Reta a la autoridad - Cuál autoridad

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¿Reta a la autoridad? ¡¿Cuál autoridad?! En mi trabajo profesional, constantemente escucho la misma queja de boca de papás o profesores desesperados: “este niño reta a la autoridad”. Según este esquema de pensamiento, los niños son tiranos que no saben respetar a los mayores, que no les dan la justa dimensión a las jerarquías, que se creen los amos y señores del salón o de la casa. Es cierto que muchos de los casos son enojos mal manejados, envidias o un dolor que se disfraza de ira para no mostrarse vulnerable ante los demás. Pero de la mano a estos problemas que llevan a los niños a “retar a la autoridad” viene un problema importante del que todos somos responsables: nosotros, los adultos, la población madura y económicamente activa, ciudadanos de este país... también retamos a la autoridad. No es de sorprender que los niños lo cuestionen todo, se quejen de todo y hagan burla de sus profesores si ven que nosotros hablamos mal de todos los educadores de este país; con trabajos respetarán a los papás de sus amigos si nosotros no paramos de contar los nuevos chismes de esa familia que es un “caso perdido”; tampoco podrá aceptar alguna orden de sus padres sin cuestionarla y pasarla por su propio filtro moral si nosotros siempre estamos poniendo pretextos para evadir las reglas: pelearnos con el policía de tránsito que nos quiere multar por estacionarnos dos segundos en el área de discapacitados, diciendo que nos pasamos el alto sólo esta vez porque tenemos mucha prisa, fumando a escondidas en un lugar donde está prohibido porque “el estrés nos va a matar si no lo hacemos”, criticando al padrecito que cómo se le ocurre hablar del bien cuando él debe ser igual de canijo que todos, y ustedes lectores, tendrán muchos más ejemplos para dar. Hemos acabado con la credibilidad de todas las figuras que antes nos representaban una autoridad, que eran un referente moral, que nos inspiraban respeto. A veces no nos damos cuenta de que estamos escupiendo al cielo... solo les recuerdo que todo lo que sube, siempre baja.

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Un artículo sobre la autoridad perdida y por qué las nuevas generaciones no creen en nada ni en nadie.

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¿Reta a la autoridad? ¡¿Cuál autoridad?!

En mi trabajo profesional, constantemente escucho la misma queja de boca de papás o profesores desesperados: “este niño reta a la autoridad”. Según este esquema de pensamiento, los niños son tiranos que no saben respetar a los mayores, que no les dan la justa dimensión a las jerarquías, que se creen los amos y señores del salón o de la casa.

Es cierto que muchos de los casos son enojos mal manejados, envidias o un dolor que se disfraza de ira para no mostrarse vulnerable ante los demás. Pero de la mano a estos problemas que llevan a los niños a “retar a la autoridad” viene un problema importante del que todos somos responsables: nosotros, los adultos, la población madura y económicamente activa, ciudadanos de este país... también retamos a la autoridad.

No es de sorprender que los niños lo cuestionen todo, se quejen de todo y hagan burla de sus profesores si ven que nosotros hablamos mal de todos los educadores de este país; con trabajos respetarán a los papás de sus amigos si nosotros no paramos de contar los nuevos chismes de esa familia que es un “caso perdido”; tampoco podrá aceptar alguna orden de sus padres sin cuestionarla y pasarla por su propio filtro moral si nosotros siempre estamos poniendo pretextos para evadir las reglas: pelearnos con el policía de tránsito que nos quiere multar por estacionarnos dos segundos en el área de discapacitados, diciendo que nos pasamos el alto sólo esta vez porque tenemos mucha prisa, fumando a escondidas en un lugar donde está prohibido porque “el estrés nos va a matar si no lo hacemos”, criticando al padrecito que cómo se le ocurre hablar del bien cuando él debe ser igual de canijo que todos, y ustedes lectores, tendrán muchos más ejemplos para dar. Hemos acabado con la credibilidad de todas las figuras que antes nos representaban una autoridad, que eran un referente moral, que nos inspiraban respeto. A veces no nos damos cuenta de que estamos escupiendo al cielo... solo les recuerdo que todo lo que sube, siempre baja.

Sé lo que muchos están pensando: ni los policías, ni los maestros, ni los guías espirituales han cooperado mucho para mantenerse en una posición de respeto. Difiero con esa opinión generalizada porque he de decir que ni todos los policías son corruptos, ni todos los padres son abusadores, ni todos los maestros son gente sin escrúpulos que lo único que busca es dinero y lo último que les preocupa es la educación de los niños. Esta es una visión pesimista de la vida que hemos querido comprar o que sin quererlo, hemos asumido como parte de nuestra vida diaria sin hacer un juicio real y objetivo. Un principio de psicotécnica dice que nadie es nada y nadie es todo. Por eso la gente puede tener un punto de sensibilidad y 99 de agresión pero hasta ahora no se ha conocido a alguien que sea la agresión en dos pies.

Hagan un esfuerzo y busquen en algún rincón de su memoria un buen líder, una figura que a ustedes les haya inspirado confianza y respeto. Quédense con esa imagen de lo bueno que les aportó y piensen qué proceso siguió su mente para quedarse con lo positivo. Ese mismo procedimiento es el que debemos hacer con cada persona, viendo lo que SI hace y no lo que le falta.

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Pensamos que es mucho más fácil destruir que construir. Ver lo que hace falta en vez de lo que la gente sí tiene y sí hace. Es más cansado y requiere un esfuerzo mayor darnos cuenta o decirle a la gente lo que hace bien que aquello en lo que se equivoca. Pero la mente es impresionante y puede reaprender caminos nuevos de pensamiento: si nos esforzamos en ver lo bueno de los demás, la vida será menos amarga y empezará a tomar un sabor más agradable. Así podremos contagiar a los demás de una visión positiva sobre otras personas o situaciones. Se requiere un esfuerzo mayor, pero al final redundará en nuestro propio beneficio y el de aquellos que educamos.

El respeto es una virtud, y las virtudes solamente pueden desarrollarse cuando se ejercitan y cuando existe un referente real de lo que es esa virtud, un modelo a seguir. Cuando nosotros formemos en la mente una nueva red de asociaciones y pensamientos positivos, naturalmente los comentarios y opiniones serán constructivos, y los educandos aprenderán por simple observación e imitación. Seremos nosotros mismos “autoridades morales” para ellos, ejemplos reales que puedan seguir.

Quiero dejar claro que dar el ejemplo no implica responsabilizarnos totalmente por las acciones de los pequeños... “si lo hacen mal es porque damos un mal ejemplo” no es una consecuencia permanente o inamovible. Existen muchos factores que pueden hacer que un niño rete a la autoridad pero no podemos desligarnos de la responsabilidad que tenemos como formadores.

En una ocasión hablando de valores, mi entrevistador me preguntaba si creía que un papá que fuma le puede pedir a sus hijos que no lo hagan. “no sé si entremos en polémica con esta pregunta” me advirtió. La respuesta que me parece más sensata es que los padres, maestros y formadores tienen que buscar siempre el bien de aquellos que educan, aceptando las propias limitaciones y pidiendo que no se repitan los mismos errores. Aunque claro, cuando alguien que fuma te dice que es nocivo, pierde un poco de credibilidad pero contrario a lo que muchos pueden pensar, está haciendo lo correcto: enseñando lo que sí se debe hacer. Con esto quiero decir que los adultos no somos el referente de la perfección moral, pero debemos exigirla. La tarea de los que formamos es esa: la mejora humana día con día.