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44 ISLAS A lo largo de su dilatada carrera artística, e incluso después de su desaparición, los homenajes y reconocimientos reci- bidos por Celia Cruz, La Guarachera de Cuba, son expresión del valor y la trascendencia que alcanzó su figura ya no solamente en el ámbito continental americano, sino también a nivel internacional. Esta amplia repercusión de su obra, y su condición de excepcional intérprete de la músi- ca cubana, han contribuido a la difusión por todo el mundo de nuestro mayor tesoro cultu- ral. Asimismo, por medio de sus extensas y exi- tosas giras, la formidable artista, arropada por extraordinarias bandas y precedida por su grito de guerra (¡Asúcaaa!), simbolizó la ban- dera de esa Cuba libre que sufría el desarraigo del exilio y que, gracias a su canto, encontró un modo efectivo de manifestar su dolor y sus anhelos de libertad. La crónica de su origen humilde y de los inicios de su carrera como cantante y sonera, ha llenado muchas páginas de periódicos, revistas y medios virtuales. También sus decla- raciones en shows televisivos y durante la entrega de premios Grammys han captado la atención de los medios, pues, más allá de ser un auténtico mito, Celia Cruz encarnaba el senti- miento de rechazo de un pueblo por la dictadu- ra que lo oprime. La sonera nació en 1925 en el barrio de Santos Suárez, en La Habana, y siendo apenas una niña se ganó su primer par de zapatos can- tando para una pareja de turistas. Desde muy joven comenzó a cantar en programas de la radio cubana como “La hora de Té”, que no eran más que concursos “caza-talentos” en los cuales sólo se ganaba un cake o la oportunidad de participar en otros certámenes, hasta que fue contratada como cantante de coros de la estación Radio Cadena Suaritos. La misma Celia reconoció en diferentes ocasiones que sus ídolos de juventud eran Abelardo Barroso (excepcional cantante cubano con un timbre de Arte y Literatura Celia Cruz, La Reina en la península Enrique Collazo Historiador y Periodista Celia Cruz en diferentes momentos de su vida artística

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Esta es una revista sobre la vida de Celia Cruz

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44 ISLAS

Alo largo de su dilatada carrera artística,e incluso después de su desaparición,los homenajes y reconocimientos reci-

bidos por Celia Cruz, La Guarachera de Cuba,son expresión del valor y la trascendencia quealcanzó su figura ya no solamente en el ámbitocontinental americano, sino también a nivelinternacional.

Esta amplia repercusión de su obra, y sucondición de excepcional intérprete de la músi-ca cubana, han contribuido a la difusión portodo el mundo de nuestro mayor tesoro cultu-ral. Asimismo, por medio de sus extensas y exi-tosas giras, la formidable artista, arropada porextraordinarias bandas y precedida por sugrito de guerra (¡Asúcaaa!), simbolizó la ban-dera de esa Cuba libre que sufría el desarraigodel exilio y que, gracias a su canto, encontró unmodo efectivo de manifestar su dolor y susanhelos de libertad.

La crónica de su origen humilde y de losinicios de su carrera como cantante y sonera,

ha llenado muchas páginas de periódicos,revistas y medios virtuales. También sus decla-raciones en shows televisivos y durante laentrega de premios Grammys han captado laatención de los medios, pues, más allá de ser unauténtico mito, Celia Cruz encarnaba el senti-miento de rechazo de un pueblo por la dictadu-ra que lo oprime.

La sonera nació en 1925 en el barrio deSantos Suárez, en La Habana, y siendo apenasuna niña se ganó su primer par de zapatos can-tando para una pareja de turistas. Desde muyjoven comenzó a cantar en programas de laradio cubana como “La hora de Té”, que noeran más que concursos “caza-talentos”en loscuales sólo se ganaba un cake o la oportunidadde participar en otros certámenes, hasta quefue contratada como cantante de coros de laestación Radio Cadena Suaritos. La mismaCelia reconoció en diferentes ocasiones que susídolos de juventud eran Abelardo Barroso(excepcional cantante cubano con un timbre de

Arte y Literatu

ra

Celia Cruz, La Reina en la península

Enrique CollazoHistoriador y Periodista

Celia Cruz en diferentes momentos de su vida artística

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voz reverberante) y Paulina Álvarez, cantantematancera y aventajada intérprete del danzo-nete.

En 1950 le llegó su primera gran oportu-nidad. Fue llamada por La Sonora Matancerapara que cubriera la vacante dejada por su can-tante de plantilla. A partir de aquí su prestigiocomo sonera fue en aumento, en toda Cuba ytambién en América Latina, por donde viajócon la banda, a la que estuvo ligada durante 15años. En esta etapa concibe su famoso sello deidentidad: ¡¡Asúcaaa!! Sobre esta primeraépoca, el afamado cantante cubano -ya desapa-recido- Tito Gómez, excepcional intérprete deVereda Tropical, solista de la Orquesta Riversidey más tarde de la Orquesta de Enrique Jorrín,dijo que con el brillo de su voz Celia llegaba auna altura inalcanzable para las otras cantan-tes cubanas del momento. De ahí el favor popu-lar de que gozó, y su rotundo éxito.

En 1960, mientras efectuaban una girapor América Latina, Celia Cruz y La SonoraMatancera decidieron no regresar a Cuba. Noestaban de acuerdo con el rumbo comunistaque había tomado la revolución, y se establecie-ron en los Estados Unidos. Luego, en 1965,Celia y su marido abandonaron la orquestapara hacer carrera en solitario. Su trayectoria,asociada a músicos latinos bien acreditados enNueva York, como Tito Puente, Larry Harlow,Johnny Pacheco, Ray Barreto y Willie Colón,entre otros, así como a instituciones salseras

como la Fania All Stars, se consolidó definiti-vamente. Su esposo Pedro Knight devino sumanager. Es por estos años de la década del 70que relanza su carrera, realizando giras con laFania por América Latina, Inglaterra, Franciay Zaire, y participando en macro-conciertoscon auténticas celebridades de la salsa, en losque la única voz femenina, y cubana, era lasuya.

En 1990, Celia ganó un premio Grammyen la categoría de Best Tropical LatinPerformance, por su álbum con Ray BarretoRitmo en el corazón. Asimismo, durante estadécada, cantó a dúo con relevantes figuras de lasalsa y la música popular, como Oscar D’León,Willie Colón, José Alberto El Canario, WillyChirino, Ángela Carrasco, Johnny Ventura,Cheo Feliciano, India, Caetano Veloso e, inclu-so, con el afamado tenor italiano LucianoPavarotti. Con este último cantó en vivo LaGuantanamera.

Podría decirse que la década de los 90 fuela más pródiga para Celia en cuanto a girasinternacionales, discos grabados y premiosobtenidos. Incluso, participó en documentalesy películas, como Los reyes del mambo.Muestra de ello es la intensa huella que dejó enel público español, quien disfrutó a plenitudcon sus conciertos por toda la península y suspresentaciones en televisión. Para acompañar aLa Reina en sus actuaciones en España, seimprovisaba una banda compuesta básicamen-

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te por experimentados músicos panameños ycubanos establecidos en dicho país. Con ciertaanticipación, éstos recibían las partituras delrepertorio a interpretar por Celia y ensayabanconvenientemente, con el objetivo de arroparmusicalmente a la mítica intérprete. Es precisa-mente esta faceta poco conocida de Celia, laque pretendemos reflejar en este ensayo.

La Reina en la península

Manuel Machado es un trompetista cuba-no residente en España desde 1992, graduadode La Escuela Nacional de Arte de La Habana.Desde hace años es un músico de estudio muyreclamado por diversas agrupaciones y solistasde renombre en la península. De acuerdo coneste virtuoso del viento-metal, la generación demúsicos cubanos formada en el capitalismo esmuy exigente en cuanto a calidad. Sin embar-go, por otra parte, los integrantes de la mismahan mostrado siempre su lado más humano enel trato con sus colegas y con su público.

Según Machado, Celia, al igual que BeboValdés –otra gloria de la música cubana, afin-cado en Suecia desde 1960-, recordaban yrecuerdan a Cuba y a La Habana como si nohubieran pasado los años. La fuerza expresivade Celia admiraba a Machado, quien guarda ensu memoria las frases que La Reina solía emple-ar para saludar a los músicos una vez que

entraba en contacto con ellos: “Bueno, ¿qué?¿Cómo está la cosa? ¿Echamos pa’lante, no?”

Asimismo, el trompetista afirma que Celiaera una artista con mucho don de gentes, capazde echarse al público en el bolsillo cuando salíaal escenario. Por otra parte, continúa Ma-chado, sentía respeto y adoración por su espo-so y manager Pedro Knight, mientras quehalagaba a todos los músicos, quienes la consi-deraban una madre. A él mismo le llamaba “ElNegrón”. Para animarlo en sus solos, le solta-ba: “¡Sopla, Santa Clara!” –ciudad de proce-dencia de Machado.

Otro de los aspectos que impresionaron aMachado fue el hecho de que Celia, aunquecompartiera con cubanos, jamás conversabasobre la situación política en Cuba. O sea, quela cantante no mezclaba los temas profesionalescon los políticos, por más que el dolor por nopoder volver a su Cuba añorada estuviera siem-pre presente.

En la sección rítmica acompañaba a Celia,en sus galas por toda España, el camagüeyanoMoisés Porro, graduado de percusión de laEscuela Nacional de Arte en Camagüey, y maes-tro de la batería. Porro ejecutaba las congas.La imagen que guarda de La Guarachera deCuba es la de una artista muy sencilla y afable,que conversaba con los músicos, e incluso conlos familiares de éstos, como si los conociera detoda la vida. También le llamó la atención queCelia, a pesar de su bien ganada fama, jamás

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fuera de diva: se entregaba en cuerpo y alma ala interpretación de la música cubana sin per-der la condición humana de su trato, tanto conlos músicos como con el público.

Al igual que Machado, Porro consideraque Celia fue una profesional en toda la exten-sión de la palabra, tanto dentro como fuera dela tarima. Jamás introdujo el tema políticocubano en las distendidas charlas con sus músi-cos acompañantes, antes y después de cualquieractuación, aunque no podía ocultar un desme-dido amor por su patria y el dolor que le cau-saba la penosa situación padecida por el pueblocubano. Quizás la única vez que Celia se atrevióa tocar el tema públicamente fue en Séptimo deCaballería, estelar programa musical de laTelevisión Española que en 1998 la tuvo comoinvitada. Ante un comentario del presentadordel programa, Miguel Bosé, que de ciertomodo alababa la situación reinante en Cuba,Celia reaccionó con fortaleza, rechazando deplano cualquier reconocimiento del régimenque en su día le prohibió la entrada a la Isla,mientras su madre agonizaba, y que somete atodo un pueblo desde hace casi cincuenta años.

Quizás sea el timbalero panameño BetoHernández, de amplísima experiencia profesio-nal, quien conserva más frescas en su memoriamuchas de las anécdotas del paso de La Reinapor España, en la primera mitad de los añosnoventa. A Beto le maravillaba el hecho de quea Celia –ya una señora mayor- hubiera que

ayudarla a subir a la tarima y, sin embargo, unavez allí, fuera capaz de transformarse, convir-tiéndose en una jovencita sandunguera. Enconfianza, me reveló este músico que las exce-lentes vibraciones que emanaban de Celia, y sumagnética personalidad, sólo las ha sentidotocando con Andy Montañéz y con OscarD’León. Nos cuenta Beto que, en su camerino,la cantante siempre tenía flores y una botella decognac. Aunque no bebía habitualmente, siem-pre antes de comenzar a cantar tomaba unacopita para templar la voz.

Al igual que sus colegas Machado yPorro, Beto afirma que La Reina no presumíade diva y tenía una asombrosa capacidad paraensamblar su voz y su tumbao con las caracte-rísticas de la banda acompañante, la cual en esemomento era Canayón. Con vistas a las galasde Celia por España, a dicha banda se incorpo-raba una sección de viento-metal, reforzandosu percusión.

El repertorio salsero interpretado porCelia traía la firma de arreglistas como JohnnyPacheco, y de otros talentos de la Fania AllStars: Luis Ramírez y Luis Perico Ortiz. Entrelos temas se encontraban Isadora, Ud. abusó,Yerbero moderno,Cuba qué lindos son tus paisa-jes, Bamboleo, Azúcar negra y otros muydemandados por el público.

Confiesa Beto que resultaba una auténticabendición haber escuchado algunos de esostemas siendo niño y, de repente, tocarlos con

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Celia Cruz. Para Beto, Pedro Knight era unaespecie de alter ego de Celia. Además, era élquien dirigía la banda, al pautar invariable-mente la introducción, el montuno, el mamboy la “moña”. Cuando correspondía el turno aésta, Pedro se tocaba el mechoncito de peloblanco que tenía encima de la frente, como uncoach de béisbol da las señas a sus jugadores enel terreno de juego.

Las actuaciones de La Reina se producíansiempre con el aforo al máximo de capacidad(mínimo, cinco mil personas). Cuenta Beto queen una memorable actuación en Murcia, en unanfiteatro con características de foro romano,Celia, cantando Bemba Colorá, improvisó unestribillo que decía: “Zapato que yo tiro, no melo vuelvo a poner…” (es de conocimientopúblico que Celia coleccionaba zapatos, trajesy pelucas), y que el delirio de la concurrenciafue tal que todo el mundo se quitó los zapatosponiéndolos al pie de la tarima. Una muestra

de la estrecha conexión que establecía la genialartista con su admiradores.

Sus giras por España y sus contactos conmúsicos cubanos afincados en este país, talescomo el bajista Alain Pérez y el pianista PepeRivero -cuyo fruto es uno de sus últimos discos,Dios bendiga a la Reina-, se mantuvieron casihasta la aparición de la enfermedad que la con-dujo a la muerte. Sin embargo, la huella quedejó en el público español, que la recuerda concariño y la asocia a Cuba gracias a su simpatíay a su ¡Asúcaaa!, resulta ya imperecedera.

Quizás lo más triste no sea propiamente ladesaparición de Celia, sino el hecho de que nopudiera cumplir uno de sus más caros anhelos:encontrarse con su pueblo y cantar para él en elParque Central de La Habana. No obstante,cuando ese concierto multitudinario ocurra,ella estará entre todos nosotros, celebrando eladvenimiento de una nueva era para la nacióncubana al grito de ¡¡Asúcaaaa!!

Foto cortesía de Moisés Porro