Revista Barataria Nº14

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La clásica cuestión de los clásicos Entrevista con Gloria María Rodríguez •¿Por qué ciertos libros latinoamericanos se han convertido en clásicos? • La magia de la lectura • Cara y Cruz: una apuesta interesante Revista latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil Volumen IX - NO 1 - 2012

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2011 • NÚMERO 13 • VOLUMEN XX BARATARIA 3

La clásica cuestión de los clásicos

Entrevista con Gloria María Rodríguez •¿Por qué ciertos libros latinoamericanos se han convertido en clásicos?

• La magia de la lectura • Cara y Cruz: una apuesta interesante

Revista latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil

Volumen IX - NO 1 - 2012

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BARATARIA VOLUMEN XX • NÚMERO 13 • 20114

Número 14

Editorial

La clásica cuestión de los clásicos por Joel Franz Rosel

Entrevista: Gloria María Rodríguezpor Fanuel Hanán Díaz

¿Por qué ciertos libros latinoamericanos se han convertido en clásicos? por Isabel Mesa Gisbert

La magia de la lectura por Alfonso Cueto

Cara y Cruz: una apuesta interesantepor Iván Hernández A.

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Directora Hinde Pomeraniec| Argentina [email protected]

Editor Fanuel Hanán Díaz | Venezuela [email protected]

Consejo editorial Fiorella Bravo| Perú Ma. Geraldina Camargo | Guatemala Nancy Ceballos | Colombia Lorenza Estandía | MéxicoMa. Eugenia Lasso | Ecuador Laura Leibiker | Argentina y ChileMaría Londoño | Colombia

Ilustraciones Rui de Oliveira | Brasil [email protected]

Viñetas Roberto Echeto | Venezuela [email protected]

Diseño Monica Bergna | Venezuela

Impresión Gráfica Valmar S.A.Septiembre de 2012

Depósito legal

ISSN 1690-57733

CC 29005332

Ínsula imaginaria cuyo gobierno le fue otorgado a Sancho Panza como parte de un episodio burlesco que vive con Don Quijote.

Palabra cuyo valor fónico está vinculado al juego y al disparate; su sentido remite a mundos imaginarios y a motivos literarios.

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a vigencia de los clásicos mantiene un debate que atrapa la atención de los mediadores de lectura e interesados en la cultu-ra juvenil. ¿Continúan estos libros suscitando el mismo interés en las nuevas generaciones de lectores? ¿Generan la misma

adhesión sus esquemas universales y sus emociones profundas? ¿Por qué, cómo y qué sentido tiene leer los clásicos al borde de la era di-gital?

Como punto de partida, estas interrogantes abren diferentes ca-minos para conversar y revisitar estos libros impostergables.

El artículo principal de Barataria, escrito por el cubano Joel Franz Rosell, abre bifurcaciones en torno al concepto de los clásicos. Rasgos como su permanencia en el tiempo y el hecho de que marcan un paradigma establecen las bases de los libros que forman parte de este territorio, pero también otras razones, estéticas, filosóficas y humanas, consolidan el carácter memorable de estas obras que tocan el corazón de los seres humanos en tiempos y culturas muy diferentes.

Gloria María Rodríguez, bibliotecaria y promotora de lectura co-lombiana, nos cautiva a través de la entrevista en la medida que de-vela poco a poco cómo los clásicos hicieron germinar otros libros en su creciente avidez lectora. Pero también cómo estas obras son esen-ciales para que los lectores se proyecten en la ficción y descubran la humanidad en la literatura.

Los clásicos latinoamericanos, aquellos que surgieron impelidos por la búsqueda de una voz propia, son revisados en el artículo pre-sentado por la boliviana Isabel Mesa. Su vocación de historiadora nos pasea por diferentes contextos donde estas obras pioneras despun-taron para abrirse paso en medio de una tradición foránea y morali-zante. Hitos fundamentales que delinean una cartografía de clásicos y pioneros, aún por dibujar.

El recorrido por las sendas que este tema tan poderoso ha trazado encuentra en el artículo del peruano Alonso Cueto un paso luminoso a la emoción. El territorio íntimo que cada lector explora sacudido por la fuerza de un clásico, hacen surgir la chispa de la magia y el asombro.

Para cerrar, una reseña de la colección Cara y Cruz nos permite descubrir las bondades de una apuesta editorial en ediciones docu-mentadas que acercan a los lectores a obras clásicas y al contexto vital donde tuvieron origen.

El entramado de los textos de la revista encuentra en las podero-sas y refinadas imágenes del artista brasilero Rui de Olivera un mag-nífico telón que nos envuelve en la atmósfera de dioses y figuras de la mitología más vernácula, y nos sacude con la energía de sus trazos.

Este número de Barataria nos acerca a diferentes planteamientos donde los clásicos encuentran resonancia, ya sea porque nos hacen pensar acerca de esos íntimos matices que crean conexiones inme-moriales, ya porque la energía de su esencia toma otras formas en los discursos culturales. En todo caso, sus páginas mantienen el eterno poder de seducir a sus lectores.

Editorial L

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La clásica cuestión de los

clásicos

El clásico en la raízEn su Diccionario de términos literarios, Demetrio Estébanez Calderón explica que clásico es la denominación correspondien-te a la más alta de las clases sociales en que Servio Tulio dividió a los ciudadanos romanos. En el siglo II, Aulio Gelio recuperó el término para designar al escritor considerado modelo. Entre tanto, ya en la Grecia del siglo IV a.C. existía una selección de escritores que el filólogo Ruhnken (1786) dio en llamar “Kano-nes” (del griego kanon: regla, lista). En el “kanon” trágico figura-ban Esquilo, Sófocles y Eurípides; en el “kanon” épico, Homero y Hesíodo; en el lírico, Píndaro, Safo y Anacreonte, etc.

En la Edad Media, los clásicos son Ovidio, Virgilio, Séneca y otros autores latinos, como modelos de formación filosófica y moral, pero ya en el Renacimiento se incluye a escritores moder-nos que manejan con brío la lengua vernácula.

En la Francia de Luis XIV la denominación se extiende a contemporáneos que siguen los cánones de la retórica y esti-lística de tradición clásica (orden, armonía y “buen gusto”). Es uno de estos académicos, Charles Perrault, quien inaugura la literatura infantil con sus Cuentos de antaño (1697). Paradójica-mente, esta obra se apartaba tanto del canon neoclásico que su autor prefirió atribuirla a su hijo, Pierre Darmancour.

A través del tiempo han ido formándose los grandes clá-sicos, los que resisten –como Cervantes, como Lope– a toda revisión, a toda interpretación […] No existe más regla funda-mental para juzgar a los clási-cos que la de examinar si están de acuerdo con nuestra manera de ver y de sentir la realidad; en el grado en que lo estén o no lo estén, en ese mismo grado estarán vivos o muertos

Azorín [Estébanez: 1996; 153]

por Joel Franz Rosell

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¿Clásicos infantiles o clásicos para niños? La existencia de un canon es consubstancial a la literatura infantil, puesto que sus primeros promotores se centraron en la selección de los libros para adultos “más apropiados”. Muchos de estos libros encubrían o amenizaban las ideas sociales, filosóficas, económicas y polí-ticas, novedosas o subversivas que portaban con una fantasía que los chicos tomaron como fin y no como medio. La imprevista apropia-ción infantil permitió eludir censura, prejui-cios y circunstancialidad, abriendo las puertas de la posteridad a las fábulas de Esopo y La Fontaine, a Robinson Crusoe y Los viajes de Gulliver e incluso a parte de los Viajes extraor-dinarios de Julio Verne, entre otras obras que mal hubiesen llegado a nosotros sin contar con la “protección” de la infancia. [Rosell; 2001: 54-55]

En su fundamental La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas, Marc Soriano aborda la cuestión de los clásicos diciendo, con evidente ironía:

El sentido común y la experiencia corriente nos demuestran que un clásico (para adultos) es una obra tan bella y tan famosa que termina por ser explicada en clase. Se la reproduce en ediciones escolares […] muere de muerte natu-ral, protegida contra los indiscretos por su alta reputación y enteramente librada a los eruditos, que son los únicos que saben qué pudo significar esta obra en su época y cómo hay que leerla. Se la redescubre cada cincuenta o cien años, en ocasión de los grandes aniversarios.

Y contrasta:

… un “clásico para niños” es una obra tan hermosa, tan famosa y tan ajustada a los gustos y necesidades del niño que jamás se la explica en clase [por lo que evita verse antologado, des-pedazado y analizado críticamente en la escue-la], se trata de una obra a la que el niño va por sí mismo, por gusto y por placer. Jugando con las palabras podríamos pues definir al “clásico

para los niños” como un libro que interesa a todos los niños, independientemente de su origen social y de su pertenencia a una clase determinada […que] estaría dirigiéndose a lo que hay de universal en ellos: búsqueda de justicia y de verdad, amor a la vida, etc. [Soriano: 1999; 143]

La entronización de clásicos pertenece a la re-cepción y no a la concepción de la obra. Para So-riano son predominantemente literarias las con-sideraciones que hacen canónicos ciertos libros infantiles, aunque recuerda que en la época en que la escuela se consolida y es declarada obliga-toria (coincidiendo con la eclosión de la industria editorial en Francia, a mediados del siglo XIX), se movilizó a escritores de diversa procedencia para que elaborasen obras duraderas, capaces de contribuir a la consolidación de tradiciones y valores. El estudioso francés estima que sólo ex-cepcionalmente se alcanza el éxito con semejante tipo de emprendimiento (Tolstoi lo intentó, Selma Lagerlöf lo consiguió) porque la sinceridad del ar-tista entra inmediatamente en conflicto con el di-dactismo del género y con las servidumbres a que obliga… [Op Cit; 144-145] 1

“En fin, que no hay fór-mula capaz de garantizar

la dimensión de clásico infantil. Ni la intencionalidad, ni el profun-do conocimiento de la infancia… Lo mismo que el Talento o la Ca-lidad, el clásico ni se decreta ni se predetermina.

1 Continuaré apoyándome en el fundamental estudio de Marc Soriano; a veces coincido, a veces gloso, pero también disiento o actualizo sus criterios. Nada más normal, su Guide de littérature pour la jeunesse (que cito en la versión castellana de Graciela Montes para mayor facilidad) es un clásico; y todo clásico, para seguir siéndolo, ha de ser devorado, digerido e incorporado al espíritu de ese caníbal ilustrado que es todo autor.

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Criterios de selección Para Marc Soriano, el niño:

Necesita libros que lo ayuden a com-prender los problemas de su edad, pero esos libros aun cuando evoquen el pasado siguen estando para él ligados al porvenir, a su pro-pio porvenir, conservan un rasgo anticipatorio […] los auténticos clásicos para niños y jó-venes: todos, incluidos los más dramáticos, tienen algún oasis de alegría y de distensión y son decididamente optimistas. La emoción o el humor de que están cargados desempeñan en definitiva el papel de técnicas “catárticas”, gracias a la cuales el joven lector logra supe-rar las “crisis” de su evolución. [Idem: 148].

Algunos clásicos necesitan el estímulo de un aniversario cerrado o de una versión cine-matográfica para despertar de su “sueño de los justos”, pero otros se editan de manera continua y en diversas versiones: ediciones anotadas, integrales, condensadas o en adap-tación dentro o fuera de su género.

Alain Viala advierte que en la práctica, son tratados como clásicos los autores y obras de carácter consensual […] A nadie sorprenderá que el tratamiento que funde en similar destino a Baudelaire, Molière y hasta Voltaire, tienda a aplanar las distinciones entre movimientos lite-rarios [1991: s.p.]

Los clásicos son mayoritariamente obras de otra época y su prestigio crece a medida que más años los separan de nosotros. Pero paulatinamente se han venido incorporando nuevos títulos. Fuente notoria de “nuevos clá-sicos” son los premios, particularmente aque-llos que reconocen el conjunto de una obra y tienen alcance internacional. El Premio Ander-sen de la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil (IBBY), fundado en 1956, ha elevado a varios de sus galardonados (Astrid Lindgren, Erich Kästner, Tove Jansson, Gian-ni Rodari, Maurice Sendak, María Gripe, Ly-gia Bojunga Nunes…) a la condición de clási-cos contemporáneos.

La universitaria española María Victoria Sotomayor analiza desde hace años la oferta de “clásicos y reediciones” en la selección anual de la revista Lazarillo. En la introducción a su pa-norama 2008, comenta:

¿Los clásicos siguen estando de moda o bien son apuesta segura de las editoriales en tiempos de incertidumbre? Preferimos pensar lo primero: sus historias asentadas en lo más hondo del imaginario colectivo nos siguen hablando de no-sotros mismos, de cómo somos y cómo queremos ser. Aunque hayan transcurrido años o siglos. El viaje de la vida, el crecimiento interior, los mie-dos y esperanzas que nos conmueven, los sen-timientos que constituyen nuestra identidad: de qué otra cosa nos hablan los clásicos si no es de la condición humana, la misma siempre en su ser más profundo. [Sotomayor; 2008: 69]

En su Diccionario histórico de autores de la literatura infantil y juvenil contemporánea, Juan José Lage habla de pioneros o de referen-cia […] autores que han marcado un estilo, que han abierto caminos, autores de culto, referentes para generaciones posteriores [Lage; 2010: 9].

Los clásicos son ejemplos del pensamien-to, lenguaje y modos de vida de otros tiempos. Los chicos aprehenderán mejor el siglo XIX en Dickens que en las secas páginas del manual de Historia, en la dudosa veracidad de las pelí-culas hollywoodenses e incluso en libros de au-tores contemporáneos que hablan de la misma época con una ideología inevitablemente con-temporánea y un discurso que, aunque a veces imite el tono de otros tiempos, es básicamente actual.

Pero los clásicos aportan bases culturales no solo a los jóvenes. Los escritores contempo-ráneos levantamos nuestras arquitecturas de papel en el firme suelo que nos proporciona el patrimonio. No hay cubano que no calce su es-critorio con un ejemplar de obras de Martí, la brasileña Ana María Machado borda a menudo con el hilo irrompible del pionero Monteiro Lo-bato y Graciela Montes se inspira en la mejor picaresca española para su más lograda nove-

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la: Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre. Otro ejemplo es la austríaca Christine Nöstlinger cuando invierte la idea básica de Las aventuras de Pinocho para componer su Kon-rad o el niño que salió de una lata de conservas, antes de osar El nuevo Pichocho. Sin hablar de auténticos subgéneros prohijados por una obra inmortal; como las Robinsonadas, las islas de tesoros diversos o los países imaginarios que ha descubierto tanto Gulliver de otro nombre.

Cuando un autor conoce a los autores y libros que le preceden, puede proporcionar “profundidad de campo” y substanciosas inte-racciones a su propia obra. Así ha surgido un continente imaginario que ya tiene su Olimpo, y se ha fraguado la identidad de la literatura in-fantil universal, la de literaturas que comparten una lengua y la de países que, por eso mismo, dominan hoy la especialidad. Alemania, Esta-dos Unidos, Francia, Gran Bretaña, los países escandinavos… cuentan con clásicos que todo el planeta conoce y venera. Entre tanto, obras como Las mil y una noches o los cuentos “de” Afanásiev funcionan como clásicos proceden-tes de culturas como la pérsico-arábiga o la rusa caracterizadas por un desarrollo editorial menos consolidado o antiguo.

El escritor y profesor Eliacer Cansino resu-me con perspicacia lo que hace de un buen li-bro algo más, todo un clásico:

Porque se han erigido por encima de su tiem-po; porque […] es virtud del clásico no reducir su expresión a un solo mensaje, sino que su pala-bra tiene la capacidad de despertar en el lector nuevos y contemporáneos problemas […] porque saltan por encima de su propia lengua y son ca-paces de resistir la traducción (y ello porque to-can la clave de lo humano que no es deudora de ninguna lengua) [Cansino; 2007: 32]

Mientras, en su Guía de clásicos de la lite-ratura infantil y juvenil, Luis Daniel González observa:

Entre los libros con tirón entre los jóvenes hay muchos cuya fuerza procede del dinamismo

del relato como los de Salgari, del acierto en la mezcla de “los ingredientes” como los de Enid Blyton, de la creación de personajes singulares y atractivos que los harán pervivir como Alicia (Carroll) o Peter Pan (Barrie), o de unas versiones cinematográficas afortunadas que han potencia-do su éxito como Bambi (Salten) o Mary Poppins (Travers)…

Y evoca libros cuya calidad tarda en insta-larse debido a un estilo menos accesible (Plate-ro y yo; El principito) y “las obras ¿menores? de autores de reconocido prestigio, como El árbol de los deseos (Faulkner), La perla (Steinbeck), El viejo y el mar (Hemingway) y libros que mar-can un antes y un después: como El libro del nonsense, de Lear (…) o el poema narrativo de Longfellow, El canto de Hiawatha…” [González; 1999: 14-15]

Afortunadamente, el éxito (la aprobación por el propio público destinatario) ha consegui-do pesar tanto como la opinión “autorizada” de pedagogos y críticos literarios, y la mayoría de los clásicos fueron, en su momento, libros po-pulares.

Contenido y formaSi en los clásicos solemos subrayar la ex-presión de grandes sentimientos y destinos humanos, lo cierto es que lo que atrapa a los chicos es la historia bien contada. Los clásicos deben su dorada pátina a un buen equilibrio entre calidad formal y rico contenido, a su ap-titud para comprender la verdad de la vida y expresarla a través de personajes convincen-tes, diálogos vivaces, descripciones y narración pertinentes; todo ello imbricado en un discur-so de sabor peculiar, inherente a su época, pero también al autor. Sin olvidar decididas innovaciones temáticas y compositivas.

Lo que hace al clásico no es siempre lo mis-mo ni en las mismas dosis. Los libros de Lewis Carrol son de una asombrosa complejidad sim-bólica y alusiva, mientras en Stevenson fascina la textura de sus personajes y en Mark Twain la eficaz crónica de un espacio-tiempo específico.

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Lo que nos gusta de Andersen es que se trata de Andersen; sus historias pueden ser conmovedoras o ingeniosas, originales o de fuente popular, pero siempre están fundidas en el crisol que fue el alma y biografía del autor. Entre tanto, los cuentos de los Hermanos Grimm carecen de esa forma perfecta o intensamente personal, por no hablar de autores como Emilio Salgari, que nos legó tipos inolvidables como Sandokan o el Corsario Negro pese a una prosa pobre y efectista, y a considerables errores históricos, geográficos o zoológicos. Es que un clásico infantil es un libro que hace soñar, reflexionar y vibrar a generaciones, y no un libro perfecto (suponiendo que tal cosa exista).

Para Marc Soriano, “Las raíces nacionales y populares de los clásicos más célebres son particularmente evidentes. Basta pensar en las nursery rhymes, en Alicia en el País de las Mara-villas, en los cuentos de Andersen…” [1999: 153].

La paradoja es solo aparente: las profundas raíces naciona-les e históricas de esos y tantos otros clásicos no invalidan su trascendencia en tiempo y espacio porque esos sabores espe-cíficos encuentran resonancia en lo esencial de otros pueblos y épocas. El talento del artista opera el milagro de convertir lo particular en general, lo local en universal

El empeño de naciones jóvenes en ofrecer a sus ciudadanos modelos propios puede provocar intromisiones de lo ideológi-co en lo genuinamente literario. Esas “impurezas” condenan la obra no solo a una circulación limitada en el tiempo sino en el espacio. Las crónicas de la colonia, los inflamados poemas deci-monónicos, el realismo social de la primera mitad del siglo XX y otras reliquias latinoamericanas merecen el mayor respeto, pero ¿y el receptor infantil? No olvidemos que “Nuestra preocupación por respetar los textos debe quedar amortiguada por una preocu-pación al menos equivalente por respetar a los niños” [Soriano: 155].

Las literaturas latinoamericanas siempre han tenido voca-ción de construir su identidad nacional, a la vez que una perso-nalidad colectiva. Esto es más cierto en la literatura para adul-tos, y las prácticas editoriales actuales no ayudan a la literatura infantil a cruzar las fronteras. Y eso que contamos con clásicos como Martí, Darío, Quiroga o Gabriela Mistral, cuyas obras para chicos o para adultos integran un patrimonio común, y clásicos “endémicos” que aún no llegamos a compartir (Monteiro Loba-to, indispensable para los brasileños, ¿tiene alguna traducción

¿Clásicos nacionales? ¿Clásicos latinoamericanos?

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fantil universal será más gran-de y profunda. ¡Hermosa tarea tenemos por delante!

Joel Franz Rosell

Autor, ilustrador e investi-gador de literatura infantil. Ha publicado artículos, ensayos, y libros para chicos. Entre sus títu-los destacan: Pájaros en la cabeza y Aventuras de Rosa de los Vien-tos y Juan Perico de los Palotes (ambos en la selección “White Ra-vens”, de la Biblioteca Internacio-nal de la Juventud), así como Mi tesoro te espera en Cuba (premio de la ciudad de Cherbourg), La leyenda de Taita Osongo (premio Heredia, Cuba) y El pájaro libro, Los cuentos del mago y el mago del cuento y Don Agapito el apena-do, recompensados con “La Rosa Blanca” de la Unión de Escritores de Cuba.

BIBLIOGRAFÍA

CANSINO, Eliacer: “¿Para qué queremos a los clásicos?” Lazarillo. n°18. Madrid. 2007.

ESTÉBANEZ CALDERÓN, Demetrio: Diccionario de términos literarios. Madrid. Alianza Editorial. 1996.

GONZÁLEZ, Luis Daniel. Guía de clásicos de la literatura infantil y juvenil (hasta 1950). Palabra. Madrid, 1999.

LAGE FERNANDEZ, Juan José: Diccionario histórico de autores de la literatura infantil y juvenil contemporánea. Granada. Editorial Octaedro Andalucía. 2010.

ROSELL, Joel Franz: La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas. Buenos Aires. Lugar Editorial. 2001.

SORIANO, Marc: La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Buenos Aires. Colihue.1999.

SOTOMAYOR, María Victoria: “Clásicos y reediciones 2008: una apuesta por lo permanente”. Lazarillo. n°21. Madrid. 2009.

VIALA, Alain: “Qu’est-ce qu’un classique ?” Bulletin de bibliothèques de France. http://bbf.enssib.fr/consulter/bbf-1192-01-006-001

al castellano en catálogo? Os-car Alfaro, ¿es leído fuera de Bolivia?). Por no hablar de las tradiciones orales: cuen-tos afroamericanos o leyendas aborígenes (los dos ejemplos más notables) que comparten diversos países. Ahí tenemos un yacimiento de futuros clá-sicos pendiente de “desantro-pologización” y de una apro-piación por la literatura “cul-ta” comparable a la que las literaturas europeas han sabi-do hacer, por ejemplo, con las tradiciones celtas.

La literatura infantil lati-noamericana es joven y aún no ha consolidado su canon. Cuando lo haga, su influencia en el resto de la literatura in-

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Gloria María Rodríguezpor Fanuel Hanán Díaz

Los clásicos de todos los tiempos han des-plegado viajes hacia regiones desconoci-das de la geografía y de la imaginación. A

muchas de estas novelas les debemos los esque-mas más estables de la literatura infantil y ju-venil contemporáneas: el arquetipo del héroe, el viaje y la búsqueda como motores narrativos, el desplazamiento a lugares ignotos, el mar como elemento... todos ellos como parte de relatos ini-ciáticos que sembraron de valor el corazón de muchos lectores.

Hoy en día los clásicos de diferentes géne-ros han consolidado el sustrato de un discurso más amplio dirigido a lectores juveniles, y cu-yas manifestaciones se pueden rastrear en los videojuegos, las series televisivas, las adaptacio-nes fílmicas, los juegos de roles... A pesar de su enorme impacto, hoy en día el tema de la lectura de los clásicos alimenta inquietudes por parte de los mediadores. ¿Acuden los lectores de forma espontánea a las versiones originales de estas obras? ¿Cómo absorben los lectores los elemen-tos históricos y de estilo que forman parte del contexto de producción de esta narrativa? ¿Ape-lan los clásicos a los lectores contemporáneos? ¿Mantienen aún su vigencia? Alrededor de es-tas y otras inquietudes quisimos conversar con Gloria María Rodríguez, bibliotecaria de dilatada

experiencia, lectora consumada y conocedora en extenso de la literatura infantil y juvenil. En este tema, su opinión resulta esclarecedora ya que nos ofrece una mirada desde su vivencia como bibliotecaria y especialista en el diseño de planes para la formación lectora en la re-gión.

F.H.D. ¿Nos podrías dar tu definición de lo  que es un clásico?

G.M.R.: Para mí los clásicos son aquellas obras que tienen la capacidad de perdurar y so-brevivir al tiempo en que fueron creadas. Son trascendentes, potentes, no pierden su vigencia y, cuando se leen, son inolvidables. Al respecto, el poeta español Pedro Salinas afirma que “los clásicos son los escogidos por el sufragio implí-cito de las generaciones y los siglos y por tribu-nales que nadie nombra ni a nadie obligan, en verdad, pero cuya autoridad por venir de tan lejos y de tan arriba se acata gustosamente.”.

F.H.D: Además de los clásicos de aventu-ras y viaje existen otros clásicos de la cien-cia ficción, de la literatura fantástica, de la literatura infantil... es decir, que la condi-ción de estos libros no se define por su géne-ro, su tema o su receptor. ¿Qué pueden tener en común entonces para considerarse como clásicos?

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G.M.R.: Efectivamente hay clásicos en los distintos géneros de la literatura: novela, poe-sía, ensayo; los hay también en distintas temá-ticas: amor, aventuras, intriga, entre otros. Los hay para adultos, y para niños y jóvenes. Tam-bién hay libros clásicos que no son de literatu-ra: existen clásicos en filosofía, en economía, en ciencias y en otras áreas del conocimiento. Pienso entonces que, independientemente del área del conocimiento, del tema, del género o de la edad y el tipo de receptores, los clásicos comparten el haber sido leídos y disfrutados por distintas generaciones, y tienen la capaci-dad de constituirse en modelos en su género e interesar a personas de diferentes culturas y de distintos lugares del planeta. Por tanto, esa potencialidad que les permite seguir vitales y continuar sobreviviendo al paso del tiempo los ha vuelto parte esencial de la cultura.

F.H.D.: En tu propio camino de lectora ¿qué impacto tuvieron estos libros, cómo se vinculan con tus recuerdos?

G.M.R.: En mi camino como lectora, desde mi infancia hasta mis lecturas actuales, los clá-sicos han convivido con todo tipo de libros: li-bros de canon, best sellers, novelas modernas, etc. Una lectura me lleva a la otra y los clásicos siempre han tenido su lugar.

Fue muy importante en mi infancia la na-rración oral. Recuerdo que por mucho tiempo, al acostarme, mi mamá tenía que contarme la historia de Tobías y el Arcángel San Rafael, que es uno de los libros del Antiguo Testamen-to. Esta historia despertó en mí la necesidad de oírla una y otra vez. Vinieron luego los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, Perrault, An-dersen, la Condesa de Ségur. También las na-rraciones publicadas en la enciclopedia del Te-soro de la Juventud y, posteriormente, libros de autores como Luisa M. Alcott, Johanna Spiry, Julio Verne, Dickens y Oscar Wilde. Además, tengo que confesar, fui asidua a series que aho-ra no se ajustarían a los cánones de calidad, como Las aventuras de Marisol, los libros de misterio y aventuras de Enid Blyton, montones de fotonovelas y muchas otras lecturas que po-dríamos catalogar hoy como “basura”.

Dos libros clásicos marcaron mi historia lectora: el primero fue Pinocho, del que ya cono-

cía la historia pues estaba entre mis cuentos, en una edición resumida de editorial Sigmar de Argentina, de 10 o 15 páginas. Recuerdo que estaba en tercero de primaria, tenía 8 años cuando la mamá de una amiga me prestó una bella edición, íntegra, deliciosamente ilustrada y me di cuenta de que había sido engañada con mi edición de Pinocho que no pasaba de ser algo más que una anécdota divertida. Ese fue uno de los hallazgos más importantes, y yo misma, sin que nadie me lo dijera o advirtie-ra, empecé a fijarme en que los libros que leía no fueran resumidos, simplemente porque no quería perderme nada de la historia.

El segundo libro que me marcó fue Jane Eyre de Charlotte Brontë. Lo pedí en présta-mo de la biblioteca del colegio en una edición de Crisol –rojo y pequeño como un misal– yo tenía 10 años. No solo quedé atrapada con la narración, sino que además su lectura me hizo sentir en cierta medida importante, pues era un libro de muchas páginas, con una tipogra-fía densa y sin ilustraciones. Jane Eyre fue mi punto de partida como lectora adulta.

En el transcurso de mi vida lo he leído va-rias veces y en cada nueva lectura lo vuelvo a encontrar misterioso, interesante y sus perso-najes capturan mi atención de principio a fin. Esa es en esencia la magia del libro clásico.

Quisiera finalizar diciendo que mi rela-ción con la lectura ha estado marcada por el disfrute y el deleite, por eso tengo que admi-tir que en mi recorrido como lectora también he abandonado algunos clásicos, pues no tuve empatía con ellos. Tal vez fueron impuestos o no llegaron en el momento apropiado. En ese sentido es importante que dentro de ese gran acervo de los clásicos, tengamos la posibilidad de construir nuestra propia lista con aquellos que ocupan un lugar en nuestra vida y a los que podemos volver una y otra vez.

F.H.D.: Según tu juicio ¿por qué los clá-sicos deben formar parte de las experien-cias lectoras?

G.M.R.: Los clásicos tocan fibras del ser humano que se relacionan con emociones fun-damentales y universales vigentes en todas las culturas y en todas las generaciones: el amor,

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el miedo, la soledad, la aventura, la amistad, el poder, etc. Su lectura ayuda a dar sentido a nuestras vidas, nos hace pensar, reconocernos en los otros y nos permite descubrir y conocer nuestras propias emociones. En otras palabras, son lecturas que nos enseñan algo de nosotros mismos.

Los clásicos, aparte de ser una fuente de disfrute y conocimiento, insertan al lector en la cultura, ya que le permiten conocer situaciones, contextos, personajes que han pasado a formar parte de la memoria colectiva de la humanidad. Estos libros han marcado profundamente el mundo actual e influenciado la sensibilidad, la imaginación y la vida de las personas y de la sociedad. Por eso, muchos teóricos consideran que la experiencia lectora con los clásicos es irremplazable, y que es un derecho que debe tener toda persona, pues enriquece su vida y forma su personalidad.

Los clásicos son libros que ejer-cen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizán-dose con el inconsciente colectivo o individual. (Italo Calvino)

F.H.D.: ¿Consideras que los clásicos tie-nen algo que decirle a los jóvenes contempo-ráneos?

G.M.R.: Yo creo que si se logra un buen en-cuentro entre un joven y un clásico, existe una gran probabilidad de que éste lo toque y lo emo-cione.

Pero indudablemente la lectura de un clá-sico requiere un cierto nivel de destrezas lec-toras por parte del joven y una labor previa de contacto y disfrute con la palabra, que general-mente se debe iniciar en la primera infancia.

Estas premisas –destrezas lectoras y dis-frute de la palabra– muchas veces no se dan en el joven en el momento del encuentro con el clásico, a lo que se suma, con cierta frecuencia, que el docente tampoco ha tenido un acerca-miento previo ni disfruta de la lectura que ofre-

ce. Como resultado se producen desencuentros y frustraciones, y se termina por considerar a los clásicos como aquellos libros “aburridos” que hay que leer para cumplir con el currículo.

El papel del mediador a la lectura es prepa-rar el terreno, motivar, saber introducir el libro adecuado en el momento adecuado es en la ac-tualidad más importante que nunca. Hay que tener en cuenta que los jóvenes de hoy son los protagonistas de los cambios de la revolución tecnológica, viven las múltiples posibilidades de los audiovisuales, las redes sociales, etc. Es di-fícil imaginar cómo actúan y funcionan en ellos esas capacidades que se requieren para la lec-tura, como la concentración, la introspección, el silencio, la privacidad, etc. Por eso, considero que no se deben subvalorar otros caminos para acercar y familiarizar a los jóvenes con los clá-sicos –no exclusivamente en su versión origi-nal– como el cine, la novela gráfica, las buenas adaptaciones, entre otros. Si logran interesar y capturar la atención, posiblemente el chico disfrutará más tarde de la versión íntegra. Fi-nalmente creo que un niño o un joven que logre encontrar en la lectura experiencias gratifican-tes y memorables, llegará a los clásicos y estará en capacidad de disfrutarlos en algún momento de su vida.

F.H.D.: ¿Qué relación encuentras entre los clásicos y la literatura juvenil contempo-ránea? ¿Qué acerca y qué aleja estas formas literarias?

G.M.R.: Los clásicos y la literatura juvenil contemporánea se acercan en las temáticas, especialmente cuando estas son atemporales o universales como el amor, la aventura, el te-rror, la intriga. También en ambos podemos en-contrar personajes inolvidables que nos siguen acompañando cuando terminamos la lectura. La capacidad de despertar emociones, el placer estético, la posibilidad del disfrute, acercan a las buenas obras literarias, ya sean estas clási-cas o contemporáneas.

Veo alguna distancia en el modo de narrar y de presentar los hechos. Las novelas clási-cas para jóvenes tienen generalmente descrip-ciones pormenorizadas, menos diálogos, y no hacen concesiones con el vocabulario y las for-

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mas literarias. Por su parte, la literatura juvenil contemporánea se caracteriza por la agilidad de los diálogos, intenta atrapar desde el primer párrafo, evita las largas descripciones y tiene por lo general un vocabulario con un mínimo grado de dificultad y más próximo a los jóvenes. Obviamente los textos responden al momento en que se escriben y actualmente la literatura juvenil tiene grandes influencias del lenguaje de los medios masivos, donde la rapidez, la in-mediatez y el esfuerzo por captar la atención desde el primer momento son primordiales.

También veo distancia en la “dosificación” de la literatura contemporánea. Pareciera que viniera por tallas, como las camisas: a partir de los 10, desde los 8, desde los 12…..En contras-te, mucha de la literatura clásica de la que se han apropiado varias generaciones de jóvenes, no fue siquiera pensada para ellos.

Por otra parte, esa intención de la literatura clásica infantil y juvenil de generar placer es-tético, de producir deleite y de entretener a los lectores ha variado en los últimos años. Aho-ra vemos cómo mucha de la llamada literatura juvenil contemporánea (¡no toda por fortuna!) se ha convertido apenas en un instrumento para dar lecciones sobre diversas problemáti-cas como la drogadicción, el bullying, el divor-cio de los padres, la anorexia, la preservación del planeta, la violencia familiar, y toda clase de preocupaciones sociales. Queda la pregunta de si estos libros tendrán la capacidad de llegar a las futuras generaciones, así como la literatura clásica nos ha llegado a nosotros.

Pienso que la buena literatura ju-venil contemporánea, por estar más próxima al contexto y a los intereses de los jóvenes y por tener menor gra-do de dificultad, está en la capacidad de ganar lectores, de afianzarlos en la lectura y de ayudar a desarrollar competencias lectoras que los ayu-darán a acercarse más cómodamen-te a los clásicos.

F.H.D.: En tu trabajo como bibliotecaria, a la hora de adquirir libros o incluir libros para alimentar un plan lector, ¿qué impor-tancia tienen los clásicos para conformar bi-bliotecas?

G.M.R.: Para adquirir materiales para una biblioteca pública o para una biblioteca escolar se deben tener en cuenta tanto la buena cali-dad estética y literaria, como la diversidad. Al hablar de diversidad, me refiero a variedad de géneros, corrientes, tendencias, autores, épo-cas, temáticas, puntos de vista, etc. También diversidad de soportes, pues la biblioteca no solo debe ofrecer materiales impresos. Debe además poner a disposición del público audio-visuales, información en línea, y formatos va-riados que incluyan periódicos, revistas, folle-tos, entre otros.

En esta diversidad, los clásicos –como par-te esencial de nuestra cultura – tienen un lu-gar importante y deben estar al alcance de to-dos, disponibles en los estantes junto con otras obras de literatura moderna y contemporánea, en distintos géneros y para diferentes edades.

De esta manera la biblioteca podrá respon-der a los intereses y preferencias de niños y jó-venes, y a sus diferentes niveles de experiencia lectora.

Muchas veces la relación de los niños y jó-venes con los clásicos se puede ver afectada ya que algunos profesores y bibliotecarios conside-ran que son “difíciles” y prefieren adquirir para la biblioteca ediciones comprimidas y resumi-das, en las que muchas veces no se conserva la calidad literaria. En este sentido –y sin que-rer ser fundamentalista pues, como decía an-teriormente, a los clásicos se puede llegar por diferentes caminos–, pienso que las bibliotecas públicas y escolares no deben escatimar esfuer-zos para garantizar que ese primer encuentro de los niños y jóvenes con la literatura clásica se haga con las mejores ediciones, con obras atractivas, bien hechas y con buenas traduc-ciones que motiven a ser leídas y disfrutadas.

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F.H.D.: En su libro Por qué leer los clá-sicos, Italo Calvino propone algunas defini-ciones, entre ellas destaco la que dice: “Un clásico es un libro que nunca termina de de-cir lo que tiene que decir”. ¿Qué piensas de esta definición?

G.M.R.: Pienso que Calvino con esta defini-ción tiene la capacidad de describir brevemente la esencia de lo que es una obra de arte: múl-tiple, rica en sentidos, posibilita diversas inter-pretaciones y no se agota. Finalmente eso es lo que es un clásico, una obra de arte.

F.H.D.: ¿Qué puedes decirnos de los clá-sicos latinoamericanos desde tu experien-cia como lectora y formadora de lectores? ¿Rafael Pombo y Horacio Quiroga, Martí y Monteiro Lobato, sólo por nombrar algunos? ¿Tienen algo que decir a los lectores de este tiempo?

G.M.R.: Los personajes y poemas de Rafael Pombo acompañaron mi infancia, así como lo hi-cieron con generaciones anteriores. Su presen-cia fue permanente tanto en mi familia como en el colegio. Pero no pasó lo mismo con los otros clásicos que mencionas. Hay que tener en cuen-ta que en mi infancia la gran mayoría de los li-bros venían de España. Por tanto, autores como Martí y Horacio Quiroga llegaron más tarde, ya cuando estaba en el bachillerato, y a Monteiro Lobato, lamentablemente, solo vine a conocerlo en mi trabajo como promotora de lectura.

Es importante mencionar que las obras de estos autores, que se pueden considerar funda-cionales y renovadores de la literatura infantil latinoamericana, ya tienen mejor circulación y es posible que los chicos de hoy les puedan en-contrar en las bibliotecas públicas y escolares.

F.H.D.: Otros libros más cercanos en el tiempo como Dónde viven los monstruos  o Un puente hasta Terabithia o Las brujas han sido considerados como clásicos, los llama-dos clásicos contemporáneos. ¿Funcionan mejor esos libros con los lectores actuales?

G.M.R.: Yo diría que por tener contextos do-mésticos, presentar situaciones más contempo-ráneas, tener un lenguaje muy actual y estar algunas veces narrados desde el punto de vis-

ta de los niños o los jóvenes, pueden funcionar mejor y los lectores encuentran una cierta “co-modidad” para introducirse en ellos.

Algo que creo que es impor-tante y que mencioné anterior-mente es el papel que pueden tener estos clásicos contempo-ráneos en preparar a los lecto-res y ayudarles a afianzar las competencias literarias para que puedan luego introducirse en otras lecturas que posible-mente requieran más madu-rez y mayor capacidad de di-gestión; algo así como un buen aperitivo que te abre el apetito para los platos fuertes.

Sobre la denominación de clásico contem-poráneo, quisiera decir que aunque nadie que yo sepa ha establecido cuánto tiempo se necesi-ta para que un libro empiece a considerarse clá-sico, muchos de los que hoy llamamos –un poco generosamente – clásicos contemporáneos, aún están muy cercanos y no han estado sometidos a la prueba del paso del tiempo. Esta es una prueba definitiva que hace que un libro pueda alcanzar la dimensión de clásico. Estos libros contemporáneos, que tienen una indiscutible calidad estética y literaria, y que han alcanzado gran popularidad en diferentes contextos, ven-drían a constituirse en lo que se conoce como canon literario.

F.H.D.: ¿Qué recomiendas para aquellos mediadores que tengan como preocupación la circulación de clásicos entre los jóvenes?

G.M.R.: Les recomendaría, ante todo, que los lean y disfruten ellos mismos. Esta es una condición obligatoria para entusiasmar a otros. Solo si el mediador logra emocionarse con el clásico, puede hablar de éste con soltura, saber a quién y en qué momento lo puede sugerir.

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Una segunda recomendación es no apresu-rar, no forzar, ni obligar. Esto vale tanto para los clásicos como para cualquier otro tipo de libro.

Otra sugerencia es acompañar a los lec-tores, principalmente cuando no son lectores muy expertos. La lectura en voz alta es una las estrategias mejores y más sencillas para pro-mover la lectura, y puede contribuir a conectar a niños y jóvenes con textos que tienen cierto grado de dificultad y que generalmente respon-den a ciertas situaciones históricas alejadas de su cotidianidad.

Los mediadores pueden proponer la lectura por capítulos en grupo, conversaciones sobre los avances de la lectura, discusiones y dife-rentes estrategias para motivar el interés por el texto. También el mediador puede aprovechar el interés que suscita una película para motivar a los jóvenes a adentrarse en su lectura o apo-yarse en las nuevas tecnologías para explorar y sumergirse en el texto. Hace poco me sorpren-dió ver en un club de lectura de jóvenes, donde leían La Iliada, cómo utilizaban Internet como apoyo para entender la complejidad de las rela-ciones entre los dioses griegos. Los jóvenes ba-jaban de Internet diagramas y mapas para ilus-trar y aclarar la jerarquía y las denominaciones de los distintos dioses, estos impresos adorna-ban las paredes del salón donde se reunían y les ayudaban a entender y a disfrutar el texto.

Por último, los mediadores tienen que ase-gurarse de que los clásicos estén incluidos en la oferta de la biblioteca pública y escolar, que se exhiban y se promuevan junto con los demás materiales de la biblioteca.

F.H.D.: Según tu juicio, tomando en cuenta los nuevos formatos, los nuevos lec-tores y las condiciones cada vez más vertigi-nosas de consumo de información, ¿pueden seguir aportando los clásicos a generaciones de lectores por venir?

G.M.R.: Yo confío en que seguirán aportan-do, al igual que aportan hoy al lector contempo-ráneo obras que fueron escritas hace cientos de años. Esa es la magia del clásico.

¿Por qué continuamos emocio-nándonos con La Odisea, con Madame Bovary, con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde si fueron escritos para otra gente, para otra época y para otro mundo absolutamente diferente, que poco o nada tiene que ver con la manera en que vivimos y nos relacionamos hoy?”

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¿Por qué ciertos libros

latinoamericanos se han convertido

en clásicos? por Isabel Mesa Gisbert

Cuando se inicia la independencia de los distintos países latinoamericanos, los escritores locales comienzan a des-ligarse de la influencia europea para caminar por cuenta

propia. Se comienza a gestar una literatura que va a producir obras cuyas trascendencia va a superar el tiempo y los límites geográficos. Se consolidan los clásicos de las letras latinoameri-canas, obras inaugurales que marcan los paradigmas de una li-teratura propia, que son un modelo en su género y presentan en su argumento valores éticos y estéticos capaces de trascender su propia época. Y esto ocurre también con la literatura infantil y juvenil que se gesta en Latinoamérica.

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La mezcla de razas y culturas; el latifundio, que desempeñó un papel predominante en el auge de las economías de exportación; la edu-cación, importada de Europa y de Estados Uni-dos, vista como un instrumento de formación o de transmisión de ideas, fueron temas que se plasmaron en la literatura infantil y juvenil del continente a partir de escritores que fueron los verdaderos precursores de la literatura infantil en Latinoamérica. Autores que estaban segu-ros de que la literatura podía jugar un papel de cambio entre el rígido texto escolar de una escuela que recién descubría el concepto de in-fancia, y una literatura que se acercaba a sus lectores.

Autores como Rafael Pombo, José Martí y Monteiro Lobato creyeron en una transforma-ción de pensamiento que debía comenzar con los más pequeños; propusieron una educación igual para niños y niñas, en una literatura que modernizó el concepto de infancia por su len-guaje coloquial y los temas de interés de sus lectores. Horacio Quiroga, Constancio Vigil y María Elena Walsh supieron dirigirse de una manera distinta a los niños, porque compren-dieron que impregnando sus cuentos de humor y sorrna, de personajes traviesos y rebeldes, re-galaban una literatura lúdica y de placer con la que sus lectores podían identificarse. Carlota Carvallo, Marcela Paz y Joaquín Gutiérrez crea-ron niños de carne y hueso, indios, negros y blancos, con defectos y virtudes similares, que se desenvuelven en la vida real a través de sus propias capacidades. De esa manera, insertan la diversidad cultural latinoamericana en una literatura en la que solo los blancos tenían el privilegio de protagonizar. Oscar Alfaro y Javier Villafañe denunciaron lo que no les parecía jus-to para su tiempo y por eso sus obras desa-fiaron a una época en la que el niño no debía salir de su burbuja de cristal. Escribieron una literatura con temas prohibidos para la infancia como la muerte, la discapacidad, la mendicidad y la explotación del niño trabajador situando al lector en un mundo real.

Así, la literatura infantil y juvenil latinoa-mericana crea clásicos más jóvenes que los eu-ropeos, los cuales fueron adquiriendo un sello propio a partir de una temática y personajes latinos que dieron lugar a libros maravillosos que, como todo clásico, han perdurado en el tiempo.

Iniciemos nuestro recorrido latinoamerica-no a mediados del siglo XIX con Rafael Pombo (1833-1912), el autor más representativo de la literatura infantil colombiana. Era un hombre al que le interesaba la pedagogía y estaba segu-ro de que la literatura infantil era un excelen-te instrumento para formar a la niñez. Pombo tuvo una gran vocación por la literatura infantil en la que dio rienda suelta a su fascinación por lo fabuloso y lo mágico. Así surgen Fábulas y verdades(1893), con más de 160 fábulas que retoma de Esopo, Iriarte, Campoamor y otros autores, imprimiéndoles un toque literario pro-pio. Es verdad que no se aparta de la moraleja y algunas lecciones de buen comportamiento, que si bien están presentes no son lo esencial de su obra. Por otro lado, están sus cuentos escritos en verso a la usanza de Charles Pe-rrault, Cuentos pintados para niños (1867), en los que inventó personajes como un renacua-jo paseador que no le hizo caso a su madre y terminó comiendo con Doña Ratona; o el caso de la pastora que encuentra a sus ovejas sin cola y las pega con miel y costura. También en verso son sus Cuentos morales para niños for-males (1869) que todavía hoy en día son leídos por niños y adultos de toda América. El acierto del autor fue escribir para los niños sin ningún fin didáctico, sino mas bien con mucho humor, con abundantes diálogos entre sus persona-jes y sobre todo con destreza, pues su objetivo principal era desarrollar la imaginación de sus lectores.

Años más tarde nace en La Habana José Martí (1853-1895), quien desde muy joven se inclina por la política e inicia una lucha infatigable por la unidad de su nación, por la independencia del dominio español y en contra de la expansión de Estados Unidos.

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Comienza a escribir para los niños, bajo un co-mún denominador con Pombo: para educar y transformar el pensamiento es necesario empe-zar por los más pequeños. Por eso sus escritos infantiles tienen un tinte pedagógico e ideoló-gico. La obra infantil que lo hizo inmortalizó fue La Edad de Oro (1889). A la manera de una pequeña enciclopedia, esta revista tuvo como objetivo llegar al niño con un contenido que lo eduque, lo mantenga ocupado, pero sobre todo que le muestre su pasado y su presente de una manera fácil de comprender. Conocido como el libro fundamental de la literatura infantil cubana, estas revistas de edición mensual in-cluían poesía, narrativa tradicional, lecciones de historia universal, des-cubrimientos, folklore, ciencia y muchos otros temas. Martí escribió y editó este proyecto desde Nueva York durante su exilio, aunque se publi-caron solamente cuatro números que circularon primero en Cuba y que no tardarían mucho en llegar a toda América. La publicación se inte-rrumpió porque el editor quería que se inculcara el temor de Dios, cosa a la que Martí se opuso.

A finales del siglo XIX aparece el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) cuya vida se vio rodeada por la constante de la muerte de fami-liares y amigos muy cercanos. Seguidor de la escuela modernista y obsesivo lector de Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, se convierte en un experto del cuento corto sumergido en temas que abarcan el horror, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Pero también toca-ron su inspiración Kipling, Jack London y su larga estadía en la región de Misiones (Argenti-na) para contextualizar su famoso libro infantil Cuentos de la selva en los verdes paisajes de la selva tropical, donde los animales son pro-

tagonistas. Esta obra infantil lo inmortalizó en Hispanoamérica. Son relatos que muestran el conocimiento que Quiroga tenía sobre la flora y fauna del lugar, y que había estudiado y do-cumentando con minuciosidad. Dedicado a sus hijos, el libro tiene ocho cuentos que se publi-caron en primera instancia por separado entre 1915 y 1916.

Nacido en Montevideo pero con toda una vida en Buenos Aires, Constancio Vigil (1876-1954) tiene una gran visión como editor. Funda varias revistas de mucho éxito en Buenos Aires,

cada una para un pú-blico distinto. La más importante dedicada a los niños es Billiken (1919) que sigue vigen-te en la actualidad. Su contenido fue concebi-do para que los alum-nos tuvieran material escolar que los ayudara en sus trabajos. La re-vista que, además, te-nía cuentos y leyendas de América, historietas y personajes históri-cos, se dio a conocer en toda Hispanoamérica. Dentro de la literatura infantil, Constancio Vi-

gil creó personajes inolvidables como “la hormi-guita viajera” (1927), “el mono relojero” (1941), y “Misia Pepa”, una cotorra charlatana y men-tirosa (1941). Bajo un esquema tradicional de principios de siglo, los cuentos de animales hu-manizados, Vigil crea narraciones infantiles de aventura en las que sus protagonistas termi-nan con un mensaje de alto contenido moral y religioso que el autor imprime como valores importantes de la educación.

Finalizando la primera mitad del siglo XX surge la figura de José Benito Monteiro Lobato (1882 – 1948), uno de los más influyentes escri-tores de literatura infantil en Brasil y sin duda el pionero en este campo. En 1931 publica su

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famosa obra Travesuras de Naricita, el libro más importante en la literatura infantil brasileña que ha sido adoptado como lectura obligatoria en las escuelas de ese país hasta el día de hoy. Mon-teiro Lobato, además, fue pionero en la edición de libros infantiles en Brasil. Fue el primero en usar ilustraciones y un lenguaje que se acerca a los niños dejando atrás la literatura moralizante, didáctica y tradicional de los años 20 y 30. Los personajes de Travesuras de Naricita apuestan por una nueva forma de hacer literatura, pues al cobrar vida, hablar e interactuar con los ni-ños permiten que los pequeños lectores identifi-quen en la obra sus pro-pias historias sintiéndo-se parte de las mismas. Monteiro Lobato tuvo la visión de crear esta obra al mismo tiempo que Brasil adoptaba el pro-yecto educativo europeo y norteamericano de la “Escuela Nueva”. El es-critor brasileño creía en una educación que de-fendía el desarrollo de la personalidad infantil, en la que “los niños apren-den conforme su propia curiosidad y en el tiempo más adecuado de su ni-vel de desarrollo”1

Comenzando la segunda mitad del siglo XX aparece en Chile la obra de Esther Huneeus Sa-las (1902 – 1985) con el seudónimo de Marcela Paz. Durante su infancia crece con una serie de temores al hombre del saco, a los cucos noctur-nos y a los gitanos que roban niños, pero tam-bién recibe la influencia de sus tías Rita y Clara Salas Subercaseaux, quienes supieron imprimir

1 SARDINHA MACHADO JUNIOR, Luiz Bosco, Monteiro

Lobato, el pionero de la literatura infantil brasileña, y su

proximidad a los ideales de la escuela nueva en Revista

Electrónica de Psicología Política. Año 9, No. 26. Junio/

Julio 2011 (Internet).

en ella un gran sentido del humor y la búsque-da de lo absurdo. Papelucho (1947) fue la obra que llevó a Marcela Paz fuera de las fronteras de Chile. El nombre del personaje nace de su esposo Pepe Lucho, quien le regala una agen-da Nestlé con motivos infantiles2. La agenda se fue llenando con el monólogo de un niño de 8 años, a la manera de un diario de vida, que, al igual que la autora, tiene muchos temo-res: miedo a ser abandonado por sus padres, siente que es un estorbo en casa y, además, teme a sus amigos que lo amenazan constan-temente. La genialidad de Papelucho radica

en la espontaneidad del muchacho para relatar los eventos cotidianos de la vida tratando de solu-cionar problemas que a la larga quedan más en-redados que antes.. La obra es una crítica a los padres “ocupados” expre-sada desde el punto de vista de un pequeño que se siente realmente solo. Marcela Paz siguió escri-biendo otros libros sobre Papelucho hasta el año 1974, obras que se siguen leyendo en Chile y en va-rios países latinoamerica-

nos.Contemporánea de Marcela Paz, la perua-na Carlota Carvallo de Núñez (1909 – 1980) es otra destacada autora cuya carrera en las artes plásticas le dio una fina pincelada a toda su literatura. Como afirma el escritor peruano Alberto Thieroldt: “Carlota Carvallo fue una artista que escribía cuadros y pintaba libros”3,

2 PEÑA, Manuel (2009): Historia de la Literatura

Infantil en América Latina. Fundación SM. Bogotá.

Pág. 722.

3 THIEROLDT, Alberto (2011): Letras como pinceles.

Un escrito luminoso sobre Doña Sol. Manuscrito

publicado en el Boletín virtual “Vuelan Vuelan” No. 37

de la Academia Boliviana de Literatura Infantil.

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pues en todos sus escritos está presente la temática del color en la naturaleza.

Su primera novela Rutsí, el pequeño aluci-nado (1947), la llevó a la fama fuera de su país. Rutsí es un genio de los ríos que le pide al Padre Río que lo convierta en ser humano para con-quistar a la niña de quien está enamorado. La novela es un recorrido por la geografía y las tra-diciones del Perú, pues a lo largo de sus pági-nas se cuentan leyendas, mitos, creencias y su-persticiones que son parte de la región andina y amazónica. Si bien la obra es muy peruana en la medida que le plantea al niño la problemáti-ca de su pertenencia cultural, al mismo tiempo, está impregnada de valores universales como magia, imaginación y fantasía.

Argentina es un país con una gran tradición en teatro de títeres, y el precursor de este arte fue Javier Villafañe (1909 – 1996). Poeta, escri-tor y titiritero viaja por Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay junto a su carreta “La andariega”, ar-mando y desarmando su tinglado, y dando vida a sus muñecos en las plazas de los pueblos. Un gran impulso para su carrera fue el encuentro con Federico García Lorca, quien monta un es-pectáculo de títeres en Buenos Aires que dará inicio a una gran amistad entre ambos. En su recorrido por distintos países recopila una serie de cuentos orales que plasma en el libro Los cuentos que me contaron (1970). Maese Trota-mundos, presentador de los espectáculos de Vi-llafañe, con un sombrero de alas anchas y una larga capa negra, trascendió las fronteras junto a su creador. Titiritero y muñeco supieron ga-narse el cariño del público porque sus obras tenían humor e imaginación, pero sobre todo porque estaban cargadas de poesía.

De la misma época es el costarricense Joaquín Gutiérrez (1918 – 2000), quien al igual que mu-chos de su generación, llevó una vida consecuente con sus ideas políticas de izquierda, cargadas de idealismo y de lucha por la justicia social. Gutié-rrez salta a la fama con su libro Cocorí (1947) que escribió motivado por la convocatoria de un pre-mio literario de la Editorial Rapa Nui. El protago-nista, un niño de raza negra, mira sorprendido a

una niña rubia que conoce al bajar de un barco que espera en el puerto, mientras que la peque-ña cree que el niño se ha llenado de hollín. Ella le regala una rosa que se marchita en un día, y el niño decide recorrer la selva preguntando a los animales “¿por qué mi rosa vivió solo un día y otros tienen más años que las arenas del mar?” Es una novela que muestra la riqueza natural de la selva costarricense, el espíritu aventurero de su protagonista y que, además, valora la raza negra.

Oscar Alfaro (1921-1963) nace en un mo-mento en el que la sociedad no tomaba en cuen-ta al indígena, pero cuando Alfaro se inicia en la enseñanza de las letras surge en Bolivia una literatura que comienza la búsqueda de la iden-tidad nacional paralela a una fuerte corriente indigenista basada en la tierra y en la minería. Dentro de este contexto, fue el verdadero pione-ro de la literatura infantil. Utilizó con preferen-cia animales humanizados y objetos animados con el fin de explicar de manera crítica el com-portamiento de la sociedad. Parte de su narra-tiva tiene influencia de los cuentos de hadas, y en ella se enfatizan los valores humanos. Sin embargo, también se percibe un fuerte men-saje ideológico, político y revolucionario, que protesta contra el maltrato hacia el indígena, el marginado, el que es distinto y que denuncia la violencia familiar. Un libro emblemático de este género es El pájaro de fuego y otros cuen-tos (1990).Extraordinario poeta también crea versos controversiales en Alfabeto de estrellas (1950) denunciando la explotación del niño in-dígena que emigra a las ciudades. Escribe una poesía de protesta al maltrato, a la explotación de los niños trabajadores, a la transgresión de normas y al racismo. En 1955, se realiza una selección de lo mejor de su poesía en Cien poe-mas para niños.

Finalizando el recorrido de los pioneros la-tinoamericanos nos encontramos con María Elena Walsh (1930-2011). Poetisa, escritora, cantautora, dramaturga y compositora renueva la literatura infantil y logra que la poesía ad-quiera un sitial preferencial entre los niños que cantan sus versos en toda Hispanoamérica. Su

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carrera literaria dedicada a los niños se inicia en la década de los 60 cuando, junto a su com-pañera Leda Valladares, graba un disco con las cuatro canciones infantiles que la llevarían a la fama: “La vaca estudiosa”, “Canción del pesca-dor”, “El reino de revés” y “Canción de Titina”. Posiblemente nunca imaginó que sus lecturas de infancia, clásicos de la rima y el nonsense inglés como los Nursery Rhymes, se converti-rían en la fuente de inspiración de su obra. El magistral juego que realiza con las palabras forma versos divertidos sin sentido, y la con-notación absurda de los mismos logra que los niños identifiquen en su poesía sus propias tra-vesuras y disparates.

Desde mediados del siglo XIX, poetas, cuen-tistas, titiriteros y novelistas de distintas partes de Latinoamérica han creado obras destinadas a los niños que han trascendido las fronteras de sus países de origen. Algunos pensando en la educación y la transformación del pensamien-to del lector, otros denunciando las injusticias sociales, algunos mostrando el folklore y la ri-queza natural, los más volcando sus experien-cias de infancia en sus manuscritos y también aquellos que creyeron en una ideología en rela-ción a lo político y social, regalaron a nuestro continente sus maravillosas creaciones. Leer estos clásicos es reconquistar parte de nuestra identidad latina, es descubrir nuestra tierra y sus paisajes, es recuperar los mitos, tradicio-nes y supersticiones de nuestros pueblos, es reflexionar sobre las injusticias sociales que aún no podemos evitar, es leernos a nosotros mismos... porque cada una de estas obras tiene una voz propia que nos une en nuestra diver-sidad y que, como dice Borges, “un grupo de naciones han decidido leer urgidas por diversas razones, y que aún leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.

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Isabel Mesa Gisbert nació en La Paz en 1960. Es licenciada en Ciencias de la Educación y escritora de literatura infantil y juvenil. Tiene cursos de especialización en la Universidad de Arkansas y una maestría sobre Libros y Litera-tura Infantil con la Universidad Autónoma de Barcelona y el Banco del Libro de Venezuela.

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La magia de la lectura

por Alonso Cueto

Qué importante es buscar que los niños y jóvenes lean, que puedan descubrir mundos, que encuentren una relación

entre su vida y las palabras. ¿Es posible llegar con el sonido de la lectura al ruido que forma parte de nuestra vida cotidiana hoy en día? Es-cribimos y leemos novelas en silencio. Pero es un silencio lleno de los sonidos de la vida que aparece reflejada en los libros. Hay que recor-dar que ese sonido llega hasta nosotros desde la imaginación de un extraño –el escritor–, que de inmediato se vuelve nuestro cómplice. Esta complicidad entre dos extraños, los lectores y los escritores, es en realidad un milagro de la comunicación. Ese es el milagro del que que-remos que nuestros alumnos sean testigos. El milagro consiste en que podemos comunicar-nos a través del lenguaje con perfectos extra-ños, con gente que vivió hace muchos siglos y en lugares tan apartados, con Shakespeare o Cervantes o Dickens o Balzac o Dostoievski o Jane Austen, escritores que escribieron hace muchísimo tiempo.

El hecho de que ellos puedan conmovernos y hacernos sentir que son nuestros cómplices y que sus escenas y personajes memorables se inscriban en nuestra sensibilidad, reconocer a esos extraños como propios es un milagro que se debe al extraordinario poder del lenguaje. Esa es la razón por la que en Verona los guías de turismo llevan a sus clientes a conocer el balcón donde Julieta vio a Romeo o por la que en La Mancha los visitantes preguntan dónde queda la casa de la que partió El Quijote. Este nivel profundo del lenguaje es el que hace que nos importe la suerte de personas ficticias, el que nos hace llorar la por la muerte de Jean Valjean o Papá Goriot o emocionarnos por el

matrimonio de Jane Eyre o estremecernos ante la aparición de Moby Dick o rezar por la suerte de Oliver Twist. Es el lenguaje que solo la litera-tura nos puede dar porque la literatura, y solo ella, revela una verdad profunda y en esa ver-dad palpita una vida eterna, una vida que se re-siste al tiempo y al espacio; a los tiempos y a los espacios que son las propiedades de la muerte.

La narrativa surge quizá como una insu-bordinación contra la realidad, como un intento por edificar una historia más perfecta y más be-lla que la realidad, es decir –en palabras de Var-gas Llosa – como un intento por matar a Dios, como un deicidio. Y, sin embargo, lo contrario también es cierto. Si la narrativa es un inten-to de contraponer una estructura de palabras al caos y esa injusticia del mundo, también es cierto que nos revela ese mundo, nos hace des-cubrir la verdad profunda que se esconde de-trás de las apariencias. Esto es lo que muestra la narrativa y por eso es que decimos de una buena novela que sus personajes son reales.

La novela es fuego pero también es un espe-jo. Pero no es un espejo que refleja la realidad de un modo fiel. Es un espejo que se convierte en lupa y a veces en telescopio, y su luna puede ser cóncava o circular, es decir, es un espejo que hurga, descubre, profundiza, desentraña y revela aunque quizá de un modo oscuro, algo de lo esencial de lo que estamos hechos. Pue-de, por lo tanto, transformar la manera como percibimos el mundo a nuestro alrededor. Hace poco, un alumno que acababa de leer la des-cripción de un perro que hace Chéjov, me dijo que después de leer ese pasaje, todos los perros le parecían chejovianos. No caminamos del mis-mo modo por muchas calles de Lima después de leer a Vargas Llosa. No viajamos del mismo

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modo por los caminos de Cuzco o Andahuaylas después de leer a Arguedas, ni tenemos la mis-ma percepción de las calles del Londres victo-riano después de leer a Dickens. Al oponerse al mundo, la narrativa lo revela. Inventa para describir. Niega para afirmar. Nos descubre a nosotros mismos en nuestra soledad, nos reve-la zonas olvidadas de nuestro ser.

Tengo la impresión de que la narrativa es en cierto sentido la religión de lo humano. Me refiero a que los novelistas son los únicos ca-paces de desentrañar de la materia cruda de la vida lo distinto, lo esencial, lo sagrado, lo reve-lador, lo permanente. Hay una frase de Joyce que dice que el escritor hace lo mismo que el sacerdote en la comunión, convertir el pan y el vino en algo divino. El buen narrador construye con los elementos de todos los días verdades que son eternas o que aspiran a ser eternas, que nos enfrentan con algo que no podemos de-finir pero que se relacionan con lo irrepetible en cada individuo, en cada personaje. Creo por eso que no solo escribimos para evadirnos de la realidad sino también para reconocerla, para descubrirla. Un profesor que enseña a Borges puede pasear a sus alumnos por Buenos Aires que aparece en sus páginas, y un profesor que enseña a Vargas Llosa lo puede llevar por el Mi-raflores de sus novelas. El buen lector espera que un libro le revele el mundo.

Madame Bovary y El Quijote son nuestros modelos. ¿Por qué leen ellos, por qué leemos nosotros? Porque somos tímidos pero ilusos leemos a Emily Brontë; porque queremos reco-nocer los movimientos de nuestra propia sen-sibilidad leemos a Virginia Woolf; porque que-remos vivir en un mundo en el que importan el honor y la aventura leemos a Joseph Conrad; porque queremos creer que el amor es capaz de sobrevivir a las injusticias del tiempo y el olvido leemos a García Márquez; porque busca-mos adentrarnos en la monumental intimidad y belleza del mundo natural andino leemos a Arguedas; porque buscamos creer que la ino-cencia aún es posible en medio de la mugre y la pobreza y la explotación, leemos a Dickens; por-que no nos resignamos a la rutina de nuestra vida cotidiana y aspiramos a realizar grandes

hazañas leemos las historias del Rey Arturo; porque buscamos seres más consolidados, más perfectos, más totales de los que conocemos día a día leemos a Víctor Hugo; porque aspiramos a la tentación de la eternidad leemos a Borges; y porque aspiramos también a los placeres de la mortalidad leemos a Rabelais. Porque quere-mos ser otros y porque queremos ser nosotros mismos, porque queremos afirmarnos y negar-nos, porque quisiéramos ser todos sin dejar de ser uno. Creo que leemos y escribimos por todo eso y también por algo más que no podemos ex-plicar o al menos verbalizar. Los personajes que nos emocionan no existen. El Quijote no existe, tampoco existe el niño Ernesto de Arguedas y tampoco Santiago Nassar de García Márquez. Decimos que no existen. Y sin embargo, vaya que existen. Vaya que existe Santiago Nassar que quiere escapar de los hermanos Vicario y toca desesperado la puerta de su casa y el niño Arguedas que escucha repicar las campanadas que suben hasta las lagunas de las alturas y El Quijote que sale cabalgando sobre Rocinan-te para desfazer entuertos. Existen ellos como también todos los personajes que nos han emo-cionado y de tanto imaginarlos y leerlos y re-leerlos y emocionarnos, también terminaremos existiendo nosotros, en cada uno de ellos, y nuestra vida será más plena y más rica y más variada, en suma más feliz.

Contagiar a los alumnos este milagro no es una misión. Es un placer. Es compartir con ellos la emoción insuperable de una vida más plena. La lectura nos confirma que el sueño y la realidad, la imaginación y la razón, se super-ponen, se confunden, se hacen nuestros en ese acto supremo, de magia.

Texto leído en apertura del II Congreso de Literatura Infantil. Lima, febrero del 2012.

Alonso Cueto Caballero nació en Lima en 1954. Ha publicado varias novelas, entre las que destaca El susurro de la mujer ballena, pre-mio Planeta-Casa de América 2007. Por el con-junto de su obra ganó el premio Anna Seghers en el año 2000. Dos años más tarde obtuvo la beca Guggenheim.

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una apuesta interesante

por Iván Hernández A.

En la década de los 80 sale al mercado la colección Cara y

Cruz, una propuesta cuyo aporte fundamental era renovar la en-

señanza de la literatura en la escuela secundaria. Y principalmen-

te poner a disposición de mercado latinoamericano obras clásicas

de la literatura universal y regional.

El proceso para definir la colección fue interesante y dispen-

dioso. Partimos del hecho de que una de las razones por las cuales

la literatura en nuestros países ocupa un lugar poco importante

en la vida de la gente, tiene que ver con la forma como se ense-

ña esta disciplina. La propia experiencia nos confirmaba que el

aprendizaje de la literatura no debía reducirse a la memorización

de los nombres de unos cuantos autores, de sus nacionalidades,

de las obras que los habían hecho merecedores de la fama. Tam-

poco a la repetición de una serie de fórmulas abstractas respecto

a escuelas, tendencias y épocas de la literatura. El proyecto par-

tía de la idea de que la mejor manera de formar a los estudiantes

en el gusto por la literatura era interesándolos por la lectura de

buenos libros.

Desde este punto de vista, la razón y el conocimiento son ape-

nas algunas de las múltiples posibilidades de acceder a los libros:

no se requiere de un aparato crítico muy sofisticado para descifrar

los secretos que las obras guardan para los buenos lectores.

Bajo estos principios surge la colección Cara y Cruz, cuyo

nombre tuvo que ver con el doble propósito de que en un mismo

volumen alumnos y profesores contaran con la obra en edición

completa (Cara), y varios ensayos (Cruz) que ampliaran sus posi-

bilidades de disfrute y comprensión.

Los ensayos se encargaron a autores de diferentes épocas;

con esto se llamaba la atención sobre la forma en que la obra ha

sido recibida por lectores de tiempos pasados y por lectores de

hoy. Siempre que fuera posible, se procuraba, además, que los

autores de estos estudios procedieran de latitudes diferentes, de

modo que los lectores pudieran percibir que la aproximación críti-

ca a una obra depende de las herencias y circunstancias cultura-

les. Pero, ante todo, se propiciaba que la Cruz extendiera una invi-

tación a la lectura, un canal para entablar conversación entre un

lector experimentado (el crítico), y otro que no lo es. La colección

Cara yCruz

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(este es el punto más importante) estaría integrada por libros clá-

sicos, con énfasis en la literatura colombiana y latinoamericana.

Para el caso de Cara y Cruz, se considera como clásicos aque-

llos libros que han merecido el favor de los lectores y la crítica por

un período no menor a cincuenta años. Naturalmente, la mayoría

de los incluidos en la colección son clásicos sobre los que no existe

ninguna discusión. Sin embargo, otros han sido más discutibles.

¿Qué hacer? Nada distinto que confiar en el buen juicio del editor

para su elección. La inclusión de algunas obras de la literatura

actual, y de obras cuyos autores aún escriben, está en directa

relación con su calidad, con el hecho de que éstas se vislumbran

ya como clásicas.

Desde el inicio del trabajo se sabía de las dificultades que el

proyecto tendría que superar: la mayor, quizás, remover la pereza

y el anquilosamiento del sistema escolar. Había que llegar pues

con una propuesta novedosa. Además de la inclusión de títulos

nuevos, la colección debía ofrecer ensayos y traducciones propias

y recientes, de autores de cierto renombre en el ámbito latinoa-

mericano.

Si bien algunos países latinoamericanos contaban con un nú-

mero considerable de traductores y ensayistas, en virtud de que

poseían una industria editorial consolidada, la mayoría carecía

de ellos. Muy pronto, sin embargo, se constató que los países an-

dinos contaban con un número importante de lectores versados

en diversas lenguas, que podrían convertirse en traductores y en-

sayistas: bastó pues con darles la oportunidad para que mostra-

ran su talento, idoneidad y competencia. Este hecho fue definitivo

para hacer crecer el proyecto de Cara y Cruz en la medida que la

mayoría de las traducciones y los ensayos fueron hechos para la

colección.

Un buen número de estos profesionales no había llevado a

cabo este trabajo de manera sistemática y regular, lo que determi-

nó otro impacto importante de la puesta en marcha de esta colec-

ción. Después de esta experiencia, muchos de ellos continuaron

realizando esa labor para distintas editoriales latinoamericanas.

No es exagerado señalar que el trabajo de traductores y ensayis-

tas en la colección contribuyó notablemente a la consolidación de

otros proyectos editoriales, tanto en Colombia como en los países

andinos.

Los libros de Cara y Cruz, por lo novedoso de sus títu-

los y por sus estudios críticos, fueron ganando adeptos en-

tre los lectores comunes (personas no adscritas al mercado es-

colar), aquellos a quienes les interesaba literatura porque sí.

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Los libreros exhibían los títulos entre las novedades, y los asiduos

a las librerías los adquirían atraídos por su contenido serio y diver-

so. No sobra comentar que muchísimos de los títulos aparecidos

generaron comentarios, críticas, reseñas y artículos en periódicos

y revistas nacionales y latinoamericanas. Este interés suscitado

entre críticos, lectores, profesores y estudiantes hizo que la co-

lección se convirtiera en un punto de referencia, una brújula que

indicaba que se iba por buen camino.

Cara y Cruz logró que autores que estaban completamente ol-

vidados recobraran interés y se difundieron otros que sólo eran re-

conocidos en sus propios países. De este modo, se creó conciencia

entre los estudiantes respecto a que la literatura latinoamericana

no había comenzado con los autores del boom y que tampoco ter-

minaba con ellos.

Los 120 títulos que se publicaron durante esa etapa mostra-

ron un abanico muy variado en cuanto a nacionalidades y épocas.

Hay, sin embargo, lagunas importantes: no están algunos clásicos

griegos, faltan clásicos latinos y el número de autores españoles es

muy reducido, lo cual es grave.

Una de las mayores dificultades que implica apostar por los

clásicos tiene que ver con su nivel de recepción entre el públi-

co contemporáneo. Muchos de estos libros se han impuesto en

el tiempo por su calidad literaria y el hecho de que han marcado

nuevos paradigmas literarios.

Cuidadas ediciones como las que hemos logrado, con traduc-

ciones más cercanas y aproximaciones al contexto de las obras,

indudablemente han dado una nuevo impulso a estos clásicos.

Haciendo un balance de la receptividad de esta propuesta,

se puede decir que a pesar de que fueron muchos los vacíos, el

objetivo inicial de incidir en la manera de enseñar la literatura

se cumplió y Editorial Norma jugó un papel importante en este

proceso.

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En ocasión del aniversario número treinta de la entrega del Premio Nobel de Literatura al escritor colombiano más reconocido a nivel mundial, considerado un clásico hispanoamericano de todos los tiempos, Editorial Norma publica GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ PARA TODOS, y pone en manos del público 15 hermosos volúmenes que constituyen la colección más completa de su obra narrativa.

Derechos en lengua española para República Dominicana, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia y Ecuador.

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BARATARIA VOLUMEN XX • NÚMERO 13 • 20112

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Volumen IX - NO 1 - 2012

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