Retazos de resiliencia bajo los faroles quebraos

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Retazos de resiliencia bajo los faroles quebraos Lo marginado y la esperanza de Juan Radrigán Compilado por: Tomás Vidal Editado por: Taller Pluma&Mente Contacto editorial: [email protected] Kasa taller: San Jose de la Estrella #55 / La Florida Santiago Puedes encontrar más textos en la biblioteca virtual, si te interesa alguno; ya sea virtual o en papel, enviarnos un correo. www.editorialplumaymente.blogpsot.com Piratea y difunde

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Lo marginado y la esperanza de Juan Radrigan, dramaturgo chileno. Fragmentos de sus obras teatrales escritas en periodo de dictadura militar. Ademas poemas, entrevistas y biografia.

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Retazos de resiliencia bajo los faroles quebraos

Lo marginado y la esperanza de Juan Radrigán

Compilado por: Tomás Vidal Editado por: Taller Pluma&Mente Contacto editorial: [email protected] Kasa taller: San Jose de la Estrella #55 / La Florida – Santiago

Puedes encontrar más textos en la biblioteca virtual, si te interesa alguno; ya sea virtual o en papel, enviarnos un correo. www.editorialplumaymente.blogpsot.com

Piratea y difunde

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Por si esto se alarga, por si arriban al tiempo de los laberintos y no puedo acompañarlos, quiero pedirles que tomen siempre una sola decisión: luchar. Es la única forma que conozco de mantenerse puro.

<<J. Radrigán>> “´Por si esto se alarga, hijos”

De “El día de los muros”

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INDICE

Retazos de resiliencia bajo los faroles quebraos ……………….. 2 Datos biográficos ………………………………………………………………… 3 Pueblo del mal amor …………………………………………………………… 4 Poemas de Juan Radrigán …………………………………………………… 9 Cuatro muros ……………………………………………………………………… 11 Testimonios de las muertes de Sabina ………………………………. 12 Entrevista en un acto …………………………………………………………. 19 Hechos consumados ………………………………………………………….. 21 Esa larga lucha que no envejece ni se rinde ………………………. 34 Los borrachos de luna ………………………………………………………… 38 Esa larga lucha que no envejece ni se rinda (continuación) …… 58 Las Brutas …………………………………………………………………………… 63 Isabel desterrada en Isabel ………………………………………………… 85 Cuarto día ………………………………………………………………………….. 87 Sin motivo aparente ………………………………………………………….. 88

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Retazos de resiliencia bajo los faroles quebraos. Las voces con mayor resonancia son las que nadie pronuncia, así como los ruidos más espantosos son los del silencio. Los colores más tortuosos se encuentran en la oscuridad, así como los barrotes más fornidos son inteligibles. Los renuentes diálogos de Radrigán bajo los faroles quebraos, se convierten en una dramaturgia de palabras sin letras ni papel, de lenguas secas que escupen y pronuncian desde los iris calando el olvido del espectador; y aúllan los huesos mientras se derrama la sangre; maquillaje de estos espectros. Desde los mausoleos, tienden a provenir estas obras, y no por preferencia ni gusto, crujen los maderos porque se les prohíbe hablar, los cuerpos tienen que ser invisibles pa no recibir las balas, y cuando todos callan, penan estas ánimas. Política por la libertá y la lucha agónica e´la cultura, en un tiempo obscuro, donde el Malo destruyó tóos los tarros e vidrio donde se encontraban los peazos de sol que alumbraban la vida, el teatro de este hombre prende su candilejas, sin luz eleutrica, a trémulas velas de velorio, nos ilumina que solo la perdida e’la conciencia nos deja en estado e’sitio.

Tomás Vidal “Pasando a fondo de todo esto, sintiéndolo expandirse como fiebre de alas, comprendo que nada que esté fuera de mi puede acabarme.” J.R.

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“Datos biográficos” (1) Juan Radrigán nació en Santiago en 1937 en una familia de extracción popular. Su padre era mecánico y su madre profesora. Nunca asistió a la escuela, porque desde muy pequeño tuvo que trabajar para ayudar a mantener a su familia. La alfabetización y las enseñanzas básicas las recibió, él y sus tres hermanos, de su madre. Desde muy joven, a los doce años, leyó ávidamente todo cuanto caía en sus manos y en esa época empezó a escribir poesías y cuentos que nunca público. Durante muchos años trabajo como obrero textil y, gracias a su formación autodidacta, llego a ser presidente de varios sindicatos. Desde 1973 ha desarrollado los más diversos oficios: librero, vendedor, dependiente de tienda, envasador, entre otros. Sólo en 1980 escribió su primera obra, “Testimonio de las muertes se Sabina”, montada por el Teatro del Ángel. A partir de ese momento, grupos profesionales y aficionados montan sus obras en muchas ciudades del país. Las puestas en escena de Radrigán han llegado igualmente a sindicatos, poblaciones, escuelas, y en general, lugares tradicionalmente periféricos, como a las salas céntricas de teatro profesional. En 1982 recibió el Premio del Círculo de Críticos de Artes de Chile por su vasta producción dramática. Su origen popular ha marcado definitivamente los temas teatrales que desarrolla: “Siempre he vivido con ellos y los quiero a concho. Los conozco por dentro y no necesito investigar con visitas los lugares donde viven para conocerlos mejor. Es un grupo lleno de valores y poesía que no se expresa por la falta de palabras o de confianza en sí mismos” _______________________________________________________________ (1) “Teatro de Juan Radrigán (11 obras)”. CENECA, instituto para el estudio de ideologías y literatura (U. de Minnesota). Pag. 63. “Datos biográficos”

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Pueblo del mal amor (Fragmento)

<<Juan Radrigán>> (1987)

(…) Vicente: (Recordando) ¡Los camiones, los camiones: llegaron los camiones! (La gente se paraliza. Quedan inmóviles. Escuchan; retroceden, temerosos. El sonido que se escucha no es brutal, es más bien leve y aleve, como gotas de ruido en la soledad) Eliana: ¿Qué fue eso? Luis: ¿Qué pasa, Ana, qué pasa? Elena: No, no es eso, cállate… Arturo: ¿Qué hicimos ahora, por qué vienen por nosotros? María: ¡Mis semillas, mis semillas! (El ruido acrecienta, amenazante, indefinido). Vicente: ¡Sí!... Fue casi en la madrugada. Retumbó la tierra, crujieron las tablas de las casuchas, los cartones de los techos salaron por el aire… Soledad: …Al hombre que cubría a la mujer y a la mujer que se dejaba cubrir se les helaron los centros… Vicente: …Los más viejos en la vida tomaron en brazos a los más nuevos. Se pegaron a las paredes con ellos… Soledad: …En un segundo, en un segundo nomás, todo quedó cubierto de miedo. Y por encima de él, pasó aleteando una voz

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más negra, más negra que los hoyos del cielo: Vicente: ¡Llegó la hora: arriba, malditos, arriba! Rosa: Yo estaba dándole de mamar al Camilo. El miedo me entró como balazo. Sentí que el niño se me revolvía en los brazos como pájaro apedreado… Apartó la boca y se puso a llorar con mi mismo miedo… Nunca más se lo pude quitar. Elena: Cuando me asomé vi que el Alfonso iba a la rastra por el barro, con la mitad de su vida y la mitad de su muerte. Luisa: Yo también lo vi, y el aire se me volvió amargo como el natre: porque él siempre decía que sin piernas, el último horror que le faltaba sufrir era el de la humillación, y que ese no lo iba a soportar… que no lo iba a soportar. María: Claro, iba arrastrándose derecho hacia los camiones, con una determinación de muerte que golpeaba de lejos… Javier: Y las órdenes seguían retumbando por toda la población. Soledad: Los dragones de acero nos rodeaban por todas partes. De su boca salían vapores calientes, agua que se volvía amarga. Y frente a cada uno de ellos había un vigilante, y detrás de cada uno de ellos, cuatro, listos para caer sobre nosotros… Vicente: Y entonces volvió a sonar la voz de trueno que arrastraba la desgracia. Soledad: Dijo que uno de nosotros había mandado una carta a las Autoridades. Que no nos habían olvidado; que él venia a solucionar el caso. Vicente: Y después se quedó callado… Lo recuerdo bien… Se quedó callado, mirándonos hasta que el temor se hizo carne en nosotros. Luego grito: ¡Quién es el tal Moisés! Moisés: (Adelantándose) ¡Yo!

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Jefe: (Tieso, como vara de acero). En nombre… Moisés: ¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde… Jefe: ¡No interrumpa! En nombre… Moisés: ¡Quienes son ustedes y de dónde vienen! Jefe: ¡Usted no puede interrogarme; tengo orden de sacarlos de este basural y es lo que haré! (A su gente) ¡A los camiones, a los camiones con ellos! Moisés: (Deteniéndoles). ¡Un momento! Jefe: ¡No hay momentos: hechos, no palabras: pidieron casas decentes para vivir y se las darán! Moisés: Pero, ¿por qué con esta violencia? ¿Acaso no somos dignos de ser tratados con respeto? Jefe: Soy un hombre de acción, no un diplomático. Moisés: Frente a otro hombre, un hombre es sólo un hombre. A nosotros lo que merecemos, y del modo que lo merecemos. Jefe: ¿Qué se ha imaginado? ¿Por qué van a merecer algo ustedes? Moisés: Por la misma razón que lo merece usted, señor: por el simple hecho de haber nacido. Jefe: (Duda). Ya se lo dije: no soy diplomático. Las casas les serán entregadas sin ceremonias ni demagogias. ¿Por qué tienen que andar siempre creando problemas? Moisés: Compréndalo, estábamos para la alegría, no para la crueldad. (Señala). ¿Qué podemos llevarnos? Jefe: Lo que tengan de comer, y alguna ropa. No hay lugar para más en los camiones. Moisés: ¿Dónde nos lleva? (Señala) Hay gente que no está aquí, tenemos que dejarles dicho. Jefe: ¿Dónde? (Sonriente, mordaz): Al lugar que merecen, y como lo merecen (Estentóreo, hacia los hombres a su mando)

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¡Qué la gente suba a los camiones; proceder con ellos con respeto: pero con firmeza, con mucha firmeza! Vicente: Así fue… No sé cuanto tiempo pasó; pero la gente iba contenta en los camiones, les gritaban cosas a los transeúntes, o se despedían de ellos agitando chombas y pañuelos. Yo iba oscuro por dentro, pero eso era algo que me pasaba desde muchacho: siempre que salía de alguna parte me quedaba largo tiempo la sensación de haber olvidado o perdido algo. Por eso no me di cuenta del tiempo que había transcurrido, hasta el momento en que los camiones se detuvieron: Ahí fue donde te ayudé a bajar, Eliana, y todo cambió para mí… Alberto: (Interrumpiéndolo). ¡A mear, a mear, que el mundo se va a acabar! Rosa: ¡Oye, meón, preocúpate un poco de los chiquillos: si se me pierde alguno hago otro con el primero que pille! David: ¡Acuérdense bien del camión donde van, para que después no estén reclamando que se les perdió algo! Luis: Oye, David, pero parece que vamos muy lejos, ¿qué vamos a hacer para ir al trabajo? Yo no alcancé a avisar. Arturo: A mí me pasa lo mismo. Pucha, cómo se les ocurre llegar y sacarnos. Elena: (Atajando a Ana). ¿Y Alfonso? ¿Dónde viene Alfonso? Ana: No sé, no lo he visto; no vi a qué camión lo subieron. María: (Gritando) ¡Javier, se nos quedaron las semillas! Jefe: ¡Silencio! ¡Bajar todas las cosas: este no es un alto en el camino, señoras y señores: hemos llegado! (Incredulidad, estupor). Sabemos que no es lo mejor, pero esta es una medida de emergencia. Los problemas se irán solucionando de a poco, con paciencia, con voluntad. Nuestra misión es crear las condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y

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el respeto a las obligaciones emanadas (recalcando) “del simple hecho de haber nacido”, como dice muy bien el hombre que hace cabeza entre ustedes, ese tal Moisés. Alberto: (Estupefacto) ¿Llegado?... ¿Llegado?... ¡Dónde! Soledad: Ni los hijos de su madre hubieran reconocido a Alberto cuando preguntó eso. Ni los hijos de su madre… Vicente: Ni a él ni a nosotros, Soledad. Cuando el hombre apostó sus hombres a nuestro alrededor, ninguno de nosotros pudo comprenderlo. David: ¿Cómo que llegado? ¡Pero si aquí no hay nada, este es un peladero, un desierto! Javier: ¡Allá se ve un barrancón grande, nada más! Luisa: ¿De dónde vamos a sacar agua? Ana: ¿Y luz? Alberto: ¿Y comida? Luis: ¡Pero qué vamos a hacer aquí, cómo se les ocurre! Julio: ¡Aquí no nos podemos quedar, moriríamos de hambre y frio! María: ¡Que vamos a hacer, Moisés! Moisés: (Se acerca al Jefe, preocupado, sombrío) ¿De qué somos culpables, señor? (Duro, pétreo, el Jefe no responde. De los erradicados comienza a brotar un murmullo apagado, casi inaudible, que toma forma, sin palabras, de ira, de protesta, de violencia, y que luego crece y cambia, hasta transformarse en un lamento, antiguo, triste. Es desolación y desamparo, no llanto, no debilidad. Comienzan a deambular).

…Continúa…

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Poemas de Juan Radrigán por Hernán del solar

Ocurre que Radrigán, empleado público o cosa parecida, tenía un cargo que le permitía vivir tranquilo. Viene una racha de suerte adversa, pierde el cargo y Radrigán, desesperado, siente que no deben morir de hambre ni él ni los suyos. En otros días había publicado un libro, que tuvo cierto éxito; el amor a los libros nunca le abandonó; llegaba el momento de ponerlo en práctica. Puso en una pequeña plaza pública un quiosco de libros usados. Llegan los compradores, vuelven, siguen viniendo, y Radrigán comienza a ganar más dinero que antes. Pero necesita comprar libros, ir y venir en su busca, y el quiosco no puede quedar abandonado. Una tarde se presenta un muchachón de buen aspecto, con cara de santo de yeso (inmejorable para que un malandrín se conquiste la confianza de un hombre bueno). Radrígan le propone al muchacho que, en vez de andar vagando por ahí, trabaje. Llegan a un acuerdo: el muchacho quedará a cargo del quiosco cuando Radrigán ande en sus diligencias de librero. Pasan los días. Todo marcha espléndidamente. Pero él santo de yeso hace los peores milagros: va llenándose los bolsillos mientras los de Radrigán enflaquecen. La verdad, no es nada fácil hacer el bien. Lo peor: el muchacho, cuando deja el quiosco, ha robado cosas de cierto valor. Viene la policía y se lleva a Radrigán, porque la pista que se tiene parte del quiosco y hay que seguirla “hasta sus últimas consecuencias” ¿Qué hacer, al cabo de los días, en una celda estrecha? El amigo de los libros, cuando no los lee, los escribe. Radrigán escribe unos poemas. Nacen de su dura experiencia. Los conoce Demonyo, el editor, que se conmueve y los edita. Todo lo demás, si es aventura, lo es decididamente

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literaria. Y aquí lo que nos importa es esto, precisamente. Los poemas, de ritmo ágil, acento puro, visión clara de la vida, se centran entre las paredes de la cárcel, recogen ahí la emoción inmediata, y salen transfigurados hacia el hombre de todas partes, a cantar la libertad y la esperanza.

El Mercurio. Santiago: Talleres El Mercurio, 1900- . v.,

(17 jun. 1973), p. 3

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Cuatro muros (Poema del libro “El día de los muros”)

<<Juan Radrigán>>

Con cuatro muros se puede perfectamente robar el tañido a la campana; el vuelo al pájaro, la lejanía a lo lejano. Se puede, incluso, despojar al viento de su alegría. Pero cuatro muros serán siempre cuatro puertas cuando haya un hombre adentro. Porque el hombre es un desierto poblado por la libertad. Con cuatro muros apenas alcanza para hacer una cruz o una tumba que no tienen mi medida.

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“Testimonios de las muertes se Sabina” (Fragmento)

<<Juan Radrigán>>

(1979)

Pieza que sirve de comedor, cocina y dormitorio. Piso de tierra, una cama, una mesa, sillas. En lugar destacado, una cocina a parafina de dos platos; otros muebles y utensilios habituales, todo con bastante uso. La entrada, que no se ve, a la izquierda. Es invierno. Llegan discutiendo sin enojo, Sabina y Rafael. Es un matrimonio de viejos, fuertes aún, que poseen un puesto de frutas en el que trabajan hace más de treinta años. …Segundo acto Rafael- (Fastidiado) Puchas que soi linda voh; después que te aguanté la palá di’r al velorio del Turnio, te ponis a trasmitir como loca. ¡No tenia na que ver la cuestión po! Sabina- (Sin amedrentarse) ¡Teniamos que saber po: ese parte ta mal pasao! Rafael- (Sentándose en la cama) Pucha, tará mal asao, pero ese gallo na sae na. ¿De aonde iba a sacar un amigo impector el Turnio? (Pausa) ¿Y no le cachaste la pinta? Tenía más hilachas que dulce de alcayota. Sabina- (Sacándose el chaquetón; poniéndose a arreglar un poco el cuarto) Me’staba diciendo too lo que teníamos que hacer. (Pausa) ¡El puesto es de nosotros, no lo pueen quitar! Rafael- Pero si nadie te lo va’quitar, mujer: ese gallo no sae ni palote. ¿No cachaste que se’staba riendo de vos? Sabina- (Malhumorada) Pa’lo que te importa eso.

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Rafael- Claro que me importa. Sino hubieramo tao en un velorio lo agarro a charchazos ahí mismo: siempre te’defendío. Sabina- (Afligida) güeno, pero es que yo tengo que saber. Rafael- Pero así no po. No poímos ir a ningún lao sin que te pongai a transmitir el parte. Lo único que te falta es andar preguntándoles a los choferes de micro. Sabina- Lo que pasa es que a vos no se te dá na. Rafael- ¿Cómo que no me da na? ¿Qué más querís que haga? ¿No vis que nadie nos da bola? Sabina- Perdiste el papel. Rafael- ¿Qué papel? Sabina- Ese papel que los dieron pa que juéramos a pedir el otro papel que los pidieron en la municipaliá. Rafael- Pucha, si no lo perdí. Me lo quitó el viejo que los atendió. Sabina- Teniai que haberle pedio un comprobante po; a eso juimos. Rafael- Eso lo tienen que dar en la comisaría, ¿no vis que nadie sae porqué los sacaron el parte? Sabina- (Angustiada) ¿Y qué vamo’hacer entonces? Rafael- Na po, esperar. Sabina- ¡Pero qué vamo a esperar! Rafael- (Aburrido) ¡Qué sé yo! Sabina- ¡Tenís que saber, vos soi el hombre! Rafael- Puta, re güena, cuando tamos afligíos nomá te acordai que soy el hombre. Sabina- Ha pasao un mes ya; un mes que no poímos ni dormir tranquilos… Y ahora no poí aniñarte. Rafael- (Sombrío) Eso es lo pior, no hay con quien peliar: no sabimos de aonde los están apretando el cogote: no sabimos

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ni qué hicimos… Sabina- Y ni bolsas poímos vender ahora. Rafael- Las bolsas de Taiwan. Pa lo que ganábamos con las bolsas. Sabina- Pero era algo po. (Suspirando) Pucha, si no hubierai perdió el papel… Rafael- Dale con el papel. Si no servía pa na, ho. Sabina- ¡Decía que los habían sacao un parte! Rafael- (Armándose a duras penas de paciencia) ¿Y por qué los habían sacao el parte, a ver? Sabina- No sé po. Rafael- ¿No vis? Sabina- güeno, decía… Me acuerdo que decía que habíamos hecho no sé qué cosa con la ley. Rafael- Decía que la habíamos trasgredío. Sabina- ¡Si, eso! ¿No vís que sabíai? Rafael- ¿Pero qué ley? Sabina- Ahí tenía un número: ese número quería decir lo que habíamos hecho. Rafael- Justo, pero vos viste que nadie sae a que ley pertenece ese número. Sabina- ¡Pero los que la hicieron tiene que saber! Rafael- Pucha, los que hacen las leyes también se mueren po. Sabina- ¿Y a quién le vamo a preguntar entonces? Rafael- A nadie… tate tranquila, vieja. Si el que manda a los impectores ya los dijo que’l parte taba mal hecho. Sabina- Pero el que los manda a él los dijo que la ley no se poía equivocar, que teníamos que haber hecho algo. (Pausa) ¡Yo no he hecho na; no he hecho ninguna cosa! (Exasperada) ¡Por qué no dicen que quieren!

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Rafael- (Yendo a abrazarla) No te aflijai tanto, Sabina. Si esta cuestión tiene que arreglarse. El quince los toca ir al jugao y allá vamo a solucionar too este lío. (Pausa) Vos teniai que haberle alegao al desgraciao que te sacó el parte. Sabina- Pero sino me dijo na; me pidió la patente y después se puso a escribir. Rafael- Ahí teníai que haberle preguntao. Sabina- Le pregunté, pero no me contestó na; vos sabís como son de paraos, los miran como delincuentes. Rafael- Pero cuando quieren algo parecen corderos. No juera a decirme uno de’sos desgraciaos que tiene que llevar un frutita pal hospital, porque le aforraba con la pesa en el hocico. Sabina- Pior sale, po, después no los dejan trabajar tranquilos (Soltándose del abrazo. Señalando la cocina) Ve qué tiene esa cuestión para tomar una taza de té antes dir’acostarlos. Rafael- (Sorprendido) ¿Tá mala? Sabina- ¿Y cúando ha tao güena? Rafael- ¡Pero si la he arreglao un millón de veces! Sabina- Y nunca la habías dejao güena. (Murmurando) No servís pa arreglar una porquería de cocina y vai a ser capaz de defender el puesto. Rafael- ¿Qué tai hablando ahora? Sabina- (A manotazos con las cosas) No vis que si me quitan el puesto me vai a dar vos pa comer. Rafael- ¿Ah, no? ¿Y quién te va a dar entonces, hocico e tarro? Sabina- (Encorajinada) ¿Cuándo me habís dao? Vago e mierda. Si no juera por el puesto los cabros se me habrían muerto de hambre, qué venis a mandarte la parte, desgraciao. Rafael- (Tenso) Déjate de leseras, Sabina, no me’s tis toriando… ¿Vos creí que porque no te pegao nunca, no te

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pueo sacar la cresta aquí mismo? Sabina- (Altanera) Hácele empeño po… El puro gusto nomás tendríai de pegarme, infeliz; los cabros ya se casaron, así que no me cuesta ná agarrar mis pilchas y dejarte botao. (Despectiva) Total, pa lo que serví… Rafael- ¿Y pa onde te vai a ir? ¿No te habis pegao la cachá que soy vieja y hedionda y que tenís cara e perra? Quién te va’recibir a vos si servis pa puro andar llorando y quejándote. (Acercándose a ella con ira creciente) ¿Qué te’staba haciendo yo? ¿A ver, qué te’staba haciendo pa que te pusierai a abrir el hocico? Sabina- (Retrocediendo asustada) ¿Y no queríai pegarme? Rafael- ¡Pero vos empezaste a mosquiar de puro loca, yo ía’rreglar esa porquería! Sabina- (Siempre asustada) Arréglala po. Rafael- ¡No arreglo niuna lesera! (Agarra el chaquetón de un manotazo) Sabina- (Aterrada) ¿Pa’onde vai? Rafael- ¡A la cresta, me voy a la cresta! Sabina- ¡No te podís ir! Si vienen… (A punto de llorar) Si vienen aquí… Rafael- ¿Quién va’venir? Sabina- Ellos po, los de’l parte. ¡No te podís ir! Rafael- Mi’s que van a venir, si no somos na criminales. (Balanceando el chaquetón) ¿Te vai a dejar de hablar leseras? Sabina- (Llora) No tengo ganas de hablar na, no quiero hacer ninguna cuestión… (Se acerca a él, se apelotona en su pecho) Tengo mieo de’esa lesera, viejo… Quizás qué lo va’pasar… Rafael- (Ablandado) Qué los va’pasar, vieja, no seai tonta, si es un parte nomás.

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Sabina- Es que nadie dice na. Una… Una no puee defenderse… Es como cuando los cabros se empezaron a enamorar, había que esperar, esperar nomás pa quear sola. Rafael- Chis, ¿Cómo qué sola? ¿Y yo toi pintao en la muralla? Sabina- Pero vos tenís amigos y tomas con ellos los sábados y domingos. No tenís que estar pensando… No tenís como yo que estar too el tiempo aquí. Yo quería tener otras cosas alguna vez, una casa limpia, con suelo de tablas, y un ropera y toas esas cosas que tienen las demás mujeres… Yo sabía que nos las iba a poer tener, que no eran pa mí, pero siempre me hacia ilusiones… Ahora si los quitan el puesto nunca más voy a poer tener esperanzas. ¡No me pueen robar eso, no pueen! Rafael- No seai tan exagerá pos vieja, no le coloquís tanto; si los sacaron un parte nomá. ¿Cuántas veces no los han sacao partes? Sabina- Sí, pero derechos. Los han sacao partes por tener la pesa arreglá, por no barrer o por ocupar mucha verea; pero siempre los han entregao un papel donde dice porqué los sacan el parte y lo vamo a pagar y too quea arreglao, pero ahora no sabimo qué pasa; no sabimos que’s lo que hicimos. Rafael- Se le olvió poner la Causa nomá, eso pasó. ¿Qué más va a pasar? Sabina- No, si ese número esa la causa. Rafael- Taba mal hecho, vieja, no seai tan dura. Sabina- ¿Y entonces por qué los mandaron esa otra citación donde dice que si no pagamos los van a meter presos? Nosotros no los negamos a pagar; nadie los quiere recibir la plata porque tenimos que esperar que los digan cuanto más tenimos que pagar por no haber pegao a tiempo. ¡Se’stan riendo de nosotros!

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Rafael- No, si son así esas cuestiones; si uno no paga a tiempo le cobran con intereses. Sabina- ¡Pero si dicen que no hay parte, qué los cobran (Pausa) ¿Vos… vos hiciste algo?

…Continúa…

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Entrevista en un acto por Ernesto Saul

Al comenzar la entrevista el dramaturgo habla de sus personajes, de lo que es la marginalidad. -A partir de septiembre de 1973 se crea un sector de marginalidad, o más bien de “marginados”, término que me gusta más. El país quedó dividido entre uniformados y civiles; incluso ellos lo acentúan mucho: se dirigen a los civiles como los “invdadidos”. Entonces es un país invadido; por lo tanto, los marginados tienen un doble peso encima: su propia herencia de pobreza que viene de mucho tiempo atrás y ahora la subyugación, definida por las armas. Entonces, eso los transforma en seres muy confusos, que no veían salida, con esa doble condena encima. -Es gente que está al límite de la supervivencia y que de ahí trata de construir algo… -Porque estando en el límite se hace irremediable la opción: o te mueres o decides hacer algo, un cambio, luchar por eso. En mis obras se trata de gente que toma alguna opción por algo, aunque les cueste la vida. En hechos consumados, por ejemplo, que es la obra más clara en eso; lo que no significa que todos nos debamos dejar matar. (…)

RETRATO HABLADO

-¿Para escribir tus obras tienes contacto directo con los marginados o lo haces desde afuera? -No… no, absolutamente directo. Sucede que yo fui

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marginado como ellos; siempre trabajé en industrias, en fábricas, en estrecho contacto con ellos. Entonces los conozco muchísimo; de allí es que me parecía horrorosa la literatura social chilena porque presentaba a los pobres como borrachos, llorones y dignos de lástima; no tenían otra opción de ser que lo que eran. No hubo un intento de rescatar la dignidad humana en ellos. (Moisés: Más allá de las etiquetas de sucios, falsos y viciosos que nos colgaban; más allá de aquello de borrachos, flojos, resentidos, la verdad es que en nuestra sanbre no había nada que tuviera forma de rencor o venganza…” Pueblo del mal amor). -¿A qué sector llega mejor tu teatro? -Llega de distintas maneras. En el sector popular hay una identificación mayor a través del lenguaje, a través de la escenografía, deliberadamente simple, y de las historias que contamos. Ahora, al otro público le llega una especie de filosofía que hay dentro de las obras, que quizás el poblador no la capte. -No hay en el público popular un rechazo por el uso de su propio lenguaje en la obra o la representación de su entorno cotidiano? -No, para nada. Es el mayor acercamiento que tenemos con ellos. En relación a eso, yo he tratado de eliminar casi totalmente el garabato en las obras y poner el máximo de poesía en ellas. He trocado el garabato por la poesía que les llega muchísimo más. Esa es una forma de dignificarlos, elevando el nivel.

Cauce. Santiago : Soc. Ed. La República, 1983-1989 (Santiago : Tecnoprint) 7 v., n° 105, (27 abr. 1987), p. 28-29

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Hechos consumados (Fragmento)

<<Juan Radrigán>> 1981

Un sitio baldío en los extramuros de la ciudad. Piedras, maleza, algunos papeles, etc. En un extremo – izquierda - se ve el bulto de una persona (Marta) que duerme, tapada con un viejo sobretodo. A su lado, sentado sobre una piedra, -un hombre calienta agua en una pequeña fogata. Cerca de ellos, de un cordel improvisado en dos estacas, cuelgan una blusa, una falda, una chomba y un par de medias; también se ven dos sacos, un quintalero y un papero, ambos a medio llenar. Es una tarde fría, gris. La mujer se revuelve inquieta, murmura cosas; el hombre se levanta, se inclina hacia ella, vivamente interesado. Escucha un instante. De pronto se tensa, como si hubiese escuchado o percibido algo en torno suyo. Se levanta sobresaltado, escudriña. Camina unos pasos tratando de tener una mejor visión. La mujer despierta sobresaltada. Se queda mirándolo sin comprender. Busca con la mirada. MARTA- ¿Y...y el Mario? EMILIO- (Sin mirarla) Menos mal que dispertaste, ya me teníai preocupao. MARTA- ¿Qué pasó? EMILIO- Parece que había sentío pasos (escudriña); pero no se ve a nadie. MARTA- No, yo digo que's lo que pasó: aónde'stá el Mario. EMILIO- ¿Qué Mario? Tabai sola. (Vuelve a sentarse)

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MARTA- (Después de una pausa) Verdá po. (Sonríe, disculpándose) Taba soñando. (Pausa) ¿Y voh? EMILIO- No, yo ya no sueño. MARTA- ¿Te pregunto quién soy, de aónde saliste? EMILIO- (Vago gesto de señal) De porai. MARTA- (Mirando en rededor) ¿Qué parte es esta? EMILIO- (Indiferente) No sé. MARTA- ¿Cómo que no sabís? EMILIO- No sé po; por aquí no hay letreros. MARTA- (Mirando) ¿Quiora será? EMILIO- La tarde. Quizás de que día. MARTA- Chis, cómo no vai a saber ni eso, ho. EMILIO- No sabiendo po. MARTA- ¿Tai enojao? EMILIO- No. (Revuelve el fuego) Lo que pasa es que no me gusta hablar. MARTA- ¿Y por qué no te gusta hablar? ¿Qué otra cosa podís hacer?... (Señala, excitada un punto haría enfrente) ¡Oye, mira, mira la cacha de gente que va por ahí!... ¿Quiénes son? ¿Pa onde van? (Emilio mira sin contestar) ¿Voh vai con ellos? EMILIO- (Sonriendo) ¿Cómo voy a ir con ellos si'stoy sentao aquí? MARTA- No po; te quiero decir si ibai con ellos y te sentaste a tomar choca. EMILIO- No, no tengo idea de quienes son ni pa onde van. MARTA- No me gusta, me da mieo... A lo mejor ha pasao algo. EMILIO- ¿Qué no sabís lo que pasó? MARTA- Yo digo ahora. EMILIO- No he oío na (mirando); pero no se ven asustaos. MARTA- Ni felices tampoco.

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EMILIO- No le pidai peras al olmo po. Si anduviera alguien feliz por ahí lo llevarían preso por loco. (Saca cigarrillos) ¿Voh fumai? MARTA- No, en veces nomá. (Arropándose con el sobretodo) Pucha que hace frío. EMILIO- (Prende el cigarro en las brasas) Helao ta po. MARTA- ¿Vivís por aquí cerca voh? EMILIO- No. MARTA- ¿Qué te echai en la cara pa que no te duela? EMILIO- ¿En la cara? MARTA- Claro po, se te tienen que llevar zafando las carretillas de tanto que hablai. EMILIO- (Ríe) ¿Y qué querís que hable? MARTA- Quiero saber que hago aquí po. EMILIO- Tai sentá preguntando leseras. MARTA- ¡Pero cómo vine a dar aquí! no mí' acuerdo. EMILIO- T'estabai ahogando, te saqué del canal; después te quedaste dormía. (Pausa) ¿Te tiraste o te caíste? (Marta guarda silencio. Se encoge de hombros) Ah, te tiraste. (Vierte agua del tarro a un choquero, se lo pasa) Toma, ta calentito. MARTA- (Sopla. Toma unos sorbos en silencio. Para sí) Claro, toi perdía porque la cuestión jué en la noche... ¿Decís que ahora es la tarde? EMILIO- (Señalando) Mira po. MARTA- ¿Entonces cuánto tiempo dormí? EMILIO- T'encontré como a la una de la mañana, y recién venís dispertando: saca la cuenta. MARTA- ¿Y tuviste cuidándome too ese tiempo? EMILIO- (Parándose) Que ía hacer po. Menos mal que no se puso a llover; la noche taba re fea.

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MARTA- (Mirando) Pero ahora ta lindo, ah? EMILIO- ¿Lindo? ¿No'stai viendo qu'es una porquería de día? Ahora sí que llueve. Parece que t'entró agua a los sesos a voh. MARTA- No ti'hago caso; ya te caché que soy amargao. (Mirando) Ta lindo. EMILIO- (Abruptamente) ¿Qué viste? ¿Qué alcanzaste a ver? MARTA- (Sorprendida, Recelosa) ¿Cuándo? EMILIO- Antes que te sacara. MARTA- (Acorralada) Na. EMILIO- ¿Cómo que ná? Te faltó poco pa irte pal otro lao. Hace memoria: ¿sentiste mieo? MARTA- No. EMILIO- ¿Conformidá? MARTA- No. EMILIO- ¿Alegría? ¿Sentiste como que ibai a descansar? MARTA- ¡No!, ¡No sentí na! EMILIO- (Exaltado) ¡Tenis que haber sentío algo! ¡Tenis que haber visto algo! MARTA- ¡Anda a preguntarles a ellos po! EMILIO- (Extrañado) ¿A quién? MARTA- (Sorprendida) ¿Por qué m'estai preguntando? EMILIO- Porque te asomaste a una parte aonde toos tenimos que ir. ¿A quién decís que le pregunte? MARTA- (Evasiva) No, na. EMILIO- Parece qu'estamos hablando di'otra cosa. MARTA- (Animosa) No, de lo mismo; tamos hablando de los mismo. Es que no vi na; es cierto, no vi ni sentí na. ¿Queríai que me pusiera a pensar aentro del agua? EMILIO- Dicen que se ve; dicen que primero pasan por los ojos toos los momentos que uno ha vivió, y que después se ve algo.

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MARTA- (Dueña de sí) Yo ya te dije. Si te interesa tanto tírate voh al agua. EMILIO- (Yendo a avivar el fuego) Ojala existiera esa posibilidá... Pero es tan rara la cuestión, que cuando no hay na porque vivir, tampoco hay ná porque morir. (Pausa) Y también ta lo otro: si les molestamos tanto, que terminen ellos con lo que'empezaron. MARTA- (Cortante. Mientras se pasea tratando de conocer el lugar) A mí no me gusta hablar d'esas cuestiones, a mí me gusta la vía. EMILIO- ¿Y por qué te queríai matar entonces? ¿De puro contenta porque te había llegao el auto nueo? MARTA- (Gira violentamente hacia él) ¡Yo no me... (Arrepentida) Voh no tenis ná que preguntarme. No sé ni cómo te llamai. EMILIO- Me llamo Emilio. ¿Y voh? MARTA- ¿Y en qué trabajai? EMILIO- ¿Voh creís que aunque hubiera pega, alguien m'iba a dar con esta pinta? MARTA- ¿Y aónde vivís? EMILIO- Donde me dejan. MARTA- ¿Y qué erai antes? EMILIO- Creía qu'era persona. ¿Por qué me preguntai tanto? ¿Desconfiai de mí? MARTA- Es que ahora... (Se acerca a él, lo mira) No, voh no soy malo, tenis ojos de animal botao. EMILIO- ¿Cómo es eso? MARTA- O sea dos veces desgraciao po, animal y botao. EMILIO- Ah, muchas gracias. MARTA- No, si no es una ofensa, es una verdá. (Vuelve a

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pasearse) Ya po, dime aonde 'stamos. EMILIO- Aonde te gusta a voh; en la vía. Pero no al medio, al lao. MARTA- T'estoy hablando en serio po. ¿No vis que no conozco ná p'acá? EMILIO- No te pueo decir más; yo ya no me fijo por donde ando, ¿pa qué? MARTA- Pucha que soy alegre voh, ¿ah? ¿Antes contabai chistes en la radio? EMILIO- ¿En serio que le tenis güena a la vía? MARTA- Claro, si lo malo es qu'ella no me puée ni ver. EMILIO- A mí me pasa al revé: ella me quiere a mí y yo no la quiero a ella. (Pausa) Pucha que seríamos felices si no se necesitaran dos pa querer, no? MARTA- (Pausa breve) Di'amor no hablo: me pueo, poner triste. (Paseándose) Y ahora no'stá pa ponerse triste— Parece que juera domingo. No, no parece na que juera domingo: parece qu'estuviera amaneciendo... EMILIO- Ahora sí que quedamos flor: vieja, porfía y loca. MARTA- Chis, salta pal lao, confianzúo; pololea primero antes de insultar po. EMILIO- No te digo a ti, lo digo por la vía. Mira que venir hacerte alegre a voh, que no tenis ni aonde caerte muerta. MARTA- ¿Vai a seguir? EMILIO-No si no es una ofensa: es una verdá. MARTA- Güeno, si te molesta tanto qu'esté contenta, me pueo sacar un ojo con un palo o pueo ir a poner la cabeza debajo de las rueas de un camión po. (Ríe. Lejano sonido de tarros). EMILIO- ¿Y eso? MARTA- (Señalando hacia el fondo) Viene de allá...

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(Aurelio emerge de la noche. Es un ser extraño. Los harapos que viste son inclasificables; en realidad no son harapos, hay una sutil diferencia entre lo que gasta el tiempo y lo que demuele el roce, el uso cotidiano: su ropa está gastada por el tiempo. Cuelgas de tarros vacíos, no muchos, sobre el cuerpo.) MARTA- (Quedo) ¡Es un loco! EMILIO- No, es un hombre. (Aurelio los mira de lejos.) MARTA- Chis, ¿no vis como anda vestío? EMILIO- El debe pensar lo mismo de nosotros... Pensar distinto... a eso es lo que toos llamamos locura. (A Aurelio) ¿En qué anda, amigo? AURELIO- Hambre. MARTA- (Solidaria. A Emilio) ¿Tenis pan? AURELIO- No, no de pan. (Se acerca, señala el fuego) ¿Puedo? MARTA- Claro, atráquese nomás. (A Emilio) Dale lao po. AURELIO- (Acomodándose) No, por aquí estoy bien. EMILIO- Pero sáquese la armaura pa qu'sté más cómodo. AURELIO- (Retrocede asustado; se abraza con violencia, resguardando los tarros) ¡No, no puedo: ellos me salvaron! EMILIO- ¿De que? MARTA- Qué importa eso ho. (A Aurelio) Si no sé los quiere sacar no se los saque na; él decía que le estorbaban. ¿Viene de muy lejos? AURELIO- (Vuelve a acercarse al fuego) Sí, de muy lejos: de ninguna parte. MARTA- ¿Cómo es eso? AURELIO- Helado y plomizo. EMILIO- No, ella dice que como puede venir de ninguna parte. AURELIO- (Abruptamente) ¿Qué hacen aquí? MARTA- ¿Aquí? (Se encoge de hombros) Ná po.

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AURELIO- ¿Cómo llegaron a este lugar? EMILIO- Ella se vino nadando, yo llegué más o menos de aonde mismo llegó usté. ¿Por qué? AURELIO- (Casi para sí) Tienen que haber encontrado algo: nadie se detiene donde no hay nada esperándolo... ¿Qué encontraron? MARTA- Ná, no hemos encontrao ná, ¿no cierto, Emilio? AURELIO- (Se para, husmea) Si se detuvieron aquí tienen que haber encontrado algo... ¿Es cierto que no lo saben? EMILIO- Cierto, ciertíto, ¿qué podimos encontrar aquí? Este es un puro pelaero. AURELIO- Algo tiene que estar esperándolos. (Muestra los tarros) Suenan. Anuncio. MARTA- ¿Ve la suerte? AURELIO- No hay suerte, señora: hay hombres, ríos, estrellas, viento, flores y cuchillos... Todo tiene un nombre y un destino ineludible. MARTA- ¿Y cuál es mi destino? AURELIO- Vivir, señora. MARTA- Si po, pero cómo. AURELIO- (Rudo) Quiero saber qué encontraron aquí. Díganmelo, es importante: díganlo. EMILIO- No se ponga caldillo po, ya le... AURELIO- (Hace sonar los tarros; escucha. Queda mirándolos compasivamente). Todo lo que les queda cabe en un puño o en un grito... Cántaros vacíos, y un llanto les suena adentro, que se quedan, que se van quedando... El viejo sueño del tranquilo lugar, río interior que no puede derramarse sobre el mundo, que se quedan, que se van quedando... MARTA- (Quedo, a Emilio) No le entiendo ná.

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EMILIO- Que los quedamos, que los vamos quedando. AURELIO- (Hace sonar los tarros, escucha. Sombrío) El agua... los huesos quebrados contra el cielo... La negra agua de la muerte... (Desasosegado) Se acerca la noche, me voy. (Ademán) MARTA- ¿Qué vio? ¿Qué vio en los tarros? AURELIO- Nada... No me dijeron nada. (Interrogando los viejos laberintos) ¿Por qué aquí? ¿Por qué aquí? MARTA- ¿Aquí, qué? ¿Qué vio? AURELIO- ¿Se construye lo mismo encendiendo o pisando señales? EMILIO- Oiga, cascabel, si vio algo déjese de adivinanzas y diga la firme, no tenga miedo. MARTA- Si po, si vio algo, diga. AURELIO- (Señalándolo) ¡Este hombre está alcanzando el tamaño de la muerte! (Hace sonar los tarros con ritmo creciente, como negándose a creer; escucha. Anonadado) El viento de la injusticia vuelve a sonar de nuevo... ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? (Pausa) Suena y resuena... ¿Qué busca ahora? ¿Hasta cuándo? (Pausa) ¿Dónde está el pan y el trigo? ¿Qué fue de la cósmica alegría de tener un hijo? ¿Fueron en vano los sudores que sudamos? ¡Tanta muerte y nada, tanta muerte y nada! (Apesadumbrado) Nunca volveré a entrar a la ciudad... Ya nunca podré volver a entrar... (En su cuerpo suena un tarro como por casualidad. Queda inmóvil, escuchando, su expresión cambia, se torna alegre. Los hace sonar) Viene de blanco y sonriendo: ¡la muerte viene sonriendo! ¡Claro, lo que cae renace purificado!... ¡Dios, por fin te decidiste a mantener en alto al ser humano... ¿Será aquí? ¿Será aquí nomás? ¡Tengo que ir a ver, tengo que ir a ver! (Se aleja saltando)

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MARTA- (Lo sigue un breve trecho) ¡Eh, oiga! EMILIO-Déjalo. MARTA- ¿Era un loco? EMILIO- ¿Qué decís voh? MARTA- Que sí po. EMILIO- ¿¡Y entonces pa qué me pregunta!? MARTA- ¿No se te da ná? EMILIO- Si lo que decía era verdá, no hay ninguna parte aonde me puea escapar y si es mentira, pa que me voy a preocupar. MARTA- Oye, ¿y de que decía que tenía hambre si no era de comía? EMILIO- No, ahí si qu'estaba frito, porque el único pan que cura toas las hambres es la justicia, y esa cuestión anda mas perdía que'l teniente Bello. MARTA- Pucha, y se jue p'allá: a lo mejor más encima se cae al canal el pobre locateli. EMILIO- No, el canal ta p'allá; viene así, no atravesao. MARTA- (Extrañada) ¿P'allá? ¿Y por qué tamos tan lejos? EMILIO- Aquí hace menos frío. MARTA- ¿Y cómo me trajiste de tan tejos? EMILIO- Al hombro po. MARTA- Oye... y yo'staba... ¿taba con ropa? EMILIO- Claro po, ¿o creís que la traíai en una maleta? Yo te la saque. Si te había sacao del canal, no ía a dejar que te murierai de pulmonía. (La señala) Ponetela. MARTA- Tiene qu'estar moja toavía. EMILIO- Ta seca, te la sequé al juego. MARTA- ¿Por qué me la secaste? EMILIO- Porque'staba moja po. MARTA- No, quiero decir... O sea que nadie había hecho na

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por mí. La gente siempre pasa de largo nomás... Y voh me cuidaste y me secaste la ropa... Gracias. EMILIO- (Después de una breve pausa) De qué po. Cuando te tirís al agua otra vez, venís p'acá y yo te seco la ropa. ¿Vivis lejos? MARTA- No tengo na casa... De qu'el Mario se echó el pollo que ando sola. EMILIO- ¿Por eso queríai lavar la ropa con voh aentro? MARTA- No, pasó otra cuntión. EMILIO- ¿Qué cuestión? MARTA- Otra cuntión po. (Pausa) El Mario se jue hace tiempo; se jue hace mucho tiempo: ya van a ser tres meses... EMILIO- ¿Pa onde se jue? MARTA- Quinzáe po: se murió. (Va hacia la ropa, la palpa) De veras qu'está seca. Me la voy a ponérmela. (Lo queda mirando) Date güelta po, seai caballero. EMILIO- (Señalando) Ellos te van a ver. Y van cabros chicos también. MARTA- (Mirando) Verdá po. Pónete delante entonces. (Emilio se levanta, se para frente a ella) Pero date güelta p'allá pos, fresco. EMILIO- ¿No vis que hago chistes también? (Se da vuelta) ¿El Mario era tu firmeza? MARTA- Mi compañero. EMILIO- ¿Murió solo o lo mataron? MARTA- (Poniéndose la ropa) No si... O sea que se murió pa mi nomás: me dejó bota. (Pausa) ¿Murió o lo mataron? No había pensao nunca en eso. Un día agarró las herramientas me queó mirando y me dijo: "¿Sabís qué más?, voh no tenis ni'un brillo". Y se jue... Lleváamos más de sei años juntos.

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EMILIO- ¿Y voh no le dijiste na? MARTA- No po, que iba a decirle: con la cama y la comía no se ruega a nadie... Y también que las cosas del corazón no se arreglan con palabras, porque a la juerza no es cariño. EMILIO- Orgullosa la rota también. MARTA- No, si no es que sea orgullosa, es que una necesita cariño de verdá, no de mentira, ¿no vis que una ta viviendo de verdá? (Ha terminado de ponerse la ropa) Ya, si querís te dai güelta, ahora podís mirar. (Emilio se da vuelta, la observa detenidamente. Marta se cohibe) Ya po, si es una mira a la rápida nomá. EMILIO- Quedaste flor. Lo único es que parece que hubierai planchao la ropa con una hoja de repollo... (Queda inmóvil, como escuchando) MARTA- ¿Qué te pasa? EMILIO- ¿Tenis una idea así como que lo'stán sapiando? ¿Cómo que hay alguien dando gúelta? (Busca) MARTA- (Asustada, siguiéndole) ¡El loco! EMILIO- No. MARTA- (Señalando) ¡Ellos po! EMILIO- (Buscando, husmeando) Es otra cosa... Endenantes también sentí eso... MARTA- No se ve a nadie; no hay árboles ni piedras grandes, no hay ninguna parte donde alguien se pueda esconder. EMILIO- (Oscuramente) Hay alguien... Por aquí anda alguien dando güelta. MARTA- ¿Hiciste algo malo voh? EMILIO- No creo. Pero eso no se sabe... ¿Y voh? MARTA- No sé. Hablo, me río. ¿Es malo eso? EMILIO- Puede ser.

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MARTA- ¿Por qué no los dicen lo que poímos hacer y lo que no? EMILIO- No pueden. (Pausa) MARTA- Mejor los corrimos de aquí. EMILIO- ¿Pa onde? MARTA- Si po, la cuestión ta igual en toas partes. ¿Por qué los persiguen? EMILIO- Porque'stán haciendo un mundo mejor. MARTA- ¿Pa quién? EMILIO- Pa nosotros po. MARTA- Chis, ¿Cómo es eso? EMILIO- (Yendo a sentarse) Anda a entender voh po. MARTA- ¿Y qué se podrá hacer?

…Continúa…

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Esa larga lucha que no envejece ni se rinde… (2) “Cuando llevaba el ataúd, el ataúd que solo contenía fragmentos de su cuerpo, aprendí que era posible odiar al dolor. Y aprendí también, que era posible odiar al olvido”. Esto de andar juntando palabras que cuentan historias del tiempo en que vivimos, me ha significado grandes amistades, grandes satisfacciones, pero también el ácido reproche de mucha gente que no está conforme con el modo que tengo de incitar a la esperanza, no lo entienden. En vano he explicado que no se puede llamar pesimismo a la verdad. “-¡Nosotros les daremos paz y bienestar; les daremos el respeto, el trabajo y el amor que merecen!- Habían dicho. “El amor que nos dieron olía a sangre, olía a carreras en la noche, a balazos. Era un amor crispante, de besos desesperados. Eyaculábamos terror entre las sabanas, buscándonos como dementes; buscándonos, no para sentir la tibieza humana, sino para tratar de olvidar, aunque fuera por un momento, que en las calles llovía odio sin parar y que la muerte andaba borracha en el pecho de los asesinos…” Por las puras y re’puras he pregonado que el invento más nefasto de los últimos tiempos ha sido el de pintar de rosado el sufrimiento, puesto que si vivimos años en los que el gran problema humano es la industrialización de la injusticia, es de bellacos presentar una visión en que la gente parece holgar en el mejor de los mundos posibles. Ha sido como hablarle a las piedras. Tozudamente, opinan que es bueno el cilantro, pero no tanto. _______________________________________________________________ (2) Radrigán, Juan. Prologo de la obra “La contienda humana”. Ediciones literatura alternativa.

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Que me voy al chancho con eso de la tristeza. Que mi “Pesimismo” es evidentemente destructivo. Que las cosas no son así; porque, claro, es cierto que pasan cosas feas, muy feas, pero… Bueno, tanta la diatriba como el halago, parecen ser inherentes a este extraño oficio que tengo y, con toda seguridad, no voy a sufrir una terrible crisis autoral. Pero conversando serenamente conmigo mismo –ya que tengo en gran estima mis opiniones-, he resuelto aclarar algunos puntos. De ese modo, como escribo teatro, por lo menos les evito comprar entrada a los que lean esto: porque de eso de cambiar de actitud, ni hablar. “Después que hubo hecho sacar a hombre, mujeres y niños de las casuchas, les hizo formar en el medio de la cancha. Luego comenzó a buscar. Le sorprendió encontrar entre tanto rostro amargo y temeroso, unos ojos que le observaban casi con curiosidad, casi con alegría. Entonces se volvió hacia la tropa y dijo: “A este”. “De vuelta al cuartel, explicó: A menudo la muerte de un terrorista produce resultados adversos para nosotros, pues la gente lo convierte en héroe, y es como una inyección de valor; la ejecución de un inocente en cambio, siempre produce horror y deja flotando en el aire durante mucho tiempo, la sensación de que nadie puede estar seguro”. Y no es que sea enfermo de empecinado; sucede solamente que comencé a escribir en pleno infierno y nada ha cambiado, el cuadro de horror se mantiene inalterable. Y no me vengan con la puta cantinela de los “Significativos avances”: vamos tras la plena justicia, tras la plena liberación,

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no tras mejores condiciones de esclavitud. Por supuesto, no me refocilo en la desgracia, sería feliz abriendo caminos, mostrando luces; pero para volver a tomar leche hay que recuperar la vaca: antes de lanzarse a cantar esperanzas, hay que encontrar una base real de apoyo. ¿Sobre qué cimientos se apoyaría en estos momentos una obra que anunciara futuras felicidades? ¿Sobre un triunfo tan mentiroso, tan absurdo, como el del plebiscito, en donde nadie sabe qué diablos fue lo que se ganó? ¿Sobre el olvido de la derrota, la muerte y la tortura? ¿Sobre la más atroz cesantía de la historia? No, no es con cuentas alegres como detendremos esta reciente agonía. Tengo un gran hijo, que dice: “No sé de dónde vengo, y a lo mejor no sé dónde voy; pero sí sé donde estoy. Y eso no me lo puede discutir nadie”. Tiene razón el machucao. El lugar en que habitamos es un lugar desolado, tenso y vigilado. La dictadura ha creado en torno nuestro una atmósfera de animales en acecho. Somos un pueblo invadido, donde a los patriotas se les asesina día y noche en las más absoluta impunidad; tenemos una iglesia liderada por un cerdo apóstata, un infame que traicionó los hermosos principios y se fue, no solo contra el pueblo, sino también contra sus propios hermanos de credo; tenemos un solo justo contra docenas y docenas de jueces cobarde e impuros; tenemos líderes del tiempo de la cocoa, para los que los intereses de su partido han estado siempre antes que los del pueblo; es tal su falta de sensibilidad, es tal su falta de amor y dignidad, que arrastraron sin ningún pudor a los escarnecidos a un acto tan aberrante como ese de obligarle a responder públicamente si estaban de acuerdo o no en que el verdugo siguiera desangrándoles; lo

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que equivalía exactamente, a preguntarles a los prisioneros de un campo de concentración nazi, si estaban conformes con su suerte o no. Consumada la ignominia, la moda es ahora usar al pueblo a la manera de perros: “Si la dictadura no acepta algunas modificaciones a la constitución, movilizaremos a las masas” “Si la dictadura no autoriza el dialogo, movilizaremos a las masas”. En fin, somos, por último, un pueblo que no se dio tiempo para llorar a sus muertos, que no incorporó a sus entrañas la brutal derrota sufrida. Decididamente, es un material no apto para comedias.

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Los borrachos de luna (Fragmento)

<<Juan Radrigán>> (1986)

¡Qué este rostro haya llevado a esta guerra y que no lo hayamos exterminado! Y somos millones y la Tierra está llena de armas; munición habría para tres mil años, y este rostro sigue estando aquí, aquí mismo, tendido sobre nosotros; y nosotros, todos, petrificados asesinando a los demás.

<<Elías Canetti>> “Provincia del hombre”

Personajes * José *

* María * * El Afuerino *

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El lugar en donde sobrevive María, es una pieza miserable, dividida por una rudimentaria cortada de cartón. En el estrecho sitio que hace de habitación -siempre en penumbras- se vislumbra un catre, una cocinilla y algunos trastos, a los que las sombras borran los contornos. Al fondo, una ventana abierta; junto a ella se distingue la figura de una mujer que mira hacia afuera, ensimismada. En la otra parte de la cortada esta el “negocio”; dos o tres mesas, bancas; una deforme especie de tarima, sobre la cual, desde un simulacro de varal, cuelgan a modo de focos, algunas ampolletas de colores. También se ve un mostrador -sobre el que no hay nada- hecho con cajones, unidos con pedazos de tablas. Todo cuanto existe debe dar la sensación de cosa inacabada, de irrealidad. José, sentado a una de las mesas, arrimada a la cortada, arregla un viejo tocadiscos; un vaso de vino y una cajetilla de cigarrillos al lado. Esta “casa” está en medio de una poblaci6n de marginados, pero por toda la obra pasa, pesa, un silencio exterior agobiante. José manipula durante unos instantes en el desarmado tocadiscos. De él se desprende tedio y desasosiego; coge los cigarrillos, la cajetilla está vacía. José: (Golpeando sobre la cortada) Señora… señora… María: Qué. José: ¿Le quedan cigarros sueltos? María: Sí. José: Véndame uno. María: Sáquelo, tán en el cajón del mostrador. José: (Lo hace. Al volver a su sitio, mira hacia afuera; va, se

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asoma. Todo parece estar desierto, callado y oscuro. Vuelve a sentarse a trabajar Bebe.) (Hacia el otro lado) ¿Qué día es hoy? (No obtiene respuesta. Sigue trabajando un instante; lo arma.) Señora. (Espera; golpea en la cortada) Señora. María: Qué. José: está listo. María: Gracias. José: (Limpiándose las manos) Por lo menos podría asomarse. María: Ya voy. José: ¿Qué’stá haciendo? María: Ná. José: (Enchufa el aparato, pone un disco. Es una cumbia alegre y bulliciosa, que escucha con apagada participación. Casi al finalizar la melodía, el tocadiscos deja de funcionar bruscamente. Lo mueve, manipula; no hay caso.) Señora… María: (de mal modo) Qué pues. José: S’echó a perder otra vez. María: Gracias. José: (Sorprendido.) ¿Gracias? Le digo que s’echó a perder otra vez. (Pause breve) ¿En qué está pensando? María: En ná. José: (Mira hacia ella en silencio. Bebe de un tirón lo que le queda de vino; luego vuelva su atención en el tocadiscos) La cápsula ta buena, el motor de las revoluciones también y la aguja es nueva… ¿Por qué crestas no funciona? (Comienza a desarmarlo nuevamente. Se escucha, lejano, el zumbido de un avión; presta atención, preocupado) ¿Siente?, es el avión que tira basura. ¿Siente? María: (Pesarosa) Sí. (Pausa) Pero puede ser de pasajeros. José: No, p’aca ya no viene nadie: es uno de los aviones del

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Malo, esta es la hora en que han agarrao de tirar los papeles, no falla; y después hace la pasá el helicóptero. (El ruido acrecienta, toma cuerpo hasta llenarlo todo. Pasa. Silencio.) No se escucha bulla. (Se levanta; mirando hacia fuera) ¿Pa ese lao tampoco salió nadie a mirar? María: No, no se ve a nadie. José: ¿Ni cabros chicos? María: (Aburrida) ¿No le digo que no se ve nadie? José: Es rara la cuestión… (Vuelve a sentarse) Mi’acuérdo que antes cuando pasaba un avión, era como un recreo pa los cabros chicos. María: Antes no hacían lo que hacen ahora. José: No po, antes no daban miedo, hasta parecían cosa linda. (Toma el vaso) ¿Me puedo servir otro? María: Claro, es su plata. José: (Va hacia el mostrador, saca una garrafa medio vacía, se sirve. Bebe un trago; queda allí mirando hacia fuera) ¿Por qué no viene? (No obtiene respuesta) hace poco conocí a un perro que miraba; eso nomás hacía, mirar. (Pausa) Me abrió la vida de arriba abajo el desgraciao, me la sacó toa p’ajuera… Era grande, negro, huesúo. (Mira hacia el otro lado) ¿M’está oyendo? (Silencio) Yo había ido a ver si podía arreglar unas máquinas que tenía un futre abandonás en un galpón. Me dejó ahí y se fue. (bebe) Estaba trabajando en lo mejor, cuando en una d’esas me doy vuelta de repente y lo veo mirándome; tenía ojos opacos, como de muerto, y el cuerpo como cuando uno estira un elástico. Al principio no le hice caso, pero poco a poco, como a veces tenía que darle la espalda pa trabajar, me fui intraquilizando; comenzé a llamarlo por tóos los nombres de perro que se me ocurrieron, pero no pasó ná; entonces

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saqué uno de los sánguches que había llevao pa almorzar y le tiré un pedazo; ni pestañó siquiera, parecía de piedra… Al poco rato empecé a sudar, las herramientas se me refalaban de las manos y la respiración se me empezó a cortar… El me miraba nomás, con la cabeza estirá hacia mí y el cuerpo apretao. Entonces decidí hacerle frente. (Acciona) El se había parao a la entrá, me le acerqué despacito y le empecé a hacer gestos de amistá: nada. Le hablé, le dije que tenía cuarenta años, que había hecho muchas cosas malas y muchas buenas, pero que nunca había sido enemigo de los animales, y mucho menos de los perros “Ustedes son choros -le dije- muchas veces son los únicos amigos de verdá que uno encuentra; claro, p’al asunto de ser derechos, a ustedes no les gana nadie, así que no te pongai vaca conmigo, dime de adonde apareciste, que’s lo que querís”. Deje pasar un rato y me le acerqué otro poquito (lo hace); estiré la mano, como que lo iba a tocar, sonriendo, pa hacerme el amigo: él me miró más fijo y más duro, sentí un tirón de frío por dentro… Y también otra cosa, esa pará, esa distancia que puso entre los dos, me humilló como si me hubieran escupío en la cara “¿Qué querís? ¿Qué querís conmigo?” le dije, me sentía en pelota, asustao, acorralao… Y entonces, de repente, la cabeza se me llenó de momentos cabrones, con madre, hermanos y tías hechas una sola pelota de hambrientos y náufragos, y me pasaron también por dentro la Cecilia y la Irene; la mujer que dejé botá y la que me dejó botao a mi… Toda esa soledá y esa mierda tenía que haberme dao rabia, tenía que haber agarrao un fiero (Grafica impulsivamente) y haberle dao y dao hasta que hubiera quedao una pura mancha de sangre y huesos en el suelo… ¿Pero sabe lo que hice?: me puse a llorar, palabra, me puse a

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llorar como cabro chico, botao delante del perro… Yo siempre había sufrío ataques de soledá y de impotencia en mi pieza, pero no había llorao nunca; ese día sí que lloré, como hombre que era y que no valía ná… Cuando llegó el futre y vio que tóo estaba igual, s’espantó: “¿Y qué hizo? ¡Qué hizo en tóo este tiempo, iñor por la cresta!”, me gritó. “Pense en mi vida -le dije- ¡pensé toa la tarde en mi vida, por culpa d’este perro desgraciao!”. “¿Este? ¡Pero si este perro es ciego, po iñor, que le va hacer, no invente leseras!”, dijo, y siguió insultándome. Entonces le saqué la madre y me fui… Las cosas que le pasan a uno… (Algo capta su atención en el exterior. Mira con mayor detenimiento: se asoma, escudriña) Parece que por ahí anda alguien, tamos de fiesta. (Pausa) S’escondió… Otro que anda arrancando… (Vuelve al mostrador, bebe) ¿Qué cree usté que es lo que’stá prohibío ahora? (Silencio) Hay una cosa que no le he dicho: l’otro día, cuando me pasó la cuestión del perro, mi’acordé de usté. (Bebe) La Irene era linda, alegre y mentirosa. (Ido, sombrío) Y era caliente también… a lo mejor pensar en que l’estaba haciendo a otro lo que me hacía a mí en la noche, fue lo que me envenenó más la sangre, pa una mujer que lo alumbra a uno y lo hace arder, no hay olvido… (Hacia ella, casi con desprecio) Usté tiene los ojos como piedra y las carnes frías; aunque se pase las manos por los muslos y por las pechugas pa calentar a los viejos cuando ‘sta bailando, se le nota a la legua qu’está haciendo puro tiatro: quien va a creerle, con esa risa llorona y ese odio que se le sale por toa la cara. Pero en el revoltijo de cosas que se me vinieron encima esa vez, venía usté. ¿Por qué sería? (Pausa. Escucha)¿M’está oyendo? (Bebe) Usté aparte de malgenio es tonta; con la fuerza que se le ve por dentro cualquiera podría llegar donde

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quisiera, sin embargo está derrotá: es la persona viva mas muerta que he conocío, ¿qué le pasó? ¡Pucha, pero contésteme po!... Yo tengo cachao que pa llegar al corazón de las mujeres hay que hacerse el triste o el alegre, debe ser porque un hombre alegre les da confianza y vitalidá, y uno triste les despierta de un solo tirón a la madre y a la mujer: pero con usté no pasa ná: usté tiene la carne muerta y el corazón cerrao. (Va a beber, no le queda; vuelve a servirse) No me haga caso; voy a arreglar este lesera y me voy a ir. (Va hacia el tocadiscos, se sienta. Recapacitando) ¿Pa dónde? ¿Pa dónde me voy a ir si ya dormi casi toa la tarde? Y tengo dos libros, pero no me atrevo a leer ninguno de los dos… (Queda inmóvil) Pucha, a lo mejor tengo que fondiarlos. (Hacia el otro lado) ¿Estarán prohibíos los libros de amor también? (Mira hacia fuera) A lo mejor eso es lo que está prohibío ahora… ¿Qué cree usté? (Silencio) ¡Pero, puta, contésteme, venga p’aca; yo no vine a arreglar leseras: yo vine a tomarme un trago y a conversar! (Golpea) ¡Contésteme! Aparece un hombre en la entrada. (El afuerino) Moreno de sol y sucio de tierra, la ajena y gastada ropa que viste le de aspecto de vagabundo, y el cansancio que trasunta le hace aparecer humilde y melancólico, pero en realidad es fuerte, áspero, escindido. Observa el lugar con aparente despreocupación. José: (Agresivo) ¿Qué busca? Afuerino: Nada; miraba nomás. Ando de paso. José: ¿Es usté el que andaba dando vueltas por ahí endenantes? Afuerino: Sí. Quería preguntar por este lugar, pero no encontré a nadie por ninguna parte. Y todas las puertas están

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cerradas. (Entra, ocupa una de las mesas) José: No abrimos todavía Afuerino: (Señala la entrada) T’abierto. Jose: Ta cerrao; se abre a las nueve. Afuerino: (Mirando) ¿No es aquí dónde baila la María? José: ¿La conoce? Afuerino: De oídas nomás. ¿Es aquí? José: Si; pero todavía está cerrao. Afuerino: No se ponga caldillo, pos amigazo, si no soy ná inspector: quiero pegarme un pencazo nomás. Toi más seco que coco e camello. José: ¿Y pa qué pregunta por la María entonces si quiere puro tomar? Afuerino: Dicen que muestras cosas buenas. José: Usté no ha sío nunca de la población, ¿de donde viene? Afuerino: Cosa mía. Jose: ¿Anda arrancando? Afuerino: ¿Me va a vender o no? Ya me muero de sé. José: Vaya pa donde el “Cariño Malo”, ahí atienden por una puerta chica qu’está tapá con gangochos. Afuerino: No sé donde es; ya le dije que no soy e por aquí. José: ¿Y cómo llegó? Afuerino: Me vine en el avión que pasó recién: ¿no lo sintió? José: Sí, si lo sentí. Cuando pasó le dije a la María: “¿Siente? Es el avión que tira basura”… Pero creí que tiraban puros papeles. Afuerino: (Se para, va hacia la puerta) ¿Así que aquí abren a las nueve, amigo? José: Sí. Afuerino: (Yéndose) Hasta luego, entonces. José: Oiga…

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Afuerino: (Deteniéndose) ¿Qué le duele ahora? José: Me gustan las cosas derechas. ¿A qué vino? Afuerino: Puta que´s duro de cabeza: a tomarme un trago ¿no le dije? José: ¿Y si viene de tan lejos y no conoce a nadie, cómo sabe que aquí baila la María? Afuerino: No sé. (Pausa) Creo que es por ser quien soy. José: ¿Y quien es? Afuerino: (Rapido) ¿Y usté? José: José. Afuerino: Mucho gusto. (Se va) José: (Chasqueado) ¡Ojalá te maten, desgraciao! (Lo sigue con la mirada, confuso y enojado. Se levanta, se sirve otro vaso de vino; bebe; escuchando, mirando, el silencio y la oscuridad de afuera. Va hacia la cortada, golpea:) Señora, María… ¿Está ahí? María: ¡Sí! Déjeme tranquilo. José: No puedo, tengo que hacerle una pregunta. María: Que pregunta José: Tiene que venir p’aca: quiero verle la cara cuando me conteste. María: Ya voy. Espérese. José: Si no viene al tiro me voy y no le arreglo ninguna lesera. María: Váyase pues. José: (Exasperado) ¡Pero que’stá haciendo: venga! María: (Entrando, exaltada) ¿Qué le pasa que grita tanto? ¿Es casa suya esta? José: Chis, como no voy a alegar, si me tiene hablando solo como tonto aquí. María: Yo no lo llamé, váyase al tiro si quiere.

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José: (Señalando el tocadiscos) ¿Y esa cuestión? María: (Tomándolo) Déjelo así nomás; no faltará quien me lo arregle. José: Claro, con esa multitú que tiene aquí, como no va a tener donde elegir. Déjele ahí nomás, yo lo arreglo. (Se sienta a trabajar. Reflexivo) Pucha que’s fregá la cuestión… María: No es fragao, lo que pasa es que usté lo desarmó mucho. José: No’stoy hablando d‘este aparato: estoy pensando en la vida; vivir es algo muy grande pa nosotros, es como estar perdío al medio del mar, no hay de qué agarrarse… Recién, cuando usté entró gritoniándome, lo único que quise hacer fue sacarle la madre, tirar lejos esta cuestión y después irme a la cresta. Pero sigo aquí arreglando esta porquería y tratando de hacerme el amigo de usté. ¿Sabe por qué?: porque siento un ardor entre las piernas, por eso nomás. María: si le pasa eso y no tiene plata pa ir a una casa de putas, váyase a su pieza y siéntese en un balde de agua fría, no venga p’acá, no sea desgraciao. José: ¿Ve cómo vivir es igual qu’estar perdío al medio del mar? Uno dice lo que siente y lo insultan. María: Si no quiere que lo insulten no hable leseras. José: No son leseras, mientras uno siga vivo por dentro hay cosas de las que no puede librarse, como comer, dormir o tirar, y por esas cosas… María: Bueno, no me dé más explicaciones. Ustedes son todos iguales, exigen que una sea agua limpia hasta la muerte, pero lo único que hacen es ensuciarnos con sus porquerías. (Se aleja de él) José: No se enoje, no se vaya. Recuerde que el cliente siempre

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tiene la razón. María: No me voy. (Mira hacia fuera) Ya van a empezar a llegar los clientes de verdá, tengo que arreglar aquí. José: ¿Clientes de verdá? ¿Y usté cree que yo le voy a pagar con hojas de lechuga? (María no contesta. Se produce un silencio) Oiga… ¿Y qué hacía tanto allá adentro? María: Taba mirando por la ventana. José: ¿Tóo este rato? Por eso las viejas dicen que se lo pasa sapiando, cabréese alguna vez. María: No miro basura, o sea la miro, pero nola veo: taba mirando la luna. José: ¿Usté mirando la luna? ¡Pucha ahí sí que sacó trago! (Bebe) ¡Mirando la luna! María: No sea guevón. Me tira ver del color que pone las cosas, lo que les hace, (Pausa) Pero la odio. José: Chis, ¿cómo es eso? ¿Si la odia por qué la mira? María: Porque hay cosas de las que una no puede librarse. José: Claro. (Sigue trabajando) Que lástima, creí, que andaba en la onda romántica, que se había vuelto mujer. María: Mujer soy desde que me parieron. (Pausa. Haciendo cosas) ¿Qué quería preguntarme endenantes? José: Ná; se me olvidó, me tramitó mucho. (Señala el vaso) Ponga otro. (Cuando María va a servir) ¿No tiene de uno mejor? Con ese se me soltaron tóos los dientes. María: No, pero si tiene dientes podríos tome leche. José: No ofenda a los clientes, como quiere que seamos amigos. María: ¿Le sirvo o no? José: Bueno, échele, total, pa morirnos nacimos. Si con dos… María: Cuatro.

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José: Pucha, no se le va ninguna; claro, si con cuatro me soltó los dientes, con este, o me voy cortao o quedo estirilizado pa siempre. (Mirándola fijo) Lo que no mata endurece. ¿Sabía eso usté? María: (Despectiva) Palabras. Y ni siquiera suyas. José: (Después de una breve pausa) Claro, palabras, leseras nomás. (Levanta el vaso en un brindis) Tengo ganas de irme a un lugar donde haya sol y libertá; tengo dos libros que no puedo leer, porque en uno sale el nombre de una mujer que me quiso mucho, y en el otro el nombre de una que no me quiso nunca; tengo una cama de una plaza y media, con el colchón hundío en el medio, un ropero, un velaor con la cubierta llena de quemauras de cigarro; tengo tres cajas repletas de platos, tazas y ollas, tóo nuevecito, tengo miedo en un ojo, bronca en el otro y en el corazón una risa de mujer que que no puedo hacer callar can ná; tengo una mesa, dos sillas, una caja con herramientas y un reloj que se paró hace más de doce años: tóo eso le dejo de herencia si me muero con este veneno que me ha servío… ¡Salú! (Bebe). María: Dejéselos a la que lo tiró de las patas. José: (La mira extrañado; se para, va donde ella) Oiga… ¿Me deja tocarla? María: (Retrocede. Seca. Fiera) No José: No se asuste, es pa ver si está viva nomás. (Pausa) Es que… ¿Sabe? Con ese discurso he dejao siempre a las mujeres con los ojos blancos de gusto. ¿Es cierto que no sintió que le corría una cosa limpiecita por dentro? ¿Algo así como cuando llega el agua a una tierra seca? (María no contesta) Pucha, entonces es verdá que no tenimos salvación; sin Dios y sin amor, donde vamos a ir a parar.

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María: No hable d’esos dos, deje descansar a los muertos en paz. José: ¿Qué le pasa ahora? Usté siempre anda de mala, pero hoy día está pior que nunca. María: No sé. (Mira hacia fuera) Es ese silencio el que no me deja tranquila… José: (Mirando también) Sí, es pesao, como que ahoga. María: No se sienten ni perros siquiera. José: Y usté esperando que la gente salga y venga p’acá… María: Van a salir. Tienen que salir. José: ¿No ve cómo’sta? Si no fuera por la luna no se verían ni las manos. María: Ya van a prender la luz; entonces van a salir. José: Luz hay, lo que no hay son ampolletas: tan tóas quebrás. María: ¿Quebrás? ¿Por qué hicieron eso? José: No sé; tácticas. María: Pucha, y yo tengo que atravesar tó eso pa ir a buscar al Camilo… José: (Deja de mirar) ¿Por qué? ¿Qué no lo tiene ahí cerca de la cancha? María: No, hace dos días que la Elba me avisó que no me lo iba a poder cuidar más. José: ¿Por qué? María: No sé; dijo que el marío le habían dicho cosas, que se había enojao. Tuve que llevarlo a otra parte. José: ¿Con cúantas le ha pasao lo mismo? María: Ya perdí la cuenta. José: Aquí no la quieren, ¿por qué no se va? María: ¿Pa un lugar done haya sol y libertá? No, este es mi lugar, de aquí no me muevo.

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José: Yo creo que esto (señala a su alrededor) también ayuda a que no la quieran; escogió el peor negocio que puede haber: a ninguna mujer le gusta que otra le muestre las presas a su marío; y menos si son mejores que las de ella. María: Yo no escogí esto: el cuerpo es lo único que me queda pa defenderme. (Coge una piedra) José: Chis, ¿me va a agarrar a peñascazos? Yo no le he hecho ná, son las viejas las que no la quieren. María: (Sonriendo) No, no le voy a pegar (señala el “escenario”); voy a clavetiar esta porquería. José: (Yendo hacia ella) Yo lo hago, déjeme a mí. María: No, usté arrégleme el tocadiscos nomás. (Se pone a enderezar clavos.) José: (Camino, mira hacia fuera) Claro, es rara la luna… Y más cuando da encima de una población donde no se ve a nadie y tóos están callados adentro de las casas. (Pausa -se escucha sólo el golpetear de la piedra- Se vuelve hacia ella) ¿Usté querría mandarse una acostá conmigo? Eso es lo que quería preguntarle endenantes cuando la llamé. María: (Tensa) ¿Va a seguir con esa porquería? José: Es por intentar otra cosa; el cigarro me da angustia, y el vino me deja blando y angustiao. María: ¿Por qué se atreve a proponerme eso? José: Ya se lo dije. María: Tambien dijo que yo tenía la carne muerta y el corazón cerrao. José: Sí, pero una mujer no puede ser piedra toa la vida, la noche no perdona. (Pausa) Lo que me gusta de usté es esa porfía, esa terquedá de mula que tiene; entre otras cosas (señala) levantó sola esta cuestión.

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María: No fue por mi gusto, fue porque nadie quiso ayudarme. Pero no me ha contestao lo qué le pregunté: ¿Por qué se atreve a preguntarme si quiero acostarme con usté? José: No se ponga difícil, tiene que ser por lo que le he dicho; y por el aburrimiento, por el abandono; por esa lesera como de aplastamiento que nos agarra a veces. María: No: usté se atreve a decirme eso porque me ve sola; me dice eso porque bailo pa los curaos y ve que me dicen groserías y me tiran agarrones: usté es un abusaor de mierda. José: Esas son volauras suyas, cosas que le vienen del resentimiento. Yo no la quiero atropellar en ningún sentío, se me ocurre que los podíamos ayudar; como si fuéramos dos personas que andan perdías en una ciudad muerta. No he pensao nada más; así que no se ofenda ni se vaya pa otro lao: dígame si o no, y quedamos tan desgraciaos como antes. María: No, ni aunque lo viera agonizando. José: ¿Por qué? María: Porque usté no me gusta pa ná, porque no tengo ganas, y porque soy casá. ¿Le parece poco? José: No, no es poco. (Pausa. Vuelve al tocadiscos) ¿Así que’s casá? María: (Digna) ¿Y cómo iba a tener un hijo entonces? José: Perdone, no sabía. Es que la he visto siempre sola. ¿Dónde está él? María: Vivo, no sé por donde andará; pero muerto está en cualquier parte donde yo esté. José: No l’entiendo. María: Ni falta que le hace. (Señala el tocadiscos) ¿Lo va poder arreglar? José: Sí, no se preocupe.

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María: es pa luego (Mira hacia afuera)… La gente ya va a empezar a llegar. José: No creo: falta la pasá del helicóptero. (Pausa) A lo mejor ya le entendí: la dejó botá. María: No, no entendió. (Golpea con más fuerzas) ¡Arregle luego esa cuestión! José: Si va a salir, no se aflija. Pero si no’stá no importa, total, los machucaos vienen aquí a verle el pellejo, no a escuchar música. (Mirándola) ¿Por qué no hace “striptis” total? O sea, ¿por qué no se empelota entera? Yo creo que ahí sí que tira p’arriba luego. ¿Lo ha hecho alguna vez? María: No, nunca. José: ¿Y cuando bailaba en los Toples? María: (Molesta) ¿Quién le ha dicho que yo bailaba en los Toples? José: Bueno, en los tiatros entonces. María: Tampoco he bailao nunca en ningún tiatro. José: Chis, ¿Y aónde bailaba entonces? ¿En las iglesias? María: Antes de ahora nunca bailé pa nadie, ni pa mí. José: ¿O sea que empezó aquí? María: Sí, la necesidá. José: ¿Y qué habría hecho si hubiera sío fea y guatona? María: Di’hambre no me iba a morir. José: Yo creo que sí, usté no tiene carácter pa pedir; y ahora no hay trabajo ni piedá pa nadie. María: Pior de lo que me ha ido no me podría haber ido ni aunque estuviera en el infierno. José: ¿Qué le pasó? María: ¡Pucha que’s preguntón usté! (Clava, golpea, golpea) José: ¿Le pareció mal? Si no le gusta que le pregunten coas no

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se ponga a conversar po, adonde ha visto una conversa sin preguntas. María: ¿Y cuándo estoy conversando con usté yo? José: ¿Cómo que no? ¿Así que eso de que ya nadie le quiere cuidar al niño, y de que’s casá, y eso de que no había bailao nunca antes, me lo contó mi mamá? María: (Tratando de protestar) ¡Pero es que usté…! José: No, si no saca ná con meterme conversa, ya no le voy a contestar más: m’enojé. María: iPucha, usté si que es fresco! (José se pone a silbar desaprensivamente). Viene aquí cuando todavía no pienso abrir, me echa a perder el tocadiscos, pa quedarse arreglándolo; me fuma los cigarros, me toma el vino, se mete en mi vida privada y después se hace el enojao; pucha, cualquiera que los viera pensaría que hay algo entre los dos, ¿eso es lo que quiere? (José sigue silbando sin mirarla) A usté l’estoy hablando. ¡A usté le digo!... No sea tonto, conmigo no le va resultar ninguna cosa, yo ya estoy afuera de todo eso; sé que soy desagradable, que soy amargada y grosera, pero cada uno sabe donde le aprieta el zapato… Yo nunca le dije a nadie que quería ser persona, nadie me consultó, me parieron y me tiraron a vivir al medio de la brutalidá, no pueden exigirme… ¡Déjese de silbar, I‘estoy hablando! (José sigue silbando) Yo no puedo prohibirle la entrá a nadie aquó, este es un negocio… Pero no me gustaría que agarrara de venir todos los días; no es por la gente, no me importa lo que hablen, es porque no quiero que se haga ninguna ilusión conmigo: aunque viviera cien años no podría sentir ná por usté. (Pausa) ¡Pero contésteme pues! José: ¿Duele, ha? Duele que lo dejen hablando solo a uno.

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(Pausa breve) ¿Sabe?, quiero aclararle dos cosas (María vuelve a ponerse a trabajar en el “escenario” desatendiéndose ostensiblemente de él): Primero, que no le he fumao los cigarros ni le he tomao el vino gratis: se los voy a pagar. Y lo segundo es que en ningún momento yo le he hablao de amor, las mujeres y los pueblos siempre terminan asesinando al que las ama (Pausa) ¿Conoce el mar usté? ¿Se ha parao al frente alguna vez y se ha quedao mirándolo?... La perra de los ojos alegres que me dejo botao con los platos y las ollas comprás, vivía cerca del mar. Yo iba a verla, y como no’staba, como nunca‘staba, me quedaba mirándolo. Cuando uno ve esa inmensidá viva, esa cosa que respira por debajo y mira con ojos que no terminan nunca, uno siente que le va entrando dia poco un miedo raro en el corazón; un miedo má grande y má helao qu’el miedo a la muerte: el miedo a la vida… Es como si de repente uno se diera cuenta de que tóo lo que ha hecho y lo que puede hacer, no sirve de ná; las cosas son muy grandes pa uno, muy grandes. ¿M’está oyendo? Diga algo po, conteste. ¿Es cierto lo que digo, o es esta inseguridá qu’estamos viviendo la que los transformó, la que no los deja creer en ná? (Pausa breve. Reflexivo) Pucha, pero sea como sea, es lo mismo nomás po: nacimos condenados al fracaso porque si fue el Malo el que los cambió la vida, es señal de que en nosotros no había ná que fuera capaz de oponerse a lo maldito… Es lo mismo nomás… (María ha terminado de arreglar, sube al “escenario”; prueba la resistencia de las tablas, en unos lentos pasos de baile; mira hacia afuera, canturrea; el baile va adquiriendo fuerza y forma. José la mira interesado, se va animando) Eso… Claro, eso es. ¡Baile, baile, María: (Se levanta, va hacia ella, se pone a bailar y a cantar,

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con una especie de rabia, de terror, de frenesí; es un baile desgarrado y loco, que se va transformando casi en alegría; bailan, bailan. Luego:) ¡Eso es María, no los echemos a morir, no dejemos que los maten! María: (Sentándose, agitada por el baile) ¿Qué los mate quién? José: No sé po, las porquerías que tenimos adentro. (Señala hacia fuera) O esos que tiran papeles. María: ah, esos. (Se para) José: ¿Pa dónde va ahora? María: Tengo que arreglarme un poco; ya va siendo la hora. José: ¿Por qué se corre siempre que uno habla de Ellos? ¿Qué le pasó? María: Ná, qué va a pasarme; yo no sé d’esas cosas: yo tengo un hijo que cuidar. José: (Yendo hacia la mesa) No es na eso. Yo tengo bien estudiá la cuestión (se sienta, coge el vaso); pelean los que tiene amor, al que no siente amor por algo o por alguien, no le importa lo que pase. El Malo los tiene fregaos porque somos un pueblo de amistá grande y amores chicos, y la amistá no da pa peliar a muerte. María: Por lo que he oío usté tampoco tiene a nadie ahora. José: Claro, debe ser por eso que abro el hocico, pero que en realidá no me meto en ná. ¡Salú! (Bebe.) Ponga el otro. María: Van cinco ya. José: No se haga problemas, no le voy a pedir ná fiao, ya se lo dije. María: (Yéndose) No, si yo le digo nomás. Sirvase usté mismo. José: Oiga… María: (Molesta) Pero que quiere pues.

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José: Endenantes vinieron a verla. María: (Alterada) ¿Quién? ¿Cómo era? José: No se asuste, no era uno de esos que los andan protegiendo. Pa mí que… María: ¿No dijo nombre? ¡Como era!

…Continúa…

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Esa larga lucha que no envejece ni se rinde… (Continuación)

“No, no es indiferencia; la indiferencia es una muerte anticipada, y él no tiene el menor deseo de morir. Sí, es cierto, sus ojos no han estado nunca abiertos a la realidad; pero ese andar cansino que tiene ahora, ese aire volado con que mira las cosas, no significa que no tome a la vida en serio. Sucede que en setiembre de 1973, perdió muchos, muchos hijos, y que los sigue perdiendo. “Y ha preguntado por ellos a la vida, y la vida le ha dicho que no están; ha preguntado a la muerte, y ella le ha dicho que no les ha visto llegar; le ha preguntado a los que dieron la orden de subirlos a los camiones. Y callan.” “De ahí ese andar cansino, de ahí ese aire volado con que mi país mira las cosas”. Entonces, claro, no es un material de construcción ligera, pero cuando con los insobornables trabajadores del arte, agrupados bajo el nombre de Compañía de Teatro Popular “El Telón”, presentamos un país desgarrado y desgarrador, estamos diciendo que ese es el estado actual de cosas, que es desde allí donde debemos empezar a construir, no estamos diciendo que debamos quedarnos lamiéndonos las heridas por los siglos de los siglos. “…los caminos han quedado tirados sobre la tierra como vientres inútiles, nada paren, no van hacia ninguna parte. “Todo parece perdido. Todo”. “Es la hora precaria y terrible de la paz sin amor. Hablaron los fusiles, y por los asesinados duele entero el dolor atroz de la especie: esta noche somos la angustia final del

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hombre y la mujer sobre la tierra. Todo parece perdido. Todo.” Después de lo vivido, visto, oído y leído, barrunto que nos esperan largas y duras jornadas de testimonio, denuncia y construcción. Estamos mal, y esto viene de muy atrás; en nosotros hay inconstancia, ingenuidad, fatalismo y mitos, una cantidad tremenda de mitos, contradicciones y patrioterismo; un patrioterismo tradicional y celosamente fomentado por la burguesía para alimentar el ego de los pobres, en otra de sus sucias maniobras en función de lucro. “Chileno sufrido”. “Chileno apechugador” “Chileno alegre”, son sólo términos inventados para explotarle –con su ingenua aquiescencia- en nombre de Dios y la Patria. La verdad es que los motivos de alegría son más escasos que un juez honesto en nuestro país. Nos salva la poesía y una cierta grandeza de alma, que viene de tiempos antiguos por cuestiones como de Mapuches, soledades y paisajes. Otros pueblos latinoamericanos tienen novelistas pujantes, originales y profundos, que universalizan su problemática sin deslatinoamericanizarla; nosotros contamos con una literatura social chata, patética e ingenua, que nunca fue más allá de la denuncia a los malos patrones, sin atacar derechamente al sistema, contamos con eso, y con una impresionante cantidad de relatos melancólicos, tísicos y personalistas, que no logran trascender ni siquiera las fronteras de la ciudad donde vive el autor: es la falta de conocimientos humanos, la miopía histórica y, sobre todo, la herencia de “Las tías terribles”, el provinciano temor a ofender parientes, conocidos o enemigos demasiado poderosos. (Posiblemente –aunque suene a feroz contrasentido- el golpe

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fascista del 73 sea, siempre que seamos capaces de mirar profundamente hacia atrás y hacia adelante, “ese acto terrible y nacional” del que brotará una nueva y sólida etapa en nuestra literatura. Si eso no nos despierta a la realidad, ya no nos despierta ni Cristo. Y sería lamentable, tremendamente lamentable. Digo esto, porque los escritores tenemos muchísimo que ver en el desentrañamiento de la “personalidad” de un país. Y en esto no hay, no han de existir, caminos vedados o pequeños; la reflexión profunda sobre el porqué de ese acendrado entusiasmo que siente nuestro pueblo por las telenovelas, las canciones cebollentas, o las rabiosas tomateras de fines de semana, es tan importante como indagar sobre las causas originarias del surgimiento de la dictadura. Yo sospecho, por ejemplo, que esas continuas frustraciones a que nos tiene acostumbrados el deporte en nuestro país –un chambón que se especializó en llegar último en cuanta carrera interviene, boxeadores a los que les sacan la cresta en todas partes con una facilidad asombrosa, y una selección de fútbol, que no es la más mala, sino la más cobarde de Latinoamérica, lo que resulta desolador- tienen bastante que ver con el silencio y el malhumor que se abate en muchos hogares, precisamente en los días en que las familias suelen tener la posibilidad de compartir. Entonces hay que embestir incansablemente contra todo lo que signifique construir sobre la arena, pasando, naturalmente, por el derribamiento total de mitos y tradiciones, que al permanecer incólumes redundan en ignorancia y estancamiento; es decir, en caldo de cultivo para

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comerciantes y dictadores. Es por lo que la burguesía, siempre retrógrada, se ha preocupado en eterno de acusar a los escritores de hacer política, lo que en su particular lenguaje significa etiquetar de terrorista intelectual y quedar bajo amenaza: saben perfectamente que cuando tratamos asuntos que conciernen a la vida y a la libertad, estamos haciendo cultura, abriendo caminos. “Veníamos casi como de la tristeza, casi como de la desgracia; pero no ocupábamos todo el día en llorar, en realidad era muy poco lo que nos quejábamos- Más allá de las etiquetas de revoltoso, falsos y expropiadores que nos colgaban, más alla de aquello de rojos, antipatriotas y resentidos, la verdad era que en nuestra sangre no había nada que tuviera forma de rencor o de venganza; la verdad era que lo único que nos impulsó a luchar, fue ese infinito anhelo común que aquí nos mata: queríamos vivir”. No se es “pesimista” de la noche a la mañana; la inconformidad con lo que sucede me sucede nos sucede, viene de muy, muy lejos, acaso de siempre. Dificulto mucho que un pobre puede responder, de buenas a primeras, si uno le pregunta por los momentos en que ha tenido contacto directo, amable y bello con la vida; los momentos en que no ha estado trabajando como un buey, en que no se ha sentido presionado por deudas o preocupaciones familiares, en que no ha estado cesante ni amenazado por la cesantía; los momentos en que las leyes, hechas para todos, pero dictadas a él, lo han dejado en paz por un tiempo. Lo más probable, al preguntarle eso, es que se produzca un largo y doloroso silencio. Y somos millones. Mirando el pasado familiar, el pasado familiar de los

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familiares y el pasado de éstos, uno se da cuenta que los pobres somos las renovadas oleadas de una larga lucha que no envejece ni se rinde; pero que este no es un don de Dios, que no es un privilegio, sino un martirio. “Explicaciones sobre su tragedia hay muchas, y de escribirse, llenarían un biblioteca. Pero gente que sabe de la vida, no de política, la resumiría así: existe un pequeño animal en el mundo que se llama Hurón; cada cierto tiempo, cumplido un ciclo misterioso, son arrastrados al suicidio en masa. En Chile, el pueblo de los pobres tiene el mismo trágico destino: cada cierto tiempo, cumplido un ciclo de componedas e inscripciones, sus guías le llevan al suicidio en masa. Elecciones, le llaman a ese holocausto”.

<<Juan Radrigán>>

Nota de suma importancia: todos los párrafos que van entre comillas, pertenecen a un pequeño libro llamado “Fragmentos Contra el Olvido”, los incluí: 1) Porque caían como anillo al dedo 2) Porque no he podido publicarlos: los consideran demasiado “pesimistas”

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Las Brutas (Fragmento)

<<Juan Radrigán>> (1980)

Animitas de las hermanas Quispe Cardozo La casa -por darle algún nombre- donde transcurren los últimos meses de la vida -vida, es aquí (también una manera de decir)- de las hermanas Quispe Cardozo (Justa, 56 años, Lucia 48, Luciana 47), está situada en un lugar llamado "Laguna de Puquio", comarca precordillerana, cuyo único punto geográfico posible de señalar, es una muy relativa cercanía a Inca de Oro y Potrerillos (unos dos días a lomo de mula). Es un sitio inhóspito, frío y desolado.

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Octubre de 1974. Amplia piezona con paredes de barro y techo de totora, que sirve de comedor, dormitorio y cocina. Un catre, dos jergones; una banca, una mesa, piso. Arrumbadas en un rincón, un lote de viejas y oxidadas herramientas de minero de las que sobresale un pesado combo. Una antigua cocina a leña. Piso de tierra, duro, irregular. La única entrada es una puerta repetidamente reforzada con tablas y cartones; una ventana en las mismas condiciones, crujiente, destartalada. Utensilios diversos; un cajón con lana para escarmenar, otros tres o cuatro vacíos, puestos uno sobre otro; al lado de éstos un pequeño mesón malamente hecho, que Luciana utiliza para hacer el pan y los quesos. Pese al hacinamiento se advierte un cierto orden, una cierta limpieza; la atmósfera es de desolación, de tristeza, de sordidez. De pie, Justa, la jefa del hogar, trenza una cuerda. De fuera llega la voz de Luciana cantando, Justa escucha sorprendida, desaprueba con tristeza. (Tiempo) Entra Luciana trayendo unos trozos de leña. JUSTA -¿Por qué 'stai cantando? LUCIANA -(Se encoge de hombros) No sé po. Por cantar no má JUSTA -(Neutra) Nunca hemos cantao... Tan pasando cosas raras aquí. LUCIANA -¿Qué cosas? JUSTA -No somos pa cantar, somos pa voltiar árboles, pa criar animales; los cantos son... LUCIANA -Pa cantarlos, tóos poímos cantar. JUSTA-No me gusta. LUCIANA -(Acomodando la leña bajo la cocina) Soy tonta voh, creís qu'stamos cambiando. No, si con la Lucía también los

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gusta más pastoriar y cortar leña, pero tenimos qu'estar aquí hasta que se arregle bien el tiempo; siempre lo hemos hecho así. Güeno, y soy voh la que no te querís ir po. JUSTA -Yo no te digo d'eso, te digo que nu'hacen las cosas que hacíamos antes. Yo salí ayer con viento y too y corté cuatro cargas de leña. LUCIANA -Cuatro cargas no son na po. Y después dormistes toa la tarde. JUSTA -(Viólenla) ¡Mentira! LUCIANA -(Se queda mirándola extrañada) ¿Por qué te enojai cuando te dicen que te cansai? Voh soy la qu'está rara. (Se da vuelta hacia ella) Mejor cuéntame cómo es eso no seai mala. JUSTA -¿Qué te voy a contar? LUCIANA -Lo qu'estábamos hablando cuando dijiste que juera a buscar más leña: la cuestión esa del enamoramiento. JUSTA -¿La Lucía encerró las cabras? LUCIANA -Sí, pero la "Mocha" se le metió pal bajo otra ve. JUSTA -Anda ayuarla, la va a pillar la noche. LUCIANA -¿Después me contai? JUSTA -¡Anda ayuarla! LUCIANA -¡No me gritís! Dijiste qu'ibamos hablar. JUSTA -(Dejando de trabajar) ¿Pa qué querís saber eso? LUCIANA -¿Pa qué? (Se encoge de hombros) No sé po. (Mira hacia afuera) Cuando s'está terminando l'invierno, cuando empiezan a crecer las plantas otra vé, sobre too la cabriosa, qu'es tan bonita, me dan ganas de saber... (Se encoge de hombros) No sé po. JUSTA -Aunque no sea invierno, por aquí no pasa nunca nadie. LUCIANA -No, si yo no te digo por eso. Ya tengo mucha edá. JUSTA -¿Y entonces pa qué querís saber?

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LUCIANA -Yo decía nomá. (Pausa) Es una cuestión que se me pone aquí aentro, (se toca el pecho) una cuestión como si me corriera viento así; es bien rara, pero no es ná como una enfermedá. JUSTA -¿Te habís encontrao con alguien ahora poco? LUCIANA -No, con quién me voy a encontrar por aquí. (Se sienta) ¿Sabís? me dio pena la "Vieja". (Pensativa) No, no pura pena; intranquilidá también, mieo... JUSTA-¿La "Vieja"? ¡Cuántas cabras no habís matao, y te va dar pena una que se murió sola! LUCIANA -A lo mejor jué por eso; porque se murió sola... Se queó con los ojos abiertos: taba llamando, Justa. JUSTA -Si se hubiera quejao la habríamos sentío, no seai lesa. Ahora qu'estai vieja te vai a poner blanda, soy bien bruta voh. LUCIANA -Es que no llamaba na con balíos, ¡llamáa con los ojos, por eso no la sentimos! Taba claríando cuando la encontré cerca de la roca grande, ahí aonde pega más juerte el frío... Nació vieja, nació con cara martiriza, ningún chivato se le acercó nunca; y así murió, sola... No la quiso ni la madre. JUSTA -A ella nomás no, muchas veces las cabras no quieren a alguna de las crías, por eso tenimos que amamantarlas nosotros. LUCIANA -No conoció ninguna cosa... JUSTA -¿Y qué queríai que conociera? LUCIANA -(Se encoge de hombros) No sé po. Lo que conocieron las otras, a veces tan contentas, corren, juegan, pelean o se quieren juntarse con los chivatos pa hacer crías; pa ella no, pa ella no hubo ninguna cosa. Se murió de frío, pero tenía los ojos igual que si la hubieran muerto a palos. Medio mieo verla, parecía como si de repente too si hubiera quedao

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más callao, como si too tuviera esperando pa matarla a una; y no había caminos pa escapar, pa onde una mirara había puro cielo negro y tierra sin ná... Vi que los teníamos que morir, que no poíamos arrancar pa ninguna parte: vi a la muerte encima de nosotros, Justa; la vi igual que cuando... JUSTA -No hagai comparaciones tontas, la "Vieja" era un animal. LUCIANA -(Para si) Nunca conoció ninguna cosa... Yo sé que los animales no puee llorar, pero parece qu'ella hubiera llorao, tenía tanta pena en los ojos: era lo mismo que un cristiano, Justa, lo mismo. (Gritos lejano de Lucía arreando las cabras.) JUSTA -Anda ayuarla luego ho. LUCIANA -(Levantándose, yendo a la cocina) Ya voy, deja dejar prendía la cocina. (Manipula) ¿Dios también es pa los animales, no cierto? Sobre too pa las cabras y las ovejas... (la mira desconcertada) Pero no la ayuá, a la "Vieja" no la ayúo. A lo mejor a nosotros tampoco los quiere... JUSTA -(Molesta) No me hablís a cáa rato, pos Luciana, ¿No vis qu'estoy trabajando? LUCIANA -¿Tenis pena, tai preocupa? JUSTA -(Sobresaltada) ¿Por qué decís eso? LUCIANA -Es que siempre que te ponis a trenzar esa cuerda, es porque tiá pasao algo. Yo sé. JUSTA -Que me va a pasar aquí, no seai tonta; quiero terminarla alguna vez pa llevársela a mi taita, eso nomá. LUCIANA -Ya pasamos cuando murió, eso jue pa la mita del invierno. JUSTA -Los qu'están muertos no tienen fechas, se la pueo llevar cuando quiera. LUCIANA -¿Y pa qué?

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JUSTA -¿No ti'acordai?... Decía que la veta poía 'star en el fondo e la quebrá e Cortadela, pero nunca puimos bajar porque no teníamos cuerda, y ya'staba muy viejo pa bajar a pulso; por eso se la voy a llear. LUCIANA-¿Y pa que po? Flores sí. pero eso pa qué le va servir. Contimás qui'hace muchos años ya que murió, los güesos se le tienen que haber gastao. No, no es na eso: lo que pasa es qu'estai preocupá por algo, por eso trenzai: esa cuerda es como los pájaros malos, anuncia puras desgracias. ¿Tai preocupa porque no los compraron los quesos? JUSTA -No, eso no tiene na que ver; no importa que no los compren, los comimos nosotros. LUCIANA-Pero tenimos qu 'encargar azúcar y té... Y también los tá queando poca chuchoca. JUSTA -No te preocupís; los que teníamos eran muy pocos pa hacer el viaje, pero ahora vamo hacer dos cajones y los vamo a ir a vender pa Inca di'Oro. LUCIANA-Pero son más de dos días de viaje, pos Justa. Y allá tampoco hay plata: así dijo el primo, dijo que la gente no tenía aonde trabajar ahora. JUSTA -El primo no sae na, tale tranquila. Y no tenimos los puros quesos nomás pa vender, también tenimos animales. LUCIANA -Yo no soy na cabra chica pa que m'estís conformando; voh sabís que lo que pasa no es na eso: lo que pasa es que no hay gente. JUSTA -¿Gente? ¿Qué gente? Siempre hemos vivió solas por aquí. LUCIANA-Claro, pero mi'acuerdo que antes había alguna gente pa la quebrá e la Coipa. Y cuando íamos pa Tamberia, pal Salitral o pa la Tola, también llegaan algunos a pastoriar. ¿Por

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qué no se ven ahora? ¿Pa onde se juerón? JUSTA-(Intranquila) No sé po. A lo mejor ta pasando lo mismo que hace años, cuando a toos les dio por irse a trabajar de mineros pa la Dulcinea. LUCIANA -No, no es na eso; no se ve pasar gente pa ninguna parte: es otra cuestión. JUSTA -¿Qué cuestión? ¿Qué sabís voh? LUCIANA -Na, no sé na; pero el aire viene arrastrando una callaura de desgracia, tá anunciando algo y voh sabís lo que es... ¿Qué es, Justa? ¿Por qué no los decís? JUSTA -Déjame tranquila, yo no sé na, Cuando venga don Javier le vamo a preguntar. Anda pa onde la Lucía. LUCIANA -(Interesada) ¿Va venir? ¿Voh créis que va venir? JUSTA -Sí, si va venir. Siempre viene cuando termina ¡'invierno. LUCIANA -¿Y qué irá traer ahora? JUSTA -Quizás po; pero él sae que lo que necesitamos aquí son chombas y pantalones gruesos. LUCIANA -(Soñadora) A mí me gustaría tener una blusa, una blusa d'ese género que le mentan sea. JUSTA -¿Sea? ¿Tai loca? ¿Pa qué querís tener una blusa e sea aquí? LUCIANA -Es que ya pasó otro invierno ya po... Y yo nunca he tenío. (Nuevos gritos de Lucía) Vuir ayuarle, parece que la "Mocha" se le puso terca otra ve. (Ademán de salir) JUSTA -(Para sí. Sombría) L'invierno nua pasao, I'invierno no pasa nunca aquí. (Luciana se queda mirándola sorprendida, Justa reacciona, igualmente sorprendida) ¿Por qué me mirai así? LUCIANA -Hablaste igual que mi taita... ¿Tí acordai que después que s'enfermó y no puo salir más, se queaba mirando

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p'ajuera y se quejáa del'inviemo? JUSTA -Sí, si mi'acuerdo. Quería seguir buscando esa porquería e veta. LUCIANA -Voh hablaste igual (afligida); no te vai a morirle, Justa, no los vai a dejar solas. JUSTA -Siempre hemos tao juntas las tre, no anuncís desgracias, qu'es malo (haciendo el signo de la cruz), hace la cru. LUCIANA -(Escuchando) Parece qu'empezó a correr viento; pucha, cuando la va cortar. Voy p'allá ho. JUSTA -(Rápidamente) Hace la cru primero. (Luciana hace rápidamente el signo y sale, Justa sigue trenzando un breve momento. Se escuchan furiosos ladridos de perros. Justa presta atención. Abre la ventana. Olea. Grita hacia afuera:) ¡Caliche, Palien!.. . Luciana, separa los perros que otra vez tan peleando con el Alicanto VOZ LUCIA -¡No le peguís al "Pallen" poh! VOZ LUCIANA -¡Suéltalo, "Caliche", suéltalo! (Justa toma rápidamente un palo y sale. Ecos de gritos, de ladridos; interjecciones. Luego regresan las tres, discutiendo.) LUCIANA -¡Vai a tener que decirle al primo que se llee ese perro! LUCIA -Claro, el es el que arma toas las peleas, JUSTA -No lo poímos degolver, siempre hemos tenío un Alicanto aquí. LUCIA -(Sentándose agotada) Esas eran mañas del marío de mi madre: creía qu'eso iba a traer suerte. Pero el Alicanto s'enojó porque le puso el nombre del a un perro. JUSTA -Que siga enojao: si no encontró él la veta, que no la encuentre nadie.

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LUCIANA -El viejo no servía ni pa carruncho y se metió a buscar una veta. JUSTA -¿Qué dijiste? LUCÍANA -Que no había sío nunca minero po, no sabía na. Ahí no más se conoce: el Alicanto es un pájaro que sale de noche, si cuando se para en alguna parte se le ponen las alas amarillas, hay oro; si se le ponen blancas, hay plata, ¿Y cómo ia a hacer eso un perro? JUSTA -No era na pa que l'encontrara la veta po: era igual que cuando una quiere mucho a una persona y le pone el nombre d'ella a otra, eso era. LUCIA -Y no andáa ni cerca tampoco, porque el Alicanto no aparece por aquí, por aquí anda el zorro colorao, ese que cuando una lo encuentra y agarra una piedra pa tirársela, se da cuenta que la piedra es di'oro. El no sabía na de minas, tenía que haberse quedao de criancero no má. D'eso, de cabras, de ovejas, de burros, d'eso sí que sabía harto, pero la edá lo volvió tonto. JUSTA -Nuera tonto, si alguien le hubiera ayudao a buscar y a cavar habría encontrao algo, pero ninguno de los hombres quiso. LUCIA -Claro, y empezó a vender animales pa puro comprar leseras de herramientas; y voh le ayudabai, mientra nosotros los sacábamos la mugre detrás de las bestias. LUCIANA -Y teníamos que cortar treinta cargas de leña al día pa que siguiera comprando porquería agotas. LUCIA -A mí toavía me da una cuestión como cansancio cuando mi'acuerdo. JUSTA -Si po, harto debilucha'stai. Mira como queaste por puro sacar una cabra di'un hoyo.

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LUCIA -Patalean po, no es na llegar y tironiarlas; ya te viera a voh yo. JUSTA -Otra vez que se meta una ahí la voy a sacar yo pa que veai como s'hace. LUCIANA -No es na cuestión de maña, Justa: hay que tener juerza y ya'stamos viejas. Voh también tai vieja, antes t'echabai cualquier cabra al hombro cuando'staban enfermas, ahora cortai cuatro cargas de leña y las manos te quean tiritando too el día. JUSTA -(Alterada) ¡No e’cierto, yo tengo la misma juerza qui'antes, eso no es cierto! (Apasionada) ¡Yo voté un toro, lo agarre de los cachos y lo voté! LUCIA -Eso pasó hace mucho tiempo. Pero la Luciana y yo te ayuamos; yo me le subí encima pa cargarlo pal lao. LUCIANA -Y yo no lo dejé mover las patas. JUSTA -¡Pero yo lo tenía agarrao de la cabeza, yo se la doble pa que cayera: ustedes son mentirosas! LUCIA -No t'enojís, Justa, la Luciana tiene razón, ya no poíamos hacer las cosas que hacíamos antes. (Pausa) M'empece a dar cuenta d'eso con el balde, allá en el pozo (señala) ante se lo sacaa hasta el borde di'agua y ni lo sentía, ahora lo saco a medio llenar y me quea doliendo la cintura. LUCIANA -(Señalando el combo) ¿Tí'acordai que levantabai eso con una mano? Levántalo ahora po. LUCIA -Claro, levántalo, a ver si podís. JUSTA -(Lo mira. Duda. Vuelve a ponerse a trenzar) No'stare haciendo na yo pa ponerme a jugar. LUCIA -Si no es ná juego, es pa que veai qu'estamos toas iguales. (Se acercan a ella, la azuzan) LUCIANA -Ya po, ¿a ver?

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LUCIA -Hácelo como hacíai antes po. (Justa continúa trenzando, desasosegada) LUCIANA -¿No vis como ahora no podís?... (Se sienta preocupada) ¿Qué vamo hacer cuando ya no los quee juerza ni pa amasar? (Pausa) El primo dijo qu'era mejor que jueramos pensando en irlos pa onde mentan Copiapó... Alla'stá el Vicente. LUCIA -Y la Raimunda también. JUSTA -(Dura) No conozco a ningún Vicente ni a ninguna Raimunda. LUCIANA -No seai hereje, la Raimunda es tu hija. JUSTA-¡No quiero ver más a ese primo por aquí! Viene a puro comerlos las cosas y a llenarles la cabeza de cuentos. LUCIA -A mí no, a ésta. LUCIANA -No son mentiras, son cosas qu'él ha visto. LUCIA -No, Luciana, la Justa tiene razón en eso; el primo es harto mentiroso. Miren que v'haber una caja que habla sola y una cocina que de juego sin qui'una l'eche leña. Igual que la cuestión de las escobas, que dijo que barrían sin ramas. LUCIANA -Claro que allá en Copiapó las escobas barren sin ramas po, si son eléutricas. LUCIA -¿Eléutricas? ¿Qué es eso? LUCIANA -No sé po, asi dijo el primo. JUSTA-La eleutricida es una cuestión que alumbra sola, se usa en la pura noche, de día no se ve. LUCIA-¿Qué alumbra sola? Como v'hacer eso, Justa. JUSTA -Siendo po. Es como el sol, pero en la noche. Una aprieta una cosa en la pare (lo hace) y se priende, Pero es malo, no es na natural: no lo da la tierra. LUCIANA -¿Y aónde viste eso tú?

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JUSTA-Lo vi hace mucho tiempo, una vez que juimos con mi taita a comprar un barreno pa Inca di'Oro. Había en las calles también, pero esas no sé cómo se prendían; era igual que tener un peazo de sol aentro di'un tarro e vidrio. LUCIA -¿Y qué hacen pa que no se les apague cuando hace viento o'stá lloviendo? JUSTA -Es que es igual nomás po, pero no es lo mismo. LUCIANA -¿Y la caja que habla sola, la viste? JUSTA -No, d'eso no vi por ninguna parte; y tampoco vi eso de las llaves que uno las abre y sale agua caliente, que te contó el primo: eso es mentira, en toas partes que abrí salía pura agua hela LUCIANA -No son mentiras, son moderniades de ahora; voh juiste hace mucho tiempo, por eso no viste ná. Pero él jue hace poco, porque tuo que llear a su mujer pa que le pusieran unos vidrios en los ojos pa que pudiera ver más grande. LUCIA -(Riendo) Vidrios en los ojos… Pucha que soy mentirosa, Luciana; como se ti'ocurre que una persona se va ponerse vidrios en los ojos pa ver más grande. JUSTA -Son cosas malas que hay en la ciuda. No hablemos más d'eso LUCIANA -Pero si don Javier también dice lo mismo, pos, Justa, ¿qué no lo habís oío? JUSTA -No, no lo he oío nunca. LUCIA-Yo tampoco. LUCIANA -Les da mieo, pero es verdá. Por ser, dice que hay una caja así (A Lucía). Mira; (Coge el cajón de la lana y lo pone sobre la mesa) ¿Así vis? LUCIA -Esa es la caja que habla po LUCIANA -No, esta hace otra cosa. Puee ser d'este porte o más

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grande, pero tú la ponís ahí, te sentaí como a este lejos (toma distancia) y empezai a ver cosas: eso es lo que hace esta caja, se ven cosas. LUCIA-¿Qué cosas? LUCIANA -Lo que querai po: gente, rucos, animales, agua, piedras; lo que querai. ¡Y la gente habla y va pa toas partes! Y si quieren van a caballo o en camión. LUCIA -¿Por aentro de la caja? LUCIANA -Claro, pero andan por la ciudá que tienen ellos. LUCIA -Como vai a meter un caballo en una caja d'ese porte. ¿Voh creís que yo soy tonta? LUCIANA -(Inocente) Eso le dije yo también al primo po. LUCIA-¿Y qué te dijo? LUCIANA -Qu'era de mentira. LUCIA -¿No vis? ¿Qué t'estaba diciendo yo? LUCIANA -No, de mentira la ciudá, se ve, pero no es na de verdá y la gente tampoco... pero es verdá... Pucha, yo no sé decir como lu'hacen, pero es cierto; yo le creo porque él sae mucho, ¿no vis que siempre anda de ciudá en ciudá y ve toas las cosas? LUCIA -¿Y tú le creís, Justa? JUSTA -No, esas son cosas del diablo (se persigna), es malo tentarlo. (Saca el cajón de la mesa) La ciudá es mala: la María se jue p'allá y se murió, el Segundo se jue p'allá y se murió, y la Clara también: too el que se va p'allá se muere. LUCIANA -El Vicente ta vivo allá. JUSTA -¿Ta vivo? ¿Lo habís visto? LUCIANA -No, no lo he visto, pero... JUSTA -Ta muerto: too él que se va di'aquí ta muerto.

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LUCIA -(Persignándose) Hace la crú. JUSTA -(Fieramente) ¡No, por ellos, no! LUCIANA -La Raimunda también ta viva. El primo dice qu'esta viva, qu'él la vio. JUSTA-¡El que no'stá enterrao en la tierra, ta enterrao aquí! (Se golpea el pecho) Queamos las tres nomá. (Silencio) LUCIA -Cuando pasáa a ver como'staban los animales que los había dejao cuidando, el marío de mi madre, decía: "¡Aguántense nomás, cuando encuentre esa veta, entonces van a saber lo qu'es la vía: la vía es cosa linda, cabras, cosa linda!" JUSTA -¿Por qué ti'acordai d'eso? LUCIA -Porque la vía es fea, porque queamos tré y tamos viejas: por eso mi'acuerdo cuando s'iba riendo por los cerros y se daba guelta pa gritarlos que la vía era linda... LUCIANA -Yo no, yo no mi acuerdo nunca de ná, porque m'entra a dar mieo. Primero se murió mi ama, después la Clara Lú, ense… JUSTA -¡No hablís más de muertos! LUCIANA -...Se jueron muriendo toos, como cuando una corta una hilera di'arboles. . . Y toos tenían las mismas cuestiones en los ojos que tenía la "Vieja" cuando se murió botá, allá cerca de la roca grande. LUCIA -La "Vieja" era un animal, no hagai comparanzas herejes. JUSTA -Eso le digo yo, que no sea atrevía con los muertos. LUCIANA -(Escuchando) Ta corriendo viento... (Las tres prestan atención) JUSTA -¿Quearon bien encerrás las cabras? LUCIANA-Sí.

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JUSTA -¿Y dejaste el charqui alejao de los perros? LUCIA -Sí, ta colgao al último. JUSTA -Anda a ver mejor, Luciana. (Escuchando) Parece qu'el viento va hacer juerte, no lo vaya a botar y lo agarren los perros. Pero pónete otra chomba encima, tiene qu'estar frío ajuera. LUCIANA -Voy así nomá, no'sta ná frío: ta llegando el verano. (A Lucía) Poni' agua pa que tomemos té. (Sale) LUCIA -(Yendo hacia la cocina) Ta medio rara la Luciana. JUSTA -Es el tiempo... Lo que mentan primavera. LUCIA -¿Qué tiene que ver el tiempo? No somos na animales ni plantas. JUSTA -Es lo mismo nomá; el tiempo les mete a tóos cuestiones raras en la sangre. Y más a la Luciana, que siempre ha querío tener compañe. LUCIA -Es el primo el que le mete lesuras en la cabeza. JUSTA -No, el primo viene muy a lo lejos: es la vía. (Va hacia la ventara, la abre, mira hacia afuera) El tiempo es igual qu'el viento, empuja y empuja, y no l'importa pa onde va uno. ¿Cómo se le ocurre hacer esperar a la Luciana, si por estos laos no ha pasao nunca nadie? LUCIA -Mi'acuerdo que cuando al Segundo le dio por quearse mirando a lo lejos, el hombre qu'era marío e mi madre, le dijo: "Queate aquí nomá, ayuándome a buscar la veta, no sacai na con tener güenas piernas: por aquí no hay caminos p'andar". Pero él se jué nomás, era joven: y el tiempo de la juventú que le dicen, a veces es como un caballo nueo que no entiende razones. JUSTA -Era verdá lo que le decía, no púo encontrar ningún camino y se murió de frío allá arriba; de hambre y de frío.

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LUCIA -Tú conocíai los derroteros, ¿por qué no lo acompañaste, Justa? JUSTA -Si los hombres no querían ayuarle, tenía que ayuarle yo, no poía moverme di'aquí. (Cierra la ventana de un tirón) Pero se mi'olvidaron; con la edá se mi'olvidaron toos los caminos. LUCIA -Yo no t'estoy diciendo na. Yo nunca quise irme. JUSTA-Erai igual que toos, queriai irte, pero cuando se murió el viejo, ya se te había pasao la vía. LUCIA -A las tré se los pasó la vía. JUSTA -Pero yo no'stoy amarga, voh y la Luciana sí. LUCIA -Es que voh conociste otras cosas, tuviste una hija, y habís ío pa Inca di'Oro. Pero yo no quiero hablar d'eso ahora; ahora que no'sta la Luciana quiero hablarte di'otra cosa. (Mira hacia afuera) L'otra vez oí que los Bordones habían vendió toos los animales. JUSTA -(Preocupada) ¿Y qué tiene eso? LUCIA -Los Pastenes también. Y los Luna. JUSTA -(Evasiva) Querrán trabajar de mineros, ya ha pasao. LUCIA -No, no es ná eso. JUSTA -¿Y qué's entonces? LUCIA -Voh sabís. Yo sé que voh sabís. Cuando vamo a pastoriar no hablai con nadie, te arrancai de la gente; pero sabís too lo que pasa. Yo no me quiero irme di'aquí, teníamos que haberlos ío de jóvenes, ahora no hay na pa nosotros en ninguna parte, tamos muy viejas. Si pasa algo que los obligue a irlos, prefiero matarme: yo no le tengo mieo a eso. JUSTA -¡No digai eso, no pasa na! LUCIA -Si pasa, de repente te pusiste más vieja de lo que soy; y ya hay pasto, pero no hablai de irlos con los animales...

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Nosotros con la Luciana somos duras como las piedras, no creai que los vamo asustar. JUSTA -¡No sé ná, es cierto que no sé ná: déjame tranquila! LUCIA -¿Y entonces por qué no los hemos ío? (llega Luciana) LUCIANA -¿Los vamos a irlos? ¿Cuándo? JUSTA -Luego, en cuanto se afirme el tiempo. ¿Taba too bien cerrao? LUCIANA -Sí. ¿De qué'staban hablando? Oí que gritaban LUCIA -Como íamos a gritar, ho; 'tabanos hablando del tiempo, de lo que hace con las personas. LUCIANA -No hace na malo, ta güeno. No me dio ni'un poco e frío. JUSTA -Tiene que haberte dao, ta corriendo viento. LUCIANA -No me dio po. Es una noche tan grande, tan bonita... LUCIA -¿Grande? ¿Cómo va'star grande? Tiene qu'estar igual que siempre no má, ¿Aonde había visto que las noches agranden o achiquen? Siempre son las mismas, siempre son helas, largas y feas. LUCIANA -No, no'stá fea, ta linda; dan ganas como de correr, de cantar. LUCIA -Lo que pasa es que andai alza igual que los animales. Debiera darte vergüenza; ya te caís de vieja y alza. LUCIANA -(Airadamente) ¡Si acaso peliaste con la Justa, no vengai ná a desquitarte conmigo, yo no soy china de nadie! JUSTA -¡Déjense, nosotros no hemos peliao nunca!... ¿Qué les pasa ahora? LUCIANA -(Se encoge de hombros) No sé po. Yo no he peliao, es ésta. JUSTA -Cuando vamo a Inca di'Oro le voy a decir al cura que les eche agua bendita, tan endemonias.

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LUCIANA -Que vamo a ir, voh no querís ir nunca pa ninguna parte. JUSTA -Si vamo a ir. LUCIANA -¿A mirar de lejos, o vamo a llegar hasta allá? JUSTA -Vamo a llegar hasta allá mismo. LUCIA -Yo me queo aquí. Yo no me mueo di'aquí. (Yendo hacia la cocina) Voy hacer pan, los quea p'ahora nomá. JUSTA -Mejor te ponís a tejer, don Javier los encargó coipas la otra ve; y siempre viene pa cuando cambia el tiempo LUCIA -Yo tejo coipas pa nosotros nomá, no pa cambalachar; él quiere de colores y no los vamo a poner a teñir lana pa darle gusto. Si viene que llee animales, como toa la vía. LUCIANA -¿Qué no quiere animales? JUSTA -Si quiere, es que dijo si le poímos tejer algunas. LUCIANA -El sae que no hemos sío nunca tejeoras; no te pongai ná a tejer, Lucía, comamos, mejor; hace rato que oscureció, ya teníamos qu'estar acostás. JUSTA -Sí, eso es mejor, ¿ta listo el puchero? LUCIANA -No po, tengo que calentarlo, taba haciendo hervir agua. (Saca una olla, la pone sobre la cocina) LUCIA -¿Esa cuerda es pa cambiar la del pozo o es la qu'estai haciendo pa llevársela al...? LUCIANA -Pa ni'una de las dos cosas: es pa cambalachársela a don Javier por una blusa pa mí. LUCIA -(A Justa) ¿Es cierto? JUSTA -No, es pa llevársela a mi taita. Pero si quisiera cambiarla, la cambiáa por una chomba gruesa, no por payasás. (Se sienten aullidos de perro. Prestan atención, temerosas) LUCIANA -Tan aullando; ¿qué pasará? JUSTA -Na, que va pasar, siempre aullan.

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LUCIA -Como'staremos de viejas que ahora le tenimos mieo hasta a los aullíos de los perros. LUCIANA -A mí no mi'asusta lo que veo, lo que no se puee pescar a palos es lo que me da julepe a veces, pero a veces nomá. JUSTA -(Abre la ventana) No sé ve na, too ta tranquilo. LUCIANA -Entonces es pior. LUCIA -Claro, puee andar la muerte por las cabras otra vé. JUSTA -(Cerrando la ventana) ¡No hablís más d'eso! Ustedes tienen la culpa que los perros sí'hallan puesto aullar, han tao hablando too el día de puras cosas malas. (Se persigna, Lucía y Luciana hacen lo mismo) LUCIA -Se callaron. LUCIANA -(Escuchando) Sí, puee haber sío algo que movió el viento y los perros si'asustaron. LUCIA -Ya, da comía luego pa que los acostemos. LUCIANA -Yo no tengo ná ganas de comer. JUSTA -Yo sí, y la Lucía también; dalos nomás. LUCIANA -(Revolviendo) Espérate po, si la puse recién. LUCIA -¿Por qué no querís comer, tai enferma? LUCIANA -No, no tengo na. (Nuevos aullidos) (Silencio) LUCIA -¿Querís una blusa, Luciana? LUCIANA -(Animada) Claro, una blusa de sea, y en vez de pantalones, una farda. LUCIA -Ah, querís una para. LUCIANA -(Contenta) Claro, una para. JUSTA-¿Y pa qué? LUCIANA -(Confundida) ¿pa qué?... Pa ponérmela po. JUSTA -¿Y qué vai a sacar con andar de pará por aquí?

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LUCIA -Si querís una para, cambíasela a don Javier por la "Changa". LUCIANA - ¡No, a la "Changa" no la cambio! La "Changa" es mi amiga, ustedes son hermanas, pero ella es mi amiga. JUSTA -Y no la puee cambiar por una pura para, tendrían que ser muchas cosas más. Pero ya no'stai pa andar con farda y con blusa, pos, Luciana. LUCIANA -Ta llegando el verano, frío no me va dar. JUSTA -No es na por el frío, es por la edá, tenis que ser más recata. LUCIANA -¿Y cuando tuve en edá de ponerme blusa y farda? (Aullidos) LUCIA -Antes... Igual que yo y la Justa. JUSTA -Pero eso ya pasó. LUCIANA -¡No los pusimos nunca, cómo ía a pasar! JUSTA -Pasó po. LUCIA -Igual que pasó la edá dir a la escuela, que mentáa mi madre, la edá de enamorarse y la edá de tener hijos, too eso pasó. LUCIANA -¿Hiciste algo d'eso voh? LUCIA -No, ná, ¿qué no sabís? LUCIANA -¿Y entonces cómo ía a pasar? JUSTA -La vía cumplió su parte, ella no tiene la culpa de que no hayamos hecho na. LUCIANA -Eso es igual que si yo tuviera encerrá y amarra a la "Changa" y después dijera que no es culpa mía que no si'haya aparíao, que no haya corrió por la quebrá y no haya dao leche. LUCIA -¿Y quién te amarró a vos? LUCIANA -(Se encoge de hombros) No sé po. (Pausa) Si pasó la edá de correr, la edá de enamorarse, la edá de tener hijos y la

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edá de ponerse farda, ¿qué edá los quea ahora, Justa? (Nuevos aullidos, largos, prolongados) JUSTA -No sé po. No sé...

…Continúa…

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En la región precordillerana de la Tola, a unos 3.800 metros de altura, tres precarias animitas sobreviven al paso del tiempo. Están a los pies de una roca de cuatro metros, desde 1974… …Comenzó con el degollamiento de todos sus animales y terminó con sus cuerpos y el de sus perros colgando y flameando como banderas derrotadas desde una piedra piramidal. Impacta el abandono, la poca prolijidad de la investigación y la variedad de hipótesis que suscitó esta inmolación misteriosa, porque se habló de suicidio colectivo, de espíritus demoníacos y hasta de asesinato por parte de militares, se inicia la desclasificación de olvidados expedientes, testimonios de arrieros, pastores, familiares y descendientes de la etnia colla, uno de los cuatro pueblos originarios reconocidos por el Estado al que pertenecían las hermanas muertas.

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“Isabel desterrada en Isabel”(3)(Fragmento)

<<Juan Radrigán>> (1981)

La acción transcurre en cualquier calle de cualquier parte. La escenografía se reduce a un tarro de basura, la mitad de uno de esos tambores de aceite. Una luz blanca, tristona, iluminará la escena. La mujer (Isabel), astrosa, de cualquier edad más alla de los cuarenta años… Isabel: …En la tarde jui a buscar fruta picá a la vega; como a las seí llegan los camiones de la basura, y entonces empiezan a sacar los tarros de las pilastras. Antes era güena esa papa, pero ahora llega mucha gente y se apelotona detrás de los vaciaeros de los camiones. Viejos, jóvenes, niños, de too; hasta mujeres embarazás y mujeres con guagua llegan a rastrojiar… Se güelven como fieras, gritan, s’empujan, pelean; y como toos meten las manos hasta el cóo buscando las menos podrías, ligerito la fruta se muele, quea hecha una pura mazamorra del color de la tierra, y así mismo se la van comiendo o la echan en una bolsa naylon pa repartirla en la casa… No púe agarran na. O sea que había pescao una manzana, la pesqué en el airecito, cuando recién ía cayendo del tarro al camión. Pero llego una cabra como de ocho años que no había poío meterse al vaciaero y m’empezó a mirar: era flaca y larga, los güesos le _______________________________________________________________ (3) “Teatro de Juan Radrigán (11 obras)”. CENECA, instituto para el estudio de ideologías y literatura (U. de Minnesota). Pag. 231. “Redoble fúnebre para lobos y corderos (1981) (Dos monólogos y un diálogo)” “Isabel desterrada en Isabel”

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salían por toas partes… Pero pior eran los ojos que tenía: ojos de animal atropellao, ojos de tísica. Me queó mirando nomá, no me dijo ná. Y pa que quería hablar si con los ojos taba gritando too lo que le pasáa… Cuando le di la manzana, la agarró con las dos manos y le dio una mascá con un’ansia tan grande, que me dieron ganas de llorar… No se dio ni cuenta que s’taba comiendo la parte podría, esa parte blanca, color café, que se güelve barro aentro de la boca; yo sabía que s’iba a poner a vomitar, así que me jui… Pobre cabra, ¿cuánto más ira durar? (Pausa). Pucha, si yo juera la mujer de Dio, le diría: “Oye, viejo, tú que le pegai a la cuestión de los milagros, ábreles los ojos a los giles de allá abajo. Tan haciendo pueras cabezas de pescao con la vía que les distes. O sea que repartieron la risa y el billete pa unos y a los otros les dieron el silencio y las patás. Yo sé que voh no te querís meter en na, que querís que aprendan solos; pero no aprenden po, y no te poís quear cruzao de brazos. ¿Cómo querís que te agarren güena, si comen en los basurales y duermen botaos en las calles?, eso es mucho peírles po. Y a los otros también es mucho peírles que se acuerden de voh, porque están muy ocupaos pasiando y comiendo; es grave el problema, viejo: si no te mandai un milagrito luego, los vamo a quear más solos que la soledá; y pa más recacha los matarón al hijo: ¡Dispierta, dispierta, viejo, que allá abajo los tamo muriendo!”. (Se ríe). Mujer de Dio, las cuestiones que se li’ocurren a una cuando no tiene con quien hablar… (Saca la botella, bebe…

…Continúa…

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Cuarto día (Poema del libro “El día de los muros”)

<<Juan Radrigán>> Al cabo del cuarto día los muros celebran siete siglos invitándome a la desesperación o la venganza. Pero hoy que tengo lumbre quiero dejarlo escrito: Saldré de este infierno dispuesto a perdonar. Porque pueden encerrar mis ojos y mis pasos, mi secular tristeza y mis cigarros, pero no esta fe suicida que tengo en los orígenes. De modo que los dejo con sus muros, hago un atado con mis sueños y me marcho en busca de la esposa y de los hijios; saludo por el camino a mis amigos, y les cuento cosas directamente entroncadas con la esperanza. El corazón no sabe, no entiende, que existen paredes rejas y hombres que encierran a los hombres. Se equivocaron conmigo: Preso se me ha mezclado de luces la sangre. Aquí, donde la felicidad consiste en un cigarro, Y un sorbo de agua le roba el oficio a las estrellas, he descubierto alegremente que el hombre no puede matar ni la fe ni al hombre.

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“SIN MOTIVO APARENTE”(4) (Fragmento)

<<Juan Radrigán>> (1981)

Epoca actual. La acción transcurre en el atardecer de un 17 de setiembre, en un sitio eriazo, en medio del cual se ve un hoyo profundo. …Pucha, y era cierto. No hacía ninguna de las cuestiones que hacíamos nosotros; era más sano que un quilo de mejorales. En ninguna de las historias que contaba habían tajos, choreos o bronca: eran otras cosas: pura amistá, pura alegría. Con decirle que nunca lo habían maquiniao en la pesca; querer acusarlo de algo a él, era como querer agarrar un puñao de viento. Uno se quedaba mirándolo cuando hablaba y le empezaba a correr una cuestión por dentro, una cuestión rara, como si pudiera… Pucha, como su pudiera ser bonito vivir. “Asi nomás puee ser libre uno po- decía-:¿no ve que las cosas malas amarran? Amarran a la cárcel o a los remordimientos. Y un cristiano con remordimientos ta preso en un calabozo sin rejas. No, si pa morirse en el momento justo, lo único que hay que hacer es vivir peliando, pero peliando limpio”, decía. (Pausa) La única vez que lo vi triste jue pa después de la Pelotera, cuando encontramos a un viejo muerto “¿Sae por qué mataraon a ese muchacho? –dijo-;porque decía qu’estaba peliando por la paz y la justicia. ¿Y sae quién lo mató?: otro que decía que estaba _______________________________________________________________ (4) “Teatro de Juan Radrigán (11 obras)”. CENECA, instituto para el estudio de ideologías y literatura (U. de Minnesota). Pag. 242. “Redoble fúnebre para lobos y corderos (1981) (Dos monólogos y un diálogo)” “Sin motivo aparente”

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peliando por la paz y la justicia”. Yo nunca había conocío a ninguno que no juera pato malo, así que me tenía metío, no m’entraba en la cabeza que juera distinto; lo entré a querer como a un hermano o como a un hijo; yo no tengo hijos ni hermanos, a lo mejor era por eso… No, no era na por eso: era porque me habría gustao ser como él, sentir esa tranquilidá y esa alegría que yo no sabía cómo podía sentirse; a mí siempre se me han perdío las cosas por los caminos del vino o de la bronca. “Pa entender a la vía, hay que tener un poquito de pena”, decía, pero eso tampoco se lo entendí nunca…

…Continúa…

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Desafío

Quiero fecundar este horror con lo mejor que arde en mi memoria.

No para que desafíes la soledad; que para eso basta haber nacido,

sino para que no te encuentren indefenso cuando fijen tu rostro contra el muro,

o sientas los pasos del que viene a golpearte.

<<J.RADRIGÁN>>