Resumen, Lo Abierto, Agamben

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Una especie de introducción En los tres primeros ensayos de Lo Abierto, bajo el telón de fondo del debate entre Kojève y su discípulo Bataille, se coloca una primera cuestión, esto es, la tensión entre la animalidad y la humanidad del hombre en su devenir al final de la historia. La miniatura del ‘banquete mesiánico’ –figuras acéfalas– contenida en una Biblia hebrea del siglo XIII, pone un punto en común entre ambos: “en el último día, las relaciones entre los animales y los hombres tendrán una nueva forma y el hombre mismo se reconciliará con su naturaleza animal” 1 . Por un lado, Kojève sostiene que después de “la desaparición del Hombre al final de la historia”, éste “sigue viviendo como un animal, que se encuentra en acuerdo con la Naturaleza o el Ser dado” 2 . Así, todo lo demás, el resto –sus juegos, su arte, su amor (esa producción humana que parece ajena a la Naturaleza)–, no volverán al hombre feliz, sino que más bien lo mantendrán contento. Esto significa el retorno (sistema cerrado) a la animalidad –en un estado distinto al original por todo ese “demás”. Bataille, por otro lado, reconocer el fin de la historia (como hipótesis). Pero frente a “la herida abierta” que es su vida, no puede si no hacerse carne en una refutación que propone al menos un epílogo en el “sistema cerrado de Hegel” (del cual Kojève se alimenta): el hombre no se ha vuelto animal, sino que, como en el banquete mesiánico, el teriomorfismo está incompleto. Si el fin de la historia es un acontecimiento actual, el retorno del hombre al animal es bastante distinto de lo que Kojève pensó. La confirmación de la hipótesis de Bataille la obtendrá Kojève en un viaje que realiza a Japón. Allí –afirma Kojèje–, a pesar de vivir en condiciones posthistóricas, el puro snobismo (el teatro Nô, la ceremonia del té, y el arte de los arreglos florales, por ejemplo) creo las condiciones más eficaces de negación de “lo natural”, “lo animal”, haciendo posible una vida en función de valores totalmente formalizados, es decir, completamente vacíos de todo contenido ‘humano’ 3 . Se constituye así una franja ultra-histórica de permanencia de lo humano que supone la supervivencia de los animales de la especie Homo sapiens que tienen que servirle de soporte. De este modo, el hombre se constituye como un “campo de tensiones dialécticas ya cortadas por cesuras que separan siempre en 1 Giorgio Agamben, « Lo abierto: El hombre y el animal », Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2006, pág. 12 2 Alexandre Kojève, « Introduction à la lectura de Hegel », Gallimard, Paris, 1979, citado en Giorgio Agamben, « Lo abierto: El hombre y el animal », ed. cit., pág. 16-17 3 Ibíd., pág. 26-27

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Una especie de introducción

En los tres primeros ensayos de Lo Abierto, bajo el telón de fondo del debate entre Kojève y su discípulo Bataille, se coloca una primera cuestión, esto es, la tensión entre la animalidad y la humanidad del hombre en su devenir al final de la historia.

La miniatura del ‘banquete mesiánico’ –figuras acéfalas– contenida en una Biblia hebrea del siglo XIII, pone un punto en común entre ambos: “en el último día, las relaciones entre los animales y los hombres tendrán una nueva forma y el hombre mismo se reconciliará con su naturaleza animal”1. Por un lado, Kojève sostiene que después de “la desaparición del Hombre al final de la historia”, éste “sigue viviendo como un animal, que se encuentra en acuerdo con la Naturaleza o el Ser dado”2. Así, todo lo demás, el resto –sus juegos, su arte, su amor (esa producción humana que parece ajena a la Naturaleza)–, no volverán al hombre feliz, sino que más bien lo mantendrán contento. Esto significa el retorno (sistema cerrado) a la animalidad –en un estado distinto al original por todo ese “demás”.

Bataille, por otro lado, reconocer el fin de la historia (como hipótesis). Pero frente a “la herida abierta” que es su vida, no puede si no hacerse carne en una refutación que propone al menos un epílogo en el “sistema cerrado de Hegel” (del cual Kojève se alimenta): el hombre no se ha vuelto animal, sino que, como en el banquete mesiánico, el teriomorfismo está incompleto. Si el fin de la historia es un acontecimiento actual, el retorno del hombre al animal es bastante distinto de lo que Kojève pensó.

La confirmación de la hipótesis de Bataille la obtendrá Kojève en un viaje que realiza a Japón. Allí –afirma Kojèje–, a pesar de vivir en condiciones posthistóricas, el puro snobismo (el teatro Nô, la ceremonia del té, y el arte de los arreglos florales, por ejemplo) creo las condiciones más eficaces de negación de “lo natural”, “lo animal”, haciendo posible una vida en función de valores totalmente formalizados, es decir, completamente vacíos de todo contenido ‘humano’3. Se constituye así una franja ultra-histórica de permanencia de lo humano que supone la supervivencia de los animales de la especie Homo sapiens que tienen que servirle de soporte. De este modo, el hombre se constituye como un “campo de tensiones dialécticas ya cortadas por cesuras que separan siempre en él la animalidad y la humanidad”. El hombre puede ser humano “sólo en la medida en que trascienda y transforme el animal antropóforo que lo ha sostenido4.

Lo que no está resuelto en Kojève, según Agamben, es la animalidad del hombre en este epílogo posthistórico, que es un residuo lógico del mecanismo que Kojève utiliza, el cual privilegia “la negación” y “la muerte”. Pienso que, a propósito de esta formulación insuficiente (y ya clásica) de la relación entre la humanidad y la animalidad en el hombre, es que esta investigación se configura en la búsqueda de lo que significa el concepto de vida.

El misterio de la separación

«En nuestra cultura, el hombre ha sido siempre pensado como la articulación y la conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un lógos, de un elemento natural (o animal) y de un elemento sobrenatural, social o divino. Tenemos que aprender, en cambio, a pensar el hombre como lo que resulta de la desconexión de

1 Giorgio Agamben, «Lo abierto: El hombre y el animal», Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2006, pág. 122 Alexandre Kojève, «Introduction à la lectura de Hegel», Gallimard, Paris, 1979, citado en Giorgio Agamben, «Lo abierto: El hombre y el animal», ed. cit., pág. 16-173 Ibíd., pág. 26-274 Giorgio Agamben, «Lo abierto: El hombre y el animal», ed. cit., pág. 28

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estos dos elementos y no investigar el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio práctico y político de la separación»5

En Fisiología de los Beatos y Conocimiento experimental, se encuentra una reflexión sobre el intento de separación del hombre del animal, al proclamar que la vida animal está excluida del paraíso (deja de existir). Por otro lado, en Taxonomías se intenta una operación similar, y aquí Agamben revisa la anomalía de la clasificación Homo sapiens de Linneo, la cual se caracteriza no por una nota characteristica, sino que por un imperativo, viejo adagio filosófico: nosce te ipsum (conócete a ti mismo), lo cual significa que el hombre no tiene ninguna identidad específica (sin rango). El hombre es entonces, irónicamente, el animal que tiene que reconocerse humano para serlo.

El dispositivo que realiza esta operación es la máquina antropológica del humanismo, la cual sólo puede funcionar instituyendo un espacio de indefinición o indeterminación, en el cual debe producirse el vínculo entre lo humano y lo animal, y que como todo espacio de indeterminación éste está completamente vacío. La máquina antropológica moderna asume lo humano, y así traza una distinción que excluye de sí como no humano un ya-humano, animalizando lo humano y aislando lo no-humano.

El texto da un vuelco al introducir a Heidegger. Agamben se interesa profundamente en el contraste entre el animal y el hombre que el alemán establece: el animal se caracteriza por su apertura al ambiente (“una apertura más intensa y envolvente que cualquier conocimiento humano”), y lo que signa esta relación es el aturdimiento: el animal sólo se comporta respecto a su ambiente, y porque no puede aprehender los entes, no puede tener una conducta a propósito de éstos. Ahora bien, la comprensión del “mundo humano” sólo sería posible a través de la experiencia de una vecindad próxima, una “vecindad extrema” con la exposición sin develamiento (lo característico del animal). El lugar de esa operación, de esa experiencia, es el aburrimiento: “el aburrimiento ilumina la proximidad inesperada entre el Dasein y el animal. El ‘Dasein’, aburriéndose, está consignado a algo que le rehúye, exactamente como el animal, en su aturdimiento, está expuesto en un no revelado”6. Agamben sugiere que “la apertura del mundo humano (…) sólo puede ser alcanzada por una operación efectuada sobre lo no-abierto del mundo animal”7: “El Dasein es simplemente un animal que ha aprendido a aburrirse”8

5 Ibíd., pág. 356 Ibíd., pág. 1227 Ibíd., pág. 1158 Ibíd., pág. 129