Revista de Literatura Moqueguana I

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Libro con contenido variado, desde poemas y cuentos, hasta ensayos y artículos de investigación. De autores moqueguanos y del sur del Perú. Año de publicación: 2014 Grupo Editorial "Los Malos Muchachos" Edición: Giovanni Barletti Diseño de portada: Gian Piero Repetto: Diagramación: Javier Lazo.

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    Revista de Literatura Moqueguana I

    Edicin: Giovanni Barletti

    Diseo de portada: Gian Piero Repetto

    Diseo y diagramacin: Javier Lazo

    Abril, 2014

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    La literatura moqueguana est en auge. Es un aliento renovado, imposible de

    silenciar. Una nueva literatura inspirada en Moquegua, en las acciones y des-

    venturas de su gente, desde las ridas alturas hasta las espumosas playas de

    Ilo. Y se debe celebrar esta intencin, de otra forma quedaramos olvidados

    para siempre como individuos y poblacin. Una nueva generacin de poetas,

    ensayistas y narradores que obliga a pensar en las pocas doradas de la litera-

    tura moqueguana, en Mercedes Cabello de Carbonera, primera novelista del

    Per, Luis Valcrcel, Amparo Baluarte, Jos Carlos Maritegui, grandes ge-

    nios separados entre s por el tiempo pero que representan definitivamente el

    ejemplo a seguir para nosotros. Poetas como Darwin Bedoya, Premio Cop

    Internacional 2011, galardn ms importante de la literatura peruana, entre

    innumerables premios nacionales e internacionales y una de las voces ms

    imponentes de la poesa latinoamericana, natural de Omate, su poesa est

    basada en la tradicin oral, en relatos de otras pocas y en recuerdos de la

    infancia que terminan sublimados por su voz imprescindible, hasta sobrepa-

    sar los escenarios descritos y ocupar con soltura la memoria del lector. Otro

    poeta considerado en esta revista es Juan Wilfredo Yufra, nacido en Ilo y con-

    siderado una de las nuevas voces de la poesa peruana, profesor universitario,

    ha publicado numerosos libros de poesa y ha ganado diversos premios como

    los Juegos Florales Universitarios de la UNSA en el ao 1998 o el Premio Na-

    cional de Poesa Guillermo Mercado. Jeffrey Kihien Palza es un narrador mo-

    queguano que actualmente se desempea en Washington, public en la dca-

    da del noventa El evangelio segn Marcel y vive enamorado de su ciudad na-

    tal, preocupado por el avance irresponsable, la contaminacin, el desgo-

    bierno.

    Presentacion

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    Gustavo Pino Espinoza, uno de los ms jvenes escritores de nuestra ciudad,

    estudiante universitario y Segundo Lugar en los Juegos Florales Universita-

    rios de la Universidad Catlica de Santa Mara. Y nuestra ciudad generosa ha

    adoptado tambin a escritores de otras ciudades, pero que han vivido tantos

    aos en su calor que no se les puede considerar de otro lugar, como Joel Be-

    nites Daz, natural de Trujillo, abogado de profesin y presidente actual de la

    asociacin cultual juvenil Los Malos Muchachos. Giovanni Barletti, narrador,

    ha publicado los libros de cuentos El que no corre, vuela, Dabai, Chelo, dabai

    y La casa amarilla, con este cuentario gan el Primer Concurso organizado

    por el colectivo y grupo editorial boliviano Gnero Aburrido. Jhener Pomaco-

    si Mansilla naci en Puno pero la mayor parte de su vida ha transcurrido en

    Moquegua, es una de las voces ms interesantes de nuestra literatura, su in-

    ters por rescatar la historia de Moquegua, su manejo verstil del verso y la

    prosa slo provoca esperar lo mejor de su inminente poemario.

    Para la presente edicin se invit a participar a dos escritores forneos y ami-

    gos: el poeta Lolo Palza Valdivia, natural de Puno, autor de numerosos poe-

    marios y considerado en diversas antologas nacionales, tambin al novel na-

    rrador arequipeo Juan Carlos Nalvarte, autor de El hombre de a cero y Sn-

    drome de Nothing Hill.

    Cabe destacar la importancia de generar un movimiento cultural perdurable

    en nuestra ciudad. La asociacin cultural juvenil Los Malos Muchachos desde

    el momento de su formacin tuvo como objetivo la promocin de la literatura

    pues es la pasin que une a sus integrantes, pero es tambin imprescindible

    promover la pintura, escultura, cine, teatro como nica forma de volvernos

    ms humanos y que sea adems un arte basado en Moquegua con aspiracio-

    nes universales.

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    Por ltimo, un agradecimiento al periodista Omar Benites Delgado, mximo

    pilar de la cultura moqueguana, por su empuje, su entusiasmo y apoyo en

    todas las actividades que nuestra asociacin ha realizado a lo largo del tiem-

    po.

    Asociacin Cultural Juvenil Los Malos Muchachos.

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    Antologa hotel Saqras

    Darwin Bedoya (OMATE-1974)

    (Habitacin nmero 11)

    Nadie sabe cmo es ella en realidad. Ni siquiera podran imaginar las formas

    que asume cuando empieza a terminar el da. Ninguno de ustedes podra sos-

    pechar que antes de la media noche sale a escondidas de su casa. Nadie sabe

    que camina apresurada por el jirn Lima y mira con cierta fascinacin a los

    gringos (siempre le gustaron los barbados y blanquiosos), esos tipos altos y

    silenciosos que a esa hora regresan contentos hasta sus habitaciones de hotel,

    luego de haber contemplado el concurso de carnaval en febrero. Tampoco

    podran saber que a una hora incierta es ella la que se divierte a oscuras

    con los santos de la catedral. Nadie sabe que antes del amanecer retorna a su

    habitacin con mucha prisa y entre jadeos sedientos logra encamarse segn

    su posicin original (como si nunca se hubiese quitado sus atuendos o movi-

    do un centmetro siquiera). Nadie se ha fijado que con tanto subir y bajar de

    sus altares en esta temporada de fiestas, la virgen cada da se est po-

    niendo ms flaca, ms pecosa, y que el traje le ha empezado a quedar grande

    igual que su nombre. Nadie sabe que maana, luego de terminar nuestra par-

    ticipacin con mi conjunto de danzarines, un poco antes de la media noche,

    cuando ya todos estn olvidados por el pblico, la invitar a comer un pollo a

    la brasa, incluida la Coca-Cola de rigor. Luego, disfrutaremos de unos tragos

    en el Noyka, mi karaoke favorito; despus, antes de la madrugada, lo s

    perfectamente, ella me dir adnde ir: Hotel Saqras le repetir, casi en el

    odo, al taxista. Entonces dejar de ser la virgen que todos admiraban y pre-

    tendan.

    LA VIRGEN

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    (Habitacin nmero 23)

    Despert sobresaltado. No saba dnde estaba ni cmo haba llegado all. Ech

    una mirada desde la ventana del Hotel Saqras, en todo su esplendor se po-

    da ver la baha del Titikaka, haca fro todava. Un fuerte dolor le estrechaba la

    cabeza y pareca que en cualquier momento le estallara. Recordaba vagamente

    la noche anterior: estaba en medio de danzarines, se rea con los disfraces; lue-

    go vinieron las copas y los grandes sorbos. Enseguida la msica desenfrenada,

    luego las luces sicodlicas y tambin quiso recordar aquel nombrecito que no

    saba exactamente. Reaccion de repente. Mir al lado, pero en el lecho no ha-

    ba nadie. Toc las sbanas para comprobar si estaban tibias, pero stas le de-

    volvieron una caricia helada. Nadie haba dormido con l ni junto a l. Qu

    habra pasado con aquella mujer? Dnde estara ella ahora? Inesperadamente

    timbr su mvil Xperia. Indeciso, casi temblando, cogi, como un autmata, el

    artefacto que sonaba sobre la mesita de noche, y pudo or una voz femenina

    dicindole: Hola, maana usaremos otro disfraz, y por favor, no te me canses

    antes de tiempo. Al terminar la llamada, entre el asombro y la tribulacin,

    distingui el nombre del remitente en el identificador de llamadas: Candelaria.

    CANDELARIA

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    (Habitacin nmero 53)

    Siempre llegaba para cada fiesta de febrero. Tena en su billetera las tarjetas y

    los calendarios que cada ao le obsequiaban en el Hotel Saqras. Desde la

    estacin de tren saba perfectamente a dnde ira. Tomaba del mismo paradero

    un taxi celeste que lo trasladara hasta las puertas del hotel. Ingresaba con la

    misma alegra de todos los aos. Elega la misma habitacin. Dejaba las male-

    tas en el lugar exacto y luego de un duchazo se detena frente al espejo. Viendo

    su rostro comenzaba a moverse como ensayando una danza. Y otra vez ocurra

    lo mismo: haca como que, frente al espejo, por primera vez lo envolva el

    asombro y se detena mirando y palpando su rostro con mucha atencin: tena

    los ojos tristes de su madre andina, la nariz kolla de aquel viejo yatiri, su pa-

    dre; el mentn altivo de su abuela pukara y las orejas pequeas de un primo

    lupaka del que nunca lleg a fiarse demasiado. Pero cuando llegaba la noche lo

    guardaba todo, con llave, dentro de la mesita de noche que solo l saba, por-

    que le gustaba tenerlo todo siempre a la mano, pues cuando llegaban las dia-

    blesas cansadas de bailar sin rumbo y l, muy caballero, les ofreca un tibio co-

    bijo en su habitacin, y ah compitiendo en la danza final, deban darse

    cuenta del origen de su virilidad y el asombroso parentesco con los legendarios

    danzarines pukinas que fueron sus antepasados.

    ESTIRPE

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    (Habitacin nmero 49)

    A Javier Nez

    La encontr dormida en el gradero de una casa con rejas y jardn. Por la forma

    en cmo estaba recostada, se poda adivinar que haba festejado mucho y que

    estaba completamente extenuada. Una hora antes haba terminado el concurso

    de carnaval. Y seguramente no encontr mejor sitio para descansar. La explor

    por un rato: era una hermosa diablesa. Pocas veces uno se encuentra con lin-

    duras as. Me acerqu hasta ella. Sin pensarlo dos veces le tom la mano fra y

    le ayud a levantarse, caminamos unos pasos y luego tomamos un taxi directa-

    mente al hotel ms cercano. Era la madrugada. Entramos abrazados y casi

    tambaleando hasta la recepcin de un hotel. Tena un cuerpo y porte atltico, y

    era pura robustez, producto seguramente de los gimnasios. Ella pareca roncar

    todava. El recepcionista nos dijo que no haba habitaciones disponibles. Casi

    mordindome los labios le dije un montn de majaderas. Felizmente al Salir

    de all, vi que pasaba un taxi desocupado. Le dije al Hotel Saqras, por favor.

    Ah nunca faltaban habitaciones. Y aunque no era tan tarde, tampoco all en-

    contramos una sola habitacin libre. As siempre es en carnavales, pens. De

    modo que le dije al hotelero que por favor, que ramos clientes de toda la vida.

    Que necesitbamos pasar la noche ah. Que no tenamos a dnde ir y que no

    bamos a cambiar de hotel. Entonces l respondi que una parejita haba en-

    trado solo a bajar bateras y que en unos instantes ms saldran. Fue entonces

    cuando ella, an con su mscara puesta y su traje brillndole en todo el cuerpo,

    dio signos de vida y eso me puso nervioso. El hotelero me entendi. Hizo el

    ademn de irse, pero estaba atento a cada cosa que hacamos sentados en el

    silln de espera.

    EL REGALO

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    Mi diablesa se movi nuevamente y trat de musitar algunas palabras. Fue en-

    tonces que una parejita sali ocultando su rostro. El hotelero me dijo: un to-

    que, ahora mismo le arreglo la habitacin. Le sonre. Y volv a mirar a mi dia-

    blesa. Pocas veces he tenido mala suerte. A esa hora siempre encontraba dia-

    blesas semidormidas en las calles. El ao pasado me encontr tres de ellas.

    Eran hermosas. Pero esta era, sin duda, el mejor regalo que me estaba dando la

    fiesta de carnavales de este ao. Regres el hotelero y me dijo que ya podamos

    pasar a la habitacin once. Le di las gracias y le puse sobre el mostrador el di-

    nero que ambos sabamos. Con bastante prisa me fui directamente hasta la ha-

    bitacin once. Abr como pude la puerta y con el pie logr cerrarla. Cmo pesa-

    ba mi diablesa. La recost con cuidado sobre la cama. No encend las luces.

    Siempre fue mejor as. Le acarici el rostro y le pregunt por su nombre. Ella

    segua roncando. Empec por quitarle la mscara. Luego su trajecito de luces.

    Sent que la sangre y la ansiedad me hervan. Entonces me apresur a besar

    sus pechos desnudos, pero al seguir besando y palpando me di cuenta de algo

    que, por hombre, no quiero decir.

  • 12

    (Habitacin nmero 57)

    Lleg la primera semana de febrero al Hotel Saqras. Esta vez llegaba por un

    asunto personal muy importante. Saba perfectamente lo que tena que hacer.

    Esa habilidad la haba aprendido desde chico, all en los tiempos de cuando su

    madre se pasaba horas enteras indicndole las cosas que tena que hacer para

    saber todo sobre su padre. Al entrar al hotel lo invadi cierta nostalgia de

    cuando arribaba a ese pueblo del altiplano junto con toda la familia para dis-

    frutar de las fiestas de carnaval. Un sinfn de imgenes atravesaba su mente.

    Cuando estuvo frente al hotelero se detuvo por un instante. Le mostr su DNI

    y firm en el libro de registro: Leonardo Sarmiento. Era el mismo Leonardo

    que haba descubierto su vocacin a los doce aos, cuando sus padres tuvieron

    que separase por asuntos de infidelidad que a l le explicaron como incompati-

    bilidad de caracteres. Ya recostado sobre la cama de su habitacin, senta que

    lo invada un profundo resentimiento, escuchaba las voces de su madre dicin-

    dole las formas en las que lo obligaba a espiar al traidor de su padre y, luego,

    contarle con lujo de detalle y minuto a minuto sobre todas sus actividades. A

    veces tena que contarle los viajes de placer a Puno y sus participaciones como

    danzante en el Conjunto Folklrico Diablada Azoguini. Pero como l alguna

    vez lo haba intuido, unos aos despus, vea a su madre tras las rejas cum-

    pliendo una condena por asesinato. Y fue por eso que Leonardo se inscribi en

    una academia de detectives. Se recibi con honores, y enseguida instal una

    oficina en el centro de Arequipa. Fueron aos de mucho trabajo y de grandes

    experiencias. Se hizo famoso, sobre todo, por resolver casos de infidelidad que

    terminaron convirtindose en su especialidad. Pero esa es otra historia, ahora

    est en Puno por m, piensa que esta vez remediar todas sus dudas sobre m.

    Alguien por ah le dijo que yo participar bailando este ao en los carnavales

    con su mejor amigo: Simn. Pero ser triste para l no poder resolver este caso

    SABIDURA

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    de traicin, pues no lo permitir. Yo que s todos sus procedimientos y formas

    de actuar, porque fui su colega durante cinco aos, hasta que a insistencia de

    l y por un breve romancillo que tuvimos, llegamos a casarnos. Ahora tengo

    la ventaja de saber dnde, cmo y cundo puedo encontrarme con mi amante

    sin que l lo imagine siquiera.

  • 14

    (Habitacin nmero 48)

    Un semicrculo de velas ardientes custodiaba una imagen de la Virgen de la

    Candelaria. Era una efigie hecha de barro por manos inexpertas, presida un

    improvisado altar de lajas y restos de animales que habitaban el Titikaka. El

    pequeo sagrario estaba construido en una esquina de la habitacin seis del

    Hotel Saqras. Un grupo de tres danzarines, todava con sus mscaras deslu-

    cidas, la adoraban detrs del crculo candente. No es hermosa nuestra vir-

    gen?, pregunt uno de los tipos que tena la barba desordenada y el rostro

    grasiento, metlico. Pero tena los ojos ms claros que los de un gringo. La cris-

    talina esperanza que refulga en aquellos ojos les hizo creer a sus compaeros

    que todava sera posible su salvacin. Se retiraron de la esquina dando por

    concluida la extensa oracin y, por supuesto, su acto de fe. Ms ligeros de con-

    ciencia, uno de ellos sentenci: La Iglesia bien puede reponer las joyas y evi-

    dentemente no sentira ninguna prdida. Los otros asintieron y, con cierta

    prisa, empezaron a acomodar en sus maletas las cosas que la noche anterior

    haban robado de una iglesia, all en un pueblito llamado Juli, mientras todos

    en Puno bailaban. El mismo tipo de rostro grasiento y ojos claros dijo:

    Aprense, la prxima Iglesia queda a tres horas de viaje. El taxista ya nos est

    esperando. Llegaremos justo al anochecer. La gente aqu todava seguir bai-

    lando una semana ms.

    BAILA MI DANZA

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    Malos muchachos

    Giovanni Barletti (MOQUEGUA-1988)

    Tried to run

    tried to hide.

    The Doors

    Esta vez comenz Benites y los rostros agrietados, tristes, medio dormidos vol-

    tearon a verlo. Por la vereda estrecha la gente camina en fila y conversa inter-

    mitentemente: dos mendigos miran estirarse los tobillos indiferentes, igual que

    la luz de un poste parece estirarse hasta que alcanzamos el siguiente, luz a me-

    dias que hace arder los ojos. Raymundo no dijo nada, segua mirando hacia

    arriba, la mejilla pegada casi al vidrio de la ventana. Ya no hay segundos pisos

    de esos que nunca nadie se da cuenta. Abre y cierra los ojos enfermizamente,

    msica de mierda que lo saca de quicio. De repente el vehculo frena y Jhener

    se ensucia la camisa con el lquido de la botella, el quejido metlico se funde

    con los dems, dura unos cuantos segundos y se eleva al cielo junto con el hu-

    mo oloroso de la noche. Cerca del valo suben dos mujeres, huelen a frituras y

    sudor y Raymundo podra matarlas, destruir todo slo porque siguen el ritmo

    con los dedos y el pie. Hay que bajarlo de la combi, recordarle algn solo de

    guitarra de Jimmy Page que lo obliga a reconocerse, caminar por este parque

    donde ya nadie se ama y que Benites insiste est envuelto en un leve tono ana-

    ranjado que hace arder los ojos. Varios perros vagabundos observan jugar a

    otros con sus dueos, estn ubicados estratgicamente en distintos puntos del

    parque y slo quieren que los dejen jugar; hombres vagabundos salen de un

    bar cerrado y preocupados, angustiados se dirigen tambalendose a cualquier

    lugar para no ir todava a su casa. Un vagabundo se caga de fro sentado en una

    banca, su piel luce ajada, tiznada de polvo, humo, suciedad y cubierta apenas

    con retazos de ropa mugrienta por donde le afloran los testculos que, pudoro-

    so, esconde entre sus manos cuando alguien pasa muy cerca. Se llama o le di-

  • 16

    cen Salomn y Raymundo le pregunta cul es la capital de Turkmenistn, mo-

    neda, rgimen poltico y le responde. Sabe tambin multiplicar, dividir, amar.

    Viejas de mierda que salen de misa y al ver a Salomn cambian de rumbo, cru-

    zan la pista, creen que est loco. El mundo est mal hecho, hasta el culo, prego-

    na Jhener que ya se acab casi toda la botella y camina por el borde de la vere-

    da con los brazos en cruz. Quiere seguir hablando, pero es captado por los ojos

    desenfocados de la Mayra linda por el exceso de droga, su rostro filudo y plido

    y su nariz perfecta que Raymundo corre a besar y tocar levemente mientras ella

    sigue balbuceando palabras que nadie entiende, algo de colores y formas, algo

    que se mueve tan lento como ella y que acaba de ver. Seres mitolgicos, trans-

    humanistas, intervenciones extraterrestres prueba Jhener y Mayra linda pro-

    fiere un sonido, entonces comienza a hablar de los albores de los tiempos, seres

    fantoches, inexistencia del libre albedro hasta que llegan a las escaleras que

    conducen al cielo y ella las ve ms inacabables que nunca y empieza a correr.

    Benites va detrs mirndole el culo, quiere idear un verso al respecto y sobre

    las casas alrededor donde viven seres de rostros tenebrosos que corren sus cor-

    tinas para seguir nuestro paso y un segundo despus ya no estn. Jhener se

    resbala por las barandas, por el borde de las escaleras con los pies juntos, re;

    Raymundo contempla desde la cima de mil peldaos las luces de la ciudad, be-

    sa a Mayra linda y le toca las tetas mientras ella emite gemidos agnicos. La

    botella se desliza a una velocidad uniforme y bate un record de cada antes de

    hacerse trizas tan dignamente en la puerta enrejada de una casa. Ahora no hay

    trago ni combis y Benites camina por delante queriendo describir hasta los co-

    lores de los perros que se quedaron afuera y combaten encogidos unos con

    otros el fro de la noche. De rato en rato aparece un noctmbulo con su sombra

    a cuestas balancendose hacia los lados de forma amenazadora y quisiramos

    preguntarle al unsono si el sopor que sale de las casas e invade la calle desierta

    lo entristece tanto como a nosotros. La vereda es una sucesin de paraleleppe-

    dos rojos y amarillos separados por lneas que no se pueden pisar. Entonces

  • 17

    Raymundo llega primero y pasa varios minutos bloqueando la luz que llega

    desde un poste para reflejarse en el vidrio de la urna, se mueve lentamente de

    derecha a izquierda y los rasgos de su reflejo cambian de color y se definen.

    Dentro una virgen inclinada para contemplar el cermico rostro de su hijo en

    brazos y la naturaleza muerta de unas flores descoloridas. Todava no se pren-

    den las luces ni las voces de los vecinos se tornan cada vez ms fuertes y Mayra

    linda quiere gritar, salir corriendo mientras Raymundo sube al pedestal y arre-

    mete contra el vidrio sin producir demasiado ruido. Penetra en el reducido es-

    pacio, un hilillo de sangre le brota del hombro y sigue la trayectoria de su brazo

    antes de macular el manto y los pies juntos de la virgen. Jhener lo alcanza y

    atacan con piedras y patadas la base, jalan con todas sus fuerzas. Mayra linda

    lucha por zafarse de los brazos de Benites y se descontrola completamente

    cuando la imagen cae contra el borde de la vereda y se astilla en partes todava

    reconocibles. Materia blanca, polvorienta mezclada con unas pocas formas hu-

    manas y ropas inflexibles. El rostro apopljico de la virgen parece desangrarse,

    su polvo blanco se junta con la sangre de Raymundo en sus orgenes y se con-

    vierten en venas abiertas. Jhener cae sobre el cuerpo del nio y es puro polvo

    rosceo, hueco, ribeteado de amarillo. Ahora hay que correr si se puede. Mayra

    de mierda que llora y acaricia los dedos intactos de una mano que antes soste-

    na algo. Raymundo le dice lisuras y por ltimo la lleva en brazos, seguro que

    sus heridas se pueden ver a lo lejos.

  • 18

    -1988) Jhener Pomacosi Mansilla (PUNO

    Mujer

    Mujer, ten piedad de los hombres, no dejes

    que te miren y se pierdan en desiertas

    ilusiones, qu ser cuando te alejes?

    No salgas ms, por favor, vuelve a tu casa,

    al suave rincn secreto, cierra puertas

    y ventanas y no preguntes qu pasa.

    Pronto! Refgiate entre paredes ciegas,

    donde nunca hars llorar ardientes ojos

    porque ruegan un amor que t les niegas.

    Mujer, no lo has pensado, crees que ser bella

    es suprema bendicin, por los despojos

    que otros sufren y que en ti no dejan huella.

    Vers cuando te toque con amor criar

    un hijo, y otra como t le har llorar.

  • 19

    Mi reflejo

    Aqu estoy yo, solitario ante un espejo

    que es imparcial y sincero hasta el dolor,

    conociendo resignado mi reflejo.

    Ese rostro que no sabe presentarme

    me hace triste desde el da en que el amor

    demostr que a m prefieren ignorarme.

    Soy y no soy yo, esa piel que no cautiva,

    esos rasgos que esconden mis sentimientos,

    mi alegra, mi esperanza que est viva.

    Yo soy ms de lo que muestran los cristales

    y soy ms de lo que ven tus ojos lentos

    habituados a quedarse en los detalles.

    Porque hay alguien que algo bueno descubri

    en el mar de imperfecciones que soy yo.

  • 20

    Desvaros

    Una duda me estremece, algn perverso

    desvaro que se filtra hasta en mi sangre

    cuando pienso por qu existe el universo.

    Ms all de las preguntas de saln

    cerrado, que jams acallaron mi hambre

    de respuestas, ahora busco una razn.

    El porqu de la existencia, la causa ltima

    del ser pensante. Nuestra frgil cordura

    no basta ante la noche ciega. Qu lstima!

    Cmo se explica los misterios del cosmos

    el moderno salvaje? Cunta locura!

    Qu es el cielo? Qu no vemos? Qu no somos?

    Qu pasa si Dios, al crear la humanidad

    slo quiso entretener su eternidad?

  • 21

    El pan est en la mesa

    Jos Carlos Valdivia Vera (MOQUEGUA -1990)

    Miraba sus mejillas sonrosadas, su carita tierna, pensaba en manzanas rojas

    iluminadas, esos ojitos con luz en el iris, los labios y su boca de fresa, los cabe-

    llos largos que caen y acarician toda su espalda y las puntas que ya casi besan

    la cintura.

    Hermosa!- piensa l, y espera un momento. La vuelve a acariciar mientras

    ella no deja de mirar al gran oso naranja que emite una meloda cada vez que

    lo aprieta.

    -Hermosa!-repite convencido. Miles de imgenes se le vienen a la mente como

    una onda de mar, dejando al rostro ensombrecido. Imgenes de dicha, imge-

    nes de triunfo, de orgullo, la imagina creciendo a travs de los aos, la suea

    joven, con un diploma en la mano, se alegra, el rostro reacciona y sonre.

    Se inclina hacia un lado y rebusca en uno de sus bolsillos.

    Saca una cajetilla de cigarros rubios, toma uno y se lo pone entre los labios,

    humedece con su lengua el extremo poroso que primero es dulce y luego, ins-

    pido. Toma un cerillo y lo raspa en la superficie spera que colma ahora sus

    mejillas, producto de una barba naciente.

    Protege la llama despus de verla expandida y la acerca al cigarrillo. Hace una

    mueca exagerada de beso apasionado que incluye las cejas bajas, los ojos semi-

    abiertos y una jeta peninsular. Aspira con lapsos y la llama comienza a dar lati-

    gazos a las hebras de tabaco que toman vida y brillan incandescentes.

    En nada ni en nadie se puede confiar mucho- se le antoja decir, y las ondas

    de sonido se dispersan mucho antes que el humo que las acompa al salir de

    la boca.

  • 22

    De pronto se aturde, mira a la nia y comienza a mover los brazos para disol-

    ver la nube, derecha a izquierda, arriba y abajo, los pedazos humeantes ms

    densos bailan entre los movimientos corporales del hombre antes de disolver-

    se completamente. Siente el olor del tabaco y reconoce la nicotina con una ex-

    trema sensibilidad, se exaspera, y apresurando el paso, abandona el amplio

    dormitorio, baja las gradas en cuatro saltos y sale al patio trasero.

    Le resulta muy agradable el nuevo ambiente, tranquilo y libre de tensiones, y

    encuentra el siguiente pitazo sabroso no quiero que fume, piensa. Mira el

    cigarrillo entre sus dedos y existe solo la mitad, levanta la cabeza y dirige la

    expulsin del humo condensado hacia el frente; aparece por un instante una

    creciente varilla ploma que se dispersa lentamente en el calor.

    Mira al frente y se percata de algo o alguien, rpidamente hace un gesto diplo-

    mtico a una seora de cabeza blanca y pasitos frgiles, que saca su brazo en-

    cogido debajo de un chal y lo levanta con nimos. La imagen de la mujer se

    empequeece a medida que sigue por esa calle de muros altos y l la sigue con

    la vista, espera a que desaparezca. Total piensa dobla en la esquina. La mu-

    jer desaparece y la cabeza del hombre toma la orientacin habitual.

    Piensa en la muerte. Lo aturde la idea, pero no se exalta. Y no por propio estoi-

    cismo. El nico miedo que lo paraliza, que abre sus grandes ojos corresponde

    al cambio. Y el cambio de estado, de vivo a muerto, es tal vez su peor pesadilla.

    Se ha acostumbrado a vivir y no conoce otra forma de existir. Aceptar que to-

    dos sus objetos, como las ideas, emociones y sentimientos construidos en su

    vida, desaparecern en un momento para l, es inaceptable. La vulnerabilidad

    que lo envuelve en ese pensamiento lo irrita y deprime.

    Da el ltimo pitazo al cigarrillo y expulsa lentamente el humo denssimo acu-

    mulado por las bocanadas que mutilaban al cigarrillo en cada inhalacin. De

    repente pasa una rfaga de viento y los humos dispersos siguen el movimien-

    to, como a bordo de un tren invisible. El mismo tren se lleva sus pensamientos

    de la muerte.

  • 23

    Poco despus, arroja y pisa en el suelo las ascuas.

    Regresa a su casa, dando dos pasos largos y empujando el umbral de la puerta.

    Cierra la puerta a sus espaldas y erguido, respira hondo, esperando disipar el

    humo de sus pulmones y las emociones. Sus cejas bien pobladas antes frunci-

    das, son influenciadas por el ejercicio y estn ahora paralelas al horizonte, in-

    dicando serenidad. Adopta un bienestar en su pecho y se dice dos veces que

    todo va bien. Siente que es un hombre hogareo, un buen padre, y experimen-

    ta una felicidad efmera, interrumpida inmediatamente por los pensamientos

    que surgen de sus miedos a los peligros que acompaan el camino de la vida.

    Como una pelcula se proyecta en su mente una pelcula de suspenso. Sigue

    teniendo estos pensamientos hasta que, un poco hastiado, sacude la cabeza y

    pestaea dos veces.

    Rubn Trujillo, hombre vehemente, se da cuenta.

    Ha adquirido un compromiso, esta vez consciente y real. Su mente antes into-

    lerante del compromiso ha cedido a la comprensin de lo que significa la res-

    ponsabilidad, que nace del amor y de la valoracin verdadera de cada una de

    las cosas de la vida.

    Qu extraa sensacin piensa y dice exigido, pero feliz.

    Se aleja de la puerta hacia las gradas caminando lento, las manos tomadas de-

    trs de la espalda y silbando un ritmo, acompaado de vez en cuando con in-

    tentos de ingls, que terminan produciendo extraos sonidos ininteligibles.

  • 24

    Terror Can

    Ren Coayla Causillas (MOQUEGUA -1988)

    No quiero empezar esta historia, lo admito. Pero ltimamente he visto cosas

    demasiado impresionantes, situaciones muy increbles. Algunas tanto y en

    tan extraas circunstancias que estn siendo consideradas por muchos como

    meras historias ficticias. A quienes crea mis propias amistades, incluso, he

    sorprendido diciendo que mis visiones son y han sido siempre producto de una

    imaginacin desconsiderada.

    Por eso me cuesta decirlo hasta he llegado a rectificar falsamente hechos

    verdaderos con tal de que me dejen tranquilo y cesen las constantes muestras

    de desprecio e incredulidad a las que me han sometido. Si ellos hubieran visto

    lo que yo, es seguro que no podran afirmar lo que ahora piensan, pues conoce-

    ran la terrible sensacin que slo sienten aquellos que han sido presas del te-

    rror inusitado.

    Pero an as, ni las burlas, ni la incredulidad de nadie impedirn que prosiga.

    Djenme, que yo mismo no s si obtendr al exponer este relato la condena de

    un eterno estado de locura, o ms bien la tranquilidad de mi pobre y an con-

    fundida alma.

    Tuve yo tuve de verdad? un perro, un hermoso ejemplar de mediana esta-

    tura que encontr en extraas circunstancias. An recuerdo la primera vez que

    lo vi. Fue cuando llegaba del trabajo, muy entrada la noche; l estaba sentado

    frente a mi casa, mirndola como si esperase algo. Me extra en un primer

    momento que un animal como ese mantuviera tan extraa posicin, pero estos

    pensamientos se difuminaron cuando me percat de su peculiar belleza. Des-

    cribirlo ser muy fcil, pues no haba nada malo en su aspecto, todo lo contra-

    rio, era muy hermoso: de pelo liso, brillante y sedoso, blanco como la nieve,

    una sola mancha caf cubra parte de su rostro.

  • 25

    Para m, al menos, en ese momento el animal slo denotaba una completa

    inocencia.

    No me culparn entonces por haberlo dejado entrar a mi casa. Adems, para

    ser sincero, creo que tampoco hubiera podido evitarlo: l actu resueltamente,

    apenas saqu las llaves se puso de pie y cruz la pista rpidamente, en el mo-

    mento que yo abra la puerta, se anticip con la ms asombrosa naturalidad a

    mi paso y entr a mi casa antes que yo, cual si fuese el dueo de la misma. Una

    vez adentro los dos, lo primero que hice fue darle agua, la cual el perro bebi

    completamente. Luego sin pensar siquiera si tendra dueo intent ponerle

    un nombre. Pero no me convenc por ninguno. As que lo dej en el patio sin

    ms y me adentr a mi habitacin. Es preciso aclarar que vivo en un quinto

    piso, en una casa inmensa, posiblemente la ms grande de la calle. En cada

    piso hay por lo menos dos departamentos, por tanto, imaginarn lo amplio del

    ltimo piso y la enorme terraza que me sirve de patio, al fondo del cual est la

    nica habitacin que hay en el techo, la ma. Estuve debatiendo entre dejarlo

    afuera o permitirle entrar unos minutos, hasta que me decid por hacerlo pasar

    slo por esa noche. En breve me di cuenta de que era, por dems, el ms edu-

    cado animal que haba visto de entre muchos que llegu a conocer. No haca

    bulla, ni morda las cosas. No ladraba ni lloraba, ni siquiera saltaba para que le

    hiciera carios, como es natural en los perros. Slo permaneci quieto a los

    pies de mi cama hasta que simplemente me dorm, luego de una breve lectura

    y un poco de msica, cansado como siempre.

    Es aqu donde debo dar un giro total a esta historia, en la que hasta ahora no

    parece haberse entablado ms que una simple amistad entre hombre y perro.

    Pero no fue as. Al caer la noche, como mencion, dorm plcidamente algunas

    horas, pero ya ms entrada la madrugada, algo me despert.

  • 26

    Abr los ojos con cansancio, lo que no me dejaba dormir era que senta un fro

    fuerte y repentino. Sin salir de la somnolencia, vislumbr a duras penas algo

    sumamente extrao y por dems curioso: la puerta de mi habitacin estaba

    abierta. Al instante despert completamente, en mi mente la sorpresa cay co-

    mo agua fra. Me levant, de dos pasos me acerqu a la puerta y vi entonces lo

    primero que caus mi espanto, lo que signific el comienzo de una tortura sin

    igual.

    En la oscuridad de la terraza, a unos treinta metros de m, una figura clara se

    apoyaba, de pie, en el balcn. Era pequea y hasta hubiese pensado que era un

    nio si no hubiese sido tan tarde. Pero desde donde me encontraba no poda

    ver ms que aquella figura blanca apoyada de pie en la oscuridad. Slo en ese

    momento record que yo no estaba slo, record al perro, retroced para bus-

    carlo en el lugar que lo dej pero no estaba, mir debajo de la cama y no haba

    nada. Volv entonces al umbral y mir de nuevo, la figura segua ah, apoyada

    en el balcn. Imaginarn que fue una completa y compleja confusin para

    m. Primero el hecho de la puerta abierta. Es probable que alguien la haya

    abierto desde afuera? Pero, quin?, si vivo solo en este ltimo piso del edificio

    y aunque alguien haya subido a estas horas de la madrugada jams se atreve-

    ran a abrir mi puerta. Yo jams podra haberlo hecho. Estaba dormido. Con

    esto quiero explicar por qu pens lo que sigue: slo quedaba mi nuevo inqui-

    lino. Pero... no es lo ms absurdo eso? Cmo un perro podra abrir la puerta?

    Sin embargo, ah estaba. Aquella figura blanca en la oscuridad de la noche slo

    poda ser el perro. No lo pens dos veces y me acerqu, aunque lentamente, el

    fro era ms fuerte afuera, un viento helado poco comn alteraba el clima y yo

    estaba casi desnudo, con short. A pesar de que mi vista estaba fija en aquella

    imagen blanca, de pie, en medio de la oscuridad, algo me hizo desviar pronta-

    mente la mirada: una fuerte luz que ilumin en un instante el cielo, por un par

    de segundos y que se desvaneci tan pronto como apareci, dejando en mis

  • 27

    sentidos un calor estremecedor. El fro desapareci. Volv entonces a dirigirme

    hacia mi original objetivo, grande fue mi sorpresa entonces: haba desapareci-

    do. Apresur el paso y lo busqu con la mirada, me adentr un poco ms en la

    oscuridad y un instante despus el perro sali de entre las sombras y me mir

    fijamente. Estaba en cuatro patas, pero no dud en ningn momento que l era

    aquella figura que vi desde la habitacin. A excepcin de su mirada, todo era

    muy normal en l, ya que de sus ojos brotaba un brillo sin igual, lo cual fue su-

    ficiente para helarme la piel. Regres prontamente al cuarto y me dorm.

    Asombrado por estos ltimos sucesos, no quise ver siquiera al perro, slo pen-

    saba que a la maana siguiente se ira y podra olvidar lo sucedido.

    Muy temprano, ya de da, decid no hacer mucho embeleco y le dije simple-

    mente vamos. Tal como sospech por un instante, me entendi y sali junto

    conmigo. Pero yo a mi trabajo y l a la calle nuevamente. Al fin pude respirar

    tranquilo. Me hice la idea de que nada haba pasado la noche anterior y prose-

    gu mi vida con normalidad. Pas el da entero. No volv a pensar en el asunto,

    tena muchas cosas que hacer en el trabajo y adems quera ir a hacer algunos

    encargos. El tiempo pas lentamente y regres a casa tarde, como a las once.

    Hay personas que en este punto han desconfiado de mis palabras, pues he aqu

    algo que sin duda nadie podr creer.

    No bien hube doblado la esquina de mi calle, cuando reconoc, cual si el tiem-

    po hubiese dado vuelta atrs en vez de hacia adelante, al misterioso perro, sen-

    tado firmemente, con las patas delanteras apoyadas contra la vereda de en-

    frente de mi casa, observndola con atencin. Y cuando estuve cerca, el perro

    volte la cabeza y me mir directamente.

    Me acuesto, la fiebre me hace tambalear. Quiero olvidar, pero ya no puedo. A

    diferencia de anoche, ahora jams podra olvidar lo sucedido.

  • 28

    El perro entr de nuevo a mi casa sin que pudiera hacer nada para impedirlo.

    Lo intent, pero al abrir la puerta de la calle un dolor profundo en la sien me

    distrajo y me llev las manos a la cabeza. Antes de que me enterara el perro ya

    haba entrado y suba las gradas en direccin a mi quinto piso.

    Nadie puede imaginar el terror del que fui presa toda la noche en mi habita-

    cin. Esta vez me asegur de dejar al perro afuera, en el patio. Pero debo admi-

    tir que no hubo cinco minutos de tranquilidad por varias horas, me levant en

    ms de diez ocasiones para asegurarme que en la puerta estuviera puesto el

    cerrojo, hasta que finalmente, cansado, ca dormido nuevamente.

    En la madrugada, sucedi lo que ha sido motivo de las burlas ms agudas por

    parte de mis amistades y lo que marc en mi vida el ms absoluto rencor por

    las cosas increbles que tiene la humanidad, as como el miedo ms atroz hacia

    el cielo raso y a las noches sin luna, oscuras y heladas. Un fro repentino que

    sent a las tres de la maana interrumpi mi descanso nuevamente. Pero ape-

    nas abr los ojos una luz fortsima me alumbr directamente a la cara, cegn-

    dome la vista que recin despertaba del asombro. Comprob con pavor que

    aquella fuerte luz provena de adentro del cuarto, en medio de mi propia habi-

    tacin. En pocos segundos pude reconocer que en realidad no era una luz la

    que me alumbraba, eran dos.

    Eran sus ojos! Sus enormes y terribles ojos amarillos mirndome fijamente en

    medio de la oscuridad, como dos linternas apuntndome y congelando mis

    movimientos. Un dolor inenarrable me apret en las sienes. Intent moverme

    pero me result imposible, qued absorto frente al perro blanco, cuyos ojos

    estaban enormes y que alzado en dos patas pareca no un animal, sino un ser

    de algn otro terrorfico mundo. De sus ojos normales no haba rastro, pues

    eran ahora inmensos y alumbraban una fuerte luz hacia m directamente. Lo vi

    acercarse ms y ms. Y de repente sent un dolor agudo en el pecho. Con terror

  • 29

    intent agachar la cabeza y con esfuerzo lo logr, mir y vi en mi pecho una de

    sus patas, con extraos dedos que parecan agarrar una aguja inmensa que

    acababa de atravesarme justo en donde debe quedar el corazn. Lentamente,

    extrajo la aguja de mi cuerpo como quien retira una inyeccin letal luego de

    haber sido aplicada. Y acto seguido se dio vuelta atrs. Recin ah pude notar

    que la puerta estaba abierta, pero eso ya no era lo que me asombraba, sino un

    ser de algn otro terrorfico mundo. De sus ojos normales no haba rastro,

    pues eran ahora inmensos y alumbraban una fuerte luz hacia m directamente.

    Lo vi acercarse ms y ms. Y de repente sent un dolor agudo en el pecho. Con

    terror intent agachar la cabeza y con esfuerzo lo logr, mir y vi en mi pecho

    una de sus patas, con extraos dedos que parecan agarrar una aguja inmensa

    que acababa de atravesarme justo en donde debe quedar el corazn. Lenta-

    mente, extrajo la aguja de mi cuerpo como quien retira una inyeccin letal lue-

    go de haber sido aplicada. Y acto seguido se dio vuelta atrs. Recin ah pude

    notar que la puerta estaba abierta, pero eso ya no era lo que me asombraba,

    sino todo lo que haba sucedido. Mi cuerpo segua paralizado, no por el asom-

    bro, sino por una fuerza extraa que an me forzaba y se difuminaba lenta-

    mente a medida que el extrao ser se alejaba caminando.

    Cuando recobr la fuerza de mi cuerpo, sal corriendo al patio. Fue intil, ya no

    haba nada. Mir al cielo y vi la misma luz extraa de la noche anterior. Lenta-

    mente se alejaba. Con ella se iba tambin toda mi cordura.

  • 30

    Naufragios

    Lolo Palza Valdivia (PUNO-1964)

    Memorias

    Hemos caminado toda la vida para este encuentro, y

    yo estoy alegre como ese animal rosado de mi sueo

    que se tragaba los violines.

    Enrique Pea

    Lama y curaba las heridas de tu cuerpo

    (Mi cuerpo)

    Por qu han de terminar siempre las batallas?

    Si

    Solamente

    Dentro de tu piel

    Esta piel inflamada

    Queda a salvo del mundo

    T has visto los vacos de mi cuerpo

    (Tu cuerpo)

  • 31

    Para qu sirven las treguas?

    Si

    Solamente

    Cuando me abrazas desnuda

    Se pierden los abismos de la soledad

    Ahora que todo vuelve a la calma

    Cuido tus restos

    (Mis restos)

    Y en el yermo de las sbanas

    Beso mi herencia

    (Tus cabellos)

    Acomodo mi cuerpo

    En la hondura que ha dejado tu cuerpo

    Y en mis ojos

    Alumbrando el cuarto

    Vive tu sonrisa

  • 32

    Naufragios

    Digo la verdad

    Y naufrago

    Las naves se deslizan sobre aguas oscuras

    Y no hay puerto en los confines del mundo

    Los que deben partir

    Aligeran las naves

    Hay que clavarse los ojos

    Con las uas que dejamos crecer

    Cuidadosamente

    Como un manzano

    Entonces digo adis

    Y vuelvo a naufragar

  • 33

    Puertos

    Desterrada la palabra

    Olvidada la alegra

    Al viejo puerto

    Se lo llev el viento por pedazos

    Porque cada sueo es un riesgo

    Cada mar asomado al naviero

    Una cada insalvable

    En la carrera contra el tiempo

    A veces las huellas del da

    Siguen besando las huellas de la noche

  • 34

    Retazos de literatura en la obra de Kun Cabello

    Jhener Pomacosi Mansilla (MOQUEGUA - 1988)

    La historiografa no es un gnero literario, tampoco el periodismo; pero esta

    delimitacin enciclopdica debe aplicarse nicamente a las obras, no a los au-

    tores. Existieron grandes historiadores que cultivaron la novela o la poesa, y

    tambin grandes escritores que incursionaron en la investigacin histrica.

    Esta el caso de H. G. Wells en Inglaterra, Benito Prez Galds en Espaa, Al-

    fonso Reyes en Mxico o Domingo Faustino Sarmiento en Argentina, slo por

    citar algunos. En el Per tenemos, entre otros, a Ricardo Palma, Ventura Gar-

    ca Caldern, Jos de la Riva-Agero, Luis Alberto Snchez, Emilio Romero

    Padilla y Herbert Morote. Con todo, es normal que los autores dejen bien mar-

    cada la diferencia entre una narracin literaria, de hondo lirismo, y un relato

    histrico, eminentemente expositivo. A continuacin veamos un ejemplo de

    relato histrico:

    a la voz convenida de Santiago, a ellos! Sali la briosa caballera

    de sus escondites y arremetieron contra la indefensa multitud, que

    despus, con el estampido de las armas de fuego, huyeron aterroriza-

    das sofocndose entre ellos, de tal manera que segn numerosos testi-

    gos, despus de ms o menos una hora de esta innecesaria matanza,

    AtaoWallpa fue apresado por el capitn Hernando de Soto.

    Edmundo Guillen, La Conquista del Per de los Incas

    Ahora una narracin literaria:

    Y es ms digno todava de las Odas inmortales

    el caballo con que Soto diestramente

    y tejiendo sus cabriolas como l sabe,

    causa asombro, pone espanto, roba fuerzas

    y, entre el coro de los indios, sin que nadie

  • 35

    haga un gesto de reproche, llega al trono de Atahualpa

    y salpica con espumas las insignias imperiales

    Jos Santos Chocano, Los Caballos de los Conquistadores

    Ambos fragmentos nos refieren un mismo suceso: la captura de Atahualpa en

    Cajamarca por parte de Pizarro y Hernando de Soto. El primer texto es rico en

    informacin, el segundo es rico en msica e imgenes. He aqu la explicacin

    de por qu la historiografa y el periodismo, que sacrifican la lrica a cambio de

    informacin, no son gneros literarios. Pero, qu pasa si un autor rebelde de-

    cide incluir en su obra, por igual, todos estos elementos? Pienso ahora en

    Eduardo Galeano, un genio inclasificable. Pero sin ir tan lejos en cuanto a ta-

    lento literario, aqu, en nuestra querida regin Moquegua, tenemos un intelec-

    tual que supo fusionar lrica y periodismo con admirable astucia.

    Aunque todos le recuerdan como el notable historiador que fue, no fal-

    tan quienes consideran a Luis Enrique Kun Cabello un poeta discreto, claro

    que no al extremo de catalogarlo junto a Amparo Baluarte o Jovin Valdez, que

    tienen un amplio repertorio de fabulosos poemas; pero algo de lirismo deben

    tener sus obras para que le consideren, al menos, como un aspirante a poeta.

    Kun Cabello no public un poema en su vida, y si acaso escribi al-

    guno (de seguro que intencin no le falt), debi terminar apartado o quema-

    do, junto a otros manuscritos que consider impublicables. Quien lea su obra

    cumbre, Retazos de la historia de Moquegua, se encontrar con numerosos pa-

    sajes en los que el autor, ms que relatar una historia, pretende cantarle a su

    ciudad con fervor de enamorado, cantar al verde de los campos y el azul del

    firmamento de Moquegua, a Ilo acariciado por las tranquilas aguas del Pa-

    cfico, a la contemplacin policromada del bello paisaje lomeo, y la

    potica campia toratea. Resulta entraable, meldico, desenvuelto, exce-

    sivo y, quizs por todo esto, ligeramente empalagoso.

  • 36

    Los Retazos de la Historia de Moquegua abarcan quinientos sesenta

    pginas, si Kun Cabello se hubiera limitado a exponer datos histricos, evi-

    tando adjetivos pretenciosos y digresiones rtmicas, el libro no excedera las

    cuatrocientas, o tal vez menos, y sin omitir ninguno de los valiosos datos que

    contiene.

    Al margen de esto, no se puede negar que es un Investigador con ma-

    yscula, basta revisar la bibliografa al final de cada captulo, en cualquier obra

    suya, para tener una idea aproximada de su enorme esfuerzo. En treinta aos

    public una serie de libros capitales en la historiografa regional: Homenaje a

    Moquegua (1965), La Villa de San Agustn de Torata (1967), Moquegua y la

    Guerra con Chile (1979), Retazos de la Historia de Moquegua (1981), Santa

    Fortunata (1983), Retazos de la Historia de Ilo (1993), Retazos de la Historia

    de Samegua (1996) y una infinidad de artculos en revistas y semanarios. So-

    bra explicar por qu no es posible reproducir aqu los pasajes literarios de to-

    das estas obras, as que deber centrarme en las dos ms importantes.

    Retazos de la Historia de Moquegua

    Santa Catalina de Guadalczar:

  • 37

    La Jura de la Independencia:

    Haba llegado la hora en que San Martn tocara la campana de la libertad y

    cuyo taido se escuchara en su eco, hasta en los ms apartados confines de

    un territorio ansioso de liberarse despus de tres siglos de opresin. Pg. 82.

    Hijo de la Villa del Silencio en donde floreciendo en belleza y color abren sus

    corolas al sol, los bellos pensamientos, arrayanes y claveles, y las cascadas

    con su msica cantarina discurriendo loma abajo van llevando vida a la po-

    tica campia toratea. Pg. 280.

    Sin duda alguna, en los hechos comunes de la vida diaria, se elabora tambin

    el hilo sutil con que se va tejiendo la vida de un pueblo. Y en esos hechos por lo

    silente y su aparente trivialidad, pasa desapercibida la labor de aquel ser que,

    sin embargo, en el hogar y en la iglesia y en las actuaciones benficas o en los

    acontecimientos sociales, ha contribuido a la forja de nuestro avance mate-

    rial, a ser la animadora de gran parte de nuestras inquietudes o a ser timn

    que enrumbara muchos de nuestros afanes. Pg. 407.

    La historia de un pueblo, es la tierra y es el suceso; es el quehacer cotidiano y

    el recuerdo del ayer; es la gloria y es la derrota; es la opulencia y es la des-

    gracia; es la quebrada y el ro; es la loma y el cerro; es el verde de los campos

    Juan Scarsi Valdivia:

    La Mujer Moqueguana:

    La Mujer Moqueguana:

  • 38

    y el azul del firmamento; es la lluvia que se convierte a veces en torrente des-

    tructor y el sol que en ocasiones calcina los cultivos sedientos de agua. Pg.

    456.

    Acariciado por las tranquilas aguas del Pacfico y en una amplia y apacible

    baha, encerrada por Punta de Bombn al Norte y Punta de Coles al Sur, se

    levanta Ilo como el ltimo puerto meridional del extenso litoral peruano.

    Pg. 28.

    el meldico trinar de los pajarillos en la enramada y las vaporosas emana-

    ciones de plantas, flores y frutos que acarician con sus aromas las pituitarias;

    la cancula del verano con el sol radiante y abrazador; el vino colorido, la

    agradable fragancia y la provocativa apetencia de los frutos de la estacin; el

    susurro lastimero del viento, arrastrando caprichosamente las hojas que su

    impulso desprendi el fro entumecedor para hombres y animales que pren-

    de, sin embargo, perladas notas de poesa en las gotas del roco maanero,

    que cual lgrimas cuajan en los campos como llorando la tristeza de la esta-

    cin. Pg. 114.

    Retazos de la Historia de Ilo

    San Jernimo de Ilo:

    La Poesa en Ilo:

  • 39

    Cuando esta nubosidad llega a Las Lomas, alcanzando alguna altura, al en-

    contrar como obstculo las estribaciones cordilleranas, el vapor de agua que

    contiene, se condensa en forma de fina gara que refrescando la enorme ex-

    tensin de Las Lomas, si las condiciones son propicias, las reverdecen cu-

    briendo su ilimitada superficie con un manto de verdes pastos matizados, por

    el alegre colorido de flores rosadas, amarillas, violceas y del blanco de los

    amancaes, constituyendo un verdadero embeleso, la contemplacin policro-

    mada del bello paisaje lomeo. Pg. 271.

    No puedo terminar este artculo sin explicar por qu Kun Cabello emple re-

    petidas veces la palabra Retazos en sus libros de historia, y es por la misma ra-

    zn que yo la empleo ahora en este artculo. Pero, pensndolo mejor, que sea el

    propio historiador quien lo explique:

    Una mente y dos ojos son incapaces, intelectual y fsicamente de captar,

    abarcar y leer, todo lo que ha acontecido y escrito, hilvanando la historia de

    un pueblo. Y como su ttulo lo indica, debe considerarse (el libro), nicamente,

    como un conjunto de Retazos, palabra que el diccionario valora como Frag-

    mentos de un escrito o discurso. Eplogo de los Retazos de la Historia de Ilo.

    Pg. 287.

    El clima y el mejoramiento ambiental:

  • 40

    Ausente

    Joel Benites Daz (TRUJILLO - 1988)

    Slo hay una guerra que puede permitirse el ser hu-

    mano, la guerra contra su extincin.

    Isaac Asimov

    Cierra los ojos y el sol resplandeciente, amarillo, bendecido por la naturaleza

    que, si tuviera voz, le reclamara al hombre se acuerde de ella, esa luz traspa-

    sando los lmites de las zonas ms recnditas del planeta. Todo cambi para

    siempre, la sociedad profiere gritos estridentes e ininteligibles. Queda dormido

    en un lugar ignoto. Sus padres permanecen angustiados sin obtener respues-

    tas sobre su paradero. Las horas, los das, transcurren rpidamente. Roberto

    despierta, observa con tristeza a su alrededor. Las lgrimas caen bajo cielo

    tempestuoso que cambia de color por el clima. Un ligero movimiento puede

    alterar el futuro de una persona y es necesario saber la senda adecuada. La vi-

    da es corta y hay que aprovecharla al mximo. Roberto debe mirar hacia ade-

    lante, slo quiere ir a casa. Su objetivo principal es recuperar a su familia. Sus

    padres colocan afiches del desaparecido en las paredes, preguntan a cada indi-

    viduo desesperados como si les saliese el corazn por la boca, sudando la gota

    gorda. Ellos saben que "todo esfuerzo requiere un sacrificio" Roberto hasta lo

    imposible para cumplir su objetivo, pues tiene una gran cualidad: "Indagar".

    Habla de Filosofa todo el da. Msica, Narrativa, tica. Son tonteras. l es

    autodidacta en la prctica, su mejor escuela es la naturaleza. Aprender de ella

    es vital, quiere ser el ms listo de la clase. La camisa blanca, rota, sucia al llegar

    del colegio. Roberto pasa las hojas del diario de sus progenitores y el contenido

    del texto escrito lo cautiva e impulsa a seguir luchando por recuperarlos. En

    ese instante la soledad se apodera de su alma, pronto el da se convertir en

    noche y las luces que alumbran su trayecto estn a punto de apagarse.

  • 41

    La Avenida Per yace invadida de desconciertos. Una llama imaginaria se en-

    ciende al frente de l dicindole: "no te rindas, ests siguiendo el camino co-

    rrecto.". Si no fuera por aquella seal quin sabe dnde estara ahora. Los

    golpes de la vida lo hacen ms fuerte, esas cadas en un hueco hondo que pare-

    ce no tener salida le ensean a luchar contra lo que los mediocres llaman

    "imposible". Roberto repudia esa palabra. Cruza ros, atraviesa fronteras

    inimaginables. Echa de menos a su familia. Desde el fondo de su corazn pide

    a gritos que el destino los una de nuevo, aunque para algunos este no exista.

    Saca de su mochila un diario y escribe cada experiencia como si fuese el ltimo

    da de su vida, eso hace desfogar la ira que siente contra la ignorancia, el con-

    formismo y la mediocridad, utilizando un arma invencible: "La sabidura." Re-

    coge su mochila, Roberto contina la permanente batalla que ha decidido em-

    prender desde hace tiempo, pero que, invadido por el miedo tard mucho en

    decidir. Tomar decisiones se convierte, tarde o temprano, en una encrucijada

    que slo la podemos resolver con ayuda del conocimiento. Y la esperanza de

    libertad se diluye en un vaso lleno de desilusin que nos consume si no sabe-

    mos utilizar la razn.

  • 42

    Fbulas de Castell dos Rius

    Juan Wilfredo Yufra (ILO- 1977)

    A Vladimir Herrera

    Introduccin:

    Roa Bastos deca: Las palabras no son de nadie Juan Octavio Prenz: ...a la

    palabra no hay que hacerle levantar la cabeza... o algo por el estilo En reali-

    dad Prenz dijo: con la palabra hay que ser cruel.

    1

    Por aquellos aos uno trazaba con tiza algo en medio de las cosas se recuerda

    el ttulo encima / subrayado con letra strip al fin y al cabo con tiza La idea

    era esconder sobre el follaje de lneas esta perenne palabra ahora difusa - de-

    ms sobran itinerarios / medios escritos que sustentan su origen pero ah / en

    esa ruta esa voz viento extraviado / desolado en las tejas golpeando el suelo la

    mirada un pjaro / nadie entiende nadie observa las piedras que surgen impre-

    cisas pero ovaladas incandescentes / ocres pero nubladas (as con rima con-

    sonante a 3,876 msnm)

    2

    Curvas / un nudo en el horizonte en nuestros ojos / slo cerros a veces una

    cruz: una serpiente atrs va quedando su cauce su esqueleto una excusa difcil

    de contradecir

    Historia del Signo

  • 43

    1

    Sus pasos crean algo ms que una huella algo donde caben estas palabras que

    se arriman y porque el sujeto as lo quiere el sujeto claro sentado viendo

    disiparse un poema pensando en alguien que camina por algn sendero o gruta

    coge algunas ramas de olivo y otra vez observa la quebrada no hay un Ojo cerca

    slo mosquitos ese alguien que camina gira y se olvida del todo no re-

    cuerda el viento que mueve la arena de su boca no puede ya soar con aguas

    turbias para qu? slo escribe: Sus pasos

    2

    Estas peas son las mismas ha variado la mirada el aire que cruza Cada pieza

    contiene una mano sumergida ese animal avanza husmea / cree leer una seal

    opuesta al sol no tiene idea que su lengua se enreda que tropieza y balbucea

    slo algunas olas nadie ha visto ese hocico, esa mueca antigua esa forma de ser

    espantapjaros ese gesto de evitar unas palabras e inundarlas

    3

    Cae al fondo de su propia lengua con los ojos cerrados suea inseguro su

    memoria es un montn de algas no es nada se dice a s mismo no se crea que

    esto lo invento

    4

    Sea esto el ruido que slo cesa alrededor de los queuales Sabrs llegar con los

    primeros signos del crepsculo

    Hacer un alto hablar de esas cosas

    (al menos no dirn que fuimos inmortales)

    Las Fbulas

  • 44

    5

    Slo unas ramas al borde de lo que quieras y as entre ellas unas mujeres de-

    soladas trazan con sus dedos en la tierra una lnea no pueden hacer otra

    cosa? sus ojos han dejado de ver algo que an persiste en el suelo

    6

    No hay por qu escribir ahora... Ellos nos devuelven cuerpos varados Ya

    sabes cmo son las cosas abre un poema y punto

    7

    Despus de tantos aos por fin nace el silencio no lo carcome por dentro lneas

    abajo es su destino

    8

    El pez desde luego ha girado con desconfianza divisa el anzuelo la duda

    esta vez atraviesa todas sus ansias observa algo que se mueve fuera de su al-

    ma no lo cree y se va raudo a los cielos

    9

    Donde hemos puesto a secar los pescados hace aos entre los cables que se

    lanzan para sujetar las palabras el poeta se tiende en el suelo A ver qu pasa

    (lo dice en silencio)

    uno no sabe cundo el viento arranca el polvo de los rboles (eso est en la lis-

    ta de lo que menos importa) los cerros crean sus propias piedras les digo pe-

    ro no me creen nadie precede al viento, lo sabes

    10

    Quiz escribir o recordar las primeras palabras sea la excusa una calamina se

    agita en el techo Trato de impedir con las manos / tu cuerpo que vuela sin

    rumbo en mi memoria Tu llanto / tus ojos extraviados en mi piel: en su silen

  • 45

    cio en la sombra que hacen los rboles del hospital Todo ello en el alma de al-

    gn modo que no se puede describir o coger con herramientas contempor-

    neas

    Ests como un pjaro que atraviesa la lluvia

    por ahora eso me basta

  • 46

    Msica en el Callejn

    Gustavo Pino Espinoza (MOQUEGUA - 1991)

    Las casitas pintorescas, con sus mojinetes alzados y acariciados por el sol, se-

    guan embelleciendo pequeas calles, donde nios jugaban riendo sin cesar.

    Las seoras sentaditas en banquitos, cotorreaban en el umbral de sus puertas

    que se encontraban de par en par. Los hombres sentados alrededor de una me-

    sa, en la tienda de don Emilio, soltaban dados para ganar.

    Una mujer camin observando cada detalle. El pequeo pueblo pareca haber-

    se detenido en el tiempo. Retazos de un ayer vinieron a su mente: su partida a

    la capital por un futuro mejor y su ta que por encargo de su padre la esperaba

    en Lima la horrible Fue sacada de sus recuerdos por unos nios que la obser-

    varon extraados. Las seoras que cotorreaban pararon repentinamente y la

    miraron

    No puede ser! dijo la esposa de don Emilio, de cuerpo rollizo y cabello

    corto. Pero si eres t. Cmo has crecido, Zambita (apodo que recibi, por ser

    hija de un negro y una amerindia), y qu hermosa te has puesto.

    Los hombres que jugaban al cachito se pararon frunciendo el ceo tratando

    de agudizar la mirada.

    Seora Marina! respondi Margarita, con una sonrisa enorme y los ojos

    risueos . Sigue idntica, no ha cambiado ni una pizca

    No pudo continuar hablando porque la seora Marina la estrujaba con sus bra-

    zos y recorra a besos su rostro. Luego la agarr de la mano y, de un tirn la

    encamin hacia la tienda, que estaba a unos cuantos pasos de ah.

    Miren quin ha llegado! dijo la seora Marina, sin tratar de ocultar su ale-

    gra.

    La hija prdiga, ha vuelto! dijo su to Jos, que se paraba para levantarla

  • 47

    entre sus largos brazos. l era un hombre alto, de contextura delgada, de tez

    morena y de bigote ralo. La que se va a armar, Zambita, cuando te vea tu pa-

    p.

    Los dems se pararon y le saludaron. Muchos de los de ah la haban visto cre-

    cer, soltar aquellos alaridos, que luego se convirtieron en un hermoso cantar,

    potente, envolvente y lleno de sazn.

    Pasa, Margarita le dijo la seora Marina. He preparado una chicha mora-

    da pa relamerse los labios ambas se miraron con alegra recordando, viejos

    momentos.

    Bueno, mientras la zambita se toma la chicha. Yo me voy a sacar el cajn

    dijo su to Jos.

    Margarita vaci el vaso de chicha con avidez. La seora Marina le dio otro y lo

    sec de una, otra vez.

    Caramba! le dijo con picarda la seora Marina, parece que traes un de-

    sierto adentro.

    S, he caminado un montn para poder llegar dijo Margarita, el bus me

    ha dejado bastante lejos. Y tena miedo de tomar cualquier taxi. Usted sabe que

    en Lima la cosa est terrible.

    Buenolo importante es que ya ests aqu, mamita le dijo cariosamente la

    seora Marina, que ya empezaba a canturrear. Todos vuelven a la tierra en

    que nacieron, al embrujo incomparable de su sol

    Luego de pequeas risas, Margarita se dirigi a su casa, que se encontraba a

    slo media cuadra de la tienda. Camin con premura, alargando cada paso, lo

    ms que pudo. En el camino se encontr con su to Jos y ste le dijo que se iba

    a la tienda a buscar a don Emilio para que los acompaara con el repiquetear

    de sus castauelas.

  • 48

    La puerta estaba abierta, como acostumbraban en aquel pequeo pueblo, don-

    de la malicia no haba llegado. Entr en el callejn, que llevaba directo a un pa-

    tio lleno de geranios. Sus pasos eran sigilosos, de pronto se sobre par por el

    toser seguramente de su padre; el sonido provena de la cocina. Lleg a la puer-

    ta y lo mir, su espalda ancha, cuerpo erguido, cabello rizado desde raz y blan-

    co como copos de nieve. El hombre volte y se miraron fijamente, lgrimas em-

    pezaron a brotar de sus ojos e iban cayendo suavemente por sus mejillasse

    abrazaron y rieron.

    Mi Zambita, hijita linda, mi flor de canela musitaba su padre. No sabes

    cunto te he extraado. Te he llamado con mi guitarra y mi alma destrozada,

    mi Zambita. Pero ya ests aqu, ya no hay sufrimiento todo se ha vuelto felici-

    dad.

    En eso, entr el to Jos con don Emilio, cada uno con su instrumento (el cajn

    reluciente y las castauelas listas para repiquetear.)

    Afina la guitarra, Albertito dijo don Emilio, de cuerpo menudo y barriga

    prominente. Que hoy da la vas hacer vibrar y cantar de alegra, mientras que

    Pepito y yo le ponemos la sazn a la cosa. Ahhh y cmo olvidarnos de nuestra

    Zambita, la prxima voz de oro, quien nos cantar, encantar y encandilar.

    Alberto y Margarita, rieron mientras iban secndose las lgrimas de sus ojos,

    Jos aplauda la frase rimada de don Emilio, y ste ltimo rea hasta desterni-

    llarse

    Zambita dijo su to Jos, corre a la tienda como en los viejos tiempos y

    trete la damajuana de vino.porque al que toca y al que canta se le seca la

    garganta.

    Las carcajadas y aplausos, resonaban en el callejn, recordando a viejos trove-

    ros de la cancin.

  • 49

    Mi querida voz de oro dijo don Emilio. No te olvides de decirle a mi mu-

    jer, que se venga con los vecinos y el bitute; porque la jarana de antao ya va

    empezar.

    La Zambita corri como si fuera una nia otra vez, haciendo aplaudir las san-

    dalias contra las plantas de sus pies, revoloteando su cabello ondulado con el

    viento, mirando con aquellos ojazos color canela, cada detalle de un pueblito

    lleno de ritmo, color y sabor.

    Cmo ha crecido la Zambita no, Albertito? dijo don Emilio. Se parece

    mucho a su madre que Dios la tenga en su gloria esto ltimo lo dijo alzando

    sus pequeos brazos y fijando su mirada en la inmensidad del cielo sin estre-

    llas.

    Es igual de bella respondi cabizbajo. Ambas han sido, aunque una ya no

    est con nosotros, mis rosas en el pantano.

    Ya no te me pongas sentimental mi hermano dijo Jos. Que la Zambita

    mayor debe estar cantando con nuestro Zambito Cavero, Chabuquita, Luchita

    Reyes, y tantos otros ms.

    S, aparte dijo don Emilio, irrumpiendo su frase primera para acarrear a

    otra. Mira ah est Marina con el bitute y los dems. Ya ests listo Albertito?

    Listo Emilito. Listo Pepito?

    Listo mi hermano dijo sonriendo. Entonces cuando guitarra llama a

    cajn cajn a la voz primeraescuchen con atencin

    Que aqu est la msica en el callejn! dijo la Zambita con mucha sazn.

  • 50

    Fragmento de El Libro de las Sombras (Premio Cop de oro 2011)

    Darwin Bedoya (OMATE - 1974)

    Libro Primero

    Mi padre ojos de caballo

    (Lo amarraron con cenizas, pareca una flama ardiendo sobre trescientos lomos

    que lo llevaban)

    Manuscrito hallado entre huesos insepultos, Omate, 1944

    Yo arrastr tu atad por un desierto de salamandras y escorpiones. Siete das

    con sus noches anduve manchando la tierra con el color de nuestra sangre. Y al

    fin llegu hasta la sombra del nspero que t sembraste. All cav un lugar para

    tus huesos, padre. Y fue en la ausencia del sol cuando supe que tus ojos se apa-

    garon el da en que cientos de guerreros amanecieron colgando de tus labios.

    Desde ese da los pjaros no han dejado de cantar, por eso ahora en nuestro

    reino crecen enredaderas y helechos prpuras. Por eso mis palabras hacen de

    este reino un puado de ceniza esparcida. Porque te debo a ti esta sangre que

    recorre mi cuerpo ya sin ningn veneno. Ahora nadie cerrar tus ojos de caba-

    llo, tu mirada como un campo de leos ardiendo, tu mirada que alguna vez qui-

    so anegrarse y que ahora nombra endechas y profecas.

    : Aquel da, como si aconteciera la muerte de un dios, deposit los sueos del

    hombre sobre su pecho an sangrante. Puse tambin, entre sus manos, un poco

    de maz fresco para que no padezca hambre en su galope hacia otro silencio.

  • 51

    .Y muy cerca de su pecho, con el fin de mostrar al espritu del viento que fue un

    tipo como ningn otro, dej envuelta su ropa color arcilla y sus sandalias he-

    chas con piel de hurn.

    Despus, antes de abandonar su tumba, cort mi larga cabellera y la puse a sus

    pies, quise estar seguro de que guiara su alma hacia el lugar donde, no obstan-

    te las tormentas y diluvios, viven los hombres de su estirpe. Y para sealar su

    tumba, amonton quijadas de caballo, palos quebrados, hojas de higuera; qui-

    se poner una seal para que cuando su alma y otros caballos galopen por all,

    sepan de la ruta ms all de la vida. En ese lugar, estoy seguro, todava ser un

    paisaje lento y lechoso. En las noches oscuras como esta, an empezar a enre-

    darse entre los cabellos polvorientos de sus muertos. Seguramente que sus ojos

    coronarn lo que queda de la esperanza, porque cada noche lo sueo tan lleno

    de contento que cualquiera dira que no es l.

    : En ese alejamiento interior me puse a tantear lo improbable. Sin pensarlo

    siquiera, comenc a contemplar la distancia y logr saber del crecimiento inne-

    cesario de los pastos y los territorios del hombre; mis palabras de barro exce-

    dan. Desnudo en la sombra, recost mis huesos sobre un cmulo de chojas y

    hierba reventada; enmudec. Entonces pude or de la boca desdentada de mi

    abuelo: Hubo un tiempo en que nuestros muertos permanecan entre los vivos.

    Danzaban y beban su muerte como si nunca fueran a terminarse. Algunos ha-

    blaban y callaban sentados sobre un trono de huesos. Ordenaban agua desde

    un reino de piedras y ceniza. No estoy hablando aqu de la muerte o la inmor-

    talidad; estoy hablando de un animal que rebalsaba sentimientos. Un animal

    gris, solitario y silencioso; llevaba una corona en la cabeza. Ese descomunal

    incendio, mi padre: un caballo sin riendas brotando del fuego. Un animal gris

    al que de cualquier forma le sobrarn todas las edades juntas. Un rostro indefi-

    nido mezclndose con los paisajes del lugar. Caballo inmvil durmiendo en

    tanta sombra, mi padre.

  • 52

    : Ahora es cuando empiezan a crecerte los muertos de todo este lugar. Quiz

    por eso me he vestido de incertidumbre y abandono, porque quiero que sepas

    de qu estoy hablando. Ahora es cuando los pjaros amanecen chamuscados en

    tu bosque. Este es el tiempo en que empiezan a crecer flores en cada hueso tu-

    yo. Esta es la hora en que se suspenden los das dentro de ti. Entonces reescri-

    bo todos los silencios que me dejaste. Y aqu, justo al alcance de nuestras ma-

    nos, la sombra de la soledad se hace polvo en tus axilas. Entonces lloro para

    desplumar los cientos de pjaros que ofrendaron su vuelo por ti, con ellos

    construyo ceniza emplumada para envolver mis manos. Y t, con la certeza de

    que nadie trenzar tus cabellos ni pulir tus huesos blancos, enciendes las ho-

    gueras en las quebradas y las colinas. Lo sabes bien, estos son los lugares del

    silencio, aqu est el templo de agua que se va deshaciendo. No olvidars que t

    me diste el vaco de la duda. S que tendr que quedarme aqu, en estas tierras

    de olor reconocible. Aqu tendr que conjurar tu sombra bajo este ltimo cuer-

    po. Aqu dejar atadas a la misma estaca, aquellas lgrimas que no quisiste se-

    car con tus manos. Slo t sabes lo que puede significar el rastro del llanto en

    mis ojos. En tu misma muerte estar vindote, ese ser mi nico modo de tener

    un trato contigo. Mira bien la ropa que me he puesto esta tarde. Sabes perfecta-

    mente, Seor, a quin pertenecan estos mantos de arbusto y tambin sabes de

    qu te voy a hablar ahora mismo.

    (SI RECUERDO TU ROSTRO, ES SOLAMENTE POR LAS GANAS DE VER

    UN CIELO AZUL A CADA INSTANTE.)

    [...] Este montn de huesos brillando en la noche. Estos dedos de humo que

    van poblando tus sueos. Estas palabras antiguas confundindose con la ceni-

    za, estas piedras que van rodando por tu camino; todo esto se ha vuelto una

    ruta de salamandras que corren hacia un reino que ya se hizo polvo hace tiem-

    po, demasiado tarde para volver a soltar las aguas del ro que nos daba de

  • 53

    beber. Hablo de tus barbas de ochocientos das sin cortar. Hablo de tu ternura,

    esa que caba en una sola palabra tuya, y que tal vez por eso sea para siempre.

    [...] La ltima vez que estrech tu mano, dejaste que la lluvia lavara mis ojos.

    Dejaste que mis manos tomaran un durazno de esa mesa que nunca existi.

    Consentiste, padre, que mirara el cielo y que unas tiernas avecillas cayeran des-

    plumadas y oscuras en tu lecho tibio. Si te hablo de nuestro reino, as como me

    ves, cubierto de saliva y espuma, es porque an conservo tu silencio en mis ma-

    nos, y como nunca, importan mucho nuestros corazones, caminando entre el

    pasto, las flores, la sangre; pero caminado hacia el lugar donde lavaremos

    nuestras penas. Tus palabras slo existen como un sueo, como un repentino

    presagio. Nadie respira cuando dejo estas endechas sobre la humareda que

    provocan las trenzas de mi madre. Es el humo el que te persigue a donde ests.

    Tus palabras no eran solamente para hablar. La corona que tengo en la cabeza

    es el recuerdo ms brillante que guardo de ti, es la imagen que no se desgasta,

    tu presencia que velaba mis sueos. La ms delgada palabra que camina por

    los corredores del palacio sin nunca encontrarte. Mira hacia la entrada del

    reino: pedazos bermellones de excremento brillan en el patio. Tus enemigos se

    alejan tristes porque el silencio de tu voz supo callar como el viento y la manza-

    nilla. Hoy s que hallar consuelo durmiendo con las puertas abiertas de nues-

    tro reino. Tal vez la ausencia y yo hablemos el mismo bosque. Porque hubiese

    querido espigas de trigo y vino en tu frente, pero ahora gobiernas en el calor de

    un gran harn de hembras, eres un dios de otra parte, quiz por eso haya una

    coleccin de cuchillos pensando en tu pecho. Y quiz debido a eso sea com-

    prensible que este luto de las danzas todava est tiritando por ti. Hay un piafar

    de caballos en los caminos largos que nos aguardan. Es acaso ste un galopar

    y desbocarse de caballos en las cuestas? Hay una rienda suelta donde falta tu

    mano. Hay un centenar de ijares y espuelas que huelen a madrugadas. Un es-

    tribo de plata reclama el peso y la fuerza de tus pies. Hay alguien que reclama

    tu perfume de alfalfa por estos caminos pardos. Lejos, una mujer quema las

  • 54

    arpas, rompe sus brazaletes, entre los relinchos de caballos a la orilla del ro,

    quiere hablar, dos nimas sombras la abanican con mantones amarillos. Es

    una flor que sangra desde ahora. Es una lejana mujer.

    (QUE DUERMAN PARA SIEMPRE LAS LIBLULAS QUE VOLABAN IN-

    CIERTAS EN EL FONDO DE SU CORAZN.)

    El tiempo se desgasta lentamente cuando recuerdo sus sienes blancas y su bar-

    ba tupida. Su voz an mueve los arados y las cosas buenas de nuestro reino.

    Nadie sabr cuntos pjaros han muerto en el jardn. Tampoco podrn escu-

    char sus palabras confundindose con el galopar de mil caballos desbocados.

    En esta tarde de neblina y silencio negro, vuelan bandadas de lechuzas hacia

    las retamas, all guardo las sandalias ensangrentadas de mi padre. Lechuzas

    como un velo de muerte, sus silencios no pueden volar solos, no pueden vivir

    solos. No morirn solos. Maana habr una coleccin de nidos sombros en el

    centro de sus sandalias. Mi padre ser el silencio para siempre. Nadie sabe los

    secretos que l ha guardado en el armario de cedro. Nadie sabe lo que esconde

    en los bolsillos del suter gris que usaba en invierno. Nadie sabe por qu los

    corredores principales del reino todava huelen a incienso y mirra. Nadie sabe

    de sus manos arrugadas y del polvo que raspa sus ojos. Nadie sabe que antes

    de recorrer ese camino, l era el camino.

    (MI PADRE VUELVE A SER EL MISMO SILENCIO DE ANTES, L ES EL CA-

    BALLO QUE, AL IRSE, LE REGAL CIEN AOS DE VIDA A MI NIEZ)

    stas fueron las nicas palabras que alguna vez le o decir: LLEVAS UN HER-

    MOSO ANIMAL DENTRO DE TI. NUNCA SUELTES EL CIELO QUE AHORA

    GUARDO EN TUS MANOS. Alto y duro como un trozo de lloque, mi padre

    abrigaba su reino como un cndor su nido. Entre los cactus descansaban su

  • 55

    grito y sus ojos. Cada nuevo da despertaba cubierto de roco. (MI PADRE ERA

    UN TROZO IMPORTANTE DEL AMANECER.) Al ver salir el humo de los pas-

    tos y notar que las lechuzas vuelan en silencio, pienso que mi padre no volver

    jams, su sombra, niebla errante, cubre estas palabras. Las riendas que se

    arrastran en la comarca se confunden con la polvareda. Siento que al amanecer

    un aguacero inundar mi corazn. Hace ya mucho tiempo que nuestros huesos

    permanecen esparcidos en el bal de cedro que celosamente cuida nuestro pe-

    rro guardin, all en la casa de la mamagrande. Ser por eso que esta noche

    sacudo con desesperacin la ceniza y la polvareda que pretenden envolver

    nuestras palabras, esas que aprendieron a decir ternura sin el mayor esfuerzo.

    En las aguas del ro que marcan el ms grande lmite de nuestro reino, all cor-

    tar mi frente y har que mi sangre alcance los pies de mi padre. Entonces ha-

    br un nuevo territorio y ser poblado por extraos animales. Entonces estas

    aguas dejarn de ser rojas. El nombre de mi padre significar eternidad. Estar

    escrito sobre el agua y el cielo y en los silencios de estas palabras. Cada vez que

    hable de mi padre, la muerte sabr encogerse en algn lugar de los establos.

    Ahora debo enterrar en la ceniza la luz de las candelas que brillan en la punta

    de los cerros. Si l supiera que el silencio hace flores esta tarde en que cruzan

    pjaros viejos entre los sauces. Si l supiera que pienso estas cosas sentado ba-

    jo la sombra de un nspero enorme. Si l supiera que hubo un tiempo en que no

    cre que era mi padre. Una maana vi claramente que salan astros de los ojos

    del Rey, entonces dije: mi padre es Dios. Desde ese da sola verlo en las noches

    inventando estrellas, fraguando la perfeccin de la muerte. A veces, cuando las

    lluvias se alejaban, yo lo vea trazando oscuras nubes. Ahora hay sequa y pol-

    vareda en nuestro reino. Si l supiera. El ruido de estas palabras no despertar

    sus ojos, slo su nombre, casi como aquella Leyenda del Rey y la muerte.

  • 56

    Hiperbreves de Terror

    Juan Carlos Nalvarte Lozada (AREQUIPA- 1990)

    Qu feo es crecer!

    El cisne se hizo adulto y se dio cuenta de que no era un cisne.

    Pre Juicio

    Ya, entonces en qu quedamos?

    Cuatrocientos y todo arreglado.

    Aforismo

    El que la felicidad quiere encontrar en google ha de buscarla.

    Workaholic

    Cuando la tasa de mortandad super largamente a la de natalidad y la huma-

    nidad se extingui, La Muerte, deprimida y desempleada, dese no haber sido

    tan productiva en su trabajo.

  • 57

    La primera vez de Monterroso

    Me hubiera gustado decir: Cuando despert, la mujer todava estaba all.

    Sementerio

    Le jurole dije temblando al abuelo de Fernanda que no vuelvo a profanar

    su tumba.

    Palndroma

    Problemas de identidad:

    Yo soy yo: Horacio, o caro hoy yo soy?

    Odiseho he sido?

    Nada yo soy.

  • 58

    La Expedicin al Apu Huaracane

    Jeffrey Kihien Palza (MOQUEGUA- 1972)

    En la capital del imperio gringo una noche de otoo so que el Apu Huaraca-

    ne era cortado por la mitad. En el sueo, evidente realidad de la dimensin

    paralela, estaba yo parado en el techo de mi casa observando camiones subir

    de la cima y bajar llevando al Apu hacia un lugar indescifrable. Me despert

    preocupado, mi sueo, real en la dimensin paralela podra tambin ocurrir

    en la dimensin en la cual escribo estas lneas.

    La ltima vez que escal el Huaracane fue en 1994 95, la memoria engaa y

    convierte el tiempo en acontecimientos de fechas inciertas. En aquellas pocas,

    el cerro era un lugar lejano donde haba que llegar obligatoriamente a pie, la

    ciudad terminaba en Fonavi y la pista de circunvalacin era una trocha enemi-

    ga de los pocos carros que recorran la ciudad. Durante esos aos de socialis-

    mo/terrorismo/Alan 1, no haba trabajo y lo peor era que el pas estaba anmi-

    camente deprimido, era una depresin masiva que empez en los sesentas, con

    la dictadura del socialista Velasco Alvarado y se fue transmitiendo de genera-

    cin en generacin, alimentndose por la carnicera terrorista de Sendero y el

    MRTA, la candidez de Belaunde, y la extrema incapacidad de Alan Garca para

    gobernar el pas entre 1985 y 1990. La dcada de los noventas fue de transi-

    cin, por primera vez se escuchaba a algunos polticos hablar de empresa, de

    libertad para crear y producir riqueza, de limitar el tamao del estado y su bu-

    rocracia. En esa dcada se empez a desmantelar el sistema estatal socialista

    que nos mantuvo pobres y mentalmente deprimidos por tres generaciones. Los

    cambios los podemos ver y solamente han transcurrido quince aos, es que el

    peruano lo que desea es trabajar en libertad, sin que el estado le est diciendo

    no hagas esto porque te lo prohbo, o si lo haces tienes que pasar por el labe-

    rinto de la burocracia estatal y repartir donaciones en cada escritorio. En ese

    espacio histrico hace quince aos realic la ltima aventura al Apu Huaraca-

    ne, hasta que tuve el sueo en la capital del imperio gringo.

  • 59

    Un abogado/cineasta, un promotor de eventos/moqueguanfilo y sibarita

    gourmet, un gua de turismo y protector cual quijote del patrimonio histrico

    de la ciudad, un estudiante, un cocinero de escuela, un empresario venido del

    Canad, pero peruano, otro cocinero de escuela, y el que escribe, un abogado

    de profesin, pintor y escritor, intercambiamos correos electrnicos y nos pu-

    simos de acuerdo para escalar el Apu y pasar la noche en la cima. Para ellos era

    su primera experiencia con el Huaracane, para m la quinta, pero ahora las cir-

    cunstancias son diferentes, es posible tomar taxi hasta las faldas mismas del

    cerro, ya no es necesario caminar ese tramo y la movilidad abunda. El taxi nos

    deja en el ro Huaracane, justamente donde el Gobierno Regional construye un

    puentecito para conectar el cerro Huaracane con la ciudad, sospecho sobre los

    motivos del puente. Como cien obreros en una obra que solamente necesita

    diez, por all alguien menciona que tal desperdicio de dinero del gobierno,

    deberan construir piscinas, y otro responde; si no se gasta, la plata se regre-

    sa a Lima, as que es mejor darle trabajo a la gente para que no est chupando

    todo el da. Ambas afirmaciones vlidas en diferentes supuestos, el primero

    desde el productivo y el segundo desde el burocrtico tercer mundo.

    Intentamos iniciar la caminata temprano y evitar el sol, pero fue imposible, la

    puntualidad es todava un concepto extrao e inexplicable en el Per. A medi-

    da que el rubio se mueve de este a oeste los rayos se volvan ms luminosos,

    penetrando la carne desprotegida. Felizmente nos preparamos para la aventu-

    ra, lentes de sol, sombreros de ala ancha, camisas de manga larga y bloqueador

    solar para evitar el terrible cncer a la piel. Con un solo paso salimos del oasis

    moqueguano y entramos en el desierto ms seco del mundo, el desierto de Ata-

    cama, es como cruzar una puerta, de un lado las chacras, verdes y frescas, del

    otro, el desierto, seco, hostil, con formas y arrugas marcadas por el tiempo,

    amenazando constantemente con engullir al frgil oasis moqueguano. Pienso,

    esta rea del planeta con escasa agua no puede jugar a la ruleta rusa con el re-

    curso que ms le falta, el agua, y permitir que dos de las minas de cobre ms

    grandes del mundo operen en sus cuencas y que se abra una tercera la cual

  • 60

    est escribiendo con bombos y platillos el certificado de defuncin de los mile-

    narios valles de Moquegua e Ilo y de la ciudad misma. Ha ocurrido antes en

    otros lugares del planeta. Sin agua las ciudades se mueren, as que ya estn

    avisados. A menos que se traiga un ro de la selva y se irrigue todo el desierto,

    hasta Chile de una vez. Esa es la solucin y el proyecto se autofinancia con la

    venta de parte del agua a Chile. Bueno, bonito y barato.

    En las faldas del cerro pioneros agricultores intentan ganarle espacio al desier-

    to, nos cruzamos con una parcela de organo, el aroma es exquisito y otra de

    vid bordeada con arbolitos que luchan por sobrevivir. Es que hace millones de

    aos el valle de Moquegua era un ro gigantesco, ms ancho que el Amazonas,

    el que fue depositando sedimentos en su lecho por mucho tiempo y al secarse

    se convirti en tierra extremadamente frtil y productiva, es por eso que en

    Moquegua lo que se planta produce, y produce muy bien aunque sea alfalfa.

    Tomamos una de las quebradas para aprovechar el poco viento encajonado y la

    ocasional sombra de las paredes, poco a poco el cerro se va empinando hasta

    volverse vertical. La cima se eleva hasta los 2500 m.s.n.m, mil ms que la pla-

    za de armas de Moquegua. En el desierto las formas y los colores cambian

    constantemente, a la izquierda morado, rosado, mas hay prpura y rojo, a la

    derecha blanco, marrn, rojo ocre, y rojo nuevamente. Ms andenes y antiguas

    parcelitas de cultivo, con caminitos de herradura, y a nuestras espaldas, el va-

    lle. La serpiente verde deslizndose en el desierto.

    En los ltimos diez aos la ciudad se ha cuadruplicado, menciona alguien.

    Chen-Chen, que era lejsimos, es una ciudad nueva, lo mismo que la Pampa de

    San Antonio en donde bamos a deslizarnos por las dunas sobre cartones y ob-

    servar a las golondrinas volar. Y qu sucedi con las golondrinas? Qu suce-

    di con las mariposas monarca que se detenan en la Alameda durante su mi-

    gracin anual? Tiempos que no volvern. As como los pocitos del ro en donde

    se poda nadar todo el ao, cazar pescaditos, camarones y observar a los sapos

    crecer. Jugar a la guerrita en los bosques de sauce llorn, all mismo en el ro,

    en el puente Balta. Tiempos que no volvern.

  • 61

    de avalancha. Ceniza volcnica cubierta por lodo. Fundacin espaola de Mo-

    quegua, cuatrocientos y tantos aos? Los espaoles fundaron la villa Santa Ca-

    talina de Gualdaczar en los andenes del Hotel de Turistas, Moquegua estaba

    al otro lado del ro, era una villa con cinco mil aos de historia, famosa por su

    medicina, centros teraputicos y spas como el Cerro Bal y el mismo Apu Hua-

    racane. El Inca Garcilaso menciona en sus crnicas que el Inca Mayta Capac

    decret que se condenara a muerte a todos los que practicasen las malas artes

    de los encantamientos en el Valle de Moquegua, esa es la primera noticia que

    se tiene de persecuci