretario de Estado y del Despacho de Relaciones Exteriores e Interiores al abrirse las sesiones del año de 1825, sobre el estado de los negocios de su ramo, México, Imprenta del Supremo Gobierno, 1825, p. 43.21 Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria^, Apéndice al Tomo II, p. 289.22 “Soberano Congreso. Sesión 4 de marzo de 1824”,Águila Mexicana, No. 326, 5 de marzo de 1824, p. 2.

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porque siendo los consumos muy cortos, no se podrían sostener los ramos nuevos de industria sin el privilegio exclusivo”.23 Incluso estos diputados llegaron a declarar que proteger a las invenciones, sin contemplar otros objetos que podían ser benéficos para el desarrollo de la industria nacional, era "demasiado corto y mezquino”. El propósito de este grupo siempre fue impulsar una legislación heterogénea donde predominara la introducción de objetos conocidos y explotados en el exterior, en menoscabo de los inventos que pudieran generarse localmente, pues como lo expresó con total claridad el diputado Manuel Solórzano: "nosotros no necesitamos de inventos nuevos sino que se nos traigan los de Europa”.24

A fin de cuentas, los diputados que continuaban pensando al sistema de patentes en la órbita de los antiguos privilegios exclusivos resultaron numéricamente superiores y sus argumentos se impusieron en las discusiones del constituyente. Así, en diciembre de 1824, la composición de la nueva Constitución mantuvo vigentes los tradicionales privilegios exclusivos, al menos tácitamente en la materia objeto de protección. En ese sentido, la introducción de maquinaria y actividades industriales del exterior era, sin duda, un resabio del Antiguo Régimen que se alejaba del resguardo a las nuevas ideas y conocimientos técnicos. Estas introducciones difícilmente podían legitimarse según los fundamentos del sistema de patentes. No eran un derecho natural ni mucho menos una propiedad intelectual. En todo caso la importación de tecnología extranjera podía justificarse en términos del derecho de propiedad sobre tales objetos, pero esto para nada legitimaba que se concediera un monopolio exclusivo para su explotación. ¿Qué merito intelectual había en ser el prim ero en introducir una industria o maquinaria no explotada en el terreno local? ¿Qué derecho natural podía justificar la creación de un monopolio sobre esta clase de actividades innovadoras? En realidad la protección que se planteaba por estas acciones efectivamente era un privilegio: una ventaja exclusiva concedida arbitrariam ente por la autoridad.

Este prim er episodio, sin embargo, no clausuró definitivamente la controversia. Por el contrario, los ánimos quedaron crispados y se desataron nuevamente cuando llegó el momento de consolidar el régimen de patentes con una ley ordinaria en la materia. El teatro de esta nueva polémica fueron las Cámaras del prim er Congreso constitucional, especialmente el Senado de la República. En febrero de 1825, gracias a la iniciativa del diputado José Manuel Zozaya —quien había colaborado con Alamán en la Secretaría de Relaciones y se había consolidado como un prominente empresario al fundar la prim era fábrica de papel del México independiente—, se presentó un proyecto de ley en la Cámara de Diputados donde se contemplaban los privilegios de introducción. El artículo prim ero señalaba:

Para proteger el derecho de propiedad que tienen los inventores, perfeccionadores o in troductores de cualquier ramo de industria, se con ced e el d erecho exclusivo en toda la República a los prim eros por diez años, a los

segu n d os por siete, y a los in troductores por cinco, su jetándose a lo preven ido en

23 Idem.24 Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria^, Apéndice al Tomo II, p. 286.

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esta ley y reservando ampliar al t iem p o a propuesta del Gobierno, en casos

particulares de gran beneficio público.25

Esta propuesta sirvió de base para que la comisión de legislación formara un dictamen cuyos artículos estaban claramente inspirados por el antiguo sistema de privilegios.26 En las sesiones de discusión —a las que acudió Lucas Alamán como invitado—, nunca se puso en tela de juicio la validez jurídica de prem iar las acciones de introducción con un derecho exclusivo. Por el contrario, el diputado González Angulo llegó a indicar que “se debía proteger más la introducción porque la invención y la perfección suelen ser efecto de una casualidad, y porque lo que importaba era que se trajeran las máquinas y demás que proporcionan los adelantos”.27 No obstante, otros diputados fueron más mesurados y señalaron que se debía tener consideración por los inventores porque se les debía estimular y porque de lo contrario se podía caer en el extremo de que no se produjeran inventos. A fin de cuentas, cuando Alamán presionó para que se agilizara la promulgación de la ley, los diputados le comunicaron que estaba bastante avanzada la propuesta “para el fomento y premio de empresas industriales que a su tiempo será revisada en el Senado”.28

En el Senado, mientras tanto, la propuesta no siguió un camino tan llano como en la de Diputados. Ahí resurgió la polémica sobre la materia objeto de patentación. Algunos senadores de pensamiento liberal como Valentín Gómez Farías, Juan de Dios Cañedo, Lorenzo Zavala y Francisco Molinos del Campo, tomaron la iniciativa en los debates. El más incisivo fue nuevamente Cañedo, quien ya indicamos que en el segundo Congreso Constituyente había reiterado que los derechos exclusivos únicamente eran válidos para los verdaderos inventores, mientras que su extensión a los introductores era una compensación monopólica sin ningún tipo de sustento en la justicia. Así, en agosto de 1825, manifestó con mayor contundencia que la concesión de privilegios exclusivos a los introductores, lejos de ampliar la riqueza e industria nacionales, iba a estorbar su crecimiento porque impedía la competencia y limitaba la libertad de empresa durante el tiempo de protección. Asimismo, señaló que debía evitarse hablar de los privilegios de introducción en la ley que estaba en discusión, pues aunque la Constitución le daba facultades al Congreso para concederlos, no le exigía que lo hiciera.29

25 Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria^, Tomo III, pp. 50-53. Cabe señalar que antes de esta primera propuesta de ley, en agosto de 1824, se formó una comisión en el segundo Congreso Constituyente para diseñar dicho estatuto. Resulta interesante la presencia de Alamán en las discusiones, pues el ministro de relaciones abogó por la introducción de tecnología extranjera y respaldó la tesis del diputado José Agustín Paz, quien subrayó la “necesidad de conceder privilegios exclusivos, ya que nos hallamos tan atrasados en máquinas, en conocimientos y en capitales que es necesario atraérnoslos por ese medio”. Sin embargo, la discusión de esta ley se detuvo unos cuantos meses después al concluir las funciones del constituyente. De hecho, como suele suceder en la historia parlamentaria de México, los artículos que se habían discutido quedaron en el olvido.26 “Proposiciones con que concluye el dictamen de la comisión de legislación de la cámara de representantes, sobre privilegios exclusivos”, El Sol, No. 624, 27 de febrero de 1825, pp. 1065-1066.27 “Cámara de Diputados. Sesión del 5 de marzo de 1825”, El Sol, No. 631, 7 de marzo de 1825, p. 1098.28 Gaceta del supremo gobierno de la federación mexicana, Tomo V, No. 32, 10 de Marzo de 1825, p. 175.29 “Cámara de Senadores. Sesión del 16 de agosto de 1825”, El Sol, No. 796, 18 de agosto de 1825, p. 257

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La respuesta de los senadores conservadores no se hizo esperar. Elementos como José Ignacio Espinosa, Manuel Posada, José Sixto Verduzco y Manuel Solórzano, expresaron que los introductores debían gozar del mismo trato que los inventores, mejoradores o perfeccionadores, pues efectivamente era una garantía que estaba contemplada en la Constitución. Además, coincidieron en señalar que era tiempo de otorgar privilegios a los introductores para proveer al país de “cosas útiles y necesarias” o para “conseguir lo mucho bueno que carecemos para el fomento de la agricultura y de las artes”. Bajo esta lógica, el senador Verduzco incluso apuntó que no importaba estancar en una sola mano los objetos introducidos, pues sería de forma temporal, y más tarde la riqueza e industria nacionales sacarían ventajas que de otro modo serían tardías o inalcanzables porque los especuladores nunca se animarían a transferir objetos que sólo les podían ser lucrativos con el aliciente del privilegio. Este razonamiento fue refrendado por el senador Espinosa, quien a su vez añadió un juicio sacado de la experiencia. Opinó que llamaba la atención las “rarísimas introducciones” realizadas desde la independencia, a pesar de existir la “libertad amplísima” para hacerlas, lo cual, desde su perspectiva, era una m uestra fehaciente de que no bastaba aplicar los principios liberales, sino que debía instituirse el incentivo del privilegio para animar a los empresarios.

Frente a esta posición que atacaba directamente los principios liberales expuestos por el senador Cañedo, el resto de sus correligionarios desplegaron una endeble oposición. Algunos simplemente señalaron que esas concesiones eran impugnables porque podía haber introducciones de cosas poco o nada relevantes, fáciles de traer, imitar e incluso mejorar en el país. Otros, en el mismo tenor, manifestaron que siendo innumerables y demasiado diversas las introducciones que podían efectuarse en un país como México, era imposible crear reglas generales para separar las útiles de las inútiles. Así, cuando más se requería una defensa doctrinal de los principios que sustentaban al sistema de patentes, los senadores liberales cometieron el error de no advertir, categóricamente, las diferencias entre un privilegio exclusivo de introducción y un derecho exclusivo de invención. En cambio, se limitaron a discernir sobre el grado de importancia o utilidad de las introducciones. Por ello, no es extraño que hayan terminado enredándose en su propia disertación. Acabaron planteando que si llegaban a existir “introducciones que merezcan del privilegio, [la ley] podrá decir que el Congreso lo concederá en tal caso”. Incluso hasta el senador Cañedo se contagió de esta actitud y terminó convalidando la posibilidad de otorgar privilegios de introducción “en el rarísimo caso de una utilidad extraordinaria”.

Los senadores conservadores no dejaron pasar la oportunidad y tiraron para su causa. Suscribieron de forma inmediata la propuesta, no sin antes declarar que nunca habían planteado otorgar privilegios exclusivos para introducir frivolidades, sino objetos que pudieran ser importantes para el desarrollo industrial de la nación. A fin de cuentas, lo cierto es que los liberales perdiendo de vista lo verdaderam ente cuestionable. Esto no era si las introducciones serían útiles o relevantes, sino protegerlas con un periodo de exclusividad como si fueran una invención. Quizá los liberales supusieron que habían ganado esta polémica, pues lograron que la palabra introducción se quitara de muchos artículos de la ley en discusión, pero en realidad dejaron la puerta abierta para que los

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siguientes gobiernos concedieran monopolios de introducción que desde la doctrina liberal eran odiosos, deleznables, el “cáncer de las sociedades”.

Quizás fue un espíritu conciliador el que los llevó a aceptar esta posibilidad, aunque es más probable que hayan sido persuadidos por el discurso conservador (delineado por Lucas Alamán) que presentaba la introducción de maquinaria e industrias extranjeras como la panacea a los males materiales de la nación. En este discurso parecía que el progreso industrial estaba en la antesala del país, simplemente esperando que una ley le abriera las puertas para que pudiera ingresar sobre las espaldas de los empresarios e inversionistas extranjeros. Además, como lo mencionamos, los liberales no veían con malos ojos la transferencia tecnológica. Ellos también la consideraban como un m otor que podía sacar al país del atraso industrial. En ese momento, sin embargo, alejándose de la doctrina liberal aceptaron por voluntad propia que el medio para incentivar esa actividad era concediendo derechos exclusivos y que el instrumento para hacerlo era la ley de patentes.

Más allá de estas suposiciones, lo cierto es que esta discusión fue importante porque determinó la genética del sistema mexicano de patentes como una institución mestiza o un ente legal que reconocía simultáneamente derechos y privilegios. En este sentido, aunque la ley quedó delineada desde 1825, la consabida inestabilidad política del país impidió que se promulgara. Sucedió que hacia mediados de 1826 la ley se quedó sin su principal prom otor cuando Alamán tuvo que renunciar a la Secretaria de Relaciones por presiones políticas dirigidas, precisamente, por el senador Juan de Dios Cañedo.30 Además, en diciembre de 1826 terminó funciones el prim er Congreso constitucional y la ley se quedó en la congeladora. De hecho, los dos siguientes congresos (1827-1828 y 1829-1830) solo desempolvaron en un par de ocasiones el proyecto para discutir y aprobar unos cuantos artículos que ya habían sido discutidos y aprobados en 1825.

Esta situación, sin embargo, no impidió que las autoridades comenzaran a conceder privilegios exclusivos con base en el artículo constitucional que autorizaba introducir “algún ramo en industria”. Así, aunque Alamán abandonó la Secretaría de Relaciones, los gobiernos estatales y federales dispensaron mercedes monopólicas como se hacía en la época colonial. En 1829 existe registro de la concesión de un privilegio exclusivo en los estados de Texas y Coahuila para explotar el fierro y carbón de piedra, el cual

30 En una de las biografías del senador Cañedo se indica que fue uno de los legisladores federalistas que "con más denuedo trabajó por la caída del ministro de Relaciones Exteriores. El 2 de septiembre de 1826 Cañedo presentó una propuesta al Senado para que se llamara al ministro Alamán a informar acerca de la aplicación de algunos reglamentos, de la designación de cónsules y de las contribuciones cobradas a los viajeros. Alamán se presentó ante el Congreso pero, comprendiendo que las maniobras de los federalistas tendían a segregarlo del gabinete, renunció a su cargo el 26 de septiembre de 1826. No conforme con este resultado, el 29 del mismo mes, en sesión secreta, Cañedo dio a conocer al Senado un documento en el que acusaba al ex ministro de haber realizado acciones anticonstitucionales, por las cuales, demandaba que se le abriera un juicio. De esta manera, el partido federalista, con la voz de Juan de Dios Cañedo, apartó a Alamán de la administración de Guadalupe Victoria”. Galeana, Patricia (Coord.) Cancilleres de México, Tomo I, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, p. 84.

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fue otorgado a los señores Juan Rordburi y Juan Camerón.31 El 9 de mayo del mismo año el Congreso le otorgó a Juan Davis Bradburn “quince años de privilegio exclusivo para introducir buques de vapor o de caballo en el río grande del Norte”.32 Entre tanto, el 23 de agosto de 1830, el Jefe Superior de Yucatán recurrió “al extremo de conceder un privilegio exclusivo [_] por diez años a los ciudadanos Juan de Estrada, Francisco Genaro de Cicero, Juan Frutos y socios para el uso exclusivo de la máquina de raspar henequén que Mr. Freeman Graham ofrece introducir en esta península”.33

Es claro, entonces, que desde una época tem prana se otorgaron privilegios que incluso iban más allá de lo previsto en la Constitución. Concesiones de cariz monopólico para impulsar el desarrollo de productos o procesos específicos considerados importantes por el Estado; actividades empresariales que muchas veces no implicaban ningún tipo de novedad tecnológica, sino solamente la primicia de haberlas establecido en ciertos territorios nacionales. Así, desde antes que hubiera una ley ordinaria en la materia, las autoridades instituyeron en la práctica la concesión de privilegios exclusivos como un instrumento para excitar la transferencia de tecnología e incentivar el establecimiento de nuevas empresas. Quizás por esto, ante la evidencia palmaria de que el régimen de propiedad industrial se usaba preferentemente para otorgar privilegios monopólicos de introducción, fue palideciendo el término “derecho” en la jerga de la clase dirigente. En lugar de hablar de los “derechos exclusivos” como lo estipulaba la Constitución, los políticos mexicanos prefirieron emplear el término “privilegios exclusivos”. De hecho, durante los años que no existió una ley mexicana de patentes, sólo hemos hallado un expediente donde se aseguraba el derecho de propiedad de un auténtico inventor.34

Esta misma desviación incluso la podemos percibir en el discurso del liberal mexicano más relevante de la prim era mitad del siglo XIX: José María Luis Mora. En 1831, Mora publicó un conocido opúsculo donde utilizaba el recurso catequístico de preguntas y respuestas para explicar cada uno de los artículos constitucionales de 1824. Así, con un acento doctrinal, señalaba lo siguiente sobre la legitimidad y utilidad del postulado dedicado a garantizar el derecho de los inventores, perfeccionadores e introductores:

P. ¿Qué derecho hay y qué utilidad p uede resultar de es tos privilegios exclusivos?

31 AHMLSR, Cong. 3, Actas Secretas, 1828-1931, Sesión del 9 de marzo de 1829.32 Colección de leyes y decretos expedidos por el Congreso General de los Estados Unidos Mejicanos en los años de 1829y 1830, México, Imprenta de Galván, 1831, pp. 18-19.33 Reglamento de la Compañía para el Cultivo y Beneficio del Henequén, Mérida, Oficina del Sol, 1830. El título oficial de este privilegio puede observarse en las imágenes que anexamos al finalizar esta sección.34 El 14 de abril de 1832, el Congreso le expidió al ciudadano Juan Andrés Velarde, por el término de diez años, privilegio exclusivo para usar del nuevo sistema de amalgamación y copelación que ha inventado”. Este documento, además de ser el primer invento patentado por un mexicano del que tenemos noticia, fue la excepción a las múltiples concesiones de carácter monopólico [Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^., Tomo II, No. 1023, p. 421]. Esta concesión no se otorgó bajo los postulados de ninguna ley ordinaria, aunque se observa que para otorgarla las autoridades tomaron en cuenta algunos artículos de la ley española de 1820. De entrada, no se expidió con el título de certificado de invención sino como privilegio exclusivo. Lo que sí se retomó fue la duración y los preceptos más conservadores de la ley española como la posibilidad mantener oculta la invención en caso de que a juicio de Velarde hubieran “razones políticas o comerciales que exijan el secreto de su nuevo invento”.

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R. El derecho es el de propiedad que cada uno tiene sobre lo que es obra suya, de

su trabajo o de su industria; es el derecho que el carpintero tiene a la m esa que

fabricó, y el herrero a la chapa y llave que forjó. La utilidad es m uy grande porque

só lo de esta m anera se harán in troducciones que no pu ed en reintegrar de los

costos al em presario , si cualquiera p uede apoderarse de los m edios de acción que

han costado d esvelos , caudales y trabajos a la invención ajena.35

En la cita anterior podemos apreciar que Mora explicaba el contenido de este precepto constitucional aludiendo al principio liberal del derecho natural de los individuos a la propiedad de sus creaciones, aunque inmediatamente después introdujo la expresión privilegio exclusivo (prácticamente como sinónimo de derecho exclusivo) para definir al instrumento que garantizaba dicha propiedad. Asimismo, en virtud de los ejemplos citados por Mora, podemos inferir que concebía a los inventos como objetos tangibles (la mesa que el carpintero fabricó o la chapa que el herrero forjó), no como objetos de carácter inmaterial o creaciones intelectuales que eventualmente podían cristalizarse. Sin embargo, la parte más alejada de los principios originales del sistema de patentes se encuentra en la elucidación que presentó para justificar la existencia de ese artículo constitucional. Mora señalaba que su utilidad era que fomentaba las introducciones y que los sujetos beneficiados eran tanto los empresarios como los inventores.

En suma, en el discurso de Mora podemos apreciar una importante justificación de la particular mezcla de ideas que sirvió de argamasa para construir al sistema mexicano de patentes. Un sistema con el que se pretendía originar la transformación tecnológica e industrial de México, pero sin rom per con el pasado institucional de la colonia ni con los beneficios que poseían ciertos grupos sociales. Por ello, term inaron concediéndose privilegios y derechos sin distinción: los primeros por objetos tangibles, los segundos por objetos intangibles; los primeros a los empresarios, los segundos a los inventores; los primeros como privilegios exclusivos, los segundos como patentes de invención. Todo esto bajo la ideología legitimadora de un supuesto fomento oficial para alcanzar el progreso material y la prosperidad general de la sociedad.

Esta intervención vino a franquear el camino para crear una ley de patentes donde se contemplaba la concesión de privilegios exclusivos por la introducción de “algún ramo en industria”. En aquel entonces las opiniones de Mora eran de las más influyentes en el ánimo de los liberales mexicanos. Además, por ese tiempo Lucas Alamán regresó al despacho de la Secretaría de Relaciones (1830-1832) y reactivó la discusión de la ley de patentes en el congreso. Alamán, quien se había convertido en el alma inspiradora de la administración de Anastasio Bustamante, utilizó su autoridad política para que el proyecto de ley no fuera relegado como había sucedido en los congresos anteriores. Mediante oficios y recriminaciones conminó a los legisladores para que atendieran “el pronto despecho de la ley de privilegios exclusivos”. No dejó pasar ni una oportunidad para recordarles que bebían concluir una ley que inexplicablemente se encontraba en

35 Mora, José María Luis. “Catecismo político de la Federación Mexicana”, en Obras completas: obras políticas III, Vol. 3, México, Instituto Mora, 1994, p. 495.

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revisión desde 1826.36 Así, apenas ocupó el despacho del ministerio, les recordó que la industria fabril estaba reducida a la nulidad por la falta de “providencias legislativas” que fomentaran sus crecimiento. Indicó, también, que debía excitarse a los capitalistas nacionales y extranjeros para que establecieran fábricas con las máquinas necesarias para que el país no fuera dependiente de los demás, y que “los privilegios exclusivos, para cuya concesión hay una pendiente ley en el Congreso, podrían conducir mucho a este objeto”.37

Bajo este orden de ideas, Alamán ejerció una obstinada presión que rindió frutos el 7 de mayo de 1832. Ese día, prácticamente en el ocaso del prim er gobierno de Anastasio Bustamante, las aspiraciones alamanistas se materializaron en un cuerpo legal. En esa ocasión no hubo discusiones ni sombrerazos. Los liberales estaban más ocupados en minar al gobierno de Bustamante que en ponerse a pensar sobre las implicaciones de una ley de patentes. Además, su representante más afamado, José Ma. Luis Mora, había aprobado la redacción del artículo constitucional que le permitía al Congreso otorgar privilegios de introducción, con el argumento de que la explotación exclusiva era justa para “reintegrar de los costos al em presario”. A fin de cuentas, en la polémica definitoria sobre los privilegios de introducción, los liberales nunca lograron establecer que el sistema de patentes no era una institución para proteger los procesos de transferencia tecnológica o quizás no lo quisieron hacer porque estaban bastante persuadidos por las ideas tradicionales del sistema de privilegios que se habían consolidado en México desde la época del criollo ilustrado Joaquín Velázquez de León.

1.3. La ley de 1832: una amalgama de privilegios y patentes

La prim era ley mexicana de patentes refleja la naturaleza ambivalente de su principal promotor. Haciendo gala de una heterogénea mezcla de intereses personales, respeto por la experiencia colonial y empleo de conceptos de la teoría liberal, Alamán impulsó un régimen de patentes donde unió sus experiencias liberales y su perfil conservador que, al avanzar el tiempo, será definitivo. De este modo, la prim era ley ordinaria que configuró y reglamentó al sistema mexicano de patentes, m uestra un uso totalmente indiscriminado de términos antiguos y modernos como privilegio, patente, privilegio exclusivo, patente de invención y derecho de propiedad.38 Los veintiún artículos que la forman son una mescolanza de conceptos e ideas que van del viejo régimen al joven liberalismo, aunque prevalece un lenguaje de carácter conservador. Desde el título de la ley se estipulaba claramente que tra taba sobre los privilegios exclusivos que podían

36 Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria^, Tomo VII, p. 326. Registro Oficial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, Tomo VII, No. 37, 6 de febrero de 1832, p. 147.37 Alamán, Lucas. “Memoria del la secretaría de estado y del despacho de relaciones interiores y exteriores”, El Sol, No. 276, 2 de abril de 1830, p. 1102.38 Una síntesis de esta ley puede consultarse en: Beatty, Edward. “Invención e innovación^”, pp. 588­589. El texto de esta ley aparece en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., pp. 5-10. También puede consultarse en: Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo II, No. 1037, pp. 427 ­428.

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dem andar quienes inventaran, reform aran o introdujeran alguna máquina o actividad industrial.

Este ordenamiento legal no fue, como podría suponerse, una ley de transición donde accidentalmente se combinaron las nociones de la época colonial con los postulados del liberalismo. Esta amalgama de conceptos tradicionales y modernos no fue eventual ni fortuita. En cambio, fue un código premeditado y adaptado a las condiciones locales, que terminó convirtiendo al sistema mexicano de patentes en una institución híbrida. Si bien es cierto que se promulgó al interior de un gobierno conservador, se mantuvo vigente en los regímenes decimonónicos más liberales. Incluso resistió prácticamente intacta al movimiento de reforma. En su contenido se refleja claramente la “ecléctica” situación que imperó en México durante gran parte del siglo XIX, no sólo en materia económica y de propiedad industrial, sino en muchos otros ámbitos de la vida política, social e intelectual.39

Una ley que teóricamente debía aplicarse exclusivamente a las nuevas ideas técnicas, fue diseñada por los gobiernos mexicanos (liberales y conservadores) para adaptarla a los juegos de poder locales y dejarla en posición de otorgar patentes de invención y privilegios exclusivos, como si se tra tara de una misma cosa. Esta ley mexicana fue un espécimen heterogéneo donde cohabitaron las arbitrarias gracias reales arraigadas en el ideario local desde el periodo colonial, con los sistemas más recientes de propiedad industrial que instituían derechos con límites precisos. Entre los objetos que protegió estaban las invenciones y mejoras generadas mediante la concepción de nuevas ideas y conocimientos técnicos —lo cual propiamente era una patente de invención—, pero también otorgó licencias monopólicas para la explotación económica de una amplia gama de actividades que no siempre eran industriales, así como para la introducción de maquinaria extranjera que sólo eran novedosa en el contexto nacional.

Si bien es cierto que en el prim er articulo se mencionaba que su función era “proteger el derecho de propiedad que tienen los inventores o perfeccionadores”, y en el artículo dieciséis se fijaba que se perdería la patente “cuando se probare que los privilegios se han obtenido de mala fe, haciendo pasar por invención o mejora lo que no es más que introducción”, al concluir el texto también se protegía a los empresarios innovadores, al señalar que podían obtener privilegio exclusivo los introductores de “algún ramo de industria que a juicio del Congreso general sea de grande importancia”.

39 Mucho se ha discutido sobre el carácter de la cultura mexicana durante el siglo XIX. Samuel Ramos, un autor pionero en este tipo de análisis, mencionaba que después de la “independencia, cuando el país tuvo que buscar por sí solo una fisonomía nacional propia, siendo todavía un país muy joven, quiso, de un salto, ponerse a la altura de la vieja civilización europea, y entonces estalló el conflicto entre lo que se quiere y lo que se puede. La solución consistió en imitar a Europa, sus ideas, sus instituciones, creando así ciertas ficciones colectivas”. Este mimetismo mexicano, según Ramos, se reflejó en la adopción de los comportamientos y opiniones ajenos como si fueran propios. Sin embargo, un estudio más detallado de la experiencia mexicana del siglo XIX, nos muestra que la cultura nacional no puede reducirse a una ciega imitación de las instituciones y conductas occidentales, más bien se observa una compleja mezcla de ideas originada por los intereses locales y por cierta indefinición del camino a seguirse. Cfr. Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México, México, Espasa-Calpe Mexicana, 1972.

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Este estado de cosas no se fundó en un desconocimiento de los principios liberales del sistema de patentes ni de la clase de objetos que debían resguardarse. Las autoridades mexicanas no eran ingenuas ni ignorantes. Por el contrario, esta situación se fundó en la intención de crear políticas públicas que coadyuvaran al desarrollo del programa de las elites dirigentes de a traer la tecnología extranjera. Seguramente Alamán se percató que un sistema de patentes “ortodoxo” no garantizaría la introducción de tecnologías e industrias no practicadas en el país. Si acaso podía originar el registro de las nuevas invenciones extranjeras, pero eso no garantizaría que llegaran a la fase de innovación. Era necesario, por tanto, acoger con las mismas prerrogativas de una ley de patentes a este tipo de actividades para fomentarlas, aunque en el camino se contravinieran los principios esenciales del sistema de patentes.

En resumen, esta ley del sistema mexicano de patentes no sólo reflejó el carácter de su prom otor sino de las circunstancias políticas y culturales del país. Por esta razón tuvo una existencia longeva y se mantuvo vigente sin grandes modificaciones a pesar de los enfrentamientos internos del siglo XIX. No se redujo a servir como instrumento para proteger los derechos de propiedad intelectual de los inventores, también se empleó como herram ienta política para favorecer a ciertos grupos sociales. De hecho, poco tiempo después de su promulgación, comenzaron a otorgarse privilegios monopólicos a cuestiones como el establecimiento de barcos de vapor en distintos ríos de Veracruz, la fundación de bancos comerciales, la fabricación de velas esteáricas, la utilización de canoas tiradas por caballos en las aguas de Xochimilco, etcétera.40 Durante su primera década de existencia (1832-1841) sólo tres invenciones obtuvieron una patente, todas ellas otorgadas en 1832, frente a doce privilegios por introducir máquinas o industrias que se otorgaron ininterrumpidamente (ver anexo 2).41

Por supuesto, en esa década se levantaron una serie de críticas contra la estructura de la institución. Entre los defectos que se señalaban estaba la imprecisión de la ley para definir aspectos esenciales como la diferencia entre un invento y una introducción; la carencia de criterios para solucionar las disputas jurídicas; la dificultad de establecer quién era el prim er inventor o introductor en caso de controversia; la vaguedad del procedimiento administrativo para registrar las solicitudes; la ausencia de un señalamiento que especificara un plazo racional para explotar la concesión; y, desde luego, el carácter monopólico e indefinido de los privilegios que se otorgaban a

40 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo III, No. 1667, p. 108; Tomo IV, No. 2441, p. 302; Tomo IV, No. 2620, p. 503; y Tomo VI, No. 3558, p. 64.41 La primera patente de invención concedida bajo la ley alamanista de 1832 fue otorgada el 17 de julio de 1832 al empresario británico Guillermo Pollard por un “nuevo método para beneficiar metales”. (Registro Oficial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, Tomo VIII, No. 80, 19 de julio de 1832, p. 322). La segunda patente —la primera otorgada a un personaje mexicano—, fue concedida el 30 de julio de 1832 al coronel y ex-senador Mariano Martínez de Lejarza “para el uso de una máquina de movimiento continuo que ha inventado”. (Registro Oficial^., Tomo VIII, No. 94, 2 de agosto de 1832, p. 384). Finalmente, la tercera patente fue concedida el 5 de diciembre de 1832 al general de brigada José Velázquez por un “nuevo método de beneficiar metales de plata por medio de la amalgamación que ha inventado”. (Registro Oficiala, Tomo IX, No. 101, 10 de diciembre de 1832, p. 410).

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objetos que no eran inventos, ni introducciones industriales nuevas ni significativas.42 Mientras tanto, las autoridades justificaban este orden institucional aludiendo a los beneficios que los nuevos establecimientos industriales traían para la economía local, así como al derecho que tenían los inventores de obtener alguna remuneración por la generación de sus conocimientos técnicos novedosos.

Existía un orden engañoso que generaba un supuesto beneficio social, privilegiaba a los empresarios que podían establecer negocios de envergadura y otorgaba derechos a los inventores de nuevas tecnologías. Es cierto que la legislación les hacía justicia a los inventores, pero a cambio se pagaba el precio de contar con estancos comerciales e industriales que sólo beneficiaban a número reducido de personas. En medio de este juego de intereses, el autor de alguna idea técnica novedosa que estuviera dispuesto a registrar su pensamiento (así como a pagar la cuota que eso significaba) debía batallar para que se tom ara en cuenta su invención. Debía, además, superar las restricciones que la propia institución determinaba, pues aunque no estaba establecido ningún tipo de examen de utilidad, sí contemplaba un juicio a priori para valorar si las invenciones eran “contrarias a la seguridad y salud pública, a las buenas costumbres, a las leyes, órdenes y reglamentos”. Bajo estos términos tan vagos y subjetivos cualquier objeto podía ser rechazado arbitrariamente. ¿Quién podía definir objetivamente qué eran las buenas costumbres? ¿Cómo podía derivarse de antemano que la idea de una invención contravendría la seguridad o la salud públicas? Más aún, ¿cómo podía aplicarse un castigo restrictivo a un objeto que no había violado ninguna ley, orden o reglamento?

El inventor, por último, debía encomendarse a la buena suerte para que su solicitud no term inara extraviándose en el abigarrado laberinto administrativo que se construyó durante los primeros diez años de existencia de la institución. Dicho proceso se dividía en tres fases: 1) recepción de las solicitudes; 2) examen y dictamen de las peticiones; y 3) concesión de las prerrogativas en caso de cubrir los requisitos. En aquellos años la prim era fase siempre tuvo a la Secretaría de Relaciones como la destinataria final de las solicitudes, pero éstas podían entregarse de manera directa o por intermediación de las autoridades municipales o estatales. Mientras tanto, las fases de examinación y dictamen en ocasiones se realizaron en el Congreso, en la Secretaria de Relaciones, en el Consejo de Gobierno e incluso en la Junta Directiva del Banco de Avío. Por último, la expedición de las patentes en un principio quedó en manos de Congreso en función de lo establecido en la Constitución de 1824. Después, con la promulgación de las Siete Leyes de 1836, recayó de forma conjunta en el Ejecutivo y el Consejo de Gobierno. Más tarde, las Bases Orgánicas de la República Mexicana definieron que su despacho era una atribución exclusiva del presidente de la República.

Ante este elenco de disposiciones no es extraño que los auténticos inventores también se decepcionaran a priori de registrar sus ideas y decidieran guardarlas en secreto. Como lo reconocía la Dirección General de la Industria Nacional —encargada desde su

42 Un análisis detallado de las reformas que se propusieron puede consultarse en: Beatty, Edward. "Invención e innovación^”, pp. 589-597 y Beatty, Edward. Institutions and Investment. The Political Basis o f Industrialization in Mexico before 1911, California, Stanford University Press, 2001, pp. 91-97.

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fundación en 1842 de adm inistrar el sistema de patentes—, esta situación alejaba a la concurrencia de aspirantes. Fue precisamente en el seno de esta Dirección donde se presentó un prim er proyecto para sustituir al código alamanista de 1832. El autor del plan —designado por el propio Alamán, en aquel entonces director de la institución—, fue el expresidente guatemalteco Mariano Gálvez.43 Resulta un tanto desconcertante que Alamán haya nombrado a un personaje claramente identificado con el liberalismo para reform ar una ley de tendencia conservadora que él mismo había promovido once años atrás. Aunque, quizás, esta determinación puede considerarse como una prueba más del ambivalente carácter alamanista. El hecho fue que en 1843 el doctor Gálvez elaboró una crítica del sistema mexicano de patentes, poniendo énfasis en su carácter indefinido por el uso totalmente indiscriminado de términos antiguos y modernos. En este sentido, indicaba que:

Los privilegios, cuya denom inación se ha dado hasta aquí a las patentes de

invención, son m onopolios , y el m on op olio ataca los d erechos de la comunidad,

m ientras que el objeto de las patentes es ampliarlos y extenderlos: aquél da a

un particular lo que es de todos, y és tos aseguran al individuo lo que le

pertenece por su invención. Protegiendo así su propiedad legítima, lo excita a

hacerla productiva a favor de la m ism a sociedad; y asegurándose la m ientras la

perfecciona, y por el t iem po que neces ita para indem nizarse de las erogaciones

de sus ensayos, le exige que d esp u és de un periodo de t iem po deje en m anos del público esa m ism a propiedad.44

Gálvez, con cierta ingenuidad, consideraba que la expresión “privilegio” generaba gran parte de los males, inconsistencias y vicios del sistema mexicano de patentes. Por ello, mencionaba que “la variación de nombre importa en esta materia una reforma radical, porque un título de propiedad reconocido por la ley, inviste derechos más sólidos que el odioso privilegio, que también indica una gracia, cuando todo lo que se establece es de justicia”.45 En su proyecto, sin embargo, a pesar de que se aprecia más rigurosidad en la definición de los objetos que podían patentarse, contemplaba la introducción de tecnología que era la verdadera causa de los vicios de la ley mexicana. No obstante, el proyecto del doctor Gálvez pasó sin pena ni gloria por los pasillos del Congreso de la

43 El doctor en leyes Mariano Gálvez fue Jefe del Estado de Guatemala de 1831 a 1838. Federalista y liberal, reformó la instrucción pública de su país y fue un decidido partidario de la enseñanza laica, la libertad de prensa, de expresión y asociación. Durante su gobierno suprimió muchos de los días feriados por fiestas religiosas, organizó el funcionamiento de las municipalidades, estableció el matrimonio civil, decretó la ley del divorcio y la libertad de testar. Cuando fue derrocado por las tropas conservadoras de Rafael Carrera, huyó al occidente de su país y después se refugió en México. Una vez en el territorio mexicano, Lucas Alamán lo acogió como asesor en el ministerio de Relaciones Exteriores y más tarde lo nombró secretario de la Dirección General de la Industria Nacional. Este puesto también lo desempeñó durante el tiempo que estuvo vigente la Dirección de Colonización e Industria. De hecho, ambos personajes, Alamán y Gálvez, fueron las figuras centrales de las políticas de fomento industrial entre 1838 y 1853. En 1842 obtuvo la ciudadanía mexicana. Finalmente, después de haber representado a México en varias misiones diplomáticas, falleció en la ciudad de México en 1862. Cfr. Batres Jáuregui, Antonio. El Dr. Mariano Gálvez y su época, Guatemala, Ministerio de Educación Pública, 1957.44 Memoria sobre el estado de la agricultura^, 1843, p. 56.45 Idem.

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Unión, quedando enterrado, antes de nacer, el prim er intento de poner sobre la mesa de discusión las diferencias entre un privilegio exclusivo y una patente. En cambio, el 28 de diciembre de 1843, los legisladores se conformaron con aprobar una enmienda secundaria que a la letra decía: “en toda patente de privilegio exclusivo que se expida, se fijará prudentem ente un término para que se planteé y comience a usar del objeto privilegiado”.46 Así, de la coexistencia indiscriminada de términos, se había llegado al oxímoron patente de privilegio exclusivo. Una construcción gramatical que se mantuvo vigente en los títulos expedidos por el gobierno hasta finalizar el porfiriato.

Como era de esperarse, en los años subsiguientes continuaron los problemas con esta ley. En 1845 el gobierno nacional otorgó privilegios a cuestiones como la introducción de juguetes, concesiones monopólicas para explotar algunas zonas mineras de la Alta California y privilegios exclusivos para verificar ascensiones espectaculares en globos aerostáticos.47 Un año después, la improvisada Dirección de Colonización e Industria —que relevó a la Dirección General de la Industria Nacional conducida por Alamán—, muy pronto sufrió la problemática de encargarse del sistema mexicano de patentes. La junta directiva indicó que regularmente recibía peticiones de “privilegios de invención y perfección, no habiendo más que una introducción, y a veces ni aún eso, tratándose de objetos conocidos y usados en el país”.48 Sin embargo, el problema real no era que se pidieran esta clase de concesiones, sino que se debían suministrar “porque no está bien comprendida la naturaleza de las concesiones que hace el gobierno en materia de privilegios”. Las arbitrariedades llegaron a tal punto que en ocasiones se concedieron patentes sin acreditar lo que se solicitaba, pues “se han hecho valer sin la presencia de las descripciones y modelos que se deben depositar para que haya constancia de cuál es el objeto privilegiado”.49

Por estas inconsistencias, la Dirección de Colonización e Industria elaboró un nuevo proyecto para sustituir a la ley de 1832. El autor de esta propuesta fue nuevamente el doctor Gálvez, quien para ese tiempo ya gozaba de gran fama como jurista. Se tra ta de un texto donde se reproducen los mismos principios que en el proyecto anterior sobre la naturaleza de los objetos que podían patentarse, aunque introdujo algunos puntos novedosos respecto a la divulgación del contenido técnico de las patentes, aspecto que analizaremos con detalle en el tercer capítulo. Al mismo tiempo que el doctor Gálvez elaboraba su iniciativa de ley, la Secretaría de Relaciones preparó un reglamento con el que pretendía “evitar los inconvenientes que frecuentemente se presentan para la concesión de los privilegios exclusivos de que tra ta la ley de 1832”. Dicho reglamento entró en vigor el 2 de diciembre de 1851, pero meses después fue anulado porque sus disposiciones generaron mayores dudas en la práctica. Mientras tanto, la propuesta de

46 Torre, Juan de la. Guía para el estudio del derecho constitucional mexicano, México, Tipografía de J. V. Villada, 1886, p. 261. El texto también se encuentra en: Dublán y Lozano, Legislación Mexicana^., Tomo IV, No. 2735, p. 706. Las cursivas son nuestras.47 González Oropeza, Manuel. “El Consejo de Gobierno”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, Año XXI, No. 61, 1988, p. 205.48 Memoria de la Dirección de Colonización e Industria que presentó al ministro de relaciones en 17 de enero de 1852 sobre el estado de estos ramos en el año anterior, México, Tip. de V. G. Torres, 1852, p. 21.49 Ibid., p. 22.

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ley del doctor Gálvez fue rechazada por los miembros del Congreso, quienes indicaron que era una traducción literal del código francés en la materia que no se ajustaba a las circunstancias locales. El reglamento anulado fue substituido por orto que se mantuvo vigente desde el 12 de julio de 1852. La ley alamanista, por su parte, fue inamovible.50

Como puede suponerse el nuevo reglamento no transformó gran cosa. Sólo puntualizó algunos procedimientos administrativos y estableció parám etros legales para resolver los conflictos jurídicos. Tan notoria fue su ineficacia que, apenas dos años después, el general Santa Anna publicó un decreto donde establecía que todos los solicitantes de una patente, cuya invención consistiera en una “maquinaria, medio de conducción u otros objetos de igual naturaleza”, debían acompañar sus solicitudes con “un modelo en bulto y arreglado a escala en vez del diseño que previene la ley”.51 Así se resolvía la falta de descripciones, pero se ponía una nueva traba administrativa a los verdaderos inventores, pues ahora debían realizar modelos a escala de sus trabajos, con los gastos de tiempo y dinero que eso significaba. Esta disposición, además, únicamente aplicaba para los “inventores y perfeccionadores de procedimientos relativos a la industria y a las artes”, no para los introductores que siguieron gozando de todas las gracias de la ley. Nada se hizo para term inar con la concesión indistinta de patentes y privilegios.

Tal situación era tan evidente que en la prim era Memoria de la Secretaría de Fomento (creada en 1853 para sustituir a la Dirección de Colonización e Industria), el ministro Manuel Siliceo reconocía que en la opinión pública se hablaba “con ligereza o malicia” del número extraordinario de privilegios otorgados, “llegándose a censurar que éstos, monopolizando ciertos ramos de la industria, perjudican extraordinariamente al consumidor, siendo sólo de provecho para determinado número de personas”.52 Siliceo, atento a “salvar el buen nombre y crédito” de la institución, respondía que tales visiones derivaban de una percepción distorsionada, pues del total de solicitudes publicadas en el periódico oficial únicamente la tercera parte obtenían la concesión. Esta justificación, sin embargo, no respondía a la razón central de las quejas. El reclamo no era en relación a la cantidad de concesiones otorgadas, sino en función de la naturaleza de aquéllas que se extendían como privilegios monopólicos y que beneficiaban a un selecto grupo de personas. Este desdén del ministro hacia las críticas públicas, también alcanzó a las auténticas invenciones registradas. Después de su malograda justificación, Siliceo procedía a examinar los privilegios expedidos, ocupándose “sólo de aquéllos que tienen un interés público y general, y no de los que

50 El proyecto de ley aparece en la Memoria de la Dirección de Colonización e Industria, 1852, pp. 55-71. El fugaz reglamento de 1851 puede encontrarse en: Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^., Tomo VI, No. 3618, pp. 131-132. Finalmente, el reglamento definitivo del 12 de julio de 1852 puede consultarse en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., pp. 10-13. Este último también aparece en: Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^., Tomo VI, No. 3678, pp. 219-220.51 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^., Tomo VII, No. 4173, p. 13.52 Memoria de Fomento, 1857, p. 105. A partir de aquí citaremos de forma corta el título de las Memorias de la Secretaria de Fomento como: Memoria de Fomento. Los datos completos pueden consultarse en la bibliografía.

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se refieren a determinadas máquinas [_] que no influyen directamente en el bien del país”.53

Reseñaba, entonces, el privilegio concedido a Juan de la Granja para el establecimiento del telégrafo electromagnético en el país; la franquicia otorgada a los señores José O. Forns, Carlos Valdovinos, Manuel Valdovinos, Francisco S. de Mora, Manuel Lizardi y Juan Garruste para explotar el guano en todas islas mexicanas de ambos océanos con excepción de las Islas Marías; el privilegio conferido a Alfredo Bablot d’Olvreuse para establecer el alumbrado de gas en la ciudad de México, pues habiéndose establecido “con anterioridad en Veracruz, era hasta cierto punto vergonzoso que no lo estuviese en la capital de la República”; la concesión otorgada a José Agustín de Arrangoiz para introducir los buques submarinos Alexander; el privilegio expedido a Eduardo Plumb y Enrique de Zavala para explotar las minas de carbón mineral y fierro “que existen o pudieran descubrirse” en los estados de Colima, Michoacán y Guerrero; el privilegio de Félix Galindo para explotar las azufreras que se hallaran en los territorios de Baja California; y el privilegio concedido a Andrés N. Levasseur para introducir máquinas especiales destinadas al beneficio de plantas textiles o filamentosas. Finalmente, entre este catálogo de mercedes elitistas, descollaba una sola patente de invención otorgada a Juan Nepomuceno Adorno, el inventor mexicano más famoso de la prim era mitad del siglo XIX, por siete máquinas para fabricar cigarros y puros de diversa forma y estilo.54

Los privilegios anteriores, sin embargo, únicamente eran los que a juicio del ministro Siliceo influían directamente en el bienestar del pueblo mexicano. El listado completo de concesiones m uestra que, desde la fundación de la Secretaria de Fomento en abril de 1853 a julio de 1857, treinta y siete de las setenta y tres concesiones otorgadas eran para introducciones o franquicias de esta clase. Es decir, poco más del cincuenta por ciento eran verdaderas gracias otorgadas al estilo monárquico a cuestiones tan increíbles como la pesca de la foca, la introducción de camellos o la implantación de un sistema para bucear. Más aún, algunos privilegios fueron concedidos por periodos que excedían bastante lo prevenido en la legislación, llegando incluso a los cincuenta años de protección, casi una vida, como en la época colonial.55

53 Idem.54 Ibid., pp. 105-111. Es necesario un análisis detallado de los personajes que fueron sistemáticamente beneficios con este tipo de prerrogativas durante el siglo XIX para identificar sus nexos con el gobierno y las redes de protección política y económica que establecieron mutuamente. Los personajes que se mencionan en esta Memoria son una pequeña muestra de la gran cantidad que fueron privilegiados durante el siglo XIX. Individuos como Juan de la Granja (empresario), Manuel Lizardi (prestamista y especulador), Eduardo Plumb (empresario ferrocarrilero), José Agustín de Arrangoiz (militar veracruzano) y Andrés Nicolás Levasseur (cónsul francés) son bien conocidos en la historia empresarial mexicana.55 La legislación de 1832 establecía un plazo de diez años para las invenciones y seis para las mejoras, existiendo la posibilidad de una extensión que quedaba a juicio del Congreso. Sin embargo, la práctica fue muy distinta. Al introductor de los camellos, el barón de Müller, se le otorgó un privilegio de treinta años, mismo tiempo que gozó el señor Lavasseur por la introducción de las máquinas desfibradoras. Otros privilegios se otorgaron por quince años, pero el más extremo fue el que recibieron los señores Enrique de Zavala y Eduardo Plumb para explotar las minas de carbón mineral y fierro, el cual tuvo una duración de cincuenta años.

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Así las cosas, fue el Congreso constituyente de 1856-1857 el primero que tomó cartas en el asunto, reaccionando en contra de las concesiones desmedidas que se otorgaban a nombre del supuesto progreso material de la sociedad. En las sesiones en las que se deliberaron los artículos de la nueva Constitución, los representantes mencionaron que era urgente revisar los privilegios concedidos “con perjuicio de los intereses nacionales”, que además habían sido “despilfarros escandalosos a favor de cuatro o cinco zaragates’’.56 Por ello, tomando en cuenta esta situación, en la versión definitiva de la Constitución de 1857 se indicó: “no habrá monopolios ni estancos de ninguna clase, ni prohibiciones a título de protección a la industria. Exceptuándose, únicamente, los relativos a la acuñación de moneda, a los correos y a los privilegios que, por tiempo limitado, conceda la ley a los inventores o perfeccionadores de alguna mejora”.57 Si bien se mantuvo el término “privilegio” para referirse a las patentes, el máximo código atacó directamente a los monopolios industriales y no contempló a las introducciones como objetos factibles de obtener las prerrogativas. Se trató, en esencia, de la prim era ocasión que el gobierno mexicano diferenció un privilegio monopólico de una patente de invención, aunque presentó el desacierto de no desterrar la palabra “privilegio”.

Asimismo, para in tentar conciliar estas nuevas disposiciones constitucionales con las contenidas en la ley ordinaria de patentes, el ministro de Fomento le encargó al doctor Gálvez (por enésima ocasión) la elaboración de una propuesta de ley. Éste, de facto, se enfocó en la tarea y redactó otro proyecto que poco tiempo después quedó listo para presentarlo en el Congreso.58 Desafortunadamente desconocemos su contenido, pero podemos suponer que no introdujo muchas variaciones con respecto a los anteriores, pues varios legisladores lo criticaron severamente por anticonstitucional, puesto que seguía considerando los privilegios de introducción cuando la nueva Constitución sólo permitía “concederlos a los inventores y perfeccionadores”.59 De este modo, el doctor Gálvez se convirtió en el proyectista más malogrado de una ley de patentes, aunque su propuesta trascendió en el círculo de legisladores que seguían pensando al sistema de patentes en los términos de los privilegios exclusivos.

El asunto incluso llegó a una propuesta de reforma constitucional que permitiera, una vez más, conceder privilegios de introducción. Se escucharon, entonces, como un eco, los mismos argumentos de la década de 1820: que era importante no cerrar la puerta a los introductores ni impedir que proveyeran a la República “mejoras en las artes, de consideración y utilidad notorias”; que la reforma constitucional estaba fundada “en la necesidad de proteger la industria y hacer que se introduzcan mejoras materiales, que tanto necesita la nación para progresar”; que se debía “procurar el progreso de país” con los adelantos técnicos probados en el extranjero. Esos eran los argumentos hasta

56 Zarco, Francisco. Historia del Congreso Extraordinario Constituyente de 1856y 1857. Extracto de todas sus sesiones y documentos parlamentarios de la época, Tomo I, México, Imp. de Ignacio Cumplido, 1857, p. 74. Las cursivas son del original.57 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo VIII, No. 4888, pp. 384-426.58 Memoria de Fomento, 1857, pp. 104-105.59 El Monitor Republicano, No. 3732, 17 de noviembre de 1857, p. 4.

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que el diputado Sabino Flores señaló categóricamente que no se podía equiparar a los inventores con los introductores, pues si se habían establecido derechos exclusivos en contra de las reglas generales de la economía política, había sido con “el propósito de estimular el ingenio, mas no para favorecer a hombres que nada inventan de nuevo: ¿qué mérito tendría, por ejemplo, el que trajese una máquina para hacer zapatos de hule?”. Remató diciendo que si en el país “no adelantan las artes, ni los empresarios se atreven a hacer especulaciones, es por falta de paz y no por otra causa”.60 Esta última frase resultó toda una premonición de lo que aconteció una semana después. El 17 de diciembre de 1857, el general conservador Félix Zuloaga declaró el Plan de Tacubaya con el que desconocía la Constitución, dando paso a la etapa de mayor confrontación entre los liberales y los conservadores.

Así, como sabemos, la Constitución de 1857 prácticamente no se llevó a la práctica en la siguiente década. La reacción de los grupos conservadores, la Guerra de Reforma, la Intervención Francesa y el Segundo Imperio, lo impidieron. De esta forma, continuó la tradición de conceder indistintamente privilegios exclusivos y patentes de invención, aunque durante el gobierno de Félix Zuloaga se consiguió revocar la ley alamanista de 1832 y promulgar otra que, paradójicamente, resultó más liberal en los conceptos y en la definición de la materia objeto de patentación. Este cuerpo legal tuvo una existencia pasajera en la historia nacional. Estuvo vigente en un par de ocasiones: mientras los conservadores ocuparon la capital durante la Guerra de Reforma (1858-1860) y en el Segundo Imperio (1863-1867).

1.4. La ley de 1858: un sistema conservador remozado

La ley del 3 de noviembre de 1858 es un código prácticamente olvidado e inexplorado en la historiografía actual. De hecho es un documento difícil de localizar en los acervos históricos del país y en las recopilaciones legislativas del siglo XIX.61 Se ha mantenido marginado del discurso principal de los historiadores quizás por la tendencia nacional a centrarse en el pasado republicano y liberal. Sin embargo, es una de las legislaciones más relevantes en la historia del sistema mexicano de patentes, pues paradójicamente introdujo por prim era vez una serie de nociones liberales. Las pocas referencias que existen suelen calificar erróneam ente su contenido y su permanencia histórica. En la época porfirista se mencionaba que había sido una mera “traducción a la letra de la ley francesa del 5 de julio de 1844”.62 Sin embargo, un análisis comparativo de los códigos desmiente tal opinión. En efecto, la ley de Zuloaga contiene 69 artículos que poseen una estructura parecida al del código francés, pero difiere en dos asuntos medulares: otorga privilegios de introducción y deja abierta la puerta para conceder franquicias

60 El Monitor Republicano, No. 3756, 10 de diciembre de 1857, p. 4.61 AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 5, XI-3. El texto de esta ley también aparece en: Arrillaga, Basilio José. Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglamentos, circulares y providencias de los supremos poderes y otras autoridades de la república mexicana, México, Imp. de A. Boix, 1864, pp. 299 ­317.62 Memoria de Fomento, 1876-1877, p. 526. En la historiografía contemporánea esta misma valoración aparece en: Beatty, Edward. “Invención e innovación^”, p. 595.

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monopólicas para las empresas que proyectaran “obras de utilidad pública”. Ambos aspectos no se hallan en la legislación francesa de 1844.63

La parte más significativa de esta ley fue que denominó “patentes de invención” a los títulos expedidos a los inventores, adelantándose cuatro décadas y media a los códigos liberales que lo hicieron hasta 1903. Asimismo, era una ley mucho más clara en cuanto al carácter de los objetos que podían patentarse, aunque básicamente eran los mismos que venían amparándose desde la génesis del sistema mexicano de patentes. Respecto a los inventos establecía que se consideraba “invención o nuevo descubrimiento, todo producto o artefacto y todo medio de producción no conocido antes”. Mientras tanto, respecto a los privilegios de introducción disponía: “no se otorgarían privilegios para la introducción de productos naturales o manufacturados de procedencia extranjera”, aunque sí permitía la introducción de tecnología extranjera no practicada en la nación. Para ello, era necesario que el primero que pretendiera introducir un descubrimiento ignorado en la República, dem ostrara cabalmente que el artefacto, la herram ienta o el proceso industrial no era “conocido al menos teóricamente, porque se haya tratado de él en alguna obra”. De este modo, aunque se mantenía el criterio de “novedad relativa” como la base de las concesiones que se otorgaban para la transferencia de tecnología, estas concesiones estaban limitadas a ser desconocidas de manera teórica. Lo cual, sin duda, era un adelanto respecto a la legislación alamanista, pues cuando menos existía la posibilidad de solucionar esta medida en la práctica, con una eficiente comunicación de los avances tecnológicos producidos en el extranjero.

De cualquier forma, la posibilidad de proteger objetos tecnológicos cuya novedad sólo era relativa no deja de ser un síntoma de la falta de visión en las políticas de fomento industrial diseñadas por las elites mexicanas. En otras naciones, las prim eras leyes de patentes también acogieron la introducción de inventos extranjeros, pero lo hicieron sobre la base de la novedad absoluta. En Francia, por ejemplo, los primeros códigos de patentes establecieron que los introductores únicamente podían im portar tecnologías que tuvieran una patente vigente en sus países de origen. En México, mientras tanto, bastaba con que fuera tecnología desconocida a nivel local que, por el atraso industrial del país, incluso podía ser de las primeras etapas de la revolución industrial. Con este tipo de decisiones era poco probable que México alcanzara el desarrollo material de las potencias industriales, como retóricamente lo postulaban los gobernantes locales. Bajo esta clase de disposiciones la nación mexicana siempre estaría varios pasos atrás en la “carrera industrial”, pues la tecnología vieja de los países punteros podía quedar sujeta a monopolios de diez o más años.

Esta misma situación se manifestó en otro artículo de la ley de Zuloaga. El artículo 24 otorgaba una ventaja particular a los propietarios de las patentes para perfeccionar o modificar el contenido de sus objetos tecnológicos amparados. En el transcurso de un año, contado desde el momento en que se efectuaba la concesión, solamente el titular de la patente podía obtener otra concesión de perfeccionamiento o adición. Cualquier

63 El texto de la ley francesa aparece en: Thirion, Charles y J. Bonnet. De la legislation française sur les brevets d'invention, París, Belin y Cía., 1904, pp. 180-187.

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persona que quisiera mejorar un invento patentado podía presentar su solicitud en la Secretaría de Fomento, pero la petición se mantenía archivada en un sobre sellado. Al finalizar el año de gracia se abrían los expedientes de perfeccionamiento relacionados con las tecnologías patentadas. Si su contenido no era semejante a las mejoras que los propietarios de las patentes podían haber efectuado durante dicho límite temporal se autorizaba la concesión, "pero si durante el mismo año el privilegiado hubiere pedido un certificado de adición o una patente de mejora o perfección, que se identifique con el objeto de la petición depositada, no se concederá al simple perfeccionador”. Ante el estado embrionario de la industria local no vemos porque los titulares de las patentes debían gozar de este trato preferencial sobre el resto de los competidores. Esto, más que acelerar los ritmos de desarrollo industrial, únicamente podía acarear una mayor lentitud en el progreso tecnológico.

Como puede apreciarse las políticas diseñadas en México no eran muy racionales para lograr el progreso tecnológico del país. La tecnología antigua, desconocida localmente, no tenía porque ser objeto de patentación. Mientras que en otros países los códigos de patentes se usaron racionalmente para introducir exclusivamente los nuevos inventos del exterior, en México las leyes en la materia se emplearon para otorgar monopolios temporales de explotación e introducción de tecnologías arcaicas del extranjero. Esto, sin duda, beneficiaba a los grupos empresariales que tenían los recursos económicos para im portar tecnologías de uso corriente, pero perjudicaba al grueso de la sociedad al restringir el empleo extensivo de tecnologías de dominio público y al entorpecer los ritmos de cambio tecnológico. Asimismo, la restricciones impuestas para perfeccionar la tecnología patentada estaban en contra de la propia esencia del sistema de patentes. Este régimen legal supuestam ente se había creado para fomentar la invención, pero al mismo tiempo se imponían prohibiciones para am parar las mejoras o modificaciones. Ambas tendencias sólo pueden explicarse como parte de las nociones conservadoras que dominaron al sistema mexicano de patentes, diseñado preponderantem ente para proteger las inversiones de los empresarios que podían coadyuvar en el plan oficial de crear una industria local con la tecnología extranjera. Los introductores no sólo tenían la ventaja de im portar tecnologías arcaicas, también gozaban de un año de gracia para que nadie las pudiera mejorar.

Otro adelanto relativo de esta ley se encuentra en lo que establecía sobre la otra clase de privilegios que se otorgaban en la tradición local y que podían ser más paralizantes del desarrollo industrial del país. Nos referimos, desde luego, a los privilegios que se concedían para instalar nuevas empresas industriales. Si en la ley alamanista de 1832 existía mucha ambigüedad sobre las ramas industriales que podían privilegiarse, en el código de Zuloaga claramente se establecía que "los privilegios que se soliciten para navegación, construcción de caminos u otros medios de comunicación, para introducir aguas, ejecutar desagües u otras obras de utilidad pública, y en fin, para cualquier objeto que sin ser una invención pueda producir alguna mejora, no serán objeto de una patente, pero podrán proponerse contratos sobre tales empresas al Gobierno”. La ley diferenciaba las patentes de invención e introducción de las acciones empresariales que requerían un contrato con el gobierno, aunque esta novedad generó confusión en la práctica porque los convenios se denominaron "privilegios

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exclusivos” y porque las autoridades del Ministerio de Fomento no supieron diferenciar cuando una petición se tra taba de una introducción tecnológica o de una empresa industrial o comercial. Por ejemplo, se otorgaron patentes para la “fabricación de puros y cigarros ígneos”, para “introducir y conservar pescados y mariscos frescos procedentes de Veracruz y otros mares lejanos”, para la “introducción, aclimatación y cultivo de una planta textil”, para la “pesca de la ballena en las costas del sur de Baja California”, etcétera. En fin, aunque esta ley definió estrictamente los objetos patentables, esto mejoró muy poco la forma como se practicaba la protección de la propiedad industrial. En todo momento siguió latente la tendencia de proteger a los empresarios en demerito de los inventores.

Por otra parte, entre las pocas referencias que hemos podido localizar sobre la ley de Zuloaga, se ha sostenido que únicamente estuvo vigente durante los años de la Guerra de Reforma, pues se cree que el em perador Maximiliano restituyó la ley alamanista y su reglamento cuando arribó al país en 1864.64 Sin embargo, las fuentes documentales nos m uestran que durante el Segundo Imperio se empleó la ley decretada por Zuloaga. En 1867, por ejemplo, apareció publicada la “Ley de Patentes del Imperio Mexicano” cuyo contenido es prácticamente idéntico al de la ley de Zuloaga (sólo se reemplazó la palabra República por Imperio).65 De esta forma, durante los cinco años del Segundo Imperio, el gobierno de Maximiliano utilizó la ley de 1858 para conceder privilegios a los extranjeros. De hecho, la introducción de maquinaria extranjera fue la materia que más se preservó, al punto que, en 1865, el ministro de la Secretaría de Fomento, Luis Robles Pezuela, consideraba oportuno manifestar que:

la generalidad con que está concebida la ley de 3 de N oviem bre de 1858 , ha dado

m argen a m ultitud de petic iones de privilegios exclusivos, para objetos que en

rigor no m erecen esta concesión; y que com o el artículo 3° de la m ism a ley, dispone se concedan patentes al prim ero que pretenda introducir un

d escubrim iento o proced im iento extranjero, no conocido en nuestro país, si no

hay quien se oponga, han tenido que recibirse y publicarse m ultitud de solic itudes

sobre cosas insignificantes, habiendo sido, por otra parte, preciso sujetarse á las

prescripciones de dicha ley.66

Lo im portante a destacar es que en el Segundo Imperio se aplicaron los preceptos de la ley de Zuloaga para otorgar un considerable número de patentes de introducción y privilegios para el establecimiento de empresas comerciales e industriales inéditas en el país. Desde luego, el contenido de estas innovaciones técnicas y económicas quizás no era nocivo para el desarrollo de la nación. Lo que resultaba perjudicial era que se otorgaban a manera de monopolios sobre actividades que generalmente importaban tecnología antigua, que muchas veces no tenían un carácter industrial sino m eramente comercial y, sobre todo, que las autoridades descuidaban la que debía ser la verdadera función del sistema de patentes: fomentar las acciones inventivas de los mexicanos.

64 Beatty, Edward. “Invención e innovación^”, pp. 595-596.65 Maillefert, Eugenio. Gran almanaque mexicano y directorio del comercio al uso del Imperio Mexicano, México, E. M. Calle de Tiburcio 2, 1867, pp. 130-137.66 Memoria de Fomento, 1865, pp. 34-35.

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En suma, la ley de Zuloaga tuvo una existencia pasajera dominada por las tradiciones locales en materia de propiedad industrial. En 1867, cuando los liberales restauraron el orden republicano con sus antiguos marcos legales, nuevamente entraron en vigor tanto la legislación alamanista de privilegios exclusivos como su reglamento de 1852. Esto originó que muy pronto se reavivaran las críticas que había sufrido la institución mexicana de patentes. A pesar de que el gobierno juarista se propuso aplicar al pie de la letra el postulado de la Constitución de 1857, que prohibía cualquier tipo de estanco industrial, la incompatibilidad con la ley alamanista causó que siguieran otorgándose. No obstante, es preciso mencionar que a partir de 1867 disminuyó notablemente la cantidad de privilegios concedidos a objetos que no eran invenciones. Como sabemos, entre los años de 1842 y 1866, este tipo de privilegios se otorgaron en mayor número que los conferidos a las invenciones y mejoras técnicas. Mientras tanto, desde 1867 las patentes de invención fueron mucho más numerosas, aunque todavía se concedieron algunos privilegios exclusivos hasta inicios del porfiriato (ver anexo 2). En noviembre de 1867 el gobierno le otorgó a Jacobo Smith un monopolio “para fabricar y vender en el territorio de la República una sustancia extraída de la planta llamada Saponaria’’. Más tarde, en octubre de 1873, el señor Ignacio Chávez obtuvo seis años de privilegio para extraer “carbonato de sosa y sal común de las aguas y tierras de Texcoco”.67

De esta forma, durante los primeros cincuenta y cinco años de vida independiente, el sistema mexicano de patentes se utilizó principalmente para proteger los procesos de innovación industrial, comercial y tecnológica, en lugar de proteger el quehacer de los inventores. Es necesario mencionar que la cantidad de prerrogativas otorgadas como monopolios fue mayor a las cifras que aparecen en el segundo anexo. Sin embargo, un buen número de privilegios exclusivos para la construcción de vías de comunicación, explotación de recursos naturales, tráfico de personas y otras actividades de carácter comercial no dejaron un registro estadístico sistemático, pues no se incorporaron en los listados de patentes o se otorgaron arbitrariam ente fuera de cualquier orden legal.

1.5. La ley de 1890: las nuevas reglas de un viejo juego

No fue sino hasta bien entrado el periodo porfirista que logró establecerse una nueva ley de propiedad industrial, aunque es preciso indicar que desde los primeros años del porfiriato los secretarios de Fomento iniciaron una firme campaña para reform ar el marco legal de la institución mexicana de patentes. En 1877, el ministro de Fomento, Vicente Riva Palacio, advertía que era necesario modificar las disposiciones antiguas si se querían “llenar las exigencias de la m ateria”.68 Al poco tiempo, en su oficina se elaboró una propuesta de reforma que fue presentada al Congreso, pero al parecer no

67 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, T. XII, No. 7206, pp. 509-510. Una lista de los privilegios exclusivos otorgados en este periodo puede consultarse en: Soberanis Carrillo, Juan Alberto. Catálogo de patentes de invención en México durante el siglo XIX. Ensayo de interpretación sobre el proceso de industrialización en el México decimonónico, Tesis de licenciatura, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.68 Memoria de Fomento, 1876-1877, p. 526.

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fue discutida. Cuatro años después, ante la indiferencia del poder legislativo, el nuevo ministro Carlos Pacheco mencionaba que “el importante ramo de privilegios tropieza para su despacho con grandes obstáculos, causados por la vigencia en que acerca de él están aún leyes expedidas con mucha anterioridad a nuestra Carta fundamental, en contradicción con ella, y además de esto de imposible aplicación en la actualidad”.69

En consecuencia el ministro Pacheco elaboró un paquete de reformas donde proponía una enmienda constitucional para transferir al poder Ejecutivo la facultad que tenía el Congreso de otorgar los privilegios exclusivos —pues con este arreglo se agilizarían los engorrosos trámites de concesión—, y presentaba un nuevo proyecto para codificar el ramo de patentes de invención. Los legisladores aprobaron la reforma constitucional en junio de 1882, pero la propuesta de ley permaneció archivada durante varios años hasta que fue definitivamente rechazada.70 Fue, al menos, la cuarta ocasión que abortó un intento por reemplazar al código alamanista de 1832. Sin embargo, los miembros de la Secretaría de Fomento no declinaron. Así, en 1889 elaboraron otro proyecto más sólido donde estaban contemplados “los adelantos y progresos que han alcanzado las legislaciones extranjeras, así como los principios que han merecido la aprobación del Congreso Internacional de la Propiedad Industrial, reunido en París con motivo de la Exposición Universal”.71

En efecto, la nueva propuesta retomaba algunas de las consideraciones que se habían presentado en la Exposición Universal de 1889, las cuales buscaban homogeneizar las leyes internacionales de propiedad industrial en aspectos generales como la duración de las patentes (veinte años), su concesión sin examen previo de novedad, utilidad o moralidad y la protección de los inventores extranjeros.72 Esta última resolución del Congreso de París coincidía con los postulados de la llamada Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial, organismo fundado en 1883, que entre otras cosas pugnaba por un trato igualitario entre las naciones signatarias. Esto significaba que los países afiliados debían otorgar el mismo tipo de derechos a sus ciudadanos y a los extranjeros. La intención era facilitar el registro internacional de patentes y frenar la piratería, pues se establecía que el derecho de obtener una patente por un invento ya patentado en el extranjero sólo lo tenía el inventor o sus legítimos cesionarios. Así, la propuesta de ley retomaba los principales puntos del Congreso de París y quedaba en concordancia con los postulados de la Unión Internacional, de manera que México podía postular después su incorporación a este organismo mundial.

Sin duda, este sustento internacional —en concordancia con la afanosa búsqueda del gobierno porfirista de estrechar “las relaciones cada día más íntimas que nos ligan con

69 Memoria de Fomento, 1877-1882, p. 427.70 Memoria de Fomento, 1883-1885, p. 674.71 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, f. 4. El Congreso de 1889 fue el segundo en su tipo, el primero también se efectuó en París en el marco de la Exposición Universal de 1878. Este primer congreso dio origen a la Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial, organismo formado bajo la iniciativa de Francia, y al que México se incorporó en 1903 como lo veremos posteriormente.72 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención”, Concurso científico nacional, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1897, pp. 54-56.

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los pueblos más adelantados”73—, se convirtió en un factor superior que influyó para que las reformas planeadas se implantaran con rapidez. El proyecto fue dictaminado por la Primera Comisión de Fomento de la Cámara de Diputados tan sólo cinco meses después de haberlo recibido. En su dictamen, la comisión sólo reseñó su contenido sin objeción alguna, por lo que fue aprobado en el pleno. En seguida, el proyecto pasó a la Cámara de Senadores donde la Comisión de Industria manifestó que tenía poco que agregar, pues “extensas son las razones que aduce el ejecutivo para fundar la iniciativa y llevar a cabo las reformas que se hacían ya sentir en nuestra legislación sobre privilegios”.74 Inmediatamente se turnó al pleno donde fue aprobado por el conjunto de los senadores, entrando en vigencia el 7 de junio de 1890. Después de cincuenta y ocho años, cuatro proyectos de ley fallidos, y un par de interinatos con la ley conservadora de Zuloaga, el sistema mexicano de patentes por fin tenía una nueva legislación “sobre patentes de privilegio”.75

Para nada resulta extraño que la nueva ley mexicana se haya apoyado principalmente en el ordenamiento francés de 1844 que había sido la fuente de inspiración para la ley de Zuloaga. La imitación de las normas, conductas e ideas francesas fue un rasgo de las elites porfiristas. De cualquier modo, tal incidente no deja de ser un dato esclarecedor de los vaivenes políticos del México decimonónico. En realidad, la ley de 1890 parece más “una traducción a la letra” del código francés que la ley de Zuloaga condenada al principio del porfiriato por poseer esa característica. Más allá de esto, las patentes de privilegio que fundó fueron un instrumento más apegado a los fundamentos originales del sistema de patentes, aunque conservó ciertos rasgos del sistema tradicional como su propia denominación lo indica. Sin duda, la diferencia más notable con relación a la ley anterior fue el rigor al momento de definir la naturaleza de los objetos que podían patentarse. Por prim era vez en la historia independiente de México, únicamente se consideró a los inventos y perfeccionamientos técnicos. La introducción de tecnología e industrias del exterior, que había sido el principal objeto privilegiado anteriormente, fue removida de esta legislación.

De esta forma, la ley de 1890 diferenció a las patentes de invención de las “mercedes” arbitrarias que se otorgaban a nombre del progreso industrial de la nación. Esto, sin embargo, no significó que se hubiera desterrado definitivamente la tradición local del gobierno mexicano de privilegiar a quienes introducían empresas de gran calibre en el territorio nacional. Por el contrario, tres años después de la promulgación de la ley de patentes de privilegio, el régimen porfirista publicó un nuevo dispositivo jurídico para resarcir la orfandad en la que había dejado a los grandes empresarios. Esta legislación —conocida con el nombre de “Industrias Nuevas”—, ofrecía exentar de todo impuesto federal directo a las industrias enteram ente nuevas que invirtieran un capital mínimo de doscientos cincuenta mil pesos en su creación, así como permitirles la importación “libre de derechos arancelarios” al introducir “máquinas, aparatos, útiles y materiales

73 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, f. 100.74 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, f. 101.75 El texto de esta ley aparece en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., pp. 18-27. También puede consultarse en: Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^., Tomo XX, pp. 179-183.

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de construcción necesarios para el establecimiento de la industria y la erección de los edificios”. Finalmente, las franquicias y las exenciones fiscales tenían una vigencia que oscilaba entre los cinco y diez años, según su importancia.76

Del mismo modo, la instauración de un sistema de patentes más ortodoxo no significó una reorientación encauzada a incentivar la inventiva local. Por el contrario, fue parte de las políticas de fomento industrial diseñadas por las elites porfiristas, cuyo objetivo central era aum entar la participación extranjera en el progreso material de la nación. De manera retórica se presumió que la erección de un sistema de patentes “m oderno” estimularía “las facultades inventivas de nuestros conciudadanos”, pero en realidad lo que se pretendía era a traer “a la República en solicitud de nuestras patentes, y de su libre y segura explotación, al capital, y lo que es aún mejor, a la inteligencia y habilidad de los extranjeros”.77 La intención de las autoridades porfiristas era brindar derechos más sólidos para robustecer los procesos de innovación y para que los inventores del exterior se sintieran confiados de paten tar en México. Con ello, supusieron que sería más factible llevar a buen puerto su programa de erigir la industria nacional.

Como es evidente, esta reconfiguración sólo modificó las reglas de un juego que siguió siendo el mismo de siempre. No transformó para nada las prácticas tradicionales que venían desarrollándose desde la época colonial. Únicamente las invistió de una nueva legalidad para resguardarlas de las críticas que sistemáticamente habían sufrido. Para ello, tuvieron que crearse dos leyes diferentes con el objeto de persuadir a la sociedad de que había una nueva estructura legal más “justa”. En pocas palabras, los ganadores del orden establecido (las elites política e industrial) siguieron imponiendo sus reglas para asegurar las ganancias a las que estaban acostumbrados. Sin embargo, cuidaron que el nuevo orden también generara algunos beneficios para el resto de la sociedad. La reforma del sistema de patentes atrajo a un número cada vez mayor de inventores locales que percibieron un código más coherente. Al menos, daba la impresión de ser una ley que otorgaba mayor seguridad para proteger los conocimientos tecnológicos.

A partir de entonces los objetos que resguardó la institución mexicana de patentes se enfocaron más cercanamente a las auténticas invenciones o ideas técnicas novedosas. La ley de 1890 claramente instituyó el criterio de novedad absoluta como fundamento sine qua non para otorgar la patente. Señalaba que era “susceptible de privilegio todo descubrimiento, invento o perfeccionamiento que tenga por objeto un nuevo producto industrial, un nuevo medio de producción o la aplicación nueva de medios conocidos para obtener un resultado o un producto industrial”. No daba pie a especulaciones del carácter inédito de los elementos que podían obtener una patente. Sin embargo, más allá de la novedad, continuaba presente un sesgo de ambigüedad sobre la naturaleza de los objetos que podían ampararse. Al respecto, en sus preceptos aún se encontraba presente el pensamiento tradicional de identificar a las patentes como un instrumento

76 Memoria de Fomento, 1892-1896, pp. 48-49; Memoria de Fomento, 1901-1904, pp. 180-181. Un análisis detallado de esta legislación, sus modificaciones y su impacto en la economía del México porfirista puede consultarse en: Beatty, Edward. Institutions and Investments, pp. 133-158.77 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención^”, p. 64.

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de protección que iba más allá de las ideas tecnológicas. Si el código alamanista había permitido el otorgamiento de privilegios exclusivos para establecer industrias nuevas —lo cual, en sentido estricto, no es una idea sino una actividad empresarial— el nuevo dispositivo consentía la protección de "descubrimientos” relativos a nuevos productos industriales o químicos.

Sin el afán de introducirnos en una discusión abstracta de las diferencias y semejanzas que existen entre una invención y un descubrimiento,78 en términos constreñidos a la propiedad industrial, la ley mexicana de 1890 permitía paten tar productos naturales susceptibles de explotación industrial por el simple hecho de haberlos encontrado por prim era vez. Una infinidad de productos como el petróleo, el corcho, el mármol o las resinas virtualmente podían ser objeto de patentación. Por supuesto, el sentido común se impuso y este tipo de patentes no se concedieron mientras perduró esta ley, pero la simple presencia de tal imprecisión nos indica el carácter ambiguo del ordenamiento mexicano y la subsistencia de un alto nivel discrecional para adjudicar las patentes. Cualquier cosa podía ser considerada como un descubrimiento y por ende obtener las prerrogativas de protección. Muy distinta era la posibilidad de patentar los procesos (que no productos) mediante los cuales se transformaban dichos artículos naturales.

Los conocimientos e ideas técnicos, pues, aún no eran considerados como los únicos objetos de patentación, sino que perduraba una concepción más amplia heredada de la tendencia tradicional de entender a las patentes como un instrumento que amparaba a los objetos tangibles o existentes, tal como se acostumbraba en la época colonial con las innovaciones técnicas que tenían, cuando menos, un año de aplicación efectiva. En otros términos, aún no se consideraba al sistema de patentes como un régimen legal para resguardar la propiedad intelectual de los inventores. Por ejemplo, la Comisión de Fomento de la Cámara de Diputados que examinó y aprobó la ley, señalaba que "la patente no puede am parar más que objetos materiales, tangibles y micibles [sic] porque las invenciones industriales son las únicas que tienen derecho a esa protección”.79 En suma, los constructores de la institución mexicana aún no concebían a las patentes como un instrumento para proteger las ideas técnicas generadas por los sujetos.

Esta ley también estipulaba que no podían ser objeto de patentación los "principios o descubrimientos científicos mientras sean meram ente especulativos y no se traduzcan en máquina, aparato, instrumento, procedimiento u operación mecánica o química, de carácter práctico industrial”. De este modo se impedía el registro de las teorías o ideas

78 De manera muy esquemática podemos decir que una invención es la acción de crear algo que anteriormente no tenía existencia en el entorno material, mientras que un descubrimiento es el evento de revelar la existencia de algo que no se conocía, pero que siempre existió en la naturaleza. Aunque ambas actividades pueden provenir de operaciones intelectuales, el descubrimiento simplemente revela, mientras que la invención crea o transforma. De cualquier forma, en materia de patentes, esta diferencia es un asunto espinoso que aún en la actualidad es motivo de acaloradas discusiones en el campo de los avances biotecnológicos. Cfr. Trigo, Eduardo (et. al.) Políticas de propiedad industrial de inventos biotecnológicos y uso de germoplasma en América Latina y el Caribe, San José, Costa Rica, Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, 1991.79 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, fs. 175-176. Las cursivas son del original.

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científicas. Asimismo, se negaba el registro de invenciones o perfeccionamientos “cuya explotación sea contraria a las leyes prohibitivas o a la seguridad pública”. Si bien no se mencionaba nada acerca de las “buenas costum bres”, esta determinación mantenía un juicio a priori contrario al principio de no evaluación previa que retomaba la nueva legislación. Al respecto, la ley de 1890 establecía que las patentes debían concederse sin “examen previo de la novedad ni utilidad de la invención o perfeccionamiento”. En otras palabras, el gobierno no garantizaba estas cualidades porque

am én de la im posibilidad de reunir los conocim ientos bastantes para poder

juzgar con acierto en cada caso, es en extrem o peligroso que el Estado,

am pliando sus funciones naturales, se haga responsab le de una declaración de

tal trascendencia [_ ] Esto no quiere decir, sin embargo, que expedida una

patente am parando un objeto o proced im iento conocidos, se perjudique al

público que la empleaba; porque el interés privado tiene el derecho de pedir la

nulidad de la patente ante la autoridad judicial, única com p eten te para decidir

en juicio contradictorio y, con dictam en pericial, si hay o no la novedad alegada

por el in teresado en la conservación de la patente .80

La institución no calificaba de antemano la novedad o utilidad de las invenciones, pero sí se convertía en un tribunal que juzgaba anticipadamente que los objetos amparados no contravinieran las leyes prohibitivas o la seguridad pública. Es decir, la ley le daba atribuciones judiciales a una institución que debía ser meram ente administrativa. Le otorgaba autoridad para proscribir sin derecho de apelación. Más aún, le permitía que enjuiciara, con base en puras presunciones, la naturaleza y el resultado de un invento que no se había ejecutado todavía. Estos desatinos —que ya habían sido evidenciados por el doctor Mariano Gálvez desde 1843—, se mantuvieron en todas las legislaciones mexicanas de patentes hasta bien entrado el siglo XX. Esto sólo puede explicarse como un intento del gobierno por m antener algún grado de control e intervención sobre lo que podía patentarse.

Por otra parte, la ley de 1890 establecía que la organización encargada de expedir las patentes tampoco debía evaluar la “suficiencia o insuficiencia de las descripciones que acompañan a la petición”. Es decir, la eximía de una de sus labores centrales: examinar que las descripciones fueran lo suficientemente detalladas para que cualquier persona pudiera entender la naturaleza del conocimiento patentado. Bajo esta disposición se podía omitir información valiosa para construir los objetos amparados, limitando así una de las principales funciones del sistema de patentes: divulgar los conocimientos técnicos alcanzados por la sociedad. Esta determinación es uno más de los rasgos que asemejan a este ordenamiento con los antiguos sistemas de privilegios que alentaban el secreto industrial en perjuicio de la difusión extensa de los conocimientos técnicos. En esta misma tónica, el artículo 12 de la ley retomaba el año de gracia que tenían los titulares de las patentes para realizar mejoras o adiciones a sus objetos amparados. De manera textual indicaba: “los inventores gozarán del plazo de un año desde la fecha de la patente, dentro del cual ellos exclusivamente tendrán derecho de solicitar patentes de perfeccionamiento”.

80 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, fs. 176-177.

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Aun con todo lo anterior, el éxito de este nuevo código fue evidente en relación con la cantidad de patentes concedidas. El gobierno porfirista no vaciló en anunciar que sus políticas de fomento habían generado un sistema de patentes que concordaba “con el que hoy se encuentra en los tribunales de todos los pueblos cultos” y en vanagloriarse de que “al abrigo de una legislación justa y protectora” había crecido notablemente el movimiento de negocios de este género. Más aún, estaban convencidos de que habían adoptado al “más poderoso de los factores del progreso industrial m oderno”. Según los datos de la Secretaría de Fomento:

Entre los años de 18 3 2 y de 18 5 3 no se registra la expedic ión de una sola

patente; entre 1 8 5 4 y 1875 , se expiden en todo 41; entre 1 8 7 6 y 1885 , el

núm ero de patentes expedidas es de 360; en sólo el año de 1 8 8 6 se conceden

102 privilegios; entre e se m ism o año y el de 1889 , el núm ero se e leva a 406 . El

año sigu iente se expide la ley de 7 de junio de 1890 , y el núm ero de patentes

solicitadas en virtud de ella, y d esd e julio de 18 9 1 hasta junio del presen te año,o sea en sólo seis años, ha sido de 1 ,173 .81

Durante trece años (1890-1903) los postulados de esta ley se mantuvieron vigentes con una sola reforma realizada en su artículo 33, el cual originalmente establecía que tras cinco años de haberse expedido la protección, el poseedor de una patente debía acreditar ante la Secretaría de Fomento que había realizado “cuanto fuera necesario para establecer el empleo o la explotación” de los objetos o los procesos amparados. El incumplimiento de este precepto causaba la inmediata revocación de los derechos de la patente. Este plazo forzoso, sin embargo, fue modificado en 1896 cuando muchas patentes comenzaron a expirar con el subsecuente descontento de sus propietarios. El ministro de Fomento, Manuel Fernández Leal, reconoció que era un “hecho de difícil comprobación” establecer con bases reales si los titulares habían verificado todos los esfuerzos necesarios para explotar sus ideas. Asimismo, argumentó que los inventores frecuentemente carecían de recursos suficientes para explotar sus descubrimientos, que la búsqueda de socios capitalistas no era nada sencilla y que muchos empresarios preferían “esperar el momento en que la invención entrara en dominio público para explotarla por su propia cuenta, sin pagar justo tributo al inventor”. Por todo esto, la ley se revisó para permitir que las patentes pudieran renovarse cada cinco años, hasta cumplir un máximo de veinte, teniendo que pagar por cada renovación una suma que también iba incrementando. Así, según el ministro, el inventor disponía de un mayor tiempo para “allegarse los elementos de explotación de su patente”, se term inaba con la especulación de los empresarios y, por supuesto, se hacía “fructuosa para el erario una situación que sólo era adversa para el inventor”.82

81 Memoria de Fomento, 1892-1896, pp. 50-51. Con base en la información que hemos recopilado, los datos del primer periodo [1832-1853] y del segundo [1854-1875] distan mucho de la realidad. Durante los primeros veintiún años se registraron en total 52 privilegios exclusivos, mientras que en los veintiún años anteriores al porfiriato se registraron 228. Las cifras que pertenecen al periodo porfirista son más similares a las nuestras. En el anexo 2 se pueden apreciar con detalle el número de patentes que hemos recopilado para el periodo de 1832 a 1876.82 Memoria de Fomento, 1892-1896, p. 51.

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En conjunto el código de 1890 nos muestra la reconfiguración que sufrió la institución mexicana de patentes para adecuarla a las exigencias internacionales y al programa de fomento industrial adoptado por las autoridades. En gran medida, la reforma de 1890 se generó por el contacto que tuvo el régimen porfirista con los organismos mundiales de protección de la propiedad industrial. De hecho, nueve años después de en trar en vigencia, se firmó un tratado bilateral entre México y Francia donde se establecía que los ciudadanos de las dos partes contrayentes gozarían “en el territorio de la otra, los mismos derechos que los nacionales, en lo que mira a privilegios de invención”.83 No obstante, como mencionamos, esta reconfiguración también se presentó en función de los intereses sectoriales de los grupos en el poder. En el fondo se pensó que otorgando derechos más sólidos a los inventores extranjeros sería más factible que introdujeran e implementaran sus nuevos descubrimientos. El sistema mexicano de patentes fue un instrumento adaptado a las políticas internas, una institución remozada, pero sujeta a los intereses de los poderes locales.

1.6. La ley de 1903: la ortodoxia a favor de los extranjeros

La historia de la segunda ley de patentes porfirista es semejante en muchos aspectos a la de su antecesora. Si bien las transformaciones que sufrió no fueron consecuencia de un ambiente crítico o revisionista, surgió por las mismas presiones internacionales de homogenización; por el anhelo de las elites gobernantes de asemejar las instituciones nacionales a las del contexto europeo, aún a sabiendas de las grandes diferencias que había entre ambas realidades; y por la intención de ofrecer derechos más sólidos para reforzar el programa de fomento industrial destinado a la atracción de los capitales, la tecnología, las industrias y los conocimientos extranjeros. En términos generales no se trató de una reconfiguración para apaciguar las criticas sociales —como sucedió con la ley anterior donde tuvieron que separarse los derechos que poseían los inventores y las prerrogativas que gozaban los em presarios—, más bien el interés del gobierno porfirista al modificar el régimen de patentes fue acceder al “concierto de los tratados internacionales”, con el objeto de generar una mayor derram a de patentes extranjeras. En este sentido, las autoridades mencionaban:

El p u esto que ha logrado México conquistarse entre las otras naciones, debido a

sus grandes progresos y a su conducta honrada a la altura de los pueb los más

civilizados, lo p on e en la obligación de formar parte de los conciertos o tratados

internacionales, que llevan por objeto la aceptación y el reconocim iento de aquellos conceptos de moral y principios jurídicos cuyo efecto es multiplicar y

vigorizar los benefic ios de la civilización. Inspirado en esto el Ejecutivo está

dando los p asos necesarios, a fin de que nuestro país form e parte de la “Unión

Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial”. Es por lo tanto, conven iente tam bién, que en e se concierto de naciones, nuestras leyes sobre la

m ateria se p resen ten a la altura de los adelantos y conocim ientos m od ern os y

83 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., p. 158.

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que se avengan y se pongan en consonancia con los principios y proced im ientos

estab lec idos por esta m ism a Unión.84

Bajo este marco de ideas, el gobierno porfirista decidió que México debía afiliarse a la Unión Internacional. En 1897 se verificó el prim er intento cuando una delegación nacional participó en la conferencia que dicho organismo tuvo en la ciudad de Bruselas. Esta tentativa, sin embargo, no fructificó porque se suspendieron las sesiones a los pocos días de haber iniciado. En diciembre de 1900, cuando se restableció la conferencia, tampoco se consiguió la incorporación por causa de ciertas demoras en la correspondencia que designaba al señor Jesús Zail, embajador mexicano en Bélgica, delegado oficial del gobierno nacional (recibió el nombramiento cuando la reunión ya se había clausurado). De cualquier modo, los asistentes a la conferencia determinaron que cualquier país podía gestionar su anexión en el momento que lo decidiera. Así, con la intermediación del gobierno belga, las autoridades mexicanas se postularon en abril de 1903. Cuatro meses más tarde, el Consejo de la Unión Internacional ratificó la incorporación de México a dicha organización mundial.85

Durante los treinta dos meses (diciembre de 1900 - agosto de 1903) que acontecieron entre la clausura de la conferencia de la Unión Internacional y la adhesión de México a sus filas, la Secretaria de Fomento promovió una campaña modernizadora de todo lo referente a la institución mexicana de las patentes para cubrir los requisitos que había señalado la Unión. Hacia el prim er semestre de 1902, el ministro de Fomento, Manuel González Cosío, formó una comisión integrada por Manuel S. Carmona, Luis Elguero y Albino R. Nuncio, para que estudiara el orden legal del sistema mexicano de patentes y, con base en ello, elaborara una propuesta de legislación de forma que sus principios centrales no chocaran “con los que generalmente están admitidos en las naciones más desarrolladas” y se ajustaran a los sostenidos por la Unión Internacional.86 En febrero de 1903, la segunda sección de la Secretaría de Fomento concluyó un estudio sobre las “ventajas o inconvenientes que pudieran resultar a nuestro país de su adhesión a la Unión Internacional [_] habiendo encontrado que es por todos conceptos útil y ventajosa”.87 En julio de 1903, se creó la Oficina de Patentes y Marcas para cubrir el requisito obligatorio de la Unión Internacional que señalaba que todos los países signatarios debían “establecer un servicio especial de la propiedad industrial y una oficina central para la comunicación al público de las patentes de invención”.88 Finalmente, en agosto de 1903, el poder legislativo aprobó la nueva ley de patentes de

84 AHMLSR, Cong. 21, Lib. 314, Exp. 0016, fs. 5-6.85 AHMLSR, Cong. 21, Lib. 17, Exp. 0029. Antes de obtener la ratificación el gobierno mexicano tuvo que indicar el monto con el que contribuiría a los gastos de la Oficina Internacional. Había tres clases según la aportación. México eligió la tercera con Bélgica, Brasil, Portugal, Suecia y Suiza, pagando anualmente 2,175 francos. La primera clase estaba integrada por los países con un mayor desarrollo industrial (Alemania, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia) que pagaban una anualidad de 3,625 francos.86 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, f. 6. Los resultados del trabajo de la comisión aparecen en: Sánchez Carmona, Manuel. "Estudio y dictamen de las leyes de patentes y marcas”, México, Secretaría de Fomento, 1903.87 AHMLSR, Cong. 21, Lib. 314, Exp. 0016, f. 8.88 AHMLSR, Cong. 26, Lib. 26, Exp. 0038, fs. 12-13.

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invención, mientras que el poder ejecutivo publicó un reglamento de patentes en el mes de septiembre. Ambas regulaciones, sustentadas en las ideas de la comisión que había sido designada por el ministro de Fomento, comenzaron a regir en octubre de 1903.

De esta forma, al concluir el año de 1903 el sistema mexicano de patentes contaba con una nueva ley sobre patentes de invención, un reglamento para su correcta ejecución, una oficina recién fundada para su administración y formaba parte de la Convención Internacional más importante en materia de propiedad industrial. Todo esto llenaba de un optimismo desbordante al ministro de Fomento, González de Cosío, quien desde la perspectiva del régimen veía un México de "grandes progresos”, con un desarrollo industrial "bastante apreciable” y a la "altura de los pueblos más civilizados”.89 Esa era la visión de un régimen que estaba viviendo su máxima madurez, casi en el umbral de su ocaso. En ese momento, las elites porfiristas m ostraban la tranquilidad de sentirse un paso atrás de la realidad de los países más desarrollados. La realidad, sin embargo, no tardaría mucho tiempo en dejarse sentir de golpe, pues debajo de este sentimiento conspicuo de progreso y civilización, persistía un México de pobreza, subdesarrollo y explotación. En buena medida, la ley de patentes de 1903 fue resultado del optimismo que privaba entre las elites porfiristas, las cuales creían que pronto se consolidaría su época de progreso y bienestar material.

Más allá de esta situación, es cierto que las reformas impulsadas por la Secretaría de Fomento fueron realmente eficaces. Las patentes de invención comenzaron a cederse como nunca en la historia de México. El ritmo de patentación aumentó notablemente. Gran parte de este éxito debe atribuírsele a la comisión encargada de redactar la ley y el reglamento de patentes de 1903. Particularmente al ingeniero Manuel S. Carmona, quien preparó la mayor parte de ambos dispositivos legales.90 Este personaje fue uno de los inventores más prolíficos del porfiriato. Desde 1894 había patentando en Gran Bretaña y los Estados Unidos una máquina de escribir, así como diversas mejoras para afinar su desempeño. El principal objetivo de su invención, según el propio Carmona, era "obtener con sólo cinco teclas todos los caracteres y signos generalmente empleados en la escritura, de manera que la escritura pueda completarse con una sola mano. Para obtener una letra, carácter o espacio sólo se necesita presionar una tecla o varias teclas al mismo tiem po”.91 De hecho, cuando comenzó a preparar sus dos propuestas reglamentarias, ya tenía en su haber seis patentes estadounidenses y cuatro británicas por las máquinas de escribir de su invención.92

89 Memoria de Fomento, 1901-1094, p. 136.90 Los otros dos integrantes de la comisión, el ingeniero Albino R. Nuncio y el abogado Luis Elguero, se limitaron a revisar y corregir la propuesta de Carmona, aunque Elguero tuvo una participación mayor, pues escribió lo relativo a la falsificación y las penas que castigaban dicho delito. Es preciso señalar que el nombre completo de Manuel S. Carmona fue Manuel Sánchez Carmona, aunque en la documentación siempre firmó con su segundo apellido. Por ello, nosotros nos referimos a este personaje como el "ingeniero Carmona”. Asimismo, es necesario advertir que no debe confundirse con Manuel S. de Carmona o Manuel Sánchez de Carmona, quien además de ser su hijo, también fue ingeniero e inventor.91 USPTO, Pat. 638091, Noviembre 28 de 1899, f. 8. La primera patente la solicitó en octubre de 1894.92 El registro de las patentes estadounidenses es: USPTO, Pat. 590207, Septiembre 21 de 1897; Pat. 638091, Noviembre 28 de 1899; Pat. 638092, Noviembre 28 de 1899; Pat. 647375, Abril 10 de 1900;

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Resulta un dato esclarecedor que el ingeniero Carmona no haya patentado ninguna de sus invenciones en México antes de su nombramiento como miembro de la comisión. La prim era patente mexicana la obtuvo hasta 1904 (por un sistema de refrigeración para motores de explosión), poco tiempo después de haber entrado en vigor el código que él mismo había contribuido a definir. Esto se debe a que estaba convencido que la ley mexicana de 1890 era un documento inspirado en "ideas antiguas” que no protegía debidamente a los inventores domésticos. En el dictamen que elaboró sobre el prim er código porfirista de patentes mencionaba abiertamente que "el inventor mexicano se perjudica evidentemente con pedir una patente según la ley actual y, en el aislamiento en que vivimos en este sentido, su inferioridad es menor respecto al inventor extranjero si no la pide que si la pidiera”.93 Es decir, su propia experiencia le había enseñado que era mejor m antener en secreto las invenciones al interior del país, y patentar en naciones como Gran Bretaña y Estados Unidos, porque registrar los inventos bajo los preceptos jurídicos que regían en México únicamente ocasionaba discusiones estériles con opositores de mala fe, litigios que originaban enormes gastos y la imposibilidad de obtener patentes en las "naciones industriales y prácticas”, pues los inventos perdían su carácter de novedad por la publicidad que resultaba.94

Por ello, en la explicación de su programa de reforma, realizó una "critica acre” a la ley de 1890, señalando que muchos de sus principios eran disposiciones anticuadas que agobiaban a los inventores con toda clase de exigencias y dificultades: imponía costos exageradamente altos, requería miles de formalidades y declaraba nulas o caducas a las patentes sin ninguna justificación real. En fin, según su parecer, el régimen vigente presentaba todos los elementos de un sistema de patentes que había sido formulado para desanimar a los inventores e impedir que am pararan sus inventos. En cambio, su proyecto estaba completamente inspirado en las "leyes m odernas” que disponían toda clase de medios y facilidades a los inventores. Estaba convencido que con las reformas que se preparaban muy pronto desparecería el triste estado de cosas en la materia.

La propuesta del ingeniero Carmona, por lo tanto, reprodujo los "principios modernos convenientemente modificados y adaptados a nuestra manera de ser”. Su proyecto fue una síntesis de las leyes promulgadas por las naciones industriales más poderosas del mundo. Principalmente siguió las disposiciones del sistema británico, aunque también acopió "mucho de la ley americana y de la canadiense, bastante de la belga y algo de la francesa y de la nuestra, que no por ser anticuada deja de tener algunas disposiciones de verdadera utilidad”.95 El resultado fue un sistema ortodoxo donde se adoptaron los principios elementales del sistema de patentes, pero dentro del marco de los intereses

Pat. 651232, Junio 5 de 1900; Pat. 661849, Noviembre 13 de 1900. Mientras tanto el registro de las patentes británicas es: EPO, Pat. GB189911779, Pat. GB189915666, Pat. GB189919613 y GB190004174. Los primeros dígitos de las patentes británicas corresponden al año en el que se otorgó la protección.93 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, p. 6.94 Ibid., p. 21.95 Ibid., pp. 7-8.

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locales. En este sentido, la legislación mexicana continuó siendo un instrumento para favorecer la introducción de invenciones forasteras.

Es notorio que el interés del gobierno porfirista de reform ar la legislación de patentes para adaptarla a los principios indicados por los organismos internacionales, no tuvo como finalidad apoyar a los inventores nacionales. Solamente había dos posibilidades para que las distintas naciones se interesaran por unirse a estos organismos: fomentar su industria en el extranjero y proteger a sus inventores de la piratería internacional o, por el contrario, convertirse en un país atractivo que se comprometía a velar por los intereses del extranjero y excitar así la introducción de los adelantos industriales del exterior. México, naturalmente, por el estado esquelético de su cuerpo industrial, se encontraba en la segunda situación. Así, junto al prestigio internacional que anhelaban las autoridades porfirianas, estaba un interés más pragmático de a traer a la industria extranjera para consolidar su programa de progreso material. Por ello, y nada más por ello, se le pidió a la Comisión que se ajustara a los principios de la Unión. Es cierto que en el dictamen del ingeniero Carmona se aprecia una actitud sincera de favorecer a los inventores mexicanos —pues él mismo formaba parte de ese grupo social que había padecido la falta de apoyo gubernamental—, pero sus buenas intenciones no fueron ni el apéndice del programa de fomento oficial que favorecía el registro de los inventos extranjeros. Tanto las presiones externas por homologar la ley mexicana de patentes, como las políticas internas de industrialización, estaban orientadas en esa dirección.

Ahora bien, lo anterior no quita que el sistema emanado de esta situación haya puesto fin a la tradicional heterodoxia mexicana en materia de propiedad industrial. Por fin, se instituyó un sistema centrado en las invenciones, aunque mirando hacia el exterior. Durante los últimos ocho años de la época porfirista este sistema se mantuvo vigente sin reforma alguna. Los instrumentos que estableció, auténticas patentes de invención, se convirtieron en un medio de protección apetecido por los autores de conocimientos técnicos novedosos. Se trató de un dispositivo legal bien estructurado y con más rigor tanto en sus definiciones como en la protección judicial que otorgaba. De hecho, fue una ley considerablemente extensa conformada por XVII capítulos y 129 artículos. Sin considerar los 32 artículos que pertenecían a su reglamento. De inicio, la ley no dejaba lugar a especulaciones sobre el carácter de los objetos que podían obtener el derecho exclusivo. Estipulaba que era patentable: “I. Un nuevo producto industrial. II. La aplicación de medios nuevos para obtener un producto o resultado industrial. III. La aplicación nueva de medios conocidos para obtener un producto o resultado industrial”.96 Se mantenía, entonces, el criterio de novedad como principio elemental para definir lo que podía gozar de las prerrogativas que otorgaban las patentes.

Por otra parte, establecía como objetos no patentables a los descubrimientos o invenciones que simplemente consistieran en revelar o hacer patente algo existente en la naturaleza. Se terminaba, de este modo, con una de las principales ambigüedades e indefiniciones de la ley anterior. Asimismo, los principios o descubrimientos

96 El texto de esta ley aparece en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., pp. 38-70. Las cursivas son nuestras.

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científicos puram ente especulativos y los productos químicos no podían gozar de una patente de invención. Solamente los nuevos procedimientos para obtener tales productos o su aplicación novedosa a nivel industrial era objeto de patentación. Finalmente, siguiendo la tradición mexicana, este estatuto precisaba que no eran patentables las invenciones "cuya explotación sea contraria a las leyes prohibitivas, a la seguridad o salubridad pública, a las buenas costumbres o a la moral”. Esto, aunque era un retroceso evidente, pues el código anterior ya no mencionaba nada sobre las buenas costumbres ni la moral —criterios sumam ente vagos y subjetivos de establecer—, al menos en la nueva ley estaba mucho mejor reglamentado.

En efecto, la manera como se determinaban esta clase de faltas no era mediante un juicio a priori desarrollado por la institución encargada de adm inistrar las patentes como sucedía en las legislaciones anteriores. Por el contrario, la nueva ley establecía que cuando una patente contraviniera las limitantes señaladas (por ambiguas que estas fueran) la única autoridad que podía anularla era el poder judicial mediante los jueces de distrito de la capital del país. La acción judicial, por tanto, únicamente podía efectuarse a posteriori, una vez demostrada la violación a las restricciones establecidas. De este modo, se zanjaba la facultad discrecional que anteriormente tenía la Oficina de Patentes para decidir qué invenciones podían registrarse. Esta oficina, en cambio, sólo podía realizar un examen "puramente administrativo” de los documentos con la finalidad de cerciorarse que estuvieran completos y llenaran los requisitos expresados en el reglamento. Por ningún motivo podía evaluar de antemano la utilidad o novedad de lo que pretendía patentarse, con excepción de los "exámenes previos” expresamente solicitados por los inventores y previo pago de las cuotas correspondientes. Sin embargo, estos exámenes solamente se pronunciaban respecto a la novedad de los objetos y no daban ninguna garantía sobre su utilidad. Esta fue una mediad tomada en la legislación mexicana para mezclar los sistemas que realizaban evaluaciones ex ante (como el estadounidense y el alemán), y aquellos que simplemente matriculaban las solicitudes (como el francés y el canadiense).97

Mientras tanto, respecto al examen administrativo este código extrañamente señalaba que la Oficina de Patentes no debía realizar ninguna evaluación sobre "la suficiencia, claridad o exactitud” de los documentos que acompañaban las solicitudes. Éstos eran una descripción, una reivindicación y los dibujos que se requirieran para ejemplificar la invención. Parecía reproducirse el e rro r de la ley anterior que eximía al organismo encargado de registrar las patentes de uno de sus quehaceres más importantes: cuidar que los documentos fueran explícitos y detallados para la correcta divulgación de las ideas o conocimientos técnicos. Sin embargo, este descuido fue enmendado, hasta con cierta exageración, en el reglamento. En el artículo cuarto del reglamento se establecía

97 La medida fue tomada por el ingeniero Carmona después de preguntarse: “¿Dadas nuestras condiciones industriales y nuestra manera de ser, cuál es el sistema que más nos conviene?”. Mencionaba, entonces, que una patente examinada era un documento más serio y con una garantía relativa, pero que “la venalidad, la torpeza, la mala fe, la ignorancia o la mala voluntad” en muchos casos podían hacer del examen previo un mal. Finalmente, su decisión fue no efectuar exámenes previos para el grueso de las solicitudes, aunque con la opción de llevar a cabo una limitada evaluación sobre la novedad para quien lo quisiera. Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, pp. 14-15.

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“describir la invención de una manera completa, clara, exacta y tan concisa como fuere posible, evitando toda clase de digresiones y ciñéndose estrictamente a su objeto; por ningún motivo se deberá in tentar dar demostraciones matemáticas, filosóficas o de cualquier otra naturaleza sobre lo que se describa o afirme”. Asimismo, en el artículo quinto se mencionaba que la reivindicación debía “definir y expresar claramente y con toda exactitud el procedimiento, combinación o producto que constituye el invento, o bien el órgano o pieza que forma la parte esencial de la invención, indicando a la vez las relaciones que tenga o pueda tener con otro u otros órganos o elementos que no sean objeto directo de la patente”.98 Por último, a estas condiciones se añadían ciertas características que debían cumplir los dibujos, la denominación de la invención y los datos generales del inventor.

La ley, entretanto, complementaba estos requisitos haciéndolos obligatorios. Prescribía que, en caso de incumplimiento, la Oficina de Patentes declararía “no presentada la solicitud”, notificando por escrito al interesado. Aun así, no se tra taba de un pronunciamiento autoritario como en los sistemas antiguos, pues el inventor podía acudir a los tribunales para imponer un recurso de inconformidad. De esta forma, las patentes que se concedieron a partir de 1903 contenían información mucho más clara y precisa de los objetos que se resguardaban. Esto, naturalmente, contribuyó a difundir los conocimientos técnicos novedosos de manera más eficiente, pues cualquiera podía estudiar los datos que contenían e incluso podía construir los objetos con fines meram ente experimentales. Obvia decir que para explotarlos comercialmente debían entablarse las negociaciones pertinentes con el poseedor de la patente.

En conjunto, las modificaciones que se introdujeron en el sistema de patentes crearon un clima de mayor confianza en la institución. Los inventores nacionales y extranjeros vieron un sistema que realmente podía resguardar y prem iar sus esfuerzos creativos. Esto muy pronto se reflejó en un incremento exponencial en la cantidad de patentes solicitadas y expedidas. El sistema mexicano de patentes de 1903 tuvo un éxito inédito en la historia de México. No sólo generó una mayor derram a de patentes domésticas y extranjeras, principalmente definió de manera clara la naturaleza de los objetos que podían patentarse. Los objetos que recibieron las prerrogativas concedidas por la ley se circunscribieron a las nuevas ideas y conocimientos técnicos. Cuando menos esa era la presunción bajo la cual se concedían las patentes, pues la verdadera novedad y utilidad de los inventos sólo se podía dem ostrar en la práctica, una vez que éstos se transform aban en innovaciones.

En suma, la evolución del sistema mexicano de patentes durante el siglo XIX y la época porfirista, fue resultado del entrelazamiento de distintas fuerzas que paulatinamente condujeron a una legislación mucho más precisa y rigurosa. Los intereses económicos, las querellas políticas, las críticas de la opinión pública y las presiones internacionales de los organismos globales de homogenización, desempañaron un papel central para definir el carácter de los objetos que podían patentarse. Por supuesto, este desarrollo

98 El texto del reglamento aparece en: Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., pp. 71-79.

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no siguió un camino lineal desde los antiguos privilegios exclusivos hasta las patentes de invención. En cambio, en el escenario de las circunstancias locales, se presentaron mezclas y retrocesos que muchas veces respondieron a las prácticas tradicionales y al programa de modernización material impulsado obstinadamente por la clase política.

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CAPÍTULO 2

Una institución de acceso restringido: políticas y tarifas elitistas

Teóricamente los sistemas de patentes deben estar diseñados para proteger las ideas y los conocimientos técnicos novedosos sin im portar la nacionalidad, la condición o la clase social de sus autores. Sin embargo, la experiencia mexicana nos muestra que esta premisa no se cumplió cabalmente. Durante muchos años la legislación mexicana en la materia fue un instrumento tendencioso. Las leyes no sólo beneficiaron a un reducido grupo de personas con la concesión de privilegios monopólicos para explotar objetos que no eran nuevos, técnicos ni industriales, también limitaron el acceso a sectores sociales que materialmente no podían cubrir los costos que significaba solicitar una patente o pagar las cuotas para obtener un derecho que supuestam ente era natural e inherente al hombre. Durante todo el siglo XIX, la institución mexicana de patentes permitió un acceso bastante restringido a las personas que no formaban parte de las elites política, intelectual e industrial. Los dispositivos legales estaban formulados de tal forma que el grueso de los beneficiarios eran los empresarios y los extranjeros.

Desde su nacimiento el sistema mexicano de patentes prácticamente estuvo diseñado para proteger las inversiones de quienes tuvieran los medios suficientes para fundar nuevas empresas en el país, introducir industrias o im portar tecnología del extranjero. Las leyes mexicanas fomentaron la innovación en menoscabo de la invención. Además, impusieron tarifas bastante gravosas para patentar. Esta barrera económica, aunada a la influencia política que era necesario poseer para granjear los privilegios exclusivos, automáticamente restringió el acceso a los estratos más pobres e intermedios de la sociedad. Asimismo, el sistema de patentes se configuró con la intención de fomentar el registro de las invenciones foráneas por encima de las locales. Fue hasta finales del siglo XIX, con la ley de 1890, que estas disposiciones comenzaron a modificarse. Pero, aún con las reformas realizadas, continuaron algunas de las situaciones mencionadas.

2.1. El origen y la naturaleza de las inclinaciones elitistas

De acuerdo con el discurso de los grupos en el poder la tendencia oficial de fomentar la introducción de tecnología e industrias extranjeras tenía una justificación histórica. Según las autoridades decimonónicas y porfiristas la incipiente nación mexicana había heredado de la era colonial un atraso industrial que era preciso revertir con una serie de instrumentos políticos apropiados para dicha tarea. Se argumentaba, entonces, que para sacar de su marasmo a una industria precaria, casi inexistente, se debía construir desde sus cimientos al sistema industrial mexicano. Para ello, no era preciso fomentar y resguardar el desarrollo de invenciones locales que paulatinamente condujeran a un mayor progreso industrial, sino simplemente implementar una serie de políticas que permitieran la importación de los mecanismos industriales que habían demostrado su éxito en la industria extranjera.

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El régimen de patentes fue concebido con este pensamiento de fondo sobre el carácter del fomento industrial. Esta noción, sin embargo, sólo podía conducir (como condujo) a un sistema elitista donde los principales “ganadores” de las prerrogativas otorgadas por el Estado eran los empresarios capaces de invertir grandes capitales en esta clase de actividades de transferencia tecnológica. Asimismo, llevó a un sistema enfocado en la atracción de las patentes extranjeras. Esta situación se profundizó aún más con las condiciones materiales del contexto local, los juegos de poder y los favoritismos de las elites gobernantes. Una vez más, no sólo fueron las condiciones heredadas del pasado las que determinaron el camino recorrido, sino las decisiones e intereses de los grupos beneficiados.

Mientras tanto, respecto a las cuotas para obtener las patentes, la clase gobernante no elaboró una justificación, ni pretérita ni presente, de sus elevados costos. Uno podría llegar a suponer que tal decisión fue tomada para increm entar las derruidas finanzas del Estado mexicano, siempre en búsqueda de nutrir sus ingresos, pero el movimiento en la materia fue tan reducido en los primeros cincuenta años de vida independiente, que la recaudación generada por las patentes no tenía el más mínimo impacto en las arcas del país. Esta disposición, más bien, parece haber sido retom ada de los primeros sistemas de propiedad industrial que efectivamente establecían importes elevados. No obstante, la mayoría de los países europeos redujeron considerablemente los costos de las patentes durante la prim era mitad del siglo XIX, mientras que en el continente americano Estados Unidos fijó tarifas bastante m oderadas desde 1793.1 En México, en cambio, fue hasta el siglo XX que se redujeron sustancialmente los derechos fiscales.

En esencia, estas inclinaciones del sistema mexicano de patentes se pueden rastrear desde la época colonial. En aquel entonces, como lo apuntamos en el capítulo anterior, los privilegios concedidos por la monarquía eran extensivos al empresario que por su “propio estudio, instrucción y noticias, o por haber viajado a otras regiones presentare algún máquina, arbitrio u operación practicada en otros lugares”. El introductor de un artefacto o actividad industrial era “atendido y premiado de la misma manera que si fuese inventor”.2 Esto, además de exhibir que el régimen español era consciente de su capacidad tecnológica inferior, m uestra que las políticas de transferencia no fueron un rasgo original de los gobiernos pos-independientes. Por el contrario, fueron una idea tradicional de fomento industrial que terminó colándose en las primeras legislaciones de patentes. Mientras tanto, los costos para obtener estos instrumentos de protección también fueron demasiado altos en la época virreinal. Si bien es cierto que no existía ninguna tarifa establecida, pues se otorgaban como premios o gracias reales, el costo añadido era considerablemente alto para los inventores, al tener que dem ostrar en la práctica de un año el funcionamiento y la utilidad de sus creaciones.

1 La ley de patentes norteamericana de 1793 establecía un impuesto de 30 dólares por patente otorgada, el cinco por ciento de lo que se cobraba en ese entonces en Inglaterra (350 libras). El sistema británico redujo sus costos a sólo 25 libras en 1852. Cfr. Khan, B. Zorina. The Democratization of Invention. Patents and Copyrights in American Economic Development, 1790-1920, Cambridge, Cambridge University Press, 2005, pp. 31 y 54.2 Reales ordenanzas para ¡a dirección, régimen y gobierno^, pp. 202-203.

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Posteriormente, la legislación formulada en las Cortes españolas —que fue uno de los antecedentes directos del sistema mexicano de patentes— dispuso que los certificados de invención también podían otorgarse a los empresarios que introdujeran algún ramo de la industria, mientras que los inventores tenían que pagar mil reales al momento de presentar la solicitud y otro tanto igual en caso de aprobarse la concesión. Dos mil reales, en aquel entonces, era el sueldo que devengaba un médico del ejército español por un par de meses de trabajo.3 Sin embargo, como lo mencionamos, esta legislación prácticamente fue letra m uerta en México. Al menos, hasta ahora, no se ha localizado ningún certificado de invención concedido por las autoridades nacionales. De cualquier forma, fue el antecedente más cercano a la prim era ley propiamente mexicana, aunque tuvo diferencias evidentes que advertimos en el capítulo anterior.

Precisamente, la prim era ley mexicana de patentes contemplaba entre sus artículos la concesión de privilegios exclusivos para la introducción de algún ramo de la industria. En realidad, esa ley fue pensada como un elemento complementario para llevar a buen puerto el proyecto de desarrollo industrial ideado por Lucas Alamán. Como sabemos, este programa buscaba realizar la aspiración que había asumido la elite mexicana de im portar la tecnología extranjera para alcanzar el nivel industrial de las naciones más avanzadas. La fundación del Banco de Avío (1830) y la promulgación de la legislación de privilegios exclusivos (1832) fueron las dos acciones concretas que se efectuaron para in tentar materializar esta pretensión.

Durante su existencia el Banco de Avío contó con más de un millón de pesos para comprar y distribuir "máquinas conducentes al fomento de los distintos ramos de la industria”, así como para otorgar préstam os a las compañías o particulares dedicados a la fundación de nuevas industrias en los estados y territorios del país. Las máquinas se otorgaron al costo y los capitales con un cinco por ciento de rédito anual.4 La ley de privilegios exclusivos, adicionalmente, protegió a los empresarios que introducían una tecnología del extranjero, otorgándoles un monopolio para su explotación comercial. No se resguardaban las invenciones sino las máquinas que ingresaban por primera vez al territorio nacional. De esta forma, se creaba un sistema redondo en beneficio de los empresarios: se les suministraban los capitales necesarios para la adquisición de tecnología e insumos y, al mismo tiempo, se les confería un monopolio temporal con el que tenían la ventaja de no contar con ningún tipo de competencia. Tal fue el carácter del programa alamanista de fomento industrial, que terminó siendo un programa de fomento discrecional para un selecto grupo de individuos. Los grandes beneficiarios de ambos dispositivos oficiales fueron los miembros de la elite nacional.

En septiembre de 1842, cuando se clausuró el Banco de Avío, la lista de los agraciados con los capitales otorgados por esta institución incluía a presidentes de la República,

3 Cfr. Peset Reig, José Luis. "Salarios de médicos, cirujanos y médico-cirujanos rurales en España durante la primera mitad del siglo XIX", Asciepio, Vol. XX, No. 1, 1968.4 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo II, No. 877, p. 293. Cfr. Potash, Robert A. El Banco de Avío de México. EÌfomento de ia industria. 1821-1846, México, Fondo de Cultura Económica, 1959.

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ministros de la Suprema Corte de Justicia, senadores, diputados, empresarios, canónigos e integrantes y exintegrantes de la propia junta de gobierno del Banco de Avío. Los nombres de algunos personajes que se llevaron la mayor tajada fueron: Guadalupe Victoria y Mariano Arista (presidentes); José Ramón Pacheco (ministro de la Suprema Corte y senador), Luis Ruiz, Agustín Vallara y Domingo Lazo de la Vega (diputados); Estevan de Antuñano, José Fauré, Cayetano Rubio y Manuel Escandón (empresarios); Antonio González de la Cruz (canónigo); Victoriano Roa, Ramón Rayón, Santiago Aldazoro y Lucas Alamán (miembros de la junta del Banco de Avío). En pocas palabras, fue un extraordinario repartimiento de fondos públicos entre algunos miembros de la elite mexicana.

Con la clausura del Banco de Avío, después de doce años de una azarosa existencia, los empresarios dejaron de gozar del financiamiento público, pero siguieron obteniendo concesiones monopólicas al amparo de la ley de privilegios exclusivos. Una ley que en teoría debía aplicarse únicamente a los primeros inventores y perfeccionadores, fue empleada de manera tendenciosa y arbitraria para beneficiar a los empresarios. Esta situación, por supuesto, no pasó desapercibida en la opinión pública. Desde la década de 1830 comenzaron a surgir voces críticas que cuestionaban severamente este orden institucional. Por ejemplo, con motivo del privilegio exclusivo solicitado en 1834 por el empresario francés Jorge Ainslie, los redactores de El Fénix de la Libertad señalaron:

Si los privilegios conced idos a una clase particular de la sociedad ceden en

perjuicio de la nación, aún son más ru inosos los otorgados a un c iudadano o

individuo en particular [_ ] Por esto es que e sa clase de d istinciones deben

con ced erse d esp u és de m aduras y serias reflexiones que den por resultado la conven iencia general [_ ] Los inventos útiles que abren el cam ino a la prosperidad

de las artes y la agricultura es inconcuso que d eben llevar este lauro, y fuera de

estos casos se p uede asentar que es injusto cualquier privilegio que sería una

o m in osa carga que los ciudadanos llevarían por fuerza. Por estas bases, pues, d eben los legisladores examinar el privilegio consultado a favor de Jorge Ainslie

para fabricar acueductos de p lom o sin soldadura longitudinal. Si él fue el inventor

de este ramo, no hay duda en que el privilegio es justo y debe sostenerse; m as si al contrario, no ha hecho sino ejercitarse en lo que otros ya han descubierto , claro es

que nada tiene de favorable a la com unidad, y sí m ucho de perjudicial a toda la

nación.5

Posteriormente, se presentaron otros casos semejantes que fueron criticados bajo la misma tónica. Incluso el ayuntamiento de la ciudad de México elaboró un documento donde objetaba la solicitud de Manuel Escandón y Cía., quien pretendía un privilegio por el establecimiento de carruajes en los caminos de la República. Los integrantes del cabildo indicaron que, de los muchos argumentos que podían manifestarse en contra de tan extraordinaria ambición, bastaba subrayar “la obvia consideración de no ser los pretendientes inventores a quienes se deba el descubrimiento primitivo, ni tampoco perfeccionadores que hayan proporcionado adelantos, y a quienes esa invención o

5 “Privilegio que pide Jorge Ainslie”, El Fénix de la Libertad, Tomo IV, No. 86, 27 de Marzo de 1834, p. 3.

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perfección haga únicos acreedores al uso de esos carruajes”.6 En respuesta a este caso, el gobierno publicó un manifiesto en el periódico oficial Telégrafo, con el que buscaba desmarcarse de las críticas y preservar su integridad como una entidad que no estaba al servicio de los intereses particulares. Con un tono severo se manifestaba que:

su puesto que los priv ileg ios exclusivos son verdaderas restricciones, jamás deben

con ced erse si no es por inventos nu evos y raros, y por tiem po limitado. Pretender,

pues, de un gobierno que por máquinas, artefactos u otros objetos de industria ya

establecidos se conceda privilegio, es el grado m ás alto de avaricia, y la persuasión

m ás ciega de que el tal gobierno es ex trem am ente estúp ido o ven d id o a los

in tereses de un corto número. Cuando por lo m ism o se ha solicitado entre

n osotros priv ileg ios exclusivos para el transporte en carros o diligencias por los

cam inos públicos, se ha constitu ido al gobierno en esa posic ión de inmoral o

d escon oced or de sus deberes; y cuando d esp u és de m uchos años de estab lecidos

estos carruajes, todavía se aspira a aquellas preferencias, se ha añadido la audacia

a la torpeza, creyén d ose que el favor y no la justicia, que el interés o el cohecho, y

no la exactitud en el bien obrar, p u ed e ser el móvil de las d isposic iones del gobierno.7

Lo anterior sonaba bastante sensato en el discurso, pero los hechos se encargaron de presentar una realidad distinta. Así, aunque las críticas impidieron que la empresa de Escandón obtuviera el monopolio, Casiano Rivascaho recibió en diciembre de 1840 un privilegio exclusivo para emplear diligencias de cuatro ruedas y cuatro o más asientos en el camino real que unía Mérida y Campeche. El decreto señalaba que “durante este tiempo no podrá establecerse en dicho camino ninguna otra diligencia periódica, pero los viajeros podrán usar, si así les conviniese, de sus carruajes particulares”.8 Además, este privilegio sólo fue un ejemplar de la decena que se otorgaron entre 1832 y 1840, frente a las tres patentes concedidas por un auténtico invento. Estas cifras nos indican que el gobierno no escatimó en favorecer a los empresarios cuando sus solicitudes no se enfrentaron al cuestionamiento público, más aún cuando se tra taba de extranjeros que bajo el discurso de la elite traían consigo el desarrollo de las naciones civilizadas. De hecho, la mayoría de los privilegios que se otorgaron durante la prim era década de existencia del sistema mexicano de patentes fueron a ciudadanos ingleses y franceses. Por ello, en 1840, El Cosmopolita publicó un texto sarcástico titulado “receta sencilla e infalible que se comunica gratuita y reservadam ente a nuestros buenos amigos de las naciones civilizadas, para que con ella puedan enriquecerse muy pronto en este país”. Dicha “receta” dirigida a los capitalistas extranjeros señalaba:

Tom ad un p liego de papel sellado, y con un tono propio de m endigantes y

su m am en te humilde, pedid que se os conceda, por m erced y gracia el privilegio

exclusivo de servir al respetable público, cuando, donde y com o mejor os

6 "Exposición que el ayuntamiento de esta capital dirige al Sr. gobernador, para que la haga al supremo gobierno, y éste a las cámaras de la unión sobre el privilegio exclusivo que pretenden los empresarios de las diligencias", Telégrafo, Tomo V, No. 26, 4 de mayo de 1834, p. 2.7 Telégrafo, Tomo VI, No. 5, 5 de septiembre de 1834, p. 4.8 Aznar Pérez, Alonso. Colección de ieyes, decretos, órdenes o acuerdos de tendencia generai dei poder legislativo dei estado iibrey soberano de Yucatán, Tomo I, Mérida, Imprenta del Editor, 1849, p. 374.

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convenga; y consegu ido el privilegio, apresuraos a importar aquí m áquinas de

todas clases, aun las ya conocidas de m uchos años a esta parte [_ ] Pero, os repito, apresuraos, antes de que los m exicanos hasta ahora ciegos, em p iecen a abrir los

ojos y conozcan que con los privilegios exclusivos a pasado a vuestras m anos toda

la industria de su país. Nada im portará que en ton ces se enojen, pues si para

com placerlos, el congreso se atreve a abolir el m onopolio , tendréis el recurso

(cuya eficacia os es bien conocida] de formar una petic ión al estilo de la de las

ochocientas firmas, para que a la posib le brevedad vuelva otra formidable

escuadra a apoyar vuestras justas, justísim as pretensiones. Entonces [_ ] os

hallareis grandem ente indem nizados, y podréis sin sentim iento, dejar el p u esto e

ir a divertiros en vuestro ilustrado país, con el dinero de los im béciles y bárbaros

m exicanos.9

Para la década de 1840 era claro que detrás de los privilegios había un desfachatado favoritismo. Reiteradamente se indicaba que los legisladores trabajaban en beneficio de una pequeña parte de la sociedad, antecediendo a “la formación de las leyes no los intereses generales del país, sino los particulares de personas y corporaciones”. Para el mexicano común era evidente que sus autoridades nacionales habían “dispensado bastante protección a la clase de fabricantes que, por estar compuesta en gran parte por personas de influjo, fue formando un cuerpo respetable en la sociedad, sostenedor acérrimo de los privilegios”. En fin, para ese grupo de ciudadanos críticos era evidente que las autoridades no buscaban revertir las tendencias históricas, pues la auténtica regeneración de la nación mexicana demandaba “corregir o destruir todos los abusos y privilegios que quedaban del sistema colonial; quitar todo género de trabas a la agricultura y al comercio, únicas fuentes de la riqueza, poder e ilustración de las naciones, y abrir, en fin, una puerta franca a todos los hombres industriosos”.10

Las autoridades, por el contrario, argumentaban que debía protegerse la introducción de tecnología extranjera y la fundación de industrias nuevas para impulsar el progreso industrial del país. En un artículo del Semanario de la Industria Megicana, publicación auspiciada por Lucas Alamán, apareció un análisis de los privilegios exclusivos donde su autor se preguntaba: “¿Merecerán obtener patentes las importaciones de industrias extranjeras desconocidas en el país?”. En la respuesta afirmativa se expresaba que era justo por los “trabajos, riesgos y gastos que se necesitan para establecer una industria, aun cuando sea conocida teóricam ente”. Es decir, aunque no fuera una invención real, sino simplemente una novedad local. Asimismo, se enfatizaba que los escollos para los empresarios eran demasiado altos, pues debían trasladar operarios diestros o enseñar a los internos, debido a que “el buen éxito de una manufactura no consiste solamente en el conocimiento de algunos principios generales, sino también en una multitud de pormenores, y en la destreza y agilidad que posee el operario ejercitado que no puede

9 EÌ Cosmopolita, T. IV, No. 63, 11 de marzo de 1840, p. 3.10 Varios Mexicanos, "Consideraciones sobre la situación política y social de la República Mexicana”, México, Valdés y Redondas, 1847. El documento aparece en: Morales Becerra, Alejandro (Comp.) México: una reforma republicana deÌ gobierno. La forma de gobierno en ios congresos constituyentes de México, Vol. II, Tomo I, México, UNAM, pp. 765-800.

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tener el nuevo”. En fin, se concluía que por estas arriesgadas inversiones era necesario “alentar y recom pensar al im portador de la industria con la concesión de patentes”.11

Con lo anterior quedaba claro que uno de los objetivos centrales de la ley mexicana de patentes era proteger a los empresarios en sus avatares económicos. El argumento del atraso industrial heredado de la colonia como la causa primitiva que justificaba el uso de las patentes para estimular la introducción de tecnología e industrias extranjeras, carecía de sustento. La verdadera naturaleza de esta inclinación fue más pragmática y contemporánea. Buscaba, simplemente, garantizar las inversiones de los empresarios que podían coadyuvar en el proyecto oficial de modernizar la industria nacional con la tecnología extranjera.

Por otra parte, también en la década de 1840 comenzó a presentarse un lento registro de patentes otorgadas a ciertas invenciones mexicanas. Si bien aparecieron a un ritmo muy pausado —no superando la decena por año—, esta escasez no resulta para nada anormal si tan sólo consideramos las tasas que establecía la ley de 1832 para expedir una patente. Como otra de sus disposiciones vagas e imprecisas definía una tarifa que oscilaba entre los 10 y 300 pesos. La prim era cantidad era una contribución accesible. Sin embargo, los precios reales pocas veces estuvieron por debajo de 100 pesos. Por lo común se cobrara entre 200 ó 300 pesos por documento concedido. Esos montos eran realmente enormes para los miembros de las capas baja e intermedia de la sociedad mexicana decimonónica. En 1841, por ejemplo, un catedrático de medicina del colegio zacatecano de San Luis Gonzaga percibía un sueldo de 300 pesos anuales. Hacia 1844 un artesano queretano propietario de su taller lograba un ingreso anual de 150 a 200 pesos. En 1857, los burócratas de medio rango de la Secretaria de Fomento recibían 600 pesos al año. El mismo ministro de Fomento hubiera tenido que realizar un gasto importante para obtener una patente, pues percibía un sueldo mensual de 330 pesos. Ni que decir de quien quisiera obtener dos o más patentes simultáneamente, era muy poco probable que alguien usara el total de sus ingresos anuales, o mucho más, para obtener un documento que no le garantizaba ninguna remuneración inmediata.12

En definitiva estos costos tan altos indican que el gobierno mexicano no concebía a las patentes como un instrumento para proteger las nuevas ideas técnicas e industriales que eventualmente podían (o no) llegar a construirse y tener éxito. Las percibía, más bien, como una especie de arancel para gravar la introducción de máquinas y procesos técnicos extranjeros o como un impuesto gravoso que recaía sobre la tecnología en uso. Persistía, de esta manera, la inclinación tradicional de ver a las patentes como un instrumento de protección de las innovaciones más que de los inventos. Esta situación terminó por limitar el universo de lo que podía registrarse. En efecto, quien patentaba

11 “Privilegios exclusivos”, Semanario de la industria megicana, Tomo I, Cuaderno 2, México, Imprenta de V. G. Torres, 15 de junio de 1841, pp. 85-91 y pp. 137-139.12 Ríos Zúñiga, Rosalinda. La educación de la Colonia a la República. El Colegio de San Luis Gonzaga y el Instituto Literario de Zacatecas, México, UNAM-CESU, 2002, p. 201. Moreno Toscano, Alejandra. “Los trabajadores y el proyecto de industrialización”, en González Casanova, Pablo (Coord.) La clase obrera en la historia de México. De la colonia al imperio, México, UNAM-Siglo XXI Editores, 1986, p. 306. AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 5, Exp. 3, 1857, X-12.

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era porque estaba seguro que obtendría una remuneración suficiente para equilibrar el desembolso inicial de patentación. Dicho de otra forma, estaba plenamente convencido del funcionamiento y la utilidad del proceso o mecanismo que registraba, si no es que ya había comenzado a explotarlo con antelación. En cambio, quien sólo tenía una idea de su invención, debía pensar seriamente qué hacer con ella antes de erogar un gasto de gran valor que podía resultar infructuoso. Debía, además, considerar que seguramente su idea original sufriría cambios y adecuaciones después de los primeros ejercicios de experimentación o de construcción, situación que naturalmente conduciría al requerimiento de nuevas patentes y gastos cuantiosos. En pocas palabras, era una acción demasiado arriesgada registrar la idea de una invención sin tener la garantía, demostrada por la práctica, de los alcances de su valor comercial.

Ante esta situación, el sistema mexicano de patentes estaba sumam ente restringido a quienes pudieran pagar los costos de registro, experimentar en la construcción de las invenciones o consiguieran el financiamiento privado para ambas acciones. Además, debemos considerar que para los empresarios, pragmáticos por naturaleza, era mucho más redituable obtener un privilegio exclusivo por la introducción de una tecnología extranjera que apoyar a los inventores mexicanos en una empresa tardada, costosa e insegura. La ley mexicana de privilegios exclusivos estaba formulada para proteger los intereses de los empresarios, muy dudoso es que protegiera o fomentara las acciones creativas de los inventores mexicanos. Inventores los había, mucho más extraño era hallar empresarios sensibles que apoyaran sus ideas. Por ello, quienes se acercaban a registrar su invención y no tenían los recursos suficientes para cubrir los derechos, por regla general term inaban desistiendo en el intento. Desde 1842, por ejemplo, es común localizar casos como el de Sixto Pegueros quien, a pesar de sus “imponderables trabajos y una constante aplicación” en el desarrollo de su máquina para cardar lana, tuvo que abandonar su solicitud porque “ignoraba a lo que ascendían los derechos al privilegio, a lo que en mi escasa fortuna no me ha permitido ahorrar algún dinero para ratificar el importe para su concesión”.13 De hecho, a partir de la siguiente década, año tras año se presentaron inventores imposibilitados económicamente para satisfacer los costos que establecía la legislación.14

Más adelante este problema persistió cuando el régimen conservador de Félix Zuloaga decretó el código de patentes basado en la ley francesa de 1844. Durante los periodos que estuvo vigente (1858-1860 y 1864-1867) se continuó con la tendencia de cobrar un monto excesivo por la expedición de las patentes, aunque estableció un tabulador que iba en aumento según los años de protección. Todo aquel que obtenía una patente debía pagar por cinco años de 25 a 100 pesos, por ocho años de 100 a 200 pesos y por doce años de 200 a 300 pesos según la voluntad del Ministerio de Fomento.15 Más aún, cuando se derogó por prim era vez esta ley, en diciembre de 1860, los titulares de las

13 AGN, Patentes y Marcas, Caja 1, Exp. 63.14 Algunas solicitudes abandonadas por el costo de las patentes pueden consultarse en: AGN, Patentes y Marcas, Caja 5, Exp. 383; Caja 7, Exps. 433, 441, 452, 460 y 462; Caja 8, Exps. 505 y 514.15 AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 5, 1858, XI-3.

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patentes logradas durante la Guerra de Reforma tuvieron que renovar las concesiones y pagar un nuevo derecho.16 Luego vino el Segundo Imperio que restituyó el código de Zuloaga junto con sus patentes, aunque sólo fue durante los tres años que permaneció el gobierno imperial. Con la restauración de la República, nuevamente se cancelaron las patentes despachadas por el “gobierno intruso” y sus titulares tuvieron que pagar un nuevo importe para su rehabilitación.17

Además, durante el Segundo Imperio siguieron concediéndose privilegios exclusivos a personajes allegados al régimen. Como lo vimos en el capítulo anterior, Manuel Basilio da Cunha Reis recibió un privilegio exclusivo para introducir en el país trabajadores de Asía Oriental. Esta concesión iba en contra de una resolución que poco tiempo atrás había tomado la Junta de Colonización sobre la solicitud del español Abdón Morales, quien pretendía introducir cien mil colonos africanos, indios asiáticos y chinos. Sobre este caso, en junio de 1865, se resolvió que “el gobierno no debía conceder privilegio exclusivo como el que pedía don Abdón Morales, porque encontraba que no se hallaba en ninguna de las categorías que designaba la ley”.18 En cambio, sólo un mes después, Maximiliano le otorgó a da Cunha Reis un privilegio por diez años para la introducción de trabajadores orientales. La diferencia radicó en la cercanía con el emperador. Da Cunha Reis era masón del rito escocés y durante su estancia en el país fue uno de los fundadores del Supremo Consejo del Gran Oriente de México. Los lazos e identidades de Maximiliano con este grupo eran estrechos, al grado que le ofrecieron el título de Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo y Gran Maestro de la Orden.19

De la misma manera, el ingeniero Guillermo Lloyd recibió un privilegio exclusivo para establecer el alumbrado de gas en varias ciudades del país. El ingeniero Lloyd, quien fue uno de los empresarios más protegidos durante el imperio, también era el director del Ferrocarril Imperial Mexicano que en aquel entonces se encargaba de construir el llamado Camino de hierro imperial, el proyecto de ferrocarril México-Veracruz que no logró concluirse durante el Segundo Imperio. En 1864, el ingeniero Santiago Méndez, refiriéndose a esa relevante línea del incipiente sistema ferroviario nacional, señalaba: “se han concedido privilegios exclusivos sin tino, discernimiento, ni prudencia [_] y estas imprudentes concesiones, se han hecho no a compañías ya organizadas, sino a personas que sin los medios ni las intenciones de construir el ferrocarril, trataban sólo de especular con las concesiones que se les hacían”.20

16 Brito, José. Legislación Mexicana. Índice alfabético razonado de las leyes, decretos, reglamentos, ordenes y circulares que se han expedido desde el año de 1821 hasta el de 1869, T. III, México, Imprenta del Gobierno, 1873.17 AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 7, Exp. 7, 1868, XI-16.18 Zamacois, Niceto de. Historia de Méjico desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Barcelona, J. F. Parres y Cía. Tomo XVII, 1876, p. 1137.19 Algunos datos biográficos de Manuel Basilio da Cunha Reis pueden consultarse en: Eltis, David. Economic Growth and the Ending o f the Transatlantic Slave Trade, Nueva York, Oxford University Press, 1987. Trueba, José Luis. Masones en México. Historia del poder oculto, México, Grijalbo, 2007.20 Méndez, Santiago. Nociones prácticas sobre caminos de fierro, México, Agustín Masse, 1864, pp. 33-34.

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Así, al verificarse que las concesiones se repartían sin ninguna medida de objetividad, la petición de privilegios exclusivos incluso llegó al absurdo o quizás hasta la burla. En 1865, Manuel Nava, natural de la ciudad de Guerrero y vecino de la capital, realizó una solicitud sui generis donde “con el más profundo respeto, y deseando yo que la Corona de S. M. reine entre nosotros, en quieta y pacífica posesión, hasta el fin de los siglos” pedía un privilegio por un año para que “pueda hacer yo uso de una industria capaz de darnos (sin grabar ni en un centavo a ninguna de las clases de la sociedad) la utilidad de mil doscientos millones de pesos, para que sirvan de fondo a la hacienda pública”.21 El solicitante no mencionaba las características de la industria ni cómo podía generar esa suma exorbitante. Lo que sí puntualizaba era el uso que se le darían a los recursos recaudados. El fondo se dividiría en seis fracciones asignadas de la siguiente manera: doscientos millones para depositarlos en la tesorería con la finalidad de no recurrir al ruinoso sistema de alcabalas y contribuciones; doscientos millones para establecer un Banco Imperial que entregara a cualquier habitante el monto que le apeteciera tom ar con un rédito anual del seis por ciento; doscientos millones para establecer doscientas haciendas en todos los departam entos del imperio y hacer productivos los terrenos baldíos; doscientos millones para fundar en los departam entos del imperio doscientas fábricas, talleres y obradores de todas clases; doscientos millones para construir una cantidad suficiente de buques de guerra que salvaguardaran las costas y un ejército de cincuenta mil individuos con un sueldo dos veces mayor al que gozaban; y, finalmente, doscientos millones para gastos extraordinarios.

En fin, sin lugar a dudas la petición del susodicho Nava era un excelente diagnóstico de las carencias de la economía mexicana. La precisión de sus soluciones, sin embargo, contrastaba con la absoluta indeterminación de los medios para efectuarlas. Aunque, a decir verdad, su discurso más bien parece ser un juego burlesco hacia las autoridades imperiales que protegieron con privilegios exclusivos a una considerable cantidad de empresarios extranjeros que prometían sacar de su pobreza al imperio mexicano. De hecho, después de la expulsión de los franceses, los miembros del partido conservador justificaron esta situación, o quisieron hacerla menos grave, mencionando que:

aceptado el trono por Maximiliano, millares de proyectistas aventureros de todos

los pa íses se presentaron en la capital de México, propon iendo d iversos planes

para la explotación de nuevas minas, construcción de ferrocarriles, líneas

telegráficas, canalización, a lm acenes de depósito y cuanto respecta a em presas

que pudieran imaginarse. Pocos de los proyectos que esta falange de especu ladores p resen tó al gobierno eran aceptables; y los que, s iendo adm isibles,

acogió el gobierno conced iendo privilegio a los em presarios , caducaron por sí m ism os .22

No obstante, un balance real de los privilegios otorgados durante el Segundo Imperio nos m uestra una superioridad de patentes de introducción y franquicias monopólicas. Sobre todo fueron los empresarios franceses quienes más se beneficiaron con el orden

21 AGN. Segundo Imperio, Caja 40, Exp. 51, fs. 9-11.22 Zamacois, Niceto de. Historia de Méjico desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, Tomo XVIII, México, J. F. Parres y Compañía, 1882, p. 49.

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institucional y pudieron introducir (con su respectivo privilegio de uso exclusivo) una gran cantidad de tecnología anticuada. Lo cual, como se criticó en la prensa, constituía un grave abuso a la sociedad mexicana, pues un reducido número de introductores de “inventos ya conocidos, ensayados y puestos en práctica en el extranjero”, terminaban acaparando, entorpeciendo o paralizando ”el desarrollo de unas mejoras que son, por decirlo así, del dominio público”. Durante todo el tiempo que estuvo vigente la ley de Zuloaga, no dejaron de denunciarse los abusos de “esa prodigalidad de concesiones inmerecidas” que no sólo limitaban el registro de los auténticos inventos e impedían el acceso de sus autores a la propiedad industrial, sino que también se convertían “en rém ora de la libertad del trabajo, lejos de impulsar y estimular la producción”.23 En ese sentido, contrario a lo que señalaban las autoridades imperiales, no fue para nada “infundado el clamor con el que la opinión pública criticaba la profusión de privilegios exclusivos”, pues además de otorgarse en buena cantidad a diversas empresas que no tenían relación con el desarrollo industrial del país, se extendieron a la introducción de tecnología de segunda generación.24

2.2. La inestable transición a un sistema menos excluyente

Entre 1867 y 1903 se presentó una época de vaivenes en el acceso social al sistema de patentes. Durante los diez años de la República Restaurada y los primeros veinticinco del porfiriato acontecieron una serie de variaciones que en ocasiones parecían acabar con la tendencia elitista de la institución mexicana, pero que term inaban regresando a las prácticas tradicionales a favor de los empresarios, los extranjeros o los altos costos de las patentes. Por un lado, las constantes críticas hicieron mella en el ánimo de las autoridades y prácticamente dejaron de otorgarse privilegios para la introducción de maquinaria e industrias que sólo eran novedosas en el país. Salvo las excepciones que señalamos en el capítulo anterior, el régimen de patentes se usó exclusivamente para proteger a los auténticos autores o perfeccionadores de alguna invención técnica. Así, los ciudadanos nacionales y extranjeros que buscaban una patente para introducir un artefacto o establecer una empresa industrial poco a poco fueron descartados, aunque el sistema comenzó a enfocarse en a traer las patentes de invención extranjeras.

23 Las críticas anteriores aparecieron simultáneamente en los periódicos L'Estafette, El eco del comercio y La Sociedad. Nosotros consultamos el artículo: “Privilegios Exclusivos”, La Sociedad, Tomo II, No, 268,12 de marzo de 1864, pp. 1-2 y Tomo II, No. 269, 13 de marzo de 1864, p. 2.24 Memoria de Fomento, 1865, pp. 425-429. Sólo por citar algunos ejemplos, en 1858 el señor D. J. B. Isham obtuvo un privilegio de este tipo para pescar ballenas en el Golfo de California. En 1859 Ignacio Carranza para trasladar y conservar frescos pescados y mariscos “procedentes de Veracruz y otros mares lejanos”. En 1860 Carlos Jacobi por la introducción de pescados de agua dulce no conocidos en México y por la “educación de los que existen en el país”. En 1863 Víctor Bareau y Luis Müller por la introducción de “un sistema divisor y desinfectante de letrinas aplicado en París”. En 1864 José de Anzoátegui por la importación de “un aparato descubierto en Europa” para concentrar metales. Ese mismo año, Santiago Wright obtuvo un privilegio para la introducción de “una hoz inventada en Estados Unidos para cortar trigo y cebada”. En 1865 Santiago Gaillardon por la implementación de un conocido “sistema de beneficiar toda clase de metales auríferos y argentíferos”. Mientras que Julián Hourcade obtuvo en septiembre de 1865 un privilegio por la introducción de “la máquina de Mr. Cavrè, destinada a la congelación del agua y cristalización de las sales minerales que pueda contener”.

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Es claro que durante la época de la República Restaurada, las autoridades de Fomento hicieron un esfuerzo por aplicar los postulados de la Constitución de 1857 que sólo permitían otorgar derechos exclusivos a los inventores y perfeccionadores frente a la ley alamanista de 1832 que permitía otorgarlos a los empresarios que introducían un nuevo ramo en industria. Por ejemplo, sabemos que el ingeniero Miguel Bustamante, jefe de la sección segunda de la Secretaría de Fomento, encargada de recibir y realizar un prim er examen de las solicitudes de patentes antes de que pasaran a la Cámara de Diputados donde se dictaminaban definitivamente, hasta donde pudo se circunscribió a los postulados de la Constitución. En sus examinaciones que causaron controversia, no vaciló en señalar que “la Constitución del 57, al consagrar entre las facultades del Congreso la de conceder privilegios, pone por condición que la materia privilegiada sea realmente una mejora [_] la prevención de la ley es terminante, no concede sino a los inventores o perfeccionadores”.25 Asimismo, sabemos que durante los años de la restauración se solicitaron 17 privilegios exclusivos para introducir al país industrias extranjeras o crear industrias relativas a la explotación de los recursos del país, pero sólo se concedieron cinco patentes de esta naturaleza.26 Esto dem uestra que en este campo las autoridades buscaban acabar con los privilegios de los empresarios.

De hecho, al finalizar la época de la restauración, un destacado integrante de la elite, el jurista Isidro Montiel y Duarte, indicaba que los inventores y perfeccionadores eran merecedores de las patentes por los aportes que ofrecían a la sociedad, mientras que los empresarios innovadores y los introductores de tecnología habían dejado de gozar esas consideraciones por sus diminutos logros: “poco o nada puede decirse en apoyo a ellos, pues el resultado no correspondió a las esperanzas que llegaron a concebirse con relación a los introductores”.27 Esta opinión parece congeniar con la realidad. En esta época los pocos privilegios de introducción se otorgaron principalmente durante el prim er quinquenio —quizás aún con la esperanza de que las introducciones fueran productivas para el país—, pero durante el segundo quinquenio la desilusión fue tal que solamente se proporcionó un privilegio para establecer una empresa dedicada a la extracción de carbonato de sosa y sal común de las aguas y tierras de Texcoco.28 Sin duda, la determinación de dejar de cobijar a los empresarios con derechos exclusivos fue el mayor logro durante la República Restaurada, pues abrió el sistema de patentes a quienes simplemente pudieran generar una idea novedosa, pero faltaba la parte más importante relacionada con el costo de las patentes para que los inventores realmente

25 “Cuestión científica”, El eco de ambos mundos, No. 420, 16 de mayo de 1874, p. 2.26 Gardiner, Clinton. “Las patentes en México de 1867 a 1876”, El Trimestre Económico, Vol. XVI, No. 4, octubre-diciembre, 1949, p. 586.27 Montiel y Duarte, Isidro. Legislación comparada. Estudio sobre garantías individuales, México, Imprenta del Gobierno, 1873, p. 523.28 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, T. XII, No. 7206, pp. 509-510. Una lista de los privilegios exclusivos otorgados en este periodo puede consultarse en: Soberanis Carrillo, Juan Alberto. Catálogo de patentes de invención en México durante el siglo XIX. Ensayo de interpretación sobre el proceso de industrialización en el México decimonónico, Tesis de licenciatura, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.

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pudieran acceder a la protección. La puerta se abrió, pero faltaba que los interesados pudieran cubrir los costos de admisión.

En este sentido, el monto de las contribuciones fiscales durante los gobiernos liberales de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, continuó rondando los 200 y 300 pesos por patente expedida. Incluso llegaron a cobrarse 400 pesos infringiendo claramente el máximum indicado por la ley.29 Para las clases populares era imposible obtener una patente. En el campo mexicano los jornaleros ganaban 5 pesos por mes, mientras que en las ciudades los obreros percibían aproximadamente 7 pesos y los empleados de los establecimientos mercantiles de 8 a 10 pesos mensuales.30 A ninguno le alcanzaba el sueldo anual para una patente. Esto ocasionó que siguieran presentándose diversas peticiones que buscaban alguna ayuda económica del gobierno o la condonación del importe. Una ola de peticionarios incluyeron en sus solicitudes la súplica de que se les aplicaran los derechos más bajos permitidos por la ley. Para volver sus demandas más convincentes algunos señalaban los altos gastos que efectuaban en sus ensayos, otros citaban los beneficios materiales que sus ideas reportarían al país y otros, francamente desesperados, indicaban que eran muy pobres o que contaban con recursos muy limitados.31 Por ejemplo, al concluir la década de 1860, Miguel Blancas manifestaba en su solicitud que “no teniendo ningunos recursos con que mantenerm e ni suministrar a mi num erosa familia que se compone de mi mujer y doce hijos, espero que el Supremo Gobierno se sirva concederme el auxilio necesario para poner en práctica mi industria”. Las autoridades, sin embargo, no lo eximieron del pago de la patente ni mucho menos le otorgaron algún apoyo monetario para establecer los comunes o letrinas portátiles de su invención.32

Por lo anterior, podemos considerar al decenio de la República Restaurada como la época en la cual inició la transición hacia un sistema de patentes menos excluyente. Si bien los costos continuaron siendo exorbitantes, al menos disminuyeron las patentes conferidas a los empresarios. Ahora los inventores contaban con un sistema enfocado a proteger sus creaciones, aunque seguía estando presente el obstáculo de los precios. Sin embargo, no deja de ser frustrante que mientras en México se estaba presentando una vacilante “democratización” del sistema de patentes en términos del acceso social a la institución —con costos que fueran apropiados para el promedio de ingresos de la población y con resoluciones políticas sobre las actividades que legítimamente podían obtener los derechos exclusivos—, en los países más avanzados industrialmente esta tendencia participativa se estaba consolidando en el sentido de que amplias y variadas capas de la sociedad se encontraban desarrollando los conocimientos y las habilidades necesarios para gestar una invención patentable. En Estados Unidos, por ejemplo, esta

29 El 8 de diciembre de 1870, la compañía representada por José Garnica tuvo que pagar la cantidad de cuatrocientos pesos para registrar "la invención de un procedimiento para la fermentación y conservación del pulque”. Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo XI, No. 6845, p. 196.30 López Cámara, Francisco. La estructura económica y social de México en la época de la reforma, México, Siglo XXI Editores, 1978, pp. 222-225.31 Gardiner, Clinton H. "Las patentes en México^”, p. 585.32 AGN, Patentes y Marcas, Caja 8, Exp. 480.

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clase de democratización de la invención se presentó desde los primeros años de su crecimiento industrial, entre 1790 y 1846.33

Posteriormente, al comenzar el régimen porfirista, la nueva clase en el poder pronto dejó en claro que tenía la intención de reform ar la legislación de patentes heredada desde la época de Lucas Alamán. En cuanto Vicente Riva Palacio se encargó del rumbo de la Secretaría de Fomento, presentó una iniciativa de ley para sustituir el antiguo régimen de privilegios exclusivos. No obstante, el ambiente político en aquel entonces no fue propicio para sacar adelante una reforma que parecía secundaria ante los ojos de los legisladores. De hecho, el Congreso de la Unión establecido en la coyuntura que condujo a Porfirio Díaz al poder, desempeñó una función meram ente de transición en tanto acababa de tom ar forma la nueva elite dirigente.34 Durante el año que estuvo en funciones no se impulsó ninguna reforma al sistema mexicano de patentes. En cambio, se mantuvieron las disposiciones tradicionales en la materia. Esto puede confirmarse en la decisión de m antener el costo de las patentes. Durante la vida de esta legislatura continuaron cobrándose entre 100 y 300 pesos por concesión.

Sin embargo, el siguiente Congreso de la Unión (1878-1880), el primero propiamente porfirista, marcó las tendencias que tarde o tem prano seguiría el sistema mexicano de patentes durante la dilatada administración de Díaz. La prim era medida trascendental que adoptó fue disminuir de manera sustancial el importe que pagaban los inventores mexicanos por las patentes. La Comisión de Fomento de la Cámara de Diputados —en ese entonces integrada por Wenceslao Rubio y Pablo Macedo—, aprovechó su facultad de fijar el volumen de las contribuciones para establecer una tarifa que oscilaba entre los 20 y 50 pesos para los solicitantes mexicanos, mientras que los foráneos siguieron pagando más de 100 pesos. Como era de esperarse, esta decisión fue bien acogida por los inventores mexicanos. A partir de 1879, por prim era vez en la historia nacional, las patentes domésticas superaron la barrera de la decena anual (ver anexo 3). Pero esta determinación no sólo nos m uestra cierta sensibilidad de los legisladores para apoyar a los inventores mexicanos, también nos deja ver una clara intencionalidad de la clase dirigente de legitimar al nuevo régimen con medidas populares. De hecho, a pesar del éxito que tuvo esta reducción, no se convirtió en una práctica constante, más bien fue un programa pasajero que se consolidó mucho después, hasta principios del siglo XX.

Por otra parte, los diputados Rubio y Macedo también precisaron las limitaciones y las atribuciones que debía tener el sistema mexicano de patentes en la época porfirista. El escenario donde presentaron sus propuestas fue una controversia entre la Cámara de Diputados y la de Senadores sobre la validez de otorgar patentes a las invenciones y mejoras efectuadas fuera del país. En el fondo, el problema real giraba alrededor de la

33 Sokoloff, Kenneth L. y B. Zorina Khan. "The Democratization of Invention During Early Industrialization: Evidence from the United States, 1790-1846”, The Journal o f Economic History, Vol.50, No. 2, junio de 1990, pp. 363-378; Khan, B. Zorina. The Democratization o f Invention: Patents and Copyrights in American Economic Development, 1790-1920, Nueva York, Cambridge University Press, 2005.34 Cosío Villegas, Daniel (Coord.) Historia Moderna de México. EÌ Porfiriato. La vida política interior, Tomo IX, México, Editorial Hermes, 1983, p. 480.

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posibilidad de proteger la introducción de tecnología extranjera como se había hecho con anterioridad. Los senadores sostenían que la ley alamanista textualmente limitaba la concesión de las prerrogativas a quien “invente o perfeccione alguna industria en la República Mexicana”. Argumentaban, entonces, que las autoridades solamente podían expedir patentes a las creaciones efectuadas al interior del país. Los diputados, por el contrario, señalaban que esa interpretación de la ley era ociosa y carente de cualquier respaldo constitucional, puesto que “la Carta fundamental de la República, al ocuparse de esta materia, sólo establece una restricción: que los privilegios sean por un tiempo limitado”.35 Finalmente, después de múltiples alegatos, los diputados Rubio y Macedo esclarecieron el tema argumentando que:

las s im ples in troducciones no m erecen privilegio conform e a la Constitución de

1857 , porque de lo contrario se autoriza el m onopolio , prohibido

term inantem ente en otro artículo constitucional, pero por los inventos y

perfeccionam ientos hech os fuera del territorio nacional, puede o b ten erse un

privilegio, porque ni por el espíritu ni por la letra de esa suprem a ley, está

prohibido concederlo .36

De esta forma, quedó establecido que el sistema mexicano de patentes no se utilizaría más para proporcionar los arbitrarios privilegios monopólicos que tradicionalmente se habían dispensado haciendo uso de esta institución. Los preceptos de la legislación en la materia sólo podían aplicarse a los inventos y perfeccionamientos de naturaleza técnica, siendo de suma importancia para el desarrollo industrial del país el resguardo de las creaciones extranjeras, puesto que:

El principio de que sólo se concedieran privilegios por los inventos nacionales, sería entre nosotros excepciona lm ente perjudicial y nocivo. Por desgracia, las

ciencia y las artes, no han alcanzado aún en México un grado tal de adelanto,

que p od am os decir, que no n eces itam os de las dem ás naciones: ninguna, ni la

más culta y civilizada, podría decirlo, porque el ta lento y el genio son

cosm opolitas [_ ] Tam poco sería prudente, que encerrándonos en un ego ísm o

injustificable, prohib iéram os la entrada a nuestro suelo a los adelantos que

otras naciones, más felices que la nuestra han conquistado, ni que los

m exicanos para plantear aquí las mejoras en otros pa íses realizadas, se vieran

obligados a representar el triste papel de usurpadores de lo ajeno.37

En conjunto, las resoluciones tomadas por la prim era Cámara de Diputados porfirista permitieron un mayor acceso a las patentes. Los costos se redujeron notablemente y el derecho de propiedad industrial se extendió efectivamente a todos los inventores y perfeccionadores sin im portar si eran empresarios o poseían los medios para fundar una industria. Al mismo tiempo, sin embargo, las autoridades comenzaron a enfatizar la importancia de a traer las invenciones extranjeras. Aunque aún estaba en ciernes, se comenzó a delinear la política porfirista en materia de propiedad industrial como una herram ienta para fomentar el registro de los inventos extranjeros. Como lo señalamos

35 AHMLSR, Cong. 9, Lib. 51, Exp. 0595 y Cong. 10, Lib. 76, Exp. 0862.36 Idem.37 Idem.

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en el capítulo anterior, la reforma al sistema de patentes se produjo con el objetivo de crear una institución moderna, adaptada a las convenciones internacionales, para que los extranjeros tuvieran confianza de efectuar acciones de transferencia tecnológica. Una tendencia que se consolidó con la ley de patentes de 1890.

No obstante, antes de que apareciera la ley de 1890, el siguiente Congreso de la Unión (1880-1882) mantuvo las disposiciones aplicadas por la prim era legislatura porfirista: el costo de las patentes tendió a estabilizarse en 50 pesos, no se concedieron patentes por la transferencia de tecnología ni por la creación de industrias nuevas y, mucho menos, se obstaculizó el registro de las invenciones foráneas. Además, en los últimos meses de esta legislatura se aprobó la reforma constitucional que le transfirió al poder ejecutivo la facultad que poseía el legislativo de dictaminar y despachar las patentes. Con ello se solucionaron gran parte de las tardanzas administrativas que dilataban un trámite que debía ser los más expedito posible. Desde entonces, la Sección Segunda de la Secretaría de Fomento se encargó completamente de examinar las solicitudes y fijar las cuotas que debían satisfacer los titulares de las patentes. En este sentido, en 1882, la Secretaría de Fomento elaboró un proyecto de ley para sustituir al antiguo estatuto alamanista donde proponía cobrar tarifas “bien m oderadas para la adquisición de una patente”. Establecía un tabulador que variaba según el lapso de protección elegido por el inventor: cinco años significarían un desembolso de 25 pesos, diez años 50 pesos y quince años 75 pesos.38

Aunque, el proyecto no fue aprobado por el Congreso, la Secretaría de Fomento utilizó esta tabla de precios para las concesiones que se dieron hasta concluir el año de 1889. Así, entre 1882 y 1889, las patentes continuaron otorgándose a un costo promedio de 50 pesos para los inventores locales. No obstante, aunque la reducción fue realmente significativa, y se reflejó en un crecimiento sostenido de las patentes mexicanas hasta superar el medio centenar en 1899, no podemos señalar que se trataba de un importe módico como lo presumían las autoridades. En esas fechas realizar un desembolso de 50 pesos sólo era alcanzable para alguien que tuviera un buen empleo o desempeñara alguna profesión bien remunerada. En 1883, por ejemplo, mensualmente un ingeniero del sistema ferroviario recibía un salario de 300 pesos, un tenedor de libros 50 pesos, un telegrafista ente 30 y 40 pesos, un albañil 18 ó 20 pesos y un guardavías 8 pesos.39 Económicamente, entonces, la disminución del monto de las contribuciones permitió que los sectores más acomodados de la clase media porfirista pudieran patentar, pero este estrato social seguía siendo una porción muy pequeña de la sociedad. De hecho, por ese tiempo, en los periódicos de la capital se criticaba la ausencia de apoyo oficial para los inventores locales. En el Centinela Español apareció una nota que decía: “No podemos explicarnos cómo el gobierno, en su afán de propagar la ciencia y enaltecer el trabajo, se ha olvidado por completo de aquellos hombres que emplean sus horas

38 Memoria de Fomento, 1877-1882, pp. 434-435.39 Leal, Juan Felipe y José Woldenberg. La ciase obrera en ia historia de México. Dei estado iiberai a ios inicios de ia dictadura porfirista, México, UNAM-Siglo XXI Editores, 1986, pp. 111-112.

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de vida en beneficio de la industria y de la ciencia, inventando máquinas y aparatos de reconocida utilidad”.40

Las críticas, como sabemos, cayeron en oídos sordos. En 1890 se promulgó la segunda ley de patentes porfirista que formó parte de una reconfiguración más amplia en las políticas de desarrollo y protección industrial. Poco tiempo después de en trar en vigor se creó la “ley de industrias nuevas” que retomaba la esencia del programa alamanista de fomento industrial. Si bien durante el porfiriato no se entregaron capitales directos para financiar a las grandes empresas industriales, sí se concedieron exenciones de impuestos y aranceles para la importación de maquinaria extranjera. De hecho, entre las reformas que introdujo la nueva ley de patentes, estaba el reconocimiento expreso de absorber las patentes extranjeras para que éstas reanim aran la industria nacional. En el fondo, continuaba vigente la aspiración alamanista de alcanzar el nivel industrial que “gozaban” los países más desarrollados simplemente introduciendo la técnica del exterior, tal como lo habían expresado los diputados Rubio y Macedo desde 1878.

De hecho, la ley de 1890 se consolidó como un dispositivo mucho más atractivo para los inventores extranjeros que para los nacionales. Como puede apreciarse en el anexo 3, las patentes mexicanas disminuyeron sustancialmente en cuanto entró en vigor.41 Únicamente durante el año de 1901 lograron superar el nivel que habían alcanzado antes de su aplicación. Mientras tanto, las patentes extranjeras se mantuvieron en un crecimiento acelerado hasta quintuplicar su número inicial. Aún más, con anterioridad a esta ley prácticamente existía una paridad numérica entre las patentes extranjeras y las mexicanas, mientras que en el último año que estuvo vigente había una diferencia abismal del ochocientos por ciento a favor de las foráneas. La intención del gobierno de atraer las patentes extranjeras fue todo un éxito, pero en el camino los resultados m uestran que esta decisión no fomentó ni facilitó el registro de los inventos locales.

Desde luego, estos resultados también fueron consecuencia del costo de los derechos que se estableció para patentar. Incomprensiblemente, la Secretaria de Fomento actuó en contra del principio que había sostenido de fijar una tarifa relativamente reducida desde 1882. La ley de 1890, considerando las circunstancias económicas del contexto nacional, continuó siendo un instrumento de acceso elitista, reservado a una porción demasiado pequeña de la sociedad mexicana. Si bien modernizó algunas formalidades del sistema de patentes, se olvidó del aspecto más importante: extender sus beneficios democráticamente. En realidad, esta legislación sólo terminó con un pequeño periodo de benevolencia (1878-1890) durante el cual se cobraron 20 ó 50 pesos por patente mexicana. Los artículos de la nueva ley establecían una tasa que no podía ser inferior de 50 pesos ni mayor de 150. En los hechos, sin embargo, la mayoría de los inventores terminó sufragando 110 pesos por patente, aunque no faltaron los casos que tuvieron que desembolsar 150 pesos con base en alguna resolución discrecional, pues la ley no establecía ningún parám etro de distinción.

40 El Centinela Español, No., 3 de marzo de 1881,41 La disminución fue prácticamente del cincuenta por ciento: de sesenta y una patentes mexicanas que se registraron en 1889 se pasó a treinta y dos en 1890.

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De cualquier forma, si tan sólo consideramos la media, podemos decir que 110 pesos seguía siendo bastante dinero hacia fines del siglo XIX. En 1894 los catedráticos de los establecimientos de instrucción técnica más importantes del país (la escuela nacional de ingenieros, la de agricultura y la de artes y oficios) ganaban 100 pesos mensuales, los directores de taller 50 pesos, mientras que los ayudantes de taller sólo recibían 20 pesos al mes.42 Peor aún, tras seis años de estar vigente esta ley, la única reforma que sufrió fue la sustitución del artículo que determinaba la explotación forzosa del objeto patentado por otro que estipulaba la exigencia de renovar cada cinco años la patente para evitar que ésta caducara. Por cada renovación se exigía un importe cada vez más alto. Así, al cumplir los primeros cinco años de protección se cobraban 50 pesos, a los diez años otros 75 pesos y a los quince años 150 pesos más. Es decir, quien pretendía disfrutar las dos décadas de protección que otorgaba la ley, al final de cuentas debía pagar aproximadamente 385 pesos. De este modo, la ley de 1890 fue la más onerosa de todo el siglo XIX. Por ello, no es extraño que durante el tiempo que estuvo vigente (1890-1903) se estancara el número de patentes mexicanas. Lo que había sido una prom etedora tendencia menos excluyente al iniciar el porfiriato, concluyó con el siglo siendo una redición de las condiciones a favor de una pequeña porción de la sociedad.

2.3. La tardía "democratización" del sistema de patentes

Esta situación, sin embargo, comenzó a cambiar drásticamente con la aprobación del nuevo dispositivo para regular las patentes. Un factor relevante para que esto pasara fue la propia personalidad de los sujetos que idearon la ley de 1903. Particularmente, fue un acierto de las autoridades de Fomento comisionar en esta tarea al ingeniero Manuel S. Carmona, quien poseía una trayectoria como inventor, conocía los sistemas de propiedad industrial internacionales y había patentado en el extranjero. Con base en su experiencia, el ingeniero Carmona sostenía que los “derechos exageradamente altos” instituidos en el sistema mexicano, eran una gran barrera que desanimaba a los inventores nacionales e inhibía que patentaran en su propio país. Por ello, no resulta extraño que él mismo haya preferido paten tar en Estados Unidos e Inglaterra, pues sabía que las tarifas en esas “naciones de ideas m odernas” eran bastante reducidas, mientras que “en México, según la ley vigente, por cinco años debemos pagar de 50 a 150 pesos, más 30 pesos por la ley del timbre y otras disposiciones; es decir, de 80 a 180 pesos”. Esto sin contar el ajuste de 1896 que “no conforme con aquellos terribles primeros derechos” incrementó el costo por cada cinco años de renovación. Respecto a esa reforma, el ingeniero Carmona suponía que los legisladores seguramente habían pensado: si los inventores “no quieren explotar que paguen”, de forma que “la mayor parte de las patentes que no m ueren antes de nacer por falta de pago del prim er derecho, m ueren a los cinco años por falta de pago del segundo”.43

42 Cuenta del Tesoro Federal, 1894-1895, pp. 290-297. Los datos completos aparecen en la bibliografía.43 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, p. 24.

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Ahora bien, en su disertación a favor de establecer contribuciones bajas para conceder las patentes, se aprecia otra transformación radical respecto a la forma como se había concebido habitualmente la naturaleza de las patentes. Dese el periodo virreinal, en el contexto mexicano las patentes se entendían como un instrumento que resguardaba la innovación más que la invención. Es decir, las leyes estaban formuladas para proteger a quienes podían implementar una nueva actividad industrial o un artefacto mecánico desconocido localmente. No estaban formuladas para proteger los conocimientos o las ideas técnicas que hipotéticamente podían realizarse. El ingeniero Carmona señalaba:

Rarísimo es el caso en que la prim era idea sobre alguna invención puede

l levarse a la práctica com o fue concebida, por regla general requieren un

estudio largo, deten ido y costoso , consultas con personas de conocim ientos

especiales, con los constructores, con los químicos, con los artesanos, con los

financieros, etc., etc., y com o el que concibe una idea es im posible que tenga

todos e so s conocim ientos, qué hará ¿consultar y explicar sus ideas antes de

pedir patente, ex p on ién d ose así a perderlas o que alguno se apodere de ellas

por la publicidad que provenga?, ¿o bien pedirá una patente y pagará los

en orm es d erechos y sus adiciones? Y cuando se crea ya asegurado y consulte su

invento con p erson a entendida, se encontrara tal vez con que aquella idea no

tiene valor alguno o que si lo tiene por cada reform a o modificación que

encuentre está obligado a com enzar de nuevo con todos aquellos trám ites y

gastos.44

Tres nociones sobresalen en la cita anterior: primero, el reconocimiento implícito de que las patentes debían emplearse para proteger las nuevas ideas técnicas; segundo, que dichas ideas debían protegerse antes de que llegaran a la fase de experimentación y construcción para evitar que fueran usurpadas o perdieran el carácter de novedad; tercero, que el sistema mexicano entorpecía estas prácticas al momento de establecer tarifas excesivas. En resumen, si el objeto de la institución de las patentes era proteger los conocimientos técnicos para fomentar su construcción, la legislación mexicana presentaba fallas evidentes. Muy pocos inventores se arriesgarían a patentar sus ideas a sabiendas que implicaba un gasto enorme que seguramente resultaría infructuoso, pues era de esperarse que las ideas se transform aran en la práctica, ocasionando una cantidad indefinida de nuevos desembolsos para registrar las mejoras o adecuaciones que resultaran. Tomando en cuenta esto, el ingeniero Carmona sostenía que en México solamente podían patentar quienes tuvieran los medios suficientes para afrontar tales gastos, pues

Supongam os que no se trata de un capitalista [_ ] sup on gam os que se trata de

un sim ple artesano ¿podrá s iquiera pagar los prim eros d erechos entre $80 y

$180? Y si haciendo un gran esfuerzo logra pagar eso s d erechos ¿qué hará si en

el curso de sus experiencias se encuentra con una mejora o reforma que

requiera una nueva patente? S im plem ente se verá obligado a perder el fruto de

todos sus esfuerzos.45

44 Ibid., pp. 20-21.45 Ibid., p. 21.

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Ineludiblemente su análisis sobre las cuotas del sistema mexicano de patentes lo orilló a reconocer: “nuestra ley no está hecha para los artesanos ni para los pobres y esa es la verdad”. Esta era una realidad que limitaba el número de patentes y el movimiento industrial del país. De esta forma, para solucionar los problemas que se generaban con las tarifas excesivas, en su proyecto de ley propuso que se fijara una tasa de 40 pesos por veinte años de protección, pero dividido en dos periodos. El primero abarcaría un año por 15 pesos y el segundo 25 pesos por los diecinueve años restantes, aunque al final de su documento, al considerar las penurias económicos del mexicano promedio, señalaba: “verdaderamente, señor ministro, al pensar en esto hasta me parece alto el prim er derecho de $15 que propongo”. Todo parece indicar que el ingeniero Carmona logró persuadir a las autoridades, pues la ley de 1903 terminó fijando una cuota de 40 pesos que podía pagarse en dos entregas: 5 pesos por el prim er año y 35 pesos por los diecinueve restantes. Por supuesto, si alguien quería sufragar los 40 pesos en una sola exhibición podía realizarlo sin restricción alguna. Con esta tarifa inicial de cinco pesos, no resulta extraño el aumento exponencial que experimentó la concesión de patentes desde el año que entró en vigor la nueva ley. Sobre todo el crecimiento de las patentes mexicanas fue realmente extraordinario (más del triple) mientras que las extranjeras continuaron con la tendencia creciente que habían presentado desde la ley de 1890 (ver anexo 3).

Ahora bien, es preciso mencionar que las reformas implementadas en la legislación de 1903 no sólo estuvieron encaminadas a increm entar la participación de los inventores mexicanos, también fueron formuladas para a traer una mayor cantidad de patentes extranjeras con la intención de “favorecer la construcción y elaboración en el país de los aparatos y productos de utilidad notoria que sean objeto de una paten te”.46 Por lo menos esa fue una condición que estableció el poder legislativo como requisito para aprobar la nueva legislación. Para llenar esta demanda, el ingeniero Carmona propuso un sistema novedoso que llamó “explotación compulsoria”. Esta disposición no hacía obligatoria la explotación de una patente, pero si pasados tres años su poseedor no la utilizaba o impedía su explotación en la industria nacional, la oficina de patentes podía conceder licencias a terceras personas para que la pusieran en práctica. A cambio de ello, el concesionario debía pagarle la “mitad de las ganancias líquidas” al inventor. Con esto se establecía un sistema equilibrado que rem uneraba el esfuerzo intelectual de los inventores y la inversión de los capitalistas en la innovación, “teniendo siempre en cuenta los intereses superiores de nuestra industria que pide la explotación de todo lo explotable”. En resumen, al concluir la explicación de su proyecto de ley, el ingeniero Carmona mencionaba:

Cuando el inventor extranjero sep a que ten em o s proced im ientos rápidos,

d erechos bajos y exigencias cortas para conceder patentes las pedirá y

registrará acá por estar esto dentro de su conven iencia y m uchas de esas

patentes serán explotadas entre nosotros ya por sus d ueños o

com pulsoriam ente . Recíprocam ente, cuando el inventor o industrial mexicano,

cualquiera que sea su clase o condición, sep a que p u ed e proteger sus ideas, sus

46 AHMLSR, Cong 21, Lib. 314, Exp. 0016, f. 19.

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inventos [_ ] saldrá ev id en tem en te de su inacción y rápidam ente aum entará el

núm ero de ellos, con positivas ventajas para nuestra industria.47

Resulta evidente, al menos estadísticamente, que la ley mexicana de 1903 satisfizo la intención del gobierno porfirista de increm entar la cantidad de patentes extranjeras y nacionales. Más dudoso es que haya logrado “democratizar la invención” en México si consideramos las condiciones del contexto local. Si bien la disminución de las tarifas permitió un mayor acceso a sectores sociales que antes no podían registrar sus ideas o conocimientos técnicos originales, esta simple reducción fue insuficiente para generar un movimiento de invención en igualdad de condiciones o ampliamente extendido en todos los sectores de la sociedad. El analfabetismo, la pobreza y el atraso material en un contexto global de una industria mucho más sofisticada, fueron circunstancias que comenzaron a cobrar factura desde la segunda mitad del siglo XIX. Los conocimientos técnicos y científicos formales, la necesidad de materias y herram ientas especializadas y el requerimiento de recursos económicos para experimentar en la construcción de los artefactos, fueron elementos cada vez más imperativos para proponer un invento de algún impacto económico. Esto, por supuesto, no significa que los sujetos con pocos recursos, conocimientos empíricos o con una escasa educación formal, fueran incapaces de generar alguna invención práctica y funcional, sino simplemente que las carencias del contexto local y las condiciones internacionales lo complicaron cada vez más.

La simple y llana formación de la institución occidental de las patentes no era ninguna garantía de desarrollo industrial. Las autoridades porfiristas, sin embargo, supusieron que adecuando las características de la institución mexicana a las que m ostraba en su contexto original, era suficiente para obtener resultados equivalentes. Pero, como lo manifestó con absoluta honestidad el ingeniero Carmona, la “única manera de crear, fomentar y hacer adelantar a nuestra industria”, era solucionando los requerimientos de “nuestras circunstancias”. Por más que se perfeccionara la legislación de patentes, que se redujeran las tarifas o que se transfiriera la tecnología extranjera, la situación en el contexto nacional seguiría siendo muy complicada para todo aquel que intentara desarrollar una nueva idea técnica:

En efecto, triste es decirlo, pero el inventor que d esea en México intentar

alguna experiencia nueva p u ed e decirse que intenta una em p resa tem eraria y

que raya verdaderam ente en lo imposible. Nuestra industria se halla en un

estado más que rudim entario y no d igam os maquinaria especial s ino hasta

m ateria prim a suele faltar com p letam en te [_ ] Un libro de varios tom os sería

necesario si se quisiera enum erar todas las dificultades que en este sentido

existen actualm ente entre nosotros .48

Para rem ediar estos males, el ingeniero Carmona puso en la mesa de las autoridades un plan donde se aprecia la condición utopista que acabó definiendo a los inventores mexicanos a fuerza de vivir los límites de la realidad local. Proponía la creación de un

47 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, pp. 37-38.48 Ibid., pp. 39-40.

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taller o laboratorio experimental anexo a la Oficina de Patentes que contaría con cierta maquinaria de gran precisión y un surtido suficiente de materias primas, en donde “podría hacerse a los inventores gratuitamente alguna pieza u órgano o bien a pagar con las ganancias futuras que su invento les proporcione”. Este establecimiento, según el anhelo del ingeniero, terminaría siendo “el jardín de aclimatación o el invernadero de nuestra futura industria”.49 Las autoridades, sin embargo, simplemente ignoraron este proyecto que sintetizaba la experiencia y el pensamiento de un inventor imbuido en la problemática local. En cambio, hicieron caso de sus argumentos para reform ar la estructura formal del sistema de patentes. La influencia del ingeniero Carmona llegó hasta donde el pragmatismo de la clase en el poder lo permitió. La visión del gobierno porfirista estaba enfocada en m odernizar la legislación, asemejarla a la que tenían las “naciones cultas y civilizadas”, ingresar al “concierto de los tratados internacionales” y esperar que eso impulsara la industria nacional. Más allá de eso no hubo nada más.

Mientras tanto, los inventores mexicanos tuvieron que seguir batallando por su propia cuenta para hacerse de las condiciones propicias para inventar. Su labor requirió una doble perseverancia para sortear las circunstancias de un contexto que políticamente estaba volcado hacia la introducción de tecnología extranjera y materialmente ofrecía pocas herram ientas para experimentar en la construcción de nuevos conocimientos técnicos. Esta fue una constante que determinó su actividad durante todo el siglo XIX y principios del XX. Además, durante la mayor parte de esa historia, el sistema mexicano de patentes fue una puerta muy estrecha que restringió el acceso de quienes podían patentar. No sólo limitó la entrada implementando tarifas que eran excesivas, sino a través de los objetos que podían registrarse. Como lo hemos visto, primero favoreció a los empresarios que introducían artefactos o procesos técnicos del exterior, después se centró en a traer los inventos extranjeros para que llegaran a la fase de innovación. Al limitar el acceso social a la propiedad industrial, el gobierno mexicano se cerró a sí mismo la posibilidad de tener una mayor cantidad de conocimientos técnicos locales que eventualmente podían reflejarse en el desarrollo industrial de la nación.

Hay que recordar que los inventores más exitosos del siglo XIX generalmente fueron personajes de recursos económicos limitados. En México estos sectores tuvieron poca oportunidad de registrar sus ideas. Con ello, el país desprotegió a varias generaciones de inventores nacionales. En realidad, durante gran parte de este periodo sólo fueron registrados y protegidos los inventos de quienes pudieron pagar para que así sucediera. Fue hasta 1903 que la institución mexicana abrió sus puertas a los inventores de medianos recursos, lo cual pronto se reflejó en la cantidad de patentes registradas, pero en ese momento las condiciones del contexto global eran mucho más complicadas. Como lo señala Daniel Headrick, durante las primeras décadas de la revolución industrial los artefactos por lo general eran sencillos y los conocimientos técnicos tenían una naturaleza bastante empírica. En cambio, con el trascurrir del tiempo la maquinaria se volvió cada vez más compleja y los conocimientos más

49 Idem.

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sofisticados. En otras palabras, “mientras el tiempo avanzó el subdesarrollo tornó cada vez más difícil la industrialización”.50

En este sentido, al finalizar el siglo XIX, la creciente especialización de los conocimientos técnicos cada vez más vinculados con el desarrollo de los conocimientos científicos—, se convirtió en un nuevo factor que limitó el acceso de quienes podían patentar. El analfabetismo fue una circunstancia más que estrechó el universo de las personas que potencialmente podían desarrollar una invención técnica, aunque esta restricción fue relativa y, por lo pronto, no la analizaremos en esta sección, pues no estuvo directamente relacionada con el orden institucional de las patentes, sino con una serie de problemáticas más amplias del escenario sociocultural en el que se desenvolvieron los inventores mexicanos.

50 Headrick, Daniel R. The Tentacles o f Progress. Technology Transfer in the Age o f Imperialism, 1850­1940, Nueva York, Oxford University Press, 1988, p. 11.

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CAPÍTULO 3

Un paradójico escaparate de conocimientos técnicos

Durante el siglo XIX, al interior de la institución mexicana encargada de proteger los derechos de los inventores, paulatinamente se fue decantando la particular mezcla de privilegios exclusivos y patentes de invención que la caracterizó durante las primeras décadas de su funcionamiento. En otras palabras, se presentó una lenta depuración de los antiguos monopolios de naturaleza absolutista concedidos a diversas actividades comerciales y artefactos mecánicos, hasta llegar exclusivamente a la protección de los nuevos conocimientos técnicos mediante el otorgamiento de un título de propiedad intelectual: la patente de invención. Esta modificación en los fundamentos del sistema de patentes también se extendió a otro aspecto nodal: la divulgación de las ideas y los conocimientos técnicos implícitos en los inventos. En este sentido, durante la mayor parte del siglo XIX, la institución mexicana de patentes osciló entre reservar el secreto y difundir públicamente la información técnica de las invenciones, mientras que en los últimos años del porfiriato se decantó hacia la apertura del sistema, convirtiéndose así en un escaparate de los conocimientos técnicos que resguardaba.

Esta importante transformación será el eje conductor de este capítulo, pues mediante el análisis de este fenómeno podemos comprender tres aspectos fundamentales que rodearon al sistema de patentes en el contexto mexicano. Primero, la permanencia de una cultura del secreto que impedía patentar y divulgar el contenido de los inventos. Segundo, la influencia que ejerció la institución en las dinámicas locales de invención. Tercero, los intereses extranjeros que estaban detrás de la apertura del sistema para convertirlo en una extensión de los mecanismos de control que definían las tendencias del conocimiento tecnológico.

3.1. La pertinaz existencia de la cultura del secreto

Como lo mencionamos en el preámbulo de esta prim era sección, los cuatro principios esenciales que legitimaron la existencia de la institución de las patentes fueron: 1) el derecho natural a la propiedad de las ideas; 2) el derecho de los inventores a obtener una retribución por los servicios prestados a la sociedad; 3) la necesidad de estimular la creación de nuevas invenciones; 4) la necesidad de divulgar los secretos contenidos en las invenciones. Podemos observar que la legitimidad de las patentes resultaba de cierta conciliación entre los intereses individuales y comunitarios. Los dos primeros fundamentos del sistema de patentes estaban dirigidos a salvaguardar los intereses individuales de los inventores mediante el otorgamiento de derechos particulares (de propiedad intelectual y de justa recompensa); mientras que los dos últimos estaban encaminados a proteger los intereses sociales mediante la difusión y divulgación de los inventos. La unión de estos principios trajo consigo la creación de un régimen legal

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que garantizaba la propiedad individual sobre las ideas técnicas, útiles y novedosas, al mismo tiempo que volvía obligatoria su difusión como información pública.

Dicho en otros términos, para salvaguardar los intereses individuales y comunitarios, el pensamiento occidental construyó un sistema de protección que buscaba conciliar dos premisas a prim era impresión incompatibles. En este sentido, aunque las patentes de invención se concibieron como instrumentos oficiales que am paraban la propiedad privada sobre ciertos conocimientos e ideas novedosos —los cuales tentativamente se podían materializar en artefactos, productos o procedimientos industriales—, estos documentos se otorgaban con límites estrictos para impedir que, paradójicamente, los inventores se agenciaran tales conocimientos e ideas como un bien privado. En efecto, las patentes avalaban un monopolio temporal que únicamente protegía la explotación de las ideas, no formaban un estanco para la circulación de los conocimientos técnicos. El sistema de patentes “redujo” la propiedad del inventor a la explotación comercial y temporal de sus ideas novedosas, centrándose en impedir que otros sujetos pudieran lucrar con la invención ajena sin tener la autorización de su legítimo propietario, pero no prohibió que cualquier individuo de la sociedad pudiera examinar la información contenida en las patentes o que, incluso, pudiera construir los objetos patentados con fines de estudio o experimentación. Más aún, tras el paulatino desarrollo del régimen de patentes a nivel mundial, esta institución no sólo se limitó a consentir la consulta de la información técnica recabada, sino que fomentó abiertamente su divulgación.1

De esta forma, desde su origen el sistema de patentes se concibió como una institución que debía difundir públicamente la información técnica que resguardaba para cumplir a cabalidad con los fundamentos teóricos que justificaban socialmente su existencia. Sólo mediante la divulgación del contenido técnico de las invenciones (conocimientos e ideas) se podía conquistar la legitimidad de las patentes como un instrumento de protección “justo” para los inventores y para la comunidad. Si no cumplía esta función, si la institución se convertía en una entidad hermética, entonces el sistema fracasaba en su conjunto al proteger únicamente a una de las partes interesadas, cuando menos, hasta que expiraba la vigencia de los derechos concedidos. Era necesario, pues, que el sistema de patentes se afianzara como una vitrina de conocimientos abierta a la vista del público en general para que cumpliera cabalmente sus objetivos. Esta condición, sin embargo, apareció con ritmos bastante disímiles a lo largo del mundo. Mientras que los países más industrializados lo consiguieron durante la prim era mitad del siglo

1 Sin duda, el sistema de patentes es una institución bastante contradictoria que generó una “propiedad imperfecta”. Por un lado, reconoce una propiedad temporal para la explotación temporal de las ideas o las invenciones. Por otro lado, surgió para reconocer la propiedad eterna sobre su autoría. El inventor que patenta una nueva tecnología siempre será reconocido como su autor, pero económicamente sólo podrá ser su propietario exclusivo durante el periodo que estipula la patente. Además, como lo señala César Sepúlveda: “el sistema de patentes está fundado en una contradicción de origen: se supone que por su operación alienta los conocimientos, pero principia confiriendo al dueño de la patente el poder para restringir esos conocimientos por cierto tiempo. Se trata de un sistema crudo e inconsciente [_] es un sistema que carece de lógica [_] existen pocas instituciones sociales que posean menos defectos”. Sepúlveda, César. “Nuevas sendas para la Propiedad Industrial”, Revista Mexicana de la Propiedad Industrialy Artística, Año IV, No. 8, 1966, pp. 326-327.

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XIX, otras naciones tuvieron una pausada transición que se dilató hasta los primeros años del siguiente siglo.

En México, concretamente, el proceso de consolidación del sistema de patentes como una institución claramente abierta a la divulgación no se verificó con rapidez debido a varios factores sociales e culturales. Entre ellos, quizás el de mayor trascendencia fue la persistencia de ciertas nociones tradicionales respecto a la protección y circulación de los conocimientos técnicos. Durante la época colonial, el conocimiento y el secreto constituían un binomio de duro caparazón en el ámbito de las actividades industriales. Existía una enraizada concepción en donde los conocimientos técnicos, al ser agentes generadores de riqueza económica y material, debían m antenerse ocultos para evitar la competencia. Asimismo, se consideraba que estos conocimientos eran una preciada herencia que debía administrarse con mesura, reservando celosamente su circulación a unos cuantos individuos de la sociedad.

Uno de los ejemplos más claros de esta situación lo podemos encontrar, por supuesto, en los gremios artesanales. Pertenecer a este tipo de corporaciones sociales implicaba participar de un conocimiento protegido mediante el secreto. Los saberes técnicos de los oficios estaban vedados fuera de la agrupación. Era un hecho inconcebible que los gremios difundieran públicamente información sobre sus procedimientos productivos o el manejo de las máquinas y aparatos que empleaban en sus quehaceres cotidianos. Hacerlo significaba revelar los conocimientos que, literalmente, como se expresaba en aquel entonces, conformaban los “secretos del a rte”. Además, en el escenario gremial, la circulación de los conocimientos se confinaba a un espacio social bastante reducido, el cual muchas veces no superaba las relaciones del ámbito familiar.

Esta tendencia al secreto —a reservar y ocultar los conocimientos técnicos—, también fue un rasgo característico de la protección de los inventos. Durante la época colonial, los privilegios exclusivos se concedían únicamente cuando el interesado demostraba en la práctica la funcionalidad de su invención, mejora o introducción. Para ello, no era necesario explicar la estructura del artefacto, ni depositar en los archivos los planos y descripciones de la invención, sino simplemente dem ostrar ante una junta calificadora la funcionalidad del aparato. De esta forma, el inventor mantenía para sí el secreto de la invención. Sólo en situaciones extraordinarias, básicamente cuando el interesado no poseía los medios suficientes para verificar las experiencias de sus inventos, resultaba obligatorio presentar por escrito la descripción de sus ideas para que las autoridades costearan los gastos de construcción y experimentación, siempre y cuando una junta de expertos hubiera juzgado con anticipación la viabilidad del proyecto.2 No obstante, aún bajo estas circunstancias que revelaban con cierto detalle el secreto del invento, el grueso de la sociedad no se beneficiaba porque los saberes técnicos quedaban ocultos en los acervos oficiales.3 No existía ningún precepto legal que permitiera la difusión de

2 Reales ordenanzas para la dirección, régimen y gobierno^, p. 201.3 Así sucedía, por ejemplo, con los privilegios concedidos a los autores de “remedios secretos para la salud”. A partir de 1788 la Corona española estableció, por regla general, que los inventores en la materia debían presentar la descripción de sus compuestos medicinales ante los miembros del Protomedicato, quienes examinaban el invento y guardaban la descripción en un pliego cerrado para

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los conocimientos que nutrían las descripciones de los privilegios de invención o que hiciera obligatorio su tratam iento como una fuente de información pública.

En resumen, durante la época colonial proteger los conocimientos técnicos significaba esencialmente mantenerlos ocultos e impedir que circularan libremente. Este vetusto hermetismo colonial, que desde entonces se extendía al resguardo de las invenciones, tuvo una clara influencia en la formación del sistema mexicano de patentes. Durante el siglo XIX esta influencia quedó claramente plasmada en las diversas legislaciones de la materia. Las leyes mexicanas de patentes, cuando menos hasta 1903, contenían ciertas disposiciones que privilegiaban el secreto y omisiones que impedían la difusión de la información técnica depositada en las patentes. Por tanto, al no generar mecanismos propicios para exhibir públicamente el contenido de las patentes, el sistema mexicano otorgaba mayores derechos a sus titulares, quienes, de facto, y en perjuicio del grueso de la comunidad, contaban con un monopolio sobre los conocimientos.

En este sentido, la ley de 1832, la prim era regulación propiamente mexicana, contenía disposiciones abiertamente permisibles del ocultamiento de la información técnica de las patentes, siempre y cuando la “invención o perfección sean de tal naturaleza que pueda m antenerse oculta”. Bajo esas circunstancias, la ley consentía la no publicación de los diseños, dibujos y descripciones de los inventos “hasta que expire el término del privilegio”.4 Desde luego, una disposición tan imprecisa como ésta podía interpretarse discrecionalmente para m antener en secreto casi cualquier invención, pues la ley en ningún momento definía la “cualidad” o la “naturaleza” de las invenciones que podían m antenerse ocultas. Esta determinación, en gran parte, fue una secuela del decreto de las Cortes españolas de 1820 que textualmente establecía:

En el caso que a juicio del inventor haya razones políticas o com erciales que

exijan el secreto de su descubrim iento, presentará directam ente su petic ión con

los m otivos en que funda el secreto al jefe de la dirección general de fom ento del reino, o al que en adelante nom bre el gobierno, el cual hará trasladar a presencia

suya y por m ano del interesado, o de p erson a de su confianza, las descripciones

en un registro particular, que se cerrará y sellará, y perm anecerá así el t iem po que

haya de durar el secreto , pon ien d o en el sobre o cubierta el nom bre del inventor,

la fecha y los objetos que encierra el paquete, y dando al inventor una copia de esta relación, a fin de que en virtud de ella se le expida por el secretario de

gobernación, el certificado correspondiente que le asegure la propiedad.5

En este caso, sin embargo, la clara definición de los inventos que podían guardarse en secreto tornaba más grave el precepto legal, pues se dejaba a la libre voluntad de los inventores la decisión de ocultar sus ideas simplemente aduciendo motivos políticos o económicos que, sobre todo estos los últimos, nunca faltarían en la mente de personas dispuestas a sacar provecho del ocultamiento de la información. En suma, ya fuera por

que se archivara con la obligación de mantener el secreto durante la vida del autor y diez años más a favor de sus herederos. Sáiz González, J. Patricio. Invención, patentes e innovación^, p. 80.4 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., Art. 11, p. 7.5 Ibid., Art. 11, p. 3.

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la ambigüedad al momento de definir la naturaleza de los inventos que podían quedar en secreto, o por la arbitrariedad de am parar los intereses particulares de los titulares de los privilegios, las dos primeras leyes que se conocieron en México albergaban la posibilidad de ocultar los conocimientos técnicos de las invenciones.

De hecho, las pocas patentes de invención que se otorgaron en 1832 quedaron ocultas simplemente porque así lo solicitaron sus creadores. En efecto, el procedimiento para obtener la secrecía era sumam ente sencillo, bastaba con pedirlo en la solicitud como lo hizo el inventor José Velázquez cuando señaló que presentaba en pliego cerrado la descripción que demostraba “el secreto en que consiste el invento para beneficiar con ventajas muy interesantes el ramo de la minería, y conviniendo por ahora que dicho secreto quede reservado, suplica a V. E. se deposite cerrado el pliego como concede la ley”. Así, cuando el gobierno expidió la patente, sólo informó de su otorgamiento, “no publicándose los diseños y descripciones de su invento, por haber solicitado el interesado queden ocultos”.6 En realidad, ni siquiera era necesario aducir algún motivo para m antener reservado el “secreto de la invención”.

Asimismo, aunque la ley de 1832 teóricamente instituyó ciertos medios para divulgar el contenido de las invenciones como la publicación de las solicitudes y concesiones de patentes “tan luego como se hayan expedido”, o la “creación de un local oportuno para que estén a la expectación pública los dibujos, planos y modelos”,7 en la práctica estos instrumentos experimentaron múltiples carencias y desarreglos. Durante los años que se mantuvo vigente esta legislación (1832-1890), la única información que se difundió de manera relativamente completa e ininterrumpida fue el texto de las solicitudes y la relación de las patentes concedidas. Esta información, sin embargo, no proporcionaba ningún tipo de detalle sobre la naturaleza técnica de las invenciones, ni sobre las ideas y conocimientos que estaban implícitos en ellas. Se trataba, simple y llanamente, de un cúmulo de datos administrativos de poca o nula utilidad técnica. Además, para colmo de males, el órgano elegido para divulgar esta información fue el “Diario Oficial”; una publicación que pocas veces fue homogénea y que sufrió múltiples adecuaciones en su formato como consecuencia de la inestabilidad política que vivía el país. Cada facción o grupo político que llegaba al poder no sólo procedía a rebautizarlo a su gusto, sino que muchas veces cambiaba su edición y en algunos momentos dejó de publicarse.

La verdadera médula de las invenciones se encontraba en las descripciones, dibujos y planos contenidos en los expedientes de las patentes. Era en estos documentos donde se localizaba el conocimiento técnico y la idea original que era preciso divulgar para que la institución cumpliera cabalmente con esta función primordial del sistema. Sin embargo, ese contenido sólo se publicó de manera bastante esporádica y fragmentaria en el Boletín del Ministerio de Fomento, los Informes y documentos relativos a comercio interior y exterior, agricultura, minería e industrias, y en los Anales del Ministerio de Fomento. Se podría argum entar que, para la capacidad técnica de aquel entonces, era imposible publicar todas las descripciones y dibujos de las invenciones patentadas, lo

6 Registro Oficial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, No. 101, 10 de diciembre de 1832, p. 410.7 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas^, Arts. 4 y 17, pp. 6 y 8.

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cual, efectivamente, sucedía en las naciones más industrializadas donde la cantidad de patentes era mayúscula, pero en México, durante los años que estuvo vigente esta ley, anualmente se otorgaron muy pocas patentes (ver anexo 3), las cuales cómodamente podían editarse en volúmenes semestrales o anuales. De cualquier forma, suponiendo que este motivo fuera válido, aún permanecía la opción de abrir los archivos al público interesado.

Quedaba, entonces, que las personas se acercaran a un “local oportuno” para consultar directamente el detalle de los documentos. Una vez más, sin embargo, lo que marcaba la ley no existió en la práctica. Antes de 1889 nunca se consiguió establecer un espacio adecuado para cumplir este precepto. En cambio, el sistema mexicano de patentes fue una institución itinerante durante los primeros años de su existencia. De 1821 a 1853, el registro de la propiedad industrial fue una atribución de varias dependencias, entre ellas, el Ministerio de Relaciones, la Dirección General de Agricultura e Industria y la Dirección de Colonización e Industria. Finalmente, tras la fundación de la Secretaria de Fomento, esta dependencia asumió la administración de las patentes de invención por medio de la sección segunda. No obstante, aunque desde 1853 la documentación ya no abandonó a la Secretaría de Fomento, las patentes nunca se colocaron a la expectación pública ni hay evidencia de que se proporcionaran copias de los expedientes, tal como sucedía en aquel entonces en países como Inglaterra, Francia y Estados Unidos.

Este orden, a pesar de ser claramente contrario a los propios fundamentos del sistema de patentes, no fue objeto de críticas durante la tem prana existencia de la institución. Tal desinterés quizás se fundó en la reminiscencia del tradicional hermetismo colonial en la mentalidad mexicana de la época. Hasta el momento no hemos encontrado voces que denunciaran los perjuicios que esa situación acarreaba para el progreso industrial e intelectual de la nación, pues la falta de difusión y publicidad de los inventos no sólo repercutía en la capacidad técnica instalada sino en la propia cultura tecnológica del país. En cambio personajes que habían criticado la estructura del sistema mexicano de patentes, como el doctor Mariano Gálvez, mantenían una ideología claramente a favor del secreto y con reservas sobre la circulación. En el prim er proyecto que elaboró para sustituir la ley de 1832, mencionaba:

Si el aspirante solicitare que su m em oria sobre el procedim iento, y sus dibujos o

m od elos perm anezcan reservados, el gobierno, en v ista de las razones que se le

expongan, y de lo que en el particular inform e la Dirección General de Industria, podrá acceder a la solicitud; y en virtud de este acuerdo, el p liego que contenga la

descripción del procedim iento, se conservará cerrado en el archivo, anotando en

su cubierta la patente a que se refiera.8

Asimismo, en este proyecto el doctor Gálvez únicamente admitía la publicación de los expedientes de las invenciones “cuyo término haya expirado o que se declarase haber caducado”.9 Es decir, congeniaba con la tendencia de conceder un monopolio temporal por las ideas, sumando votos al estanco de los conocimientos técnicos contenidos en

8 Memoria sobre el estado de la agricultura^, 1843, p. 60.9 Ibid., pp. 62-63.

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las patentes. No obstante, también debemos señalar que ocho años después, el doctor Gálvez abandonó sus inclinaciones ocultistas a la luz de las “legislaciones de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, que tienen una experiencia administrativa, calificada por el uso de largo tiempo”.10 En 1851 presentó un segundo proyecto de ley donde puede apreciarse una clara consciencia de la importancia que revestía la divulgación.

Este proyecto contenía una sección íntegra dedicada a “la manifestación y publicación que debe hacerse de las descripciones y dibujos de las patentes”. Ahí se recomendaba la apertura del sistema mediante la consulta directa de los expedientes o por medio de copias exactas de las descripciones, dibujos, modelos y muestras. De la misma manera, se proponía la edición de un catálogo anual en donde se imprimirían las descripciones y los dibujos de las patentes otorgadas. Además, para hacer más efectiva la difusión, se planeaba remitir a cada entidad federativa un par de ejemplares de las colecciones de patentes y catálogos publicados, “para que allí puedan mostrarse a los que lo soliciten y darles a su costa las copias que pidieren”.11

En suma, en esta propuesta se percibe un prim er interés por la apertura del sistema de patentes, aunque solamente quedó en buenas intenciones, pues el proyecto nunca se aprobó. De hecho, durante medio siglo estas ideas se reprodujeron en los mismos términos sin que se llevaran a la práctica. Así sucedió con la ley de Zuloaga de 1858, la cual contenía prácticamente las mismas ideas que había presentado el doctor Gálvez, pero durante los dos periodos que estuvo vigente no se editó el catálogo anual de las patentes ni existió un local dedicado a su comunicación. Más tarde, durante la época de la República Restaurada y al iniciar el porfiriato, surgieron nuevos proyectos de ley que contenían los mismos propósitos,12 pero en los hechos la institución siguió siendo una entidad hermética que impedía la circulación de los conocimientos técnicos. Era más fuerte la cultura del secreto no sólo en la institución sino incluso entre los propios inventores mexicanos, quienes se resistían a patentar y generalizar sus creaciones con perjuicio de la industria local. En 1886 se criticaba que:

esa apatía por dar a conocer lo inventado, ha causado graves m ales y los está

causando a la industria m exicana y al adelantam iento de m uchas artes y ciencias

en nuestra república. En lugar de obtener patente por su invento, el inventor

m exicano se contenta con aplicarlo en la rutina de sus negocios, sin obtener

privilegio por su descubrim iento, benefic iándose así m ism o y haciendo un gran

bien a su país. Es de esperarse que desaparezca por com pleto esa apatía tan

propia de nuestro carácter, para que no tengam os que recurrir con tanta

10 Memoria de la Dirección de Colonización^, 1852, p. 23.11 Ibid, pp. 61-62.12 Por ejemplo, el proyecto de 1882 indicaba: “inmediatamente después de expedida una patente, se hará publicar la concesión del privilegio en el Diario Oficial, y las descripciones, dibujos, muestras y modelos respectivos, se depositarán en la Secretaría de Fomento, manifestándose a la persona que lo solicitare y permitiéndose sacar copias de las mencionadas descripciones, dibujos y modelos al que deseare hacerlo. Cada año publicará la Secretaría de Fomento las descripciones de las patentes concedidas durante el año anterior, pudiendo hacer esa publicación textualmente o en extracto según la importancia del descubrimiento, invención o perfeccionamiento”. Memoria de Fomento, 1877-1882, p. 436.

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frecuencia com o lo hacem os en la actualidad a inventos, maquinarias y m étod os

extranjeros.13

Frente a ese estado de cosas poco podemos agregar con respecto a la ley de 1890. Fue normal que este dispositivo no haya conseguido establecer una correcta comunicación de las patentes. Únicamente señalaba que bimestralmente se publicarían en el Diario Oficial las solicitudes y patentes concedidas, y anualmente se editaría un libro especial que incluiría la “descripción clara y precisa de los inventos o perfeccionamientos, así como las copias de los dibujos”.14 Si bien esta ley, a diferencia de sus predecesora, no contenía ningún artículo donde se permitiera m antener en secreto las invenciones u ocultar la información técnica de las patentes —lo cual, efectivamente, significaba un adelanto en la m ateria—, las fallas y carencias para la divulgación de los expedientes continuaron presentes. Una vez más la experiencia terminó distanciándose de la ley. El Diario Oficial sólo publicó los listados de solicitudes y patente concedidas, mientras que las ediciones especiales con el detalle de los inventos nunca vieron la luz pública durante la vigencia de esta ley (1890-1903).15 Lo más que se logró fue la publicación esporádica de algunos inventos en el Boletín de agricultura, minería e industria.

Por otra parte, más allá de la inadecuada publicación de las patentes, en la ley de 1890 existía una omisión importante respecto a la apertura de los archivos de la institución. Ningún artículo se refería a este aspecto en particular. Sólo se estableció la posibilidad de crear una Oficina Especial de Patentes, si el Ejecutivo lo estimaba conveniente, pero no se precisaron sus posibles funciones. Además, esta Oficina de Patentes no se fundó sino hasta los últimos días de esta legislación, cuando era inminente la promulgación de un nuevo dispositivo legal, y como consecuencia del interés del gobierno porfirista de incorporarse a la Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial que, entre otras cosas, recomendaba la creación de un establecimiento propicio para la comunicación al público de las patentes de invención.

Así, durante los trece años que estuvo vigente esta ley, tampoco se contó con un local para consultar la documentación que los interesados precisaban para satisfacer sus necesidades de información o investigación, ni mucho menos se concedieron copias de los expedientes como se había previsto en varios proyectos de ley. De esta forma, la documentación que debía divulgarse permaneció en los anaqueles de la Secretaría de Fomento. Las ideas, los saberes y las experiencias contenidas en las patentes locales y extranjeras, vigentes y caducas, se convirtieron en un conocimiento muerto. La cultura del secreto pudo más que la satisfacción de compartir los conocimientos.

13 La Patria de México, No. 2769, 23 de junio de 1886, p. 2.14 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., Arts. 19 y 29, pp. 21 y 23.15 Fue hasta 1905, cuando ya estaba en vigor una nueva ley de patentes, que se publicó una “Lista de las patentes por orden de clases y subclases que se expidieron conforme a la ley de 7 de junio de 1890”. Sin embargo, esta relación estaba incompleta, por lo que se tuvo que publicar una segunda edición revisada en 1912. Para ese año, muchas de las patentes otorgadas bajo la ley de 1890 ya eran de dominio público. De cualquier forma, la información que se publicó no contenía las descripciones ni los dibujos de las invenciones, simplemente se trataba de los datos administrativos que, en su tiempo, ya habían sido divulgados en el “Diario Oficial”.

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3.2. La configuración de un escaparate de patentes

La configuración de la institución mexicana como un escaparate de patentes comenzó a perfilarse en los últimos años del siglo XIX. En 1897, por ejemplo, podemos apreciar una mayor conciencia en las autoridades porfiristas sobre la importancia que revestía la divulgación de la información técnica contenida en las patentes para el desarrollo social, industrial e intelectual del país. Ese año, el subsecretario de Fomento, Gilberto Crespo y Martínez, pronunció una conferencia sobre las patentes de invención donde mencionaba: “es verdad indiscutible que todos podemos examinar detenidam ente las máquinas, los aparatos, los procedimientos industriales [_] asimilarnos las ideas que nos sugieran ese examen, ese estudio, esa contemplación, m editar sobre ellas, llegar a distintas conclusiones y hasta perfeccionar si posible fuere los resultados obtenidos por el inventor”.16 En consecuencia, sobre la base de esta libertad humana de conocer y examinar las ideas originadas por otros sujetos, el ingeniero Crespo evidenciaba una opinión a favor de la difusión y divulgación de las patentes como un medio que no sólo acarrearía un mayor desarrollo tecnológico local, sino también una mayor instrucción técnica de la sociedad.

Dichas ideas armonizaban con la tendencia mundial que había triunfado sobre cierto pensamiento detractor del sistema de patentes. Entre 1850 y 1873, se escenificó en el contexto europeo una interesante controversia sobre el valor de las patentes como un objeto justo para la sociedad. En el intenso debate que se suscitó alrededor del tema, los partidarios de las patentes justificaron la existencia del sistema como una entidad creada por la sociedad para rem unerar a los inventores por haber dado a conocer los detalles de invenciones que de otra forma permanecerían ocultos. Mientras tanto, los opositores del sistema, denunciaban que su instauración no propiciaba la difusión de los inventos sino el entorpecimiento del libre comercio.17 A fin de cuentas, aunque en cierto momento parecía probable el triunfo de los detractores del sistema, la corriente

16 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención...”, p. 40.17 Los pensadores antipatentes atacaron la justificación de la divulgación de los secretos desde cuatro líneas de razonamiento: 1) la sociedad no perdía demasiado cuando los inventores decidían mantener ocultas sus creaciones, pues las necesidades y el estado de la técnica originaba que ideas similares o idénticas se desarrollaban de forma paralela en varios lugares a le vez; 2) era prácticamente imposible mantener en secreto las ideas por mucho tiempo, pues nuevos productos, herramientas y procedimientos eran descubiertos con rapidez por los competidores; 3) cuando los inventores estaban convencidos de que lograrían alguna ventaja manteniendo en secreto sus creaciones, lo último que hacían era pedir una patente, por lo que este tipo de protección no fomentaba la revelación de los inventos “ocultables”, sino sólo servía para restringir el uso de las invenciones que de cualquier manera no se habrían mantenido en secreto; 4) puesto que las patentes comúnmente se solicitaban cuando los inventos estaban en una etapa de desarrollo en la cual podían garantizar su utilidad práctica, el sistema de patentes animaba el secreto en las primeras etapas de desarrollo. En cambio, sin la existencia de estos instrumentos de protección, los inventores se apresurarían a publicar sus ideas en las etapas tempranas de desarrollo para asegurar el reconocimiento y la fama pública. Para un detallado análisis sobre los principales puntos de esta controversia puede consultarse: Machlup, Fritz y Edith T. Penrose. “The Patent Controversy in the Nineteenth Century”, Journal o f Economic History, Vol. X, No. 1, 1950, pp. 1-29.

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antipatentes se esfumó repentinam ente hacia 1873, en gran medida debido a la crisis que ese mismo año puso en tela de juicio el pensamiento librecambista, originando un giro hacia las políticas proteccionistas. De esta forma, más allá de que ideológicamente esta polémica se mantiene en la actualidad, en el episodio decimonónico políticamente triunfaron los pensadores propatentes, quienes, como bien lo sintetizó el jurisconsulto español Pedro Estasén y Cortada, partidario de la protección de las ideas, legitimaban la existencia del sistema bajo los siguientes argumentos:

La garantía del derecho del inventor se encuentra subordinada a una condición

primordial esencial, y es la de que el inventor haga conocer su descubrim iento por

una descripción y por dibujos y m od e los que van adjuntos a la solicitud, y de esta

m anera el público tiene conocim iento [de] lo que antes perm anecía oculto o

secreto [_ ] Las p aten tes son d ocu m en tos que revelan los descubrim ientos, y

m erced a ellos, gran núm ero de p roced im ientos ignorados y m edios que habían

caído en el olvido, pues que sus inventores los habían guardado en secreto, hoy

son del dom inio público, y las patentes, m em orias explicativas, dibujos, planos, etc., son otros tantos agentes de transacción del progreso, enriqueciendo el

patrim onio público de los conocim ientos necesar ios para la marcha de la

civilización”.18

El mismo Estasén y Cortada mencionaba que el triunfo definitivo de los partidarios del sistema de patentes se consolidó al fundarse la Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial. Dicho organismo había logrado precisar y propagar a nivel mundial los fundamentos del sistema de patentes, siendo el de la comunicación uno de los más relevantes. Por ello, no resulta extraño el pensamiento del ingeniero Crespo en materia de divulgación de las patentes, pues fue uno de los principales promotores de la anexión de México a este organismo mundial. Conocía con detalle sus postulados y estaba convencido que su adopción elevaría a “nuestra legislación en tan importante ramo a la altura de la de los países más adelantados”.19 Éste fue, como lo señalamos en los capítulos anteriores, el principal m otor que condujo a la promulgación de la ley de 1903. Ese dispositivo legal, entonces, al cimentarse en el pensamiento del movimiento propatentes —afianzado en la Unión Internacional—, estaba totalmente encaminado a la divulgación de los conocimientos e información técnica contenidos en las patentes, tal como sucedía en las naciones más industrializadas.

De esta forma, la ley de 1903 estableció preceptos francos sobre la divulgación de las patentes. Lo primero que indicó fue que los inventores debían describir sus creaciones con transparencia, claridad y detalle, intentando no reservar ningún dato que pudiera resultar relevante para su entendimiento y construcción. Para ello, se mencionaba que el inventor debía suponer que la “descripción va a servir a una persona a quien se le encarga construir el aparato o ejecutar el procedimiento, de tal modo, que le baste su lectura para hacer lo descrito en ella”. Mientras tanto, respecto al contenido real de su acción inventiva se señalaba que el inventor debía manifestar con absoluta honradez y

18 Estasén y Cortada, Pedro. Instituciones de Derecho Mercantil, Tomo VI, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1894, p. 391.19 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención...”, p. 64.

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precisión “el procedimiento, combinación o producto que constituye el invento, o bien el órgano o pieza que forma la parte esencial de la invención”. En este caso el inventor debía suponer “que se le pregunta qué es lo que ha inventado, y la respuesta que dará es lo que debe poner como reivindicación”.20

Una vez establecida la claridad de la información como fundamento para una buena divulgación, la legislación de 1903 garantizó la protección a terceros “que con fines de estudio o experimentales, construyan un objeto o realicen un procedimiento igual o sustancialmente igual al patentado”.21 En esos casos, por prim era vez en la historia del sistema mexicano de patentes, la ley marcaba claramente la improcedencia de efecto penal alguno. Los inventores únicamente podían “perseguir ante los tribunales a los que atacaren su derecho, ya por la fabricación industrial de lo patentado, ya por el empleo o uso industrial del procedimiento o método patentado o bien porque con un fin comercial conserven en su poder, o pongan en venta, vendan o introduzcan en el territorio nacional uno o más efectos fabricados sin su consentimiento”.22

De esta forma, al instituir la claridad de la información y desterrar el tem or que podía generar caer en delito cuando se utilizaban las patentes como fuente de información, con fines experimentales o de estudio, la legislación allanaba buena parte del camino de la difusión y divulgación de los inventos patentados. Sin embargo, para que estos preceptos fueran realmente efectivos, resultaba imprescindible complementarlos con una adecuada trasmisión pública de la información técnica contenida en las patentes. Para satisfacer esta exigencia, la ley contemplaba la creación de múltiples mecanismos de comunicación como la Gaceta Oficial de la Oficina de Patentes y Marcas, donde cada bimestre se anexaría la relación de las patentes concedidas.23 Asimismo, contemplaba la edición de índices, memorias, literatura relativa a la materia y un libro anual con las reivindicaciones y los dibujos de cada una de las invenciones. La reivindicación, como lo señalamos, era el apartado donde el inventor manifestaba con exactitud la esencia de su creación, lo cual constituía información de auténtico valor técnico.

Por otro lado, con la creación de la Oficina de Patentes y Marcas —tres meses antes de la promulgación de la nueva ley—, por fin se contó con un local apropiado y funcional para consultar y examinar los expedientes de las patentes. Esta oficina, en palabras del ingeniero Manuel S. Carmona, quien fuera el principal artífice de la legislación de 1903 y el prim er director de dicho establecimiento, tenía por objeto:

20 Oficina de Patentes y Marcas. Instrucciones sobre concesión de patentes de privilegio, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1904, p. 5.21 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., Art. 6, p. 40.22 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., Art. 7, p. 41.23 Ibid., Art. 35, pp. 49-50. De esta forma se establecía un órgano de difusión adecuado para publicar la información de las patentes concedidas, pues como bien se preguntaba el ingeniero Carmona: “qué se hará cuando hubiere 1,000 ó 2,000 solicitudes de patentes, como suele haber en algunas naciones durante dos meses, ¿se publicarán durante dos meses de diez en diez días en el Diario Oficial? Habría entonces necesidad de publicar un periódico oficial de 50 a 60 hojas por lo menos”. Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen...”, p. 16.

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Estar en relación con las dem ás Oficinas de los d iversos Estados de la Unión

Internacional; hacer un canje entre las patentes, marcas, libros y publicaciones de

aquellos Estados y del nuestro; facilitar a inventores e industriales tod os los datos

que puedan interesarles; establecer con este fin una biblioteca en la que se

reciban y se tengan a d isposic ión de los inventores e industriales, los libros, revistas y publicaciones referentes a los últim os adelantos y descubrim ientos

científicos en ciertas ciencias, artes e industrias; hacerles a precios equitativos

traducciones técnicas de los id iom as extranjeros al nuestro o recíprocamente;

estar al tanto de las m odificaciones y cam bios que se hagan en las leyes

extranjeras y p roponer a quien corresponda los cam bios y mejoras que se estim e

que se deben hacer en las nuestras; asistir y tom ar parte de las conferencias de la

Unión Internacional. En una palabra: prom over, ayudar y fom entar por cuantos

m edios le sea posib le el adelanto de nuestra industria.24

Aunado a lo anterior, la ley de 1903 autorizaba la creación de un “Museo Público para que en él se depositen todos los modelos de aparatos, planos, perfiles, dibujos, descripciones, productos y artefactos relacionados con las patentes de invención que se expidan”.25 Este sería un establecimiento dedicado a conservar, comunicar y exponer las colecciones de patentes, para que un público no especializado pudiera efectuar un recorrido visual por la información y los conocimientos técnicos que se resguardaban en la Oficina de Patentes.

Ahora bien, a diferencia de las legislaciones anteriores, en la práctica los resultados de las reformas que introdujo la ley de 1903 se asemejaron más a lo que señalaba el texto legal. En gran medida esto fue así gracias al adecuado funcionamiento de la Oficina de Patentes. Esta dependencia se encargó de editar mes con mes, e ininterrumpidamente, la Gaceta Oficial de la Oficina de Patentes y Marcas, donde aparecía una relación de las patentes solicitadas, concedidas, abandonadas y caducas, así como las peticiones y los resultados de los exámenes previos, las cesiones de derechos a terceros, las sentencias judiciales en los pleitos de controversia, las legislaciones extranjeras y un listado de las publicaciones recibidas por la biblioteca anexa. Asimismo, la Oficina de Patentes publicó de manera ocasional un ejemplar especial titulado “Resumen de las Patentes”, donde aparecían las reivindicaciones y algunos dibujos de las invenciones registradas por año.26 Editó, además, un folleto titulado Instrucciones sobre concesión de patentes de privilegio, donde se explicaba con un lenguaje ameno y coloquial todo lo referente al sistema mexicano de patentes: lo que eran las patentes, por qué clase de objetos se concedían, la manera como se solicitaban, el plazo temporal que tenían de vigencia, las tarifas que se cobraban para obtenerlas, su valor y utilidad comercial, consejos para obtener dividendos mediante su explotación, la labor de los agentes, los derechos del patentado, las publicaciones y datos que podían consultarse en el archivo y biblioteca

24 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen...”, pp. 38-39.25 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas..., Art. 101, p. 64.26 Al parecer este tipo de publicación únicamente se editó para los años de 1903 y 1904. Al menos, hasta el momento, no hemos localizado más ejemplares de los años subsiguientes, ni ninguna referencia que confirme su existencia. No obstante, es posible que existan más ediciones de esta clase extraviadas en algún acervo o biblioteca histórica.

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de la Oficina de Patentes, en fin, era una excelente guía para quienes deseaban obtener una patente o conocer la información técnica de estos documentos.

Por otra parte, en las publicaciones periódicas se solía insertar una nota aclaratoria en donde se expresaba que tales ediciones sólo constituían una guía de las descripciones de los inventos, las cuales se podían “consultar en los expedientes del archivo general de la Oficina, para obtener todos los detalles que se desee, sobre cualquier invención en particular”. De esta forma, los acervos de la institución estaban totalmente abiertos al público: podían “ser consultados por todo el que lo solicite”.27 Esta vocación hacia la apertura se complementaba con la posibilidad de obtener copias de los expedientes o solicitar su remisión mediante correo postal.28 En conjunto, estas acciones cumplían en la práctica las disposiciones legales y favorecían enormemente la divulgación de las descripciones, dibujos, planos y diagramas contenidos en los expedientes de patentes. Es decir, la documentación que poseía los conocimientos técnicos e ideas originales de los inventos. Lo único que nunca se pudo efectuar fue la creación del museo dedicado a la exposición de las invenciones patentadas. Fue hasta 1908 que se logró instaurar el llamado “Museo Tecnológico”, pero la finalidad de esta institución fue muy distinta a la planteada en la legislación de patentes.29

En suma, desde 1903 la institución mexicana de patentes cumplió holgadamente con el fundamento del sistema de divulgar la información técnica que se encontraba en los expedientes. Desde entonces, las reformas implantadas convirtieron a la institución en un auténtico escaparate de los conocimientos e ideas técnicos que resguardaba. Así, a lo largo del siglo XIX, se produjo una lenta transición desde el tradicional hermetismo colonial hasta la apertura del sistema. En otras palabras, la institución mexicana pasó de privilegiar el secreto a hacer visibles, notorios o patentes los conocimientos e ideas técnicas que resguardaba. No obstante, los factores que originaron la configuración de esta apertura, acarrearían consecuencias inadvertidas por las autoridades porfiristas, las cuales, embelesadas por la m odernidad de las naciones más industrializadas, sólo apreciaron los beneficios de la nueva disposición, soslayando los efectos nocivos que podía ocasionar para la nación. Detrás del afianzamiento del sistema como una vitrina de las patentes, estaba oculta una intención hegemónica de las potencias industriales.

27 Oficina de Patentes y Marcas. Instrucciones sobre concesión de patentes^, p. 14.28 Los costos de las copias eran realmente accesibles: las copias existentes de patentes impresas valían10 centavos, las copias de la descripción de una patente escrita en máquina valían 50 centavos, mismo costo que tenían las copias de los dibujos y planos de las patentes. Mientras tanto, las copias remitidas por correo postal se cobraban mediante abono del porte previo de su valor con la adhesión de timbres.29 En términos generales, el Museo Tecnológico de la ciudad de México tenía el objetivo de exponer las materias primas, productos y procedimientos industriales del país, así como reunir datos para informar al público sobre las industrias del extranjero. El detalle de las funciones y el reglamento del Museo Tecnológico pueden consultarse en la: Memoria de Fomento, 1908-1909, pp. 148-151.

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3.3. La cara oculta del escaparate: influencia y control

La consolidación del sistema mexicano de patentes como una vitrina que mostraba al exterior la información técnica de los inventos patentados, trajo consigo una serie de consecuencias para las dinámicas locales de invención. En prim era instancia, permitió que los inventores pudieran confirmar la primicia de sus invenciones y corroborar la originalidad de sus ideas, lo cual generó un mayor grado de certidumbre en el posible éxito de sus creaciones e impidió que se realizaran inversiones superfluas (monetarias e intelectuales), al “detener” el desarrollo de ideas pertenecientes al domino público o que simplemente no podían ser patentadas según las disposiciones legales.30 Además, esta apertura propició y facilitó la circulación de conocimientos técnicos dentro de la sociedad, al tiempo que dio razón de los caminos recorridos por la inventiva mundial. Esto, sin duda, acabó influyendo poderosamente en el desarrollo de la inventiva local. No sólo permitió una mayor derram a de patentes, también penetró en el contenido de las invenciones registradas.

En este sentido, desde hace tiempo los estudios de la tecnología han demostrado que cualquier actividad técnica —por más novedosa que sea—, se construye sobre la base de conocimientos precedentes. Pocas veces podemos observar una ruptura completa. En cambio, regularmente se presenta un complejo fenómeno de continuidad donde se superponen e interpenetran ideas antiguas con las nuevas. Algunos historiadores han reducido este rasgo de la tecnología a simples trayectorias naturales o a una evolución de la tecnología. Sin embargo, ambas nociones explican el desarrollo tecnológico como una cadena autónoma de inventos e innovaciones, cuya fuerza motriz radica exclusivamente en la eficacia técnica. Es decir, consideran que la continuidad de la tecnología es un proceso impulsado por la selección natural de los conocimientos técnicos más eficientes. Estos autores, en pocas palabras, interpretan el desarrollo de la tecnología como un fenómeno puram ente técnico que sigue un curso casi inexorable al margen de cualquier intervención social.31

No obstante, es necesario indicar que el cambio tecnológico no responde a un proceso evolutivo dominado por la omnipotencia del empuje de la técnica. Es cierto que en el

30 Respecto a este punto, los interesados podían solicitar en la Oficina de Patentes exámenes de novedad para averiguar si sus inventos estaban patentadas o pertenecían al domino público. Si bien estos exámenes se hacían sin ninguna garantía oficial, pues se concedían bajo reserva de una posible equivocación en el dictamen (que un invento considerado nuevo en realidad no lo fuera o viceversa), estos instrumentos fueron de gran utilidad para agilizar la consulta de los expedientes. No era preciso realizar una larga y laboriosa búsqueda en los expedientes para corroborar la novedad de las ideas que se proyectaba patentar, sino delegar esta tarea en la Oficina de Patentes, la cual, “valiéndose de todos los medios que están a su alcance, hace un estudio detallado del asunto y da al interesado por escrito su opinión y las razones que cuenta para apoyarla”. Oficina de Patentes y Marcas. Instrucciones sobre concesión de patentes^., p. 14.31 Un análisis crítico sobre las consecuencias que estas tendencias han traído para el estudio de la tecnología, desde la perspectiva constructivista de los Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad, puede consultarse en: Aibar, Eduardo. “Innovación tecnológica y cambio social: más allá del determinismo tecnológico”, en Aibar, Eduardo y Miguel Ángel Quintanilla. Cultura tecnológica. Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad, Barcelona, Horsori, 2002, pp. 59-90.

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fondo del desarrollo de la tecnología subyace un fenómeno de continuidad, pero esta condición no es resultado de una lógica interna que sigue trayectorias naturales, ni se origina exclusivamente en la búsqueda de la eficiencia técnica. Por el contrario, varios agentes sociales influyen e intervienen de forma decisiva en la dirección del desarrollo tecnológico, inclinando la balanza en cierto sentido o marcando ciertas directrices en el diseño de los nuevos artefactos. Dese nuestra óptica, el desarrollo tecnológico debe entenderse (y analizarse) como un proceso multidireccional donde están imbricados factores técnicos, decisiones humanas e intereses particulares.

De esta forma, cuando el sistema mexicano de patentes se consolidó como una vitrina abierta a la divulgación, en ese momento se convirtió en un importante agente social que generaba directrices en el diseño de las invenciones locales. En buena medida, al transform arse en un escaparate dedicado a difundir los inventos locales y foráneos, la institución estableció tendencias que moldearon el desarrollo futuro de las creaciones nacionales. La nueva estructura institucional desempeñó una función persuasiva para establecer ciertas pautas de invención. Por supuesto, las fuentes de información que influyeron en las ideas de los inventores mexicanos fueron de una naturaleza bastante heterogénea (desde la propia experiencia personal hasta la formación autodidacta o formal), pero la naturaleza de la información suministrada por el sistema de patentes, realmente ejerció un papel estelar en el conglomerado de influencias que recibieron los nuevos proyectos de invención. En prim era instancia, porque proporcionaba un cúmulo de información puntual y detallada, de ideas recientes y novedosas, a menudo imposible de conocer por otros medios.32 En segundo lugar porque facilitaba la identificación de “lagunas tecnológicas”, nichos de investigación y tendencias nacionales e internacionales de invención. Pero, quizás lo más importante, porque los datos proveídos eventualmente podían servir como apoyo para solucionar problemas técnicos, efectuar mejoras o crear nuevos inventos.

Por todo lo anterior, al comenzar el siglo XX, el sistema mexicano de patentes fue uno de los aparatos persuasivos más importantes dentro de la amplia gama de influencias que nutrieron las dinámicas locales de invención. La Oficina de Patentes, junto con sus órganos de divulgación, cumplieron la función de establecer tendencias de invención. En parte, estas tendencias siguieron las rutas trazadas por ciertas tradiciones locales de invención que giraban alrededor de artefactos construidos únicamente al interior del país. No obstante, debido al abrum ador potencial tecnológico de las naciones más industrializadas (que se reflejó en la gran cantidad de patentes extranjeras otorgadas), el influjo externo superó por mucho al local. En este sentido, detrás de la apertura del sistema mexicano de patentes, se asomaba una clara intencionalidad hegemónica de

32 En la actualidad, estudios recientes muestran que cerca del ochenta por ciento de la tecnología registrada en documentos de patentes no vuelve a divulgarse por ninguna otra fuente de información. Confrontando estas cifras con los medios de comunicación que existían en el siglo XIX, es lógico presuponer que la proporción debió haber sido mucho mayor. No obstante, hacen falta estudios históricos que nos muestren un panorama claro sobre esta hipótesis. Respecto a las cifras actuales puede consultarse: Ruiz Oviedo, Ignacio R. y Guadalupe Carrión Rodríguez. “Las patentes y las normas, documentos para la transferencia de tecnología”, Investigación bibliotecológica, Vol. 13, No. 27, 1999, pp. 180-194.

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las potencias industriales: difundir sus inventos en el exterior y establecer tendencias de invención que siguieran los modelos de sus conocimientos técnicos.

De este modo, en el plano de los intereses internacionales, la apertura de la institución mexicana no se limitó a satisfacer el fundamento original de las patentes de divulgar el secreto de las invenciones para proteger los intereses comunitarios, también se utilizó como un medio para promover y extender la tecnología de las potencias industriales. La divulgación de las patentes, en consecuencia, se usó como un mecanismo de control para regular los perfiles globales de invención, mediante el establecimiento de ciertos criterios que siguieran los patrones de los conocimientos técnicos generados por las potencias industriales. Así, de una u otra manera, estas naciones garantizaban que su tecnología se renovara y repitiera al girar en torno de los paradigmas tecnológicos que exportaban al exterior. De hecho, como lo mencionamos anteriormente, la apertura de la institución mexicana fue resultado de la adopción de ciertos preceptos que dieron origen a la llamada Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial.

Este organismo internacional fue producto de una serie de reuniones celebradas entre 1873 y 1883, en donde las principales naciones productoras de tecnología discutieron ampliamente los postulados que debían regir al sistema internacional de patentes.33 Es decir, las reglas internacionales para proteger, difundir y promocionar los inventos de los ciudadanos nacionales en el extranjero. La finalidad de los países industrializados no era otra más que crear un sistema regulatorio que les permitiera salvaguardar sus invenciones en la mayor cantidad de países posible, influir en las tendencias globales de invención y controlar los mercados periféricos de tecnología. En pocas palabras, la intencionalidad de las potencias industriales detrás de este instrumento de regulación era m antener y robustecer su hegemonía tecnológica mundial. En este sentido, países como Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, fijaron la agenda de las sesiones que condujeron a la firma de la Convención Internacional en 1883. Con ello, los países signatarios se constituyeron formalmente en una Unión Internacional.

En el texto de la Convención quedaron plasmados los seis principios que, a nuestro juicio, serían los fundamentos del sistema internacional de patentes. A saber:

1) Divulgación de las patentes: que la condición para conceder los derechos de las patentes fuera la publicación completa y detallada de los inventos.

2) Trato nacional: que los inventores extranjeros gozaran de las mismas garantías y privilegios que los nacionales.

3) Derecho de importación: que la importación de los objetos patentados no causara la revocación de la patente en las naciones donde se introducían.

4) Derecho de prioridad: que los titulares de las patentes tuvieran prioridad de paten tar sus inventos en cualquier país durante un lapso de un año.

5) Independencia de las patentes: que los derechos adquiridos en cada país por una misma invención fueran independientes unos de otros.

33 Un análisis pormenorizado de estas reuniones puede consultarse en: Penrose, Edith T. La economía del sistema internacional de patentes^., pp. 41-55.

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6) Sanciones por no explotación: que las patentes no explotadas en los países concedentes caducaran después de tres años y sólo en caso de que no se presentara justificación.

Si bien es necesario mencionar que el tratado refrendado en 1883 sólo contemplaba los cuatro primeros postulados, entre 1885 y 1900 el texto de la Convención sufrió un conjunto de modificaciones en las que se añadieron los dos principios restantes.34 Así, cuando México se incorporó a la Unión Internacional, en septiembre de 1903, estaban plenamente vigentes los seis fundamentos del sistema internacional de patentes que hemos puntualizado. En ese momento, la Unión Internacional ya se había consolidado como una red de naciones donde coexistían países con distintos niveles y condiciones de desarrollo material e industrial.35 Sin embargo, pese a la diversidad de integrantes, los postulados de la Convención estaban formulados para beneficiar principalmente a las naciones que tenían una mayor actividad tecnológica e industrial. Bajo el discurso de una supuesta reciprocidad e igualdad entre las naciones signatarias, fundada en “el deseo de asegurar, de común acuerdo, una protección completa y eficaz a la industria y comercio de los nacionales de sus respectivos Estados y contribuir a la protección de los derechos de los inventores”,36 las potencias industriales legitimaron su pretensión de abrir los sistemas nacionales de patentes para fortalecer su posición hegemónica. En México, mientras tanto, las autoridades porfiristas decidieron adherirse al tratado sin discernir las posibles consecuencias para el país. Por el contrario, la opinión oficial rayaba en la aclamación. El gobierno porfirista estaba totalmente “penetrado” de la idea que “la entrada de nuestro país en esa Unión, le proporcionará inmensas ventajas sin traerle ningún inconveniente”.37

Así las cosas, las autoridades porfiristas se unieron a este organismo internacional con la expectativa de obtener enormes ventajas para la nación. Sin embargo, en los hechos, la adhesión del sistema mexicano de patentes terminó reforzando la hegemonía de las potencias industriales. En efecto, tras la aceptación de los postulados de la Convención Internacional, las patentes extranjeras se protegieron, divulgaron y promocionaron en el país bajo las pautas establecidas por las mismas naciones industriales. Ya sabemos que la Convención señalaba que todas las naciones integrantes de la Unión estaban comprometidas a instaurar una oficina para comunicar al público lo concerniente a las patentes de invención, así como a publicar “una hoja oficial periódica” para difundir su contenido,38 y que tales requisitos se cumplieron al pie de la letra en el contexto local

34 AHMLSR, Cong. 21, Lib. 17, Exp. 0029. En este expediente aparece el texto original de la Convención Internacional firmado en marzo de 1883, así como las modificaciones que sufrió en diciembre de 1900. Posteriormente, en junio de 1911, se realizaron nuevas enmiendas al tratado, las cuales pueden consultarse en el siguiente expediente: AHMLSR, Cong. 26, Lib. 26, Exp. 0038.35 Los países que formaban la Unión Internacional cuando México realizó su adhesión eran: Alemania, Bélgica, Brasil, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Holanda, Inglaterra, Italia, Japón, Noruega, Portugal, República Dominicana, Salvador, Servia, Suecia, Suiza y Túnez.36 AHMLSR, Cong. 21, Lib. 17, Exp. 0029, f. 57.37 Sánchez Carmona, Manuel. "Estudio y dictamen...”, p. 38.38 Ibid.. fs. 62 y 65.

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tras la promulgación de la ley de patentes de 1903. A partir de entonces, el sistema de patentes mexicano se convirtió en un escaparate dedicado a la divulgación.

Así, como sucede con todos los escaparates, la nueva estructura institucional tenía por objeto promocionar los objetos contenidos en su interior. En consecuencia, el sistema mexicano funcionó como un canal para motivar el consumo de los inventos foráneos. Ese consumo no debe entenderse únicamente en términos de la adquisición formal de los derechos de las patentes, sino fundamentalmente en virtud de la utilización de las ideas y conocimientos técnicos que éstas poseían. La institución mexicana actuó como vehículo que publicitaba y difundía los caminos recorridos por la inventiva extranjera. Esto, a fin de cuentas, generaba un control sobre las tendencias locales de invención. Las potencias industriales, entonces, no sólo se constituyeron en agentes proveedores de las innovaciones técnicas más “m odernas” y “eficaces” del siglo XIX, sino también como “autoridades intelectuales” de las tendencias globales de invención. Con ello, su hegemonía no sólo creció en términos de la industria establecida, sino en razón de su capacidad de dominar los perfiles mundiales de las invenciones futuras. Por lo tanto, la apertura a la divulgación del sistema mexicano de patentes, terminó por servir al afianzamiento e incremento de la hegemonía tecnológica de las potencias extranjeras.

Además, como puede deducirse del resto de los principios de la Convención, los afanes hegemónicos de las naciones industriales no se detuvieron ahí. Por el contrario, estos países alentaron a los gobiernos signatarios para que adoptaran leyes de patentes más transigentes, en sentidos todavía más pragmáticos. No sólo lograron que los diversos sistemas publicitaran sus inventos, también consiguieron que les proporcionaran toda clase de garantías jurídicas y comerciales. Específicamente, las potencias industriales lograron que países como México, con un desarrollo tecnológico e industrial mucho más limitado, les otorgaran a sus inventores los mismos derechos que a los nacionales, aceptaran la importación de los objetos patentados sin que prescribieran los derechos de exclusividad, mantuvieran la independencia de las patentes con relación a su país de origen, fueran pacientes en esperar a que sus inventores registraran sus patentes y no impusieran penas severas en caso de que no las explotaran.

Por supuesto, en defensa del sistema internacional de patentes, se argumentaba que la Convención Internacional estaba fundada sobre el principio de la igualdad, por lo que los inventores mexicanos gozaban los mismos derechos en las naciones industriales y podían beneficiarse de la misma forma. Este argumento, sin embargo, era un simple recurso retórico que carecía de validez al aplicarlo a la realidad de naciones con una profunda desigualdad estructural. Como es bien sabido, cuando las naciones no son en términos generales iguales, la regla de la reciprocidad le concede a la parte más fuerte mejores condiciones para que pueda ejercer su poder a expensas de la parte débil. Por ello, el principio del trato nacional, que se basaba en este fundamento de la igualdad, benefició principalmente a los inventores extranjeros. La reciprocidad de trato, en las condiciones económicas e industriales del México porfirista, sólo favoreció la posición de los titulares extranjeros de las patentes. Los inventores foráneos, que contaban con el respaldo de una mayor capacidad técnica en sus naciones, fácilmente dominaron los registros de patentes en países periféricas como México. Además, el poder económico

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de las naciones desarrolladas, también hizo más factible que los inventos extranjeros pudieran materializarse a diferencia de los nacionales. El principio del trato nacional cumplió favorablemente con el objeto de auxiliar a los inventores extranjeros, aunque, al mismo tiempo, dejó en desventaja a los inventores mexicanos en su propio país.

Por otra parte, las potencias industriales consiguieron que sus inventores, al patentar su creaciones en México, pudieran im portar libremente sus productos patentados sin explotar localmente las invenciones. Esto trajo consigo severas consecuencias para el desarrollo económico e industrial de la nación, pues coadyuvó a m antener al mercado doméstico como un mercado de consumo y limitó el crecimiento técnico e industrial al interior del país. De esta forma, el derecho de importación se aceptó como una forma artificiosa de explotación de las patentes, cuando la única forma aceptable era a través de la construcción de los artefactos patentados dentro del terreno nacional. Aunado a esto, los países industriales lograron que las sanciones por no explotación se aplicaran hasta después de tres años de haberse concedido la patente y en caso de que el titular no justificara la causa de su inacción. Además, la legislación mexicana no establecía la revocación inmediata de las patentes que no se proyectaban en el mercado, sino una pena m esurada mediante el otorgamiento de “licencias obligatorias”. Es decir, pasados los tres años de inacción, el gobierno mexicano tenía la facultad de licenciar a terceras personas para que explotaran los objetos patentados, pero con la condición de otorgar un cincuenta por ciento de las ganancias líquidas a sus legítimos propietarios, durante el tiempo restante de protección.

Por todo lo anterior, resulta evidente que el derecho de importación y las sanciones por no explotación, beneficiaron a los inventores extranjeros y fomentaron que patentaran en los países miembros de la Unión Internacional. La forma como estaban formulados ambos preceptos permitieron que los países desarrollados incrementaran su dominio sobre las naciones periféricas incluso a larga distancia: exportando desde sus países los inventos patentados o simplemente recibiendo las ganancias que éstos generaban en el exterior. Los dos principios restantes de la Convención, apuntalaron todavía más este dominio. El derecho de prioridad evitó que las patentes extranjeras pudieran ser objeto de piratería en países como México y las protegió de una potencial publicación maliciosa para destruir su novedad. Si llegaba a suceder una o ambas cosas, el titular extranjero podía defender su derecho de prioridad demostrando que había registrado su invención en cualquiera de las naciones de la Unión, antes del intento de plagio o de la divulgación malintencionada de la invención. Mientras tanto, la independencia de las patentes generó más dificultades para el desarrollo técnicos e industrial de México. En efecto, ocasionó que las patentes extranjeras que, por alguna razón, eran canceladas o revocadas en alguna nación de la Unión, siguieran siendo válidas en el ámbito local. De esta forma, patentes que habían sido anuladas por carecer de novedad o porque eran conocimientos e ideas utilizados con anterioridad, continuaron vigentes con todos sus derechos en México. Esto, naturalmente, causó que se tuviera tecnología patentada de segunda generación, de dominio público o que simplemente no merecía la protección.

En síntesis, los seis principios del sistema internacional de patentes estaban dirigidos a consolidar y extender el poderío tecnológico, económico e industrial de las naciones

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más desarrolladas. Sin duda, éstas fueron las principales beneficiarias de un convenio internacional fundado sobre la igualdad de los Estados contrayentes. No obstante, esta supuesta igualdad solamente sirvió para enmascarar el desequilibrio fundamental de las ventajas que obtenían las potencias industriales a expensas de naciones periféricas como México. Así, detrás de los principios de la Unión Internacional —que influyeron determ inantem ente para que la institución mexicana se convirtiera en un escaparate abierto a la divulgación de las patentes—, había una clara intencionalidad hegemónica de las naciones industriales. Es innegable que, en el contexto mexicano, esta intención muchas veces se concretó en los ámbitos económico e industrial. Estudios que así lo dem uestran abundan en la historiografía mexicana. Mientras tanto, en la esfera de la invención tecnológica, en el México porfirista las principales potencias internacionales también lograron imponer ciertas tendencias de invención que seguían los criterios de sus conocimientos técnicos.

Esta influencia extranjera, ejercida con la finalidad de establecer cierta homogeneidad del pensamiento y la acción, nos deja ver que los caminos recorridos por la inventiva local no estuvieron dominados exclusivamente por la búsqueda de la eficacia técnica. También hubo agentes sociales (poco o nada vinculados con los componentes técnicos de las invenciones), que influyeron decisivamente en la configuración de las patentes mexicanas. En este sentido, cuando el sistema mexicano de patentes se convirtió en un escaparate de divulgación, esta institución social intervino en las trayectorias locales de invención como un aparato que establecía directrices en el diseño de los inventos. Así, paradigmas tecnológicos de las naciones hegemónicas como los motores de vapor, los tranvías, el telégrafo, las máquinas de escribir, las bicicletas, etcétera, se repitieron y regeneraron sin cesar en las invenciones mexicanas decimonónicas y porfiristas.

Sin embargo, en el terreno local no todo fue una m era recepción, reproducción y copia de las ideas y conocimientos técnicos del exterior. Como lo veremos en los siguientes capítulos, también se presentaron acciones creativas y originales. Si bien es cierto que se retom aron ideas, puesto que todos los procesos de construcción del conocimiento son acumulativos, a fin de cuentas se proyectaron tecnologías locales. Las experiencias y saberes técnicos del exterior se usaron, adaptaron y reconfiguraron con los propios, originando nuevos especímenes tecnológicos. En ocasiones la recepción se transformó en un fenómeno de hibridación, ajustado a las necesidades y condiciones del contexto mexicano. De esta forma, aunque las invenciones mexicanas muchas veces retomaron los principios técnicos generados en el extranjero —y así contribuyeron a m antener la hegemonía de la tecnología de las potencias industriales—, es necesario señalar que la experiencia tecnológica nacional tuvo su propia fisonomía. En este sentido, realizando un paralelismo con las nociones del historiador peruano de la ciencia Marcos Cueto, lo importante de resaltar es que la actividad inventiva mexicana tuvo sus propias reglas que no deben entenderse como síntomas de atraso o modernidad, sino como parte de su propia cultura y de las interacciones con la tecnología internacional.39

39 Cueto, Marcos. Excelencia científica en la periferia: actividades científicas e investigación biomédica en el Perú 1890-1950, Lima, Grade Concytec, 1989, pp. 28-29.

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De esta forma, la divulgación de las patentes nacionales e internacionales benefició a los inventores mexicanos, quienes pudieron utilizar los conocimientos e ideas técnicos contenidos en estos documentos para crear sus propias invenciones, pero a la vez este empleo de las ideas extranjeras fomentó la dependencia hacia el exterior e incrementó la hegemonía tecnológica de las potencias industriales. No podemos más que concluir, ante la realidad de los hechos históricos, que las condiciones locales e internacionales hicieron que la inventiva mexicana navegara en un m ar dominado por las naciones productoras de tecnología, pero navegado, al fin y al cabo, gracias a los instrumentos y experiencias construidos localmente. Como consecuencia de esta singular paradoja, el sistema mexicano de patentes se convirtió en un escaparate de ideas y conocimientos técnicos, donde se mezclaron la divulgación, la influencia y el control.

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I lu s t r a c ió n 1

J o a q u ín V e l á z q u e z d e L e ó n , a u t o r d e la s Ordenanzas de Minería d e 1 7 8 3 .

F u e n te : R a m ír e z , S a n t ia g o . Biografía del señor D. Joaquín Velázquez de León, M é x ic o ,

O fic in a T ip o g r á f i c a d e la S e c r e t a r í a d e F o m e n t o , 1 8 8 5 .

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I lu s tr a c ió n 2

P ie r n a m e c á n i c a d e J o sé M ig u e l M u ñ o z , p a t e n t a d a p o r p r i m e r a v e z e n 1 8 1 6 .

F u e n te : AGN, Mapas, planos e ilustraciones, 1 8 1 6 .

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I lu s t r a c ió n 3

L u c a s A la m á n , p r o m o t o r d e la l e y d e p a t e n t e s d e 1 8 3 2 .

F u e n te : Biografía necrológica del Exmo. señor D. Lucas Alamán, M é x ic o , Tip. d e R. R afae l , 1 8 5 3 .

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P a t e n t e o r ig in a l o t o r g a d a a M a n u e l C ec i l io V i l l a m o r e n 1 8 5 4 .

F u e n te : BVY, F o n d o R e s e r v a d o , M a n u s c r i t o s , F R - C C A -M A N - X X X V ll l - 1 8 4 8 -0 3 0 .

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ds-Ufisra ds/18d'& kaséa/ e l 2 de/ Feóre/- s¿ e4t4 'n-Ce-

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I lu s t r a c ió n 5

F é l ix M a r ía Z u lo a g a , p r o m o t o r d e la l e y d e p a t e n t e s d e 1 8 5 8 .

F u e n te : R iv era , M a n u e l . Los gobernantes de México, M é x ic o , Im p. d e J. M. A g u i la r , 1 8 7 3 .

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I lu s t r a c ió n 6

A p a r a t o s i n o d o r o s i n t r o d u c i d o s p o r V íc to r B a r e a u y L u is MüIIer.

F u e n te : AGN, Mapas, planos e ilustraciones, 1 8 6 5 .

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I lu s t r a c ió n 7

G i lb e r to C r e s p o y M a r t ín e z , p r o m o t o r d e la l e y d e p a t e n t e s d e 1 8 9 0 .

F u e n te : L ib r a r y o f C o n g r e s s , H a r r is & E w i n g C o l le c t io n , L C - D I G -h e c -0 0 1 7 8 .

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No. 651,232.M. S. CARMONA.

TYPE WRITER.(AppUcation filed Aug. 17, 1899.)

P a ten ted June 5, 1900.

6 Sheets— Sheet 5 .

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I l u s t r a c i ó n 8

M á q u in a d e e s c r i b i r p a t e n t a d a e n EUA p o r e l in g e n i e r o M a n u e l S. C a r m o n a .

F u e n te : USPTO, Pat. 6 5 1 2 3 2 , 5 d e ju n io d e 1 9 0 0 .

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I lu s t r a c ió n 9

L u is E lg u e r o , p r o m o t o r y d i c t a m i n a d o r d e la l e y d e p a t e n t e s d e 1 9 0 3 .

F u e n te : L ib r a r y o f C o n g r e s s , H a r r is & E w i n g C o l le c t io n , L C - D I G -h e c -0 4 1 9 4 .

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OFICINA DE PATENTES Y MARCAS

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P a t e n t e o r ig in a l o t o r g a d a a L u is R o m e r o S o to e n 1 9 0 6 .

F u e n te : AGN, Luis Romero Soto, Caja 1, S e c c i ó n VI, Exp. 5.

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S E G U N D A P A R T E

ACTORES Y ARTEFACTOS

(1832-1876)

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P R E A M B U L O

Como lo vimos en los tres capítulos anteriores, la estructura institucional del sistema mexicano de patentes estableció las normas formales que debían cumplir los sujetos que registraban sus ideas y conocimientos técnicos. Con el transcurrir del tiempo, los dispositivos reglamentarios en la materia sufrieron diversas modificaciones gracias a un conjunto de circunstancias que indicamos en su momento. Estas transformaciones tendieron a influir en la naturaleza de los objetos que podían registrarse, así como en los sectores de la sociedad que podían acceder a este tipo de derechos. La tecnología patentada, en este sentido estructural, fue delineada desde un inicio por los preceptos establecidos en la legislación y por las finalidades consignadas a la institución. Estas determinaciones facilitaron u obstaculizaron el acceso a diferentes grupos sociales y difundieron ciertos modelos de invención mediante la divulgación de la información técnica recabada en las patentes.

En la evolución de dicha institución podemos observar que paulatinamente se creó un orden legal más justo y más estricto para proteger las invenciones. Durante el periodo anterior al porfiriato predominó la tendencia nada ortodoxa de privilegiar cuestiones como la introducción de maquinaria del extranjero u otorgar concesiones de carácter monopólico por la implementación de industrias relativas a la explotación de recursos naturales o por empresas meram ente comerciales. No obstante, durante el subperiodo de la República Restaurada, debido a las determinaciones tomadas en la Constitución de 1857, la institución comenzó a regirse cada vez más por los principios liberales que eran su sustento ideológico en las naciones occidentales donde surgió. Podemos decir que el sistema mexicano de patentes poco a poco se fue apegando a sus tres principios básicos: la protección de las ideas y conocimientos técnicos novedosos; la apertura del sistema al mayor número de sectores sociales para extender el derecho natural sobre la propiedad de tales ideas; y la divulgación del contenido de las patentes para que no se monopolizara el conocimiento, sino solamente para otorgar un derecho exclusivo y temporal de explotación comercial. Esta trayectoria institucional no fue lineal, algunos elementos aparecieron primero que otros, resultando una entidad “heterodoxa” cuya construcción respondió a las condiciones sociales, políticas y culturales del país.

Más allá de las transformaciones legales, que naturalm ente fueron importantes como el marco regulatorio de las patentes de invención, es importante observar lo que había al interior de dicho marco institucional. En otras palabras, resulta esencial analizar el contenido de las patentes y las dinámicas de participación social. Si bien la institución en sí misma fue un factor importante en la configuración de las patentes mexicanas, la influencia que ejerció sobre los inventores mexicanos únicamente fue parcial. En este sentido, obvia decir que los inventos fueron ideados por actores de carne y hueso que estuvieron sujetos a una gran variedad de influencias sociales y materiales. Por ello, es preciso efectuar un estudio más completo de las diversas circunstancias contextuales que influyeron en la actividad de inventar y en la acción de paten tar las ideas. El grado de desarrollo de la industria nacional, la cantidad y calidad de la tecnología instalada, el abastecimiento de materias primas y la disponibilidad de servicios especializados

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para llevar a cabo los ensayos o experimentos de invención, fueron algunas variables materiales que influyeron en la matriz individual. Asimismo, aspectos socioculturales como la difusión de los conocimientos técnicos generados local e internacionalmente, el acceso a una educación de naturaleza técnica, la existencia de espacios sociales para intercambiar ideas o realizar consultas, fueron algunas condiciones que influyeron en el desarrollo de las patentes. La presencia o la ausencia de estos factores, desde luego, configuraron los distintos contextos sociotécnicos que term inaron determinando las dinámicas y los contenidos de las patentes mexicanas.

Asimismo, debemos encontrar la manera de adentrarnos en la dimensión social de las patentes y en los entramados contextuales que configuraron las experiencias locales. Por ello, en el cuarto capítulo analizamos el registro global de las patentes mexicanas con la finalidad de identificar las tendencias que nos permiten em prender este estudio social y contextual. En prim er lugar, localizamos dos épocas claramente distinguibles en función de la cantidad de patentes mexicanas. Las denominamos respectivamente como la época preporfirista y la época porfirista. Cada una corresponde a un escenario sociotécnico particular. Es decir, consideramos que se tra ta de periodos históricos con condiciones distintas que, naturalmente, repercutieron en los ritmos y las tendencias de patentación. En segundo lugar, definimos las categorías de grupo social relevante y campo de invención. Ambas son herram ientas heurísticas para incursionar en la arena social de las patentes. Por último, con base en los presupuestos teóricos, retomamos el estudio del registro de patentes para identificar empíricamente a los grupos sociales relevantes. Encontramos que los ingenieros, comerciantes, mecánicos e industriales se presentaron como los cuatro núcleos sociales de la invención patentada en México.

En el quinto capítulo, entonces, abordamos propiamente las condiciones del contexto preporfirista. Estudiamos los diversos obstáculos políticos, materiales y sociales que impidieron una mayor derram a de patentes domésticas. Nos enfocamos en la carencia de ciertas condiciones materiales indispensables para el desarrollo de las invenciones, al tiempo que observamos la presencia de ciertos atavismos en torno al resguardo de los conocimientos técnicos y prejuicios culturales que impidieron la participación más activa de actores sociales que “habitaban” el mundo de la técnica. Asimismo, podemos observar una ausencia de espacios y medios para que la información técnica circulara adecuadamente. Todo esto nos permite p reparar el terreno para analizar propiamente las dinámicas y rasgos de las patentes mexicanas. Así, en el sexto capítulo, los distintos hilos del contexto sociotécnico preporfirista se anudan para explicar la desequilibrada distribución espacial de los pocos inventores y patentes locales, la existencia de varias parcelas fragmentadas de invención, el surgimiento en ciernes de los grupos sociales relevantes y la ausencia de campos de invención que pudieran contribuir al desarrollo de la industria nacional.

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CAPÍTULO 4

El punto de partida: estrategias heurísticas y evidencias históricas

La historia es una disciplina del contexto y del proceso^ pero difícilmente podremos descubrir las interioridades de un contexto en particular sin tener alguna tipología

para aplicarle y para ponerla a discusión.E. P. Thompson1

En México, durante gran parte del siglo XIX, la protección de la propiedad industrial se tergiversó al salvaguardar aspectos que iban más allá de la invención técnica. Como lo vimos en la sección anterior, se otorgaron privilegios exclusivos por la introducción de maquinaria extranjera y por la implantación de industrias cuya novedad únicamente era relativa en el territorio nacional. Este uso heterodoxo de las patentes predominó en el escenario local hasta la época de la República Restaurada, aunque paralelamente también se presentó el registro de auténticas patentes de invención, entendidas como nuevos conocimientos e ideas técnicos. Constriñéndonos a esta clase de documentos, podemos observar que la prim era patente otorgada a un personaje nacido en el país fue concedida el 30 de julio de 1832. Ese día, el coronel Mariano Martínez de Lejarza, obtuvo una patente por una máquina de “movimiento continuo” que había creado dos años atrás.2 A partir de entonces inició un lento devenir de las patentes nacionales que se aceleró al concluir el porfiriato. En efecto, a pesar de su uso heterodoxo, el sistema mexicano de patentes siempre permitió el registro de invenciones mexicanas.

Un análisis global del registro de estas patentes mexicanas, nos proporciona una serie de indicios para comprender las variaciones que se presentaron en la materia durante nuestro periodo de estudio. Por una parte, nos permite identificar un par de rupturas cronológicas en el desarrollo de la invención patentada. Por otra parte, nos deja ver la dimensión social de las patentes, evidenciando la existencia de grupos sociales que se acercaron a la institución. Finalmente, nos permite definir un conjunto de estrategias heurísticas para analizar el contenido de las patentes conseguidas por los inventores nacionales. Se trata, desde luego, de simples indicios cuantitativos que nos sirven para advertir tendencias generales, pero que debemos explicar en virtud de las condiciones locales en las que se presentaron. Estas evidencias, por lo tanto, son nuestro punto de partida para analizar, en los siguientes capítulos, las condiciones materiales y sociales de los escenarios donde se presentó la actividad inventiva mexicana.

1 Thompson, Edward P. Agenda para una historia radical, Barcelona, Crítica, 2000, p. 34.2 Registro Oficiala, Tomo VIII, No. 94, 2 de agosto de 1832, p. 384.

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4.1. La periodización de las patentes mexicanas

En cifras absolutas, durante el siglo XIX y la época porfirista, hemos localizado 3,716 patentes de invención mexicanas en múltiples fuentes documentales.3 Sin embargo, su distribución cuantitativa no fue homogénea a lo largo de esta curva temporal. Durante los primeros años del siglo XIX la cantidad de patentes obtenidas fue exigua, mientras que en la época porfirista se presentó un crecimiento ciertamente extraordinario. En nuestro corpus general de patentes nacionales podemos observar algunas tendencias interesantes. La prim era de ellas es que el ritmo de patentación en la década inicial del sistema (1832-1841) fue prácticamente estacionario, sólo se registraron dos inventos producidos por mexicanos. En cambio, en este periodo existe un considerable número de privilegios exclusivos otorgados por el gobierno federal o las autoridades estatales, pues la ley de 1832 establecía que las entidades federativas podían otorgar esta clase de concesiones en sus respectivos territorios, siempre que el aspirante “quiera que su privilegio no sea exclusivo más que respecto de un Estado”.4 En consecuencia, durante los primeros años del sistema de patentes, se despacharon en todo el terreno nacional múltiples concesiones para la introducción de maquinaria extranjera y la fundación de empresas que muchas veces ni siquiera eran de carácter industrial.

Una segunda tendencia interesante se suscitó entre 1842 y 1876. En este segmento de tiempo los inventores mexicanos emprendieron un pausado, pero constante, registro de invenciones. Desde que el 8 de noviembre de 1842 el médico Miguel Muñoz obtuvo del gobierno federal una patente por seis años para “fabricar y vender en la República las piernas mecánicas de su invención”,5 inició un registro perm anente de inventos. En los siguientes treintaicinco años los inventores nacionales obtuvieron 105 patentes, lo cual contrasta con las dos que consiguieron durante la década anterior, pero está muy distante de la cifra que alcanzaron durante los treintaicinco años de porfiriato. En este sentido, la tercera tendencia relevante es el extraordinario crecimiento de las patentes locales durante el régimen de Porfirio Díaz. De 1867 a 1911, los mexicanos alcanzaron la cantidad de 3,609 patentes.

En conjunto, las tendencias anteriores nos m uestran que existieron tres momentos en los ritmos de patentación locales: una prim era década donde sólo hubo un anecdótico registro de patentes; un periodo de tres décadas y media con un lento desarrollo; y un periodo de otros treintaicinco años donde sobrevino un crecimiento sorprendente. En realidad, tanto en términos estadísticos como para los objetivos de esta investigación,

3 Ver el primer anexo para consultar las fuentes documentales que utilizamos para conformar nuestra base de datos de patentes e inventores mexicanos.4 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas^, p. 7.5 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo IV, No. 2465, p. 329. José Miguel Muñoz González [1779-1855], nació en la ciudad de México donde también falleció a los ochenta y seis años de edad. Su labor como médico y cirujano, así como encargado de conservar la vacuna contra la viruela, es bien conocida. Sin embargo, su fama se extendió a nivel internacional como constructor e inventor de prótesis de extremidades humanas. En 1838, después del ataque de la flota francesa al puerto de San Juan de Ulúa, en el que resultó herido de la pierna izquierda el general Santa Anna, la prótesis que sustituyó su miembro amputado fue construida por Miguel Muñoz. Cfr. Cordero Galindo, Ernesto. Vida y obra del doctor Miguel Muñoz, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003.

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únicamente son relevantes los dos últimos periodos, pues ambos poseen tendencias constantes y significativas, mientras que el primero no pasa de tener un valor curioso. Bajo este orden de ideas, la prim era estrategia heurística que usaremos para examinar las patentes mexicanas, será analizarlas en función de estas dos épocas. La prim era la denominaremos como "época preporfirista” (1842 a 1876) y la segunda propiamente como "época porfirista” (1877 a 1911). Además, esa delimitación cronológica también es pertinente en términos comparativos, pues coincidentemente ambos segmentos de tiempo tuvieron una duración de treintaicinco años.

Ahora bien, más allá de su coincidencia temporal, lo interesante de observar y analizar es la aguda diferencia en los ritmos o dinámicas de patentación entre ambos periodos. Simplemente considerando el promedio anual de patentes, la disparidad entre ambas épocas fue en realidad monumental. Mientras que en los primeros años del siglo XIX los inventores mexicanos alcanzaron una media de tres patentes por año, durante el porfiriato obtuvieron un centenar más como puede apreciarse en la siguiente gráfica.

GRÁFICA 1DISTRIBUCIÓN DE LAS PATENTES ( 1 8 4 2 - 1 9 1 1 )

Epocapreporfirista

Épocaprorfirista

Época Periodo Años Meses Patentes Prom. mensual Prom. anual

Época preporfirista 1842-1876 35 420 105 0.25 3

Época porfirista 1877-1911 35 420 3,609 8.60 103

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Varios factores originaron esta situación. Ya hemos mencionado que en la órbita legal, o en la estructura institucional, el alto costo de las patentes fue un factor determinante para impedir que se patentara con mayor cuantía. En los periodos que incrementaron las tarifas disminuyeron los ritmos de patentación, mientras que cuando se redujeron el desarrollo fue sustancial. Asimismo entre los factores institucionales que influyeron en las dinámicas de patentación fue esencial la definición de los objetos que se podían registrar, pues la cantidad de personas que podían paten tar un artefacto o un proceso industrial en fase de innovación era mucho m enor a aquéllas que podían am parar una idea en la fase de invención. También la apertura del sistema como un escaparate para divulgar los documentos que contenía, posibilitó la existencia de un mayor acervo de conocimientos técnicos que influyó positivamente en el crecimiento de las patentes. Obviamente la propia institución tuvo una injerencia nodal al estimular o desalentar la

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participación de los actores sociales. Esa clase de intervenciones fue lo que abordamos en la sección anterior, donde examinamos las disposiciones formales que facilitaron u obstaculizaron el acceso social a las patentes. Asimismo, analizamos el problema de la generación de parám etros de invención. Es decir, pautas o modelos difundidos por la propia institución en función de ciertos intereses internacionales de control.

La institución no fue un ente pasivo ni neutral para la configuración de las dinámicas y los contenidos de las patentes mexicanas, sino un agente activo y actuante que delineó los perfiles de la inventiva registrada. Sin embargo, tales disposiciones institucionales tampoco fueron los únicos factores que intervinieron en la evolución y la construcción de las patentes mexicanas. Otros agentes del contexto local tuvieron un impacto nodal en estas tendencias. La inestabilidad política, los comportamientos culturales frente al registro de las ideas patentables, la disponibilidad de materias primas, el desarrollo de la industria local, los establecimientos educativos, la divulgación de los conocimientos técnicos en publicaciones especializadas o exposiciones industriales y los espacios de sociabilidad formal donde se compartían experiencias, saberes e ideas, fueron otros elementos que de una u otra forma influyeron en los ritmos y en las características de la invención en México.

Tales factores los analizaremos con detalle en los siguientes capítulos. Por el momento nos interesa identificar y caracterizar a los grupos sociales más relevantes de nuestro corpus de inventores mexicanos, tomando en cuenta la naturaleza de sus profesiones (o su estatus ocupacional), pues consideramos que la actividad laboral que profesaban es un dato crucial para conocer su posición en la escala social e identificar la clase de saberes técnicos que emplearon en la construcción de sus inventos. Asimismo, por su predominio en el terreno de las patentes, dichos grupos sociales fueron más sensibles a los factores del contexto local que favorecían u obstaculizaban la actividad inventiva y cultivaron estilos, directrices o campos de invención que term inaron dominando las patentes mexicanas.

4.2. La definición de grupos sociales relevantes

Dentro de las dinámicas generales de patentación obvia decir que los inventos fueron ideados por individuos o pequeños equipos de trabajo e investigación, pero sería una labor desproporcionada pretender realizar una biografía pormenorizada de cada uno de los personajes mexicanos que patentaron sus ideas, especialmente si consideramos que se tra ta de más de dos mil sujetos desplegados en nuestro espacio de estudio. En cambio, resulta más pertinente realizar un análisis de los principales grupos sociales que se gestaron al interior de este grueso corpus de inventores, más aún si admitimos que el conocimiento, cualquiera que sea su naturaleza, surge mediante la interacción y está desigualmente distribuido en la sociedad. En efecto, en las sociedades capitalistas el conocimiento está fragmentado en grupos y circula de forma asimétrica en redes de individuos que poseen y comparten cierta clase de experiencias y saberes. Los sujetos que pertenecen a estos grupos y redes sociales obtienen los conocimientos de manera más económica, rápida y efectiva que los individuos situados en sus periferias. En este

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sentido, usamos la categoría de “grupo social relevante” para definir a los segmentos de la sociedad que reunieron mejores condiciones para inventar y patentar sus ideas.

En el enfoque de la Construcción Social de la Tecnología (también nombrado SCOT por sus siglas en inglés) los grupos sociales relevantes, según la caracterización de Bijker y Pinch, son conjuntos de individuos que pueden estar directamente relacionados o no presentar ninguna clase de contacto personal, pero que comparten ciertas visiones e intereses sobre una tecnología o artefacto en particular.6 En nuestro estudio, mientras tanto, estos grupos sociales además de ser segmentos relativamente articulados que comparten visiones e intereses, poseen experiencias, formaciones y saberes técnicos semejantes. Desde una tradición historiográfica distinta, estas colectividades han sido definidas como “centros tecnológicos”.7 Nuestro estudio, sin embargo, le debe más al campo de estudios llamado “constructivismo social”, cuya multiplicidad de enfoques y estudios coinciden en pensar la tecnología en el marco de sistemas, grupos o redes en donde los componentes sociales y contextuales modelan o configuran los resultados técnicos. Del mismo modo, nuestro trabajo tiene la intención general de aplicar la idea fundamental de la construcción social de la tecnología a un universo más vasto que el constreñido en los estudios de caso impulsados, principalmente, por el enfoque SCOT.

En este sentido, no pretendem os aplicar la metodología del enfoque SCOT en nuestro análisis de las patentes mexicanas. Solamente retomamos la categoría de “grupo social relevante” (adaptándola a nuestros intereses particulares), pues consideramos que se tra ta de una herram ienta útil para analizar nuestro objeto de estudio. Bijker y Pinch consideran que un grupo social se transforma en una entidad relevante cuando ejerce un papel crucial en la construcción de una tecnología, estableciendo directrices para su desarrollo según los significados e intereses que le otorgan al artefacto en cuestión. Esto les permite dar cuenta “simétricamente” tanto de los artefactos con “éxito” como de aquellos que se consideran un “fracaso”, pues argumentan que la tecnología exitosa no está determinada por su mayor eficacia técnica sino por circunstancias sociales que intervienen en su constitución. Asimismo, esta perspectiva se centra en los escenarios donde diversos grupos sociales tienen visiones e intereses divergentes de lo que “debe

6 Bijker, Wiebe y Trevor Pinch. “The Social Construction of Facts and Artifacts: Or How the Sociology of Science and the Sociology of Technology Might Benefit Each Other”, en Bijker, Wiebe, Thomas P. Hughes y Trevor Pinch (eds.) The Social Construction^, pp. 17-50. La compilación más completa de estudios de caso donde se definen las características de los grupos sociales relevantes es: Bijker, Wiebe. Of Bicycles, Bakelites, and Bulbs. Toward a Theory o f Sociotechnical Change, Massachusetts, MIT Press, 1995.7 Desde una perspectiva de la historia de la tecnología de corte más economicista, a la que pertenecen autores como Nathan Rosenberg y Merritt Roe Smith, el historiador norteamericano Ross Thompson señala que los grupos sociales de los mecánicos, ingenieros y las “ocupaciones inventivas” (agentes de patentes, dibujantes y modeladores) fueron los tres principales centros tecnológicos que impulsaron el desarrollo técnico e industrial de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XIX. Para constituirse en un centro tecnológico, cada grupo tuvo que reunir tres condiciones elementales. Primero, poseer conocimientos relevantes para muchas industrias. Segundo, aplicar sus conocimientos en la identificación y solución de problemas tecnológicos en diversos ramos de la industria. Tercero, contar con un número bastante extendido de miembros para que sus efectos se reflejaran en la industria en general. Thompson, Ross. Structures o f Change in the Mechanical Age. Technological Innovation in the United States, 1790-1865, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2009, pp. 125-129.

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ser” un artefacto y donde actúan para que su configuración satisfaga sus expectativas. En suma, para el enfoque SCOT un grupo social relevante es una colectividad —más o menos interconectada— cuya peculiaridad más importante es la concomitancia de sus ideales e intereses en torno al desarrollo de una tecnología en particular. Por ello, esos grupos sociales pueden ser de una matriz demasiado diversa [usuarios, empresarios, ingenieros, inventores, mujeres, deportistas, etcétera] siempre y cuando se demuestre que sus integrantes comparten intereses en la construcción del artefacto examinado.

En nuestro estudio, entre tanto, retomamos la noción de grupo social relevante como una colectividad relativamente articulada que juega un rol esencial en la configuración de la tecnología y cuyos miembros comparten visiones e intereses. Pero, a diferencia del enfoque SCOT, en nuestro análisis los grupos sociales relevantes no se estructuran como entidades que promueven sus intereses en una controversia relacionada con el desarrollo de un artefacto en particular, sino como segmentos cuya relevancia radica en su predominio como actores de la invención. En otras palabras, los grupos sociales que obtuvieron una mayor cantidad de patentes son las entidades más relevantes para el análisis de la invención patentada. No sólo por su hegemonía cuantitativa sino, esta es la cuestión a destacar, porque encontraron mejores condiciones contextuales para patentar y porque fundaron tendencias o estilos en virtud de sus propios significados, aspiraciones e intereses en el desarrollo del conocimiento tecnológico local que quedó registrado en las patentes.

Por este motivo, en nuestro trabajo los grupos sociales relevantes no pueden fundarse alrededor de una tecnología en específico. En cambio, se amalgaman gracias a una de sus identidades más sobresalientes para la acción de inventar: sus conocimientos. No obstante, aquí nos encontramos ante el problema de distinguir adecuadamente el tipo de conocimientos que cada uno de los inventores poseía para adscribirlos en un grupo social. Sin duda, este es un problema crucial cuya resolución cabal es casi imposible de alcanzar, pues siempre serán insuficientes las fuentes documentales para identificar ya no digamos el pensamiento del cúmulo de sujetos que patentaron sus trabajos, sino incluso de un sólo inventor biografiado. Dicha dificultad puede solucionarse parcial y satisfactoriamente mediante el análisis de las actividades que ejercían públicamente. Es decir, considerando la naturaleza de su profesión o su estatus ocupacional podemos acercarnos al reconocimiento de los conocimientos que poseían.

Si bien las categorías socioprofesionales [burócratas, artesanos, estudiantes, militares, empresarios, comerciantes, profesionistas, etcétera] han sido cuestionadas por varios historiadores como criterios válidos para reconstruir la estructuración social, pues se argumenta que tales variables no necesariamente conforman una unidad en cuanto a las experiencias particulares de los actores involucrados, dicha objeción resulta válida sobre todo para los estudios abocados al análisis de lo político, donde las profesiones u ocupaciones efectivamente no siempre concuerdan con las conductas, las posturas o los ideales individuales en este ámbito de la realidad.8 Sin embargo, para el estudio de

8 Algunos textos donde se discuten las ventajas y desventajas de la categoría socioprofesional para el estudio de la historia social son: Cerrutti, Simona. La ville e t les métiers. Naissance d'un langage

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la tecnología, particularmente para el análisis del conocimiento técnico, las categorías socioprofesionales son los criterios más ventajosos y fiables para establecer conjuntos estructurados de personas que comparten visiones, saberes, experiencias, prácticas y formaciones tecnológicas.

En efecto, de acuerdo con el filósofo norteamericano de la tecnología, Carl Mitcham, la manifestación primaria de la tecnología es como actividad. Es decir, como una serie de acciones y comportamientos que tienden a ligar las dimensiones del conocimiento y la voluntad de los individuos en los procesos de construcción de nuevas tecnologías o en la utilización de los artefactos técnicos existentes. Esto, según Mitcham, incluso resulta evidente en la asociación de la tecnología con palabras como industria y manufactura, labor y trabajo, oficio y empleo, destrezas y operaciones. Todos estos términos reflejan la extendida noción de la tecnología como una actividad. Como la facultad que posee el ser humano de obrar en la construcción o utilización de los artefactos. En palabras de Mitcham, “la tecnología como actividad es el evento fundamental donde conocimiento y volición se unen para trae r artefactos a la existencia o para emplearlos; de la misma manera es el acontecimiento donde los artefactos en sí mismos influyen en la mente y en la voluntad”.9

Así, mediante la identificación de las profesiones que cultivaban los inventores locales, podemos establecer una clara correlación entre sus actividades laborales cotidianas y sus actividades inventivas. Podemos aproximarnos al reconocimiento de las acciones y comportamientos donde se ligaban los conocimientos adquiridos y la voluntad para “traer a la existencia” nuevas invenciones. Además, tenemos la ventaja documental de poder acceder a dicha información, pues el dato de la ocupación regularmente quedó registrado en las solicitudes para obtener una patente. Esta manifestación explícita de tener una ocupación o una profesión, también es muy importante porque significa que los actores se identificaban con ciertas experiencias, habilidades y saberes propios de un grupo social. Un aspecto imperativo para definir grupos sociales es que sus piezas se consideran integrantes de un segmento social y que la gente los perciba como tales. Aunque la profesión no soluciona todos los problemas en la conformación de grupos sociales, sí presenta ambos aspectos nodales: reconocimiento al interior y al exterior.

corporatif. Turin, 17-18 siècles, París, EHESS, 1990; Reguera, Adriana. "Enfoques dominantes en el análisis social de la historia latinoamericana. ¿Una historia de la burguesía, de las elites, o de los grupos dominantes?”, Interpretaciones. Revista de Historiografía y Ciencias Sociales de la Argentina, No. 2, Primer Semestre, 2007; y Chacón, Francisco. "La revisión de la tradición: prácticas y discurso en la nueva historia social”, Historia social, No. 60, 2008, pp. 145-154.9 Mitcham, Carl. Thinking through Technology. The Path between Engineering and Philosophy, Chicago, The University of Chicago Press. 1994, p. 209. De acuerdo con Mitcham, la tecnología no sólo se manifiesta en la sociedad como una actividad, también se presenta como objetos, conocimientos y voliciones. Estas dimensiones, aunque poseen características propias, siempre están interconectadas. Sin embargo, como mencionamos, la tecnología como actividad es la que generalmente estructura al resto de las representaciones. Asimismo, Mitcham advierte que la tecnología como actividad se manifiesta mediante algunos comportamientos que pueden ordenarse en dos grandes ramas: como acción (diseñar, inventar o construir) y como proceso (trabajar, manufacturar, operar o mantener). El primer conjunto consiste en producir algo nuevo, mientras que el segundo en usar algo existente.

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Por otro lado, mediante el análisis de las ocupaciones o actividades que profesaban los inventores mexicanos, podemos acercarnos al conocimiento de su experiencia laboral, su formación intelectual, su posición en la escala social, e incluso, de manera un tanto accesoria, su nivel económico o grado de riqueza. Sobre todo los dos primeros puntos (la experiencia laboral y la formación intelectual) son aspectos que se reflejan con más claridad en la profesión u ocupación de los individuos que patentaron. Esto resulta fundamental para identificar el carácter particular de los conocimientos técnicos que poseían y que eventualmente podían utilizar en la construcción de sus invenciones. En este sentido debemos considerar que el acceso a una educación formal podía significar una ventaja en la esfera de la investigación y el desarrollo tecnológico, aunque dicha aseveración debe tomarse con las reservas del caso, pues en el campo del conocimiento técnico la ventaja muchas veces se obtenía de una formación empírica, a través del contacto cotidiano con las herramientas, artefactos y procesos técnicos.

En consecuencia, la adquisición de conocimientos técnicos como los relacionados con la estructura y el funcionamiento de los artefactos, las propiedades de los materiales o la ejecución de ciertos procedimientos industriales, muchas veces no dependía de una educación formal o institucionalizada, sino de las actividades productivas practicadas habitualmente por los inventores. Aún más, durante los dos primeros tercios del siglo XIX, cuando las fuentes de naturaleza técnica no habían alcanzado el nivel de difusión, multiplicación y especialización que lograron durante los años del régimen porfirista, el acervo social de conocimientos técnicos estaba estrechamente vinculado al espacio laboral. Acceder a información técnica relevante fuera del taller o la industria, lejos del uso cotidiano de las máquinas y herramientas, podía ser muy complicado en el México decimonónico.

Por lo anterior, la identificación de los grupos profesionales a los que pertenecían los inventores mexicanos, es un asunto nodal para establecer conjuntos de individuos que compartían ciertas experiencias y conocimientos técnicos. Además, consideramos que la naturaleza de las ocupaciones que profesaban posee una estrecha vinculación con los conocimientos que finalmente quedaron plasmados en sus patentes. Así, con base en estas definiciones, tenemos la posibilidad de efectuar un ejercicio clasificatorio de los inventores mexicanos —situándolos en diversos grupos socioprofesionales—, con el objeto de identificar cuáles fueron los más relevantes en función de los criterios que hemos definido. Sin embargo, antes analizar las evidencias documentales para realizar ese ejercicio clasificatorio, debemos insistir que los grupos sociales relevantes no sólo destacaron por su domino estadístico en la obtención de patentes sino, esencialmente, porque con sus trabajos fomentaron distintos “campos de invención” que term inaron dominando las tendencias locales de patentación. Por tanto, es necesario definir con mayor detalle el significado conceptual y heurístico de dichos campos de invención.

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4.3. La demarcación de los campos de invención

Las expresiones inventivas de los grupos sociales relevantes fueron muy variadas. Sin embargo, un examen sistemático de las patentes mexicanas nos muestra coincidencias en los temas y contenidos de los inventos producidos al interior de cada uno de estos segmentos sociales. Dichas tendencias convergentes son las que denominamos como “campos de invención”. En un nivel meram ente descriptivo son las áreas tecnológicas donde los grupos sociales relevantes patentaron insistentemente o las materias donde más patentes de invención registraron. En un nivel heurístico son las zonas donde se articuló la contextura de los grupos sociales relevantes. Es decir, donde se expresaron sus conocimientos, actividades, aspiraciones e intereses, junto con las condiciones del contexto sociotécnico que intervinieron en la configuración de sus ideas patentadas.

Cabe preguntarse, entonces, ¿cómo se construyen estos campos de invención?, ¿quién o quiénes determinan la esencia de los problemas técnicos a ser resueltos?, ¿por qué los grupos sociales relevantes fomentan asiduamente determinadas materias?, ¿cómo se pueden explicar tales propensiones? La respuesta más sencilla a estas preguntas es que las coincidencias existen porque cada grupo inventó objetos relacionados con sus parcelas de conocimiento, sus esferas de trabajo o sus actividades profesionales. Esto, en efecto, se observa en el registro de patentes, pero resulta insuficiente para explicar el desarrollo de los campos de invención, especialmente si consideramos que muchas veces las relaciones que se pueden presuponer no concuerdan con lo acontecido en la realidad. No se puede partir de estereotipos. De hecho, sobre todo en el porfiriato, se generaron estereotipos sobre los inventos que podían producir determinados grupos sociales que resultaron muy lejanos de la realidad. El vínculo entre los grupos sociales relevantes y los campos de invención no se puede establecer unilateralmente en razón de sus saberes formales y actividades profesionales, a costa de caer en graves errores.

En cambio, consideramos que la respuesta a los cuestionamientos anteriores no puede ser mas que multilateral. En este estudio, los campos de invención son resultado de la yuxtaposición de circunstancias materiales, culturales, sociales y políticas. Son lugares donde se configuran los inventos en función de los conocimientos y actividades de los grupos sociales relevantes, pero bajo los condicionamientos impuestos por el contexto local. Están imbricados elementos materiales e inmateriales. Asimismo, los campos de invención son resultado de aspiraciones, intereses y visiones compartidas. De hecho, la propia existencia de estas corrientes generales es un indicativo de que había grupos sociales actuando en una misma dirección y es un rasgo crucial para comprender que la invención patentada no estuvo determinada exclusivamente por aspectos técnicos, sino por factores sociales y culturales. Finalmente, los campos de invención indican la presencia de directrices políticas, económicas e institucionales, tal como lo percibimos en el caso del sistema de patentes que perfiló “parám etros de invención” mediante la divulgación de los contenidos técnicos de los propios inventos protegidos.

En este sentido, el campo de invención guarda cierta relación con la categoría de estilo tecnológico de Thomas P. Hughes, aunque con propósitos mucho menos pretenciosos o, quizás, mucho más adecuados para nuestro objeto de estudio. Para Hughes el estilo

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tecnológico sirve para recalcar la naturaleza social de la tecnología, al m ostrarnos que existen múltiples formas o estilos de realizar un artefacto o un sistema tecnológico de acuerdo con las condiciones culturales de contextos específicos: “así como no hay una mejor forma de pintar a la Virgen, no existe una mejor forma de construir un dínamo”. Los factores externos [“no tecnológicos”] que configuran la tecnología y conforman un estilo son cuantiosos y heterogéneos. Por ejemplo, los determinantes geográficos, las materias primas, los intereses políticos, las decisiones económicas, los marcos legales y las contingencias históricas. La mezcla de estos elementos no tecnológicos origina que la tecnología termine configurándose como un “artefacto cultural”.10

De acuerdo con lo anterior, podríamos decir que cada grupo social relevante tuvo su propio estilo de invención, pero no podemos decir que tuvieron un “estilo tecnológico” porque la categoría de Hughes está pensada para explicar las peculiaridades que tiene una misma tecnología en varias regiones o países. Pretende dar cuenta de las maneras divergentes como se construye un mismo artefacto en distintos escenarios, así como las mutaciones que sufre en los procesos de transferencia según el particular modo de ser en cada uno de los espacios estudiados.11 En cambio, nosotros también queremos expresar que existen múltiples condiciones contextuales que determinan la fisonomía de las experiencias tecnológicas [en nuestro caso inventivas], pero no nos enfocamos en una sola tecnología ni pretendem os realizar un estudio comparativo entre distintas regiones, sino examinar cómo los factores “no tecnológicos” intervinieron para formar tendencias de invención compartidas, lo que llamamos campo de invención.

Finalmente, cabe destacar que los campos de invención no son espacios restringidos ni exclusivos de los grupos sociales relevantes. Aceptan la intervención activa de otros actores y grupos sociales. Pueden ser cultivados por varios elementos de la sociedad.

10 Hughes, Thomas P. “The Evolution of Large Technological Systems”, en Biagioli, Mario (ed.) The Science Studies Reader, Nueva York, Routledge, 1999, pp. 213-215; Hughes, Thomas P. Networks of Power: Electrification in Western Society, 1880-1930, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1983.11 Hughes sostiene que las diferencias en la construcción de los sistema de electrificación en Estados Unidos, Alemania e Inglaterra resultaron de estilos tecnológicos distintos. En estos países, se crearon plantas que tenían características técnicas ampliamente diferenciadas. Las variaciones no se daban en la cantidad de energía producida, sino en la forma como se generaba, transmitía y distribuía. En Berlín, por ejemplo, había cerca de doce plantas con capacidades extensas, mientras que Londres tenía más de cincuenta plantas pequeñas. Los factores que originaron está construcción distinta no eran de carácter técnico sino externos. Por ejemplo, en Inglaterra había legislaciones que depositaban la regulación de la electricidad en el gobierno municipal, mientras que en Alemania estaba controlada por el poder central. Asimismo, los intereses empresariales y las condiciones geográficas influyeron para esta distribución diferenciada. De tal modo que cada país, cada región tiene sus propios estilos que definen los perfiles de la tecnología. Por tanto, la tecnología no está configurada sólo por los condicionamientos técnicos sino que influyen una serie de elementos externos, sociales y culturales. Esta noción viene a poner en tela de juicio la nación tradicional de que la técnica se guía de acuerdo a parámetros puramente científicos y técnicos. En cambio, hay muchos factores sociales que influyen en su configuración. Como lo menciona Hughes, la noción de estilos tecnológicos “resulta crucial para oponerse a la idea omnipresente de que hay una sola manera de crear un sistema tecnológico, la idea de que las leyes de la economía, de los descubrimientos de investigaciones científicas, y de los imperativos de la eficiencia técnica son los únicos determinantes de los resultados de un sistema”. Hughes, Thomas P. Networks o f Power^, p. 69.

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Los niveles de inclusión están relacionados con la interacción que existe entre sujetos con aspiraciones, saberes y experiencias semejantes. Debemos subrayar, además, que los campos de invención no son construidos por los grupos sociales relevantes, sino por las condiciones contextuales. Por supuesto, los grupos sociales relevantes son los que poseen mejores herram ientas para incursionar en ellos, pero no están vedados al resto de la sociedad. Simplemente son parcelas tecnológicas que más contribuyeron a desarrollar. También es posible observar que dos o más grupos sociales relevantes participan en un mismo campo cuando las circunstancias contextuales lo favorecen y cuando existe cierto tipo de interacción entre sus miembros. En caso de haber uno o varios campos fomentados de forma constante y extensa por todos los grupos sociales relevantes esto daría pie a identificar la existencia de un campo de invención nacional. Pero esto sólo sería una derivación de nuestro trabajo no su propia finalidad.

La importancia de los campos de invención se funda en que term inaron marcando el rumbo de las patentes mexicanas, se convirtieron en una parte sustancial de la cultura tecnológica local e influyeron en el grado y la calidad del desarrollo material del país. Asimismo, son importantes porque nos m uestran la naturaleza social de la tecnología. A fin de cuentas, los grupos sociales relevantes cultivaron ciertos campos en virtud de las condiciones contextuales y de sus propias aspiraciones. Estas decisiones acabaron impactando de manera positiva o negativa en el desarrollo técnico e industrial de la nación. Así, más allá de los campos de invención, lo verdaderam ente relevante fueron los actores sociales. Nos resta, entonces, identificar y caracterizar a los grupos sociales relevantes dentro de nuestro corpus de inventores mexicanos.

4.4. El corpus de inventores: estratos y grupos

Antes de comenzar a identificar los grupos sociales en los que podemos adscribir a los inventores mexicanos, es preciso realizar algunas acotaciones respecto del cuerpo de información que poseemos. Dejando de lado los dos inventos que se registraron en la década inicia del sistema mexicano de patentes, en nuestra base de datos tenemos un conjunto 3,714 patentes repartidas entre 2,261 inventores mexicanos. Este universo de información, de entrada, resulta demasiado extenso para analizarlo en este trabajo. Por ello, hemos decidido tom ar una m uestra formada por los inventores asiduos que patentaron en más de una ocasión. Esta delimitación reduce nuestro corpus de sujetos a 719. Es decir, esta cantidad es el número de inventores locales que patentaron dos o más trabajos durante el siglo XIX y el porfiriato. Esta cifra, de entrada, nos manifiesta que la acción de patentar fue predom inantem ente una actividad ocasional entre los mexicanos. Como puede advertirse en la siguiente gráfica, poco más del sesenta y ocho por ciento de los inventores nacionales sólo patentó una vez durante nuestro periodo de estudio, mientras que menos de una tercera parte lo hizo en varias ocasiones.

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GRAFICA 2

INVENTORES CON UNA 0 MÁS PATENTES

Más de una patente 31.80%

Sólo una patente 68 .20%

Patentes 1 2 3 4 5-6 7-8 9-10 11-15 16-20

Inventores 1,542 389 149 76 55 18 10 14 3

% del total 68.20 17.20 6.59 3.36 2.43 0.80 0.44 0.62 0.13

21-30 105

4 1

0.18 0.04

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Aunque a prim era instancia este corte puede parecer demasiado significativo, deja de parecerlo en cuanto observamos la cantidad de patentes que registraron los sujetos de nuestra muestra. En este sentido, los inventores asiduos que patentaron en más de una ocasión ostentan casi el sesenta y dos por ciento del total de las patentes, mientras que los inventores ocasionales que no repitieron sólo poseen poco más del treinta y ocho por ciento de las invenciones, según se aprecia en la gráfica que presentam os a continuación.

GRÁFICA 3TOTAL DE PATENTES DE LOS im E N T O R E S ASIDUOS Y OCASIONALES

Total de patentes de

inventores reiterativos 61.78%

Total de patentes de

inventores ocasionales 38.22%

Patentes 1

Inventores 1,542

Suma 1,542

% del total 38.22

2 3 4 5-6

389 149 76 55

778 447 304 294

19.28 11.08 7.53 7.29

7-8

18

136

3.37

9-10

10

92

2.28

11-15

14

186

4.61

16-20

3

55

1.36

21-30 105

4 1

96 105

2.38 2.6P

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

En la tabla que acompaña a la gráfica anterior, sobresale un personaje que registró la ingente cantidad de 105 invenciones. Se tra ta del ingeniero agrónomo Adolfo Martínez Urista, de quien hablaremos con mayor extensión en el octavo capítulo. El resto de los

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inventores mexicanos se mantuvo en una media que no superó las treinta patentes. Más allá de lo anterior, podría argum entarse que estadísticamente sería más ortodoxo obtener una m uestra representativa donde se contemplaran todos los inventores sin discriminar la cantidad de patentes obtenidas. No obstante, desde nuestra perspectiva tres consideraciones nos condujeron por un camino distinto.

La prim era radica en que el dato de la ocupación es bastante reducido en el segmento de inventores con una patente. Únicamente sabemos su ocupación en el cuarenta por ciento de los casos, mientras que en la porción de quienes patentaron asiduamente la conocemos en más del noventa por ciento de los casos. La razón de esta diferencia tan marcada reside, fundamentalmente, en la propia frecuencia con la que patentaban. Es decir, cuando un personaje no declaraba su profesión en una solicitud, regularmente lo hacía en la siguiente. Además, debido a las fuentes alternativas que empelamos para formar nuestra base de datos [ver anexo 1], resultó más sencillo ubicar la ocupación de los individuos que tenían más de una invención. En segundo lugar, tal delimitación responde a nuestros objetivos de investigación. Como lo señalamos, nuestra intención es conocer los grupos sociales relevantes, no intentamos realizar un detallado análisis estadístico. En este sentido, consideramos que un factor nodal de la propia relevancia de los grupos en cuestión, se relaciona, precisamente, con su predominio en función de la cantidad de patentes obtenidas. Finalmente, en tercer lugar, cabe señalar que las tendencias que presentan los inventores con una patente [de quienes conocemos su ocupación] son bastante similares a las que observamos entre aquellos con múltiples invenciones. En suma, todo esto hace de nuestra m uestra una herram ienta de análisis fiable y, principalmente, acorde con nuestros intereses de indagación.

Más allá de estas acotaciones, las cifras de las dos gráficas anteriores nos indican que la reiteración al momento de patentar fue baja, por lo que la acción de patentar estuvo concentrada en pocas personas. Esto, en parte, se explica como consecuencia del costo de las patentes. Como sabemos, durante la mayor parte del siglo XIX obtener este tipo de documentos significaba un gasto enorme, ocasionando que sólo los individuos que poseían los medios suficientes pudieran desembolsar la suma requerida para obtener más de una patente. No obstante, es preciso recordar que esta situación se modificó a principios del siglo XX, cuando la ley de 1903 estableció tarifas realmente accesibles. Como lo veremos en los siguientes capítulos, esta determinación originó que personas con recursos más limitados pudieran acceder a esta clase de protección. Asimismo, la baja reiteración y alta concentración de las patentes, estuvo relacionada con diversos factores sociales y materiales del contexto local.

De este modo, tomando como base la m uestra de inventores asiduos que patentaron en más de una ocasión, podemos localizar los siguientes grupos sociales en función de su ocupación profesional, así como la cantidad de personajes que formaban cada uno de estos conjuntos sociales:

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TABLA 1CANTIDAD DE INVENTORES ASIDUOS POR GRUPO SOCIAL

Grupo social Inventores Porcentaje

Ingenieros 122 17.0%

Comerciantes 93 12.9%

Industriales 87 12.1%

Mecánicos 72 10.0%

Artesanos [varios] 53 7.4%

Desconocido 52 7.2%

Empresarios 43 6.0%

Médicos 43 6.0%

Farmacéuticos 21 2.9%

Empleados 19 2.6%

Agricultores 15 2.1%

Profesores 14 2.0%

Empresas 13 1.8%

Abogados 12 1.7%

Militares 10 1.4%

Mineros 8 1.1%

Propietarios 7 1.0%

Químicos 6 0.8%

Agentes comerciales 5 0.7%

Contadores 5 0.7%

Telegrafistas 5 0.7%

Diplomáticos 4 0.6%

Electricistas 3 0.4%

Varios* 3 0.4%

Dentistas 2 0.3%

Taquígrafos 2 0.3%

Totales 719 100%

* Un estudiante, un filarmónico y un periodista.Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Desde luego, cada uno de estos grupos formaba parte de un estrato social más amplio, cuyos conocimientos, recursos y actividades profesionales eran relativamente afines. Tradicionalmente las ocupaciones se dividían en dos grandes segmentos: profesiones liberales y profesiones mecánicas. Las prim eras estaban relacionadas con el desarrollo de ciertas habilidades intelectuales, mientras que las segundas se vinculaban con los oficios manuales o artesanales. En el fondo, esta división residía en la clase de saberes que cada sujeto poseía. En México, durante el siglo XIX y el porfiriato, esta tipología se mantuvo vigente en el lenguaje (y en el comportamiento) de la sociedad. Sin embargo, ambas categorías son insuficientes para abrazar la multiplicidad de ocupaciones que

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ejercían los inventores mexicanos. Algunas actividades relacionadas con los negocios, la burocracia, la agricultura, la milicia y la industria no encajan apropiadam ente en ninguna de las capas tradicionales. Por el contrario, estas actividades formaban parte de estratos socioprofesionales específicos.

Considerando lo anterior, podemos distinguir que los inventores locales pertenecían a alguno de los siguientes estratos socioprofesionales según su actividad: profesionistas liberales (ingenieros, médicos, farmacéuticos, profesores, abogados, químicos, agentes comerciales, contadores, telegrafistas, dentistas y taquígrafos); trabajadores manuales (mecánicos, artesanos, mineros y electricistas); hombres de negocios (comerciantes, empresarios, propietarios y empresas que estaban establecidas); hombres de industria (industriales); empleados (asalariados, burócratas y diplomáticos); agricultores y, por último, militares.1'2 De estas siete categorías, como puede verse en la gráfica 4, las más numerosas fueron los profesionistas, hombres de negocios, trabajadores manuales y hombres de industria. Estos estratos estaban integrados por un número considerable de individuos que patentaron. El ochenta y seis por ciento de los inventores pertenecía a una de estas capas socioprofesionales.

GRÁFICA 4INVENTORES POR ESTRATO SOCIOPROFESIONAL

Estrato socioprofesional 1 Inventores 1 Porcentaje

Profesionistas liberales 240 33.38%

Hombres de negocios 156 21.70%

Trabajadores manuales 136 18.92%

Hombres de industria 87 12.10%

Desconocido 52 7.23%

Empleados 23 3.20%

Agricultores 15 2.09%

Militares 10 1.39%

Totales 7 19 1 0 0 .0 0 %

14%

86%

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Asimismo, la preponderancia de estos estratos sociales también se reflejó (e incluso se incrementó) en la proporción de patentes obtenidas. Estos sectores fueron los más propensos a patentar, concentraron el noventa por ciento de las invenciones, mientras que el resto de los estratos socioprofesionales fueron menos prolíficos, obtuvieron un número secundario de patentes, según puede apreciarse en la siguiente gráflca.

12 Los tres personajes de la categoría "varias” quedaron Integrados en el estrato social de los profesionistas liberales, pues durante esta época la actividad de filarmónico y periodista se consideraba una profesión, mientras que el estudiante posteriormente obtuvo el título de Ingeniero.

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GRAFICA 5PATENTES POR ESTRATO SOCIOPROFESIONAL

Estrato socioprofesional | Patentes | % Patentes

Profesionistas liberales

Hombres de negocios

Trabajadores manuales

Hombres de industria

Desconocido

Empleados

Agricultores

Militares

Totales

990

522

435

298

109

54

50

35

2,493

39.71%

20.94%

17.45%

11.95%

4.37%

2.17%

2 .0 1 %

1.40%

100 .00%

10%

90%

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Ahora bien, al interior de estos cuatro importantes estratos socioprofesionales encontramos algunos grupos sociales dominantes en función de la cantidad de patentes que obtuvieron y el número de integrantes que los conformaron. Cada uno de ellos poseía el cincuenta por ciento o más de las patentes e inventores de su respectivo estrato social (ver tabla 2). En el estrato de las profesiones liberales el grupo dominante eran los ingenieros, entre los hombres de negocios sobresalían los comerciantes, entre los trabajadores manuales el predominio lo poseían los mecánicos, mientras que en el sector de los hombres de industria únicamente encontramos a los industríales.13

TABLA 2GRUPOS SOCIALES RELEVANTES POR ESTRATO SOCIOPROFESIONAL

Estrato so c io p r o fe s io n a l Grupo so c ia l In v en to r es % In v en to r es P a te n te s % P a te n te s

Profesionistas liberales Ingenieros 122 50.8% 584 59.0%

Hombres de negocios Comerciantes 93 60.0% 264 50.6%

Hombres de industria Industriales 87 100% 298 100%

Trabajadores manuales Mecánicos 72 53.0% 235 54.0%

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Fueron precisamente estos cuatro grupos sociales dominantes los que se convirtieron en las colectividades más relevantes de la invención en México. Su centralídad no sólo radicó en la alta concentración de personajes y patentes —lo cual era importante en sí mismo—, sino en el establecimiento de tendencias de invención. Estos grupos sociales relevantes impulsaron el desarrollo del conocimiento tecnológico local y lo marcaron con sus propios significados e intereses, desempeñando así un papel crucial en la configuración de las invenciones domésticas.

13 Asimismo, en cifras absolutas, estos cuatro grupos sociales concentraron el 51.74% de nuestra muestra de inventores [372 de 719] y el 55.19% de las patentes [1,376 de 2,493].

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4.5. El perfil de los grupos sociales relevantes

Los grupos sociales relevantes, como lo mencionamos en el segundo apartado de este capítulo, estuvieron constituidos por sujetos que no necesariamente interactuaban de m anera cotidiana, sino por individuos más o menos relacionados que tuvieron ciertas visiones, intereses, prácticas, formaciones y saberes técnicos semejantes. Desde esta perspectiva, un prim er grupo social relevante estuvo conformado por los ingenieros. Estos personajes tenían ciertas visiones tecnológicas convergentes basadas en sus propias experiencias formativas. En este sentido, habían sido capacitados en instituciones educativas formales y bajo un currículo de materias a fines. Esto le imprimía una orientación más científica a sus conocimientos y una significación más teórica a la solución de los problemas técnicos que implicaba un proyecto de invención. En muchos casos, formaron parte de la elite intelectual local y tuvieron alguna participación en los órganos de gobierno como diputados, regidores o alcaldes. Por ello, sus decisiones tecnológicas regularmente concordaban con la política oficial de industrialización y enfocaron su trabajo inventivo en los sectores industriales más fomentados por las elites nacionales.

Entre tanto, los integrantes del grupo social relevante de los comerciantes compartían una visión tecnológica dominada por los intereses particulares de su segmento social. Muchas de sus invenciones eran aparatos sencillos para promocionar los productos de sus negocios o artefactos mecánicos más elaborados en relación directa con sus giros comerciales. Le otorgaban a la tecnología un significado bastante pragmático cuando estaban involucrados sus intereses económicos. Sin embargo, paralelamente, también veían en la invención una actividad muy poco formal, casi como un pasatiempo para dem ostrar su destreza en la resolución de problemas técnicos o para mejorar su estilo de vida personal. Sus conocimientos técnicos los adquirieron de manera informal, por medio de un aprendizaje autogestivo, pues no existió ningún plantel educativo que les proporcionara los rudimentos necesarios para incursionar en la invención. La mayoría perteneció a la clase media de la sociedad, eran pequeños y medianos comerciantes con un local establecido, mientras que los “vendedores am bulantes” prácticamente no aparecieron en el registro de patentes. Cabe mencionar que los grandes comerciantes también incursionaron en el terreno de la invención patentada, pero en esos casos por lo regular eran extranjeros que controlaban el mercado y los negocios nacionales.

Por otro lado, el grupo relevante de los mecánicos, que estaba inserto en el estrato de los trabajadores manuales o artesanos urbanos, fue un conjunto social importante en la invención local. Aunque quizás se tra ta del grupo más heterogéneo y extendido, sus afinidades eran bastante marcadas. Generalmente no poseían una educación formal sino algunos rudimentos teóricos que contrastaban con la maestría de sus habilidades técnicas. No obstante, aunque varios mecánicos tuvieron algún tipo de instrucción en las escuelas de artes y oficios, sus conocimientos eran de una naturaleza más tácita que explícita y eran adquiridos mediante la práctica o la experiencia en el taller. Estos personajes veían en la invención un medio para mejorar su condición de trabajo o su posición social. En este sentido, pertenecían a la parte más alta de las capas populares,

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casi en la frontera de la difusa clase media mexicana, aunque también hubo algunos mecánicos que alcanzaron un estatus más elevado, pero sin superar la barrera de este estrato social. Por regla general no formaban parte de ninguna elite ni mucho menos de la clase alta de la sociedad.

Por último, el grupo relevante de los hombres de industria —conformado por aquellos personajes que declararon ser industriales—, es un conjunto social característico de la época porfirista que no debe confundirse con los industriales de la actualidad. No se tra taba de los dueños de las grandes industrias mecanizadas como las que efectivamente poseían los empresarios. En cambio, eran propietarios de pequeñas fábricas o talleres urbanos [fundición, carrocería, herrería, tornería, etcétera] que sostenían con su trabajo y con el auxilio de algunos operarios. Eran individuos visionarios que incursionaban en una amplia variedad de campos industriales gracias a la multiplicidad de conocimientos técnicos que poseían. Muchos pasaron por algún establecimiento de educación formal como la escuela preparatoria, la de ingeniería, la de medicina o la de artes y oficios. Sin embargo, generalmente no concluyeron sus estudios profesionales. Sus conocimientos eran una mezcla de saberes teóricos y empíricos. En su práctica laboral se vinculaban con los artesanos, los profesionistas y los hombres de negocios. En buena medida, se transform aron en puentes o eslabones entre los cuatro grupos sociales relevantes de la invención en México. Aunque, de hecho, todos los grupos tenían cierta vinculación. Sus ingresos los obtuvieron como pequeños propietarios o llevando a cabo trabajos encargados por los profesionistas, comerciantes y empresarios. Pertenecían a la medianía de la clase media, aunque algunos lograron am asar pequeñas fortunas después de años de intenso trabajo.

Finalmente, de acuerdo con los rasgos particulares de cada uno de los grupos sociales relevantes, podemos apreciar que la mayoría de los inventores mexicanos pertenecían a la clase media, quizá en su porción más baja, o formaban parte de la elite intelectual. Los ingenieros, pertenecientes al sector de los profesionistas, constituyeron poco más del treinta y dos por ciento de los inventores relevantes. Es decir una tercera parte del total, mientras que los comerciantes e industriales —claros representantes de la clase media mexicana—, sumaron el cuarenta y ocho por ciento. Finalmente, los mecánicos mucho más asociados a las capas populares sólo alcanzaron el diecinueve por ciento. No obstante, cabe destacar que la nutrida presencia de los mecánicos e industriales se presentó hasta el porfiriato, cuando disminuyeron los costos de las patentes. Durante los años anteriores, el sistema mexicano de patentes fue una entidad elitista dominada por los ingenieros y algunos comerciantes con suficientes recursos económicos. Esto viene a corroborar que el sistema de patentes se “democratizó” durante el porfiriato, permitiendo la incursión de los representantes de la clase media o de los miembros de las capas populares que estaban a punto de acceder a esa porción de la sociedad.

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TABLA 3PORCENTAJE DE INVENTORES "RELEVANTES"

Grupo social relevante Inventores Porcentaje

Ingenieros 122 32.6%

Comerciantes 93 24.9%

Industriales 87 23.3%

Mecánicos 72 19.3%

Fuentes: se encuentran en el primer anexo,

De este modo, en este capítulo introductorio hemos identificado los distintos periodos de las patentes mexicanas, localizamos a los grupos sociales relevantes de la invención patentada, realizamos una prim era descripción de sus perfiles sociales y demarcamos las características de los campos de invención donde manifestaron reiteradam ente su actividad inventiva. A continuación, es necesario adentrarnos en la explicación de las circunstancias materiales, sociales y culturales que de alguna manera intervinieron en las dinámicas y tendencias de patentación locales. En este sentido, en un principio nos centraremos en las condiciones contextuales de la época preporfirista que influyeron en la actividad inventiva en general y en las dinámicas de patentación de los grupos sociales relevantes en particular.

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CAPÍTULO 5

Las condiciones del contexto sociotécnico preporfirista

Resulta evidente que la transición de la época preporfirista a la porfirista marcó una coyuntura en el registro de las patentes locales. Como lo señalamos, la distribución de patentes no fue homogénea durante el siglo XIX y el porfiriato. Una vez clausurado el largo arco temporal de la época preporfirista sobrevino un significativo crecimiento en el ritmo de patentación que se hizo extraordinario a partir de 1903. Esta situación, desde luego, no sólo fue consecuencia de la reducción en el costo de las patentes. De haberlo sido, el registro de inventos mexicanos hubiera caído drásticamente cuando estuvo vigente la ley porfirista de 1890, la cual se convirtió en la más onerosa de todo el siglo XIX. No obstante, aunque sí se presentaron algunas variaciones, el número de patentes locales nunca alcanzó los niveles raquíticos que mostró antes del porfiriato. En pocas palabras, el costo de las patentes efectivamente fue un factor que influyó en la cantidad de inventos registrados, pero no fue la única variable que repercutió en los ritmos y las dinámicas locales de patentación.

En nuestro estudio, entonces, nos encontramos ante dos escenarios particulares de la invención en México cuya naturaleza es mucho más compleja que la simple reacción a las variaciones en las tarifas de patentación. No existe punto de comparación entre los niveles que había antes y después del comienzo del porfiriato. Ya hemos señalado que la disparidad entre ambos periodos fue excepcional, el promedio mensual de patentes se centuplicó entre uno y otro. Además, en la época porfirista, el acceso a las patentes se volvió más equitativo entre los grupos sociales relevantes. Por el contrario, en el escenario preporfirista tanto el acceso social como los ritmos de patentación fueron sumam ente limitados. Si la cantidad de patentes fue reducida, la proporción de inventores asiduos que patentaron en varias ocasiones fue aún menor. Como lo veremos con mayor detalle en el próximo capítulo, sólo ocho personas lograron patentar sus ideas en más de una ocasión.

Además, como puede apreciarse en la tabla 4, las patentes se concentraron de forma mayoritaria entre los ingenieros. Esto, hasta cierto punto, puede considerarse normal si tomamos en cuenta que estos individuos tuvieron acceso a la formación técnica más sólida de aquel entonces, poseían las herram ientas intelectuales para em prender un proyecto de invención y contaban con las experiencias necesarias para innovar en el ámbito técnico-industrial. Sin embargo, esto no concuerda con la experiencia de los países más industrializados donde los ingenieros desem peñaron un papel secundario en el registro de invenciones durante la existencia tem prana del sistema de patentes. En Inglaterra, por ejemplo, este grupo social obtuvo muy pocas patentes entre 1750 y 1800. La razón de esto, según Christine MacLeod, radica en que el trabajo de estos profesionistas estaba enfocado a resolver problemas de construcción, no al empleo de su conocimiento en la fabricación de nuevos artefactos.1 Asimismo, en Estados Unidos

1 MacLeod, Christine. Inventing the Industrial Revolution. The English Patent System, 1600-1800, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pp. 103-104.

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los ingenieros jugaron un rol secundario como inventores durante la marcha inicial del sistema de patentes.2 En ambas naciones, por el contrario, fueron los artesanos y los industriales quienes marcaron la pauta de la invención interna, mientras que en el escenario mexicano estos grupos apenas aparecieron. ¿Por qué el comportamiento fue tan diferente en México?, ¿por qué existieron niveles tan bajos de patentación y tan concentrados entre los ingenieros?, ¿a qué se debió la poca o nula participación de los artesanos e industriales? La respuesta a estas interrogantes se encuentra, desde luego, en las propias condiciones del contexto sociotécnico preporfirista.

TABLA 4INVENTORES MEXICANOS (1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Grupo social relevante Inventores Patentes Asiduos

Ingenieros 13 20 4

Comerciantes 9 12 2

Mecánicos 4 7 1

Industriales 1 1 0

Totales 27 40 7

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

5.1. Las condiciones estructurales: la era de la anarquía

De entrada es necesario considerar que durante este lapso de la historia de México se vivió una época de aciaga inestabilidad política y económica. Entre la independencia y el porfiriato, la nación transitó por más de cincuenta administraciones. Con frecuencia existieron gobiernos simultáneos, cada uno de los cuales se atribuía la representación nacional. Este descontrol originó un caudal de insurrecciones, cuartelazos y golpes de Estado. Además, por si los conflictos internos fueran insuficientes, se presentaron dos grandes guerras contra naciones extranjeras. La prim era originó la pérdida de más de la mitad del territorio nacional y la segunda significó la imposición de un em perador forastero. No es extraño, entonces, que cuando se presentó una mayor estabilidad, los pensadores del porfiriato hayan denominado este periodo como la era de la anarquía.3 Pero si la situación política era sumam ente inestable, las condiciones económicas eran lamentables. La mayor parte de la población apenas tenía lo suficiente para sobrevivir. La depresión económica que comenzó a despuntar en los últimos años de la colonia, se agudizó en extremo con la guerra de independencia y, durante todo el periodo de la anarquía, permaneció como causa principal del subdesarrollo material.4

2 Khan, B. Zorina y Kenneth L. Sokoloff. "Institutions and Democratic Invention in 19th-Century America: Evidence from 'Great Inventors’, 1790-1930”, The American Economic Review, No. 2, 2004, p. 397.3 Leal, Juan Felipe. La burguesíay el Estado mexicano, México, Ediciones El Caballito, 1979, p. 65.4 San Juan Victoria, Carlos y Velázquez Ramírez, Salvador. "La formación del Estado y las políticas económicas [1821-1880]”, en Cardoso, Ciro (Coord.) México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social, México, Nueva Imagen, 1990, p. 65.

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En este marco estructural de inestabilidad política y enraizada crisis económica en conjunción con el particular funcionamiento del sistema mexicano de patentes—, se incrustó el desarrollo de la actividad inventiva mexicana. No se requiere demasiada agudeza para reconocer que estos factores influyeron de manera profunda en la baja cantidad de patentes obtenidas en la época precedente al porfiriato. Algunos estudios han subrayado la estrecha relación que existe entre las condiciones estructurales y los niveles de patentación. Autores como T. S. Ashton, Jacob Schmookler y H. I. Dutton han demostrado en sus respectivas investigaciones que las patentes son obtenidas cuando existe estabilidad política y prosperidad económica, mientras que en las épocas de profunda inestabilidad los niveles de patentación disminuyen claramente.5

En México, por ejemplo, durante la intervención norteamericana no se patentó ningún invento, incluso las secuelas de esta contingencia histórica se extendieron cuatro años más, hasta 1852.6 En este sentido, es esclarecedor el testimonio del inventor poblano José María Fort. En su solicitud señalaba que desde 1846 había comenzado a trabajar en una invención que le permitiera estam par mantas de indianilla azul con el empleo de un cilindro gravado, pero “cuando a mediados del año de 47 iba a recoger el fruto de mi trabajo, la invasión americana lo estropeó todo, perdiendo lo mucho que había gastado con ese objeto”.7 Después la crisis económica en la que se sumió el país agravó aún más su situación, teniendo que interrum pir sus trabajos durante varios años.

Así, en el contexto mexicano preporfirista, donde la crisis y la inestabilidad formaban el escenario de la cotidianeidad, era poco probable esperar la aparición de una nutrida actividad inventiva. De inicio, entonces, estas condiciones estructurales nos explican el origen sistémico del exiguo crecimiento de las patentes mexicanas y su absorción en los grupos sociales que gozaban de mejores condiciones de vida. En efecto, el estatus económico de los hombres de negocios y los ingenieros les permitía dedicar un mayor número de recursos al desarrollo y registro de sus inventos. Además, regularmente ni siquiera era necesario que le dedicaran demasiado tiempo y dinero a sus proyectos, pues las invenciones que protegían eran el subproducto de su profesión o el resultado natural de las actividades que desarrollaban. Los comerciantes, por ejemplo, buscaban proteger sus mercancías simplemente para adherirles una leyenda donde constaba el número de patente. Esta práctica se volvió tan común que, hacia 1865, el encargado de la segunda sección de Fomento, José María Ruiz, advertía que debía “fijarse la atención sobre la insignificancia de los inventos que muy poca utilidad proporcionan al público, y en que sólo se buscan las patentes para darles importancia y nombradía, sin curarse del desprestigio en que por ellas puede caer el gobierno”.8

5 Asthon, Thomas Southcliffe. “Some Statistics of the Industrial Revolution in Britain”, The Manchester School, Vol. 16, No. 2, 1948, pp 214-234; Schmookler, Jacob. Invention and Economic Growth, Cambridge, Harvard University Press, 1966; Dutton, Harold Irvin. The Patent System and Inventive Activity Turing the Industrial Revolution, 1750-1852, Manchester, Manchester University Press, 1984.6 La relación pormenorizada de las patentes obtenidas por año puede consultarse en los anexos 2 y 3.7 AGN, Patentes y Marcas, Caja 6, Exp. 403.8 AGN, Patentes y Marcas, Caja 8, Exp. 487. Sin embargo, esta práctica persistió hasta la época porfirista, pues los términos en los que estaba formulada la ley eran demasiado vagos e imprecisos, permitiendo que se registraran objetos que en rigor no merecían la concesión de una patente de invención.

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Mientras tanto, los objetos patentados por los ingenieros regularmente eran producto de sus propias actividades laborales. Por ejemplo, en 1869 el ingeniero topógrafo Juan N. Contreras, declaraba que después de “una experiencia continuada de trece años de ejercicio en mi profesión” había encontrado un medio eficaz para “la mensura de las grandes propiedades, sustituyendo del todo el uso de la cadena y la brújula, con tanta o mayor exactitud que la que se obtiene con estos instrum entos”. El ingeniero nombró su invento “Carrito medidor odografo” y estaba compuesto “de un carruaje pequeño para tiro de una sola bestia” y un mecanismo medidor que se colocaba en su interior.9 De la misma manera, ingenieros como Julián Islas, en el área de la navegación acuática, Juan A. Robinson, en el terreno de la amalgamación de metales, y Damián Tort y Rafols, en el campo de la ingeniería mecánica, registraron diversas invenciones relacionadas estrechamente con los trabajos que ejecutaban.10

De esta forma, no resulta para nada extraño que los grupos sociales que efectuaban inversiones menos costosas [de tiempo y dinero] en los proyectos de invención, hayan destacado en esta época de arraigada inestabilidad económica y política. No obstante, más allá de los males orgánicos que afligían a la sociedad preporfirista, había una serie de factores más focalizados que repercutieron en las dinámicas internas de invención y que fueron fundamentales para determ inar quién podía y lo que se podía patentar. Estas circunstancias, en términos esquemáticos, pueden agruparse en dos vertientes. Por una parte estaban los obstáculos propiamente técnicos del contexto local. Es decir, carencia de materias primas, herram ientas y procesos para verificar los experimentos de invención. Por otra parte se encontraban ciertos impedimentos socioculturales. Es decir, limitada circulación y acceso restringido a los conocimientos técnicos, así como ciertos prejuicios sobre las actividades desarrolladas por algunos grupos sociales y los saberes que empleaban en sus actividades cotidianas. Desde luego, ambas vertientes estaban totalmente interconectadas, constituyendo el tejido sin costuras del contexto sociotécnico local. Asimismo, estos elementos tuvieron un impacto combinado sobre la actividad inventiva de los grupos sociales relevantes.

5.2. Las condiciones técnicas: los obstáculos materiales

En cuanto a los obstáculos técnicos del contexto local esta circunstancia repercutió de m anera profunda en todas las facetas de la invención. En prim er lugar, la dificultad de conseguir materias primas [metales principalmente], era una barrera infranqueable para quienes deseaban in tentar alguna experiencia nueva. De las pocas invenciones patentadas durante este periodo, una cantidad significativa se quedó en el papel, y las que lograron construirse en modelos en bulto, como se decía entonces, generalmente atravesaron por enormes dificultades. Esto, en parte, se debía a los altos costos de las materias primas. El precio del hierro, por ejemplo, era altísimo en comparación con su costo en naciones como Inglaterra y Estados Unidos. En caso de que se encontrara en

9 AGN, Patentes y Marcas, Caja 10, Exp. 605.10 AGN, Patentes y Marcas, Caja 15, Exp. 879; Caja 9, Exp. 528; Caja 9, Exp. 761; Caja 9, Exp. 558.

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el mercado —lo cual en sí mismo era complicado, pues en todo el territorio se carecía de un sistema de extracción y fundición eficiente—, su elevado costo representaba un enorme impedimento para obtenerlo y emplearlo en la formación de modelos que no garantizaban ninguna retribución a corto plazo.11 Desde 1837, el empresario Estevan de Antuñano había manifestado la imperiosa necesidad de explotar los yacimientos de hierro del país.12 En su texto Pensamientos para la regeneración industrial de México, además de recom endar que debía estimularse y rem unerarse a los inventores locales para “despertar el ingenio mexicano”, sostenía que era necesario fomentar la explotación del hierro, elemento base del progreso material:

La explotación del fierro es tan necesaria para formar la riqueza nacional, que

im posib le sería, que ningún país h ic iese grandes progresos en sus artes y en su

agricultura, si no se dedicase a este objeto primordial de la riqueza; porque el

hierro es la m ateria general, casi única, la más econ óm ica para construir tod os los

in strum entos con que el en tend im iento hum ano, por m edio de los sentidos, pone

en ejecución sus ideas útiles [_ ] La explotación del hierro m otiva la de los

adelantos en la construcción de los instrum entos: e s te es el grande interés de la

explotación, ella no puede tener otro fin que el de fundir este metal, batirlo y

tornearlo en formas útiles, aplicables para proporcionar m ás d escanso al hombre,

y más econ om ía y perfección en los artefactos.13

El hierro, con justa razón, era considerado la materia prima esencial para llevar acabo las ideas de los inventores. Sin embargo, en México anualmente se compraba cerca de un millón de pesos de este material en el extranjero, mientras que en el subsuelo local había grandes yacimientos que permanecían inexplorados como resultado del enorme

11 En tiempos de guerra un quintal de hierro (100 libras ó 46 kilogramos) llegó a tener un costo de 100 pesos en el mercado, mientras que el acero alcanzó el estratosférico precio de 260 pesos. En tiempos de paz, el quintal de hierro costaba 18 pesos y el de acero 24 pesos. Peña, Sergio de la. La formación del capitalismo en México, México, Siglo XXI Editores, 2003, p. 62 y Mentz, Brígida von (et. al.) Los pioneros del imperialismo alemán en México, México, Ciesas, 1982, p. 192.12 Estevan de Antuñano fue el empresario mexicano más destacado de la época preporfirista y el principal propagandista de la industria nacional. Hijo de españoles, nació el 26 de diciembre de 1792 en el puerto de Veracruz. Sus estudios los realizó en España y en varias ciudades de Inglaterra, en donde indudablemente quedó impresionado por el progreso técnico e industrial de aquella nación. En 1811, cuando regresó a México, estableció su residencia en la ciudad de Puebla y pronto fundó una pequeña fábrica de hilados y tejidos. Posteriormente, de 1832 a 1834, fue uno de los principales beneficiarios del Banco de Avío, institución que lo apoyó económicamente en reiteradas ocasiones. Durante estos años obtuvo la maquinaria que estaba destinada a la Compañía Industrial de Puebla, un primer préstamo por 36,000 pesos —con el cual pudo rescatar unos aparatos que, por falta de pago, tenía detenidos en Estados Unidos—, y dos préstamos más por 60,000 y 30,000 pesos respectivamente. Con base en este capital, a fines de 1834, Antuñano estableció y equipó con maquinaria extranjera la fábrica de textiles de algodón más grande de su tiempo: La Constancia Mexicana. Desde entonces, y hasta su muerte en 1847, continuó incursionando en la industria textil, fundó una segunda fábrica llamada La Económica y se autonombró caudillo de la "insurrección industrial”. Sin lugar a dudas, este personaje es merecedor de una detallada biografía, pues a pesar de que existen recopilaciones de sus textos, varios ensayos dispersos y referencias aisladas, carecemos de un estudio exhaustivo que analice sistemáticamente el pensamiento de este prolífico escritor y empresario mexicano.13 Antuñano, Estevan de. Pensamientos para la regeneración industrial de México, escritos publicados por el ciudadano Estevan de Antuñano, a beneficio de su patria. Puebla, Imprenta del Hospital de San Pedro, 1837, p. 15.

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atractivo que despertaba la explotación de metales preciosos como el oro y la plata. Siendo México una nación con una gran tradición minera francamente era inexplicable que no se explotaran las vetas de este metal. Exaltado por esta situación, Antuñano no vacilaba en decir: “tenemos indudablemente minerales de hierro en varias situaciones ¿y aún consentimos expatriar un millón de pesos para pagar el hierro extranjero?, si tal siguiera sucediendo, justamente se nos podría calificar de imbéciles”. Aún con el ánimo encendido exclamaba: “¡Abran bien los ojos nuestros gobernantes, y averigüen la verdad de lo que acabo de decir!”.14 No obstante, pese a las evidencias, algunos años después la producción de hierro seguía siendo insuficiente para los requerimientos de la nación. Lucas Alamán, el personaje más influyente de la época en materia industrial, reconocía que el hierro producido internam ente “ni es todo el que se necesita para el consumo de la República, ni a un precio tan bajo como es m enester para que aumente su uso”.15

Aunque hacia 1862 ya existían diversas fundiciones que implementaron altos hornos como la de Piedras Azules en Durango, la de Miraflores en Chalco y la de Guadalupe en Zacualpan, apenas se daban abasto para proveer de materiales a las grandes empresas mineras, mientras que algunas ferrerías más pequeñas se enfocaron en la producción de municiones y artillería. Además, los precios continuaban siendo exorbitantes en el interior de la República por la carencia de un sistema de carga eficiente que redujera los costos de transportación.16 Los caminos estaban en pésimas condiciones, algunos habían desaparecido por el efecto combinado de las guerras y las lluvias, el m otor que conectaba los mercados internos eran las mulas, y el parque vehicular del comercio se componía de “carretas de dos ruedas, hechas de madera y cuero casi sin el empleo del hierro, con ejes de madera, ruedas cortadas directamente de los troncos del árbol y cuatro barras como rayos”.17 Ni luces, desde luego, de la existencia del ferrocarril. Así, cuando se rompía alguna pieza de hierro forjado, como lo reconocía el inventor Juan N. García, la pérdida era “tanto más gravosa, cuanto mayor es la distancia que hay del punto en que se va a las fábricas de fundición, porque el flete absorbe una cantidad igual, y a veces mayor al costo que tiene en la fábrica”.18

No sólo era complicado encontrar hierro, igualmente el acero, el estaño y la hojalata eran metales escasos en los mercados internos. Incluso en algunas regiones del país resultaba difícil conseguir madera de buena calidad y rigidez para que los modelos de invención no se destrozaran en los primeros experimentos. Aunada a esta carencia de

14 Ibid., pp. 15-16.15 Memoria sobre el estado de la agricultura e industria de la República que la dirección general de estos ramos presenta al Gobierno Supremo, México, Imprenta de J. M. Lara, 1843, p. 33.16 Acerca del desarrollo de la industria siderúrgica en México durante la segunda mitad del siglo XIX, puede consultarse: Toledo Beltrán, Daniel y Francisco Zapata. Acero y Estado. Una historia de la industria siderúrgica integrada en México, México, UAM, 1999; Sánchez Díaz, Gerardo. "Los orígenes de la industria siderúrgica mexicana. Continuidades y cambios tecnológicos en el siglo XIX”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, No. 50, julio-diciembre, 2009, pp. 11-60.17 Riguzzi, Paolo. "Los caminos del atraso: tecnología, instituciones e inversiones en los ferrocarriles mexicanos, 1850-1900”, en Kuntz Ficker, Sandra y Paolo Riguzzi. Ferrocarriles y vida económica en México. Del surgimiento tardío al decaimiento precoz, México, El Colegio Mexiquense-UAM, 1996, p. 43.18 AGN, Patentes y Marcas, Caja 2, Exp. 234.

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materias primas, en el contexto preporfirista había una limitada cantidad y variedad de instrumentos de precisión para las operaciones fabriles, la mayoría importados del extranjero después de la fundación del Banco de Avío. Para completar el escenario, los talleres especializados en la construcción y reparación de maquinaria brillaban por su ausencia. Antuñano, nuevamente con su tono exacerbado, mencionaba que además de ser precario e ignominioso, era poco económico que el país estuviera a expensas de las herram ientas y la maquinaria introducida del extranjero, mientras que en el territorio nacional se desaprovechaban las materias primas y los hombres que potencialmente podían ayudar en su construcción. Exclamaba: "¡Mengua del carácter nacional sería no ensayar alguna fábrica de construcción de instrumentos finos, que usase precisamente desde cierto tiempo el hierro y otras materias nacionales y los brazos de éstos!”.19

Sin embargo, a pesar de la exaltación del empresario veracruzano, se fundaron pocos talleres de esta naturaleza. En el Segundo Imperio el gobierno de Maximiliano rechazó la oferta de Carlos Wast, un afamado manufacturero belga, quien proponía la creación de una fábrica de maquinaria agrícola e industrial, pues el gobierno imperial no tenía mucho interés en desarrollar una industria totalmente autóctona.20 Posteriormente, únicamente tenemos noticia que a finales de la década de 1860, el empresario francés Onesiphor Lebesgue estableció en la ciudad de México un taller para la construcción y compostura de máquinas.21 De ahí en fuera, en el resto del país sólo había unos pocos establecimientos artesanales que realizaban fundiciones y trabajos mecánicos con una carencia absoluta de maquinaria moderna. En Guadalajara, por ejemplo, se localizaba el taller "Pérez y Dávalos” donde el ingenio y la habilidad artesanal de sus propietarios (Máximo Dávalos y Pérez e hijo), sustituían las carencias técnicas. Ahí se efectuaban, según el testimonio de Mariano Bárcena, "muy notables invenciones o reformas en los aparatos conocidos, siendo de notar que faltan en el taller muchos de los medios mecánicos más esenciales”.22

Frente a esta carencia de servicios que pudieran asistir a los inventores mexicanos en la construcción de sus proyectos de invención, es común observar en las solicitudes de patentes que los inventores realizaban los modelos por su cuenta, teniendo que llevar a cabo una multitud de trabajos y gastos cuantiosos en ensayos y modelos.23 Tal fue el caso del comerciante poblano Ignacio Gómez de Ligero, quien expuso que "después de mil experimentos infructuosos, proyectos frustrados y no pequeñas sumas invertidas en el desarrollo de más experimentos”, había logrado construir un pequeño artefacto para construir velas de cebo.24 Asimismo, cuando el panadero veracruzano Antonio Valdés buscó proteger su máquina para fabricar pan, biscochos y galletas, señaló: "yo que a merced de mil cálculos, apreciaciones y formaciones de maquinarias en pequeño he conseguido el fin que me propuse, pido suplicando que se me conceda un privilegio

19 Antuñano, Estevan de. Pensamientos para la regeneración^, p. 18.20 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., p. 308.21 AHDF, Memorias de Raya, Vol. 1303, Exp. 1340, Tomo 32.22 Bárcena, Mariano. La segunda exposición de Las Clases Productoras y descripción de la ciudad de Guadalajara, Guadalajara, Tipografía de Sinforoso Banda, 1880, p. 129.23 AGN, Patentes y Marcas, Caja 6, Exp. 401.24 AGN, Patentes y Marcas, Caja 1, Exp. 62.

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exclusivo de diez años para que sólo yo pueda trabajar la máquina de mi invención”.25 Entre tanto, el queretano Sixto Pegueros mencionaba que “a costa de imponderables trabajos y de una constante aplicación he podido realizar la idea de una máquina para cardar lana”.26 También el inventor zacatecano Andrés Ramírez indicó que “después de innumerables trabajos y de un transcurso de tiempo tan prolongado [10 años], a pesar de estar sumergido en la miseria y destituido de todo amparo, logré por fin hace pocos meses perfeccionar mi invento, construyendo yo mismo una máquina, con la cual, sin más esfuerzo que el de un hombre, se ponen en movimiento desde uno hasta quince malacates”.27

Testimonios como los anteriores abundan en el acervo de patentes. En ellos se denota que el inventor mexicano de esta época no sólo debía ser un proyectista original, sino un constructor de sus propias ideas, adecuándolas a los recursos materiales, físicos y económicos que pudiera poseer. Ya fuera porque no hallaba los servicios adecuados, porque no contaba con el dinero suficiente para contratarlos o para evitar que su idea fuera plagiada en los talleres artesanales —como le sucedió al comerciante moreliano Luis Reynoso—,28 el caso es que estas situaciones naturalmente limitaron la cantidad de personajes que podían dedicarse al quehacer de la invención, pues efectivamente era una actividad que requería la inversión de mucho tiempo, dinero y desvelos que no cualquiera podía realizar en las condiciones del México decimonónico. Tal como lo resumió el inventor Ignacio Espínola, “las dificultades, muchas veces insuperables con que en nuestro país tropezamos, ya pecuniarias, o ya de conocimientos productores, por el estado naciente de nuestra industria” eran consabidas por las autoridades y por la sociedad, “y por lo mismo me abstengo de hacer mérito de la lucha que he sostenido por mucho tiem po” para la invención de un aparato de destilación.29

Así, frente a este conjunto de obstáculos técnicos, los inventores mexicanos debieron ajustar sus inventos a las condiciones del contexto local o conseguir el financiamiento necesario para construirlas en el extranjero. Por ejemplo, Juan Nepomuceno Adorno, el inventor más afamado y prolífico de esta época, al comenzar su carrera de inventor batalló enormidades para construir los prototipos de madera de sus máquinas para labrar cigarros, puros y rapé. Una vez concluido el proyecto presentó dichos artefactos al Supremo Gobierno que en ese entonces había restablecido el estanco del tabaco. Las máquinas resultaron provechosas y se firmó un convenio oficial donde se estipulaba que serían construidas en Europa bajo la supervisión del propio inventor. En 1845, Adorno viajó con sus saberes y modelos al viejo continente, pero las “circunstancias

25 AGN, Patentes y Marcas, Caja 1, Exp. 68.26 AGN, Patentes y Marcas, Caja 1, Exp. 63.27 AGN, Patentes y Marcas, Caja 5, Exp. 383.28 Existe un extenso litigio donde el comerciante Luis Reynoso manifestó que había sido usurpado de su invención, una máquina para cortar jabón, por parte de los artesanos carpinteros Fernando Ziehl y Antonio Téllez. La documentación que se generó al respecto es interesante, pues participaron varios sectores de la sociedad, unos a favor de los artesanos otros a favor del comerciante, teniendo como vencedor al señor Reynoso gracias a que logró demostrar que había contratado a los carpinteros para que construyeran los primeros ensayos de su invención. AGN, Patentes y Marcas, Caja 2, Exp. 213.29 AGN, Patentes y Marcas, Caja 10, Exp. 625.

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aciagas de aquella época y las posteriores” impidieron que el gobierno le suministrara las cantidades acordadas. Adorno permaneció ocho años y medio en diversas ciudades europeas, intentando realizar sus inventos con sus recursos y conocimientos.30

Asimismo, en el ramo henequenero, las desfibradoras más sofisticadas de la época se construyeron en Estados Unidos. En 1852, el inventor Manuel Cecilio Villamor logró construir un modelo de madera de la prim era invención que parecía haber resuelto el complicado problema de desfibrar las firmes pencas del henequén. Después de haber obtenido la patente respectiva, Villamor creó una sociedad anónima junto con algunos de los más respetables comerciantes de la sociedad yucateca. En seguida se reunió una fuerte suma de dinero para construir la máquina de hierro en Nueva Orleans, bajo la vigilancia de su inventor. Una vez terminado el artefacto —cuatro años después de su invención—, se introdujo en Mérida. En un inicio funcionó con facilidad, comenzó a desfibrar las pencas como se había previsto, pero al poco tiempo algunas de sus piezas cedieron ante la firmeza del henequén. Los ánimos de los inversionistas, junto con las finanzas y la máquina del inventor, quedaron destrozados. El artefacto averiado nunca se reparó ni se volvió a construir, nadie quiso invertir nuevamente en un artefacto tan costoso. Las piezas que se rescataron fueron vendidas como fierro viejo y las restantes se consumieron en un incendio.31

En cambio, la invención que tuvo más éxito fue la desfibradora del mecánico yucateco José Esteban Solís. La famosa "Máquina Solís”—cuya configuración puede observarse en la galería de imágenes que anexamos—, fue un artefacto de "manufactura casera”, construido con materiales que podían conseguirse localmente. Se trató de un aparato de madera compuesto por una rueda (básicamente obtenida de una carreta) a la que se le incorporaron ocho cuchillas de bronce para desfibrar las pencas. Su sencillez, sin embargo, contrastaba con su eficacia y baratura, pues las máquinas más sofisticadas que se inventaron durante este periodo, no consiguieron los resultados de la también llamada "Rueda Solís”. Hacia 1890, cuando la industria del henequén estaba totalmente mecanizada, la máquina Solís seguía siendo la más económica del mercado. Tenía un reducido costo de 250 pesos frente a los 4,500 pesos que costaba el ejemplar más reciente de la desfibradora Villamor y los 10,000 pesos que valía la “Vencedora” del inventor español Manuel Prieto.32

Los ejemplos anteriores nos m uestran que la capacidad de producción tecnológica en México era sumam ente limitada. Por ello, no es extraño que las invenciones locales del periodo preporfirista hayan sido principalmente de madera o procesos industriales en los que no se requería la construcción de aparatos de metal. Las carencias del contexto local se encargaron de configurar las invenciones nacionales. También por este motivo los ingenieros y los comerciantes fueron los grupos sociales que más patentaron en procesos como la amalgamación de metales, la construcción de ladrillos, la fabricación

30 AGN, Patentes y Marcas, Caja 2, Exp. 202.31 Memoria de Fomento, 1857, p. 52; Espinosa Rendón, José D. Nuevo método para agramar, rastrillar y limpiar la hoja del jenequén, Mérida, Imprenta de José D. Espinosa, 1863, pp. 7-8.32 Barba, Rafael. El henequén en Yucatán, México, Tip. de la Secretaría de Fomento, 1895, pp. 67-70.

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de azúcar, la conservación del pulque, la transportación de alimentos, la perforación de pozos artesianos, la fabricación de porcelana, la destilación de alcoholes y aceites, etcétera. En el siguiente capítulo examinaremos con mayor detalle las tendencias de patentación. Lo que podemos manifestar ahora es que, contrario a lo que sucedía en las naciones más industrializadas, la mayoría de los inventos mexicanos tuvieron un impacto reducido en el desarrollo industrial.

5.3. Las condiciones sociales: atavismos y prejuicios

Las carencias del escenario preporfirista tenían implicaciones incluso más graves para el desarrollo de las invenciones locales. La propia tecnología existente sirve de modelo para la realización de nuevos inventos. El conocimiento técnico, como cualquier otro conocimiento, es por naturaleza acumulativo. Es necesaria la existencia de prototipos que guíen el desarrollo de nuevas ideas e invenciones. Ya desde la clásica definición de Schmookler, la invención fue definida como una nueva combinación de conocimientos preexistentes. El mismo autor observó que el número de patentes variaba en función del uso de las técnicas. Entre más se utilizaba un artefacto más se inventa en torno de él.33 Esto, por supuesto, parte de una premisa lógica, pues muchas de las invenciones son mejoras a la tecnología existente o toman como modelo los aparatos conocidos. En México, antes del porfiriato, el desarrollo industrial era muy limitado y la tecnología instalada generalmente era arcaica o bastante reproducida. Los primeros intentos por m odernizar la industria aparecieron hasta 1830 con la fundación del Banco de Avío, mientras que la prim era industria con una gran capacidad tecnológica instalada fue la del empresario textil Estevan de Antuñano, La Constancia, fundada en 1835. Durante los años siguientes se crearon más fabricas que incorporaron nuevas tecnologías, pero el desarrollo global de la industria local fue sumam ente pausado, detenido muchas veces por la caótica situación política que prevalecía en el país.

La reiteración del uso de tecnología conocida, la redundancia de prácticas habituales y la carencia de artefactos que refrescaran la imaginación con nuevas visiones técnicas, eran rasgos atávicos que limitaban la creación de nuevas ideas. Era preciso contar con fuentes de información que avivaran la mente, que ampliaran la mira más allá de las prácticas tradicionales, que sirvieran como punto de referencia para concebir nuevas invenciones. En pocas palabras, era necesario nutrir el acervo social de conocimientos tecnológicos con un amplio surtido de maquinarias, experiencias y saberes. Esto podía lograrse, en gran medida, mediante una correcta divulgación de la información técnica generada local y globalmente, pero en todo momento la sociedad mexicana tropezaba con distintos obstáculos que limitaban su circulación. Aquí presenciamos en esencia la unión de las condiciones técnicas y sociales del México preporfirista. Condiciones que naturalmente eran concomitantes e interdependientes. En realidad, unas y otras eran una amalgama indivisible que sólo puede deconstruirse con fines explicativos, pues en los hechos ambas coexistían en una misma dimensión, la cual, precisamente, formaba el contexto sociotécnico de la época.

33 Schmookler, Jacob. Invention and Economic Growth, Cambridge, Harvard University Press. 1966.

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De este modo, la escasez de fuentes de información técnica, el acceso restringido y la defectuosa circulación de los conocimientos técnicos al interior de la sociedad, fueron factores que influyeron en los grupos sociales y en las patentes registradas. A lo largo de esta época el acceso a los conocimientos técnicos principalmente se alcanzaba en la escuela o el taller. Sin embargo, en todo el país las instituciones educativas eran pocas y con múltiples problemas. Prácticamente no existían establecimientos consolidados en la esfera de la instrucción técnica. Con excepción del Colegio de Minería y el Colegio Militar, ambos ubicados en la capital de la República, la enseñanza formal en materia industrial era casi inexistente. En provincia sólo funcionaron ocasionalmente algunas escuelas de ingenieros en Guanajuato, Zacatecas, Oaxaca, San Luis Potosí, Michoacán y Aguascalientes.34 Si bien es cierto que a fines de esta época se establecieron las bases de la educación técnica, creándose diversas escuelas de artes y oficios, ingeniería y agricultura, en los hechos su desarrollo fue bastante discreto e irregular, al grado que algunas estuvieron a punto de ser clausuradas en varios momentos. Además, quienes tenían la posibilidad de ingresar a estos establecimientos constituían un grupo selecto de la sociedad, eran una elite ilustrada que contrastaba con la inmensa mayoría de la población analfabeta. El acceso a los conocimientos técnicos trasmitidos mediante una educación formal fue sumam ente limitado en este periodo.

Mientras tanto, en los pequeños talleres artesanales —que constituían la mayor franja industrial del país— los conocimientos también estaban marcados por los atavismos, giraban alrededor de los mismos tópicos tradicionales, trasmitidos generacionalmente por los antepasados y afectados por las carencias técnicas antes mencionas. Aunado a esto, en dichos establecimientos el sistema de trasmisión de saberes era bastante ineficiente, requería la inversión de mucho tiempo para conocer los secretos del arte, pues los maestros artesanos retardaban el proceso de enseñanza con la intención de m antener el mayor tiempo posible a los aprendices bajo una explotación extrema.

Asimismo, en la mayoría de los casos, los propietarios de los talleres disponían de un reducido capital que utilizaban esencialmente para el pago de salarios y el alquiler del local, mientras que las posibilidades de inversión en instrumentos de producción eran bastante limitadas, impidiendo la ampliación de la unidad productiva.35 Aunque el acceso a las actividades artesanales se abrió al abolirse las restricciones que impedían la libertad de profesión, aumentando la proporción de personas que practicaban algún tipo de oficio,36 esto no significó que los conocimientos técnicos fueran trasmitidos de m anera adecuada. Las prácticas gremiales de resguardo y monopolización de la

34 Staples, Anne. "La constitución del estado nacional”, en Arce Gurza, Francisco (et. al.) Historia de las profesiones en México, México, El Colegio de México, 1982, pp. 111-125; Bazant, Mílada. "La República Restaurada y el Porfiriato”, en Arce Gurza, Francisco (et. al.) Historia de las profesiones^, pp. 170-171.35 Cardoso, Ciro. "Las industrias de transformación (1821-1880)”, en Cardoso, Ciro (Coord.) México en el siglo XIX^, pp. 163-164.36 González Hermosillo, Francisco. "Estructuras y movimientos sociales (1821-1880)” en Cardoso, Ciro (Coord.) México en el siglo XIX^, pp. 227-229. En el caso de la ciudad de México, por ejemplo, había dos mil talleres artesanales que cuando mucho le daban ocupación estable a 10 mil artesanos de los 28 mil que estaban censados a mediados del siglo XIX.

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información se mantuvieron vigentes, pues esto garantizaba una m enor competencia laboral e ingresos constantes.

Por otro lado, los lugares de sociabilidad formal donde podían intercambiarse saberes, experiencias e información profesional, prácticamente no existieron durante la mayor parte de este periodo. Las asociaciones de carácter industrial, científico, profesional y artesanal comenzaron a surgir en la época de la República Restaurada. Con excepción de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, fundada en 1833, las asociaciones civiles fueron escasas. En las revistas de la capital se reconocía que la nación mexicana no lograría el desarrollo industrial y el progreso material que gozaban los países más adelantados, “mientras el espíritu de asociación y de mutua cooperación entre todas las clases industriales no se desarrolle con todo vigor”. Se comprendía cabalmente que el objeto de estas asociaciones no era precisamente “formar compañías, poniendo en común sus capitales” sino espacios compartidos “para discutir mutuam ente sobre los medios de mejorar las producciones del país de toda clase”. En efecto, la sociabilidad formal era crucial para nutrir los conocimientos de los grupos sociales más vinculados con el “progreso industrial”. Los redactores de El museo mexicano se preguntaban:

¿Qué pu ed en hacer jamás en beneficio de la industria hom bres aislados, concentrados en sí m ism os, reducidos a sus e scasos recursos, sin comunicación,

sin enlace entre sí, sin plan alguno para trabajar en tan grandiosa obra, que jamás

se realizará sino por los esfuerzos reunidos de todas aquellas clases cuyos

in tereses están ligados con con ces ion es tan fuertes e íntimas? [_ ] ¿Por qué, pues, tod os es tos hom bres que trabajan en diferentes géneros de industria no se han de

asociar entre sí, para so sten er con vigor sus intereses, que son esencia lm ente los

in tereses de la República?37

En el fondo, era una apelación a la sociedad civil para que enfrentara el problema de la industrialización, pues se mencionaba que una de las principales causas de la lentitud y dificultad del desarrollo industrial en México, era porque “todo se quería obtener del gobierno y la sociedad nada quiere hacer por sí, como si la fuerza, el poder y recursos de la administración pública no dependiesen de la sociedad”. Se trataba, igualmente, de formar asociaciones para que circulara el conocimiento, para crear un contingente de personas afanosas, para reunir un caudal de recursos por pequeñas suscripciones. Con ello, las asociaciones podían fundar un “gabinete de lectura, formado únicamente de libros principalmente elementales sobre las artes y la industria, la minería y la agricultura”. Esto podría enriquecerse con una colección de minerales y, sobre todo, con “diseños o modelos de máquinas de todas clases”. Asimismo, se mencionaba que uno de los objetos más útiles de las sociedades industriales “sería poner en práctica, aunque en pequeño, los descubrimientos y métodos industriales”. El resultado de tales experimentos podría comunicarse al público a través de los periódicos, de manera que éstos se volvieran el “medio de inteligencia, de concierto y de mutua cooperación ente las diferentes asociaciones de la república”. En fin, los editores de El museo mexicano concluían con un llamado a la sociedad civil, señalando que:

37 “Sociedades Industriales”, El museo mexicano o miscelánea pintoresca de amenidades curiosas e instructivas , Tomo I, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1843, pp. 118-119.

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Para estab lecer las asociaciones industria les no se necesitan hom bres

profundam ente científicos, ni oradores elocuentes; son estas sociedades

reuniones am istosas en las que se trata sobre los progresos industriales con sencillez y bu en a fe, pero con entusiasm o y patriotismo. Todo hom bre que tiene

una m ina que trabaja, un cam po o una huerta que cultiva, anim ales que cría, un

taller o una fábrica, un com ercio, o cualquiera otro giro, un arte útil en su

aplicación a los trabajos industriales; tod os estos hom bres, decim os, deben

reunirse por cálculo, por interés, por patriotism o y por am or a la hum anidad, para

formar asociaciones de industria, y todas éstas deben relacionarse y auxiliarse

m utuam ente en sus trabajos, para no formar sino una grande sociedad que tenga un plan, un s istem a, un designio, una com binación y recursos para realizar en

nuestro país la mejora de las artes y las em p resas industriales, para cuya

plantación tiene tan grandes e lem en tos .38

No obstante, a pesar de la ferviente convocatoria, las asociaciones de artesanos, industriales y profesionistas vinculados a las actividades técnicas, no se fundaron sino hasta los últimos años de la época preporfirista. En suma, la escuela, el taller y los espacios de sociabilidad formal, los tres establecimientos más relevantes para la difusión del conocimiento técnico, no se desarrollaron en la medida que se requería, no facilitaron la circulación de los saberes o no fueron centros de fácil acceso. Sólo quedaban en el escenario algunas fuentes complementarias como las publicaciones de temas técnicos, las exposiciones industriales y la información técnica contenida en los expedientes de las propias patentes de invención. Aunque las dos prim eras existieron en este periodo, su difusión fue limitada. Las publicaciones de carácter técnico eran pocas en relación con la densidad demográfica o la porción de la sociedad que se dedicaba a los oficios manuales. Los editores preferían dedicar sus esfuerzos a la comunicación de asuntos políticos por la relevancia que tenían en esos momentos de convulsión. Sin embargo, es justo mencionar que los impresos fueron la fuente más copiosa de información y saberes técnicos durante esta época. Como consta en las distintas reseñas de revistas, folletos y periódicos de la era preporfirista, la producción de literatura técnica alcanzó niveles importantes en las principales ciudades del país.39 Siguiendo con la tradición inaugurada por Antonio Alzate, quien se ocupó como ninguno en la divulgación de los conocimientos técnicos y científicos que pudieran ser útiles al público en general, se desarrollaron varios proyectos encaminados a vulgarizar los avances de las ciencias y las artes, aunque su difusión

38 Ibid., p. 120.39 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., pp. 289-290; Leal, Juan Felipe y José Woldenberg. La clase obrera en la historia de México. Del estado liberal a los inicios de la dictadura porfirista, México, UNAM-Siglo XXI Editores, 1996, pp. 178-201; Bringas, Guillermina y David Mascareño. La prensa de los obreros mexicanos, 1870-1970. Hemerografía comentada, México, UNAM, 1979; Bringas, Guillermina y David Mascareño. Esbozo histórico de la prensa obrera en México, México, UNAM, 1988, pp. 13-26; Santos, Isnardo y Everardo G. Carlos González. “Usos, formas y contexto de la prensa destinada a los trabajadores en la ciudad de México en el siglo XIX”, en Clara de Lark, Belem y Elisa Speckman Guerra. La República de las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Volumen II, México, UNAM, 2005, pp. 159-170.

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siempre se tropezó con el extendido analfabetismo de las llamadas “clases m enesterosas”.

Mientras tanto, las exposiciones industriales no lograron el propósito de servir como agentes del desarrollo y la propagación industrial. Aunque desde 1849 se realizó la prim era exposición nacional en la ciudad de México, las autoridades reconocían que la población no valoraba su trascendencia “porque aún no es bien comprendido el objeto de tales espectáculos o por la apatía e indolencia que forman el carácter general en la población, lo cual hace que dichas exposiciones sean vistas con indiferencia”. En estos espacios la gente concurría “como pretexto para una reunión de puro pasatiempo”.40 En 1851, por ejemplo, en una excelente crónica de lo acontecido en la exposición de la ciudad de México, Francisco Zarco, con el seudónimo Fortun, describía así el aspecto de los asistentes: “allí están representadas todas las clases de la sociedad, los más van sin saber a qué, otros quieren lucir sus vestidos nuevos, otros sus aires de petulancia [_] aquello es una masa informe de necios y de hombres de talento, de potentados y de miserables, de oprimidos y de opresores, de genio y de estupidez, de crimen y de virtud: todo mezclado”. Sin embargo, respecto a la finalidad de la exposición, Zarco se lamentaba de la falta de tino de los organizadores para escoger los objetos y “desechar los abortos y las monstruosidades industriales”. Mencionaba:

En m uy buen lugar se ve ía un m uñeco de mantequilla, objeto horrible y asqueroso,

que parecía un feto mal formado; en buen lugar también, estaba una plaza de

toros de pulgas v e s t id a s^ ¿Vestir pulgas es arte, es industria, puede tener alguna

utilidad, algún buen gusto? ¿No debe considerarse entre e so s extravíos del ocio

que tanto condenaba uno de los más ilustres pontífices? En la sala de cabildos del Escmo. A yuntam iento [_ ] v im os un m u ñ eco de barro v erdaderam ente detestable, en que se pretendía representar a un general. La cabeza es cinco v eces más

grande que el som brero, y todo era lo m ás tosco y lo más grosero que se pueda

imaginar. Oímos decir, y no resp o n d em o s de la exactitud de la especie , que era

obra de un ciego, que había querido retratar al actual pres idente de la República

[Mariano Arista] ¡Vano y desdichado esfuerzo! P ensando de pronto que eso podía

ser cierto, ¡triste destino nos dijimos, el del presidente! ¡Lo retratan los ciegos, lo

aconsejan los necios, lo rodean los tránsfugas, y así todo tiene que salir com o su

retrato!41

En esa ocasión se presentaron algunos inventos que fueron premiados por las juntas calificadoras. Una caja de seguridad construida en el taller de Rosenberger y Primo; un aparato de los herreros Linel y Gaudy, “cuya invención no deja de ser ingeniosa”, para perfeccionar las campanillas de los hoteles; una bomba-noria perfeccionada por Pedro Green “muy útil para las grandes extensiones de terreno”; un modelo de una máquina hidráulica “inventada y construida” por Florentino Jacquenard; un nuevo volante con el nombre de prensa de José Morel; un alambique perfeccionado por Agustín Barthes y

40 Anales del Ministerio de Fomento^, Tomo I, 1854, p. 209. Acerca de la primera exposición de la ciudad de México puede consultarse: Gómez de la Cortina, José Justo. Ensayo sobre la Primera Exposición de Agricultura e Industria en México, México, Tip. de R. Rafael, 1849.41 Zarco, Francisco. Los imprescindibles: Francisco Zarco, selección y prólogo de José Woldenberg, México, Cal y Arena, 1996, pp. 304-306.

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Antonio Ny, que “según opinión de personas inteligentes, tiene muchas ventajas sobre los que generalmente se usan”; y una máquina de desgranar trigo cuyo autor no quedó registrado. Estos adelantos de la industria, sin embargo, eran minúsculos, elementales, y la exposición fue opacada por la falta de expositores de provincia. Los inventos que pudieron exhibirse quedaron limitados a la capital. A decir de Zarco, la exposición no pasó de la medianía, “ella no puede servir de señal para conocer el estado de las artes, ni de la industria en México, porque puede decirse que sólo de la capital no concurre ni una vigésima parte de lo que puede concurrir, y que faltan los productos de todos los Estados”. Año tras año la Junta de Fomento de Exposiciones tropezó con el mismo problema de la poca participación de los expositores de provincia, por lo que incitaba a los gobernadores y autoridades municipales para que no dejaran “vacíos los lugares destinados a los estados” como había sucedido en eventos pasados “con mengua de la industria nacional”.42

En el interior de la República, donde el acceso a la información técnica era aún más complicado por el tradicional centralismo de las instituciones mexicanas, no tenemos datos precisos sobre la celebración sistemática de exposiciones industriales antes del porfiriato.43 Según la opinión de las autoridades estatales, era demasiado complicado m ontar estos eventos, pues “la guerra civil esparcía por todas partes el terror, el luto y las lágrimas. El incendio consumía nuestros pueblos y nuestras fincas. La guerra arrancaba del taller y del arado, al obrero laborioso para arrastrarlo al campo de la m uerte y del exterminio. La miseria, la desolación y el desaliento reinaban como soberanos en nuestra infortunada sociedad”. En pocas palabras, “hablar de exposición en aquellas angustiadas circunstancias, hubiera sido, no sólo una gran imprudencia sino la más dolorosa de las ironías”.44

Finalmente, la divulgación de los conocimientos técnicos implícitos en las patentes no se presentó durante este periodo. Como lo vimos en el capítulo tercero, la descripción y los dibujos de las invenciones patentadas se mantuvieron en secreto al menos hasta 1890. Aunque en realidad fue con la fundación de la Oficina de Patentes y Marcas, ya bien entrada la época porfirista, que se divulgaron extensamente. Los conocimientos e ideas técnicos que contenían las patentes —una extraordinaria fuente de información sobre el estado de la técnica—, permanecieron archivadas durante este periodo. En este sentido, tenían razón los editores del Museo Mexicano, Manuel Payno y Guillermo Prieto, cuando señalaron que “la verdadera utilidad de un descubrimiento consiste en que se propague y generalice, principalmente en las clases industriosas; mientras

42 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo VIII, No. 4947, p. 492. Otra invitación para que los estados enviaran muestras industriales puede verse en: AGN, Patentes y Marcas, Caja 8, Exp. 5.43 Únicamente tenemos referencia de un documento de 1857 donde la Junta de Fomento de Exposiciones señalaba que: “en algunos estados se ha introducido ya la buena costumbre de hacer en cada año o en periodos más largos las exposiciones de sus objetos industriales”. Dublán y Lozano, Legislación Mexicana^, Tomo VIII, No. 4947, p. 493.44 Mendoza, Justo. Memoria de la primera exposición del estado de Michoacán de Ocampo, Morelia, Imprenta del gobierno en palacio, 1877, p. 3.

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tales descubrimientos sean solamente conocidos por algunos hombres estudiosos, son para la sociedad de muy poco provecho”.45

Estos problemas de acceso y circulación de los conocimientos técnicos originaron que la cantidad y diversidad de invenciones mexicanas fuera reducida y que ciertos grupos sociales tuvieran la ventaja de poseer información que podía resultar primordial para em prender un proyecto de invención. Si bien la generación de ideas no conoce estatus ni condición social, lo cierto es que el acervo de conocimientos técnicos disponible en la sociedad (tanto explícitos como tácitos o tanto formales como informales) facilitaba o restringía la incubación de ideas originales que eventualmente podían patentarse. Entre más acotadas fueran las fuentes de información era natural esperar una menor pluralidad y multiplicidad de ideas patentadas. Entre más restringido fuera el acceso a los conocimientos técnicos era normal esperar una mayor concentración de patentes en ciertos grupos sociales. Ambos fenómenos aparecieron en el contexto preporfirista. Por una parte, la cantidad y variedad de patentes fue muy reducida. Por otra parte, los grupos sociales que más invenciones registraron fueron aquellos que tenían un mayor acceso a la información técnica como los ingenieros y hombres de negocios, mientras que los mecánicos, pertenecientes al segmento social del artesanado urbano, tuvieron dificultades para acceder a los saberes técnicos formales, lo que se convirtió en uno de los motivos que les impidieron obtener un mayor número de patentes. Entre tanto, los industriales no figuraron durante este periodo porque eran un grupo incipiente en plena gestación, como lo veremos un poco más adelante.

Además, retomando el caso de los artesanos —el grupo social más prolífico respecto a la obtención de patentes en las potencias industriales—, existen otras razones de peso para explicar su escasa participación en la materia en el contexto mexicano, a pesar de que se trataba, quizás, del sector con mayores habilidades técnicas y conocimientos empíricos. En este sentido, es poco probable que durante esta época los artesanos se hayan sentido atraídos por la idea de registrar sus inventos. No sólo porque los costos de patentación eran extremadamente altos en función de sus ingresos, sino porque las patentes tenían una connotación elitista. Eran instrumentos para dispensar privilegios exclusivos a los que tal vez no se sentían meritorios por su condición social subalterna.

Asimismo, es preciso recordar que los artesanos tradicionalmente preferían m antener ocultos los secretos del arte que ejercían. El concebir un nuevo instrumento o proceso de producción les daba una ventaja frente a los competidores. Por lo tanto, era natural que buscaran proteger dicha invención restringiendo su empleo al interior del taller, pues patentarla significaba ponerla a disposición de otros artesanos, perdiendo así la ventaja que se había obtenido. En suma, en una sociedad donde aún persistían muchas nociones de antiguo régimen, era poco factible que los artesanos, uno de los sectores con mayores índices de analfabetismo, percibieran las patentes en su sentido liberal, es decir como una herram ienta para resguardar los derechos de propiedad intelectual de sus conocimientos técnicos novedosos.

45 “Métodos y descubrimientos industriales”, El Museo Mexicano^, Tomo 1, 1843, p. 67.

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Por otro lado, debemos mencionar que en esta época los artesanos muchas veces eran menospreciados públicamente por carecer de conocimientos teóricos. El fruto de su trabajo era considerado burdo, elemental y precario. Desde los primeros años de vida independiente se hablaba de una carencia absoluta de artesanos ilustrados capaces de competir con la maestría alcanzada por los extranjeros. En 1834, Estevan de Antuñano señalaba que el fomento de las "artes mecánicas ilustradas” —cuya precaria existencia era lamentable en México—, había sido el camino trazado por "las naciones cultas de Europa” que debía seguirse para mejorar la condición de la industria local y lograr el triunfo de la nación mexicana.46 En 1845, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Mariano Riva Palacio, mencionaba que la industria nacional podía clasificarse en dos grandes categorías, "poniendo en una todas las artes manuales y las manufacturas groseras y atrasadas que hemos tenido siempre, y en la otra, las industria fabril recientemente exportada de Europa”.47 En 1848, varios mexicanos reseñaban las causas de la decadencia del país y, entre ellas, encontraban que "la clase de artesanos que en otras naciones más afortunadas forma la parte principal del verdadero pueblo, por su inteligencia y actividad, en México es insignificante y despreciable, así por su corto número, como por la ignorancia y abatimiento en que se halla”.48 En 1863, el yucateco José D. Espinosa y Rendón se quejaba amargamente de la "ruda ejecución y peor combinación de las piezas que se demandan a los artesanos”. 49 En fin, autoridades, empresarios, propietarios, críticos sociales e intelectuales siempre encontraban un momento propicio para denostar los conocimientos y trabajos de este grupo social.

La solución a tales problemas, según la fórmula milagrosa descubierta por éstos y por otra plétora de afamados pensadores del periodo, era la instrucción científica de los hombres consagrados a los trabajos manuales.50 Eso, desde su perspectiva, era crucial para mejorar las "prácticas ru tineras” de sus quehaceres cotidianos. Una y otra vez se insistía en la necesidad de que tuvieran conocimientos de matemáticas, física, química, mecánica y dibujo lineal. Era necesario formar una nueva clase de artesanos capaz de competir en las artes ilustradas o las artes científicas, no en las simples y burdas artes mecánicas donde sólo trabajaban las manos en ausencia de la capacidad intelectual. Se sostenía, en resumen, la necesidad de forjar la mente de los artesanos con el estudio

46 Antuñano, Estevan de. Discurso analítico de algunos puntos de moral y economía política de Méjico con relación a su agricultura cereal, o sea pensamientos para un plan para animar la industria mejicana, Puebla, Imprenta de José María Campos, 1834, p. 35.47 Memoria de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, México, Antigua Imprenta de J. F. Jens Sucesores, 1845, p. 22.48 Varios Mexicanos, "Consideraciones sobre la situación política y social de la República Mexicana, en el año 1847”, en Morales Becerra, Alejandro (Comp.) México. Una forma republicana de gobierno. La forma de gobierno en los congresos constituyentes de México, México, IIJ-UNAM, Vol. 2, T. 1, p. 775.49 Espinosa Rendón, José D. Nuevo método para agramar^, p. 4.50 Entre los personajes más destacados de está época que coincidieron en las "soluciones” de los problemas artesanales se encuentran Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora, Lucas Alamán y Tadeo Ortiz. Cfr. Eguiarte Sakar, María Estela. Hacer ciudadanos. Educación para el trabajo manufacturero en el S. XIX en México, México, UIA, 1989; Ortiz, Tadeo. México considerado como una nación independiente y libre, o sean algunas indicaciones sobre los deberes más esenciales de los mexicanos, Burdeos, Imprenta de Carlos Lawalle Sobrino, 1832.

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de la ciencia para mejorar sus prácticas, para competir con la grandeza de la industria extranjera y para encarrilar al país en la ruta del progreso y la civilización:

No se p u ed e esperar que la industria de nuestro país l legue a com petir con la

extranjera, sino cuando la teoría de las artes sea exp u esta con claridad y con

exactitud; cuando por m ed io de ella el artesano conozca a fondo los materiales de

que usa en sus manufacturas, y com prenda las operac iones que com ú n m en te no

se practican sino por rutina. La teoría de las artes y las manufacturas tal com o se

halla expuesta en las obras de Tecnología m ás m odernas, com prende todas las

aplicaciones que rec ien tem en te se han hecho de los descubrim ientos científicos a los m étod os y proced im ientos industriales. El conocim iento de es tos adelantos

que ha hecho la industria desd e que las ciencias se han aplicado a mejorar las

artes y a perfeccionar sus producciones, es esencial para que una nación no se

q uede atrás en la carrera de la c ivilización y del progreso .51

Para conseguir lo anterior, se realizaron numerosos diagnósticos que invariablemente desembocaron en las mismas conclusiones: trae r artesanos extranjeros que ilustraran a los mexicanos y fundar escuelas de artes y oficios. Ambos planes, sin embargo, sólo se concretaron parcialmente en esta época. Los artesanos foráneos nunca llegaron en la proporción deseada y la formalización de la educación artesana padeció múltiples reveses. En la ciudad de México la fundación de la escuela de artes y oficios se decretó dos ocasiones (1843 y 1856), pero en ambas prácticamente sólo existió en el papel. En 1857 funcionó durante unos meses, pues la encarnizada Guerra de Reforma ocasionó, entre otras catástrofes, el incendio del edificio donde estaba emplazada la institución, originando la clausura del plantel durante varios años. Fue hasta 1868, con el inicio de la República Restaurada, que comenzó a funcionar de manera ininterrumpida.52

Ante estos malogrados intentos, precisamente durante los años de la restitución de las instituciones republicanas, las opiniones sobre la imperiosa necesidad de “adiestrar el entendimiento” de los artesanos, enseñándoles a “investigar y reflexionar de un modo verdaderam ente lógico”, se profundizaron con la entrada triunfal del positivismo en el escenario nacional. Bajo la égida de una filosofía que colocaba por encima de todo el conocimiento positivo de la ciencia, se “ratificó” que las limitaciones de los artesanos eran por causa de sus raquíticos conocimientos teóricos. Así, desde la década de 1870, cuando el positivismo se posicionó en la mente de los intelectuales mexicanos más influyentes, éstos no salieron de los discursos donde señalaban que debían vulgarizarse los conocimientos de “las leyes de la naturaleza, o sea las verdades de la

51 “Métodos y descubrimientos industriales”, El Museo Mexicano^, Tomo 1, 1843, p. 67. Este artículo es realmente importante para la historia de la tecnología de México, pues se trata de la primera vez que se introduce el término “tecnología” como una palabra que une los saberes técnicos de las artes mecánicas y los conocimientos metódicos de la ciencia. De hecho, también es importante porque aparece una primera noción de la tecnología como mera ciencia aplicada, una noción que persiste con mucha fuerza en nuestros días y que ha sido sumamente criticada por distintos filósofos del conocimiento tecnológico como lo veremos en varios pasajes de este trabajo.52 Herrera Feria, María de Lourdes (Coord.) La educación técnica en Puebla durante el porfiriato: la enseñanza de las artes y los oficios, Puebla, BUAP, 2002, pp. 9-10.

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ciencia, pues son leyes y verdades de infinitas aplicaciones en la vida práctica”.53 El positivismo sólo vino a exasperar un pensamiento que venía presentándose desde mucho tiempo atrás. La alabanza a la ciencia como base del progreso técnico existió desde la prim era mitad del siglo XIX, pero se sustentó doctrinalmente en la época de la República Restaurada y teóricamente durante el porfiriato, como lo veremos con detalle en la última sección.

Es innegable que los conocimientos científicos eran de gran utilidad para el desarrollo y ejecución de las prácticas artesanales, pero no eran la panacea que remediaría todos los problemas que enfrentaban. Los intelectuales de esta época, desde su perspectiva cientificista, comúnmente soslayaron que tales actividades respondían a un género de conocimientos diferente; ignoraron, casi por completo, los procesos de pensamiento implícitos en su producción. En efecto, las actividades artesanales no cumplían con las prescripciones del método científico, porque esencialmente estaban inmersas en la esfera del conocimiento técnico, en cuya lógica particular las nociones teóricas tienen un papel menos relevante que la praxis. De acuerdo con Walter Vincenti, la tecnología es fundamentalmente un asunto de razonamiento práctico, las fuentes del conocimiento técnico sugieren modos bastante anárquicos de adquirir dicho saber. Las experiencias accidentales en el diseño y fabricación de los artefactos, según este autor, contribuyen en mayor rango al conocimiento técnico que las transferencias de la ciencia.54 Además, es un hecho constatado que el conocimiento científico a menudo requiere cierto grado de adaptación o transformación para volverse utilizable. De esta forma, una gran parte del conocimiento empleado en el ámbito de la técnica se obtiene empíricamente. Por ello, las habilidades y las destrezas, lo que ahora llamamos "saber hacer” (know-how), es una porción esencial del conocimiento técnico, cuya relación también es demasiado vaga con la aplicación de las llamadas "verdades científicas”. En este sentido, la forma como los artesanos solucionaban distintos problemas de orden técnico no implicaba forzosamente el cumplimiento de normas teóricas o preceptos científicos, sino la meditación y la experimentación de su resolución práctica mediante la apuesta de conocimientos tácitos y prescriptivos.

Sin embrago, durante esta época las destrezas y habilidades, agrupadas comúnmente bajo la palabra ingenio, eran consideradas como acciones carentes de método positivo, simples aptitudes motrices que podían alcanzar algún grado de perfección pero jamás las formas superiores de la actividad humana. En cambio, los pensadores positivistas garantizaban que los conocimientos teóricos elevarían las rústicas prácticas artesanas a las modernas artes científicas, pues "no hay quien ignore que todos los adelantos que constituyen las mejoras materiales, de que con justicia se enorgullece nuestra época, salen de los gabinetes y laboratorios científicos”.55 Esto implicaba concebir a la ciencia como la herram ienta cognitiva más poderosa para solucionar todas las dificultades de apropiación y explotación del entorno natural, mientras que las herram ientas del

53 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México. Estado que guardan la instrucción primaria, la secundaria y la profesional en la República, México, Imprenta del Gobierno, 1875, pp. XXII-XXIII.54 Vincenti, Walter G. What Engineers Know and How They Know It. Analytical Studies from Aeronautical History, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1990.55 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México, pp. CCXXXV-CCXXXVI.

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razonamiento empírico, las destrezas prácticas o los conocimientos técnicos irremediablemente quedaban subyugados ante la omnipotencia de la ciencia.

Según este orden de ideas, quienes únicamente poseían conocimientos empíricos eran marcados, sin mediar más fundamento que el prejuicio, como sujetos con capacidades inferiores para conseguir los “grandes avances e inventos que la ciencia ha logrado aprovechando los elementos que la naturaleza bruta proporciona”.56 De esta forma, el positivismo terminó por arraigar definitivamente la noción de que los conocimientos empíricos, empleados principalmente por los artesanos, eran inferiores a los saberes teóricos emanados de la ciencia. En consecuencia, los artesanos fueron estigmatizados como un sector carente de conocimientos adecuados para resolver asuntos complejos de carácter técnico. El problema no fue que se buscara instruirlos en materia de orden científico, lo cual era necesario en un contexto global cada vez más especializado, sino que sistemáticamente se difundieron versiones nada positivas sobre la naturaleza y el alcance de sus conocimientos particulares, situación que terminó marcándolos con un sello del que ya no se pudieron desprender.

Así, como consecuencia de estos prejuicios y de las transformaciones en las prácticas educativas, durante los años de la República Restaurada comenzó a consolidarse un nuevo grupo social que buscó distanciarse de las ideas negativas que habían afectado a los artesanos. Los industriales u hombres de industria constituyeron una segmento social que combinaba las habilidades técnicas y los conocimientos científicos. Muchos de ellos estudiaron en la escuela preparatoria o en los planteles de artes y oficios bajo un currículo académico elaborado con apego al método positivo. Asimismo, algunos tuvieron una educación profesional truncada en las escuelas de ingeniería, agricultura o medicina. No obstante, cuando estos personajes ingresaban al ámbito laboral no se asumían como artesanos sino como industriales. De hecho, la connotación del término “industrial” para referirse a estas personas comenzó a presentarse con más incidencia hacia finales de la época preporfirista. En los diccionarios de la prim era mitad del siglo XIX dicha palabra sólo era un adjetivo para la calificar “lo perteneciente a la industria”, m ientras que a finales del siglo XIX también se convirtió en un sustantivo para definir a “la persona que vive del ejercicio de una industria o es propietario de ella”.57

Los industriales, entonces, eran los nuevos agentes populares de las artes ilustradas, de las actividades técnicas donde no sólo obraban las manos y el ingenio, sino también el entendimiento lógico de las operaciones practicadas. Formaban parte de las “clases m enesterosas”, pero ya no eran los antiguos artesanos que solamente empleaban una serie de conocimientos empíricos, sino una nueva clase de personas productivas que poseían ciertos saberes teóricos adquiridos en la escuela. Así se marcaba una ruptura, una diferencia cultural con la asimilación que estigmatizaba a los artesanos, aunque en la práctica las actividades y conocimientos de ambos grupos diferían muy poco. Los

56 Ibid., p. XXIII.57 Las transformaciones del término "industrial” pueden consultarse en las diversas ediciones decimonónicas del Diccionario de ¡a lengua castellana por ¡a academia española. En Internet existen varias bases de datos donde se encuentran tales ediciones en formato digital. Una de ellas es la Colección Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León cuya dirección es http://cd.dgb.uanl.mx.

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industriales, por lo tanto, en el esquema positivista desempeñaban las artes ilustradas en sus niveles más elementales, pues los ingenieros eran quienes estaban llamados a realizar las artes científicas aún más sofisticadas. Tal jerarquía se mantuvo vigente en el pensamiento social durante la época preporfirista e incluso, como lo veremos con mayor detalle en el séptimo capítulo, se llevó a un plano teórico durante el porfiriato.

De este modo, en el escenario mexicano preporfirista era poco probable encontrar a los artesanos e industriales como grupos prolíficos en el terreno de las patentes. Los primeros porque no eran invitados a incorporarse a dicha institución, ya fuera por los elevados costos de su adquisición, por su connotación elitista o por los generalizados e infundados prejuicios de sus conocimientos y actividades. Los segundos porque eran un grupo social en plena formación. Mientras tanto, los ingenieros eran quienes tenían mayores ventajas para patentar, pues no sólo poseían conocimientos y experiencias adecuados para dicha tarea, también contaban con los medios suficientes para asumir la inversión en tiempo y dinero que requerían las patentes. Finalmente, los hombres de negocios y los comerciantes generalmente patentaron productos que no requerían demasiada elucubración y cuando desarrollaron proyectos más sofisticados sus inversiones fueron menos riesgosas, pues en gran medida se tra taba del resultado natural de sus establecimientos fabriles o comerciales. En conjunto, sin embargo, las condiciones técnicas y materiales del escenario local fueron bastante complicadas para todos, lo cual repercutió en la baja cantidad de patentes obtenidas en cifras absolutas.

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CAPÍTULO 6

Una desbarajustada maquinaria social

De acuerdo con lo que vimos en el capítulo anterior resulta evidente que, en conjunto, la época preporfirista fue un periodo poco propicio para generar y patentar inventos. Debemos recordar que en este periodo la concesión de patentes se enmarcó dentro de una institución de tintes elitistas, dominada por la ley alamanista y por los intervalos que estuvo vigente la ley de Zuloaga. Ambos dispositivos legales, como lo advertimos en su momento, establecieron tarifas bastante altas para patentar y estaban enfocados en resguardar una amplia variedad de actividades que iban más allá de la invención. Recordemos, además, que en cierto momento se impuso la consignación de modelos en bulto de los inventos, lo cual originó un gasto adicional para los inventores. Asimismo, las autoridades encargadas de administrar el sistema de patentes regularmente tenían una noción distorsionada del objeto de las patentes, consideraban a la invención como los artefactos construidos, no como las ideas para su construcción. Esto, por supuesto, limitó el universo de personas que podían construir una invención, no sólo concebirla.

En estos años la tendencia general del sistema prácticamente no fue proteger las ideas (la cual era, en teoría, su finalidad), sino más bien la transferencia de maquinaria, la fundación de nuevas empresas y los inventos construidos o las innovaciones técnicas. Todas las circunstancias del contexto sociotécnico preporfirista originaron cifras bajas de invenciones y propiciaron un desbarajuste en la maquinaria social de patentación. No obstante, a pesar de los obstáculos mencionados, se presentaron algunos esfuerzos encomiables. Los inventores locales lograron patentar 105 creaciones, cuyo contenido es evidencia de su perseverancia en un contexto que conspiraba contra la demostrada capacidad inventiva de los mexicanos. En el desarrollo de este capítulo, entonces, nos proponemos m ostrar las tendencias generales de las patentes producidas localmente durante esos complicados años de la historia nacional. Con ello, ciertamente, podemos formarnos una idea más clara del sentido que adquirió la invención patentada y de los factores contextuales que configuraron las experiencias nacionales entre 1842 y 1876.

Cabe señalar que por tra tarse de una época con una cantidad reducida de invenciones mexicanas, podemos efectuar un análisis en conjunto de este cuerpo de patentes. Tal análisis nos servirá de preludio para examinar las trayectorias, ritmos y rasgos de las patentes obtenidas por los grupos sociales relevantes que comenzaron a conformarse en esa época, así como de los embrionarios campos de invención que éstos iniciaron a cultivar. Del mismo modo, esta distribución nos permite aquilatar de mejor forma los desequilibrios que experimentó la invención patentada en México, pues identificamos los síntomas que originaron el malestar general de la experiencia local en la materia y al finalizar nos centramos en los grupos sociales que por su importancia en el ámbito industrial pudieron desarrollar las patentes, pero no lo hicieron porque los engranajes sociales de patentación estaban desconectados como consecuencia de las condiciones imperantes en el contexto sociotécnico preporfirista.

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Así, en los dos primeros apartado estudiamos las tendencias generales de patentación. En un prim er momento examinamos los senderos que siguió la actividad inventiva en el México preporfirista, especialmente en los aspectos relacionados con la distribución espacial de las patentes y la residencia de los inventores mexicanos. Esto nos permite descubrir la dimensión geográfica de la inventiva mexicana, localizar las regiones más proclives a producir patentes, encontrar los fenómenos de disparidad y analizar estos elementos para comprender los bajos niveles de patentación. Después, identificamos los tópicos o las materias en donde se manifestó la actividad inventiva de los actores nacionales, enfatizando la falta de articulación o la fragmentación en los proyectos que emprendieron, para advertir los ámbitos industriales que pretendieron impulsar, su posible impacto en la economía y su relación con el desarrollo material del país. De tal modo que estos elementos generales constituyen un excelente indicativo del camino que siguieron las patentes locales y son un reflejo fiel de las condiciones contextuales que permitieron dichas trayectorias.

Finalmente, en el tercer apartado estudiamos la incipiente conformación de los grupos sociales relevantes y la gestación de los primeros campos de invención. Durante esta época, las condiciones del contexto sociotécnico impidieron que ambos componentes se consolidaran, lo cual es bastante significativo para comprender el exiguo desarrollo de las patentes locales, pues sin actores sociales procediendo en una misma dirección los esfuerzos se hicieron más complicados. En realidad, consideramos que se presentó una reacción en cadena: las condiciones materiales, políticas y culturales del siglo XIX impidieron que se consolidaran grupos sociales alrededor de las patentes, la ausencia de grupos consolidados dificultó la aparición de campos de invención, lo cual terminó limitando la cantidad de patentes locales. Cuando las circunstancias cambiaron en el porfiriato, las ataduras sociales se desligaron, poniendo en marcha el engranaje social de patentación.

6.1. La desequilibrada distribución de patentes

En principio es pertinente señalar que dentro de la época preporfirista de las patentes mexicanas (1842-1876) podemos observar que el decenio de la República Restaurada (1867-1876) presentó características particulares.1 En los años de la restauración de las instituciones republicanas los ritmos de patentación comenzaron a incrementarse lentamente, siendo este el preámbulo del enorme crecimiento porfirista en la materia y de otros cambios políticos, sociales, materiales, educativos e industriales vinculados con la actividad inventiva. Aunque no podemos hablar de un periodo de bonanza, ni mucho menos, sí se presentó un ligero aumento de patentes que resultó relevante en

1 En 1949 el historiador norteamericano Clinton H. Gardiner realizó un estudio pionero en la historia de las patentes mexicanas que se enfoca, precisamente, en las solicitudes y patentes concedidas durante la época de la República Restaurada. Se trata del primer trabajo que se preocupó por las patentes locales,lo cual le resultaba inexplicable. Le extrañaba que "obras de historiadores mexicanos como Luis Chávez Orozco, Silvio Zavala, Jesús Silva Herzog, para nombrar unos pocos, hayan descuidado el tema de los inventos mexicanos y la historia de las patentes”. Cfr. Gardiner, Clinton H. "Las patentes en México de 1867 a 1876”, El Trimestre Económico, Vol. XVI, No. 4, octubre-diciembre, 1949, pp. 576-599.

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las condiciones que vivía el país. Si durante los primeros años de vida independiente sólo se patentaron poco más de dos invenciones por año, en el decenio de la República Restaurada esta cifra se incrementó casi al doble, lográndose paten tar cuatro inventos anualmente (ver tabla 5). Sin duda, este crecimiento se originó gracias a las reformas que sufrió el sistema mexicano de patentes con la entrada en vigor de la Constitución de 1857 y a la mayor estabilidad que alcanzó el país. Como sabemos, ese periodo de la historia de México, a pesar de que tuvo cierta actividad revolucionaria, fue una década en donde hubo mayor desarrollo económico, político y social que en cualquiera de los decenios anteriores desde la independencia. Así, pues, podemos advertir un adelanto en el número de patentes, aunque ciertamente los ritmos de patentación continuaron siendo raquíticos comparados con los que se presentaron durante el porfiriato.

TABLA 5ETAPAS DE LAS PATENTES MEXICANAS DURANTE LA ÉPOCA PREPORFIRISTA

Etapas I Años I Años I Meses I Patentes I Prom. mensual I Prom. anual

Era de ¡a anarquía 1842-1866 25 300 65 0.21 2.5

República Restaurada 1867-1876 10 120 40 0.33 4.0

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Más allá de las cifras que aparecen en la tabla anterior —que ciertamente resultan un dato importante para precisar que el posterior desarrollo registrado en la materia no fue un fenómeno de completa discontinuidad—, durante toda la época preporfirista se presentaron una serie de condiciones que complicaron el registro de inventos como lo vimos en el capítulo anterior. Asimismo, las circunstancias del México decimonónico originaron que las patentes locales sufrieran una serie de desbarajustes. Uno de estos desequilibrios estuvo relacionado con la distribución espacial de las patentes y con la habitación de los inventores mexicanos. La invención patentada m uestra un profundo grado de concentración geográfica, lo cual sugiere que existieron muy pocos espacios propicios para patentar y que se presentaron escenarios regionales que tuvieron mejores condiciones que es necesario dilucidar.

De entrada, la distribución espacial de las patentes y la residencia de los inventores mexicanos nos m uestran algunas tendencias interesantes. Los principales puntos de habitación de los inventores, por orden de importancia, fueron la ciudad de México, Puebla, Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí, Yucatán, Veracruz y Aguascalientes. No se encuentra ninguna otra entidad que haya alojado a más de un inventor o que haya dado origen a más de una patente como se advierte en la tabla 6. Lo primero que salta a la vista es el hecho de que más del sesenta por ciento de todas las patentes fueron obtenidas por habitantes de la capital. Un predominio que se magnifica todavía más si consideramos que el estado de Puebla, el segundo en importancia, sólo cuenta con el seis por ciento del total de los inventores y poco más del nueve por ciento de todas las patentes. La diferencia, ciertamente, fue abismal entre la ciudad de México y todos los estados de provincia.

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res Porcentaje Patentes Porcentaje

62 63.3% 65 61.9%

6 6.1% 10 9.5%

6 6.1% 5 4.8%

4 4.1% 4 3.8%

3 3.1% 4 3.8%

3 3.1% 4 3.8%

3 3.1% 2 1.9%

3 3.1% 3 2.9%

2 2.0% 2 1.9%

1 1.0% 1 1.0%

1 1.0% 1 1.0%

1 1.0% 1 1.0%

1 1.0% 1 1.0%

1 1.0% 1 1.0%

1 1.0% 1 1.0%

98 100% 105 100%

TABLA 6DISTRIBUCIÓN DE INVENTORES Y PATENTES (1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Lugar

Ciudad de México

Puebla

Guanajuato

Zacatecas

San Luis Potosí

Yucatán

Veracruz

Sin residencia

Aguascalientes

Chihuahua

Durango

Estado de México

Guerrero

Hidalgo

Sinaloa

Totales

Nota: algunas patentes están registradas a nombre de más de un inventor, por ello en ocasiones es mayor el número de inventores que de patentes.Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

El papel predominante de la ciudad de México puede atribuirse, por lo menos, a cuatro grandes causas. En prim er lugar, quizás la de mayor importancia fue que el ambiente industrial de la capital ofrecía mejores posibilidades financieras que estimulaban a los inventores. En la ciudad de México se concentraba gran parte de la industria nacional y desde la década de 1830 se había conformado una pequeña clase empresarial —bajo el auspicio de las políticas de Lucas Alamán—, que en un determinado momento podía estar dispuesta a comprar las patentes o invertir sus capitales en la complicada fase de innovación. Cuando menos los inventores lo contemplaban como una posibilidad. Una evidencia de esas expectativas la podemos hallar en el caso del inventor Buenaventura Legorreta, quien el 28 de noviembre de 1863 obtuvo una patente de doce años por un "nuevo descubrimiento por el cual se fabrican con barro de la nación, trastos, flores, figuras y adornos a imitación de la loza de Sajonia”.2 Por varios días Legorreta insertó en los periódicos de la capital un aviso dirigido a los "señores capitalistas” donde decía lo siguiente:

El que suscribe tiene la honra y la necesidad de dirigirse a las personas que tienen un capital y que quieran aumentarlo, asociándose conmigo, para fomentar la fábrica de loza fina, de que soy autor y propietario, en Cuautitlán, con privilegio exclusivo, y la que ha llamado la atención de mis compatriotas que la han visitado (no sé si por el pobre aspecto

2 AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 1, X-25.

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que presenta, por la suma escasez de recursos que como humilde y desconocido hijo de México me ha asistido siempre, por el adelanto y perfección a que me ha permitido llegar mis ímprobos trabajos, de cual hay una prueba irrefragable y pública en las diversas piezas que he construido y que llevan el sello de mi nombre y apellido). Deseo, pues, un capitalista, un hombre de corazón que se asocie conmigo y me ayude a la laboriosidad que constituye toda la fuerza de mi alma.3

Desafortunadamente desconocemos si en ese momento el inventor Legorreta localizó un capitalista de buen corazón que se asociara con él para darle “cima a una empresa que tantos desvelemos me ha causado”, lo que sí sabemos es que unos meses después de haber obtenido la patente, el em perador Maximiliano visitó su fábrica para conocer lo que “a costa de mil sacrificios y esfuerzos ha logrado plantear este perseverante mexicano”.4 Además, la propia presencia de este testimonio es un indicativo de que los inventores de la capital tenían mayores expectativas de encontrar algún mecenas para sus inventos. De hecho, existen evidencias fragmentarias de un incipiente mercado de patentes en la ciudad de México. Sobre este aspecto sabemos que Marcelino N. Torres, propietario del privilegio por un “procedimiento para fabricar carbón artificial o pasta carbónica”, vendió sus derechos en virtud de lo que apareció publicado en el siguiente anuncio de La Sociedad:

El privilegio de la pasta carbónica que tan sorprendente resultado ha ofrecido

hasta hoy, aunque su verdadera im portancia es aún por causas ocasionales

desconocida de la generalidad, ha pasado a una nueva em presa, y é sta sin

perdonar sacrificio de n inguna especie , se propone desde luego im pulsar tan

naciente industria a la altura a que debe colocarse, aunque para ello tenga que

tropezar con el espíritu de rutina cuya fatalidad parece destinada a matar en su

cuna las invenciones y descubrim ientos, hijos del cálculo y de la inteligencia que

lucha in cesan tem en te contra la ignorancia y la perversidad. Con en em igos cuenta

este descubrim iento, porque todas las cosas destinadas a establecer una

innovación en lo conocido, por fuerza los tiene; pero com o por fortuna ante

dem ostrac iones no hay argum ento posible, el carbón que se trata llegará a

sis tem arse [sic] en la República, y cuando su importancia, reconocida h o y por

cuantos despreciando teorías han acudido al terreno de la práctica, l legue a ser

una verdad dem ostrada para todos, en ton ces m erecerán un parabién nuestra constancia y nuestros incalculables sacrificios.5

Asimismo, el nuevo propietario de la patente aprovechó la oportunidad para expresar que estaba en disposición de “entablar toda clase de arreglo, ya enajenando el secreto con todos sus derechos y acciones relativas, ya entrando en partido con quien quiera formar sociedad, con las condiciones que en lo particular puedan convenirse”. Desde otra perspectiva, en el testimonio anterior también es interesante observar el énfasis con el que se habló de ciertas resistencias culturales que existían entre los habitantes de la República para adoptar las innovaciones técnicas e industriales. Dicha situación,

3 La sombra, Tomo II, No. 33, 24 de abril de 1866, p. 4. Las cursivas son del original4 La sociedad, Tomo III, No. 432, 26 de agosto de 1864, p. 1.5 La sociedad, Tomo V, No. 792, 4 de marzo de 1860, p. 3.

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precisamente, está relacionada con la segunda gran causa que contribuyó para que los residentes de la capital tuvieran más confianza de patentar sus inventos.

En segunda instancia, entonces, no podemos descartar que la atmósfera cosmopolita, progresista y científica de la capital inspiraba a muchos. Como se desprende de la cita anterior, los propietarios de las patentes tenían plena consciencia de la necesidad de introducir las invenciones en los sitios donde hubiera menos resistencia a los cambios, donde la población estuviera dispuesta a introducir en su vida cotidiana las novedades del “mundo m oderno”, donde no se tuviera que batallar con atavismos que eran parte de la sociedad tradicional. Así, aunque en la capital no dejaron de existir los prejuicios, lo cierto es que existía mayor apertura debido a que era el centro donde arribaban las innovaciones y una considerable cantidad de extranjeros provenientes de Inglaterra, Alemania, Francia y Estados Unidos. Además, era el epicentro de la actividad artística, educativa e intelectual. En este sentido, en la ciudad de México estaban localizados los principales planteles educativos del país, había una circulación relativamente nutrida y constante de publicaciones de carácter científico e industrial y durante los años de la República Restaurada comenzaron a conformarse una buena cantidad de asociaciones científicas, profesionales y artesanales. Este último aspecto lo debemos destacar.

Durante la decenio de la República Restaurada los inventores mexicanos comenzaron a presentar sus creaciones en dichos espacios de sociabilidad formal. Conocemos, por ejemplo, que los miembros de la Sociedad Minera pudieron conocer el invento de José María Tolsá para beneficiar minerales. En el órgano de difusión de dicha asociación se dijo: “En la misma Sociedad Minera se han presentado, y hemos tenido el placer de ver y examinar con detenimiento, los planos y descripciones del horno de destilación de azogue ideado por el Sr. Tolsá, y sobre cuya propiedad tiene solicitado privilegio. En nuestro pobre concepto, este invento mexicano es de lo mejor que hemos visto sobre el particular”.6 Asimismo, en 1873, Juan Nepomuceno Adorno —de quien hablaremos con un poco de mayor detalle en los últimos apartados—, presentó sus invenciones en una serie de reuniones ante periodistas y profesionistas de la capital.7 El testimonio de tales eventos no tiene parangón en la historia de la tecnología mexicana, pues poco a poco Adorno expuso cómo cada una de sus creaciones podían contribuir a “impulsar a nuestro desgraciado país por la vía del progreso”. En total presentó un conjunto de dieciséis inventos que podían resolver cuatro problemas cruciales: la defensa militar de la soberanía nacional; la nivelación de los ingresos y egresos del erario público; la creación de una red de ferrocarriles baratos y nacionales; el saneamiento del Valle de México y la reconstitución de la capital para hacerla una de las más bellas y suntuosas del mundo. Al final de las reuniones enumeró de la siguiente forma sus creaciones:

1° Tres armas de fuego que son su sceptib les de servir, y que cada una ha sidom ejorada de la anterior. 2° Máquina para perforar los cañones de acero en frío. De

6 El Propagador Industrial, Tomo 1, No. 30, 6 de noviembre de 1875, p. 358.7 Adorno, Juan Nepomuceno. Resumen ordenado de los discursos pronunciados por el ciudadano Juan Nepomuceno Adorno ante los ciudadanos redactores y editores de la prensa periódica, ingenieros, grabadores, abogados, médicos y demás personas que han asistido a sus reuniones con el objeto de buscar solución plausible y útil a los problemas que las originaron, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1873.

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dichas armas tengo una. 3° Máquinas para formar planchitas, resortes, cajas y

excéntricas de dichas armas. Tengo los dibujos. 4° Máquina para fabricar

cartuchos metálicos, para cargarlos y p onerles cápsules. 5° M odelo de trincheras

portátiles blindadas. 6° Máquina kale idoscópica con diez portaburiles

autom áticos de m ovim iento. 7° Máquina para num erar ordinalm ente por planas

los docum entos. Tengo un m odelo. 8° Máquina para tirar los ejem plares con

rapidez y precisión. Tengo los dibujos. 9° Ferrocarril rapidinámico. Tengo los

dibujos y el m od elo que está a vuestra vista. 10° Máquina para construir los

terraplenes. Tengo los dibujos. 11° Máquina para desagüe m ovida por dos

hom bres. Existe en mi poder. 12° M odelo de la m áquina general de e levación del

agua en grande escala. Existe en mi poder. 13° Máquina para canalizar nuestros

terrenos de aluvión del Valle, ya sea en seco o ya en agua. Existe mi m od elo en el

Ministerio de Fomento. 14° Triruedo para el rápido y económ ico acarreo de las

tierras del recorte y profundización del tajo de Nochistongo. Tengo un m odelo

adem ás de carros sem ejantes en servicio. 15° Ferrocarril portátil pera el caso de

exigirlo los trabajos. Tengo los dibujos. 16° Balanza hidrodinámica. Este

in strum ento de precisión científica lo inventé para dem ostrar el efecto útil de mi m áquina de básculas com pensadas. Y existe en mi poder.8

Más allá de la intención patriótica y regenerador de este notable personaje, el hecho es que tanto Adorno como Tolsá hallaron en la capital un espacio adecuado y un público anheloso de conocer las mejoras materiales que proponían los inventores nacionales. Sobre ese particular también debemos recordar que fue en la ciudad de México donde se pudieron organizar de manera relativamente constante las prim eras exposiciones industriales donde se exhibían algunos inventos patentados. Todas estas condiciones culturales, y recursos intelectuales, hicieron de la capital un lugar más adecuado para que los inventores expusieran, discutieran y promocionaran sus proyectos, suscitando una sinergia positiva que se manifestó en un mayor número de patentes registradas.

En tercer lugar, el persistente dominio de la capital puede explicarse porque allí había mejores condiciones materiales y recursos técnicos para construir los inventos. Por lo menos había algunos talleres especializados en la construcción de maquinaria como el de Onesiphor Lebesgue. Esto era importante porque, como lo señalamos, durante esta época para obtener una patente muchas veces se estableció el “requisito” de presentar un modelo en bulto e incluso el invento construido. Esto se distingue con claridad, por ejemplo, en los expedientes de Agustín Sánchez de Tagle, quien hacia 1857 trabajaba como jefe de la segunda sección de la Secretaría de Fomento, encargada de examinar las solicitudes de patentes. Sánchez de Tagle mencionaba que reiterativamente había advertido en sus dictámenes que las patentes “nunca se conceden sino después de demostrados prácticamente los resultados del invento o la mejora”.9 Es decir, sólo quienes podían dem ostrar en la práctica el “ventajoso y correcto funcionamiento” de su invento podían obtener una patente. Para cubrir ese requisito, naturalmente, era preciso que el invento estuviera construido y funcionando, lo cual significaba realizar una serie de operaciones que no cualquiera podía ejecutar sin asesoría técnica.

8 Ibid., pp. 92-93.9 AGN, Patentes y Marcas, Caja 3, Exp. 298.

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Por último, es im portante destacar que la región del valle de México era el territorio más densamente poblado de todo el país. La ciudad de México fue de los pocos centros urbanos que tuvo un aumento demográfico significativo. Durante el trayecto temporal de 1803 a 1869 pasó de 137 mil habitantes a 225 mil.10 En consecuencia era el espacio que brindaba una mayor cantidad de recursos humanos nacionales, lo cual resultaba relevante para los inventores que proyectaban explotar sus creaciones, pues la ley de 1832 establecía que cuando menos el cincuenta porciento “de los individuos que los privilegiados hayan de emplear en los trabajos mecánicos, deberán ser precisamente naturales de los Estados Unidos Mexicanos”.11 Obvia decir que en la ciudad de México estaba localizada la institución encargada de recibir, analizar y expedir las patentes de validez nacional: una ventaja que tenían los capitalinos sobre todos los demás, porque esa proximidad hacía que fuera más sencillo efectuar los trámites conducentes para la obtención de una patente, sin invertir el tiempo y dinero de una estancia fuera de casa. Además, los residentes de la capital eran más propensos a ser conscientes de la propia existencia de la institución.

En cambio, es poco probable que los habitantes de provincia tan siquiera conocieran las funciones del sistema de patentes. Como lo menciona Thomas Luckmann y Peter L. Berger, puesto que las instituciones formales e informales existen como una realidad externa, las personas no pueden comprenderlas por mera introspección, deben “salir” a conocerlas para aprender su naturaleza.12 En el caso de instituciones formales, como el sistema de patentes, debe existir una adecuada comunicación de sus fundamentos y cierta educación de sus funciones. Para que una institución sea socialmente eficiente, debe ser capaz de grabar sus principios y beneficios en la conciencia de los individuos. Los actores potenciales de acciones institucionalizadas deben enterarse íntegramente de esos significados, lo cual requiere mecanismos adecuados de trasmisión.

Durante los primeros años de vida independiente la comunicación de las funciones de las instituciones y los derechos que éstas garantizaban no fue para nada adecuada. En términos generales la población mexicana desconoció sus derechos y los organismos que los amparaban. Bajo estas condiciones, difícilmente se podía gestar una cultura de patentación en el territorio nacional, pues como lo analizamos en el tercer capítulo, la institución no sólo era incapaz de trasm itir sus fundamentos, sino también de divulgar exitosamente los conocimientos técnicos que ya había logrado recopilar. Una situación que se maximizaba en provincia donde las noticias llegaban lánguidamente. Incluso en países como Inglaterra —donde las vías de comunicación eran mucho más eficientes, extendidas y expeditas, donde se contaba con una dilatada experiencia en el ámbito de la propiedad industrial y donde existían agentes que se encargaban de los trámites de patentación—, los historiadores en la materia han descubierto que muchos inventores

10 McCaa, Robert. "El poblamiento del México decimonónico: escrutinio político de un siglo censurado”, en: El poblamiento de México. Una visión histórico-demográfica, Tomo III, México, Secretaría de Gobernación / CONAPO, 1993; Toscano Moreno, Alejandra. "Cambios en los patrones de urbanización en México, 1810-1910”, Historia Mexicana, Vol. XXII, No. 2, octubre-diciembre de 1972.11 Torre, Juan de la. Legislación de patentes y marcas^, p. 8.12 Berger, Peter y Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad. Un tratado de sociología del conocimiento, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2003, pp. 81 y 91.

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permanecieron ignorantes de la existencia del sistema de patentes hasta mediados del siglo XIX. Sólo cuando tenían la posibilidad de asistir a la capital se enteraban de dicha institución.13

En la provincia mexicana las patentes fueron una novedad que se extendió lentamente. Tal como aconteció en tierras británicas, a menudo fue el ejemplo de algún vecino que obtuvo una patente lo que indujo a más inventores a pedir las propias. En Guanajuato, por ejemplo, cuando José Ma. Montero y Juan de Dios Salgado obtuvieron una patente por una “máquina para beneficio de amalgamación”, a los pocos meses aparecieron en la misma escena Faustino Ortiz y Miguel Niño solicitando protección para su “método de beneficiar metales”.14 Lo mismo sucedió en Yucatán, después de que José Ma. Millet obtuvo una patente por una máquina desfibradora, durante los siguientes años varios inventores de la zona se apresuraron a conseguir sus propias patentes, entre quienes estaban los célebres Manuel Cecilio Villamor y José Esteban Solís.

De este modo, la ausencia de los factores que propiciaron la concentración de patentes en la ciudad de México, limitaron su desarrollo en los estados de la provincia. En éstos, las patentes se registraron principalmente en las zonas donde existía cierto desarrollo industrial. Puebla y Guanajuato, los dos estados que compartieron el segundo lugar de concentración de inventores y patentes, fueron entidades importantes en la incipiente industrialización del país. El primero dentro del ámbito textil, pues como sabemos fue el principal centro de producción de prendas de algodón, posición que mantuvo hasta finales del siglo XIX. Guanajuato, mientras tanto, fue el territorio más productivo en el sector minero, pues ahí se encontraban las vetas más ricas de metales preciosos. De la misma forma, Zacatecas, San Luis Potosí, Yucatán y Veracruz tuvieron una aportación relativamente destacada en las patentes. Zacatecas y San Luis Potosí también fueron estados donde predominó la extracción y el beneficio de metales no ferrosos, pues en la época preporfirista la minería mexicana prácticamente no beneficiaba ningún metal industrial.15 Finalmente, Yucatán y Veracruz conectaban a la nación con el exterior por conducto de los puertos de Veracruz, Sisal y más tarde Progreso. El comercio fue una actividad constante en estas zonas y el punto donde arribaba la maquinaria extranjera que después se distribuía a algunos sitios del país. Además, en la península de Yucatán comenzó a desarrollarse la industria del henequén que fue, durante esta época y todo el periodo porfirista, uno de los ámbitos más socorridos por los inventores mexicanos.

Es preciso hacer notar que Jalisco, Nuevo León y Coahuila, estados que se convirtieron en tres entidades importantes en el desarrollo industrial del porfiriato (y que lo son hasta nuestros días), no aparecieron en esta época tem prana de las patentes. Esto nos indica que tales territorios se desarrollaron tecnológicamente más tarde, no porque tuvieran una tradición industrial, sino porque los grupos de poder y los inversionistas

13 MacLeod, Christine. Inventing the Industrial Revolution. The English Patent System, 1660-1800, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, p. 77.14 AGN, Patentesy Marcas, Caja 1, Exp. 73.15 Urrutia, María Cristina y Guadalupe Nava. “La minería [1821-1880]” en Cardoso, Ciro (Coord.) México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social, México, Nueva Imagen, 1990, pp. 119-145.

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del porfiriato se dedicaron a fomentar la industria en aquellos lugares. No es extraño, pues, que los inventores mexicanos del periodo habitaran en los principales “centros industriales” del país, aunque Querétaro es la excepción que confirma la regla. A pesar de que ha sido catalogado como un estado importante de la industria nacional durante el siglo XIX, sobre todo en el ramo textil, no contó con ningún inventor en el periodo preporfirista ni tampoco jugó un rol im portante durante la época de Díaz. Todo parece indicar que los habitantes queretanos eran poco proclives a la invención o a patentar sus creaciones, en comparación con los residentes de otros estados de provincia. Esto, finalmente, también revela que la industrialización era una condición necesaria pero insuficiente para contar con un nivel considerable de patentación.

De esta forma, la distribución espacial de las patentes y la habitación de los inventores mexicanos nos m uestra una tendencia sumam ente centralizada en la capital, mientras que en provincia únicamente se patentaron invenciones donde hubo cierto desarrollo industrial, aunque a un ritmo bastante pausado. Este desequilibrio, a su vez, fue un fiel reflejo de las condiciones contextuales que afectaron el crecimiento de las patentes. A pequeña escala, la ciudad de México reunió las mejores condiciones para incentivar el desarrollo y el registro de inventos, pero aún en ese lugar la superación de los factores que frenaban el ritmo de patentación se presentó en una magnitud reducida. Además, la propia concentración en la capital también se convirtió en un factor que impidió la extensión de las patentes, pues este sistema genera una lógica interna de crecimiento en función de las concesiones que se otorgan en un sitio: cuando una persona obtiene una patente, propicia que otras intenten seguir los pasos del pionero y promueve una “mentalidad de competencia” al generar cierta paranoia por ser el primero en obtener los derechos exclusivos, lo cual va originando más y nuevas patentes. Así, un conjunto de factores externos a los aspectos propiamente técnicos de los inventos registrados, se encargaron de construir la cartografía de las patentes locales. Nos resta, entonces, analizar los contenidos que dominaron las patentes mexicanas.

6.2. Las fragmentarias parcelas de invención

Si ahora hacemos un análisis de la materia a que se referían las patentes, obtendremos un valioso panoram a de las visiones y preocupaciones de los inventores mexicanos. Se tra ta de parcelas de invención que estaban completamente fragmentadas. En realidad no podemos hallar la existencia de un campo homogéneo y dominante de invención. En esta época los esfuerzos fueron individuales y sin dirección. Nunca se desarrolló un programa, plan o política oficial que marcara la ruta del camino a seguir. Sin concierto ni planeación, los inventores incursionaron en las materias que podían y como podían hacerlo. Mientras esto sucedía en México, en otros países las autoridades estimularon la formación de tendencias de invención. En Estados Unidos, por ejemplo, el gobierno federal desempeñó un papel vital en el desarrollo de armas de fuego y artefactos para precipitar la construcción del ferrocarril. Además, establecieron políticas públicas que indirectamente coadyuvaron en la formación de entidades sociales que impulsaron la invención y el cambio tecnológico. Junto a las políticas educativas que generaron altas tasas de alfabetización y difusión de los saberes técnicos producidos internamente, las

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autoridades federales y estatales transform aron la infraestructura comunicacional del país. Esto no sólo integró los mercados sino las habilidades técnicas desarrolladas por los ciudadanos estadounidenses.16 Por el contrario, en México la desarticulación fue la característica principal de una época dominada por la anarquía. Realicemos, entonces, una descripción de los tópicos fomentados por los inventores mexicanos para advertir los sectores industriales que pretendieron impulsar, su posible efecto en la economía nacional y su relación con el progreso material del país.

TABLA 7CLASES DE PATENTES LOS INVENTORES MEXICANOS (1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Clase Descripción Patentes Porcentaje

N Artes químicas 25 22.9%

D Artes textiles 16 14.7%

H Minas y metalurgia 16 14.7%

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 8 7.3%

M Cerámica y envases 7 6.4%

E Máquinas 5 4.6%

A Agricultura y alimentación 4 3.7%

B Hidráulica 4 3.7%

J Carrocería y guarnicionería 4 3.7%

F Marina, navegación y obras hidráulicas 3 2.8%

S Cirugía, medicina e higiene 3 2.8%

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 3 2.8%

G Construcciones 2 1.8%

I Economía dom éstica y accesorios 2 1.8%

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 2 1.8%

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 2 1.8%

C Transportes 1 0.9%

P Vestido y artículos de parís 1 0.9%

Q Artes industriales 1 0.9%

K Fabricación de armas e ingeniería militar 0 0.0%

Nota: algunas patentes aparecen en más de una clase.Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Como se puede ver en la tabla anterior, el ámbito que más fomentaron los inventores nacionales fue el de las denominadas “artes químicas”. En el México decimonónico y porfirista las industrias químicas consistían en la fabricación de una amplia gama de productos como jabones, cerillos, velas, tintas, resinas, explosivos, bebidas gaseosas y embriagantes, entre otros.17 En el terreno de las patentes locales, donde más inventos

16 Thompson, Ross. Structures of Change in the MechanicalAge^, pp. 313-314.17 Cardoso, Ciro. "Las industrias de transformación [1821-1880]”, en Cardoso, Ciro (Coord.) México en el siglo XIX^, p. 154.

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se presentaron fue para elaborar jabones, materias colorantes, bebidas embriagantes, barnices, velas, perfumes y desinfectantes.18 Más allá del predominio de los jabones, la conservación de alimentos y productos líquidos fue un objeto de especial atención por parte de los inventores domésticos. La conservación del pulque fue, particularmente, uno de los problemas más acuciantes que enfrentaron e intentaron resolver no sólo en esta época, sino también durante todo el porfiriato. Y es que a diferencia del tequila, el ron, el mezcal y otras bebidas alcohólicas, el pulque rápidamente se fermentaba, razón por la cual era imposible almacenarlo durante mucho tiempo. Existen varias patentes relacionadas con procesos químicos para evitar la putrefacción del pulque. De hecho, como lo menciona Mario Ramírez Rencaño, descubrir la fórmula para que el pulque se conservara se convirtió “en una obsesión” entre sus productores.19 Algunos avances se lograron durante la época preporfirista, pero term inaron siendo bastante modestos y el pulque siguió caducando rápidamente.

En términos generales podemos decir que las invenciones relacionadas con las artes químicas eran creaciones “sencillas”, regularmente procedimientos productivos, para cubrir los requerimientos básicos de la sociedad. Por lo general estos productos salían de pequeñas fábricas, talleres o establecimientos comerciales urbanos, pues se trataba esencialmente de artículos demandados por los habitantes de las ciudades más que de las zonas rurales. El “alto” porcentaje de patentes se debe a que se tra taba de inventos o mejoras en los procesos de producción que eran connaturales al desarrollo de estas industrias. En este sentido, cumplían con uno de los requerimientos más importantes del sistema mexicano de patentes de aquella época: que las invenciones estuvieran en práctica. No se necesitaban construir artefactos ni modelos para obtener las patentes, sino simplemente presentar los testimonios de una o varios personas que avalaran la existencia de los procedimientos o productos que se buscaba proteger.

Después de las artes químicas aparece la minería y la metalurgia. Por este motivo, es natural la preponderancia de tres estados mineros (Guanajuato, Zacatecas y San Luis Potosí). Sin embargo, aquí cabe aclarar que las patentes domésticas se concentraron mayoritariamente en el beneficio de los metales preciosos. Sólo existe uno que otro procedimiento para la apertura de tiros y socavones, mientras que la explotación de los metales ferrosos y la fundición de hierro o acero fueron inexistentes. De hecho, el beneficio de metales fue la subclase que más patentes concentró durante esta época. Prácticamente el quince por ciento de todas las invenciones nacionales se refieren a la minería de la plata y el oro. En muchas de las solicitudes de esta materia se deplora el estado decadente de la industria minera, haciéndose aparecer las ideas propias como las necesarias para restaurar la prosperidad que había conocido antaño.

Como sabemos, los años de la lucha por la independencia provocaron una crisis en la minería. Los gobiernos independientes buscaron con más deseos que con éxito revivir la producción minera. Durante este periodo fue moneda de uso corriente otorgar toda

18 En el anexo 5 se pueden consultar las subclases de las patentes mexicanas de 1842 a 1876.19 Ramírez Rencaño, Mario. Ignacio Torres Adalid y la industria pulguera, México, Plaza y Valdés Editores, 2000, p. 110.

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clase de concesiones monopólicas —entre ellas privilegios exclusivos—, a mexicanos y extranjeros para que explotaran los recursos minerales del territorio nacional. No obstante, como lo señalamos, la minería mexicana fue casi exclusivamente de metales preciosos. La industria siderúrgica apenas dio sus primeros pasos en esta época. Como lo vimos en el capítulo anterior, este fue uno de los principales obstáculos que impidió un adecuado desarrollo y eslabonamiento de la industria nacional. Fue natural que los inventores locales se concentraran en las áreas productivas donde existía una mayor explotación, capitales más o menos suficientes que pudieran apoyar sus proyectos de invención o recursos económicos que les garantizaran una rápida remuneración.

Por otra lado, las artes textiles aparecieron como el tercer campo más fructífero de los inventores mexicanos. Sin embargo, cabe hacer una distinción entre las fibras duras utilizadas para la elaboración de cuerdas, mecates, reatas, etcétera y las fibras blandas utilizadas esencialmente para la confección de prendas de vestir. Fueron las primeras las que más estuvieron sujetas a la invención local, particularmente las relacionadas con el henequén, aunque también hubo patentes para el beneficio de la lechuguilla y el ixtle. Las patentes de este rubro se colocaron como la segunda subclase más socorrida por los inventores mexicanos, alcanzando poco más del siete por ciento del total. Una cantidad muy significativa si tomamos en consideración que se tra taba de una materia muy circunscripta. Esto se debe a que el henequén se convirtió en el principal ramo de exportación agrícola por encima de productos como las maderas finas, el café, el palo de tiente, la vainilla y el tabaco.20 La maquinaria para desfibrar las pencas yucatecas estaba llamada a ser un importante soporte de la economía nacional y regional.

En efecto, la fibra del henequén comenzó a ser un producto valorado en el mercado, no porque se hubiera desarrollado una industria local para aprovechar esta materia, sino porque fue demandada por la extranjera. Desde la década de 1820 se convirtió en un elemento clave para la navegación en Norteamérica, pues resultó ser más flexible y resistente que el cáñamo a bajas temperaturas. Una década después, la invención de la segadora mecánica de Cyrus McCormick incrementó su importancia, pues comenzó a utilizarse como hilo para am arrar las gavillas de trigo. Finalmente, su auge definitivo sobrevino hacia la década de 1870 cuando el mismo inventor norteamericano mejoró su máquina, consiguiendo no sólo segar las espigas sino am arrar las gavillas al mismo tiempo. La insaciable engavilladora McCormick primero utilizó alambre para am arrar los fajos de trigo, el cual resultó poco favorable, después empleó el yute, que tampoco ofreció un buen servicio, y por último se nutrió de la resistente fibra de henequén para enfajillar la enorme producción cerealera del vecino país del norte. Así, la producción masiva de la fibra de henequén (binder twine, como la llamaban los norteamericanos), siempre estuvo sujeta al comercio con Estados Unidos. Tal dependencia llegó a un extremo catastrófico durante el porfiriato cuando la producción y los costos estuvieron supeditados a las especulaciones de la imponente International Harvest Company que, en contubernio con la elite porfirista, monopolizaron su producción.

20 Cosío Villegas, Daniel (Coord.) Historia Moderna de México. La República Restaurada. La vida económica, Tomo II, México, Editorial Hermes, 1983, p. 189.

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Entre tanto, los inventos relacionados con la industria de las fibras blandas ocuparon un lugar más bien secundario en las patentes mexicanas. Según el célebre empresario Estevan de Antuñano, dicha industria se convertiría en el agente regenerador del país. En 1834 publicó un interesante opúsculo donde intentaba dem ostrar que sus planes industriales, fundados en el desarrollo de la industria textil, serían los que llevarían al “triunfo de México”.21 Para ello mandó elaborar una curiosa estampa donde se reflejan alegóricamente sus pensamientos. Seguramente se tra ta de la prim era representación posindependiente del progreso nacional en términos puram ente mecanicistas, pues en México estas imágenes aparecieron de manera cada vez más pronunciada hasta la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en las ilustraciones que se insertaban en las memorias de las exposiciones industriales. La imagen nos m uestra el armazón de la industria nacional sobre la base del edificio de La Constancia (la fábrica de textiles más importante de la época preporfirista y propiedad del mismo Antuñano), así como la acción poderosa de los engranajes que producían los frutos necesarios para que la nación mexicana triunfara, extendiera sus alas y em prendiera su vuelo al horizonte.22

Al parecer, los inventores mexicanos de esta época no se sintieron muy persuadidos por las ideas de Antuñano e incursionaron de manera esporádica en la construcción de artefactos para la industria textil. Solamente hay dos invenciones relacionadas con la “maquinaria m oderna” que se utilizaba en aquellos establecimientos. Los husos y telares mecánicos no formaron parte de los intereses de los inventores mexicanos. En cambio, registraron diversos procedimientos para el teñido de las fibras, la hilandería, la tejeduría, la pasamanería y la confección de prendas de vestir. En conjunto, cabe destacar que los inventos vinculados a este ramo no se presentaron en la cantidad que podría esperarse en función de la importancia que adquirió la industria textil durante el periodo. Esto quizá se explica como consecuencia de la gran cantidad de maquinaria textil que se introdujo del extranjero. Este ramo en particular fue fomentado por los empresarios más adinerados de la época, quienes como Estevan de Antuñano estaban ciertamente deslumbrados por la maquinaria extranjera. La introducción de máquinas fue “masiva” para los requerimientos locales. Esto, sin duda, influyó negativamente en el ánimo de los mexicanos, quienes no hallaron en los textiles de algodón una parcela para desarrollar sus ideas inventivas, pues era un campo totalmente dominado por los artefactos forasteras. Asimismo, esto nos m uestra que la tecnología en uso no siempre origina más invenciones, un fenómeno que sería interesante abordar en otro estudio.

El cuarto lugar lo ocuparon el alumbrado, la calefacción y la refrigeración. Fue en esta época cuando aparecieron nuevos combustibles y las lámparas para uso en las minas y los hogares. Eran los días en que las ciudades dormían con los alumbrados de gas. En este rubro, como en el de la minería, no sólo se otorgaron patentes de invención sino privilegios exclusivos a empresarios que se encargarían de instalar el alumbrado de gas en diversas ciudades del país. Uno de esos empresarios que, por su importancia en

21 Antuñano, Estevan de. Discurso analítico de algunos puntos de moral y economía política de Méjico con relación a su agricultura cereal, o sea pensamientos para un plan para animar ¡a industria mejicana, Puebla, Imprenta de José María Campos, 1834.22 Esta representación del “Sistema Industrial de México” se puede apreciar en la galería de imágenes que anexamos al finalizar esta sección.

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la vida política y económica del país, es candidato de un estudio pormenorizado de su accionar, fue el húngaro Gabor Naphegyi. Su grado de influencia política llegó a ser tal que el presidente Comonfort le encomendó conseguir un préstamo de dos millones de pesos con banqueros de Nueva York, pagaderos con los dividendos de una lotería de cien mil billetes.23 Asimismo, el ayuntamiento de la capital le otorgó una medalla de oro y el presidente una pulsera de diamantes por haber introducido el alumbrado de gas a la ciudad de México,24 cuando no había sido el primero en intentarlo ni consiguió establecer más allá de unos cuantos faroles. Además, el mismo señor Naphegyi recibió del gobierno un privilegio exclusivo para introducir una máquina para hacer pan, con la cual estableció un expendio al estilo europeo, “agradable por su exterior a la vista", y donde los “biscochos y galletas eran de muy agradable sabor".25

Haciendo a un costado los negocios del señor Naphegyi, la materia de invención de los mexicanos en el rubro de alumbrado, básicamente consistió en lámparas nutridas por diversos combustibles como la inventada por Pilar Dávalos. Este personaje, por cierto, tenía relación con los principales artesanos de la capital, entre quienes estaban Víctor Bareau y Francisco Bardet. Todos ellos patentaron alguna lámpara para el alumbrado público o doméstico, lo cual sugiere que entre ellos existía cierto apoyo o competencia para desarrollar sus proyectos inventivos. El señor Pilar Dávalos patentó una mejora a la lámpara de carbón que, según sus cálculos, tenía la ventaja de ahorra combustible. En una publicación de la Secretaría de Fomento se mencionaba que “los principios que sirven de base a este procedimiento hacen concebir las ventajas que resultarán para la herm osura de la luz, como para la economía en el gasto. Algunos que han visto funcionar la lámpara mencionada, han podido convencerse de esta verdad".26

Después del alumbrado y calefacción aparecieron los inventos para envasar toda clase de productos, desde cerillos hasta líquidos y alimentos, así como los relacionados con la cerámica, ladrillos y tejas. Extrañamente todas estas materias estaban agrupadas en la misma clase dentro de la clasificación que empleó la Secretaria de Fomento durante todo el siglo XIX y el porfiriato. De hecho, es posible observar varias incoherencias en esta tipología. No fue sino hasta 1926 que se sustituyó el listado de clases por uno más detallado y funcional. La clasificación alfabética empleada en esta época (que se puede consultar en el anexo 4), no se refería al orden de los diversos rubros o materias que iban a clasificarse, sino que agrupaba varias actividades más o menos conexas. De este modo, dentro de la clase “M", Cerámica y Envases, quedaron registradas las patentes señaladas, siendo las más numerosas la tejas y ladrillos, aunque en realidad ninguna de la materias contempladas en dicho campo tuvo más de dos patentes.

En conjunto la mecánica y la fuerza tuvieron un papel relativamente im portante con invenciones o mejoras relacionadas con las turbinas, los motores hidráulicos y otros

23 El Monitor Republicano, No. 3691, 6 de octubre de 1857, p. 2.24 Diario de avisos, Tomo I, No. 241, 13 de agosto de 1857, p. 2.25 Diario de avisos, Tomo I, No. 166, 18 de mayo de 1857, p. 3.26 Anales del ministerio de fomento, obras públicas, mejoras materiales, colonización, descubrimientos, inventos y perfeccionamientos hechos en las ciencias y las artes y útiles aplicaciones prácticas, Tomo I, México, Imprenta de F. Escalante y Cía., 1854, p. 76.

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mecanismos relativos a la maniobra de cargas. No obstante, su número es ciertamente inferior en relación con los otros rubros. La ausencia de motores puede explicarse por las carencias que había de metales ferrosos en el país. Pocos inventores de la época se aventuraron a realizar un proyecto que sería bastante caro tan sólo para formar los modelos que pedía la Secretaría de Fomento. En esta época, como lo mencionamos, no se protegían las ideas. Se podía poseer un proyecto para mejorar los motores de vapor o artefactos similares, pero dicho plan seguramente no sería registrado de acuerdo con los parám etros que estableció la institución. Por ello, lo que se patentó fueron fundamentalmente carretas de madera, sistemas de palanca para levantar pesos y otros mecanismos similares donde se ocupaba poco o nada de hierro. No obstante, en este ámbito sobresalen los esfuerzos realizados por el ingeniero Luis G. Careaga y Sáenz, quien inventó varios motores como lo veremos un poco más adelante.

En las últimas clases de patentes que tienen una cantidad más o menos significativa de inventos se encuentran los transportes y la agricultura.27 Caracteriza el interés por los transportes algunos ejemplos de coches, carruajes, canoas para la navegación y vías para los trenes de mulitas, aunque en realidad fueron pocos los inventos relacionados con los medios para trasladar pasajeros o cargas. Mucho menos los hubo vinculados a los ferrocarriles que prácticamente eran inexistentes en el país. Fue hasta finales de la época de la República Restaurada cuando se pudo inaugurar el prim er gran troncal del sistema mexicano de ferrocarriles, el cual conectó el puerto de Veracruz con la ciudad de México. Durante todo el siglo XIX, las diligencias se realizaron en carros bastante rudimentarios. De hecho, en el rubro de carrocería estaban contemplados una serie de objetos sencillos como las sillas de montar, las cuales ciertamente eran muy utilizadas en el México urbano y rural, lo cual despertó el ingenio de los inventores nacionales.

En el reino de la agricultura pocos cultivos fueron motivo de atención. La mayoría de los inventos se refieren al proceso de fabricación del azúcar, aún cuando el tabaco, el maíz y los cereales en general también fueron objeto de la inventiva local. Siendo un país eminentemente rural, llama poderosam ente la atención la ausencia de arados e instrumentos agrícolas.28 La tecnificación del campo, factor esencial para el progreso material de cualquier país, estuvo totalmente abandona por los inventores mexicanos. En cambio, los inventos estaban relacionados con la transformación de los productos agrícolas como las máquinas desfibradoras de henequén, los molinos de nixtamal y harinas o las máquinas para producir tabacos. Por ejemplo, a principios de 1855 el famoso inventor Juan N. Adorno obtuvo una patente por “siete ingeniosas máquinas para fabricar cigarros cuadrados y cilíndricos, puros de la hechura de los habaneros, del país y de rapé”. El secretario de Fomento, Manuel Siliceo, al referirse al inventor Adorno mencionaba que:

27 Cabe señalar que los inventos relacionados con los trasportes estaban contemplados en dos categorías: "carrocería y guarnicionaría” y propiamente la que se denominaba "transportes" (ver tabla

7).28 Tortolero, Alejandro. De la coa a la máquina de vapor. Actividad agrícola e innovación tecnológica en las haciendas mexicanas: 1880-19114, México, Siglo XXI Editores, 1995, pp. 102-119. El autor realiza un estudio sobre las invenciones relacionadas con la agricultura, aunque la información que maneja de las patentes es bastante incompleta y fragmentada.

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Dem asiado conocido es el autor, cuya reputación se halla bien sentada en Europa,

y estim ado de sus conciudadanos por su ta lento y aplicación, s iendo uno de los

individuos que dan honor a nuestro país; y lo son igualm ente sus m áquinas que

han sido admiradas en diversas ciudades de Europa y que fueron prem iadas en la

última Exposición Universal de París, para que m e detenga m ucho tiem po en

tratar de su invención. Habiendo luchado este individuo con infinitas dificultades,

al fin ha logrado ver puestas sus m áquinas en ejercicio, y produciendo unos

cigarros que a su extrem ada lim pieza reúnen la ventaja de ser construidos con

b u en os materiales, por lo que es de su p on erse que se haga general el uso de ellos

con p referencia de los com u n es .29

La ausencia de invenciones relacionadas con la agricultura, viene a dem ostrar que la invención en el México preporfirista fue un fenómeno urbano. La gran mayoría de las patentes se concentraron en la tecnología vinculada a las necesidades de los centros más poblados. En este sentido, el interés de los inventores estaba depositado en mejorar las condiciones de vida en las ciudades, pues generalmente eran los sitios donde habitaban. Si bien la minería tuvo un papel im portante dentro de las patentes, quienes se dedicaron a inventar procedimientos para la explotación de los minerales fueron especialmente los ingenieros. Es decir, se tra taba de personas que no estaban vinculadas al campo mas que profesionalmente. Los campesinos y los artesanos rurales no tuvieron un papel importante en los ritmos de patentación locales. De esta forma, la agricultura prácticamente no fue auxiliada por los inventores del país, a pesar de que los liberales insistieron, una y otra vez, que el desarrollo agrario era el cimiento para el progreso económico de la nación. Esta fue una carencia que, como lo demostró Paul Bairoch, limitó el desarrollo industrial de las zonas del “tercer mundo", pues ciertamente la invención y construcción de nuevos instrumentos agrícolas, o el paso de los aperos de madera a los de hierro, fue uno de los factores más poderosos que contribuyó al crecimiento industrial en países como Inglaterra. Ahí, la revolución industrial no surgió en las ciudades sino en la explotación de sus campos.30

Después de los ámbitos mencionados la variedad fue lo que caracterizó a este periodo. La curtiduría, el riego y los sistemas de lotería tuvieron cierta importancia. En cuanto a la higiene y el confort, sobresalen algunos muebles de casa como las camas, catres, calentadores de agua, elevadores domésticos y el tratam iento de las inmundicias. De la misma manera, los inventos relacionados con la construcción: pararrayos, baldosas, mosaicos y diversos materiales de construcción, tuvieron alguna presencia entre los objetos patentados. Sin embargo, es notoria la carencia de inventos para edificar las obras civiles, el rubro que sería más fomentado por los inventores porfiristas.

También debemos recalcar que durante la época preporfirista no se concedió ninguna patente por medicamentos, aunque esto no impidió que los curanderos y charlatanes emplearan y comerciaran los ungüentos, específicos, polvos, tónicos, pomadas, elixires

29 Memoria de Fomento, 1857, p. 110.30 Bairoch, Paul. "Desarrollo agrícola y desarrollo industrial”, Desarrollo Económico, Vol. 7, No. 25, 1967, pp. 749-780.

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y jarabes medicinales que intentaron patentar. Tal hostilidad de las autoridades debió haber sido un duro golpe para Juan B. Campo, quien después de reseñar los diferentes padecimientos para los cuales estaba indicado un brebaje de su invención, señaló que su medicamento se llamaría “infalible”.31 Asimismo, en la época del Segundo Imperio, la partera Antonia Hernández solicitó una patente por un “medicamento para curar el mal venéreo de la sífilis”.32 En ese momento, sin embargo, estaba vigente el código de patentes decretado por el gobierno conservador de Zuloaga que contenía una sección para las invenciones medicinales cuyo contenido era bien estricto. Por tra tarse de una ley poco conocida a continuación transcribimos lo que establecía al respecto:

Art. 65. Cualquier p erson a que inventare o descubriere alguna com posic ión

medicinal, o el uso benéfico de alguna sustancia sim ple y quiera contratar con el gobierno la publicidad de sus proced im ientos y aplicaciones, presentará al Ministerio [de Fom ento] la correspondiente petición, noticia y com probantes de

los resultados que haya obtenido.Art. 66. El Ministerio lo m antendrá en secreto y nom brará con esa calidad, una

com isión de cinco personas, de las que tres serán profesores de medicina. La

com isión examinará: I. El rem edio, y si é s te puede ser peligroso en algún caso. II.

Si dicho rem edio es bueno en sí m ism o, y si ha producido y produce efectos útiles

a la humanidad. III. Qué cantidad será justo pagar al inventor del secreto del

rem edio calificado útil, por consideración al mérito del descubrim iento, a las

ventajas que pu ed a haber dado o que se esp eren de su aplicación, y a las que el

inventor haya sacado o pu ed a sacar.Art. 67. Emitido el informe por la comisión, podrá el Gobierno, si lo creyere

conveniente , celebrar un contrato con el inventor, a fin de que el secreto entre en

el dom inio público. Art. 68. Lo que se paga por la expedic ión de patentes,

deducidos los gastos de publicación de éstas, se aplicará a estas retribuciones.33

Doña Antonia, sin duda seducida por la posible remuneración y por el reconocimiento público de sus auxilios a la humanidad, siguió con escrupuloso esmero todo el proceso administrativo para patentar un tratam iento que desde tiempo atrás venía empleando “con éxito” en el pueblo de Riofrío, Estado de México. En 1864 se formó una comisión conformada por tres expertos del Consejo Superior de Salubridad que, después de un minucioso análisis del caso, rechazó la concesión y emitió un dictamen donde prohibía su empleo. Se mencionó que el medicamento no era confiable, que la sífilis no era una enfermedad desconocida y que existían tratamientos efectivos para combatirla. Doña Antonia impugnó el veredicto y continuó usando su tratam iento aduciendo que todos los hombres y las mujeres tenían derecho a elegir, practicar y beneficiarse de cualquier oficio o empleo; libertad que sólo podía impedirse en caso de incurrir en algún perjuicio a terceros. El Consejo, precisamente utilizando esta argumentación, en su dictamen final argumentó que al no haber garantías de los conocimientos formales de doña Antonia, ni poseer título legal, la sociedad salía perjudicada. Y, para colmo de males, por haber desobedecido la orden que le prohibía usar su remedio fue

31 AGN, Patentes y Marcas, Caja 11, Exp. 643.32 AGN, Patentes y Marcas, Caja 6, Exp. 414.33 AGN, Fomento: ¡eyesy circulares, Caja 6, Exp. 5, 1858, XI-3.

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acreedora a una multa.34 De este modo, la partera Antonia Hernández no pudo convertirse en la prim era mujer mexicana en obtener una patente de invención. En cambio, se ganó una sanción económica y el desprestigio de su medicamento. Hubiera sido más saludable para sus intereses, haber mantenido en secreto su remedio. Por el contrario, la única mujer que obtuvo una patente durante toda la época preporfirista fue Felícitas Magnan. Dama de reconocido prestigio social, viuda del coronel Domingo Magnan, y prim era inventora mexicana que logró obtener una patente por un método para fabricar lo que llamó “jabón económico”.35

En suma, como se puede ver con mayor detalle en el anexo 5, la época preporfirista fue un espacio temporal en el que los inventores mexicanos se manifestaron en varias direcciones con muy escasa coordinación. Asimismo, los ritmos de patentación fueron demasiado lentos. Casi el ochenta por ciento de las subclases en las que se catalogaron las patentes sólo tuvieron una o dos invenciones. A pesar de la diversidad, ciertamente la actividad inventiva patentada no tuvo una gran repercusión en el desarrollo técnico e industrial de la nación. Resulta evidente que numerosas invenciones consistieron en dispositivos sencillos o triviales. En términos generales, eran objetos construidos con m adera o productos para cubrir necesidades elementales. La maquinaria de acero que en otras naciones impulsaba a todo vapor la industria manufacturera, no fue objeto de patentación en México. Las condiciones contextuales que examinamos en los capítulos anteriores lo impidieron. Además, la parcelación de las patentes locales y su limitado impacto en la economía nacional, también fue resultado de la falta de grupos sociales que tom aran las riendas del desarrollo material del país, pues de las autoridades poco se podía esperar. Éstas habían construido su propio programa de fomento industrial que solamente miraba hacia el extranjero. Como lo veremos enseguida, en esta época los engranajes sociales necesarios para el desarrollo de las patentes se mantuvieron desunidos y no se lograron construir campos de invención bien definidos.

6.3. Los embrionarios grupos sociales relevantes

Durante la época preporfirista la ausencia de grupos sociales consolidados en torno de las patentes fue uno de los principales factores que limitaron su crecimiento. Sin duda, la falta de esas colectividades fue crucial porque podían propiciar una serie de fuerzas a favor de los procesos de patentar un invento. En un nivel meram ente administrativo, podían circular información sobre los lineamientos para patentar, los procedimientos para hacerlo e incluso notificar sobre la propia existencia del sistema de patentes. De la misma forma, al patentar podían predicar con el ejemplo y despertar los anhelos de actores con conocimientos y experiencias semejantes para desarrollar nuevo inventos. Y, lo más importante, podían intercambiar saberes e ideas para resolver problemas de orden técnico o para generar nuevas inquietudes inventivas que a la postre se podían

34 Campos-Navarro, Roberto. “La rivalidad entre médicos y curanderos mexicanos durante el siglo XIX”, Cuadernos de Historia de la Salud Pública, No. 102, 2007.35 AGN, Patentes y Marcas, Caja 9, Exp. 531. La concesión de la patente aparece en: Memoria de Fomento, 1867-1868, p. 39.

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proteger y desarrollar. En fin, por el propio carácter de los grupos sociales (conjuntos depositarios de identidades e intereses semejantes y promotores de intercambios y flujos de saberes, datos y experiencias), podían impulsar el desarrollo de las patentes.

En el México anterior al porfiriato, sin embargo, los grupos sociales que podían poseer una mayor vinculación con las patentes permanecieron desarticulados. Como lo vimos en el capítulo 4, estos grupos —formados en virtud de sus actividades profesionales— fueron los ingenieros, comerciantes, mecánicos e industriales. Ninguno de ellos pudo urdir un tejido social significativo para impulsar el desarrollo de las patentes, aunque podemos encontrar atisbos de una lógica colectiva. En consecuencia, los proyectos de los inventores mexicanos no lograron afianzarse en tendencias convergentes. Es decir, los engranajes sociales para la invención patentada no se concatenaron ni movilizaron en una misma dirección, originando que no surgieran lo que llamamos como “campos de invención”, sino pequeñas parcelas fragmentadas. Los efectos de esta situación pueden deducirse fácilmente: la carencia de líneas compartidas de invención ocasionó un mayor atraso tecnológico e industrial, pues no se crearon las estructuras sociales básicas para construir una industria auténticamente nacional, nutrida de invenciones generadas localmente.

De esta forma, si depositamos nuestra mirada en los grupos sociales relevantes que en ese entonces estaban en consolidación, podemos encontrar parte del origen de la poca cantidad de patentes. De los noventa y ocho inventores nacionales que obtuvieron una patente durante la época preporfirista, veintisiete pertenecían a los cuatro núcleos de la invención en México. Sin embargo, como lo apuntamos en el capítulo anterior, sólo dos tuvieron una actuación más o menos significativa: los ingenieros y comerciantes. Mientras tanto, los mecánicos se presentaron con niveles muy bajos y los industriales apenas aparecieron, pues eran un grupo en plena gestación. Si la cantidad de patentes fue reducida, la proporción de inventores asiduos fue aún menor. Sólo ocho personajes lograron patentar sus ideas en más de una ocasión. De estos ocho inventores sólo uno no fue parte de los grupos sociales relevantes: el empresario José Guadalupe Romo.36 De este modo, prácticamente todos los inventores asiduos que registraron más de una invención pertenecieron a los grupos sociales relevantes. Éstos, aunque notoriamente estaban en ciernes, comenzaron a mostrarse desde esta época como las colectividades más importantes en el desarrollo de la inventiva local.

En cuanto a la distribución geográfica de los inventores pertenecientes a los grupos sociales relevantes, no existieron diferencias marcadas con respecto a las tendencias generales que observamos anteriormente. Sólo es digno de mencionar que ninguno de ellos habitó Zacatecas y que Guanajuato descendió hasta el último lugar. La ciudad de México, mientras tanto, fue el principal sitio donde residieron estos personajes con un

36 Los cuatro inventores asiduos del grupo de los ingenieros fueron: Luis G. Careaga y Sáenz (5 patentes), Damián Tort y Rafols (2 patentes), Genaro Vergara (2 patentes) y Juan A. Robinson (2 patentes). Los dos inventores asiduos del grupo de los comerciantes fueron: José María Millet (3 patentes) y Luis Jáuregui (2 patentes). Entre los mecánicos apareció Juan N. Adorno (4 patentes) y entre los industriales sólo tenemos el caso de Francisco García Trinidad, inventor de Chihuahua, que consiguió una patente.

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porcentaje muy similar al que encontramos en las tendencias generales. Como puede observarse en la tabla 8, los grupos sociales relevantes también estuvieron arraigados en los territorios donde se presentó el desarrollo industrial más notorio de esta época.

TABLA 8RESIDENCIA DE LOS GRUPOS SOCIALES RELEVANTES (1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Residencia Inventores Asiduos Porcentaje

Ciudad de México 17 4 63.0%

Puebla 2 1 7.4%

San Luis Potosí 2 1 7.4%

Yucatán 2 1 7.4%

Chihuahua 1 0 3.7%

Estado de México 1 0 3.7%

Guanajuato 1 0 3.7%

Veracruz 1 0 3.7%

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

En suma, durante los primeros años del siglo XIX, los grupos sociales relevantes sólo aparecieron en estado embrionario y estuvieron integrados por actores urbanos que incursionaron de manera bastante esporádica en la arena de la invención patentada, pues con excepción de Juan N. Adorno y Luis G. Careaga y Sáenz, no registraron más de tres trabajos. No obstante, debemos señalar que los ingenieros se convirtieron en el grupo más consolidado en función de la cantidad de patentes obtenidas. En el capítulo anterior vimos que eran los profesionistas que tenían mejores condiciones materiales para inventar y patentar sus creaciones. Asimismo, fueron un grupo social en continuo crecimiento, aunque hacia 1875 se reconocía que dicha actividad no había “alcanzado el grado de desarrollo y prosperidad que merece" a consecuencia de “nuestras eternas discordias intestinas".37 Entre 1859 y 1876 más de ciento treinta personas se titularon en la Escuela Nacional de Ingenieros — 59 ensayadores, 51 topógrafos, 14 ingenieros civiles, 11 ingenieros de minas y un ingeniero mecánico—,38 una cantidad ciertamente importante si consideramos las condiciones educativas del país.

Asimismo, los ingenieros fueron el único grupo social que logró desarrollar atisbos de un campo de invención alrededor de la amalgamación de metales, seguramente por la importancia que tenía la minería en la economía nacional y por su vínculo profesional con ese sector industrial. En este campo en formación, Amador Chimalpopoca patentó un “aparato destinado a moler minerales y a raspar las tortas en el beneficio de patio",

37 Cuatáparo, Juan N. “La ingeniería mexicana", El Minero Mexicano, Tomo III, No. 3, 1875, p. 25.38 Díaz Rugama, Adolfo. Prontuario de leyes, decretos, reglamentos, circulares y demás disposiciones vigentes, México, Imp. Eduardo Dublán, 1895, pp. 181-193. En estas páginas aparece una detallada “noticia de las personas aprobadas en la Escuela Nacional de Ingenieros para ejercer alguna de las profesiones establecidas en ella, formada por la Secretaria de la misma Escuela", la cual comprende desde el 8 de febrero de 1859 hasta el 30 de septiembre de 1894. Se trata de uno de los registros más detallados que existen al respecto, pues además de los nombres y especialidades de los ingenieros señala su lugar de residencia y sitio laboral.

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el cual bautizó con el nombre “Beneficiador Mexicano”; Ignacio Ibargüengoitia inventó un “sistema de tahonas o de arrastres para moler piedra mineral”; Ignacio S. Portugal registró un “horno de reverberación y reducción de minerales”; y Francisco del Villar y Marticorena obtuvo una patente por un “aparato para el beneficio de los metales”.39 Respecto a los dos últimos ingenieros, su colega Juan N. Cuatáparo mencionaba:

Me es grato recordar los nom bres de Portugal y Villar y Marticorena: estos

distinguidos ingenieros han com prendido con fundam ento que la metalurgia,

com o todos los ram os del saber hum ano, debe prosperar al im pulso de los

progresos actuales de la ciencia, y p enetrados de esta profunda convicción se

encuentran hoy en el terreno de la práctica, ocupados del gran problem a que hará

cambiar la faz actual de nuestra industria minera, y cuyas consecuencias casi es

im posib le poder asegurar con certeza desd e ahora. A m bos han sido guiados por la Química, cam inando sin vacilar a favor de su radiante luz: no pretenden, com o los

antiguos alquimistas, reso lver la inmortal cuestión de la Piedra filosofal; y por esto

se espera de sus estudios y exper im entos un satisfactorio resultado. No hay que

dudarlo, e llos recibirán en lo futuro mil bendic iones, y sus nom bres serán s iem pre

m otivo de elogio y respeto .40

Sin duda, los inventos anteriores significaron algún aporte en la materia, pero no para “cambiar la faz actual de nuestra industria m inera”. Por más que tales inventos hayan sido guiados por la luz de la ciencia moderna, la minería mexicana siguió padeciendo de recursos técnicos que fueran eficaces en la práctica. En este sentido, la vinculación de los ingenieros con el saber científico les otorgó cualidades desproporcionadas en el imaginario social. Durante los años de la República Restaurada, sobre todo después de la irrupción del positivismo, los practicantes de la ingeniería comenzaron a idealizarse como los principales agentes humanos del “progreso industrial”, debido a la calidad de su conocimientos teóricos para transform ar la materia, “rodeándose así, las personas que a ella se dedican, de una aureola de respeto y de prestigio”. No obstante, también debemos señalar que durante esta época se comenzó a reconocer que “si la educación que el ingeniero mexicano recibe es vasta y excelente en cuanto a la teoría, de ninguna m anera sucede lo mismo en cuanto a la práctica. Ésta, o no se da, o en caso de darse es incompleta”.41 Esta actitud paradójica: la adulación de los ingenieros por sus saberes abstractos y la crítica por la falta de conocimientos empíricos, se presentó con mayor insistencia en la época de Díaz. Asimismo, quizás esta misma paradoja ocasionó que la invención en torno a la amalgamación de metales no se extendiera hasta convertirse en un verdadero campo de invención.

Fuera de los ingenieros, en el resto de los grupos sociales relevantes, no encontramos indicios reveladores de la formación de campos de invención. Lo que sin duda resulta de interés señalar, es que varios inventores de los distintos grupos sociales relevantes se dedicaron a planear máquinas para raspar fibras duras.42 El henequén se convirtió

39 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana, T. 12, No. 7269, p. 583 y T. 12, No. 7326, p. 681.40 Cuatáparo, Juan N. “La ingeniería mexicana^”, p. 25.41 Ibid., p. 26.42 En el anexo 6 se puede consultar el número de patentes obtenidas por los grupos sociales relevantes en función de las subclases establecidas por la Secretaría de Fomento.

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en un embrionario campo de invención compartido que se va a desarrollar en la época de Porfirio Díaz. Así, con excepción de la amalgamación de metales y las desfibradoras de henequén, los esfuerzos de los inventores mexicanos estuvieron dominados por la fragmentación. En líneas generales, los grupos sociales relevantes sólo coleccionaron un conjunto de proyectos individuales que no por eso carecen de importancia. En este sentido, para finalizar este capítulo realizaremos una breve descripción del principal inventor de cada grupo social relevante para dejar constancia de sus esfuerzos.

Luis G. Careaga y Sáenz fue el representante más prolífico y versátil de los ingenieros. La variedad de sus trabajos se extendió incluso hasta bien entrado el porfiriato. En la época preporfirista se concentró esencialmente en la creación de una serie de motores multiplicadores de fuerza y algunas máquinas para desfibrar henequén. Los primeros no fueron demasiado exitosos a pesar de que los promocionó en la prensa como una “revolución mecánica", pues más que una revolución resultaron una utopía mecánica como se deriva de los informes generados por la Secretaría de Fomento. Al respecto, el ingeniero Miguel Bustamante, quien en 1863 se desempeñaba como jefe de la sección encargada de examinar las solicitudes de patentes, mencionaba que:

con es te aparato se prop on e el inventor no sólo conservar y aprovechar íntegro el

esfuerzo que se le com unique, s ino multiplicar éste, es decir, que con el esfuerzo

que es capaz de hacer un hom bre, cree p od er obtener la fuerza de ocho, diez o

m ás caballos de vapor!! [_ ] La naturaleza de la cuestión que el inventor se

propone reso lver es nada m enos, o por mejor decir, todavía más, que el m ovim iento continuo. Los que van en busca de esta quim era se conformarían con

llegar a construir una m áquina que trasm itiese íntegro, hasta el ú ltimo de sus

órganos, el esfuerzo com unicado al prim ero [pero] el in teresado no se conform a

con eso, quiere que su aparato no sólo transm ita íntegro el esfuerzo que se le

com unica sino que lo aum ente en alto grado.43

Hasta cierto punto resulta un tanto paradójico que un ingeniero, cuya educación había sido “vasta y excelente en cuanto a la teoría", haya estado convencido de haber resuelto con creces el gran problema del movimiento continuo. Desde varios años atrás se habían formulado las leyes de la conservación de la energía. Careaga conocía esta información, pues así lo manifestó el ingeniero Bustamante, pero estaba convencido que en la practica podía solucionar todos los problemas que presentaba el dominio de las fuerzas naturales. No estaba conforme con las ideas teóricas, con el pensamiento preconcebido que tajantemente le marcaba la imposibilidad de que su aparato tuviera una producción de energía superior a la consumida. El pensamiento m eram ente abstracto no lo satisfacía. Es preciso mencionar que no todos sus inventos fracasaron, las máquinas para desfibrar henequén fueron exitosas, pues algunas se lograron poner en práctica en Yucatán.44 En ocasiones la imaginación de este inventor se materializó en artefactos funcionales, otras veces, se convirtió en un juego

43 AGN, Patentes y Marcas, Caja 9, Exp. 557.44 Careaga y Sáenz. “La felicidad de los yucatecos”, La Revista de Mérida, el 16 de noviembre de 1873. En esta gacetilla se daban a conocer las noticias de su " nueva máquina para sacar el filamento de toda clase de maguey " . Se mencionaba que los interesados podían dirigirse a su inventor en la ciudad de Puebla.

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desafiante de sus capacidades manuales e intelectuales. Proyectó construir máquinas imposibles, artefactos que sencillamente no podían llegar a funcionar porque violaban las leyes fundamentales de la física, pero en otros momentos construyó artefactos cuyo funcionamiento quedó demostrado. La teoría y la práctica convivieron de una manera particular en el cuerpo de Careaga y Sáenz. Sin duda, fue un hombre que se distanció del pensamiento abstracto y en el terreno de la práctica se convenció de sus éxitos y fracasos.45

Mientras tanto, en el grupo social de los comerciantes despuntó José María Millet. Personaje yucateco que destacó dentro de su grupo social no sólo por haber sido quien más patentes obtuvo, sino porque se apartó de la tendencia general de registrar obras que no demandaban gran elucubración, que eran meras introducciones o que, cuando mucho, eran mejoras de productos importados como los barnices, las lámparas de gas, las camas de latón, etcétera. Millet, en cambio, fue pionero en uno de los campos más importantes de la invención local. El 7 de noviembre de 1853 se convirtió en el prim er mexicano en obtener una patente por una máquina desfibradora de henequén.46 La máquina Millet, como la gran mayoría de las invenciones mexicanas del periodo preporfirista, estaba construida de madera. Desafortunadamente el expediente que se encuentra en el acervo de patentes no cuenta con una imagen de la invención, ni hemos podido localizarla en fuentes alternativas. No obstante, su descripción nos ofrece una idea más o menos clara de su configuración. Constaba de un armazón de aproximadamente dos metros y medio de largo, medio metro de ancho y un metro de alto, con sus respectivas ruedas para su fácil transporte. Contenía, además, dos columnas y una serie de cuchillas horizontales movidas por palancas. Como lo describen los Anales del ministerio de fomento: “la fuerza necesaria para el uso de esta máquina, es la de dos hombres que obran en las extremidades de las dos palancas, y la de dos muchachos que cuidan las cuchillas”.47

En suma, podemos concluir que la invención de Millet constaba de un par de palancas que raspaban las pencas usando el peso del tallador. Se traba de un aparato sencillo semejante al utilizado por el método ancestral de pakché, el cual consistía en un fuerte madero donde se sujetaba la penca, mientras que con una tabla más pequeña, afilada en su medio, y con un mango en cada extremo, se raspaba fuertemente la penca hasta despojarla de su pulpa. En la invención de Millet dicha tabla fue sustituida por las palancas y el madero que servía de base fue modificado por una mesa donde estaban las cuchillas. Según Millet su máquina podía desfibrar 3,000 pencas en diez horas que daban “como resultado cuando menos seis arrobas de henequén”. Esto era una producción mucho mayor a la que se lograba con los medios tradicionales que cuando mucho alcanzaban el raspado de doscientas hojas por individuo. Sin embargo, las

45 En un estudio en proceso de elaboración estudiamos con más detalle la biografía y las invenciones de este importante inventor mexicano.46 Se ha mencionado que Millet obtuvo la primera patente del sistema mexicano de propiedad industrial. Sin embrago, sólo obtuvo la primera patente que concedió la recién fundada Secretaría de Fomento en noviembre de 1853, pues desde la década de 1830, trece personajes mexicanos ya habían registrado varias invenciones. Cfr. Memoria de Fomento, 1857, p. 51.47 Anales del Ministerio de Fomento^, Tomo I, 1854, p. 75.

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cifras del inventor yucateco resultaron ser sólo una estrategia retórica para ganarse la patente. Más tarde se demostró que su máquina sólo alcanzaba a producir dos arrobas en diez horas, muy lejos de las siete arrobas que logró desfibrar la llamada Rueda Solís.48 La máquina de Millet, las reformas y los procedimientos que patentó después, no pudieron hacerle competencia a la rueda construida por el carpintero yucateco José Estaban Solís; aparato que se convirtió en el primero que consiguió desfibrar con “ventaja y provecho” las pencas del henequén.

Finalmente, entre los mecánicos sobresalió Juan Nepomuceno Adorno, quien de hecho fue el único de su grupo que obtuvo más de una patente. Adorno fue un tipo genial. Su vida está llena de singulares anécdotas que han servido de inspiración para varios estudios, novelas y cuentos fantásticos. Adorno fue escritor, dramaturgo, filósofos, pintor, músico, astrónomo, mecánico e inventor. Precursor de la literatura de ciencia ficción, pintor de cuadros de estilo romántico, escritor de obras para la regeneración moral de su patria y para la resolución de los males sociales que la aquejaban. Escritor utopista que como filósofo creía haber descubierto la armonía del universo, mecánico que trabajó para la fábrica de tabacos, melómano que inventó un ingenioso aparato para la notación musical, dramaturgo que escribió obras burlescas donde la tecnología era un actor principal y concesionario que se encargó de la limpia de las atarjeas de la ciudad de México. Personaje calamitoso ante los devastadores efectos de la naturaleza, mesiánico al inventar aparatos para evitar las desgracias que el país estaba destinado a sufrir y astrónomo aficionado que buscaba en las estrellas una musa de inspiración. Su personalidad y sus trabajos impactan a cualquiera que intenta abordarlo. Se dice que parece un personaje salido de una novela de Balzac.

Adorno gozó de un enorme prestigio como inventor durante los primeros años de vida independiente, era considerado como uno de esos pocos hombres universales “con disposiciones para todas las artes, todas las ciencias y demás curiosidades de que es capaz el ingenio hum ano”.49 Fue el prim er inventor profesional en México. Sin duda, entre sus múltiples manías, la mecánica ocupaba un lugar central. En sus trabajos se observa una constante lucha por rom per las leyes de la física y, de paso, las opiniones tajantes de los científicos pedantes. Fue el exponente más im portante de las patentes conseguidas durante esta época, el inventor más alabado del periodo, aunque al final de sus días fue desacralizado. Su irreverencia contra el conocimiento metódico de las

48 García Rejón, Antonio. “Máquinas de raspar henequén", El Repertorio pintoresco, Mérida, 1863, p. 17. La invención de Solís se vio involucrada en un extraordinario pleito jurídico que interpuso otro inventor yucateco de nombre Manuel Cecilio Villamor. Hacendado y diputado local en varias ocasiones, hizo todo lo posible por desprestigiar al carpintero Solís y demostrar que había usurpado su máquina. El pleito fue sumamente largo y al final tuvo como vencedor jurídico a Villamor, pero como triunfador social a Solís, pues la sociedad meridense, convencida de la injusticia del fallo, respondió por el artesano y reunió la estratosférica suma de cuatro mil pesos que el juez le obligó a pagar a Villamor. En un artículo en prensa abordamos con detalle este importante episodio de la invención en México.49 Nini-Moulin. “La octava maravilla o el hombre universal", Don Bullebulle. Periódico burlesco y de extravagancias redactado por una sociedad de bulliciosos, Tomo I, No. XVI, 1847, pp. 250-255. Esta singular publicación fue editada en la ciudad de Mérida, Yucatán, durante la primera mitad del siglo XIX. Todos las autores firmaba con seudónimo, como es le caso del jocoso “Nini-Moulin" autor de este texto donde se aprecia el significado del “hombre universal" que bien puede aplicarse a Juan N. Adorno.

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ciencias le costó demasiado caro. Cuando el positivismo se convirtió en pensamiento dominante, fue ridiculizado públicamente por los “auténticos” ingenieros, quienes lo definieron como un inventor cuyas utopías mecánicas eran sueños halagüeños de una persona profana a la ciencia de la ingeniería. El personaje más im portante de todos los inventores mexicanos del periodo preporfirista fue, sin ninguna duda, Juan Nepomuceno Adorno.50

En suma, durante la época preporfirista apenas se bosquejó la gran participación que tuvieron los ingenieros, comerciantes y mecánicos en la arena de las patentes durante el régimen de Díaz. Los industriales —que serían un grupo pujante en el porfiriato—, solo aparecieron en gestación. Como balance general, no nos resta más que decir que la participación de los mexicanos en el registro de invenciones fue muy limitada. Los actores nacionales tuvieron niveles demasiado bajos de patentación en relación a las experiencias de los países más industrializados.51 Además, las invenciones mexicanas se concentraron en rubros tradicionales como la minería y las llamadas artes químicas que, como lo advertimos, no tuvieron un gran impacto en el desarrollo industrial de la nación. No obstante, los inventores de los grupos sociales relevantes dem ostraron que estaban dispuestos a incursionar en nuevas esferas industriales (como el henequén) o revolucionar la mecánica con máquinas que resultaron imposibles. Esta imposibilidad, sin embargo, muchas veces no radicó en que sus principios fueran inexactos, sino en las condiciones del país que hacían imposible llevar al terreno de la práctica sus ideas.

Estos obstáculos del escenario preporfirista comenzaron a modificarse lentamente. De hecho, durante la República Restaurada se pusieron las bases del posterior desarrollo porfirista. Sin embargo, cuando esto sucedió, México ya tenía una diferencia de más de medio siglo con respecto a los Estados Unidos y de más de un siglo en relación con las potencias industriales europeas. Así, después de una “última” rebelión que derrocó al gobierno de Lerdo de Tejada, inició la dilatada época de paz porfiriana, en la que por fin se venció el obstáculo de la inestabilidad política, uno de los factores sistémicos del contexto mexicano que más influyeron en el reducido número de patentes obtenidas. No obstante, sobre la base de este cambio estructural, hacía falta modificar una serie de factores más focalizados que limitaban la participación de los inventores locales, la consolidación de los grupos sociales relevantes y la creación de campos de invención. Dichas transformaciones las abordaremos en la próxima sección.

50 En un trabajo en proceso de elaboración nos concentramos en su faceta de inventor con la extensión que se merece, la cual es una de las menos conocidas, sólo mencionada como un dato incidental, casi anecdótico, dentro de su prolífica e interesante biografía. En realidad, Juan Nepomuceno Adorno fue el inventor más importante de este periodo, obteniendo múltiples patentes en México y en el extranjero. Asimismo, muchas de sus creaciones técnicas no fueron patentadas, pero existen registros de ellas en múltiples acervos documentales. Sin duda, Adorno es uno de los pilares dentro de la historia de la tecnología de México, cuya obra inventiva merece ser analizada con detalle.51 Sobre los ritmos de patentación en Estados Unidos e Inglaterra durante esta época puede consultarse: Khan, B. Zorina. The Democratization of Invention: Patents and Copyrights in American Economic Development, 1790-1920, Nueva York, Cambridge University Press, 2005.

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Ilustración 12Póster de la Exposición Municipal de México de 1 8 7 4Fuente: Reglam ento de la Exposición Municipal, México, Imp. de Francisco Díaz y White, 1 8 7 4

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Ilustración 14Taller de Construcción y Compostura de Máquinas de Onosiphor L ebesgue

Fuente: Llanas, Roberto, Cecilia Mandujano y Francisco Platas. Precursores y rea lizadoresde la ingeniería m ecánica en México, México, II-UNAM, 2 0 0 0 , p. 249.

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Ilustración 21Máquinas para construir, limpiar y profundizar canales de Juan N. Adorno.

Fuente: AGN, P aten tes y Marcas, Caja 10, Exp. 630.

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T E R C E R A P A R T E

ACTORES Y ARTEFACTOS

(1877-1911)

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P R E A M B U L O

En la segunda sección percibimos las condiciones sociotécnicas de los años anteriores al periodo porfirista. Pudimos percatarnos de las carencias materiales, las deficiencias educativas, la insuficiente circulación de información técnica y los prejuicios sociales que, entre otros factores, enmarcaron el desarrollo de la actividad inventiva mexicana en general y la obtención de patentes en particular. Estas condiciones contextuales se entrelazaron con las características del tem prano sistema mexicano de patentes para generar un escenario poco propicio para la invención y la patentación. A pesar de todo esto, en el sexto capítulo observamos que se presentaron varios esfuerzos ciertamente encomiables de inventores mexicanos, pero la fuerza de los obstáculos institucionales, materiales y sociales terminó expresándose en un anquilosado ritmo de patentación. En líneas generales, durante la época preporfirista la actividad inventiva patentada se presentó como un fenómeno desequilibrado, fragmentario y embrionario en términos espaciales, temáticos y sociales. Con excepción de la labor de dos grandes inventores, Juan N. Adorno y Luis G. Careaga y Sáenz, quienes mantuvieron un dinamismo notable en la órbita de las patentes, el resto de los inventores incursionó esporádicamente en la materia y no se ensamblaron los engranajes sociales necesarios para la gestación de grupos sociales relevantes ni para el desarrollo de campos de invención.

Ahora, en este último tram o de nuestro estudio, analizamos las transformaciones que se presentaron durante las tres décadas y media del régimen porfirista. Hablamos de transformaciones porque, efectivamente, si comparamos los años anteriores al inicio del porfiriato, a simple vista se nota un marcado aumento de las patentes nacionales. Un fenómeno que ha sido poco percibido por la historiografía mexicana que, en lo que respecta al estudio de la tecnología, se ha concentrado en los procesos de introducción de maquinaria o en la transferencia de saberes y artefactos del extranjero para nutrir la industria local, soslayando las experiencias que se gestaron al interior de la nación. Aunque en la literatura hay pocas alusiones directas a los inventores mexicanos, estos actores de la invención tecnológica fueron agentes sumam ente activos. Más de dos mil doscientos inventores mexicanos obtuvieron más de tres mil seiscientas patentes de invención. En realidad fue un incremento bastante significativo en comparación con las cifras de los primeros años de vida independiente.

Ciertamente algo tuvo que haber cambiado para suscitar este extraordinario aumento de patentes locales. Sin duda, la respuesta a esa situación no puede ser unidireccional. Hubo una transformación que se manifestó paralelamente en varias expresiones de la vida sociotécnica nacional. No podemos reducir, como se ha intentado, ese incremento a un sólo factor. Por ejemplo, no se puede atribuir exclusivamente a las modificaciones legales que se presentaron durante el gobierno de Díaz ni tomarlo simplemente como resultado de las políticas de fomento industrial. Ambos factores fueron importantes, pero sólo reflejan una parte limitada de la realidad. También se presentaron cambios en la estructura industrial del país, la circulación de información técnica, los espacios de sociabilidad y las tendencias educativas. Todo esto sucedió en un ambiente cultural de interés por el mundo de la técnica y entusiasmo por el progreso material.

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En ese sentido, mucho se ha escrito sobre los afanes de la clase gobernante de acceder a la m odernidad mediante el progreso material. Con frecuencia se ha mencionado que las elites —política, empresarial e intelectual— eran amantes de dicho progreso. En la historiografía sobre el periodo se ha sobreestimado el papel de las elites como agentes de la modernidad, incluso ofreciendo una imagen que las coloca como los principales actores (casi únicos) que experimentaron este ideal. No obstante, debemos mencionar que no sólo las elites estuvieron dominadas por este anhelo, en el discurso de muchos inventores locales —que no pertenecían a lo más selecto de la sociedad—, se observa claramente la inclinación de identificar al progreso material como la vía más correcta para acceder a la modernidad. En este ambiente de atracción por el progreso material, que no fue una propiedad exclusiva de ninguna clase social, sino más bien fue un rasgo característico de la sociedad urbana, creció el fenómeno de la invención patentada. En suma, junto a esta transformación cultural, durante el régimen de Díaz se presentaron diversas mutaciones políticas, sociales e industriales que influyeron positivamente en el marcado crecimiento de las patentes domésticas. Esto lo estudiaremos con minucia en los próximos capítulos.

En el séptimo capítulo, entonces, analizamos las transformaciones sociotécnicas que, desde nuestra perspectiva, resultaron más relevantes para el aumento de las patentes y la dinamización de la actividad inventiva. Estudiamos el programa oficial de fomento industrial que desembocó en la creación de la “gran industria porfiriana”, nutrida de tecnología extranjera y con un inadecuado eslabonamiento de la cadena productiva; el entusiasmo social por el mundo material que se expresó en el desarrollo de múltiples espacios e instrumentos para intercambiar información y conocimientos técnicos; y la consolidación de una corriente educativa que enfatizó la importancia de los saberes científicos como la base para alcanzar el progreso y la modernidad. Estos tres grandes factores, sin embargo, no estuvieron exentos de contradicciones: generaron una serie de oportunidades materiales, sociales e intelectuales, pero al mismo tiempo crearon un conjunto de limitantes que se manifestaron en los grupos sociales relevantes y en los campos de invención.

En el octavo capítulo estudiamos la consolidación de los grupos sociales relevantes en la arena de las patentes. Primero efectuamos una descripción general de su fisonomía sociológica y explicamos la naturaleza de los conocimientos técnicos que poseían, para enseguida analizar su relación con el sistema de patentes y las estrategias sociales que les permitieron incursionar más activamente en la esfera de la invención patentada. Los ingenieros, industriales, mecánicos y comerciantes muchas veces aparecen como grupos sociales distantes de las descripciones tradicionales que tenemos de ellos. Esto como resultado de la información que pudimos recopilar en el acervo de patentes y de las tendencias que manifestaron con su propia actividad inventiva.

En el noveno capítulo concluimos analizando los campos de invención fomentados por los cuatro grupos sociales relevantes. En estos campos convergieron sus visiones y sus intereses tecnológicos particulares, así como las condiciones sociotécnicas de la época porfirista. Asimismo, reflejaron el carácter de los conocimientos técnicos que poseían,

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se convirtieron en una expresión de sus relaciones sociales, formaron una parte muy importante de la cultura tecnológica nacional e influyeron en el grado de desarrollo de la industria local. En este sentido, observamos el impacto de los campos de invención en el desarrollo material de la nación. Los proyectos de los grupos sociales relevantes se enfocaron en ciertas materias que muchas veces mantuvieron el atraso industrial y tecnológico del país. Esto como resultado de sus propias aspiraciones y, sobre todo, de la carencia de elementos materiales para impulsar invenciones de más trascendencia, de políticas que apoyaran la demostrada capacidad inventiva de los mexicanos y de una atmósfera sociocultural que muchas veces terminó limitando sus aportaciones. En fin, las condiciones del contexto sociotécnico acabaron configurando el relieve de los campos de invención e influyeron en los logros y fracasos de las patentes mexicanas.

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CAPÍTULO 7

Las transformaciones del contexto sociotécnico porfirista

Apenas tres años después de haber comenzado el periodo de la historia de México que conocemos como el porfiriato, las patentes de invención mexicanas incrementaron su número alcanzando cifras superiores a las obtenidas en la época anterior. Únicamente durante los dos primeros años del régimen porfirista, quizás como consecuencia de la efervescencia social generada por la revuelta+tuxtepecana, las patentes estuvieron por debajo de la decena. No obstante, es posible distinguir tres etapas dentro de la propia época porfirista. La prim era transcurrió durante el tiempo que estuvo vigente la ley alamanista de 1832, la segunda aconteció durante el lapso que perduró la ley de 1890, y finalmente la tercera estuvo enmarcada por los años de la importante legislación de 1903. Como se puede apreciar en la tabla 9, la variación entre cada una de estas etapas fue bastante pronunciada. Si tomamos en cuenta el promedio mensual de patentes, la disparidad entre las dos prim eras etapas fue considerable, mientras que el verdadero salto cuantitativo se originó con la entrada en vigor de la legislación de 1903.

TABLA 9ETAPAS DE LAS PATENTES MEXICANAS DURANTE LA ÉPOCA PORFIRISTA

Etapas Legislación Años Patentes Prom. m ensual

Porfirista 1 1832 1877-1890 418 2.60

Porfirista 2 1890 1890-1903 678 4.23

Porfirista 3 1903 1903-1911 2,513 25.38

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

Sin ninguna duda los arreglos en el marco institucional repercutieron favorablemente en la decisión de patentar, la construcción de una estructura legislativa más coherente e incluyente fue una medida que impulsó la propensión de patentar. No obstante, las transformaciones que dieron pie a una mayor derram a de patentes fueron mucho más complejas que las simples variaciones legales en el sistema de propiedad industrial. Su crecimiento se enmarcó en un ambiente de mayor estabilidad económica y política. En efecto, la época de paz inaugurada bajo el régimen de Díaz estableció las condiciones propicias para su aumento. La estabilidad política trajo consigo mejores condiciones económicas. Aunque no podemos hablar de una época de bonanza para las clases más populares, sino de una enorme explotación de su fuerza de trabajo, lo cierto es que las patentes fueron adquiridas principalmente por los grupos de una heterogénea clase media que gozaban de una situación relativamente estable, gracias a sus ingresos más o menos constantes. Esto se manifestó, por ejemplo, en una mayor estabilidad en los ritmos de patentación, los cuales fueron menos sensibles a los cambios estructurales de la economía. Si bien las tres grandes crisis globales de la época (1877, 1886 y 1907)

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repercutieron en las patentes mexicanas, su impacto no fue tan dramático como en la periodo anterior.1

El incremento de las patentes mexicanas también fue consecuencia de una lenta pero definitiva transformación de las condiciones técnicas e industriales del contexto local. Durante el porfiriato se vivió una época de marcado desarrollo industrial que impactó en la esfera de las patentes. Asimismo, en este periodo se presentaron un conjunto de transformaciones sociales, culturales y educativas que, al mejorar las condiciones para inventar, favorecieron las dinámicas locales de patentación. Durante la época de Díaz, la sociedad civil impulsó la divulgación y la circulación de los conocimientos técnicos por medio de diversas estrategias como la participación en exposiciones industriales, la fundación de espacios de sociabilidad formal, el consumo de literatura especializada y la creación de diversos negocios de consultoría técnica. Tales estrategias fueron una clara manifestación de que la sociedad porfiriana —especialmente la urbana—, estaba interesada en los avances de la técnica. La escuela, desde luego, también fue un factor importante en la circulación y transmisión de los saberes técnicos. Sin embargo, por el carácter que adquirió la educación porfirista, dominada por la doctrina positivista, su influencia fue un tanto paradójica al discriminar los saberes mecánicos y colocar en un pedestal a los científicos. Lo que resulta claro es que se presentaron múltiples tácticas de la sociedad civil para organizar un extenso acervo de conocimientos e información técnicos y volver la circulación de los saberes más proactiva, con la participación y el enriquecimiento muto.

Debemos, entonces, revisar con detalle las transformaciones del contexto sociotécnico porfirista para com prender el crecimiento de las patentes locales y la configuración de los inventos domésticos. En este sentido, nos centramos en tres grandes alteraciones: los cambios técnicos relacionados con las condiciones materiales y la industrialización porfirista; los cambios sociales vinculados con la aparición de un marcado entusiasmo por el mundo de la técnica; y los cambios educativos que propiciaron la formación de actores sociales con una clara formación científica, pero descuidaron el fomento de los conocimientos prácticos y animaron una serie de prejuicios que estaban arraigados en la sociedad mexicana.

7.1. Los cambios técnicos: el carácter de la gran industria porfiriana

Como lo indicamos el incremento de las patentes mexicanas fue resultado de una lenta pero definitiva transformación de las condiciones técnicas e industriales del contexto local. En la tabla 9, se puede apreciar que los ritmos de patentación durante la época porfirista tuvieron un crecimiento gradual marcado por el advenimiento de tres fases

1 En el anexo 3 podemos observar que las repercusiones de cada una de estas crisis se dejaron sentir un años después de haber comenzado. Así, en 1878 sólo se registraron seis patentes mexicanas, mientras que en 1879, cuando las condiciones habían mejorado, la cifra aumentó a once. Más tarde, en 1887 la cifra de patentes fue de cuarenta, mientras que el siguiente año se incrementó a cincuenta y dos. Por último, las repercusiones del llamado “pánico de 1907” también se presentaron un año después cuando la cantidad de patentes cayó a 266, mostrando una recuperación el siguiente año al ascender a 315.

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sucesivas que no sólo respondieron a las variaciones legislativas sino a los cambios en la estructura del sector industrial. En este sentido, las tres fases coyunturales a las que aludimos embonan perfectamente con los estadios que Ciro Cardoso y Carmen Reyna identificaron para explicar la evolución de las condiciones técnicas que favorecieron la industrialización durante el régimen de Porfirio Díaz.2

De este modo, la prim era etapa de crecimiento de las patentes (1877-1890) concuerda con el periodo que Cardoso y Reyna llamaron como el estadio de las precondiciones del desarrollo industrial. Es decir, la fase inicial en la cual se fueron reuniendo los factores que permitieron el crecimiento de la industria porfirista. Asimismo, la segunda fase de propagación de las patentes (1890-1903) corresponde con el periodo de aceleración industrial. Una etapa decisiva para la instauración de una planta industrial moderna: capitales abundantes (nacionales y extranjeros), enorme importación de maquinaria extranjera, avance del sector fabril y surgimiento de la industria pesada. Entre tanto, la fase de mayor crecimiento de las patentes locales (1903-1911), está estrechamente unida al paradójico periodo de máxima expansión del sector industrial que, entre otras cosas, tropezó con una demanda limitada de los productos manufacturados debido a la constante pauperización de las masas urbanas y rurales, un fenómeno analizado por varios historiadores.3

Aunque estas etapas de subsecuente industrialización afectaron de manera positiva el crecimiento cuantitativo de las patentes locales, la forma como se llevó a cabo esta ola de industrialización también influyó poderosamente en los contenidos y alcances de la actividad inventiva mexicana. En efecto, la modernización de la industria nacional fue un proceso que desembocó en lo que podemos denominar la gran industria porfiriana, pero la estrategia gubernamental diseñada para conseguirlo puso un énfasis excesivo en la introducción de maquinarias e industrias extranjeras, limitando el desarrollo de inventos y empresas nacionales. Es cierto que durante sus primeros años el régimen de Díaz se enfrentó con un escenario industrial en condiciones precarias. Pero, aunque el panorama no era halagador, en ese momento aún existía la posibilidad de trazar un plan racional de industrialización que retom ara el acervo de experiencias truncadas y cimientos imperfectos generados durante todo el siglo XIX.

El momento parecía propicio para idear una adecuada estrategia de industrialización, pues entre los miembros de la elite porfirista se había gestado un cambio de pensamiento que se observa con claridad en las palabras de Justo Sierra. Este personaje había criticado los esfuerzos iniciales de Alamán y Bustamante de “querer hacer de la República Mexicana un país manufacturero” cuando no había ni medios de comunicación, ni combustible o hierro, ni siquiera había consumidores. Sin embargo, al finalizar la década de 1870, en su discurso argumentaba que era imperativo que la República pasara “de la era militar a la era industrial”. El Estado debía “fomentar el

2 Cardoso, Ciro y Carmen Reyna. "Las industrias de transformación [1880-1910]”, en Cardoso, Ciro (Coord.) México en e i sigio XIX^, p. 386.3 Haber, Stephen H. Industria y subdesarroiio. La industrialización de México, 1890-1940, México, Alianza Editorial, 1992.

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progreso material del cual depende todo lo demás”.4 Con este cambio de conceptos, parecía que por fin se podía edificar una industria nacional realmente eficiente desde sus raíces.

Para ello, simplemente era preciso retom ar las opiniones pasadas que insistentemente habían deseado la creación de una cadena industrial formada por el mayor número de eslabones posibles. Comenzado con la extracción de materias primas, pasando por la construcción de maquinarias, hasta llegar a la formación de un sistema de transporte eficiente para la conducción de los insumos y los productos fabriles. Realizar esto, por supuesto, no era una tarea sencilla ante las condiciones de la industria nacional, pero había algunos cimientos que permitían intentarlo. Uno de ellos era la existencia de un industria siderúrgica en ciernes, que pese a ser tecnológicamente obsoleta e ineficaz, había localizado una enorme cantidad de yacimientos de hierro de excelente calidad y había logrado diseminarse en varias regiones mediante pequeñas ferrerías y talleres de segunda fusión. Mientras tanto, los ferrocarriles eran otro cimiento que se hallaba en ciernes al iniciar el porfiriato. Durante más de cuarenta años se habían reunido un caudal de experiencias alrededor de la construcción del llamado Ferrocarril Mexicano que buscaba enlazar la ciudad de México con el puerto de Veracruz. En 1873, después de múltiples problemas e interrupciones, finalmente logró concluirse este troncal que comunicaba al centro del país con el principal punto de conexión con Europa.

Sobre la base de estas experiencias podía iniciarse un proceso de industrialización que retom ara los cimientos existentes. El prim er paso, según este programa hipotético, era m ejorar las condiciones materiales para explotar las materias primas imprescindibles para el crecimiento industrial. Es decir, era necesario m odernizar la planta tecnológica de la industria siderúrgica, dotándola de altos hornos que permitieran increm entar su rendimiento y, sobre todo, que pudieran optimizar su producción con aleaciones más resistentes como el acero. Esto, como lo había indicado Estevan de Antuñano desde la década de 1830, constituía la base material de la industria en general, pues poseyendo ambos metales en buena cantidad y bajo precio, se podía incursionar en la fabricación de maquinaria industrial y en la construcción de ferrocarriles. Desde luego, para llevar a cabo este eslabonamiento se requería, entre otras cosas, transferir tecnología desde el extranjero, pero la erección de este eje industrial llevaría a disminuir gradualmente la dependencia tecnológica.

Este orden de ideas, desde luego, había sido visualizado por algunos pensadores desde mucho tiempo antes del porfiriato. Incluso, al iniciar este periodo, aún se escucharon voces y se presentaron proyectos que buscaban convencer a las autoridades para que impulsaran una industrialización siguiendo dicha trayectoria. En 1879, por ejemplo, en la prim era exposición industrial del estado de Yucatán, el inventor Manuel Casellas Rivas presentó unos modelos de ferrocarril con la intención de m ostrar públicamente

4 Sierra, Justo. Evolución política del pueblo mexicano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985, pp. 142 y 265. Una análisis de las causas económicas e ideológicas que llevaron a este cambio de mentalidad puede consultarse en: Beatty, Edward. "Visiones del futuro: la reorientación de la política económica en México, 1867-1893", Signos Históricos, No. 10, julio-diciembre, 2003, pp. 38-56.

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que era posible construir los caballos de acero en el interior del país, siempre y cuando se contara con las materias primas necesarias para tal efecto. El narrador del evento mencionaba al respecto:

El inteligente m ecánico D. Manuel Casellas Rivas exhibió dos p eq u eñ as m áquinas

de vapor, propias para m od e los en un gabinete de estudio. La más d im inuta era

m ovida por una lám para de alcohol; la otra, de m ayores d im ensiones , requería

com bustib le ordinario; am bas funcionaron perfectam ente ante la concurrencia

que tributó estrep itosos aplausos al joven Casellas Rivas. Parecía increíble que

una obra tan perfecta, hasta en sus más m ín im os detalles, funcionando cual pudiera hacerlo una m áquina de gran potencia, fuera obra construida en un taller

del país; pero allí estaban los m oldes m ism os de m adera que dem ostraban la

verdad del hecho, el cual tam bién indica que si el f ie rro (la m ateria prima] se

obtuviera a bajo costo en nuestro país, se podrían construir aquí esas grandes

m áquinas que aún es forzoso pedir al extranjero; y con só lo el ahorro de fletes de

mar, seguros, com isiones, etcétera, se obtendría una econ om ía no despreciable.

H alagamos la grata ilusión de que llegará el día en que esas en orm es p iezas se

construyan en Yucatán.5

No obstante, a pesar de los deseos yucatecos, el camino que eligieron las autoridades e inversionistas del porfiriato fue completamente contrario. Sus ímpetus por acelerar el progreso material o el desarrollo de una industria nacional se dirigieron a fomentar un vertiginoso proceso de industrialización fundado en la introducción de tecnología del extranjero y estimulado mediante el otorgamiento de franquicias y prebendas para la construcción de ferrocarriles y grandes empresas fabriles: los dos últimos eslabones de la cadena industrial. Para Sierra, Limantour, Olaguíbel, Romero, y otros connotados miembros del grupo Científicos, la industrialización significaba implantar en el país las fábricas adecuadas para transform ar los recursos naturales mediante el empleo de la más m oderna tecnología extranjera. No significaba, en cambio, la erección gradual de una cadena industrial que comenzara por la extracción de materias primas (industria base), la construcción de maquinaria (industria de bienes de equipo), la fabricación de productos industriales (industria de bienes de consumo), y la construcción de medios de transporte adecuados para enlazar estos eslabones entre sí y hacia el exterior con los mercados locales e internacionales.

Pugnaron por una industrialización precipitada, pues, entre otras cosas, consideraban que era el único camino para evitar que el país se convirtiera en tributario del dominio industrial estadounidense. Justo Sierra, por ejemplo, enfatizaba la necesidad de que la nación mexicana “pasase aceleradamente” al estadio industrial, “porque el gigante que crecía a nuestro lado y que cada vez se aproximaba más a nosotros, a consecuencia del auge fabril y agrícola de sus estados fronterizos y al incremento de sus vías férreas, tendería a absorbemos y disolvemos si nos encontraba débiles”.6 Así, seducidos por el

5 Cantón, Rodulfo G. Memoria de la Segunda Exposición de Yucatán. Verificada del 5 al 15 de mayo de 1879, Mérida, Imprenta de la Librería Meridana, 1880, p. 183.6 Sierra, Justo. Evolución política^, p. 265. Una visión sintética de las ideas que circulaban en México con relación al “peligro yankee” puede consultarse en: Zea, Leopoldo. El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, pp. 313-319.

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simbolismo que popularmente se había construido alrededor del ferrocarril como el agente m otor del mundo tecnificado, los miembros de la elite porfirista consideraron que era necesario comenzar el proceso de industrialización nacional introduciendo este medio de transporte, pues su “fuerza modernizadora” acortaría de manera eficaz la brecha que lentamente se había ensanchado con las naciones más industrializadas, intensificando, al mismo tiempo, el proceso de sustitución de la tradicional tecnología mexicana por la moderna maquinara industrial del extranjero.

De este modo, un año después de la exposición de Yucatán, se puso en marcha un programa extremadamente acelerado e intensivo de construcción ferroviaria emprendido, paradójicamente, por compañías estadounidenses y apoyado por subvenciones federales. Entre 1880 y 1890, se establecieron las bases de la red ferroviaria nacional, aum entando la cantidad de kilómetros construidos de 570 a casi 10,000. Este programa, sin embargo, no empleó las materias primas locales ni mucho menos los conocimientos y experiencias mexicanos. Los técnicos e ingenieros que dirigieron las operaciones arribaron del extranjero junto con las locomotoras, vagones, rieles e incluso la madera para los durmientes. El equipo rodante provino de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Bélgica; los rieles de Estados Unidos e Inglaterra; la hulla de Inglaterra; y los durmientes de encino y roble también fueron norteamericanos.7

En lugar de comenzar por el principio, mediante la explotación de los yacimientos de hierro locales para la creación de grandes fundidoras que pudieran abastecer de acero la instalación del sistema ferroviario, las autoridades decidieron empezar por el final, trazando la red de ferrocarriles para que pudiera introducirse la maquinaria necesaria para la instalación de las grandes industrias. Esta disposición, además de ser onerosa e ineficiente, ocasionó que las líneas férreas se emplazaran hacia el exterior, haciendo converger el tendido de las vías con los puertos y fronteras para facilitar el ingreso de los bienes extranjeros demandados por México (artículos fabriles, maquinaria, equipo técnico, herramientas, etcétera) y la salida de los productos primarios deseados por las potencias industriales (minerales, víveres, lanas, cueros, etcétera). En efecto, como lo menciona Paul Bairoch, contrario a lo que sucedió en las naciones europeas, donde los trenes comenzaron a unir puntos situados en el interior del territorio hasta conformar una estrella cuyo centro era la capital, los ferrocarriles mexicanos configuraron una especie de embudo destinado a drenar el tráfico hacia las fronteras.8

7 Corona Treviño, Leonel. Historia Económica de México. La tecnología, siglos XVI ai XX, Tomo 12, México, UNAM-OCEANO, 2004, p. 111. Riguzzi, Paolo. “Los caminos del atraso: tecnología, instituciones e inversiones en los ferrocarriles mexicanos, 1850-1900”, en Kuntz Ficker, Sandra y Paolo Riguzzi. Ferrocarriles y vida económica en México. Del surgimiento tardío ai decaimiento precoz, México, El Colegio Mexiquense-UAM-X, 1996, pp. 31-98.8 Bairoch, Paul. EI Tercer Mundo en la encrucijada, Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 132. En el contexto local, aunado al Ferrocarril Mexicano que funcionaba desde 1873 como una frontera al viejo continente, se construyeron dos troncales más para conectar la capital de la República con la frontera norte: el Ferrocarril Central Mexicano (Ciudad Juárez) y el Ferrocarril Nacional Mexicano (Nuevo Laredo). Beato, Guillermo. Historia Económica de México. De la independencia a la Revolución, Tomo 3, México, UNAM- OCEANO, 2004, p. 104.

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De esta manera, el proyecto de industrialización porfirista nació con un mal congénito cuyas repercusiones se manifestarían en el futuro de la industria local. La búsqueda de una industrialización acelerada, mediante la implantación de la tecnología extranjera, trajo consigo un desequilibrio estructural al omitir eslabones imprescindibles para un sano desarrollo industrial. En prim er lugar, impidió la consolidación tem prana de una plataforma industrial para explotar el hierro y el acero. En segundo lugar, obstaculizó la creación de una industria eficiente de construcción de maquinarias y herramientas. En tercer lugar, el emplazamiento de las vías férreas se encargó de drenar las riquezas naturales e increm entar la dependencia tecnológica del país. En conjunto, la estrategia establecida por el gobierno de Díaz hizo caso omiso de los señalamientos de varios personajes mexicanos que, con una amplia claridad de miras, advirtieron la necesidad de realizar una industrialización gradual “sin extraviar esta senda ni asaltar mucho menos aquellas alturas a que no hemos podido llegar por nuestro pie”, pues en caso contrario, “caeríamos en un estado más humillante, que aquél del que habíamos querido levantarnos”.9

De cualquier modo, la construcción de la red ferroviaria cumplió con su cometido en el plan de industrialización porfirista: dotar de maquinaria extranjera a la gran industria en gestación. Esto se complementó con una incorporación cada vez mayor de sujetos al sector fabril como resultado del aumento de la población urbana y de la paulatina sustitución del artesanado. Asimismo, en 1889 se reformó el Código de Comercio para alentar la formación de sociedades anónimas por acciones, lo que permitió una nueva organización empresarial más eficiente y capaz de afrontar un financiamiento mucho más im portante que las antiguas firmas familiares o personales.10 Para construir una industria de gran escala, como lo entendieron las autoridades, se necesitaban recursos que el espíritu de empresa y asociación podían proporcionar. Así, durante los años de 1877 a 1890, se establecieron las bases del programa industrial porfirista, reuniéndose los factores que llevarían a la implementación de la gran industria nacional.

A partir de la década de 1890, gracias a las condiciones que se establecieron durante el periodo anterior, se vivió una etapa de profunda aceleración industrial mediante la introducción de maquinaria, artefactos y procedimientos industriales. Las políticas de fomento atrajeron exitosamente capitales foráneos que favorecieron la instalación de industrias inexploradas en el territorio nacional. Como sabemos, en 1893 el gobierno porfirista decretó la Ley de Industrias Nuevas que otorgaba franquicias y concesiones a los empresarios que garantizaran cierta inversión de capitales en el planteamiento y desarrollo de industrias inéditas en la República. La intención de ese dispositivo legal, según el ministro de Fomento, Manuel Fernández Leal, era “aprovechar a los pioneers de la industria nueva, los hombres que con su espíritu de empresa crean una industria vividera y no existente antes de ellos, a los fundadores que aventuran sus fondos”.11

9 Fonseca, Urbano. "Discurso inaugural de la segunda exposición de la industria mexicana”, en Anaies dei Ministerio de Fomento, México, Imprenta de F. Escalante y Cía., 1854, pp. 218-219.10 Cardoso, Ciro y Carmen Reyna. "Las industrias de transformación^”, pp. 385-386.11 Memoria de Fomento, 1892-1896, pp. 46 y 49.

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Las bases para adquirir estas franquicias eran por demás atractivas. Únicamente se pedía una inversión de doscientos cincuenta mil pesos en delante para la constitución de una industria “completamente nueva”, aunque cinco años después esta cantidad se redujo a cien mil pesos. En gratificación por ello, el gobierno concedía diez años de exenciones de impuestos federales directos al capital invertido y la introducción libre de derechos de importación (por una sola ocasión) de la maquinaria, las herramientas, los materiales de construcción y demás elementos para las fábricas y edificios.

No es extraño entonces que bajo los argumentos usados por las autoridades para invitar a los empresarios, esta legislación en lugar de favorecer a los inversionistas locales atrajera una riada de pioneers extranjeros ávidos de riquezas. No está por demás decir que esta inusitada legislación sobrepasaba su cometido promocional y entregaba al país en manos del capital foráneo. Pronto se acogieron a estas franquicias infinidad de inversionistas que cumplieron los deseos del régimen mediante la penetración masiva de tecnología industrial. Tales empresas importaron totalmente su equipo tecnológico y hasta los materiales de construcción. Además, gran parte de los directivos y mano de obra calificada también provino del extranjero.12 Desde ese momento, y hasta el ocaso del régimen porfirista, las industrias nuevas se convirtieron en “las empresas favoritas del capital extranjero” y en el programa industrial más promovido por los apologistas del régimen, quienes frente a la menor oportunidad pregonaban que en México “el progreso industrial se aprecia, principalmente, por el número, cada vez más crecido, de industrias nuevas que se implantan en el país”.13

La aceleración del “progreso industrial” impulsado por el régimen de Díaz también se vio fortalecida con la abolición de las aduanas internas hacia 1896. La supresión de las alcabalas, más que un clamor, era una exigencia de los productores y comerciantes. En todo momento se escuchaban voces críticas que pugnaban por la derogación de esta “peste mortífera”, como la denominó Adam Smith, “llaga social” como la calificaron los partidarios mexicanos del libre comercio, quienes, en nombre del laissez faire, laissez passer, sostenían que las alcabalas eran “la ruina del comercio de buena fe, las que dan muerte a la industria de la nación y las que paralizan el mayor expendio y difusión de los artefactos”. La reforma para rem ediar estos males fue emprendida por el ministro de hacienda José Yves Limantour, quien en su propuesta de derogación manifestó: “las circunstancias son propicias para em prender la gran reforma exigida por el esfuerzo expansivo de la industria nacional. Es necesario abatir los obstáculos que el viejo sistema fiscal levanta sobre la libre ruta de los productos nacionales”. En fin, sentenció: “no se tra ta de mi deseo personal, sino del efecto de las condiciones económicas de la República”.14

12 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., pp. 351-356.13 Estadística Gráfica. Progresos de ios Estados Unidos Mexicanos, México, Estadística Gráfica Empresa de Ilustraciones, 1896, p. 2; Memoria de Fomento, 1901-1904, p. LI.14 Los fragmentos citados en este párrafo se encuentran en Canudas Sandoval, Enrique. Las venas de plata en la historia de México. Síntesis de Historia Económica siglo XIX, Tomo III, México, Utopía-UJAT, 2005, pp. 1293-1295.

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Así, el crecimiento de la red ferroviaria, las políticas da apoyo para instalar industrias nuevas de gran envergadura, la promoción de sociedades capitalistas y la abolición de las aduanas internas, favorecieron la expansión industrial de este periodo. Por otro lado, entre los factores técnicos que coadyuvaron a la instalación de la gran industria porfiriana, la introducción de la energía eléctrica fue fundamental. Hacia finales de la década de 1890 esta fuente de energía vino a solucionar, en buena medida, la carencia de combustibles en el contexto local. Los problemas para conseguir carbón mineral y aprovechar la fuerza hidráulica en los meses de sequía, relativamente se solucionaron con la creación de usinas hidroeléctricas que el relieve accidentado del país permitía establecer. Al respecto, en la Memoria de Fomento de 1900 se mencionaba:

Si la nación no cuenta con el prec ioso e lem en to de com bustib le propio, s í t iene a

su d isposic ión un factor im portantísim o para la obra industrial, factor

proporcionado por la m ism a naturaleza: las caídas de agua. La configuración

especial del territorio, que tantas rém oras ofrece a la resolución de otros

problem as económ icos, ha determ inado la form ación de una fuerza, hábilm ente

guiada por la ciencia m oderna, que en ella ha encontrado uno de sus más

o b ed ien tes servidores. La captación de las corrientes y de las cascadas, a virtud de

con ven ien tes trabajos hidráulicos, ofrece en la actualidad una brillante

perspectiva para los pa íses que, com o el nuestro, p o seen a consecuencia de su

configuración topográfica una notable cantidad de energía utilizable.15

La minería y la industria textil no tardaron en instalar plantas generadoras de energía. Las aplicaciones de la electricidad se generalizaron paulatinamente en los procesos de producción de la industria nacional, sobre todo, en las grandes fábricas, originando un mayor grado de productividad hacia la última década del porfiriato. Asimismo, aunque en una escala mucho menor, comenzó a usarse el petróleo refinado como combustible en la industria y las máquinas de vapor. Mientras que su empleo en tiempos pasados como fuente de iluminación fue sustituido gradualmente por la luz eléctrica. En suma, entre 1890 y 1903, el proceso de aceleración industrial era una realidad fincada, según los funcionarios de Fomento, en “el cambio de la vieja maquinaria existente en el país por otra m oderna”, así como en “la importación en el país de capitales extranjeros y la aproximación de los mercados de producción y consumo, merced al ensanche de la red ferrocarrilera”.16 Así, al iniciar el último decenio del régimen porfirista, se habían establecido las bases del programa de industrialización de la elite mexicana, centrado, fundamentalmente, en el crecimiento de los bienes de capital. Es decir, en la creciente inversión en las formas materiales de los elementos de producción: máquinas, equipo técnico e inmuebles. Lo que sobrevino después fue un paradójico periodo de máxima expansión industrial.

Podemos considerar que esta última etapa del desarrollo industrial porfirista se inició con el establecimiento de una auténtica industria siderúrgica en México. Precisamente cuando la Fundidora de Monterrey comenzó su producción de acero en 1903, abrió la puerta a la máxima expansión de la industria porfirista. Fue hasta entonces, cuando ya

15 Memoria de Fomento, 1897-1900, p. 44.16 Memoria de Fomento, 1901-1904, p. XLIX.

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se había tendido más de tres cuartas partes de la red ferroviaria construida durante el porfiriato, que comenzó a producirse el metal necesario para la construcción de la vía férrea. Asimismo, hasta ese momento inició la producción metalúrgica a gran escala de ciertas aleaciones indispensables para el desarrollo de las grandes fábricas, aunque su diversificación no fue suficiente para los requerimientos de la industria moderna.

Una vez abierta la puerta para la expansión industrial, se crearon y consolidaron una serie de empresas fabriles que sería desmesurado analizar aquí, pero que en conjunto conformaron lo que denominamos como la gran industria porfiriana. Solo por señalar algunas, entre otras comenzaron a expandirse las textileras, tabacaleras, cementeras, azucareras, cerveceras, papeleras, jaboneras y fundidoras, así como un sinnúmero de empresas tecnificadas para el ofrecimiento del servicio de transporte, la electricidad, el teléfono, etcétera. La mayoría de ellas controladas por una oligarquía que invertía sus capitales en varios frentes para asegurar sus intereses.17

El mismo año de 1903, ante este escenario de una creciente industria, los funcionarios del porfiriato aseveraban victoriosos, aunque con cierta inocencia, que “el país estaba entrando en un periodo francamente industrial que era, al parecer, el estado perfecto de las naciones civilizadas”.18 Estas opiniones se multiplicaron alegremente hasta que la gran industria porfiriana detuvo su marcha triunfal en los últimos años del régimen como resultado de la estrechez del mercado local, la falta de previsión en la formación de la cadena industrial y la inexistencia de normas jurídicas elementales para manejar el proceso de transferencia tecnológica. La miseria en que vivían las masas urbanas y rurales, imposibilitadas para consumir la cantidad de bienes generados (o capaces de generar) con la planta industrial instalada, produjo graves problemas de subempleo de la tecnología, aumento en el costo de producción, incremento en los precios de los productos manufacturados y crisis recurrentes de sobreproducción. Mientras tanto, la falta de un eslabonamiento adecuado de la industria mexicana ocasionó que muchas empresas encontraran enormes problemas para m antener en óptimas condiciones su equipo técnico. Finalmente, la ausencia de un régimen legal que regulara la absorción de tecnología extranjera, terminó por voltear de cabeza los argumentos iniciales de los pensadores porfiristas, quienes buscaban una industrialización para no ser tributarios del extranjero, y se terminó creando una industria casi enteram ente dependiente.

Asimismo, las “brillantes” condiciones técnicas que vivió la gran industria porfiriana contrastaban una enormidad con la situación real del país entero. Las grandes fábricas

17 La bibliografía en torno a la industrialización durante el porfiriato es demasiado amplia, sobre todo se ha ensanchado considerablemente en las últimas dos décadas. Sin embargo, los ejes de análisis han sido esencialmente la historia económica y empresarial. Se observa una profunda carencia de estudios que analicen el proceso de industrialización desde la perspectiva de la historia de la tecnología. Nuestro trabajo, en parte, busca reducir este enorme vacío historiográfico. Una buena guía de lo que se ha escrito recientemente puede consultarse en: Galvarriato Ferrer, Aurora. “Industrialización, empresas y trabajadores industriales, del porfiriato a la revolución: la nueva historiografía”, Historia Mexicana, Vol. LII, No. 3, 2003, pp. 773-804.18 Diario Oficial de la Federación, 12 de agosto de 1903. La cita se encuentra en: Beatty, Edward. “Visiones del futuro^”, p. 48.

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del porfiriato estaban encapsuladas en una burbuja de m odernidad que discrepaba en alto grado con el estado precario de la técnica en el resto de la sociedad. En ese tiempo aunque era posible encontrar en el país la maquinaria más sofisticada de manufactura extranjera, simultáneamente resultaba imposible encontrar materiales elementales en el mercado interno. En general, faltaba metales no ferrosos, utensilios, piezas e incluso tornillos. El desequilibrio con el que había nacido la industria porfirista, saltándose el eslabón de las factorías aplicadas a la construcción de equipo técnico, herramientas, piezas y maquinarias, en gran medida originó este problema de abastecimiento. Como lo señaló con absoluta honestidad el ingeniero Manuel S. Carmona, el mercado interno de insumos y servicios industriales estaba en un

estado más que rudimentario y no digamos maquinaria especial sino hasta materia prima suele faltar completamente ¿quién podrá en toda la extensión de nuestro territorio hacer una soldadura autógena?, ¿quién podrá fundir el iridio o proporcionarse un átomo de vanadio?, ¿en dónde se encontrará quién funda una pieza de aluminio o de alguna de sus ligas?, ¿quién podrá cortar un prisma de determinado ángulo o de forma especial? Cosas todas bien sencillas y fáciles en las naciones industriales; y si por ventura se encuentra a alguno que ofrezca hacerlo habrá que pagarle en onzas de oro lo que debiera ser centavos y después de retardos e informalidades sin fin contentarse con una pieza tan mal elaborada que no valga la pena continuar la experiencia ya por su fundición imperfecta o bien por sus equivocaciones y torpezas. Cuántas veces hay que desistir de una experiencia por no encontrar en todo el comercio una hoja de aluminio, un trozo de hierro dulce, un tubo de acero, una hoja de mica o un tornillo de cierto paso y forma; cosas bien fáciles de adquirir en otras naciones.^9

El ingeniero Carmona, como lo mencionamos en el segundo capítulo, proponía fundar un Taller de Experimentación anexo a la Oficina de Patentes, donde se ejecutarían esas piezas correctamente hasta convertirlo en un semillero: en el “verdadero laboratorio y base de nuestros futuros adelantos industriales”. Pero, como sabemos, dicho proyecto jamás se concretó. En la mente de las autoridades y empresarios porfiristas no estaba presente la idea de som eter los capitales al prolongado proceso de experimentaciones que habría sido necesario para desarrollar una tecnología autóctona. ¿Para qué perder tiempo fomentando una industria lenta si podían obtenerse resultados inmediatos con la tecnología importada de Estados Unidos y Europa? Tal era el razonamiento “lógico” de los Científicos mexicanos. ¿Para qué invertir recursos en una empresa insegura si el gobierno ofrecía enormes facilidades para introducir maquinaria extranjera? Tal era el pensamiento pragmático de los empresarios porfiristas.

Sin embargo, en honor de quienes arriesgaron sus recursos, es preciso mencionar que el proceso de industrialización originó el desarrollo de un reducido grupo de pequeñas industrias de bienes de equipo que no tenía ningún parangón con las magnitudes de la gran industria de bienes de consumo. En realidad se trataba de talleres relativamente equipados para la compostura y construcción de máquinas, artefactos y herramientas. En la ciudad de México, por ejemplo, estos establecimientos comenzaron su desarrollo desde la década de 1880. Entre los que efectivamente llegaron a construir maquinaria estaban el Taller de Construcción y Compostura de Máquinas de José Cásares, la

19 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, pp. 39-40.

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Fundición Artística Mexicana y el Taller “Pino y Durán”. Mientras que había otros talleres donde sólo se realizaban trabajos de segunda fusión, tornería, herrería, hojalatería y plomería como el de Juan Begovich, Hermanos Charreton, Hipólito David, Antonio Valezzi y la Empresa de Hierro Galvanizado.20

Sería erróneo, sin embargo, considerar a estos talleres como una genuina industria de producción continua de maquinaria, tal entidad no existió durante todo el porfiriato. Si acaso únicamente en el ámbito de los ferrocarriles se crearon líneas de producción pesada para la fabricación de refacciones, carros de carga y coches de pasajeros, incluso llegándose a construir un par de vehículos locomotores en los últimos años de la era porfirista. No obstante, su desempeño fue bastante somero en comparación con el equipo que se introdujo del extranjero. En un análisis detallado, Guillermo Guajardo observó un nivel de abastecimiento inferior al uno por ciento en función del total de la tecnología instalada. Además, su producción se presentó únicamente al interior de las compañías ferroviarias. No transitó hacia una autonomía industrial. La única empresa independiente fue la Compañía Mexicana de Carros y Fundición, S. A., creada en 1904 por un grupo de capitalistas extranjeros, encabezados por Isaac Hutchinson, quien era además representante de las compañías norteamericanas de ferrocarriles. Esta planta industrial estaba enfocada a fabricar equipo rodante para la minería, los ferrocarriles y tranvías. No obstante, tuvo una vida pasajera. Hutchinson falleció en 1907 y al año siguiente la sociedad quebró.21

La situación, asimismo, no era nada halagadora en cuanto a la producción de insumos metálicos. Primero, el tardío desarrollo de la industria siderúrgica ocasionó bastantes problemas de abastecimiento. Después, cuando comenzó la producción local de acero, resultó que éste no siempre era adecuado para la fabricación de equipo industrial. Los especialistas estimaron que el acero mexicano era menos resistente que el extranjero. Esto se debía, en parte, a los procedimientos de producción. En 1911, al clausurarse la época porfirista, el gobierno le otorgó a Ricardo Honey una concesión para establecer en la República el procedimiento eléctrico para la elaboración de diversos artículos de acero. El último secretario de Fomento porfirista, Rafael Hernández, reconocía que la importancia de esta industria nueva radicaba “precisamente en el atraso en que se encuentra en nuestro país la metalurgia”. Continuaba:

Hasta ahora en México sólo se han em pleado para la refinación y fundición de

m etales com o el fierro y acero, s is tem as m etalúrgicos que casi han desaparecido

en otros países, ced iendo su lugar a la electrometalurgia, cuyo perfeccionam iento

en es tos últim os años la hacen m ás ventajosa comercial e industria lm ente ( _ )

20 Estadística Gráfica^, p. 260; Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México. Novísima guía universal de la capital de la República Mexicana, México, Juan Buxó y Compañía, Editores, 1901, p. 306; Lista de las cuotas del impuesto profesional a las personas que ejercen alguna profesión o trabajo lucrativo en el Distrito Federal, México, Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal, 1900, pp. 65 y 83.21 Guajardo Soto, Guillermo. “Hecho en México: el eslabonamiento industrial 'hacia dentro’ de los ferrocarriles, 1890-1950”, en Kuntz Ficker, Sandra y Paolo Riguzzi. Ferrocarriles y vida económica^", pp. 254-256; Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., p. 349.

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Hasta los altos hornos que funcionan en M onterrey y que, aunque representan y

resum en los esfuerzos m etalúrgicos de cerca de un siglo, producen fierros del com ercio que no están exentos de defectos y que son im propios para cierto

género de trabajos, com o por ejemplo, para su conversión en hilos, que carecerían

de tenacidad o para la fabricación de planchas que resultarían quebradizas. Los

s is tem as casi prim itivos o poco perfeccionados que se s iguen en México, resultan

su m am en te costosos, tanto por razón del com bustib le y de la m ano de obra,

cuanto por la proporción de metal que se desperdic ia y lo defectuoso de los productos.22

En fin, Rafael Hernández concluyó remarcando la necesidad de fomentar el desarrollo de la industria siderúrgica, pues mediante una adecuada explotación de los minerales nacionales podía “aum entarse la producción del fierro necesario para el consumo de otras industrias y dejar de adquirirse en el extranjero [_] en lingotes o convertido en artículos de aplicación y usos diversos”. Con ello se estimularía “el establecimiento de fábricas de acero en barras, láminas, alambre, etcétera, así como otras explotaciones correlativas de las anteriores que influirán directamente en el progreso de la industria nacional”.23

Resulta evidente que las ideas vertidas por el secretario de Fomento reproducían los mismos argumentos que Estevan de Antuñano había vertido con ahínco setenta años antes. Se trataba de un enorme hueco en la industrialización del país que, durante esta época, no logró cubrirse por falta de visión y rescate de los proyectos y experiencias pasados. Ese mismo año de 1911 —frente a la evidencia de las fallas cometidas—, los economistas Científicos que en otro tiempo aplaudieron el vertiginoso programa de industrialización, aceptaron que “el país podría industrializarse pero no lograr su desarrollo” y consideraron absurda la famosa ley de industrias nuevas.24 No obstante, en ese entonces la industria mexicana contaba con una estructura difícil de modificar y totalmente vinculada a la división internacional del trabajo. Aunque no imposible, el esfuerzo para regenerarla sería más arduo y problemático. Además, la aparición de un legítimo movimiento revolucionario vino a complicarlo todo, pues aunque la lucha arm ada no tuvo un efecto devastador sobre la estructura industrial, sí significó, por lo menos, la paralización de muchas empresas y una década más de atraso con respecto a las naciones industrializadas.

7.2. Los cambios sociales: el entusiasmo por el mundo de la técnica

Así las cosas, durante todo el porfiriato mejoraron las condiciones técnicas de la gran industria nacional, pero no sucedió lo mismo con las condiciones para materializar las invenciones mexicanas. Paradójicamente el progreso material impulsado por las elites porfiristas impidió que se establecieran las bases materiales para el desarrollo de una industria realmente autóctona, nutrida de tecnología generada localmente. La enorme

22 Memoria de Fomento, 1911-1912, pp. X-XI.23 Ibid., p. XI.24 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., p. 355.

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introducción de maquinaria, la falta de industrias para la generación de equipo técnico y la carencia de materias primas, fueron obstáculos muchas veces infranqueables para los inventores mexicanos. Salvo algunas excepciones, no existieron proyectos para el desarrollo a gran escala de las invenciones nacionales. Inventos siempre los hubo, y en mayor número cada año, lo que faltaba eran las condiciones apropiadas para intentar desarrollarlos. Resulta claro que el crecimiento de la invención patentada en el México porfirista fue un fenómeno contingente que traspasó las previsiones de los grupos en el poder. Estamos de acuerdo con Mauricio Tenorio cuando menciona que “fomentar la industrialización mediante inventos tecnológicos autóctonos era un lugar común de la retórica, la elite porfiriana ya había abandonado la idea de emparejarse a la rápida marcha de la tecnología industrial y sólo aspiraba a ser un rico proveedor cosmopolita de materias prim as”.25

Las variaciones que experimentó el contexto técnico en la era porfirista repercutieron en el fenómeno inventivo de una manera totalmente inesperada e imprevista para los impulsores del programa de industrialización oficial. Podemos decir, en función de las evidencias, que casi accidentalmente establecieron mejores condiciones contextuales para la invención, aunque esta falta de planeación —por desinterés, por estrechez de miras o por una actitud despectiva hacia los inventores mexicanos, que aún se observa en nuestros días cuando se asevera que las autoridades porfiristas eran realistas, pues sabían bien que no encontraría un Edison mexicano26—, originó que no se ocuparan en mejorar las condiciones para la innovación. Así, muchos inventos locales quedaron como caminos truncados ante la carencia de elementos para materializarlos.27

De esta forma, quizás las transformaciones más importantes para el crecimiento de la inventiva mexicana patentada fueron de naturaleza social y cultural, en los contornos de las políticas oficiales de industrialización. Ante una industria modernizada con una gran cantidad de maquinaria traída del extranjero, las acciones para generar nuevos conocimientos técnicos se multiplicaron casi como reacción natural. La introducción de la tecnología eléctrica, el telégrafo, el teléfono, la máquina de escribir, los motores de combustión interna, el cinematógrafo, el automóvil, el avión, las fábricas químicas e industriales, etcétera, fueron elementos que sirvieron de modelo para el desarrollo de nuevas invenciones. La asimilación de la tecnología en uso, el contacto cotidiano con nuevos artefactos y el estudio de los componentes técnicos de los objetos mecánicos, fueron una fuente inagotable de ideas e inquietudes para mejorar la adaptabilidad, la utilidad y la calidad de la gran cantidad de tecnología importada.

Las máquinas, artefactos y procedimientos industriales eran conocimientos técnicos que circulaban en el interior del país, fomentando en todo momento el surgimiento de

25 Tenorio Trillo, Mauricio. Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880­1930, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 187.26 Ibid., p. 188. En este sentido, no estamos de acuerdo con la justificación que plantea Tenorio Trillo.27 Un trabajo posterior quizás nos puede ofrecer mayores luces sobre los problemas que enfrentaron los inventores mexicanos para llevar a la fase de innovación sus creaciones, por lo pronto, este estudio se enfoca en las condiciones que permitieron u obstaculizaron el proceso de invención, es decir, la fase de generación de conocimientos e ideas técnicos novedosos hasta el punto de la patentación.

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nuevas ideas técnicas. En efecto, como lo muestra Davis Baird en un excelente estudio, los artefactos técnicos una vez terminados se constituyen en un “conocimiento cosa” (thing knowledge), en función de que todos los conocimientos que se requirieron para su construcción son embebidos y configuran a la máquina misma.28 Es evidente que el crecimiento del acervo tecnológico del contexto mexicano dinamizó el fenómeno de la invención local (cuando menos en su faceta patentada). Por ello, en parte, cada una de las etapas de desarrollo industrial estuvo acompañada de un significativo aumento en las patentes mexicanas. El crecimiento del acervo tecnológico significó un incremento del acervo social de conocimientos técnicos que potencialmente podían utilizarse para la generación de nuevas ideas e invenciones. Sin duda, el surgimiento de la gran industria porfiriana fomentó la actividad inventiva local, aunque esto no fue resultado de un plan establecido por la elite porfiriana, sino del interés de la sociedad de adueñarse de los conocimientos encapsulados en el equipo técnico.29

Este interés, a su vez, fue una de las manifestaciones del crecimiento y propagación de un marcado entusiasmo por el mundo de la técnica. La sociedad porfiriana, sobre todo la representada por los sectores urbanos, adoptó el espíritu materialista prevaleciente en la cultura occidental. Esta adopción, sin embargo, no tuvo un carácter pasivo ni se conformó con la recepción de la tecnología extranjera. En cambio, fue un entusiasmo activo que instituyó diferentes mecanismos para agenciarse, aprovechar y divulgar el conocimiento técnico. La sociedad estableció diferentes estrategias que aum entaron el acervo de conocimientos técnicos disponible en el país e impulsaron la circulación y la trasmisión de los saberes técnicos generados local e internacionalmente. Donde estos ímpetus se manifestaron con mayor claridad fue en las exposiciones industriales, los espacios formales de sociabilidad, las publicaciones de naturaleza técnico-industrial, las agencias de consultoría y la difusión de las patentes de invención. El Estado, desde luego, también favoreció la expansión de este ambiente mediante el fomento, el apoyo o la promoción de diversos proyectos de esta naturaleza, pero fue la sociedad civil la que los hizo vivir. Tales proyectos no tenían ningún sentido sin la participación social. Las verdaderas transformaciones emanaron desde la iniciativa civil. No obstante, cabe señalar que estas estrategias sociales muchas veces estuvieron marcadas por las contradicciones del sistema capitalista en el que se encontraba inmerso el país.

Las exposiciones industriales se multiplicaron por toda la República, en parte, gracias al creciente prestigio y enorme éxito alcanzado por las exposiciones universales. Por todos era sabido que estos eventos internacionales eran una “m uestra diáfana” de los avances técnicos y los enormes logros materiales de la humanidad. En México, “por los instintos naturales o por la necesidad de civilización”, se reprodujeron estos eventos en dimensiones regionales con el objeto de utilizar los medios aplicados en las “naciones más cultas” para estimular el progreso material mediante la difusión de los

28 Baird, Davis. Thing Knowledge. A Philosophy o f Scientific Instruments. Berkeley, University of California Press, 2004.29 No obstante, también es preciso señalar que el origen preponderantemente foráneo de esta fuente de conocimientos, encapsulados en el equipo técnico, trajo consigo un incremento de la hegemonía tecnológica extranjera, al influir, incluso desde su propia concepción, en las invenciones locales; situación que analizaremos con mayor detalle en la tercera sección de este trabajo.

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saberes científicos y técnicos. Desde inicios del porfiriato las principales ciudades del país comenzaron a celebrar estas “fiestas del trabajo y la industria”.30 Si bien estos eventos ya se habían organizado durante la prim era mitad del siglo XIX, la diferencia radicó en que durante el porfiriato tuvieron una nutrida participación de expositores y visitantes, superando la penosa historia de fracasos arrastrada desde el periodo anterior.

En realidad fue extraordinaria la propagación de las exposiciones industriales durante la era de Díaz. En un mapa parcial de su distribución regional podemos localizar a los estados de Aguascalientes, Colima, Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Puebla, Querétaro, Veracruz, Yucatán y Zacatecas.31 Al interior de estos certámenes de la “inteligencia y la industria” (como pomposam ente se les llamaba en aquel entonces) los asistentes podían “conocer las producciones naturales del país en las aplicaciones que puedan hacer a la medicina, las artes, oficios y en general a todo aquello que mejore la condición natural del hom bre”. Asimismo, se resaltaba que eran eventos apropiados para “despertar aptitudes, fomentar aspiraciones legítimas, a lentar el espíritu de empresa e impulsar el desarrollo y progreso de la industria”. En ellos se podía “manifestar y exhibir un artefacto cualquiera, inventado o perfeccionado para darle salida y buscarle un mercado perm anente”. En fin, eran un llamativo escaparate para la exhibición de los adelantos y conocimientos útiles alcanzados por la sociedad, pues “las exposiciones industriales son tan necesarias a los pueblos como el muestrario de los comerciantes, y así como no se concibe un establecimiento mercantil de sin aparadores, así no se supone una nación culta sin exposiciones”.32

En este sentido, las exposiciones industriales lograron difundir la información técnica de una manera nunca antes vista. En términos generales, fueron eventos exitosos en función de la gran concurrencia que atrajeron. Las diversas clases sociales que asistían a estos eventos compartían el entusiasmo por los progresos materiales y el optimismo por las potencialidades que la ciencia y la técnica abrían para un futuro más próspero. Una evidencia de esto se encuentra en las noticias de la segunda exposición del estado de Yucatán donde se refería como un “inmenso gentío de la capital y de los pueblos del interior ha afluido a ella, agolpándose por la noche en el local destinado a los objetos de la exposición”.33 Asimismo, en la crónica de la clausura se mencionaba que:

D espués de diez días consecutivos de fiestas en que no faltó ni la música, ni loscohetes, ni los adornos, ni la iluminación, ni el entusiasm o; d esp u és de diez días

30 Mendoza, Justo. Memoria de la primera exposición del estado de Michoacán de Ocampo, Morella, Imprenta del gobierno en palacio, 1877, p. 10.31 Desafortunadamente en la historiografía mexicana prácticamente no existen estudios abocados al análisis de estos eventos a nivel nacional. Realmente la cantidad monumental de información que se generó en torno a estos certámenes (bibliográfica, documental y gráfica) constituye una importante veta de información para futuras investigaciones de la tecnología e industria regional y nacional.32 Las citas textuales provienen de: Mendoza, Justo. Memoria de la primera exposición^, p. 10; Medina y Ormaecha, Antonio A. de. Las Exposiciones Industriales en México 1897-1910, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1897, p. 4;33 Cantón, Rodulfo G. Memoria de la Segunda Exposición de Yucatán^, p. 44.

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en que la ciudad toda y m uchos habitantes del interior visitaron la Exposición y

exam inaron uno a uno los objetos p resentados en ella; d esp u és de cada uno habló

con calor sobre tal o cual objeto de su predilección y gastó m ucho tiem po en

encom iar los adelantos del arte y de la agricultura, ayer, en las galerías bajas del

palacio municipal, y en m edio de un n u m eroso concurso en que se veían

representadas todas las clases sociales, se hizo la so lem n e distribución de

prem ios y se declaró clausurada la Exposición.34

Como se aprecia en el testimonio anterior, las exposiciones industriales eran espacios de sociabilidad informal donde tenían cabida personas de todas las clases sociales. Se convirtieron en uno de los pocos lugares donde convergían los intereses materiales de los sectores más divergentes en un ambiente “de verdadera expansión, fraternidad y alegría”. Estos eventos reflejaron íntegramente la mentalidad finisecular que Oswald Spengler describió como un “entusiasmo por las conquistas de la humanidad , considerando como tales exclusivamente los progresos de la técnica, destinados a ahorrar trabajo y a divertir a los hom bres”. Los espectadores se “entusiasmaban a cada botón que ponía en marcha un dispositivo”, rastreando en la técnica algo que podía redundar en su beneficio.35 En las crónicas de las diversas exposiciones se aprecia que este optimismo era un sentimiento compartido por todos los círculos de la sociedad urbana. Los salones más visitados eran aquéllos donde se m ostraba el progreso materializado en inventos mecánicos, o las producciones “que son el resultado del trabajo, del ingenio y de la industria del hom bre”.36

En suma, estos certámenes fueron una fuente de información técnica muy importante, cuya extensión estimuló el interés por el mundo material y fomentó la divulgación de información técnica entre un público amplio. En estos montajes del progreso material se buscaba plantar la semilla del conocimiento técnico entre los visitantes, para que eventualmente pudieran aprovecharlo. Como se mencionó en la memoria de la prim era exposición de Michoacán: ”vemos concurrir aquí hombres de todos los partidos, de todas las condiciones, a manifestar lo que tienen, lo que saben, lo que son capaces de hacer, lo que pueden explotar”.37 En palabras de Mariano Bárcena, se constituyeron en “las escuelas del progreso y de la civilización; los centros del más noble y seguro estímulo para los pueblos”.38

Si las exposiciones industriales fueron espacios de sociabilidad informal que animaron la difusión de información técnica entre un público heterogéneo, donde interactuaban y se mezclaban diversos estratos de la población porfiriana, las sociedades científicas, las asociaciones de profesionistas, las lonjas de comerciantes y las mutualidades de artesanos fueron espacios formales (y privados) donde el conocimiento circulaba entre comunidades homogéneas. Aunque en ocasiones existieron bajo el amparo del poder estatal, por definición eran agrupaciones civiles fundadas sobre el principio

34 Ibid., p. 45.35 Spengler, Oswald. El hombre y la técnica y otros ensayos, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, p. 13.36 Mendoza, Justo. Memoria de la primera exposición^, p. 3.37 Ibid., p. 6.38 Bárcena, Mariano. La segunda exposición de Las Clases Productoras^, p. 84.

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legal de la libertad de reunión y asociación. En el fondo, todas buscaban satisfacer los intereses de sus miembros, mejorar las condiciones de su colectividad e impulsar determinadas esferas del saber, el quehacer o los negocios. Así, las plataformas que impulsaron estas redes de sociabilidad fueron de un carácter muy diverso. Las hubo de temas políticos, científicos, económicos, profesionales, laborales o por meras afinidades de clase. Lo que para nosotros resulta claro es que durante el porfiriato se vivió una expansión del ambiente asociacionista no sólo como resultado de los valores civiles, republicanos y liberales que quedaron plasmados en el artículo noveno de la Constitución de 1857 —el cual reconocía como una de las garantías inalienables del individuo “el derecho de asociarse o reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito”—, sino porque algunos sectores de la sociedad comprendieron que tales espacios eran centros donde circulaba información relevante entre una red limitada de participantes.

Este es un punto que ha sido descuidado en la historia social del porfiriato al centrarse en los propósitos que estas colectividades irradiaban hacia el exterior para lograr sus objetivos e influir en el curso de las políticas económicas, sociales, culturales o educativas. No negamos que la propagación de estos espacios respondió a la necesidad de instituir nuevas formas de representación colectiva para enfrentar las condiciones de la sociedad moderna. Sin embargo, su crecimiento no sólo se produjo para defender sus derechos jurídicos, políticos y sociales, o para que sus intereses colectivos estuvieran representados en la sociedad, también fueron demandados porque en su seno fluían conocimientos restringidos al grueso de la sociedad. Si enfocamos nuestra mirada al interior de estos espacios de sociabilidad muy pronto encontramos que en ellos se tejían redes constituidas por un grupo limitado de individuos que intercambiaban información, contactos y experiencias con propósitos profesionales, sociales y económicos. Eran una herram ienta para obtener beneficios personales promoviendo el interés colectivo.

Por otra parte, afirmamos que estas organizaciones constituían un espacio privado de sociabilidad formal porque, a diferencia de los numerosos espacios de sociabilidad informal o reunión pública que existían en la sociedad,39 en éstos se requería una acreditación interna para participar como asociado, mutualista o accionista. Además, eran centros formalmente establecidos, con estatutos particulares que los aspirantes debían llenar para ser aceptados y que los miembros debían cumplir para evitar ser expulsados. El elemento característico de estas agrupaciones fue el control discriminatorio que se ejercía sobre las personas que podían ingresar en función de ciertos criterios económicos, laborales o intelectuales. Por ejemplo, en las sociedades artesanales, donde se podría presuponer una mayor apertura, comúnmente se establecía que para formar parte de ellas se necesitaba poseer varios años practicando

39 Considérese, entre otros, a los clubes, cafés, restaurantes, teatros, plazas, cantinas, museos, o a las propias exposiciones industriales que hemos señalado, como espacios informales sociabilidad y de reunión pública. Cfr. Agulhon, Maurice. Historia vagabunda, México, Instituto Mora, 1994, pp. 54-85.

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el oficio, saber leer y escribir, contar con una determinada cantidad de ingresos y tener un empleo fijo.40

Limitándonos a las agrupaciones de esta naturaleza donde se presentó una circulación más o menos extensa de conocimientos e información relacionada con el mundo de la técnica, encontramos que uno de los espacios de sociabilidad formal que más prosperó durante el porfiriato fueron las sociedades científicas. Entre las más relevantes que se consolidaron o surgieron en este periodo estuvieron la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Sociedad Mexicana de Historia Natural, la Sociedad Metodófila “Gabino Barrera”, la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, la Sociedad “Alejandro de Humboldt”, la Sociedad Científica “Leopoldo Río de la Loza” y la Sociedad Geológica Mexicana.41 En todas ellas, además de la agenda científica que por obvias razones era el corazón de las disertaciones, regularmente se trataban asuntos tecnológicos. En un estudio realizado por Luz Fernanda Azuela sobre los artículos que se publicaron en los órganos de difusión de tres sociedades científicas del porfiriato,42 se subraya que más del siete por ciento se ocuparon de temas netamente tecnológicos. En total, durante el periodo de 1880 a 1912, la autora ubicó 236 artículos que abordaban lo concerniente a nuevos aparatos o técnicas productivas.43 Esto no resulta extraño si consideramos que durante el porfiriato se apuntaló la creencia de que la tecnología era simplemente “ciencia aplicada”; una idea que veremos con mayor detalle en el siguiente apartado.

En esta misma tónica los ejercitantes de ciertas profesiones establecieron este tipo de agrupaciones con el objetivo de cohesionar a los compañeros de profesión, conformar un organismo de conciencia grupal, contribuir al adelanto material y al prestigio social de la profesión, mejorar las condiciones generales de trabajo y, sobre todo, contar con un centro de reunión donde los socios encontraran apoyo moral y auxilio intelectual para resolver todas las circunstancias de la vida laboral. Entre las asociaciones más activas estuvieron las conformadas por abogados, médicos, farmacéuticos, ingenieros y arquitectos. Mientras que las más afines a los temas tecnológicos fueron la Sociedad Mexicana de Minería, la Sociedad Agrícola Mexicana y la Asociación de Ingenieros y

40 Woldenberg, José. La huelga de la Unión de Mecánicos Mexicanos [1912-1913], México, UNAM, 1980 p. 18. Para estas asociaciones era difícil aceptar afiliados poco solventes o sin empleo, porque seguían la concepción de auxiliar a los desempleados o a los que se encontraban en dificultades económicas. Mientras que la experiencia laboral y el alfabetismo se puede explicar como resultado del interés de que circularan conocimientos valiosos al interior de estos espacios de sociabilidad.41 El listado más completo de sociedades científicas que funcionaron duran el porfiriato se puede consultar en: Gortari, Eli de. La ciencia en la historia de México, México, Grijalbo, 1979, pp. 316-317.42 Desde la perspectiva de la autor la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Sociedad Mexicana de Historia Natural y la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, se convirtieron en las tres asociaciones científicas más importantes del periodo porque “fueron ellas la primera instancia organizativa de la ciencia mexicana en el último tercio del siglo XIX, y por ende, el ámbito al que recurrió el Estado para la organización de su estrategia modernizadora”. Azuela Bernal, Luz Fernanda. Tres Sociedades Científicas del Porfiriato, México, SMHCT-UNAM, 1996, p. 2.43 Ibid., pp. 161-201. Se entiende que la autora sólo consideró como artículos tecnológicos a los que trataban aspectos relacionados con la mecánica. No obstante, habría que considerar que en el campo de las patentes también se registraban compuestos e instrumentos relacionados con la medicina, la química, la astronomía y la meteorología que fueron de los temas más abordados en estas asociaciones.

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Arquitectos de México. El reglamento de esta última marcaba como deberes esenciales presentar un estudio original, asistir a las sesiones y pagar puntualmente las cuotas que, según uno de sus agremiados, eran bastante “modestas y al alcance de cualquier profesional”. 44 De este modo, era obligatorio contribuir en la construcción del conocimiento mediante la discusión en las sesiones y la producción de estudios que generalmente se publicaban en el órgano de difusión de la asociación.

Siguiendo este modelo sabemos que a finales del porfiriato se formó una Sociedad de Inventores Mexicanos. Desafortunadamente no hemos localizado su acta constitutiva ni información detallada sobre los personajes que la conformaron. Sólo sabemos que hacia 1911 algunos de sus miembros acudieron a la Secretaría de Fomento para dejar constancia del nombramiento de su Presidente Honorario.45 De cualquier manera, su existencia es un indicativo del grado de desarrollo que alcanzó la actividad inventiva en esta época, del nacimiento de una conciencia grupal bien definida y de la necesidad de establecer una red social para mejorar sus conocimientos. Nos muestra, además, el surgimiento del inventor profesional frente al inventor am ateur o aficionado que fue el modelo dominante durante los años anteriores al porfiriato. Como lo veremos en el siguiente capítulo, algunos inventores del porfiriato tuvieron una actividad prolífica en el campo de las patentes, desempeñándose habitualmente en órbita de la actividad inventiva, lo cual los convierte en los primeros inventores profesionales de México.

Un espacio de frontera entre las asociaciones de profesionistas y los clubes sociales fueron las llamadas Lonjas. Eran un espacio exclusivo para los comerciantes donde se establecían intercambios de información y de bienes materiales. Estaban destinados a los hombres de negocios más destacados del país y en su seno se tenía acceso a libros, mapas, periódicos y papeles relacionados con el comercio. En sus salones usualmente fluían rumores e información privilegiada sobre asuntos de orden político, industrial y comercial.46 Aunque propiamente no eran centros dedicados a la discusión o creación de conocimientos, sus miembros tra taban temas relacionados con la tecnología más novedosa y adecuada para increm entar la productividad de sus empresas. Circulaban noticias e información tecnológica sobre la maquinaria y los procesos técnicos que se implementaban en la industria, la minería y el comercio. Sin embargo, su principal fin era la diversión, el entretenimiento y el descanso. En este sentido, guardaban una estrecha relación con los casinos y clubes sociales destinados fundamentalmente a las actividades lúdicas o de diversión. Los casinos y los clubes sociales fueron los espacios

44 Escobar, Rómulo. “Acaparar o retener el agua de lluvias. Estudio leído por su autor al ingresar a la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México”, EI Agricultor Mexicano, Vol. 19, 1905, p. 15.45 Asimismo, en la obra fotográfica de Casasola existe una imagen con los integrantes de la Sociedad de Inventores Mexicanos, aunque por desgracia el pie de foto no menciona los nombres de los personajes. Algunos años después, el 13 de abril de 1916, un numeroso grupo de inventores mexicanos se reunieron con el objeto de constituir la Agrupación Nacional de Inventores , de la que resultó presidente el ingeniero E. de la Peña y secretario el profesor J. Olmedo. Cfr. Casasola, Gustavo. Seis siglos de historia gráfica de México, 1325-1900, México, Ed. G. Casasola, Vol. 3, p. 1866 y Vol. 4, p. 2332.46 Sabemos de la existencia de Lonjas en las ciudades de México, Veracruz, Mérida, San Luis Potosí y Zacatecas. Cfr. O’Farril, R. Reseña histórica, estadística y comercial de México y sus estados. Directorio general de la República en la forma más recreativita, descriptiva y útil, México, Imp. Reina Regente, 1895.

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de sociabilidad de la clase ociosa, como acertadamente la denominó Thorstein Veblen desde finales del siglo XIX, a los que sólo podía asistir la aristocracia porfiriana.

En el extremo opuesto estaban los espacios de sociabilidad de las clases menesterosas. Aunque existía una gran variedad de agrupaciones como las asociaciones de un oficio, los círculos y las cooperativas, la expresión institucional asociativa más acogida fue la sociedad de auxilios mutuos. Desde la segunda mitad del siglo XIX se incrementaron en todas las poblaciones donde tenía fuerte presencia el artesanado. Sólo en la ciudad de México su número se triplicó durante el porfiriato: de 31 que existían hacia 1876 se pasó a 100 en el año de 1882.47 Según Carlos Illades, su objetivo principal era asistir económicamente a sus miembros, aunque también apoyaban a los inventores de algún artefacto, promovían la formación de bibliotecas, colaboraban en la edición de periódicos, instalaban centros educativos y auxiliaban a los trabajadores en huelga.48 Asimismo, buscaban mejorar las condiciones labores de sus socios, propagar la educación moral, cívica e intelectual y a tenuar el efecto pernicioso de la desvalorización y descalificación del oficio que lenta pero inexorablemente afectó a este sector productivo. Se intentaba, además, fomentar las habilidades mecánicas de sus integrantes mediante la instrucción mutua o la publicación de noticias, artículos y consejos útiles en sus órganos de divulgación. Si esto no era suficiente los socios podían acudir a las instalaciones cuando requerían algún apoyo técnico o asesoría especializada sobre los procedimientos más adecuados para el éxito de algún proyecto laboral. Incluso algunas asociaciones como la Sociedad Artístico Industria y el Gran Círculo de Obreros de México tenían talleres propios donde se compartían herram ientas y conocimientos, así como casinos y escuelas donde la sociabilidad formal se mezclaba con la informal. En suma, las asociaciones de las clases m enesterosas eran espacios donde la información y los conocimientos técnicos circulaban de manera constante.

Sin lugar a duda, este ambiente asociacionista dinamizó el desplazamiento de saberes y noticias técnicas entre ciertos sectores de la sociedad. La importancia de pertenecer a estas zonas de interacción social radicaba precisamente en que se formaba parte de una red social donde circulaba información y conocimientos que de otra manera no se podían conseguir o, cuando menos, resultaba más complicado obtenerlos. Aunque por lo regular tenían órganos de difusión para comunicarse con el exterior, el grueso de la sociedad no tenía acceso a las principales fortalezas de estos espacios de sociabilidad: la discusión con los miembros, la obtención de consejos, la actualización de noticias, el intercambio de experiencias, el apoyo material e intelectual para la consecución de un proyecto, el intercambio de contactos de gente clave, etcétera. En pocas palabras, eran espacios restringidos cuya principal virtud radicaba en que en su interior se tejían una serie de solidaridades mediante la interacción personal, aunque es preciso indicar que

47 Leal, Juan Felipe y José Woldenberg. La ciase obrera en la historia de México. Del estado liberal a ios inicios de ia dictadura porfirista, México, UNAM-Siglo XXI Editores, 1996, p. 166; Teitelbaum, Vanesa y Florencia Gutiérrez. “Sociedades de artesanos y poder público. Ciudad de México, segunda mitad del siglo XIX”, Estudios de historia moderna y contemporánea de México, No. 36, Julio-Diciembre, 2008, p. 136.48 Illades, Carlos. Estudios sobre ei artesanado urbano dei sigio XIX, México, UAM-I, 2001, p. 72.

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no eran comunidades donde los intereses privados se sometían a los colectivos. Más bien eran sitios donde se formaban redes de intereses compartidos. Es evidente que estas entidades vivieron una época de expansión porque respondieron a las condiciones de un contexto donde la información y el conocimiento eran una fuente de poder cultural, económico y social cada vez más rentable.

En la sociedad porfirista, como en todas las sociedades capitalistas, el conocimiento se distribuyó de manera desigual. Los sujetos que pertenecían a estos espacios formales de sociabilidad tuvieron la ventaja de acceder a un tejido social donde podían obtener conocimientos de manera más económica, rápida y efectiva que los sujetos en los contornos de la red. Como lo señala Reinhard Bendix, aunque todos los ciudadanos tenían el derecho legal de crear asociaciones o formar parte de sus entramados, en la práctica sólo ciertos grupos aprovecharon esta oportunidad, mientras que la inmensa mayoría permaneció “desorganizada”. Muchos individuos no pudieron sacar ningún partido de su derecho asociativo.49 La igualdad legal devino en una nueva forma de desigualdad social. Estas asociaciones reflejaron (y hasta subrayaron) la desigual distribución del conocimiento en la sociedad, aunque no fue ese su propósito. Debemos mencionar que el objetivo de estas agrupaciones nunca fue monopolizar el conocimiento, de hecho tal cosa prácticamente es imposible, sino crear un espacio compartido que por su propio carácter grupal terminó excluyendo a otros como resultado de la grieta existente entre los criterios abstractos de igualdad y la manera como éstos se manifiestan en la práctica, lo que Bendix denominó “el hiato existente entre Estado y sociedad en una era igualitaria”. Incluso estas asociaciones animaron la divulgación de conocimientos técnicos, pues, como mencionamos, generalmente tenían órganos de difusión periódica que transmitían algunos conocimientos hacia el grueso de la sociedad.

En este sentido, las publicaciones de naturaleza técnica también vivieron una época de esplendor durante el porfiriato. Año con año, siguiendo la trayectoria trazada desde la época preporfirista, se editaron periódicos y revistas abocados a divulgar información y conocimientos útiles para los artesanos e industriales.50 En estas ediciones el lector podía encontrar artículos informativos, pedagógicos y comerciales. Dentro del género informativo había noticias de las patentes e inventos generados en el terreno nacional e internacional, así como reseñas de la legislación vigente en la materia, directorios de la industria y crónicas de las exposiciones regionales y mundiales. Mientras tanto, los artículos de una lógica discursiva pedagógica ofrecían conocimientos útiles y nociones elementales de matemáticas, física, mecánica, química, electricidad, geometría, dibujo, fotografía y construcción, al mismo tiempo que información sobre diversos asuntos de orden industrial y explicaciones del funcionamiento de ciertas máquinas y artefactos.

49 Cfr. Bendix, Reinhard. Estado Nacional y Ciudadanía, Buenos Aires, Amorrortu Eds., 1974, pp. 61-104.50 Algunas de las publicaciones periódicas editadas en la ciudad de México, cuyo contenido principal era de carácter técnico e industrial, fueron las siguientes: “El Propagador Industrial”, “El Fomento Industrial", “México Industrial”, “El Progreso”, “El Progreso de México”, “El Progreso Latino”, “El Arte y la Ciencia”, “Revista Científica e Industrial”, “El Agricultor Mexicano”, “La Revista Agrícola”, “El Minero Mexicano”, “Cosmos” y “Arcadia Mexicana”. Estas publicaciones pueden consultarse en la Hemeroteca Nacional de la UNAM y en la Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada” de la Secretaria de Hacienda.

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Finalmente, junto a estos textos didácticos, solían insertarse cotizaciones y listados de proveedores de maquinaria e instrumentos, así como propaganda industrial y breves consejos para realizar buenas adquisiciones de equipo técnico.

La expansión de estas publicaciones fue una de las principales manifestaciones de la creciente relevancia de la técnica como uno de los campos de mayor interés público en el escenario mexicano. Además, junto a la literatura generada localmente, también fue creciendo el número de ediciones introducidas desde el extranjero. Esencialmente de Estados Unidos, no sólo por su cercanía geográfica sino porque muchos operarios, técnicos e ingenieros de las industrias instaladas durante el porfiriato provinieron del vecino país del norte. En este sentido, algunas revistas estadounidenses de naturaleza técnica, como la ScientificAmerican, tuvieron una notable presencia en el país como se desprende de las múltiples referencias que hay en los periódicos locales. Fundada en 1845 por el inventor Rufus Porter —y adquirida en 1846 por los empresarios Orson Desaix Munn y Alfred Ely Beach—, en ella se informaba con enorme calidad gráfica el progreso técnico e industrial tanto norteamericano como de los principales países del mundo. En sus secciones se detallaban los adelantos, descubrimientos e invenciones más relevantes del momento. Asimismo, se brindaba auxilio técnico y asesoramiento jurídico a los inventores que deseaban patentar sus trabajos en Estados Unidos y en las naciones donde tenía presencia la Scientific American Patent Agency de Munn & Company, la agencia internacional de patentes más grande y prestigiada de la época.51

Esta literatura fue un aspecto importante en la divulgación de conocimientos técnicos. Sin embargo, además de las publicaciones periódicas se editaron una gran cantidad de textos con tirajes más o menos extensos que nutrieron el acervo social de conocimientos técnicos. La Secretaría de Fomento fue especialmente activa en este campo, publicando opúsculos, alocuciones, conferencias, tratados y manuales para incitar la explotación de ciertos recursos naturales como el algodón, el maguey, el henequén, el guayule, los minerales, etcétera. Igualmente desde el extranjero se introdujeron un sinfín de publicaciones cuyo contenido estaba destinado a esparcir los conocimientos útiles en la sociedad. A través de las reseñas que se publicaban, por ejemplo, en las Memorias de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, nos podemos dar una idea de las publicaciones extranjeras que circulaban en el contexto porfiriano. Sería demasiado largo y tedioso mencionar aquí los títulos de estas ediciones, basta con mencionar que estos libros podían conseguirse en librerías especializadas como la Librería de Bouret en la ciudad de México o La Enseñanza Objetiva en la ciudad de Puebla, las cuales contaban con “un surtido completo de obras de enseñanza, ciencias, artes, literatura, instrumentos de cirugía y cuantos aparatos modernos existen en los mercados de Europa”.52

51 Desde 1895 se publicó América Científica e Industriai, edición española de Scientific American, conteniendo artículos sobre los inventos más importantes de la época, reportajes de viajes, travesías, costumbres y exposiciones industriales de diferentes lugares del mundo. Publicaba una gran cantidad de anuncios ilustrados, así como las biografías de los inventores y científicos más destacados de su tiempo.52 O'Farril, R. Reseña histórica, estadística y comerciai de México y sus estados^, pp. 28 y 48.

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Asimismo, desde la iniciativa privada se publicaron un sinnúmero de libros con materias tecnológicas para el lector interesado en las artes útiles. Un ejemplo de esto fue la obra titulada 5,000 secretos raros de artes, oficios y ciencias. Tesoro para los hombres industriosos y familias menesterosas. Escrita por Mariano Villanueva y Francesconi, este texto tuvo un éxito notable superando las diez ediciones. Básicamente consistía en una recopilación de información retom ada de obras similares editadas en España, Inglaterra, Francia y Alemania. Su fin era reunir una serie de conocimientos para increm entar “los recursos de nuestros industriales” mediante un “libro de consulta que los ilustre y guié en sus respectivas artes, oficios, industria o comercio”.53

Mariano Villanueva fue un personaje de ideas conservadoras donde el afán de difundir los saberes científicos y técnicos convivía con una mentalidad capitalista. En múltiples proyectos editoriales buscó obtener alguna ganancia económica pregonando noticias e información de esa naturaleza, algunas ocasiones como impresor de calendarios que se nutrían de temas de utilidad práctica, otras veces como editor, director y articulista de periódicos donde daba a conocer los avances de la ciencia y la técnica en múltiples ámbitos como la mecánica, la aerostática, la astronomía y la medicina. Desde la década de 1880 se consagró a la edición de obras de más grande aliento donde el lector podía hallar conocimientos útiles y necesarios. En 1890, además, fundó una empresa donde se comercializaban directamente las ideas mediante “consultas verbales o por escrito a las personas que hubieren m enester de ellas”. Estableció el llamado Consultorio de Artes, Oficios, Industria y Comercio, con el supuesto fin de mejorar las condiciones de “nuestros industriales” por medio de una oficina “que mucho ha de ayudarlos en las dificultades con que tropiezan en sus diversas ocupaciones”. Pero, como lo señalamos, el afán de Villanueva por difundir el conocimiento no era del todo abnegado, pues:

Toda consulta verbal o por escrito que se haga, ya se en sentido de aclaración,

pedido de recetas o procedim ientos, o de datos puram ente de especulación, se

pagará por honorarios anticipados en México, un peso en el prim er caso, dos en el segundo y cuatro en el tercero. Dos días d esp u és serán despachadas las consultas.

A las p ersonas pobres, que para salvar su difícil situación desean apelar a una

industria de que p oder subsistir, d esd e luego, de poco costo y de fácil ejecución

[_ ] y que neces iten de nuestra experiencia y conocim iento particular en ellas, se

les dará la consulta o receta, adecuada a su situación, por un m oderado estipendio

y previo conocim iento de su pobreza .54

Varias ideas resaltan en la cita anterior. En prim er lugar, la intención de comercializar con el conocimiento como un bien privado. Ya no se tra taba de vender una publicación o p restar algún servicio con el conocimiento adquirido, sino ponerlo directamente a la

53 Villanueva Francesconi, Mariano. 5,000 secretos raros de artes, oficios y ciencias. Tesoro para los hombres industriosos y familias menesterosas, México, Imprenta de Villanueva y Francesconi e Hijos, 1876. Las ediciones que se publicaron a partir de 1890 llevaron por título: Arte de hacer fortuna. 5,000 recetas de artes, oficios, ciencias y de familia.54 Villanueva Francesconi, Mariano. Arte de hacer fortuna. 5,000 recetas de artes, oficios, ciencias y de familia, Tomo VI, México, Imprenta de Aguilar e Hijos, 1890, p. 498.

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venta como si fuera un producto o una mercancía. En segundo lugar, llama la atención la formulación de una tarifa diferencial donde el precio más alto lo tenían las consultas especulativas. Esto significa que las ideas novedosas o la reflexión intelectual tenían un valor superior a los conocimientos ya divulgados o a la m era información. Por último, sobresale el apoyo especial dado a los pobres como una m uestra del interés de extender el conocimiento a las clases sociales desprotegidas. Todo esto refleja de forma más o menos completa el cuadro que presentó el conocimiento porfirista, enmarcado en la lógica capitalista. Al respecto, en el capitalismo se tiende a considerar al conocimiento como una mercancía con la cual se puede lucrar, sobre todo, cuando tiene cierta aplicación con la que se puede obtener alguna ventaja económica. Si bien, como lo señala Peter Burke, la idea de vender el conocimiento no nació con el capitalismo, pues desde la antigüedad se hablaba del conocimiento como propiedad, en las sociedades capitalistas existe una clara tendencia a favor de su mercantilización.55 La creación de un mercado de ideas donde los conocimientos incluso tienen una tarifa bien establecida, es una expresión cultural que sólo se puede encontrar en las sociedades capitalistas. Asimismo, la inclusión de una precio especial para los pobres no puede ser más que una evidencia de que el conocimiento está desigualmente distribuido en la sociedad. El propio sistema de patentes o el comercio de libros y revistas estaban dentro de esta misma lógica capitalista, aunque tales expresiones fueron opacadas por la existencia de agencias de consultoría donde se comercializaba con los saberes abiertamente.

Cabe señalar que el Consultorio del señor Villanueva no fue un caso excepcional en el escenario nacional. Este tipo de empresas proliferaron durante el porfiriato, formando un mercado interno de conocimientos. En 1898 surgió el periódico técnico El Consultor donde se publicaban asuntos industriales según las consultas que llegaban a la redacción. Uno de sus articulistas más asiduos, el señor F. M. Ortiz, señalaba que en este medio se buscaba “servir a nuestros abonados con honradez, buena fe y actividad [_] procurando difundir los conocimientos industriales, y contestando las innumerables consultas que nos llegan sobre las industrias de que está ávida la nación”.56 Hacia 1905 también funcionaba el Consultorio de Ganadería y Agricultura dirigido por el médico veterinario Everardo Zanabria y por el agricultor J. M. Rivero, el primero con veinte años de experiencia profesional y el segundo con cuarenta años de práctica en el campo. En esta empresa los hacendados y agricultores podían resolver sus dificultades técnicas originadas por su carencia de conocimientos, “porque no tienen la práctica necesaria o porque carecen de la ciencia debida”.57 La consultoría incluso trascendió las fronteras. Desde los Estados Unidos la Munn & Company

55 Burke, Peter. Historia social del conocimiento: de Gutenberg a Diderot, Barcelona, Paidós, 2002.56 Ortiz, F. M. “Enseñanza industrial”, El Consultor. Periódico técnico de ciencias, artes, industria, agricultura, comercio, minas, manufacturas, etcétera, 1 de septiembre de 1899. Este periódico circuló en la ciudad de México entre 1898 y 1903. Su director fue el doctor Juan N. Revueltas quien, el 7 de mayo de 1888, junto con el ingeniero Pedro Vigil, obtuvo una patente por un aparato eléctrico denominado “Sonda Eléctrica”. Cfr. Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, T. XIX, No. 10133.57 Dombasle, Mateo de. Calendario del agricultor o manual del agricultor práctico, México, A. Pola Editor, 1905, p. XXIII. En este mismo texto se promocionaba la Agencia de Informes y Encargos de Ángel Pola, la cual ofrecía un sinfín de servicios relacionados con la consultoría y tramitación de diversos asuntos.

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promocionaba en México que podía prestar ayuda a los inventores locales para que patentaran en el extranjero, ofreciendo una multitud de servicios que iban desde el examen previo de la invención hasta la investigación de los conocimientos técnicos contenidos en las patentes norteamericanas.58

Al parecer, todo esto fue antecedente de un negocio privado que se fundó en la ciudad de México durante los últimos años de la época porfirista, el llamado Almacén de las ideas, cuya poética denominación no le quitó sus fines pragmáticos. En este local se archivaban a consignación las ideas prácticas que tuviera cualquier individuo. El valor económico de las ideas se tomaba de acuerdo al rendimiento calculado de tres meses, por lo que se fijaba un porcentaje que determinaba el precio fijo. La tienda cobraba el diez por ciento de comisión a la venta de la idea y el resto era para su creador. La colección de ideas registradas que podían consultarse y comprarse se extendía desde recetas de cocina hasta especialidades médicas, desde manejos comerciales hasta producción artesanal o industrial. Ahí se consignaron invenciones populares como una máquina para fabricar paletas de hielo.59 Se trató, sin lugar a dudas, de un interesante caso que se encontraba en los contornos del sistema oficial de patentes y que funcionaba de forma semejante. Lo cual nos deja ver que el sistema de patentes no era la única forma como se podía proteger, divulgar y lucrar con el conocimiento técnico.

Finalmente, además de estas importantes fuentes de información, la difusión del contenido técnico de las patentes fue un aspecto esencial para increm entar el acervo social de conocimientos técnicos. Sobre todo desde 1903, cuando comenzó a funcionar la Oficina de Patentes, los archivos de esta institución estuvieron abiertos a todo aquél que quisiera consultar los contenidos de las patentes concedidas. Por prim era vez en la historia de México las descripciones, reivindicaciones, planos y dibujos de las patentes se pusieron a la vista de todos. Incluso el interesado en algún tema en particular podía solicitar la ejecución de exámenes de novedad para averiguar el estado de la técnica patentada. Con ello, entre otras cosas, podía mejorar sus conocimientos en la materia, identificar nichos de investigación y estar al tanto de las tendencias locales e internacionales de invención. En pocas palabras, a partir de ese momento, las patentes se convirtieron en una fuente de información de enorme utilidad para generar nuevos conocimientos técnicos o proyectos de invención, pues contenían datos precisos y detallados imposibles de conseguir en otras fuentes de información.

58 A principios del siglo XX también comenzó a penetrar en el mercado mexicano la agencia norteamericana de patentes Evans & Company, la cual prácticamente prestaba los mismos servicios que su competidora la Munn & Company. Cfr. The United States patent law: instructions how to obtain letters patent fo r new inventions, Nueva York, Munn & Company, 1875; Evans, Victor J. How to Obtain a Patent. A Complete Compendium of Useful Information for Inventors, Washington, Evans & Company, 1900.59 Concha, Gerardo de la y Juan Carlos Calleros. Los caminos de la invención. Inventos e inventores en México, México, Instituto Politécnico Nacional, 1996, p. 58.

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Todas estas expresiones de la circulación, transmisión y mercantilización de los conocimientos técnicos, nos m uestra que en la época porfirista se vivió un gran entusiasmo por el mundo de la técnica. Este ambiente efectivamente ensanchó el acervo de conocimientos técnicos disponible en la sociedad. En general fueron expresiones impulsadas por una sociedad que demandaba más información y saberes relacionados con la técnica, aunque estas iniciativas muchas veces estuvieron marcadas por la lógica del sistema capitalista. En términos economicistas podría señalarse que en el escenario porfirista se presentó un crecimiento del mercado de conocimientos técnicos porque existía una gran demanda. Más allá de lo reducido que resulta esta explicación, lo cierto es que para quien buscaba el saber técnico lo relevante era que la información llegara hasta su persona, lo que importaba era que la información circulara. Esta era una manifestación de lo deseable, y la única vía para conseguirlo fue aprovechando las oportunidades que el sistema ofrecía, y no hubo otra forma de hacerlo que supeditándose a su método. En consecuencia la sociedad civil del porfiriato aprovechó las ventajas que abrió el capitalismo para conseguir sus deseos. La información y los saberes circularon y se difundieron como nunca antes, pero este logro se consiguió a costa de una distribución desigual del conocimiento y su conversión gradual en una mercancía. Las estrategias para increm entar el acervo de conocimientos, divulgarlo y apropiárselo estuvieron marcadas por el entusiasmo, el capitalismo y la desigualdad social.

7.3. Los cambios educativos: el positivismo y la ciencia omnipotente

Estas transformaciones en las dinámicas de divulgación de los conocimientos técnicos, animadas en gran medida por la creciente demanda popular de información vinculada con el mundo de la técnica, se fortalecieron con el carácter cientificista que adquirió la enseñanza en el sistema educativo oficial. En este sentido, como consecuencia de un ambiente cultural impregnado de una glorificación a la ciencia, se gestó una reforma escolar que terminó reorganizando todos los niveles educativos. En el discurso de los pedagogos de la época se presentaba la enseñanza de la ciencia como la palanca nodal del progreso material, social, político y cultural. Existía un consenso general sobre la necesidad de implementar una educación científica que permitiera obtener los frutos del progreso. No obstante, aunque esta actitud dominó dentro y fuera de la comunidad académica, es preciso advertir que no había un acuerdo sobre la proporción que debía ocupar la ciencia en la práctica educativa. Como sabemos, la polémica se desencadenó desde los años de la República Restaurada cuando el positivismo se presentó como la doctrina oficial que organizaría el currículo escolar. En el esquema de los positivistas, comandados por Gabino Barrera, la ciencia no sólo ocupaba todo el plan de estudios sino también se presentaba como la única vía para obtener conocimientos verdaderos.

La educación positivista, además, se presentó como un remedio efectivo para aliviar la anarquía social. Ofrecía erradicar el devastador enfrentamiento entre conservadores y jacobinos mediante una educación destinada a forjar una nueva generación de jóvenes con espíritu positivo, es decir, amantes de la demostración empírica de cualquier idea. Con ello, argumentaban los positivistas, la sociedad ya no se refugiaría en las creencias

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de los grupos en pugna —nutridas del fanatismo, la fantasía o la imposición—, porque no tenían cabida en el terreno de lo demostrable. Por el contrario, las ideas obtenidas a través del método positivo eran conocimientos certeros que no requerían imponerse a nadie, ni causar violencia alguna en contra de quienes no las aceptaran, pues inexorablemente serían demostradas a los incrédulos cuando lo quisieran o necesitaran. 60 En definitiva, la educación positivista se presentó como una herram ienta al servicio de los anhelos de la clase gobernante: el progreso, el orden y la paz social. Estas pretensiones de los positivistas, sin embargo, no fueron bien vistas por varios sectores de la sociedad, originando una dilatada controversia que impidió la implementación de un programa educativo totalmente fincado en esta doctrina durante el porfiriato.

En términos bastante esquemáticos se formaron dos grupos: los seguidores de la escuela positivista y los detractores. Entre los opositores se encontraban los liberales de cepa, los conservadores clericales y los eclécticos moderados, cada uno de ellos con su propia postura crítica hacia los postulados del positivismo. Los liberales consideraban que el programa educativo positivista era incompleto, pues su desprecio sistemático a los problemas trascendentales abordados por la metafísica dejaba a los jóvenes sin ninguna guía moral. En consecuencia, sostenían que formaba personas materialistas y sensualistas preocupadas de su propia comodidad e incapaces de entender los ideales fundamentales del liberalismo: la igualdad, la democracia, el patriotismo, la libertad, etcétera. Mientras tanto, los católicos no concebían una educación alejada de la moral cristiana, de la autoridad infalible de Dios y de la metafísica escolástica que estudiaba y resolvía los más arduos y trascendentales problemas acerca del hombre, de Dios y del mundo. Finalmente, para coronar el escenario, los eclécticos consideraban que la educación positivista era imperfecta. Colocados en un terreno neutral, sostenían que podían contemplar el “conjunto de verdades y errores del positivismo y la metafísica”, por lo que se autoerigían como árbitros para “elegir entre estos elementos lo que sea verdaderam ente útil”.61

Ahora bien, ninguno de estos grupos cuestionó el contenido científico del positivismo. Lo que criticaban era su postura dogmática con relación al conocimiento. Es decir, lo atacaban porque rechazaba toda disciplina metafísica, porque afirmaba que el hombre era incapaz de conocer más allá de lo que podía verificarse mediante la observación y la experiencia y porque sostenía explicita o implícitamente que no había nada más allá de lo que se conocía de esta manera. En otras palabras, el positivismo como doctrina que explicaba el por qué, los noúmenos o las causas primeras y últimas de las cosas fue una fuente de constante discusión, no así como doctrina que explicaba cómo sucedían los fenómenos naturales. Por ejemplo, Emeterio Valverde Téllez, el canónigo de la catedral metropolitana y principal detractor del positivismo desde la trinchera católica, sostenía que “el positivismo tiene su parte verdaderam ente científica y su

60 Zea, Leopoldo. El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 130.61 Manterola, Ramón. La escuela ecléctica ante el positivismo y la metafísica. Teorías y doctrinas filosóficas del licenciado Ramón Manterola, México, Imprenta del Gobierno, 1898, pp. 86-87.

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parte falsa; no lo censuramos en lo primero, sino por lo segundo”. Con mayor detalle explicaba su posición sosteniendo que:

El positiv ism o, en la parte que estab lece las leyes de la inducción, el valor del

m étod o analítico, la im portancia de la observación y experiencia sensib les en las

ciencias todas, sin excluir la m ism a Filosofía, es digno de ser aceptado; pero no en

la parte que n iega s istem áticam ente la legitim idad del m étod o deductivo y

sintético, el cual, ap oyándose en la observación del efecto, deduce lo que debe ser

la causa y su naturaleza [_ ] es decir, el positiv ism o, en cuanto que osado niega o

m ed roso duda del orden m etafísico y trascendental, m erece la reprobación de todo hom bre sen sa to .62

Mientras tanto, en la crítica de los liberales tampoco se observa un cuestionamiento a la ciencia como actividad productora de conocimientos. Los liberales argumentaban que era necesaria una educación en donde se le concediera una importancia central a las ciencias exactas y naturales, pero llenando el vacío que la pura enseñanza positiva dejaba en el alma de los estudiantes mexicanos con una mayor amplitud de estudios filosóficos.63 Finalmente, los eclécticos consideraban que lo rescatable del positivismo era precisamente su rigurosa metodología para conocer el cómo de las cosas, pero que este conocimiento inmediato debía complementarse con la metafísica para acceder al campo de las causas remotas. El licenciado Ramón Manterola, el principal exponente de los eclécticos, señalaba al respecto: “el cómo lo constituye el hecho mismo y sus relaciones más inmediatas con otros fenómenos, determinándose en consecuencia, la causa inmediata de ese mismo hecho. Todo esto es asunto de la ciencia positiva, y sin ese conocimiento previo, no es posible en rigor llegar al verdadero por qué, la causa remota, el origen real del fenómeno, objeto de la metafísica científica”.64 En esta misma tónica otro personaje del periodo porfirista sostenía que en México se había

seguido una serie de escuelas de carácter m eram en te posit ivo cuyas tramas

filosóficas a m enudo débiles y cortas, aunque sirvan para el estudio de la ciencia

experim ental, dejan m uchísim o que d esear para la investigación de los prim eros

principios y de las prim eras causas [_ ] El m étodo experim ental y de observación

ha sido un p od eros ís im o instrum ento de investigación y de com probación de las

leyes de la naturaleza con relación a los fen óm en os que han caído bajo su dominio.

Mas hay otras reg iones en donde cam pean la filosofía y la religión, en las cuales no

es posib le ni lógico usar del m étod o experim ental com probatorio para estudiar

sus verdades y percatarse b ien de sus principios.65

Advirtiendo esta situación, que la doctrina positivista originaba confrontaciones en el terreno de las explicaciones metafísicas pero que básicamente no había desacuerdo en el campo de las explicaciones materiales, el gobierno porfirista comprendió que dicha

62 Valverde Téllez, Emeterio. Crítica filosófica o estudio bibliográfico y crítico de las obras de filosofía escritas, traducidas o publicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días, México, Tipografía de los Sucesores de Francisco Díaz de León, 1904, p. 410.63 Zea, Leopoldo. El positivismo en México^, pp. 341-342.64 Manterola, Ramón. La escuela ecléctica^, pp. 27-28.65 Mora, Rafael de la. Importancia de la ingeniería, Guadalajara, Tip. de José M. Yguiniz, 1911, pp. 9 y 21.

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filosofía sólo cumplía parcialmente sus promesas: satisfacía los deseos sociales de una formación científica, pero contravenía los anhelos políticos de m antener el orden y la paz. Se decidió, en consecuencia, limitar su impacto en la práctica educativa. Por ello, el programa educativo original de los positivistas fue modificado en varias ocasiones para darle mayor cabida al pensamiento especulativo. Esto fue lo que sucedió cuando se desterró la lógica científica en la Escuela Nacional Preparatoria, implementándose el texto de Tiberghien, o cuando se incorporó la psicología en el plan de estudios, tema que ha sido estudiado por varios autores.66 Con estas reformas el gobierno buscaba el equilibrio social. Los mismos positivistas mexicanos term inaron cediendo ante esta realidad. Porfirio Parra, el positivista más importante del porfiriato, para no entrar en polémica con los grupos opositores, llegó a declarar que “el positivismo más que un sistema, más que una doctrina, es un m étodo”.67

Esta circunstancia del positivismo mexicano no debe confundirse con una distorsión o una confusión entre positivismo y ciencia. El positivismo es una doctrina cuya máxima reside en que todo conocimiento verdadero proviene de la observación y la experiencia, es decir, predica un cientificismo entendido como la teoría según la cual el único saber válido es el que se adquiere mediante la ciencia. La ciencia, mientras tanto, consiste en una actividad particular para conocer el mundo mediante la aplicación de un método racional que utiliza la observación, la experimentación y la inferencia. Así, fácilmente puede reducirse la experiencia mexicana a una exclusión de la doctrina y un impulso del método. De hecho, autores como William D. Raat han caído en esta visión al indicar que prácticamente no hubo un positivismo en México, sino que únicamente prosperó lo que extrañamente denomina como “ciencismo, la tesis de que todos los objetos pueden comprenderse científicamente”.68 La situación en el contexto local, sin embargo, fue más compleja. En la práctica educativa se instituyó el positivismo al pie de la letra, pero sólo para explicar los hechos del mundo material, no para penetrar en su esencia. Allí el positivismo se descartó por las confrontaciones que generaba. Si se juzga desde la ortodoxia doctrinal es cierto que fue un positivismo incompleto, pero visto desde la perspectiva local fue un positivismo cabal que respondió a lo que Leopoldo Zea denominó como la particular interpretación y utilización del positivismo en México.69

De esta forma, el positivismo prácticamente no tuvo ninguna enmienda como enfoque para enseñar la naturaleza de los objetos, hechos y fenómenos del mundo material. En este campo la educación oficial fue positivista, dominada de cabo a rabo por la noción de que el conocimiento científico era superior a cualquier otro tipo de saber, no sólo para conocer el mundo material sino también para transformarlo. Hacia 1890, Justo Sierra mencionaba que el propósito de la escuela era “hacer de la ciencia la sustancia de la enseñanza” por ser una necesidad “indiscutible en una época en que el fenómeno

66 Cfr. Sánchez Cuervo, Antolín C. Krausismo en México, Morelia, jitanjáfora Morelia Editorial, 2004; Sánchez Cuervo, Antolín C. Las polémicas en torno al krausismo en México (siglo XIX), México, UNAM, 2004; Zea, Leopoldo. El positivismo en México^, pp. 313-340.67 Citado por Sánchez Cuervo, Antolín C. Las polémicas en torno al krausismo^, p. 348.68 Raat, William D. El positivismo durante el porfiriato (1876-1910), México, SEP, 1975, p. 7.69 Zea, Leopoldo. El positivismo en México^, p. 27.

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social característico es la ciencia, factor primero de la potencia material y espiritual de los pueblos”. Por esta razón, señalaba Sierra, “se adoptó por superior, precisamente bajo su aspecto pedagógico, la jerarquía de Comte”. 70 Así, con base en este pensamiento, no resulta extraño que en la práctica educativa porfirista se haya implementado el método objetivo en la escuela primaria, cuyos postulados eran afines al ideario comtiano, y como preámbulo para la educación propiamente positivista que se verificaba en las escuelas de segunda instrucción.

Aunque el método objetivo era conocido en el ambiente pedagógico nacional desde la prim era mitad del siglo XIX, fue hasta la década de 1870 cuando las ideas pioneras de su fundador, el pedagogo suizo Johann H. Pestalozzi, se convirtieron en una auténtica moda gracias al prestigio alcanzado por el positivismo y a la avidez social de información relacionada con los objetos del entorno material. Según el ministro de instrucción pública, José Díaz Covarrubias, la también denominada enseñanza objetiva estaba destinada a “vulgarizar las leyes de la naturaleza o las verdades de la ciencia”, cultivando el prim er entendimiento mediante una educación que enseñaba “a investigar y reflexionar de modo verdaderam ente lógico”. De acuerdo con sus palabras, era un sistema que instruía a los alumnos

en lo que son la m ultitud de objetos usados por el hom bre en la v ida civilizada,

explicándoles el origen, las cualidades, la utilidad, las aplicaciones de los d iversos

cuerpos que la tierra ofrece para el servicio de las neces id ad es hum anas, así com o

las transform aciones que opera la industrial y los principales inventos con que la

ciencia ha aprovechado los e lem en tos que la naturaleza bruta proporciona”.71

En suma, dicho sistema se cimentaba en una serie de lecciones sobre las cosas donde el profesor presentaba diversos objetos del reino natural para enseguida introducir los objetos creados por el hombre. En consecuencia, básicamente consistía en un método inductivo y sensorial donde la vista representaba “el más im portante de los sentidos, ya porque a ella le debemos mayor número de ideas, ya porque éstas son de las más interesantes”.72 Estas imágenes iniciales —que podían gestarse con la presencia real, una gráfica o una descripción vivida del objeto en cuestión—, se complementaban con las percepciones obtenidas mediante el resto de las capacidades sensoriales.73 Así, la

70 Sierra, Justo. “Un discurso de Justo Sierra”, El partido liberal, marzo de 1891. El texto aparece en Díaz, Clementina. La Escuela Nacional Preparatoria: ¡os afanes y ¡os días, Tomo II, México, UNAM, pp. 297-299.71 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México^, p. XXIII.72 Alcaraz, Vicente H. La educación sensoria, México, Imprenta de Aguilar e Hijos, 1883, p. 13.73 El procedimiento para efectuar estas lecciones podemos observarlo en el siguiente ejemplo: “¿Qué es esto? Un pedernal. ¿Qué es un pedernal? Una especie de piedra. ¿Dónde se encuentran las piedras? En la tierra. Mírenlo ustedes y vean lo que pueden decir acerca de él. Es negro. Repitan todos: e¡ pedernal es negro. ¿Qué más ven ustedes? Vemos que brilla. Repitan: e¡ pedernal brilla. ¿Creen ustedes que se podría hacer una buena ventana de pedernal? No, señor. ¿Por qué? Porque no podríamos ver nada por una ventana de pedernal. Repitan: no podemos ver a través del pedernal. Díganme algunas otras cosas a través de las cuales no pude uno ver. Las paredes, las pizarras, etc. Después de dar a los alumnos el pedernal para que lo examinen, se les pregunta: ¿qué más pueden ustedes decir sobre el pedernal? Que es duro y frío. Repitan pues: e¡ pedernal es duro y frío. ¿Qué más? Es liso. Digan todos: e¡ pedernal es ¡iso. Toquen los bordes. Son afilados. Repitan: ¡os bordes del pedernal son afilados. Golpeando entonces el pedernal con el eslabón, preguntará el maestro: ¿qué ven ustedes? Chispas. ¿De qué provienen las

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enseñanza objetiva cumplía con el cometido positivista de cultivar la razón utilizando los sentidos, satisfacía el interés popular de poseer explicaciones del entorno material y, según sus promotores, estaba en concordancia con las condiciones reales del mundo moderno. Al respecto, Díaz Covarrubias mencionaba que sería un vacío censurable no instruir a los alumnos de la escuela primaria:

en lo que es el vapor, el telégrafo, el pararrayo, aun cuando no se les en señ e

p rec isam ente toda la teoría científica de es tos inventos. Debe preverse que la

in m en sa m ayoría de los que adquieren la instrucción primaria no continúan

estud ios espec ia les científicos o literarios, y es importante, casi esencial

desparram ar la ilustración en el terreno en que tod os la recogen. A esta necesidad, que h o y s iente el m undo m oderno, el m undo del trabajo, de la industria y de la

influencia definitiva de las ciencias positivas, corresponde la nueva faz que está

tom ando la instrucción primaria bajo el nom bre de Lecciones sobre las cosas [_ ]

Un hom bre que haya adquirido su educación primaria bajo es te sistema, aun

cuando no continué estudios científicos, tendrá noc iones exactas de las cosas y de

las leyes del m undo físico, y su inteligencia no quedará descarrilada y

alim entándose con explicaciones incoherentes, sobrenaturales y m onstruosas que

ni satisfacen el espíritu, ni presentan servicio provech oso en la v ida real.74

Aunque inicialmente esta enseñanza se tergiversó como una asignatura particular del currículo de materias de la escuela primaria, durante el porfiriato se enmendó la plana gracias a la intervención de los profesores Manuel Guillé y Vicente Alcaraz, quienes la establecieron como lo que realmente era: un procedimiento didáctico que debía aplicarse en todas las materias.75 Asimismo, es preciso señalar que la educación primaria no sólo estaba dirigida a los párvulos sino a la enorme cantidad de adultos analfabetas que asistían a la escuela nocturna.76 En este sentido, el profesor Pedro García de León estaba convencido que el método objetivo era una herram ienta persuasiva muy eficaz para forjar una nueva mentalidad industrial en la niñez mexicana y para transform ar el pensamiento tradicional de los trabajadores adultos. Expresaba que a través de esta técnica los estudiantes obtendrían un conocimiento racional del mundo material cuyo resultado sería una imagen del trabajo enteram ente distinta a la tradicional. Pugnaba por la educación objetiva como un instrumento formativo para establecer las bases de un hombre activo y creativo:

chispas? Del choque del pedernal con el eslabón. Repitan ustedes todo lo que se ha dicho del pedernal: el pedernal es una piedra; sale de la tierra; es negro; no podemos ver a través de él; al tocarlo sentimos que es frío, duro, liso y afilado en los bordes; sirve para producir fuego". Sheldon, E. A. Lecciones de cosas en series graduadas, con nociones de objetos comunes, Nueva York, Appleton y Compañía, 1885, p. 38.74 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México^, pp. XXII-XXIV.75 Larroyo, Francisco. Historia comparada de la educación en México, México, Ed. Porrúa, 1967, p. 304.76 Aunque existían ciertas diferencias entre una y otra, la enseñanza objetiva se implementó en ambas. La instrucción primaria para niños constaba de seis años divida en dos periodos: cuatro años de enseñanza elemental y los dos restantes de enseñanza superior. Mientras tanto, las escuelas nocturnas para adultos constaban de cinco años: los primeros tres para la enseñanza elemental y los últimos dos para la instrucción técnica de alguna rama de la industria. Cfr. Díaz Zermeño, Héctor. “La escuela nacional primaria en la ciudad de México, 1876-1910", Historia Mexicana, Vol. XXIX, No. 1, 1979, pp. 59­90.

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D em os al industrial la idea que conduce a la invención; ed u q u em os al hom bre

trabajador haciéndolo observador y dueño de la teoría de su trabajo; en señ em o s

al niño d esd e que com ienza a leer, el color, la línea, la figura, la luz, así no será el

conocim iento sino la inteligencia, no será la imitación sino el invento, no será el

que copie una form a o una figura sino el artista; será el pensador, el que por

instrucción descubre, el que por talento brilla, el ciudadano, el hom bre al fin. Ya

no labrará la tierra, ni tejerá sus lienzos, ni obrará en su trabajo con el instinto del

que n eces ita vivir, s ino con la inteligencia, con el saber, con su industria, con la

fuerza que lo hace levantarse verdadero rey de la creación.77

Expuesta en estos términos, la enseñanza objetiva se entendía como una pieza auxiliar para alcanzar el designio del hombre moderno: gobernar la naturaleza para renovarla en formas útiles. Esta grandilocuencia, a nuestro parecer desmedida, se fundaba en el anhelo de una parte de la población que veía en el conocimiento del entorno natural la clave para conseguir el progreso material. En los textos de la época no se distingue un rechazo hacia la enseñanza objetiva como sucedió con la educación positivista que fue duramente criticada por los sectores católicos más conservadores y por los grupos liberales más radicales. Una paradójica situación de la circunstancia mexicana, pues recordemos que ambas estaban profundamente vinculadas. No parece ser una política educativa impuesta desde arriba, más bien se asemeja a un reclamo social satisfecho que llenó de agrado al ánimo popular, convirtiéndose en una corriente “de moda en nuestros días, que recorre de boca en boca sin tropiezos”.78 Por ello, no es extraño que muchos pedagogos de la época hayan sido asiduos defensores de su implementación, presentándose el caso de varios profesores que, respondiendo al llamado activo de esta metodología, decidieron predicar con el ejemplo patentando diversos equipos didácticos para su correcto cumplimiento. Entre ellos encontramos a Juan de Dios Nosti, Clemente Antonio Neve, Longinos Cadena, José G. García y al cubano Idelfonso Estrada y Zenea, quienes, entre 1876 y 1907, registraron múltiples instrumentos, máquinas intuitivas, cajas enciclopédicas y sistemas para la enseñanza objetiva.79

Incluso la moda de la invención vinculada con la educación objetiva también superó el círculo pedagógico. Panaderos, comerciantes, empleados e industriales hallaron en su seno un terreno fértil para cultivar sus afanes inventivos. En este sentido, José Isabel Cortés, panadero, patentó en 1889 una Invención para la enseñanza objetiva mediante la que se producían panes, chocolates y dulces con la forma de los números y las letras del alfabeto.80 Cuatro años después, Pedro Rivero Noriega, industrial, registró ante la

77 García de León, Pedro. “Método objetivo”, El Municipio Libre, 17 de julio de 1878. La cita se encuentra en: Carlos González, Everardo G. Republicanismo y sociedad civil: ¡os intelectuales y ¡a cultura cívica en México, 1867-1883, Tesis de Maestría, UAM-I, 2003, p. 92.78 Carillo, Carlos A. “El método objetivo”, La reforma de ¡a escuela elemental. Periódico de educación, Tomo I, No. 1, 1 de diciembre de 1885.79 Las descripciones originales de las invenciones patentadas por estos profesores, y otras vinculadas con la educación, pueden consultarse en: Granja Castro, Josefina. Métodos, aparatos y máquinas para ¡a enseñanza en México en e¡ siglo XIX. Imaginarios y saberes populares, México, Pomares-UNAM, 2004.80 AGN, Patentes y Marcas, Caja 43, Exp. 1727. En una nota periodística se mencionaba que los panaderos de Guadalajara, donde residía el señor José Isabel Cortés, estaban dispuestos a convertirse en “profesores” para difundir el método objetivo. De esta forma, siguiendo el sistema patentado, se

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Oficina de Patentes una Lotería Objetiva con la que pretendía enlazar el aprendizaje, el ocio y la diversión.81 Mientras tanto, Ignacio Hernández Zamudio, empleado, inventó hacia 1900 varios aparatos “para volver verdaderam ente objetiva la enseñanza de la teneduría de libros" cuyas denominaciones resultaron más complejas que los propios artefactos: Logismógrafo, Taquilogísgrafo, Logismófeno y Logismoifano.82 En contraste, Francisco Gaona Uribe, comerciante, patentó en 1911 un instrumento destinado a “la enseñanza numérica objetiva" que simplemente nombró Redina Mexicana.83

Sin duda, la enseñanza objetiva desempeñó un papel importante en el contexto local al divulgar información relevante del entorno material. Durante todo el porfiriato, según Mílada Bazant, este procedimiento didáctico tuvo un impacto avasallador en la escuela nacional.84 No obstante, aunque sus promotores sostenían que este sistema ampliaba los conocimientos útiles, e incluso afirmaban que estimulaba las habilidades creativas e inventivas de los estudiantes, lo cierto es que tales opiniones eran más un deseo que una realidad; una creencia basada en la noción positivista de que la “ciencia aplicada" transformaba el mundo material. En realidad, este método sólo proporcionaba datos e información descriptiva y su influencia se limitó a despertar o satisfacer el interés por los objetos circundantes; no otorgaba ningún tipo de saber práctico o conocimiento para desarrollar una actividad productiva. De hecho, resultó una práctica demasiado fatigosa para los profesores, quienes debían invertir muchas horas en preparar las lecciones, y otras tantas en el aula para efectuarlas de manera correcta y cabal.85 Por ello, las lecciones sobre las cosas term inaron convirtiéndose en nociones generales de los objetos. Su importancia radicó, simplemente, en que satisfacían el interés popular por el mundo material.

Hasta este punto podemos advertir que la divulgación de información relacionada con el mundo material e industrial fue relativamente exitosa durante el periodo porfirista. Mediante las exposiciones industriales, las publicaciones periódicas, los espacios de sociabilidad, las empresas de asesoría, la divulgación de las patentes y la enseñanza objetiva se logró establecer un almacén de conocimientos descriptivos que no existía en la época anterior. Era preciso, sin embargo, dar un paso más adelante de la simple vulgarización de información, y establecer el cimiento de una educación que enseñara a solucionar los problemas prácticos que se presentaban al momento de interactuar

alfabetizarían los mismos panaderos, los mozos que recogían el pan y los niños que lo merendaban. “Los Panaderos de Guadalajara convertidos en Panaderos", La Enseñanza Objetiva, 3 de mayo de 1879.81 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana, Tomo 35, p. 795; Lista dispuesta por orden de clases y subclases de las patentes que se expidieron conforme a la ley de 7 de junio de 1890 hasta el 30 de septiembre de 1903, México, Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento, 1912, p. 224. De aquí en adelante citaremos esta fuente de forma resumida como Lista de Patentes de 1890 a 1903.82 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana, Tomo 32, p. 753; Lista de Patentes de 1890 a 1903, p. 197. El señor Hernández Zamudio también fue autor de una obra titulada Nociones de teneduría, corregida y aumentada en varias ocasiones, cuyo contenido complementaba el usos de sus invenciones.83 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 191, Exp. 121.84 Bazant, Mílada. En busca de la modernidad. Procesos educativos en el Estado de México, 1873-1912, México, El Colegio de Michoacán / El Colegio Mexiquense, 2002, p. 153.85 Meneses Morales, Ernesto, Tendencias educativas oficiales en México, 1821-1911, México, Centro de Estudios Educativos / Universidad Iberoamericana, 1998, p. 797.

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con los objetos del mundo material. Este cometido, como lo mencionamos, fue emprendido por la educación especial y profesional inspirada en la filosofía positivista. Los apologistas del positivismo consideraban que la ciencia tenía la clave para desarrollar el conocimiento, la técnica, la moral, la filosofía e incluso para garantizar la paz y la futura grandeza del pueblo mexicano.

Así, la práctica educativa profesional y especial que se estableció durante el porfiriato se sustentó fundamentalmente en la concepción positivista del conocimiento. En este sentido, resulta relevante analizar, aunque sea someramente, la perspectiva de los positivistas mexicanos al respecto. Según Porfirio Parra, el discípulo más adelantado de Gabino Barreda y “jefe de los positivistas” mexicanos de la segunda generación, el conocimiento verdadero se fundaba en las creencias determinadas por “móviles lógicos que son totalmente independientes de nuestros gustos, de nuestras inclinaciones, de nuestros intereses, de nuestras preocupaciones, de nuestras asociaciones, del influjo de una educación sistemática, y sólo dependen de la verdad intrínseca de un aserto”.86 En otras palabras, el conocimiento positivo se fundaba en los hechos comprobados de manera lógica, lo que lo convertía en un conocimiento autónomo e impermeable a las influencias, intereses, gustos y valores sociales. Luego entonces para Porfirio Parra el conocimiento se dividía en dos grandes clases:

el conocim iento teórico o científico, y el conocim iento práctico, que constituyen

respectivam ente la ciencia y las d iferentes a r tes útiles. El conocim iento teórico se

propone dar a conocer la naturaleza tal com o ella es; el conocim iento práctico nos

e n señ a a modificar la naturaleza, a obrar sobre ella, convirtiéndola, de com o ella

es, en aquello que d esea m o s que sea para mejorar nuestra condición; el

conocim iento teórico nos da a conocer los fen ó m en o s naturales tal com o son

cuando el hom bre no interviene, y el conocim iento práctico nos en señ a a producir, suprimir o modificar los fen óm en os a nuestra voluntad; el conocim iento teórico

dirige y norm a nuestra especulación, el conocim iento práctico dirige y norm a

nuestra acción [_ ] los conocim ientos teóricos se enuncian en form a de sim ples

asertos que indican com o pasan las cosas; el conocim iento práctico se enuncia en

form a de preceptos, que indican cóm o debe p roced erse a modificarlas.87

Ahora bien, en este esquema ambos conocimientos no gozaban de una misma calidad. Parra argumentaba que “el cocimiento práctico, para ser perfecto, debe estar basado en el conocimiento teórico. No se puede modificar un fenómeno sin conocerlo antes perfectam ente”.88 Con base en esta concepción del conocimiento, Parra sostenía que la actividad humana entraba en acción de dos m aneras diferentes: ignorando la teoría de los fenómenos o tomando a la teoría por norma. Lo primero caracterizaba a las artes útiles empíricas, lo segundo a las artes útiles científicas. Tenemos, entonces, que en la teoría gnoseológica de Parra las artes útiles (cuya matriz esencial eran los saberes de orden práctico) se dividían en empíricas y científicas en razón de su apego o desapego

86 Parra, Porfirio. Nuevo sistema de ¡ógica inductiva y deductiva por e¡ Dr. Porfirio Parra antiguo profesor de ¡ógica en ¡a Escuela Nacional Preparatoria de México, Tomo I, México, Tip. Económica, 1903, p. 100.87 Ibid., p. 101.88 Idem.

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al conocimiento teòrico. En las prim eras el saber era intrínsecamente imperfecto pues solamente se empleaban procedimientos empíricos y prescriptivos, en las segundas se alcanzaba la perfección porque se fundaban en los saberes teóricos de los fenómenos naturales, es decir, en la ciencia. En pocas palabras, para los positivistas mexicanos, representados por Porfirio Parra, la técnica sólo podía ser perfecta cuando era ciencia aplicada. La técnica a secas sólo entraba en el nivel elemental de las artes útiles como actividad meram ente empírica.

GRÁFICA 6

ESQUEMA DEL CONOCIMIENTO POSITIVO

SOCIEDAD CONOCIMIENTO

VALORES

INTERESES

GU STOS

IN C L IN A C IO N E S

Estas ideas, gráficamente representadas en el esquema anterior, se propagaron como humo entre diversos autores de la época. Pronto se trasladaron al ámbito pedagógico reformuladas como una escala de conocimientos ordenada ascendentemente según su nivel teórico o científico. Por ejemplo, el médico veracruzano Luis E. Ruíz, quien fue el prim er secretario de la Sociedad Metodóflla "Gabíno Barrera”, encargado de la Dirección General de Instrucción Primaria y partidario acérrimo de la implantación del método positivo en la escuela nacional, publicó un Tratado elemental de pedagogía donde sostenía que la división más acertada

d e lo s c o n o c i m i e n t o s q u e s e r e f i e r e n a la c i e n c ia y l o s q u e a l u d e n al a r te e s la q u e

l l a m a a l o s p r i m e r o s teóricos y a l o s s e g u n d o s prácticos; d a n d o a e n t e n d e r q u e lo s

p r i m e r o s d a n e l saber, e n t a n t o q u e l o s s e g u n d o s d o t a n d e p o d er P e r o e n lo s

p r á c t i c o s e s t á n c o m p r e n d i d o s d e s d e la s a r t e s m á s e l e m e n t a l e s h a s t a la s m á s

e l e v a d a s ; y p o r ta n t o , e s p r e c i s o t e n e r u n e l e m e n t o d e n a t u r a l e z a t e ó r ic a ,

s u s c e p t i b l e d e s e r v i r p a r a h a c e r u n a d i v i s i ó n e f e c t iv a , q u e e s la s i g u ie n t e : artes empíricas y artes científicas. L as p r i m e r a s s o n a q u e l l a s q u e p u e d e n e j e r c e r s e c o n

s ó l o la a d q u i s i c i ó n d e la s r e g l a s y e l e j e r c i c io c o r r e s p o n d i e n t e , s in o t r o e l e m e n t o

a lg u n o , lo cu a l e s p o s i b l e y a ú n e n m u c h o s c a s o s fácil , p o r q u e la s r e g la s s o n al p a r

q u e s e n c i l l a s p o c o n u m e r o s a s ; e n e s t e c a s o e s t á n la c a r p in t e r ía , la a lb a ñ i le r ía , la

h e r r e r ía , e tc . N o a c o n t e c e lo m i s m o c o n la s a r t e s e l e v a d a s , q u e c o n t o d a j u s t ic ia

l l e v a n e l n o m b r e d e científicas, p u e s t o q u e s u c o r r e c t a e j e c u c i ó n s ó l o e s d a b le

c u a n d o al c o n o c i m i e n t o p e r f e c t o d e la r e g l a s e u n e la n o c i ó n e x a c t a d e la s

v e r d a d e s c i e n t í f i c a s e n q u e r e p o s a n d ic h a s r e g la s , y s in e s t a s e g u n d a c o n d ic i ó n .

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no sólo es defectuosa la práctica del arte, s ino que con frecuencia es

contraproducente .89

Así, con base en esta escala positivista del conocimiento, durante el porfiriato se gestó (o quizás sólo se consolidó) una noción jerarquizada de las actividades según la clase de conocimientos implementados para su ejecución. En consecuencia, se propagó una valoración diferencial de las profesiones según su grado de cientificidad. Los créditos, virtudes y méritos de las actividades desempeñadas por un sujeto dependían del tipo de conocimientos adquiridos mediante el estudio. Ciñéndonos al ámbito de la técnica, las artes útiles se enseñaban básicamente en los talleres artesanales, las escuelas de artes y oficios y los colegios de ingeniería (civil y agrícola). Para cada uno de estos espacios, los positivistas establecieron una clasificación que desdeñaba los menos especializados en función de la estructura privilegiada: el conocimiento teórico o científico.

El taller, desde luego, era un espacio educativo informal donde los aprendices se penetraban en la materia a través de su ejercicio. La capacitación en estos establecimientos estaba destinada a otorgar conocimientos prescriptivos y tácitos. Los primeros consistían en los métodos, reglas o preceptos para ejecutar una determinada obra y eran transmitidos mediante el ejemplo; mientras que los segundos eran las habilidades o destrezas que iban ganando los aprendices con el correr del tiempo, es decir, el saber hacer o know-how que no podía transmitirse en términos formales. En este sentido, la educación en el taller entraba en la esfera de los conocimientos empíricos con poca o nula vinculación con los conocimientos teóricos. Esto, desde la perspectiva de los positivistas, convertía a la educación artesanal en una enseñanza rudim entaria y defectuosa. Los artesanos, por tanto, eran considerados como los personajes que empleaban los conocimientos empíricos más elementales, por lo que sus actividades entraban en la categoría más baja de las artes útiles denominadas también artes útiles mecánicas o manuales. En este sentido, Porfirio Parra mencionaba:

En las artes manuales, la in tervención mecánica, por decirlo así, se reduce a una

serie de m anipulaciones, en las cuales la inteligencia interviene apenas, y en que

el resultado que se busca es obtenido, ya por la energía del esfuerzo muscular, ya

por la destreza y la habilidad de la manipulación. En este caso se encuentran las

ocupaciones habituales que llevan el nom bre de oficios. Fuera de estas artes

m ecánicas o manuales, en las cuales no t iene que intervenir la Metodología, la

acción hum ana se nos p resen ta en una esfera más vasta cuyo en san ch e se debe,

sobre todo, a la in tervención de la inteligencia en grande escala.90

No obstante, cabe destacar que a pesar de estos prejuicios que marcaban a los saberes y a las prácticas artesanales como elementales, se presentaron opiniones como las del profesor cubano Idelfonso Estrada y Zenea —el mismo personaje que patentó una caja

89 Ruiz, Luis E. Tratado elemental de pedagogía, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1900, pp. 6-7.90 Parra, Porfirio. Nuevo sistema de iógica^, Tomo II, p. 264.

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enciclopédica para la enseñanza objetiva—, quien mencionaba que el sitio más adecuado y eficiente para la educación de los artesanos era el taller, “pues cada arte tiene su existencia particular, su tecnicismo, sus costumbres, y éstas son las que positivamente constituyen al maestro; allí se aprenderá mejor un oficio donde todo a él se refiera y donde nada permite al aprendiz divagarse de su enseñanza". En consecuencia, se manifestaba en contra de las escuelas de artes y oficios, tanto de hombres como de mujeres, porque consideraba que además de significar un inmenso gasto para el erario, eran “verdaderam ente inútiles, pues no sirven más que para alimentar la vanidad nacional, que a impulsos del espíritu de imitación establece todo lo que se sabe que en otros lugares existe, sin atender que a veces lo que en una parte es útil, en otra es perjudicial".91 En cambio, proponía que el gobierno pagara la enseñanza de los jóvenes interesados en aprender algún oficio, celebrando contratos con los maestros respectivos a fin de que los aprendices concurrieran a sus talleres. En suma, sintetizaba su posición con un par de refranes populares: nadie enseña un oficio como aquél que lo profesa, porque para los toros de Atenco, los caballos de allá mesmo.

Estas opiniones, sin embargo, no tuvieron demasiada resonancia entre las autoridades porfiristas amantes del positivismo francés que, en efecto, percibían al Conservatorio de Artes y Oficios de París como el modelo paradigmático a seguir para transform ar la tradicional enseñanza artesanal basada en el cultivo de conocimientos prescriptivos y tácitos. Así, la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad de México —que a su vez sirvió de prototipo al gran número de establecimientos de este tipo que se fundaron en el interior del país—, implementó un elenco de asignaturas teóricas más o menos extenso siguiendo el ejemplo galo: física, mecánica, química, aritmética, álgebra, trigonometría, geometría, e tcétera.92 Con esto se buscaba mejorar la educación imperfecta del taller con base en el saber organizado de la ciencia. Se pretendía, además, institucionalizar este tipo de educación técnica con la idea de formar una masa de trabajadores para el quehacer manufacturero. No obstante, es preciso mencionar que las materias teóricas tuvieron un carácter rudimentario. Para los pedagogos de la época de Díaz no venía al caso introducir demasiado a estos alumnos en el tratam iento de la ciencia, pues la idea era “formar simples obreros suficientemente instruidos y no ingenieros".93 Por ello, la capacitación que se ofrecía en estas escuelas siempre tuvo un papel secundario ante los ojos de los positivistas.

En el esquema educativo oficial las escuelas de artes y oficios se convirtieron en los centros donde se enseñaban los conocimientos prácticos con cierto sustento científico, por lo que sus actividades entraban dentro de las denominadas artes útiles ilustradas. Éstas estaban en un nivel intermedio entre las artes mecánicas del simple artesano y las artes científicas más elevadas. Los artesanos, entonces, comenzaron a dejarse a su suerte y en su lugar la preocupación oficial por la educación para el trabajo se inclinó

Estrada y Zenea, Ildefonso. Manual de gobernadores y jefes políticos, México, Imprenta de J. V. Villada, 1878, p. 39.92 Bazant, Mílada. Historia de la educación durante el porfiriato, México, Colegio de México, 2006, p. 111.93 Boletín de Instrucción, 1903, Tomo I, p. 356. La cita se encuentra en: Bazant, Mílada. Historia de la educación durante el porfiriato^, p. 116.

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a tra ta r de cubrir niveles técnicos más especializados relacionados con el surgimiento de las nuevas industrias de la transformación. La intención de las autoridades de esta época no era formar más artesanos sino operarios capacitados que pudieran hacer frente al desarrollo industrial que vivía el país. De hecho, desde los primeros planes que surgieron para crear una escuela de artes y oficios se comenzó a hablar de que sus egresados cultivarían lo que terminó llamándose como artes industriales. Es decir, las artes útiles ilustradas que permitirían “introducirnos en al vasto campo de la industria [gracias] a la enseñanza científica”.94

Estas modificaciones, como lo mencionamos en la sección anterior, originaron que los egresados de las escuelas de artes y oficios quisieran separarse de los artesanos. Más concretamente, de las connotaciones rudimentarias que tenían los saberes y prácticas artesanales. Asimismo, tampoco se definían como obreros, pues en el ambiente cultural de la época también existía una idea peyorativa que sostenía que el estudio de las materias científicas era lo “que distingue al simple obrero del hombre que pretende elevarse en la esfera social y profesional”.95 En cambio, los egresados de estas instituciones se asumían como industriales para distanciarse de los artesanos y los obreros que eran asimilados con los conocimientos meram ente prácticos o saberes empíricos. Incluso, como parte de esta tendencia cultural, las propias escuelas de artes y oficios paulatinamente fueron cambiando su denominación hasta convertirse en escuelas “técnico-industriales”.

Finalmente, siguiendo el escalafón positivista del conocimiento, los pensadores y las autoridades educativas de la época concibieron a las escuelas de ingenieros (civiles y agrícolas) como los semilleros donde se formarían los auténticos agentes de las artes útiles científicas. Aunque estas escuelas no se fundaron en el mismo número que las de artes y oficios, sí se instituyeron en las capitales más pobladas de la República.96 En su interior se buscaba conciliar la educación de las ciencias abstractas con la instrucción práctica. Aunque en realidad más que una conciliación se presentó una sujeción de las habilidades prácticas en pos de una formación teórica que respondiera a los ideales de la doctrina positivista que, como mencionamos, consideraba al conocimiento científico como la única vía para elevar al conocimiento empírico. Por ejemplo, en la Escuela Nacional de Ingenieros —la institución más importante de este tipo en el país—, hubiera sido posible suprimir el prim er año de todas las especialidades, pues la mayoría de las asignaturas teóricas ya se habían cursado en la preparatoria.97

94 Eguiarte Sakar, María Estela. Hacer ciudadanos. Educación para e¡ trabajo manufacturero en e¡ S. XIX en México, México, UIA, 1989, p. 131.95 Ibarrola, José Ramón de. Apuntes sobre e¡ desarrollo de ¡a ingeniería en México y ¡a educación del ingeniero, México, Tipografía de la viuda de F. Díaz de León, 1911, p. 24.96 Se fundaron en las capitales de Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Puebla, San Luis Potosí, Sinaloa, Zacatecas y en el Distrito Federal. Cubas, García, Cuadro geográfico, estadístico, descriptivo e histórico de ¡os Estados Unidos Mexicanos, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1885, p. 99.97 Bazant, Mílada. “La enseñanza y la práctica de la ingeniería durante el porfiriato”, en: Vázquez, Josefina Zoraida (et. a¡.) La educación en ¡a historia de México, México, El Colegio de México, 1999, p. 177.

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No es nuestra intención analizar los distintos planes de estudios que se implementaron tanto en la Escuela Nacional de Ingenieros como en la Escuela Nacional de Agricultura, labor que ya ha sido emprendida por otros autores,98 sino simplemente advertir que durante todo el porfiriato se mantuvo una abrum adora formación teórica a pesar de que varios profesores y estudiantes cuestionaron el “prurito de los formadores de planes, de aglutinar en el estudio de cada especialidad, cuanto de cerca o de lejos tiene relación con ellas", creando una “dispersión absurda de la atención de los alumnos".99 Los constantes debates que se presentaron en este sentido sólo produjeron cambios minúsculos. Las propuestas de reforma para hacer posible la formación de hombres prácticos, instruidos de manera empírica en provecho propio y del país, simplemente se quedaron en buenos deseos.

Esta situación se entiende por la fuerza que tuvo el armazón positivista en el contexto mexicano, cuya doctrina exaltaba precisamente el valor de la ciencia como m otor para impulsar a las artes útiles a niveles superiores. El positivismo fue un sólido arquetipo que no se desvencijó tan fácilmente. Este predominio de la educación teórica también fue resultado del arraigado prejuicio social que subestimaba las habilidades manuales y le restaba importancia a la dimensión empírica del conocimiento. Incluso los saberes prácticos, como lo señaló Parra, se consideraban como una series de manipulaciones en donde la inteligencia apenas intervenía. Aún al iniciar el siglo XX se divulgaba sin tapujos una idea discriminatoria del trabajo, “llamándolo oficio si es elemental y en su mayor parte mecánico, y designándolo arte liberal o arte elevado si es complejo en su ejecución, y variado en los conocimientos que exige para poder ser practicado".100 En este sentido, Fran^ois-Xavier Guerra señala que en el México porfirista las diferencias sociales más que estar relacionadas con los ingresos lo estaban con el tipo de actividad que se profesaba: la gente bien o la gente decente se consideraba honrada si no ejercía un oficio manual, mientras que los estratos inferiores ambicionaba integrarse a las clases medias por medio de los estudios superiores.101

Por ello, no resulta extraño que la profesión de ingeniero se halla puesto en el peldaño más alto de las artes útiles, pues aunque era una profesión eminentemente práctica, se buscó fundamentar, e incluso disminuir, su vinculación con el trabajo manual a través

98 Para el caso de la Escuela Nacional de Ingenieros se puede consultar: Ramos Lara, María de la Paz. “El Colegio de Minería, la Escuela Nacional de Ingenieros y su proyección en otras instituciones educativas de la ciudad de México (siglo XIX]”, en: Ramos Lara, María de la Paz y Rigoberto Domínguez Benítez (Coords.) Formación de ingenieros en el México del siglo XIX, México, UNAM, 2007, pp. 21-45 y Bazant, Mílada. “La enseñanza y la práctica de la ingeniería durante el porfiriato”, Historia Mexicana, Vol. XXXIII, No. 3, 1984, pp. 254-297. Mientras tanto, para el caso de la Escuela Nacional de Agricultura se puede consultar: Urbán Martínez, Guadalupe. “La creación de la carrera de ingeniero agrónomo en México”, en Ramos Lara, María de la Paz y Rigoberto Domínguez Benítez (Coords.) Formación de ingenieros^, pp. 47-73 y Bazant, Mílada. “La enseñanza agrícola en México: prioridad gubernamental e indiferencia social (1853-1910], Historia Mexicana, Vol. XXXII, No. 3, 1983, pp. 349-388.99 Salazar Salinas, Leopoldo. “La educación práctica de los ingenieros de minas en México”, Memorias y Revista de ¡a Sociedad Científica "Antonio Alzate", Tomo 31, No. 9, 1911, p. 408.100 Ruiz, Luis E. Tratado elemental de pedagogía^, p. 6.101 Guerra, Fran^ois-Xavier. México: de¡ Antiguo Régimen a ¡a Revolución, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 356.

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de una abrum adora formación teórica. Los ingenieros eran quienes estaban llamados a desem peñar las artes útiles científicas. Al tratarse, además, de una época donde el progreso material se consideraba como el tesoro más preciado que germinaba con el cultivo de la ciencia y la técnica, los ingenieros encarnaron a los sujetos más idóneos para generarlo. En suma, la ingeniería se consideró como la actividad elegida para satisfacer el ideal positivista de enlazar los conocimientos teóricos y prácticos con la argamasa de la lógica científica, así como la respuesta a la expectativa social de contar con sujetos que impulsaran el progreso del país. Durante todo el porfiriato se aguardó que los ingenieros mexicanos cumplieran con ambos cometidos. En fin, se pretendió que se convirtieran en los agentes del cambio material, en los gestores del progreso y en los promotores de la modernidad. Los mismos ingenieros, como lo veremos en los próximos capítulos, se autoimpusieron la “misión bienhechora” de engrandecer al país para ponerlo a la “altura de los pueblos civilizados”. Aunque estas expectativas, tan grandilocuentes como desmedidas, muchas veces no se vieron satisfechas.

GRAFICA 7

ESCALA POSITIVISTA DE LOS CONOCIMIENTOS

Q Superior Artes útiles científicas Escuelas de ingeniería Q

Medio Artes útiles ilustradas Escuelas de artes y oficios

ÉisBajo Artes útiles mecánicas Talleres artesanales H

z zu uNIVEL ACTIVIDAD INSTITUCIÓN

En síntesis, el positivismo trajo consigo dos consecuencias esenciales para el contexto sociotécnico porfirista: por una parte formó a una porción de la población con una noción relativamente fuerte de la ciencia y sus procedimientos; por otra parte estableció una arbitraria jerarquización de los conocimientos, otorgándole un papel hegemónico a los científicos. Esto último, a su vez, fortaleció el vetusto prejuicio social de valorar a las actividades intelectuales por encima de las manuales. Sin duda, en el mundo de la técnica la formación científica favoreció el desarrollo de invenciones, pues, como lo ha mencionado Paul Bairoch, en el contexto finisecular la tecnología industrial requería un mayor grado de conocimientos científicos en comparación con las primeras etapas de la revolución industrial.102 No obstante, la vinculación de los inventos técnicos con los saberes científicos no significó la disminución de los conocimientos prácticos. Por el contrario, significó la necesidad de volverlos más sofisticados, lo cual sólo se podía conseguir a través de la experiencia práctica.

Sin embargo, es preciso rem arcar que la jerarquización del conocimiento fomentada por el positivismo trajo consigo una noción esencialmente discriminatoria de aquellas

102 Bairoch, Paul. Revolución Industrial y subdesarrollo, México, Siglo XXI, 1967.

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actividades que no usaban el método científico. Esto originó que algunas profesiones fueran más valoradas por la sociedad con base en puros prejuicios, y que los planes de estudio disminuyeran el currículo de conocimientos prácticos en profesiones donde era crucial fomentarlos. Así, en la esfera de las profesiones técnicas, se consideró que la presencia de conocimientos científicos (entendidos como saberes teóricos, formales y fácticos) hacía más relevante una actividad que donde dominaban los conocimientos prácticos (entendidos como saberes empíricos, informales y prescriptivos). Como se puede ver en la gráfica 7, se estableció una escala vertical en cuya cúspide estaban los graduados de las escuelas de ingeniería, estrechamente ligados a los saberes teóricos, y por ende practicantes de las artes útiles científicas. En un segundo nivel estaban los egresados de las escuelas de artes y oficios donde se formaban los agentes de las artes útiles ilustradas con algunos rudimentos teóricos. Al fondo, se hallaban los artesanos que profesaban las artes útiles mecánicas, en cuya ejecución el saber teórico era sustituido por el músculo, la destreza y la habilidad.

En suma, podemos decir que la organización de la educación oficial fue el corolario de las transformaciones socioculturales de la época porfirista. Fue un cambio paradójico que propició la formación de actores sociales con una sólida educación en materias de orden científico, pero al mismo tiempo originó la disminución de los saberes prácticos y fomentó una serie de prejuicios que estaban arraigados en la sociedad mexicana. Así, la madeja de condiciones del contexto sociotécnico porfirista se combinaron de forma adecuada para originar el extraordinario crecimiento de las patentes mexicanas. Hacia 1903, cuando se presentó el mayor aumento de patentes, el contexto había modificado su rostro industrial, social, cultural y educativo, aunque seguían existiendo profundas carencias materiales, contradicciones económicas y prejuicios culturales que también influyeron en la actividad de los inventores locales. Como lo veremos en el próximo capítulo los grupos sociales relevantes se encontraron con y al mismo tiempo fueron artífices en la construcción de un escenario mucho más propicio para la invención.

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CAPÍTULO 8

Los grupos sociales relevantes durante el porfiriato

Como lo señalamos en el capítulo anterior, las condiciones sociotécnicas del contexto porfirista afectaron de manera positiva el crecimiento general de las patentes locales. En cifras absolutas hemos identificado 2,231 inventores mexicanos que patentaron un total de 3,609 trabajos durante la época de Díaz. Ciertamente el aumento en la materia fue grandioso en comparación con la época anterior, aunque debemos advertir que tal incremento fue extraordinario dentro de las circunstancias domésticas, pues las cifras mexicanas no tienen mucho punto de comparación con las que se presentaron en los países más industrializados.1 Dejando a un lado a las naciones “punteras en la carrera industrial”, como se decía en aquel entonces, si fijamos nuestra mirada en la colección de inventos e inventores mexicanos de la época, encontramos 713 personajes asiduos que obtuvieron más de una patente. En conjunto, dichos inventores lograron registrar la nada despreciable cantidad de 2,482 inventos. En el anexo 7 se pueden apreciar las tendencias de residencia y la distribución espacial de las patentes obtenidas por estos inventores asiduos del porfiriato.

Lo importante a destacar es el hecho de que la capital se convirtió en la Meca nacional de la invención patentada. En nuestra m uestra de inventores asiduos se puede ver que la ciudad de México reunió el 57% de los inventores mexicanos y más del 60% de las invenciones patentadas. Dicha concentración se magnifica si tomamos en cuenta que la siguiente entidad con mayores cifras rondaba el 4% de los inventores y el 5% de las invenciones patentadas. La preponderancia de la capital en el terreno de las patentes fue realmente abismal en comparación con el resto de los estados de la República, ya no digamos de las ciudades. Cabe subrayar que estos datos no se refieren a la cuna de los inventores mexicanos sino únicamente a su domicilio. Hay bastantes indicios para inferir que una significativa proporción de los inventores capitalinos eran inmigrantes de provincia avecindados en la ciudad por razones laborales, educativas o personales.2 Simplemente, el censo de 1895 establecía que una tercera parte de los habitantes del Distrito Federal no eran originarios de la capital.3 En este sentido, es muy sintomático

1 Sólo en Estados Unidos de 1877 a 1911 se registraron más de ochocientas mil patentes [858,961]. De éstas, más de setenta mil fueron conseguidas por residentes de Norteamérica [777,569]. Issue Dates and Patent Numbers Since 1836, Washington, U. S. Patent and Trademark Office, 2002, pp. 1-34.2 No pudimos obtener una secuencia de datos significativa sobre el lugar de nacimiento de los inventores mexicanos, pues muy pocos personajes declararon esta información en sus solicitudes de patentes. Las fuentes complementarias que utilizamos para formar nuestra base de datos, como los directorios de las ciudades, tampoco nos proveyeron tal información. De cualquier forma, en los registros que poseemos con el dato de nacimiento se observa que una buena cantidad de los inventores capitalinos era de provincia, pero habitaba en la capital algunas veces de manera transitoria.3 En 1895 el censo publicado por la Dirección General de Estadística establecía que de los 459,702 hombres y mujeres mexicanos que residían en la capital, 295,992 eran naturales del Distrito Federal [64.4%], mientras que 163,710 eran oriundos de los estados de la República [35.6%], principalmente del Estado de México, Guanajuato, Hidalgo, Querétaro, Puebla y Michoacán. Cfr. Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 936.

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que la ciudad de México haya duplicado su cantidad de habitantes entre 1877 y 1910, pasando 220,000 a 470,000.4

En un principio, esta información nos permite apreciar que la invención patentada fue un fenómeno mayoritariamente capitalino y marcadamente urbano. Cuando hablamos de patentes e inventores mexicanos durante el porfiriato debemos considerar que nos referimos principalmente a personajes urbanos residentes en la capital, aunque hubo actores relevantes en provincia que despuntaron ante el dominio del Distrito Federal. Sería reiterativo indicar las ventajas que había en la ciudad de México para em prender un proyecto inventivo y patentarlo. Basta mencionar que, además de las condiciones señaladas en el capítulo de la época preporfirista, donde ya se observaba esta misma distribución, fue enorme la centralización de los recursos económicos en la ciudad de México como resultado de un régimen que giraba en torno a una sola personalidad. No es exagerado decir que en el México porfirista todos los caminos llevaban a la “ciudad de los palacios”, pues tan sólo recordemos que el emplazamiento de las líneas férreas partió de las fronteras al centro del país, formando un embudo destinado a centralizar los ingresos y drenar el tráfico de los recursos naturales hacia el exterior de la nación.

Esta distribución espacial naturalmente se manifestó en todos los grupos sociales que participaron en el registro de sus invenciones. Incluso, como lo veremos en su tiempo, se magnificó en el caso de los mecánicos. Por el momento, lo que nos interesa m ostrar son las tendencias y dinámicas generales que se presentaron entre los cuatro núcleos de la invención en México. Como sabemos, durante el porfiriato el acceso social a las patentes fue menos restringido y más equitativo. Ya no se observan años sin patentes locales y las distancias entre los grupos sociales relevantes tendieron a disminuir. En números generales, 369 inventores mexicanos “asiduos” formaron parte de los cuatro grupos sociales relevantes. Éstos consiguieron paten tar 1,380 inventos.5 De ese modo, sólo los inventores asiduos de estos cuatro conjuntos ostentan más de la tercera parte de todas las patentes que alcanzaron los mexicanos en el periodo y más de la mitad de las que consiguieron los inventores asiduos en conjunto.

TABLA 10GRUPOS SOCIALES RELEVANTES (1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Grupo Social Inventores Porcentaje Patentes Porcentaje P er cap

Ingenieros 121 32.8% 587 42.5% 4.8

Industriales 88 23.8% 319 23.1% 3.6

Comerciantes 90 24.4% 256 18.6% 2.8

Mecánicos 70 19.0% 218 15.8% 3.1

Totales 369 100% 1,380 100% 3.7

Fuentes: se encuentran en el primer anexo.

4 Toscano Moreno, Alejandra. “Cambios en los patrones de urbanización en México, 1810-1910", Historia Mexicana, Vol. XXII, No. 2, 1972, p. 185; Davies, Keith A. “Tendencias demográficas urbanas durante el siglo XIX en México", Historia Mexicana, Vol. XXI, No. 3, 1972, p. 501.5 En los anexos 8 y 9 se puede apreciar la residencia, distribución espacial y las materias en las que patentaron los inventores asiduos pertenecientes a los cuatro grupos sociales relevantes del porfiriato.

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Como puede advertirse en la tabla anterior los ingenieros continuaron siendo el grupo social predominante en todos los campos considerados. Claramente m uestran un alto porcentaje del total de las patentes. No obstante, es preciso indicar que buena parte de su hegemonía cuantitativa se debe a que uno de sus miembros, el ingeniero agrónomo Adolfo Martínez Urista, patentó la insigne cantidad de 105 inventos. Si en un ejercicio contrafactual excluyéramos a este notable inventor, la media per capita de sus colegas sería de cuatro patentes y el porcentaje del total declinaría al treinta y ocho por ciento. Aún así continuarían siendo los más constantes en el terreno de las patentes, pero las diferencias con respecto a los otros grupos sociales ciertamente serían mucho menos pronunciadas. Aunque, en honor a la verdad, también es oportuno mencionar que los ingenieros eran demográficamente el grupo social menos numeroso de los cuatro representados en la tabla. Bajo todos los criterios, y con las salvedades antes dichas, los ingenieros fueron definitivamente los actores más prolíficos en la arena de las patentes y los más propensos a resguardar sus derechos de propiedad intelectual.

Por otra parte, también es interesante observar que los industriales, además de surgir como un “nuevo” conjunto social, se colocaron en el segundo puesto con un promedio per capita cercano al de los ingenieros, pero con una clara diferencia respecto al total de inventores y patentes obtenidas. Un sector que en la época anterior prácticamente no apareció, ahora era una fuente constante de inventos patentados. Del mismo modo, los mecánicos adquirieron una relevancia notable, mientras que los comerciantes, que eran el segundo grupo en la época preporfirista, tendieron a disminuir su importancia en función del promedio de patentes por persona, aunque siguieron siendo el segundo con más inventores y el tercero en cuanto al porcentaje total de patentes. Para no dar tantos rodeos, lo anterior significa que la actividad patentada de los comerciantes fue cada vez más ocasional o contingente.

Ante estas cifras del periodo porfirista cabe preguntarse: ¿cómo puede explicarse esta correlación?, ¿por qué los ingenieros m uestran un predominio tan marcado?, ¿por qué aparecen los industriales con un promedio tan alto?, ¿a qué se debe el crecimiento de los mecánicos en un contexto donde el trabajo del artesano no era valorado?, ¿por qué los comerciantes m uestran un declive frente al resto de los grupos relevantes? Estas preguntas nos pueden servir de guía para descubrir la forma como las condiciones del contexto sociotécnico porfirista influyeron tanto en la conformación de estos grupos sociales como en sus dinámicas, ritmos y trayectorias de patentación. Dicho en otros términos, más allá del dato duro que nos ofrecen las estadísticas, lo importante aquí es examinar cómo las diversas transformaciones que originaron un incremento global de las patentes se tejieron en cada uno de los grupos sociales relevantes para formar su propia contextura.

En este capitulo, entonces, analizamos las condiciones que originaron que estos cuatro grupos sociales se convirtieran en los actores colectivos más relevantes en la esfera de las patentes. Para conseguirlo, primero realizamos una caracterización general de su fisonomía social y de los conocimientos técnicos que poseían. En seguida, analizamos su vinculación con el sistema de patentes y las estrategias sociales que les permitieron

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incursionar más fácilmente en la arena de la invención patentada. En este sentido, ya habíamos visto que en la época anterior estos cuatro segmentos sociales se perfilaron como los más fértiles en las patentes, pero en ese entonces permanecieron desunidos. De hecho, como lo señalamos en su debido momento, consideramos que la ausencia de tejidos sociales significativos fue un elemento determinante para que se presentara un limitado número de patentes. En cambio, en el porfiriato las condiciones sociotécnicas cambiaron, echando a andar los engranajes sociales de patentación. En todo caso, ya sabemos cuáles fueron los grupos sociales que lograron urdir estas relaciones, pero no conocemos cómo lo hicieron ni por qué fueron precisamente ellos, y no otros, los que despuntaron en el terreno de las patentes. Así, una vez despejadas estas cuestiones, en el último capítulo nos adentrarem os en los campos de invención donde reflejaron sus visiones, intereses y aspiraciones tecnológicas compartidas.

8.1. Los ingenieros: los viejos conocidos de la invención patentada

Para nada resulta extraño que en el contexto sociotécnico del porfiriato los ingenieros hayan sido el grupo social cuya actividad inventiva más se manifestó en las patentes. Además de las ventajas que tuvieron desde la época anterior —tales como contar con los conocimientos “necesarios" para em prender un proyecto de invención y poseer los medios suficientes para su registro—, podemos decir que las condiciones contextuales del porfiriato conspiraron a su favor. Su actividad profesional no sólo estaba vinculada al proyecto modernizador que desembocó en el surgimiento de la gran industria porfiriana, sino al crecimiento de su correlato cultural, la mentalidad de progreso material que inundó el ánimo de la sociedad urbana. Asimismo, eran los más fieles adeptos del paradigma intelectual de la época que posicionaba al conocimiento científico como el primum mobile del cambio técnico y material. Debemos subrayar, también, que fueron el grupo social más ligado a la propia institución de las patentes. En muchos sentidos la fisonomía que adquirió fue esculpida por los ingenieros, pues como lo vimos en la prim era sección, éstos desem peñaron un papel decisivo en la formación de las leyes en la materia. El sistema de patentes fue uno de los vástagos más consentidos de los ingenieros. Finalmente, no podemos dejar de mencionar que fueron agentes sociales activos, no sólo porque el proyecto industrial impulsado por la elite así lo demandaba, sino incluso a pesar de éste, para enfrentar la falta de oportunidades que muchas veces padecieron a causa de la competencia extranjera.

De este modo, prácticamente todos los hilos del entramado contextual que analizamos en el capitulo anterior, y que impulsaron el crecimiento global de las patentes durante el porfiriato, se anudaron en la figura del ingeniero. La propia circunstancia histórica y los intereses de la sociedad hicieron que los practicantes de esta profesión fueran los actores más prolíficos de las patentes. Los mismos ingenieros, quizás para acrecentar la reputación de su profesión, quizás por una auténtica vocación de servicio o quizás sólo como una estrategia persuasiva para ganarse un mejor puesto en la sociedad, se autoerigieron como los más vigorosos propulsores del progreso material de la nación. Construyeron un discurso alegórico que los colocaba como los agentes más importantes dentro de las llamadas artes útiles por sus conocimientos científicos, su

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carácter de laboriosidad y sus “nobles impulsos” de transform ar materialmente a la nación. Todo lo cual, sin duda, influyó para que tuvieran una actividad importante en las patentes.

Los ingenieros, como señalamos, fueron agentes sociales dinámicos como resultado de una mezcla de imperativos de carácter económico, político y cultural que adquirieron vigencia en el escenario porfirista. Más allá de los recursos retóricos que usaron para “ennoblecer” a su profesión, lo cierto es que se tra taba de una ocupación íntimamente vinculada a los anhelos sociales de progreso material y al programa de modernización impulsado por la elite dirigente. La construcción de vías férreas, caminos y puertos; la explotación de recursos naturales, agrícolas y minerales; el desarrollo de la telegrafía, la telefonía y la electricidad; la edificación de diversas obras de infraestructura pública y privada; entre otras acciones que se consideraban esenciales para crear la imagen de una nación moderna, hicieron del ingeniero un hombre de continua aparición pública. Hallaron en el nuevo escenario material un terreno fértil que demandaba sus acciones.

Así, a diferencia de lo que sucedió en la época anterior, donde la carrera de ingeniero tuvo niveles bajos de crecimiento, en el porfiriato experimentó un marcado aumento. Fue una de las actividades más promovidas y estimuladas por el régimen de Díaz y la sociedad la percibió como una opción para ascender en la escala social. En esta época se buscó formar ingenieros especialistas en todos los campos que requería el progreso material. En líneas generales, fueron once las especialidades que se incluyeron dentro de la ingeniería. El estudiante podía egresar como ingeniero civil, agrónomo, de minas, arquitecto, industrial, electricista, metalurgista, geógrafo, topógrafo, mecánico o ensayador.6 Sólo considerando a la ciudad de México —sitio donde estaban emplazadas las principales instituciones de enseñanza técnica—, la carrera de ingeniero agrónomo se cursaba en la Escuela Nacional de Agricultura, la de arquitecto dentro de la Academia Nacional de Bellas Artes y el resto en la Escuela Nacional de Ingenieros. También en el Colegio Militar se impartieron clases de ingeniería, aunque su papel fue secundario frente a los colegios civiles.

Debemos remarcar, sin embargo, que no todas las especialidades fueron apreciadas de la misma forma por los ingenieros ni tuvieron la misma acogida por los estudiantes. A pesar de la diversificación promovida por las autoridades educativas, los miembros de este grupo social se concentraron en una cantidad reducida de carreras, desdeñando a las demás. Esta situación fue consecuencia de diversos fenómenos sociales y políticos. Como era natural, los estudiantes abrazaron las profesiones donde podían encontrar mayores posibilidades de trabajo. En la Escuela Nacional de Ingenieros, el principal semillero de profesionistas de esta clase, las carreras más exitosas fueron las de

6 En ciertos momentos algunas especialidades estuvieron unidas o abrazaron más de una denominación como la de “minas y metalurgista”, la de “topógrafo e hidrógrafo” y la de “ensayador y apartador de metales”. La especialidad de ingeniero electricista se denominó como telegrafista de 1883 a 1889 y la de ingeniero civil se fusionó con la “de caminos, puertos y canales” que funcionó de manera independiente de 1883 a 1897. Nosotros retomamos a los arquitectos dentro de la ingeniería porque así se consideraba en la época. Fue hasta finales del porfiriato cuando se estableció que eran actividades distintas.

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ingeniero civil (150 egresados), ingeniero topógrafo (135 egresados) e ingeniero de minas (70 egresados).7 Estas tres carreras ciertamente representaron fielmente los principales campos donde se manifestó el plan modernizador del gobierno porfirista. Desde su propia formación los miembros de este grupo social estuvieron asociados a los ideales más representativos del régimen.

Los ingenieros topógrafos y civiles desempeñaban funciones complementarias, siendo los primeros tenientes o ayudantes de los segundos en el deslinde de terrenos, la canalización de ríos, la construcción de edificios y el trazado de carreteras, vías férreas, acueductos, sistemas de atarjeas, etcétera. Las obras civiles fueron el punto de mayor atención por parte de los Científicos porfiristas. Como lo ha mostrado Tenorio Trillo, la elite mexicana buscó crear una imagen de m odernidad que no requería el desarrollo de una industria local nutrida de artefactos ni de especialistas domésticos. En cambio, las construcciones civiles eran la fachada que se exhibía al exterior en las exposiciones universales. Tal imagen debía satisfacer los cánones de civilidad, estética y aseo europeos (sobre todo franceses) que los ingenieros civiles del país podían proporcionar. 8 Mientras tanto, la función de los ingenieros de minas era más pragmática, aunque no por ello dejaba de tener fines propagandísticos. Eran los encargados de realizar el trabajo rudo en las entrañas de la tierra, dirigiendo las excavaciones para extraer los metales preciosos que eran el sustento económico en “un país cual el nuestro, minero por excelencia".9 No es extraño que la ingeniería de minas haya sido de las más solicitadas, pues además de ser de las mejor rem uneradas estaba rodeada de un aire fantástico.

La industria, que ciertamente también fue fomentada por el régimen de Porfirio Díaz, se introdujo principalmente del extranjero con todo e ingenieros. La elite mexicana se desentendió del asunto, dejándolo en manos del conocimiento y capitales forasteros. Ya hemos mencionado las características con las que se desarrolló la gran industria porfiriana: inversiones foráneas, introducción de maquinaria extranjera, impulso a la industria de la transformación, ausencia de un correcto eslabonamiento, carencia de una industria pesada, etcétera. En la época porfirista mucho se habló sobre la falta de oportunidades que padecían los ingenieros mexicanos en las empresas industriales. Se criticaba que los ingenieros extranjeros, especialmente los norteamericanos, se adueñaban de todas las vías de trabajo relegando a los locales a las ocupaciones inferiores. Los ingenieros más realistas, representados por Norberto Domínguez, sostenían que si los ingenieros nacionales no eran “aceptados en algunas negociaciones industriales, no es ciertamente porque sean mexicanos, sino porque no

7 Bazant, Mílada. “La enseñanza y la práctica^", p. 199. Las cifras corresponden al periodo de 1876­1910. En la carrera de ingeniería civil están contemplados también los ingenieros de caminos, puertos y canales, pues, como lo señalamos, ambas se fusionaron en 1897.8 Tenorio Trillo, Mauricio. Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880­1930, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.9 Aragón, Agustín. “Conferencia sobre las aptitudes que deben tener los jóvenes que se dediquen a la carrera de ingeniería, y las dificultades de adquisición de los conocimientos de la misma carrera, y ventajas del ejercicio de ésta", en Conferencias sobre las carreras de ingeniero, abogado y médico dadas en la Escuela Nacional Preparatoria, México, Tipografía Económica, 1906, p. 37.

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revelan todas las aptitudes que se requieren”. Con toda razón señalaba que los empresarios norteamericanos no se guiaban por sentimentalismos, “son patriotas, pero no a expensas de su bolsillo [_] buscan el elemento productor, llámese máquina o llámese hombre que corresponda a los rendimientos que una empresa espera sacar como producto del capital y del trabajo invertidos”.10

Esta ausencia de ingenieros industriales, que realmente era un problema serio para el desarrollo de la industria doméstica, tenía gran parte de sus orígenes en la inadecuada educación ofrecida en las escuelas de ingeniería. Los programas académicos estaban volcados a la enseñanza de las ciencias abstractas con una m enor vinculación con las llamadas ciencias prácticas. El mismo ingeniero Domínguez estaba convencido de que los males mexicanos no dependían de una sobrepoblación de ingenieros “sino de que los que hay suelen ser incompetentes, y lo son porque su educación no se ha templado en la práctica, porque saben mucho abstractamente, pero muy poco concretamente”.11 Este orden se criticó duram ente por los ingenieros que estaban en activo. En todos los campos de la ingeniería se manifestó el mismo descontento. En la Escuela Nacional de Agricultura, por ejemplo, se mencionaba que la organización de los estudios era “más bien netamente teórica que práctica”. Los ingenieros, una y otra vez, manifestaban que la educación técnica en México “parecía tener por fin levantar una infranqueable barrera entre el trabajo del brazo y el del cerebro, entre la mano que maneja el utensilio del labrador y del artesano, y el pensamiento que debe dirigirla, en una palabra entre la práctica y la teoría”. Al final de cuentas, el diagnóstico de los ingenieros más críticos era contundente: la “división entre el estudio científico y la ejecución material, ha sido uno de los obstáculos más poderosos para el desenvolvimiento y el progreso de todas las industrias en México”.12

Estas opiniones deben tomarse con la seriedad que merecen. En los estudios actuales existe cierta tendencia a disminuir la autenticidad de las críticas por algunas reformas que se implementaron para corregir tales deficiencias, pero las opiniones persistieron, e incluso se exacerbaron, durante los últimos alientos del porfiriato.13 Honestamente no encontramos ninguna razón para que los ingenieros criticaran con tanta asiduidad dicha disposición si no era porque efectivamente padecieron las carencias educativas cuando se enfrentaron ante la realidad. Cuestionar a la ciencia, o la educación teórica, no era precisamente la postura más correcta en un contexto de tendencia cientificista. Es evidente que los ingenieros con experiencia práctica, aquéllos que se enfrentaban a la realidad de los fenómenos naturales, se quejaban amargamente de la educación que habían recibido en las aulas positivistas, aunque claramente era un grupo minoritario,

10 Boletín de Instrucción Pública, Tomo VI, México, Tipografía Económica, 1906, p. 411.11 Idem.12 Brackel-Welda, Othon E. “Apuntes sociológicos leídos en la Sociedad de Geografía y Estadística”, Boletín de ¡a Sociedad de Geografía y Estadística de ¡a República Mexicana, Tomo II, Núms. 11-12, 1894, pp. 683-684. El Barón de Brackel-Welda era originario de Westfalia, Alemania. Se naturalizó mexicano a mediados del siglo XIX. Fue arquitecto, ingeniero militar, empresario minero y periodista por afición.13 Ver la recopilación de opiniones que en este sentido realizó el ingeniero Leopoldo Salazar en: Salazar Salinas, Leopoldo. “La educación práctica de los ingenieros de minas en México”, Memorias de ¡a Sociedad Científica "Antonio Alzate", Tomo XXXI, Núms. 1-6, 1910-1911, pp. 393-466.

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porque la mayoría se posicionaba en puestos burocráticos o desempeñaba funciones como profesores, supervisores o directores de institutos científicos.

Esta propensión de los ingenieros hacia su burocratización, que muchas ocasiones fue reprochada por los críticos sociales de la época porfirista, no se ha demostrado por los historiadores con fuentes oficiales. Una manera como podemos hacerlo es cruzando la información de distintos documentos estadísticos. Así, el censo de 1895 registró a 578 ingenieros y arquitectos avecindados en la ciudad de México, mientras que tres años después, la lista de Contribuciones Directas del Distrito Federal sólo contempló que 94 practicantes de ambas actividades estaban obligados a pagar el impuesto profesional que era asignado por una junta de pares a las “personas que ejercen alguna profesión o trabajo lucrativo”. Considerando estas cifras —que efectivamente pueden valorarse como un dato cercano a la realidad, pues provenían de las evaluaciones de los propios miembros del gremio, y estaban reguladas por un erario que siempre buscaba obtener la mayor cantidad de ingresos posible—, podemos observar que solamente el dieciséis por ciento de los ingenieros de la capital estaba en activo o tenía un trabajo lucrativo.14 Esta conjunción de fuentes nos permite corroborar que un gran número de ingenieros mexicanos fue cobijado por el Estado.15

Por ello, a pesar de las críticas, el orden de las materias sufrió pocas adecuaciones. No logró consolidarse un movimiento reform ador cuya fuerza pudiera imponerse ante los planes oficiales. La mayoría de los ingenieros permaneció indiferente a esta situación. No pretendem os decir que todos los ingenieros colocados en el gobierno eran pasivos, muchos tenían una vida activa dentro de los organismos gubernamentales, sino que su pertenencia al gobierno los hacía más propensos a justificar las visiones del régimen. Durante todo el porfiriato la educación continuó siendo más teórica que práctica. La reticencia de las autoridades porfiristas a modificar los planes de estudios se fundaba en el prurito positivista de la educación técnica nacional. Como lo vimos en el capítulo anterior, en el esquema positivista de las ocupaciones técnicas, los ingenieros estaban convocados a desem peñar las llamadas “artes útiles científicas”, cuya singularidad era precisamente su apego irrestricto al conocimiento teórico. Esta situación también fue consecuencia de ciertos prejuicios sociales. Los ingenieros hicieron todo lo posible por consolidar la tendencia de alejar a su ocupación del arte mecánico para convertirla en una profesión científica; apartarla de los saberes prescriptivos y tácitos donde era más importante la ejecución práctica y el ejercicio de la mano.

Resulta evidente que las especialidades más demandadas por los estudiantes eran las menos vinculadas al trabajo manual, mientras que la ingeniería industrial, mecánica y

14 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 938; Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Resoluciones de ¡as juntas calificadoras nombradas por e¡ H. Ayuntamiento de México para e¡ señalamiento de ¡as cuotas que en ¡os ramos de predial, derecho de patente y de profesiones han de servir de base para e¡ cobro de ¡as contribuciones directas que por esos títulos han de cobrarse en ¡os ejercicios fiscales de 1898 a 1900 en ¡os ramos de profesiones y derecho de patente y de 1898 a 1903 en e¡ ramo de predial, México, Tipografía de la Oficina Impresora del Timbre, 1898.15 Con esta estrategia heurística en estudios posteriores se puede determinar el nombre y porcentaje de ingenieros sostenidos por las arcas del Estado, así como de otros profesionistas.

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eléctrica —que sin duda requerían una constante ejecución práctica—, habitualmente no fueron acogidas. En 1910, sólo se habían titulado cuatro individuos de electricistas, dos de industriales y ninguno de mecánico.16 Entre los ingenieros mexicanos, quizás entre la mayoría, las labores físicas eran vistas con desprecio. Tal inclinación, como lo hemos señalado, tenía raíces profundas que se hundían hasta la época colonial, pero la educación positivista decimonónica para nada ayudó a revertirla. Por el contrario, le dio un valor excesivo a la especulación teórica en detrimento de los saberes prácticos, aunque algunos ingenieros se percataron de los efectos perniciosos de esta situación e hicieron lo posible para revertirla, pudiéndose decir que lograron, con “sus esfuerzos propios, suplir las deficiencias escolares".17

Los ingenieros más críticos mencionaban que era necesario inculcar en “los alumnos la idea de que nada pierde de su respetabilidad el individuo por pasar de las aulas a los talleres y emplear las mismas manos que dibujan planos y proyectos en el manejo de un torno, de un cepillo o de una máquina de vapor".18 Asimismo, en el terreno de la agronomía, algunos personajes advertían que un sabio ingeniero jamás podría enseñar ni persuadir a los campesinos, con pura palabrería, que sus procedimientos científicos eran mejores, más económicos, menos fatigosos y de mayor provecho que los usados por sus padres y abuelos desde épocas inmemoriales y con sus propias manos. Mucho menos cuando el sabio ingeniero “no sabe manejar un arado antiguo ni moderno, ni abrir un surco derecho y teme tom ar en sus manos una hacha o un azadón".19 En fin, ingenieros de todas las especialidades pugnaron por dejar de lado el modelo francés, tendiente a la especulación teórica, a favor del modelo norteamericano más curtido en la práctica. Se mencionaba que en Estados Unidos:

existen p lanteles en donde, por m ed io de gabinetes y laboratorios bien surtidos,

p u ed en estudiarse todos los casos prácticos que a diario se presentan. Los

ingenieros que se dedican al ramo de los ferrocarriles localizan y construyen vías,

m ontan y desm ontan locom otoras, palpan sus órganos y sus articulaciones, miden

la potencia de sus calderas, y exam inan el juego de las válvulas y la resistencia y

estructura del material fijo y del rodante. Pero esto lo aprenden los escolares

norteam ericanos de visu, y no por noticias tom adas en los libros, los que, al fin y al

cabo, no son más que archivos o inventarios de la sabiduría humana, pero nunca

la expresión total de e sa sabiduría.20

En la escuela mexicana, en cambio, los estudiantes egresaban con la firme conciencia de que el ingeniero era “el intermediario entre el sabio que descubre y el industrial que fabrica", siendo su principal actividad “formar proyectos o instituir a priori un conjunto de cosas para lograr un fin práctico". Se les inculcaba que:

16 Bazant, Mílada. “La enseñanza y la práctica^", p. 199. Asimismo, cuando la rama de la metalurgia se separó de la ingeniería de minas no tuvo ningún titulado. De 1902 a 1910 no había egresado uno sólo sujeto con esta profesión.17 Salazar Salinas, Leopoldo. “La educación práctica de los ingenieros^", p. 420.18 Ibarrola, José Ramón de. Apuntes sobre el desarrollo de la ingeniería en México y la educación del ingeniero, México, Tipografía de la viuda de F. Díaz de León, 1911, pp. 25-26.19 Brackel-Welda, Othon E. “Apuntes sociológicos^", p. 683.20 Boletín de Instrucción Pública, Tomo VI, México, Tipografía Económica, 1906, p. 412.

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El ingeniero da form a a sus ideas por m edio de m odelos , va lién d ose de dibujos,

usando de croquis o de bocetos. D espués de esto tiene que vigilar cóm o ha de

p o n erse una piedra sobre otra piedra, cóm o ha de enlazarse la p ieza de una estructura con la siguiente. Para esto, se necesita no sólo las condic iones que

h em o s dicho, de laboriosidad, sino ánim o sereno, apacible, gozar de buena

salud.21

De este modo, en la escuela mexicana se consideraba que la educación apropiada para el ingeniero era la especulación teórica, la formulación de proyectos en abstracto para conseguir un fin práctico, la generación de ideas por medio de representaciones de la realidad y la correcta vigilancia de las construcciones. Esas acciones “empíricas”, como se puede observar, no tenían mucha relación con los trabajos corporales ni con el uso de utensilios, herram ientas y aparatos para la producción. Asimismo, no entendemos cómo un ingeniero podía beneficiarse de un ánimo apacible y sereno, cuando lo que requería su profesión era un carácter activo e inquieto, una constante insatisfacción y una búsqueda apasionada para resolver todos los problemas prácticos que significaba el “dominio” y “vencimiento” de las fuerzas naturales. En fin, la ingeniería en México era considerada como una actividad más intelectual que manual.

La suma de todas estas circunstancias ocasionó que las carreras más vinculadas con el desarrollo industrial fueran poco demandadas por los ingenieros mexicanos. Éstos se concentraron en las especialidades que fomentaba la elite dirigente en los hechos, no en el discurso, y en las más apreciadas por sus propios profesores. A grandes rasgos, se consideró que su actividad era una “profesión científica” cuya función principal era la generación de nuevas ideas para el desarrollo material del país. Por ello, en parte, se consolidaron como los principales promotores del sistema de patentes y sus usuarios más frecuentes. Hallaron en las patentes la mejor herram ienta para salvaguardar sus creaciones. En este sentido, quizás el elemento más im portante que los llevó a ser los más constantes beneficiarios de las patentes fue que consideraron a la invención como una actividad intelectual y entendieron a las patentes como una justa recompensa a las creaciones de la mente. Los ingenieros porfiristas manifestaron con todas sus letras que la invención técnica descansaba en “las ideas transformadas por la inteligencia en algún objeto útil para el adelanto material”,22 al mismo tiempo que percibieron a las patentes como una expresión de la propiedad intelectual o como el derecho que tenían los inventores en “debida recompensa a la inteligencia, al estudio y al trabajo”.23 Todo lo cual, sin duda, significó una transformación ideológica en el contexto local.

En México, como lo vimos en las secciones anteriores, durante gran parte del siglo XIX el sistema de patentes se consideró como una herram ienta para proteger una amplia gama de actividades mediante las cuales se implementaban nuevos elementos para el desarrollo industrial. La idea de la invención estaba más vinculada a la innovación que a la generación de conocimientos e ideas técnicos. Se pensaba que debía protegerse al

21 Aragón, Agustín. “Conferencia sobre las aptitudes^”, pp. 29-30.22 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención^”, p. 42.23 Memoria de Fomento, 1892-1896, p. 50.

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artefacto no al inventor. El objeto era el sujeto de ley no como sucedería mas adelante cuando el sujeto pasó a ser considerado como el objeto de la ley. En otros términos, las patentes se otorgaban como una especie de premio a quien primero ponía en práctica nuevos artefactos o procedimientos industriales, sin im portar demasiado que fuera su autor intelectual. Por esta razón, junto con otras consideraciones de orden político, el sistema de patentes se empleó para dispensar privilegios monopólicos por una amplia gama de empresas industriales y comerciales o por la introducción de máquinas cuya novedad sólo era relativa en México. Asimismo, respecto a las auténticas invenciones, ciertamente se consideraban como el producto de la imaginación de los hombres, pero lo que se protegía no eran las ideas sino precisamente el producto material finalizado.

Durante el porfiriato, en cambio, asistimos a una transformación del pensamiento. A la consolidación de la tendencia ideológica que consideraba al invento técnico como una creación del intelecto humano; como las ideas y conocimientos que podían integrarse (o quizás no) en objetos tangibles. Se comprendió que la propiedad no residía en tales ejemplares, pues ni siquiera se sabía si existirían materialmente, sino antes bien en los conocimientos e ideas reflejados en la invención. Fue hacia finales del siglo XIX cuando esta noción prosperó en los discursos públicos, y fueron los ingenieros quienes más la divulgaron. Entre las múltiples referencias que tenemos al respecto donde esta noción se manifestó con mayor claridad fue en el pensamiento del ingeniero Gilberto Crespo y Martínez, quien mencionaba:

F elizm ente v ien e in iciándose d esd e hace pocos años, y acentuándose cada día en

todas la naciones civilizadas, un m ovim iento favorable al reconocim iento de los

d erecho de los inventores [_ ] Y es que la inteligencia m ás rudim entaria es capaz

de percibir y com prender la propiedad de los objetos materiales, y sin gran

esfuerzo, la del resultado del trabajo de las m anos, en tanto que se han necesitado

siglos para que la hum anidad haya llegado a la percepción de la in m en sa utilidad que le produce el trabajo mental, y a la concepción consigu iente del justo derecho

de propiedad de los autores, de los sabios y de los inventores.24

En esta misma tónica argumentaba:

Al ebanista que fabrica un m ueble todos le reconocem os, y con justicia, el más

perfecto derecho de propiedad sobre el producto de su trabajo. Al capitalista que

adquiere una finca, nadie le discute, felizm ente, su derecho. ¿Qué es el capital?

¿No es el resultado de los esfuerzos intelectuales o m ateriales del hom bre? ¿No es

en suma, trabajo acumulado? ¿Por qué, pues, si se considera justam ente que

existe derecho de propiedad sobre lo que se adquiere por m edio del trabajo

acumulado, no ha de reconocerse el m ism o derecho, cuando a ello obliga la

justicia, sobre el resultado de la acum ulación del trabajo en el cerebro del inventor?25

En suma, el ingeniero Crespo señalaba que la propiedad intelectual y material poseían los mismos principios, que eran enormes los servicios prestados por los inventores a

24 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención^", pp. 36 y 38-39.25 Ibid., pp. 44-45.

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la humanidad y que la muestra de gratitud de la sociedad era el reconocimiento de sus derechos intelectuales a través de la patente. Estas ideas aparecieron en germen en la ley mexicana de 1890. Sin embargo, cabe mencionar que esta ley no consideraba a las ideas como el único y real objeto de protección de las patentes, incluso los diputados que se encargaron de examinar el contenido de dicha ley —tres eminentes personajes de la elite porfirista: Joaquín Casasús, Demetrio Salazar y Esteban Chazari— indicaron que las patentes sólo podían resguardar objetos materiales, visibles y medibles.26 Así, como lo advertimos en la prim era sección, el dispositivo legal que realmente instituyó las patentes para proteger las ideas de los inventores fue el de 1903. Como sabemos, el principal artífice de ese código fue un ingeniero. La ley que acarreó una mayor derram a de patentes mexicanas y una creciente participación de los ingenieros, estuvo inspirada en el pensamiento de Manuel S. Carmona.

El ingeniero Carmona mencionaba que la propiedad sobre las ideas industriales era el más justo y cabal reconocimiento a las actividades intelectuales de los inventores. Una meritoria recompensa a sus afanes, desvelos y penurias; el motivo principal por el que incursionaban en la invención. En ese sentido, logró persuadir a sus compañeros de la Comisión encargada de elaborar la ley de 1903 de que sus ideas debían reflejarse en el código. A partir de entonces en buena medida el sistema mexicano de patentes fue una institución construida por los ingenieros y para los ingenieros.27 La Comisión, cuando menos que sepamos, nunca consultó a los artesanos, industriales o comerciantes para incorporar sus ideas en la materia. Ni si quiera tuvo acercamiento con otros grupos de profesionistas que tenían importancia en el terreno de las patentes como los médicos, farmacéuticos y profesores. Además, la Oficina de Patentes, fundada en 1903, y que se encargó totalmente de la administración de la propiedad industrial, fue dirigida hasta culminar el porfiriato por dos ingenieros: el propio Manuel S. Carmona (1903-1908) y José de las Fuentes (1908-1911). Ambos, por cierto, fueron personajes prolíficos en la esfera de las patentes, registrando en conjunto más de treinta invenciones. Así, ambos pregonaron con el ejemplo, al resguardar sus conocimientos técnicos constantemente.

A principios del siglo XX, entonces, los ingenieros estaban abiertamente a favor de las patentes como una herram ienta para resguardar la propiedad intelectual. Además, sus actividades cumplían de antemano con las instrucciones establecidas para el registro de las invenciones. Cada una de las fases que se requerían para conseguir una patente eran acciones que realizaban de manera cotidiana como formar proyectos, describir claramente los elementos técnicos de sus creaciones, dibujar planos, etcétera. Cuando los ingenieros construyeron el sistema patentes lo hicieron convencidos de que era un

26 AHMLSR, Cong. 14, Lib. 155, Exp. 0064, fs. 175-176.27 La ley de patentes de 1903 fue construida por ingenieros sólo con la asesoría legal de los abogados en el campo de las “penas jurídicas”. La Comisión encargada de elaborar la ley estuvo integrada por los ingenieros Albino R. Nuncio y Manuel S. Carmona, así como por el abogado Luis Elguero. Entre ellos, el principal autor fue el ingeniero Carmona, quien mencionaba que el resto de los comisionados “estuvieron conformes desde un principio con mis ideas sobre la materia, y si en algún punto discrepamos, me fue fácil convencerlos una vez que les indiqué las fuentes de donde las había tomado y las razones que juzgue oportunas para aceptarlo”. Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, p. 1.

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medio para garantizar la propiedad de sus ideas: “porque el trabajador intelectual, al consagrarse a su labor, si no lo ha hecho con ese fin único, sí ha tenido por estímulo la legítima esperanza de que al usar los demás el producto de sus esfuerzos, le darán en justa compensación la debida recompensa".28

Entre los ingenieros esta nueva vinculación con los conocimientos, como un producto del que esperaban obtener una recompensa, se manifestó en múltiples direcciones. Ya hemos advertido que ellos mismos consideraban que su trabajo consistía en formular proyectos y supervisar las obras. Su ámbito de acción estaba en la generación de ideas técnicas o en la aplicación del conocimiento adquirido en el aula para solucionar todos los problemas de orden práctico. El conocimiento entre los ingenieros tenía un valor especial, era considerado como su fuerza de trabajo, como una mercancía que debían promocionar, como una propiedad personal que debían explotar para lograr la mayor cantidad de ganancias posibles. Desde su propia formación se les inculcaba que debían ser “trabajadores intelectuales" o constructores de ideas técnicas. No se consideraban como miembros de la república del trabajo, de las clases menesterosas o como quienes realizaban las obras manualmente, labor apropiada para los obreros, los industriales, los artesanos o los operarios. Los ingenieros también establecieron varias empresas donde lucraban directamente con la información técnica y con sus conocimientos. En el capítulo anterior mencionamos los casos de los consultorios de artes, de oficios y de agricultura. La mayoría de estos espacios fueron creados por los ingenieros, junto con numerosas agencias donde ofertaban servicios de asesoría. En estos establecimientos se comerciaban datos, ideas y saberes sin más intermediario que el dinero contante y sonante. Todo esto los aproximaba al mundo de las patentes de una forma natural.

Asimismo, los ingenieros se constituyeron como una entidad con un gran capital social que también se manifestó en varios sentidos. Concentrándonos solamente en aquéllos que patentaron algún invento, podemos apreciar la fuerza que poseyeron como grupo social. En prim er lugar, estuvieron estrechamente vinculados a los círculos del poder político. Entre los ingenieros inventores hubo varios senadores, diputados, regidores y gobernadores.29 Eran personajes imbuidos en las políticas de fomento industrial y en el escenario de la toma de decisiones. Asimismo, varios ingenieros que patentaron fueron empleados de las secretarias del gobierno.30 Incluso formaron parte de la clase más alta de la sociedad. Contaban con los recursos suficientes para iniciar cualquier

28 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención^”, p. 40.29 En un examen parcial podemos encontrar como regidores de la ciudad de México a Gilberto Montiel Estrada, Alberto Best, Luis Adrián Lavie y Daniel Garza; como gobernadores a Fernando Sayago (Distrito Federal), Samuel García Cuellar (Distrito Federal), Damián Flores (Guerrero) y Manuel Medina Garduño (Estado de México); como senadores y diputados a Félix Díaz, Felipe Pérez Uribe, Albero Malo, Ignacio Ibargüengoitia y Manuel R. Gutiérrez.30 Tenemos en la Secretaria de Fomento a Miguel Bustamante, Manuel Pardo y Urbina, Manuel S. Carmona, José María Alva, Ignacio Molina, Luis Servin y Carlos de Medina y Ormaechea. Asimismo, tuvieron cargos directivos en distintos organismos gubernamentales Ezequiel y Miguel Pérez (Observatorio Meteorológico Central); Salvador Echegaray (Secretaría de Hacienda); Francisco Garibay (Comisión de Catastro); Bartolo Vergara (Oficina Impresora de Estampillas); Ignacio Garfias (Dirección General de Correos); Agustín M. Chávez (Dirección General de Telégrafos) y Alfredo Martínez (Dirección de Aduanas).

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proyecto inventivo y erogar los gastos que esto significaba. En tal situación hallamos a los hermanos Enrique y Ernesto Ascorve, Salvador Madero, Edelmiro Traslosheros, Thomas Braniff Jr., Ángel Lascurain y Osio, Salvador Echegaray, Félix Díaz, Porfirio Díaz Jr. e Ignacio Ibargüengoitia. Los cinco últimos, por cierto, eran socios del afamado y exclusivísimo Jockey Club, “el casino más rico y más chic de la metrópoli”,31 donde sin duda pudieron intercambiar saberes e información para efectuar sus proyectos.

En este sentido, impulsaron varios espacios de sociabilidad formal en los que podían transm itir y reforzar sus conocimientos. Sin duda, fueron el grupo más articulado de los cuatro núcleos de la invención en México. Tuvieron una constante participación en distintos lugares de interacción social. Además de la llamada Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México32 —a la cual pertenecieron la mayoría de los ingenieros que patentaron sus invenciones—, los encontramos participando en las discusiones de la Sociedad Mexicana de Minería, la Sociedad Geológica Mexicana, la Sociedad Científica Antonio Alzate y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, sólo por mencionar las más importantes. Esto les permitió estar sumergidos en un ambiente de constante intercambio de ideas, enterarse de los avances técnicos, descubrimientos científicos y aplicar esos conocimientos en sus actividades inventivas. En estas redes de individuos podían entablar contactos y establecer distintas relaciones personales, comerciales y laborales que les serían útiles para la construcción, el financiamiento y la explotación de sus proyectos de invención. Los ingenieros tuvieron la ventaja de pertenecer a una esfera social donde los saberes y los datos circulaban de una manera activa y eficiente. El conocimiento y la información, como lo hemos enfatizado, estaban desigualmente distribuidos en la sociedad, y los ingenieros se llevaron la mejor tajada de acuerdo con su posición privilegiada.

Los ingenieros no sólo participaron en distintas asociaciones formales con una notoria avidez, también lo hicieron en los espacios educativos. Entre los ingenieros inventores encontramos a varios profesores de las escuelas profesionales tanto de la capital como de provincia. Estos ingenieros, según la sentir de Rafael de la Mora, se convirtieron en una “falange de hombres cultos, inteligentes, activos, laboriosos y decididos”.33 Entre los ingenieros que desempeñaron labores docentes, y que despuntaron por el número de patentes obtenidas, estuvieron José de las Fuentes (20 patentes), Rafael Mallén (22 patentes), Luis Careaga y Sáenz (16 patentes), Genaro Vergara (13 patentes), Agustín V. Pascal (13 patentes) y Damián Flores (7 patentes). También patentaron destacados educadores de la época en el campo de la ingeniería como Luis de la Barrera y Ardit, Miguel Bustamante y Juan de Dios Villarello.

31 Prantl, Adolfo y José L. Grosi. La ciudad de México^, p. 775. Mencionaban los autores del texto que los clubmen del Jockey Club eran potentados capitalistas, “pertenecientes a lo más granado de la sociedad [_] que derrochan su fortuna en el bacarát".32 En 1868 se fundó la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos de México donde estos personajes establecían sus relacionales formales. Esta asociación creció rápidamente. Cuando surgió se asociaron 36, mientras que para 1910 su número era de 220.33 Mora, Rafael de la. Importancia de la ingeniería. Conferencia leída por el autor Ing. Rafael de la Mora el 2 de septiembre de 1910, Guadalajara, Tipolitografía de José M. Yguiniz, 1912, p. 24.

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De esta forma, los ingenieros coincidían en sus ámbitos de trabajo, desarrollaban proyectos en equipo y contaban con una discusión constante sobre la materia de sus inventos en múltiples espacios públicos y privados de interacción social. En este sentido, en las memorias de las sociedades científicas y profesionales se puede apreciar que regularmente ponían a discusión sus inventos o presentaban ponencias relacionadas con el campo de conocimientos en el que se encontraban sus creaciones. Sólo por citar algunos ejemplos, en la Sociedad de Geografía y Estadística el ingeniero Luis G. Careaga y Sáenz presentó sus motores multiplicadores de fuerza “con sus correspondientes descripciones que ha inventado últim amente”. Asimismo, en la Sociedad Científica Antonio Alzate el ingeniero Felipe Inda presentó su “nuevo sistema de telegrafía para los trenes en movimiento”, mismo sitio donde Julio Baz puso a discusión su “nuevo aparato adaptable a los teodolitos para medir directamente distancias horizontales”.34

Así, los ingenieros coincidieron en sus ámbitos de trabajo, desarrollaron proyectos en equipo y contaron con una constante discusión sobre la materia de sus invenciones en múltiples espacios públicos y privados de interacción social. Una evidencia de esto se puede encontrar en las Memorias de las sociedades científicas y profesionales donde participaron. Ahí ponían a discusión sus inventos o presentaban ponencias vinculadas con los campos del conocimientos en los que se encontraban sus creaciones. Sólo por mencionar algunos ejemplos, el ingeniero Luis Careaga y Sáenz presentó sus “motores multiplicadores de fuerza” en la Sociedad de Geografía y Estadística con su respectiva descripción del funcionamiento, mientras que el célebre Amador Chimalpopoca “puso en la mesa el dibujo de un aparato que ha inventado para la molienda, amalgamación y lavado de toda tipo de minerales”. En la Sociedad Científica Antonio Alzate el ingeniero Felipe Inda explicó su “nuevo sistema de telegrafía para los trenes en movimiento”, mismo espacio donde Julio Baz puso a discusión su “aparato adaptable a los teodolitos para medir directamente distancias horizontales”.35 Mientras todo esto sucedía, en los salones del antiguo Colegio de Minería, los miembros de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México se reunían cada semana para celebrar sesiones donde discutían “los asuntos más notables de minas, en cuanto a los trabajos de explotación, taladro de pozos y túneles, maquinaria y aparatos con sus reformas constantes”, así como “todo aquello que se relacione con caminos de hierro, puentes y calzadas, construcciones de edificios modernos y arquitectura en general”.36

Finalmente, los ingenieros también fueron promotores de varios proyectos editoriales que emplearon para divulgar los conocimientos técnicos locales e internacionales. Las revistas y periódicos especializadas como el Minero Mexicano, el Progreso Industrial o E¡ Propagador Industrial fueron dirigidas por ingenieros y en ellas tuvieron una asidua

34 Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana, Tomo II, Núms. 3 y 4, 1874­1876, p. 151; Memoria de la Sociedad Científica "Antonio Alzate", Tomo 32, No. 1-2, 1911, pp. 41-56; Tomo 31, 1910, pp. 205-233.35 Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana, Tomo II, Núms. 3 y 4, 1874­1876, p. 151 y Tomo IV, Núms. 8 y 9, 1880, pp. 452-453; Memoria de la Sociedad Científica "Antonio Alzate", Tomo 32, No. 1-2, 1911, pp. 41-56 y Tomo 31, 1910, pp. 205-233.36 Prantl, Adolfo y José L. Grosi. La ciudad de México^, p. 800.

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participación como articulistas. Asimismo, fueron el grupo social que más incursionó en las publicaciones de naturaleza técnica. Con el auspicio de la Secretaria de Fomento publicaron memorias, opúsculos, discursos, alocuciones y libros de texto relacionados con la esfera tecnológica y el progreso material. También participaron asiduamente en las exposiciones regionales y universal presentado sus inventos, el fruto de su trabajo o ponencias especializadas en los congresos de las ferias mundiales.37

En suma, los ingenieros estuvieron totalmente inmiscuidos en la cultura tecnológica e inventiva del porfiriato. Su prestigio social, sus conocimientos científicos y técnicos, su estrecha relación con el sistema de patentes, su enorme capital social y sus estrategias para intercambiar y circular información importante para em prender un proyecto de invención, convergieron en este grupo social para consolidarlo como el segmento más relevante en la arena de las patentes mexicanas. Las condiciones de la época porfirista conspiraron a su favor, pero ellos supieron aprovecharlas de acuerdo con sus propios recursos materiales e intelectuales. A fin de cuentas, fomentaron una serie de campos de invención, pero ese asunto los examinaremos en el próximo capítulo. Por lo pronto, nos interesa analizar la fisonomía del segundo grupo social relevante: los industriales.

8.2. Los industriales: los nuevos sujetos de la invención patentada

El grupo social de los industriales es un conjunto particular y característico de la era porfirista. Su formación se explica como parte del proceso que lentamente condujo a la descomposición del artesanado urbano. Un complejo fenómeno donde, además de las transformaciones que trajo consigo la irrupción del capitalismo, las expresiones de la cultura mexicana que estigmatizaban los saberes y prácticas artesanales jugaron un papel crucial. En este sentido, ya hemos señalado cómo, desde la época de la República Restaurada, los industriales comenzaron a consolidarse como un nuevo grupo social para distanciarse de los prejuicios sociales que desdeñaban los saberes artesanales, aunque ciertamente su crecimiento durante el porfiriato también estuvo vinculado al propio desarrollo de la industria local, al despliegue de las relaciones capitalistas y al crecimiento de una clase media urbana.

Los industriales, como los otros dos grupos sociales relevantes, no presentaron el halo de mitificación que tuvieron los ingenieros, esencialmente porque sus conocimientos estaban menos asociados a los saberes científicos. Las actividades de los industriales eran mucho más prácticas que teóricas. Por esta razón, los pensadores positivistas los catalogaron como los practicantes de las “artes útiles ilustradas", aquéllas que estaban vinculadas con los saberes teóricos, pero sin llegar al nivel de abstracción de las “artes útiles científicas" que ejercían los ingenieros. Asimismo, aunque no construyeron un discurso alegórico que los colocaba directamente como agentes del progreso material

37 En la Exposición Universal de Paris de 1900, en la Exposición Panamericana de Buffalo de 1901 y en la Exposición Internacional de St. Louis Missouri de 1904 encontramos participando a los siguientes ingenieros inventores: Manuel Lara Missotten, Gilberto Montiel Estrada, Roberto Gayol, Salvador Echegaray, Tomás Fregoso, Emilio Dondé, Porfirio Díaz Jr., Luis E. Reyes, Samuel García Cuellar, Bartolo Vergara, Rómulo Escobar, Ignacio C. Ramírez, Agustín M. Chávez y Manuel L. Stampa.

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de la nación, sí tenían la aspiración de contribuir con sus trabajos al engrandecimiento industrial del país. De hecho, como lo veremos en el siguiente capítulo, los campos que fomentaron con sus invenciones reflejan cierto patriotismo. En términos generales, su ocupación fue bien vista en la sociedad porfiriana. Si los ingenieros eran considerados por muchos como ¡os mágicos de ¡os tiempos modernos, los industriales fueron vistos como ¡os fabricantes del progreso material.

Respecto a sus características sociales debemos mencionar que los industriales son un segmento prácticamente inexplorado por los historiadores mexicanos. La historia de las clases sociales en México se ha concentrado en las dicotomías burguesía/ obrero o empresario/artesano, mientras que los industriales han quedado indefectiblemente en el limbo, flotando entre ambas antinomias, o han sido agregados con calzador en cada uno de estos bandos. De forma equivocada muchas veces han sido considerados como artesanos venidos a más o empresarios venidos a menos, cuando más bien constituían un sector social distinto no sólo por su posición intermedia en la pirámide social, sino sustancialmente por sus relaciones, conocimientos e identidades particulares. No eran los empresarios capitalistas que administraban sus establecimientos fabriles, tampoco eran artesanos que poseían un taller propio. De haberlo sido —y de haberse asimilado como tales—, así lo hubieran declarado en las solicitudes de patentes como lo hicieron cientos de artesanos y empresarios.

Esta falta de precisión sobre la naturaleza social de los industriales mucho se debe a la explicación tradicional sobre lo que sucedió con el artesanado urbano. En este sentido, una de las fórmulas más generalizadas en la historia social mexicana establece que:

en la sociedad m exicana del segundo tercio del siglo XIX se encontraba en una

fase de transición hacia el capitalismo, de donde resulta que la form a de

producción de los artesanos urbanos estaba s iendo subordinada a las exigencias

del capitalism o naciente. Este som etim ien to — todavía tendencia l— colocaba al

artesanado urbano ante una p erspectiva de incertidum bre, pues se veía

am enazado de ruina al enfrentarse al desarrollo de las fuerzas productivas y la concentración de capitales, propios de la producción fabril. Este p roceso tendía a

diferenciar y d esco m p o n er a los artesano, em pujándolos — aunque m uy

len ta m en te— hacia las p osic ion es polares de la producción capitalista. Así, algunos de ellos se transform aban en nuevos capitalistas a partir de sus m od estos

talleres, m ientras que la m ayoría pasaba a engrosar las filas de los asalariados —

dentro de los grandes talleres artesanos o fuera de e l lo s— , y sólo una porción de

los m ism os lograba conservar los rasgos típicos de su form a de producción.38

En esta visión no existe punto medio: los artesanos se proletarizaron, se aburguesaron o simplemente se quedaron como estaban. Los partidarios de esa perspectiva podrían argum entar que los industriales fueron de los pocos artesanos que se transformaron en capitalistas. Es cierto que el surgimiento de este grupo social fue consecuencia de la desintegración del artesanado, pero es demasiado dudoso que se hayan convertido en

38 Leal, Juan Felipe y José Woldenberg. La clase obrera en la historia de México. Del estado liberal a los inicios de la dictadura porfirista, México, Siglo XXI Editores, 1996, pp. 124-125.

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capitalistas. Sin duda, durante el siglo XIX surgió una elite empresarial en el terreno de la industria. Esa burguesía es la que a veces se confunde con los industriales, pero no existe punto de comparación entre la pequeña elite empresarial y la gran cantidad de industriales que hubo durante el porfiriato. Si todos los personajes que declararon ser industriales los agregáramos a esta elite industrial, México sería uno de los países más ricos y con menos diferencias sociales del mundo.

Además, como acertadamente lo advierte Guillermo Beato, la burguesía mexicana más bien se formó con elementos desprendidos de la clase dominante y algunos miembros de sectores medios en ascenso, a diferencia de su formación clásica en Inglaterra por medio del ascenso paulatino de ciertos grupos de pequeños productores. En México, la clase capitalista tuvo como principal antecedente formativo a prestamistas, agiotistas, comerciantes y hacendados, quienes lograron acumular capital por esas vías, algunos desde los últimos alientos de la colonia y la mayoría durante las décadas posteriores a la independencia, en medio de la inestabilidad política y la fragmentación económica. Lucraban con bonos de la deuda nacional y conseguían posiciones ventajosas para sus negocios gracias a su condición de acreedores. Las relaciones familiares, las amistades políticas, la asociación con los extranjeros y los contactos al exterior, también tuvieron una gran relevancia en la formación de este pequeño segmento social, quienes fueron alimentando el flujo comercial hacia y desde los centros desarrollados del capitalismo mundial, al tiempo que controlaban los mercados internos.39

Los industriales del porfiriato más bien eran personas que se encontraban dentro del universo laboral de las llamadas “artes útiles”, pero que poseían un conocimiento más detallado sobre los procesos industriales y el uso de maquinaria. En efecto, llegaron a ser propietarios de medios para producir riqueza, aunque quizá es más correcto decir que eran trabajadores manuales que se valían de sus propios medios de producción. Este grupo social poseyó cierta relación, guardando las distancias, con el manufacturer norteamericano o británico.40 En México, eran fabricantes cuyos locales contaban con tecnología relativamente sofisticada para la producción en pequeña o mediana escala. Sin embargo, los industriales del porfiriato, como propietarios de la pequeña industria urbana, pocas veces devinieron en capitalistas o miembros de la burguesía. En cambio, eran personajes con recursos más bien reducidos, típicos representantes de las clases medias mexicanas. En suma, eran personas que formaban parte del sector productivo de la sociedad, cuya principal característica —según lo que podemos constatar en las fuentes documentales—, fue que tenían saberes más especializados que los artesanos y desarrollaban sus actividades en pequeñas fábricas urbanas de su propiedad.

39 Beato, Guillermo. "La gestación histórica de la burguesía y la formación del Estado mexicano [1750­1910]”, en Armando Alvarado y otros, La participación del Estado en ¡a vida económica y social mexicana, 1767-1910, México, INAH, 1993, p. 218.40 Sobre las características del manufacturer norteamericano e inglés, así como su participación en el campo de las patentes en ambos países, puede consultarse: Khan, B. Zorina. The Democratization of Invention: Patents and Copyrights in American Economic Development, 1790-1920, Nueva York, Cambridge University Press, 2005; Khan, B. Zorina y Kenneth L. Sokoloff. "Schemes of Practical Utility: Entrepreneurship and Innovation Among 'Great Inventors' in the United States, 1790-1865”, The Journal o f Economic History, Vol. 53, No. 2, 1993, pp. 289-307.

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Cabe destacar que todo este asunto sobre la demarcación social de los industriales, es un problema de la historiografía presente, pues en la época porfirista claramente eran identificados como actores distintos a los artesanos y capitalistas. Así, por ejemplo, en los códigos comercial y civil la figura de “socio industrial” claramente se distinguía del “socio capitalista”. El primero era el que aportaba a una sociedad sus conocimientos, habilidades y destrezas, mientras que el segundo aportaba sus capitales a través de la compra de acciones. Como lo señaló Bancrfort estas asociaciones mercantiles tenían la función de crear industrias donde “el laborioso industrial y el ambicioso capitalista” se unieran para el progreso de México.41

Mientras tanto, respecto a los artesanos ciertamente tenían más identidades con ellos, pues sabemos que derivaron de su desintegración y ambos conformaban las llamadas clases menesterosas o clases obreras, pero eran concebidos como una nueva expresión social de la República del trabajo. Esto se percibe claramente en múltiples documentos además de las patentes. En los censos demográficos la clasificación de las ocupaciones presentaba una división de las clases trabajadoras conformadas por los industriales y los practicantes de las artes y los oficios.42 Esto también se aprecia en la gran cantidad de publicaciones destinadas al sector productivo, cuyos títulos y contenidos indicaban que estaban dirigidas a los artesanos e industriales, marcando así una diferencia entre ambos sectores. Más aún, las diversas leyes para la recaudación de las contribuciones directas, establecieron una división entre los artesanos e industriales en virtud de las características de sus establecimientos. La ley de contribuciones de 1882 mencionaba que debían pagar “el derecho de patente todos los giros mercantiles, establecimientos industriales y talleres de artes y oficios establecidos actualmente o que se establezcan en lo sucesivo”. Además, la proporción de las cuotas era determinada por tres juntas que representaban “al comercio, a la industria y a las artes, compuesta la prim era de tres comerciantes y dos corredores; la segunda de cuatro industriales y un corredor; y la tercera de cinco artesanos”.43

Es claro, entonces, que durante el porfiriato se consideraron como grupos distintos de la comunidad. Ciertamente estuvieron bien definidos y en el imaginario de la sociedad no había problema para definir quién era capitalista, industrial o artesano. De hecho, los propios industriales se consideraban a sí mismos como un nuevo segmento social, fueron configurando una consciencia colectiva —lo cual es muy relevante para definir grupos sociales—, que se manifestó plenamente consolidada en las prim eras décadas del siglo XX. En este sentido, el industrial e inventor Abraham Franco mencionó en el Primer Congreso Nacional de Industriales que:

Parece inútil sustentar [_ ] la im portancia econ óm ica y sociológica, y por ende

política de la num erosís im a clase que form a en nuestro país y aún en países más

adelantados que el nuestro, la llam ada industria pequeña; pero [_ ] d eseam os, y

41 Bancroft, Hubert H. Recursos y desarrollo en México, San Francisco, Bancroft Company, 1893, p. 437.42 En el censo de la ciudad de México de 1895 la dasificación marcaba claramente las diferencias que hemos aludido. Cfr. Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 936.43 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana^, Tomo XVI, No. 8714, p. 412.

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esto sí es necesario decirlo alto y claro para que tod o el país lo oiga, d esd e el

Bravo hasta el Suchiate, que los industriales de este Congreso, firm es en el puesto

que h em o s conquistado con nuestros ta lentos y energías (m e refiero a los

industriales honrados], no q u erem os d escen d er de n uestros p u esto s ganados

palm o a palmo, m om en to a m om ento , con sacrificios de descanso o de placer; no

q u erem os d escen d er para alcanzar al obrero, m ás b ien querem os y le ten d erem os

la m ano para que se acorte la distancia entre él y nosotros, para que asc ienda en

la escala social, para que se repitan en nuestro medio, com o en nuestros vecinos, ejem plos de un Edison que principia por ser un v en d ed o r de periód icos y acaba

por ser el brujo de Menlo Park. De un Schwab que com ienza com o m od esto obrero,

y acaba m anejando caudales de oro, que parecen robados a los cuentos de las mil y una noches.44

Respecto a su instrucción, hemos señalado que durante la época porfirista las escuelas de artes y oficios desem peñaron un papel crucial para la configuración de este grupo social. Establecimientos que precisamente tendieron a cambiar su denominación en la época de Díaz por la de “escuelas técnico-industriales". En estos centros educativos se formó una gran cantidad de personajes que, cuando se incorporaron a la vida laboral, logrando poner una pequeña fábrica manufacturera, se asumían como representantes de las “artes industriales". De hecho, desde su propia formación se les inculcaba que debían practicar las artes industriales para que el país progresara por el vasto terreno de la industria. En la Escuela Nacional de Artes y Oficios (ENAO), el plantel de este tipo más grande de la República, los estudiantes cursaban una serie de materias científicas que, según las autoridades, eran las más adecuadas para desarrollar sus actividades. Entre ellas estaba aritmética, álgebra, geometría, trigonometría dibujo lineal, química, física y economía industrial. Este orden se mantuvo vigente con pequeñas variaciones hasta 1898. A partir de ese año, como lo veremos en el siguiente apartado, se presentó una mayor especialización dentro de la ENAO: se crearon carreas propiamente dichas y se relegó la enseñanza artesanal.

Se tra taba también de personas con estudios de bachillerato o carreras profesionales truncadas, sobre todo en los ámbitos de la ingeniería, arquitectura y medicina. En este sentido, eran un sector más amplio que el de los propios profesionistas, pues muchos estudiantes que ingresaban a dichas carreras acababan desertando. Por ejemplo, en la Escuela Nacional de Ingenieros, la más vinculada a las llamadas artes útiles, durante el decenio de 1890 a 1899 ingresaron 1,159 alumnos y sólo se titularon 201, menos del veinte por ciento. Una situación semejante se presentaba en las escuelas nacionales de agricultura, medicina y bellas artes. Así, en la Escuela Nacional de Agricultura, durante el lapso de 1889 a 1899 se inscribieron 815 alumnos y solamente se titularon 80 entre ingenieros agrónomos, mayordomos de fincas, mariscales inteligentes y veterinarios. Es decir, una eficiencia terminal inferior al diez por ciento.45 Todo esto sin considerar a los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria que no continuaban sus estudios

44 Franco, Abraham. “Estudio del Sr. Delegado Abraham Franco”, en Reseña y memorias del primer congreso de industriales reunido en la ciudad de México bajo el patrocinio de la Secretaria de Industria, Comercio y Trabajo, México, Dirección Talleres Gráficos, 1918, p. 298.45 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 948.

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profesionales. Esta gran masa de personas con una preparación académica mediana o se incorporaba a los trabajos burocráticos o se dedicaba a la vida productiva, logrando en algunos casos instalar una pequeña empresa industrial.

No obstante, más allá de la presencia de estos centros educativos donde se formaban los industriales, en realidad no había un espacio apropiado para su instrucción formal. Algunos observadores se percataron de esta situación y manifestaron que era preciso establecer centros que permitieran un cabal desarrollo educativo de este grupo social. De hecho, esa fue una petición que regularmente se expresó en los periódicos técnicos de la época. Se indicaba que este segmento de la sociedad estaba compuesto de sujetos improvisados, que requerían una formación especial, que trascendiera los saberes del artesano, pero sin caer en los meram ente teóricos del ingeniero. Una evidencia de esto la podemos encontrar en el periódico E¡ Consultor donde se mencionaba:

Una de las m uchísim as deficiencias sociales que tiene el pueblo de la nación

mexicana, a fin de que pudiera defenderse en la desigual y trem enda lucha

industrial con razas superiores, a que se le ha som etido , es prec isam ente la en señ an za industrial práctica. ¿En dónde hay siquiera una clase de química

industrial? ¿En dónde se en señ a prácticam ente la técn ica de las industrias? Mucha

carrera literaria, algo de artes, un poco de oficios y vaya usted a luchar con gente

de raza superior; superior en inteligencia, en vigor, en carácter y en

conocim ientos industriales. Apenas y si pu ed en llegar a s irv ientes y operarios de

esas gentes los pobres nacionales; pero nunca a com petidores, ni de lejos para

disputarles palm o a palm o el cam po en la lucha por la vida. The s trugg le f o r ¡ife: he

aquí el terrible y cruel descubrim iento de la filosofía m oderna para el que tiene

que entrar a luchar sin armas, sin bagajes, con las m anos torpes y con la seguridad

plena de ser vencido .46

Con estas ideas en la mente, los redactores de E¡ Consultor claramente establecían que los industriales eran un grupo social particular que requería una instrucción especial:

Carpinteros, albañiles, herreros, canteros e im presores, no son industriales.

Médicos, abogados, ingenieros, farm acéuticos y el enjam bre de em p lead os y

funcionarios tam poco lo son. Y estas clases socia les son las únicas que se forman

en el país, ¿y los industriales? Esa clase social que hace el poderío de las naciones;

esa clase que hace y constituye la civilización de un pueblo, ¿en dónde se forma?

Pues se form a com o p u ed e y donde puede, y com o eso no se p u ed e resulta que no se forma. Esta es la verdad desnuda, sin m ás traje que la mano, la m ás dura de las

en señ an zas [_ ] Ya por ahora la cosa no tiene remedio; pero en fin, se debería

hacer lo que hace el m édico frente a un agonizante; ponerle las últimas

inyecciones de estricnina para alargarle la v ida unos instantes; y la inyección

equivalente a estricnina serían las escuelas técnico-industria les.47

46 “Enseñanza industrial”, El Consultor, 1 de septiembre de 1899. El artículo completo se puede consultar en: Eguiarte Sacar, Estela. Hacer ciudadanos^, pp. 149.150.47 Ibid., pp. 149-150.

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Así, resultó que esta clase social se formó como pudo y dónde pudo, desempeñando un rol crucial en las dinámicas nacionales de patentación. Los industriales, en gran parte, surgieron y se desarrollaron de manera paralela al sistema de patentes. Su evolución a lo largo del siglo XIX es un correlato de la evolución que se manifestó en el sistema de patentes. Fueron resultado de las mismas condiciones sociales, culturales y materiales que originaron la consolidación de las patentes. En este sentido, la participación de los industriales como un grupo social relevante en el campo de la propiedad industrial se explica, esencialmente, como resultado de la propagación industrial del porfiriato. Del mismo modo, su destacada participación estuvo vinculada al interés generalizado por el mundo de la técnica, pues eran actores sociales que estaban bien informados de los nuevos procedimientos industriales, las invenciones más recientes y las herramientas legales para proteger sus creaciones inventivas. En la ENAO, por ejemplo, cursaban un elenco de materias donde la invención jugaba un papel central. Durante los cinco años que duraban los estudios, los alumnos cursaban las materias de “Dibujo de máquinas” e “Invenciones industriales”, impartidas por los jefes de los talleres, mientras que en el quinto año cursaban la clase de “Derecho patrio industrial”, donde indudablemente se enteraban de la existencia del sistema de patentes, la protección de las ideas técnicas novedosas y los procedimientos para hacerlo.48

No es extraño, entonces, que se hayan acercado al sistema de patentes sin demasiados contratiempos ni prejuicios, aunque en el seno de tal institución los encargados hayan visto con reservas el alcance inventivo de este grupo social. Como lo mencionamos en el apartado anterior, el sistema de patentes fue concebido en buena medida como una institución para los ingenieros, considerando al resto de los grupos sociales relevantes como actores secundarios. Estas ideas se manifestaron desde la propia elaboración de la ley de 1903. Donde se puede apreciar esta tendencia, es en el discurso del ingeniero Manuel S. Carmona cuando se refirió a las patentes por modelos y dibujos industriales. En este sentido, la ley de 1903 fue la prim era en México que instituyó tales patentes. Anteriormente, estas creaciones estaban protegidas por la ley de Marcas de Fábrica, volviéndolas anticonstitucionales porque las asimilaba con las marcas que no tenían plazo de expiración. Pues bien, en la ley de 1903 quedaron definidas como “patentes especiales” porque así las consideró Carmona. En este sentido, mencionaba que:

Son en efecto patentes especia les, son las patentes de invención que podríam os

llamar al mínimo, patentes con corta d osis de invención y con corta vida, patentes

que dep en d en del capricho y de la moda; pero que no por ser de poca invención y

pasajeras, dejan de ser invenciones patentables. Estas son prop iam ente las

patentes del artesano, del industrial, del artista, etcétera, sin que esto quiera decir

que deje de haber pa ten tes de esta clase de verdadera im portancia.49

Así, el propio ingeniero Carmona, quien indudablemente tenía una de las visiones más democráticas del sistema de patentes, no pudo escapar a la tendencia de su gremio de identificar a los artesanos e industriales como autores de patentes que solamente eran

48 Figueroa Doménech, Julio. Guía general descriptiva de ¡a República Mexicana, Tomo I, México, Ramón de S. N. Araluce, 1899, pp. 124.49 Sánchez Carmona, Manuel. "Estudio y dictamen^”, p. 43.

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inventos al mínimo, con una “corta dosis de invención”. Los ingenieros aceptaban que otros actores sociales poseían la capacidad de inventar, pero tenían serias dudas de la trascendencia que podían alcanzar las creaciones de los miembros de grupos sociales que no habían formado su mente de acuerdo con los parám etros de la ciencia. No es accidental, ni mucho menos, que en dichas patentes de “poca invención” el ingeniero Carmona no haya considerado a sus camaradas. Éstos eran quienes estaban llamados a realizar las invenciones de “verdadera utilidad”, fundadas en la ciencia, no a aquéllas pasajeras que ocasionalmente podían ser importantes y que eran propias de sectores profanos a los saberes científicos.

Fuera de estos prejuicios de los ingenieros, fomentados por su formación positivista, los industriales se introdujeron en el terreno de las patentes sin mayores restricciones intelectuales. Las consideraron como un instrumento valioso para proteger sus ideas y compartirlas al resto de la sociedad. En este sentido, cabe señalar que los industriales, a diferencia del resto de los grupos sociales relevantes, no contaron con un espacio de sociabilidad formal para compartir sus ideas, conocimientos y experiencias. En 1917 se mencionaba con extrañeza que:

Si es m otivo de congratulación para los m exicanos, que v e m o s con sum o agrado

todo lo que p u ed a ser favorable a nuestro desarrollo material, intelectual o moral, no deja de sorprendernos que un grupo m u y respetable form ado por industriales

esparcidos en toda la ex tensión del país, haya perm anecido indiferentes ante las pruebas de progreso que otros grupos tal vez m en os n u m erosos o con m enos

recursos, han pu esto de m anifiesto agrupándose con la plausible idea de adquirir

m ás personalidad y reso lver los p rob lem as que la v ida m oderna p resen ta a cada

m om en to en las m ás variadas formas que puedan im aginarse.50

Ciertamente es de extrañar que los industriales no hayan conformado asociaciones en la época de Díaz. Sin embargo, esta situación puede considerarse como una prueba de que se tra taba de un grupo recién surgido, que todavía no contaba con una consciencia de grupo lo suficientemente extendida, y por lo tanto era demasiado complicado crear espacios privados de interacción social. Esta manifestación asociativa de su identidad colectiva surgiría de forma asombrosa después de la Revolución, formándose por todo el país Cámaras de la Industria que les servían de punto de reunión. La idea de formar estas cámaras, como la de todos los espacios formales de sociabilidad, descansaba en el concepto de intercambiar conocimientos, información y experiencias m utuamente para el beneficio personal. El industrial Estaban Castorena, por ejemplo, señalaba que entre las actividades que éstas podían desarrollar estaba la de em prender trabajos de propaganda de la industria nacional mediante el establecimiento de museos; instituir cuantos medios estuvieran al alcance para la mayor divulgación de los conocimientos industriales a través de conferencias o valiéndose de la prensa; animar a los miembros de las asociaciones para que presentaran proyectos para mejorar las condiciones de sus agremiados; y excitar al gobierno para que los cónsules acreditados en el exterior produjeran informes detallados con noticias de todos los inventos e innovaciones que

50 Castoreña, Estaban S. "Iniciativa para el establecimiento de una Cámara Industrial en la ciudad de México”, en Reseña y memorias^, p. 184.

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podían ser útiles para el adelanto de los industriales mexicanos. Enfatizaba, también, que los integrantes de las cámaras industriales podían participar en las exposiciones universales y regionales para m ostrar los productos de sus fábricas, así como enviar periódicamente delegados a los países más avanzados para conocer sus condiciones materiales. En fin, estas cámaras serían un terreno virgen para “que en él germinen y fructifiquen las ideas en provecho de la explotación de nuestras riquezas naturales y para impulsar la industria nacional”.51

Todo esto, sin embargo, durante el porfiriato no pasó de ser buenas intenciones. No se pudo llevar a cabo. De la misma forma, en esta época los industriales estuvieron poco vinculados a la docencia, lo cual siguiere que sus carreras truncadas fue un obstáculo que les impidió ingresar como profesores a las escuelas oficiales. Centrándonos en los industriales que patentaron sus inventos, sólo hemos hallado el caso de Juan Begovich, quien además de ser uno de los actores más prolíficos de su grupo social, patentando en conjunto nueve creaciones durante el porfiriato, llegó a ser director de la Escuela Nocturna para Obreros No. 1, en la ciudad de México.52 Esta falta de concurrencia en espacios de sociabilidad formal, sin embargo, la solucionaban sobradamente con su propia actividad profesional. En realidad los industriales fueron quienes establecieron una mayor densidad de relaciones personales y laborales con el resto de los grupos sociales relevantes. A sus talleres o pequeñas fábricas urbanas asistían los ingenieros, comerciantes y mecánicos para encontrar apoyo técnico en sus trabajos.

Un caso paradigmático de esta situación fue el del industrial Luis Romero Soto, quien era propietario de un taller de herrería en la ciudad de México, donde mantenía una estrecha relación con los ingenieros y arquitectos de la capital. Esto se desprende de una libreta de su archivo personal donde enumeraba los nombres de más de cuarenta clientes de ambas profesiones, que eran “formales en sus pagos”. Entre ellos estaban Miguel Velázquez de León, Alberto Best, Manuel Torres Torija, Alberto Amador, Albino Zertuche, Nicolás Mariscal, Alberto J. Pani y Porfirio Díaz Jr., sólo por mencionar a los de mayor renom bre.53 Asimismo, el famoso editor de la época porfirista, Rafael Reyes Spíndola, mencionaba que Romero Soto había “trabajado en diferentes obras mías por espacio de un año, y puedo asegurar, que no he encontrado caballero más cumplido y más honorable para llevar a cabo sus compromisos. Además de que es hombre muy entendido, tiene la noción del cumplimiento del deber, cosa no muy común entre nosotros y que lo hace sumam ente estimable”.54 Este inventor también fue el primero en instalar una “fábrica de tortillas” en la capital, donde puso en funcionamiento distintas máquinas tortilladoras de su invención. Como se puede constatar en sus documentos personales, en ambos espacios (el taller de herrería y la pequeña industria), mantuvo una continua relación con varios grupos productivos de la sociedad, incluso llegando a convertirse en la cabeza de una red de inventores mexicanos en la que figuraban los hermanos Everardo y Reinaldo Rodríguez Arce, los

51 Ibid., pp. 184-186.52 Las patentes de Juan Begovich se pueden consultar en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 5, Exp. 13; Leg. 124, Exp. 29-31; Leg. 207, Exp. 27; Leg. 209, Exp. 13 y 37.53 AGN, Luis Romero Soto, Caja 8, Secc. XX, Doc. 5.3.54 AGN, Luis Romero Soto, Caja 1, Secc. I, Doc. 13.

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ingenieros Federico Varela, Alfredo Robles Domínguez y el abogado Bernardo Romero, quien era su hermano.

Así, la suma de todo lo anterior, originó que los industriales tuvieran un papel estelar en las dinámicas locales de patentación. Durante la época de Díaz, pudieron afianzarse como un nuevo grupo social en las patentes. El crecimiento industrial que se presentó a finales del siglo XIX, su formación en centros educativos donde pudieron adquirir los rudimentos necesarios para iniciar un proyecto de invención y patentarlo, su espíritu pionero e innovador y, sobre todo, las relaciones que construyeron entre ellos y con otros sectores productivos de la sociedad, les permitió convertirse en un grupo social relevante e impulsar el desarrollo de varios campos de invención. Los industriales del porfiriato fueron una expresión de la heterogénea clase media mexicana. Encontraron en el ámbito de la invención patentada un espacio adecuado para manifestar sus ideas, obtener alguna ventaja productiva en sus pequeñas fábricas urbanas y para contribuir al desarrollo material de la nación.

8.3. Los mecánicos: los actores populares de la invención patentada

Desde la prim era mitad del siglo XIX los mecánicos fueron un grupo social importante dentro del sector artesanal. Sus trabajos eran indispensables para la construcción e instalación de trapiches, motores hidráulicos y malacates en los ingenios azucareros, las industrias textiles y las compañías mineras respectivamente. Más tarde, durante el porfiriato, siguieron prestando esos servicios y adquirieron una relevancia notable en el ámbito ferrocarrilero, la industria eléctrica y los talleres urbanos de construcción, compostura e instalación de maquinaria industrial. En términos generales, podemos localizar tres tipos de mecánicos en el contexto porfirista: los obreros asalariados que trabajaban principalmente en los talleres de las empresas ferrocarrileras, tranviarias, textiles y tabacaleras; los propietarios de talleres de fundición, calderería y carrocería que prestaban servicios externos en las grandes industrias y en las pequeñas fábricas urbanas; y los mecánicos que poseían establecimientos propios en donde construían, arreglaban y daban mantenimiento a toda clase de aparatos domésticos y fabriles.

Como puede apreciarse, los mecánicos fueron un grupo heterogéneo en función de las diversas actividades que desempeñaban, aunque más allá de las diferencias de forma, todos compartían la cercanía y el contacto directo con los dispositivos, engranajes y motores de los distintos artefactos que comenzaron a inundar el escenario local, sobre todo después de 1890, cuando arrancó la fase de “aceleración industrial”. En el fondo, poseían conocimientos similares y su trabajo era esencialmente manual, pudiéndose decir que se convirtieron en los representantes más simbólicos de las artes mecánicas. Como integrantes del estrato social del artesanado urbano, tuvieron que batallar con el efecto pernicioso de la desvalorización de los oficios que inexorablemente afectó a este sector popular de la sociedad. A mediados del siglo XIX se mencionaba que:

Existe todavía por desgracia entre nosotros, el error, heredado de la educación delos españoles , qu iénes llevados de sus ideas de caballería y de nobleza, nos

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enseñaron a ver con desprecio a todo hom bre que se dedicaba a algún oficio. Para

ser hom bre decente, era preciso ser militar, em pleado, clérigo, abogado, o cuando

m en os médico. Todas las dem ás clases eran inferiores en la sociedad, y aún los

com erciantes eran v istos con m enosprecio , l lam ándolos s im p lem en te traperos.

Por consecuencia , de estas tan ridículas com o perniciosas ideas, ningún padre de

familia con m edios, aunque escasos para dar educación a sus hijos, quería ni quiere todavía dedicarlos a ningún oficio [_ ] m uchos artesanos que han pasado

su v ida honrada y d ecen tem en te con su oficio, lejos de enseñarlo a sus hijos, los p on en en un colegio a estudiar abogacía o medicina, o tan luego com o salen de la

escu e la sab iendo algo de leer, escribir y contar, se em p eñ an con alguna persona

de influjo para que les de el gobierno algún em p leo civil o militar; cosa que a la

verdad no cuesta m ucho trabajo obtener, y ya con esto queda m u y enorgullecido

el buen artesano, con la satisfacción de que sus hijos son ya más que él.55

No obstante, cabe destacar que dentro del multiforme y variopinto universo artesanal, los mecánicos gozaron de cierto reconocimiento social. En 1877, al despuntar la época porfirista, el licenciado Justo Mendoza señalaba que los mecánicos eran hombres de “inteligencia creadora”, puesto que “la construcción de máquinas no sólo necesita el uso expedito de los instrumentos del arte, sino conocimientos facultativos o científicos para todas las combinaciones de la mecánica en la construcción de la m aquinaria”.56 Asimismo, al avanzar el porfiriato, los mecánicos fueron considerados prácticamente como los únicos representante del artesanado tradicional que tenían futuro dentro de las “carreras industriales m odernas”. Por esta razón, la formación de este grupo social se presentó en dos espacios distintos: los talleres artesanales y los planteles de artes y oficios. Las autoridades educativas consideraron que, con una instrucción adecuada, el oficio ancestral de mecánico podía transitar hacia una auténtica profesión industrial.

Tal transición la podemos observar con claridad en la evolución de la Escuela Nacional de Artes y Oficios (ENAO). Un lento periplo que inició en el periodo porfirista y que se consolidó poco tiempo después de la revolución mexicana. Originalmente la ENAO fue una institución cuyo objetivo primordial era la capacitación para el trabajo artesanal. Surgió con la idea de ilustrar a los artesanos con ciertos rudim entos teóricos para que mejoraran las operaciones y los productos de su trabajo. A partir de 1898, en cambio, la ENAO comenzó a convertirse en un plantel especializado en la formación de obreros para el trabajo industrial. Ese año se publicó el nuevo plan académico que comprendía cuatro tipos de estudios: obrero de segunda clase, obrero de prim era clase, electricista y el más avanzado de maquinista y jefe de taller. Los dos primeros estaban dirigidos a la formación de obreros industriales con conocimientos y destrezas para la carpintería, herrería, tornería, alfarería, imprenta, litografía, fotografía y fundición, mientras que los estudios de electricista y maquinista y jefe de taller eran carreras técnicas.

Particularmente la última especialidad —la de “maquinista y jefe de taller”, una forma rimbombante de referirse a los mecánicos—, se consideró como “el grado secundario

55 Varios Mexicanos, “Consideraciones sobre la situación^”, p. 775.56 Mendoza, Justo. Memoria de ¡a primera exposición del estado de Michoacán^., p. 63.

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de la enseñanza industrial".57 Los electricistas estudiaban las nociones necesarias para dominar los fenómenos eléctricos en los talleres de galvanoplastia y telegrafía. Entre tanto, los maquinistas y jefes de taller cursaban las mismas clases que los obreros de prim era clase, un año más de ciencias y obtenían la formación práctica en los talleres de herrería, tornería, carpintería y fundición, así como en los ferrocarriles, buques y establecimientos industriales.58 Los egresados de ambas carreras eran profesionistas técnicos en ciernes que desempeñaban un papel crucial en las empresas industriales, ocupando el lugar que dejaban vacante los ingenieros. Al respecto, Manuel F. Álvarez, director de la ENAO, mencionaba que:

La carrera de ingeniero industrial entre nosotros, no obstante la consideración que de ella hace la ley, no tiene m ayor aceptación; hace tiem po que la de m ecánico, tam bién es poco aceptada por el público al grado de haberse exped ido un sólo

título, quedó com prendida en la de ingeniero industrial y p u ed e decirse que no

hay quien siga los cursos y las dos o tres p ersonas tituladas en esa carrera, se

ocupan de trabajos de ingeniero constructor, pero no de la de industrial. En esta

nueva escu ela actual de artes y oficios se presta otro servicio real y positivo; sus

alum nos acostum brados al trabajo m anual y con los conocim ientos científicos sufic ientes a lo m od esto de su oficio, se ocupan de las m áquinas y de su

instalación y van a la industria particular a prestar sus hum ildes servicios.59

Esta tendencia hacia la profesionalización de los mecánicos se fue acrecentando en los siguientes años. En 1902, el director Manuel F. Álvarez, presentó un proyecto donde proponía reorganizar la enseñanza técnico-industrial. Señalaba que, ante el desarrollo de la cultura técnica a nivel mundial, era imperativo “establecer escuelas científicas de industria, considerando carreras para los diversos ramos de la industria propiamente dicha, como la de mecánico, industrial y electricista".60 Con base en este pensamiento, en 1907 se decretó el nuevo plan educativo de la ENAO. Por una parte se conservaron los estudios elementales de carpintería, herrería, tornería y fundición para la carrera de obrero. Por otra parte, se crearon las “carreras industriales" de obrero electricista y obrero mecánico.61 Entre tanto, la formación de industriales, como lo advertimos en el aparatado anterior, no se dio en el porfiriato. Nunca existió un programa educativo particular para el desarrollo de este grupo social. No obstante, los vínculos entre los industriales y los mecánicos eran estrechos. En la documentación de las patentes es posible observar que algunos inventores en ocasiones declararon ser mecánicos y más tarde se llamaron industriales. Un caso que nos puede ayudar a comprender esto es el de Luis Romero Soto. Como lo vimos anteriormente, este personaje fue propietario de un taller de herrería y de la prim era fábrica mecanizada de tortillas. En las patentes que solicitó cuando trabajaba en su taller se denominó mecánico, mientras que en las

57 Álvarez, Manuel F. “Proyecto de organización de la enseñanza técnico industrial en México", en Eguiarte Sakar, María Estela. Hacer ciudadano^., p. 180.58 Breve noticia de los establecimientos de instrucción dependientes de la Secretaria de Estado y del Despacho de Justicia e Instrucción Pública, México, Tipografía y Litografía “La Europea", 1900, p. 18.59 Álvarez, Manuel F. “Proyecto de organización^", p. 181.60 Ibid., p. 183.61 Plan de estudios de la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Hombres, México, Talleres de la Escuela Nacional de Artes y Oficios, 1907, pp. 1-18.

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patentes que solicitó cuando tenía su fábrica tortilladora lo hizo como industrial. La diferencia, pues, estaba muy relacionada con los establecimientos que poseían.

De este modo, la capacitación tradicional del grupo social de los mecánicos sufrió una profunda conversión durante el porfiriato. Prácticamente fueron el único conjunto del artesanado que logró transitar exitosamente del oficio al profesionalismo. De hecho, en la época posrevolucionaria esta tendencia se afianzó de manera definitiva. En 1916 la ENAO se transformó en la Escuela Práctica de Ingenieros Mecánicos y Electricistas, antecedente de la actual Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del IPN. Los mecánicos, junto con la reciente especialidad de electricista, fueron considerados y se consideraron a sí mismos como una nueva clase de profesionistas. En ese sentido, llama la atención que en las solicitudes de patentes los mecánicos y los electricistas omitían llamarse obreros, aunque los títulos oficiales otorgados por la ENAO poseían dicho apelativo. Por el contrario, los primeros se asumían solamente como mecánicos, m ientras que los segundos lo hacían como mecánicos electricistas.62 Asimismo, en los censos de la ciudad de México no fueron clasificados en la categoría de artes y oficios, sino en el sector de profesiones. En el censo de 1895 los mecánicos fueron el conjunto más nutrido de profesionistas con 1,230 representantes, seguidos por 687 profesores, 632 abogados, 578 ingenieros y 427 médicos.63

Esa cifra tan nutrida de mecánicos revela que no todos tuvieron una educación formal. La ENAO fue importante para la capacitación de este grupo social, pero nunca alcanzó ese nivel de egresados. La cantidad fue más bien reducida. Así, como lo mencionamos, junto a una minoría de mecánicos con una educación formal siguieron perviviendo los que tenían una formación tradicional. Eso sucedió en los establecimientos privados de los mecánicos independientes, así como en los talleres que se establecieron en algunas empresas. Al menos existen evidencias de que las compañías de transportes, textiles y tabaco, tuvieron espacios donde los mecánicos reprodujeron sus formas tradicionales de capacitación. Ahí surgían mecánicos sin diploma pero con una formación empírica bastante sólida.

En el ramo ferrocarrilero, donde se encontraba la mayor concentración de mecánicos, la prim era empresa que implementó talleres para la producción de equipo rodante fue el Ferrocarril de Hidalgo. Su concesionario, el ingeniero Gabriel Mancera, instituyó en 1899 clases técnicas en el taller para que los obreros pudieran desem peñar mejor sus trabajos de compostura, mantenimiento y construcción del equipo ferroviario.64 Estos talleres se extendieron poco a poco por todas las compañías ferrocarrileras, llegando a engendrar a un poderoso grupo de trabajadores. En el año de 1906, los mecánicos del Ferrocarril Central estallaron en una huelga que paralizó algunos tram os del sistema

62 Los personajes que declararon ser mecánicos electricistas fueron Ernesto Fernández, Felipe B. Gutiérrez, Pedro Velázquez, Francisco Guerrero, Leopoldo V. Fernández y Temístocles de la Peña, todos ellos egresados de la ENAO y habitantes de la ciudad de México. En conjunto obtuvieron 18 patentes. Sin duda, esta situación se debió a que el término “obrero” poseía una connotación peyorativa para referirse a las personas que eran operarios de las industrias fabriles, pero sin una educación formal.63 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 938.64 Guajardo Soto, Guillermo. “Hecho en México^”, p. 239.

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ferroviario. En el pliego petitorio de este movimiento es posible observar, entre otras cosas, la preocupación de los mecánicos por m antener y regular la transmisión de los saberes al interior del taller siguiendo el paradigma tradicional. Los siguientes puntos fueron importantes en ese sentido:

1] estab lecer que en los talleres haya un aprendiz por cada cuatro m ecánicos; 2]

fijar el t iem p o en que los aprendices hagan su aprendizaje y estipular el sueldo

que se les debe de pagar d istribuyendo el t iem p o que deben perm anecer en

m áquinas y p iso para su com pleto aprendizaje; 3] no perm itir que se admitan

aprendices m enores de d iec isé is años y m ayores de veintiuno; 4] exigirles

certificado, cuando m enos, de instrucción primaria; 5] que el m ecánico sea

específ icam ente de la m anera siguiente: com o de piso, tornero, cepillista,

escob ista o especia lista en manejar otros aparatos, s iendo capaz de armar y

desarm ar cualquier otra p ieza que se le confíe; 6] los ayudantes y p eo n es no serán

ascend idos al rango de m ecán icos.65

Aunque el movimiento no logró imponer todas sus demandas, pues la intervención de Porfirio Díaz obligó a los mecánicos a volver a sus labores, este episodio nos deja ver la estructura que existía en los talleres ferrocarrileros. Resulta importante subrayar que el tipo de enseñanza en su interior seguía la estructura tradicional con aprendices, oficiales y maestros (denominados como aprendices, mecánicos de segunda clase y mecánicos de prim era clase]. Esto pone en entredicho que las empresas capitalistas del porfiriato hayan destruido las formas propias de organización artesanal. Más bien, se presentó una compleja transformación donde los mecánicos mantuvieron muchas prácticas habituales de ejercer y trasm itir los saberes del oficio, aunque ciertamente con el transcurrir del tiempo tendieron a sustituirlas por la mano de obra capacitada en las escuelas técnicas.

Asimismo, en el ramo de los tranvías eléctricos, se instalaron los imponentes Talleres de Indianilla de la Compañía de Tranvías de México que contaba con diversos espacios laborales donde participaban los mecánicos. Ahí, siguiendo la estructura tradicional, los mecánicos eran la principal fuerza de trabajo en el taller de máquinas donde se realizaba la construcción y reparación de diversas piezas de equipo rodante, así como en el taller de arm aduras donde se ajustaban los motores eléctricos averiados, el taller de fundición donde se manufacturaban diversas piezas de hierro vaciado y el taller de pailería encargado del mantenimiento de las carrocerías.66 En suma, el desarrollo de estas empresas originó un crecimiento de este grupo social. Muchos mecánicos de la época se formaron in situ, en los talleres de las grandes compañías de transporte.

Lo mismo aconteció en la industria textil. Prácticamente todas las fábricas ostentaban talleres para la construcción y compostura de telares, husos, máquinas estampadoras, etcétera. Por ejemplo, en la ciudad de Morelia existían dos establecimientos “en donde

65 Woldenberg, José. La huelga de ¡a Unión^., p. 13.66 Toledo, Haydé y Juan José Saldaña, " La compañía de tranvías de México, un estudio de caso sobre la tecnología de la gestión en el Distrito Federal [1907-1920]”, en Saldaña, Juan José [Coord.] Conocimiento y acción. Relaciones históricas de ¡a ciencia, tecnología y sociedad en México, en prensa.

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la industria algodonera se mantiene en alta escala”. Se tra taba de las fábricas La Paz de Joaquín Macouzet y La Unión de Félix Alva. Ambas tenían importantes talleres donde todos los operarios eran mexicanos. Se decía que

estas fraguas o talleres son ind ispensab les en las fábricas, porque con el

m ovim iento continuo y recio de las m áquinas, con frecuencia se rom pen o inutilizan algunas p iezas que hay neces idad de reponer luego para que los

trabajos no se paralicen. Si en la ciudad no hubiera artesanos a propósito para

construirlas, s iendo algunas m u y delicadas, los d ueños tendrían que recurrir al extranjero o a las ferrerías que hay en el país, y ya se ve las moratorias a que

estarían exp u estos los trabajos, sin contar el m ayor costo de la construcción.67

En la prim era exposición de Michoacán se presentaron una serie de piezas fabricadas en ambos talleres entre las que se encontraban lanzaderas, guías, flechas y piñones de maquinaria de tejidos, así como diversos modelos para la construcción de artefactos textiles de todo tipo. Se mencionaba que el taller anexo a la fábrica La Unión era dirigido por el mecánico Jesús Alva, “de una inventiva ingeniosa y de una asiduidad en las labores que le hacen verdaderam ente estimable”. Sus creaciones eran complejas como se pudo percibir en el juego de válvulas de expansión y en el cilindro de hierro dulce que presentó en la exposición. De hecho, los talleres fabriles comenzaron a ser vistos como un espacio para la invención y el perfeccionamiento de los artefactos existentes en las fábricas. Los apologistas de la industria nacional señalaban que las fábricas se habían convertido en el escenario donde “el obrero ha ido alejándose del trabajo manual [_] gracias a la benéfica acción de los inventos”. Mencionaban que esta interacción con las máquinas “tiende sin cesar a ennoblecerlo, porque pone en acción, no el esfuerzo de sus músculos como en el m otor animal, sino las facultades de su inteligencia”. En fin, con justa razón señalaban que el contacto cotidiano con los artefactos era una fuente constante de inspiración para generar nuevos inventos. El objetivo final de los talleres fabriles debía ser la acción creadora, puesto que:

Es esen cia lm en te educadora la labor silenciosa, rítmica, incansable de las

máquinas, y no p u ed e exam inársela sin que se estim ule la imaginación, surgiendo el d eseo de la mejora, al sentir la po d ero sa influencia que ejerce sobre nosotros el p en sam ien to m aterializado en aquellos órganos de acero, del gen io triunfante de

su inventor.68

Esto precisamente era lo que se inculcaba en los talleres fabriles: el deseo mecánico de mejorar e inventar nuevos dispositivos técnicos para optimizar el trabajo industrial. Esto, sin duda, llegó a su clímax en los talleres mecánicos de El Buen Tono, la empresa tabacalera más grande del porfiriato y una de las más innovadoras en los campos de la tecnología, la publicidad y la organización obrera. El Buen Tono contaba con un “taller de mecánicos” donde no sólo se llevaban a cabo composturas sino que prácticamente se convirtió en un laboratorio de investigación y desarrollo de invenciones. En efecto, fue la única compañía nacional que implementó un espacio de esta naturaleza. En su

67 Mendoza, Justo. Memoria de ia primera exposición dei estado de Michoacán^., pp. 46-48.68 Crespo y Martínez, Gilberto “Las patentes de invención^”, p. 26.

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interior trabajaban varios obreros mexicanos y extranjeros que, además de ocuparse “incansablemente en realizar piezas de repuesto”, tuvieron tiempo y autorización para desarrollar diversos inventos que incluso fueron patentados en el extranjero.69 Entre ellos estuvieron Luis Josselin, León Cleman, Víctor Sánchez, Ignacio D. Arroyo y otros inventores anónimos. La propia empresa estableció diversos premios para incentivar el cuidado y la mejora de las máquinas.70 Esto originó que El Buen Tono se consolidara como la compañía mexicana que más patentes consiguió durante el porfiriato. Desde luego, muchas patentes se registraron con el nombre corporativo de la empresa o con el de su propietario, el famoso empresario francés Ernesto Pugibet, pero en realidad fueron obra del ingenio de sus empleados mecánicos.

Naturalmente todo esto vinculaba a los mecánicos cada vez más con el mundo de las patentes. Ahora, al encontrarse en un ambiente capitalista de competencia individual, en un espacio productivo externo a su taller, del cual no eran propietarios, no venía al caso resguardar los nuevos conocimientos técnicos mediante el secreto. Poco sentido tenía ocultar una invención que no podían aprovechar con sus propios medios. Por el contrario, era preciso obtener el máximo rendimiento de sus inventos protegiéndolos como una propiedad individual, haciéndolos patentes al grueso de la sociedad con el objeto de promocionarlos y, con suerte, venderlos en las industrias donde trabajaban. Así lo pensó el mecánico Moisés González Estavillo, quien en la década de 1880 obtuvo seis patentes, logrando vender sus “frenos de garrote para contener los vagones” a la compañía de Ferrocarriles Mexicanos.71 Por otra parte, las empresas predicaba con el ejemplo patentando las invenciones de sus obreros (como sucedió con El Buen Tono), m ientras que los mecánicos egresados de la Escuela Nacional de Artes y Oficios —que lograban instalar su propio taller—, conocían la existencia y el funcionamiento de las patentes, pues ya hemos señalado que en la escuela cursaban la materia de “derecho industrial patrio”. Considerando todo esto no resulta extraño que los mecánicos hayan tenido un mayor concurso en la materia registrando sus creaciones en el porfiriato.

Asimismo, es importante recordar que después de 1903 se presentó un cambio en las políticas institucionales del sistema de patentes. A partir de entonces se desarrolló un enfoque más democrático de la propiedad industrial cuando se redujeron los derechos fiscales con la intención de hacer partícipes de la institución a todos los sectores de la población. Los mecánicos en particular, y los artesanos en general, se acercaron como nunca antes al constatar que las tarifas efectivamente habían disminuido de manera sustancial. Además, la Oficina de Patentes también invitó a los sectores populares para que registraran sus creaciones por más mínimas que fueran (o se creyera que fueran). Entre los trabajadores se hizo circular un folleto didáctico donde se manifestaban los fundamentos y funciones del sistema de patentes. Dicha publicación incluía apartados sobre el procedimiento para solicitar una patente, los agentes que podían interceder para agilizar los trámites, los plazos de explotación y la vigencia, las cuotas fiscales, el valor y la utilidad de las invenciones patentadas, la forma como los artesanos podían

69 Figueroa Doménech, Julio. Guía general descriptiva^, Tomo I, pp. 178-179.70 Sánchez Flores, Ramón. Historia de ¡a tecnología y ¡a invención en México^., p. 348.71 Ibid., p. 400.

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explotar sus patentes, los derechos civiles y penales que adquiría el titular, el carácter de los exámenes de novedad que podían solicitarse para conocer el contenido de los inventos registrados o evitar registrar creaciones conocidas, y la información técnica que los interesados podían obtener al revisar los archivos, la biblioteca y las ediciones periódicas que la institución ponía a disposición de toda la sociedad. Con un lenguaje claro se mencionaba:

Toda invención es patentable con tal de que sea nueva; lo m ism o se con ced e una

patente por una m áquina o aparato com plicado que sea, que por la m ejora más

pequeña. El artesano que mejora los útiles que em p lea o que produce algo nuevo,

p u ed e ob ten er una patente; por ejemplo, el albañil que inventa una cuchara de

n ueva forma, una barreta con los extrem os diferentes de los usuales para obtener

m ejores resultados, etc.; el carpintero p u ed e mejorar los cepillos y dem ás útiles

de que se sirve y obtener patente o bien por nuevas m aneras de ensamblar, por

p egam en tos m ejores que los usuales para la madera, etc.; el hojalatero, adem ás de

mejorar sus útiles, e inventar nuevos, debe tratar de producir cosas nuevas en su ramo, com o m oldes, jaulas, etc., pues basta que tengan nueva form a para poder

ser patentables .72

En fin, para no hacer interminable la lista de objetos patentables, la Oficina invitó a sus instalaciones a todos los artesanos para que hicieran “gratis las consultas que gusten”. Ahí serían atendidos personalm ente por expertos en la materia “que no sólo allanaran todas las dificultades que tengan, sino que les darán consejos sobre los puntos propios de su estudio”. Bajo estas nuevas condiciones era más sencillo que los artesanos y los mecánicos adquirieran conciencia de las funciones e implicaciones de las patentes y se acercaran a la institución para registrar sus creaciones con la idea fija de mejorar sus condiciones de vida, con la esperanza de convertirse en inventores famosos u obtener alguna remuneración económica por sus trabajos, con la expectativa de crecimiento personal y de contribuir al progreso material de la nación.

Esta toma de conciencia de las implicaciones del sistema de patentes también fue consecuencia del desarrollo de los espacios formales e informales de sociabilidad en los que participaban los mecánicos. Ahí no sólo se compartían experiencias relacionadas con el sistema de patentes sino que se ensanchaban los conocimientos tecnológicos de los participantes. Las exposiciones industriales desempeñaron un rol esencial tanto en la difusión de la cultura tecnológica local como en la divulgación de los instrumentos legales para resguardar los conocimientos técnicos novedosos. Los mecánicos fueron especialmente activos en estos eventos haciendo públicos sus inventos. En el capítulo anterior mencionamos que el mecánico yucateco Manuel Casellas Rivas presentó en la Exposición de Yucatán unos pequeños ferrocarriles cuyo correcto funcionamiento le valieron un estrepitoso aplauso de la concurrencia. Durante el porfiriato, este mismo personaje patentó un par de aparatos para evitar las desdichadas amputaciones en las máquinas desfibradoras de henequén. De hecho, este fue uno de los asuntos técnicos que más inquietaron a los inventores de

72 Oficina de Patentes y Marcas. Instrucciones sobre concesión de patentes de privilegio, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1904, p. 3.

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desfibradoras. Incluso el gobierno del estado de Yucatán estableció un par de premios para estimular la invención de una máquina que impidiera dichos accidentes.73

Asimismo, en la Primera Exposición del Estado Michoacán, el mecánico Félix Bakhausen exhibió una turbina patentada. El artefacto se presentó al público advirtiendo que el inventor tenía “concedido por el gobierno general privilegio exclusivo, para que en el tiempo señalado por la ley nadie pueda construir aparatos iguales o semejantes".74 De este modo, en las exposiciones industriales se difundían los inventos patentados, se informaba sobre los derechos que poseían sus propietarios, se advertía sobre los castigos que podían enfrentar los plagiarios y se promocionaban para vender los derechos. En fin, eran una escuela para enseñar los principios, el funcionamiento y las múltiples implicaciones económicas, jurídicas y sociales del sistema de patentes, despertando al mismo tiempo el espíritu de competencia y de imitación para registrar las propias invenciones.

Por otra parte, el taller como espacio de sociabilidad informal también era un espacio importante para el intercambio de conocimientos e ideas técnicas. Inventores como el maestro mecánico Heliodoro Azcón, el industrial Juan B. Chávez y el ingeniero Agustín M. Chávez —quien, por cierto, fue uno de los inventores más notables del porfiriato y de los pocos electricistas egresados de la Escuela Nacional de Ingenieros—,75 tuvieron en los talleres de la famosa Fundición Artística Mexicana un espacio para intercambiar saberes, prácticas y visiones. Esos personajes compartieron experiencias relacionadas con el sistema de patentes, pues todos ellos registraron por lo menos dos invenciones durante el transcurso del porfiriato.76 Estas tipo de relaciones personales también se establecieron entre los mecánicos formados en la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Ernesto Rivas Elorriaga, Florestán Leguízamo, José Martínez Garza y Miguel J. Sierra estrecharon lazos de amistad y laborales desde la propia escuela, participando en una red informal de egresados de la institución donde circulaban experiencias e incentivos mutuos para registrar las propias invenciones.77

73 En 1875 el gobierno del estado de Yucatán promulgó un premio de dos mil pesos para quien “haga desaparecer el peligro a que están sujetos los operarios de las máquinas actuales". Al parecer, dicho premio quedó vacante, pues en 1884 se publicó un nuevo galardón de veinte mil pesos para quien lograra inventar una máquina que además de incrementar la producción evitara “completamente el peligro de los trabajadores". Ancona, Eligio. Colección de leyes, decretos, órdenes y demás disposiciones de tendencia general expedidas por el poder legislativo del estado de Yucatán, Tomo V, Mérida, El Eco del Comercio, 1882, p. 89 y Ancona, Eligio. Colección de leyes^, Tomo VI, pp. 470-471.74 Mendoza, Justo. Memoria de la primera exposición del estado de Michoacán^., p. 64.75 Agustín M. Chávez obtuvo el título de ingeniero telegrafista en 1886. Realizó varios inventos entre los cuales destacó un arado que llamó “Chávez Triplex". Asimismo, incursionó en la invención de máquinas desfibradoras y durante una dilatada estancia en Estados Unidos formó parte de una compañía dedicada al desarrollo de invenciones dirigida por empresarios colombianos. Una detallada biografía de este personaje se puede consultar en: Velázquez, Pedro A. Amor, ciencia y gloria. La contribución de los Chávez y los Castañeda en el desarrollo del México moderno, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2001.76 Las patentes de Heliodoro Azcón se pueden consultar en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 231, Exp. 3; Leg. 285, Exp. 64. Las de Juan B. Chávez en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 21, Exp. 1034; Leg. 198, Exp. 20. Las de Agustín M. Chávez en: Velázquez, Pedro A. Amor, ciencia y gloria^, pp. 343-351.77 Los cuatro personajes pertenecían a la misma generación, logrando obtener en total seis patentes por diversas invenciones. Todos ellos terminaron sus estudios el año de 1904, los tres primeros como

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Además de estas relaciones que entre algunos mecánicos inventores se establecieron en la escuela o el taller, existía una gran cantidad de espacios formales de sociabilidad donde los artesanos en general podían intercambiar experiencias y saberes. Junto con la posibilidad de pertenecer a las sociedades de auxilios mutuos, donde se aceptaban a todos los “trabajados honrados”, los mecánicos constituyeron su propia asociación. La Unión de Mecánicos Mexicanos fue una de las más importantes durante el porfiriato. Fundada en 1900 en la ciudad de Puebla, se convirtió en el centro aglutinador de los obreros mecánicos de diversas industrias, especialmente del ferrocarril. Su relevancia radicó en que fue uno de los primeros proyectos que buscó agremiar a trabajadores de una misma profesión, oficio o especialidad, con independencia de la compañía a la que pertenecían y con pretensiones de alcance nacional.78 Entre otras cosas, sus estatutos señalaban que los objetivos de la Unión eran agrupar a todos los obreros mexicanos y extranjeros nacionalizados, fomentar el espíritu de fraternidad, celebrar conferencias, estimular la instrucción mutua, promover el cuidado colectivo de las herramientas de trabajo y extender todo tipo de ayuda moral y pecuniaria.79

La participación de los inventores en estas manifestaciones del espíritu de asociación se puede presum ir con bases sólidas si consideramos que en los propios estatutos de algunas sociedades mutualistas se contemplaba auxiliar “al inventor o perfeccionador de algún artefacto con la protección que se juzgue prudente .80 De la misma forma, en los periódicos vinculados a estos espacios formales de interacción social se aludía a la promoción de las invenciones producidas por los artesanos. Una evidencia de esto la podemos hallar en la presentación de la revista La Abeja, un proyecto que surgió como “el órgano oficial de las Asociaciones de Obreros de la República”. Ahí se señalaba que:

La Abeja en con secu en cia dará cuenta de toda reforma, de todo adelanto, de toda

mejora que de algún m odo contribuya al progreso de la industria y de la clase

obrera, por lo que los in teresados no deben titubear en dirigirse a nosotros, que

con tod o gusto los ayudarem os a dar a conocer y popularizar sus inventos o

mejoras hasta donde nuestros escasos recursos nos lo permitan. Así es que la

clase obrera pu ed e contar en La Abeja con un órgano eficaz que apoyará toda idea

que directa o ind irectam ente se relacione con sus in tereses y que abogará porque

se realicen sus aspiraciones m ás legítim as procurando estab lecer entre los individuos de esta clase b en em érita y honrada, las re laciones que han de

estrechar más y más los cariñosos v ínculos que deben enlazarlos.81

Esta clase publicaciones destinadas a los mecánicos y a todos los miembros del sector artesanal, tuvieron una naturaleza eminentemente pedagógica. Ahí se podían localizar

maquinistas y jefes de taller y el último como mecánico electricista. Boletín de instrucción pública, Tomo III, México, Tipografía Económica, 1904, p. 855. Las patentes de estos personajes se pueden consular en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 12, Exp. 27; Leg. 233, Exp. 46 y 49; Leg. 240, Exp. 5; Leg. 265, Exp. 43.78 Leal, Juan Felipe. Del mutualismo a¡sindicalismo en México: 1843-1911, México, JP Ed., 2012, p. 157.79 Woldenberg, José. La huelga de ¡a Unión^, pp. 16-21.80 Illades, Carlos. Hacia ¡a república del trabajo. La organización artesanal en ¡a Ciudad de México, 1853­1876, México, Universidad Autónoma Metropolitana / El Colegio de México, 1996, p. 97.81 La Abeja, No. 0 (Prospecto), 2 de diciembre de 1874, p. 1

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tratados de materias útiles para los diferentes oficios, artículos con la información que el artesano debía saber para “ocupar en la sociedad el alto puesto que le corresponde”, y noticias de los descubrimientos e inventos que se generaban al interior de la nación como el del mecánico Salvador Ruiz, quien inventó una máquina taquigráfica formada por “una placa con tantos botones de presión, cuantos son los signos de la taquigrafía y sus terminaciones más importantes; y éstos, de una manera muy ingeniosa y por un mecanismo especial, basta que sean tocados con un instrumento dependiente de la misma máquina e imprimirles cierto movimiento con la mano, para que por medio de un hilo quede escrito todo y sin necesidad de emplear ni tinta, ni papel”.82 En fin, en el contexto porfiriano las publicaciones dirigidas a las clases menesterosas se propagaron como nunca antes. Se desarrolló una densa y continua circulación de conocimientos entre sus integrantes.

Todo esto nos m uestra que los mecánicos fueron un grupo social que pudo desarrollar diversas estrategias que les permitieron incursionar más fácilmente en la arena de la invención patentada. También es interesante observar que este grupo social relevante fue el representante más impetuoso de las clases populares. En general, los mecánicos formaban parte de las capas bajas de la estructura social o estaban en la antesala de la difusa clase media de la época porfirista. En su mayoría eran asalariados, los nuevos obreros de las grandes industrias mecanizadas, aunque hubo una “elite” de mecánicos que poseyeron su propio taller y que presentaban servicios profesionales de manera independiente, pero esta partícula fue estadísticamente diminuta. Más allá de esto, los mecánicos lograron establecer mecanismos eficientes para incursionar en las patentes y aprovecharon las condiciones sociotécnicas del contexto porfirista para cultivar una serie de campos de invención que term inaron siendo importantes para el desarrollo técnico e industrial de la nación, como lo veremos en el siguiente capítulo.

8.4. Los comerciantes: los autodidactas de la invención patentada

A prim era vista, el grupo social de los comerciantes puede parecer el más complicado de definir sociológicamente, pues procede de un estrato socioprofesional formado por individuos de las mas diversas condiciones socioeconómicas. En ese sector convergían los comerciantes en gran escala pertenecientes a la clase alta de la sociedad porfiriana, los pequeños comerciantes de clase media que poseían un local donde expendían todo género de mercancías y los practicantes del comercio informal que eran una expresión de las clases populares. No obstante, debemos comenzar descartando a estos últimos como elementos integrantes del grupo social relevante de los comerciantes, pues en la documentación oficial de la época aparecían como “vendedores ambulantes", y en los registros de patentes ningún inventor manifestó ejercer dicha ocupación.83 En cambio, los inventores que expresaron ser comerciantes regularmente hicieron referencia a

82 El hijo del trabajo, No. 213, 22 de agosto de 1880, p. 3.83 En el censo de la ciudad de México de 1885 los “vendedores ambulantes" son una pequeña porción de las expresiones laborares asociadas al comercio, pues solamente se contabilizaron 909 personas (525 hombres y 384 mujeres]. Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 939.

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que poseían un local establecido o que estaban habilitados legalmente para practicar la actividad.

Esta inquietud por declarar la propiedad de un establecimiento o la habilitación legal para ejercer el oficio, seguramente surgió del revuelo que tuvo el Código de Comercio de 1889. En efecto, las autoridades promocionaron este instrumento como un avance para resguardar los derechos de los comerciantes. Ahí se establecieron los parám etros para definir a las personas que podían alcanzar dicha categoría. Por un lado, se apuntó que eran comerciantes en pleno derecho los sujetos que estaban habilitados por la ley para ejercer el comercio y hacían de él su ocupación ordinaria. En este caso se refería a los agentes viajeros o agentes de negocios que debían obtener un título oficial en las escuelas de comercio para ejercer la profesión. Por otro lado, también se instituyó que eran comerciantes las personas que poseían un local donde se practicaba el comercio. El código decía: “en general todos los que tienen plantados almacén o tienda en alguna población para el expendio de los frutos de su finca, o de los productos ya elaborados de su industria o trabajo, sin hacerles alteración al expenderlos, serán considerados comerciantes en cuanto concierne a sus almacenes o tiendas".84

Otras disposiciones importantes para determ inar el perfil de los comerciantes atañían a la edad y género de las personas. En cuanto a la edad, el código establecía que todos los individuos menores de veintiún años, pero mayores de dieciocho, podían ejercer el comercio tras haber logrado el permiso legal o la autorización de sus padres o tutores. Mientras tanto, respecto a las mujeres, es importante mencionar que éstas podían ser “habilitadas" como comerciantes siempre y cuando satisficieran una serie de medidas bastante machistas. Se formuló que la mujer casada, mayor de diez y ocho años, podía ejercer el comercio cuando poseyera la “autorización expresa de su marido, dada en escritura pública". Sin la autorización de su marido lo podía practicar solamente en los “casos de separación, ausencia, interdicción o privación de derechos civiles del mismo, declarados conforme a la ley". Igualmente, se dispuso que el marido podía revocar la autorización, causando efecto dicha cancelación después de noventa días de publicada en un “lugar visible del establecimiento de la mujer, y en alguno de los periódicos de la localidad donde resida, o de la más inmediata, si en ésta no los hubiere". Finalmente, con esta misma tónica, se ordenó que “la mujer que al contraer matrimonio se hallare ejerciendo el comercio, necesitará la autorización de su marido para continuarlo", aunque en estos casos la autorización se daba por concedida, mientras el marido no publicara la anulación de los derechos como se establecía en el artículo anterior.

Todo esto, además de exhibir la naturaleza profundamente machista y patriarcal de la cultura mexicana de la época, nos m uestra que efectivamente había bastante ansiedad entre las autoridades para m arcar la fisonomía de esta entidad social con limites bien definidos. Por ello, no es extraño que los inventores comerciantes hayan reproducido tales parám etros cuando declararon ejercer su profesión u oficio. En líneas generales, las personas legalmente consideradas como comerciantes eran los hombres y mujeres (mayores de 18 años] que poseían un título profesional o que tenían un local, almacén

84 Código de Comercio de los Estados Unidos Mexicanos, México, Juan Valdés y Cueva, 1889, pp. 4-5.

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o tienda donde expendían todo género de mercancías sin que fueran modificadas en el momento de venderlas. Esta delimitación, sin embargo, es demasiado amplia y carece de sentido si no la llevamos al terreno de las estadísticas demográficas. En efecto, en la sociedad porfiriana había miles de comerciantes, pero podemos tener una noción más cercana de su proporción si recurrimos a los censos donde se aplicaba esta tipología.

Ciñéndonos a la ciudad de México, donde sabemos que habitaba más del cincuenta por ciento de los inventores nacionales, el censo de 1895 contabilizó 22,771 comerciantes de los cuales 16,716 eran hombres y 6,055 mujeres.85 Estas cifras nos indican que los comerciantes fueron el segmento socioprofesional más nutrido demográficamente del que emanó un grupo social relevante en las patentes, pues los ingenieros y arquitectos sumaron 649 en total (578 ingenieros y 71 arquitectos), mientras que los mecánicos alcanzaron la cifra de 1,230, como lo advertimos en el apartado anterior. El caso de los industriales es el más complejo de contabilizar, pues el censo de la ciudad de México combinó a los practicantes de las “industrias, bellas artes y artes y oficios”, pero es un hecho que no alcanzaron la densidad de comerciantes que había en la capital.

En todo caso, lo que queda claro en el registro de las patentes es que los comerciantes que estaban patentando principalmente fueron aquellos con local establecido. Dichos establecimientos, por supuesto, podían ser muy pequeños o enormes. Los propietarios de ambos aparecieron en las patentes. Sin embargo, aquí cabe señalar que los grandes comerciantes generalmente eran extranjeros avecindados en el país, mientras que los comerciantes mexicanos que registraron sus inventos suelen ser poco conocidos. Esto se debe a que el comercio a gran escala estaba dominado por los españoles, franceses, ingleses y alemanes. Por tanto, los inventores mexicanos que conformaron este grupo social relevante eran pequeños comerciantes que pertenecían a la medianía de la clase media y que buscaban en las patentes una herram ienta para hacer más atractivos sus negocios o los productos que expendían.

Ahora bien, una vez definido el perfil socioeconómico de los inventores comerciantes, otro problema de este grupo es el relacionado con sus conocimientos. Como lo vimos en los apartados anteriores, los ingenieros, los industriales y los mecánicos guardaban un vínculo estrecho con las actividades técnicas. Estaban imbuidos en las artes útiles o sus quehaceres estaban unidos a la industria. Aunque había una clara jerarquización en función de sus conocimientos teóricos, todos se desempeñaban en el mundo de las actividades técnicas. En consecuencia, su presencia en el terreno de las patentes no es extraña, pues hasta cierto punto puede decirse que fue una consecuencia natural de su trabajo. Sin embargo, los comerciantes también fueron un grupo social sobresaliente en la actividad inventiva patentada. Anteriormente vimos cómo, durante los primeros años del siglo XIX, fueron el segundo grupo más importante en razón de la cantidad de patentes registradas. En el porfiriato, aunque su preponderancia se redujo, sobre todo si consideramos el promedio de patentes per capita, en cantidad permanecieron en el segundo puesto de inventores asiduos, mientras que en el número total de patentes estuvieron en el tercer lugar. ¿Qué hacían los comerciantes aquí?, ¿cómo se explica su

85 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 939. También había 135 agentes de negocios.

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relevancia a pesar de que no eran grupo directamente vinculado con las artes útiles? Incluso estuvieron por encima de otros grupos sociales que tampoco correspondían al mundo de la técnica, como los médicos y los farmacéuticos, pero de quienes se podría esperar más patentes si consideramos que muchos inventos estaban relacionados con los medicamentos, los aparatos médicos y sus procedimientos.

De inicio, cabe destacar que la participación de los comerciantes en las patentes no es un asunto privativo de México. En los países más desarrollados como Estados Unidos e Inglaterra también tuvieron una participación sobresaliente. En ambas naciones se colocaron dentro de los tres grupos sociales más prolíficos en el campo de las patentes hasta principios del siglo XX. La relación de los comerciantes y la propiedad industrial ha sido bastante intensa, pero como lo señala Zorina Khan la historia de la tecnología a descuidado su presencia porque tradicionalmente se apuesta por las habilidades y los saberes técnicos de los ingenieros y mecánicos cualificados como la principal vía para la generación de nuevos descubrimientos.86 Sin embargo, las evidencias sugieren que los recorridos que siguieron estos grupos sociales para adquirir sus conocimientos y habilidades no eran en absoluto las únicas vías para realizar un invento patentable. Por tanto, debemos buscar otras fuentes generadoras de conocimientos y experiencias técnicos que originaron la presencia de actores como los comerciantes.

En el caso mexicano un indicio para comprender la presencia de los comerciantes es el persistente dominio de la invención entre los habitantes urbanos. En este sentido, ya hemos señalado que el interés por el mundo de la técnica fue un rasgo particular de la cultura urbana del porfiriato que se manifestó en el desarrollo de múltiples fuentes de información técnica. Estas fuentes abonaron el terreno para que personas sin saberes ni experiencias técnicas pudieran incursionar en la arena de la invención patentada. El acceso a información técnica fue un factor significativo para que esos sujetos pudieran comenzar a construir sus propias experiencias. Asimismo, la vida en las ciudades pudo influir en la adquisición de conocimientos y destrezas técnicas entre los comerciantes gracias a la presencia de agentes sociales que podían auxiliarlos en sus experimentos. Además, no podemos descartar que el ambiente urbano de competencia comercial los impulsaba a buscar formas novedosas para obtener una ventaja frente a los rivales del ramo. Por tanto, los comerciantes recorrieron un camino muy diferente al del resto de los grupos sociales relevantes, fuera de los canales tradicionales de transmisión de los saberes técnicos, por una vía mucho más autodidacta.

Hay evidencias que nos m uestran que entre los comerciantes estaba vivo este interés por la esfera de la técnica. Incluso desde la prim era mitad del siglo XIX se indicaba que debían saber de mecánica y de artes útiles. Por ejemplo, en el Diccionario tecnológico, una publicación que circuló ampliamente en la sociedad mexicana, se mencionaba que “era esencial al comercio el estudio de las artes; el negociante es quien emprende la mayor pare de los viajes útiles; sólo él puede enriquecernos con todos los descubrimientos, todos los procedimientos y todas las materias esparcidas en la superficie del globo; y ¿cómo pudieran los comerciantes explotar esta fecunda mina si

86 Khan, B. Zorina. The Democratization of Invention^, p. 116.

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no tuviesen más que unas nociones imperfectas de la agricultura y de las artes?”.87 Ya en la época porfirista estas mismas ideas se repitieron continuamente. Incluso el subsecretario de Fomento, el ingeniero Crespo y Martínez, propuso la creación de un plantel educativo donde los comerciantes no sólo aprendieran los quehaceres de su oficio, sino también aspectos de mecánica, más aún en un contexto donde los portentosos descubrimientos y las invenciones industriales se habían convertido en el signo de los tiempos:

Fáltanos, en mi hum ilde opinión, un Instituto Superior de Comercio ( _ ) en el que

deberían ir los a lum nos con el criterio científico formado, porque esta época, y

sobre todo en la que vam os a entrar, en que se sucederán con rapidez vertig inosa

los descubrim ientos y las invenciones, el com erciante digno de e se nombre, deberá ser instruido, pu esto que com o interm ediario entre los fabricantes y el

consum idor, al ven d er a éste los variadísim os productos, las m áquinas y los

aparatos de la industria moderna, tiene que explicarlos, y para ello es

ind ispensable que los conozca, y no podrá lograrlo sin la base necesaria de los

conocim ientos científicos.88

Estas opiniones confirman que los comerciantes estaban interesados por el mundo de la técnica y que no existían espacios formales donde pudieran adquirir conocimientos técnicos. Esta mezcla de intereses y de ausencias es uno de los elementos que sugieren que los comerciantes incursionaron en la arena de la invención con los conocimientos que pudieron configurar con su experiencia, ensayando y ejecutando las ideas que les surgían improvisadamente. Sus propios impulsos creativos fueron el principal m otor para que incursionaran en la invención, pues las escuelas de comercio con asignaturas de mecánica nunca existieron. Este rasgo autogestivo de los conocimientos técnicos de los comerciantes, como lo veremos en el próximo capitulo, acabó siendo determinante en la fisonomía de sus creaciones y en los campos de invención que cultivaron.

En otro orden de ideas, más allá de la forma como adquirieron sus saberes y destrezas técnicas para incursionar en la invención, lo que explica más sólidamente la presencia de los comerciantes en la arena de las patentes, es la relación que tuvieron con todo lo referente al régimen de propiedad industrial. En este sentido, las dos ramas centrales de dicho régimen: las patentes de invención y las marcas de fábrica estaban bastante vinculadas a las empresas comerciales. Los comerciantes fueron quienes más usaron las marcas en sus productos. Sobre esta faceta es preciso un estudio más detallado que aproveche el enorme acervo documental que existe en la materia, pues hasta el día de hoy carecemos de una reconstrucción histórica de su evolución.89 En espera de dichos estudios que nos proporcionen mayores luces al respecto, en un análisis somero de las marcas de fábrica podemos observar una constante participación de los comerciantes que no se aprecia en la misma magnitud en el resto de los grupos sociales relevantes.

87 Diccionario tecnológico o nuevo diccionario universal de artes y oficios y de economía industrial y comercial, Tomo I, Barcelona, Imprenta de José Torner, 1833, pp. XXXV-XXXVI.88 Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención^”, p. 82.89 Con dicho acervo documental es posible recrear las visiones de los inventores mexicanos desde una perspectiva publicitaria, iconográfica y comercial, lo que ciertamente resulta muy interesante.

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Mientras tanto, en relación con las patentes, el código de comercio establecía que se podían formar sociedades mercantiles para la venta de los frutos obtenidos por medio de un artefacto o procedimiento patentado. Para ello, se debía obtener una inscripción o matrícula en el Registro Mercantil donde además del nombre, la razón social, el giro comercial, la fecha de inicio de operaciones, el domicilio y otros datos legales, debían anotarse los títulos de propiedad industrial, patentes de invención y marcas de fábrica que fueran a explotarse. Asimismo, el código señalaba que estas entidades comerciales quedaban formalmente disueltas después de “haber caducado el privilegio o patente de invención en los casos en que la sociedad se hubiese organizado para llevar a cabo su explotación”.90 En efecto, existen varios registros que ratifican que ciertas patentes mexicanas siguieron ese camino, convirtiendo a sus inventores en comerciantes de los productos que con ellas se generaban. En la tabla 11 podemos ver algunos ejemplos.91

TABLA 11SOCIEDADES COMERCIALES PARA EXPLOTAR PATENTES (1 8 8 6 -1 9 0 7 )

Inventor Patente(s) Compañía Giro Capital

Arena y Cía. • Fajillas para periódicos Arena y Cía. Papelería $79,999

Valente Álvarez del Castillo

• Máquina para hacer jaspes para rebozos.

Valente Álvarez del Castillo y Cía.

Rebocería $19,729

Carlos B. Zetina• Mejoras en calzado.• Horma de calzado.

C. B. Zetina Zapatería $16,000

Rafael Padilla • Propaganda mercantil. R. Padilla y Cía.Casa de comisiones

$11,000

Melchor Camacho

• Aparato de velería EÌ Universal.• Aparato para velería.• Aparato para hacer velas

denominado Abastecedor.• Aparato para fabricar velas.• Aparato para fabricar velas de

parafina.

M. Camacho y Hno. Velería $4,589

Ricardo G. Hornedo

• Horno de calcinación continua• Horno mejorado para calcinar

la piedra caliza.• Horno mejorado para la

calcinación de la piedra caliza.• Horno para calcinación continua

de piedra caliza.• Chimenea movible y adaptable a

calcinar piedra caliza y yeso.• Chimenea movible y adaptable a

hornos de calcinación de cal.

Hornedo, Imaz, Aguirre y Cía.

Ferretería $2,000

90 Código de Comercio de los Estados Unidos Mexicanos^, pp. 7 y 27.91 En nuestra tabla únicamente aparecen nueve sociedades formadas por comerciantes para explotar sus patentes. Sin embargo, en la Noticia del movimiento de estas sociedades se pueden localizar más de ochenta compañías formadas por sujetos con otras profesiones para explotar sus ideas patentadas. Se trata de un conjunto de datos muy importante para investigar la fase de innovación en futuros trabajos.

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TABLA 11 CONTINUACION SOCIEDADES COMERCIALES PARA EXPLOTAR PATENTES (1 8 8 6 -1 9 0 7 )

Inventor

José Moreno

Patente(s)

• Procedimiento para preparar cacahuates en aceite

Compañía

José Moreno y Cía.Pastelería y dulcería

Capital

$1,250

Rafael Manzaneda■ Colchón-catre blindado.' Sistema para enresortar camas.■ Resortes para camas.

Manzaneda y Enestrillas

Mueblería $705

Miguel Vega y Vera Fabricación de vino de maguey. Vega y Fuentes Cantinas $357

Fuente: Noticia del movimiento de sociedades mineras y mercantiles habida en ¡a oficina del registro público de ¡a propiedad y de comercio durante ¡os años de 1886 a 1907, formada por ¡a Dirección Generai de Estadística a cargo dei Dr. Antonio Peñafiei, México, Imprenta de la Secretaría de Fomento, 1908.

Finalmente, otro aspecto que vinculaba a los comerciantes con las patentes fueron las denominadas “casas de comisiones”. Sobre este punto conviene señalar que durante el porfiriato surgieron varias casas de esa naturaleza especializadas en la tramitación de patentes y marcas, siendo las más importantes la Agencia Internacional de Patentes de Julio Grandjean, la Casa de Comisiones de Federico Hinzelmann, la Agencia C. H. M. y Agramonte del cubano Clarence Horace Montgomerie y la oficina del Control Químico Internacional de México fundada por Arturo Paz, hijo del famoso editor Ireneo Paz. En estas agencias los inventores de la capital y provincia podían encontrar asesoría para agilizar el registro de sus creaciones. De hecho, la propia Oficina de Patentes y Marcas recomendaba “dirigirse a algún agente de patentes, con lo que se tendrá la ventaja de mayor actividad por ser prácticos en esta m ateria”.92 Asimismo, en el Control Químico Internacional de México los comerciantes no sólo encontraban asistencia para activar los trámites administrativos, sino certificados que avalaban la pureza, autenticidad y origen de sus productos, así como asesoría jurídica para “perseguir a manufactureros o vendedores que expendan los artículos fraudulentamente o adulterados”.93

De esta manera, los comerciantes ciertamente estuvieron bastante relacionados con el régimen de propiedad industrial y conocieron sus funciones y fundamentos, mientras que el interés de patentar estuvo asociado a su mentalidad pragmática y comercial de proteger todo lo que les podía generar una ventaja económica. Esta misma mentalidad los impulsó a participar regularmente en todos los espacios donde podían exponer sus productos. En las exposiciones industriales nunca faltaron comerciantes. Ahí, además de promover sus mercancías, podían conocer los avances generados por otros actores sociales. Como agentes autodidactas encontraron en estos espacios un lugar adecuado para absorber ideas y conocimientos. En efecto, las exposiciones industriales fueron centros que diseminaron información técnica e influyeron para que otros individuos buscaran seguir los pasos de los inventores que presentaban sus creaciones. Además, se podían entablar discusiones, intercambiar observaciones o hacer propuestas sobre ciertos puntos técnicos que podían beneficiar a los expositores para futuras mejoras o adecuaciones. Estos eventos también eran una vitrina para apreciar el funcionamiento

92 Oficina de Patentes y Marcas. Instrucciones sobre concesión^, p. 6.93 La Patria de México, No. 8133, 14 de enero de 1904, p. 1.

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y construcción de ciertas máquinas que podían despertar nuevas ideas o completar las que se tenían. En fin, ahí los comerciantes participaban en un espacio de sociabilidad informal donde podían nutrir su acervo personal de saberes y experiencias técnicos.

Por otra parte, los comerciantes de grandes recursos podían participar en las lonjas y clubes sociales, espacios de sociabilidad formal donde los socios, en general personas de abolengo bien comprobado, encontraban un espacio de reunión, recreo y diversión. Solamente en la ciudad de México funcionaban el Jockey Club, Casino Nacional, Casino L’Unión, así como los dirigidos por inmigrantes extranjeros como el Club Americano, Casino Español, Casino Alemán, Casino Francés y Casino Inglés. En ellos, además de las lujosas estancias, comedores, cantinas y salones para bailar, escuchar música o jugar bolos, billar, baraja y ajedrez, había bibliotecas especializadas en negocios y espacios donde se organizaban reuniones y veladas literarias. Esos clubes no fueron solamente un punto de encuentro y diversión para los miembros de la oligarquía, también fueron el lugar donde se discutían en privado los negocios, donde se conocían los agentes del capital extranjero y donde se podían exponer e intercambiar ideas.

Finalmente, los comerciantes de medianos recursos podían encontrar en las Cámaras de Comercio un lugar más heterogéneo donde participar, especialmente en provincia, pues la Cámara de la capital también fue un espacio bastante exclusivo constituido por los grandes empresarios comerciales. La Cámara de Comercio de la ciudad de México fue la prim era que se estableció en 1874 y durante el porfiriato se crearon cerca de 15 más en el interior de la República. El éxito de estos espacios de sociabilidad formal se manifestó en 1908 cuando el gobierno de Porfirio Díaz decidió promulgar una ley que los convirtió en organismos cuasi oficiales.94 Ahí quedaron establecidas sus funciones, entre las cuales estaban: representar los intereses del comercio ante el gobierno de la República; crear y dirigir exposiciones comerciales; establecer por iniciativa propia o de común acuerdo con el gobierno museos comerciales; promover conferencias de las distintas Cámaras de Comercio y concurrir a ellas a través de delegados; desem peñar el encargo de arbitradores a fin de resolver las diferencias que se pudieran presentar entre los comerciantes, industriales, porteadores, corredores y comisionistas; prestar mediación amistosa para resolver conflictos entre patrones y trabajadores; fomentar directa o indirectamente la enseñanza comercial, industrial y marítima, celebrando al efecto conferencias, concediendo premios en concurso a las obras que versen sobre ramos relativos al comercio, estableciendo o subvencionando escuelas, creando becas y pensiones y organizando viajes de instrucción; publicar periódicos para dar en ellos cabida a estudios sobre asuntos mercantiles; y enviar misiones al extranjero con el fin de ampliar las relaciones comerciales de la nación y abrir mercados en el exterior.95

Al concluir el porfiriato estos espacios de sociabilidad estaban en plena consolidación y cada vez eran más concurridos por los comerciantes de medianos recursos, pues la ley también establecía que ningún comerciante podía ser excluido de las cámaras, sino

94 Arriola, Carlos. “La ley de cámaras empresariales y sus confederaciones", Foro Internacional, Vol. XXXVII, No. 4, 1997, p. 634.95 Periódico Oficial del Estado de Coahuila, Tomo XVI, No. 31, 1 de julio de 1908, p. 1.

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por el voto de las dos terceras partes de sus integrantes. Ahí los grandes y medianos comerciantes tuvieron un espacio para circular la información, establecer contactos e impulsar proyectos compartidos. Sin embargo, debemos mencionar que los pequeños comerciantes —quienes más patentaron sus inventos durante el porfiriato—, apenas se estaban incorporando a estas asociaciones o participaban en su formación. Tal fue el caso de Arnulfo Flandes, quien además de inventar un “salvavidas para vehículos de m otor mecánico” y un “aparato para frenar a las bestias desbocadas”, fue fundador de la Cámara de Comercio de Teziutlán, Puebla.96

En suma, los comerciantes fueron una porción bastante extensa de la población donde se configuró un grupo social relevante que halló en las patentes de invención un modo de expresar sus ideas y proteger sus negocios. La dificultad de adquirir conocimientos técnicos por las vías habituales (la escuela o el taller), la superaron con una formación más autodidacta. Los comerciantes tuvieron que buscar espacios informales y fuentes alternativas para incursionar en el terreno de la invención. Para lograrlo, fueron muy importantes las condiciones de la época que pusieron al alcance de todos una serie de medios intelectuales y materiales para autogestar saberes técnicos y construir nuevas propuestas tecnológicas. Asimismo, en el ambiente urbano del porfiriato había un aire de interés por el mundo de la técnica que impulsó a muchos grupos “profanos” de las artes útiles a experimentar con sus propios medios. Los comerciantes fueron quienes más aprovecharon estas condiciones debido a su cercanía con el sistema de patentes, a la lógica urbana de la competencia y como una manifestación del deseo de extender las ganancias de sus establecimientos. Además, estos actores sociales encontraron en las patentes de invención cierto aire de prestigio y reconocimiento para sus productos y para sus personas. De hecho, como lo veremos en el siguiente capítulo, los inventos de los comerciantes generalmente estuvieron relacionados con el perfeccionamiento y la promoción de los productos que vendían. Incursionaron en y fomentaron una serie de campos de invención donde quedaron grabados sus deseos, visiones y expectativas, tal como sucedió con el resto de los grupos sociales relevantes.

96 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 142, Exp. 43; Leg. 158, Exp. 29; El Universal, 13 de octubre de 1888, p. 4.

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CAPÍTULO 9

La maquinaria social en marcha

Como lo observamos en los capítulos anteriores, durante la época de Díaz se presentó un crecimiento inusitado de las patentes mexicanas. Miles de personas encontraron en las patentes un instrumento atractivo para resguardar sus creaciones, mientras que el ambiente materialista del periodo originó una mayor propensión de introducirse en la actividad inventiva. Ese dinamismo de los inventores mexicanos, que regularmente ha sido soslayado en la historiografía contemporánea, no pasó inadvertido en los medios de la época. En un periódico regional de los últimos años del porfiriato se indicó: “los inventores mexicanos están actualmente en verdadero periodo de actividad: pruébalo la interminable serie de inventos para los que casi a diario se solicitan patentes en la Secretaría de Fomento".1 No obstante, más allá de la participación individual, lo que en buena medida permitió este aumento fue el desarrollo de los engranajes sociales para incursionar en la materia. En este sentido, durante el porfiriato las piezas embonaron para poner en marcha la maquinaria social de patentación.

En efecto, las patentes son resultado de una compleja cadena de factores sociales que requieren un ambiente apropiado para que sus componentes se puedan engarzar. Tal como lo mencionó Lewis Mumford, las patentes son el último eslabón del complicado proceso social que produce un nuevo invento.2 A nuestro juicio, esta naturaleza social de las patentes se puede apreciar en la configuración de grupos humanos actuando en una misma dirección. En el caso mexicano, durante el porfiriato se consolidaron estos segmentos sociales que encontraron y construyeron un escenario sociotécnico mucho más adecuado para inventar y patentar sus ideas. Además, lograron que sus proyectos convergieran en temas tecnológicos como nunca antes había acontecido en la historia nacional. Ingenieros, industriales, mecánicos y comerciantes absorbieron el ambiente material e intelectual de la época para impulsar varios campos de invención. Cada uno tuvo sus propias prioridades e intereses, pero el resultado final fue la dinamización de las corrientes locales de patentación.

Así, a diferencia de la época anterior donde los inventores mexicanos permanecieron desvinculados, imposibilitando el surgimiento de corrientes comunes de invención, en el porfiriato se presentaron las condiciones esenciales para la configuración de grupos relevantes en las patentes, cuya fuerza social se expresó en el desarrollo de campos de invención convergentes. Sin embargo, cabe preguntarse ¿por qué los grupos sociales relevantes se enfocaron en ciertos campos de invención?, ¿qué factores se encargaron de definir las tendencias inventivas de estos segmentos? y ¿qué trascendencia técnica e industrial tuvieron sus ideas? Si nos atenemos a la visión tradicional de la tecnología deberíamos responder que simplemente buscaron resolver un problema técnico para satisfacer una necesidad material. Bajo esta óptica, no tendría mucho caso estudiar las

1 El Contemporáneo, Tomo XV, No. 3022, 23 de noviembre de 1908, p. 62 Mumford, Lewis. Técnica y civilización, Madrid, Alianza, 1971, p. 158.

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corrientes de patentación como un fenómeno socialmente configurado, pues bastaría con describir las necesidades materiales y los recursos técnicos de cada inventor.

Sin embargo, los campos de invención no sólo fueron consecuencia de las necesidades materiales y problemas técnicos que quisieron resolver los inventores o de una lógica autónoma dominada por la búsqueda de la máxima eficacia técnica. En cambio, dichos campos m uestran que las decisiones de los inventores mexicanos estuvieron cruzadas por un conjunto de circunstancias del contexto sociotécnico local y revelan que hubo experiencias, visiones y saberes compartidos por cada grupo social. De hecho, la mera presencia de entidades actuando en una misma dirección nos habla de la existencia de una lógica social en el desarrollo de las patentes. La tecnología nunca sigue un sendero neutral envuelta en un impermeable que rechaza las corrientes sociales. Desde la fase primaria de invención aparece como una construcción compleja donde se yuxtaponen componentes materiales, culturales y políticos. Desde esta perspectiva, los campos de invención son lugares donde se configuran los inventos en virtud de los conocimientos e inquietudes particulares de los grupos sociales relevantes, pero bajo las condiciones impuestas por el contexto sociotécnico local. Están imbricados elementos materiales e inmateriales. También debemos recordar que no son construcciones privadas ni zonas exclusivas de los grupos sociales relevantes. Simplemente son las áreas tecnológicas que más cultivaron porque lograron reunir las mejores condiciones para incursionar en los ámbitos tecnológicos que el momento posibilitaba y demandaba.

De esta forma, en este capítulo nos interesa m ostrar los distintos campos de invención que cultivaron los grupos sociales relevantes, pues ahí podemos percibir las visiones, expectativas y prioridades de los cuatro segmentos sociales que marcaron la pauta de la invención patentada en México. Asimismo, en estos campos compartidos podemos advertir los constreñimientos sociotécnicos impuestos por la realidad porfiriana. Esto con la intención de comprender y aquilatar de mejor manera los logros y fracasos de la experiencia local en la materia. La trascendencia o intrascendencia de las patentes mexicanas no se puede atribuir exclusivamente a los inventores, sus decisiones fueron ciertamente relevantes, pero debemos considerar que estuvieron configuradas por las condiciones existentes en ese momento de la historia nacional.

9.1. Los campos de invención de los ingenieros

Como sabemos, los ingenieros fueron el grupo social relevante que más incursionó en la esfera de las patentes. Las condiciones del contexto sociotécnico del porfiriato, que advertimos en los capítulos anteriores, se reunieron en su favor. Asimismo, fueron un conjunto que aprovechó su formación educativa, sus relaciones sociales y el lugar que ocupaban en la sociedad para desarrollar y patentar sus proyectos inventivos. En este sentido, las aspiraciones, visiones e intereses de los ingenieros estuvieron asociadas a las de la elite local. Estaban persuadidos por los anhelos del régimen de Díaz debido a sus antecedentes formativos y sus actividades laborales, pues fueron instruidos en los planteles oficiales y muchos trabajaban en organismos estatales. Estas circunstancias, como lo veremos más adelante, se reflejaron en las invenciones que patentaron.

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De entrada, debemos mencionar que los ingenieros se ubicaron principalmente en los centros urbanos del país. Sobre todo los hallamos en la ciudad de México, Guadalajara, Puebla, San Luis Potosí y Guanajuato. Las dos últimas también se localizaban en zonas donde la minería era importante. Además, durante el porfiriato, en San Luis Potosí se comenzó a explotar el guayule para la obtención del caucho natural, una materia que rápidamente se convirtió en uno de los productos naturales más demandados por la industria. Sin embargo, como lo señalamos en el capítulo anterior, la ciudad de México tuvo un papel dominante que se manifestó en los cuatro grupos sociales relevantes. En el caso de los ingenieros, casi el sesenta por ciento de los inventores habitó la capital del país.3 Esta situación, por supuesto, fue consecuencia del tradicional centralismo de las instituciones mexicanas. Muchos practicantes de esta profesión estudiaron en la ciudad de México, pues ahí estaban ubicados los principales planteles educativos para formar ingenieros. Aunque hubo establecimientos importantes en Guadalajara, Ciudad Juárez y Culiacán, la Escuela Nacional de Ingenieros siempre fue el centro hegemónico en cuanto a su matricula y planes de estudio que servían de modelo para los colegios de provincia.4 Del mismo modo estos personajes estaban directamente vinculados a la capital porque muchos ocuparon puestos burocráticos en los organismos federales, o indirectamente porque ahí se fundaron los principales espacios de sociabilidad para intercambiar ideas y regular el comportamiento del gremio.

Su presencia mayoritaria en la capital del país también fue consecuencia de su espíritu metropolitano y cosmopolita. Los ingenieros fueron considerados (y se consideraron a sí mismos) como los principales promotores del urbanismo o los encargados de poner a la ciudad de México al nivel de las grandes urbes. Se ubicaron en la ciudad de México porque ahí encontraron un clima adecuado para desplegar sus anhelos cosmopolitas. Muy pocas ciudades del país mostraban el aire de m odernidad que se respiraba en la capital de la República. En 1906, el ingeniero Jesús Galindo y Villa mencionaba que esa metrópoli asombraba a propios y extraños por “las numerosísimas mejoras llevadas a cabo [_] reformas radicales reclamadas por los adelantos del siglo, las necesidades de la población y la cultura alcanzada por la capital de la República”.5 Así, en un país que seguía siendo especialmente rural, los ingenieros prefirieron habitar las ciudades.

No es extraño, entonces, que su actividad inventiva se haya enfocado en las obras y los artículos que demandaba la sociedad urbana. Aunque la diversidad de patentes que obtuvieron fue realmente extraordinaria, incursionando en todas las clases y en 81 de las 115 subclases en las que se dividieron las patentes, los campos que más cultivaron fueron los de las “construcciones” y “artes químicas”. Por otra parte, también tuvieron una participación significativa en el campo de la “minería y metalurgia”, así como en el de los “instrumentos de precisión, científicos y eléctricos”.6 Esos fueron los campos de su quehacer inventivo, aunque estadísticamente destacaron los dos primeros como se

3 En el anexo 10 se pueden consultar los principales sitios de residencia de los inventores ingenieros.4 Ramos Lara, María de la Paz y Rigoberto Domínguez Benítez (Coords.) Formación de ingenieros^5 Galindo y Villa, Jesús. Ciudad de México. Breve Guía Ilustrada, México, Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento, 1906, p. 6.6 Para denominar los campos de invención mantuvimos la clasificación de la Secretaría de Fomento.

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puede observar en el anexo 11. En estos cuatro campos de invención manifestaron sus visiones, conocimientos e intereses. Ahí se verificó el enlazamiento de las condiciones contextuales de la época con sus aspiraciones de desarrollo técnico y material, muchas veces yuxtapuestas con los anhelos modernizadores de la clase dominante.

El prim er campo en el que incursionaron los ingenieros también fue el que estuvo más vinculado a las aspiraciones de m odernidad y progreso de la elite dirigente. La mayor cantidad de patentes la obtuvieron para impulsar lo concerniente a las construcciones privadas y civiles. Esta fue una prioridad del gobierno de Díaz que buscó, mediante la transformación del paisaje urbano, formar la apariencia de una nación más moderna y cosmopolita. Las construcciones eran la fachada que permitía promover los logros del régimen y una evidencia física de su pujante marcha hacia la civilización y el progreso. Algunos estudios han descubierto esa inclinación artificiosa del gobierno porfirista de crear una realidad aderezada para mostrarla al exterior en las ferias universales, pero dentro de la nación también se presentó esta inclinación y fue retomada por algunos grupos sociales como los ingenieros.

GRÁFICA 8CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INGENIEROS:

CONSTRUCCIONES

G-1 G-1 G-1 G-1 G-1 G-1 G-3 G-3 G-3 G-3 G-2

Subclase Descripción Patentes

G-1 Material y útiles 59

G-3Trabajos de arquitectura, arreglos interiores, aeración Y ventilación, protectores contra incendios y extinguidores

38

G-2 Caminos, puentes y vías 10

Total: 107 patentes

Como se puede apreciar en la gráfica anterior, el campo de las construcciones estuvo formado principalmente por los materiales de construcción y trabajos de arquitectura. Esto sugiere que los ingenieros aprovecharon las condiciones de la época y estuvieron en sintonía con la pretensión oficial de levantar construcciones privadas e inmuebles públicos para transform ar la fisonomía rural de la sociedad mexicana. Influenciados por las ideas estilísticas de finales del siglo XIX, los ingenieros dirigieron la edificación de casas y recintos “modernos" que requerían nuevos elementos como los vitrales, los mosaicos, las bóvedas de concreto, las estructuras metálicas, las persianas, las fuentes y el mármol artificial. Todo lo cual fue objeto de patentación de los ingenieros. Muchas

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de sus invenciones estuvieron relacionadas con los arreglos interiores, la ventilación y la protección contra incendios, así como con varios procedimientos industriales para la fabricación de materiales de construcción como el cemento, la cal, el yeso, la piedra artificial, los tabiques, las vigas de concreto y las argamasas para cubrir muros y pisos. Todo esto respondía al interés de contar con materiales adecuados para configurar la nueva fachada de la m odernidad mexicana. Según el ingeniero Norberto Martínez:

En pocas cosas se revela tan bien el carácter de una época, las tendencias y las aspiraciones de un pueblo y su grado de cultura com o en sus construcciones

arquitectónicas, que, p resen tes siem pre a la v ista del público, atrayendo las

miradas del sabio y del profano, del vulgo y del artista, y v iv iendo la v ida

perdurable de la p iedra y el metal, son huellas indeleb les que las generaciones

dejan en su paso [_ ] Nuestra capital se transforma, y al lado de los venerables

edificios coloniales, que tantos recuerdos evocan, se levantan los sun tu osos

edificios m od ern os indicando por su variedad de estilos el gusto ecléctico de

n uestra época. Y m anifestam os con esto, com o en todo, haber entrado de llano en

la m oderna civilización industrial.7

Bajo estas ideas, la arquitectura vivió una época de oro fomentada por las autoridades porfiristas que buscaron dejar una huella indeleble de su incursión en la modernidad, la civilización y el progreso. Para conseguirlo, el paradigma indujo a demoler las viejas edificaciones para construir la nueva imagen de la vida metropolitana. El escritor José Juan Tablada describió este ambiente de la siguiente manera: “por doquiera se miran escombros, caen las viejas mansiones con pesar de poetas y arqueólogos; pero México le da a su rostro el sentimiento de alma civilizada y moderna. De esos escombros, de esas ruinas surge poco a poco la Ciudad Nueva. Los gestos coloniales torvos, ascéticos y llenos de hastío se van desvaneciendo sobre su rostro que asume la serenidad y la fuerza de un sólido progreso”.8

Asimismo, el confort doméstico fue una de las preocupaciones más apremiantes de las clases altas de la sociedad porfiriana, los ingenieros proyectaron nuevas tinas de baño, retretes automáticos y elevadores mecánicos. Compartieron el interés de los sectores pudientes de mejorar sus condiciones de vida, incrementando la confortabilidad de las construcciones. En este ámbito, los trabajos de los ingenieros fueron fiel reflejo de los anhelos urbanos de tener un ambiente más cómodo y funcional para disfrutar la vida cotidiana. No se limitaron a construir una fachada adaptada a los cánones modernos, también en el interior de los edificios buscaron que las piezas fueran más placenteras y en concordancia con las tendencias de una época que buscaba mejores espacios, más higiénicos, iluminados y con un sentido de la habitación más práctico y agradable.

En esta parcela de las construcciones arquitectónicas destacaron los ingenieros Rafael Mallén y Daniel Garza, quienes en total patentaron 31 invenciones para la elaboración de materiales cementosos, rocas artificiales, bloques, vigas, techos, muros y hormigón

7 La Nueva Casa de Correos de ¡a Ciudad de México, México, E. Murguía, 1907, pp. 11-12.8 La cita proviene de: Ortiz Gaitán, Julieta. Imágenes del deseo. Arte y publicidad en ¡a prensa ilustrada mexicana (1894.1939), México, UNAM, 2003, p. 37.

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armado. Daniel Garza, nacido en Oaxaca, pero avecindado en la capital, fue uno de los ingeniero más afamados del Distrito Federal y autor de “algunos de sus más hermosos edificios modernos". Su nombre fue bastante conocido después de haber construido el edificio del Centro Mercantil, propiedad del acaudalado comerciante mexicano José de Teresa Miranda. La configuración de este recinto de 3,600 metros cuadrados y cuatro plantas de altura, evidencia claramente la saturación estilística de la época y los afanes desmedidos de manifestar a través de la arquitectura la mayor cantidad de elementos asociados a la modernidad y progreso material:

En el frontis principal, a cada lado, hay estatuas de bronce, fundidas por T.

Carandente, que representan a la Industria y el Comercio. Sobre ellas, en el segundo cuerpo, dos leon es que parecen proteger la entrada del edificio [_ ] El interior del palacio está distribuido en veintitrés a lm acenes y cien despachos, y

para el servicio de tan in m en sa d ep en d en cia p o se e una instalación propia de

alum brado eléctrico que consta de dos m otores, acoplados a los dínamos, alim entados por dos calderas de ciento cincuenta caballos cada una [_ ] Los

dínam os tiene una potencia eléctrica suficiente para ciento cincuenta lám paras de

arco voltaico y dos mil quinientas incandescentes de d iec isé is bujías, lo que

constituye un alum brado que bastaría para iluminar una p eq u eñ a ciudad. Otro

dínam o hay destinado para cargar acum uladores que se instalaron para no

interrum pir la ilum inación en los casos de avería de aquéllos o cuando se paren

éstos por falta de vapor en los m otores. Es pues la instalación eléctrica particular

de m ás im portancia que se conoce en México. Esta provisto tam bién de

elevadores, y no falta n inguna de las com odidades que la v ida m oderna exige en

las habitaciones, com o agua corriente, b u zon es de correo, estación telegráfica y

telefónica, etc., etc.9

Hacia 1890 el ingeniero Garza era autor de más de setenta edificios levantados en el centro de la ciudad de México. No está por demás mencionar que esos edificios fueron una pequeña porción de la gran cantidad de construcciones públicas y privadas que se levantaron en las principales ciudades porfirianas para transform ar el paisaje urbano y hacerlo más cosmopolita.10 Incluso en la capital los almacenes comerciales entraron en una competencia arquitectónica para m ostrar su superioridad. El Palacio de Hierro, el Puerto de Liverpool, Al Puerto de Veracruz y la joyería La Esmeralda construyeron sendos edificios cuyas fachadas regularmente se plasmaron en fotografías, grabados y litografías que se insertaban en los periódicos para promocionar sus establecimientos. Mientras tanto, las construcciones públicas fueron objeto de publicaciones especiales y tarjetas postales donde se podía constatar su majestuosidad. Se utilizaron como una manifestación visible del progreso material y como “prueba de que México entra cada vez de una manera más activa al curso de la civilización".11 Entre los edificios públicos que más se preconizaron estaban la nueva Casa de Correos, el Palacio de Bellas Artes

9 Figueroa Doménech, Julio. Guía general descriptiva de la República. Mexicana, Tomo I, México, Ramón de S. N. Araluce, 1899, p. 96.10 Una descripción de los edificios de provincia se puede consultar en: Bonet, Antonio. " La arquitectura de la época porfiriana en México ", Anales de la Universidad de Murcia, Vol. 24, No. 2, 1966, pp. 249-263.11 El Mundo Ilustrado, Tomo I, No. 8, 24 de febrero de 1907.

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—el magno proyecto inconcluso del porfiriato— y el recinto de la flamante Secretaria de Obras Públicas y Comunicaciones (actualmente Museo Nacional de Arte).

Precisamente con la fundación de la Secretaría de Obras Públicas y Comunicaciones, el 13 de mayo de 1891, el gobierno de Porfirio Díaz envió un claro mensaje a la sociedad de que las obras de ingeniería civil eran un asunto crucial para el régimen, uno de los pilares para legitimar su programa de modernización material. En este sentido, basta señalar la importancia que tuvo la construcción del desagüe del Valle de México como símbolo del desarrollo urbano e higiénico del país en el discurso propagandístico del régimen. Es im portante indicar que los ingenieros se convirtieron en los dirigentes de esa secretaría junto con la de Fomento. Los directores y empleados de estas entidades eran ingenieros que compartían la perspectiva modernizadora del gobierno porfirista. Además, debemos recordar que la ingeniería civil fue la especialidad más acogida por los estudiantes mexicanos. Desde su formación se buscó crear un grupo de sujetos que poseyera el interés de y los conocimientos para desarrollar la infraestructura del país. Por ello, comenzaron a paten tar distintos sistemas de pavimentación, de construcción de puentes flotantes, máquinas quebradoras de piedra y procedimientos para fabricar asfalto. Efectuaron invenciones que podían contribuir al programa oficial de construir una nación que caminara sobre vías más rápidas hacia el progreso, dejando atrás los tortuosos empedrados y las terracerías.

Una evidencia de lo anterior fueron las cuatro patentes que entre 1905 y 1907 obtuvo el ingeniero Samuel García Cuéllar por diversos pavimentos bituminosos.12 Con estos inventos decidió penetrar en una materia deseada por la clase dirigente y apoyada por las políticas públicas. Precisamente entre esos años en una descripción de la ciudad de México se mencionaba que: “de acuerdo con la experiencia y con lo que se practica en las poblaciones cultas de Europa, y especialmente en los Estados Unidos, toda la parte céntrica y las colonias más elegantes se han pavimentado con láminas de asfalto”. Una mejora material que según el escritor había transformado agradablemente el paisaje, de tal suerte que los “numerosos automóviles y bicicletas que se deslizan rápidamente sobre el asfalto de las calles, le dan a México un carácter completo de ciudad m oderna y civilizada”.13 No obstante, debemos indicar que la cantidad de patentes directamente asociadas a las obras civiles fue bastante menor a las relacionadas con la arquitectura. En el campo de las construcciones, los ingenieros se enfocaron particularmente en los materiales y sistemas para levantar diversos recintos. Ahí fue donde hallaron mejores condiciones sociotécnicas para manifestarse a través de la invención patentada.

El segundo campo de invención de los ingenieros fue el de las “artes químicas”. En este ámbito se manifestaron de manera más heterogénea, pues estaba compuesto de varias materias como se puede observar en la gráfica 9. No obstante, la cantidad de patentes que obtuvieron fue muy semejante a la de las construcciones, mostrando la relevancia de este campo en la inventiva de los ingenieros. Su vinculación con las artes químicas

12 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 86, Exp. 151; Leg. 289, Exp. 18-20. La primera de estas patentes la obtuvo junto con el inventor norteamericano Lyman B. Decamp.13 Galindo y Villa, Jesús. Ciudad de México^ pp. 6 y 51.

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fue fomentada ampliamente por las autoridades a través de su formación académica. Desde su paso por la preparatoria los futuros ingenieros tenían una sólida instrucción en la materia, pues desde los últimos años de la República Restaurada se sostuvo que la química era un conocimiento que por su importancia científica debía “formar parte del caudal con que una persona debe enriquecer su mente, antes de poder considerar como completa su educación secundaria, y por lo mismo, antes dedicarse al estudio especial de una profesión".14

GRÁFICA 9CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INGENIEROS:

ARTES QUÍMICAS

N-5 N-5 N-5 N-8 N-8 N-9 N-9 N-4 N-6 N-3 N-11 N-1 N-12 N-2

Subclase Descripción Patentes

N-5 Esencias, resinas, cera, caucho 28

N-8 Vino, alcohol, éter, vinagre 20

N-9 Sustancias orgánicas, alimenticias y otras, y su conservación 14

N-4 Grasas, jabones, bujías, perfumes 10

N-6 Azúcar 9

N-3 Pólvoras, materias explosivas, pirotecnia 7

N-11 Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 6

N-1 Productos, máquinas y aparatos químicos 4

N-12 Procedimientos y productos no denominados 3

N-2 Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 2

Total: 103 patentes

De esta forma, la química se convirtió en un estudio central dentro del currículo de la Escuela Nacional Preparatoria. En el plan de estudios de 1896, además de una sesión diaria de la asignatura, los alumnos cursaban alternadamente la academia de química con prácticas en los laboratorios y dos veces por semana debían acudir a conferencias sobre su historia, donde se ponía énfasis en las biografías de los grandes químicos y en la explicación de las múltiples aplicaciones industriales de esta ciencia.15 De hecho, la química fue la disciplina estelar del quinto semestre de la preparatoria, disponiendo el terreno para que los jóvenes pudieran em prender las carrereas profesionales donde

14 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México^ p. CCXX.15 Bazant, Mílada. Historia de la educación durante el porfiriato^, p. 184.

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ese conocimiento era crucial. Una vez en la Escuela Nacional de Ingenieros, la química fue primordial en la instrucción de los ensayadores y apartadores de metales, quienes cursaban un año de química analítica y docimasia, así como un año de prácticas en los laboratorios de química y docimástica del plantel; en la formación de los ingenieros de minas y metalurgistas, quienes también recibían un año de química analítica y varias prácticas; y en la educación de los ingenieros industriales, quienes asistían a las clases de química aplicada a la industria.

De estas tres especialidades vinculadas a la química, las más importantes fueron las de ingeniero de minas y metalurgista junto con la de ensayador y apartador de metales, pues, como lo indicamos en el capitulo anterior, la ingeniería industrial prácticamente no fue demandada por los estudiantes mexicanos. Esto sugiere que los practicantes de ambas especialidades fueron los personajes que más incursionaron en las invenciones químicas, aunque no podemos descartar a los otros especialistas que habían adquirido los rudimentos necesarios durante su formación en la preparatoria. El hecho es que la enseñanza química fue una preocupación constante del régimen porfirista que generó un ambiente educativo adecuado para capacitar a los futuros agentes de las modernas industrias químicas. Una rama en ciernes en el país a pesar de que desde las primeras décadas de vida independiente se había señalado que “en vista del estado actual de los conocimientos químicos, y de los rápidos adelantos que están haciendo las artes y las manufacturas, por medio de la juiciosa aplicación de sus principios”, era necesario que los sujetos ligados al mundo industrial “se aplicasen al estudio de una ciencia cuyo uso práctico puede aum entar y perfeccionar aquellas ventajas de un modo incalculable”.16 Una necesidad que fue atendida por los ingenieros porfiristas, quienes con una amplia diversidad de patentes dem ostraron haber asimilado los conocimientos químicos.

Ciertamente los ingenieros ingresaron de forma heterogénea en la materia, aunque las patentes de este campo de invención pueden reunirse en dos ramas. Primero estaba la rama dirigida a la producción y conservación de artículos de consumo humano como los jabones, grasas, velas, perfumes, aceites, vinagres, azúcares, conservadores de todo tipo de alimentos, filtros de agua, bebidas gaseosas y bebidas alcohólicas. En segundo lugar estaba la rama enfocada en la fabricación de artículos para uso preferentemente industrial como el caucho, las resinas, las pinturas, el albayalde, los barnices, las tintas, la pólvora, los colorantes, los desinfectantes, los desincrustantes, los revestimientos y los barnices. Esta división entre artículos de uso humano e industrial no es categórica, pues en ocasiones su empleo se mezcló, pero resulta funcional en términos analíticos. En ambas ramas los ingenieros tuvieron una participación relevante, patentando una gran cantidad de invenciones, aunque estadísticamente fue ligeramente superior la de los productos de consumo humano.

En esta rama destacaron los ingenieros Agustín V. Pascal en el terreno de los inventos para destilar los alcoholes, Federico Varela en la conservación de alimentos y bebidas, Guadalupe López de Lara en la creación de distintos alambiques, Melchor Camacho en

16 “Utilidad y aplicaciones de la química”, en: El mosaico mexicano o colección de amenidades curiosas e instructivas, Tomo V, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1841, p. 246.

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las velas de cera y Salvador Echegaray en los jabones. Todos ellos decidieron centrar su quehacer inventivo en los productos que preferentem ente demandaba la sociedad urbana. Ahí encontraron mejores condiciones materiales y un mercado más adecuado para el consumo de los artículos que proyectaron con sus inventos. De hecho, las artes químicas se centraron tanto en la rama de los artículos de consumo que, hacia 1900 se mencionaba que en México las industrias propiamente químicas habían “permanecido hasta el presente en un estado casi rudimentario. Salvo el ácido sulfúrico, el nítrico, en m enor escala el clorhídrico y pocos productos salinos, no se fabrican en el país todos aquéllos que la variedad de las materias primas, su abundancia y las seguridades de lucro permitirían ventajosamente fabricar”.17

Sin embargo, debemos subrayar que los ingenieros inventores sí incursionaron en las “auténticas” industrias químicas. Una esfera donde realmente era complicado alcanzar la fase de innovación debido a la carencia de una infraestructura adecuada. En la rama de la química industrial, entonces, los ingenieros dejaron evidencia de su inventiva en los explosivos, desinfectantes y desincrustantes, aunque sus esfuerzos más grandiosos los llevaron a cabo en los inventos asociados a la explotación del guayule. En efecto, la extracción del caucho que produce dicho arbusto del desierto mexicano movilizó a los ingenieros como a ningún otro grupo social. Esto debido a la trascendencia económica que alcanzó este artículo en los últimos años del porfiriato y al impulso de inventores extranjeros que comenzaron a patentar diversos procedimientos para la obtención de la goma del guayule. Según los datos que poseemos, todo comenzó en 1876 cuando las autoridades mexicanas llevaron una muestra del producto generado por este arbusto a la Exposición Internacional del Centenario en Filadelfia. Ahí llamó poderosam ente la atención de los empresarios norteamericanos y ese mismo año la Sociedad de Historia Natural de México realizó estudios que confirmaron la excelente calidad del caucho.18

En las siguientes tres décadas el guayule mexicano —también conocido popularmente como “yerba del negro”, “copalin” o “xihuite”—, atravesó un largo periodo de estudios. Uno de los más importantes fue realizado por John H. Cheever de la Compañía Belting and Parking de Nueva York, quien en 1888 recibió un fardo de ramas de guayule y tras procesarlas logró obtener alrededor del dieciocho por ciento de caucho de una calidad semejante o mejor al que se utilizaba en ese entonces. Sin embargo, debido al costo del transporte y del tratam iento químico el experimento no se repitió. En 1896, el alemán Wilhelm Vogel envió muestras del arbusto a varios fabricantes norteamericanos, pero atrajo poca atención. Otros alemanes avecindados en México se esforzaron por animar el interés de los capitalistas estadounidenses en la extracción del hule con poco éxito. Incluso también enviaron hasta Alemania varias muestras del arbusto para su análisis, obteniendo como resultado que se tra taba de una goma con mucho futuro comercial.19

17 Mier, Sebastián B. de. México en la Exposición Universal Internacional de París - 1900, París, Imprenta de J. Dumoulin, 1901, p. 65.18 Lloyd, Francis E. Guayule (Parthenium Argentatum Gray). A Rubber-Plant o f the Chihuahua Desert, Washington, Carnegie Institution of Washington, 1911, p. 7.19 Mexico Today. A Synopsis o f the Commercial, Economic and Financial Situation According to the Latest Data Available, 1919, pp. 39-42.

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En 1899, los ingenieros italianos Guillermo Prampolini y Nicolás Lovece consiguieron patentar un artefacto de extracción que usaba solventes químicos, el cual se construyó en la ciudad de Monterrey, pero su empleo sólo fue experimental. Ese mismo año, Juan N. Mayo obtuvo una patente para producir caucho de guayule que llamó “hule Potosí”. En 1901 otros dos mexicanos, Constancio de la Garza y Rubén Zertuche, reunieron sus ideas y patentaron un procedimiento junto a los aparatos necesarios para beneficiar el guayule, mientras que el alemán Pablo Bergener registró un método especial para la extracción del caucho o goma elástica. Hacia 1902 varios capitalistas norteamericanos financiaron al inventor William A. Lawrence, quien en 1903 obtuvo un par de patentes para extraer el caucho de la “yerba del negro” por medio de un proceso mecánico. De hecho, ese mismo año el ingeniero Prampolini también consiguió una patente por un procedimiento químico-mecánico para vulcanizar el hule proveniente del guayule. En 1904, el francés Ennemond Bacconierier patentó un artefacto para la extracción de la goma del xihuite, el norteamericano Ferdinand Ephraim un aparato para pulverizar y tritu rar el arbusto, y el ingeniero Elías Delafon consiguió cuatro patentes por diversos procedimientos químicos y máquinas para la obtención del caucho del guayule.

Así, para 1904 se habían reunido bastantes conocimientos teóricos y empíricos para la explotación de esta materia. A partir de entonces sobrevino un impulso extraordinario en términos industriales y comerciales. Todo parece indicar que el prim er precedente de la industria guayulera fue una empresa ubicada en San Luis Potosí. Según Francis E. Lloyd, hacia 1901 las primeras 30 libras de caucho de guayule que salieron al mercado fueron producidas en un “laboratorio que los alemanes habían establecido en San Luis Potosí. Los primeros esfuerzos parecen haberse centrado ahí, por ello San Luis Potosí puede considerarse como la cuna de la industria”.20 Un año después, en la hacienda La Flor de Jumilco, Coahuila el terrateniente Amador Cárdenas fundó la Compañía Anglo Mexicana. Sin embargo, el auténtico florecimiento industrial inició en 1904. Ese año se estableció la Compañía Explotadora de Hule con el objeto de emplear los inventos de Elías Delafon. En 1905, el jurista Práxedes de la Peña formó la Compañía Coahuilense, mientras que un consorcio de alemanes —bajo la dirección de Adolfo Marx— adquirió los terrenos y derechos de la Anglo Mexicana para fundar la Compañía Explotadora de Caucho Mexicano. Pero ahí no se detuvo el crecimiento industrial. En Estados Unidos la “bicycle craze” de la década de 1890 fue continuada por una “automobile craze” que demandaba grandes cantidades de caucho para construir los neumáticos. Tal situación originó que en 1906 se estableciera la Compañía Guayulera de Torreón y, sobre todo, que los empresarios norteamericanos invadieran la industria con enormes capitales.

En efecto, en 1906 se fundó en Torreón la Continental Mexican Rubber Company con capitales del magnate petrolero John D. Rockefeller. En un periódico local se mencionó que al frente de la Continental quedó el hijo del hombre más rico del mundo, el “rey de los monopolizadores”, que ahora pretendía expandir su imperio económico al guayule. Frente a la envergadura de la Continental, y a pesar de las grandes ventajas otorgadas por el gobierno de Díaz, la familia Madero logró consolidarse en el ramo con una serie de empresas que en conjunto significaron la mayor competencia de la trasnacional. La

20 Lloyd, Francis E. Guayule^, p. 7.

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más grande fue la Compañía Explotadora Coahuilense en Parras cuyo presidente fue el ingeniero Salvador Madero, quien entre 1905 y 1907 consiguió patentar tres inventos relacionados con el beneficio del guayule.21 Al respecto los estudios y los ensayos para perfeccionar las técnicas e instrumentos de explotación siguieron siendo financiados con capital alemán, francés y mexicano. De hecho, para 1907 se tenían más de sesenta patentes nacionales y extranjeras para la extracción del caucho del guayule.

Esta era la situación en 1907. En pocos años se verificó un crecimiento impresionante de una materia que diez años atrás era prácticamente desconocida. De 1904 a 1907, la exportación de guayule a los Estados Unidos creció de 166 a 3 mil toneladas, mientras que en 1910 se enviaron más de 10 mil toneladas a Estados Unidos, Alemania, Bélgica, Francia, Inglaterra y España con un valor que rondaba los diez millones de dólares.22 Sin duda este auge comercial influyó en el ánimo de los ingenieros mexicanos, quienes emplearon sus conocimientos químicos para competir con los inventores extranjeros. Además, debemos considerar que también se desarrollaron técnicas mecánicas para la obtención del caucho. En general, las condiciones para inventar fueron más atractivas en este giro, pues las empresas extranjeras estaban al pendiente de cualquier patente para obtenerla. Tanto la Compañía Explotadora de capital alemán como la Continental de los Rockefeller, introdujeron prácticas monopólicas de captación y acaparamiento de todas las patentes para el procesamiento químico y mecánico del guayule.23 Quizás por este motivo, el ingeniero Salvador Madero empleó los conocimientos que obtuvo como estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts,24 para efectuar una serie de invenciones que podían aplicarse en sus empresas, mientras que otros ingenieros destacados en este campo de invención como Damián Flores, Julián Sierra y José de las Fuentes —quienes en total patentaron dieciséis inventos concernientes al guayule—, percibieron que el ambiente industrial del giro ofrecía buenas condiciones para lucrar con sus inventos patentados.

Fuera del ambiente urbano, aunque relacionada con el mundo científico de la química, los ingenieros enfocaron su quehacer inventivo en la minería. El campo de las “minas y metalurgia” fue el tercero donde más patentaron, aunque su actividad se concentró en el beneficio de metales preciosos. Casi todas sus invenciones se circunscribieron a dicho rubro, presentándose unos cuantos aparatos para perforar pozos o alum brar el interior de las minas. Cabe destacar que la mayoría de los inventos patentados fueron mejoras relativas al tradicional método de patio o para amalgamar metales a través de toneles. Sólo se presentaron pocos inventos relacionados con los nuevos procesos de cianuración como se puede apreciar en la gráfica 10.

21 Villa Guerrero, Guadalupe. “Riqueza en el suelo eriazo. La industria guayulera y los conflictos interregionales de la elite norteña en México”, Secuencia, No. 43, enero-abril, 2000, pp. 93-120.22 “Increase in the Guayule Trade”, India Rubber World, Vol. XL, No. 6, 1 de septiembre de 1909, p. 424.23 Villa Guerrero, Guadalupe. “Riqueza en el suelo eriazo^”, pp. 98 y 101.24 Al parecer Salvador Madero fue el primer mexicano egresado del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Cfr. Vasconcelos, José. Don Evaristo Madero: biografía de un patricio, México, Turmex, 1997.

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GRAFICA 10 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INGENIEROS:

MINAS Y METALURGIA

H-3 H-3 H-3 H-3 H-3 H-3 H-3 H-1

Subclase Descripción Patentes

H-3

H-1

Metales diferentes del hierro, procedimiento Y aparatos para su beneficio

Explotación de minas, mineras y canteras. Perforación de pozos

64

Total: 69 patentes

En este campo destacaron los ingenieros José de las Fuentes, Pedro Castera y Cortés, Ángel Zozaya y Manuel Valerio Ortega, quien patentó un novedoso procedimiento de lixiviación.25 La participación de los ingenieros en esta materia fue hasta cierto punto normal si consideramos que la especialidad de ingeniero de minas y metalurgista fue la más solicitada en las escuelas de ingeniería, junto con la de ensayador y apartador de metales. También sabemos que era una especialidad bien rem unerada y promovida por las autoridades porfiristas y los profesores de la Escuela Nacional de Ingenieros. De la misma forma, era una carrera donde existía una instrucción empírica más sólida, gracias al establecimiento de las estaciones experimentales de Hidalgo y Guanajuato. Sus practicantes debían introducirse en los oscuros socavones, supervisar la apertura de tiros, participar en la extracción de minerales, vigilar los procesos de separación de la ganga, etcétera. No tenían más remedio que ser hombres prácticos. Como lo aseveró Pedro Castera: “la vida de minero, aunque encierra mucho de estudio, tiene mucho más de acción”.26

El caso de Pedro Castera es digno de mencionarse con un poco de más detalle. Castera fue un ingeniero suigeneris. A decir de Luis Mario Schneider fue “un delirante del siglo XIX”.27 Fue novelista, poeta, cuentista, periodista, espiritista y magnetizador. Ingeniero de profesión, minero por vocación e inventor por afición. De 1883 a 1885 permaneció recluido en hospital psiquiátrico de San Hipólito debido a sus constantes depresiones. De ahí salió más inventivo que nunca. Después de su estancia en el manicomio dedicó

25 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 32, Exp. 1378.26 Castera, Pedro. Impresiones y recuerdos; Las minas y los mineros; Los maduros; Dramas en un corazón; Querens, edición y prólogo Luis Mario Schneider, México, Editorial Patria, 1987, p. 208.27 Ibid., p. 7.

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buena parte de su tiempo a inventar diversos procedimientos para beneficiar metales, hasta llegar en el último año de su vida a patentar un pulque espumoso que denominó “champagne nacional”.28 Castera comenzó su formación de ingeniero en la ciudad de Morelia. Desde ahí algo estaba fuera de la norma, pues Morelia no era una entidad que se caracterizara por formar ingenieros sino humanistas. Semilla que quedó plantada en su personalidad. Como excelente cuentista escribió una serie de narraciones sobre la vida en las minas donde se percibe su personalidad humanitaria. Según Brushwood, Los maduros de Castera “es la prim era novela mexicana que se ocupa clara, específica y únicamente de la clase trabajadora [_] las condiciones de su existencia contrastan con el conspicuo lujo de los ricos que viven en la ciudad”.29

Castera era de aquellos ingenieros que iban contra corriente. Como Adorno y Careaga, para él la ciencia no era doctrinaria sino una forma de conocer el mundo para nutrir el espíritu. Por ello fue un crítico acérrimo del positivismo, persiguió hasta en sus sueños a los grandes positivistas como Porfirio Parra y Justo Sierra. Siendo colaborador de La República se enfrascó en una discusión con los redactores de La Libertad, el órgano de difusión de las ideas positivistas. Enfrentó a Justo Sierra y los positivistas por querer imponer una doctrina al servicio del gobierno. Para Castera el interés científico no era lo que nutría al positivismo local sino el interés de la clase dominante de imponer un sistema legitimador del orden y el progreso. Los redactores de La Libertad, en cambio, atacaron con todos sus medios los trabajos y pensamientos de Castera, especialmente su novela romántica Carmen. Memorias de un corazón que alcanzó un éxito asombroso desde 1882 cuando se editó por prim era vez en las hojas de La República.30 Asimismo, cuando en La Libertad se comunicaba la concesión de algunas patentes para beneficiar metales, los redactores insertaban comentarios sarcásticos fuera de lugar como: “¡Ah! atlético Castera aquí tienes a un rival”.31

Castera, como la mayor parte de los individuos de finales del siglo XIX, no renegaba de la ciencia. Por el contrario, consideraba que la ciencia desplegaba las capacidades del hombre para pensar y comprender los complicados fenómenos del mundo material. El medio más adecuado para conseguir las demostraciones más lógicas de la realidad. En cambio, lo que atacaba era al positivismo por doctrinario, por objetar la existencia de realidades paralelas a la nuestra, por declarar la imposibilidad humana de conocer un orden superior con la intención de homogeneizar el pensamiento, en fin, por rechazar categóricamente la existencia de fuerzas metafísicas. En el poema titulado “A Libertad. No te piques” se defendió de los ataques del periódico La Libertad y expresó sus ideas contra el positivismo bajo el seudónimo de Cerillo:

28 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 123, Exp. 10.29 Brushwood, John Stubbs. México en su novela: una nación en busca de su identidad, México, Fondo de Cultura Económica, 1973, p. 218.30 En 1887, debido a la gran recepción que tuvo su novela, Castera formó una sociedad con el editor de la ciudad de México Eufemio Abadiano para “la explotación de la novela Carmen" con un capital de seis mil pesos. Cfr. Noticia del movimiento de sociedades^, pp. 38-39.31 La Libertad, No. 249, 28 de noviembre de 1878, p. 3.

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¡Oh L ibertad estimada!

¿Por qué tu nom bre desm ien tes

y nos en señ as los d ientes

com o pantera acosada?

Al buen Pedro la pista

le sigues, y le arrem etes,

entre d im es y diretes

porque no es positivista.

Dime ¿te hace mal de ojo

que le arrojas hiel y esp u m a

y lo rajas con tu pluma?¿Tan positivo es tu enojo?

¿Qué la dulce L ibertad

del hom bre libre d ispone

y hasta doctrinas le im pone?

¡Qué falta de claridad!

¿Por qué te enojas querida?

deja que Pedro Castera

se suponga que es quim eralo que a ti te da la vida.

Del p osit iv ism o el brillo

nos deslum bra por entero,Justo es que le excuse “Cero”

y que le asuste a “Cerillo”.32

Asimismo, su carácter crítico lo condujo a reconocer las carencias de la escuela. En El Tildío, uno de sus cuentos de Las minas y los mineros, se observa cómo un practicante de ingeniería se desmoraliza al enfrentarse con los hechos. El joven inexperto expresa con cierto desánimo: “en la capital me figuraba las minas de otro modo”, mientras que su interlocutor, un ingeniero experimentado en las faenas mineras, le contesta con una exclamación: “¡Ya lo creo! En México tiene algo de fantástico un minero. La distancia para los acontecimientos y para los hechos, es una especie de telescopio”.33 Durante el siglo XIX, la ciencia fue presentada como la herram ienta más poderosa para dominar y transform ar el mundo material. Sin embargo, cuando los ingenieros se confrontaron a los hechos, algunos term inaron reconociendo la naturaleza dogmática de la educación positivista que habían llevado en la escuela. El supuesto dominio de la ciencia como el principal agente para conocer y modificar la materia era relativo. Castera, a través de sus personajes, expresó que el auténtico poder de la ciencia era que permitía probar la complejidad de la realidad material y dilatar el pensamiento para intentar explicar las fuerzas superiores que la dominaban:

32 La cita proviene de: Díaz y de Ovando, Clementina. Un Enigma de los Ceros. Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza, México, UNAM, 1994, p. 45.33 Castera, Pedro. Impresiones y recuerdos^., pp. 206-207.

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Lo p eq u eñ o y lo grande son dos ideas relativas, y lo m ism o es aplicar uno que otro.

Un m ilím etro cúbico de m ateria contiene ocho sextil lones de átom os, y la Vía

Láctea diez y ocho m illones de astros. Si pudiéram os dilatar una m olécula

obtendríam os una nebulosa, y com prim iendo ésta obtendríam os aquélla. La gota

de aljófar que produce el iris tem blando sobre un cáliz, está com p u esta de 100

partes de ox ígeno y 12 .50 de hidrógeno, lo m ism o que el agua de la enorm e

trom ba [_ ] Linneo m e glorifica a Dios; N ew ton m e lo engrandece; am bos lo

im ponen im periosa y m ajestuosam ente a mi razón y m e dem uestran que todo es

relativo y Él so lo es absoluto [_ ] En verdad, toda lente, cualquiera que ella sea, l lám ese ciencia, progreso, filosofía, fijada en un punto cualquiera, encuentra tras

de aquello lo infinito. De aquí la grandeza de pensar. Pensar es ver; es dilatar el alma, multiplicar la vida, aum entar nuestras facultades. El que p ien sa lucha

porque medita, porque incuba, porque trabaja; incubar es un esfuerzo, y meditar

es triunfo del alma.34

Algunos ingenieros como Castera se refugiaron en el espiritismo para comprender las fuerzas metafísicas, otros acudieron al romanticismo para intentar cubrir el gran vacío espiritual que generaba el rígido marco positivista. Por ejemplo, el ingeniero Agustín M. Chávez, uno de los inventores más importantes del porfiriato, seguidor acérrimo de la ciencia y discípulo destacado de Porfirio Parra, mencionaba: “a veces, también, creía encontrar en mis libros el secreto de mi dicha y el único medio de hacerme cara la existencia; pero no, la ciencia habla esencialmente a nuestras facultades intelectuales; y la vida del espíritu, no es sólo razón, es voluntad también, y más que todo, al menos en mí, sentimiento”.35 Sin embargo, más allá de estas pinceladas de emoción espiritual, para los ingenieros la ciencia siempre fue el modelo cognoscitivo dominante, tanto los defensores como los detractores del positivismo fueron conmovidos por el arrollador impulso de la ciencia en la segunda mitad del siglo XIX. En sus patentes regularmente se puede percibir una constante preocupación de justificar con fórmulas, ecuaciones o teorías científicas el funcionamiento de sus inventos.

Esta inclinación científica los condujo a convertirse en los principales exponentes del campo de invención de la minería y metalurgia. Ahí encontraron un espacio adecuado para emplear sus conocimientos científicos, aunque a fin de cuentas algunos acabaron reconociendo la importancia de los saberes empíricos para transform ar los elementos de la naturaleza. Además, fue un campo de invención fomentado por las autoridades, los empresarios, los profesores positivistas de las escuelas de ingeniería y los espacios de sociabilidad formal del gremio que presentaban las invenciones patentadas por sus miembros como un “triunfo científico”. Tal fue el caso de ingeniero Francisco del Villar y Marticorena, quien gestionó en Estados Unidos una patente por un “aparato para el beneficio de metales” que había sido protegido en México desde 1874.36 Sin embargo, el dictamen del tribunal encargado de calificar la utilidad y la novedad de los inventos fue completamente desfavorable. Así, ante “la humillación que envolvía este fallo para un ingeniero pundonoroso, a quien le dicen se ha equivocado, y para un país culto, a

34 Ibid., p. 207.35 Velázquez, Pedro A. Amor, ciencia y gloria^., p. 172.36 AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 9, Exp. 3, V-16.

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quien le reprochan que no supo conocer esta equivocación”, el señor del Villar decidió estudiar científicamente su sistema, y consultando a personas esclarecidas en el tema, “examinó su teoría y la encontró cierta; sus aplicaciones, y las encontró fundadas; su invención, y la encontró nueva; demostró al jurado calificador norteamericano que la equivocación residía en sus distinguidos miem bros”. Con esto obtuvo la patente y dejó evidencia del “triunfo científico” alcanzado por el estudio de un ingeniero mexicano.37

Este estrecho vínculo con la ciencia también impulsó a los ingenieros a incursionar en un campo de invención poco fomentado por el resto de los grupos sociales relevantes: los “instrumentos científicos, de medición y eléctricos”. Ahí encontraron un lugar para manifestar directamente sus conocimientos e intereses científicos, siendo persuadidos principalmente por la electricidad como se puede apreciar en la gráfica 11.

GRAFICA 11 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INGENIEROS:

INSTRUMENTOS CIENTÍFICOS, DE MEDICIÓN Y ELÉCTRICOS

L-7 L-7 L-6 L-3 L-2 L-1 L-4 L-5

Subclase Descripción Patentes

L-7 Aplicaciones de la electricidad 17

L-6 Transporte y medida de la electricidad 9

L-3Pesas y medidas, instrumentos de matemáticas, 7

contadores y procedimientos de ensaye/

L-2 Aparatos de física, química, óptica y acústica 5

L-1 Relojería 5

L-4 Telegrafía, telefonía 4

L-5 Generación de la electricidad 3

Total: 50 patentes

Aunque la especialidad de ingeniero electricista no fue de las más ponderadas por los alumnos de las escuelas de ingeniería, la electricidad, la llamada “magia de los tiempos m odernos”, atrajo poderosam ente la atención de otros practicantes de esta profesión. Sobre todo idearon y mejoraron sistemas que empleaban la energía eléctrica como los tranvías, la telegrafía, la telefonía, el alumbrado y una amplia diversidad de artefactos para prevenir o sortear accidentes eléctricos. Entre tanto, los instrumentos científicos

37El Explorador Minero, Tomo I, No. 10, 6 de enero de 1877, p. 78.

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se relacionaron con la física, la óptica y la acústica como los fonógrafos, las bocinas, las cámaras fotográficas, el cinematógrafo, los pararrayos y los relojes mecánicos. La gran cantidad de ingenieros topógrafos sin duda también influyó para que incursionaran en el perfeccionamiento de instrumentos de precisión que requerían para sus actividades de medición. Igualmente, los aparatos relacionados con las pesas y medidas como las básculas y las cintas métricas fueron objeto de patentación de los ingenieros. En este campo los ingenieros intentaron aplicar sus conocimientos teóricos para el desarrollo de sistemas mecánicos, aunque muchas veces sus inventos se mantuvieron a ese nivel: como teorías de un probable desarrollo futuro.

Por ejemplo Manuel del Campo Mendivil ideó un aparato revolucionario para la época: un control remoto denominado “Dijacrato”. En la descripción de su invento señaló: “el aparato que he llamado Dijacrato componiendo las palabras griegas Dija que significa separadam ente y Krateu que significa gobernar, tiene por objeto manejar a distancia cualquier mecanismo por medio de las ondas eléctricas emitidas y recibidas por los aparatos ordinarios que se usan en la telegrafía sin hilos, convenientemente combinados con este aparatito”. El problema consistía en lograr que “abriéndose o cerrándose uno o varios cualesquiera de los circuitos del transmisor, se abran sincrónicamente o se cierren el circuito o circuitos correspondientes del aparato receptor, sin que haya entre ambos aparatos comunicación metálica alguna”.38 En teoría, este sistema podría funcionar para dominar a distancia cualquier máquina. Sin embargo, el problema real radicaba en materializar estas ideas en la práctica. Ante esa dificultad, el ingeniero del Campo Mendivil simplemente presentó una descripción llena fórmulas y explicaciones teóricas sobre el posible funcionamiento de su aparato; intentó ajustar su sistema a la ciencia, persuadido por la noción decimonónica de que la tecnología simplemente era ciencia aplicada, pero en el mundo de la técnica no es suficiente con aplicar fórmulas y teorías, es necesario realizar un sin fin de experimentos y ensayos empíricos.

El ingeniero del Campo Mendivil mantuvo una estrecha relación con varios inventores porfirianos, patentando distintas invenciones en equipo con Eduardo Picot, Francisco Alcayde y Zacarías Alonso Ulibarri.39 Asimismo, en 1905 organizó junto con Fernando Blumenkron la revista quincenal ilustrada México Industrial que se convirtió en uno de los principales medios para difundir los avances industriales y las patentes mexicanas. Blumenkron, por cierto, también fue otro inventor que incursionó en los sistemas que empleaban energía eléctrica, pero esto lo veremos más adelante en el aparatado de los comerciantes, pues este personaje fue miembro de dicho grupo social relevante. Por el momento, nos interesa analizar el invento de otro ingeniero donde también se aprecia la predisposición de los ingenieros de acomodar todo al pensamiento científico.

Nos referimos al ingeniero Rafael Mallén, quien en 1894, con motivo de su admisión a la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, hizo público un invento dirigido a desechar las “antigüedades inútiles y difusas” por un sistema “razonado que le diese la regularidad

38 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 19, Exp. 4.39 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 204, Exp. 9-10; Leg. 207, Exp. 6; Leg. 243, Exp. 73.

3 4 6

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matemática de las ciencias exactas”.40 El motivo de revelar sus ideas era contar con el apoyo intelectual de los asociados para enriquecer su pensamiento, hallar un mecenas que con su anuencia legal pudiera preparar su ejecución por falta de recursos propios y, por supuesto, compartir sus conocimientos con el resto de los agremiados, pues era consciente que por estar “afiliado a una sociedad científica, mi egoísmo debe ser más limitado que fuera de ella”.41 En fin, el ingeniero Mallén comprendió cabalmente que en dicho espacio de sociabilidad tenía la posibilidad de establecer una red para nutrir su pensamiento, intercambiar experiencias y obtener contactos que podían apoyarlo económicamente para desarrollas sus ideas.

En cuanto al invento se tra taba de un sistema de escritura automático que presagiaba a los actuales programas de cómputo, más o menos fallidos, de reconocimiento de voz. Lo denominó “Metrófono”. El propósito del artefacto era que mediante las vibraciones de la voz se escribieran las palabras utilizando de manera combinada el fonógrafo de Edison y la máquina de escribir de Remington, teniendo a la electricidad como medio de transmisión y potencia mecánica para presionar las teclas. Según la explicación que apareció en las Memorias de la Sociedad Alzate:

Con el fonógrafo ten d rem os el m edio fónico de prueba para la palabra hablada.¿Cuál será el m ed io gráfico de prueba para lograr la justa equivalencia de nuestro

lenguaje articulado con nuestro lenguaje escrito? El Sr. Mallén allana esta

dificultad y de una m anera ya por todos tam bién conocida. Con la m áquina de

escribir. Esto ev idencia la utilidad del M etrófono del Sr. Mallén. Aquí el genio al ingenio unido, hace del fonógrafo y de la m áquina de escribir, un sim ple

im plem ento y útil a la vez. Une con eléctrica conexión am bos instrum entos; al

hablar en el receptor del fonógrafo, la palabra hablada, hace de p otenc ia m ecánica

escribiente; labra su huella sobre la hoja de papel de estaño del fonógrafo;

inm ediatam ente s igue en virtud de la conexión eléctrica, actuando com o potencia

m otora sobre el teclado de la m áquina de escribir; y así, el son ido articulado, se

hará gráfico, quedará escrito en la hoja de papel de la máquina, hallándose de este m odo la justa equivalencia de la palabra escrita con la palabra hablada.42

Ahora bien, de acuerdo con el ingeniero Mallén el problema a resolver no era de orden mecánico sino lingüístico. Era preciso reform ar la escritura del idioma para adaptarlo a la máquina, pues muchos de los sonidos no correspondían con las letras. Al respecto, mencionaba que el idioma no debía “tener palabras que no pueda escribir el fonógrafo im presor”. Curiosa manera de actuar científicamente. Para ello escribió un tratado que tituló “Ensayo sobre la Reforma Metrofónica del idioma castellano” donde se propuso simplificar la lengua de Cervantes suprimiendo algunas letras que no correspondían a los sonidos, incluyendo otras y desterrando definitivamente el acento escrito porque solamente estorbaba. Así, por ejemplo, en su nuevo sistema la palabra “construcción” debía escribirse “konstruksion” o el término “lógica” acababa siendo “lojika”. Todo ello

40 Mallén, Rafael. "Ensayo sobre la Reforma Metrofónica del idioma castellano”, Memorias de la Sociedad Científica "Antonio Alzate", Tomo VIII, México, Imprenta del Gobierno Central, 1894, p. 295.41 Ibid., p. 289.42 Ibid., p. 275.

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para que su aparato pudiera reconocer los sonidos y escribirlos sin problemas. Frente a esta extravagancia preferimos colocar una imagen que ejemplifica la constitución de dicha escritura y cuyo contenido ataca a la Real Academia Española:

10“ NOTA.— Deploroke la Akademia Española kon su gran­de inersia, presipiie a los pueblos a ke le pierdan el iespeto; pe­ro desearía ke estoe en bes de insultarla, sinplemente desobo- desieran sus leyes i komo berdaderos i^publicanos enplearan kon independeusia la ortokrafia ke mas les kuadre; pues las grandes í-ebolusiones no se deben jamas a los parlamentos, sino a la inisiatíba indibidual y a los partidos que se forman.

Aseptemos, pues, la eEorma kon balor sus berdaderos par* tidarios i usémosla en nuestros eskritos i eyo nos yebara al triun­fo, el kual no íeelama palabras sin echos.

Esto parecería una brom a de mal gusto de no ser porque apareció en las memorias de la Sociedad Alzate. Según su autor era un asunto bastante serio fundado en la ciencia “que todo lo simplifica”. Con la adopción de este sistema, aseveraba, el castellano sería superior al resto de los idiomas por su lógica y sencillez, tendría una mayor potencia y quedaría ajustado para emplearlo en su “fonógrafo im presor”. Estas ideas que parecen estar tiradas de los cabellos, tuvieron eco en algunos miembros de la Sociedad Alzate. Por ejemplo el médico José Martínez Ancira, quien también fue inventor de un aparato bastante extraño para elevar agua por la sola acción de la fuerza centrífuga,43 declaró que “el Metrófono del Sr. Mallén será en el porvenir la impersonal, perpetua autoridad para cambiar, reformar, depurar todo el lenguaje”.44 Si bien la máquina poseía algo de interesante la reforma al idioma castellano era francamente aberrante. El dogmatismo científico de los ingenieros originó que defendieran grandes absurdos como aseverar que el sinónimo era “el vicio de los idiomas, pues no hay lógica en dar varios nombres a un sujeto; y como en la naturaleza todo está definido, de esa falta de lógica resultan vaguedades”. No queremos imaginarnos lo que hubiera dicho un poeta de estos planes de un ingeniero que en función de su obstinación cientificista en vez de humanizar las máquinas pretendió mecanizar el lenguaje.

Más allá de lo anterior, cabe registrar que Rafael Mallén fue uno de los ingenieros más prolíficos en la esfera de la invención patentada junto con José de las Fuentes, Luis G. Careaga y Sáenz, Pedro Castera y Cortés, Federico Varela, Agustín V. Pascal, Guadalupe López de Lara y Genaro Vergara. Todos ellos obtuvieron más de diez patentes durante el régimen de Díaz. Sin embargo, fue Adolfo Martínez Urista su principal exponente.45

43 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 39, Exp. 1612.44 Mallén, Rafael. “Ensayo sobre la Reforma Metrofónica^”, p. 275.45 A pesar de que fue el máximo exponente de los inventores mexicanos durante el porfiriato, no existe ningún trabajo que detalle su biografía, ni siquiera tenemos una semblanza. Durante los últimos años hemos recopilando información sobre su vida que presentaremos en un trabajo posterior. Martínez Urista fue, sin duda, un personaje importante. Si Juan Nepomuceno Adorno fue el inventor más destacado del periodo preporfirista, en la época de Díaz lo fue Adolfo Martínez Urista, aunque es

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El Edison mexicano que patentó durante el porfiriato 105 trabajos. Inventor nacido en la ciudad de México, estudió la carrera de ingeniero agrónomo en la Escuela Nacional de Agricultura y se desenvolvió profesionalmente en múltiples proyectos privados. En 1885, publicó “Ligeras nociones sobre la cría y reproducciones del ganado lanar”. Su prolijidad es destacable porque se manifestó en múltiples campos de invención: de los puentes flotantes a los desincrustantes de calderas; de las herraduras silenciosas a los sistemas de vías férreas; de los relojes a los teodolitos; de los explosivos a los métodos para fabricar mezcal; de las turbinas de viento comprimido a las bacinicas. Muchas de sus invenciones tuvieron por musa a una tal Ofelia. Se las dedicó con los mas variados sobrenombres como ¡Oh felia!, Ofelina, Agavina Ofelia, etcétera. Asimismo demostró su nacionalismo titulando sus inventos con el nombre de héroes nacionales o personajes influyentes de la época. Dice Ramón Sánchez Flores que su vida como inventor posee perfiles legendarios más que históricos y que los empleados de la Oficina de Patentes temían verlo llegar con su avalancha de creaciones.46

Llama la atención que un ingeniero agrónomo —especialidad vilipendiada y rebajada por los egresados de la Escuela Nacional de Ingenieros—, se haya consolidado como el principal exponente de su grupo social y de la invención patentada en el ámbito local. El ingeniero Agustín Aragón, quizás el positivista más recalcitrantes del porfiriato, y el catedrático más protegido por las autoridades de la Escuela Nacional de Ingenieros,47 sostenía que la ingeniería agronómica:

no t iene los caracteres p recisos que tienen las otras ramas de la ingeniería. Los

estu d ios agrícolas no presentan dificultades de carácter especial, son estud ios que

se dom inan con laboriosidad y con la preparación con ven ien te que se adquiere en

la Escuela Nacional Preparatoria. El teatro de esta profesión está en los campos,

en las haciendas, lejos de los grandes centros de población.48

Sin duda, los prejuicios positivistas se caen ante la realidad de los hechos. Así lo indica la multifacética carrera de Adolfo Martínez Urista como inventor. Su laboriosidad, su vinculación con los problemas del campo, le permitió proyectar inventos e incursionar en la esfera de las patentes como ningún otro ingeniero, aunque es preciso mencionar que su labor inventiva muchas veces se situó en el registro de los más innumerables objetos sin proyección práctica. Casi el noventa por ciento de sus patentes no fueron prorrogadas. Este es un dato crucial para futuros estudios centrados en la innovación de las patentes. A partir de 1903 existe la documentación para desarrollar este tipo de investigaciones. Podemos vislumbrar, con bases sólidas, que las patentes prorrogadas

preciso decir que se disputó este lugar con otro gran inventor de la época: Luis Romero Soto, de quien hablaremos más adelante por ser el representante más notable del grupo social relevante de los industriales.46 Sánchez Flores, Ramón. Historia de la tecnología y la invención en México^., pp. 400-401.47 El canónigo Emeterio Valverde Téllez mencionaba que Aragón era “ultra-positivista, profesa con más que religiosa veneración las doctrinas de Augusto Comte y se muestra intransigente, irreconciliable, exaltado contra la Teología y la Metafísica, cuyos defectos, cuya inutilidad, cuya ruina tienen que salir forzosamente en casi todos sus artículos y discursos de escuela”. Valverde Téllez, Emeterio. Crítica filosófica^, p. 306. El ingeniero Aragón también fue fundador y director de la Revista Positiva.48 Aragón, Agustín. “Conferencia sobre las aptitudes^”, p. 33.

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de uno a quince años estaban en la fase de innovación o sus titulares tenían una mayor certeza de que podían explotarse. El ingeniero Martínez Urista, entonces, contó con un gran genio inventivo, aunque regularmente careció de las condiciones materiales para materializarlo. Esta fue una situación del contexto sociotécnico mexicano que, como lo vimos en los capítulos anteriores, impidió que muchas invenciones locales alcanzaran la fase de innovación. Esa fue, también, una contradicción del escenario mexicano que no sólo afectó a los ingenieros sino a todos los individuos que intentaron desarrollar sus inventos. La mentalidad creativa de los mexicanos está fuera de discusión, pero las condiciones sociotécnicas para materializarla eran sumam ente complicadas. La forma como se industrializó el país durante el régimen de Díaz ocasionó esta brecha entre lo deseable y lo posible, entre la imaginación y la realización, entre lo que se quería y lo que podía hacerse, en fin, entre la realidad y la utopía.

9.2. Los campos de invención de los industriales

Como sabemos la gestación de los industriales como un grupo socioprofesional fue un fenómeno de la época porfirista. Aparecieron en este momento de la historia mexicana debido a la paulatina desintegración del artesanado urbano. Igualmente, sabemos que fueron una pieza importante de la clase media de la sociedad porfiriana. No eran los grandes empresarios industriales, sino actores urbanos con recursos económicos más bien limitados. De hecho, su presencia como grupo social relevante en la esfera de las patentes es estadísticamente significativa hasta 1903, cuando los costos de las mismas disminuyeron drásticamente. Durante los trece años que se mantuvo vigente la ley de 1890, incluso llegaron a expresar públicamente su desacuerdo por los elevados costos de las patentes. En el periódico El Consultor, los pequeños industriales de la ciudad de México publicaron una carta dirigida al presidente Díaz donde mencionaban:

La p eq u eñ a industria, en cuyo sen o se abrigan individuos de gran ta lento y

deprim ida situación económ ica, sintió el im pulso en las postr im erías del siglo XIX

[_ ] para preparar al m exicano al advenim iento de una era de lucha en el terreno

de los conocim ientos hum anos [_ ] Sin em bargo, es de llamar la atención sobre el

hecho de que la m ayor parte de los industriales que inventan algo, están

im posibilitados para obtener la patente de su invención; bien por carencia de

recursos, o bien por la falta de conocim ientos sobre los trám ites que lleven a la

obtención de ella. Atentas tales consideraciones, y com prendiendo que es el

m om en to de lanzar al terreno de la iniciativa algo en provecho para los p eq u eñ os

industriales, l lam am os la atención del prim er Magistrado de la Nación sobre las

ventajas que reportará la clase industrial en pequeño, tan luego com o se le

concedan franquicias en la m anera de conseguir los aseguram ientos de una

invención [_ ] Para esto pudiérase conceder lo que a los pobres de so lem nidad

corresponde: es decir, ex tender sin gastos, patentes de invención a los que

carezcan de recursos”.49

49 El Consultor, 1 de diciembre de 1900, pp. 1-2.

350

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Así, los industriales eran actores sociales con recursos limitados que se introdujeron en las patentes cuando el sistema se “democratizó” con la disminución de los derechos fiscales. Asimismo, junto a esa reforma institucional, en los capítulos anteriores vimos las distintas transformaciones del contexto sociotécnico porfirista que les permitieron incursionar regularmente en la arena de las patentes. Mientras tanto, en términos de su distribución espacial, los industriales que se adentraron en las patentes también se reunieron en la ciudad de México. Como se puede ver en el anexo 13, prácticamente el cincuenta por ciento habitó la capital, aunque también se ubicaron en una magnitud significativa en los estados de Jalisco, Puebla, Guanajuato y Nuevo León, entidades con un nivel considerable de industrialización. En realidad, fueron un grupo urbano per se. Surgieron como derivación del antiguo artesanado urbano y las pequeñas fábricas que establecieron estaban enfocadas a cubrir las necesidades de los habitantes citadinos o los servicios de las crecientes ciudades porfirianas.

Como se desprende del análisis de las patentes, los industriales fueron productores de artículos u objetos que elaboraban con técnicas relativamente sofisticadas y artefactos automáticos. Eran propietarios de sus medios de producción y contaban con el auxilio de un número variable de empleados asalariados. Entre los inventores que declararon ser industriales había dueños de fábricas de papel, cartón, loza, vidrio, almidón, velas, grasas, cal, fósforos y pianos. También tenemos registro del industrial M. L. Rodríguez propietario de la fábrica de tabacos El Gran Tono —nada que ver con El Buen Tono del empresario francés Ernesto Pugibet, que fue la compañía cigarrera más poderosa en la época de Díaz y la más constante en el terreno de las patentes—, así como la fábrica de colchones La Aurora de Rómulo Silva y el establecimiento La Luna de Carlos Montaño para producir quesos.50 Esto nos ofrece una imagen del industrial porfiriano como un personaje de clase media, propietario de pequeñas fábricas urbanas de manufacturas, y portador de un espíritu ciertamente em prendedor e industrioso.

Este ánimo em prendedor de los industriales se manifestó en tres campos de invención donde convergieron sus expectativas e intereses tecnológicos. El primero de ellos fue el de la “agricultura y alimentación”. Si bien puede resultar extraño que siendo actores urbanos hayan incursionado en un campo de invención de naturaleza “rural”, lo cierto es que en esta categoría más bien quedaron registrados los inventos relacionados con el procesamiento de alimentos demandados en las ciudades. De hecho, como se puede distinguir en la gráfica 12, m uestran un alto porcentaje de patentes en la subclase que se denominó “panadería y pastelería”. Tal denominación también es bastante ambigua en función de su contenido, pues ahí se colocaron las invenciones para tra ta r el maíz y fabricar tortillas. Esto último fue el principal objeto de patentación de los industriales. En efecto, este grupo social se preocupó como ningún otro en la invención y desarrollo de máquinas tortilladoras. Podemos aseverar que esa fue su materia de invención. Ahí se reflejaron fielmente sus visiones e intereses tecnológicos. Idearon varios artefactos para producir el artículo comestible más demandado por las capas medias y populares

50 Las patentes de los tres últimos inventores se pueden consultar en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 140, Exp. 8; Leg. 154, Exp. 91 y Dublán y Lozano. Legisiación Mexicana, Tomo XXXV, p. 705.

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del sociedad mexicana. Además, complementaron este interés por la fabricación de las tortillas con la invención de diversos molinos para tritu rar el nixtamal.

GRAFICA 12CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INDUSTRIALES:

AGRICULTURA Y ALIMENTACIÓN

A-5 A-5 A-5 A-5 A-5 A-4 A-4 A-3 A-3 A-1 A-9 A-6

Subclase Descripción Patentes

A-5 Panadería, pastelería 42

A-4 Molinería 17

A-3 Explotación, horticultura, ingeniería rural 12

A-1 Máquinas agrícolas 9

A-9 Lechería 5

A-6 Insecticidas y trampas para animales nocivos 2

Total: 87 patentes

La producción mecanizada de las tortillas fue un asunto tecnológico que se vislumbró desde la prim era mitad del siglo XIX, pero su apogeo se presentó durante el porfiriato debido al crecimiento demográfico y al desarrollo de los centros urbanos. Más tarde, en la época posrevolucionaria, paulatinamente se extendió a las zonas rurales del país, pero antes de que eso aconteciera fue una manifestación más de la cultura urbana que pretendía alcanzar, en todos los ramos, la m odernidad vinculada a las máquinas. En el porfiriato los industriales que patentaron un mayor número de máquinas tortilladoras fueron Ramón Benítez,51 Alberto Altamirano González, José Dolores Vergara, Mariano González y especialmente Luis Romero Soto, quien registró más de diez invenciones.

5i Ramón Benítez patentó el mecanismo más sencillo y exitoso de todo el porfiriato para la elaboración de tortillas: una máquina que “por medio de la presión ejercida por una prensa que comprime entre dos lienzos la cantidad de masa destinada para hacer una tortilla”. Dicha máquina de hierro fundido estaba formada por dos platillos, uno fijo donde se colocaba una bola de masa y otro móvil que prensaba la esfera con un simple movimiento de palanca. Con ella se conseguían tortillas claramente redondas y de un grosor adecuado para su cocción posterior en un comal externo. Debido a su rapidez y bajo costo se convirtió en un accesorio doméstico muy valorado por las amas de casa y las tortilleras que comenzaron a rebosar en los principales centros urbanos de país. Su relevancia fue tal que se sigue usando hoy en día con muy ligeras modificaciones. La patente se puede consultar en: AGN, Leg. 150, Exp. 17 y 22.

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Este personaje nació con el porfiriato el 23 de septiembre de 1876 en San Juan del Río, Querétaro y murió 87 años después, el 5 de abril de 1964, en la capital de la República. Creció en el seno de una familia modesta de clase media. Su padre era empleado de la oficina postal y juntos emigraron a la ciudad de México en 1887. En la capital, Romero Soto estudió la carrera de ingeniero-arquitecto en la Escuela Nacional de Bellas Artes, pero no tenemos noticias de que se haya titulado. Más que un profesionista liberal se definía a sí mismo como un industrial. Entre otras actividades productivas se dedicó a la herrería, la mecánica, la arquitectura, la ingeniería hidráulica y, en los últimos años de su vida, a trasm itir por medio de la educación el acervo de conocimientos que había acumulado durante años de experiencia. Sin embargo, la mayor parte de su existencia la dedicó a levantar un complejo tecnológico para desarrollar la industria nacional del maíz. Como cualquier constructor de un sistema tecnológico, buscó controlar todos los aspectos que pudieran limitar su libertad de acción. Por ello, además de las máquinas tortilladoras, inventó molinos de nixtamal, máquinas para amasar, hornos de cocción, comales giratorios, estufas de gas, procedimientos para producir fécula de maíz, filtros de agua para higienizar la fabricación de las tortillas, así como una enorme diversidad de inventos secundarios para mecanizar la producción de tostadas, gorditas, charritos, frituras, quesadillas y empanadas.

Todas las invenciones de Romero Soto estaban dominadas por una preocupación que estimuló su fortaleza intelectual: redimir al pueblo mexicano del metate y el comal. En efecto, Romero Soto expresó en múltiples ocasiones que su máquina tortilladora era el agente para liberar al “pueblo mexicano de la esclavitud del metate; el pueblo siente ya el peso de esa cadena y bendecirá al que, en ciudad o pueblo, lo liberte de ese yugo que lo oprime, pues bien comprende nuestro pueblo, que su objeto no fue nacer para el metate y morir en el metate; quiere mayores horizontes donde aprovechar mejor sus energías de una manera más productiva para la patria, para su familia y para sí”.52 Estos anhelos redentores resultan interesantes como una m uestra del simbolismo que se configuró alrededor de la tecnología durante el siglo XIX. Fue en esa época cuando se consolidó una noción determinista que invistió a la tecnología con una multitud de propiedades y potencias metafísicas, haciéndola emerger como el agente propiciatorio del cambio social. De ahí el espejismo de que la tecnología es el m otor de la historia.53

Sin embargo, detrás de esta imagen determinista de la tecnología, había un cúmulo de factores sociotécnicos actuando en la configuración de las invenciones mexicanas. La actividad inventiva de Romero Soto se desarrolló en una realidad social y material que permitió ciertas experiencias e impidió otras. Sus proyectos estuvieron marcados por las condiciones del contexto porfirista. En ese sentido, la construcción de las primeras máquinas tortilladoras se presentó en un ambiente propicio para la invención técnica, pero muy poco adecuado para la innovación. Los inventores mexicanos tuvieron que construir sus propias estructuras tecnológicas e industriales para llevar a la fase de la

52 Rodríguez Arce, Everardo y Luis Romero Soto. Catálogo Ilustrado. Compañía de ¡as Máquinas Tortilladoras, S. A., México, 1904, p. 2.53 Marx, Leo, "La idea de la 'tecnología' y el pesimismo postmoderno”, en Smith, Merritt Roe y Leo Marx (eds.) Historia y determinismo tecnológico, Madrid, Alianza, 1996, p. 265.

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innovación sus creaciones técnicas. Las autoridades y empresarios porfiristas estaban más interesados en introducir la tecnología del exterior que en generar una estructura industrial realmente autóctona, cimentada en los aparatos generados localmente.

Bajo esta óptica fueron muy pocos los inventores mexicanos que pudieron construir el complejo que se requería para desarrollar sus ideas técnicas. Romero Soto fue un caso excepcional. Tejió una im portante red integrada por empresarios, ingenieros, amigos y familiares vinculados con su labor inventiva. Entre otros personajes, participaron en sus proyectos el periodista Rafael Reyes Spíndola, el capitalista estadounidense Víctor Braschi, el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, sus amigos y compañeros de escuela Everardo y Luis Rodríguez Arce, así como a sus hermanos Bernardo, Rafael y Manuel. Con su apoyo logró vencer los obstáculos del contexto sociotécnico porfirista, creando varias compañías para explotar sus invenciones. El esfuerzo y las experiencias de este inventor son la evidencia más notable del carácter de los industriales, un grupo social que realmente buscó organizar una industria netamente nacional por medio de todos los campos de invención que fomentaron.

El segundo campo de invención de los industriales fue el de las “artes químicas”. Como sabemos, los industriales tenían conocimientos científicos relativamente sólidos, pues generalmente cursaron la educación preparatoria, estudiaron en las escuelas de artes y oficios o acudieron parcialmente a diversas carreras profesionales. En estos espacios la química fue un conocimiento crucial. Por ejemplo, las autoridades educativas decían que no era “posible poner en tela de juicio, si la Química debe formar parte del bagaje preparatorio general [pues] la mitad a lo menos de los fenómenos que pasan a nuestra vista y que más de cerca nos tocan, tienen como única o como principal explicación las leyes de la Química”. Asimismo, mencionaban que “no solamente en las mil industrias que tiene que ejercer el hombre, sino hasta en los accidentes más vulgares de la vida doméstica, tiene aplicación fructosa y pueden prestar inmensos servicios estos y otros conocimientos químicos”.54

Mientras tanto, en las escuelas de artes y oficios se incluyeron las materias de química general y química aplicada a las artes, con laboratorios muy adecuados y precisos para llevar a cabo las prácticas necesarias.55 En estos espacios educativos los industriales pudieron adentrarse en el estudio de la química y conocer las principales reacciones de este mundo científico. Con ello las autoridades prepararon el terreno para que una porción im portante de la sociedad pudiera incursionar en la “ingeniería química” y los industriales acogieron gustosamente esta intención, cubriendo el vacío dejado por los ingenieros que no retom aron dicha especialidad como se debía o como se esperaba de ellos. Entre los industriales estaban contemplados los cereros, cerveceros, cigarreros, fosforeros, veleros, fundidores, jaboneros, vidrieros, molineros, etcétera. Actividades que estaban sumam ente vinculadas a las llamadas artes químicas. Sin embargo, como se puede apreciar en la gráfica 13, la materia que más motivó el quehacer inventivo de los industriales fue lo concerniente a las bebidas alcohólicas.

54 Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México^, pp. CCXX-CCXXI.55 Bazant, Mílada. Historia de la educación durante el porfiriato^, p. 125.

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A diferencia de los ingenieros, quienes se concentraron en los procedimientos para la extracción y el procesamiento del caucho del guayule, los industriales se enfocaron en una de las ramas prototípicas del consumo nacional: la preparación y conservación del pulque. Ese fue el objeto preferido por los industriales dentro del campo de invención de las artes químicas. Inventores como Fernando Herrera, Albino Castañón, José María Montes de Oca, Gonzalo Garza González, Jacobo Castro, Rómulo Silva y Juan Begovich básicamente patentaron procedimientos para evitar la fermentación del pulque o para optimizar su producción, aunque también incursionaron de manera notable en otras bebidas alcohólicas de origen nacional como el tequila y el mezcal.

GRÁFICA 13CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INDUSTRIALES:

ARTES QUÍMICAS

N-8 N-8 N-4 N-1 N-9 N-5 N-2 N-11 N-3 N-7 N-6 N-10

Subclase Descripción Patentes

N-8 Vino, alcohol, éter, vinagre 14

N-4 Grasas, jabones, bujías perfumes 10

N-1 Productos, máquinas y aparatos químicos 7

N-9 Substancias orgánicas, alimentación y otras, y su conservación 6

N-5 Esencias, resinas, cera, caucho 5

N-2 Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 4

N-11 Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 4

N-3 Pólvoras, materias explosivas, pirotecnia 3

N-7 Bebidas 2

N-6 Azúcar 1

N-10 Cueros y pellejos, cola, gelatina 1

Total: 57 patentes

Llama la atención que los industriales no ostenten ninguna patente relacionada con la fabricación de la cerveza a pesar de que existía una buena cantidad de productores. De hecho, en general las patentes mexicanas para esa bebida alcohólica fueron raras. Esto quizás se debe a que no encontraron los incentivos suficientes para competir contra las grandes compañías como la Cervecera de Chihuahua, la Cervecera Toluca y México, la Cervecería Cuauhtémoc, la Cervecería Moctezuma y la Cervecería Sonora. También es posible que los pequeños industriales decidieran m antener en secreto sus fórmulas

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para m antener un dominio temporal más amplio que el concedido por las patentes. El hecho es que, en la competencia que se generó entre la cerveza y el pulque durante la época porfirista, al menos para los inventores mexicanos el pulque resultó claramente triunfador. Dicha competencia no sólo giró alrededor de su sabor, sino en cuanto a sus propiedades medicinales. Centrándonos en el caso de la bebida nacional, a lo largo de todo el siglo XIX se conformó una “farmacopea campesina” llena de remedios caseros atribuidos al pulque. Se indicaba que servía para resolver tumores y curar blenorreas, que era una buena medicina para las gonorreas, que las fricciones de pulque mezclado con espinosilla funcionaban para curar las calenturas intermitentes, que purificaba la sangre, templaba el hígado, limpiaba el baso, bajaba las hinchazones, hacía arrojar por la orina las materias dañinas de la vejiga, disolvía los cálculos, estimulaba el hambre, remediaba los problemas de insomnio, mejoraba el color de la tez, aum entaba la leche de las mujeres nodrizas y consumido caliente era un excelente purgante. Asimismo, se pensaba que untado en las sienes era un remedio eficaz para acabar con las jaquecas y los residuos en las vasijas servían para quitar las pecas, barros y verrugas de la cara. En fin, Manuel Payno mencionaba que “a ser ciertas todas estas maravillas, el pulque podría ser considerado como una panacea universal”. Aunque si bien reconocía que el pueblo había exagerado sus virtudes, también señalaba que “facultativos de merecida reputación, dan preferencia al pulque, respecto de la cerveza y vinos de pasto, para la curación de ciertas enfermedades”.56

Los industriales, mientras tanto, también le dieron preferencia al pulque como objeto de invención, aunque en ese caso quizás lo que más los motivó fue su reputación como agente regenerador no sólo de la sed sino de las fuerzas musculares “de los obreros de cualquier industria, siempre y cuando de use con moderación". Al respecto, la sabiduría popular y las “doctrinas fisiológicas” demostraban que:

El ejercicio de cualquier industria mecánica, carpintería, zapatería, herrería,

maquinaria, etc., hace producir m ucho trabajo muscular, é s te se transforma, com o

se sabe, en calor, y e s te calor perdido debilita las fuerzas musculares; esto es m uy

notable en las clases pobres que no pueden hacer uso de una buena alimentación,

y se privan de la carne, tom ando tortillas, frijoles, garbanzos, chiles, etc., a lim entos

que no son su sceptib les de restaurar las fuerzas que e stos obreros necesitan en el ejercicio de su profesión [y] que el pulque da con b u en os resu ltados.57

Por último, después del campo de las artes químicas, donde los industriales cultivaron especialmente los inventos de ese fortificante natural, el tercer campo de invención de este grupo social relevante fue el de las “artes textiles”.58 Más allá de las fibras blandas

56 Payno, Manuel. Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos, México, Imprenta de A. Boix a cargo de Miguel Zornoza, 1864, p. 61. También aparecen varios remedios milagrosos del pulque en: Segura, José C. El Maguey. Memoria sobre el cultivo y beneficio de sus productos, México, Imprenta particular de la Sociedad Agrícola Mexicana, 1901, pp. 296-298.57 Lobato, José G. Estudio químico-industrial de los varios productos del maguey mexicano y análisis químico del aguamiel y el pulque, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1884, pp. 133-134.58 Puede resultar extraño que los industriales no aparezcan en la clase denominada como “artes industriales”. Esto se debe a que ahí la Secretaria de Fomento no agrupó inventos propiamente industriales. En realidad sería más adecuado definirla como “bellas artes”, pues incluía procedimientos,

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en este espacio los industriales se concentraron en la invención de maquinaria para la extracción de fibras duras. De hecho, ese tipo de inventos fue la segunda subclase más cultivada por los industriales, sólo detrás de los artefactos para fabricar tortillas, como se puede apreciar en la gráfica 14. Cabe señalar que cuando hablamos de fibras duras nos referimos particularmente al raspado del henequén.

GRÁFICA 14 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS INDUSTRIALES:

ARTES TEXTILES

D-7 D-7 D-2 D-8 D-3

Subclase Descripción Patentes

D-7 Máquinas para extraer fibras 18

D-2 Teñido, preparación e impresión 4

D-8 Procedimiento para extraer fibras 4

D-3 Tejido 3

Total: 29 patentes

Desde la década de 1870 el henequén se consolidó en el prim er ramo de exportación agrícola por encima de productos como las maderas finas, el palo de tiente, el café, la vainilla y el tabaco. Para que esto aconteciera fue sumam ente importante la invención de la llamada Rueda Solís del artesano yucateco José Estaban Solís, patentada el 13 de enero de 1867. Gracias a este invento se pudieron desfibrar las pencas del henequén a velocidades industriales: aproximadamente mil pencas por hora. La historia de esta patente es sumam ente interesante, pues estuvo envuelta en un largo litigio promovido por otro personaje yucateco: Manuel Cecilio Villamor, quien alegaba la usurpación de sus ideas y un premio por ser el prim er inventor. Al comenzar el porfiriato dicho juicio alcanzó un nivel apoteótico en la sociedad meridense cuando se conoció la sentencia final en contra de Solís. El 16 de agosto de 1876, el Tribunal Superior de Justicia dictó un fallo que obligaba “a D. José Esteban Solís a pagar a la representación de D. Manuel Cecilio Villamor por vía de perjuicios que le ha ocasionado en el goce de su invención en diez años que disfrutó su privilegio, la suma de cuatro mil pesos y al pago de los gastos y costas de este juicio en la presente instancia”.59

instrumentos y artefactos relacionados con la pintura, el dibujo, el grabado, la escultura, la litografía, la tipografía, la fotografía, la música, la joyería, la platería, el chapeado y la galvanoplastia.59 Informe en estrados del Lic. Manuel Villamor en la última instancia del juicio que por la usurpación de la invención de la máquina de raspar henequén _ , Mérida, 1876, p. 19.

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Frente a esta sentencia condenatoria, considerada injusta porque atentaban en contra de lo que “saben todas las personas honradas de nuestra ilustrada sociedad”, el pueblo de Mérida respondió por el inventor Solís. En el número 12 del periódico local El Eco del Comercio, apareció una nota con el título “Recompensa al Mérito”, donde además de contener un expresivo discurso a favor de Estaban Solís, se incluyó la nómina de los señores que contribuyeron para redimir la multa impuesta al verdadero inventor de la máquina para raspar henequén. Ante esa manifestación, el abogado Rodulfo G. Cantón mencionó que: “el Sr. Solís recibe plena satisfacción con este hecho bien significativo. ¡Honor a los que abrigan tan elevados sentimientos de generosidad, justicia y gratitud! ¡Honor a Yucatán que cuenta con hijos cuyos hechos tanto enaltecen su nombre!”.60 La disputa concluyó con el triunfo judicial de Villamor, pero con la aclamación popular de Solís como el auténtico creador del aparato que hizo posible explotar industrialmente el llamado “oro vede” de Yucatán. Asimismo, la disputa terminó cuando estaba a punto de expirar la vigencia de la patente original. Por ello, Solís decidió redimir sus nombre, dejar evidencia de su genio inventivo y agradecer las muestras de cariño, solicitando otra patente por mejoras hechas a la rueda Solís que daban las siguientes ventajas:

I. Raspar con los m ism os trabajadores y en el m ism o tiem po que h oy se em p lea en

la antigua máquina, un núm ero casi doble de pencas que hoy se raspan, con

m ucha m en os fuerza o potencia de la que hoy se necesita, pues con la que ahora

sirve para m over dos ruedas o m áquinas antiguas, se p u ed en m over tres de las perfeccionadas. II. Que el h en eq u én sale m ucho más limpio, m ejor raspado, blanco

y suave que el que actualm ente se exporta. III. Que sólo se p ierden las fibras m uy

p eq u eñ as del henequén , de m anera que aum enta en un 15 ó 20 por ciento el

producto del hen eq u én que se raspa; y IV. Que está to ta lm ente evitado el peligro

que am enaza con stan tem en te a los trabajadores, com o ha sucedido con tantos

desgraciados que han perdido la ex istencia o han quedado inútiles por descu ido o

imprudencia, en la repetida m áquina antigua.61

De esta forma, el porfiriato también se inauguró con una patente de este importante inventor mexicano. Sin embargo, la creciente demanda internacional de las fibras del henequén ocasionó que, a pesar de las mejoras introducidas por su autor, la ruda Solís fuera insuficiente para satisfacer el mercado. Por esta situación, en el decenio de 1880 surgió una nueva etapa de apogeo inventivo. Diversos personajes locales y extranjeros emprendieron la tarea de concebir un artefacto más eficiente. A partir de entonces, los industriales encontraron en este ramo un espacio atractivo para realizar sus inventos. Además, debemos considerar que por toda la península de Yucatán se crearon talleres mecánicos para construir máquinas desfibradoras, arreglar las averías de sus piezas y desarrollar las nuevas invenciones. En los últimos años del porfiriato las condiciones materiales para incursionar en este terreno mejoraron sustancialmente y no faltaron los incentivos oficiales. Por ejemplo, en 1884 el gobierno estatal ofreció un premio de veinte mil pesos a quien en el término de tres años presentara un aparato automático que no ocupara operarios hábiles y prácticos, que evitara totalmente los accidentes de

60 Cantón, Rodulfo G. Memoria de la Segunda Exposición de Yucatán^, p. 18.61 AGN, Patentes y Marcas, Caja 12, Exp. 787.

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los trabajadores, que requiriera una m enor fuerza de impulsión y que incrementara la producción del filamento. Con el aliciente extra de que la concesión del premio era sin perjuicio del derecho de propiedad y de la patente que el inventor merezca conforme a la ley.62 Un estímulo realmente excepcional, pues es el único del que tenemos noticia durante el porfiriato, lo cual dem uestra el marcado interés del régimen de Díaz en la explotación de este recurso natural.

Así, gracias a la construcción de un ambiente sociotécnico más adecuado y motivante, desde la década de 1880 algunos industriales como José F. Farías, Tereso Moreno, José María Montes de Oca y los hermanos Isidro y Timoteo Villamor (hijos del contencioso inventor Manuel Cecilio Villamor), incursionaron en la invención de procedimientos y maquinaria para desfibrar el henequén. Las creaciones de los Villamor fueron las más competitivas en el mercado frente a la llamada Vencedora del español Manuel Prieto, que se convirtió en la preferida de los hacendados por sus condiciones de capacidad y solidez, pues raspaba hasta veinte mil pencas por hora y sus piezas resistían bastante tiempo sin averías. Para 1910 las grandes haciendas henequeneras de Yucatán habían abandonado la Rueda Solís y preferentemente empleaban la Vencedora y la Estrella de Manuel Prieto, así como las máquinas de Timoteo Villamor, José Torroella y otras de m enor importancia construidas en el extranjero.

En este campo de las fibras duras también sobresalió la estirpe de inventores Serrano Ortiz. Encabezados por el patriarca de la familia, Hesiquio Serrano, sus hijos Francisco, Fortino y Juan Manuel Serrano Ortiz incursionaron en el desarrollo de máquinas para raspar la raíz del Zacatón y su procesamiento posterior en la fabricación de escobas. De hecho, don Hesiquio Serrano inventó una famosa máquina para fabricar escobas y escobetillas que denominó La Teco.63 En definitiva, los industriales participaron en los campos de invención más asociados a las necesidades y expresiones culturales locales: las máquinas tortilladoras, las desfibradoras de henequén y los molinos de nixtamal. Desde luego, también cultivaron las invenciones para producir o conservar las bebidas nacionales: el pulque, tequila y mezcal. Con excepción del guayule, que se convirtió en otro campo tecnológico de importancia local, los industriales estuvieron vinculados a los rubros más característicos de la tecnología mexicana. Además, como se desprende del discurso de señor Romero Soto, tuvieron un alto sentido del patriotismo y esto se reflejó en los campos inventivos que fomentaron. Buena parte de los avances técnicos e industriales netam ente nacionales se debieron a los industriales.

62 Ancona, Eligio. Colección de leyes, decretos, órdenes y demás disposiciones de tendencia general expedidas por el poder legislativo del estado de Yucatán, T. VI, Mérida, El Eco del Comercio, 1887, p. 470.63 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 121, Exp. 28 y 32. En la época posrevolucionaria esta familia se vio inmiscuida en una trágica historia. En 1921 el hijo mayor de Hesiquio Serrano, Juan Manuel Serrano Ortiz, fue asesinado por su esposa, la tristemente célebre Alicia Olvera. Cfr. Sepeckman, Elisa. “Dos crímenes, dos víctimas: los casos de Alicia Olvera y Nidia Camargo”, en Villadelángel Viñas, Gerardo (Coord.) El libro rojo, continuación, Tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 719-728.

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9.3. Los campos de invención de los mecánicos

Como sabemos los mecánicos fueron el grupo social relevante más cercano a las clases populares. Sin duda, fueron quienes tuvieron las condiciones económicas y materiales más complicadas para patentar sus inventos. Sin embargo, eran personas con saberes técnicos bastante sólidos, pues esencialmente los adquirían mediante una instrucción práctica en las escuelas de artes y oficios o por medio de la experiencia directa en los talleres y fábricas. Asimismo, los mecánicos que aparecen en las patentes eran actores urbanos. De hecho, fueron el segmento social más concentrado en la ciudad de México. El sesenta y cinco por ciento de los inventores habitó la capital de la República, como se puede apreciar en el anexo 16. A prim era vista esa densidad puede resultar extraña si consideramos que los mecánicos se encontraban esparcidos por todo el territorio nacional. El motivo más importante para explicar esta situación es la centralización de las instituciones. Las escuelas nocturnas para obreros y los planteles de artes y oficios tuvieron un mayor impulso en la capital. Además la ubicación de la oficina de patentes en la ciudad de México, ocasionó que los artesanos de provincia tuvieran que efectuar mayores gastos de tiempo y dinero para registrar sus inventos. Tenían las opciones de realizar el trámite personalmente, hacerlo por medio de algún conocido o, en el mejor de los casos, contratar los servicios de un agente especializado en la materia. Todas las opciones representaban gastos que los habitantes de la capital no estaban obligados a realizar y que seguramente muchos mecánicos de provincia no podían solventar.

En el registro de patentes podemos percibir que los comerciantes fueron quienes más recurrieron al servicio de las agencias especializadas en la tramitación de las patentes, aunque muchos mecánicos de provincia también se vieron obligados a emplear dichos establecimientos. Por ejemplo, Teodoro Gutiérrez, Hipólito Flores, Eduardo Castañeda y los hermanos Adriano y Armin Erosa contrataron los servicios de la llamada Agencia Internacional de Patentes; Manuel Pérez y Miguel Vargas Alfaro hicieron lo propio con la Casa de Comisiones de Federico Hinzelmann; Manuel Rodríguez, Norberto Martínez y Reyes B. Ponce se acercaron a la oficina de Control Químico Internacional de México; mientras que Juan Elías Schrader y José María Moreno optaron por la Agencia C. H. M. y Agramonte. Estas agencias supuestamente garantizaban un servicio rápido y barato, así como asesoría para realizar grandes negocios lucrativos con las ideas debidamente protegidas. Una evidencia de esto se puede encontrar en la revista México Industrial, la cual estableció la Agencia General de Patentes y Marcas, cuya publicidad señalaba que “los fabricantes, industriales, agricultores, negociantes, inventores y artistas, tendrán en la oficina una manera fácil, cómoda y expedita de asegurar sus derechos y celebrar grandes negocios”.64

En cuanto a la materia del quehacer inventivo de los mecánicos, su principal campo de invención fue el de las “máquinas”. Los mecánicos estuvieron ligados al crecimiento de la “gran industria porfiriana”, tenían un contacto cotidiano con las herram ientas y los procedimientos técnicos que se hospedaron en el país y desem peñaron un papel muy importante en la adaptación de las máquinas introducidas en las industrias nuevas. La

64 México Industrial, Tomo II, No. 24, 15 de febrero de 1906, p. 16.

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mayoría de sus creaciones fueron mejoras a los artefactos existentes, aunque también trazaron inventos novedosos relacionados con algunas industrias netamente locales. Como se puede ver en la gráfica 15, principalmente desarrollaron motores y artefactos mecánicos, así como calderas de vapor y elementos o piezas para las máquinas en uso.

GRÁFICA 15 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS MECÁNICOS:

MÁQUINAS

E-7 E-7 E-5 E-2 E-3 E-4 E-6 E-1

Subclase Descripción Patentes

E-7 Motores diversos 19

E-5 Máquinas diversas 9

E-2 Calderas y aparatos evaporadores 7

E-3 Elementos 6

E-4 Útiles y máquinas para labrar madera y metales 6

E-6 Maniobra de cargas 2

E-1 Máquinas a vapor 1

Total: 50 patentes

Cabe registrar que en el ámbito de los motores los mecánicos sólo poseen una patente por una máquina de vapor. En cambio, decidieron centrarse en motores que utilizaban otras energías como la eléctrica. En este sentido, Antonio Meyer protegió un complejo aparato que simultáneamente era generador, convertidor y propulsor eléctrico, el cual tituló como “dinamo-motor-convertidor Perfección”,65 mientras que Moisés González Estavillo también registró un complicado artefacto llamado “aparato mecano-eléctrico multiplicador de fuerza”, que supuestamente podía increm entar la energía de manera inconcebible y con “inmensa economía, pues en las múltiples experiencias practicadas he obtenido con una fuerza inicial de dos a cuatro kilogramos, cien a ciento cincuenta kilógramos de fuerza útil, lo que es lo mismo en un aparato de mayores proporciones, obtener con dos o cuatro caballos de fuerza, cien o ciento cincuenta caballos de fuerza útil”. Entre 1880 y 1885 este último personaje obtuvo seis patentes de diez solicitudes que presentó, donde usualmente invocaba sus estudios personales sobre las múltiples aplicaciones de la mecánica y la electricidad, así como al “insuceso [sic] con que hasta

65 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 7, Exp. 53.

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hoy he caminado en mis trabajos de investigación, por falta de elementos para poder llevar a la práctica mis inventos”.66

Por otro lado, los mecánicos también registraron varios motores accionados por peso, aire comprimido, ráfagas de viento e incluso por olas del mar. Asimismo, cabe señalar que algunos miembros de este grupo social relevante incursionaron en los motores de combustión interna que en el último tercio del siglo XIX comenzaron a ser vistos como un portentoso avance de los tiempos modernos. Hipólito Blancas efectuó una reforma “al mecanismo de los motores a explosión aplicados a los automóviles”, mientras que Jerónimo Siller realizó, junto con su hermano José María, varias mejoras a los motores de combustión interna.67 No obstante, debemos señalar que el inventor mexicano más sobresaliente en la esfera de estos motores fue el ingeniero Manuel S. Carmona, quien además de sus máquinas de escribir, obtuvo cinco patentes de invención por motores de explosión interna que fueron reconocidas en Estados Unidos como una importante contribución para increm entar su eficiencia.68

Finalmente, en este campo de invención los mecánicos idearon con relativa frecuencia diversas máquinas hidráulicas. Inventores como Joaquín Pompa, Florestán Leguízamo, Manuel Salinas Pérez, Juan Moncalian, Gustavo Navarro, José María Moreno y Luis de León patentaron una serie de artefactos para extraer líquidos, aparatos para producir el movimiento de las bombas, compresores para aum entar la producción de los pozos artesianos y bombas irrigadoras. Otros mecánicos registraron distintos inventos para m ejorar la producción calórica de las calderas de vapor, así como válvulas, balancines, flechas, chumaceras y demás elementos para el funcionamiento de los artefactos, pero lo hicieron en un número mucho menor al de las máquinas y motores.

En suma, los mecánicos hallaron en el campo de invención de las máquinas un espacio apropiado para desarrollar sus proyectos inventivos. Un factor muy importante para que esto aconteciera fue que los mecánicos participaron activamente en el montaje de máquinas, el mantenimiento de motores y la fabricación de piezas de repuesto para la tecnología industrial que comenzó a inundar el territorio nacional desde el decenio de 1880. De hecho, varios mecánicos comenzaron trabajando en talleres de construcción, compostura e instalación de máquinas, y esas experiencias empíricas les permitieron patentar posteriorm ente sus propias ideas para superar las problemas de adaptación, las deficiencias técnicas y las piezas mecánicas que se desgastaban regularmente. Las

66 AGN, Patentes y Marcas, Caja 27, Exp. 1229.67 La biografía de Jerónimo Siller es excepcional. Nació el 30 de septiembre de 1880 en la hacienda de San Pedro Garza García en el estado de Nuevo León, quedó huérfano a los diez años de edad, estudió por su propia cuenta mecánica y dibujo, comenzó a trabajar en la fundidora La Estrella y, después de algunos años como obrero, instaló en 1904 su propio Taller Mecánico en Monterrey donde fabricaba molinos de nixtamal, maguey y caña de gran calidad. Al finalizar el porfiriato se había hecho de buena reputación como mecánico y fue miembro influyente del Club Popular Obrero que apoyó la candidatura presidencial de Francisco I. Madero. A partir de entonces se inmiscuyó en la política, participó en la revolución mexicana reparando distintos armamentos y después de la Decena Trágica fue deportado a Estados Unidos. Ahí se dedicó a obtener armas para el ejército constitucionalista, regresó a Nuevo León donde tuvo bastante influencia política, ocupando el puesto de gobernador interino de 1825 a 1827.68 “How Two-Cycle Efficiency is Increased”, Automotive Industries, Vol. 20, 1909, p. 654.

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políticas oficiales de modernización industrial impulsaron la actividad inventiva de los mecánicos, aunque esa no fue su finalidad como lo vimos en los capítulos anteriores.

El segundo campo de invención promovido por los mecánicos fue el de la “agricultura y alimentación”. Como ocurrió con los industriales del porfiriato, su quehacer se enfiló principalmente hacia los inventos de carácter urbano como las máquinas tortilladoras y los molinos de nixtamal. Inventores como Francisco García, Simón Escamilla, Armín y Adriano Erosa, Juan M. Jiménez y Heliodoro Azcón, patentaron distintos aparatos de molinería y máquinas para la fabricación de tortillas. Sin embargo, como se puede ver en la gráfica 16, la molinería fue la materia de invención preferida por los mecánicos. Ahí descollaron los hermanos yucatecos Armín y Adriano Erosa, así como el inventor capitalino Francisco García.

GRÁFICA 16 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS MECÁNICOS:

AGRICULTURA Y ALIMENTACIÓN

A-4 A-4 A-5 A-1 A-3

Subclase Descripción Patentes

A-4 Molinería 14

A-5 Panadería, pastelería 7

A-1 Máquinas agrícolas 3

A-3 Explotación, horticultura, ingeniería rural 1

Total: 25 patentes

Los hermanos Erosa eran propietarios de una fábrica de molinos de piedra en Mérida, Yucatán donde construían molinos para chocolate y nixtamal de cualquier capacidad y dimensión, aunque se especializaron en los molinos de uso doméstico para las familias y campamentos. De 1905 a 1911 registraron un molino de nixtamal que denominaron Erosa, obtuvieron tres patentes para perfeccionar la molienda de los granos de maíz y otra más por un procedimiento especial para p reparar harina de nixtamal. Esta última incluso ocasionó bastante expectación en la ciudad de México. En el Diario del Hogar se describió el invento de los hermanos Erosa como “un polvito blanco, muy fino, que dura embotellado hasta seis meses, y mojado se transforma en una masa extrafina,

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con la cual se hacen deliciosas tortillas”. Asimismo, la nota enfatizaba que la harina era baratísima, “muy útil a las familias, y especialmente a las gentes del campo”.69

En este sentido, los mecánicos fueron un grupo social que mostró cierto interés por el desarrollo de inventos para facilitar las faenas rurales. Manuel Pérez y Lamberto Alva registraron tres máquinas segadoras. El primero de ellos trabajó junto al comerciante capitalino Rafael Cortés, mientras que el segundo prestó sus servicios mecánicos en la hacienda La Escalera, ubicada en el municipio Guadalupe Hidalgo del Distrito Federal. Ahí seguramente conoció el funcionamiento de las máquinas segadoras, pues fue una de las primeras haciendas que implementó artefactos para “las operaciones de trillar y aventar la paja del grano”, las cuales eran impulsadas por locomóviles de vapor.70

Fuera del ámbito rural, Lamberto Alva también inventó una interesante máquina para barre r calles adoquinadas y asfaltadas.71 La higiene y la salubridad públicas fueron un aspecto central en la promoción estatal del “progreso mexicano”. Como lo menciona el escritor Mauricio Tenorio, “un México de veras moderno tenía que ser necesariamente un México salubre”.72 La presión de establecer un sistema efectivo de aseo público fue enorme para el régimen de Díaz, pues el rezago local en la materia era evidente frente a la experiencia extranjera. En la mayoría de las exposiciones universales se mostraba el avance científico y tecnológico alcanzado por los europeos y norteamericanos para contrarrestar este problema. Asimismo, en estos eventos comúnmente se organizaban congresos internacionales de higiene donde se establecían los parám etros a seguir. En México, mientras tanto, el estado del aseo público era demasiado precario. Durante los primeros años porfirianos, las ciudades mexicanas carecían de condiciones sanitarias elementales. Los desechos fisiológicos se lanzaban sobre las calles o en “hoyos negros” próximos a los pozos de agua, lo cual originaba filtraciones que esparcían infecciones al agua potable. Había una carencia de drenajes y sistemas adecuados para recolectar la basura. En una descripción de la ciudad de Morelia se exponía que “las calles de esta capital abundan de aguas pestilentes, a cada paso se encuentran en ellas montones de basura y animales m uertos que con su fetidez incomodan a los que transitan por ellas. De tal modo que parece no ha habido en esta ciudad la menor idea de policía”.73

Imágenes como la anterior se repetían en las principales ciudades del país. Los serios problemas de aseo público generaban una idea devastadora del progreso material de la nación. En este contexto, el mecánico Lamberto Alva patentó su novedosa máquina para barre r las calles. El mecanismo estaba ideado para recolectar los desechos que se am ontonaban en la vía pública. La intención de Alva era sustituir los viejos carretones de basura que deambulaban por las ciudades —muchos de los cuales eran tirados por mulas que ofrecían un aspecto desagradable— por una máquina barredora que estaba

69 Diario del Hogar, Tomo 54, No. 208, 14 de mayo de 1909, p. 1. La patente por el procedimiento para obtener la harina de maíz se puede consultar en: AGN, Patentes y Marcas, Leg. 144, Exp. 19.70 Memoria de Fomento, 1865, p. 51.71 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 153, Exp. 3.72 Tenorio, Mauricio. Artilugio de una nación^, p. 199.73 Mendoza, Vandari M. y Karina Vázquez Bernal. Entre oficios y beneficios. Historia de los oficios en Morelia (siglosXVI-XX), Morelia, Conaculta-jitanjáfora Morelia Editorial, 2003, p. 69.

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programada para ser conducida por la mano humana. Con ello su artefacto ofrecía una apariencia de m odernidad incluso en un trabajo tan ruinoso como lo era la recolección de inmundicias. Esta máquina barredora fue proyectada en el contexto de la previsión higienista en México; previsión que se produjo por la presión de las ideas occidentales de civilización y se concentró principalmente en los centros urbanos. Los mecánicos, a pesar de que incursionaron en la invención de artefactos de uso rural, también fueron persuadidos por el ambiente político y cultural de la época que demandaba máquinas y servicios para la sociedad urbana.

Una evidencia de esto también la encontramos en el último campo de invención de los mecánicos: el “alumbrado, calefacción y refrigeración”. En este terreno principalmente patentaron estufas y hornos para facilitar las tareas domésticas, así como ventiladores y lámparas para mejorar la ventilación y la iluminación de las habitaciones. Pero como puede apreciarse en la gráfica 17, tuvieron una particular preferencia por los inventos relacionados con la calefacción, especialmente por los calentadores de agua para baño.

GRÁFICA 17 CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS MECÁNICOS:

ALUMBRADO, CALEFACCIÓN Y REFRIGERACIÓN

O-3 O-3 O-1 O-2 O-4

Subclase Descripción Patentes

O-3 Combustibles y aparatos de calefacción 12

O-1 Lámparas y fósforos 4

O-2 Gas 4

O-4 Refrigeración 1

Total: 21 patentes

José María Moreno, Juan Moncalian, Francisco Restori, Francisco Guerrero y Antonio Becerra Díaz patentaron varios boilers para acondicionar la tem peratura de los baños. Sobre todo para las denominadas casas de baño o balnearios públicos donde la gente podía ducharse, descansar e incluso mitigar sus dolencias físicas gracias a la existencia de distintos establecimientos terapéuticos como los “baños eléctricos”, introducidos al iniciar la década de 1870 por el italiano Sebastián Pane. Más tarde, en 1889, Anastacio Mestas fundó la llamada Institución Médico Eléctrica donde se empleaban los aparatos inventados por el español Ciriaco Garcillan para aplicar corrientes eléctricas estáticas, seco-dinámicas, hidroeléctricas en frío e hidroeléctricas en caliente por un tiempo de

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quince minutos y a un costo de 1.00 a 2.50 pesos.74 El hecho es que las casas de baño tuvieron un apogeo inusitado durante el porfiriato debido a las ideas higienistas de la época y su vinculación con el nivel civilizatorio alcanzado por la sociedad. Al respecto, se mencionaba:

El grado de cultura de un pueblo, se m anifiesta en el núm ero y calidad de sus

estab lec im ientos balnearios; y aunque entre nosotros no es m u y abundante y su

calidad, en general, no pasa de mediana, de poco tiem po a esta parte se ob serva

que las casas de baños que se abren al servicio público, llenan las cond ic iones de limpieza, h ig iene y com odidad que son de desearse y que responden a las

n ecesid ad es de una m etrópoli tan culta com o es ya la nuestra.75

Sin embargo, a pesar de estas ideas, los visitantes de la capital señalaban que el pueblo no se bañaba lo suficiente. Únicamente el día de San Juan Bautista daba optimismo ver deambular por las calles de la capital a tanta gente limpia, bañada y rozagante. Ese día, según la descripción costumbrista de Prantl y Groso, era el único de todo el año en que el pueblo se duchaba. Para celebrar la ocasión los balnearios eran

adornados fastuosam ente , los pasadizos, jardines y corredores están cubiertos de

heno, banderas, coronas y guirnaldas de flores, espejos, jarrones y estatuas, aunque sean de mal pintado yeso; dos o tres m úsicas de cuerda hacen el gasto de

las polkas y los va lses m ás en boga, hay rifas de varios objetos, regalos de jabones

f in os (al m en o s no tan corrientes com o los de diario] de botellitas de A gua de

Florida, y cajitas de polvo de arroz. Todos los balnearios se ven hench idos de

gente de m edio pelo, de im presores, de encuadernadores, de herreros y carpinteros, de costureras, c landestinas y ro tos de vecindad; el m as conocido de

tod os es el Establecim iento de Pane, que m ucho constituye a ser el preferido por

la circunstancia de que los p u estos que se instalan en las calles vecinas, y que

com o todos los de su género, consisten en las barracas donde se ven d en platillos y

anto jos t íp icos y pulque a reventar. Como en todas estas fiestas populares, hay

pleitos y riñas a cada m om ento , em briaguez, escándalo y desenfreno sin lím ite.76

Persuadido por la creciente importancia de las casas de baño, el mecánico José María Moreno resguardó un par de calentadores para el servicio específico de los balnearios, destacando el llamado “Calentador Instantáneo, Económico, Automático Moreno ,77 el cual fue objeto de un litigio judicial. El inventor demandó a José Vizcaya, Agustín Tagle y Enrique Fernández, propietarios de tres balnearios de la capital, por haberse robado su invento introduciendo pequeñas modificaciones para ocultar el plagio. No obstante, después de múltiples evidencias, peritajes y testimonios, la acusación no prosperó por argucias de los abogados defensores.78 Esta derrota judicial, sin embargo, no extinguió el genio inventivo del mecánico Moreno, quien decidió incursionar en la invención de

74 El Tiempo, No. 4768, 13 de agosto de 1899; Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 40.75 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 39.76 Ibid., p. 826.77 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 117, Exp. 2.78 Diario de jurisprudencia del distrito y territorios federales, Tomo XVIII, No. 5, 6 de septiembre de 1909.

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baños domésticos, flotadores electros-automáticos y compresores para increm entar la producción de agua en los pozos artesianos de escaso rendimiento.

En conjunto, José María Moreno obtuvo seis patentes de invención relacionadas con la mecánica hidráulica, convirtiéndose en uno de los actores más prolíficos de su grupo social. Sin embargo, entre los mecánicos el personaje que logró una mayor cantidad de patentes fue el señor Alberto Cardeña. Residente de la ciudad de México, sus inventos se enfocaron especialmente en accesorios de transporte como frenos para detener los caballos desbocados y durmientes para las vías férreas. De hecho, todo lo relacionado con los transportes como neumáticos, amortiguadores, cambia-vías, bicicletas, carros, carruajes, tranvías, aerostatos e incluso una “aéreo-nave helicóptera”, fue materia de invención y perfeccionamiento por parte de los mecánicos. Cardeña también patentó diversos mecanismos para fabricar tabacos y una caldera para parrillas de vapor, pero desgraciadamente no poseemos más datos de su biografía ni de su actividad inventiva.

Después de Cardeña aparecieron los mecánicos Ernesto Fernández y Simón Escamilla con siete patentes respectivamente. Ernesto Fernández fue un “mecánico electricista” egresado de la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Comenzó su carrera como inventor patentando un par de teclados didácticos para facilitar la enseñanza de la escritura en máquinas de escribir, y la culminó creando un conjunto de aparatos donde le daba a la electricidad el uso más humano que pudo imaginarse. Su principal preocupación fue la de construir máquinas para dar toques eléctricos. Esta clase de artefactos comenzaron a usarse desde la prim era mitad del siglo XIX con fines terapéuticos. En México fueron introducidas las famosas cajas dinamo-eléctricas de Davis & Kidder que tuvieron gran éxito mundial. Se promocionaban como un remedio para las personas que padecían de reumatismo, ciática, parálisis, neuralgias, estreñimientos, dispepsia, debilidad genital, dolores de espinazo y otros malestares del sistema nervioso. El funcionamiento de ese aparato era bastante sencillo: la energía eléctrica se generaba al girar un cigüeñal y la corriente fluía a través de un par de conductores metálicos en forma de manubrio, los cuales se colocaban o introducían directamente en las zonas del cuerpo afectadas por la enfermedad, produciendo “efectos muy curativos y regeneradores”.79

Sin embargo, en el escenario nacional esta clase de descargas eléctricas muy pronto se convirtieron en una atracción popular. En las ferias y en las cantinas se utilizaban para dem ostrar la hombría de los concurrentes que cada vez pedían descargas más fuertes. Para satisfacer esta demanda del pueblo, el mecánico Fernández patentó una máquina accionada por una moneda de peso que, entre otras extravagancias, poseía la “enorme ventaja” de proporcionar toques en las cuatro extremidades a través de los manubrios y las placas metálicas para colocar las manos y los píes desnudos.80 Con justa razón los viajeros mencionaban que esa era una de las industrias más extrañas de México.

Mientras tanto, Simón Escamilla fue un inventor bastante conocido en Ciudad Victoria, Tamaulipas, donde inventó distintas máquinas para hacer tortillas, desincrustantes de

79 El Comercio, Vol. LXVI, No. 1, 15 de octubre de 1907, p. 24.80 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 35, Exp. 22.

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calderas, máquinas desfibradoras y un auto-fuete que se colocaba en el guardafangos del coche y por medio de un pedal al alcance del pie del conductor, éste podía accionar el mecanismo con una ligera pisada que inmediatamente azotaba el lomo del caballo o la mula para imprimir mayor velocidad. Por otra parte, su máquina tortilladora era un híbrido que combinaba un pequeño molino de nixtamal y un mecanismo para modelar las tortillas, de forma que quedaran listas para depositarlas sobre el comal. Al parecer este artefacto llegó a la fase de innovación e incluso fue bien recibida en “los hogares como una buena suplente del tradicional m etate”. Escamilla realizó dichas invenciones en su propio taller, donde también llevaba a cabo composturas de teléfonos, telégrafos y máquinas de escribir, así como la instalación de toda clase de maquinaria industrial. En un periódico local se elogiaba su genio creativo y se presentaba como prototipo de lo que podía alcanzar una persona sin más preparación que la experiencia empírica:

T en em os por ejem plo entre los inventores, al Sr. Simón Escamilla cuya m od est ia y

hum ildad no lo han hecho brillar todo lo que debía no sólo en nuestro estado sino

en toda la República. Su m áquina tortilladora, cuyos resultados prácticos son

a ltam ente benéficos para nuestra sociedad, ha sido el producto de una vida de

estu d ioso afán y nos ha ven id o a dem ostrar que el ta lento no só lo lo encontram os

entre los que han quem ado sus pestañas en las aulas hasta asim ilarse las

en señ an zas de los m aestros y de los libros. El Sr. Simón Escamilla es bien

conocido en esta ciudad, no por su fausto o nom bradía política, s ino porque la inteligencia, e sa chispa divina que brilla en su frente inclinada sobre los fierros de

mecánica, ha sabido ser cultivada de una m anera p rovech osa para sus

sem ejantes .81

Ambos mecánicos, Escamilla y Fernández, representan fielmente las dos vertientes de este grupo social: los educados en las escuelas de artes y oficios que tendieron hacia la profesionalización y los instruidos prácticamente en los talleres que tendieron hacia la desaparición. Aunque, más allá de esta diferencia formativa, los mecánicos m ostraron que poseían los conocimientos suficientes para incursionar en la arena de las patentes y fraguar inventos de verdadera utilidad industrial. Fueron, junto con los industriales, el grupo social relevante que tuvo una visión más sólida del desarrollo tecnológico del país. Para ellos la modernización industrial sólo podía alcanzarse mediante la creación de artefactos generados localmente. Por este motivo incursionaron de forma bastante activa en el campo de invención más im portante del porfiriato, donde se presentó un verdadero adelanto tecnológico local: las máquinas relacionadas con el maíz. Tanto los mecánicos como los industriales obtuvieron una gran cantidad de patentes asociadas a los molinos de nixtamal y la fabricación de tortillas. De este modo, la idea positivista expuesta por el ingeniero Manuel S. Carmona de que las patentes de mínima invención eran propias de los industriales y artesanos, para nada concuerda con la realidad. Más bien, era un simple prejuicio que estos grupos sociales derribaron en los hechos, como paradójicamente les gustaba a los positivistas porfirianos para dem ostrar la realidad.

81 El Estudio. Semanario independiente de artes, literatura, variedades, noticias y anuncio, Año VI, No. 37, 22 de Septiembre de 1907, p. 2.

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9.4. Los campos de invención de los comerciantes

Como lo analizamos en el capítulo anterior, el grupo social de los comerciantes estuvo integrado esencialmente por personas de medianos recursos que poseían un almacén o local establecido. Fueron parte de la clase media urbana que comenzó a consolidarse durante el régimen de Díaz y que sobre todo encontró en la ciudad de México mejores condiciones para incursionar en la arena de las patentes de invención. Por ello, al igual que el resto de lo grupos sociales relevantes, se concentraron en dicha ciudad como se puede apreciar en el anexo 19. Ahí, el entorno de competencia comercial y la continua introducción de nuevos artefactos y productos extranjeros, no sólo industriales sino también para satisfacer los requerimientos de la vida diaria, estimuló a estos actores sociales a patentar sus ideas. Asimismo, eran sujetos que usualmente no contaban con una sólida formación técnica, pero que suplieron esa carencia gracias al desarrollo del contexto sociotécnico porfirista, donde se formaron los medios alternos para obtener saberes técnicos de manera autodidacta y donde se configuró una actitud materialista de atracción por el mundo de la técnica.

En efecto, esas circunstancias permitieron que en los centros urbanos las personas sin una sólida instrucción técnica pudieran consumir los medios alternativos para vencer sus lagunas formativas. Como se mencionó en El Consultor, dentro de la metrópoli y en las capitales de algunos estados como Toluca, Morelia, Chihuahua, Saltillo las personas tenían un acceso más franco a las publicaciones sobre artes e industrias, mientras que en las villas y pequeños centros “los adultos ávidos de conocimientos enciclopédicos e industriales, buscan en otras fuentes de propaganda esos conocimientos, pero siendo esa propaganda cara, luego les es dificultoso adquirirla”. Por ello, los redactores de esa misma publicación propusieron dotar a los municipios de obras para la instrucción de los distintos procedimientos industriales, así como establecer profesores ambulantes que impulsaran en las “poblaciones de mediano censo la práctica industrial, tanto para la producción de los frutos de la tierra, como la de artefactos y elementos viables que por la industria se obtienen”.82 Estas ideas, sin embargo, nunca se materializaron y las personas sin conocimientos técnicos que incursionaron en las patentes fueron agentes urbanos, como se puede corroborar en el caso de los comerciantes.

De este modo, los comerciantes que ingresaron a la esfera de las patentes eran actores urbanos con saberes técnicos autogestivos y claramente persuadidos por el ambiente materialista y competitivo de la época de Díaz. Estos elementos se van a manifestar en los inventos patentados por los integrantes de este grupo social. Así, el prim er campo de invención que cultivaron fue el de las “artes químicas”. Al igual que los ingenieros e industriales encontraron ahí un lugar adecuado para desarrollar sus ideas inventivas, pero los comerciantes se enfocaron en una parcela diferente. Si bien compartieron con los industriales su interés por los procedimientos para conservar y preparar distintas bebidas embriagantes, lo cierto es que principalmente se preocuparon por la creación de jabones, velas y perfumes —como se puede ver en la gráfica 18—, mientras que los ingenieros se concentraron en los procesos químicos para la explotación del guayule.

82 Eguiarte Sacar, Estela. Hacer ciudadanos^, pp. 153-155.

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GRÁFICA 18CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS COMERCIANTES:

ARTES QUÍMICAS

N-4 N-4 N-8 N-8 N-6 N-9 N-2 N-5 N-7 N-l N -ll

Subclase Descripción Patentes

N-4 Grasas, jabones, bujías, perfumes 15

N-8 Vino, alcohol, éter, vinagre 13

N-6 Azúcar 8

N-9 Substancias orgánicas, alimenticias y otras, y su conservación 7

N-2 Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 5

N-5 Esencias, resinas, cera, caucho 5

N-7 Bebidas 4

N-1 Productos, máquinas y aparatos químicos 2

N-11 Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 1

Total: 60 patentes

En efecto, los comerciantes m uestran una constante preocupación por el desarrollo de jabones, cremas y polvos para cuidar e higienizar la piel. Personajes como Luis Manuel Loera, Leopoldo chao y Mariano Salgado inventaron varios jabones de comercio, finos corrientes y líquidos, aunque en esta esfera sobresalieron las cremas, polvos y jabones de leche de burra realizados por Guilebaldo Ochoa Alcaraz. En 1909, dos años después de haber obtenido sus patentes, este inventor decidió pagar una página completa del famoso periódico capitalino El Mundo Ilustrado para promocionar su jabón. En dicho espacio se decía que, “tras de laboriosos estudios químicos, el señor Ochoa Alcaraz ha presentado al público un jabón que tiene por base la leche de burra, y que está dotado de propiedades excepcionales para la conservación de la pureza y frescura del cutis”. La publicidad en seguida manifestaba que de haber existido en el pasado, hubiera sido preferido por la mismísima Cleopatra y por las más grandes bellezas de la antigüedad que acostumbraban bañarse con la leche de acémilas, para concluir advirtiendo que el “señor Ochoa Alcaraz, comprendiendo la importancia de su invento, y temiendo, por lo mismo, que se quisiera aprovechar indebidamente de sus trabajos, pidió y obtuvo una patente de privilegio exclusivo [_] Cuídese de que sea legítima, porque ha sido objeto de falsificaciones groseras.83

83 El Mundo Ilustrado, Tomo I, No. 7, 14 de febrero de 1909, p. 351.

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En este sentido, los comerciantes también m uestran una clara intención de propinarle renom bre a sus artículos con la obtención de patentes. Como sucedió desde el periodo preporfirista, muchas veces solicitaban el registro no sólo para proteger sus artículos de posibles imitaciones sino para darles notoriedad y un toque de prestigio. Acogieron con gusto la disposición de la ley de patentes de 1903 que volvía obligatorio estampar la fecha y número de patente en los objetos amparados o en las cajas y envolturas que los contenían. Más aún, los comerciante emplearon esta información en los anuncios publicitarios, incluso colocando facsimilares de sus títulos de patentes. Así lo realizó el mismo Guilebaldo Ochoa, quien completó su inserción pagada en El Mundo Ilustrado con una copia de la patente firmada por el secretario de Fomento y con una imagen de la etiqueta donde constaba la marca industrial de su jabón de leche de burra.

Respecto a las etiquetas cabe señalar que éstas regularmente imitaban el diseño de las extranjeras para alcanzar un poco de la excesiva reputación que poseían los productos importados. Esta práctica malinchista era tan común entre los comerciantes que en la Exposición Universal de París de 1900, los artículos químicos locales —especialmente los jabones finos, esencias, perfumes, pomadas, aceites y polvos de tocador— tuvieron problemas de valoración porque las etiquetas se parecían demasiado a las francesas. Desde los preparativos para asistir a dicho evento mundial las autoridades porfiristas advirtieron que los expositores nacionales debían modificar las marcas y las etiquetas de sus artículos para evitar dificultades de admisión y peligros en la calificación, pero

si bien las [nuevas] etiquetas consignaron la procedencia m exicana de los

productos, los en vases conservaron en forma, colorido, rótulo, etc., una sem ejanza

tal con las marcas extranjeras que influyó desfavorab lem ente en la apreciación

del Jurado de productos que, en su p ensam iento , consideró, acaso, com o de otro

origen, rehusando otorgar recom pensas, que en otras circunstancias hubieran, sin

duda, pod ido ser m ás num erosas y m ejores.84

Por otra parte, en este campo de invención los comerciantes también desarrollaron un número importante de procedimientos para la elaboración y conservación de bebidas alcohólicas y para la fabricación de velas. En el prim er rubro relucieron Antonio Rojas, Vicente Vitalba, Manuel Elizondo y Rafael Enciso, mientras que en el segundo descolló Melchor Camacho. Desafortunadamente no poseemos muchos datos sobre la biografía de estos personajes, únicamente sabemos que Vicente Vitalba trabajó junto al químico José Donaciano Morales, quien lo auxilió en el desarrollo de su procedimiento para la preparación de extracto de pulque y aguamiel, y que Melchor Camacho fue propietario de una fábrica y expendio de velas de parafina en la ciudad de México. No obstante, en conjunto los datos que poseemos son suficientes para identificar que los comerciantes inventaron productos químicos relativamente sencillos para satisfacer las necesidades de la sociedad urbana. Produjeron artículos de consumo para los estratos medios que aspiraban a la obtención de los productos importados que tenían un enorme prestigio.

84 Mier, Sebastián de. México en la Exposición^, p. 65.

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El segundo campo de invención de este grupo social relevante fue el de “agricultura y alimentación”. Aquí, además de algunos productos comestibles como los sustitutos de mantequilla, pastas y salsas alimenticias que seguramente vendían en sus locales, los comerciantes tuvieron una importante cantidad de patentes relacionadas con el maíz. Como se puede observar en la gráfica 19, las dos subclases donde estaban contenidos los molinos de nixtamal y las máquinas para fabricar tortillas, tuvieron el número más elevado de patentes. Esto se debe al sorprendente crecimiento de la industria urbana de la molinería y la producción mecanizada de las tortillas. En el porfiriato la creación de establecimientos especializados en estas actividades alcanzó un constante aumento debido a la importancia que tenía el maíz en la dieta nacional. Los propietarios de esos espacios realizaron diversas mejoras e invenciones que se unieron a las realizadas por otros grupos sociales relevantes como los mecánicos e industriales.

GRÁFICA 19CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS COMERCIANTES:

AGRICULTURA Y ALIMENTACIÓN

A-4 A-4 A-5 A-3 A-1 A-9

Subclase Descripción Patentes

A-4 Molinería 13

A-5 Panadería, pastelería 10

A-3 Explotación, horticultura, ingeniería rural 4

A-1 Máquinas agrícolas 3

A-9 Lechería 2

Total: 32 patentes

En el ámbito de las máquinas tortilladoras sobresalieron los inventores Jesús Lecuona, José I. Sierra y José María Llamas Noriega. Lecuona fue uno de los primeros inventores mexicanos que patentó un comal giratorio para la cocción de las tortillas. Más tarde, el industrial Luis Romero Soto desarrolló un invento de este tipo más sofisticado, por lo que Lecuona ideó un ingenioso comal múltiple conformado por varias planchas que se movían con una manija para voltear las tortillas y completar la cocción.85 Entre tanto, José I. Sierra consiguió del gobierno de Chihuahua una concesión para establecer en la capital del estado y en la ciudad de Parral dos fábricas de tortillas donde se emplearía la “máquina especial de su invención”. La concesión indicaba que debía instalar ambos locales en un plazo de seis meses e invertir una cantidad no menor de diez mil pesos, a

85 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 150, Exp. 52.

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cambio de liberarse del pago de los impuestos estatales y municipales por un periodo de cinco años.86 No obstante, más allá del relativo éxito que tuvieron los comerciantes con la invención de máquinas tortilladoras, el terreno donde más incursionaron fue el de los molinos de nixtamal.

Como debidamente lo señala el historiador norteamericano Jeffrey M. Pilcher, el furor por la invención de molinos de nixtamal nació junto con el porfiriato.87 Desde 1876 los inventores locales comenzaron a paten tar numerosos ideas para machacar los granos y obtener la preciada masa de maíz. Esta avalancha de patentes muy pronto se reflejó en la fundación de negocios donde se trasladaron esas ideas de los planos a la práctica. En 1900 tan solo en la ciudad de México funcionaban 22 molinos de maíz movidos por motores de vapor, gas y electricidad.88 Esto indica que los molinos tuvieron una rápida y exitosa acogida entre las mujeres de los centros urbanos que deseaban emanciparse del metate para aprovechar su tiempo en otras actividades. En todas las ciudades del país los comerciantes fundaron este tipo de establecimientos y muchos incursionaron en la arena de las patentes registrando invenciones que realizaban en función de sus experiencias y observaciones para mejorar la molienda.

Por ejemplo, el comerciante tapatío Guilebaldo Romero —quien llegó a ser presidente municipal de Guadalajara en la época posrevolucionaria— obtuvo cuatro patentes por inventos y mejoras introducidas en los aparatos moledores que usualmente tituló con el nombre de su estado natal. Pablo González Garza de Torreón, Coahuila obtuvo dos patentes, siendo la más importante una cuchilla que trituraba los granos de maíz a una “distancia de una pulgada o menos del centro de rotación, y dando por lo tanto mayor rendimiento que los molinos utilizados hasta la fecha”.89 Sin embargo, fue en la ciudad de México donde hubo una mayor actividad inventiva. Carlos Dettmer, propietario del molino ubicado en la calle de Chiquihuiteras, consiguió dos patentes para alimentar de nixtamal los molinos y recoger la masa producida después de su acción machacadora. Fortino Aguilar, dueño del molino localizado en la calle de Pajaritos, patentó junto a su hermano Leobardo Aguilar un “molino múltiple de nixtamal” y un artefacto que servía para reciclar la masa que caía a los cilindros al momento de la molienda.90 Finalmente, Miguel Aguilar fue el comerciante que inventó los aparatos y aditamentos moledores más exitosos del porfiriato. Este personaje era propietario de un molino ubicado en la Plazuela de Tepito. Ahí, según su testimonio, notó la dificultad de conseguir una buena molienda en los aparatos existentes debido a que la masa del maíz no salía fácilmente. Por su particular consistencia se adhería en las piezas y el trabajo debía interrumpirse frecuentemente para extraer el producto de la molienda.

Con base en estas observaciones trabajó “con asiduidad para obtener un aparato” que careciera de ese inconveniente y, después de varios experimentos, señalaba que había

86 Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, No. 53, 31 de diciembre de 1904, p. 5.87 Pilcher, Jeffrey M. ¡Vivan los tamales! La comida y la construcción de la identidad mexicana, México, Ediciones de la Reina Roja, 2001, p. 156.88 Prantl, Adolfo y José L. Groso. La ciudad de México^., p. 974.89 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 49, Exp. 19.90 Dublán y Lozano. Legislación Mexicana, Tomo 32, p. 208.

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“ideado y puesto en práctica una modificación en los aparatos referidos, que consiste en una vuelta de hélice o tornillo cónico que agrego al cono de un molino ordinario”.91 Este tornillo, patentado en 1881 y llamado “Propulsor”, tuvo un éxito notable como se desprende del expediente de la concesión donde están las cartas de una gran cantidad de sujetos que pidieron una copia del invento cuando éste pasó al dominio público. Sin embargo, cuando eso sucedió, Miguel Aguilar ya había obtenido dos patentes más por una mejora al molinete y por un molino de nixtamal que denominó “Hércules”. Dichas invenciones las implementó en su negocio de la plazuela de Tepito. Un espacio que era bastante concurrido por las mujeres del barrio y donde desafortunadamente también acontecieron algunos accidentes. Por ejemplo, en 1886 se presentó un penoso evento que fue catalogado como un “horrible accidente” por la prensa capitalina:

a las cuatro y m edia de la m adrugada de ayer, la joven María Dolores Perea, de 14

años de edad, ocurrió al m olino de maíz de la Plazuela de Tepito con objeto de dar

a m oler un poco de nixtamal que llevaba; pero com o los operarios e stu v iesen a

esa hora m u y ocupados, trató de hacer ella p erson a lm en te la operación, a fin de

no sufrir demoras; y al efecto echó el nixtamal en las p iedras trituradoras. Pero al

ir a sacar la m asa ya formada, se acercó dem asiado a la maquinaria y una de las bandas la cogió por el pelo que llevaba suelto, levantándola a gran altura. En ese

m om en to ocurrió el m olen d ero José Sánchez, paró la m áquina y evitó que la joven

Perea fuese triturada, pero ya la banda había arrancado el cuero cabelludo,

d escubriéndole com pletam ente el cráneo. En estado casi agonizante, se le condujo

a la 1§ dem arcación y de allí al Hospital Juárez.92

En este sentido, llama mucho la atención la ausencia de inventos para evitar esta clase de accidentes. Durante todo el porfiriato no encontramos ni una sola patente dedicada a proteger la integridad física de los operarios y clientes que acudían a estos negocios. Es tristem ente sorprendente porque el furor que despertaron los molinos de nixtamal estuvo acompañado de un alarmante nivel de accidentes absurdos, explosiones de gas, incendios originados por las calderas y electrocuciones. Hasta finales del porfiriato es común hallar en los periódicos de la capital notas con todo tipo de accidentes, desde los más imprudentes hasta los más pavorosos donde los cuerpos eran prácticamente destrozados por los poderosos engranajes de los molinos. El principal motivo de estos accidentes era que los propietarios de los molinos, por evitarse el gasto de empleados, hacían que los mismos clientes pusieran el nixtamal en el molino y recogieran la masa. Se ponía a personas totalmente inexpertas en contacto con poleas, bandas, engranajes y cilindros impulsados por una enorme fuerza.

El asunto fue tan grave que cada semana se presentaban uno o dos casos gravísimos. En el decenio de 1890 la prensa capitalina emprendió una tenaz campaña para que el gobierno procurara poner los medios que evitaran las frecuentes desgracias en dichas instalaciones. Con esto se logró que las autoridades del Distrito Federal determinaran que los clientes quedaran apartados de la maquinaria por un m ostrador o una barrera, y que hubiera empleados en los molinos para realizar las maniobras antes delegadas

91 AGN, Patentes y Marcas, Caja 16, Exp. 888.92 El siglo diez y nueve, Tomo 94, No. 14564, 1 de octubre de 1886, p. 3.

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por los molineros a cualquier mujer o niño. Sin embargo, aunque los accidentes de la clientela se redujeron con esta medida, las desgracias entre los operarios continuaron siendo alarmantes sin que los inventores mexicanos, especialmente aquéllos que eran propietarios de esos locales, buscaran una solución técnica para resguardar la vida de sus trabajadores. El uso tradicional de rebosos y zarapes originaba que muchas veces los empleados se vieran atrapados de sus prendas y colgaran literalmente por el aire hasta ser aprisionados por las poderosas muelas de los molinos. En nada exageramos si decimos que trabajar en un molino era jugarse la vida. Todavía en 1901, frente a los accidentes que seguían, en la prensa se advirtió que eran “miles de mujeres y niños los que diariamente concurren a los molinos, y si en ellos se olvidan las prevenciones de la autoridad, pronto al drenaje, a los trenes, coches y carros, andamios de los albañiles, etc., tendrá que agregarse otra causa de gran mortalidad: los molinos de maíz”.93

Finalmente, el tercer campo de invención de los comerciantes fue el que se denominó como “papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización” en la clasificación oficial de las patentes. Aunque la presencia de los comerciantes en este campo puede parecer ajena, lo cierto es que tenía una estrecha relación con sus actividades profesionales, pues en él estaban contemplados los inventos para la publicidad de sus establecimientos o los productos que expendían, así como una serie de objetos de escritorio y papelería para llevar la contabilidad de sus negocios. En efecto, como se puede observar en la gráfica 20, las dos subclases más numerosas de este campo de invención son precisamente las que estaban más asociadas a sus actividades productivas.

GRÁFICA 20CAMPOS DE INVENCIÓN DE LOS COMERCIANTES:

PAPELERÍA, ESCRITORIO, ENSEÑANZA Y VULGARIZACIÓN

R-3 R-3 R-2 R-1

Subclase Descripción Patentes

R-3 Publicidad, correos, señales 15

R-2Artículos de escritorio, prensas de copiar, Encuadernación, artículos de enseñanza, Máquinas de escribir

10

R-1 Pastas y máquinas 2

Total: 27 patentes

93 La Patria de México, No. 7284, 27 de febrero de 1901, p. 1.

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Varias ideas registradas en este campo de invención son interesantes para entender la constante y nutrida participación de los comerciantes en el terreno de las patentes, las aspiraciones de su quehacer inventivo y las condiciones del contexto sociotécnico del porfiriato que los motivaron a registrar sus creaciones. En este sentido, el ambiente de competencia y regulación mercantil del periodo los impulsó a crear varias invenciones para hacer más sencilla y eficiente la contabilidad de sus negocios. Así, en el ámbito de los artículos de papelería y oficina Miguel de María Arrioja patentó unas “máquinas de escribir en libros y otros usos comerciales”, mientras que Everardo Aguirre, Fernando Guinchard, Juan Doria y Luis Leal patentaron por su propia cuenta distintos modelos de rayado de libros para controlar la entrada y salida de mercancías en las bodegas, el balance de las finanzas y las cuentas de los almacenes o agencias comerciales.94 Todas estas patentes se otorgaron después de la publicación del Código de Comercio de 1889 donde se estipulaba que los comerciantes estaban obligados a “llevar cuenta y razón de todas sus operaciones en tres libros a lo menos, que son: el libro de inventarios y balances, el libro general diario y el libro mayor o de cuentas corrientes”.95 Sin duda, la regulación mercantil influyó para que realizaran ese tipo de inventos relativamente sencillos, aunque también idearon artefactos más complejos para agilizar la teneduría como la máquina para hacer cuentas denominada “Contómetro Mexicano” y el aparato para sum ar llamado “Taquímetro Mexicano” del veracruzano Francisco Suárez.96

Sin embargo, el ambiente de competencia mercantil del contexto porfirista fue lo que más influyó en el ánimo inventivo de los comerciantes. En este sentido, la competencia comercial del periodo estuvo acompañada y fue resultado de la paulatina gestación de una cultura del consumo entre los sectores altos e intermedios de la sociedad urbana. Esto ocasionó que los miembros de este grupo social no sólo buscaran en las patentes un instrumento para proteger sus ideas inventivas relacionadas con la vida interna de sus establecimientos, sino también aquéllas para trascender en el exterior atrayendo, asombrando y atrapando a los consumidores a través de la publicidad. Aprovecharon la receptividad de la sociedad urbana porfirista que estaba siendo conmocionada por el espíritu materialista y la racionalidad utilitarista finisecular. Por ejemplo, Fernando Blumenkron obtuvo tres patentes por distintos aparatos que en conjunto formaban un curioso “sistema eléctrico para lustrar calzado” y cuyo éxito residió en la publicidad.

Con las patentes en sus manos, Blumenkron estableció la prim era Bolería Eléctrica en la ciudad de México y fundó la Empresa Explotadora de las Bolerías Eléctricas, Sistema Patentado, con el objeto de vender franquicias en “las ciudades que tengan servicio de luz eléctrica motriz”. Para conseguirlo, promocionó sus invenciones de forma bastante original introduciendo por prim era vez el modelo publicitario de pequeñas historietas donde, con una narrativa jocosa e íconos populares como el famoso y terrible criminal conocido como El Tigre de Santa Julia, persuadía al público de los supuestos beneficios de sus inventos. Los anuncios también iban acompañados de frases efectistas como “A la Bolería Eléctrica establecida en México por este sistema, concurren de tres a cuatro

94 Las patentes de estos personajes, por orden de aparición, se pueden consultar en: AGN, Leg. 192, Exp. 32; Leg. 203, Exp. 8; Leg. 203, Exp. 9; Leg. 206, Exp. 139; Leg. 204, Exp. 55.95 Código de Comercio de los Estados Unidos Mexicanos^, pp. 9-10.96 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 215, Exp. 14; Dublán y Lozano. Legislación Mexicana, Tomo 35, p. 776.

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mil personas semanariamente produciendo un espléndido negocio”, “Es prim era vez en la República que se emplean estos aparatos con un éxito sin ejemplo en este ram o” o “Brillante ocasión de implantar una industria nueva, con un escaso capital y seguros resultados”.97 En realidad, podemos considerar a Fernando Blumenkron como uno de los principales publicistas del progreso material porfiriano, pues no sólo promovió sus creaciones técnicas sino el adelanto industrial del país en su conjunto. Para ello, fundó la revista especializada México Industrial cuya presentación es bastante representativa del espíritu de promoción industrial que dominó a ciertos comerciantes. Ahí se decía:

México ha llegado ya a una altura que am erita ser deb idam ente estimada. No

p o d em o s jactarnos aún de ser un país verdaderam ente industrial, pero ten em o s ya

echada la semilla, y, m ás aún, e sa sem illa ha germ inado v igorosam en te y

continuará su desarrollo porque el terreno que le ofrece nuestra república abunda

de e lem en to s para nutrirla. Pero prec isam ente porque la Industria está ahora

entre nosotros en su prim er periodo, tierna y en una verdadera infancia, es

necesario estimularla, alentarla, despertar los factores que deben contribuir a su

desenvolv im iento , entre las cuales descuellan en prim er térm ino la difusión de los

conocim ientos, la protección eficaz de la invención y el vivificante espíritu de

em p resa [_ ] Por eso, al constitu irnos en hum ilde órgano de es te ramo

principalísim o de nuestro progreso, abrigam os el firme propósito de estim ular

d esd e las colum nas de nuestra Revista los tres im portantís im os factores que

dejam os apuntados, reproduciendo en ellas las ideas y tendencias de la Industria

m oderna, los adelantos continuos del m ovim iento científico cosm opolita y los

conocim ientos de índole práctica que puedan ser de inm ediata utilidad a nuestros

industriales; procurando así hasta donde nos sea posib le e sa difusión de

conocim ientos que p u ed e com pararse a una “siem bra de id eas” de las que

esp eram os que, algunas por lo m enos, fructificarán.98

Estos comerciantes reconocían el poderoso influjo de la difusión de los conocimientos industriales y la publicidad de sus productos como dos aspectos fundamentales para m odernizar a México. Respecto al prim er aspecto, el mismo Blumenkron indicó que se debían irradiar los saberes técnicos porque “el industrial que sabe transform ar ciertos productos en otros de mayor valor y mérito, desde el punto de vista de la ilustración es superior al comerciante que considera solamente dichos productos bajo el aspecto de la ganancia que deriva de la diferencia entre dos productos”. En cuanto al segundo aspecto, el comerciante Pedro F. Martínez —quién patentó un sistema de anuncios en las cajetillas de cigarros y cerillos—, señaló que ' ' la publicidad es la poderosa palanca que eleva y mueve las artes, la agricultura, la industria y el comercio ' '.99

En este sentido, los comerciantes estaban persuadidos por la idea de que sus inventos para promocionar los productos industriales eran agentes que aceleraban el progreso y la modernidad material, pues consideraban que la publicidad impulsaba eficazmente la novedad, modelaba los gustos sociales y, por lo tanto, influía en el progreso nacional al transform ar los hábitos tradicionales y los gustos atávicos. Para ellos, la publicidad

97 México Industrial, Tomo II, No. 24, 15 de febrero de 1906, p. 19.98 México Industrial, Tomo I, No. 3, 15 de marzo de 1905, p. 1.99 AGN, Patentes y Marcas, Caja 39, Exp. 1617.

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no sólo era una herram ienta mercadotécnica para aum entar las ganancias económicas por medio de artilugios sensoriales que cautivaran el gusto de los consumidores, sino también un instrumento para excitar el deseo sistémico por lo novedoso, preparando e induciendo a los consumidores a la vida moderna. Por esta razón, no resulta extraño que la enorme mayoría de los artefactos publicitarios patentados por los miembros de este grupo social hayan hecho uso de la electricidad, el automóvil, el cinematógrafo o el fonógrafo, pues estos objetos eran los representantes más conspicuos del progreso y la m odernidad material que se deseaba alcanzar.

Donde esas ideas se pueden apreciar más claramente es en las invenciones patentadas que empleó la cigarrera El Buen Tono para promocionar sus productos. Una empresa que siempre se distinguió por la originalidad con que procuró capturar la atención y la preferencia de los consumidores, lanzando a los aires un globo aerostático, realizando periódicamente una lotería popular que derram aba varios miles de pesos, instalando un cinematógrafo gratuito que además de promover sus productos servía “de inocente y amena distracción lo mismo a la clase media que a la clase baja”, haciendo circular por las calles de la capital un carro iluminado con una multitud de focos eléctricos de colores o un lujoso automóvil adornado con guirnaldas y lazos de seda para realizar el reparto de sus cigarros en distintos rumbos de la ciudad. En fin, el Buen Tono terminó poniendo en práctica un invento que sorprendió a todo mundo: un “hombre eléctrico”. Este fue otro artilugio publicitario de El Buen Tono donde se usaba uno de los avances más modernos del siglo: la electricidad. Originalmente fue patentado por Y. D. Arroyo con el nombre de “hombre luminoso”.100 Algunos observadores lo consideraron como una “nueva e ingeniosa forma de anuncio”, otros como el “último de los adelantos de la ciencia de anunciar”.101 Pero en qué consistía el hombre eléctrico de El Buen Tono. En una inserción que apareció en varios periódicos de la capital se describía como:

Un hom bre correcta, e legan tem en te vest id o que recorre las principales avenidas,

despertando la curiosidad de todos. Viste levita y pantalón de corte irreprochable, som brero de seda; porta bastón de puño de oro, y ricas sortijas en los dedos: es

todo un tipo de elegancia, un “dandy” en toda la ex tensión de la palabra. En la

espalda lleva tres hileras de dim inutos focos incandescentes , que p u ed e encender,

a voluntad, oprim iendo un botón, oculto en el bolsillo. Cuando la luz se hace sobre

el fondo com p letam en te negro de la levita, tod os pu ed en ver, com o form ada con

estrellas, esta inscripción: “Eureka, Cigarettes, Calvé. El Buen Tono, S. A.”.102

El hombre eléctrico realizaba su aparición en los lugares concurridos cuando la noche empezaba a despuntar y de pronto encendía las luces que promocionaban los cigarros. Fue todo un espectáculo publicitario que descolló sobre la gran cantidad de anuncios, carteles, volantes y aparatos iluminados constante o interm itentem ente que se ponían en los escaparates, las entradas de las tiendas o los muros de la capital. Su éxito radicó en que pudo conquistar, aunque fuera por un momento, la atención de los transeúntes y grabar en sus mentes el mensaje promocional. Esta también fue la intención de otros

100 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 209, Exp. 17.101 El Popular, No. 4088, 8 de abril de 1908, p. 2.102 El Mundo Ilustrado, Tomo I, No. 16, 19 de abril de 1908, p. 24.

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inventores como Domingo Arámburu quien patentó un perro mecánico diseñado para deambular por las calles, tocar música y pregonar anuncios por medio de un fonógrafo colocado en su estómago, mientras movía el hocico y parpadeaba para crear un mayor impacto visual.103 Asimismo, Edmundo Arriola —quien fue el comerciante más asiduo en el ámbito de las invenciones publicitarias—, protegió diversos artefactos como un anuncio para carros cuya fuerza motriz se obtenía de las mismas ruedas del vehículo, un par de artefactos publicitarios luminosos y un buzón eléctrico para anunciar.104 Del mismo modo, Alberto Jáuregui, José Francisco Mendueta, Antonio M. Loyola, Eugenio Navarro, Juan Doria, Ernesto Ureta, Luis Trimaille y Teresa de la Fuente registraron un pequeño universo de anuncios. Esta última patentó junto con Francisco Jiménez una aparato para proyecciones luminosas que llamó Anunciador Eléctrico de la Fuente y Jiménez .105 Fue una de las pocas mujeres que incursionó en la arena de la invención patentada durante todo el siglo XIX.

En este sentido, en realidad es bastante significativo que el personaje más prolífico del grupo social de los comerciantes haya sido una mujer. No por su condición de género, desde luego, sino por las condiciones culturales de la época porfirista que limitaban la participación de la mujer en todas las esferas de la vida productiva. Debemos recordar el conjunto de preceptos machistas que estaban contenidos en el Código de Comercio para que las mujeres pudieran dedicarse al giro comercial, así como los impedimentos legales y culturales para acceder a una educación formal. Además, durante el siglo XIX se consolidó el estereotipo cultural que, aún en nuestros días, consagra a la tecnología como una actividad exclusivamente masculina. Como lo sostiene Ruth Oldenziel y Judy Wajcman durante el siglo XIX los músculos, las habilidades, la fuerza, la destreza, la racionalidad y el tiempo de trabajo se convirtieron en un coto de los hombres, todo lo cual volvía más complicado que pudieran incursionar en la arena de la invención, pues la marginación de las mujeres del trabajo técnico impedía que tuvieran la experiencia práctica y el conocimiento tácito necesarios para tener pericia y confianza en el trato físico con los objetos e indispensables para la invención.106

No obstante, superando las condiciones socioculturales de la mujer, su limitado acceso a las actividades productivas, su escasa instrucción técnica y el discurso patriarcal que consagraba a la tecnología y la invención como esferas exclusivamente masculinas, la comerciante Carmen Chávez se afianzó como la principal exponente de las inventoras mexicanas. Siguiendo los pasos de Felícitas Magnan —quien fue la prim era mujer que pudo paten tar sus ideas en México—, Carmen Chávez registró la importante cantidad de trece invenciones. La mayoría de ellas relacionadas con la fabricación de azúcar o la

103 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 207, Exp. 1.104 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 207, Exp. 31; Leg. 209, Exp. 5, 7 y 12. Arriola fue un comerciante de la ciudad de México con una actividad multifacética. Desde finales de la década de 1890, es común hallarlo en la sección de avisos de los periódicos capitalinos como vendedor de planchas, boilers, fonógrafos, lámparas para aumentar la luz o disminuir el consumo y estufas eléctricas para calentar habitaciones.105 AGN, Patentes y Marcas, Leg. 209, Exp. 35.106 Oldenziel, Ruth. Making Technology Masculine. Men, Women and Modern Machines in America, 1870­1945, Amsterdam, Amsterdam University Press, 1999; Wajcman, Judy. El Tecnofeminismo, Madrid, Ediciones Cátedra, 2006, pp. 172-173.

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defecación del guarapo, aunque también tiene registro de una bebida que denominó “Agave Espumoso”, una pasta impermeable, un procedimiento para la conservación de los huevos de aves de corral, una fórmula para evitar la descomposición del pulque de aguamiel y un barniz de uso comercial. En fin, además de ser una inventora prolífica, incursionó en varios campos de invención. Fue ella, pues, la máxima representante de las inventoras mexicanas que, en nuestra base de datos, alcanzan la media centena. Cincuenta mujeres que son merecedoras de un estudio minucioso.107

De este modo, las historia de la invención patentada en México que formalmente inició el 30 de julio de 1832, cuando el militar mexicano Mariano Martínez de Lejarza obtuvo una patente por un aparato de movimiento continuo, simbólicamente concluyó el 4 de marzo de 1911, cuando la comerciante Carmen Chávez registró su barniz. Un periodo de ochenta años que se clausuró con la presencia de una mujer como premonición del importante papel que éstas desem peñarán en la esfera de las patentes de invención durante el siglo XX y que las ha llevado a ser una de las fuerzas creativas e inventivas más relevantes de la sociedad mexicana del siglo XXI.

107 Las mujeres que están en nuestra muestra de “inventores asiduos” porque patentaron más de una invención son: María del Pilar Ugarte Vda. de Romero, María de Mejía, Amalia Argüelles, Bibiana Castillón Vda. de Torres, Teresa de la Fuente y la famosísima Laura Mantecón, mujer oaxaqueña, profesora, médico homeópata, empresaria y una de las primeras mujeres que intentó divorciarse en México, aunque no pudo separarse de Manuel González, “El manco”, expresidente y un allegado de Porfirio Díaz, quien hizo todo lo posible para impedir el divorcio y para obstaculizar los proyectos de vida y laborales de Mantecón. Cfr. Sefchovic, Sara. La suerte de la consorte. Las esposas de los gobernantes de México: historia de un olvido y relato de un fracaso, México, Océano, 2007.

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PAETE TERCERA

LA EVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Ilustración 22

Representación gráfica de “La gran industria porfiriana".Fuente: Sierra, Justo (dir.] México, su evolución social, Tom o II, México, J. Ballesca y Cía, 1901.

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Ilustración 24Pedro Castera y Cortés, inventor, escritor y crítico del positiv ism o.Fuente: Peña Troncoso, Gonzalo. "Pedro Castera, autor de la novela Carmen”, Revista de

Oriente, No. 11, abril de 1934 , p. 5.

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Ilustración 26Luis Romero Soto, precursor en la invención de m áquinas tortilladoras. Fuente: AGN, Luis R om ero Soto, Caja 1, Sección I, Exp. 17.

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Page 383: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

F ^ l

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Registrado como artículo de 2 clase el 20 de Febrero de 1905

D E D K A DO A L. - I N T E R E S E S D E L A I N DUS T RI A Y D E

( wMERÚi' ■

O REC 'C k GERENTE: OFICINAS:

• B l . C N t K N K K O N l i x A I . t l K l l . l . A S , 1

A i - A : i ¡ A l J ' I. lu c j .} .

Empresa Explotadora de las Bolerías Eléctricas

“ ------------ S I S ' n - ' . M A l - A T K X l ' A l )( )

Apartado, iO()4. - Mrxu ,., D I . - l .seaKnill;,.. i. - ( u ivntr: Ivrnand,-Hl„menl<r.,ii

El d ip u ta d o M a r ró n h a c e e x c u r s io n e s f re c u e n te s áRegre sa v icturioso el diput^ido M arrón, con el

trofeo de su tr iun fo y felicitinJ< se mas que nunc.-» de concilirir todos lus dms á las B U L E R IA S que u

la s o b ra s m o n u m e n ta le s del D e s a g ü e del V alle de M é x i - . R e p u e s to d e s u e s t u p o r r e c u e rd a qu .* .-sa m ism a m a - \ T O S Í ' I I - 4 4 p i r n S

g ^ ^ a S a . t a J u l i a , - q u e n o h a c e " „ ,u c h o se ' e s c n ,ó a e J ^ ? ^ , ? S e . t i ¿ V „ T o ' s T u í i . r , „ - „ . . „ e n . e ,.,s b „ , „ . v „ o r „ a n .os . u s c u -s y tonifican ci s

Ilustración 30

Publicidad del "Sistema de Bolerías Eléctricas” de Fernando Blumenkron. Fuente: México Industriai, Tom o II, No. 2 4 ,1 5 de febrero de 1906 , p. 19.

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EL >nJKi>o n . g w m P O

untrtUi«U4 Mftvcoto la Ninct.

E U O v c n T«no,> S. .A., u e n p r e se n a dlstitiguKio poi la oric iiiaiidaa oon <j«c procura atiBCf Hacia sus ttiM joraW es pK-ductM M »tcD ciín de Jos coBStiiíij- lio rei. asi Cdmo por U e&p)«adidcv. con bu» egrrcapoj]* rf« a l c rcck itce cavor qua 1« <lUp«cj» «1 pi^Mico.

Gruclaí ]l «fil Uusn ToQi>,»U«n»oR visto en M ú iii» , pot pflu icr& r « , ui) gioi>o d íH fib le ; r rio liacemo» a<]i>! espccJ«! menolO/ida la p n i l « acbU» qae tiO- m»«c) lu t prinoiiiales tl«st,ns pt\bllcis, y i xea auv'io* iu l«s ¿ « itra o j« * * , que ec e/BCU\ «J eu )Jí;«icfl, es poT<|U8 iUJdo el nwndo le cousca. dua uuucu dej:i de ÍU1CCMC represciiM í en Blftó de 13 mao«r4 mía brl-

«Bl liueti T jn 3 ,* tiu e n * dado jsi d«s. Irreeusalilfts prucw¡i5 4l«au»ellaeip)«>idldeí. I iic leodo niic un lu ­joso (tarro Iluminado con m ulU ^ud de foCM el¿c(>rlC{rt de e o )o jt i recor;a liis ii rinoípalea tíiHc». pwu. »«par- t i j en los exponiJIos »ils esqulsU os cl(¡íir<&. y (i«e un « k ira r te a i íW m ín U iu ja laiaWiin el rap a jto . e n d is­t in t a s rum bos de »a «5ií(laA. aca lji rtc poue; 8d pr.ic- 1 le a un a idea ciue lodo e l aiusclc» ]>a aplaudido- Lu de liD K tr» lacirculacid ii Un 1ioo*.bre <el(!clrlc-&.>

¿ Q u ó e s e l liorobie e lé c lñ to dB»Ri Huen Ton»? l-’n l 'o m b rac o rrec ia . eletíanlamiinLevcstlío iit« r i t f r r e U t j>rinc«iiiilcsaveiii*la»,<iesf*t'í4iiidoWcMriwliif'i da tonca, ^ 'lsr^ le v ita y pantalón t1«wrfel»r*spi'0i.’lu- bie , io inbfero de « d a ; porra hnjniw w n puíoH c « a y Ticas s ú t t i j ia en los dedo»; ts Lc»ío uti Upo íc elt- gaiícla, u n «liindv* an to ü i b estiiisl-'-n ilft la i^li- l>rj>, lín ka CSTI W!» lleva tT M l i l l e i « <1e ................foco» íw n d t s c c n t c » , ijue puede enC«i«ler. ¡t vo!.n- tiid, oprim iendo iin bOMín, oculUi bm bI l«ls>ll> Ü uando 1» lu* «c í»ncc w b r t t i forKlo f!r>inii)Uaiiic«ic MCKfo d« l i le<itis ’-ortos pueden v ît , comn f jrniaiix con í* í,re ilií cafa Crstnptriln; «líiiwlia,CJilr¿. El lliiEU Tono.> S. A...........

A<luol lioinV» <iuc confonílc, popsn inpect". »"• Lto la» miis «kKau«es ualja lliir« «i'i« pRSCtinMsr P lateros, í a i i liVatniUCft, e tc,, ew ., <kr.li:fiC5e rmiii" 11 u n i»rupo<U poisohfis Instalado .1 la« piiertAi»tlMii c l i ib ú de un a e osacom etcliil, i’< frfrute * nria faiTifii* ftwBobserr« un npaTadorjdi> I mprovíso, íc CMcleïJfftlos foco», r Oí TiiUjfto Bú h a ce ..........E l iiúinijfc oHv-tr ico e s li<iy «1 ceiHii de tûd3sJascoiiVC?snoJotK-i cu el boulCTArd,

^ ’ad le, eaLxmOB a ^ 'u r a i , haül« vIsLO c'i CDSii aeraeJanLu, tR i ilucn Tonú* m erece la« m**«'- tusSasW» I d IcStócloncs por su oHpInii! idea.

Ilustración 31Presentación de "El Hom bre Eléctrico” de El Buen TonoFuente; El Mundo Ilustrado, Tom o I, No. 1 6 ,1 9 de abril de 1908 , p. 24.

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• C O N C L U S I O N E S •

Las naciones cultas han com prendido que el progreso no

¡o hacen ¡os gobiernos, sino ¡a iniciativa y ¡a producción

in te lec tual de ¡os ciudadanos, razón p o r ¡a cual hacen con

ellos esta especie de con tra tos de pa ten te , p ro teg ien do ¡a

producción cerebra¡ p o r m edio de ¡a justicia.

El Consultor1

El sistema mexicano de patentes nació bajo el signo del privilegio exclusivo, una forma heterodoxa de proteger los inventos junto a otras actividades productivas. Nació como un sistema legal para resguardar indistintamente la invención técnica, la transferencia tecnológica y la innovación industrial con el otorgamiento de un monopolio temporal. Esta orientación no sólo fue consecuencia del carácter conservador de las autoridades mexicanas, sino especialmente del programa de modernización material que tuvieron en mente. Para las autoridades nacionales la senda más corta que conducía al ansiado progreso material era introduciendo la tecnología extranjera que había demostrado su utilidad práctica e incentivando la creación de industrias inexploradas en el país, pues consideraban que las condiciones contextuales y las capacidades locales para generar invenciones e industrias propias eran demasiado limitadas o inexistentes. Este plan se gestó en los primeros años de vida independiente, permaneció arraigado en la mente de las autoridades durante el siglo XIX e incluso en nuestros días continúa dominando los proyectos estatales de fomento industrial.

En vez de perfilar un plan para superar las condiciones contextuales que complicaban la creación y ejecución de inventos locales que podían contribuir en la construcción de una industria auténticamente nacional, los miembros de la clase política perfilaron un proyecto que ambicionaba naturalizar los artefactos y las experiencias industriales del exterior, simplemente injertándolas en un territorio que no había sido preparado para ello. Con esta visión hallaron en el sistema de patentes un régimen legal que, una vez acondicionado a su ideario de fomento industrial, podía funcionar como una excelente herram ienta para incentivar la transferencia tecnológica y la instalación de industrias nuevas, pues les otorgaba a los capitalistas la garantía de poseer un monopolio. Desde luego, el carácter perjudicial de esta disposición no fue que se pretendiera introducir maquinaria extranjera o estimular la fundación de nuevos giros industriales, sino que se tergiversaban los fundamentos y funciones del sistema de patentes para despachar derechos exclusivos de explotación a objetos que en efecto no marcían esa protección. Se resguardaba tecnología conocida de segunda generación y se creaban monopolios por actividades que debían ser de uso común. Esto sin considerar que se descuidaba el principal objetivo del sistema de patentes: incentivar el desarrollo de inventos locales.

Esta disposición también respondió a los intereses económicos de sus promotores. La prim era legislación de patentes —conformada por los preceptos de la Constitución de 1824 y la ley ordinaria de 1832—, fue impulsada por políticos que tenían la intención

1 E¡ Consu¡tor, 1 de junio de 1899, p. 1.

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de establecer o extender sus propias empresas industriales como Lucas Alamán y José Manuel Zozaya. Querían un sistema heterodoxo para obtener derechos exclusivos por la introducción de tecnología y la fundación de nuevos establecimientos industriales. Vieron en las patentes la oportunidad de asegurar sus inversiones con un monopolio. Así, cuando se promulgó la ley de patentes en 1832, las autoridades prácticamente no pensaron en instaurar un régimen legal que impulsara la creación de nuevos inventos locales, estaban persuadidas por la idea de que “nosotros no necesitamos de inventos nuevos sino que se nos traigan los de Europa”.2 Incluso, después de una breve querella sobre la legitimidad de extender las patentes a las actividades de inversión industrial, convencieron a los pensadores más liberales del periodo utilizando argumentos como lo costoso que era realizar los inventos, lo lento que resultaban dichos experimentos y lo absurdo que era desaprovechar los avances y experiencias que otras naciones había generado para alcanzar su engrandecimiento material.

Estas ideas se reprodujeron con muy pocas variaciones durante los años anteriores al régimen de Díaz. La ley de patentes de 1858 continuó considerando la introducción de tecnología como uno de los principales instrumentos para el desarrollo material de la nación, aunque terminó con los privilegios concedidos por la instauración de un nuevo ramo de industria. De cualquier forma, la posibilidad de proteger objetos tecnológicos de novedad relativa no dejó de ser un síntoma de la falta de visión en las políticas de fomento industrial diseñadas por las elites mexicanas. En otras naciones, las primeras leyes de patentes también resguardaron la transferencia de inventos extranjeros, pero lo hicieron sobre la base de la novedad absoluta. En Francia, por ejemplo, los primeros códigos de patentes establecieron que los introductores únicamente podían im portar tecnología que tuviera una patente vigente en su país de origen. En México, entretanto, bastaba con que fuera tecnología desconocida a nivel local que, dado el atraso del país, incluso podía ser de los albores de la revolución industrial. Con este tipo de decisiones era poco probable que México lograra el desarrollo material de los países industriales, como falazmente lo prometían las autoridades locales. Bajo esta clase de disposiciones la nación siempre estaría varios pasos atrás en la carrera industrial, pues la tecnología arcaica de los países punteros podía quedar sujeta a monopolios de diez o más años.

Además, durante los prim eros años de vida independiente, la institución mexicana fue diseñada como una entidad elitista y hermética. La vinculación de las patentes con los privilegios exclusivos naturalmente ocasionó que estos instrumentos de protección se concedieran particularmente a los empresarios nacionales y forasteros. Más aún, para controlar el acceso social se establecieron tarifas de patentación demasiado altas. Esta determinación parece haber sido consecuencia de la misma distorsión de las patentes como un instrumento para proteger la innovación industrial y la transferencia técnica. Las autoridades consideraron que al establecer derechos fiscales amplios, las patentes serían obtenidas por personas con recursos económicos suficientes para implementar los proyectos que proponían. De hecho, uno de los principales argumentos empleados para legitimar la concesión de derechos exclusivos de explotación por esas actividades empresariales, fue que era una justa recompensa para retribuir los elevados capitales

2 Mateos, Juan A. Historia Parlamentaria^, Apéndice al Tomo II, p. 286.

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que los empresarios debían apostar para introducir o fundar una actividad industrial. Se pensaba que las patentes debían otorgarse para mitigar los riesgos de inversión, en vez de proteger los frutos intelectuales del quehacer inventivo. También se percibían como una especie de arancel alternativo para gravar la transferencia tecnológica, pues esta actividad regularmente estuvo exenta de derechos aduanales. El alto costo de las patentes, sin embargo, originó que los verdaderos inventores se presentaran de forma ocasional y que fueran personas acomodadas como los propietarios, los comerciantes, los profesionistas y los militares, pues los integrantes de las capas populares, como los artesanos, debían sufragar incluso el monto total de sus ingresos anuales para obtener una sola patente. Hasta principios del siglo XX, fue evidente que la ley de patentes no estaba “hecha para los artesanos ni para los pobres, y esa es la verdad”.3

Por otra parte, el sistema mexicano de patentes originalmente fue diseñado como una institución hermética que consentía y promovía el secreto. La ley de 1832 contenía un conjunto de artículos que literalmente permitían m antener oculto el contenido técnico de las patentes durante el tiempo de protección. Una tendencia tradicional que hundía su raíz en el vetusto hermetismo colonial. Más tarde, las siguientes leyes instituyeron la divulgación de la información de las patentes, pero en la práctica siempre se careció de medios adecuados para poner al alcance de todos los interesados las descripciones, modelos y dibujos donde estaban los conocimientos técnicos y las indicaciones para la construcción de las ideas registradas. De esta forma, el fundamento más poderoso que legitimaba la existencia de las patentes: la concesión de derechos exclusivos a cambio de la divulgación extensa de los inventos, estuvo ausente durante todo el siglo XIX. Por lo menos así sucedió en las tres primeras leyes que estuvieron vigentes.

En suma, estas disposiciones generaron una institución de escaso acceso social tanto a la protección como al contenido técnico de las patentes registradas. Las consecuencias de estas medidas institucionales son fácilmente predecibles: hubo un limitado registro de patentes de invención y un predominio de privilegios de introducción de tecnología e instalación de nuevas empresas industriales. Asimismo, se desaprovechó el principal beneficio social del sistema de patentes: avivar el quehacer inventivo local mediante la apertura del acervo de inventos protegidos, pues los saberes técnicos registrados eran una excelente fuente de información para identificar lagunas tecnológicas, conocer las tendencias de invención nacionales e internacionales, solucionar problemas técnicos, efectuar mejoras o proponer nuevos inventos. En cambio, las patentes permanecieron estancadas en los anaqueles de la Secretaría de Fomento, alimentando a las polillas y no a los inventores mexicanos.

Este carácter heterodoxo, elitista y hermético del tem prano sistema de patentes se fue alterando desde los años de la República Restaurada hasta bien entrado el porfiriato. Las transformaciones, sin embargo, acontecieron a un ritmo desigual. En prim er lugar, gracias a las presiones ejercidas por la opinión pública, los artículos contenidos en la Constitución de 1857 y las determinaciones de los diputados de la prim era legislatura propiamente porfirista, se delimitó el carácter de los objetos que podían patentarse a

3 Sánchez Carmona, Manuel. “Estudio y dictamen^”, p. 21.

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las nuevas ideas técnicas, acabando así con los privilegios de transferencia tecnológica e innovación industrial. En segundo lugar, durante el régimen de Díaz se presentó una lenta y vacilante democratización de la invención al disminuir el costo de los derechos para conseguir las patentes. Por último, al comenzar el siglo XX, se crearon los medios e instrumentos adecuados para divulgar eficazmente los conocimientos técnicos de las invenciones registradas. Todas estas transformaciones convergieron y se cristalizaron gracias al trabajo de la comisión encargada de elaborar la ley de 1903. Especialmente, gracias al pensamiento de su integrante más notable: el ingeniero Manuel S. Carmona. Este personaje, sin duda, fue una pieza central en la reconfiguración de la institución y uno de sus principales promotores como director de la Oficina de Patentes y Marcas.

Sin embrago, es importante advertir que las reformas institucionales impulsadas en el porfiriato no fueron motivadas por una reorientación del proyecto de modernización industrial. En cambio fueron consecuencia de las presiones ejercidas por las potencias mundiales que, mediante la creación de la Unión Internacional para la Protección de la Propiedad Industrial, procuraron homogenizar las leyes nacionales en la materia para garantizar el resguardo de sus inventos en las naciones periféricas. En este sentido, las autoridades promovieron la transformación del sistema de patentes para que México fuera admitido en dicho organismo internacional, pues advirtieron que una legislación atractiva para los inventores e inversionistas extranjeros podía acelerar el desarrollo del país. Esperaban que éstos introdujeran sus creaciones y capitales para impulsar la industria local, aunque la verdadera intención de la Unión Internacional era aum entar el dominio mundial de las naciones productoras de tecnología.

Es verdad que la implementación de las reformas produjo una estructura institucional más coherente e incluyente, centrada en la protección de las verdaderas invenciones, pero este adelanto que ocasionó un aumento inusitado de patentes locales y foráneas, no estuvo acompañado de un reencauzamiento del programa de fomento industrial. El régimen de Díaz siguió concibiendo al sistema de patentes como un instrumento para conquistar el progreso material mediante la introducción de tecnología extranjera. Es evidente que la intención del gobierno no fue mejorar las condiciones para apoyar a los inventores mexicanos sino presentarse en el “concierto de las naciones civilizadas” como un país que se comprometía a velar por los intereses del extranjero y animar así la introducción de los adelantos industriales del exterior para consolidar sus planes de progreso material. El propio Manuel S. Carmona fue consciente de esta intención, pero dejó en claro que la única manera de generar, promover e impulsar el desarrollo de la industria mexicana era solucionando las carencias del contexto nacional. Por más que se mejorara la legislación de patentes, que se redujeran las tarifas o que se transfiriera tecnología extranjera, la situación seguiría siendo muy complicada si no se establecían las condiciones necesarias para gestar una auténtica industria nacional con tecnología inventada y producida localmente.

En efecto, más allá de la importancia nodal que tuvieron las disposiciones legales en la formación de las dinámicas de patentación locales, pues fueron las que posibilitaron la existencia del fenómeno estudiado, esas determinaciones estuvieron enraizadas en un contexto mucho más complejo que marcó el camino de las patentes mexicanas. En este

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sentido, el diagnóstico original nunca fue equivocado: México nació independiente con una industria en estado precario y condiciones muy complicadas para reanimarla. En todo caso, lo errado fue que se menospreciara la capacidad inventiva de los mexicanos y que se concibiera un plan de fomento industrial poco racional donde prácticamente se soslayaban sus posibles aportaciones. Desde luego, además de las determinaciones institucionales, las condiciones implicadas en el desarrollo de la invención patentada fueron bastante numerosas y heterogéneas. Dicho cúmulo de circunstancias fue lo que identificamos como contexto sociotécnico, asumiendo que existieron múltiples fuerzas contingentes de carácter social y material que configuraron las experiencias locales en la materia. En otros términos, determinaron las dinámicas de patentación, los actores sociales que incursionaron en la actividad inventiva y el contenido de sus inventos.

Así, en el caótico escenario mexicano de los años que antecedieron al régimen de Díaz, las condiciones sociotécnicas para incursionar en el terreno de la invención patentada fueron bastante complicadas. La heterodoxa configuración del sistema de patentes, la habitual inestabilidad política y la persistente crisis económica durante la llamada era de la anarquía, fueron factores estructurales que limitaron el desarrollo de proyectos inventivos. Además, la carencia de materias primas indispensables para la industria y la ausencia de talleres especializados en la construcción de máquinas fueron aspectos materiales que obstaculizaron el quehacer de los inventores nacionales. Igualmente, la sociedad mexicana de aquel entonces permaneció recluida en actitudes tradicionales y atavismos que condujeron a m antener en secreto las invenciones o restringir el acceso a los conocimientos técnicos. Los establecimientos educativos, los talleres artesanales y los espacios de sociabilidad formal donde se podía intercambiar información e ideas técnicas no se desarrollaron en la medida que se requería, no facilitaron la circulación de saberes o no fueron centros de fácil acceso. Finalmente, las publicaciones de temas técnicos, las exposiciones industriales y las propias patentes de invención fracasaron o fueron insuficientes como agentes divulgadores de conocimientos técnicos, mientras que una serie de prejuicios socioculturales en contra de las artes mecánicas, ejercidas esencialmente por el artesanado urbano, se afianzaron en el ideario popular. En fin, un conjunto de sinergias convergieron para obstaculizar el desarrollo de las patentes.

No obstante, más allá de lo explicativo que puede ser la descripción particular de estos factores, lo im portante de resaltar es que las circunstancias del contexto preporfirista impidieron que se consolidaran las estructuras sociales necesarias para producir una mayor densidad de patentes nacionales. Entre 1832 y 1876 únicamente se registraron poco más de cien inventos técnicos. No hubo grupos sociales claramente definidos en torno a las patentes y éstos naturalm ente no pudieron impulsar campos de invención compartidos. En cambio, se observan grupos en gestación y una completa atomización temática de la invención. Dicho en otros términos, se presentó una particular reacción en cadena: las condiciones materiales, políticas y culturales del siglo XIX impidieron que se consolidaran grupos sociales alrededor de las patentes, la ausencia de grupos consolidados dificultó la aparición de campos de invención, lo cual terminó limitando la cantidad de patentes locales. No hubo esfuerzos dirigidos en una misma dirección que pudieran desarrollar una industria con artefactos locales, profundizando el atraso y la dependencia tecnológica e industrial del país.

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Más tarde, en el porfiriato las condiciones del contexto sociotécnico se transformaron sustancialmente originando un crecimiento inusitado de patentes locales. Con base en las reformas realizadas durante el decenio de la República Restaurada, en el porfiriato mejoraron notoriamente las condiciones de estabilidad política y económica, siendo el cimiento del desarrollo material. Es cierto que el régimen de Díaz impulsó un conjunto de cambios que generaron un ambiente más apropiado para incursionar en el terreno de las patentes como la reforma al sistema de propiedad industrial, el desarrollo de la gran industria de capital social y la instauración de un proyecto educativo fundado en el positivismo, pero estos avances no tuvieron la intención de favorecer directamente a los inventores mexicanos. La reforma jurídica generó una institución más incluyente, pero su intención era a traer a los inventores y capitalistas extranjeros. La creación de la “gran industria porfiriana” extendió el acervo tecnológico del país con artefactos del extranjero, pero su objetivo no era despertar el genio inventivo de los mexicanos sino acelerar el proceso de industrialización en esferas particulares como la explotación de materias primas. El proyecto educativo amplió los conocimientos en algunos sectores sociales, pero pretendía formar operarios para satisfacer las demandas de la industria transferida. Además, el énfasis excesivo en la ciencia, originó que el sistema educativo consolidara la falsa noción de la tecnología como ciencia aplicada, ahondando aún más el arraigado desprecio por las artes mecánicas.

De esta forma, el incremento de las patentes mexicanas durante el porfiriato se explica esencialmente como efecto de la iniciativa social. Desde la esfera de la sociedad civil se gestaron diversas transformaciones que serían fundamentales para crear un ambiente más propicio para inventar y patentar. Si durante la época preporfirista los medios y los espacios para intercambiar saberes y experiencias técnicas fueron prácticamente inexistentes, en el porfiriato se crearon estas estructuras para fomentar la creación de nuevos inventos. Durante la época de Díaz, la sociedad civil impulsó la divulgación y la circulación de conocimientos técnicos participando activamente en ferias industriales, fundando espacios de sociabilidad formal, creando empresas de consultoría técnica y consumiendo literatura especializada. Estas expresiones son una clara manifestación de que la sociedad porfiriana —principalmente la clase media urbana—, experimentó una transformación cultural caracterizada por una marcada racionalidad utilitarista y un gusto materialista. Asimismo, estas expresiones son cruciales para comprender el aumento de las patentes locales, pues es evidente que la población urbana se interesó como nunca antes por el mundo de la técnica, organizó un extenso acervo de saberes y experiencias técnicas, produjo los medios adecuados para divulgarlos y formó uniones sociales más fuertes para incursionar en las patentes.

En este sentido, fue la propia sociedad civil del porfiriato la que se encargó de fundar las principales condiciones para echar a andar la maquinaria social de patentación. En el transcurso de dos décadas y media aparecieron más de 2,200 inventores mexicanos que patentaron más de 3,600 inventos. Un desarrollo asombroso que naturalm ente no fue resultado de esfuerzos aislados e individuales. Por el contrario, se formaron varios actores colectivos que provocaron el aumento de las patentes al hallar y participar en la construcción de un escenario sociotécnico mucho más adecuado para registrar sus

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ideas. Particularmente surgieron cuatro grupos sociales relevantes que encabezaron cuantitativamente las dinámicas locales de patentación. En esa posición estuvieron los ingenieros, comerciantes, mecánicos e industriales. Cada uno de ellos reunió una serie de aspectos materiales, intelectuales y socioculturales que les permitieron incursionar de manera más prolífica en el terreno de las patentes. Podemos observar, por ejemplo, que estos grupos tuvieron una estrecha relación con el sistema de patentes, contaron con experiencias profesionales y saberes técnicos pertinentes para proyectar nuevos inventos, establecieron espacios para intercambiar ideas, presentaron sus creaciones en exposiciones industriales, consumieron y produjeron publicaciones de naturaleza técnica y realizaron inventos colectivamente.

Asimismo, estos grupos sociales relevantes no sólo reunieron las mejores condiciones para dominar cuantitativamente la esfera de las patentes de invención, esencialmente lograron que sus proyectos convergieran en temáticas tecnológicas como nunca antes había acontecido en la historia de México. De acuerdo con sus propios conocimientos, prácticas, expectativas e intereses participaron en la gestación de diversos campos de invención que acabaron dominando el contenido de las patentes domésticas, al mismo tiempo que se convirtieron en una parte substancial de la cultura tecnológica local. En este sentido, sus decisiones tuvieron una importancia fundamental en el devenir de la tecnología local, fomentando y desarrollando temas tecnológicos que trascendieron en algunas esferas de la industria mexicana. Sin embargo, también debemos mencionar que dichos campos de invención fueron delineados por las posibilidades que otorgaba el contexto de la época. Los imperativos políticos, materiales y culturales del periodo configuraron las trayectorias comunes de los grupos sociales relevantes.

Los ingenieros se formaron bajo una retórica grandilocuente que los presentaba como los practicantes de las llamadas artes útiles científicas, los agentes del cambio material, los promotores del progreso y los artífices de la modernidad. Fueron, igualmente, un grupo social que tuvo una educación dominada por la noción positivista que concebía a la tecnología como ciencia aplicada. De ahí que su instrucción haya sido más teórica que empírica a pesar de las críticas realizadas por los ingenieros más activos. Además, estuvieron ligados a las iniciativas de Estado y se desenvolvieron profesionalmente en un ambiente urbano. La mayoría ocupó puestos burocráticos, participó en proyectos estatales o emprendió trabajos de naturaleza civil. En función de estos conocimientos, experiencias y relaciones sociales desarrollaron una serie de campos de invención que regularmente convergieron con las aspiraciones modernizadoras de la elite porfirista. Aspiraciones que, desde las últimas décadas del siglo XIX, sólo buscaban introducir los adelantos tecnológicos del extranjero para gestar una nación cosmopolita, productora de materias primas y consumidora de artículos industriales.

Definitivamente los ingenieros fueron una pieza central para efectuar dicho programa de modernización material porque su perfil profesional estaba ligado a las iniciativas de Estado. Relación que se reflejó en su quehacer inventivo. Así, el campo de invención que más cultivaron fue el de las “construcciones”. Ahí se m ostraron persuadidos por el anhelo estatal de generar una nación urbana y cosmopolita. Las construcciones civiles y arquitectónicas buscaban crear una fachada de m odernidad para superar la imagen

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tradicional del México rural. Inventaron diversos objetos, materiales y procedimientos para coadyuvar en la transformación de la fisonomía del país. En el Concurso Científico efectuado para conmemorar el centenario de la independencia, el ingeniero Leopoldo Palacios sintetizó claramente lo que fue el principal teatro de actuación de sus colegas inventores. Con cierto aire de grandeza señalaba que: “el progreso de un país siempre se mide en obras materiales, que no son sino las manifestaciones visibles del adelanto moral y del bienestar económico, y es el ingeniero quien tiene que responder por este progreso”.4 Mientras tanto, el segundo campo de invención que avivaron asiduamente fue el de las “artes químicas”. Ahí idearon un sinnúmero de artículos para el consumo urbano, aunque también incursionaron en la química industrial, particularmente en el desarrollo de procedimientos para la fabricación del látex natural extraído del arbusto conocido como guayule. En este sentido, las parcelas más industriales que fomentaron estuvieron relacionadas con la extracción de materias primas como el propio guayule, el henequén y especialmente los metales preciosos. De hecho, el campo de las “minas y amalgamación” fue el tercero que impulsaron asiduamente inventando, con particular esmero, métodos de amalgamación para extraer metales preciosos.

Así, el quehacer inventivo de los ingenieros concuerda puntualmente con la actitud del régimen de Díaz que, como lo indicó acertadamente Mauricio Tenorio, sólo aspiraba a ser un rico proveedor cosmopolita de materias primas. Los ingenieros se convirtieron en los principales agentes de ese programa de modernización material. Efectivamente fueron los agentes de la modernidad, pero de aquella m odernidad que le interesaba al gobierno afianzar: una fachada de modernidad y progreso centrada en la construcción de obras civiles y arquitectónicas, así como en la extracción de los recursos naturales. Finalmente, cabe señalar que los ingenieros también activaron el campo de invención de los “instrumentos de medición, científicos y eléctricos”, pero ahí sus aportaciones estuvieron limitadas por la falsa noción de la tecnología como ciencia aplicada y por la falta de una formación profesional más empírica en los planteles educativos estatales. Propusieron una serie de aparatos y procedimientos fundados en la ciencia que tenían poca utilidad práctica o que sencillamente resultaba imposible de construir en función de la capacidad material del contexto local.

Los industriales, mientras tanto, se consolidaron durante el porfiriato como un grupo social que se mantuvo apartado del programa estatal de modernización. Emanaron de forma autónoma de la desintegración gradual del artesanado urbano. Sus saberes eran mucho más empíricos que teóricos. Es verdad que muchos se formaron en las escuelas de artes y oficios o transitaron por los planteles de educación superior sin concluir sus estudios, pero el perfil profesional que construyeron no respondió a ningún programa definido por las autoridades. El gobierno de Díaz buscaba preparar operarios para las industrias transferidas del exterior, pero los industriales se revelaron a esa planeación e instalaron sus propios talleres y pequeñas fábricas. En estos establecimientos, como ningún otro grupo social relevante, intentaron transform ar la estructura industrial del

4 Palacios, Leopoldo. Importancia de la ingeniería en México, estudio presentado por Leopoldo Palacios en representación de la Academia Nacional de Ingeniería y Arquitectura, México, Tipografía de la viuda de F. Díaz de León, 1911, p. 3.

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país con invenciones realmente locales. Propusieron e impulsaron el desarrollo de una tecnología nacional, aunque se toparon con un contexto que políticamente sólo miraba las innovaciones del exterior, empresarialmente no apreciaba las creaciones locales y materialmente no proporcionaba los insumos adecuados para cristalizar los proyectos que procuraban generar una tecnología mexicana.

De este modo, los industriales principalmente incursionaron en el campo de invención de la “agricultura y alimentación” donde patentaron diversas máquinas tortilladoras y molinos de nixtamal con la intención de emancipar al pueblo mexicano del metate y el comal. Por lo menos ese fue el móvil que alegóricamente declararon en algunas de sus patentes. En segundo lugar, fomentaron el campo de invención de las “artes químicas” donde registraron distintos artefactos y métodos industriales para elaborar bebidas o licores típicamente mexicanos como el tequila y mezcal, así como fórmulas para evitar la descomposición de la principal bebida nacional: el pulque. De hecho, alrededor de la industria del pulque se presentó una gran actividad inventiva debido a la competencia que significó la introducción de la cerveza. Los inventores mexicanos, particularmente los industriales, intentaron que el pulque no perdiera su lugar privilegiado, aunque al final no pudieron impedir que se quedara rezagado en la carrera por dominar el gusto de los consumidores mexicanos. Por último, los industriales cultivaron el campo de las “artes textiles” donde desarrollaron múltiples máquinas para desfibrar las pencas del henequén. Ahí sus contribuciones fueron significativas, coadyuvando en el desarrollo de una tecnología que resultó bastante beneficiosa para el país.

Por otro lado, los mecánicos formaron un grupo social relevante con saberes prácticos muy sólidos obtenidos directamente en los espacios donde laboraban o en las escuelas de artes y oficios. Por ello, fueron considerados como los practicantes de las llamadas artes úti¡es mecánicas que los seguidores del positivismo calificaron como “sencillas” o “rudim entarias”. No obstante, sus conocimientos, actividades e intereses profesionales les permitieron incursionar en esferas de invención bastante complicadas y muy poco atendidas por los grupos sociales que supuestamente tenían conocimientos más útiles y experiencias más sofisticadas. Ciertamente se desenvolvieron como operarios en las industrias instaladas con tecnología extranjera —satisfaciendo los deseos del régimen porfirista—, pero no lo hicieron de forma pasiva sino desarrollando importantes ideas para reconfigurar la tecnología transferida. Realizaron mejoras o perfeccionamientos para ajustar la maquinaria introducida a las condiciones del entorno nacional. Además su quehacer inventivo no se limitó a la adaptación de la tecnología extranjera, también efectuaron inventos novedosos relacionados con ciertas industrias netam ente locales. Demostraron que estaban dispuestos a desarrollar una tecnología nacional, a pesar de que fueron el grupo social con condiciones económicas y materiales más complicadas para incursionar en el terreno de la invención patentada.

De esa forma, los mecánicos participaron activamente en el montaje de la maquinaria, el mantenimiento de los dispositivos técnicos y la creación de piezas de repuesto para la tecnología industrial que comenzó a penetrar el territorio nacional desde el decenio de 1880. Por esta razón, su principal campo de invención fue el de las “máquinas”. Ahí realizaron una suerte de adaptación, perfeccionamiento y apropiación de la tecnología

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transferida. Inventaron válvulas, balancines, flechas, chumaceras y diversos elementos para el funcionamiento de los aparatos, aunque también aprovecharon su experiencia para idear motores accionados por peso, energía eléctrica, aire comprimido, ráfagas de viento, fuerzas hidráulicas y combustión interna. En segundo lugar, impulsaron el campo de invención de la “agricultura y alimentación”. Ahí, como sucedió con el grupo social de los industriales, su quehacer creativo se enfiló principalmente a los inventos de carácter urbano como las máquinas tortilladoras y los molinos de nixtamal. En este sentido, participaron en la formación de la industria mexicana del maíz, desarrollando incluso procedimientos para la fabricación de harina de nixtamal. Por último, tuvieron una participación notable en el campo del “alumbrado, calefacción y refrigeración”. En este terreno patentaron estufas y hornos para facilitar las tareas domésticas, así como ventiladores y lámparas para mejorar la ventilación e iluminación de las habitaciones, aunque tuvieron una particular preferencia por los calentadores para acondicionar el agua de los hogares y los baños públicos. Con esta clase de invenciones, los mecánicos también manifestaron un marcado interés por mejorar el confort doméstico y crear un país más limpio y salubre.

Finalmente, los comerciantes fueron personas de recursos económicos limitados que tenían un pequeño almacén o local establecido. Pertenecieron a la clase media urbana que comenzó a consolidarse durante el régimen de Díaz y que sobre todo encontró en la ciudad de México mejores condiciones para incursionar en la arena de las patentes. Eran sujetos que usualmente no contaban con una sólida formación técnica, pero que suplieron esa carencia gracias al desarrollo del contexto sociotécnico porfirista, donde se formaron los medios alternos para obtener saberes técnicos de manera autodidacta y donde se configuró una actitud materialista de atracción por el mundo de la técnica. Encontraron en el sistema de patentes un medio para enfrentarse al mundo capitalista de la competencia. En efecto, el ambiente de competencia comercial ocasionado por la continua introducción de artefactos y productos extranjeros, no sólo industriales sino también para satisfacer los requerimientos de la vida diaria, estimuló a estos actores sociales a patentar sus ideas. En suma, los comerciantes que participaron en el terreno de las patentes eran actores urbanos con saberes técnicos autogestivos y persuadidos por el ambiente materialista y competitivo del porfiriato.

Así, el prim er campo de invención fomentado por los comerciantes fue el de las “artes químicas”. Ahí, al igual que los ingenieros e industriales, hallaron un espacio adecuado para expresar sus ideas inventivas. No obstante, los comerciantes se enfocaron en una parcela diferente. Si bien compartieron con los industriales el interés por los procesos para fabricar y conservar distintas bebidas alcohólicas, lo cierto es que esencialmente se preocuparon por la creación de bienes de consumo y cuidado personal como velas, jabones, perfumes y polvos de tocador. Es decir, patentaron productos que vendían en sus propios establecimientos con la intención de propinarles renombre. Muchas veces solicitaban el registro no sólo para proteger sus artículos de posibles imitaciones, sino para darles notoriedad y un toque prestigio. En segundo lugar, también fomentaron el campo de la “agricultura y alimentación”. Ahí tuvieron un número elevado de patentes por molinos de nixtamal y máquinas para producir tortillas. Esto se debe al constante crecimiento de locales especializados donde simultáneamente se producía y vendía la

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masa de nixtamal o las tortillas de maíz. Prácticamente en todas la ciudades del país, los comerciantes fundaron este tipo de establecimientos y muchos incursionaron en la arena de las patentes registrando inventos que ideaban en función de sus experiencias y observaciones para mejorar la producción. Finalmente, incursionaron en el campo de invención denominado como “papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización”. Ahí el entorno de competencia comercial de la época los impulsó a crear diversos inventos para hacer más sencilla y eficiente la administración interna de sus negocios, así como la promoción de sus productos con artilugios de publicidad.

En conjunto, fuera de las particularidades que tuvo el trabajo inventivo de cada grupo social relevante, podemos advertir que éstos confluyeron en dos campos de invención: las “artes químicas” y la “agricultura y alimentación”. En el primero predominaron los ingenieros, industriales y comerciantes, mientras que en el segundo sobresalieron los mecánicos, comerciantes e industriales. En el campo de las artes químicas se presentó una notoria dispersión de temáticas tecnológicas: los ingenieros se concentraron en la química industrial, los industriales desarrollaron procedimientos para la producción y conservación de bebidas alcohólicas y los comerciantes se enfocaron en la invención de bienes de consumo como las velas o los productos de higiene personal. Entre tanto, en el campo de la agricultura y alimentación se presentó una tendencia inventiva más homogénea alrededor de los molinos de nixtamal y las máquinas tortilladoras. Ambos campos de invención acabaron conformando una suerte de “estilo” tecnológico local.

De esta forma, durante el porfiriato se formaron los actores colectivos que impulsaron el aumento de las patentes, fomentaron diversos campos de invención significativos e incluso lograron construir un estilo nacional de invención en torno a ciertos artefactos y procedimientos técnicos. Sin embargo, al final no deja de ser una fuerte constatación histórica que la intervención de los grupos sociales relevantes tampoco pudo impulsar el desarrollo tecnológico e industrial como en otras naciones. En Estados Unidos, por ejemplo, la participación de colectividades semejantes produjo una reconfiguración de amplios sectores industriales. Como lo demostró Ross Thompson, en aquel país estos grupos sociales suscitaron el cambio tecnológico en un número creciente de industrias al tener el soporte técnico, político, educativo y económico para realizar sus proyectos de invención y para superar los obstáculos que habían restringido la innovación antes del XIX. Además, en el contexto estadounidense, las estructuras esenciales para lograr la transformación tecnológica siguieron un patrón complejo desde abajo, desde arriba y desde afuera. En efecto, las autoridades norteamericanas buscaron que los saberes y las experiencias necesarias para modernizar la industria provinieran de los inventores domésticos, de la acción estatal y de la transferencia tecnológica de países avanzados.5 En pocas palabras, en Estados Unidos estas fuentes se unieron para crear un escenario sociotécnico adecuado para comenzar y m antener su industrialización.

En México, mientras tanto, el impulso creativo de estas colectividades estuvo limitado por diversas circunstancias a unos cuantos campos de invención y no fue acompañado de políticas públicas que efectivamente reconfiguraran el contexto sociotécnico local

5 Thompson, Ross. Structures of Change in the MechanicalAge^, pp. 311-318.

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para sostener la iniciativa y producción intelectual de los inventores mexicanos. Como lo mencionaron algunos observadores, “no podemos explicarnos cómo el gobierno, en su afán de propagar la ciencia y enaltecer el trabajo, se ha olvidado por completo de aquellos hombres que emplean las horas de su vida en beneficio de la industria y de la ciencia, inventando máquinas y aparatos de reconocida utilidad”. Fue cierto que “tanto el gobierno como los particulares ven con la mayor indiferencia a esos hombres útiles sin impartirles la protección que merecen”.6 En efecto, las autoridades y empresarios se resistieron a crear un mejor escenario para materializar los proyectos locales, pues no consideraron a los inventos nacionales como una opción efectiva para impulsar a la industria doméstica. La sociedad civil del porfiriato —particularmente la que provenía de una emergente clase media urbana— generó mejores condiciones para incursionar en las patentes de invención, pero ese esfuerzo no estuvo acompañado de la voluntad y la osadía de otros sectores decisivos que podían crear un ambiente sociotécnico más adecuado para construir y comercializar los inventos mexicanos.

Ciertamente no faltaron propuestas para superar las carencias, pero sistemáticamente fueron desestimadas porque la clase política y empresarial del porfiriato depositó su mirada en la tecnología del exterior. Por ejemplo, Manuel S. Carmona propuso fundar un taller anexo a la Oficina de Patentes para auxiliar a los inventores mexicanos en sus proyectos con asesoría técnica, maquinaria de gran precisión, un surtido suficiente de materias primas y créditos para construir sus inventos que más tarde podían devolver al ponerlos en marcha.7 Asimismo, el ingeniero Gilberto Crespo y Martínez propuso la creación de un Instituto Nacional de Investigaciones Físicas, Químicas y Mecánicas con laboratorios provistos de todo lo necesario, hombres consagrados a buscar la solución de cualquier problema, científico o industrial, y un amplio acervo de información para resolver las dificultades técnicas de mayor relevancia para el progreso de la industria. Ahí, los inventores “encontrarían todas las facilidades de investigación de que ahora carecen, sus esfuerzos serían hábil y prácticamente dirigidos, y la cosecha que así se obtendría de óptimos frutos para el engrandecimiento del país, excedería con mucho al costo del establecimiento”. En suma, este instituto se enfocaría “en el fomento de la investigación científica, de los descubrimientos y de las invenciones”.8

Sin embargo, como sabemos, estos espacios para la generación de un escenario mucho más apto para la invención e innovación jamás se crearon por considerarse onerosos, superfluos y poco ventajosos frente a la rápida y eficaz transferencia tecnológica. Sólo se presentaron una serie de esfuerzos ciudadanos que pudieron converger en algunos campos de invención fomentados por distintos grupos sociales. Sin duda, estos actores colectivos fueron un factor relevante para el desarrollo de las patentes, pero no fueron la solución a los problemas que impedían el desarrollo técnico e industrial del país. En torno a estas colectividades se generó una particular sinergia donde convergieron los programas gubernamentales, las tendencias educativas, los obstáculos materiales, las carencias económicas y las propias decisiones de los sujetos que las componían. Como

6 El Centinela Español, 3 de marzo de 1881, p. 3.7 Sánchez Carmona, Manuel. "Estudio y dictamen^”, pp. 39-40.8 Crespo y Martínez, Gilberto. "Las patentes de invención...”, pp. 84-85.

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resultado de esta imbricación de elementos heterogéneos, los proyectos de los grupos sociales relevantes no pudieron forjar una transformación material como la que podía esperarse. En este sentido, lo que a fin de cuentas resulta importante enfatizar es que el desarrollo de la tecnología está delineado por múltiples fuerzas sociales, materiales y culturales que invariablemente acaban confluyendo. No existe un solo camino para explicar los éxitos y fracasos de la tecnología local. El papel de las elites dirigentes, de las condiciones materiales, de las decisiones de los inventores y de los valores sociales marcaron el rumbo de la invención patentada en México.

Por último, el recorrido por las patentes de invención mexicanas nos permite revisar un conjunto de visiones que se han presentado en la historiografía local para explicar la evolución tecnológica e industrial del México decimonónico y porfirista. En prim er lugar, se ha indicado que el diseño de las leyes o las instituciones formales fue el factor determinante para frenar el desarrollo material del país en los primeros años de vida independiente e impulsarlo durante el porfiriato. Se sostiene que las reformas legales del gobierno de Díaz produjeron un escenario que propició el desarrollo tecnológico e industrial, al establecer un Estado más respetuoso de los derechos de propiedad. Para el caso del sistema de patentes, la evidencia histórica nos m uestra que efectivamente el diseño institucional fue relevante para definir las dinámicas locales de patentación, pero no fue la causa de los males ni la panacea. Es cierto que en el México preporfirista la legislación obstaculizó el cambio tecnológico y la producción de inventos nacionales porque se empleó de forma discrecional para proporcionar privilegios exclusivos por objetos que estaban fuera de la propiedad industrial y porque regularmente éstos se concedieron por relaciones de interés más que institucionales. Sin embargo, cuando la institución se reformó durante el porfiriato, acogiendo sus principios fundamentales y respetando los derechos de propiedad, tampoco se aproximó a la fórmula de Douglass North, según la cual “sólo el sistema de patentes estableció un conjunto de incentivos para fomentar el cambio tecnológico”.9 El surgimiento o la adopción de un sistema de patentes “ortodoxo” tampoco originó mejores condiciones para producir invenciones locales que coadyuvaran al desarrollo industrial. Esto fue así porque la institución se empleó como un instrumento para llevar a cabo el proyecto oficial de modernización y porque no estuvo acompañada de un programa que modificara otras condiciones más decisivas que impedían el progreso material.

Así, las “reglas del juego” fueron una pieza importante en la evolución de las patentes —principalmente porque se tra ta de una actividad formalmente instituida—, pero en términos del análisis histórico no son la clave para entender su desarrollo ni tampoco pueden considerarse como el escenario donde aconteció el comportamiento social. Su influencia sobre las dinámicas locales de patentación únicamente fue parcial. Fueron mucho más decisivas las acciones individuales y los genuinos escenarios sociotécnicos que obstaculizaron o posibilitaron los procesos de crear y patentar una invención. En este sentido, obvia decir que las invenciones patentadas fueron ideadas por personas

9 North, Douglass. Estructura y cambio en ¡a historia económica, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 187.

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de carne y hueso que estuvieron sujetas a una gran variedad de contingencias sociales y materiales. El grado de desarrollo de la industria nacional, la cantidad y calidad de la tecnología instalada, el abastecimiento de ciertas materias primas y la disponibilidad de servicios especializados para llevar a cabo los ensayos de invención, fueron algunas variables materiales que influyeron en la matriz individual. Asimismo, un conjunto de aspectos socioculturales como la difusión de los conocimientos técnicos gestados local e internacionalmente, el acceso a una educación de carácter técnico y la existencia de espacios de sociabilidad para intercambiar ideas o realizar consultas, fueron algunas condiciones que influyeron en el desarrollo de las patentes.

Estudiar a las patentes sólo como resultado del orden institucional puede generar un diagnóstico inadecuado de la realidad. Las instituciones formales son producto de las políticas diseñadas por las elites dirigentes, no son para nada el paisaje global de las expresiones sociales. Más allá de estas normas instituidas aparece la agencia de varios actores individuales y colectivos como una expresión que bajo ninguna circunstancia debe ser soslayada. No vemos cómo puede explicarse un fenómeno social únicamente desde la perspectiva institucional. Proclamar y presentar a las instituciones formales como la clave para entender el cambio social nos lleva a una visión distorsionada de la realidad donde las políticas oficiales, dominadas por los intereses, visiones y anhelos de la clase dirigente, son las causantes de todo el atraso o desarrollo de una sociedad.

En este sentido, también se ha destacado de manera excesiva el papel que tuvieron las elites en la búsqueda de la m odernidad y el progreso material. De un tiempo para acá existe la tendencia de exponer que las elites estuvieron poseídas por un pensamiento de progreso material, prácticamente como si hubieran sido los únicos actores sociales que experimentaron tal deseo. Ciertamente el programa de modernización y progreso de la clase dirigente fue dominante —y la forma como lo realizaron tuvo implicaciones perm anentes para el desarrollo tecnológico e industrial del país—, pero hegemonía no significa omnipotencia, sino predominio sobre otras formas, distintas pero existentes, de concebir o realizar esos mismos ideales. En realidad esa actitud estuvo mucho más extendida y operó profundamente en la clase media de la sociedad urbana. Desde los primeros años de vida independiente, diferentes grupos sociales tuvieron sus propias actitudes sobre el progreso material. Frente al humor pasivo de las elites —tendiente a esperar que con la simple modernización de las leyes y la introducción de maquinaria extranjera se adquiriera el nivel de desarrollo que “gozaban” los países industriales—, lentamente surgieron proyectos de una sociedad civil más activa que también buscaba alcanzar la m odernidad y el progreso material con el desarrollo de inventos locales. Es verdad que en ocasiones las actitudes de algunos grupos sociales convergieron con las aspiraciones y proyectos de la elite dirigente, pero en todo caso fue su responsabilidad acercarse a estos anhelos o ubicarse en los contornos oficiales.

Por otra parte, se ha mencionado que los problemas de desarrollo tecnológico pasaron por la incapacidad de los mexicanos para inventar o por la carencia de conocimientos adecuados para hacerlo. Esta opinión —gestada en el inicio de la vida independiente y refrendada hasta la actualidad sin ningún sustento histórico— resulta de una absurda discriminación de las capacidades físicas e intelectuales de los mexicanos. Además, es

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muy fácil refutarla en función de las miles de patentes producidas por los inventores mexicanos. Si bien es cierto que durante los primeros años de vida independiente el nivel de patentación fue muy bajo, esto no fue consecuencia de una disfunción mental o corporal de los habitantes mexicanos, sino de múltiples factores que se encadenaron para impedir que pudieran patentarse los inventos gestados localmente.10 En cambio, en la época porfirista estamos en presencia de una realidad distinta. Simplemente las evidencias cuantitativas y cualitativas no concuerdan con lo que frecuentemente se ha señalado en la historiografía local. La idea general de una ausencia de conocimientos y experiencias técnicas nacionales, pronto entra en apuros cuando se observa y examina la multitud de patentes mexicanas depositadas en los anaqueles del Archivo General de la Nación. No hallamos ningún razonamiento lógico que pueda explicar cómo fue posible que cambiaran drásticamente las capacidades físicas y mentales de un pueblo en el transcurso de unos cuantos años. Más bien consideramos que los conocimientos y habilidades técnicas siempre estuvieron presentes, pero en el escenario porfirista se presentó el detonante social que puso en marcha el engranaje de patentación.

Finalmente, se ha mencionado que el atraso tecnológico e industrial fue resultado del lugar periférico de México en la división internacional del trabajo. Los seguidores de la teoría de la dependencia sostienen que el subdesarrollo fue resultado de la expansión y la presión de los países industrializados. Es verdad que la hegemonía de los centros industriales repercutió en el desarrollo local de múltiples maneras, pero este dominio puede funcionar como una excelente excusa para mitigar los errores internos. Desde nuestra perspectiva fueron más importantes las decisiones que se tom aron en el seno del país. Sostener lo contrario simplemente nos conduce a eximir responsabilidades y a condenar a las naciones periféricas a un eterno atraso y dependencia. Las deja en un estado de negación de toda posibilidad de crecimiento. Desde un inicio la presión para dominar la industria y la tecnología nacional no tuvo que llegar desde afuera. No hubo necesidad de tal influencia porque las autoridades mexicanas abandonaron la idea de propiciar el crecimiento industrial con invenciones propias. Consideraron que hacerlo era demasiado lento y costoso. Apostaron por la tecnología extranjera argumentando que su introducción permitiría cruzar rápidamente la brecha que separaba al país de los centros industrializados, pero después de cien años de vida independiente, resultó que esa “vía rápida” mantuvo al país en las mismas condiciones de dependencia.

Sin embargo, una vez más debemos subrayar que el problema de fondo no fue que se haya transferido tecnología extranjera, sino que tal acción fue el camino dominante de las políticas de fomento industrial. Todas las naciones han introducido conocimientos y artefactos forasteros, pero las más perspicaces lo han hecho sobre la base de tácticas

10 Como lo manifestó el inventor mexicano más importante de la época preporfirista, Juan Nepomuceno Adorno, hacia 1872 el país estaba inmerso en un “espectáculo doloroso que muchos, juzgando con superficialidad, lo atribuyen a la inferioridad de la raza que lo puebla. ¡Error lamentable que nos cuesta muchos sufrimientos!”. Por el contrario, mencionaba que tal escenario era debido a que los mexicanos habían pasado “sesenta y dos años de una guerra civil devastadora, luchando encarnizadamente contra propios y extraños y haciendo esfuerzos inauditos por ponerse en marcha hacia el progreso más avanzado [_] para que México se levantase al nivel de la civilización del siglo diez y nueve”. El Siglo Diez y Nueve, Tomo 54, No. 10,055, 19 de julio de 1872, p. 2.

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racionales. Intentar aislarse del contexto global es claramente contraproducente para cualquier país, como también lo es sustentar todo el desarrollo técnico e industrial en las aportaciones del extranjero. Los procesos de transferencia deben ser equilibrados e inteligentes, situación que raram ente se presentó en el escenario nacional. Desde el proyecto decimonónico de Lucas Alamán quedó establecida la estrategia de introducir industrias, artefactos y mano de obra capacitada como “el camino hacia la verdadera y sólida felicidad”. Desde entonces, la “moderna maquinaria de los pueblos industriales” comenzó a inundar el escenario nacional. Fenómeno que se disparó en el porfiriato de forma abrumadora. La actuación de los políticos y los empresarios mexicanos careció de cualquier tipo de visión racional.

En consecuencia, la forma como practicaron los procesos de transferencia tecnológica originó un mayor atraso y dependencia, no porque la introducción de maquinaria y de conocimientos técnicos sea una práctica “perversa” por naturaleza, sino porque estos grupos que tenían las riendas del país apostaron todo el desarrollo local al extranjero y porque no crearon mejores condiciones para construir los inventos generados por los ciudadanos mexicanos. Amplios sectores de la población nacional aprovecharon la introducción de maquinaria para examinarla y realizar propuestas novedosas, pero se tropezaron con un escenario que no ofrecía las condiciones mínimas e indispensables para materializarlas y ante políticos e inversionistas que estaban embelesados con la maquinaria “más nueva y m oderna de las naciones cultas”. Podría argum entarse que, desde el punto de vista de los empresarios, pragmáticos por vocación, no tenía sentido apoyar los tardados y riesgosos procesos de innovación de los inventos locales cuando podían ahorrarse el agobio importando los que ya habían demostrado su utilidad en el exterior. Pero esta idea solamente podía provocar (como ulteriormente provocó) una mayor dependencia y un desaprovechamiento de las fuerzas inventivas locales que en todo momento se manifestaron. Respecto al accionar de las autoridades no hay mucho que decir. Su papel únicamente consistía en gestar mejores condiciones para todos los ciudadanos que emprendieran un proyecto tecnológico, y simplemente no lo hicieron. Si acaso indirectamente generaron mejores condiciones para inventar y patentar, pero no para materializar y difundir las invenciones locales.

En la actualidad, la presión para dominar la industria y la tecnología nacional tampoco debe provenir desde afuera. El gobierno mexicano continúa empleando prácticamente las mismas ideas decimonónicas que impidieron el desarrollo interno. Las autoridades sostienen que la modernización de sectores industriales estratégicos —como el de los hidrocarburos—, “demanda una capacidad tecnológica y un nivel de capital humano a una escala no disponible en el país”.11 Asimismo, señalan que sería demasiado tardado y riesgoso realizar una tecnología propia para “superar ese re to”. Incluso en una carta dirigida a la nación —con motivo de una iniciativa de ley que busca, entre otras cosas, reform ar la Constitución mexicana para aceptar la inversión privada en la explotación del petróleo—, el gobierno federal sigue exhibiendo a la trasferencia tecnológica como el “prim er paso para contar con un sector energético acorde al siglo XXI, competitivo y

11 “Reforma energética”, México, 2013, p. 10. El documento se encuentra en el sitio web del gobierno de la República: http://presidencia.gob.mx/reformaenergetica, consultado el 24 de octubre de 2013.

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eficiente, que acelere el desarrollo del país”.12 En este sentido, la prioridad del Estado siegue siendo introducir tecnología en vez de modificar las condiciones que impiden la gestación de una industria nacional.

Sin duda, revertir la inercia y cambiar las condiciones sociotécnicas que interfieren en el desarrollo tecnológico e industrial de México no puede ser un proceso rápido, pero el país ha perdido doscientos años transitando una “vía rápida” que lo ha conducido al mismo lugar. Si se continúa pensando que la solución a las dificultades tecnológicas e industriales del país debe provenir de afuera, fomentando y protegiendo la inversión e introducción de tecnología extranjera, y descuidando la inventiva local con la finalidad de alcanzar el nivel de desarrollo de los centros industriales, los resultados serán muy semejantes a los obtenidos durante siglos. Si se siguen desatendiendo las capacidades domésticas y obstruyendo los proyectos de crear centros de investigación y desarrollo tecnológico que puedan coadyuvar en la creación de una auténtica industria nacional, se seguirá conspirando contra los inventores mexicanos desde su propio país. En fin, si se sigue postergando la construcción de condiciones sociotécnicas que estimulen la creación y permitan la innovación, México continuará siendo una nación de esfuerzos inventivos gigantescos o, en el peor de los casos, penosamente frustrados. La historia de las patentes de invención nos dem uestra que la sociedad civil ha realizado su parte, elaborando un sinnúmero de propuestas tecnológicas que podrían avivar la industria nacional. Estos proyectos, gestados desde abajo, reflejan una intención de transform ar la estructura industrial de la nación desde adentro. Lo único que deben comprender las autoridades es que su función radica en generar mejores condiciones para que las iniciativas sociales fructifiquen. Buscar el desarrollo material por otros medios, para “acelerar el progreso del país”, para beneficiar injustamente a grupos de interés o para escamotear sus responsabilidades resulta, simplemente, inadmisible.

12 México. “¿Por qué la reforma? Propuesta del gobierno de la República”. La carta se encuentra en la siguiente dirección web: http://presidencia.gob.mx/reformaenergetica/#!por-que-reforma, consultado el 24 de octubre de 2013.

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A nexo 1. Base de datos de patentes e inventores m exicanos [1 8 3 2 -1 9 1 1 ]

A nexo 2. Concesiones de pa ten tes y privilegios [1 8 3 2 -1 8 7 6 ]

A nexo 3. Patentes m exicanas y extranjeras [1 8 3 2 -1 9 1 1 ]

A nexo 4. Clasificación alfabética de las patentes [estab lecida d esd e 1 8 50]

A nexo 5. Subclases de patentes de los inventores m exicanos [1 8 4 2 -1 8 7 6 ]

A nexo 6. Subclases de patentes de los grupos sociales relevantes [1 8 4 2 -1 8 7 6 ]

A nexo 7. Inventores asiduos: residencia y distribución de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 8. Grupos sociales relevantes: residencia y distribución de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

Anexo 9. Grupos sociales relevantes: clases de pa ten tes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 10. Ingenieros: residencia [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 11. Ingenieros: clases de pa ten tes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 12. Ingenieros: subclases de pa ten tes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 13. Industriales: residencia [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 14. Industriales: c lases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 15. Industriales: subclases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 16. Mecánicos: residencia [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 17. Mecánicos: clases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 18. Mecánicos: subclases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 19. Comerciantes: residencia [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 20. Comerciantes: c lases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

A nexo 21. Comerciantes: subclases de patentes [1 8 7 7 -1 9 1 1 ]

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ANEXO 1BASE DE DATOS DE PATENTES E INVENTORES MEXICANOS

(1 8 3 2 -1 9 1 1 )

Para realizar nuestra investigación elaboramos una base de datos con la intención de formar un corpus biográfico de todos los inventores mexicanos del siglo XIX y la época porfirista. Desde un principio cada uno de los campos de nuestra base de datos estuvo pensado para solventar los objetivos de este trabajo, de forma que pudimos conocer el nombre, ocupación y residencia de los inventores mexicanos, así como el título, fecha de registro, descripción, cuotas, vigencia, cantidad y clases de objetos que patentaron. Esta información la obtuvimos principalmente del fondo de Patentes y Marcas que se encuentra depositado en el Archivo General de la Nación. Asimismo, complementamos nuestro banco de datos con otro conjunto de campos más detallados como el lugar de origen, fecha de nacimiento y defunción, domicilio particular y laboral, publicaciones, patentes rechazadas, premios y distinciones de los inventores mexicanos, así como los espacios de sociabilidad en que participaron, los planteles educativos donde tomaron o impartieron clases, las relaciones que establecieron con otros inventores, el nombre de los agentes que contrataron como intermediarios para el registro de sus patentes y las compañías que formaron para explotarlas. Una parte de esta información también la obtuvimos del fondo de Patentes y Marcas, pero la mayoría la fuimos recopilando paulatinamente por medio del estudio de múltiples fuentes de archivo, bibliográficas y hemerográficas.

1. Estadísticas anuales de patentación

Debido a que ninguna fuente documental contiene todas las patentes concedidas entre 1832 y 1911, tuvimos que realizar una labor exhaustiva para reconstruir los ritmos de patentación anuales. Para lograrlo, revisamos varias fuentes de archivo, bibliográficas y hemerográficas. Así, respecto a la disponibilidad de información estadística pudimos determ inar que existen cuatro segmentos temporales. El primero es de 1832-1841, el segundo 1842-1890, el tercero 1890-1903 y el cuarto 1903-1911. El decenio de 1832 a 1841 es el más complicado de reconstruir porque no existe un solo documento en el fondo de Patentes y Marcas del AGN. Asimismo, en las recopilaciones de leyes de estos años tampoco se publicaron las patentes otorgadas. Por consiguiente, la única vía para reconstruir los ritmos anuales de dicha década es por medio del periódico oficial, pues ahí apareció el decreto de otorgamiento de las prim eras patentes. Estos periódicos se pueden consultar directamente en la Hemeroteca Nacional de la UNAM.

Para el segundo segmento (1842-1890) un porcentaje significativo de expedientes no se encuentra en el AGN. Cerca del treinta por ciento de los documentos se perdió como lo pudimos constatar más tarde cuando terminamos de confeccionar nuestra base de datos. Para llenar los vacíos consultamos las estadísticas contenidas en las Memorias de la Secretaría de Fomento, la Legislación Mexicana de Dublán y Lozano, el Archivo Histórico y Memoria Legislativa del Senado de la República —donde se encuentran los dictámenes de las patentes concedidas por el gobierno entre 1877 y 1882— y el fondo denominado como Fomento: leyes y circulares del Archivo General de la Nación donde también están depositadas varias patentes expedidas durante dicho periodo.

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Para el tercer segmento (1890-1903) la carencia de documentos en el AGN es enorme, pues sólo existe cerca del cuatro por ciento de los expedientes en el fondo de patentes. Por fortuna la Secretaría de Fomento publicó un catálogo de esas patentes con el título de Lista dispuesta por orden de clases y subclases de las patentes que se expidieron conforme a la ley de 7 de junio de 1890 hasta el 30 de septiembre de 1903. Debemos advertir que existen dos ediciones de dicha Lista, publicadas respectivamente en 1905 y 1912, nosotros empleamos la segunda edición supuestam ente “revisada”. Este texto contiene información crucial como la noticia pormenorizada de las patentes otorgadas y las que permanecieron en tramitación, así como una imagen del invento y una breve descripción de sus elementos y funcionamiento. Por último, comparamos estos datos con el contenido de las Memorias de la Secretaría de Fomento, la Legislación Mexicana, el Anuario de Legislación y Jurisprudencia de Pablo y Miguel Macedo y la Recopilación de Leyes, decretos y providencias de Manuel Azpíroz.

Finalmente, para el cuarto segmento (1903-1911), que fue el más prolífico en cuanto a la cantidad de patentes locales, también es el más completo de todos, existiendo pocos vacíos documentales. Prácticamente el noventaicinco por ciento de los expedientes se encuentra en el AGN. Los datos de este periodo también los cruzamos y completamos con las Memorias de la Secretaría Fomento, la Legislación Mexicana, la Recopilación de Leyes, decretos y providencias y el Anuario de Legislación y Jurisprudencia. Asimismo, la información de este lapso la comparamos con las ediciones mensuales de la de Gaceta Oficial de Patentes y Marcas, publicada ininterrumpidamente desde octubre de 1903 por la Oficina de Patentes y Marcas anexa a la Secretaría de Fomento. En dicha fuente existe un registro detallado de todas las patentes concedidas, así como otros aspectos muy importantes como los exámenes de utilidad, las patentes renovadas, la trasmisión de derechos, los procesos judiciales, las patentes caducas y las marcas de fábrica. De hecho, para aquellos investigadores que prefieren emplear exclusivamente las cuentas estadísticas, sin revisar a fondo la documentación, la Gaceta Oficial es suficiente para conocer los tendencias generales de las patentes concedidas entre 1903 y 1911.

2. Nacionalidad de los inventores

El dato de la nacionalidad de los inventores generalmente está presente en las propias solicitudes. Asimismo, al momento de expedir la concesión, el decreto oficial señalaba cuando se trataba de mexicanos aludiendo a que eran ciudadanos. Para el periodo más complicado de 1890 a 1903, la Lista de patentes nos ofrece el dato de la nacionalidad de todos los inventores, mientras que en el segmento de 1903 a 1911 los documentos poseen esta información. En los pocos casos que quedaron en blanco este problema lo solucionamos con las fuentes alternativas que revisamos, de modo que prácticamente el cien por ciento de nuestros registros cuentan con esa información. Se presentaron algunos casos de personajes que declararon ser mexicanos cuando en realidad habían nacido en el extranjero, quizás porque en algún momento de su vida se naturalizaron. Cuando pudimos corroborar esta hipótesis fueron incorporados en nuestro cuerpo de inventores mexicanos, pero ante la imposibilidad de confirmarlo en algunos casos, no todos fueron considerados en nuestra base de datos. No obstante, ciertamente fueron pocos, solamente 25 personajes están pendientes de confirmar su naturalización. Por último, cabe advertir que en la Gaceta Oficial de Patentes se publicó semestralmente

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una lista con el total de patentes mexicanas y extranjeras concedidas. Sin embargo, las cifras que aparecen en dicha publicación son “engañosas”, pues dentro de las patentes mexicanas están contempladas todas las que se solicitaron en el país sin im portar que hayan sido requeridas por inventores mexicanos o extranjeros. Estas cifras nos sirven para conocer las patentes obtenidas por residentes de la nación, más no para conocer las patentes obtenidas por mexicanos.

3. Ocupación de los inventores

La ocupación de los inventores mexicanos fue obtenida de sus propias declaraciones en las solicitudes de patente. No obstante, ese dato no fue obligatorio en el periodo de 1832 a 1903. Por el contrario, a partir de la legislación de 1903, el formato oficial para pedir una patente requería declarar la ocupación, aunque en ocasiones los inventores lo omitieron por descuido o voluntariamente. A partir de 1903 logramos contar con la ocupación de más del 80% de los inventores de la información obtenida directamente de las patentes. Para cubrir los vacíos que teníamos en este campo recurrimos a una amplia variedad de fuentes, siendo la más im portante los directorio de las ciudades y las listas de contribuciones presentadas por la Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal donde aparece el nombre de las personas y las cuotas que debían pagar por impuesto profesional o por tener establecimientos industriales, comerciales y talleres artesanales. Fueron cruciales los directorios de la ciudad de México, pues ahí se encontraba la mayor densidad de inventores mexicanos. Asimismo, los directorios de ciudades con un mayor número de patentes como Guadalajara, Puebla, Monterrey y Yucatán fueron importantes para completar la ocupación de los inventores mexicanos. En general logramos obtener este dato en más del 90% de los casos que patentaron de m anera reiterativa.

4. Clasificación de las patentes

La clasificación de las patentes que seguimos fue la que usó la Secretaría de Fomento a partir de 1850. Bajo una tipología alfabética quedaron divididas las clases y subclases de patentes. Para el periodo de 1832 a 1850 obtuvimos ese dato de las portadas de los expedientes de patentes, pues la Secretaría de Fomento realizó una revisión de todas las concesiones otorgadas antes de que implementaran la clasificación alfabética. Para el resto de los años fue relativamente sencillo obtener tal información, pues durante el periodo 1890-1903 la Secretaría de Fomento publicó la Lista de patentes precisamente dispuesta por orden de clases y subclases, mientras que en el segmento de 1903-1911 el dato lo poseen los propios expedientes y la Gaceta Oficial de la Oficina de Patentes.

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Patentes Inventos

1867186818691870187118721873187418751876

ANEXO 2CONCESIONES DE PATENTES Y PRIVILEGIOS

(1 8 3 2 -1 8 7 6 )

WMBñsraa | Introducción3 0 0 0 0 0 0 0 0 0

24 2 2

1832183318341835183618371838183918401841

1842184318441845

184918501851185218531854185518561857185818591860 1861 18621863186418651866Total 91

3000000000

1312

No tenemos registros000027

11 11 11 28 43 64 1 6 2

852

1102179

17

000017

118 7

173 254 16 2

E58 4 2 2 0 1 0 6 7

10

0000000000

□1110

00001003

0000

m0109011127

Total 62

0 0 01 0 12 2 01 1 02 2 01 1 03 3 00 0 01 1 01 1 0

12 11 17 6 14 3 10 0 03 2 1

No tenemos registros3 1 22 1 14 4 01 1 01 1 06 3 3

14 4 1017 9 817 3 142 1 15 3 24 2 25 2 32 0 25 1 48 1 7

10 2 87 6 1

139 67 722 1 10 0 00 0 02 0 20 0 00 0 01 1 00 0 00 0 00 0 0

5 2 3

Notas: desde 1842 existe un registro más sistemático de las concesiones gracias a que ese año la

recién creada Dirección General de la Industria Nacional se encargó de administrarlas. Asimismo, el fondo de Patentes y Marcas del AGN sólo resguarda patentes de ese año en adelante. En la tabla

se contemplan las concesiones otorgadas a mexicanos y extranjeros.

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ANEXO 3PATENTES MEXICANAS Y EXTRANJERAS

(1 8 3 2 -1 9 1 1 )

1832

1833

1834

1835

1836

1837

1838

1839

1840

1841

1842

1843

1844

1845

1846

1847

1848

1849

1850

1851

1852

1853

1854

1855

1856

1857

1858

1859

1860

1861

1862

1863

1864

1865

1866

1867

1868

1869

1870

1871

2

0

0

0

1

1

1

0

1

1

2

4

2

2

0

0

0

0

1

2

0

2

6

10

5

8

1

4

1

2

4

3

3

4

3

7

4

1

8

0

1

1

2

1

1

0

2

0

0

0

7

4

0

3

0

0

0

3

1

2

1

1

7

15

23

20

3

9

7

6

4

6

6

12

6

3

1

1

5

0

TOTAL

3

1

2

1

2

1

3

0

1

1

9

8

2

5

0

0

0

3

2

4

1

3

13

25

28

28

4

13

8

8

8

9

9

16

9

10

5

2

13

0

1872

1873

1874

1875

1876

1877

1878

1879

1880

1881

1882

1883

1884

1885

1886

1887

1888

1889

1890

1891

1892

1893

1894

1895

1896

1897

1898

1899

1900

1901

1902

1903

1904

1905

1906

1907

1908

1909

1910

1911

0

2

5

2

10

6

6

11

15

20

28

29

36

41

56

40

52

61

32

49

48

29

49

38

41

37

42

68

59

67

59

202

220

289

390

296

266

315

331

296

2

0

2

7

7

0

2

5

4

1

22

38

41

41

45

34

55

79

97

101

130

89

88

115

109

166

193

211

219

340

424

514

693

728

864

977

936

1,163

1,033

994

TOTAL

2

2

7

9

17

6

8

16

19

21

50

67

77

82

101

74

107

140

129

150

178

118

137

153

150

203

235

279

278

407

483

716

913

1,017

1,254

1,273

1,202

1,478

1,364

1,290

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ANEXO 4

CLASIFICACIÓN ALFABÉTICA DE LAS PATENTES

(ESTABLECIDA DESDE 1 8 5 0 )

CLASIFICACrON POR CLASES Y SUBCLASES

' . A.—A gricultura y alim entación

I.—Máquinas agrícolas. . ' VI.—Insecticidas y trampas para animales nod-n .—Abonos. . . . TOS.

lU.—Ezplotaddn. HoitUsaltora. Ingeniería mral. Vil.—Apioultora. .IV,—Molinería, VIII.—Carnioeria. .V.—Panadería. Pastelería. • ' IX.—Lechería. .

B.—H idráulica '

I.—Motores hidránlicos. ' II.—Aparatos que no son' motores hidrdnllcos.. . Bombas 7 en general oondacoiún de 11­

. ■ quidos.

, ' C.—!Tranf^ortes

I.—Via. . IV.—Aparatos diversos de explotación.II.—liOcomotlTas y locomotoras de camino. V.—Tracdún eléctrica sobre rieles.

III.—Carros 7 accesorios. - VI.—Transportes no (daiéficados.

B.—A rtes textU es .

I.—Hilandería 7 materia prima. VI.—Tul, encajes, red, bordado. ’ _11.—Tenido, prq>araciún á impresldn. VII.—Máquinas para extraer fibras. .

IIL—Tejido. VIU.—Procedimiento para extraer libras.IV.—Pasamanería. IX.—Cordelería.V.—Tejido de mano.

E._

I.—Máquinas á vapor. V.—Máquinas diversas.II.—Calderos 7 aparatos evaporadores. VI.—Maniobra de cargas.

III.—Elementos. ■ VIL—Motores diversos.IV.—Utiles 7 máquinas para labrar, madera 7 me­

tales. Conservaddn de la madera. ' '

F .—M arina. Navegación .y obras hidráulicas '

L—Constmccldn de buques 7 aparatos de gne- UL—Aparejo, accesorios, aparatos de salvamen-' rra. to, pisdcnltura 7 gnw pesca, aeróstatos.

II.—Máquinas de marina 7 propulsores. IV.—Trabajos de puertos, rl'os 7 canales.

O.—Construfidones

L—Material y útiles. III.—Trabajos de arqulteotura, arreglos Interio-II.—Caminos, puentes 7 vías. res, aeracldn y ventlladdn, protectores

. ' contra incendios 7 extlnguldores.

H.—U lnas y m etalurgia

I.—Explotación de minas, mineras 7 canteras. m .—Metales diferentes del liierro 7 jprocedi-Perforadtfn de pozos. miento 7 aparatos para su beneficio.

II.—Hierro 7 acero. lV:-^Ligas 7 soldaduras. '

r -JH a te r ia l de economía doméstica y accesorios de las construcciones

L—Artioalos dé casa. IIL—Cuchilleila 7 aervlolo de mesa.IL—Cerrajería. IV.—Muebles 7 mobiUario de jardines. .

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I.-^Coiruaies 7 Teloalp^os.II.—Arneses.in.—Albelteila ó herradurla.

IV.—Contadores y accesorios.. V.—AntomúTÜes. -

- K.—SFabricacieii de amnas é Ingenleila nillltar

I.—Almas de faego sin montaje. ' . . n i.—Equipo, vestuario y trabajos militares. 'n.-A rm as de fttegp de montaje. . IV.-Armas, blancos y diversos aooesorlos.

■ Ib^-JCoBtnimentoB de pndslfin , dentlflcos '7 eléctricos

I.—Relo]eria. - V.—Oeneracdón de la electricidad,n .— AparatosdelÍ8ica,quImloa,<}ptdcayacd8tlca. ■ -VI.—Transpo^ y medida de la électrioidad.

m .—Pesas y medidas. Instrumentos de matemá- Aparatos diversos.üpas, contadores y procedimientos de en- ' ' ' ' Vil.-Aplicaciones de la electricidad. , ■

' sáye. VIII.—Lámparas eléctricas.IV.—Telegrafía, telefonía. - . ' . .

IL—Cerámica 7 envaBes

L—Ladrillos y tejos. . . ' .n.—AUareila, porcelonay 191a. .

m .—Vidrio y todo lo qae.se relaciona con envases de botella.

rv .—Envases. V.—Tonelería.

N.—Artes químicas

' I.—Productos, máquinas y aparatos químicos. II.-M aterias colorantes. Untas, barnices, reves-

tlmientoa.m .—Pdlvorus, materias explosivas, pirotoonia.IV.—Grasas, jabones, bujías, perfumes.V.—Esencias, resinas, cera, caucho.

VL—AiAcar. . .Vll.-Bebldas. .

Vm.—Vino, alcohol, éter, vinagre.IX.—Substáncl9s0igánlcas,alimentlciasy0tras,

y su conservacidn.X.-Caeros y pellejos, cola, gelatina.

S .—DesinfeotanteB y desincrustantes, destíla-cidn y filtraoUn.

ZII.—Procedimientos y productos no denomina­. ' ■ dos. • .

{.—Lámparas y Msforos. n .—<}as. -

O.—Alumbrado. Oalefocdóii 7 xofrlgeiracUii -' ' III.—Combustibles y aparatos de calefaccidn.

. IV.—Relrigeracidn.

F.—Vestido 7 artlcnlos de París

I.—Mercería, guantes, lenoeria, llores, plumas, corsés, alflleres.

U.—Paraguas, bastones y abanicos.

in.-^Vestidos, sombreros,IV.—Calzado y máquinas para su fabricación. •V.—Máquinas de coser.

Q.—A rtes Industriales

I.— tu r a , dibujo, grabado, escultofa.II.—Litografía y tipografía. ‘

m .—Fotografía. '

IV.-MüaIca. ‘V.—Joyeria y plateria.

VI.—Chapeado y galvanoplastia.

B.—Papeleila. Artlcnlos de escritorio. Ensefianza. Valgarlsaclfiii.

I.—Pastas y máquinas. 'II.—Artículos de escritorio, prensas de copiar.

encuademación, artículos de ensefianza, máquinas de escribir. -

III.—Publicidad, correos, sefiales.

S.—d m g la. V edldna. Higiene

I.—Aparatos de medldña y drugla. . n .—Aparatos y procedimientos relativos á hi­

giene. - ni.—Material de farmacia. .IV.—Productos farmacdutloos. .V.—Gimnástica, hidroterapia, nataddn.

VI.—Aparatos y procedimientos de sccorro- y preservación. .

Vn.—Pompas fdnebres, cremación, vm.—Tratamiento de Inmundicias (excepto abo­. nos), cloacas.

T.—Industria tabaquera 7 pequeñas IndustriasI.—-Fabrioadón de

n.—Artículos para fumadores. Tabaco, in .—Cestería, tornería, tafileterfa IV.—Peqnefias indostrias. .

- V.—Juegos, teatros, carreras. VI.—Loterías.

VU.-Varios.

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ANEXO 5SUBCLASES DE PATENTES DE LOS INVENTORES MEXICANOS

(1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Subclase Descripción PatentesH-III Beneficio de metales 14 12.8%D-VII Máquinas para extraer fibras 8 7.3%N-IV Jabones 5 4.6%N-VI Azúcar 5 4.6%D-II Teñido de textiles 4 3.7%N-VIII Vinos 4 3.7%O-I Lámparas 4 3.7%E-VI Maniobra de cargas 3 2.8%M-I Ladrillos y tejas 3 2.8%N-IX Conservación de alimentos 3 2.8%T-II Tabaco 3 2.8%A-IV Molinería 2 1.8%B-I Motores hidráulicos 2 1.8%B-II Bombas para conducir líquidos 2 1.8%D-I Hilandería 2 1.8%F-I Canoas 2 1.8%H-I Exploración de minas 2 1.8%I-IV Muebles de casa 2 1.8%

J-I Carruajes 2 1.8%

J-II Arneses 2 1.8%M-II Porcelana y loza 2 1.8%M-IV Envases 2 1.8%N-II Materias colorantes y barnices 2 1.8%N-IV Velas de cera 2 1.8%N-V Esencias y resinas 2 1.8%O-III Combustibles de calefacción 2 1.8%R-II Artículos de escritorio 2 1.8%S-III Aparatos relativos a la higiene 2 1.8%A-I Máquinas agrícolas 1 0.9%A-V Pastas para sopa 1 0.9%C-II Locomotivas y locomotoras 1 0.9%D-III Tejido 1 0.9%D-IV Pasamanería 1 0.9%E-II Calderas 1 0.9%E-VII Motores diversos 1 0.9%F-II Máquinas de marina 1 0.9%G-I Material de construcción 1 0.9%G-III Elevadores domésticos 1 0.9%L-I Relojería 1 0.9%L-II Pararrayos 1 0.9%N-IV Perfumes 1 0.9%N-XI Desinfectantes 1 0.9%O-I Fósforos 1 0.9%O-II Gas para alumbrado 1 0.9%P-III Sombreros 1 0.9%Q-III Litografía y tipografía 1 0.9%S-VIII Tratamiento de inmundicias 1 0.9%

Notas: algunas patentes aparecen

La descripción de laen más de una subclase

subclase está resumida.

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ANEXO 6SUBCLASES DE PATENTES DE LOS GRUPOS SOCIALES RELEVANTES

(1 8 4 2 -1 8 7 6 )

Subclase Descripción Patentes Porcentaje

D-VII Máquinas para extraer fibras 6 15.0%

H-III Beneficio de metales 5 12.5%

B-I Motores hidráulicos 2 5.0%

I-IV Muebles de casa 2 5.0%

J-I Carruajes 2 5.0%

M-I Ladrillos y tejas 2 5.0%

N-IV Jabón 2 5.0%

O-I Lámparas 2 5.0%

T-II Tabaco 2 5.0%

A-IV Molinería 1 2.5%

A-V Pastas para sopa 1 2.5%

B-II Bombas para conducir líquidos 1 2.5%

D-II Teñido de textiles 1 2.5%

E-VII Motores diversos 1 2.5%

F-I Canoas 1 2.5%

F-II Máquinas de marina 1 2.5%

J-II Arneses 1 2.5%

M-IV Envases 1 2.5%

N-II Materias colorantes y barnices 1 2.5%

N-IV Velas de cera 1 2.5%

N-VI Azúcar 1 2.5%

N-VIII Vinos 1 2.5%

N-XI Desinfectantes 1 2.5%

S-III Aparatos relativos a la higiene 1 2.5%

Notas: algunas patentes aparecen en más de una subclase

La descripción de la subclase está resumida.

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ANEXO 7 INVENTORES ASIDUOS:

RESIDENCIA Y DISTRIBUCIÓN DE PATENTES (1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Residencia Inventores Porcentaje

Cd. México

Jalisco

Yucatán

Nuevo León

Puebla

San Luis Potosí

Coahuila

Guanajuato

Hidalgo

Chihuahua

Veracruz

Estado de México

Durango

Aguascalientes

Oaxaca

Tamaulipas

Chiapas

Michoacán

Querétaro

Zacatecas

Tabasco

Baja California

Morelos

Nayarit

Sinaloa

Campeche

Sonora

Tlaxcala

Totales

407

33

29

28

25

24

20

20

17

16

16

14

10

8

6

6

5

5

5

5

3

2

2

2

2

1

1

1

713

57.1%

4.6%

4.1%

3.9%

3.5%

3.4%

2.8%

2.8%

2.4%

2.2%

2.2%

2.0%

1.4%

1.1%

0.8%

0.8%

0.7%

0.7%

0.7%

0.7%

0.4%

0.3%

0.3%

0.3%

0.3%

0.1%

0.1%

0.1%

100%

Lugar

Cd. México

Jalisco

Puebla

Nuevo León

Yucatán

San Luis Potosí

Guanajuato

Coahuila

Chihuahua

Hidalgo

Veracruz

Estado de México

Durango

Oaxaca

Aguascalientes

Tamaulipas

Zacatecas

Querétaro

Michoacán

Chiapas

Baja California

Morelos

Nayarit

Tabasco

Sinaloa

Sonora

Tlaxcala

Campeche

Totales

Patentes Porcentaje

1,509

130

121

118

92

66

53

50

42

38

38

33

26

24

22

18

17

16

15

12

10

7

7

6

4

3

3

2

2,482

60.8%

5.2%

4.9%

4.8%

3.7%

2.7%

2.1%

2.0%

1.7%

1.5%

1.5%

1.3%

1.0%

1.0%

0.9%

0.7%

0.7%

0.6%

0.6%

0.5%

0.4%

0.3%

0.3%

0.2%

0.2%

0.1%

0.1%

0.1%

100%

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ANEXO 8 GRUPOS SOCIALES RELEVANTES:

RESIDENCIA Y DISTRIBUCIÓN DE PATENTES(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Residencia Inventores Porcentaje 1 Lugar Patentes Porcentaje

Ciudad de México 213 57.7% Ciudad de México 902 65.4%

Jalisco 17 4.6% Jalisco 80 5.8%

Yucatán 17 4.6% Puebla 53 3.8%

Guanajuato 13 3.5% Yucatán 48 3.5%

Puebla 13 3.5% Nuevo León 39 2.8%

San Luis Potosí 13 3.5% San Luis Potosí 35 2.5%

Nuevo León 12 3.3% Guanajuato 34 2.5%

Chihuahua 9 2.4% Estado de México 21 1.5%

Coahuila 9 2.4% Coahuila 21 1.5%

Estado de México 8 2.2% Chihuahua 20 1.4%

Hidalgo 7 1.9% Veracruz 18 1.3%

Veracruz 7 1.9% Zacatecas 17 1.2%

Aguascalientes 6 1.6% Hidalgo 17 1.2%

Durango 5 1.4% Aguascalientes 17 1.2%

Tamaulipas 4 1.1% Tamaulipas 14 1.0%

Zacatecas 4 1.1% Durango 12 0.9%

Querétaro 3 0.8% Querétaro 7 0.5%

Chiapas 2 0.5% Chiapas 6 0.4%

Baja California Sur 1 0.3% Baja California Sur 5 0.4%

Michoacán 1 0.3% Tlaxcala 3 0.2%

Morelos 1 0.3% Sonora 3 0.2%

Oaxaca 1 0.3% Sinaloa 2 0.1%

Sinaloa 1 0.3% Oaxaca 2 0.1%

Sonora 1 0.3% Morelos 2 0.1%

Tlaxcala 1 0.3% Michoacán 2 0.1%

Totales 369 100% Totales 1 ,380 100%

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ANEXO 9 GRUPOS SOCIALES RELEVANTES:

CLASES DE PATENTES (1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Clase Descripción Patentes

N Artes químicas 228

A Agricultura y alimentación 178

G Construcciones 137

E Máquinas 86

D Artes textiles 84

H Minas y metalurgia 81

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 78

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 70

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 57

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 57

C Transportes 53

I Economía doméstica y accesorios 52

B Hidráulica 48

J Carrocería y guarnicionería 45

M Cerámica y envases 38

S Cirugía, medicina e higiene 34

F Marina, navegación y obras hidráulicas 27

P Vestido y artículos de parís 27

Q Artes industriales 18

K Fabricación de armas e ingeniería militar 9

Nota: algunas patentes aparecen en más de una clase.

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Residencia Inventores Porcentaje

Ciudad de México 71 58.7%

San Luis Potosí 8 6.6%

Jalisco 7 5.8%

Guanajuato 6 5.0%

Puebla 5 4.1%

Estado de México 4 3.3%

Yucatán 4 3.3%

Coahuila 3 2.5%

Durango 3 2.5%

Nuevo León 2 1.7%

Zacatecas 2 1.7%

Aguascalientes 1 0.8%

Chihuahua 1 0.8%

Hidalgo 1 0.8%

Morelos 1 0.8%

Oaxaca 1 0.8%

Sinaloa 1 0.8%

Totales 121 100%

ANEXO 11 INGENIEROS: CLASES DE PATENTES

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Clase Descripción Patentes

G Construcciones 107

N Artes químicas 102

H Minas y metalurgia 69

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 50

A Agricultura y alimentación 37

E Máquinas 27

C Transportes 26

D Artes textiles 26

B Hidráulica 24

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 24

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 19

I Economía doméstica y accesorios 14

M Cerámica y envases 14

F Marina, navegación y obras hidráulicas 13

J Carrocería y guarnicionería 13

S Cirugía, medicina e higiene 12

Q Artes industriales 10

P Vestido y artículos de parís 9

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 6

K Fabricación de armas e ingeniería militar 4

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ANEXO 12 INGENIEROS: SUBCLASES DE PATENTES

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Subclase Descripción Patentes

H-IIIMetales diferentes del hierro y procedimiento y aparatos para su beneficio

64

G-I Material y útiles 59

G-IIITrabajos de arquitectura, arreglos interiores, aeración y ventilación, protectores contra incendios y extinguidores

38

N-V Esencias, resinas, cera, caucho 28

D-VII Máquinas para extraer fibras 24

N-VIII Vino, alcohol, éter, vinagre 20

B-IIAparatos que no son motores hidráulicos. Bombas y en general conducción de líquidos

19

L-VII Aplicaciones de la electricidad 17

E-VII Motores diversos 14

N-IX Sustancias orgánicas, alimenticias y otras, y su conservación 14

R-III Publicidad, correos, señales 14

A-IV Molinería 10

C-I Vía 10

G-II Caminos, puentes y vías 10

N-IV Grasas, jabones, bujías, perfumes 10

L-VI Transporte y medida de la electricidad 9

N-VI Azúcar 9

O-III Combustibles y aparatos de calefacción 9

R-IIArtículos de escritorio, prensas de copiar, encuadernación, artículos de enseñanza, máquinas de escribir

9

A-I Máquinas agrícolas 8

A-III Explotación, horticultura e ingeniería rural 8

C-IV Aparatos diversos de explotación 8

S-II Aparatos y procedimientos relativos a higiene 8

A-V Panadería, pastelería 7

F-IIIAparejo, accesorios, aparatos de salvamento, piscicultura y gran pesca, aerostatos

7

I-I Artículos de casa 7

L-IIIPesas y medidas, instrumentos de matemáticas, 7

contadores y procedimientos de ensaye/

M-III Vidrio y todo lo que se relaciona con envases de botella 7

N-III Pólvoras, materias explosivas, pirotecnia 7

O-I Lámparas y fósforos 7

J-II Arneses 6

N-XI Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 6

B-I Motores hidráulicos 5

C-V Tracción eléctrica sobre rieles 5

F-II Máquinas de marina y propulsores 5

H-I Explotación de minas, mineras y canteras. Perforación de pozos 5

I-IV Muebles y mobiliario de jardines 5

J-I Carruajes y velocípedos 5

L-II Aparatos de física, química y óptica y acústica 5

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Subclase Descripción Patentes

T-II Artículos para fumadores. Tabaco 5

L-I Relojería 5

E-II Calderas y aparatos evaporadores 4

L-IV Telegrafía, telefonía 4

M-I Ladrillos y tejas 4

N-I Productos, máquinas y aparatos químicos 4

P-I Mercería, guantes, lencería, flores, plumas, corsés, alfileres 4

P-III Vestidos, sombreros 4

E-IV Útiles y máquinas para labrar madera y metales 3

L-V Generación de la electricidad 3

M-IV Envases 3

N-XII Procedimientos y productos no denominados 3

O-II Gas 3

Q-II Litografía y tipografía 3

A-IX Lechería 2

E-I Máquinas a vapor 2

E-V Máquinas diversas 2

I-II Cerrajería 2

K-III Equipo, vestuario y trabajos militares 2

N-II Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 2

Q-I Pintura, dibujo, grabado, escultura 2

Q-III Fotografía 2

Q-IV Música 2

S-VII Pompas fúnebres, cremación 2

D-III Tejido 2

S-I Aparatos de medicina y cirugía 2

A-II Abonos 1

A-VIII Carnicería 1

C-II Locomotivas y locomotoras de camino 1

C-III Carros y accesorios 1

C-VI Transportes no clasificados 1

E-III Elementos 1

E-VI Maniobra de cargas 1

F-I Construcción de buques y aparatos de guerra 1

J-III Albeitería o herraduría 1

J-V Automóviles 1

K-I Armas de fuego sin montaje 1

K-II Armas de fuego de montaje 1

P-IV Calzado y máquinas para su fabricación 1

Q-V Joyería y platería 1

R-I Pastas y máquinas 1

T-VII Varios 1

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Residencia Inventores Porcentaje

Ciudad de México 43 48.9%

Jalisco 6 6.8%

Puebla 6 6.8%

Guanajuato 5 5.7%

Nuevo León 5 5.7%

Aguascalientes 4 4.5%

Yucatán 4 4.5%

Chihuahua 3 3.4%

Hidalgo 2 2.3%

Querétaro 2 2.3%

San Luis Potosí 2 2.3%

Veracruz 2 2.3%

Chiapas 1 1.1%

Coahuila 1 1.1%

Estado de México 1 1.1%

Tlaxcala 1 1.1%

ANEXO 14 INDUSTRIALES: CLASES DE PATENTES

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Clases Descripción Patentes

A Agricultura y alimentación 87

N Artes químicas 57

D Artes textiles 29

I Economía doméstica y accesorios 18

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 17

M Cerámica y envases 15

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 15

G Construcciones 13

E Máquinas 12

J Carrocería y guarnicionería 12

B Hidráulica 9

C Transportes 9

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 7

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 7

P Vestido y artículos de parís 7

S Cirugía, medicina e higiene 7

F Marina, navegación y obras hidráulicas 4

Q Artes industriales 4

K Fabricación de armas e ingeniería militar 2

H Minas y metalurgia 0

Page 423: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

A-V Panadería, pastelería 42

D-VII Máquinas para extraer fibras 18

A-IV Molinería 17

N-VIII Vino, alcohol, éter, vinagre 14

A-III Explotación, horticultura, ingeniería rural 12

I-IV Muebles y mobiliario de jardines 11

N-IV Grasas, jabones, bujías perfumes 11

A-I Máquinas agrícolas 9

B-IIAparatos que no son motores hidráulicos. Bombas y en general conducción de líquidos

8

G-I Material y útiles 8

R-I Pastas y máquinas 8

R-III Publicidad, correos, señales 8

T-II Artículos para fumadores. Tabaco 8

C-IV Aparatos diversos de explotación 6

I-I Artículos de casa 6

M-IV Envases 6

N-I Productos, máquinas y aparatos químicos 6

N-IX Substancias orgánicas, alimentación y otras, y su conservación 6

S-II Aparatos y procedimientos relativos a higiene 6

A-IX Lechería 5

G-IIITrabajos de arquitectura, arreglos interiores, aeración y ventilación, protectores contra incendios y extinguidores

5

N-V Esencias, resinas, cera, caucho 5

O-III Combustibles y aparatos de calefacción 5

D-II Teñido, preparación e impresión 4

D-VIII Procedimiento para extraer fibras 4

M-I Ladrillos y tejas 4

M-III Vidrio y todo lo que se relaciona con envases de botella 4

N-II Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 4

N-XI Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 4

D-III Tejido 3

E-III Elementos 3

E-VII Motores diversos 3

F-IIIAparejo, accesorios, aparatos de salvamento, piscicultura y gran pesca, aerostatos

3

J-I Carruajes y velocípedos 3

J-II Arneses 3

J-IV Contadores y accesorios 3

N-III Pólvoras, materias explosivas, pirotecnia 3

P-IV Calzado y máquinas para su fabricación 3

T-V Juegos, teatros, carreras 3

A-VI Insecticidas y trampas para animales nocivos 2

E-I Máquinas a vapor 2

Page 424: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

E-II Calderas y aparatos evaporadores 2

J-V Automóviles 2

L-II Aparatos de física, química, óptica y acústica 2

N-VII Bebidas 2

O-I Lámparas y fósforos 2

P-I Mercería, guantes, lencería, flores, plumas, corsés, alfileres 2

Q-VI Chapeado y galvanoplastia 2

T-IV Pequeñas industrias 2

B-I Motores hidráulicos 1

C-II Locomotivas y locomotoras de camino 1

C-III Carros y accesorios 1

C-V Tracción eléctrica sobre rieles 1

E-IV Útiles y máquinas para labrar madera y metales 1

E-V Máquinas diversas 1

F-II Máquinas de marina y propulsores 1

I-II Cerrajería 1

J-III Albeitería o herraduría 1

K-III Equipo, vestuario y trabajos militares 1

K-IV Armas, blancos y diversos accesorios 1

L-IIIPesas y medidas, instrumentos de matemáticas, contadores y procedimientos de ensaye

1

L-IV Telegrafía, telefonía 1

L-V Generación de la electricidad 1

L-VI Transporte y medida de la electricidad 1

L-VII Aplicaciones de la electricidad 1

M-II Alfarería, porcelana y loza 1

N-VI Azúcar 1

N-X Cueros y pellejos, cola, gelatina 1

P-II Paraguas, bastones y abanicos 1

P-III Vestidos, sombreros 1

Q-II Litografía y tipografía 1

Q-IV Música 1

R-IIArtículos de escritorio, prensas de copiar, encuadernación, artículos de enseñanza, máquinas de escribir

1

S-VIII Tratamiento de inmundicias (excepto abonos), cloacas 1

T-I Fabricación de chucherías 1

T-VI Loterías 1

Page 425: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Residencia Inventores Porcentaje

Ciudad de México 46 65.7%

Yucatán 6 8.6%

Nuevo León 3 4.3%

Coahuila 2 2.9%

Estado de México 2 2.9%

San Luis Potosí 2 2.9%

Tamaulipas 2 2.9%

Veracruz 2 2.9%

Guanajuato 1 1.4%

Jalisco 1 1.4%

Puebla 1 1.4%

Sonora 1 1.4%

Zacatecas 1 1.4%

ANEXO 17 MECÁNICOS: CLASES DE PATENTES

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Clase Descripción Patentes

E Máquinas 50

A Agricultura y alimentación 25

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 21

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 17

D Artes textiles 16

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 13

C Transportes 12

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 12

J Carrocería y guarnicionería 11

H Minas y metalurgia 10

B Hidráulica 9

G Construcciones 9

N Artes químicas 8

S Cirugía, medicina e higiene 7

I Economía doméstica y accesorios 3

F Marina, navegación y obras hidráulicas 3

M Cerámica y envases 3

K Fabricación de armas e ingeniería militar 2

P Vestido y artículos de parís 1

Q Artes industriales 1

Page 426: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

D-VII Máquinas para extraer fibras 14

E-VII Motores diversos 17

A-IV Molinería 12

O-III Combustibles y aparatos de calefacción 12

H-IIIMetales diferentes del hierro y procedimiento y aparatos para su beneficio

9

T-II Artículos para fumadores. Tabaco 9

B-IIAparatos que no son motores hidráulicos. Bombas y en general conducción de líquidos

8

A-V Panadería, pastelería 7

E-II Calderas y aparatos evaporadores 7

R-IIArtículos de escritorio, prensas de copiar, encuadernación artículos de enseñanza, máquinas de escribir

7

S-II Aparatos y procedimientos relativos a higiene 7

E-V Máquinas diversas 9

E-IV Útiles y máquinas para labrar madera y metales 5

G-IIITrabajos de arquitectura, arreglos interiores, aeración y ventilación, protectores contra incendios y extinguidores

5

L-VII Aplicaciones de la electricidad 5

R-III Publicidad, correos, señales 5

C-I Vía 4

C-V Tracción eléctrica sobre rieles 4

E-III Elementos 4

G-I Material y útiles 4

I-I Artículos de casa 3

J-I Carruajes y velocípedos 4

J-II Arneses 4

N-XI Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 4

O-I Lámparas y fósforos 4

O-II Gas 4

T-V Juegos, teatros, carreras 4

A-I Máquinas agrícolas 3

C-III Carros y accesorios 3

F-IIIAparejo, accesorios, aparatos de salvamento, piscicultura y gran pesca, aerostatos

3

L-II Aparatos de física, química, óptica y acústica 3

L-VI Transporte y medida de la electricidad. Aparatos diversos 3

E-VI Maniobra de cargas 2

J-V Automóviles 2

M-I Ladrillos y tejas 2

T-VII Varios 2

A-III Explotación, horticultura, ingeniería rural 1

B-I Motores hidráulicos 1

C-IV Aparatos diversos de explotación 1

Page 427: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

D-III Tejido 1

D-VIII Procedimiento para extraer fibras 1

E-I Máquinas a vapor 1

H-I Explotación de minas, mineras y canteras. Perforación de pozos 1

J-IV Contadores y accesorios 1

K-I Armas de fuego sin montaje 1

K-IV Armas, blancos y diversos accesorios 1

L-I Relojería 1

L-IV Telegrafía, telefonía 1

M-IV Envases 1

N-I Productos, máquinas y aparatos químicos 1

N-IV Grasas, jabones, bujías, perfumes 1

N-VI Azúcar 1

N-VIII Vino, alcohol, éter, vinagre 1

O-IV Refrigeración 1

P-III Vestidos, sombreros 1

Q-IV Música 1

T-I Fabricación de chucherías 1

T-IV Pequeñas industrias 1

Page 428: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

ANEXO 19 COMERCIANTES: RESIDENCIA

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

Residencia Inventores Porcentaje

Ciudad de México 53 58.9%

Chihuahua 5 5.6%

Hidalgo 4 4.4%

Coahuila 3 3.3%

Jalisco 3 3.3%

Veracruz 3 3.3%

Yucatán 3 3.3%

Durango 2 2.2%

Nuevo León 2 2.2%

Tamaulipas 2 2.2%

Aguascalientes 1 1.1%Baja California Sur 1 1.1%

Chiapas 1 1.1%Estado de México 1 1.1%

Guanajuato 1 1.1%Michoacán 1 1.1%

Puebla 1 1.1%Querétaro 1 1.1%

San Luis Potosí 1 1.1%

Zacatecas 1 1.1%

ANEXO 20 COMERCIANTES: CLASES DE PATENTES

(1 8 7 7 -1 9 1 1 )

CLASE DESCRIPCIÓN PATENTES

N Artes químicas 60

A Agricultura y alimentación 32

R Papelería, escritorio, enseñanza y vulgarización 25

T Industria tabacalera y pequeñas industrias 19

I Economía doméstica y accesorios 16

D Artes textiles 14

L Instrumentos de precisión, científicos y eléctricos 14

G Construcciones 12

O Alumbrado, calefacción y refrigeración 12

P Vestido y artículos de parís 10

J Carrocería y guarnicionería 9

S Cirugía, medicina e higiene 9

E Máquinas 8

F Marina, navegación y obras hidráulicas 7

B Hidráulica 6

C Transportes 6

M Cerámica y envases 6

Q Artes industriales 3

H Minas y metalurgia 2

K Fabricación de armas e ingeniería militar 1

Page 429: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

N-IV Grasas, jabones, bujías, perfumes 15

I-IV Muebles y mobiliario de jardines 14

R-III Publicidad, correos, señales 14

A-IV Molinería 13

N-VIII Vino, alcohol, éter, vinagre 13

A-V Panadería, pastelería 10

D-VII Máquinas para extraer fibras 10

G-I Material y útiles 10

R-IIArtículos de escritorio, prensas de copiar, encuadernación, artículos de enseñanza, máquinas de escribir

9

N-VI Azúcar 8

T-II Artículos para fumadores. Tabaco 8

L-IIIPesas y medidas, instrumentos de matemáticas, contadores y procedimientos de ensaye

7

N-IX Substancias orgánicas, alimenticias y otras, y su conservación 7

O-II Gas 6

P-IV Calzado y máquinas para su fabricación 6

T-V Juegos, teatros, carreras 6

B-IIAparatos que no son motores hidráulicos. Bombas y en general conducción de líquidos

5

F-IIIAparejo, accesorios, aparatos de salvamento, piscicultura y gran pesca, aerostatos

5

J-I Carruajes y velocípedos 5

M-IV Envases 5

N-II Materias colorantes, tintas, barnices, revestimientos 5

N-V Esencias, resinas, cera, caucho 5

O-III Combustibles y aparatos de calefacción 5

S-IV Productos farmacéuticos 5

A-III Explotación, horticultura, ingeniería rural 4

C-V Tracción eléctrica sobre rieles 4

N-VII Bebidas 4

A-I Máquinas agrícolas 3

E-VI Maniobra de cargas 3

L-VI Transporte y medida de la electricidad. Aparatos diversos 3

Q-III Fotografía 3

A-IX Lechería 2

C-IV Aparatos diversos de explotación 2

D-II Teñido, preparación e impresión 2

D-III Tejido 2

E-IV Útiles y máquinas para labrar madera y metales 2

G-IIITrabajos de arquitectura, arreglos interiores, aeración y ventilación, protectores contra incendios y extinguidores

2

Page 430: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Subclase Descripción Patentes

H-IIIMetales diferentes del hierro, procedimientos y aparatos para su beneficio

2

I-I Artículos de casa 2

J-V Automóviles 2

L-I Relojería 2

N-I Productos, máquinas y aparatos químicos 2

P-V Máquinas de coser 2

R-I Pastas y máquinas 2

S-II Aparatos y procedimientos relativos a higiene 2

T-VI Loterías 2

T-VII Varios 2

B-I Motores hidráulicos 1

E-III Elementos 1

E-V Máquinas diversas 1

E-VII Motores diversos 1

F-I Construcción de buques y aparatos de guerra 1

F-II Máquinas de marina y propulsores 1

J-II Arneses 1

J-III Albeitería o herraduría 1

K-III Equipo, vestuario y trabajos militares 1

L-IV Telegrafía, telefonía 1

L-VIII Lámparas eléctricas 1

M-III Vidrio y todo lo que se relaciona con envases de botella 1

N-XI Desinfectantes y desincrustantes, destilación y filtración 1

O-I Lámparas y fósforos 1

P-II Paraguas, bastones y abanicos 1

P-III Vestidos, sombreros 1

S-I Aparatos de medicina y cirugía 1

S-VII Pompas fúnebres, cremación 1

T-IV Pequeñas industrias 1

Page 431: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...
Page 432: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

B I B L I O G R A F Í A

1 . F u e n t e s p r i m a r i a s : b i b l i o g r a f í a

Adorno, Juan N epom uceno. Resumen ordenado de los discursos pronunciados p o r el ciudadano

Juan N epom uceno A dorno an te los c iudadanos redac tores +y ed itores de la prensa

periódica, ingenieros, g rabadores , abogados, m édicos y dem á s personas que han asistido

a sus reuniones con el ob jeto de buscar solución plausible y útil a los p ro b lem a s que las

originaron, México, Im prenta de Ignacio Cumplido, 1873 .

Alcaraz, Vicente H. La educación sensoria, México, Im prenta de Aguilar e Hijos, 1883.

Álvarez, Manuel F. “Proyecto de organización de la en señ an za técn ico industrial en M éxico”,

en Eguiarte Sakar, María Estela. H acer ciudadanos. Educación p a ra el trabajo

m anufacturero en el S. XIXen México, México, UIA, 1989 .

Anales del m inisterio de fom en to , obras públicas, m ejoras m ateriales, colonización,

descubrim ientos, inventos y perfeccionam ien tos hechos en las ciencias y las a r tes y útiles

aplicaciones prácticas, Tom o I, México, Im prenta de F. Escalante y Cía., 1854 .

Ancona, Eligio. Colección de leyes, decretos, órdenes y d em ás disposiciones de tendencia gen era l

expedidas p o r el p o d e r legislativo del es tado de Yucatán, Tom o VI, Mérida, El Eco del Comercio, 1887 .

Ancona, Eligio. Colección de leyes, decretos, órdenes y d em ás disposiciones de tendencia gen era l

expedidas p o r el p o d e r legislativo del es tado de Yucatán, Tom o V, Mérida, El Eco del Comercio, 1882 .

Antuñano, Estevan de. Discurso analítico de algunos pu n tos de m o ra l y econom ía política de

Méjico con relación a su agricultura cereal, o sea pen sam ien tos p a ra un plan p ara

a n im ar la industria mejicana, Puebla, Im prenta de José María Campos, 1834.

Antuñano, Estevan. Pensam ientos p ara la regeneración industria l de México, escritos

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Im prenta del Hospital de San Pedro, 1837.

Aragón, Agustín. “Conferencia sobre las aptitudes que deben tener los jóvenes que se

dediquen a la carrera de ingeniería, y las dificultades de adquisición de los

conocim ientos de la m ism a carrera, y ventajas del ejercicio de é s ta ”, en Conferencias

sobre las carreras de ingeniero, a b o gado y m édico d a d a s en la Escuela N acional

Preparatoria , México, Tipografía Económica, 1906 .

Arrillaga, Basilio José. Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglam entos, circulares yprovidencias de los su prem os po d eres y o tra s au tor idades de la república mexicana,

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Aznar Pérez, Alonso. Colección de leyes, decretos, órdenes o acuerdos de tendencia g en era l del p o d e r legislativo del es tado libre y soberano de Yucatán, Tom o I, Mérida, Im prenta del

Editor, 1849 .

Bancroft, Hubert H. Recursos y desarrollo en México, San Francisco, Bancroft Company, 1893.

Barba, Rafael. El henequén en Yucatán, México, Tip. de la Secretaría de Fom ento, 1895.

Bárcena, Mariano. La segunda exposición de Las Clases P roductoras y descripción de la c iudad

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Page 433: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Biografía necrológica delExm o. Señor D. Lucas Alamán, México, Tip. de R. Rafael, 1853.

Boletín de instrucción pública, órgano de la secre ta r ía de l ramo, T om o III, México, Tipografía

Económica, 1904 .

Boletín de instrucción pública, órgano de la secre ta r ía de l ramo, T om o VI, México, Tipografía

Económica, 1906 .

Boletín de instrucción pública, órgano de la secre ta r ía de l ramo, T om o I, México, Tipografía

Económica, 1903 .

Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana, Tom o II, Núms. 3 y

4, 1 8 7 4 -1 8 7 6 .

Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana, Tom o IV, Núms. 8 y

9, 1880.

Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana, Tom o II, Núms. 1 1 ­12, 1894.

Breve noticia de los es tab lec im ien tos de instrucción depend ien tes de la Secretaria de Estado y del

Despacho de Justicia e Instrucción Pública, México, Tip. y Litografía “La Europea”, 1900.

Brito, José. Legislación Mexicana. Índice alfabético razon ado de las leyes, decretos, reglam entos,

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Cantón, Rodulfo G. M em oria de la Segunda Exposición de Yucatán. Verificada del 5 a l 1 5 de

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Carillo, Carlos A. “El m étod o objetivo”, La reform a de la escuela elemental. Periódico de

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Código de Comercio de los Estados Unidos Mexicanos, México, Juan Valdés y Cueva, 1889 .

Colección de leyes y decre tos expedidos p o r el Congreso General de los E stados Unidos Mejicanos

en los años de 1 8 2 9 y 1830, México, Im prenta de Galván, 1831 .

Colección de los decre to s y órdenes de las Cortes de España que se reputan v igen tes en la

República de los E stados Unidos Mexicanos, México, Im prenta de Galván, 1829 .

Crespo y Martínez, Gilberto. “Las patentes de invención”, Concurso científico nacional, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1897 .

Cuatáparo, Juan N. “La ingeniería m exicana”, El Minero Mexicano, T om o III, No. 3, 1875 , p. 25.

Cubas, García, Cuadro geográfico , estadístico, descrip tivo e histórico de los Estados Unidos

Mexicanos, México, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fom ento, 1885 .

Cuenta del Tesoro Federal fo rm a d a p o r la Tesorería General de la Federación en cum plim iento

del artículo tercero de la ley de 3 0 de m ayo de 1881. Ejercicio Fiscal de 1 8 9 4 a 1895 ,

México, Tipografía de la Oficina Im presora del Timbre, 1896.

Díaz Covarrubias, José. La instrucción pública en México. Estado que gu ardan la instrucción

prim aria , la secundaria y la profesional en la República, México, Imprenta del Gobierno,

1875.

Díaz Rugama, Adolfo. Prontuario de leyes, decretos, reglam entos, circulares y dem ás

disposiciones vigentes, México, Imp. Eduardo Dublán, 1895 .

Page 434: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

Diccionario tecnológico o nuevo diccionario universal de a r tes y oficios y de econom ía industria l

y comercial, T om o I, Barcelona, Im prenta de José Torner, 1833.

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Calificaciones hechas p o r las ju n ta s

de predial, profesiones y p a te n te conform e a lo preven ido en la ley de 8 de abril de 1 8 8 5 y

que servirán de base p ara el cobro de contribuciones en el año f isca l de 1 8 8 5 a 1886,

México, Im prenta de Aguilar e Hijos, 1885.

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Calificaciones hechas p o r las ju n ta s

de predial, profesiones y pa ten te: conform e a lo preven ido en la Ley de 8 de abril de 1885,

y que servirán de base p a ra el cobro de contribuciones del año f isca l de 1 8 8 8 a 1889,

México, Im prenta de Aguilar e Hijos, 1888.

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Calificaciones hechas p o r las ju n ta s

de predial, profesiones y pa ten te , conform e a lo preven ido en la Ley de 8 de abril de 1 8 8 5

y sus concordantes y que servirán de base p a ra el cobro de contribuciones del año f isca l de 18 9 0 a 1891, México, Im prenta de Aguilar e Hijos, 1890 .

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Calificaciones hechas p o r las Juntas

de predial, profesiones y pa ten te , conform e a lo preven ido en la ley de 8 de abril de 18 8 5

y sus concordantes y que servirán de base p a ra el cobro de contribuciones del año f isca l

de 1892 a 1893, México, Tipografía de la Oficina Im presora de Estampillas. 1892.

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. D ictam en de las ju n ta s calificadoras

n om bradas p o r el H. A yu n tam ien to de México p ara el señalam ien to de las cuotas que en

los ram os del derecho de p a te n te y de profesiones han de serv ir de base pa ra el cobro de

las contribuciones d irec tas que p o r esos títu los han de cobrarse en los ejercicios f isca les

de 18 9 6 a 1898, México, Tipografía de la Oficina Im presora del Timbre, 1896 .

Dirección de Contribuciones Directas del Distrito Federal. Resoluciones de las ju n ta s

calificadoras n om bradas p o r el H. A yu n tam ien to de México pa ra el seña lam ien to de las

cuotas que en los ram os de predial, derecho de p a te n te y de profesiones han de serv ir de

base p a ra el cobro de las contribuciones d irec tas que p o r esos títu los han de cobrarse en

los ejercicios f isca les de 1 8 9 8 a 1 9 0 0 en los ram os de profesiones y derecho de p a te n te y

de 1 8 9 8 a 19 0 3 en el ram o de predial, México, Tipografía de la Oficina Im presora del Timbre, 1898.

Dom basle, Mateo de. Calendario del agr icu ltor o m an u al de l agr icu ltor práctico , México, A. Pola

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Dublán, Manuel y José María Lozano. Legislación Mexicana, o colección com ple ta de lasdisposiciones legisla tivas expedidas desde la independencia de la República, 41 Tom os, México, Im prenta de E. Dublán, 1 8 7 6 -1 9 1 0 .

El m osaico m exicano o colección de am en idades curiosas e instructivas, Tom o V, México, Im prenta de Ignacio Cumplido, 1841.

El m useo m exicano o m iscelánea p in toresca de am en idades curiosas e instructivas , Tom o I, México, Im prenta de Ignacio Cumplido, 1843.

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Lista de las cuotas de l im puesto profesional a las personas que ejercen alguna profesión o

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Lista d ispuesta p o r orden de clases y subclases de las p a te n te s que se expidieron conform e a la

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M em oria de Fomento, 1 8 6 7 -1 8 6 8 . M em oria que el Secretario de Estado y de l Despacho deFomento, Colonización, Industria y Comercio p resen ta a l Congreso de la Unión, México,

Im prenta del Gobierno, 1868 .

M em oria de Fomento, 1 8 6 8 -1 8 6 9 . M em oria que el Secretario de Estado y de l Despacho de

Fomento, Colonización, Industria y Comercio de la República Mexicana p resen ta al Congreso de la Unión, correspondien te a l año transcurrido del 1o. de ju lio de 1 8 6 8 al 3 0

de jun io de 1869, México, Imprenta del Gobierno, 1870 .

M em oria de Fomento, 1873 . M em oria que el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de la República Mexicana p resen ta a l Congreso de la

Unión conteniendo docum entos hasta el 3 0 de jun io de 1873, México, Imprenta de la

Calle de Tiburcio N úm ero 18, 1873 .

M em oria de Fomento, 1 8 7 6 -1 8 7 7 . M em oria p resen ta d a a l Congreso de la Unión p o r el

Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de

la República Mexicana Vicente Riva Palacio. Corresponde al año transcurrido de

dic iem bre de 18 7 6 a n oviem bre de 1877, México, Im prenta de Francisco Díaz, 1877.

M em oria de Fomento, 1 8 7 7 -1 8 8 2 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r el

Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de

la República Mexicana, General Carlos Pacheco. Corresponde a los años transcurridos de

dic iem bre de 1 8 7 7 a d ic iem bre de 1882, México, Oficina Tip. de la Secretaría de

Fom ento, 1885.

M em oria de Fomento, 1 8 8 3 -1 8 8 5 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r elSecretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de

la República Mexicana, General Carlos Pacheco. Corresponde a los años transcurridos de

enero de 18 8 3 a ju n io de 1885, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fom ento, 1887 .

Page 437: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

M em oria de Fomento, 1 8 9 2 -1 8 9 6 . M em oria p resen ta d a a l Congreso de la Unión p o r el

Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria de la

República Mexicana, ingeniero M anuel F ernández Leal. Correspondiente a los años

transcurridos de 1 8 9 2 a 1896, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fom ento, 1897 .

M em oria de Fomento, 1 8 9 7 -1 9 0 0 . M em oria p resen ta d a a l Congreso de la Unión p o r el

Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria de la

República Mexicana, correspondien te a los años transcurridos de 1 8 9 7 a 1 9 0 0 y a la

gestión adm in is tra tiva de señ or ingeniero don M anuel F ernández Leal, México, Oficina

Tip. de la Secretaría de Fom ento, 1908 .

M em oria de Fomento, 1 9 0 1 -1 9 0 4 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria de la

República Mexicana, correspondien te a los años transcurridos de 1° de enero de 1901 al

31 de d ic iem bre de 1 9 0 4 y a la gestión a dm in is tra tiva de los señores D. Leandro

F ernández y Gral. M anuel G onzález de Cosío, México, Oficina Tip. de la Secretaría de

Fom ento, 1909 .

M em oria de Fomento, 1 9 0 5 -1 9 0 7 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r el

Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización e Industria de la

República Mexicana, Lic. Olegario Molina. Corresponde a los años transcurridos de 1° de

enero de 1 9 0 5 a 3 0 de ju n io de 1907, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1909.

M em oria de Fomento, 1 9 0 7 -1 9 0 8 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r el Lic.

Olegario Molina, Secretario de Estado y de l Despacho de Fomento, Colonización e

Industria de la República Mexicana. Corresponde al ejercicio f isca l de 1907-1908 ,

México, Im prenta y Fototipia de la Secretaría de Fom ento, 1909 .

M em oria de Fomento, 1 9 0 8 -1 9 0 9 . M em oria p re sen ta d a al Congreso de la Unión p o r el Lic.

Olegario Molina, Secretario de Estado y de l Despacho de Fomento, Colonización e

Industria de la República Mexicana. Corresponde al ejercicio f isca l de 1908-1909 ,México, Im prenta y Fototipia de la Secretaría de Fom ento, 1910 .

M em oria de Fomento, 1 9 0 9 -1 9 1 0 . M em oria de la Secre taría de Fomento p re sen ta d a al Congreso

de la Unión p o r el Secre tario de Estado y del Despacho del ramo, Lic. Olegario Molina. Corresponde a l ejercicio f isca l de 1909-1910 , México, Im prenta y Fototipia de la

Secretaría de Fom ento, 1910 .

M em oria de Fomento, 1 9 1 0 -1 9 1 1 . M em oria de la Secre taría de Fom ento p re sen ta d a al Congreso

de la Unión p o r el Secre tario de Estado y del Despacho del ramo, Lic. Rafael Hernández.

Corresponde a l ejercicio f isca l de 1910-1911 , México, Im prenta y Fototipia de la

Secretaría de Fom ento, 1912 .

M em oria de Fomento, 1 9 1 1 -1 9 1 2 . M em oria de la S ecretaría de Fomento p re sen ta d a al Congreso

de la Unión p o r el Secre tario de Estado y del Despacho del ramo, ingeniero A lberto

Robles Gil. Corresponde al ejercicio f isca l de 1911-1912 , México, Im prenta y Fototipia de

la Secretaría de Fom ento, 1913 .

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Registro Oficiala, Tom o IX, No. 101, 10 de d iciem bre de 1832.

Registro Oficiala, Tom o VII, No. 37, 6 de febrero de 1832.

Registro Oficiala, Tom o VIII, No. 80, 19 de julio de 1832.

Registro Oficial^., Tom o VIII, No. 94, 2 de agosto de 1832.

Telégrafo, Tom o V, No. 26, 4 de m ayo de 1834.

Telégrafo, Tom o VI, No. 5, 5 de septiem bre de 1834.

3 . F u e n t e s p r i m a r i a s : d o c u m e n t o s c i t a d o s

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 5, Exp. 3, 1857 , X-12.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 1, X-25.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 5, 1858 , XI-3.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 5, 1858 , XI-3.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 6, Exp. 5, XI-3.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 7, Exp. 7, 1868 , XI-16.

AGN, Fomento: leyes y circulares, Caja 9, Exp. 3, V-16.

AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5591 , Exp. 58, 1 7 9 5 -1 8 0 6 .

AGN, Luis Rom ero Soto, Caja 1, Secc. I, Doc. 13.

AGN, Luis Rom ero Soto, Caja 1, Sección I, Exp. 17.

AGN, Luis Rom ero Soto, Caja 1, Sección VI, Exp. 5.

AGN, Luis Rom ero Soto, Caja 8, Secc. XX, Doc. 5.3.

AGN, Luis Rom ero Soto, Caja 9, Sección XXVI, Exp. 1.

AGN, Mapas, p lanos e ilustraciones, 1816 .

AGN, Mapas, p lanos e ilustraciones, 1865.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 1, Exp. 62.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 1, Exp. 63.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 1, Exp. 68.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 1, Exp. 73.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 10, Exp. 605.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 10, Exp. 625.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 10, Exp. 630.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 11, Exp. 643.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 11, Exp. 671.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 12, Exp. 787.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 12, Exp. 787.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 15, Exp. 879.

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AGN, P aten tes y Marcas, Caja 150 , Exp. 26.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 153 , Exp. 3.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 16, Exp. 888.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 16, Exp. 889.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 2, Exp. 202.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 2, Exp. 213.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 2, Exp. 234.

AGN, Patentes y Marcas, Caja 22, Exp. 1058 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 27, Exp. 1229.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 3, Exp. 298.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 37, Exp. 1569.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 39, Exp. 1617.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 43, Exp. 1727 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 5, Exp. 383.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 6, Exp. 401 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 6, Exp. 403 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 6, Exp. 414.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 7, Exp. 433 ,

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 7, Exp. 441 ,

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 7, Exp. 452 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 7, Exp. 460 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 7, Exp. 462 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 8, Exp. 480.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 8, Exp. 487 .

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 8, Exp. 5.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 8, Exp. 505.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 8, Exp. 514.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 9, Exp. 528

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 9, Exp. 531.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 9, Exp. 557.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 9, Exp. 558.

AGN, Patentes y Marcas, Caja 9, Exp. 558.

AGN, P aten tes y Marcas, Caja 9, Exp. 761.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 117 , Exp. 2.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 12, Exp. 27.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 121 , Exp. 28.

Page 444: Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta ...

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 121, Exp. 32.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 123, Exp. 10.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 124, Exp. 29.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 124, Exp. 31.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 140, Exp. 8.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 142, Exp. 43.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 144, Exp. 19.

AGN, P aten tes y Marcas, Leg. 150, Exp. 17.

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