Revista Zona Tórrida número 42

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Revista ensayística de la Universidad de Carabobo

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REVISTA DE CULTURA DE LA UNIVERSIDAD DE CARABOBO

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EDITORIAL.......................................................................................... . 7

LA.OTREDAD.LATINOAMERICANAGustavo.Fernández.Colón.................................................................. . 8

LOS.MAPOYO:.UN.PUEBLO.PATRIOTA.IGNORADOEsteban.Emilio.Mosonyi./.María.Suárez.Luque.............................. . ��

EL.CASO.DE.LA.MISTERIOSA.DESAPARICIÓN.DE.BOLÍVAR.EN.ABRIL.DEL.AÑO.DIEZGustavo.Pereira.................................................................................... . �9

RECUERDO.Y.RESPETO.PARA.EL.HÉROE.NACIONALJosé.Manuel.Briceño.Guerrero........................................................... . �6

DEL.XVI.AL.XIX:.LAS.INSURGENCIAS,.LOS.PRECURSORES.Y.PRECURSORAS.INVISIBLES.DE.LA.INDEPENDENCIA.DE.VENEZUELAIraida.Vargas.Arenas........................................................................... . �6

LA.DECLARACIÓN.DE.LA.INDEPENDENCIA.DE.VENEZUELA.Y.SU.ACTAManuel.Pérez.Vila................................................................................ . ��

EL.ACTA................................................................................................ . 6�

ORQUESTAS,.COMPOSITORES.Y.EDUCACIÓN.MUSICAL-ENTREVISTA.AL.MAESTRO.JOSÉ.ANTONIO.ABREULuis.Ernesto.Gómez............................................................................. . 68

LA.INDEPENDENCIA.EN.LOS.PROCESOS.DE.FORMACIÓN.DEL.ARTE.VENEZOLANO.DURANTE.EL.SIGLO.XIXJuan.Calzadilla..................................................................................... . 76

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EDITORIAL

PortadaMartín Tovar y Tovar●La firma del Acta de la Independencia.Contraportada●Fragmento del Acta de la Independencia.

Entre 2010 y 2011, se desarrolla el año bicentenario que conmemora los acontecimientos políticos que graban el inicio de uno de los procesos más singulares de la historia de Venezuela y Sudamérica, como fue la lucha in-dependentista en contra del imperio español, el que desde hacía trescientos años había dominado parte de un vasto continente ignorado hasta entonces por Europa y, cuyo hallazgo y posterior conquista militar y coloniaje de-terminaron en gran parte el transcurso civilizatorio del mundo moderno, tal como hoy mismo lo podemos conocer.

La historia del largo e intenso proceso independentista tiene gloriosos antecedentes que se remontan a la resistencia indígena, al alzamiento de los esclavos negros y a la rebelión de blancos criollos y pardos, en diferentes etapas de la conquista y la colonia, mas sin embargo, el período que trans-curre entre la conformación de la Junta Patriótica el 5 de Julio de 1810 y la Declaración de Independencia el 5 de Julio de 1811, expresó la voluntad y convicción de grupos sociales emergentes por su inserción política, social y económica para determinar así la formulación cultural sobre la cual se cons-tituirán las jóvenes naciones y la conciencia histórica de su desarrollo.

Zona Tórrida reúne en su edición n° 42 de 2010 importantes documen-tos que con seguridad estimularán y orientarán la reflexión sobre la signi-ficación del Bicentenario de la Independencia, como un movimiento que no sólo está depositado en el pasado de la gran gesta patriótica, sino que está vinculado de manera esencial a lo que hoy nos constituye como pue-blo. El estudio de ese intenso proceso de doscientos años y sus inagotables consecuencias es algo que debe plantearse, de manera desprejuiciada, el mundo cultural universitario desde sus diferentes ópticas y percepciones, siendo como es la gesta independentista, el hecho histórico de mayor tras-cendencia sobre el cual descansan el origen y el desarrollo de nuestra na-cionalidad.

POESÍA:.EL.AZAR.REY...................................................................... . 9�

CANTOS.PAGANOSJ..M..Villarroel.París................................................................................... . 9�

LOS.CANTOS.PAGANOS.DE.J..M..VILLARROEL.PARISJosé.Solanes........................................................................................... .�0�

Enriqueta.Arvelo.Larriva.................................................................... �0�Inédito.en.Stamford................................................................................... .�09

NOTAS.SOBRE.LITERATURA.Y.POLÍTICADouglas.Bohórquez................................................................................... .��0

“EL.CORAZÓN.DE.VENEZUELA”(Conversación.entre.Douglas.Bohórquez.y.Luis.Alberto.Angulo).... .��6

CUENTOS.BREVESEnrique.Mujica........................................................................................... .���

ME.LLAMO.BARRO.AUNQUE.MIGUEL.ME.LLAMEMiguel.Hernández.(España,.�9�0-�9��)................................................ .��7

SENTADO.SOBRE.LOS.MUERTOS................................................. .��9Miguel.Hernández..................................................................................... .��9

Centenario.del.nacimiento.de.Miguel.Hernández:.Imagen de su huella. ..................................................................................................... 131

NOTAS.EN.TORNO.A.LA.VOZ.CARABOBOElio.Araujo.H.............................................................................................. .���

CUATRO.COMENTARIOS.SOBRE.LIBROSJosé.Carlos.De.Nóbrega............................................................................ .��9

FICHAS.DE.AUTORES....................................................................... .��0

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turales que dieron su impulso a estos actores sociales se han visto satisfechas por la acción gubernamental de los liderazgos políticos emergentes.

Entre las organizaciones de base surgidas durante este período en el campo latinoamericano, la más relevante por sus dimensiones e inciden-cia política ha sido el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, que, tras apoyar inicialmente la gestión del presidente Lula Da Silva, se ha venido distanciando de éste en vista de su reticencia a impulsar la reforma agraria (Servolo, 2006). Las nacionalidades indígenas, por su parte, han mostrado un protagonismo inusitado en la defensa de sus territorios y el reclamo de sus autonomías, como lo ejemplifican la lucha del EZLN en México o la del pueblo mapuche en Chile; y han jugado un papel preponderante en las transformaciones políticas ocurridas en los paí-ses andinos (Postero y Zamosc, 2005; Toledo, 2005). Los afroamericanos también han cobrado fuerza en la reivindicación de sus derechos culturales, políticos y territoriales, como lo ilustran las comunidades negras de la costa Pacífica de Colombia (Grueso, Rosero y Escobar, 2001). Movimientos de mujeres como la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas de México o el Consejo Nacional de Viudas de Guatemala, han dado pasos importan-tes en la lucha para erradicar la discriminación de género y la violencia do-méstica y política contra la mujer (Gargallo, 2006; Moya y Lux, 2004). Y en las barriadas periféricas de las grandes ciudades, las organizaciones de base han sido decisivas en el combate contra las políticas privatizadoras y antipopulares de las últimas décadas, como lo han demostrado los habitan-tes pobres de El Alto en Bolivia y los cerros de Caracas (Zibechi, 2008).

Ninguno de estos actores corresponde exactamente a la clase obrera in-dustrial identificada por el marxismo, en el siglo XIX, como el sujeto colec-tivo destinado a erradicar al capitalismo del horizonte de la historia. Incluso un materialista dialéctico como James Petras (1999), lo advierte al señalar:

A pesar de que los movimientos obreros urbanos organiza-dos no están ausentes de la lucha y en algunos casos pueden ser los protagonistas, la auténtica acción revolucionaria y los movimientos de este resurgimiento de la izquierda se hallan en el campo (…) fuertemente influenciados por una mezcla de marxismo clásico y, en función del contexto, de influen-cias étnicas, feministas y ecológicas (pp. 103-105).

Estos procesos sociales revelan que la extracción de la plusvalía a los trabajadores fabriles –minimizados por la automatización– ha quedado subsumida en el marco de una dinámica de explotación mucho más vasta:

La sublevación del Cabildo de Caracas ocurrida el 19 de abril de 1810, azuzada por la ocupación napoleónica de España y la abdicación de

Fernando VII, desembocó en la erradicación del dominio colonial hispá-nico sobre Venezuela y sobre la mayor parte de los pueblos de América Latina. Doscientos años después, la conmemoración de aquella rebelión fundante de nuestra nacionalidad coincide con un vasto proceso de movi-lizaciones sociales y transformaciones políticas, encaminadas a lograr la independencia de las formas de neocolonialismo que todavía sobreviven en el continente en los albores del siglo XXI.

Las luchas populares que, desde las dos últimas décadas del siglo XX, se han venido librando en contra de las políticas neoliberales implantadas inicialmente por las dictaduras del Cono Sur y luego por los gobiernos formalmente democráticos del continente, se han caracterizado por el ac-tivismo de una variada gama de sujetos sociales, entre los que destacan campesinos, indígenas, afroamericanos, mujeres y pobres urbanos.

Estas oleadas de descontento popular provocaron el descalabro de los partidos políticos hegemónicos y favorecieron el triunfo electoral de fuerzas de izquierda o candidatos con posiciones antineoliberales. Hugo Chávez en Venezuela [1998], Ignacio Lula Da Silva en Brasil [2002], Néstor Kirchner en Argentina [2003], Tabaré Vásquez en Uruguay [2004], Evo Morales en Bolivia [2005], Manuel Zelaya en Honduras [2005], Michelle Bachelet en Chile [2006], Rafael Correa en Ecuador [2006], Daniel Ortega en Nicaragua [2006], Fernando Lugo en Paraguay [2008] y Mauricio Funes en El Sal-vador [2009]; si bien expresan tendencias ideológicas disímiles, tienen en común el haber propiciado una ruptura discursiva con las políticas de libre mercado, que les mereció el respaldo mayoritario de los sectores populares y las clases medias empobrecidas por la crisis. Sin embargo, todavía está por verse hasta qué punto las demandas económicas, ecológicas, políticas y cul-

LA.OTREDAD.LATINOAMERICANA

Gustavo Fernández Colón

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que el conocimiento fragmentario y las tecnologías contaminantes de la era industrial. El diálogo intercultural se convierte, en consecuencia, en un diálogo interepistémico, que en última instancia, constituye un diálogo in-tercivilizatorio mediante el cual deberán aprender a coexistir, sin anularse, todas las diferencias (Dávalos, 2005; Macas, 2005; Moya y Moya, 2004).

EL SUJETO COMO ALTERIDADPara Enrique Dussel (2001) los sujetos de la liberación colectiva son los

considerados “otros” por el proyecto moderno. La concepción eurocéntri-ca de la modernidad identificó a ésta con la vocación emancipadora de la razón crítica, desarrollada a través de los hitos históricos del Renacimiento italiano, la Reforma alemana, el Parlamentarismo inglés, la Ilustración y la Revolución francesa. Sin embargo, desde una perspectiva no eurocén-trica es posible describir a la modernidad como el proceso de construcción del sistema-mundo capitalista que se inició en 1492, tras el encuentro de los europeos con la alteridad americana. A partir de ese momento, se dio comienzo a la “historia mundial” con Europa como centro. Antes de esa fecha, los imperios o sistemas culturales coexistieron sin un centro hege-mónico capaz de someter a todos los demás.

El ego conquiro (yo conquisto) hispano-lusitano, que impuso por la fuer-za al indígena americano la primera voluntad de poder de la modernidad, fue el antecedente inmediato del ego cogito (yo pienso) cartesiano. Ese primer aspecto avasallante, opuesto a la segunda faceta emancipadora, encubrió su irracionalidad bajo el mito de la superioridad que obligaba a Europa a hacerse cargo de la “salvación” del indio, incluso a través de la violencia si fuese necesario. Modernidad y colonialidad son, por ende, las dos caras inseparables de un mismo proyecto civilizatorio (Mignolo, 2007).

El primer paso para la liberación de las víctimas de la colonización es el reconocimiento del carácter mítico de la culpa con la cual la modernidad las ha investido, por resistirse a la salvación de sus almas y al “progreso”. Esta culpa justificatoria del sacrificio ritual, de la esclavización y, más re-cientemente, de la “modernización” de las víctimas, debe ser negada para hacer patente la inocencia del “otro” y la legitimidad de su alteridad.

Pero la liberación concebida como negación del mito encubridor de la violencia colonial –y en este sentido, diferenciada de la emancipación mo-derna europea– no debe confundirse tampoco con la reivindicación folkló-rica del pasado premoderno, ni con el conservadurismo antimoderno del fascismo, ni con el irracionalismo nihilista de los postmodernos. La autén-

la expoliación del patrimonio ecológico y cultural de los pueblos que habi-tan al borde de las fronteras, en permanente expansión, del sistema-mundo capitalista. Agua, biodiversidad, tierras fértiles, minerales, energías fósiles y conocimientos ancestrales, constituyen la más apremiante fuente de plus-valía para la reproducción contemporánea del capital (Toledo, 2005).

De ahí que el redimensionamiento de los conflictos que están poniendo en riesgo la sobrevivencia de la especie humana, no puede ser explicado exclusivamente como una manifestación de la lucha de clases en el seno del modo de producción capitalista, sino que es ante todo el resultado del antagonismo entre la voluntad de poder del proyecto civilizatorio moderno y la diversidad de las culturas/civilizaciones que se resisten a su domina-ción en la periferia. En otras palabras, la actual crisis del sistema-mundo trasciende el marco del enfrentamiento urbano-industrial entre burgueses y proletarios, que –sin haber desaparecido– ha quedado subsumido en el contexto englobante de la contradicción entre la voracidad sin límites del llamado “desarrollo” y las capacidades limitadas de autorregeneración de la ecosfera terrestre1.

Esta nueva situación exige replantear los viejos criterios de demarca-ción de la derecha y la izquierda dentro del campo político, puesto que incluso el socialismo burocrático, adversario del neoliberalismo, puede terminar colocado a la derecha del espectro, al obrar como instrumento de expropiación de territorios y culturas de indígenas y campesinos, en nombre de un progreso que se ha convertido en sinónimo de devastación globalizada. Como lo ha señalado Edgardo Lander (1994): “El proceso de homogeneización cultural está destruyendo, junto con pueblos y culturas, opciones de relación con la naturaleza en momentos en que la inviabilidad ambiental del modelo económico y tecnológico hegemónico se hace cada vez más evidente” (p. 36, n. 49).

La pregunta por el sujeto se torna entonces una pregunta por la validez de formas de conocimiento e interacción con el entorno, ajenas a la matriz epistemológica de las ciencias modernas. Se trata de ecosofías (Guattari, 1996) o, en otras palabras, de saberes y prácticas de producción y repro-ducción de la vida, ecológicamente mucho más saludables y sustentables

1 Marx ya había advertido en el siglo XIX la interdependencia de estas dos contra-dicciones fundamentales del modo de producción capitalista, que en el siglo XXI se han desarrollado hasta tornarlo ecológicamente insostenible, cuando escribió: “…la producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del pro-ceso social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: La tierra y el trabajador.” (1973, t. 1; p. 438).

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los distintos mundos culturales?; ¿hasta dónde han sido anuladas las dife-rencias por los procesos de mestizaje e hibridación?; ¿en qué consisten las racionalidades alternativas de los nuevos sujetos que luchan por su libera-ción?; ¿pueden estas racionalidades, efectivamente, constituirse en puntos de partida de otros mundos posibles? De inmediato, examinaremos algunas aproximaciones reveladoras a la problemática de la diferencia cultural ensa-yadas en el ámbito de la filosofía y las ciencias sociales en América Latina.

¿HIBRIDACIÓN O HETEROGENEIDAD?El énfasis en la diferencia ha cobrado relevancia en las últimas dos dé-

cadas, luego del predominio de la ideología del mestizaje que sirvió de base para la construcción de las identidades nacionales, desde la confor-mación de las repúblicas latinoamericanas y caribeñas en el siglo XIX. El mestizaje, entendido inicialmente como síntesis racial y más tarde como homogeneización cultural, fue utilizado como estrategia de silenciamiento de la diversidad, en nombre de la unidad nacional y del deseo de las élites criollas de ser admitidas como integrantes legítimas del Occidente moder-no. Incluso la adopción del nombre de “América Latina”, como lo ha se-ñalado Walter Mignolo (2007), respondió a la pretensión de diferenciar a las antiguas colonias de España y Portugal de la América inglesa, mediante una operación de adscripción a la latinidad y de negación simultánea de la Amerindia y la Afroamérica.

Luego de las muchas reformulaciones de las que fue objeto la noción de mestizaje, la consolidación del neoliberalismo como pensamiento hegemó-nico a partir de los años ochenta del siglo XX, traerá aparejada la entroni-zación de la categoría de hibridación cultural, promovida por Néstor García Canclini (1990). Apoyándose en el mercado como institución fundamental del proceso de globalización impulsado por el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación, García Canclini exaltará la eclosión de la diversidad desencadenada por la libre circulación de los bienes culturales. La pluralidad cultural resultaría así reducida a la equivalencia mercantil entre las distintas opciones identitarias, a las que tienen acceso los con-sumidores en la era del capitalismo global. Las desigualdades de poder y las múltiples tensiones ocultas tras las diferencias culturales, terminaron siendo silenciadas, una vez más, por esta reelaboración neoliberal de la ideología del mestizaje (Briceño Linares, 2006).

Antonio Cornejo Polar (1982) fue uno de los primeros en alertar acerca de la neutralización política de la diferencia cultural, implícita en la no-ción de hibridación, a la cual opuso la categoría de heterogeneidad cultural.

tica superación de la faz opresora de la modernidad exige una doble nega-ción del mito, que permita subsumir su carácter emancipador eurocéntrico en el marco global de un proyecto de liberación de los “otros” negados. De esta manera, la razón moderna podrá ser trascendida, mediante un proyecto de correalización de la modernidad eurocéntrica y de su alteridad periféri-ca, que permita su fecundización recíproca, “pero no como negación de la razón en cuanto tal” (Dussel, 2001: 356). La liberación implicaría entonces el tránsito colectivo hacia una “trans-modernidad”, en la cual podrán reali-zarse solidariamente las diversas clases y las distintas etnias, el centro y la periferia, el hombre y la mujer, la especie humana y el planeta Tierra, “no por pura negación, sino por incorporación desde la Alteridad” [sic].

Hay varios elementos de esta argumentación de Dussel que ameritan comentarios. Lo primero es que el esquema de la “incorporación” de los “otros” dentro de una transmodernidad que no niegue a “la razón en cuanto tal”, resulta análogo a su propuesta de subsumir a la democracia directa de las comunidades indígenas dentro del marco normativo de los estados na-cionales. En este sentido, hablar de “la razón” y no de “las racionalidades” y calificar como “inevitable y necesario” el orden democrático-representa-tivo al que deberán subordinarse las formas participativas y directas del po-der popular, son concesiones epistemológicas y políticas a la modernidad que difícilmente contribuirán a “trascenderla” y a impedir la aniquilación definitiva de los “otros”. Por otra parte, como lo advierte Pablo Dávalos (2005) al referirse a la “doble cara” de la modernidad denunciada por Dus-sel, “cabría preguntarse, (…) si esa racionalidad puede inscribir dentro de su entramado conceptual la necesidad de suprimir ontológicamente al Otro, ¿no es dable entonces sospechar de sus supuestos de base?” (p. 26).

Estas son aporías dentro de la concepción dusseliana de la liberación, derivadas de su compromiso con el pretendido universalismo de la faceta racional/emancipatoria de la modernidad, que han sido dejadas atrás por propuestas filosóficas más radicales, como la reivindicación de la coexis-tencia de “matrices de racionalidad que no unifican sus visiones, cognicio-nes e interpretaciones en ninguna totalidad” de Enrique Leff (2003: 17), o el planteamiento de Elías Capriles (1994) sobre la crisis ecológica como prueba empírica de la reducción al absurdo de la razón moderna.

El dilema ontológico entre la universalidad y la particularidad o la uni-dad y la diversidad del sujeto, nos sumerge de lleno en el problema de las implicaciones políticas y epistemológicas de la diferencia cultural en el seno de las sociedades latinoamericanas. Y nos lleva en consecuencia a pregun-tarnos: ¿es posible cartografiar inequívocamente los linderos que separan a

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a un sistema social de nobleza hereditaria, jerarquías y privilegios que sólo permite la movilidad social a través del blanqueamiento racial y la edu-cación occidentalizante. Incluso después de la Independencia, este sistema semiológico pervive entre nosotros moldeando las estrategias de acceso al poder por la vía de los privilegios familiares y clánicos, la filiación en lugar del mérito, y la lealtad y el pago de peaje al señor imperante en cada feudo.

En tercer lugar estaría el discurso salvaje, expresión del sufrimiento del indígena sometido violentamente por los conquistadores y el africano reducido a la condición de esclavitud. En él se manifiesta también el resen-timiento de los pardos históricamente relegados en sus anhelos de supera-ción, así como la nostalgia por formas de vida no occidentales cercenadas por la imposición de la cultura europea. Para el discurso salvaje, tanto la tradición hispánica como la modernidad europea resultan ajenas y extrañas, manifestaciones de una alteridad opresora ante la cual ha sido necesario aprender a sobrevivir con aparente sumisión, ocasional rebeldía, astucia permanente y profunda nostalgia.

Aunque Briceño Guerrero se ha dedicado a estudiar principalmente las raíces occidentales de la “totalidad contradictoria” latinoamericana, no deja de observar las fisuras que en su conformación ha trazado la diferencia. De ahí su empeño en señalar que la sincronicidad de estas tres lógicas discur-sivas, radicalmente distintas y mutuamente neutralizadoras, le imprime a nuestra cultura una tensión permanente, un “nihilismo caotizante” instiga-dor de una actitud irresoluta y conflictiva frente a la expansión universal de la modernidad.

TIEMPO CÍCLICO Y OTREDAD CULTURALA cada uno de estos tres discursos o matrices culturales corresponde, a

juicio de Luis Britto García (2009, t. 2, pp. 283-305), una concepción dis-tinta de la temporalidad: el tiempo cíclico de las cosmovisiones indígenas y africanas, el tiempo apocalíptico de la España católica colonizadora y el tiempo fáustico que, según Spengler (1976), caracteriza a la Europa moder-na. Estas tres visiones del devenir histórico explicarían, respectivamente, el “estancamiento” de las civilizaciones amerindias, la obsesión por El Dora-do que llevó a los conquistadores a perpetrar un genocidio y la devastación de la naturaleza provocada por la tecnoindustria capitalista y sus trasplantes socialistas.

Cabe señalar que al atribuirle a la temporalidad cíclica de las culturas indígenas y africanas la razón de su presunto “estancamiento”, Britto Gar-

Criticó a las viejas y las nuevas versiones de la mestización como fusión o síntesis superadora de las diferencias, apoyándose en su concepción de la cultura como totalidad contradictoria capaz de insertar tensamente, en un solo proceso socio-histórico, diversos sistemas y subsistemas.

Sus investigaciones en el campo de la crítica literaria, lo habían llevado a cuestionar la validez del concepto de literatura nacional, al constatar la existencia, en el seno de la misma, de diversos “sistemas literarios” que coexisten conflictivamente. En sus propias palabras:

En América Latina cada sistema [literario] representa la actuación de sujetos sociales diferenciados y en contienda, instalados en ámbitos lingüísticos distintos, idiomáticos o dialectales, y forjadores de racionalidades e imaginarios con frecuencia incompatibles (Cornejo Polar, 1989: 22).

En otro momento de su obra, enfrentaría también la idea de la desterri-torialización de la cultura acuñada por los apologistas de la globalización, advirtiendo que los desplazamientos migratorios, en lugar de disolver el locus de enunciación del sujeto, lo obligan a habitar simultáneamente es-pacios socioculturales distintos (el de origen y el de destino, por ejemplo) y a adoptar identidades múltiples no siempre compatibles entre sí (Cornejo Polar, 1996).

Esta pluralidad de racionalidades también ha sido constatada en el ám-bito de la filosofía del lenguaje, por José Manuel Briceño Guerrero (1994), para quien la llamada América mestiza engloba en realidad tres grandes dis-cursos complejizadores de su identidad. A partir del examen de la historia de las ideas, la dinámica política y la creación artística de la región, observa en primer lugar la existencia de un discurso europeo segundo que habría ingresado a nuestras sociedades a finales del siglo dieciocho. Su estructura responde a la lógica de la razón ilustrada y sus avances científico-técnicos. En el plano político, este discurso enfatiza la posibilidad del cambio social planificado con el propósito de garantizar los derechos humanos universa-les a la totalidad de la población. Su difusión teórica ha estado básicamente a cargo de las tendencias ideológicas positivista, tecnocrática y socialista. Sus palabras claves en el siglo diecinueve fueron modernidad y progreso. En nuestro tiempo, su palabra clave es el desarrollo.

En segundo lugar, se encontraría el discurso mantuano proveniente de la España imperial, reproducido por los criollos y el sistema colonial español. En el plano espiritual, este discurso resalta los valores ultraterrenos repre-sentados por la Iglesia Católica; pero en la esfera material ha estado ligado

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diadas. De ahí que la solución a la presente crisis civilizatoria no dependa, como lo pretende Britto García, de la adopción paritaria de las tres clases de tecnologías por él postuladas, sino de la posibilidad de sustituir las relacio-nes instrumentales o de explotación capitalistas por relaciones dialógicas o intersubjetivas con la naturaleza y con los congéneres, que contribuyan a modelar una tecnología alternativa, auténticamente post-capitalista, post-colonial y post-moderna2.

Igualmente identificada con los valores esenciales de la modernidad colonialista es la caracterización, hecha por este autor, de los procesos de mestizaje y fusión étnica como “síntesis creadora” que da origen a un pro-ducto nuevo. En nuestra opinión, esta visión del mestizaje como síntesis (dialéctica y no dialógica) minimiza las contradicciones generadas por las diferencias étnico-culturales en el seno de la totalidad social y olvida que los contenidos innovadores y originales del proyecto civilizatorio alterna-tivo, impulsado por los movimientos sociales emergentes, proviene princi-palmente de las matrices culturales no occidentales de la América Latina y Caribeña. A la luz de estas observaciones, las concepciones acerca del mes-tizaje, el desarrollo tecnológico y el estado nacional defendidas por Britto García, se revelan como instrumentos ideológicos de reproducción del or-den capitalista dependiente implantado en la región, durante los últimos cinco siglos, por las potencias hegemónicas del sistema-mundo moderno.

En contraste, para la inmensa mayoría de los actores sociales subalternos del continente, la modernidad constituye un proyecto histórico de domina-ción del hombre y la naturaleza que amerita ser superado. Sus prácticas de liberación comunitaria han puesto en evidencia que el sujeto trascenden-tal de la tradición cartesiano-kantiana, el yo concebido como núcleo de la identidad personal, el modelo antropológico del individualismo posesivo y el dualismo gnoseológico sujeto-objeto, son ficciones construidas por la modernidad que operan como dispositivos de dominación de la subjetivi-dad a fin de ponerla al servicio de los engranajes del sistema-mundo capi-

2 Seguimos en este punto las críticas formuladas por David Dickson (1980) al determinismo tecnológico de quienes piensan que “los desarrollos sociales –in-cluyendo los cambios en la organización social y en la distribución del poder– emergen espontáneamente a partir de los desarrollos tecnológicos”. En contra de tal determinismo el autor sostiene que “las relaciones sociales de producción –las relaciones entre los diversos grupos o clases implicadas en el proceso de producción– se reflejan en los medios de producción o, dicho de otro modo, que la tecnología y los modelos sociales se prestan apoyo mutuo tanto de un modo material como ideológico” (p. xii).

cía pone en evidencia su compromiso con la concepción lineal del progreso imperante en el Occidente moderno. La noción de estancamiento es una construcción ideológica que ignora el hecho de que todas las culturas están sujetas a permanentes procesos de ajuste y transformación, y que el aco-plamiento armonioso con el entorno natural alcanzado por las sociedades indígenas y afroamericanas, no constituye un estado de rigidez e inmovili-dad sino un proceso de equilibrio dinámico resultante de su sabiduría sis-témica. En contraste, el pensamiento eurocéntrico se ha mostrado incapaz de comprender que la pérdida de esta sabiduría sistémica desencadenó la aparición del tiempo fáustico asociado con los mitos del progreso, el desa-rrollo industrial y el crecimiento ilimitado, que han hecho de la modernidad capitalista un proyecto civilizatorio insostenible.

Otro tanto puede decirse del criterio de diferenciación de las culturas, propuesto por este autor, en función del predominio de ciertos tipos de tec-nologías: las tecnologías diseñadas para transformar el reino mineral, para domesticar a otras especies vivientes y para modelar la conducta humana. De acuerdo con este criterio, el verticalismo de las sociedades ibéricas se desarrolló sobre la base de una industria metalúrgica que, gracias a sus aplicaciones militares, les permitió doblegar a las civilizaciones precolom-binas del maíz y de la papa; mientras que el horizontalismo de las culturas indígenas y afroamericanas se estructuró, en buena medida, gracias a su especialización en el cultivo de vegetales.

Esta tentativa de clasificación de los modos de producción atendiendo principalmente a las especificidades de sus fuerzas productivas deja por fuera un aspecto fundamental: el tipo de relación entre el sujeto y el ob-jeto que cada cultura impone a sus miembros, independientemente de la naturaleza de los objetos considerados. Las relaciones instrumentales o de explotación de los trabajadores y de la tierra imperantes en las sociedades capitalistas se diferencian radicalmente de las relaciones dialógicas o inter-subjetivas con el mundo natural predominantes en las culturas indígenas y afroamericanas. Esta diferencia se expresa no sólo en la interacción con una determinada clase de objetos materiales sino en las relaciones con todos los dominios de lo real: con el reino mineral, con las plantas y los animales, con los congéneres y con los dioses. En consecuencia, la diversificación de los estilos tecnológicos dependerá fundamentalmente de las diferencias culturales en las pautas de relación entre sujeto y objeto (aun cuando el objeto sea otro sujeto) y no en las características propias de los entes natu-rales transformados por el trabajo; puesto que tales objetos son construidos cognitivamente en un contexto de relaciones sociales culturalmente me-

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talista. Desde esta perspectiva, el desmontaje del yo, el sujeto cartesiano, el individualismo posesivo y el dualismo sujeto-objeto pareciera ser una condición necesaria para ponerle fin a la reproducción global del proyecto de dominación de la modernidad.

En otras palabras, la interculturalidad latinoamericana es la expresión de diversas formas resistentes de subjetividad, que los pueblos del conti-nente se han empeñado en reivindicar para enfrentarse a las amenazas des-tructivas de la globalización. De ahí que entre nosotros carezca de sentido la proclama postmoderna de la muerte del sujeto, percibida con sospecha como estratagema de enmascaramiento cultural de la dominación pero, al mismo tiempo, observada con astucia como punto de bifurcación capaz de desencadenar inéditas energías liberadoras y de reconciliación amorosa del hombre con su prójimo, con su otredad cultural y con la naturaleza.

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Contrariamente a la creencia más generalizada, existen en el país pue-blos y comunidades indígenas que en su momento estuvieron vincu-

lados en mayor o menor medida con nuestras luchas independentistas de comienzos del siglo XIX y hasta llegaron a tener contacto, bastante cercano a veces, con los personeros más importantes del ejército patriota. En el caso de los mapoyo (wánai), pueblo karibe ubicado en el estado Amazonas, muy cerca del límite occidental del estado Bolívar, se conservan importantes testimonios procedentes de una relación directa e íntima con el General Páez y el mismo Libertador Simón Bolívar.

La zona de asentamiento propia de los mapoyo se encuentra en la faja de sabana comprendida entre el caño Caripo y el río Villacoa –afluentes del Orinoco Medio en su margen derecha– en el municipio Cedeño del estado Bolívar. Ese lugar está situado a unos 60 kilómetros de la pobla-ción conocida como La Urbana, que, de acuerdo con los escasos registros históricos y etnográficos sobre esta sociedad, formaba parte del territorio ancestral mapoyo (wánai). Espacialmente, dicha área presenta una forma casi triangular y limita hacia el noreste con el río Suapure, al suroeste con el Parguaza y por el oeste con el Orinoco (Henley 1983: 221). Es de lamentar que en la actualidad el pueblo wánai –wánai es la autodenominación, pero la población criolla local los conoce como mapoyo– está conformado por una sola comunidad antiguamente llamada Caripo, y hoy día denominada El Palomo, por habitar allí una población considerable de esta especie de aves. El número aproximado de sus miembros se estima en 350 personas, distribuidas en 55 familias ubicadas en las orillas de la Carretera Nacional Ciudad Bolívar-Puerto Ayacucho.

En el presente, la mayoría de los wánai construyen sus casas en las lla-nuras pese a que la costumbre de sus ancestros era más bien levantar casas comunales en las montañas. Aparte de existir algunas viviendas rurales,

LOS.MAPOYO:.UN.PUEBLO.PATRIOTA.IGNORADO

Esteban Emilio Mosonyi / María Suárez Luque

alemán publicado en 1923).Toledo, V. (2005). Políticas indígenas y derechos territoriales en América Lati-

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a ritos de consulta espiritual, jugando un papel preponderante la naturaleza, la religión y la cosmogonía propia; se acude al uso de plantas medicinales –espirituales, tal como las llama Simón Bastidas, el actual Cacique– para determinar si el candidato en cuestión es idóneo para el cargo. Por regla general, en la designación el Capitán suele fungir como aspirante único. Es menester señalar lo siguiente: el Estado ha introducido, quizá precipitada-mente, nuevas formas de organización social y política entre los pueblos indígenas. De hecho, los wánai cuentan con una Asociación Civil, siendo el Presidente elegido con el voto de todos los integrantes de la comunidad. Su mandato dura entre tres (3) y cinco (5) años aproximadamente, y el día de la elección se celebra una gran fiesta en honor a quien resulte ganador. En la actualidad también se han conformado Consejos Comunales y, más recientemente, se están creando Comunas Socialistas.

La mayoría de los investigadores están de acuerdo en clasificar el idio-ma wánai (mapoyo) como perteneciente a la familia karibe, además de con-siderarlo muy emparentado con los idiomas yawarana y tamanaku –este último ya extinto– y mucho más alejado del e’ñepá y el ye’kuana, ambos de la misma familia lingüística.

Dentro de la tradición oral mapoyo (wánai) se cuenta un evento –del cual, por supuesto, existen varias versiones– relativo a la consumación de un suicidio colectivo. Entre los relatos más difundidos se mencionan los escri-tos por Wavrin (1948) y Álamo Ybarra (1950), además de las historias co-nocidas por buena parte de la gente criolla, indígenas habitantes de la zona, y algunos miembros del propio pueblo mapoyo. Ahora bien, debido a la imposibilidad de referir aquí cada una de las interpretaciones del hecho por razones de espacio, diremos que, en términos muy genéricos, las mismas aluden como factor desencadenante a la muerte del Cacique o Capitán de la comunidad (para unos joven y fuerte; para otros, anciano y sabio). Respec-to de la consecuencia más significativa provocada por este acontecimien-to luctuoso, todos los relatos coinciden en señalar, como tal, el desamparo colectivo al que se vio expuesta la aldea. Sin embargo, la oralidad es aun más heteróclita en este aspecto: en unos casos, debido al elevado prestigio del líder, el caserío fue presa de la falta de orientación e incapacidad para defenderse, mientras que en otros se arguyen motivos estrictamente mágico-religiosos. A pesar de lo anterior, la tradición no difiere en cuanto a la forma como se mataron ni sobre el sitio donde tuvo lugar el suicidio.

Las fuentes coloniales coinciden en presentar al pueblo mapoyo como guerrero y de espíritu rebelde, por el hecho de haber combatido perma-nentemente contra el Imperio Español para resguardar su independencia y

en la edificación de la denominada churuata el cemento se ha introducido como material de construcción, y la palma está siendo sustituida por ace-rolit. Las familias suelen constituirse en extensiva –organizada alrededor de la línea paterna, tanto directa como colateral– o nuclear –fundada en los progenitores y sus descendientes directos– encontrándose muchas de ellas dispersas entre Villacoa y la vía hacia Morichalito. Respecto al matrimo-nio, es cada vez más frecuente la unión de wánai con criollos e indígenas de otras etnias. Esto ha originado cambios importantes en la conformación de la estructura familiar donde el modelo foráneo, cuando no se opta por emigrar de la comunidad, termina imponiéndose.

La información concerniente a sus quehaceres económicos revela que estos se basan en la agricultura de tala y quema, siendo ella, en cuanto a los rubros alimenticios cosechados, casi idéntica a la realizada por los criollos; es decir, se dedican a cultivar maíz, yuca, ñame, arroz, plátano, caña de azúcar, cambur, piña, entre otros. Aun cuando la cacería y la pesca se mantienen muy replegadas como actividades, los animales obtenidos a través de ambas constituyen buena parte de su dieta diaria. Además suelen criar gallinas, cerdos y ganado. Muchas familias han conservado el hábito de preparar bebidas con las semillas provenientes de la gran variedad de palmas típicas del lugar –jugo de moriche, seje, manaca, yaraki– y muy pocas se dedican a la elaboración del casabe. No es de extrañar que por ser el área una zona maderera, la comunidad se agrupe para trabajar en la recolección y posterior venta de la madera. Los wánai también participan en la recogida de la sarrapia, la cual venden a los criollos procedentes de Ciudad Bolívar, Amazonas y otros estados. Lamentablemente, varios de ellos se han visto forzados a trabajar esporádicamente en las empresas cer-canas para devengar un salario, mientras otros deben ir hasta el pueblo de Morichalito a ofrecer pescado y los productos de su siembra.

En lo tocante a su organización socio-política, en tiempos pretéritos era costumbre que hubiera un jefe principal quien ostentaba el título de iyápo-ni, además de los jefes de cada asentamiento –subordinados a éste– cuyo nombre era ëhtëwáihtëri. Para ejercer estas funciones de liderazgo solo se aplicaba el criterio de la edad y la experiencia. Hoy día sigue existiendo la figura del Cacique como máxima autoridad, cuya jerarquía es heredada directamente del padre. Su objetivo fundamental consiste en preservar y mantener el equilibrio y la armonía en el pueblo. Sin embargo, hay una se-rie de requisitos exigidos para desempeñar este oficio, a saber: méritos, ha-bilidades, compromisos, participación directa e interés en todos los asuntos concernientes a la etnia. La tradición señala que el Cacique saliente recurre

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Para traducir esta afirmación a un lenguaje más diáfano y comprensible, los mapoyo actuales no solo no han recibido jamás las tierras otorgadas por el Libertador, sino que están expuestos en forma permanente a las arreme-tidas de los terratenientes y ahora de las compañías mineras, especialmente Bauxilum, quienes apetecen lo poco que les queda de su antiguo territorio.

Se evidencia que si bien los mapoyo han sido buenos patriotas y ciuda-danos ejemplares, la República nunca les ha retribuido esas cualidades. Por el contrario han vivido confinados, discriminados, con sus tierras, labranzas y territorios sagrados mermando cada día, en medio de un racismo indigno de nuestro pueblo venezolano, bajo cuya égida al indígena se le reduce al estatus de irracional. De este modo no resulta nada extraño que, en medio su heroica resistencia, los mapoyo hayan ido perdiendo no obstante una buena parte de su cultura distintiva y sobre todo el idioma –de la familia ka-ribe casi idéntico al yawarana–, el cual, según los “expertos”, está a punto de extinguirse. Si nos fijamos en los criterios meramente técnicos, es difícil no darles la razón, pues no quedan más de dos hablantes relativamente competentes junto a media docena de semihablantes, mientras algunos re-cuerdan una u otra palabra. Pero ellos y ellas sí quieren recuperar el idioma nativo y la parte olvidada y reprimida de su cultura. Con tal fin se han venido organizando hace por lo menos dos décadas realizando reuniones y talleres, asociándose con investigadores universitarios como la lingüista María Eugenia Villalón y la socióloga Esperanza Gualdrón. Somos testigos presenciales de que algunos maestros e integrantes de la comunidad están comenzando a escribir el mapoyo y a trabar tímidamente algunas frases, y este es solo el comienzo.

Para completar y respaldar estas reflexiones es importante citar algunos testimonios de los propios indígenas mapoyo, deseosos de recuperar su pa-trimonio lingüístico y cultural, en su lucha diaria por perpetuar su identidad tan amenazada hace siglos. Por ejemplo, el Cacique Simón Bastidas expre-sa su sentir en las palabras siguientes:

“…en verdad, con esto que estamos luchando ya nos llegó la hora de darle la iniciativa a lo que nosotros nos interesa, nos interesa mucho la lengua porque esto se está terminando, ya casi terminada, y el único que nos queda es Secundino Reyes que se ha nombrado como profesor de la lengua… Es necesario como les dije a los niños y a todos los viejos que estén interesados, que aprendan porque lo primero que no-sotros que tenemos que presentar es la lengua de nosotros, los niños tienen que aprender, los maestros deben aprender

libertad. Esto entra en consonancia, por cierto, con las características más generales de los pueblos karibe, de índole más irreductible que la mayoría de los indígenas hallados por los españoles a su paso. Por algo, la Conquis-ta de Venezuela duró mucho más tiempo y atravesó más avatares que la de países como México o Perú. Con estos antecedentes no puede extrañarnos, que las comunidades mapoyo de inicios del siglo XIX, más fuertes y nu-merosas que en la actualidad, hicieran causa común con el ejército patriota, aun cuando la información disponible esté entretejida con leyendas presen-tes en la oralidad mapoyo. Sin embargo, tales narraciones heroicas –trans-mitidas de una a otra generación– han contribuido de manera importante a conservar y fortalecer la identidad étnica de los mapoyo, incluso a pesar de haber perdido parte de su cultura y el uso cotidiano de su idioma.

Lo cierto es que existen testimonios irrebatibles de su participación en la Guerra de Independencia celosamente guardados por los capitanes cuyo cargo, al menos en la comunidad de El Palomo, es hereditario. Según la versión recogida por Paul Henley, el capitán Paulino Sandoval recibió del General Páez una punta de lanza y de Simón Bolívar una espada acompa-ñada de un Documento, el cual le otorgaba en propiedad todas las tierras comprendidas entre los ríos Suapure y Parguaza, por el cúmulo de favores prestados a la causa patriota (Henley 1983: 225). Estos objetos pasaron lue-go de padre a hijo, para convertirse en la reliquia más importante que posee hoy la comunidad mapoyo, ya muy disminuida y en opinión de algunos académicos en peligro de desaparecer. Es de lamentar que el Documento, todavía visto y apreciado por varios investigadores, se haya quemado en un incendio, cuyo origen y razones aún no están claros.

Está por realizarse un estudio detallado sobre la oralidad mapoyo y otros aspectos de su cultura ancestral y realidad más reciente; todo lo cual contribuirá por una parte a un mejor conocimiento científico y humano de este pueblo, mas también, aun en mayor grado, al fortalecimiento de su autoestima y a su capacidad de resistir los embates del presente y asu-mir una perspectiva de futuro, conforme a sus mejores aspiraciones. Esto suena utópico pero es utopía concreta. Hoy día no se extinguen pueblos sin oponer resistencia, e incluso aquellos aparentemente olvidados por la Historia –léanse gayón, ayamán, jirajara de nuestro Centro-Occidente– van apareciendo de nuevo con sus identidades, idiomas, exigencias territoriales y otros atributos que hicieren falta para un porvenir digno de estos pueblos y comunidades con larga tradición de lucha. Ello es válido, por supuesto, para la única comunidad mapoyo realmente existente llamada El Palomo, ya que el resto de la etnia parece haber sido absorbido por el mestizaje.

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fonológico como evidentemente lo es mapararu para la habitual tonadilla de la gallina, que en español sonaría quiquiriquí. Como todo idioma indígena, karibe o de otra familia, el mapoyo exterioriza con lujo de detalles todas las características y particularidades de la fauna y flora local, además de repro-ducir las conexiones –incluyendo el trabajo humano– entre los distintos ele-mentos ecosistémicos. Pero para este idioma, poco estudiado y semiextinto, sería prematuro ahondar en este tema, guardando siempre la esperanza de poder profundizar más adelante con el avance de la investigación-acción de índole interdisciplinaria y participativa que se está emprendiendo.

Tal como los añú de Sinamaica y otras sociedades en situación similar, también los mapoyo podrán acceder a importantes metas de revitalización lingüística y cultural, mas para ello es insuficiente su temple voluntarioso y la labor desplegada al interior de la comunidad. Es preciso, diremos vital, que el Estado a través de sus instituciones asuma de una vez por todas su verdadero compromiso expresado en la Constitución y en un número de disposiciones legales que ojalá las poseyeran otros países. Con el mejor ánimo constructivo, parece ineludible introducir aquí una severa crítica a las políticas incluso actuales del Estado venezolano, el cual ha permane-cido insensible e inconmovible frente a la tragedia etnocida que contem-plamos con el desangramiento de la cultura mapoyo. Ya en otros países y aun en Venezuela ante realidades similares, esa indiferencia secular viene dando paso a acciones institucionales concertadas y planificadas, a veces con apoyo internacional. Así se daría cumplimiento a tantas declaracio-nes y normativas que aparentemente protegen y amparan, especialmente a partir del presente siglo, todas las manifestaciones de diversidad cultural y lingüística que hacen habitable nuestro mundo, evitando de esa manera la espantosa globalización ya configurada en el casco central de algunas ur-bes de distintos continentes, las cuales se distinguen cada vez menos entre sí. Reflexionemos además sobre el contenido de un artículo de la Ley de Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas, que en su Artículo 8 establece lo siguiente: “Se reconoce y protege como patrimonio vivo de la nación a los ancianos y ancianas indígenas, que transmitan sus idiomas, voces, cantos, leyendas, creencias, cuentos, ritos y otras expre-siones, enseñanzas culturales e históricas, los cuales serán incluidos en el Sistema Educativo Nacional, a través de la educación intercultural bilingüe mediante los planes, programas, proyectos y actividades, que a tal efecto dicte el ministerio competente.”

En el caso del pueblo mapoyo desgraciadamente no ha sido así, pero todavía estamos a tiempo de reparar parte del daño en cuya comisión tal

porque ellos son los que van a quedar en esta generación… El día que Candecho (José Reyes) desaparezca también, que Dios lo necesite, tiene que quedar un maestro de lengua, para seguir adelante y ese gran entusiasmo que tenemos y alegría con esto, y le dije ahí que respetaran a Candecho, profesor, no agarrarlo de mamadera de gallo…”

Junto a esta retórica espontánea y sentida del Cacique, oigamos también algunas frases de una señora mayor, hablante de la lengua, Eladia Ramona Bastidas:

“…usted no ha escuchado a los parientes piaroa que están aquí, los más chiquitos hablan, porque la mamá y el papá les hablan en lengua, porque eso es lo que saben hablar… Yo por eso les estaba diciendo a ellos, ustedes tienen que ir mañana ya pa’ clase; porque Candecho va a empezar mañana y lo único es que vayan poniendo atención, lo que está di-ciendo Candecho, una lengua que el finado me dijo que mira Dominga vamos, pa’ enséñate pa’ nosotros hablar porque yo no encuentro con quien hablar, me dijo él… Yo te enseñaré a hablar el idioma mío y entonces nos hablamos nosotros, entonces le digo yo, ah y no es eso muy trabajoso hablar esta lengua… Hay unas palabras que ustedes van a hablar de la lengua, lo que habla Candecho, ustedes que son pequeños eso quiebra la lengua pa’ hablar, con tal de que no tengan pena, porque ahí hay unos que tienen pena; no se atreven a hablar… Bueno eso yo les estaba diciendo, eso es lo que a ustedes le va a quedar, pa’ que ustedes sepan quiénes son, les digo yo: el único que queda es Candecho, la mamá que echaba lengua murió, la tía y el tío también, le queda un tío pero ese está enfermo ya… Yo les digo tengan interés, eso cuando les diga Candecho cómo se llama esa gallina, cómo se llama el otro animal… Esa gallina se llama mapararu y ese perro se llama beroro.”

Aprovecharemos estas últimas palabras dichas en idioma mapoyo para hacer una breve reflexión sobre las relaciones existentes entre las lenguas ancestrales y los ecosistemas que rodean y albergan a los pueblos indíge-nas hablantes. Más que en la estructura gramatical, esa ósmosis se concre-ta mayormente en el vocabulario, la discursividad y la pragmática de cada sistema lingüístico, sin olvidar las formaciones onomatopéyicas de carácter

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IA mediados de 1807, cuatro años y medio después de la muerte de su

esposa, Bolívar regresa a la patria luego de una larga estancia en Europa.Tiene veinticuatro años y viene colmado de nuevos ideales. Ha visto y

vivido y leído mucho y bien. No ignora que los acontecimientos europeos, cuyas primeras tentativas revolucionarias significaron en el continente ape-nas el preludio de importantes transformaciones en la vida política y social, se precipitan día tras día en interminable tormenta.

A partir de 1808, año en que Bonaparte consuma la ocupación de Espa-ña y depone a su rey, la participación del joven oligarca criollo en los pla-nes conspirativos –algunos de ellos coincidentes con los suyos– es notoria, y así se evidencia en testimonios de testigos y confidentes o de comprome-tidos en los mismos.

En la llamada Cuadra Bolívar, a orillas del Guaire; en casa de su tío político José Félix Ribas y en otros sitios de la capital se han celebrado reuniones no pocas veces tumultuosas a favor de la emancipación que al-gunos desean total y otros mediatizada.

En el expediente instruido por las autoridades no escasean los testimo-nios comprometedores contra los hermanos Bolívar. Así por ejemplo José Benito de Austria declara que “por lo que tiene oído don Juan Vicente y don Simón Bolívar han sido partes muy esenciales de las concurrencias en que se ha tratado del establecimiento de la Junta, y de los que con más libertad se han explicado acerca de los principios de independencia”.

Por su parte el secretario de la Capitanía General, Pedro González Orte-ga, expresa haber oído hablar de “Juntas celebradas en una casa inmediata al río Guaire a las cuales concurrían don Mariano Montilla, don Juan Vicente y don Simón Bolívar con otros de su parcialidad”. Otro testigo,

EL.CASO.DE.LA.MISTERIOSA.DESAPARICIÓN.DE.BOLÍVAR.EN.

ABRIL.DEL.AÑO.DIEZ

Gustavo Pereira

vez todos seamos cómplices. En nuestra percepción, le toca ahora al Estado venezolano superar la crisis existencial de este pueblo, echando a andar un proyecto de recuperación integral, definitivo e irreversible.

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Ciertos resortes ocultos movían a los hombres y mujeres que encabe-zaban estas insurrecciones: las necesidades objetivas del desarrollo de sus sociedades, las contradicciones entre sus diversos estamentos sociales y productivos y la metrópoli, la debilidad de ésta para contenerlas y la opor-tunidad para hacerlo; pero también la acción precursora y transformadora de quienes habiendo vislumbrado por entre los antagonismos y las corre-laciones de fuerzas el momento histórico preciso, se constituyeron, con el fuego sagrado de la libertad, en lúcida y empecinada vanguardia.

Según Mancini, a Miranda corresponde en gran parte haber inspirado u organizado, desde Londres, esos resortes: “En la penumbra en que, en acecho durante tantos años parece querer dejarle la Historia, sin duda por la costumbre que tiene de verle así, Miranda había sido el autor invisible del formidable prólogo, en punto ya para ser representado en cada una de las es-cenas del inmenso teatro cuyo conjunto abarcaba él con sólo una ojeada”.

De acuerdo con el historiador francés, el constante apostolado del pre-cursor, sus geniales maniobras diplomáticas, las instancias de continuo re-petidas durante un cuarto de siglo en todas las cancillerías y contrariadas siempre por defecciones y la mala fortuna, las expediciones, aunque fur-tivas, efectuadas en las costas de América, y sus incansables paciencias, obtenían por fin el resultado perseguido. No en vano había fundado en Londres con este objetivo un instrumento de propaganda de que se sirvió eficazmente: la asociación secreta que, hacia 1797, ya irradiaba sobre los destinos de la Emancipación.

Inspirado en las prácticas de la francmasonería en una época en que sus principios igualitarios socavaban las bases de las antiguas sociedades, Mi-randa funda en la capital inglesa una Logia Americana en la que siendo Gran Maestre había logrado agrupar a los criollos que acudían a Europa a perfec-cionar su educación o para ayudar a la Revolución. Dicha Logia tuvo filiales en París, en Madrid (con el nombre de Junta de las ciudades y provincias de la América Meridional), y en Cádiz (con el de Sociedad de Lautaro, o de los Caballeros racionales). El taller se hallaba en su casa de Grafton Squa-re y allí, hasta 1810, daba personalmente la luz a todos los apóstoles de la Revolución americana que a verle acudían. El chileno Bernardo O’Higgins; el neogranadino Nariño; los quiteños Montúfar y Rocafuerte (estos dos, compañeros de Bolívar en su estancia parisina; Rocafuerte se haría adversa-rio acérrimo del Libertador); el guatemalteco Cecilio del Valle; el peruano Bernardo Monteagudo; el mexicano Servando de Teresa y Mier y los rio-platenses José de San Martín, Carlos Alviar, José María Zapiola (quienes fundarán en Buenos Aires la célebre Logia de Lautaro) y Mariano Moreno,

Andrés Moreno, añade que “a las Juntas en la casa de Bolívar concurrían además el Marqués del Toro, el Oidor Felipe Martínez, Mariano Montilla, Juan Vicente Bolívar, don Vicente Salias, don Narciso Blanco y otros”. También dice que “en estas Juntas de la Cuadra Bolívar se trataba siem-pre contra el Estado, que era lo que se decía en público”.

Cuando estalla el movimiento del 19 de abril de 1810, Bolívar, sin em-bargo, extrañamente no está en Caracas.

Desde hace algunos meses ha pasado a su hacienda de Yare, acaso es-condido o confinado.

II¿Qué había ocurrido en las colonias españolas de América para que

casi al unísono, con intervalos de meses entre uno y otro, los movimientos independentistas liderados casi todos por la oligarquía hubiesen insurgido por doquier?

En efecto, paralelas a las de Caracas, poco antes o poco después y cada vez más numerosas, estas rebeliones sacuden la América, ahora de manera orgánica, tan pronto despunta el siglo XIX. Después de las expediciones mirandinas múltiples sucesos alteran el debilitado poder de la monarquía española: a fines de mayo de 1809 en Chuquisaca, en la actual Bolivia, un grupo de patriotas insurreccionados logran apresar al presidente de la Audiencia; en Quito los insurgentes encabezados por el marqués de Selva Alegre luego de ardorosas manifestaciones conforman en agosto una Junta como gobierno autónomo; en Buenos Aires estalla la sublevación encabe-zada por Martín de Alzaga; en La Paz estalla una revuelta dirigida en lo militar por José Domingo Murillo. Al año siguiente, siguiendo el ejemplo de Caracas, en mayo se constituye en Buenos Aires una junta provisional que proclama la independencia; en julio se reúne en Bogotá un cabildo abierto que depone al virrey y da paso a un Congreso General de las Pro-vincias de Nueva Granada; en septiembre estalla en México la rebelión del cura Hidalgo a quien se une otro cura, Morelos, en un movimiento popular –distinto al venezolano– que habiendo depuesto al virrey elimina los tribu-tos a indios y mestizos y confisca las tierras en manos europeas; también en septiembre se proclama en Santiago de Chile una junta de gobierno que convoca a elecciones para un congreso; en Ecuador son masacrados los patriotas antes de que una junta declare la autonomía de España y la Nueva Granada; en Bolivia es ejecutado José Domingo Murillo mientras las pro-testas en Chuquisaca y otras ciudades sacuden el poder español. Y así.

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Se les conocía entonces, en los círculos que conspiraban contra el poder español, como “Las tres potencias”.

Emparan, Anca y BasadreTienen al pueblo oprimido;Que Vicentes tan unidos!Chupan aunque el pueblo ladre.

El primero a nadie ampara,Ni el otro lleva en el anca;Pero hace basa el terceroRecaudando con la tranca.

Basta ya de humillación!Para de los tres salirDebe alzarse la NaciónY ese yugo sacudir.

Cuando a Caracas llegan las noticias de la insurrección de Quito y los asesinatos de los patriotas comprometidos en ella, otro pasquín aparece en la pared frontal de la casa del Intendente Vicente Basadre, situada enfrente de la de Emparan:

Todo está listoporque ya Quito dio el gritoy este Vicentees lo mismo que el del frente.

IVLos acontecimientos del 19 de abril del año siguiente son suficiente-

mente conocidos y han ocupado lugar relevante en nuestra historia. Se trató, dadas su planificación meticulosa, la simetría de su desarrollo y la índole de sus participantes –en él colaboraban activamente altos mandos de la milicia–, de un típico golpe de Estado. Preparado y encabezado por los hombres más representativos y avanzados de la oligarquía criolla como paso inicial hacia la total independencia, habíase enmascarado tras una su-puesta defensa de los derechos del también supuesto prisionero rey Borbón (que algunos participantes auspiciaban de corazón), e insurge definitiva-mente cuando llegan de España rumores sobre la victoria de los invasores franceses, la disolución de la Junta Central y la conformación de un Con-sejo de Regencia.

entre otros muchos, habrían pertenecido o adherido a los principios de esta organización secreta y seguido los postulados emancipadores de Miranda. “Los iniciados de la Gran Logia Americana y sus prosélitos no han de tardar en ver ligarse contra ellos todas las fuerzas del absolutismo: los negociantes canarios o gallegos, poseedores de privilegios, la Inquisición, las dignidades eclesiásticas, los consejeros de las Audiencias, en quienes sobrevivió todo el empaque de la vieja España rígida y doctrinal”, comenta Mancini.

IIIEl poder español, ante los amenazantes sucesos americanos, se había

visto obligado a endulzar las cadenas. En enero de 1809 la Junta Central, trasladada a Sevilla, expidió un decreto declarando que los dominios espa-ñoles de América no eran colonias, sino parte esencial e integrante de la Monarquía, por lo que los cuatro Virreinatos y las ocho Capitanías Gene-rales debían tener representación y enviar diputados a la Junta. El llamado había sido atendido, pero la representación estaba lejos de constituir un acto de justicia y se convirtió, por su desproporción, en farsa: treinta y seis eran los diputados españoles, los americanos doce.

Cuando en mayo llega a Caracas un nuevo Capitán General, el brigadier Vicente Emparan, para suceder a Juan de Las Casas, la conspiración ha cobrado cuerpo. Amigo de Fernando Rodríguez del Toro y de Simón Bo-lívar a quienes conoció en Europa, viene acompañado del primero, recién nombrado Inspector General de Milicias. No era Emparan desconocido en Venezuela pues ya antes había gobernado en Cumaná, “donde su admi-nistración había sido firme, justa y liberal” según Restrepo, y “con honor y justicia”, al decir de Baralt y Díaz. Acusado por algunos de ser “adicto a los franceses” por haber obtenido de éstos algunos de sus ascensos y la aprobación de su nombramiento por la Junta de Sevilla, procede a poco de llegar, según Baralt, a expedir providencias “desacordadas y violentas”. “Noticioso de que algunas personas tenían en su poder impresos relativos a una junta gubernativa establecida en Quito el 10 de agosto, los trató como reos de Estado: mandó hacer una leva general en toda la provincia y sin forma de juicio condenó al trabajo de obras públicas a una multitud de hombres buenos, so color de vagos”, amén de otros atropellos.

Algo de cierto debía haber en este reproche puesto que en Caracas cir-culaban ya versos y pasquines anónimos en contra del recién posesionado gobernante. Éste había nombrado a dos tocayos suyos, Vicente Basadre y José Vicente Anca, en los altos cargos de Intendente del Ejército y la Real Hacienda el primero, y como Asesor y Teniente Gobernador al segundo.

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obligado a dimitir en el Cabildo –al que se han incorporado representantes de diversos sectores, entre ellos Madariaga, Juan Germán Roscio, Francis-co Ribas y José Félix Sosa– y se constituye una Junta Suprema “defensora de los derechos de Fernando VII”. “Estos diputados intrusos –escribe Pa-rra-Pérez en tácita e injusta condena– se apoderan del mando, distribuyen órdenes, arrestan funcionarios. Son ellos quienes, en oficio al Arzobispo, disponen el cierre de las iglesias y la suspensión de las procesiones” en tanto se organicen las cosas.

El acta redactada consagra el nuevo gobierno (que es el mismo Cabildo ampliado) y atribuye a éste todo el poder, tras lo cual se elabora un plan de acción destinado a reorganizar la administración, se difunde un mani-fiesto dirigido a los pueblos de Venezuela cuyas líneas finales formulan votos para que “el muy amado soberano señor Don Fernando VII” vuelva a regir los destinos de Venezuela y se procede a expulsar del país a Empa-ran y otros altos funcionarios. Decide la Junta en consecuencia, amén de acordar recompensas a los militares leales al movimiento y encargar del mando superior de la fuerza armada al coronel Fernando Rodríguez del Toro, tomar providencias esenciales (reveladoras, bueno es subrayarlo, de las tendencias políticas y del giro progresista que éstas, al menos en la letra y en algunos aspectos, habían alcanzado): decreta la libertad de comercio, suprime el impuesto de Alcabala a los artículos de primera necesidad, li-bera a los indios del pago de tributos, prohíbe la trata de esclavos, reforma el arancel de importaciones (en lo que se beneficia de modo apreciable a Inglaterra), ordena la liberación de los prisioneros políticos, constituye un Tribunal Superior de Justicia en lugar de la Audiencia, envía emisarios a las provincias de Coro, Maracaibo, Barinas, Barcelona, Margarita, Cumaná y Guayana “para poner en su noticia el suceso y convidarlas a la unión”, crea una academia de matemáticas e instituye una Sociedad Patriótica para el Fomento de la Agricultura y la Industria.

Esta última decisión conducirá a inesperados resultados, incluso para la propia oligarquía.

En lo adelante, Bolívar no actuará ya más en las sombras.

En O’Leary, Baralt, Gil Fortoul, Parra-Pérez y otros historiadores ha-llamos algunos datos sobre la no participación directa de Bolívar en estos hechos: unos meses atrás, ante una conspiración que debía estallar el 24 de diciembre –en la que se hallaban comprometidos los mismos conjurados del 19– y que fuera delatada ante Emparan, éste habría tomado medidas de policía “ineficaces pero suficientes para exasperar los ánimos y excitar a los jóvenes agitadores a proseguir en su empresa”. El regente Heredia, en sus Memorias sobre las Revoluciones en Venezuela, referirá más tarde: “Bolívar fue uno de los principales que tramaron secretamente la revolu-ción del 19 de abril; y el marqués de Casa León me refirió que tratando de persuadir a él y otros compañeros suyos los peligros que corría la provincia por aquel paso imprudente, los atrajo a una conferencia en que don José Domingo Duarte, asesor de la Intendencia, les manifestó su error con toda la fuerza de la razón, y que Bolívar, después de oírlo en silencio, contestó que todo aquello estaba muy bien pintado, pero que él y sus asociados ha-bían declarado la guerra a España y verían como saldrían”.

La manera franca e indiscreta con que el joven Bolívar emitía a veces sus opiniones había llegado hasta el punto, según O’Leary, de proponer un brindis por la independencia de América en un banquete al que asistía Emparan. Pero éste, siendo su amigo, le aconsejó privadamente “se retirase de la capital por algún tiempo”. Ese sentimiento de delicadeza para con el amigo habría sido “la causa de no haber tomado parte activa en los sucesos del 19 de abril” pese a que era evidente que sus posiciones radicales dife-rían sensiblemente de la morigerada mayoría mantuana. Por su parte Pedro Briceño Méndez –quien además de haber sido Edecán del Libertador llegó a ser su sobrino político– escribirá que por ser Emparan amigo de Bolívar “se lo avisó privadamente aconsejándole que se retirase para alguna de sus haciendas por algún tiempo. Así lo hizo”.

Aunque maduras, las condiciones objetivas para la independencia pare-cían requerir de un impulso final y los jóvenes conspiradores, entre quienes se hallan, además de los ausentes hermanos Juan Vicente y Simón Bolívar, su tío político José Félix Ribas y el hermano de éste el presbítero Francisco José, Vicente Salias, Martín Tovar Ponte (hijo del Conde de Tovar), Ma-riano y Tomás Montilla, Juan Pablo Ayala, Francisco Javier Ustáriz, el ca-nónigo José Cortés de Madariaga, Juan Germán Roscio, José Félix Sosa, el padre José Félix Blanco y otros de “los que tenían más que perder” al decir de José Domingo Díaz (entre quienes había también, según el informe del depuesto Intendente Basadre, “militares y paisanos, abogados, médicos, ci-rujanos, boticarios y colegiales”) logran apresurar los hechos. Emparan es

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que tienen de radical y de actual para nosotros los de hoy; dejando resonar largamente su verbo de admonición para alimentar la esperanza de días me-jores en que, gracias al coordinado esfuerzo colectivo, llegara a ser fuente de orgullo para nosotros la nación venezolana, digna hija de tan digno pa-dre; destacando, en fin, el papel protagónico de la Universidad Autónoma en tan magna tarea, mientras ponía en evidencia la referencia astronómica de la fecha como parámetro cósmico.

Podía, sin duda, declinar esas ventajas retóricas, no muy cónsonas por cierto con la dignidad académica, y transformar mi discurso en una espe-cie de ensayo erudito sobre las ideas de El Libertador en materia cultural, rastreando sus orígenes y poniendo de manifiesto al mismo tiempo su ori-ginalidad, para colgar un nuevo retrato suyo, hecho de palabras, en este recinto, continuando así una tradición iniciada por la Universidad Central de Venezuela al poner un retrato de Su Excelencia en la Sala de Sesiones del Claustro, como primera resolución después de la promulgación de los estatutos. Pero me pregunté si yo quería prolongar el linaje insigne, multi-tudinario de los retratistas de El Libertador, callando lo que sé.

Yo había aceptado decir este discurso, complacido y abrumado por el honor. Ahora me preguntaba si no corría peligro de hundirme en el desho-nor y la vergüenza, ante mis dioses, contribuyendo indirectamente a man-tener mentiras convencionales por timidez en el ejercicio de la libertad de palabra. Decidí entonces que manifestaría respeto a El Libertador y a mis oyentes diciendo la verdad.

Guíeme Tucídides, el testigo por antonomasia, el escrutador y paradig-mático atestiguador del devenir humano. En su i(storiw=n b, XLIII pone Tucídides en boca de Pericles las siguientes palabras:

Señores:

Cuando supe que yo había sido propuesto como orador de orden para este acto en representación de la Universidad de Los Andes y del resto de las universidades del país, me sentí muy honrado. “Por iniciativa de los rectores de las universidades nacionales”, rezaba la comunicación oficial, “se ha convenido celebrar, en este año Bicentenario del Natalicio de El Libertador, varios actos de carácter nacional que testimonien el recuerdo y respeto de los universitarios por el héroe nacional”. “Entre los actos”, agregaba, “habrá de celebrarse una sesión en el Palacio de las Academias en Caracas, el 24 de junio en horas de la noche, con motivo de cumplirse un aniversario más de la Promulgación de las Constituciones Republicanas mediante la cual El Libertador creó la Universidad Autónoma y Republi-cana de Venezuela”.

Acepté complacido y abrumado por la ocasión de hablar ante personas tan distinguidas, sobre un tema tan importante, en el lugar olímpico de la intelectualidad venezolana. Releí los Estatutos Republicanos de la Univer-sidad Central de Venezuela sancionados por Simón Bolívar el 24 de junio de 1827, recogidos por Ildefonso Leal, ciento cincuenta años más tarde y publicados por la Universidad Central de Venezuela en junio de 1977 para celebrar el sesquicentenario de su existencia republicana. No podía escapárseme que el 24 de junio es también aniversario de una gran victoria militar de Simón Bolívar y cómo olvidar que San Juan Bautista, patrono del día, esconde a los dioses paganos del solsticio estival.

Todo esto, en un año de Cléones y Alantopoles, me ofrecía fáciles ven-tajas retóricas para exaltar la figura del Padre de la Patria en sus innegables méritos militares y civiles; haciendo valer su pensamiento y su obra en lo

RECUERDO.Y.RESPETO.PARA.EL.HÉROE.NACIONAL

José Manuel Briceño Guerrero

Paso a interpretar esta cita como quien interpreta una escritura sagrada porque Tucídides, cuando habla del hombre, no emite conjeturas, sino que pone en verbo para siempre su visión clara y verdadera de la condición humana. Despliego y explico la coherencia sintética de su prosa ática en forma analítica por medio de enunciados distintos:

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1. Existen hombres excepcionales (extraordinarios, sobresalientes, supe-riores) reconocibles porque su conducta comunica con profundos in-tereses de sus pueblos y de la humanidad toda al par que interviene poderosamente en las circunstancias inmediatas.

2. No quedan enterrados en sus tumbas, sino sembrados en toda la tierra.3. Su existencia es señalada oficialmente por medio de un culto expresado

en inscripciones sobre piedra, estatuas, homenajes, ceremonias cíclica-mente repetidas, coronas de flores y de palabras, gestos ritualizados.

4. Su existencia, por otra parte, habita sin señalización en cada uno, como presencia innominada más cercana a su corazón que a sus actos.

Sus actos, hechuras y hazañas, fueron el empalme entre su corazón, conectado con el corazón colectivo, y las circunstancias históricas donde actuó. El alto centro de pensamiento y afectividad, llamado aquí corazón, origen de conocimientos ciertos y voluntad eficiente, producirá, si está vivo, nuevos actos –hechuras y hazañas– para enfrentar las nuevas circuns-tancias históricas.

Veamos a Bolívar y a Venezuela a la luz de Tucídides:1. Simón Bolívar fue sin duda un hombre excepcional. Comprendió el

puesto de América en el mundo y logró cohesionar durante unos tres lustros los discursos heterogéneos del pueblo para conducir un movi-miento de liberación política que nos hizo pasar de colonias a repúblicas como parte de un movimiento planetario hacia la dignidad y la autono-mía del género humano en sus diversas variantes culturales.

2. No quedó enterrado en su tumba, sino sembrado en toda la tierra. Su nombre y su obra son recordados con admiración y agradecimiento mu-cho más allá de su país natal por hombres de otras patrias y de otras lenguas, que se inspiran en él.

3. Su existencia es señalada, recordada, alabada, adorada por un culto ofi-cial que llega a su fortíssimo durante este año bicentenario de su natali-cio al cual pertenecen este acto y este discurso.

4. Su existencia habita sin señalización en cada uno de nosotros como pre-sencia innominada más cerca de su corazón que de sus actos. En todos –aunque en algunos de manera muy débil– alienta el anhelo de plenitud, “de libertad y de gloria” como diría él. Colectivamente, tal como pudo verlo Augusto Mijares, hay un estrato del psiquismo nacional donde germinan de manera silvestre las virtudes humanizantes sin las cuales ningún país llega a ninguna parte.

Y sin embargo, me veo obligado a decir algo que no es contradictorio con lo anterior pero sí paradójico y menesteroso de explicación, no sólo en el discurso sino también y sobre todo en la realidad. Yo no he estudiado en vano, yo no he vivido en vano, yo no he tratado de comprender a mi país en vano. Yo sé que Simón Bolívar no es el Padre de la Patria. Yo sé también que Venezuela no es una patria.

Este país pertenece a una región del mundo que dejó de ser colonia española gracias a la gesta emancipadora encabezada por Bolívar; pero se constituyó como estado separado en contra del pensamiento y la voluntad de Bolívar, en contra de todo lo que Bolívar significó para sí mismo, en contra del corazón de Bolívar. Venezuela por no ser más colonia española da testimonio de la gran victoria de Bolívar, pero por ser estado separado de la Gran Colombia da testimonio del gran fracaso de Bolívar. Su propia victoria militar, más que su enfermedad y su muerte lo hicieron fracasar como organizador de estados, porque los heterogéneos discursos que logró cohesionar para la primera tarea, al dispersarse de nuevo sin el freno espa-ñol y sin el suyo, sólo válido en guerra, condujeron a la multiplicidad caó-tica que hoy nos impide pronunciar palabras salidas del corazón colectivo, palabras que él sí oyó y dijo pero nosotros no queremos oír, hipnotizados por pequeños poderes.

Nacida traumáticamente de la fragmentación de un gran sueño, Vene-zuela es un ámbito geográfico y administrativo. Los despojos territoriales nunca le han dolido realmente porque no es el cuerpo de una patria, sus límites son imprecisos y negociables como propiedades materiales no irri-gadas por sangre común, no inervadas por un sistema vivo. Dentro de ese ámbito geográfico y administrativo hay muchas patrias pequeñas, amados terruños alimenticios que no llegan a configurar un todo orgánico, yuxta-puestos, imbricados, superpuestos, interpenetrados se continúan más allá de las fronteras sin sentirlas.

Tal situación en sí misma no entraña una desgracia irremediable y tal vez no es una desgracia. Muchas patrias han comenzado siendo conglome-rados de pequeñas patrias recíprocamente hostiles. Otras han comenzado como fragmentos de un todo despedazado. Lo múltiple y diverso puede articularse en una totalidad de sentido donde las partes conservan indivi-dualidad autonómica o se van fundiendo en unidad superior donde quedan superadas y conservadas. La culpa edípica puede asumirse conscientemen-te transformándola en responsabilidad adulta. El hombre es músico y puede componer estados polifónicos; tendrá que componerlos.

Ese estado de cosas no es nuestro problema fundamental. Cuando nos

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observamos a la luz de Tucídides vemos claramente la fractura, el quiebre radical de nuestro país. A saber: la discontinuidad escenificada histórica-mente por nosotros entre los enunciados tercero y cuarto vistos en el des-pliegue y explicación de la frase puesta por Tucídides en boca de Pericles. El culto oficial a Bolívar, característico y definitorio del estado republica-no, no guarda continuidad con la presencia innominada de Bolívar en no-sotros más cerca de su corazón que de sus actos. El poder político venezo-lano, después del corto lapso de estupor que siguió al parricidio, recuperó el cadáver de Bolívar y lo hizo objeto de un culto supersticioso que encubre el terror de su resurrección y garantiza su muerte separándolo de la tierra donde podría germinar. La presencia viva e innominada de Bolívar, común a las muchas patrias pequeñas, permanece en estado embrionario porque no tiene acceso a la toma de decisiones, no tiene respiradero político. El culto a Bolívar es una fachada; el poder político se asumió como reparto y rapiña, erigido sobre el desvencijado aparato institucional de la colonia española, apuntalado por instituciones emprestadas a la Europa segunda. Se afianzó e hizo escuela un linaje hasnamousiano de hombres de presa que sólo conocen la pandilla como forma de organización y la astucia como virtud suprema.

He sufrido cincuenta años de historia de Venezuela; para comprender-los he tenido que ir más allá de la rimbombante y hueca retórica de los militares convertidos en déspotas, más allá del asqueroso parloteo de los demagogos, más allá de los planteamientos ideológicos precariamente legi-timadores de los poderosos y de los aspirantes al poder. Siempre he visto el deseo de servir a la formación de la patria atropellado por intereses egoístas, pero renaciendo siempre. Todo el que quiere servir a un propósito común encuentra que su vida es una aventura individual en un mundo caótico.

Me limito a los últimos cincuenta años por la cercanía vivencial y no pu-ramente académica. Dos circunstancias los han caracterizado: el sostenido crecimiento demográfico y el acelerado aumento simultáneo de los recursos fiscales. Ante esas dos circunstancias hubiera podido esperarse de parte de los dirigentes del país una acción creadora de cultura, prosperidad y patria. Por una parte, una gran población mestiza descendiente de esclavos negros, indios derrotados y blancos de orilla, en pésimas condiciones de vida, ha-bitada por un anhelo legítimo y ciego de superación; por otra parte, grupos privilegiados constituidos por descendientes de mantuanos, neocriollos y arrivés del caudillismo militar, que no sintieron nunca a los otros como inte-grantes de la misma patria porque no hay noción de patria. ¿Cómo hubiera podido esperarse de ellos una acción creadora que fuera más allá de sus

intereses de grupo concebidos con ojo de ratón? Claro está que concebidos con ojos de águila y en contexto mundial los hubieran llevado a intentar por lo menos la formación de un estado respetable con ciudadanos capacitados para vivir y no sólo sobrevivir. No ocurrió así; no ha habido constructores de patria ni estadistas. Pero como el sostenido crecimiento demográfico po-tenciaba la peligrosidad social del legítimo y ciego anhelo de superación, mientras el acelerado aumento simultáneo de los recursos fiscales, remo-ta herencia tectónica validada por la civilización industrial, posibilitaba la movilidad vertical y horizontal, y permitía aliviar, disminuir, engañar, pos-tergar la peligrosidad social de los pobres, se perpetuaron y afianzaron las reglas del abyecto juego político que nos hizo nacer como ámbito territorial y administrativo que no como patria. Sobre los caudillos militares fueron prevaleciendo caudillos civiles, más aptos, en las nuevas circunstancias, para el reparto entre los que lograran movilizarse verticalmente por medio de partidos constituidos ad hoc, encargados de enseñar a círculos más am-plios las reglas del juego, garantizar su cumplimiento y premiar según ellas a las pandillas más aptas en el manejo de la violencia y la astucia.

Como, además, en el mundo actual circulan ideas por todas partes, se procedió al encubrimiento ideológico de esa situación de hecho con doctri-nas de valor estrictamente retórico, pastiches verbales, cacareo de progre-so, desarrollo, planificación, revolución como ritual manipulatorio.

Para entender este acontecer no hace falta utilizar categorías específi-camente humanas; bastan las mismas que se utilizan para entender etoló-gicamente la conducta de poblaciones de peces o de insectos. Y quizás es demasiado, tal vez bastarían también las leyes de la hidráulica.

Un hombre se hace hombre cuando construye dentro de sí mismo un nivel de reflexión que le permite volverse consciente del destino, es decir, de lo que en él es condicionamiento biológico y cultural para elevarse al ejercicio de su libertad y de su creatividad. Un país se hace patria cuando construye dentro de sí centros autónomos de autoconocimiento y autocom-prensión que iluminen sus centros de acción para integrarse asumiéndose en plenitud, orientarse en el universo y dirigir deliberadamente su conduc-ta; así, ésta será no la resultante mecánica de una combinatoria subhumana de fuerzas históricas, sino el producto de decisiones enraizadas en un ám-bito de valores espirituales, es decir propiamente humanos.

La patria germinal habita en ese nivel del psiquismo colectivo donde anida la presencia innominada de Bolívar, más de su corazón que de sus ac-tos pasados, pero no puede desarrollarse porque el ámbito de su despliegue –la actividad política, el manejo de los asuntos públicos– está ocupado por

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el culto oficial a Bolívar, un culto rigurosamente farisaico, que no guarda ninguna relación de continuidad con el nivel fundamental, no lo expresa, no lo prolonga, no es su manifestación auténtica, más bien lo oprime y lo pasma permitiéndole participar sólo en la medida en que puede corromper-lo y desvirtuarlo mediante la siniestra pedagogía del abyecto juego.

En todas las esferas de nuestra vida pública puede observarse y seña-larse esta discontinuidad, pero hay una que nos concierne a los aquí pre-sentes de manera cordial y capital. En el mundo actual ¿cuáles son los centros de conocimientos, reflexión y autocomprensión que iluminan al estado y al pueblo? Sin duda aquéllos donde se cultivan las ciencias y las humanidades. Entre nosotros ¿qué institución se encarga de ese cultivo? La universidad primariamente, se supone. ¿Qué ha pasado con la universidad? Durante los últimos veinticinco años, para limitarnos a lo vivencial, dos circunstancias han influido sobre ella: el sostenido crecimiento de la matrí-cula estudiantil y el aumento gigantista de los recursos financieros. ¿Qué ha hecho ante esa situación? Adaptarse pasivamente a la mecanicidad del es-tado. Ha sido canal selectivo para el ascenso socioeconómico, sus símbolos habilitan para una mayor participación en el reparto. Ha sido efebofrura, su ámbito contiene, retiene y entretiene a jóvenes que en su gran mayoría no obtendrán patente porque la movilidad vertical no es ilimitada ni mu-cho menos. Ha sido sinecura para la ociosidad estéril. Ha sido retaguardia logística y centro de reclutamiento en aventuras políticas, paramilitares y hasta hamponiles. Ha sido campo de entrenamiento para los cachorros del sistema. Ha sido fuente de financiamiento para clientelas partidistas. La habitan sectas dogmáticas anti-intelectuales, roscas burocráticas, gre-mios insaciables, clubes políticos, asociaciones de compadres, cofradías de borrachos –su nombre es legión– la parasitan golosamente, en disputa, la empujan en todas direcciones y ella se agita como un pelele sin ritmo ni concierto. Nadie toma decisiones, las decisiones son la resultante mecánica de las fuerzas en juego a través de una inextinguible polisinodia laberíntica donde se diluye homeopáticamente toda responsabilidad.

¿Qué hay de los centros de conocimiento y reflexión? ¿Qué pasa con las ciencias y las humanidades? Se les rinde un culto verbal rigurosamente fa-risaico. Los pocos que se dedican a esas actividades exóticas, extravagantes y ridículas quedan ipso facto al margen de todo lo que cuenta como impor-tante, expuestos a cualquier desmán en cualquier momento a menos que se acostumbren a hacer ejercicios de humillación ante pequeños déspotas en-greídos, se hundan en la clandestinidad o libren una continua guerra defensi-va que los desgasta y los amarga disminuyendo su capacidad creadora.

Increíble todo esto tal vez para un observador externo, o por lo menos exagerado. ¿Cómo puede una institución alejarse tanto de su esencia sin que la disonancia la destruya? Aquí es cuando entra a actuar la ideología en su función amortiguadora de la contradicción y encubridora de la frac-tura. El derecho al estudio. La universidad reflejo del país. La protección al indigente. La autonomía garantiza la libertad mental y el desarrollo de una actitud crítica. La revolución. Pero ya ni esos mecanismos de autojustifica-ción hacen mucha falta porque la mayoría de los universitarios ha olvidado o nunca supo lo que es universidad.

Sin embargo, un hecho milagroso de observar en la vida universitaria nos cura de todo pesimismo radical: en medio de ese océano de circunstan-cias adversas hay una micronesia de humanistas y científicos que, exiliados en su propia casa de estudios, mantienen en lo individual las virtudes y las prácticas correspondientes a la esencia de la universidad.

En resumen, nuestra relación con Bolívar representa, simboliza y encar-na la situación histórica de nuestro país en todas sus esferas, incluyendo la esfera universitaria. Por una parte un ámbito donde germinan tercamente las virtudes humanizantes y formadoras de patria. Allí late y sueña nuestro futuro vigor. Por otra parte, oprimiendo al anterior, un ámbito político, ad-ministrativo, burocrático, estatal, caracterizado por la inconsciencia de su destino, es decir, por la inconsciencia de su propia mecanicidad, ciego y sordo a las posibilidades de la libertad creadora. Allí se agita y patalea un reiterado fracaso incapaz de reconocerse como tal, demasiado envilecido moralmente como para avergonzarse y retirarse, pero suficientemente fuer-te como para continuar su triste espectáculo. El primer ámbito es morada de Bolívar en el sentido del cuarto enunciado que hemos desentrañado de la frase puesta por Tucídides en boca de Pericles. El segundo ámbito es sede de un acontecer mecánico que no se reconoce a sí mismo porque se enmas-cara en pronunciamientos farisaicos cuya falsedad no alcanza a ver; esa es la morada de Bolívar en el sentido del tercer enunciado, pero tan carcomida y precaria en Venezuela que no puede albergar adecuadamente el recuerdo del héroe aunque lo alimente con incesantes estatuas, coronas, discursos, títulos, homenajes, ceremonias. Más bien ha hecho de él un alma en pena, que se presenta en las sesiones mediumnímicas de los cultos mágicos-reli-giosos del pueblo como un espíritu neurasténico, impaciente, desequilibra-do, que tose lastimosamente y grita órdenes absurdas.

Pudiera pensarse que la variante venezolana de la tragedia, inherente según los griegos a la condición humana, está en esa ruptura, en esa dis-continuidad, en esa separación entre la heterogénea nobleza del pueblo y la

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psiquismo universitario, no a mí corresponde juzgar, si no a la conciencia de mis pares, perturbada como la mía por Cleones y Alantopoles.

Termino repitiendo la frase de Tucídides, esta vez, empero, como res-ponso a Bolívar en la lengua que dio origen y esencia a universidades y academias:

actuación de los poderes públicos.Pero no se pensaría correctamente, porque lo característico de la trage-

dia no es solo su desgracia y su dolor, sino también y sobre todo su inevi-tabilidad. Y la situación de Venezuela en general y de su universidad en particular tiene remedio.

Recordemos los dos primeros enunciados: 1. Existen hombres excep-cionales reconocibles porque su conducta comunica con profundos intere-ses de sus pueblos y de la humanidad toda al par que interviene poderosa-mente en las circunstancias inmediatas. El manejo de los asuntos públicos requiere de hombres excepcionales. Si no somos tales, adiestrémonos en el arte de reconocerlos para apoyarlos y seguirlos; si parecen o pretenden serlo sin serlo, que nuestro desprecio sea manifiesto, en escala nacional y en escala institucional.

2. No quedan enterrados en sus tumbas sino sembrados en toda la tierra.

Sepan nuestros dirigentes y su abigarrada progenie que el ocupar altas magistraturas no salva de la mediocridad ni de la muerte. No es un nombre en una lista de gobernantes ni un retrato en una galería de directores lo que puede dar sentido a una vida estéril e intrascendente. Más bien ponen de manifiesto su vacuidad. La tierra no puede hacer germinar lo que no es se-milla. Un corazón vacío no puede hacer acto de presencia junto al corazón del pueblo. Es preferible el anonimato de los humildes que se convierten en humus alimenticio para las virtudes humanizantes donde se esconde y sueña el futuro vigor de la patria.

Se convino celebrar este acto para testimoniar “el recuerdo y respeto de los universitarios por el héroe nacional”.

Recuerdo y respeto, he comprendido estas dos palabras etimológica-mente. Recordar viene de cor, cordis, corazón; significa volver a traer algo o alguien al corazón, desplazar de nuevo el corazón hacia algo o alguien; una operación del afecto.

Respeto viene de respicio, respixi, respectus; significa mirar hacia atrás, hacia adentro; volver a mirar, considerar, referirse a, respectar; una opera-ción del intelecto.

Esta ha sido mi manera de expresar recuerdo y respeto por el héroe na-cional. He preferido un discurso testimonial a un discurso epidíctico. Lo he hecho con ira y lucidez, como lanzando una pedrada contra el enemigo más fuerte, último recurso para no cubrirme de deshonor y de vergüenza ante mis dioses. Si, además, he logrado expresar algún estrato del intrincado

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condiciones de existencia, las líneas de su desarrollo y un carácter espe-cial (1982: 39). Así podemos entender a la gesta independentista como el transitorio corolario de un proceso que se inició cuatro siglos antes, pro-ducto de la actividad sensible y viva de la actividad total de los pueblos nuestroamericanos, dentro de sus específicas condiciones de existencia.

No nos extenderemos en caracterizar cuáles fueron esas condiciones: baste señalar en tal sentido, que entre los siglos XVI y XVIII los actos de rebelión populares hicieron a la revolución independentista nuestroame-ricana socialmente necesaria, pero fue sólo en las primeras décadas del XIX cuando fue históricamente posible. En el curso de ese largo recorrido durante la conquista y en los tres siglos coloniales, las acciones populares fueron forjando las condiciones sociales para una transformación social revolucionaria, que gracias a Bolívar cobró cuerpo a inicios del siglo XIX. Nos oponemos en consecuencia a la tesis que señala que fue únicamente el “malestar social” que sufría la elite y los comerciantes criollos de la so-ciedad venezolana –sobre todo en los años finales del siglo XVIII– lo que determinó la necesidad de una revolución social, haciendo caso omiso a lo ocurrido entre los siglos XVI y XVIII que fue construyendo y plasman-do la liberación nuestroamericana como un proyecto realizable. Podemos afirmar, sin embargo, que la condición colonial golpeó de manera diferen-te a las distintas clases sociales. Los ricos mantuanos y los comerciantes criollos resentían la falta de autonomía política para tomar sus propias de-cisiones de acuerdo a sus propios intereses –sobre todo los económicos– y rechazaban los impuestos, siempre en aumento, que debían entregar a la corona. La mayoría de la población, por otra parte, sufría vejámenes, es-clavitud, pobreza, miseria, racismo y patriarcado, frente no sólo a la co-rona, sino también ante los mismos mantuanos y comerciantes criollos. Es precisamente por estas manifestaciones de las clases existentes que las aspiraciones y objetivos de lucha de ambos grupos sociales, aunque orien-tadas ambas hacia el logro de la emancipación, fueron diferentes e hicieron posible la aparición de dos proyectos políticos disímiles.

A pesar de que la oligarquía del momento, sobre todo a partir de los años treinta del XIX, gestó y reprodujo la idea de que la liberación del imperio español fue resultado de un único proyecto (el sostenido por ella misma), existió otro proyecto alternativo sostenido por los sectores popula-res. Afirmamos que los sectores populares de nuestros países tenían un pro-yecto político alternativo, aun cuando no en todos los casos contamos con documentos escritos probatorios, no porque no existan sino seguramente porque no han sido buscados. Lo hacemos porque contamos con las accio-

Concebimos que las numerosísimas y constantes rebeliones, protestas, motines y demás manifestaciones de rebeldía de los pueblos nuestro-

americanos, desde el mismo momento cuando se inició la conquista euro-pea hasta el siglo XIX, formaron parte constitutiva del proceso de indepen-dencia y supusieron actos revolucionarios en tanto obedecieron a proyectos políticos-sociales alternativos, primero al de la metrópoli, luego al de las oligarquías y finalmente al de la mayoría de nuestros venales gobiernos nacionales.

Es necesario que en el marco de la conmemoración de la independencia que se inicia este año, asumamos una nueva definición sobre el carácter emancipador de los pueblos nuestroamericanos de los albores del siglo XIX, alejada de aquéllas acuñadas por una historiografía que los ha relega-do al olvido, negando su protagonismo en la historia y estigmatizándolos, recurriendo a estereotipos negativos.

La independencia política del imperio español que se logra en los albo-res del XIX debe ser entendida, no como un hecho sino como un proceso, cuya cronología se remonta al mismo momento de la invasión europea. Entendemos como vital destacar el papel jugado en ese proceso por cada uno de esos pueblos nuestroamericanos, no sólo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, sino también desde el XVI hasta el presente.

Según Marx, una revolución surge cuando es históricamente posible y socialmente necesaria. El carácter súbito y violento, que dentro de muchas posiciones marxistas se le ha atribuido a las revoluciones sociales, no entra en contradicción con su carácter procesal. De hecho, Marx y Engels lo reconocen cuando señalan que ninguna transformación social parte de un vacío, puesto que en toda sociedad… cada generación le da a la que le sigue –como fuerzas productivas– capitales y circunstancias los cuales, aunque modificados por la nueva generación, le dictan a ésta sus propias

DEL.XVI.AL.XIX:.LAS.INSURGENCIAS,.LOS.PRECURSORES.Y.PRECURSORAS.INVISIBLES.DE.LA.

INDEPENDENCIA.DE.VENEZUELA

Iraida Vargas Arenas

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que dichas oligarquías, aunque llegaron a condescender en la búsqueda de la satisfacción de algunas de las necesidades básicas elementales de los pueblos, jamás, pero jamás, pudieron aceptar la organización de naciones independientes que incluyeran la participación de estos en las decisiones políticas y económicas, pues esto habría quebrantado las bases de su propio poder y de su misma existencia.

Por otro lado, debemos apuntar que las historias oficiales subsecuentes al siglo XIX continuaron con la línea establecida por las oligarquías en los años treinta del mismo siglo. De forma tal, esas versiones sobre el proceso histórico venezolano han sido reproducidas para intentar impedir que la gente común de hoy comprenda y se explique las causas históricas de sus presentes condiciones de existencia, marcadas por condiciones de domi-nación y pobreza. Esa ocultación de las acciones populares ha continuado hasta nuestros días. Sus efectos han sido previsiblemente negativos: cada generación de venezolanos y venezolanas ha tendido a creer que sus luchas contra la dominación son únicas, pero lo peor, cada generación se ha mane-jado con un imaginario que contiene ideas sobre la dominación como úni-ca de su tiempo y un sector dominador, igualmente único de su momento histórico. De esa manera, cada generación desconoce que sus acciones de protesta y rebelión obedecen a una tradición centenaria de luchas en donde el sector dominante es el mismo; desconocen pues la propia historicidad de la dominación y la propia historicidad de sus luchas contra ella.

Es bueno señalar de la misma manera, que en el caso venezolano muy poc@s saben que sólo cuando se incorpora el pueblo al ejército libertador, la gesta independentista tiene éxito. Después de la pérdida de la primera república y sobre todo luego del año 1814, Bolívar se percata de que sin la participación popular la gesta independentista no sólo estaba condenada al fracaso, sino también que sus objetivos debían ser, precisamente, la eman-cipación de esos mismos pueblos de la dominación de sus oligarquías. Sin embargo, una vez finalizadas las contiendas, a partir de la tercera década del siglo XIX, los pueblos nuestroamericanos comenzaron a ser sistemá-ticamente caracterizados por las historias oficiales apelando a lo que no eran, en lugar de a lo que eran y considerando siempre lo que no tenían, en lugar de lo que poseían, sin ver sus logros ni sus propias convicciones y aspiraciones, radicalmente distintas y antagónicas con las oligárquicas, y distorsionando lo que tenían que era congruente con esos deseos populares, pero radicalmente distinto a lo que Europa y las oligarquías de cada uno de nuestros países sancionaban como correcto. Así fueron penalizadas las repúblicas emergentes por tener pueblos que impedían el “progreso”: en

nes de los sectores oprimidos que comenzaron a ocurrir ya desde el XVI. Todas esas acciones perseguían un objetivo común, un vínculo que conlle-vó implícitamente una voluntad de luchar de manera sostenida y constante en contra de la dominación, la tiranía, y la esclavitud y a favor de la justicia social. Este elemento es común en toda Nuestra América desde el siglo XVI al XIX. En tal sentido, destacamos las acciones, puesto que ello nos permite calibrar la vinculación entre pensamiento y acción, entre objetivo y acción, entre teoría y acción y, porque ello nos faculta para desmontar las tesis –equivocadas a nuestro juicio– que señalan que los pueblos no saben lo que quieren por lo cual necesitan de una vanguardia que se lo señale.

El pueblo venezolano, es decir, l@s esclav@s, l@s blanc@s pobres llamados “blanc@s de orilla”, l@s mestiz@s zamb@s y mulat@s y l@s indi@s, sí sabían qué querían: ser libres de cualquier forma de opresión, por ello tenían casi cuatro siglos rebelándose. Es posible discernir, sin em-bargo, que no siempre los actos de rebelión y emancipación supusieron un accionar conjunto por parte de todos los oprimidos y oprimidas de nuestros pueblos, no sólo porque no compartieran las mismas ideas libertarias, sino por razones que se escapaban a su control como eran la incomunicación, el aislamiento, y las de orden económicas. En el caso de los pueblos ori-ginarios venezolanos, por ejemplo, debido a las características genocidas de la misma conquista y de los primeros años de la colonia, la mayoría fue masacrada y l@s sobrevivientes, desestructurad@s como pueblos, quedan-do reducidos a un porcentaje ínfimo que se vio forzado a desplazarse a las zonas más inaccesibles del territorio, y otro porcentaje fue absorbido por el mismo sistema colonial. Estos desplazamientos impidieron (a diferencia de lo ocurrido con los esclavos y esclavas de origen africano que estuvieron presentes en todo el territorio nacional durante los tres siglos coloniales por razones fundamentalmente de orden económico pues era la fuerza de trabajo sustitutiva de la indígena), que pudieran unirse y actuar de manera conjunta. A pesar de ello, los y las indígenas presentaron durante decenas de años fuerte resistencia a la conquista, protagonizando importantes bata-llas, solos o en unión con los cimarrones.

Creemos necesario hacer una advertencia sobre los peligros que entra-ñan en la actualidad, las de posiciones acuñadas y sostenidas por nuestras historias oficiales que hacen sinónimos los intereses y objetivos de las lu-chas de los pueblos nuestroamericanos de los siglos XVI al XIX y los de las de comienzos del siglo XIX, vistas como las encargadas de extender la supuesta independencia al resto de los miembros de cada una de nuestras sociedades sólo por un voluntarismo paternalista. Es pertinente advertir

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de vida republicana, las rebeliones militares y populares del siglo XX, y la contrainsurgencia popular revolucionaria del siglo XXI.

Debemos extirpar, asimismo, las concepciones sobre las rebeliones, motines, montoneras, saboteos y similares que sucedieron durante tres si-glos como actos que no tienen nada que ver con la gesta de la independen-cia y visualizarlos como precursores de ella; acabar con las versiones llenas de denuestos que han convertido esas acciones como expresión del carácter rebelde y, sobre todo, anárquico del pueblo, concebido como turba incons-ciente, quien no solo no tuvo éxito con esas acciones sino que no poseía la capacidad de generar un proyecto político propio. Y si además vemos como esos historiadores consideraron que rebeliones, motines, montoneras y similares fueron protagonizadas por los negros, indios, mestizos y por todos los pobres que conformaban el pueblo de la Capitanía General de Venezuela, por ejemplo, la conclusión lógica a la cual nos fuerza a arribar es que el pueblo venezolano no solamente no sabía lo que quería, sino que se rebelaba porque eso estaba en su naturaleza.

Quiero recordar que la lucha y la resistencia colectivas han supuesto formas auto-gestadas, por lo tanto propias y singulares culturalmente, de los sectores populares venezolanos (incluyendo por supuesto a los indíge-nas), sectores que han reinventado continuamente sus luchas abordando nuevos espacios y nuevos problemas. Ese ejercicio ha contado con la co-operación de múltiples y variados agentes sociales unidos en torno a una misma identidad sociopolítica para resolver el problema de la opresión, la discriminación, la invisibilización, la injusticia en suma. Cimarrones y pueblos indígenas desde el siglo XVI hasta ahora, campesinos y campe-sinas durante los siglos XIX y XX, sectores populares urbanos del XX y XXI, todos ellos no sólo estuvieron y están conscientes de las causas de aquellos momentos y los factores de la misma, sino que ha sido y es ese conocimiento, el que los impulsó para actuar en contra de ella a través de actos revolucionarios.

Ha existido una –para nada inocente– incomprensión por parte de las historias oficiales de lo que ha motivado a luchar a los pueblos nuestroame-ricanos en general y el venezolano en particular desde el siglo XVI hasta hoy; por ello se han valido del recurso de minimizar su importancia a través de la argucia de destacar solamente las figuras que han actuado como líde-res, y ver la necesidad popular de contar con un líder que reconociera sus demandas, su resistencia y sus luchas como manifestación de su maleabili-dad e ignorancia. Pero lo que no han querido ver esas historias oficiales es que los pueblos no han necesitado de cualquier líder sino de aquél prove-

Bolivia y Perú los culpables eran sus pueblos integrados mayoritariamente por los sobrevivientes de los “bárbaros e ignorantes” pueblos originarios; en Venezuela, era el “rebelde y anárquico” pueblo mestizo de indi@s, es-pañol@s y afrodescendientes; en Argentina, los factores de atraso eran los gauchos y los indi@s (Alberdi, 2005), etc.

En el caso venezolano, todas estas tesis antipopulares de la historiogra-fía tradicional sirvieron para justificar y legitimar los mecanismos de ex-clusión social del pueblo, incluyendo el mismo derecho a una vida digna al mantenerlo sumergirlo en las mismas condiciones de pobreza y miseria que había generado la condición colonial; fueron usadas para descalificar sus modos de vida, sus culturas, penalizar sus expresiones culturales; sirvieron para denostarlo, al acusarlo de ser la causa de nuestro atraso como país, y lo más importante, esas tesis fueron reproducidas a través de la educación. De esa manera, se volvieron lugares comunes frases atentatorias al gentilicio y a la condición étnica como: “a los venezolanos no nos gusta trabajar”, “los venezolanos somos flojos”, “los venezolanos somos vivos”, “nos gusta el bochinche”, “negro tenías que ser”, “indio comido, indio ido”, “negro no es gente”, “ten modales, no seas indio”, y un largísimo etcétera. Todo lo anterior ocurrió porque, desde el principio, tanto los invasores europeos como la oligarquía local nunca llegó a aceptar que las sociedades indíge-nas originarias fueron las que establecieron las bases humanas y materiales sobre las cuales se erigiría posteriormente la sociedad colonial y luego la republicana (Vargas y Sanoja, 1993, 1999).

Debemos, es nuestro deber como historiadores críticos y comprome-tidos, desmontar las tesis basadas en las ideas hegelianas de que nuestros pueblos no sabían lo que querían, tarea que sólo debía ser emprendida por una elite de vanguardia, puesto que en ésta reposaba la razón, el conoci-miento y la sabiduría. Debemos extirpar las ideas que han condenado a los pueblos nuestroamericanos del siglo XIX y a los subsecuentes, sistemáti-camente despreciados y vilipendiados, a observadores pasivos del proceso de independencia y a “mirones de palo” de los reacomodos y ajustes de las oligarquías, luego de las burguesías y las burocracias de la democracias representativas. Es necesario destacar en el caso venezolano, cómo y por qué ese pueblo se sumó a las luchas de Boves, de Bolívar y de Zamora pues creemos que ese pueblo sí sabía lo que quería y tenía clara la idea de que la ruptura de los mecanismos de su exclusión social sólo era posible en esos momentos de manera violenta. Tal fue el caso –como hemos veni-do señalando– del movimiento independentista venezolano, la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas que caracterizaron nuestro primer siglo

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país que combatieron junto a los hombres como flecheras (Vargas, 2006) o que coordinaron acciones de resistencia ante los invasores en sus diversas comunidades, como la cacica Arara y una hija del cacique Guapay (Vacca-ri, 1995). ¿Cómo designar, si no es llamándola combatienta, la valentía, el coraje, la capacidad de mando de nuestra ilustre antepasada indígena Ana Soto quien organizó una guerra de guerrillas, al lograr agrupar miles de combatientes y combatientas? Nos preguntamos ¿fueron o no combatientas las mujeres “blancas” del grupo que enfrentó al ejército realista en Maturín, conocidas como “Batería de las Mujeres”, y lograron en 1812 impedir que tomara la ciudad?, situación muy similar a la que sucedió en la isla de Mar-garita, cuando mujeres artilleras impidieron que Pablo Morillo tomara la isla (Mago, 1995). ¿Cómo podemos calificar si no como combatientas a las lla-madas “avanzadoras” o “troperas” que viajaron con el ejército libertador por todo el territorio nacional participando directamente en las batallas, ya en la vanguardia ya en la retaguardia?; o a las mujeres tomadas prisioneras luego de la pérdida patriota de la batalla librada en Cuyumuenar ocurrida en 1819 (Mago, 1995); ¿cómo calificar a las decenas de mujeres “blancas”, afrodes-cendientes e indias que sufrieron vejaciones sin límites como le sucedió a Ana María Campos que fue condenada por apoyar a l@s patriotas a recorrer desnuda sobre un burro la ciudad de Maracaibo? (Mago, 1995); ¿cómo po-demos denominar las actuaciones de mujeres como Josefa Camejo, quien en 1821, al frente de 300 esclavos propició una rebelión contra las fuerzas realistas de la Provincia de Coro y quien ese mismo año, con un grupo de 15 hombres, se presentó en Bararida, donde enfrentó al jefe realista Chepito González y lo derrotó?; ¿cuál otro nombre le podemos dar que no sea el de precursoras a los cientos de mujeres que junto a Josefa Joaquina Sánchez formaron parte del movimiento revolucionario liderado por Gual y España en los servicios de inteligencia y logística, desafiando el orden colonial que prohibía la participación femenina en la vida pública? (López, 1977).

Comentarios finalesComo consecuencia de la reproducción sostenida de las tesis antipopu-

lares y las androcéntricas por parte de las historiografías tradicionales na-cionales, tanto los pueblos como las mujeres protagonistas de los procesos históricos nuestroamericanos han devenido invisibles. En nuestras memo-rias históricas no existen ni precursor@s ni combatient@s populares, no porque no hayan existido, sino porque han sido ocultad@s. En la hora pre-sente los diversos pueblos nuestroamericanos han demostrado que desean asumirse y auto-representarse a sí mismos, tanto política como socialmen-

niente de su propio seno, o de aquél con el cual posean una concordancia afectiva, porque la afectividad es tan necesaria para el éxito de una revolu-ción como lo son los actos mismos de rebelión y lucha. La afectividad es la base fundamental para la construcción de una nueva subjetividad colectiva. Por ello seremos libres cuando el proceso de constitución de los pueblos incluya una subjetividad que permita su construcción no sólo como sujetos políticos sino fundamentalmente como sujetos sociales.

Las mujeres. Precursoras invisibles de la Independencia de Venezuela

Cualquiera que analice, aunque sea brevemente, el proceso histórico venezolano, no puede menos que concluir que la historia del país fue pro-tagonizada tanto por hombres. como por mujeres, por miembros de la elite y por gente del común, por colectivos populares y por individualidades criollas “blancas”, por colectivos de “blanc@s”, indi@s, afrodescendientes y mestiz@s. No obstante, las reconstrucciones historiográficas de ese pro-ceso más conocidas y utilizadas dentro del sistema educativo formal y to-dos los mecanismos de educación informal venezolanos sólo reconocen las actuaciones masculinas. Esta visión androcéntrica del proceso histórico se ve fuertemente enfatizada cuando se trata del llamado Período de la Inde-pendencia, pues es narrado como la gesta ideada por un puñado de hombres de origen español, acompañados por un ejército conformado solamente por hombres; a ello se suma, sin duda, el hecho de que la emancipación del imperio español es conceptuada como una gesta y no como un proceso, que abarcó los años finales del siglo XVIII y las tres primeras décadas del XIX. En consonancia con esa concepción, las versiones historiográficas sobre la gesta se han dedicado a destacar los llamados “personajes relevantes mas-culinos “blancos”, quienes fueron los precursores de la independencia y los conductores del ejército libertador. En suma, no reconocen precursoras ni combatientas. Y si alguna participación femenina es reconocida, refiere a algunas individualidades “blancas”, vinculadas directamente con algún hombre “blanco relevante”.

Pero, cuando la emancipación del imperio español es vista como el re-sultado transitorio de un proceso centenario, es necesario inevitablemen-te reconocer la existencia de mujeres precursoras y combatientes. Porque, cuál otro calificativo le podemos dar a mujeres como la cacica Apacuama de la nación Palenque, quien lideró a guerrer@s de varias tribus en 1577 en contra del ejército realista durante la conquista (Vaccari, 1995), y como ella miles de mujeres indígenas de distintas regiones y grupos étnicos del

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PROPÓSITODesde que el ilustre José Gil Fortoul llamó la atención acerca del hecho,

es ya un lugar común, en la Historiografía Venezolana, afirmar que los cé-lebres cuadros de Juan Lovera y de Martín Tovar y Tovar que representan La Firma del Acta de la Independencia no corresponden estrictamente a la realidad histórica, pues la firma del Acta no se llevó a cabo el día 5 de julio de 1811, sino en una fecha posterior. También arranca de comienzos de este siglo, entre 1906 y 1910, el debate –en el cual tuvo igualmente destacada intervención el historiador larense– acerca de si el Acta de la Independencia que se conserva en el Arca del Salón Elíptico del Palacio Federal en Caracas debe ser considerada como el original del documento o como una copia muy valiosa y auténtica, eso sí, del mismo.

Sin la pretensión de aportar soluciones definitivas, queremos presentar en las páginas que siguen algunos elementos de juicio que tal vez contri-buyan a plantear dicho problema –o problemas– con mayor claridad, al deslindar los conceptos de Declaración, Promulgación, Publicación y Jura de la Independencia, situándolos, lo mismo que la redacción y firma del Acta, en una secuencia cronológica.

EXPOSICIÓN Y ANÁLISIS DE LOS HECHOS1. La votación del Congreso Constituyente se terminó hacia las 2:30

p.m., del 5 de julio de 1811. De inmediato, el Presidente del Congreso, Diputado Juan Antonio Rodríguez, anunció “declarada solemnemente la Independencia absoluta de Venezuela”. Este es, a mi juicio, el acto funda-mental y esencial de todo el proceso. La Independencia ha sido declarada por el Poder Legislativo, representante de la Soberanía Popular.

2. Apenas hubo pronunciado Rodríguez Domínguez las palabras antes

LA.DECLARACIÓN.DE.LA.INDEPENDENCIA.DE.VENEZUELA.Y.SU.ACTA

Manuel Pérez Vila

te, que ha sido lo que hasta ahora les han negado las historias oficiales en todos nuestros países. Esa nueva visión es imprescindible para que se dé la consolidación de la nueva subjetividad política y social popular emergente en las condiciones históricas actuales. Esa subjetividad política común en Nuestra América es necesaria, puesto que las nuestras historias nos mues-tran que la plena independencia no fue alcanzada con la gesta independen-tista del siglo XIX, por lo que siguen existiendo distintas y variadas formas de organización populares que practican formas de resistencia y lucha que reflejan la continuidad de la tradición combativa de nuestros pueblos, lo que se ha manifestado tanto en lo cotidiano como en lo excepcional, espe-cialmente en aquellos momentos cuando nuestros pueblos han alcanzado un límite de tolerancia ante los abusos del poder, irrumpiendo en la arena pública rebelándose y protestando.

Referencias citadasAlberdi, Juan B. 2005. Política y Sociedad. Caracas. Fundación Biblioteca Aya-

cucho.López Casto. 1997. Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Caracas.

Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. 235.Mago, Lila. 1995. El papel de la mujer dentro de la estructura social venezolana

del siglo XIX. En: La Mujer en la Historia de Venezuela. Caracas. Asociación Civil La Mujer y el V Centenario de América y Venezuela. Pp. 283-325.

Marx y Engels (1982). La ideología alemana. La Habana. Editorial Pueblo y Educación.

Vaccari, Letizia. 1995. La participación de la mujer en la política y la administra-ción colonial. En: La Mujer en la Historia de Venezuela. Caracas. Asociación Civil La Mujer y el V Centenario de América y Venezuela. Pps.63-90.

Vargas, Iraida. 2006. Historia, Mujer, Mujeres. Caracas. Ediciones del Ministe-rio de Economía Popular.

Vargas, Iraida y Mario Sanoja, 1993. Historia, Identidad y Poder. Caracas. Fon-do Editorial Tropykos.

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1º, que la Independencia era ya un hecho jurídico definitivo; 2º, que las circunstancias no habían permitido redactar el Acta ni hacer la solemne y formal promulgación de la Declaratoria.

6. En la sesión del Congreso del día 7 de julio “se leyó y aprobó el Acta declaratoria de Independencia formada por el secretario, en cumplimiento de la orden que le dio su Majestad (ese era el título que se daba al Congre-so) al efecto”. Se trata del Acta de la Independencia en cuya redacción tuvo mucha parte Roscio aunque en el Acta de la sesión del 7 de julio no se le mencione. Ver lo expuesto en el Nº 3.

7. En la sesión del Congreso del día 8 de julio quedó aprobado el tex-to del juramento que debían prestar autoridades, corporaciones, militares, eclesiásticos, funcionarios y ciudadanos al ser promulgada la Independen-cia. Decía así: “¿Juráis a Dios y a los Santos Evangelios, que estáis tocan-do, reconocer la soberanía y absoluta independencia que el orden de la Divina Providencia ha restituido a las Provincias de Venezuela, libres y exentas para siempre de toda sumisión y dependencia de la monarquía es-pañola y de cualquiera corporación o jefe que la represente o representase (en lo) adelante; obedecer y respetar los magistrados constituidos v que se constituyan y las leyes legítimamente sancionadas y promulgadas; oponer-se a recibir otra dominación y defender con vuestras personas y con todas vuestras fuerzas los Estados de la Confederación venezolana y conservar y mantener pura e ilesa la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, única y exclusiva en estos países, y defender el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María Nuestra Señora?”.

8. El mismo día 8, el Acta de la Independencia fue presentada al Poder Ejecutivo por una Comisión del Congreso formada por Roscio e Isnardi, sus redactores, y por Fernando Toro. El documento fue leído y aprobado por el Poder Ejecutivo, que lo refrendó al pie en los siguientes términos: “Palacio Federal de Caracas, 8 de julio de 1811. Por la Confederación de Venezuela, el Poder Ejecutivo ordena que la Acta antecedente sea publicada, ejecu-tada y autorizada con el sello del Estado y Confederación. Cristóbal de Mendoza, Presidente en turno, Juan de Escalona, Baltasar Padrón; Miguel José Sanz, Secretario de Estado. Carlos Machado, Canciller Mayor, José Tomás Santana. Secretario de Decretos”. Luego el Poder Ejecutivo expidió un Bando disponiendo que el domingo siguiente, 14 de julio, se procediera a la “solemne publicación de nuestra Independencia” con repique de cam-panas, salva general de las tropas, izamiento de la Bandera Nacional, ilumi-nación, etc. Para los días siguientes a la publicación se preveía un solemne Te Deum (el día 16) y la juramentación mencionada en el Nº 7.

citadas, su anuncio “fue seguido de vivas y aclamaciones del pueblo, espec-tador tranquilo y respetuoso de esta augusta y memorable controversia”. De inmediato, se formó una manifestación popular, encabezada entre otros por el General Miranda y el Letrado Francisco Espejo, la cual recorrió calles y plazas y entró al Palacio Arzobispal, dando vivas a la Independencia. Fue el apoyo del pueblo al acto legislativo. Esto ocurrió en las primeras horas de la tarde. 3. Ese mismo día, el Congreso celebró una sesión vespertina, en la cual, entre otras cosas, se acordó “formar un proyecto que abrazase todas las causas y poderosos motivos que nos habían obligado a declarar nuestra Independencia para que, sometido a la inspección del Congreso, sirviese de competente acta y pasara al Poder Ejecutivo a fin de que la publicase e hiciese circular en la forma ordinaria”. La redacción de este documento, conocido en la Historia de Venezuela como Acta de la Independencia, fue encomendada ese mismo día al Diputado Juan Germán Roscio y al Secre-tario del Congreso, Francisco Isnardi. Debe tenerse en cuenta que el Acta de la Independencia, documento solemne que es a la vez un manifiesto público y un acta, es un documento distinto del acta de la sesión matutina del 5 de julio de 1811, donde se votó y declaró la Independencia.

4. El Poder Ejecutivo constituido por un Triunvirato –Cristóbal de Men-doza, Juan de Escalona y Baltasar Padrón–, cuya presidencia ejercía por turno cada uno de ellos, lanza el 5 de julio una “Proclama a los habitantes de Caracas”, en la cual expresa que “el supremo Congreso de Venezuela ha acordado en este día la INDEPENDENCIA ABSOLUTA”. Este documen-to, que firman junto con Mendoza, Presidente en turno, los otros dos Triun-viros, constituye la ratificación, por parte del Ejecutivo, de la decisión toma-da por el Legislativo. No es todavía la ceremonia solemne de la publicación, pero demuestra que el Poder Ejecutivo marcha acorde con el Congreso.

5. El 6 de julio de 1811, el Poder Ejecutivo dirigió una comunicación (firmada por Juan de Escalona como Presidente en turno) a Jorge Tadeo Lozano, Presidente del Estado de Cundinamarca, cuya capital era Bogotá. Ahí se habla de la “Independencia que goza ya Venezuela, dispuesta a sa-crificarse y a sepultarse con ella” como un hecho consumado e irreversible. Al finalizar, se dice: “Tendrá en la primera ocasión este Supremo Poder Ejecutivo la satisfacción de incluir a V.E. el manifiesto con que Venezuela debe justificar, a los ojos de las naciones, los motivos de su resolución. La urgencia de los momentos no ha permitido hasta ahora, terminar su redac-ción ni promulgar esta declaratoria con las solemnidades que deben acom-pañarla”. En esta comunicación diplomática, de carácter internacional, se destacan, pues, dos cosas:

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julio (véase lo dicho en el Nº 1). Sin embargo, es obvio que el Acta de la Independencia no pudo ser firmada el 5 de julio mismo, pues fue redactada esa noche o el día 6 por el Diputado Roscio y el Secretario Isnardi (ver Nº 3) y aprobada por el Congreso en su sesión del 7 de julio (ver Nº 6). Sin em-bargo, si se tiene en cuenta que el Acta de la Independencia fue oficialmente presentada al Poder Ejecutivo por una Comisión especial el día 8 de julio (ver Nº 8) es forzoso suponer que este documento, al ser entregado al Poder Ejecutivo, llevaría las firmas autógrafas de los 41 diputados (más el secre-tario) cuyos nombres figuran al pie del texto en las publicaciones hechas en El Publicista de Venezuela Nº 2 y en la Gazeta de Caracas, Nº 41 (ver Nº 9). Lo contrarío sería inconcebible, pues tratándose de un documento oficial de trascendencia e importancia tan notables no resulta admisible que al Poder Ejecutivo se le pudiese haber entregado una copia, sino el original con las firmas autógrafas, avalado con el sello de la Confederación. Este documento oficial y auténtico, cuyo manuscrito original se ha perdido, fue el que reci-bió al pie el decreto refrendatario del Poder Ejecutivo de fecha 8 de julio de 1811 (ver Nº 8) y fue luego reproducido en la Gazeta de Caracas Nº 41 antes citada. De lo anterior se desprende que el Acta de la Independencia hubo de ser firmada el 7 de julio de 1811 por los Diputados presentes en la sesión del Congreso de ese día, luego de resultar aprobada; y es de creer que los ausentes de esa sesión lo harían más tarde en el curso del día o en la mañana siguiente, antes de ser presentado el documento al Poder Ejecutivo.

11. El domingo 14 de julio el Acta de la Independencia fue solemne-mente publicada en Caracas por bando. Al frente de la multitud que presen-ció los actos se hallaban los jóvenes hijos de José María España, uno de los precursores y mártires de la Conspiración independentista de 1797, quienes llevaban en alto la bandera tricolor diseñada por Miranda y aprobada por el Congreso. El secretario de Decretos del Poder Ejecutivo, José Tomás Santana, leyó en voz alta, en las principales esquinas de Caracas, el Acta de Independencia. Ese mismo día prestó juramento la Tropa congregada en la plaza mayor.

12. El lunes 15 de julio se procedió en la sede del Congreso a la solemne jura de la Independencia por parte de las principales autoridades: Lo hicie-ron primero los Diputados, luego el Poder Ejecutivo, después la Alta Corte de Justicia, el Gobernador Militar de Caracas y el Arzobispo.

13. El acta de la sesión matutina del Congreso correspondiente al día 5 de julio de 1811 no pudo ser redactada por el secretario Isnardi sino bas-tante después, a causa de sus muchas ocupaciones. Nos referimos ahora no al Acta de la Independencia que se inicia con las célebres palabras: “En el

9. Aún antes de que el Acta de la Independencia fuese publicada por ban-do el día 14 de julio, su texto fue dado a conocer y difundido por el seminario El Publicista de Venezuela, órgano oficial del Congreso Constituyente. En el Nº 2 de ese periódico, del jueves 11 de julio de 1811, se insertó su texto ínte-gro, bajo el título Declaratoria de Independencia y precedido de un breve co-mentario donde se destacaba la conveniencia de que “la declaratoria de nues-tra absoluta INDEPENDENCIA llegue a los oídos de todos los habitantes de Venezuela por cuantos medios sean disponibles y con aquella brevedad que exige la suma importancia del asunto”. El célebre texto, que empieza con la invocación: “En el nombre de Dios Todopoderoso” y continúa “Nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Mara-caibo, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación Americana de Venezuela...” estaba fechado así: “Dada en el Palacio Federal de Caracas, firmada de nuestra mano, sellada con el gran sello provisional de la Confe-deración y refrendada por el Secretario del Congreso a cinco días del mes de julio del año de mil ochocientos once, primero de nuestra Independencia”. A continuación, después del Presidente del Congreso Juan Antonio Rodríguez Domínguez (Diputado de Nutrias en la Provincia de Barinas) y del Vicepre-sidente Luis Ignacio Mendoza (Diputado de Obispos en la misma Provincia) venían los nombres de 21 Diputados por la Provincia de Caracas, 4 por la de Cumaná, 2 por la de Barcelona, 7 por la de Barinas 1 por la de Margarita, 2 por la de Mérida, 1 por la de Trujillo y 1, finalmente, por la Villa de Ara-gua, provincia de Barcelona. Refrendaba el documento Francisco Isnardi, Secretario del Congreso quien, como es sabido, no era diputado. En total, 41 Diputados, más el secretario. Este mismo documento se publicó igualmente en la Gazeta de Caracas Nº 41, del martes 16 de julio de 1811, con el simple título de “Acta” y sin el comentario con que le había antecedido El Publicista de Venezuela. En la Gazeta, el Acta de la Independencia aparece datada en la misma forma en que lo está en El Publicista, pero posiblemente por una errata de imprenta no figuran de inmediato los nombres del Presidente y del Vicepresidente del Congreso (J. A. Rodríguez Domínguez y L. I. Mendoza) sino que aparecen intercalados dentro de los Diputados de la Provincia de Caracas. De todos modos, el número total de nombres que aparecen al pie del Acta es el mismo: 41, más el secretario. Debe observarse que el Acta de la Independencia publicada en la Gazeta tiene al final el decreto refrendatario expedido por el Poder Ejecutivo. (Véase lo dicho en el Nº 8), el cual no figura en el texto de El Publicista.

10. Tanto en el texto de El Publicista de Venezuela, Nº 2, como en el de la Gazeta de Caracas, Nº 41, el Acta de la Independencia lleva fecha 5 de

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por el Congreso Constituyente en su Libro de Actas para perpetua memoria de la Declaratoria hecha el 5 de julio de 1811.

15. Así como el acta de la sesión matutina del 5 de julio de 1811 fue pasada con retraso al Libro de Actas del Congreso (véase lo dicho en el Nº 13), lo mismo ocurrió con el Acta de la Independencia que fue estampada en dicho libro (ver Nº 14). Que esta Acta de la Independencia fue inscrita en el Libro de Actas con retraso no de días sino de semanas, lo demuestra lo que a continuación exponemos. En el lugar que corresponde a la firma de Gabriel de Ponte, Diputado de Caracas, aparece en el Libro de Actas del Congreso la anotación siguiente: “Por haber quedado impedido de firmar a causa de la herida que recibió en la jornada de Valencia el señor Ponte, no pudo hacerlo al pasar al libro la presente acta”; sigue la rúbrica de Is-nardi, luego un signo formado por cuatro rasgos de pluma que se cortan dos a dos, y los cuales representan la firma de Ponte y de nuevo la rúbrica de Isnardi. Es sabido que a pocos días de haber sido declarada en Caracas la Independencia, la ciudad de Valencia se sublevó, el 11 de julio, contra la República y fue necesario que de Caracas marchase el 19 un ejército, al mando de Miranda, para someter a los alzados, lo cual no pudo conseguirse sino el 13 de agosto. Uno de los oficiales de ese ejército era precisamente el Diputado Gabriel de Ponte, Comandante de Caballería, quien resultó heri-do de un balazo en el brazo derecho durante la acción dada el 23 de julio en Valencia. Si se considera que el herido hubo de ser curado en un hospital de sangre en campaña y luego trasladado con las naturales precauciones y len-titud a Caracas, no es de creer que firmase en la forma dicha (con 4 rasgos) mucho antes de mediados de agosto. Por otra Parte, Miranda, quien firmó también el Acta de la Independencia estampada en el Libro de Actas del Congreso no pudo tampoco hacerlo antes del 29 de octubre de 1811, fecha de su regreso a la capital. Es, pues, indudable que la firma del documento por algunos Diputados fue bastante posterior a la fecha de su redacción, y que el paso del documento al libro de Actas (el hecho de inscribirlo en éste) fue también posterior a la fecha que lleva el Acta (5 de julio de 1811) y a la fecha real de su redacción (6 o 7 de julio). Lo cual, desde luego, no le quita ningún valor histórico ni jurídico.

CONCLUSIONESEn conclusión, creemos que de lo expuesto se desprende que:La Independencia de Venezuela fue Declarada por el Congreso el 5 de

julio de 1811, hacia las 2:30 de la tarde.

nombre de Dios Todopoderoso. Nosotros los Representantes de las Provin-cias Unidas...”, sino al acta que recoge las intervenciones de los Diputados, las incidencias del debate, la votación y la declaratoria, incluida en el Libro de Actas del Congreso. Esta no estuvo lista para ser firmada sino el 17 de agosto de aquel año, como lo demuestra su parte final, que dice: “Con lo que se concluyó esta acta, que firmaron todos los señores que se hallaban presentes el 17 de agosto, en que se extendió, conmigo el secretario”. Y siguen, en efecto, las firmas de 26 Diputados, los cuales no constituyen la totalidad de los que asistieron a la histórica sesión del 5 de julio en la ma-ñana (faltan, por ejemplo, las firmas nada menos que de Miranda, Roscio y Peñalver) sino que son los que se hallaban presentes en la sesión del 17 de agosto y pudieron así firmar. Esto lo ratifica el acta correspondiente a la sesión del 17 de agosto de 1811, donde consta: “Enseguida se leyeron, co-rrigieron y aprobaron las actas pendientes de todo el mes de julio y firma-ron la de la Independencia (o sea, la de la sesión del 5 de julio) los señores que se hallaban presentes a esta sesión, quedando sin firmar las demás por ausencia del Señor Presidente Rodríguez en comisión a Valencia”.

14. En cuanto al Acta de la Independencia que se inicia “En el nombre de Dios...” ya se ha expuesto antes que su original fue entregado el 8 de julio de 1811 al Poder Ejecutivo (ver Nº 8 y Nº 10) y que si bien dicho manuscrito se ha perdido, su texto quedó reproducido en la Gazeta de Caracas Nº 41 an-teriormente citada (ver Nº 10). Ahora bien: Francisco Isnardi, Secretario del Congreso, estampó de su puño y letra en el Libro de Actas de dicho cuerpo el texto del Acta de la Independencia, que fue firmado al pie por los mismos 41 Diputados (más el secretario) que habían firmado el original entregado al Poder Ejecutivo. Hay sólo una excepción, relativa al Diputado Gabriel de Ponte, a la cual me referiré luego. Este texto del Acta de la Independencia, que se conserva con los debidos honores en el Arca del Salón Elíptico del Congreso Nacional, es auténtico y fehaciente a más no poder, no sólo desde un punto de vista histórico sino también desde el ángulo jurídico y constitu-cional. En efecto, se trata de un documento que lleva las firmas autógrafas de quienes eran Presidente y Vicepresidente del Congreso Constituyente el 5 de julio de 1811, Juan Antonio Rodríguez Domínguez y Luis Ignacio Mendoza, respectivamente; que está también firmado de la propia mano de otros 39 Diputados (con la excepción de Ponte ya indicada) y refrendado por el Secretario del Congreso, Francisco Isnardi, quien escribió además todo el texto de su puño y letra. Este texto, pues, tiene por lo menos tanto valor como el texto entregado al Poder Ejecutivo, y acaso hasta tenga más, pues se trata, en cierto modo, de la matriz del Acta la Independencia consignada

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EL.ACTAEn el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las

provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mé-rida y Trujillo, que forman la Confederación Americana de Venezuela en el continente meridional, reunidos en Congreso, y considerando la plena y ab-soluta posesión de nuestros derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de Abril de 1810, es consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono sin nuestro consentimiento, queremos, antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados las fuerzas, por más de tres siglos, y nos ha restituido el orden político de los acontecimientos humanos, patenti-zar al universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimien-tos y autorizan el libre uso que vamos a hacer de nuestra soberanía.

No queremos, sin embargo, empezar alegando los derechos que tiene todo país conquistado, para recuperar su estado de propiedad e indepen-dencia; olvidamos generosamente la larga serie de males, agravios y pri-vaciones que el derecho funesto de conquista ha causado indistintamente a todos los descendientes de los descubridores, conquistadores y pobladores de estos países, hechos de peor condición, por la misma razón que debía favorecerlos; y corriendo un velo sobre los trescientos años de dominación española en América, sólo presentaremos los hechos auténticos y notorios que han debido desprender y han desprendido de derecho a un mundo de otro, en el trastorno, desorden y conquista que tiene ya disuelta la nación española.

Este desorden ha aumentado los males de la América, inutilizándole los recursos y reclamaciones, y autorizando la impunidad de los gobernantes de España para insultar y oprimir esta parte de la nación, dejándola sin el amparo y garantía de las leyes.

Es contrario al orden, imposible al gobierno de España, y funesto a la América, el que, teniendo ésta un territorio infinitamente más extenso, y una población incomparablemente más numerosa, dependa y esté sujeta a un ángulo peninsular del continente europeo.

Las sesiones y abdicaciones de Bayona, las jornadas del Escorial y de Aranjuez, y las órdenes del lugarteniente Duque de Berg, a la América, de-bieron poner en uso de los derechos que hasta entonces habían sacrificado los americanos a la unidad e integridad de la nación española.

Venezuela, antes que nadie, reconoció y conservó generosamente esta integridad para no abandonar la causa de sus hermanos, mientras tuvo la menor apariencia de salvación.

El mismo día, el Poder Ejecutivo expidió una Proclama ratificando la Declaratoria.

El Acta de la Independencia (el documento solemne, que no debe con-fundirse con el Acta de la sesión matutina del 5 de julio) fue redactada el 5 de julio en la noche, o el día 6 (¿acaso el 7 muy temprano?) y fue aprobada y firmada por el Congreso el día 7 de julio.

El Acta de la Independencia fue presentada el 8 de julio al Poder Ejecu-tivo, quien la refrendó ese día mediante decreto y dispuso que su publica-ción se verificase el 14 de julio.

El 14 de julio de 1811 fue publicada en Caracas, de un modo solemne, el Acta de la Independencia, y jurada por la tropa. Ese día se enarboló ofi-cialmente por vez primera el Pabellón Nacional.

El 15 de julio fue jurada la Independencia por las altas autoridades na-cionales, y en los días siguientes lo hicieron corporaciones y ciudadanos.

El día 17 de agosto fue pasado al Libro de Actas del Congreso el texto del Acta de la sesión matutina del 5 de julio y firmada dicha acta por 26 diputados que estaban presentes ese 17 de agosto.

A mediados o a fines de agosto de 1811 (tal vez el propio día 17) fue pasada al Libro de Actas del Congreso el Acta de la Independencia (la so-lemne, que comienza con la invocación a Dios Todopoderoso) al pie de la cual fueron estampando sus firmas autógrafas los miembros del Congreso y marcó la suya con una doble cruz el Diputado Ponte por estar herido.

Aun cuando el hecho material de pasar el Acta de la Independencia al libro de Actas del Congreso se haya producido con unas semanas de retraso, y las firmas hayan sido puestas más tarde todavía por algunos Di-putados, se trata sin duda alguna del documento fundamental o matriz del Acta de la Independencia, tal como quiso conservarlo el Congreso en sus Archivos para perpetuar la memoria de la Declaratoria. En este sentido es perfectamente legítimo considerar a dicho manuscrito como el documento original, equivalente por lo menos en valor jurídico e histórico al que fue entregado el 8 de julio al Poder Ejecutivo.

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tra expresa voluntad, para que en sus Cortes dispongan arbitrariamente de nuestros intereses bajo el influjo y la fuerza de nuestros enemigos.

Para sofocar y anonadar los efectos de nuestra representación, cuando se vieron obligados a concedérnosla, nos sometieron a una tarifa mezquina y diminuta y sujetaron a la voz pasiva de los ayuntamientos, degradados por el despotismo de los gobernadores, la forma de la elección; lo que era un insulto a nuestra sencillez y buena fe, más bien que una consideración a nuestra incontestable importancia política.

Sordos siempre a los gritos de nuestra justicia, han procurado los gobier-nos de España desacreditar todos nuestros esfuerzos declarando criminales y sellando con la infamia, el cadalso y la confiscación, todas las tentativas que, en diversas épocas, han hechos algunos americanos para la felicidad de su país, como fue la que últimamente nos dictó la propia seguridad, para no ser envueltos en el desorden que presentíamos, y conducidos a la horrorosa suerte que vamos ya a apartar de nosotros para siempre; con esta atroz política, han logrado hacer a nuestros hermanos insensibles a nuestras desgracias, armarlos contra nosotros, borrar de ellos las dulces impresiones de la amistad y de la consanguinidad, y convertir en enemigos una parte de nuestra gran familia.

Cuando nosotros, fieles a nuestras promesas, sacrificábamos nuestra se-guridad y dignidad civil por no abandonar los derechos que generosamente conservamos a Fernando de Borbón, hemos vistos que a las relaciones de las fuerzas que le ligaban con el Emperador de los franceses ha añadido los vínculos de sangre y amistad, por lo que hasta los gobiernos de España han declarado ya su resolución de no reconocerle sino condicionalmente.

En esta dolorosa alternativa hemos permanecido tres años en una inde-cisión y ambigüedad política, tan funesta y peligrosa, que ella sola bastaría a autorizar la resolución que la fe de nuestras promesas y de los vínculos de la fraternidad nos habían hecho diferir; hasta que la necesidad nos ha obligado a ir más allá de lo que nos propusimos, impelidos por la conducta hostil y desnaturalizada de los gobiernos de España, que nos ha relevado del juramento condicional con que hemos sido llamados a la augusta repre-sentación que ejercemos.

Mas nosotros, que nos gloriamos de fundar nuestro proceder en mejores principios, y que no queremos establecer nuestra felicidad sobre la desgra-cia de nuestros semejantes, miramos y declaramos como amigos nuestros, compañeros de nuestra suerte, y partícipes de nuestra felicidad, a los que, unidos con nosotros por los vínculos de la sangre, la lengua y la religión,

América volvió a existir de nuevo, desde que pudo y debió tomar a cargo su suerte y conservación; como España pudo conocer, o no, los de-rechos de un Rey que había apreciado más su existencia que la dignidad de la nación que gobernaba.

Cuántos Borbones concurrieron a las inválidas estipulaciones de Ba-yona, abandonando el territorio español, contra la voluntad de los pueblos, faltaron, despreciaron y hollaron el deber sagrado que contrajeron con los españoles de ambos mundos, cuando, con su sangre y sus tesoros, los co-locaron en el trono a despechos de la Casa de Austria; por esta conducta quedaron inhábiles e incapaces de gobernar a un pueblo libre, a quien en-tregaron como un rebaño de esclavos.

Los intrusos gobiernos que se abrogaron la representación nacional aprovecharon pérfidamente las disposiciones que la buena fe, la distancia, la opresión y la ignorancia daban a los americanos contra la nueva dinastía que se introdujo en España por la fuerza; y contra sus mismos principios, sostuvieron entre nosotros la ilusión a favor de Fernando, para devorarnos y vejarnos impunemente cuando más nos prometía la libertad, la igualdad y la fraternidad, en discursos pomposos y frases estudiadas, para encubrir el lazo de una representación amañada, inútil y degradante.

Luego que se disolvieron, sustituyeron y destruyeron entre sí las va-rias formas de gobierno de España, y que la ley imperiosa de la necesidad dictó a Venezuela el conservarse a sí misma para ventilar y conservar los derechos de su Rey y ofrecer un asilo a sus hermanos de Europa contra los males que les amenazaban, se desconoció toda su anterior conducta, se variaron los principios, y se llamó insurrección, perfidia e ingratitud, a lo mismo que sirvió de norma a los gobiernos de España, porque ya se les cerraba la puerta al monopolio de administración que querían perpetuar a nombre de un Rey imaginario.

A pesar de nuestras propuestas, de nuestra moderación, de nuestra ge-nerosidad, y de la inviolabilidad de nuestros principios, contra la voluntad de nuestros hermanos de Europa, se nos declara un estado de rebelión, se nos bloquea, se nos hostiliza, se nos envían agentes a amotinarnos unos contra otros, y se procura desacreditarnos entre las naciones de Europa im-plorando su auxilio para oprimirnos.

Sin hacer el menor aprecio de nuestras razones, sin presentarlas al im-parcial juicio del mundo, y sin otros jueces que nuestros enemigos, se nos condena a una dolorosa incomunicación con nuestros hermanos; y para añadir el desprecio a la calumnia se nos nombra apoderados, contra nues-

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dijeren sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e in-dependiente tiene un pleno poder para darse la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra, hacer la paz, formar alianzas, arreglar tratados de comercio, límites y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos que hacen y ejecutan las naciones libres e independientes. Y para hacer válida, firme y subsistente unas pro-vincias a otras, nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado de nuestro ho-nor nacional. Dada en el Palacio Federal y de Caracas, firmada de nuestra mano, sellada con el gran sello provisional de la Confederación, refrendada por el Secretario del Congreso, a cinco días del mes de julio del año de mil ochocientos once, el primero de nuestra independencia.

DECRETO DEL SUPREMO PODER EJECUTIVOPalacio Federal de Caracas, 8 de julio de 1811. Por la Confederación de

Venezuela, el Poder Ejecutivo ordena que el Acta antecedente sea publica-da, ejecutada y autorizada con el sello del Estado y Confederación.

Cristóbal de Mendoza, Presidente en turno; Juan de Escalona; Baltasar Padrón; Miguel José Sanz, Secretario de Estado; Carlos Machado, Canci-ller Mayor; José Tomás Santana, Secretario de Decretos.

(Texto publicado en la Gazeta de Caracas, Nº 41, del martes 16 de julio de 1811).

han sufrido los mismos males en el anterior orden; siempre que, recono-ciendo nuestra absoluta independencia de él y de otra dominación extraña, nos ayuden a sostenerla con su vida, su fortuna y su opinión, declarándolos y reconociéndolos (como a todas las demás naciones) en guerra enemigos, y en paz amigos, hermanos y compatriotas.

En atención a todas estas sólidas, públicas e incontestables razones de política, que tanto persuaden la necesidad de recobrar la dignidad natural, que el orden de los sucesos nos han restituido, en uso de los imprescripti-bles derechos que tienen los pueblos para destruir todo pacto, convenio o asociación que no llenan los fines para que fueron instituidos los gobiernos, creemos que no podemos ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al gobierno de España, y que, como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra, y to-mar entre las potencias de la tierra, el puesto igual que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan y a que nos llama la sucesión de los acontecimientos humanos y nuestro propio bien y utilidad.

Sin embargo de que conocemos las dificultades que trae consigo y las obligaciones que nos impone el rango que vamos a ocupar en el orden político del mundo, y la influencia poderosa de las formas y actitudes a que hemos estado, a nuestro pesar, acostumbrados, también conocemos que la vergonzosa sumisión a ellas, cuando podemos sacudirlas, sería más ignominiosa para nosotros, y más funesta para nuestra posterioridad, que nuestra larga y penosa servidumbre, y que es ya de nuestro indispensable deber proveer a nuestra conservación, seguridad y felicidad, variando esen-cialmente todas las formas de nuestra anterior constitución.

Por tanto, creyendo con todas estas razones satisfecho el respeto que debemos tener a las opiniones del género humano y a la dignidad de las demás naciones, en cuyo número vamos entrar, y con cuya comunicación y amistad contamos, nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras intenciones, imploramos sus divinos y celestiales auxilios, y ratificándole, en el momento en que nacemos a la dignidad, que su providencia nos restituye el deseo de vivir y morir libres, creyendo y defendiendo la santa, católica y apostólica religión de Jesucris-to. Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y la autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o

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Según las propias palabras del maestro, pronunciadas en el documental Tocar y Luchar de Alberto Arvelo: “la orquesta es la única comunidad que tiene como objetivo concertarse entre sí. De esta manera, el que hace práctica orquestal comienza a vivir la práctica de la concertación, el es-tímulo a la práctica del equipo, del grupo que se considera a sí mismo como interdependiente, donde cada uno es responsable por los demás y los demás son responsables por cada uno. La orquesta practica la concer-tación para generar belleza”. Comentario aparte, la concertación permite apreciar el valor del logro de las metas comunes, añadiendo mística, gozo y motivación durante la realización de ellas. En Venezuela, el movimiento orquestal resulta una oportunidad para el desarrollo personal e intelectual, espiritual y social, protegiendo y orientando a la juventud de cualquier po-sible desviación.

En el contexto de este amplio movimiento descrito, surgen nuevas am-pliaciones del sistema y se plantea la necesidad de fortalecer la instancia creadora a fin de poder integrarla como un todo. El texto que a continua-ción se transcribe es también producto de la generosidad del maestro José Antonio Abreu y de su indoblegable fe en la enseñanza. De palabra concisa y pausada con sus frases certeras, Abreu reflexiona con hondura sobre este y otros tópicos, siempre relacionados con el hermoso propósito.

Papel social y profesional del compositor de música de arte

¿De qué manera el compositor de música de arte puede integrarse a la sociedad?

La función social deriva de la misma tarea esencial que realiza el crea-dor: expresar en términos estéticos el acontecer del hombre, del tiempo, del espacio en que actúa y, sobre todo, de la identidad como pueblo que repre-senta. La tecnología moderna pone al alcance del compositor una serie de instrumentos que agilizan su labor. Los centros musicales más importantes del mundo que se consolidan en una estructura con miras al fomento de la creación musical hacen uso plenario de esa tecnología. Por la natura-leza misma del arte, es indudable la existencia de un mundo de libertad creadora. Por ello existen compositores que no quieren hacer uso de otro instrumento que no sea su propia imaginación, hacer su trabajo manual-mente, y prefieren estar en un ambiente aislado y silencioso. El compositor actual, aún cuando su técnica compositiva fuese más bien convencional, tiene todas las posibilidades de utilizar los instrumentos de la tecnología para apoyar su oficio profesional.

Hace tres décadas y media, comenzó a gestarse en el país el movimiento de Orquestas Juveniles e Infantiles, el cual ha logrado un alto grado

de consolidación, revolucionando la aplicación del concepto de arte vin-culándolo a su papel colectivo para el desarrollo de una sociedad de altos valores. Esta inmensa obra se ha planteado una misión consagrada al resca-te pedagógico, ocupacional y ético de la infancia y la juventud mediante la instrucción y la práctica colectiva de la música. Basado en la capacitación, prevención y recuperación de los grupos más vulnerables del país, ha pene-trado profundamente a través del arte musical en los barrios y comunidades más alejadas. Al congregar a más de doscientas noventa orquestas y coros en ciudades, pueblos y aldeas –que agrupan a doscientos cuarenta mil niños y jóvenes–, esta experiencia, creada por la batuta y la visión del Maestro José Antonio Abreu, está siendo emulada en casi toda América Latina y ha tenido especial interés en Europa, logrando conformarse como un fenóme-no social de gran dimensión.

El director inglés Sir Simon Rattle, en rueda de prensa en Caracas, ex-presó que “si alguien me preguntara dónde está pasando algo realmente im-portante para el futuro de la música clásica, simplemente tendría que decir: aquí, en Venezuela”. El tenor español Plácido Domingo no pudo contener una lágrima que rodó notablemente por su rostro mientras escuchaba el Aleluya de Haendel interpretado por la Orquesta de la Juventud Venezola-na Simón Bolívar. Al final del concierto, expresó su gran impresión por la emotividad y calidad de la interpretación. De este extraordinario proyecto han salido numerosos músicos aclamados a nivel internacional. Entre ellos, el director Gustavo Dudamel, ganador del Concurso Internacional de Di-rección Orquestal Gustav Mahler; y el contrabajista Edicson Ruiz, quien se erigió en el primer joven menor de dieciocho años en convertirse en músico titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín.

ORQUESTAS,.COMPOSITORES.Y.

EDUCACIÓN.MUSICAL.ENTREVISTA.AL.MAESTRO.

JOSÉ.ANTONIO.ABREU

Luis Ernesto Gómez

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oral; parte de esas músicas se han trasmitido de generación en generación, incluso la música de las civilizaciones antiguas. Por ejemplo, en la iglesia copta en Egipto, se trasmite una música que se aplicó al credo copto en la era cristiana, pero que procedía en el fondo del culto de Amón-Rá en Tebas. Esta música luego fue traducida al texto cristiano que acompañaba las solemnidades litúrgicas. En fin, todo este panorama que tiene que ver con el pasado más remoto de la humanidad, la intuición del porvenir, la revelación del espacio exterior, forman parte de la vivencia actual del com-positor. Las posibilidades son infinitas. El arte es infinito. El arte es una ventana al infinito.

El pueblo venezolano debe conocer a sus propios compositores y es tarea del Estado promover esa difusión. Debe hacerlo de la forma más pe-dagógica posible. No puede ser una difusión anárquica y sin sentido. Debe estructurar una metodología para que la difusión alcance a todas las capas sociales, especialmente a los niños en las escuelas. En las escuelas prima-rias debe promoverse, desde muy temprana edad, la familiarización del niño con el mundo musical venezolano. A través de esos ritmos y esas melodías, el niño comenzaría a iniciarse en el lenguaje musical. Creo que la mejor iniciación en el lenguaje musical es la que procede del aprendizaje y de la práctica de los sonidos –y las danzas– de su propio pueblo. Crear con-juntos orquestales y corales en cada región, en cada localidad, muy próxi-mos a la familia, que esos niños y jóvenes que vienen de esas familias sean los mejores difusores de la música en el seno de sus comunidades. Sin la creación de conjuntos de intérpretes, sin la diseminación de los intérpretes en la base social, es imposible penetrar profundamente a la sociedad.

La música en la educación básicaQue cada niño y joven que curse estudios de cualquier nivel tenga ac-

ceso a la música es una hermosa meta de la democracia social venezolana. Ahora bien, dentro de la educación musical, hay dos aspectos, netamente diferentes. Uno, la educación que se imparte en las escuelas de música y en las orquestas juveniles, esos son dos sistemas organizados que tienen pro-fesionales docentes para niños y jóvenes que desean estudiar las distintas disciplinas de la música, o como es el caso de las Orquestas Juveniles que se realiza a través de la práctica orquestal. Otro, es la educación básica. Si se quiere garantizar en el aula, no sólo en las escuelas de música, sino tam-bién en los liceos, las escuelas bolivarianas, las escuelas generales y cubrir en todo el escalón educativo del país la presencia de la música, tendría entonces que contarse con los maestros en grado suficiente.

A mi juicio, el compositor de música de arte debe ser un investigador. Un compositor que no esté suficientemente informado acerca de las co-rrientes estéticas prevalecientes en su sociedad, la razón de esas corrientes, los fenómenos que inducen la creación de la música a nivel de la juventud, del pueblo, de los sectores humildes, por ejemplo, no está en condiciones de apreciar la esencia nacional. Aún cuando se trata de épocas muy anterio-res, basta leer la historia de la música del siglo XIX, para apreciar que los grandes maestros de la época estaban apasionados por el descubrimiento y la investigación de su propia música, por ello hicieron uso intensivo de las formas folklóricas, convivieron con el campo, cohabitaron con la clase popular, disfrutaron de forma cercana su propia música, amaron la música de su pueblo y por eso pudieron expresarse en forma sublime a través de formas elaboradas de composición.

El compositor ejerce su oficio para expresar la sociedad en la cual vive y también su ideal por una nueva. Él puede adoptar una actitud de protesta ante la sociedad en la que habita, soñar nuevas formas colectivas y su mú-sica puede expresar ese sueño, sin aprobar, necesariamente, la sociedad y el tiempo en que está viviendo, ni su pasado, sino más bien, aludiendo un fu-turo distinto. Esa es una posibilidad. Hay también otra inmensa corriente de jóvenes creadores que desechan todo lo actual y todo lo pasado, piensan en un mundo inimaginable y, sin embargo, expresable en términos invisibles a través de la música; en base a ese ánimo futurista que en todo joven existe y que lo hace soñar con una sociedad diferente, imagina mundos distintos. El contacto del hombre con el espacio exterior ha abierto, incluso, un mundo totalmente nuevo en la composición, porque la tecnología ha penetrado el misterio del sonido cósmico. A través de la exploración del espacio, se imagina una misteriosa dimensión sonora y hay compositores que inves-tigan exclusivamente ese fenómeno. Las grabaciones que los astronautas realizan en el espacio exterior, esos extraños y bellísimos sonidos, esas sen-saciones sonoras que capta la nave espacial, hoy en día son materia prima importantísima para la elaboración de nuevas formas musicales y nuevos lenguajes, especialmente en el campo coral.

De manera pues, que la expresión del tiempo y de la música actual, no limita, no exhaustiviza el campo de la creación musical, sino que más bien, le abre un gran campo de posibilidades al compositor. Queda además, la inmensa posibilidad de retrotraer la imaginación a los períodos más ar-caicos, a la música más primitiva que también se ha investigado. Grandes musicólogos han investigado la música de los tiempos prehistóricos, la mú-sica de la protohistoria, del neolítico, a través de las danzas y la tradición

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¿Qué antecedentes históricos conoce de la enseñanza de la música dentro de la educación básica?

El antecedente más importante ha sido Codal en Hungría, quien preco-nizaba un coro por aula. Un viejo ideal de la educación primaria húngara, una hermosa aspiración de la educación europea. Hay antecedentes desde el siglo XIX, no solamente en el siglo XX; la escuela húngara y francesa avanzaron enormemente al respecto, porque el ideal de la presencia edu-cativa musical para todos fue un sueño de los grandes pedagogos, de los grandes creadores, y los vemos en países como Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra que iniciaron esa experiencia, especialmente en el campo coral. Durante años, el primer elemento que entró a fondo en la educación nacio-nal de estos países fue el coro. Todo plantel, colegio, escuela, cultivaba la práctica coral. Esto durante muchos años fue, en la práctica, la única pre-sencia permanente de la música dentro de los sistemas educativos. El coro continua siendo el elemento más importante de la presencia de la música dentro del sistema educativo.

Luego, la enseñanza de distintos instrumentos y las bandas, tanto las bandas secas –de carácter rítmico– y las bandas de viento y percusión, como también los conjuntos de flautas dulces, se van generalizando. Por ejemplo, un proyecto en el cual se escogiera una Escuela Bolivariana por cada esta-do, y en cada una de ellas se constituyera una banda, una orquesta, un coro, una banda seca y una orquesta típica para la música venezolana, sería un ideal bellísimo, podríamos comenzar por ahí. He conversado con autorida-des y hemos organizado un proyecto para que el Ministerio de Educación asuma estos veinticuatro núcleos en veinticuatro Escuelas Bolivarianas pi-lotos. El ideal sería poder incorporar programáticamente la música cuando se disponga del cuerpo de docente necesario para garantizarlo.

Estimular la creación musical para la sociedad venezolanaEl movimiento orquestal y coral del país debe promover numerosos

concursos a todos los niveles y géneros para permitir la más amplia partici-pación posible del joven creador. Desde luego, estos concursos deben tener una premiación. El Estado debe apoyar a través de un Fondo de Estímulo a la Creación, la difusión de estos modelos, de estos concursos. De tal forma, que tanto el compositor popular, como el compositor académico, sean in-cluidos. Si no se tiene un fondo para el creador, ¿con qué se puede ofrecer obras de encargos para los compositores venezolanos? Al Estado corres-ponde hacerlo, no puede estar a la saga, no puede estar a la espera, sino más bien a la ofensiva creando el Fondo de Estímulo a la Creación y estable-

Habría que hacer un estudio sobre las actividades que dentro de los planteles de educación primaria y media se llevan a cabo en liceos y escue-las, qué escuelas cuentan con maestros de música, cuántas no cuentan, por qué razón no cuentan, qué podríamos hacer para garantizar la formación de los maestros necesarios para tener en cada aula del país la posibilidad de la enseñanza de la música. Sería un estudio que tendría que hacerse en coordinación con el Ministerio de Educación, que tiene todos los recursos a la mano para hacer una investigación rápida sobre esa materia, sería un catastro, y en base a él, se determinan las necesidades de formación de los maestros. Ese plan de capacitación docente sería el eje de este proyecto. De esta manera, podríamos hacer que toda aula de la educación venezolana estuviese provista del hacer artístico-estético. Plan que debería incluir a los estudiantes de carreras que no están o estarán vinculadas especialmente a la música, a estudiantes que no son o fueron miembros de las orquestas juve-niles e infantiles, incluso, pero que aplicando una concepción humanista de la educación deberían recibir experiencia musical a través de la actividad coral, orquestal o de cualquier otro mecanismo del hacer artístico grupal.

¿Cómo beneficiaría a los venezolanos el incluir la música dentro su for-mación integral?

En primer lugar, el aprendizaje de un arte, familiarizar al estudiante en general con la música, representa una conquista importante del sistema educativo. De lo contrario, este sistema educativo sería unidimensional, trabajaría sólo para el intelecto, no para la sensibilidad y los valores. La música y en general las artes son imprescindibles cuando se trata de garan-tizar la formación integral y humanística del estudiantado, de manera que el mundo de los valores, del sentimiento, de la sensibilidad sea también objeto de aprendizaje para todos. Es más, es importantísimo que se haga desde el preescolar, porque es el área de la educación donde se forman los valores más importantes. Allí la sensibilidad del niño debe ser cuidadosa-mente forjada y orientada a través de la educación artística. En un estudio que presidió Jacques Delors en la UNESCO hace unos años, producto de una reunión de cuarenta y cinco especialistas mundiales en educación, se analizó cómo debía ser la educación en el siglo XXI. Una de las grandes es-trategias propuestas por el conjunto de profesionales que allí se reunió fue la idea de la máxima difusión de la educación artística, es decir, la inclu-sión de la educación artística en todos los niveles de la educación general.

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res. Si se encargan y se publican las obras, si se realizara una inversión bien conducida a la composición en Venezuela por parte del Estado, inmediata-mente se pondría a disposición del sistema orquestal un inmenso acervo de repertorio de sus compositores. Eso no tiene discusión. Debería estimularse una organización de compositores, estimular la participación de los crea-dores en su propio desarrollo, estimular que el creador haga propuestas, las discuta, tenga la posibilidad de debatirlas e imponerlas, porque si no, cae-ríamos en una creación que es producto de una pauta burocrática fría, eso sería esterilizar la creación. Crear las condiciones para que el compositor pueda expresar sus ideas, las discuta y sea escuchado. En un país joven es mucho más factible que las orquestas sinfónicas asuman la responsabilidad de estimular al creador, de establecer un régimen de composición por en-cargo permanente o el régimen de compositores en residencia. Los países desarrollados lo hacen, pero, fundamentalmente, en las universidades.

Los encargos a compositores son necesarios porque las orquestas debe-rían tener una programación de repertorio adecuada a las necesidades del medio y a las circunstancias históricas y entonces, tendría que haber unas ciertas direcciones fundamentales en las obras de encargo, una política di-rigida a cubrir necesidades por ejemplo. Tiene que haber un sistema de bol-sas de trabajo, eso está en todas partes del mundo. Hay que crear un Fondo de estímulo a la creación que reviste de mil formas. Hay que estructurarlo. Eso es parte de la visión fundamental de un Ministerio de Cultura. Un país que invierte en sus creadores podría calificarlo como futurista.

ciendo pautas para que haya acceso a esos recursos. Es evidente que debe ser algo absolutamente abierto. Unos jurados competentes deberían diseñar las fórmulas más adecuadas para estimular todo tipo de creación en todas las generaciones, tanto al joven creador como al adulto, a los ganadores de los Premios Nacionales y a los compositores latinoamericanos. Creo que no deberíamos encerrarnos en una cápsula xenófoba. América Latina tiene una vasta cultura musical y deberíamos pensar estos modelos en términos latinoamericanos. Mucho más ahora cuando la Cumbre Iberoamericana ha abierto la posibilidad de la creación del espacio musical iberoamericano, que incluye la composición. Países como España, Portugal, y los de Amé-rica Latina y el Caribe, podríamos reunirnos para producir un inmenso es-tímulo para encargos, para la formación de compositores y la aplicación de la tecnología de la informática moderna a la composición musical.

Si no se dan las condiciones institucionales necesarias para organizar el trabajo del compositor y garantizarle un trabajo estable, la perspectiva es muy débil y muy poco estimulante. Si se da, por el contrario, una decisión del Estado para organizar un Sistema de Estímulo al Compositor, al Crea-dor, que sea consensual, que consulte a los compositores, a las sociedades de creadores, que escuche las propuestas de los maestros veteranos y tam-bién de los jóvenes, determinaría las condiciones para levantar un inmenso desarrollo de la creación en el país.

¿Qué deja de ganar un país cuando no se invierte en la composición mu-sical de sus creadores?

Pierde personalidad, pierde gravemente la posibilidad de afirmarse frente a otros países, frente a otras culturas como una auténtica potencia musical. Desestimula a sus creadores y también a sus jóvenes intérpretes porque no enriquece ni difunde el patrimonio musical del país. Nos pone a ser simplemente una cultura tributaria del repertorio que otras culturas manejan, que otras culturas promueven a través de las grandes casa editoras y las grandes orquestas vinculadas con esas casas.”

¿Qué valores se impulsan si se promueve la música de arte de composito-res activos del país?

Muchas posibilidades de hacer surgir el talento, de abrirle caminos. El talento sin horizonte, involuciona, se pierde, se destruye. Para que surja debe tener un horizonte. El talento musical juvenil e infantil de Venezuela es inmenso. Si queremos estimular la creación debemos abrir un horizonte a través de la aplicación de una política orgánica de estímulos a los creado-

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Al lado de la imagen del clérigo aparece la del airoso prócer, el ícono seglar da paso a la figura del héroe anónimo, la representación del santo es trocada por la del músico mestizo, por la del legislador o hacendado; en lugar del matrimonio oligárquico aparece el retrato del matrimonio mestizo, en trance de adquirir linaje; allí donde descubríamos las versiones de la imagen mariana, aparece el retrato de la bella mulata, símbolo de una nueva clase pudiente. El estilo religioso no es desaprobado en toda su extensión; aparte de que los artistas siguen empleando técnicas del pasado, la concepción del espacio y el carácter simbólico que asume dentro de esta topología la repre-sentación figurativa serán los mismos cuando se pasa de la imagen religiosa al retrato del prócer o al cuadro histórico o de tema civil. Un ejemplo nos lo proporciona Juan Lovera, en quien luchan dos tiempos. Artistas nacidos a comienzos del XIX como Emeterio Emazábel (1816-1872) y Joaquín Sosa (activo a mediados del siglo XIX ) no logran desembarazarse del tema y las técnicas del siglo XVIII; el motivo religioso persevera en ellos: retratos de obispos y clérigos, imágenes santas, invariablemente resueltos mediante las convenciones autorizadas por el patrón del arte colonial. Todo el siglo XIX está lleno de manifestaciones de signo religioso, en lo civil, en las costum-bres y, por supuesto, en el arte, lo cual explica la continuidad de la tradición de la talla en madera, proveniente de los imagineros, tal como sobrevive en la obra de Juan Bautista (1789-1879) y Manuel Antonio González (1851-1888), padre e hijo, autores de imágenes religiosas para iglesias de Caracas, cuya actividad se enmarca dentro de creencias de una sociedad librepensado-ra pero atada formalmente a las convicciones religiosas, tal como éstas han sobrevivido después de la Independencia. Sin ir muy lejos, Herrera Toro, con sus decoraciones de la catedral y de la iglesia de Altagracia, en Caracas. viene a ser un heredero indirecto de Juan Pedro López. Como lo es también, en alguna medida, el Arturo Michelena que inicia su carrera como copista religioso, en Valencia y que, luego de un período mundano, vuelve en su etapa final, después de 1892, a un período marcado por un hondo misticismo y por su entera subordinación a los encargos de la iglesia. Ni siquiera Tovar y Tovar escapa a la tradición de la pintura seglar solicitada por encargo.

Tardó algún tiempo, por lo menos hasta 1840, para que aparecieran nuevos procedimientos y una concepción formal menos subordinada a los modos productivos siglo XVIII que al reflujo de los estilos europeos se difunden a través de la obra de los persuasivos viajeros que llegaron el país desde los inicios del siglo XIX.

En la perspectiva de la tradición del arte popular, sólo puede hablarse, en general, de una imaginería anónima. La tabla colonial, la talla en madera

El arte del siglo XIX suele ser estudiado bajo el enunciado general de “Período republicano”; el término hace referencia al lapso de tiempo

transcurrido desde la lucha emancipadora que sigue a la declaración de Independencia hasta la época de los estilos clásicos, incluido el naturalis-mo académico de Michelena, Herrera Toro y Cristóbal Rojas. El estable-cimiento de un nuevo orden institucional, signado por la ruptura y el acce-so a la nacionalidad, implicó también una quiebra de la continuidad de la cultura colonial. Sin embargo, el siglo XIX, visto como un todo orgánico, presenta serios problemas al estudioso.

El primer inconveniente consiste en que la emancipación política res-pecto al dominio español no se corresponde, en el plano cultural, con el nacimiento de un arte que por su formas, idiosincrasia y técnica o lenguaje haya sido, ideológicamente hablando, expresión del nuevo orden derivado de la Independencia. En otras palabras, todo cuanto surge de la gesta eman-cipadora es un cambio de la iconografía aceptada oficialmente. Es cierto que aparecen géneros nuevos, como el retrato civil y militar y la pintura histórica; entra en descrédito la imaginería religiosa asociada al poder de la iglesia y la oligarquía aunque no así el arte religioso popular: Desaparece el modo propio de producción artística del siglo XVIII, en el marco del eje constituido por los gremios de artistas y artesanos. No es, pues, un cambio estructural, sino un cambio de formas que modifica más que todo el aspecto temático del arte y que tiene lugar en el plano del arte institucional, en el ámbito de lo que podríamos llamar el arte culto.

Técnicamente hablando el arte post-independentista, en las primeras dé-cadas del siglo XIX, puede considerarse como una prolongación del período colonial. Formados en los talleres de los imagineros, nuestros artistas de este primer período siguen utilizando la técnica heredada de sus mayores para resol-ver temas inspirados en los valores promovidos por el nuevo estado de cosas.

LA.INDEPENDENCIA.EN.LOS.PROCESOS.DE.FORMACIÓN.DEL.ARTE.VENEZOLANO.DURANTE.

EL.SIGLO.XIX

Juan Calzadilla

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peo, o con la vista puesta en los modelos de la tradición renacentista. El retrato civil fue el género más frecuente. Roto el vínculo con la tradición colonial, resultaba demasiado difícil para el artista local encontrar una pla-taforma de aprendizaje suficientemente sólida para impulsar el arte a nivel de los gustos de una oligarquía que comenzaba a sentir nostalgia por Euro-pa. Teniendo como objetivo llegar al grado de mimetismo del arte europeo, era poco menos que imposible para el artista criollo, con la formación y el estímulo que le proporcionaba el Estado, lograr un perfeccionamiento comparable, aunque fuese lejanamente, con el que, allende el mar, poseían los maestros del realismo invocados como modelos. La Academia de Be-llas Artes, reformada incesantemente por las administraciones de gobierno, estuvo imposibilitada desde un comienzo para desarrollar un movimiento artístico vigoroso y debió limitarse a una existencia mediocre. Sólo cuando el artista pudo viajar al exterior para hacer estudios en talleres o academias europeas, especialmente de Francia, gozando del favor de un gobierno ge-neroso pero autoritario como el de Antonio Guzmán Blanco, se alcanzó en el campo de la pintura el nivel añorado por una sociedad que continuó mirando, ahora con más fuerza, hacia el viejo continente.

Juan LoveraJuan Lovera (1778-1841), el más notable de los artistas del primer pe-

ríodo republicano, adquirió una formación de pintor similar a la que recibía un imaginero de la Colonia. Aprendiz en el taller de los hermanos Landaeta, quienes habían logrado fama en el tema de las advocaciones caraqueñas, el periplo biográfico de este artista solitario es poco conocido. Se le encuentra citado como desafecto a la causa del Rey a comienzos del siglo XIX y se le atribuye haber sido testigo presencial de los hechos que ocurren frente a la Catedral de Caracas y que originan lo que hoy conocemos como el 19 de Abril de 1810. Así lo deja ver la exactitud la obra que ejecuta basándose en el memorable tema, la primera del género histórico que se recuerda en la pintura venezolana. Lovera ha sido considerado como el primer historiador de nuestro arte, cronológicamente hablando. Y aunque su obra más signi-ficativa a este respecto puede ser el 5 de julio de 1810, concluida en 1838, tres años después que el cuadro sobre el 19 de abril, del mismo Lovera, es como retratista donde su nombre adquiere relieve extraordinario. Hay quienes afirman que Lovera fue el más grande retratista que dio Venezuela en el siglo XIX. Y aunque, para otros, esto no fuese cierto, si puede decirse que es el pintor de personalidad más autóctona, más sólida y liberada de influencias, vale decir, el más criollo de nuestros pintores clásicos.

de elaboración ingenua, llenan el espacio físico reservado por el pueblo a sus creencias religiosas y mágicas durante todo el siglo XIX y una parte del siglo XX. Al lado del arte oficial crece el frondoso árbol del arte religioso popular. El arte institucional, supuestamente académico y calcado de los patrones estilísticos de Europa vivirá en adelante, hasta hoy, divorciado del arte popular.

El espíritu del siglo XIX hace su aparición cuando el país como paisaje humano y como naturaleza se descubre a sí mismo en la visión objetiva o idealizada que rinden viajeros, naturalistas y aventureros a través de una obra pertinazmente documental. Desde Humboldt hasta Anton Goering, menudea una artesanía descriptiva, a ratos científica, a ratos imaginista, realizada por dibujantes y acuarelistas que, a la vista de país, experimentan el descubrimiento de una naturaleza demasiado obvia para ser evidenciada en su belleza por el habitante nativo. Más tarde, el ingenio criollo también sabrá encontrar incentivos en la idea de que todo conocimiento es útil cuan-do la técnica aplicada para revelarlo puede ser también, en sí misma, obje-to de saber científico: los primeros artistas nacionales identificados con la visión de nuestra naturaleza están poco conscientes de su papel de artistas ni con en el modo utilitario de satisfacer la fe religiosa, y prefieren conso-lidarse a sí mismos como artesanos, interesados más en la verdad o en la ilustración del conocimiento, que en el arte propiamente.

La belleza es atributo natural de nuestro paisaje. Ya desde 1839, con la primera vista de Caracas pintada por Ramón Irazábal, asistimos al nacimien-to del género paisajístico. Una manifestación que comienza cuando el artista sabe combinar la pasión del detalle con la modestia de sus propósitos: ser verídico, ilustrar, brindar el testimonio visual de las obras de la naturaleza. Carmelo Fernández (1809-1887), los hermanos Gerónimo (1826-1898) y Celestino Martínez (1820-1885)), el Barón Gros (1793-1870) Federico Les-smann 1826-1886), Ramón Bolet 1836-1876), Anton Goering (1816-1905), fungen de cronistas visuales del espacio histórico que transcurre morosa-mente, en medio de los vaivenes políticos. Al final se imponen la litografía y el medio impreso, el diario, la revista ilustrada y el libro.

Tradición de la enseñanzaEl estado republicano sustituyó el status productivo propio de la Colonia

por escuelas de arte donde se impartirá la enseñanza científica del dibujo. El primer intento correspondió hacerlo a Juan Manuel Cajigal (1803-1850). Más tarde, por cuanto era lo propio dentro de la sociedad republicana, se implemento el estudio de la pintura siguiendo el patrón académico euro-

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Tovar y Tovar es producto de una de las voluntades artísticas más claras e inteligentes que dio la pintura venezolana en su tiempo. Tovar y Tovar divide al siglo; pone fin a una época y comienza lo que será la etapa heroica de nuestra pintura, que su obra llena en gran parte. Tovar nace cuando ha llegado a su fin una concepción intrépida de la vida; inicia estudios en el optimista ambiente que se ha creado alrededor del brillante matemático Juan Manuel Cajigal; se forma en Francia y España y –ya de regreso en Caracas– en los aciagos momentos que rodean a los episodios de la Guerra Federal; para llegar a su madurez durante el polémico gobierno de Guzmán Blanco. Por espacio de medio siglo es la figura señera, el pintor oficial y el maestro por antonomasia de la pintura venezolana.

Tovar es el retratista de la mujer caraqueña del siglo XIX. Su mérito estriba en haber expresado el secreto de la intimidad, de la arrogancia de la belleza. El misterio de unos labios mudos, la sonrisa en los ojos serenos que avanzan tranquilamente desde la muelle pose hacia todos los puntos donde se coloque el observador; fisonomías revestidas de una gracia sin compleji-dad, peripuestas damas de quienes se reconoce inmediatamente el esfuerzo de posar, reposo y comedida elegancia que desafía al tiempo.

Pero es también el cronista de la historia. Por encargo de Guzmán rea-lizó entre 1874 y 1883 una galería de retratos con las figuras de los héroes de la Independencia. Primer trabajo histórico importante, uno de cuyos mé-ritos más resaltantes es la imaginación de que echa mano Tovar para resti-tuir en el lienzo, sobre una pobre iconografía, la imagen de sus personajes, Páez, Sucre, Urdaneta, Bolívar, Ribas, Soublette y tantos otros.

A través de la escenificación, Tovar alcanza la pintura de género, el cuadro episódico: las grandes batallas. Todo comienza en 1883, cuando el artista presenta en la exposición del Centenario del Nacimiento de Bolívar su gran lienzo sobre la Firma del Acta de Independencia, que hoy puede admirarse en el Salón Elíptico del Capitolio Federal, en el mismo lugar donde se encuentran las batallas de Carabobo, Junín, Ayacucho y Boyacá, que el gobierno de Venezuela le había encargado.

De la Firma del Acta de Independencia se ha dicho que es el cuadro más popular de la pintura venezolana. Prodigio de elocuencia renacentista, como no se había visto antes en Venezuela, ésta sola obra hubiera basta-do para consagrar a Tovar como extraordinario muralista. David Alfaro Siqueiros, admirando los lienzos que pintó Tovar para el Salón Elíptico, dijo sin asomo de dudas que el artista caraqueño era uno de los cinco gran-des muralistas que ha dado el continente americano. Y Manuel Cabré, el paisajista caraqueño que vivió 11 años en París, pudo escribir mucho mas

Lovera desarrolla su obra de madurez siguiendo un principio expositivo extremadamente simple: el personaje, abstraído de lo que no es esencial, resulta elocuente tanto por la elección del contexto ambiental como por la acusada expresión fisonómica, que contrasta con la austeridad severa de la descripción. La rigidez gótica de las poses es compensada, en su arcaís-mo, por la agudeza para definir psicológicamente al modelo. El rostro va a convertirse en el principal centro de interés del cuadro. Lovera trata sus figuras bajo un concepto escultórico, que consiste en modelar sus rostros para luego destacar la silueta del personaje en un plano que hace contrastar con una ambientación escueta. Muestra escaso interés por el volumen y la perspectiva renacentista, y el espacio alrededor de la figura se torna plano. La iluminación determina efectos de espacialidad y volumen en los espa-cios alejados. En un ángulo de la tela suele ubicar los símbolos (atributos), con los que resalta la jerarquía social o profesional del retratado. El traje y el mobiliario, dentro de la misma atmósfera severa, explican el rol de hom-bre en la sociedad; la condición es destacada por los objetos que simbolizan el oficio, gracias al cual el personaje, aunque sea de humilde cuna, se hace digno de ser retratado: el mulato Lino Gallardo muestra un violín y la hoja de una partitura, lo que dispensa, a la vista de los rígidos prejuicios de la época, el color moreno de la piel. Si se trata de un hombre como Cristóbal Mendoza, Primer Presidente del Triunvirato de 1811, el personaje aparece al lado de un severo estante de libros en fila, hojeando un grueso tratado de leyes. Lenguaje de símbolos extremadamente eficaz e ingenuo. Pero también puede prescindir de todo simbolismo, obteniendo en el retrato ma-nifestaciones más puras, elocuentes por sus valores plásticos, que el artista reduce a la mayor economía de medios, como puede apreciarse en los re-tratos del Padre Freites y de Antonio Nicolás Briceño.

El retrato civil suplanta a la pintura de tema religioso. Lovera es uno de sus iniciadores y el más notable de sus cultores durante el primer período republicano. Su muerte deja en suspenso otra alternativa abierta por él: el género histórico, que anuncian sus grandes lienzos sobre la emancipación. Se necesitará que transcurran 40 años para ver aparecer a su más inmediato continuador: Tovar Y Tovar.

Martín Tovar y TovarHijo de un oficial granadino que lucho en la Batalla de Carabobo bajo

las órdenes de Pablo Morillo, Martín Tovar y Tovar, nacido en Caracas en 1827, hará de la guerra un espectáculo digno de vivir en la memoria. Histo-riador que desplegó las páginas de la crónica en sus grandes lienzos, Martín

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tagracia, en Caracas. El regreso a Venezuela del escultor Eloy Palacios y su desempeño como profesor de la especialidad en la Academia de Bellas Ar-tes. La restructuración de este plantel ocurrida en 1887 y el nombramiento de Emilio Mauri para regentarlo. La remodelación arquitectónica del centro de Caracas, emprendida bajo el mandato de Guzmán Blanco. La construc-ción del Capitolio Federal en su segunda etapa, del edificio de la Universi-dad de Caracas y del Teatro Municipal, este último levantado en 1881.

1883 constituye un hito en la historia de la pintura venezolana; es una fe-cha generacional, que tiene en Antonio Herrera Toro (1857-1914), Cristóbal Rojas (1857-1890) y Arturo Michelena 1863-1898) sus figuras centrales. Los tres alcanzaron prestigio participando en aquel famoso salón, organiza-do a instancias de Guzmán Blanco para celebrar rimbombantemente –con el protocolo del caso– el primer centenario del nacimiento de Bolívar.

En la generación del Centenario –si así pudiéramos llamarla– destacaba también un grupo numeroso de jóvenes artistas acogidos con beneplácito por el presidente Guzmán Blanco, entre los cuales cabe destacar a Manuel Otero (1837-1892) quien, no exento de talento, era portador de un oficio escrupuloso, con algo de primitivismo, que le permitió ejecutar un cuadro alegórico de ambiciosa resolución: el Encuentro de Bolívar y Sucre en Des-aguaderos (Museo de Arte Bolivariano, Caracas), así como la decoración del Teatro Guzmán Blanco (Hoy Teatro Municipal). Alumno en Madrid de Federico Madrazo, decide abandonar la pintura para dedicarse a faenas agrícolas, en la población de El Valle. Jacinto Inciarte, (1846-1892) activo por la misma época, recibiría del primer mandatario una beca para conti-nuar estudios en Italia. Aquí efectúa una obra paisajística de tono discreto, y José Ignacio Chaquert (1830-1864), José Manuel Maucó (1837-1892), dejan obra promisoria sin llegar a sobresalir, más allá del retrato o la dedi-cación a la enseñanza.

A unos y a otros la solemnidad del momento los apremia a concurrir a la exposición del Centenario, llevando a ésta sus pinturas de género, donde tratan asuntos de relevancia histórica, episodios de guerra o escenas epó-nimas, como la que el público admira en el gran Lienzo de Tovar y Tovar, cuyo tema es la Firma del Acta de Independencia.

Antonio Herrera ToroEl valenciano Antonio Herrera Toro no fue el menos talentoso de esa

pléyade de artista que ocupó el panorama de fines del siglo pasado. También como Tovar y Tovar fue fiel exponente de un período de nuestra historia que

tarde, después de recorrer galerías y museos históricos en Francia: “En las colecciones de Versalles hay pocas pinturas de género que puedan compa-rarse con el 5 de Julio de 1811 pintado por Tovar y Tovar”.

La batalla de Carabobo fue instalada en el Capitolio Federal en 1886. En esta obra la presencia del paisaje, a diferencia del cuadro sobre el 5 de julio, resulta avasallante, como si se tratara de un protagonista contra el que los personajes del cuadro lucharan para imponerse; el lienzo se adapta a la concavidad de la cúpula para desplegar en atrevida perspectiva elíptica los momentos decisivos del episodio, sin dividir el espacio en cuadros o ban-das y manteniendo el mismo punto de vista central; efecto de simultanei-dad muy ingenioso, al que se prestaba el espacio, para poder presentar los hechos en secuencias sucesivas que dan idea del tiempo transcurrido y que describen planimétricamente, en perspectiva, los accidentes de la hermosa llanura y bajo diferentes grados de luminosidad, desde el amanecer al atar-decer. En apoyo del ritmo cinematográfico –por decirlo así– de la pintura viene el colorido vivo y contrastado, con el que Tovar inicia un estilo más cálido y brillante.

La Generación del CentenarioLa conciencia moderna del arte nace en Venezuela con el quinquenio

guzmancista. La gran exposición conmemorativa del Centenario del na-cimiento de Bolívar, en 1883, puede tenerse como punto de partida de la modernidad en el arte venezolano. Antes de esta fecha solamente Martín Tovar y Tovar había alcanzado prestigio. Los nombres de Cristóbal Rojas, Manuel Otero, Arturo Michelena, Jáuregui, revelados en el Salón de Cente-nario, apuntalan el creciente éxito del también joven Antonio Herrera Toro. Junto a éstos, o paralelamente, comienzan a desarrollarse Emilio Mauri y Rivero Sanabria. Grupo de artistas que con Tovar a la cabeza, se sitúa en la perspectiva, técnica y formalmente hablando, del arte europeo del siglo XIX, proyectando a nuestro país la influencia del naturalismo europeo.

En adelante nuestros pintores serán exclusivamente pintores y los escul-tores exclusivamente escultores. La década del 80, por otra parte, fue la más prolífica de la pintura venezolana de todo el siglo XIX. Los acontecimientos más importantes, fuera de la exposición del Centenario, han sido: la realiza-ción de los grandes lienzos de Tovar y Tovar para el gobierno de Guzmán Blanco, entre 1874 y 1886. El triunfo de Arturo Michelena en el salón de los Artistas Franceses, en París, en 1887, y su regreso apoteósico a Venezuela, en 1889. La trágica y corta obra de Cristóbal Rojas, pintada entre 1885 y 1890. Las decoraciones de Herrera Toro para la Catedral y la Iglesia de Al-

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sensual, pero la ejecución sobria y desprovista de detalles, está concentrada en el efecto de la imagen, sin recargar los fondos con objetos o descripcio-nes innecesarias.

Influido por el arte fotográfico, Herrera Toro utiliza tonalidades som-brías de la paleta de taller, mientras modela el rostro y las manos para acu-sar ciertas notas realistas que contribuyen a una mejor caracterización del modelo. Dos autorretratos, pintados en Italia, actualmente en la colección de la Galería de Arte Nacional, constituyen buen ejemplo de las virtudes de este retratista notable a quien sus detractores del Círculo de Bellas Artes no le perdonaron haber sido el más severo profesor de pintura que pasó por la antigua Academia de Bellas Artes.

Cristóbal RojasSeguidores de Tovar y Tovar son Cristóbal Rojas (1857-1890) y Arturo

Michelena (1863-1898), ambos premiados en la Exposición del Centenario y quienes a la postre imprimen caracteres perdurables a la generación a la que pertenecieron. Tuvieron la fortuna de haber podido viajar muy jóvenes a Europa, donde prosiguieron sus estudios. Cristóbal Rojas se instala en París en 1884 y Michelena a mediados de 1885; ambos se dirigen a inscribirse en la Academia Julian, tal vez el lugar menos apto para seguir la lección de los impresionistas franceses. Por el contrario, tienen que someterse a la severa disciplina del realismo social, de moda por entonces en el Salón Oficial, al que ambos pintores venezolanos se afanan, con distinta suerte, en ser acep-tados. Michelena hace rápidos progresos, mientras que Rojas prosigue lenta y obsesivamente, aunque con seguridad, un aprendizaje que le proveerá de un estilo descriptivo, conciso y dramático a la par de una temática de crudo realismo, que el tratamiento del claroscuro enfatiza patéticamente.

Los inicios de Cristóbal Rojas son los de un paisajista contagiado de pesimismo. Ruinas del terremoto de Cúa, su primer paisaje conocido, es como el testimonio autobiográfico de lo que él mismo vivió en su pueblo natal. Menos comprometido con el gusto de la época que Michelena, tuvo la suerte de haber vivido oscuramente en París, sin el estímulo de absurdos encargos oficiales. Después de siete años en Francia, no regresa a Caracas para ser coronado por la multitud, sino para prolongar aun más su exilio en la oscuridad de la tumba que la tuberculosis le abre.

Sus primeras obras son paisajes y en ellos se adivina una pulsación rigu-rosa, un ojo que sabe detenerse en el objeto: Ruinas del terremoto de Cúa y Ruinas del Convento de la Merced, (Galería de Arte Nacional) ¿no ilustran

se recordará siempre por su espíritu civilizatorio y progresista: el Quinque-nio de Guzmán Blanco (1879-1885). Por la acción de este gobernante culto aunque de proceder autoritario, Caracas y otras ciudades del interior iban a experimentar un rápido cosmopolitismo que se manifiesta, sobre todo, en los proyectos de arquitectura, en el área de servicios públicos, la modernización de los sistemas administrativos y en la concepción ecuménica del arte. Las ciudades se transforman y se requiere, dentro de una política de estímulo al surgimiento de artistas, de la presencia de pintores dotados de buen oficio. Pero una técnica adecuada capaz de representar académicamente el universo de mitos que comienza a constituirse en torno a los episodios de la Guerra de Independencia, ha de ser adquirida en escuelas europeas. La Academia de Caracas no era el mejor instrumento para esa tarea.

Antonio Herrera Toro, nacido en Valencia en 1857, es el primer vene-zolano del siglo XIX en recibir apoyo oficial para seguir estudios de pintura en Europa. Becado por la administración de Guzmán Blanco, se instala en Italia en 1875. En Roma estudiará con los pintores Faustino Maccari y Edouardo Santoro. De regreso a Caracas, lo encontramos convertido en un afamado pintor de género que goza del privilegio de recibir encargo de obras murales. Las decoraciones para las iglesias de Caracas, la Catedral y Altagracia, ofrecen dificultades técnicas que el joven artista debe vencer con discreción. Para estas obras ha recibido la ayuda del mirandino Cristó-bal Rojas, a título de aprendiz.

Quizá fueron estos primeros años en Caracas, hasta 1890, los más afor-tunados en la trayectoria de Herrera Toro. A sus obras de gran aliento, como el mural con la imagen de la Inmaculada Concepción, pintado en el plafón de la Catedral de Caracas, como La Caridad y La Muerte de Bolí-var, esta última obra presentada en el Salón del Centenario, en 1883, siguió su lienzo histórico más importante, La muerte de Ricaurte en San Mateo; y del cual Herrera Toro sólo realizó el boceto que se encuentra en la Galería de Arte Nacional.

Es como retratista que cabe reconocerle mayor mérito a Herrera Toro. En este género su obra alcanza coherencia y unidad. Buen dibujante, su cui-dadosa factura y una justa noción del empleo equilibrado de los valores, así como su formación clásica y su desprecio por lo accidental o anecdótico, lo llevan a ejecutar algunos de los mejores retratos de nuestro siglo XIX. Continuando la línea de Tovar, puede decirse que supera a su maestro en la voluntad de evitar fáciles concesiones como las que derivan de la limi-tación del parecido fotográfico, expediente al que acudían con demasiada frecuencia los retratistas del siglo XIX. La paleta de Herrera es pastosa,

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de mensaje y medios. Por ello, comprende la necesidad de evolucionar. El último período de su producción es francamente investigativo: ha dejado atrás el estilo narrativo para apoyarse en una mayor sinceridad: la pintura debe bastarse a sí misma. Rojas es nuestro primer artista en comprender la significación del Impresionismo. Y no tardará en recibir la moderada influencia de este movimiento. En un momento en que el arte europeo está abocado a una revolución del lenguaje.

Arturo MichelenaSi hacemos abstracción de algunos retratos y cuadros intimistas, Mi-

chelena se presenta hasta 1889 como pintor de género, ganado por las so-luciones espectaculares, siguiendo para esto el método historicista de su profesor J. P. Laurens, método que le garantiza el triunfo en el Salón Ofi-cial, donde en 1887 obtiene la Medalla de Segunda Clase con su obra El niño enfermo. Le apasiona la historia, más aún si puede fijarla en actitudes dramáticas, como en su obra sobre la muerte de Carlota Corday (Galería de Arte Nacional), pero también se siente atraído por la naturaleza como cuando se propone reflejar, a través del paisaje, un vertiginoso movimiento de masas en primeros planos, por el estilo del que apreciamos en su mo-numental obra Pentesilea y la reina de las Amazonas (Círculo Militar de Caracas), mostrada en el Salón de 1891, y cabal ejemplo de su portentosa destreza. Pero Michelena es un artista llamado a hacer concesiones, gracias a una habilidad dibujística que no deja de ser ponderada, y por esa vanidad del artista virtuoso, que una sociedad frívola, ávida de sacarle provecho, alimenta hasta agotar el ego del artista. Michelena los complace a todos, al Estado, al clero, a la sociedad civil y al Ejército.

Debemos reconocer su capacidad de exhibir, con pocos recursos y en la impronta de una ejecución diestra, una sensibilidad paisajística que, como todo en Michelena, queda inconcluso. Sus paisajes de Caracas, pintados en 1890, mientras vive momentos muy felices tras su matrimonio, son lo-gros que hubieran podido llamar la atención en otra época, veinte años más tarde. Mencionaremos como ejemplo su Paisaje del Paraíso (Colección Fundación Boulton).

Como Tovar y Tovar, Michelena es un buen observador de la naturaleza y, por otra parte, no permanece indiferente a los cambios impuestos en la paleta por el Impresionismo, sobre todo durante su última permanencia en París, cuando llega a adoptar una manera más franca y sincera. Ya en Ca-racas, en 1892, encuentra un incentivo en su enfermedad, la tuberculosis, para aproximarse a la naturaleza. Sale al campo, a pleno aire y realiza una

ya el destino de una pasión masoquista? Y en efecto, las cartas de Rojas para sus familiares, una vez establecido en París, hablan de un desarrai-go y hostigamiento que se prolongan en las visiones atormentadas de sus cuadros naturalistas. El realismo social cuadra mejor a su carácter que al de Michelena. Pero Rojas tampoco se encasilla. Sabe renovarse al margen de su enfermiza insistencia en pintar para el Salón Oficial. Intenta penetrar en el misterio de los maestros holandeses y flamencos; mira a Chardin; se enfrenta al misterio de la luz de los impresionistas. Y por último, se decide a echar un vistazo a los Techos de París, este pequeño paisaje de 1888, que está en la Galería de Arte Nacional.

Evoluciona lentamente, empleando formatos íntimos para desprenderse de los grandes soportes de su obra enviada al Salón, y abandona el taller para ganar el campo, conducido de la mano por Emilio Boggio y sus amigos. Es así como, en un intervalo de alegría, pinta el Paisaje de los alrededores de Paris, (Galería de Arte Nacional). Luego de exhibir en el Salón de 1888, en El bautizo, una de sus mejores obras, ensaya una composición de corte mo-derno en la que, al modo de los simbolistas y nabis, trata de de compaginar una anécdota literaria con un paisaje de colorido vivo y emocionante, como ocurre, con mayor ímpetu, aunque sin igual éxito, en su Dante y Beatriz a Orillas del Leteo (Ministerio de Relaciones Exteriores, Caracas).

Nativo de Cúa, estado Miranda, a los 32 años, edad en que muere, Ro-jas había realizado ya, gracias a su tenacidad, una obra madura y profun-da, aunque breve. La tragedia parece acecharlo: en lo personal, un destino trágico; siete años debatiéndose en medio de enfermedades y privaciones para realizar esos escasos diez lienzos de gran tamaño frente a los cuales su juicio resulta implacable; es un artista autocrítico: su obra constituye una reflexión sobre el dolor, sus temas son patéticamente portadores de una visión pesimista del mundo. El Purgatorio, la última obra de Rojas, pintada para la iglesia de la Pastora, en Caracas, parece el sitio que él se ha reserva-do para sí mismo, última morada de su propio sufrimiento, y nada extraño tiene que Rojas haya hecho su autorretrato entre los crepitantes condenados de su cuadro de ánimas.

Rojas fue un pintor del drama humano, pero aún más: un pintor de la intimidad sobrecogida, en la que el ambiente, los objetos, la atmósfera, el detalle sutil y la luz, sobre todo, se combinan para lograr el clima psicológi-co buscado. A despecho del cambio que se experimenta en su última obra, Rojas sigue inquiriendo en el alma humana, preguntando por el destino del hombre. Pero esto no supone que deba dejar de lado el problema fundamen-tal de todo pintor: los valores, el logro formal de la obra, la justa adecuación

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dos permanencias en París las dedica Michelena a preparar los lienzos que envía puntualmente, cada año, al Salón Oficial, para mostrar los cambios que se van sucediendo en su obra, cónsonos también con los consejos del maestro Laurens y con las modas que se imponen en el Salón. El realismo social, tal como lo observamos en su cuadro La caridad, cuyo tema crudo, a tenor del naturalismo del novelista Zola, no logra conmover al jurado; la moda de la reconstrucción histórica, tal se aprecia en su Carlota Corday, la tauromaquia y los temas épicos donde la naturaleza reina y los caballos acompañan a los guerreros o sencillamente se desbocan. Para cada género, según soplaran los vientos del salón, Michelena tiene una respuesta altiva: esos lienzos de buen tamaño, que le consumen tanto tiempo, pero cuyo esfuerzo para pintarlos compensan las visitas que de tiempo en tiempo le hace el maestro, el gran muralista Laurens. Estimulado siempre por la retó-rica formalista de éste, pone ahora su empeño en abordar la gesta indepen-dentista venezolana representada sobre todo en su lienzo Vuelvan caras, portento de luz y movimiento paralizado, que aunque no fuera ejecutado para el Salón, anuncia el alumbramiento de su gran óleo de 1891, cuida-dosamente preparado para el gran certamen: Pentesilea, la reina de las Amazonas. Esta obra fue exhibida en el Salón con todos los honores, en la primera sala, al lado de la obra de Jean Paul Laurens. El planteamiento de la misma según el juicio de un crítico parisino, es sumamente original. Se trata, según sus palabras, de conmover al espectador, de obligarlo a apar-tarse de la trayectoria del caballo desbocado que, llevando en sus lomos a la amazona herida, está a punto de salirse del cuadro.

La carrera hacia una épica que fluctúa entre la antigüedad y la guerra de Independencia, tal como la solicitaban el Salón y los encargos del gobierno venezolano, tiene su contraparte en esa otra carrera que lo llevara en poco tiempo a la muerte. Por lo visto la tarea de ejecutar lienzos complejos, de gran formato y muchos personajes, como los que pintó para la iglesia, hu-biera podido eximirlo de la pintura de encargo, y así convertirse, por evolu-ción propia, y sin esfuerzo, en el gran muralista que estaba llamado a ser.

El fin de sigloUn signo fatal se cierne sobre el destino del realismo académico, Rojas

fallece en 1890, Michelena en 1898. Quedan vivos, entre los pintores del Centenario, Emilio Mauri (1855), Herrera Toro y Carlos Rivero Sanabria (1864-1915) Mauri destacará como un instructor atinado y bondadoso, cuya paciencia ha puesto a prueba en su larga actuación como Director de la Academia de Bellas Artes, desde 1887 hasta el año de su muerte, en

serie de paisajes donde se desliza ya una nota fresca y algo del sentimiento de la atmósfera y los colores del trópico. Desde 1894 se hacen más fre-cuentes los cambios de residencia, la búsqueda de climas saludables, como Los Teques, los paseos por el campo, que sabe combinar con el trabajo del natural, el boceto, la acuarela, mientras recorre las laderas del Ávila; Blan-dín, San Bernardino, Gamboa, Antímano, les son familiares. Él también, como Tovar, sucumbe a la poderosa fascinación del Waraira Repano, pero quizás mire la montaña desde un ángulo más romántico e íntimo. Aunque no desdeña los planos generales, Michelena es, con respecto al sentido ar-quitectónico de Tovar y Tovar, el cronista del detalle, de la anécdota trivial, del esguince de la flor. El Ávila es como el decorado de ese apunte incisivo pero volandero, pertinazmente observado en que, por un instante, abreva su delicada salud.

Para algunos historiadores y críticos, Arturo Michelena es, entre los creadores que copan la escena del arte venezolano en la última mitad del siglo XIX, nuestro pintor más importante. Juicio que confirman sus éxitos logrados en el Salón de Artistas Franceses, y principalmente en la Exposi-ción Universal de París, consagrada a la inauguración de la Torre Eiffel y donde nuestro pintor obtuviera una Medalla de Oro en Primera Clase, con su truculento lienzo Carlota Corday camino al cadalso.

Michelena no sólo fue un dibujante excepcional, sino tal vez el más notable que produjo Venezuela, y conviene resaltarlo pues la obra de este pintor, incluso la más académica, está apuntalada por una línea sensible, segura y firme, no pocas veces gestual, como si la costura misma de la pintura dependiera de éste. Pero Michelena vivió 35 años y una parte de su tiempo fue menguada en sus fuerzas por la tuberculosis que lo llevó a la tumba en 1898.

Su obra describe el curso de dos etapas bien marcadas en su vida. La primera desde el momento en que se instala en París y comienza a asistir a la Academia Julian (donde tendrá como maestro al severo J. P. Laurens) hasta el retorno a Valencia, su ciudad natal, en 1889. Esta etapa de apren-dizaje fue la más productiva de su carrera y la más arriesgada, en cuanto a que percibe al Impresionismo, y lo roza de lejos, para volver a sumarle atisbos en los últimos años de su vida, ya instalado en Caracas, en la inti-midad del taller. La otra etapa la inicia en 1888, justo cuando, ya casado y en plena madurez, disfrutando de temprano éxito, está de nuevo en París. Entretanto no ha cesado de cumplir con los encargos, privados y oficiales, que le llegan de Venezuela, retratos correctos pero convencionales, cuadros consagrados al género épico, imágenes religiosas de gusto burgués. Las

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1908. Después de haber estudiado con Jean Leon Gèrome, en París, regre-sa a Venezuela sin dar muestras de haberse librado del refinamiento con que la bella época ha marcado su escueto estilo. Por mucho tiempo más seguirá siendo en Venezuela un pintor francés. Contentándose con ello, no será capaz de acometer un camino audaz, como Rojas, y abandonándose a su función de profesor sabe limitarse a cumplir el papel discreto con que la posteridad recompensa su trabajo de pintor. Buen dibujante, Mauri no desdice de su formación en cuanto a corrección académica, y sin embargo, ¿qué faltó en estos retratos dulces de muchachas caraqueñas, o de heroínas saludables como Luisa Cáceres de Arismendi, retrato ejecutado con gran esmero para el Salón Elíptico del Palacio Federal? Falta el brío y la inspira-ción de otros tiempos, en una palabra, el genio de nuestros clásicos.

Carlos Rivero Sanabria había sido compañero de Rojas y de Michele-na en la Academia Julian. Había estudiado también en Alemania, con el pintor Oehme, dedicando gran parte de su esfuerzo al estudio de la figura humana, incluso, siguiendo los pasos de Rojas, ensaya pintar escenas de realismo social y en el Salón Oficial de 1889, el mismo año en que Rojas expone aquí El bautizo, le es aceptada su obra El porvenir roto. Su forma-ción como retratista, una vez instalado en Caracas, le garantizaba el éxito que podría esperarse de un alumno de Jean Paul Laurens. Sin embargo, una extraña enfermedad lo lleva a la invalidez. Postrado en cama, para el resto de sus días, Rivero Sanabria se ve constreñido a realizar su obra en el único género para el que se sentía apto: la naturaleza muerta, el bodegón, la cesta de flores. De este modo, en la tradición de nuestra pintura intimista, Rivero Sanabria viene a ser el puente entre el siglo XIX y nuestros maestros del género en el siglo XX, Federico Brandt y Marcos Castillo.

Antonio Esteban FríasOtro pintor que lleva en su obra la insignia de la decadencia del estilo

realista es Antonio Esteban Frías, antiguo alumno de Arturo Michelena en el taller que éste abrió en La Pastora en 1892. Siguiendo los pasos de su maestro, Frías marcha a Francia para inscribirse en la Academia Julian. El borracho, su obra maestra (Colección Galería de Arte Nacional), es trabajo de esmerada ejecución si lo vemos con el patrón del naturalismo decimonó-nico. Aunque quede quizás como la obra con la cual, negándose a transitar el nuevo siglo, Frías mira hacia atrás para rendir tributo al realismo de sus maestros.

POESÍA:

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El azar rey, titulamos así la sección dedicada a la creación poética de esta publicación, que fue el nombre del único número de la revista pro-movida por los poetas Teófilo Tortolero, J. M. Villarroel París y Eugenio Montejo en Valencia en 1965, hace 45 años, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Carabobo, la cual vislumbró en parte, lo que ha sido la creación poética venezolana de la segunda mitad del pasado siglo. Ini-ciamos nuestros recorrido, precisamente, con la reproducción del texto editorial o manifiesto literario, de aquel solitario número producido por estudiantes ucistas en la década del sesenta, el mismo que, pensamos, fue determinante en la direccionalidad de posteriores publicaciones tales como Separata, Zona Tórrida y Poesía, asumidas de manera institucional por la alta casa de estudios. Queremos homenajear de esta manera al nacimien-to de aquella percepción y destacar la importancia que en el movimiento cultural nacional, han tenido los poetas vinculados a la institución univer-sitaria carabobeña, sin embargo, Poesía: El azar rey, sólo aspira lograr el espacio libre que propone y el lenguaje de sentido que expresa el hecho poético mismo. Las obras de J. M. Villarroel París y Teófilo Tortolero son menos conocidas que la de Eugenio Montejo, pero no de menor calidad e importancia.

Los textos de creación escogidos para abrir este espacio pertenecen, precisamente, a un poemario escrito por uno de los fundadores de El azar rey, el poeta J. M. Villarroel París y fueron escritos una década antes del fallecimiento del autor en Valencia, ciudad en la cual se había radicado desde comienzo de los años cincuenta. Pertenecen y constituyen los Cantos paganos, quince textos inéditos que el poeta me entregó en una copia junto con otros materiales en los meses previos a su muerte. El poemario estuvo algún tiempo en las manos del doctor José Solanes y luego el original per-maneció extraviado durante años hasta que un afortunado día fue encon-trado en el relleno de un archivador metálico en 1994. Publicamos ahora la breve y especial nota escrita por el gran humanista y amigo José Solanes, quien como “Los tres mosqueteros” de El Azar Rey, ya no se encuentran físicamente con nosotros, sin embargo, los poemas y la perspicacia de la joven visión, parecieran mantener incólume junto al ensayo de Solanes, la frescura y el vigor creativo, derrotando el olvido y la decadencia misma que a los humanos el tiempo nos imputa. (LAA)

En los últimos años el hacer poético en Venezuela ha logrado una sacu-dida sustancial, un fundamento tan vitalizado como antes no pudo pal-

parse en su conjunto. Los nuevos poetas han comprendido la necesidad de asimilar dramáticamente una realidad olvidada pero viva, demasiado tensa para tolerarnos la indiferencia. En ese espinoso paisaje que el trópico aco-mete a pleno sol, hasta pulverizarnos, palpamos día por día un aire infla-mado, oscuro, una zona de lucha emergida en todos los campos que opone, a la imagen de un país fabuloso en su riqueza, un reverso de grave angustia que nos toca recoger con dolor. Frente a esa fuerza de realidad estallante, palpable en su acometimiento diario, los jóvenes artistas no pueden oficiar un silencio que propicie confusión.

Creemos que el poeta no lo es tanto por su don de profecía, su videncia de futuro, como por encarnar en un tiempo dado de la historia, una síntesis proyectada hacia lo absoluto de las aspiraciones y sufrimientos colectivos. Si se elude ese sentido pendular, si se funda una creación fuera de esta gra-vedad primigenia, las palabras por arte de magia, se desploman, y todo lo dicho queda en cero. Este es el sentido mítico primero de lo poético.

Tal vez nunca como ahora una juventud quema sus alcoholes en la em-briaguez más cercana a la vida. Se habita el fondo del ser, el espacio rehu-sado, allí donde la piel se vuelve carnadura sin falsedad: se mira de frente y se dice (se parece) el canto de las cosas, el clamor de los hombres con toda la fuerza de lo vital, porque la lengua se posa en una saliva (de) con-taminación. Exploramos la forma de una nueva poemática no para detectar placeres ocultos de la imaginación, sino para reencontrar por caminos más fieles a nuestros pies los temas centrales del habitante contemporáneo.

Cantamos lo nuevo, lo que va a venir. Quiere decir que nos importa mu-cho el hombre nuevo, los hábitos espaciales, la lógica de las galaxias. Rei-vindicamos el viejo goce romántico de la selenografía porque las órbitas

EL.AZAR.REY.(MANIFIESTO)

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que nos separan de los espacios lunares se acercan al límite de lo tangible. Sabemos que el universo antropocéntrico, ese soporte absorbente que ha limitado las estéticas más audaces, se desplaza hoy hacia polos de gravi-tación más amplios y educamos la mente para aceptar con humildad las nuevas dependencias, hoy excitantes por desconocidas. –“A cada derrumbe de las pruebas, el poeta responde con una salva de porvenir.”

La poesía y la verdad aparecen fundidas como nunca en los tiempos que nos ha tocado vivir. En la gran manada que aúlla con toda la gana de la especie, no caben los verbalistas a destajo, los que dan a la venduta una precaria imagen de escritor, los que se niegan a aventurar en ese salto hacia lo oscuro que es la creación.

Más que una ejercitación alquimista, una invocación agorera, el trabajo poético plantea para nosotros una seriedad profunda, capaz de sacudirnos toda la sangre en la alimentación de su exigencia, que es la misma exi-gencia de la verdad. Bordeamos un límite impreciso donde comienza un camino. Intuimos su proyección, nos sentimos seguros en su desfiladero. Hasta podríamos invocar aquella piedad invocada por Apollinaire “para quienes combatimos en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir”, pero queremos zarpar sin salvavidas. El juego de nuestro poema quiere tener los dados limpios.

El Azar Rei (Sic) recoge en su nombre –una línea perdida de Camus– el significado principal del canto poético. No pretendemos esquivar nuestra responsabilidad creadora tras una ventana del azar, aunque éste sea, al de-cir de Aragón, “la única divinidad que ha servido conservar su prestigio”. Tenemos aprendido que todo vocablo nace por gestación elaborado en la vida de su creador y que una circunstancia vivencial moldea su contenido, lo hace vivir. Por su parte, la intención poética hace volar más aprisa el pensamiento, en un clima cuya presión incluye los riesgos de un estallido cefálico. En ese aire se sondea para crear. Y si bien la pesquisa depende de nuestras dotes innatas o adquiridas, por un alea fulgurante, por un azar rey, se nos descubre en conmoción súbita el camino exacto del poema. En ese instante supremo que domina el hallazgo, el poeta representa, en sus virtudes y defectos, toda la humanidad.

Valencia / Venezuela, Agosto 1965 / Año 1 / 1

IQuiero encontrarmecon la ciudad antiguapara habitarlaAbrumadopresido las ceremoniasde sus excavaciones

Un hallazgo

Una ciudad perdida un templo un fuego…Damasco Alejandría Samarkanda

(Sus dioses augurantespasan varillas perfumadasy danzarinas de ojos rasgadosbailan en mi honor)

Es la ciudad antiguasumergida entre el polvo y la distanciaPor muchos siglos la he esperadoSé que en ella encontraréla clave de un pasado violento

IIUn sapo en mi interiorpide al invierno unas gotaspara saciar su sed en el pantanoLas tiernas hojasmaduran un perfil de bosque

El sapo canta sobre sus saltos

CANTOS.PAGANOS(Inédito)

J. M. Villarroel París

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debajo de la boraes larga e infinita su escala verticalPresiento que la lluviacae muy cerca de los muertos

IIIEl gusano que anda por las hojashabita en la tibieza del escrotoDevora el limbo para tejersu propio anillo

Festejala Otraedad de la libéluladonde reposa el corazón

Ha doblado la hojaEl gusanose viene conmigo a lo profundo

IVEn la ciudad antiguase espían sus murallasUn dolmen pluraliza el espacio del zigurat Ur-Nammuy las callesse estacionaron en el tiempo

Puede ser Musul-Úrica-TegucigalpaOUn torneo de caballerosaburridos de la muertemordiendo el polvode sus caprichos

Oigo la tonada de Quintana Rola ciudad antiguade los MayasRasante sobre los túmulos de Pascua

Lo arcaicopervive en la memoria

VEl huésped ha llegadoInstaló su abecedarioSu lenguapor muerta refiere el pasadoEl caminarle ha permitido conservarprestancia novedosa

(Cuenta:Ayer maduró hilos gobelinos)

Colores brillantes en el tiempo

Lengua muertaOculta madeja de palabras

VIStradivariuscuerdas templadasobre maderas irredentasSonido del arcoQue subyace en la paternidad

Oráculode la tierra perdidaen la ciudad antigua

Islas del EgeoMar de Odiseo pastoreando cabrasentre el fuego volcánico de Zeus

Y sobre el AdriáticoStradivarius Smethana Stravinski Strómbolis

VIIUna ciudad antiguaguarda mi corazónVagando por sus calleshago mi reino

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Una ciudad marinacon largos maleconesCastillos como escombrosdonde la salha formado galerías de peces

Liturgia del encuentroSobre sus adoquinescaela espuma del pleamarY un gallo girasobre su crestadespidiendo el olvido

VIIITodo labio besadoycuerpo poseídoEn forma circular de la existenciaDondeel viento rememorala estancia del parto sideral

En la ciudad antiguayacenjardines perdidos para siempre

IXDejo que el bosque vengay cubrala rama sideral de su verano

Dejoque todo el bosquesea el canto de los pájarosen el cuerpode los Stradivarius

XTocar la hoja tierna de un inviernotrocada en fuego lácteoTocarel retoño de un resplandorlactandoOruga de estambres y pistilosNombrarte nube-risco-ríoComo si fueras bosqueel fuego en tus maderasNombrartetierra en lo profundo del abismoY aquíTurrón armado de hombreDe agua De animal De peces De aves y de árboles

XISitiadoestá el amor por los mares y el vientoResumido en un pez de florescencia ignotaSitiado está

Una muralla lo rodeaen su isla de fuegoSitiado estáen sus dominios no tiene escapatoria

Truecauna ciudad por la ciudad antigua

Para triunfarabre los cofres que guardantodo el orode su heredad perdida

XIILa Otraedad es la ciudad antiguaLa arrogancia

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del tiempo que se ha idoSumergidoen los escombros de la tierrapobladapor aquellos que parten para siempre

Nada quedaSólo los moradores del recuerdoEs la ciudad desconocidaRecibe la agoníaen trance hacia el pasado

Benaréses el nombre de la muerteRío de esperasGuarda la gota de colirio

XIIIEl hombrees la ciudad antiguaLa distancianos separa de su magia

Vienescon ese olorde bestia sideralCordón umbilicalestigma grabadoen el vientre

Levitando perfumestopamos sobre el lechopara reinventarnosen un juego de muertes

No hay escape

Somosparte del sonidoque reposaen el cuerpo de los Stradivarius

XIVPara obtener un sueñoprocuro tu licenciaCiudad que andas mis adentrosPuertasde Cachemira una canción lejanaboga su flauta sobre el río

Vago perfume de un momentopara no ser en el jardín

CiudadSomos fantasmas visitantesA la luz del solnos tocamos y morimos

XVFestejo la Otraedad la Otrapresencia la OtraausenciaSoy ese Otroque preside las ceremoniasFestejo el encuentro de la ciudad antiguaEl hombre de Pekínes la ciudad encantada

Presidolo ancestralOculto en los Stradivarius

(Danzante dinosaurio de pantanosViejo reptilMarsupial volante de la lunaRocosoCañón del Colorado)

Festejola Otratransparenciadoblada en los espejosFestejola presencia del polvoque cubre el AyerLo que se construyó

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para el olvidopor otro olvido que sustituye el porvenir

Toda armaduratiene su clavo en el pasado

Valencia, 1979

INos advierte el poeta: Sitiado / está el hombre por el mar y los vientos.

Y en cuanto al tiempo, sabe de la presencia del polvo / que cubre el ayer. Mas se atreve a festejar, lo que se construyó / para el olvido / por otro olvi-do que sustituye el porvenir. Mundo cerrado e infausto, e inmenso también, el que se vive en el sorprendente libro de J. M. Villarroel París. Mas no hay que responder al temible honor de presentarlo para hacerse cómplice del desencanto que sus bellos versos puedan en algún lector destilar. Poesía consiste precisamente en zafarse de lo trágico-cotidiano y poner de relieve la belleza de lo vivido, vivido aun en el desconcierto y la angustia.

Admirémonos de que para ello, acuda Villarroel París, con toda su mo-dernidad, a unas de las figuras retóricas más antiguas: la repetición. Se nos aparece ya en el primero de los poemas: Damasco Alejandría Samarcanda, escribe como complaciéndose en acariciar un rosario de lejanías. Y leemos en el Canto VI: Stradivarius Smethana Stravinski Strómbolis sucesión de nombres, enhebrados por unas mismas iniciales, que exhala un susurro que ya es musical. Mucho significa la música para nuestro poeta que dice: So-mos / parte del sonido que reposa / en el cuerpo de los Stradivarius (Canto XIII). Mas, es en el canto X que vemos asomar algo de la magia que en-traña la figura retórica que nos ocupa. Es cuando se descubre erguido en un: Terrón armado de hombre / De agua De animal De peces De aves y de árboles.

IIUn eco bíblico despiertan en nosotros esos versos. Villarroel París lla-

ma paganos a sus cantos. Podrían quizás corresponder también a la biblia de un mundo nuevo, el de la Otroedad la Otrapresencia la Otraausencia

LOS.CANTOS.PAGANOS.DE.J..M..VILLARROEL.PARIS

José Solanes

Para mi amigo José Miguel Villarroel París, con mi excusa y gran admiración.

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con cuya evocación turbadora quiere cerrar su libro. Pero, en los versos que citamos, es a la vieja Biblia que nos retrotrae. Nos hace volver al Gé-nesis (2-18) y recordar cómo una vez creado el mundo, con sus plantas y “los animales del campo y todas las aves del cielo”, los hizo Dios desfilar ante el hombre para ver, esta es la expresión utilizada, como en un divino suspenso diríamos (y nunca esta frase puede resultar más apropiada) qué nombre pondría a cada uno. Por primera vez el Creador espera algo de lo creado, algo que con omnisciencia no sabe aún qué puede ser: el nombre, primera invención del hombre. Y preciosa herramienta del poeta.

Este, Villarroel París nos lo dice de sí mismo, sabe de la oculta madeja (Canto V) del lenguaje. Mas no toda la desenvolverá nuestro autor en su libro. ¿Cómo podría nadie hacerlo? ¿Y no tiene él todavía otros libros que escribir? Los esperamos con la confianza que inspira la admiración que los Cantos paganos despiertan y con la seguridad que suscita el talento que le conocemos.

Valencia, Julio de 1979

Bolívar, toma mi cantoMi canto no se alza hoy a tu frente,ni a tu brazo.Anhela probar el gusto de tu corazón.Busca tu pecho, lo hiende, lo penetra,porque quiere gustar el sabor bullentede esa eterna sangre.Unta sol en mi voz, sol de tu corazón;unta luna de tu corazón en mi voz.

Pon en mi canto el gusto que saboreasteen el intento y en la victoria y la derrota.Aparta tu mágico pensary dame tu vibración íntima, humana…Dame lo que sentiste en el éxito,lo que palpitaste en los cabales desengaños,lo que sufriste sin decirlo,las lágrimas que enterraste vivas…

Y andaré por las cálidas costas,y escalaré los montes esbeltosy atravesaré las anchas aguasy mi voz irá grávida de tu vida.

Podré entonces decir a los hombres:os amo en patria, tomadme,bebed mi sangre y gozad mi sacrificio.

Y podré perdonar a los que enredan tus caminos,A los que no te buscan espontáneos,a los que se conforman con tu bronce…

POEMAS.A.SIMÓN.BOLÍVAR.Y.UN.INÉDITO.A.JUANA.DE.IBARBOROU

Enriqueta Arvelo Larriva

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Poemas con Bolívar

INo murió desterrado.Murió en un punto de sus profundas posesiones,de las vibrantes zonas que hoy comparte con todos su largueza,propiedades de piedra, palmas, ritmo,maravillas de altivo sufrido abismo,impregnadas de cruz y habla por el soñar aventurado.

En el día de su morirsuyas son las arenas y el terminal de olas de la buscada orilla,la sosegada puerta del marpara inventar semidormido los tumbos del renuevo,las rodantes bravías pulsaciones,fuerte vigor humano, que le siguieron hasta el límite,y suyas ahí, en su postrer suelo vivido,cifradas y anhelantes, las frentes sin conjura.

No murió desterrado.Revolaron burlonas mariposassobre quienes dijeron: no entres a lo tuyo.Borremos su peor herida del ocaso.Santa Marta es suya, lugar de sus potencias y sentidos,azul y cuerpo de su amor de América.

IINo murió a nuestras manos.¿Has cuándo vestirnos la afirmación untuosa?Amamos nuestros grandes cedros, símbolos,exaltemos la esencia de sus fibras.Y alcémonos hoy y digamos: no le matamos,nuestra sangre corre desnuda de su muerte.

Probó él lo nuestro: virtudes y pecados,lo llevaba sobre sí, carga de savia y lava,le colmaba entrecanales de su idea,le nutría para la gloria suya, nuestra,y orientaba en el aire sin rutas sus motores de ímpetu.

Juntó amor y odio de los suyos.Amor, planta para enraizar en siglos.Odio, encendidos tizones temporalespara apagarse en el amor ya hecho.

En nuestros huracanes, alegrante milagro,no cuajó para él la ráfaga de muerte.Y estorbaba la gracia de su nervioel morir a espina de tristeza.¿Murió acabadamente triste?¿Puede partir sin rosas en lo frío,sin lucero en la ola de su tránsitoquien sueña que a su muertetendrán madura miel sus abejares?

No le matamosporque le Amamos con amor arraigado en el tiempo.¡Oh amor del Tiempo! Único amor real, vivificado.Fragancia entre las ondas de la noche,caballo alerta de viajero dormidopor la amplia trama de tiniebla y luna.

Poema a Juana de Ibarborou(Margen de unos poemas suyos)

¿Que se murió la boca que te sembró de besos?La siembra no es perdida en tu carne de América.Si tú fuiste la tierra de un fuerte amor copioso,continuará tu humus su cálida tarea.

Naciste con la espada de destruir la muerte.Y en mitad de la noche nadie sabe lo cierto.Se alargará valiente tu musical impulsoy al hombre que quisiste aun rodearás el cuello.

Yo no sueño que hoy sigas a quien se ausentó dulcea quien te diste inmensa; una adelfa en tu mano.Más allá de la vida debe de estar su pechosobre tu pecho vivo de esplendoroso canto.

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Perdona que yo llegue sin seda en las pisadas.Perdona que no gima, Juana sin compañero;que mi caballo olvide la gualdrapa de lutoy a tu clima me lleve su galope sin freno.

Millonaria de instantes, no te vayas de prisa.El gamo perseguido correrá por tu aroma.Yo tengo un solo instante para todo el ponientey con él lo decoro hasta volverlo aurora.

Aquí te besó el hombre que te ha dejado lacia;aquí, sobre tu árbol; aquí, bajo la lluvia.No llames la honda barca, americana forma,que no habrá soledad en tu sombra desnuda.

Mas si sola te sientes, disfrutadora ágil,goza el cansancio henchido; esa rica fatigade tanta miel madura, de tanto espejo mutuo,de tanto espeso lirio en la hervorosa cima.

Llena la tarde entera con tu verdad pulsada.Las almas levan sed de oír el amor limpio,arroyuelo que crece sin perder inocencia.

Como ayer, dale sangre a espiritual oído.

Barinitas-Venezuela.- 1948

INÉDITO.EN.STAMFORDEl poema inédito de la poeta Enriqueta Arvelo Larriva (Barinitas, esta-

do Barinas 1886, Caracas, 1962), que publicamos ahora en la revista Zona Tórrida, fue encontrado este año en la sección de Colecciones Especiales de la Biblioteca de la Universidad de Stamford (California, EEUU), en el marco de una indagación que sobre la vida de Enriqueta Arvelo ha em-prendido la profesora Alicia Jiménez de Sánchez, paisana y admiradora de quien ha sido considerada autora de una de las obras poéticas más univer-sales con las que cuenta su país. Siendo conocido el vínculo epistolar que la Arvelo mantuvo con muchos escritores e intelectuales de su tiempo, en especial con las grandes poetisas sudamericanas, el hallazgo se produce por la búsqueda de evidencias de tal relación entre la venezolana y la poeta uruguaya Juana de Ibarborou.

El rastreo de Alicia Sánchez por la correspondencia de Arvelo la condu-jo hasta el archivo de Ibarborou que reposa en Stamford, por o que solicitó la ayuda de Esperanza Sanz, una amiga de su hija que reside en Califor-nia. Durante doce horas, Sanz escrudiñó papeles sin poder encontrar carta alguna de Enriqueta. En cambio, pudo ver un poema en original escrito a máquina y firmado por la barinesa, sin sospechar que el texto había perma-necido inédito durante setenta años y no se conocía de su existencia.

La grata noticia, junto al poema, fueron enviados al Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo por la profesora Alicia Jiménez, para su publicación. La lectura del poema con-firma la enorme calidad creadora de Enriqueta Arvelo Larriva y puede ser escogido entre lo mejor de su producción, precisamente, al de su época en Barinitas a finales de los cuarenta, fecha que aparece al pie de página.

La obra de Enriqueta Arvelo Larriva fue compilada por la escritora e investigadora literaria Carmen Mannarino y fue publicada en dos tomos hace algunos años por la Fundación Cultural Barinas, en un esfuerzo edi-torial que incluye por parte de la profesora Mannarino otras publicaciones, una antología poética publicada por la Universidad Central de Venezuela y Testimonios y entrevista imaginaria, publicados en la colección Separata de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo.

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Resumen:Estas “notas” proponen un acercamiento preliminar a un tema amplia-

mente discutido, pero que siempre puede ser objeto de nuevas considera-ciones: las relaciones entre literatura y política, referidas en particular al ámbito de los países hispanoamericanos. Como “notas” que son no pre-tenden sino reanimar la discusión en torno a un tópico que nos concierne por su cambiante y ardorosa vigencia. La poesía y el ensayo hispanoame-ricanos son los géneros a los que en particular aquí nos referimos. Pala-bras clave: literatura, política, poesía, ensayo.

Estas notas o consideraciones son inicialmente de carácter teórico, en la línea de lectura de las relaciones entre el texto literario y el orden social y político. Sabemos que las relaciones entre literatura y política son comple-jas y espinosas, dada la diversidad de factores que allí intervienen. Mientras la política, en su acepción originaria, no degradada, puede estar llamada a transformar o modificar la realidad, la literatura no está convocada a cum-plir ese cometido. Históricamente, lo sabemos también, las relaciones entre los escritores y el poder político han resultado un tanto incómodas.

El hecho de que la literatura sea concebida como un sistema artístico y una práctica escritural de representación estética de la realidad significa que la literatura no es reflejo directo del mundo social, sino que por el con-trario, dadas las mediaciones lingüísticas y estéticas, derivadas de la misma tradición literaria, resulta ser más bien un espejo deformante. Bajtín, por ejemplo ha subrayado como la novela moderna, a partir de El Quijote, no imita la realidad sino que es más bien imitación paródica e irónica, de otros lenguajes y textos.

La literatura es ciertamente transgresiva, pero lo es primero y funda-

NOTAS.SOBRE.LITERATURA.Y.POLÍTICA

Douglas Bohórquez

mentalmente al interior de sí misma, es decir con respecto a la tradición literaria y con respecto al lenguaje instrumental. Recordemos que ya Platón en La República señalaba que “todos los poetas, empezando por Homero… ya traten en sus versos de la virtud, ya de cualquier otra materia no son sino imitadores de fantasmas que jamás llegan a la realidad…” (“Libro Déci-mo”: subrayado nuestro).

El carácter transgresivo de la literatura –y particularmente es notorio esto en la poesía moderna– deriva de ser una puesta en crisis del lenguaje. Puesta-en-crisis que desestabiliza radicalmente las estructuras lingüísticas, formales y semánticas establecidas. Pensemos, a título de ejemplo, en los grandes poetas simbolistas y malditos de fines de siglo XIX y comienzos del XX en Francia: Mallarme, Baudelaire Rimbaud, Lautreamont, pense-mos en los grandes poetas del modernismo hispanoamericano: Rubén Da-río, Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva; pensemos luego en la vanguardias hispanoamericanas y particularmente en poetas como Huido-bro o César Vallejo. Todos ellos descontruyeron una tradición y crearon otra: la de la ruptura.

Este carácter transgresivo que se expresa en crítica y crisis de los len-guajes y formas heredada de la tradición artístico-literario, que se traduce en subversión de los códigos y convenciones de la modernidad literaria y cultural, de los prejuicios, de las modalidades y formas lingüísticas y cul-turales esclerosadas, comienza por afectar la estructura convencional del signo lingüístico.

La poesía, al privilegiar y establecer conexiones en el orden de los sig-nificantes, distorsiona el signo lingüístico, que pierde así su carácter ins-trumental, para constituirse en un eslabón más de una cadena de imágenes-significantes, cuyo peso, por decirlo así, hace estallar los significados y convierte la significación no en algo unívoco, sino en un proceso de signi-ficancia que se expresa en la diseminación del sentido.

Esto nos permite pensar la literatura moderna y particularmente la poe-sía moderna como revuelta o revolución del lenguaje y más específicamen-te como lo que Kristeva llama “sujeto-en-proceso”. Es decir, la poesía asu-me la condición imaginaria, subjetiva, pulsional, onírica, del sujeto-escritor y la transfigura en lenguaje simbólico (metafórico).

De este modo, el ejercicio de la poesía involucra la interrogación, la puesta en proceso del lenguaje instrumental, del sujeto lógico-racional que le es inherente y por lo tanto, de los códigos culturales, ideológicos y éti-cos que lo soportan. En este sentido, hablamos de subversión o revolución

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del lenguaje y de modo indirecto de remoción o conmoción de códigos de la cultura y de la racionalidad (cartesiana), racionalidad que sostiene o es garante del sujeto gramatical, el cual, sabemos, atiende a unas normas de comunicación pre-establecidas.

Comprendida así, la práctica, la experiencia de la escritura literaria y su lectura ha de involucrar el ejercicio de una sensibilidad crítica, que puede alcanzar las formas del goce destructivo y creativo a la vez. Esto nos lleva a descreer de la llamada “gratuidad” del arte y/o de la literatura puesto que éstos, en sus más significativas realizaciones –aquellos que han renovado la memoria artística y literaria– están animados de una intensa fuerza y pasión transformadora.

En el caso de Hispanoamérica debido en gran medida a las urgencias políticas y sociales, a los cambios y conflictos que históricamente la han sa-cudido y que actualmente continúan ocurriendo, esta fuerza y pasión trans-formadora no solo se expresa en la práctica de-constructora de lenguajes, sino que asume también la condición de intención ideológica (transforma-dora). Es el caso de la llamada poesía social y/o política hispanoamericana, que tiene ya toda una tradición significativa. Se trata, en sus mejores expo-nentes, de una poesía que sin perder altura y espesor literario, sin volverse panfletaria, adquiere un tono político contestatario.

Hablamos de una poesía cuyo carácter crítico, cuestionador del orden político y social, deriva generalmente del ejercicio de un humor irónico, satírico o paródico, irreverente. Es la iconoclasia que le otorga el juego contrastivo entre formas literarias canonizadas por la tradición y formas y tonos de lenguaje propios de la cultura oral y popular. Esa intención crítica –insistamos en ello– adquiere una dimensión estética en la medida en que ese espíritu lúdico e irreverente, toca o trastorna, subvierte –sería mejor decir– estratos, capas profundas del lenguaje y de la tradición literaria.

Creo que podemos aludir, como muestras significativas, a parte impor-tante de la producción poética de autores como José Martí o de Nicolás Gui-llén (pensemos por ejemplo en libros suyos como Sóngoro cozongo (1931) o West Indies Ltd (1934), algunos libros de Pablo Neruda (como El Canto General: 1950, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chile-na, 1973), Ernesto Cardenal (Epigramas, 1956, Hora Cero y otros poemas, 1971, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, 1965, Salmos, 1964), o más cercanos a nosotros en el tiempo, la poesía lúdica y satírica del cen-troamericano Roque Dalton (poeta, novelista y guerrillero asesinado por sus mismos compañeros de armas) o el venezolano Víctor Valera Mora (en li-bros como Amanecí de Bala, 1971 o 70 poemas estalinistas, 1979).

Relacionado con este asunto de la literatura y la política en Hispano-américa, quiero tocar el tema de las relaciones entre patria y poesía. Esta inquietud de asociación se suscita en mí a partir de una reciente selección de poesía venezolana que realizaron los poetas Luis Alberto Angulo y Luis E. Gómez, que denominaron El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía, editado inicialmente por Pdvsa (2008) y re-editado por la Dirección de Pu-blicaciones de la Presidencia de la República en 20091.

La noción de “patria”, desgastada y hasta vilipendiada por su uso y abuso, remite en un primer momento a una lectura política de este concep-to, pero esta acepción política hoy degradada, se re-figura o re-semantiza cuando la intentamos re-leer desde la sensibilidad poética. Entonces deste-lla desde otra perspectiva. Creo que la relectura de este concepto desde la sensibilidad poética lo devuelve a una pluralidad de sentidos que, pienso, tiene que ver con la acepción original, primitiva y pura, prístina, de este concepto de “patria”.

Observo entonces como la buena poesía de este libro (no toda quizás sea de alta calidad estética) y la significativa poesía social de este continente identifica semánticamente estas nociones de patria y poesía. La patria, vista en esta dimensión, es poesía y algunos poetas muy relevantes de distantes coordenadas geográficas alguna vez han confesado que la única patria para ellos es la poesía.

Vista, considerada desde la poesía de estos textos, de este libro, la “pa-tria” deviene algo entrañable, una configuración simbólica que arraiga sus plurales sentidos, su refulgencia semántica, en un sujeto de amor o de de-seo: desde una mujer amada que nos olvida o nos desama, la querencia de un árbol o de un trapiche que recordamos como parte de nuestra infancia, o el perro que acompañó al abuelo en la soledad de su vejez y que hicimos también parte de esa memoria sensible que la poesía recupera y recrea.

Muchos de estos textos poéticos tienen sin dudas, una orientación e in-tención crítica: es el país que nos duele desde la muerte por desnutrición de un niño, desde el desamparo económico y social que se traduce en muerte o dolor, desde la corrupción y la complicidad de los políticos de partidos que se han repartido y reparten el país en “tajadas”. La patria deviene entonces la crítica al ciudadano que ha extraviado su civilidad en su “honradez co-barde” como dice Andrés Eloy Blanco (1887-1955) en uno de sus poemas

1 Este libro trae prólogo e introducción de Stefanía Mosca, Luis Alberto Angulo y Luis Ernesto Gómez, estos últimos agregaron al final una breve reseña bio-bi-bliográfica de los autores seleccionados.

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seleccionado en este libro titulado “Presentación mural del hombre honra-do”, que por ser poco conocido, me permito citar uno de sus fragmentos:

Hombre honrado de Venezuela / Patriota sellado de honradez/ por dere-cho de nacimiento/ por derecho de calva y anteojos,/ por derecho de abuelo con levita,/ hombre de aspecto y en el fondo, honrado,/ pero, honrado no más, sin movimiento,/ sin riesgo/ solemnemente virtuoso,/ paralítico ilus-tre, honorable egoísta,/ indiferente/ …/ amueblado por tu honradez per-petua,/ por tu honradez cobarde, por tu cobarde gravedad/ viviendo de un seguro de vida venturosa/ con tu renta de diez por ciento sobre el respeto general/ Estatua honrada;/ eres abominable… (Andrés Eloy Blanco en El Corazón de Venezuela. Patria y poesía. p. 45-47).

Es el mismo Andrés Eloy Blanco que tuvo que ver con la fundación de uno de los partidos principales de nuestra “representativa” democracia burguesa, Acción Democrática, que lo llevara a luchar en la clandestinidad por ideales de justicia social y luego a cargos de relevancia política, en el Congreso Nacional y finalmente al exilio. Un partido por último fragmentado, casi destruido por efectos de la corrupción, el clientelismo, el populismo. Es el mismo poeta que al calor de las luchas sociales y políticas escribiera textos de una extrema sen-sibilidad popular, al borde de las lágrimas, como el muy conocido “Angelitos negros” o el “Canto a los Hijos”, en los que se expresa, como en toda su obra y actuación, una dimensión crítica y amorosa de la patria.

Pero también la “patria” se re-figura como el sordo y terrible monólogo, casi un aullido, de un antiguo obrero de una compañía petrolera que habla desde la herida que significa ver a su pequeña ciudad nativa, Cabimas, convertida en un basurero. Dice el poeta, asumiendo la voz de ese dolido obrero que ve desmantelada y reducida a algo degenerado, una parte entra-ñable de su patria.

Cito un fragmento:Yo viejo rescatador de tuberías muertashombre electrocutado en las profundidadestengo todos los planos de las tuberías muertastengo todos los huesos de los ahogadosuso a mis hijos de carnada (mis buzos predilectos)corro con la velocidad del relámpagodesmantelo todas las instalaciones de los muertosme ilumino con el espectro del carburoy camino con envidiable equilibrio sobre los llanos de Lagunillas2

2 Fragmento del extenso poema “Cabimas-zamuro” del poeta y artista plástico

O la “patria” es el hábitat nostálgico de objetos abandonados, de cosas o camisas roídas por la carencia de afecto o el lugar de desamparo del extranjero que solo ve despegar trenes y mira “colgar del cielo la noche in-numerable, misteriosa y solemne como la eternidad” (José Ramón Heredia. “Poema de las cosas y las voces sencillas”)3.

Sin embargo, serán el pensamiento y el ensayo literario en su tendencia americanista, con sus prolongaciones en la llamada filosofía de la libera-ción, con exponentes tan relevantes como Leonardo Boff o Enrique Dussel (por solo citar dos), las modalidades más llamadas a una interpretación y/o dilucidación de los problemas, dificultades, o urgencias políticas, sociales, culturales de América Latina. Es manifiesta la vocación y orientación po-lítico-transformadora, cuestionadora, que una buena parte de nuestra tradi-ción ensayística ha tenido en América Latina. Podemos mencionar, a título ilustrativo, además de los ensayos fundamentales de José Martí, textos de autores capitales como José Enrique Rodó, Domingo Faustino Sarmiento, José Carlos Mariátegui, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Juan Montalvo, Eugenio María de Hostos, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry.

Se trata de autores que configuran toda una tradición de una ensayísti-ca americanista o mundonovista que, en el cruce de los siglos XIX y XX continúa el pensamiento insurgente y libertatario de hombres de acción y de reflexión como Bolívar, Miranda o Simón Rodríguez, por señalar tres ilustres venezolanos ardorosamente entregados a las luchas de Independen-cia del continente.

Esta tradición ensayística, se continúa y renueva en el siglo XX a tra-vés de la producción crítica e interpretativa de autores tan relevantes como José Lezama Lima, Julio Cortázar, Octavio Paz, Ángel Rama o Rodríguez Monegal, por citar solo algunos consagrados exponentes de una renovada tradición ensayística que no ha dejado de tener a Hispanoamérica (su polí-tica, pero también su arte, su literatura) como centro de sus interpretaciones iluminadoras.

Carlos Contramaestre (1933 – 1996) recogido en Rafael Arráiz Lucca (comp.) Antología de la poesía venezolana. Tomo II. p. 563. Caracas. 1997. Panapo. Aunque este texto no aparece en El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía, lo refiero pues ilustra ese proceso de re-semantización de la “patria” desde una intensa pasión crítica, de sostenido tono poético.

3 En Rafael Arráiz Lucca (comp.) Ob. Cit. t1. pp. 269-274.

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Este libro, El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía (Luis Alberto An-gulo-Luis Ernesto Gómez. Compiladores. PDVSA-R∑DVE, Caracas. P. 340. Dic. 2008), surge en un momento de particular relevancia, dadas las transformaciones socio-económicas y culturales que están ocurriendo en el país. He pensado que es un libro histórica y culturalmente necesario pues sabemos que no hay verdadera revolución social y política si ésta no está acompañada o apuntalada por una tradición textual literaria que la sostenga y a la que hay a la vez que nutrir y transformar. De esa tradición literaria resurge con el libro una noción capital, la noción de «patria», que es su centro, que le da organicidad. En esa tradición de esta noción está el Himno Nacional, según el libro, pero también autores fundamentales como Bello, Lazo Martí, Pérez Bonalde, entre otros, un tanto olvidados o quizás poco leídos por las nuevas generaciones de poetas venezolanos para quienes el libro, por lo demás (y ésta es una de sus virtudes) se abre, les da espacio, generosamente.

¿Cómo surge este libro? ¿Cuándo, cómo y por qué comienzas a pensar-lo?LAA: En verdad es un viejo proyecto que nunca había logrado concretar y el cual siento que cada vez se afianza mejor como es el de exponer parte substancial de la poesía venezolana que he considerado más viva y vincu-lada al decir. Por otra parte, eso que señalas tan certeramente de que “no hay verdadera revolución social y política si ésta no está acompañada o apuntalada por una tradición literaria (…) que la sostenga y a la que hay a la vez que nutrir y transformar”, es una preocupación de quienes com-partimos y propugnamos un proyecto cultural de largo alcance como es el que intenta la transformación de la sociedad a partir de ella misma, de sus antagonismos y desde luego, de los logros. Muchos de los poetas que

“EL.CORAZÓN.DE.VENEZUELA”

(Conversación entre Douglas Bohórquez y Luis Alberto Angulo)

aquí aparecen y otros que intentamos colocar en esa vertiente, generaron en nuestras conciencias de adolescentes de mediados de los sesenta, una visión de país, quizá de mayor alcance que la que se nos proponía desde el programa político que suscribíamos un poco irreflexivamente, pero con la misma emoción que nos produjo el hallazgo de la poesía. Mi generación fue marcada tanto por la idea de revolución como por la de la poesía, sin la cual la sobrevivencia existencial no hubiese sido posible. Así mismo, los grandes proyectos políticos han tenido sus mejores momentos cuando han sido alimentados desde la poesía, “el primer fuego” como la llama el poeta Luis Ernesto Gómez, coautor de este proyecto, con quien compartí anteriormente la experiencia de un libro colectivo en solidaridad con Pales-tina, Iraq y Líbano, que fue el chispazo para concretar lo que ha sido una constante preocupación avivada sin duda por la gesta bolivariana contem-poránea. Claro, la reflexión teórica tampoco ha sido excluida. Debo señalar hechos puntuales como el de haber realizado la antología poética de Ernes-to Cardenal que publicó Monte Ávila en 2005, así como la participación en eventos culturales en los que una poesía, vinculada a la oralidad y al decir sin que en ella se pierda el vigor y la belleza de las grandes expresiones, se-ñalan la necesidad de ir tras la búsqueda y el encuentro de manifestaciones muy bien logradas en ese sentido. Ciertamente, como tú señalas, este libro va a la búsqueda de lectores, se abre al lector común con un manifiesto deseo de encantamiento por la palabra esencial de la poesía, pero desde luego, tiene el íntimo interés de que sean los poetas sus albaceas y conti-nuadores. El proyecto editorial no se funda en establecer un canon literario más pues estos tienden casi siempre a la excomunión. En tal sentido este es un libro abierto que continua pensándose a sí mismo y ampliando su come-tido. Creo también que la experiencia personal con una antología anterior de poetas vinculados a la Universidad de Carabobo, Rostro y poesía (UC, Valencia, 1994), generó una formulación que el momento cultural nacional ha replanteado concretamente y que hoy es necesario señalar.

Más allá de lo dicho por ti y por Estefanía Mosca acerca de la noción de patria y sus relaciones con la literatura en los prefacios, ¿podrías retomar esa relación y asomar algunas otras implicaciones?LAA: He hablado de “la patria de la poesía”, una noción que no es militar ni civil en los términos que nos acostumbra una cierta usanza con respecto a ello. La patria de la poesía es lo insondable de un sentimiento que nace de la cercanía con las cosas, con la naturaleza y la cultura y que quizá está referido a algo que trasciende esas mismas instancias al interrelacionarse y

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expresar la voluntad del ser social que está en cada individuo interconec-tándole con otro. La patria en ese sentido es la humanidad palpable que se extiende más allá de lo meramente geográfico y, contrario a lo que muchos pueden creer, su naturaleza básica es incluyente y no excluyente. El caso de la literatura es evidente en la ampliación de ese sentimiento. La Ilíada o la Odisea que fueron literatura local o regional antes de llegar a ser lo que hoy son, tienen la particularidad de expandir el mundo griego mucho más que las mismas instituciones políticas que ese mundo pudo crear. El prag-matismo de los hombres de negocio y de las burocracias gubernamentales hace olvidar con mucha facilidad los significados de la poesía y la patria dentro de la sociedad. No se trata en ningún caso, de un atavío más o me-nos inteligente, por lo que ni la retórica patriotera ni la literatosa, pueden sustituir el verdadero sentido que esas nociones tienen en el corazón y la conciencia de la gente. La palabra de la poesía es fundadora porque nace dentro del mundo del inconsciente colectivo que se expresa en el habla a partir de la cual cobra sentido. Se puede comprobar que existe una produc-ción intelectual y espiritual que opone resistencia a la imposición cultural que nos homogeniza de la forma más perversa al tratar a todo como mera mercancía. Ahí es donde indagamos y pretendemos inscribir “el fondo y la espuma”, como dice Enrique Mujica, de ese decir, estableciendo, si es que así se quiere ver, una poética que a través del tiempo hemos venido constru-yendo entre todos, o al menos digamos, entre muchos, pensando en quienes deseen excluirse de ese continente simbólico.

Creo que uno de los aportes del libro es que permite fijar y re-figurar todo un imaginario simbólico acerca de la “patria” de orden social pero que es a la vez individual, pues es enunciado desde la experiencia personal de los poetas. Esa idea de “patria” ha sido muy vapuleada políticamente, pero el libro la vuelve a dignificar desde ese centro o “corazón” de la cultura como lo es el lenguaje poético que es, visto desde la norma y desde lo funcional o instrumental, un lenguaje revolucionario, pues rompe preci-samente, con lo normativo o instrumental. Pienso que el libro nos lleva a una noción de “patria” que se sale del ámbito de una política pragmática para llevarnos a una poética de la patria que está más cercana al mun-do de los sueños, de la utopía, que puede tener incluso, toda una aureola mística o sagrada que le otorga la palabra del poeta desde su experiencia imaginaria de la infancia, de la casa materna o paterna, desde el animal o el árbol amados. Se trata de una noción muy hermosa y rica poéticamente pero que había sido banalizada. ¿Qué opinas de esto? ¿No te parece que el

libro recupera una noción (patria) desde una dimensión esencial es decir existencial y a la vez ontológica?LAA: Yo creo que la lucha siempre tiene que ver con el lenguaje pues es desde allí donde los seres humanos nos constituimos como tales. Somos lo que pensamos y pensamos con lenguaje, con palabras, ideas y conceptos. La idea de patria es una construcción, una alta construcción de identidad colectiva, que se fundamenta en valores espirituales que se desprenden de la realidad concreta de una determinada sociedad. La idea de patria en Ve-nezuela nace en gran parte con la gesta libertaria, en especial con Simón Bolívar, quien logró tener una visión teórica de ella y una concreción prác-tica en la formulación de una república independiente y soberana, al tiem-po que la establecía en una confederación de repúblicas llamada la patria grande. La necesidad de patria y de república, nacieron juntas y por ello sus implicaciones históricas son tan evidentes para nosotros. Hemos tenido cinco repúblicas pero una sola patria que se ha ido desarrollando y acre-centado espiritualmente. El discurso de la patria, como el de la poesía, son producciones sociales de sentido que tienen la particularidad de ser diná-micas. La banalización de esta idea nace de la entraña misma del discurso retórico del patrioterismo que se arropa con la figura de un supuesto espí-ritu liberal, y que, en esencia, no es más que la imposición cultural de un modelo que homogeniza de forma degrada –a través de sus alabarderos y maquinaria mediática– la noción de patria de quienes aspiran independen-cia y soberanía. El patrioterismo es una mueca, una miserable burla, pero el patriotismo es otra cosa y sus enemigos lo saben y por eso lo combaten. La noción de patria va unida al derecho humano de un espacio espiritual y al gozo del mismo, por lo que es liberador e incluyente al descubrir que está en todos pese a que no podamos verlo y pese, incluso, nos opongamos a ello. La patria no es un bien trasmutable; como canta Ali Primera “es el hombre” y desde luego, la mujer, quien, además, ostenta la más inmediata cercanía con la tierra.

En esta perspectiva que acabas de señalar creo que el libro nos pone a re-pensar nuestra patria, nos la vuelve a hacer esencial, onírica, a la vez que nos pone a re-pensar también la literatura venezolana desde una di-mensión que había sido un tanto desdeñada. ¿Cómo crees que sueñan o se figuran en la poesía venezolana la “patria” las nuevas generaciones de poetas venezolanos?LAA: En Venezuela se ha replanteado la necesidad de una gran transfor-mación en todos los campos de la vida del país. La crisis económica, políti-

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ca y cultural que vivimos con agudeza en los ochenta y noventa, sólo tuvo respuesta como proyecto nacional en el surgimiento del bolivarianismo liderado por Chávez. Esa crisis terrible tuvo que ver con un enorme pro-blema cultural y político que se expresaba en una noción pretendidamente moderna de desnacionalización en todos los órdenes de la vida del país. Al-gunos líderes políticos tradicionales quizás tuvieron idea de lo que eso con-llevaba, pero sus compromisos y alianzas con los sectores que generaban tal situación era tan grande que terminaron siendo corresponsables directos de aquel desastre. Las tesis neoliberales que se impusieron como política de estado en el segundo gobierno de CAP fueron la gota que derramó el vaso de la inconformidad de las mayorías nacionales en contra de ese proceso aviesamente antipatriótico que se generaba. Por otra parte, el planteamiento de muchos teóricos en torno a la desaparición de los particularismos, de la muerte de la historia, y en general de los grandes “mitos”, como ellos lo han expresado, armó un dispositivo ideológico que en nombre de la ciencia so-cial y el pensamiento, corroía la idea de liberación y emancipación. Segura-mente, y pese a la gran resistencia de la conciencia poética, una estética de tendencia formalista se fue imponiendo de manera solapada, muchas veces metamorfoseándose de una manera oportunista, con planteamientos reno-vadores de la literatura, pero que en esencia, independiente de su dirección, terminan desembocando en insoportable e infértil retoricismo. En este pun-to se presenta un enorme reto que ningún “ismo” puede aspirar resolver. Pero tienes razón, repensar la patria es indagar dentro de nosotros mismos y darle una dimensión de mayor frescura y vitalidad a todo cuanto hacemos, entre ese hacer, la poesía tiene un primerísimo lugar. Debemos continuar confiando en la intuición y la inteligencia sensitiva de nuestros poetas que siempre han sido avanzada espiritual de la humanidad, por el hecho mismo de sus diferencias de óptica y variada formulación verbal.

El título del libro remite obviamente a Alí Lameda, ¿por qué este homenaje a Alí Lameda?LAA: El título remite a una tradición siempre renovada de poetas que han insistido en el tema pero a quienes de una u otra forma, cierta crítica, su-puestamente académica y muchas veces académica en realidad, no es capaz de ver o no quiere revelar y aceptar su esencialidad. El caso de la obra de Alí Lameda, “El corazón de Venezuela” es muy revelador por el mismo he-cho del enorme desconocimiento que se tiene de ella. Creo que Alí realizó una propuesta orgánica de tanta envergadura que lo coloca en la línea de Bello, Pérez Bonalde, Lazo Martí, Enriqueta Arvelo, Arvelo Torrealba o de

Andrés Eloy Blanco. Claro, hay un componente con respecto a Lameda que tiene que ver con la tragedia personal que le tocó vivir en el equívoco de un momento político que ojalá nunca se repita, para lo cual todos debemos estar vigilantes. Siendo yo un muchacho lo conocí recién salido de la cárcel en la que había pasado un montón de años en Corea del Norte. Fue en casa de los Tablante Garrido en Barinitas, me impresionaron muchas cosas de su personalidad, su apertura para con los jóvenes y la gente común, su enorme deseo de conversar y de beber sin perder la sobriedad y, finalmente, su ca-rencia de sentimiento alguno de reconcomio para con nadie. La capacidad de análisis y la convicción profunda de la historia que tenía este hombre se evidenció al no aceptar ser políticamente manipulado para agredir sus propios principios que iban más allá de la circunstancia de un determinado gobierno, que por cierto no podía representar, fue evidente, la utopía de su sueño libertario. Esa dura cárcel que soportó estoicamente en Corea fue absolutamente injusta. Él pudo convertirse por vía del escándalo mediático en una vedette internacional y dejarse arropar por la caprichosa fama, pero prefirió ser quien hoy es para todos nosotros, un creador de nacionalidad, un productor de sentido de esa enorme corriente histórica que nos incluye a todos. Alí Lameda en otro sentido es un símbolo de resistencia y un lla-mado a todas las instancias de los poderes fácticos al respeto por nuestros creadores, pero también es un llamado a nuestros creadores al ejemplo de su reciedumbre, para no prestarse a ser utilizados, a abrirles las puertas a quienes acosan la nación y pretenden fragmentarla.

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LA PLANTAA las ocho prendían la planta eléctrica y era como encender el sol ra-

diante en aquella apartada factoría de oscuridades bárbaras.Pero aquella noche el ingenio no respondió al mecate. Mr. Thomas lla-

mó a Cecilio que era eventualmente su ayudante y le dijo: “Busca esta tornillo allá en Vallecito y esta resorte para que prende el planta”, así le dijo, Mr. Thomas, confundiendo los verbos y los artículos y adelgazando las erres, en su ruinoso acento de trinitario.

Cecilio agarró la bicicleta y salió.El dominó, el bingo y las barajas, tenían que esperar por lo menos dos

horas en la paciencia de las tinieblas. Como a veinte kilómetros ida y vuelta quedaba Vallecito, el otro campamento.

Cecilio pedaleó como una hora larga a través de la noche, en aras de conseguir el tornillo y el resorte. Los ochenta obreros y Mr. Thomas lo esperaron impacientes a la luz de las velas. Cecilio regresó como a las nueve. Ahí fue que Mr. Thomas, irrevocablemente fiel a sus confusiones idiomáticas, le preguntó afirmando: “¿Ya conseguí?”, a lo que el otro le contestó, entre el desdén y el jadeo: “Menos mal que ya consiguió, porque yo no conseguí nada”.

LA RECONCILIACIÓNEl jefe, Ramírez y Gregorio se disgustaron con la Catira. No le comie-

ron más su comida y se fueron del rancho para una posadita que tenía, por ahí cerca, don Vizcaíno. Era verdaderamente un sacrificio, porque en esa posadita, don Vizcaíno, como decía Gregorio, los mataba con unas paticas secas de venado y una sopita clarita de frijoles. Ellos pasaban de lejos por el rancho y les llegaba el olor de los sancochos, del cochino frito, del guiso

de chigüire, de las tajadas fritas, del mondongo, de la carne asada, y de otros tantos potajes y pescados, cachama frita, coporo y palometa. A veces, cuando la Catira los veía que pasaban tímidos, ella misma, como para tor-turarlos, cortaba a propósito un pedazo de sebo de la carne gorda y lo metía entre las brasas. Era un poco menos que imposible resistirse a la tentación de aquella suculencia. A la semana volvió el jefe. La Catira, que como su cocina era una mujer metida en carnes, bonita, dicharachera, dijo cuando lo vio: “Carajo, ya llegó el primero, vamos a ve cuánto aguantan los otros orgullos”. Entonces él le dijo, al oído de todos y abiertamente: “No, Catira, déjate de vaina. Vamos a contentanos, perdóname”. Ramírez y Gregorio aún resistían contra el asedio, pero poco a poco se les fue desmoronando la fortaleza. A las dos semanas cayó Ramírez, que volvió cabizbajo, sin pú-blicas disculpas. La Catira lo recibió con un banquete de obispo. Gregorio soportó dos meses el calvario, hasta que volvió casi llorando. Desde ahí, y hasta siempre, la Catira vino a resolver todos sus desacuerdos en la olla.

EL CANTANTEEl hombre, que bebía aguardiente todos los días, a veces no tenía con

quien beber.El aguardiente es como un lenitivo para la lengua, un remedio para el

dolor de realidad, de manera que beber es hablar, que viene a ser como descargarse de cierta canción que uno necesita cantar. Y esto se ve porque uno lo que quiere es que lo acompañen.

En algunas ocasiones el hombre conseguía algo así como buenos can-tores, pero otras veces se conseguía con gente sorda, sin mucho acervo musical interior.

Un día se consiguió con uno de esos sordos y empezó con los primeros tragos. Ahí se le ablandó la lengua y aparecieron como al galope las pa-labras, pero a las dos o tres cervezas el otro comenzó a ver el reloj, hasta que le dijo: “No, vale, yo me voy, tengo que hacer tal cosa”. Entonces fue cuando el hombre le dijo, casi en el desahucio: “No, chico, cómo te vas a ir, si ahora es que yo estoy como esas lagunitas veraneras, cogiendo agua”.

LOS TIGRESFue tal vez una de aquellas comisiones del Congreso de la República

que recorrían los ámbitos rurales en funciones de estado, la que le llegó allá al viejo Luis Castillo, en los llanos de Apure. Él los recibió en la casa del hato con su chispa habitual y con hospitalidad campechana. Gente de

CUENTOS.BREVES

Enrique Mujica

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Caracas, de pajilla y corbata. Hablaban con el viejo Castillo con la insonda-ble distancia del advenedizo. “¿Y hay mucho tigre por aquí, don Luis?”, le preguntó uno con alguna inocencia, a lo que don Luis le contestó, con eso que ya es historia: “Nooo, mijito, aquí lo que hay es venao, los tigres donde están es en el Congreso”.

EL SOCORROCruzando calles, autopistas, túneles, semáforos, colas, cornetas, veri-

cuetos, de frenazo en frenazo, con el corazón en la boca, llegó el hombre a Caracas, al lugar donde tenía que dejar el pasajero.

Por primera vez andaba en aquellos laberintos infernales, el chofer cam-pesino que en el vértigo del extravío sólo pensaba en los humildes aires de su pueblo.

Había llegado ahí, porque de metro en metro, lo había guiado el pasaje-ro. Pero cómo hacía ahora para devolverse solo, cómo tanteaba un rumbo si ni siquiera tenía la referencia de los próximos pueblos, cómo salía de ahí, encandilado como estaba, en medio de aquella conmoción de espejos, en medio de aquel deslumbramiento de andamios siderales.

Así que no anduvo ni media cuadra en su silvestre albedrío. Al primero que vio le preguntó en su acento: “¿Pacia dónde me queda la salía el So-corro, cámara?”. Era como preguntar en Nueva York por El Socorro, un pueblecito lejano y desconocido que quedaba como a quinientos kilóme-tros de ahí.

“¿Qué Socorro, vale?”, le dijo el otro como en las tinieblas, a lo que él, con cierto tono de reclamo, le replicó extrañado: “Guá, El Socorro, chico, El Socorro, más alante Tucupío, más allá e Las dos bocas”.

ARREGLO PARA EL DESCANSOYa en la madurez de la vida, Leoncio, un benefactor del pueblo, decidió

construirse su propio mausoleo, su propia fosa. Recorrió el cementerio de Los Bancos y escogió un recodo sombrío bajo unos guásimos, justo por donde se divisaba un claro de sabana que se perdía en la lejanía. Ahí estu-vo por un momento aspirando el misterioso aroma de aquella intemperie, matizado de jazmines y mastrantos. Eligió el sitio exacto y dejó una marca sobre la tierra umbría. Posteriormente contrató a unos hombres del oficio para llevar a cabo aquel proyecto íntimo y laborioso. Entonces se apostó no muy lejos, desde la sombra, sentado en una silla, para vigilar el trabajo. Fue una asidua comparecencia, metódica y exigente, tanto que alguna vez

le dijo a uno de los obreros, con voz de mando: “Mira, esos ladrillos, ahí, están torcíos, ¿acaso que eso va a sé pa ti?”.

LA PELOTA DE PLAYAAntúnez llegaba todas las noches borracho, pero con esa especie de

borrachera que preserva inexplicablemente la sobriedad y el equilibrio, una forma de sonambulismo que apenas se insinúa en el brillo vidrioso de los ojos y en la persistencia de una sonrisa impersonal sin motivaciones y sin causas. Una noche llegó con una pelota inflable de playa, de colores muy vivos, para Morelita, la niñita mimada de los residentes. Antúnez compró seguramente la pelota desinflada y luego de caminar muchas cuadras in-flándola, llegó a la residencia. Alguien, que le tenía ojeriza, agarró la pelo-ta, le quitó el taponcito y comenzó a sacarle el aire. El tufo de aguardiente concentrado inundó la sala en un incendio, pero la cosa no se quedó ahí solamente, pues el ocioso, entre las risas y las burlas, prendió un yesquero y se lo puso en la espita a la pelota. Entre los comentarios y los chistes, se desbordó la hilaridad de los inquilinos. El globo flácido y triste de la mu-chachita se había convertido asombrosamente en un lanzallamas.

LA CÉDULA“Mire, Mayor, esta cédula está vencía”, le dijo el guardia al viejo que

venía en el carrito por puesto.“No, chico, vencío toy yo –le dijo el viejo– esa cédula es nuevecita”.

EL VENERABLESe cuenta como de entre las mismas raíces de la ignorancia, de la feraz

historia de la penumbra humana, de un médico ruso que anduvo amputando y cociendo rotos en la guerra de Crimea. Que había alcanzado tal notorie-dad de sabio, de curador de todo, tal un mismo Dios, que los hombres en sus manos dejaban de temer la muerte por atroces que fueran sus estragos. El caso que lo pontifica es aquel en el que le trajeron un hombre sin cabeza en una carreta unos campesinos. El venerable les preguntó por la cabeza, en otros intereses. Ellos le dijeron, con grande paciencia, considerando en poco la falta, que venía detrás, no lejos, en otra carreta de posta.

FUENTEOVEJUNA O EL LIMÓNLos limoneros vivían en el infierno.El cacique del pueblo ya sobrepasaba los límites del escarnio. Un don

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Corleone rural, con todos los derechos divinos y humanos multiplicados por el oprobio. Intimidación, sicariato, ventajas innobles, derecho de perna-da y hasta lo indecible. Pero la gente andaba en sus entrañables designios, en la efervescencia de su sangre, en lo imprevisible. El hombre lo temía y estaba en la pista de una conspiración visceral e inocultable. Preparó un plan de espectacular alevosía. Se hizo el muerto con todos los pormenores del ritual. Velorio pomposo y multitudinario, con plañideras escandalosas y con liturgia de alquiler. Se atrincheró en el lecho de muerte y desde el ataúd oía las voces de los enemigos, los planes ocultos para eliminarlo, per-cibía el odio en las voces ebrias, en la risa de los que en voz baja celebraban el mortuorio, el justo fin; sentía la indolencia de los que lo maldecían ahí, en la boca de la urna, los aliviados por la muerte infalible, los agradecidos ante el dios justiciero. Pero todo estaba preparado por la intimidad de aquel imperio. El hombre debía bajar al sepulcro y desde ahí se iba a levantar, con sus señalamientos y con sus reclamos sangrientos, contra fulano y fulano y fulano, contra los sediciosos descubiertos con nombre y apellido. Así fue, se levantó el hombre de la tumba y a grito partido incriminó, acusó y denostó a este y a aquel y a aquel. Pero la multitud se hizo una turba incon-tenible, se amotinó. “Usté está muerto –le dijeron– usté está muerto”, y se encendieron todos los rencores y se abalanzaron sobre él y lo sometieron, y le repitieron: “Usté está muerto”, y lo enterraron vivo.

ME.LLAMO.BARRO.AUNQUE.MIGUEL.ME.LLAME

Miguel Hernández (España, 1910-1942)

Me llamo barro aunque Miguel me llame.Barro es mi profesión y mi destinoque mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.Soy una lengua dulcemente infamea los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbechoque quisiera ser criatura idolatrada,embisto a tus zapatos y a sus alrededores,y hecho de alfombras y de besos hechotu talón que me injuria beso y siembro flores.

Coloco relicarios de mi especiea tu talón mordiente, a tu pisaday siempre a tu pisada me adelantopara que tu impasible pie desprecietodo el amor que hacia tu pie levanto.

Más mojado que el rostro de mi llanto,cuando el vidrio lanar del hielo bala,cuando el invierno tu ventana cierrabajo a tus pies un gavilán de ala,de ala manchada y corazón de tierra.Bajo a tus pies un ramo derretido de humilde miel pataleada y sola,un despreciado corazón caídoen forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,barro en vano vertiendo voy mis brazos,barro en vano te muerdo los talones,dándote a malheridos aletazossapos como convulsos corazones.

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Sentado sobre los muertosque se han callado en dos meses,beso zapatos vacíosy empuño rabiosamentela mano del corazóny el alma que lo mantiene.

Que mi voz suba a los montesbaje a la tierra y truene,eso pide mi gargantadesde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,pueblo de mi misma leche,árbol que con tus raícesencarcelado me tienes,que aquí estoy yo para amartey estoy para defendertecon la sangre y con la bocacomo dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,si yo he nacido de un vientredesdichado y con pobreza,no fue sino para hacermeruiseñor de las desdichas,eco de la mala suerte,y cantar y repetira quien escucharme debecuanto a penas, cuanto a pobres,cuanto a tierra se refiere.

Apenas si me pisas, si me ponesla imagen de tu huella sobre encima,se despedaza y rompe la armadurade arrope bipartido que me ciñe la bocaen carne viva y pura,pidiéndote a pedazos que la oprimasiempre tu pie de liebre libre y loca.

Su taciturna nata se arracima,los sollozos agitan su arboledade lana cerebral bajo tu paso.Y pasas, y se queda incendiando su cera de invierno ante el ocaso,mártir, alhaja y pasto de la rueda.

Harto de someterse a los puñalescirculantes del carro y la pezuña,teme del barro un parto de animalesde corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,y suba y cubra tierna,tierna y celosamentetu tobillo de junco, mi tormento,teme que inunde el nardo de tu piernay crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanadodel blando territorio del inviernoy estalle y truene y caiga diluviadosobre tu sangre duramente tierno.

Teme un salto de ofendida espumay teme un amoroso cataclismo.

Antes que la sequía lo consumael barro ha de volverte de lo mismo.

(El rayo que no cesa, 1934-1935)

SENTADO.SOBRE.LOS.MUERTOS

Miguel Hernández

Ayer amaneció el pueblodesnudo y sin qué ponerse,hambriento y sin qué comer,y el día de hoy amanecejustamente aborrascadoy sangriento justamente.En sus manos los fusilesleones quieren volversepara acabar con las fierasque lo han sido tantas veces.

Aunque te falten las armas,pueblo de cien mil poderes,no desfallezcan tus huesos,castiga a quien te malhieremientras que te queden puños,uñas, saliva, y te quedencorazón, entrañas, tripas,cosas de varón y dientes.Bravo como el viento bravo,leve como el viento leve,asesina al que asesina,aborrece al que aborrecela paz de tu corazón

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y el vientre de tus mujeres.No te hieran por la espalda,vive cara a cara y muerecon el pecho ante las balas,ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,pueblo de mí, por tus héroes:tus ansias como las mías,tus desventuras que tienendel mismo metal el llanto,las penas del mismo temple,y de la misma maderatu pensamiento y mi frente,tu corazón y mi sangre,tu dolor y mis laureles.Antemuro de la nadaesta vida me parece.

Aquí estoy para vivirmientras el alma me suene,y aquí estoy para morir,cuando la hora me llegue,en los veneros del pueblodesde ahora y desde siempre.Varios tragos es la viday un solo trago es la muerte.

En 2010 se cumplen cien años del nacimiento del poeta español Miguel Hernández, autor de una intensa obra en la que destacan sus libros: Imagen de tu huella, El silbo vulnerado, El rayo que no cesa, Otros poemas, Viento de pueblo, El hombre acecha, y Cancionero y romancero de au-sencia, escritos entre sus veinticua-tro y treinta y dos años en los que la plenitud vital revela al unísono y de manera extraordinaria, la madurez creadora y el logro expresivo que al-canzó su poesía (Antes había publi-cado Perito en lunas, Otros poemas y Poemas de adolescencia).

A pesar del humano dolor, la guerra, la cárcel, la muerte de lo más que-rido; pese a la caída de la Republica por el fascismo, a la propia enfermedad y a su fallecimiento a consecuencia de la dura cárcel franquista, Miguel Hernández es un poeta en toda la extensión de la palabra; innumerables ediciones de sus poemas se suceden año tras año y si de verdad lo precede una leyenda, sus textos más allá del momento en que fueron escritos cobran significación y se vinculan invariablemente a las corrientes más renova-doras de la poesía y de la lengua, ganando lectores admirados a través del tiempo.

Miguel Hernández nació en Orihuela en 1910, de origen campesino fue ovejero y no tuvo estudios formales, fue sin embargo un gran lector y un precoz y talentoso poeta de personalidad propia y enorme inteligencia crea-tiva. De la indagación que se hace de su obra podemos inferir que conoció a profundidad su propia tradición literaria, el siglo de oro, Bécquer, así como a la poesía de sus contemporáneos.

Tiene por cierto, un largo poema escrito en 1933, La morada amarilla, dedicado a la filósofa coetánea María Zambrano, dato para poner en duda el otro infundio de su ingenuidad. Pablo Neruda dice en “Confieso que he

Centenario.del.nacimiento.de.Miguel.Hernández:.Imagen de su huella.

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vivido” que Hernández es el poeta de personalidad más impactante que ja-más conoció. A la formación literaria innegable que poseía debe sumársele su clara convicción política antagónica a los conservadurismos que lo llevó a cerrar filas de manera radical a favor de la causa republicana.

La apuesta crítica de una antología poética, que en el mejor de los casos significa una revisión de la obra de un poeta en su contexto y circunstan-cias, está dirigida, sin embargo, mucho más hacia el presente y el futuro, que sobre ese pasado sobre el cual, de manera ineludible, hace referencia el criterio seleccionador. Leer al poeta en su tiempo es reconocer también, los signos del momento de esa escritura y sus circunstancias, para colocar su voz en la sensibilidad de la época en la que su obra toma una dimensión absolutamente real y contemporánea, admitiendo sin reparos la ineludible lectura de la decantación.

De la obra poética de Miguel Hernández se pueden realizar –como de hecho se publica con regularidad– diversas antologías. Imagen de su hue-lla, que se edita gracias al fervor que suscitan la personalidad e historia de su autor y la excelencia de sus poemas, de tener alguna pretensión es la de ser una prueba más de ese fervor y nunca menos que eso. El título de la muestra alude inequívocamente a “Imagen de tu huella”, un poemario del poeta fechado en 1934 cuando contaba 24 años, que, a nuestra manera de ver, inicia la ruptura y eclosión poética posterior del maduro creador falle-cido diez años más tarde.

Es a partir de ese momento cuando notamos la fase de madurez creativa que mantiene el poeta hasta su temprana muerte y es a ese período al que pertenece la breve selección que ahora presentamos. Su obra poética de gran significación y belleza es un logro inusitado del talento y de la vo-luntad creadora en medio de las circunstancias terribles de la guerra civil española. El fusilamiento en Granada de Federico García Lorca y la ulterior muerte en la cárcel del mismo Hernández, ofrecen una perspectiva tremen-da del horror de la guerra y sus consecuencias y de las que, obviamente, no quisiéramos recordar más, pero sí decir que desde el lugar más lóbrego a donde la conduce la estulticia, la voz de la poesía se levanta una vez más viva y señera frente a ese mismo pavor, frente la insensatez, la cobardía, la indiferencia, frente al caos y la entropía de la sociedades.

Muchos de quienes en Venezuela de la década del sesenta leyeron a Hernández y lo corearon luego con Joan Manuel Serrat en los setenta, pue-den sentirle nuevamente hoy en un recorrido similar por la geografía lírica de la lengua y el llamado épico de los pueblos en sus grandes luchas por su liberación. Igualmente, quienes en su juventud se hicieron lectores de

Miguel Hernández, regresan una y otra vez a su poesía, que como su autor, es el “rayo que no cesa” en el horizonte de la esperanza y la humana lucha por alcanzar, tal vez, lo inalcanzable. Esta antología mínima de la poesía de Miguel Hernández está dirigida en principio a un lector joven pero también a ese lector maduro que ha ido macerando entre dichas y congojas la loza-nía inexpugnable de su propia juventud interior.

Leer a Miguel Hernández por primera vez, puede ser la puerta de entra-da a la portentosa tradición del Siglo de Oro español que como a nosotros le antecedía en centurias; puede significar, igualmente, la comprensión de ese afán irrenunciable y eterno del hombre a favor del hombre, que es por una parte, aún cuando tantos lo nieguen, la médula de lo que constituye humanidad y por la otra, la manifestación mayor de la época moderna.

Miguel Hernández murió en Alicante en 1942 luego de duras prisiones que le robaron la salud en plena juventud, prisiones que, sin embargo, no lograron impedir que escribiera en ellas significativa parte de su obra más elevada. Él no pudo sobrevivir físicamente a las secuelas de la Guerra Civil (Julio 1936-Abril 1939), pero su legado literario profundo y humano, en cambio, no sólo mantiene el entusiasmo que tuvo en su momento, sino que ha ido encarnándose en la tradición misma de la lengua y es aliento vivo para las mejores causas a favor de la liberación política de los pueblos en contra de las pretensiones hegemónicas de los fascismos de cualquier especie. Frecuentemente editada en su lengua y traducida a otras, la obra de Miguel Hernández, por su belleza y autenticidad, expresa el luminoso y trágico signo de la poesía de mayor acento popular escrita en España en la pasada centuria.

FuenteMiguel Hernández. Poemas. Ministerio de Poder Popular para la Cultura. Serie Poetas del Mundo. Selección y prólogo de Luis Alberto Angulo. Caracas, 2005.

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La Palma CaraboboEste es un espécimen vegetal que tiene asignado el nombre científico

de “Carludovica palmata”, que se ha hecho conocido porque esta planta suministra una fibra fina, flexible y resistente; con la cual en la ciudad ecuatoriana de Jipajapa, elaboran una célebre prenda de vestir, de fama mundial, que llaman sombrero Jipijapa, Panamá o Pajilla. La Carludovica no es considerada una palma porque no tiene tronco; pertenece a la familia de las ciclantáceas, que son hierbas con aspecto de palmas (seudopalmas), por eso Ecuador la llaman Paja Toquilla, en Colombia Iraca; otro Bombo-naje, Bombonassa, Atadero y Palma Panamá.

Según el libro Historia del Estado Carabobo, de Ediciones de la Presi-dencia de la República, Caracas / 1981, “Uno de los botánicos que vinieron de Europa (Karl Ferdinand Appun, 1849) a estudiar las plantas y animales de nuestra América, al describir la vegetación que abundaba en la selva húmeda de los trayectos que recorrió para pasar de Puerto Cabello a Valen-cia, dice que vio entre otras planta, “el bajo matorral del Carabobo de hojas de palmeras”. Esta planta o palmera, que los indios llamaban “Carabobo”, ha sido clasificada por diversos botánicos e instituciones científicas con el nombre de “Carludovica palmata”, agrupándola en la familia de las Ciclan-táceas.” Pero la obra científica de este naturalista no se perdió, está consi-derada y estudiada en los tres censos e inventarios botánicos que tenemos.

Con el primer padrón botánico realizado por Knuth (1926-1928), Henri Pittier realiza el segundo padrón botánico (1945), y en su libro “Plantas Usuales de Venezuela”, refiriéndose a Appun, dice así: “Estuvo diez años (1849-1859) en este país. Aunque era interesado en la fauna, le debemos pequeñas colecciones de plantas que contienen varias especies nuevas o interesantes”. Prosigue Pittier, más adelante en el mismo libro, la Carludo-

NOTAS.EN.TORNO.A.LA.VOZ.CARABOBO

Elio Araujo H.

vica palmata “no consta que exista en Venezuela en estado silvestre”. Esto quiere decir que en las herborizaciones de Appun, no tenía dicha planta porque no la vio; y en consecuencia lo de la Palma Carabobo, no tiene fundamento.

El tercer padrón botánico (2008) lo realiza la Fundación Instituto Bo-tánico de Venezuela, “Dr. Tobías Lasser”, (UCV); y este inventario es re-copilado en el “Nuevo Catálogo de la Flora Vascular de Venezuela”, y en este libro está la obra botánica de K. F. Appun, dice así, “En 1849 llegó a Venezuela el naturalista Karl Ferdinand Appun, por insinuación y reco-mendaciones de Humboldt, y con el apoyo financiero del rey de Prusia, y…”. Más adelante, en este mismo texto, cuando le toca a la Carludovica palmata, ratifica que no se da en Carabobo.

Por supuesto cuando llegó K. F. Appun, la Carludovica palmata tenía 51 años de haber sido descubierta científicamente y clasificada; porque fue herborizada en 1798, y debe su nombre a los reyes de España Carlos IV y su esposa Ludovia. Aquí no se discute su herborización, el dilema es que K. F. Appun, no la vio aquí, porque de lo contrario, la hubiera inventariado.

Otros han tratado de apoderarse de esta planta, por diversas razones y dado que fue en el Canal de Panamá donde empezó a comercializarse y a difundirse el prestigio del sombrero Jipijapa, cuyo precio llegó a costar mil dólares (1.000 $); lo pasaron a llamar sombrero Panamá y de ahí pasaron a llamar la planta con el nombre vulgar de Palma Panamá. Frase ingenua del pueblo, porque a nivel botánico se sabe que Panamá es la voz indígena con la cual llaman al árbol, cuyo nombre científico es Sterculia carthagenensis, y que en nuestro medio es el conocidísimo Camoruco o Sunsún.

Todo indica que estamos en presencia de un error histórico, porque no hay botánico (ni ha habido) que sostenga que esta hierba se dé (o se haya dado) en el Estado Carabobo o sus colindantes. Jesús Hoyos, en su obra “Plantas Tropicales Ornamentales de Tallo Herbáceo”, dice “originaria de Perú, Colombia y Ecuador. Lisandro Alvarado la refiere a Ecuador y Pa-namá. Alfredo Jahn la detectó en la Sierra de Perijá, en Zulia límite con Colombia; zona alta, montañosa y fría”.

Razón que se le concede al recordado Cronista Oficial de la Ciudad de Valencia, Don Alfonso Marín (trujillano de nacimiento), cuando le pregun-taban por la Palma Carabobo, decía “eso no se da aquí”.

La Voz Carabobo Según el libro Historia del Estado Carabobo de Torcuato Manzo Núñez

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(Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas / 1982), Carabobo es una voz indígena, que significa: “Palma de las regiones donde abunda el agua”. (p-17). Esto lo extrae el autor de Karl Ferdinand Appun (1849), que en su libro “En los trópicos”, pág. 74, dice que vio en el trayecto de Puerto Cabello a Valencia, entre otras plantas, “el bajo matorral del Carabobo de hojas de palmeras”. (pp. 18, 19). Pero desde el punto botánico, a esto se le puede dar otra interpretación. El bajo matorral es el monte bajo; es el soto, es el sotobosque. Por lo tanto, se refiere a la vegetación baja que tiene ho-jas de palmeras que están al pie de un gran árbol, al cual los indios llaman Carabobo.

Esto es un Bioma, una unidad ecológica de dos plantas, una vegetación baja de hojas de palmeras y otra vegetación alta que tiene que ser un árbol; porque palma, palmera o seudopalma, no es, como señala erróneamente el autor del libro de Historia a la Carludovica palmata; la cual todos los botá-nicos sin excepción coinciden que nunca se dio, ni se da en Carabobo. Con el agravante de considerar el Bioma de una sola planta, y en la p. 19 dice textualmente en singular: “Esta planta o palmera que los indios llamaban Carabobo”.

Ahora la pregunta es por qué los botánicos, que recogieron la obra de K. F. Appun, no anotaron, por lo menos textualmente, la voz indígena Cara-bobo, que está en su libro “En los trópicos”, que está en idioma castellano; pero en su versión original “Unter den Tropen” está en alemán, que es la lengua madre del prusiano K. F. Appun. Esta voz indígena pasó de la versión aborigen al alemán, luego al castellano; y por último, los botánicos que acopiaron la obra de K. F. Appun excluyeron dicha voz; por lo menos textualmente. ¿Qué razones habrán tenido? ¿Acaso existió un árbol cuyo nombre indígena fue Carabobo? ¿Por qué los botánicos de esa época, no transcribieron textualmente esa voz?

Ante esas circunstancias, lo que queda es ubicar un árbol que reúna los siguientes requisitos: Que el árbol se dé en la sabana de Carabobo y en el tramo Puerto Cabello-Valencia, por donde pasó K. F. Appun. Que el nom-bre indígena del árbol sea Carabobo (que no existe) o algo parecido. Que el nombre del árbol esté ligado a la toponimia, es decir a los nombres de los caseríos o vecindarios de la sabana de Carabobo.

Considerando los nombres de los caseríos antiguos de la sabana de Ca-rabobo: Las Manzanas, Algarrobal, Carabobal, la Pica de la Mona y otros; cuyo nombre son producto de la segunda Batalla de Carabobo, como son los Barrios Valencey y Barrera. Las Manzanas es el sector central y princi-pal de la sabana, y debe su nombre a un arbusto que produce una exquisita

fruta llamada Manzana de Corona (Bellucia grossularioides); por cierto en extinción. La Pica de la Mona es una antigua trocha que va desde La Mona, en la vía hacia Bejuma; y costeando el río Chirgua, conduce a Tinaquillo.

Algarrobal es un caserío que, como indica su nombre, significa sitio donde abunda el árbol Algarrobo (Hymenea courbaril); cuyo nombre indí-gena (aceptado por todos los botánicos) es Corobore. Caraboral es el sector donde está ubicado el naciente del río Tinaquillo; según el libro de Historia del Estado Carabobo, p. 17, “Es uno de los vecindarios o pueblos, con nombres de plantas o sus derivados”. Aquí por supuesto, como es normal, prolifera el Algarrobo. Ahora la pregunta es: ¿De qué planta proviene la voz Carabobal? ¿Será que deriva de la voz autóctona Coroborel, que viene a significar, Algarrobal? Ahora, Carabobo y Carabobal son similares. ¿Será que por deformación ortográfica, provienen de la misma voz indígena Co-robore como raíz común? ¿Qué sabio lingüista o historiador nos aclara esta duda? El matemático, autor de este trabajo, piensa que a lo mejor está equi-vocado; pero esto hay que debatirlo.

El Algarrobo es un árbol autóctono, de gran tamaño (hasta 30 m.), de crecimiento lento y raíces profundas; característico de los bosques claros que acompañan las sabanas llaneras; y de la vegetación sub-xerofítica de las regiones secas y cálidas del país. Además, de que la pulpa de la Al-garroba es un gran alimento, asombrosamente, todo el resto del árbol era aprovechable y tiene diversas aplicaciones en la medicina popular, en cons-trucciones de madera; en perfumes, la semilla la queman como sustituto del incienso. Extraían una resina que usaban como combustible y para alum-brado de viviendas; disuelta en aceite la usaban como barniz. Esta resina la comercializaban con el nombre de “copal americano”, “resina copal” o “resina de courbaril”; principalmente se usaba para la fabricación de bar-nices y charoles.

Por cierto, cerca de Carabobal, hay un caserío llamado El Barniz. ¿Ca-sualidad? ¿Será que debe su nombre a que aquí acopiaban y procesaban la resina del Algarrobo? Para recoger o cosechar esta resina, dice H. Pittier “No se extrae directamente de los árboles, sino que se encuentra en el suelo, al pie de los troncos secos, o en sitios donde hayan existidos tales árboles, en pedazos que alcanzan a veces, un peso considerable”. Esta característica ha traído como consecuencia la debacle de este árbol; porque al derribarlo, aprovechaban su excelente madera para muebles finos, parquet para pisos, paneles decorativos y obras de ebanistería; y el tronco que quedaba con las raíces exuda la resina, hasta que terminaba de morir dicha planta. Este procedimiento tan antiecológico, ignorante y criminal produjo la merma en

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la población del Corobore y ha sido desplazado actualmente por el Mango (Mangífera índica) que, se presume, llegó a esta sabana a principio de la década de 1850; y que venía de las Antillas a donde llegó a Jamaica en 1782, proveniente de La India, según H. Pittier.

Todos los cronistas y botánicos refirieron a este benéfico espécimen vegetal. Gumilla hace una extensa, detallada y encantadora descripción en castellano antiguo, en su libro Historia del Orinoco. Lisandro Alvarado dice: Los Caribes lo llaman “Shimíri”, los Areconas “Tsimeri” y los Galibí “Kurbaril”. H. Pittier dice: En la Guayana Francesa “Coubaril”, en Falcón y Centro América “Guanipol”, y en Brasil “Jutahy”.

Si el Tacariguo o Balso (Ochroma Lagopus), por tres aplicaciones pro-vechosas ocupó un lugar importante en la cosmogonía indígena, por lo cual dio su nombre a la mitad del Lago de Valencia –la otra mitad, la de Ma-racay, los indígenas la llamaron Mataguaro, crenicichla geayi, que es un pececillo (L. Alvarado, Tomo I, p. 273)–, entonces el algarrobo, como con diez o más usos benéficos, por sentido de proporción, no tiene nada de raro que le asignen su nombre a un lugar donde abunde; como en efecto lo hi-cieron en la sabana de Carabobo, como justo premio a este árbol totémico de la América Tropical.

JUAN CALZADILLA, CAMARADA DEL AMANECER

Calzadilla Juan: Nieve de los trópicos / Sobrantes. IARTES, Caracas, 2009, 119 páginas.

Calzadilla Juan, Ortega Oropeza Israel y González Daniel: El Techo de la Ballena, Antología 1961-1969. Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2008, 384 páginas.

El perdedor es su universo / aunque desea ser feliz / y aun quien dice que está cuerdo / pongamos que hablo de Joaquín. L. E. Aute.

No me canso de decir que Juan Calzadilla es el poeta más joven del país. A sus setenta y ocho años, sigue obsequiándonos libros y dibujos asombrosos. Su actitud crítica y traviesa ante la vida persiste con terque-dad: Su propuesta plástica, Poética visiva y continua, vincula el dibujo y la poesía con absoluta impunidad; es caligrafía que recrea en el museo un maravilloso circo que complacería a Mateo Martán, atenuando así el dolor de su alma escindida y astillada. El poeta abre el cuerpo del poema para es-crutar las almas resbaladizas de los espectadores; dialogamos con nuestro amigo en el voyerismo de la ranura que nos invita a dar el gran salto. Los libros de Juan tienen un indudable carácter objetual, pues son tocables y nos tocan de la única manera posible, esto es por vía de la Poesía del Decir. Tomamos estos cuerpos escritos con una dosis de simpatía, complicidad y sumo placer: Agendario (1988) nos demuestra una vez más su visión cruda, irónica pero amorosa de la ciudad; el estrecho e inútil formato de la agenda se convierte en la cama sobre la cual se revuelcan cuerpos desnudos, bes-tias y versos insólitos. El discurso transgenérico no es pose intelectual ni diletante experimentalismo vacuo, sino la encarnación deliciosa del juego

CUATRO.COMENTARIOS.SOBRE.LIBROS

José Carlos De Nóbrega

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de la línea y la palabra: “En nuestra ciudad hay muchas variedades / de perros y una sola especie / de ciudadano: el perro”. Si bien un guariqueño, Enrique Mujica, nos enseñó a escuchar y saborear el habla llanera en tanto trapiche –almacén, inventario y alambique–, este muchacho de Altagracia de Orituco hace otro tanto en el abordaje lúdico y combativo de la ciudad: “como Jonás lleno de incertidumbre / moré en el vientre de la ciudad”. No hay una preocupación compulsiva por el estilo, pues las flores de papel de seda no son más que un triste remedo de la realidad circundante; se trata de decir las cosas con la propiedad y la soltura que necesita el coito de la voz poética con el mundo, no importa si el tenor es dramático o sardónico. Nos complacen hoy dos nuevas manifestaciones del espíritu juvenil e incansa-ble de Juan Calzadilla: Nieve de los Trópicos / Sobrantes y El Techo de la Ballena 1961 Antología 1969, de la cual es coautor y prologuista.

Nieve de los Trópicos / Sobrantes (2009) es un precioso libro-objeto editado por el Instituto de las Artes, de la Imagen y el Espacio. Su cuerpo contiene reflexiones sentidas y desenfadadas en torno a las artes plásticas y a la poesía, teniendo como telón de fondo más de veinte dibujos plenos de trazado mágico y juguetón. El texto en prosa mata la sed en el lamedero que integra diversos afluentes: la poesía, la filosofía, la crítica de arte, el aforismo comentado. Podría afirmarse que es un antimanual estético hecho a retazos, al igual que el disonante concierto de múltiples voces que estalla en nuestra cabeza, paseándose burlonas en la vigilia, la modorra y el sueño. Nos toca su fácil acceso e inmediatez, no en balde las numerosas sugeren-cias y lecturas que se derivan de este ready made o cadáver apetitoso: “Sin embargo, uno escribe para el que sabe tanto o más que uno, pero está obli-gado a hacerlo como si se dirigiera al que está apenas enterado”. Reivin-dica entonces la transparencia del acto escritural, pues la simplicidad de la forma es el mejor recipiente para la profundidad conceptual. En “Reverón” tenemos una aproximación al hombre y al personaje, exenta –eso sí– del discurso académico que encandila al ojo caníbal en la comilona del objeto artístico: “–Inventé un personaje que interiormente se identificaba con mi verdadero yo. Como no supe mantener la distancia entre mi persona real y el personaje inventado, terminé loco. Pues me tomé por aquel”. La con-versación es inevitable y significativa, pues responde Vicente Gerbasi con sapiencia y elegancia: “La playa es un cristal de mediodía / que anula los colores. / Solo en el fondo del espejo / se hunde el fantasma / de una acacia en flor. / Esta es la bahía / pintada en su casa de palmas. / Los ojos de sus muñecas / me miran como girasoles”. También ambos poetas se refieren a Manuel Cabré: Juan dice que “En sus mejores momentos el gran amor

continuaba siendo para este paisajista el cuadro, no el paisaje. Sería absur-do que como pintor hubiese amado a la naturaleza más que a la pintura”; en tanto que Vicente canta al cerro El Ávila, “La montaña / cambia / con la pesadumbre del mundo. / En la penumbra / se vuelve una violeta oscura. / Por la noche se alumbra con astros / y murciélagos”. Este pequeño libro es el ancla del diálogo intertextual y multidisciplinario que alimentó la obra de Leonardo Da Vinci y Michelle de Montaigne; el ejercicio del arte y la crítica que lo celebra, no separa en compartimientos estancos lo culto y lo popular. Por el contrario, este bello objeto –nevado y tropical– los abarca en un abrazo harto conciliatorio. Juan apuesta por la libertad artística en el combate a la subvención de proyectos egocéntricos y no personales que no involucran a nadie, así como también la privatización de los espacios cultu-rales para excluir de golpe y porrazo la participación del pueblo de a pie.

El Techo de la Ballena 1961 Antología 1969 (2008) es otro libro afec-tuoso que se nos antoja un álbum familiar que Monte Ávila Editores La-tinoamericana nos obsequia, cumplidos sus cuarenta años de edad. Juan Calzadilla es coautor, prologuista y acucioso anotador o recensionista de esta estupenda colección transgenérica. A pesar de que ha pasado más de cuatro décadas, El Techo de la Ballena mantiene vigente –en la memoria y la imaginación– sus atrevidas propuestas estéticas y políticas, sin importar la intermitencia de las modas artísticas ni el despropósito ontológico y ético de las patotas políticas. Es pertinente revisitar los manifiestos, los textos literarios y las exposiciones de arte de este irreverente cetáceo que en su momento sacudió al país nacional y escandalizó al país político (incluimos aquí a los aparatos ideológicos del estado con sus maestros idiotas, curas cabrones y periodistas tarifados). He aquí un ejemplo zahiriente: “Demos-trar que la Ballena, para vivir, no necesita saber de zoología, pues toda costilla tiene su riesgo, y ese riesgo, que todo acto creador incita, será la única aspiración de la Ballena. Percibimos, a riesgo de asfixia, cómo los museos, las academias y las instituciones de cultura nos roban el pobre ozono y nos entregan a cambio un aire enrarecido y putrefacto. La Ballena quiere restituir la atmósfera”. Se abandonan las asépticas instalaciones mu-seísticas, para exhibir las reses tasajeadas de un necrofílico Contramaestre y los tótems petroleros de Daniel González en los garajes que constituyeron las basílicas del rock y el arte contestatario. La obra individual y en colec-tivo de sus integrantes descansaba en el compromiso artístico y político sin medias tintas ni eufemismos: “Como los hombres que a esta hora se juegan a fusilazo limpio su destino en la Sierra, nosotros insistimos en ju-garnos nuestra existencia de escritores y artistas a coletazos y mordiscos”.

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Caupolicán Ovalles, Carlos Contramaestre, Edmundo Aray, Adriano Gon-zález León, Efraín Hurtado, Salvador Garmendia, Daniel González, Jaco-bo Borges, Dámaso Ogáz y, por supuesto, Juan Calzadilla son conspicuos cófrades de nuestro aprecio y respeto. Sin duda este libro, magníficamente diagramado y diseñado, se leerá con morbosidad y goce sensual; es una edición imprescindible y amable como las dos ediciones de Las Celestiales de Miguel Otero Silva, las cuales evidencian la hipocresía y la falsedad de políticos, obispos y palangristas hermanados en el desprecio del Otro, nuestro semejante, espejo único en el que nuestra humanidad se refleja en la transparencia y la solidaridad.

DE UN QUIJOTE DISLOCADOArgenis Salazar: Equijotaciones. Visión Libros, Madrid, 2009, 164

pp.Equijotaciones es el primer libro del también compositor Argenis Sa-

lazar. El texto constituye una deliciosa fusión de géneros literarios como el cuento, el ensayo y el aforismo, amén de vindicar una lectura lúdica y vivencial del Quijote de la Mancha. Por ejemplo, nos refiere indistintamen-te y con morboso placer –Serrat dixit– las rutas del Quijote, constituyendo la Cueva de Montesinos una perfecta máquina del tiempo que excede los siglos; o la ruta de Buñuel que implica la extraviada mitad anarquista de un decálogo posible: “Amar a Toledo sin reserva (…) Emborracharse por lo menos durante toda una noche (…) Vagar por las calles en busca de aventu-ras (…) No lavarse durante la permanencia en la ciudad santa (…) Beber al menos un Gin Tonic o un Dry Martini (preparados a la manera de Buñuel)”. Se nos antoja una poética y divertidísima bitácora de un sudaca en España, cuyo exilio o peripecia de a pie es una fiesta que echa de sí los arrebatos almibarados de la nostalgia, la prepotencia de los cronistas de indias (nos habla más bien un tío conejillo de indias que se desquita), o los lloriqueos provincianos, culturosos o universalistas que conducen a la misma comarca gris. Nos retrotrae los aforismos de Lichtenberg y Gracián, las greguerías de Gómez de la Serna y el Diccionario del Diablo y los relatos parricidas de Ambrose Bierce. Se le recomienda a los lectores vender cualquier prenda de vestir para adquirir este simpático libro: su lectura los conmoverá, los complacerá y los confrontará placenteramente al calentamiento global, el doble discurso de Obama o la impunidad de los banqueros y otros malan-drines de cuello blanco. Para obtener Equijotaciones, lo cual hará posible que este servidor cobre su comisión, pueden acceder al siguiente link:http://www.casadellibro.com/libroequijotaciones/1258009/2900001321383

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EL CICLO DE LA VIDA Y LA POESÍA DEL DECIRAdhely Rivero: La Vida Entera (The entire life). Dirección de Cultura

de la Universidad de Carabobo, Colección El Cuervo, Valencia, Venezue-la, 2009, 103 pp.

Se toparon los vaqueros / muertos de sol los caballos:/ ¡Hermano, ah tierra bien sola!/ ¡Ah vida bien dura, hermano! Alberto Arvelo Torrealba.

Adhely Rivero se ha preocupado por revisar y componer su obra poé-tica en la estructuración de un solo libro dividido en sucesivas entregas, integradas por el tono austero e inmediato de la Poesía del Decir. Acompa-ñamos a Enrique Mujica cuando refiere que la poesía de Rivero dice tanto sin apelar a artificios estilísticos ni a una musicalidad engorrosa e inútil: “Hallar y decir. Descubrir. Mostrar. Tal es el itinerario de esta escritura, de esta descarnada sociología de lo rural, de esta densa antropología del solitario”. La interiorización del paisaje no se regodea en el barroco trazo deslumbrante del llano, más bien se nos antoja despojada y minimalista, en pos de una revelación enmarcada en la cotidianidad del diálogo entre el entorno y su habitante asombrado y silencioso: “Una barcaza me recuerda la vaca / que se balancea sobre su ubre cada mañana”. Por supuesto, hay un ejercicio persistente de la memoria poética que involucra nostalgia y desarraigo: “En esta ciudad no hay caballos, ni vacas, ni toros. / Tendrá un río, una plaza, una gallera y un cine, / pero no es un pueblo”. Los poemas establecen un diálogo endógeno consigo mismos, de entrega en entrega, y exógeno con antecedentes tales como Alberto Arvelo Torrealba, Enriqueta Arvelo Larriva y Francisco Lazo Martí, sin caer en la glosa repetitiva y localista; por el contrario, hallamos una relación de continuidad respecto a poemas fundacionales que reconcilian la patria con la universalidad del discurso poético que reivindica la lengua y el habla de los hombres. El ars poética se desliza plácidamente sobre la veloz y necesaria cabalgadura, sin preceptivas esterilizantes que la detengan ni la perviertan: “La palabra que me enseña / a montar / corre apacible / Duro es el acto / de sostener la línea del cuerpo / en la pendiente del lomo”. La poesía decanta, entonces, las múltiples voces interiores en una escritura responsable, lúdica y macerada con terco denuedo. Nos complace esta reciente entrega de Adhely Rivero, una estupenda antología poética bilingüe que cuenta con la traducción al inglés de los poetas Esteban Moore y Sam Hamil. Los textos originales conviven naturalmente con las esclarecedoras versiones en la lengua anglo-sajona: Permanece el hermoso e inmediato tono conversacional de ambos casos, además de la profunda humanidad que ata la voz poética con el pai-saje. Por lo que más allá del despistado discurso de la arrogancia académi-

ca, no nos resulta absurdo vincular en el decir a William Carlos Williams con Adhely Rivero: la voz que se regodea en el robo y la deglución culposa de las ciruelas del Otro, se solidariza de guisa dinámica y dialógica con el hambre predatoria del gavilán que se abalanza lascivo sobre la belleza de las queridas. Revisemos, por ejemplo, el conmovedor y cómplice cierre del poema “Gavilán” en ambos vehículos de la poesía del decir: “Love has thunderclouds and Lightning. / Loving is the rain, / in which one gets wet and dries”; “El amor tiene relámpagos y centellas. / Amorosa es la lluvia, / uno se moja y se seca”. Destaca la transparencia de ambas versiones del poema, dada la solidez de las correspondencias de tono y fondo que las vin-culan y vindican. O qué nos resta decir y disfrutar de este delicioso puente, que toma como pretexto uno de los mejores textos poéticos de “Los Poemas de Arismendi”: “God is so small / in the solitude of a man / who whistles / with a dry mouth”; “Dios es tan ínfimo / en la soledad de un hombre / que silba / con la boca seca”. No en balde sus diferencias en el corte de algunos versos debido a la peculiaridad musical de cada lengua, los textos líricos pudieran ser cantados así nomás por Bob Dylan tocando las puertas del cie-lo o por Alí Primera Cunaviche Adentro. La experiencia poética se afinca a una tierra concreta que se nos escurre húmeda o reseca entre los dedos, sin embargo, Arismendi o Arizona trascienden lo local para establecerse en el imaginario poético universal. La traducción no es un ejercicio utópico que fracasa en versionar al Otro, por el contrario, construye un diálogo vivaz y sentido que nos aproxima al decir y a la cultura del Otro, completando el abigarrado mosaico de la humanidad revisitada y ennoblecida en la ple-nitud de su diversidad. Celebramos entonces la Colección El Cuervo, la cual nos ha obsequiado traducciones de poetas como Casimiro de Brito, Humberto Ak`abal, Sam Hamil, Francois Migeot, Michael Agustin, Sujata Bhatt, Tarek Eltayeb y Adhely Rivero.

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Gustavo Fernández Colón (Valen-cia, 1964). Profesor del Departamen-to de Lengua y Literatura (FACE), Universidad de Carabobo. Doctor en Ciencias Sociales Mención Estudios Culturales (UC), Magíster en Litera-tura Venezolana, Licenciado en Edu-cación. Premio para Autores Inéditos mención Ensayo de Crítica Literaria por su libro La corriente nocturna (Monte Ávila. Caracas, 2005). Men-ción publicación en el Concurso Internacional de Ensayo “Pensar a Contracorriente” por su obra: La Re-volución Venezolana. Una cartogra-fía del cambio político en la América latina y caribeña (La Habana, 006).

Esteban Emilio Mosonyi Szá-sz (Budapest, 1939). Antropólogo y Licenciado en Letras por la Univer-sidad Central de Venezuela (UCV). Humanista, lingüista, investigador, políglota y escritor venezolano na-cido en Hungría. Doctor en Cien-cias Sociales. Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela en donde ha enseñado durante casi cincuenta años. Premio Nacional de Humanidades (2000-2001). Autor de El indígena venezolano en pos de su liberación definitiva (UCV. Caracas, 1975). Coautor con el antropólogo Jorge Carlos Mosonyi S. (1947-2009), del Manual de Lenguas Indígenas (Fundación Bigott, Serie Orígenes. 2 Volúmenes. Caracas, 2000), obra mo-numental que pone de manifiesto el trabajo de preservación y defensa de

las lenguas indígenas de los hermanos Mosonyi Szász.

María del Carmen Suárez Luque (Charallave, 1977). Licenciada en Educación, mención Diseño y Ges-tión de Proyectos UCV. Docente de Sociología de la Educación en la Es-cuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela. Actualmente cursa la carrera de Antropología. Con-ceptualizadora principal de la expo-sición sobre Lenguas Indígenas de Venezuela del Museo de Ciencias (2005). Asistente de investigación en el proyecto de lenguas indígenas y vernáculas, auspiciado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Be-llo (2006). Autora de Revitalización lingüística del idioma añú (Tesis de licenciatura Mención Publicación). Coautora del libro Aprendamos nuestros idiomas (Editorial Planeta, 2007).

Gustavo Pereira (Isla de Margarita, 1940). Poeta, historiador, ensayista, editor. Doctorado en Historia por la Sorbona. Abogado por la Universidad Central de Venezuela. Premio Na-cional de Literatura de la República Bolivariana de Venezuela. Profesor Titular de la Universidad de Oriente. Fue director de la Revista Nacional de Cultura. Su obra poética comprende, entre otros títulos: Los tambores de la aurora (1961), Preparativos del via-je (1964), En plena estación (1966), Hasta reventar (1966), El interior de las sombras (1968), Los cuatro horizontes del cielo (1970), Poesía de qué (1971), Libro de los Somaris (1974), Segundo libro de los Somaris

FICHAS DE AUTORES (1979), Vivir contra morir (1988), El peor de los oficios (1990), La fiesta sigue (1992), Escrito Salvaje (1993), Antología poética (1994), Historias del Paraíso (1999), Dama de niebla (1999), Oficio de partir (1999); Cua-derno Terrestre (1999), Costado in-dio (2001), Poesía De Bolsillo (2002), Sentimentario (2004), Poesía Selecta (2004), Los Seres Invisibles (2006).José Manuel Briceño Guerrero (Palmarito, 1929). Poeta. Filólogo. Políglota. Narrador. Ensayista. Profe-sor de la Universidad de Los Andes. Conferencista internacional. Premio Nacional de Ensayo 1981. Premio Nacional de Literatura 1996. Nomi-nado al Premio Nobel de Literatura 2008. Es autor de: Dóulos Oukóon (1965), América Latina en el mundo, (1966), Triandáfila (1967), El origen del lenguaje (1970), La identificación americana con la Europa segunda (1977), Discurso Salvaje (1980), Eu-ropa y América en el pensar mantua-no (1981), Holadios (1984), Amor y terror de las palabras (1987), El pe-queño arquitecto del universo (1990), Anfisbenas. Culebra ciega (1992), L´enfance d´un magicien (1993), El laberinto de los tres minotauros (1994), Discours Sauvage (1994), Diario de Saorge (1996), Discours des Luminiéres (1997), Esa llanura temblorosa (1998), Matices de Matis-se (2000), Trece trozos y tres triste-zas (2001), El tesaracto y la tetractis (2002), Mi casa de los dioses (2003), Los recuerdos los sueños y la razón (2004), Para ti me cuento a China (2007).

Iraida Vargas Arenas (Maracay, 1942). Antropóloga egresada de la Universidad Central de Venezue-la en 1964 y Doctora en Historia de América, mención Cum Laude de la Universidad Complutense de Ma-drid, en 1976. Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Magíster en Historia (UCV). Premio Nacional de Cultura, renglón Huma-nidades (2008). Premio Municipal de Literatura en 1974 y Orden al Mérito Académico “Dr. José María Vargas”, de la UCV en 1993. Algunas de sus obras son: Historia, Identidad y Po-der; Arqueología, Ciencia y Socie-dad; Antiguas Formaciones y Modos de Producción en Venezuela; Histo-ria Científica y Cultural de la Huma-nidad; La Historia como futuro; El agua y el poder y La Huella asiática en el poblamiento de Venezuela.Juan Calzadilla (Altagracia de Ori-tuco, 1931). Poeta, artista plástico, crítico de arte y literario, ensayista, investigador, periodista. Estudios de letras y filosofía en el Instituto Peda-gógico y en la Universidad Central de Venezuela. En 1959 entró a trabajar en el Museo de Bellas Artes como guía y como director de la revista Vi-sual. En 1963 recogió en libros sus primeros sus primeros ensayos sobre pintores venezolanos, a lo que siguió su compilación El arte en Venezuela, publicada por el Círculo Musical de Caracas. Autor de la primera edición del Diccionario de artes plásticas en Venezuela, publicado por el INCIBA (1973). Se desempeñó como director del Museo Emilio Boggio, subdirector

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y asistente de la dirección de la Gale-ría de Arte Nacional. Coordinador y director de la revista Imagen. Ha sido jurado en varios concursos de plásti-ca nacional e internacional. En 1965 fue comisario del envío venezolano a la Bienal de Sao Paulo. Ha publicado extensa bibliografía tanto en materia literaria como en artes plásticas. Es uno de los más calificados críticos de arte en Venezuela con una gran tra-yectoria como investigador, ensayis-ta, y dibujante con un destacado reco-nocimiento internacional como poeta. Ha sido un consecuente colaborador de las revistas Poesía y Zona Tórrida de la UC.

José Antonio Abreu (Valera, 1939). Fundador la Orquesta Nacional Juve-nil de Venezuela Juan José Landaeta, más tarde, Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana. Dirige las obras más importantes de la música clásica y contemporánea, motoriza el desa-rrollo de la Fundación del Estado para las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Premio Nacional de Mú-sica en 1979. Ministro del Estado para la Cultura y Presidente del CONAC (1988 y 1994). Premio Internacional de la UNESCO (1993), Orden Fran-cisco de Miranda de la Presidencia de la República (2007), Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2008).

José Miguel Villarroel París (San Antonio de Maturín, 1928 - Valencia, 1995) Poeta. Periodista. Abogado egre-sado de la UC en donde se desempeñó como empleado de la Dirección de Cultura. Premio de poesía José Rafael Pocaterra (1960) y Premio Municipal

Alfredo Arvelo Larriva (Barinas). Su obra poética publicada comprende, entre otros: Cantos (1955), La orilla jubilosa (1958), El arquero de la nada (1969), Pájaros, pájaros (1972), Poe-mas (1972), Campos de fuego (1974), Kerigma (1974), Dos elegías (1975), De un pueblo y sus visiones (1979), y Cantos paganos (1979, inédito hasta ahora que se publica en el n° 42 de la revista Zona Tórrida).

José Solanes Vilapreño (España, 1909-Venezuela, 1991). Médico Psi-quiatra. Escritor. Investigador. Hu-manista. Exiliado político. Doctor en Letras por la Universidad de Toulo-use-Le Mirail. Doctor Honoris Causa en Medicina por la Universidad de Carabobo (1990). Profesor Titular de la Universidad de Carabobo en donde ejerció docencia entre 1959 y 1993. Ensayista. Articulista. Alguno de sus libros publicados son: Introducción a la psicología médica (UC. Valen-cia, 1967), Los nombres del destie-rro (Monte Ávila, Caracas, 1980), El campo de la psicología médica (Es-pasa. Caracas, 1980). Colaborador de la revista Zona Tórrida en todas las etapas de esta publicación. La revista le brinda un homenaje en el N° 35 de 2001 (P. 312).

Enriqueta Arvelo Larriva (Barini-tas, 1886-Caracas, 1962). Destaca-da poeta cuya obra ha ido cobrando mayor significación por la crítica literaria venezolana, en especial por los poetas de generaciones muy pos-teriores a la de ella. Entre sus libros están: Voz aislada (1939), El cristal nervioso (1941), Poemas de una pena

(1942), Canto del recuento (1949), Mandato del canto (1944-1948), Poe-mas (1961), Poemas perseverantes (1963). La Fundación para la cultura del estado Barinas publicó su Obra poética, compilación y estudio de Carmen Mannarino (1987).

José Carlos De Nóbrega (Caracas, 1964). Narrador, ensayista, traductor. Licenciado en Educación, Mención Lengua y Literatura, por la Univer-sidad de Carabobo. Maestría de Lite-ratura Latinoamericana (Universidad Pedagógica Experimental Liberta-dor). Ha publicado Sucre, una lectura posible (Universidad de Carabobo) y Textos de la Prisa (Gobernación del estado Carabobo) en 1996; Derivando a Valencia a la Deriva (El perro y la rana, 2007. Premio Nacional del Li-bro 2007) y Salmos Compulsivos por la Ciudad (El Perro y la Rana, Letra-lia, 2008). Redactor de Poesía y cola-borador de Tiempo Universitario.

Douglas Bohórquez (Maracaibo, 1951). Poeta, ensayista, investigador y crítico literario. Profesor titular de la Universidad de los Andes (Núcleo Trujillo). Licenciado en Letras por la Universidad del Zulia. Doctor en Li-teratura por la Universidad de París, bajo la dirección de Julia Kristeva. Premio de poesía Fernando Paz Casti-llo (CELARG, Caracas, 1985). Vagas especies (1986), Fabla de lo oscuro (1991), Árido esplendor (2001) y Calle de pez (2005) son sus libros de poesía. Ha publicado también, cuatro libros de ensayos sobre Guillermo Meneses, Enrique Bernardo Núñez, el modernis-mo y las vanguardias literarias.

Luis Ernesto Gómez (Maracay, 1977). Poeta y compositor. Licen-ciado en Computación por la Univer-sidad de Carabobo y licenciado en Música, Mención Composición, del Instituto Universitario de Estudios Musicales (Universidad de las Artes). El otro lado de la página (El perro y la rana, 2005) y Cuerpo de piéla-go (El pez soluble, 2006) son dos de sus poemarios publicados. Es Premio Municipal de Música, Mención Obra Sinfónica Breve (2003) y premio en el II Salón de Jóvenes Compositores (2005).

Enrique Mujica (San Juan de los Morros, 1945). Poeta. Ingeniero civil (UCV). Profesor Titular de la Uni-versidad de Carabobo. Ex vicerrector académico de la Universidad Rómulo Gallegos. Autor de más de una doce-na de libros entre poesía, novela y en-sayo, de los que cabe mencionar Obra poética 1970-2000 (UC 2001), Acen-to de cabalgadura (UC 1989), Fondo y espuma (Equinoccio USB, 1980), Antología poética (Monte Ávila. En imprenta) y Cartel de feria (El perro y la rana. En imprenta). Premios José Rafael Pocaterra (1978), Mariano Picón Salas (1997) y Orlando Araujo (2003). Fundador del Encuentro In-ternacional Poesía UC. Corredactor de la revista Poesía (UC). Coeditor de la revista Zona Tórrida (UC).

Manuel Pérez Vila (Gerona, 1922-Caracas, 1991). Historiador. Licen-ciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Burdeos y Profesor graduado en la Universidad de Tolo-sa. Llega a Venezuela en condición

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de exiliado político tras la guerra ci-vil de España hacia finales de 1948 para comenzar una actividad de in-vestigación, docencia y promoción cultural que lo convierten en pilar de la modernización de la historiografía nacional. Su aporte incluye: estudios, monografías, ensayos, biografía, obra bibliográfica y obra compilatoria como: Pensamiento Político Vene-zolano Del Siglo XIX. Textos para su Estudio (Coautoría con Pedro Grases. Caracas. Presidencia de la Republica, Ediciones Conmemorativas del Ses-quicentenario de la Independencia, 1960-1962, 15 Vols.).

Elio Araujo Henríquez (Valen-cia, 1945). Matemático. Maestría en Ciencias. Profesor Titular de la Uni-versidad de Carabobo (Facultad de Ingeniería. Departamento de Mate-mática).

Luis Alberto Angulo (Barinitas, 1950). Poeta, promotor, antólogo y editor literario. Redactor de la revista

Poesía. Cofundador del Encuentro In-ternacional Poesía UC. Premio Único del IV Concurso Internacional de la Revista Poesía (UC-CONAC, 1994) y de la Bienal Francisco Lazo Martí. Algunos de sus libros publicados son Viento barinés (UC, 1978), Fusión poética (UC, 2000), y La sombra de una mano (Monte Ávila, 2005).

Adhely Rivero (Arismendi, estado Barinas 1954). Poeta, editor y geren-te cultural. Licenciado en Educación (UC). Director de la revista Poesía (UC) y coeditor de la revista Zona Tórrida (UC). Autor de 15 poemas (1984), En sol de sed (1990), Los poe-mas de Arismendi (1996), Tierras de Gadín (1999), Los poemas del viejo (2002), Medio siglo, la vida entera (2005), La vida entera. The entire life (2009). Premios: Facultad de Educa-ción UC, Cecilio Zubillaga Pereda (Carora), Universidad Rómulo Galle-gos (San Juan de los Morros), XL Ani-versario Universidad de Carabobo.

Zona Tórrida N° 42, Revista de Cultura de la Universidad de Carabobo

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