Robsy Arturo - Como Ser Un Sinverguenza Con Las Señoras (seduccion)

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¿COMO SER UN SINVERG ¨ UENZA CON LAS SE ˜ NORAS? Versi´ on 1.1 9 de junio de 2002

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COMO SER UN SINVERGUENZA CON LAS SENORAS?Versi on 1.1 9 de junio de 2002

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Indice general 1. PRINCIPIO Y JUSTIFICACION 2. EL SINVERGUENZA EN LA HISTORIA. PRIMERA. QUE ES LA MUJER? 3. LECCION 3.1. PSICOLOG IA Y OROGRAF IA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA 4. LECCION TERCERA: EL METODO 5. LECCION PERFECTO CUARTA: EL SEGUNDO MEJOR METODO 6. LECCION QUINTA: EL METODO 7. LECCION DIRECTO SEXTA. EL METODO 8. LECCION MAS ANTIGUO: EL PALEOL ITICO SEPTIMA. 9. LECCION EL METODO MAS SEGURO: A LA GANDOLA OCTAVA: METODOS 10.LECCION EXTRANOS 10.1. EL METODO FELIPE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10.2. EL METODO ON IRICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10.3. EL METODO DE LAS ESQUELAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . NOVENA: UN POCO DE SERIEDAD 11.LECCION DECIMA. 12.LECCION HOLA Y ADIOS 13.ANEXO I: EL DESNUDO Y EL SINVERGUENZA 14.ANEXO II: FEMINISTAS Y POLITIZADAS 15.ANEXO III: PESE A TODO 5 9 15 16 23 31 39 43 51 57 65 65 66 69 73 79 83 89 95

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INDICE GENERAL

Cap tulo 1

PRINCIPIO Y JUSTIFICACIONEran las nueve y media de agosto o, para ser precisos, de una noche del mes de agosto. Felipe, Jorge y yo acab abamos de salir del gimnasio, de una sesi on de karate en la que el profesor nos hab a demostrado, de palabra y de obra, cu anto nos faltaba para llegar a maestros. Aceptablemente apaleados, decidimos llegar hasta una playa cercana a procurarnos cualquier anest esico en vaso para combatir los dolores f sicos y morales y, de paso, disfrutar del clima, de la ora y de la fauna. Yo era entonces -y a un se mantiene la circunstancia- el mayor de los tres y, por lo tanto, el experto. Adem as, despu es de hora y media de karate me sent a por encima de las pasiones humanas o, mejor dicho, por debajo de los m nimos exigibles para cualquier haza na. Nos est abamos en la barra, rodeados de cerveza casi por todas partes, cuando llegaron dos inglesitas, jovenc simas aunque perfectamente terminadas para la dura competencia de la especie. Felipe y Jorge sintieron pronto el magnetismo y, cuando vieron que ocupaban una mesa solas, saltaron hacia ellas entre c anticos de victoria y ruidos de la selva. Las muchachas, que sin duda hab an o do hablar de los latin lovers y otras especies en extinci on, les acogieron, se dejaron invitar y mantuvieron una penosa conversaci on chapurreada. A distancia, yo vigilaba la t ecnica de mis amigos. Bah! Todo se reduc a a de d onde eres?, cu ando has llegado?, qu e estudias? y te gusta Espa na? Se me escapaba c omo pensaban seducir a las chicas con semejante conversaci on. Gracias a la distancia -y, quiz a, a la cerveza que segu a rode andome observ e que las extranjeras estaban repletas hasta los bordes de los mismos pensamientos que mis amigos: cuatro personas, como aquel que dice, pero una sola idea: C omo hacer para tener una aventurita? Como yo, gracias al karate, hab a dejado atr as toda humana ambici on, conclu mis observaciones con una sonrisa de suciencia y me puse a pensar en algunos graves misterios de la vida. Por qu e, por ejemplo, las personas que quieren lo mismo, y lo saben, en lugar de manifestarlo a las claras, se ponen a hablar del tiempo? Un exceso de lecturas de Agatha Christie? Quince minutos despu es se me acerc o Felipe: hab a constatado -o lo que el hiciera creyendo que constataba- que las cosas no iban bien. Hab an pegado la hebra, pero m as all a no sab an ir. Felipe acud a por si yo, que era el mayor, ten a alguna sugerencia que mejorara la situaci on. -Mu erdele la oreja. -dije, cediendo a una inspiraci on transitoria. -A cu al? 5

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CAP ITULO 1. PRINCIPIO Y JUSTIFICACION -A la morena que no lleva pendientes, no sea que te partas un diente. Arriba, no; en el l obulo.

Sin embargo, mi ocasional alumno no estuvo a la altura. Avanz o varias veces hacia el objetivo. En una de ellas hasta abri o la boca, pero acababa siempre retir andose hasta sus posiciones anteriores. Estaba claro que le fallaba el valor. Diez minutos m as, durante los que Felipe sufri o bailando entre el s y el no, y se me acerc o: -No me sale. -gimi o. -Es bien f acil: pones la boca a la distancia oportuna y muerdes. Si el pelo te estorba la maniobra, lo apartas delicadamente con una mano. Felipe, a aquellas alturas, dudaba ya de mi capacidad como profesor. Dudaba mucho. -Es m as f acil decirlo que hacerlo. Aunque segu a por encima de las pasiones humanas, decid actuar para demostrar la verdad de mis tesis y para preservar mi fama de cualquier m acula. Hab a que descubrir a la humanidad que el camino para llegar a aquella inglesita morena pasaba por el mordisco en la oreja. -My friend Arthur. -dijo Felipe, mostr andome. Sonre a mi v ctima, me sent e a su lado y pregunt e si alguien quer a volver a beber: la cortes a me exig a no morder sin antes convidar. Despu es dirig mis ojos a los de la chica y puse la mirada m as ardiente que encontr e en el almac en. Luego, ante la expectaci on de mis amigos, pronuncie unas sentidas palabras: -Tienes el cuello muy bonito. -Gracias. Apart e el pelo que rodeaba su oreja derecha y, con una sonrisa de triunfo, se la mord . La muchacha, sorprendida o no, se estuvo quieta, sin alborotar. Volv a morder, aprovechando las facilidades y, para demostrar mi exito, repart unos cuantos besos aqu y all a. Mis amigos tomaron buena nota y, despu es de llevar a las chicas a sus casas y citarse con ellas, me expresaron su admiraci on: -Qu e t o! Lo que sabes. Y si de verdad s e algo?, me dije. No ser a una l astima que estos conocimientos se perdieran para las generaciones futuras? As es como naci o el proyecto de este libro de ense nanza y, como hombre agradecido, guardo un recuerdo para la oreja de una desconocida que jam as volv a ver. Cuando lleg o la hora de la siguiente cita, mis amigos partieron como un viento del norte: silbando. -No vienes? -Tres entre dos. -advert - Id vosotros. Por la ma nana supe que las cosas hab an ido relativamente bien y que, m as o menos, estaban emparejados para los pr oximos doce d as. -Fulanita -me dijo Felipe- no ha dejado de preguntar por ti. Fulanita es la de la oreja.

7 Y sigui o preguntando por m hasta que tom o el avi on para su Patria. Seguramente fui el primer hombre que le mordi o la oreja. Nunca se sabe qu e puede hacer mella en el esp ritu de una mujer pero, sin duda, los mordiscos en la oreja son una poderosa herramienta. NOTA BENE Cada maestrillo tiene su librillo y cada sinverg uenza su Enciclopedia Espasa. Aqu vamos a hablar de una clase de sinverg uenzas, los conquistadores con o sin exito, incluidos en el viejo arquetipo espa nol del Don Juan. No hablaremos de otros sinverg uenzas m as peligrosos, del ladr on al falsario, ni de los canallas que pegan a las mujeres o las explotan, ni de los locos que se dejan pegar por ellas, ni de la enorme variedad de depravados en cuya fabricaci on parece estar especializ andose nuestra codiciosa sociedad. Los sinverg uenzas objeto de este estudio, al lado de tantos otros, son unas almas de la caridad y, salvo en algunos aspectos, unos caballeros, amantes admiradores de la belleza y algo obsesivos cazadores de la mujer. Claro que la caza de la mujer s olo es el paso obligado para cumplir con el mandato b blico: creced y multiplicaos. Ah, la multiplicaci on! Una de las operaciones que m as tinta ha hecho correr y que m as ha entretenido al ser humano hasta el invento y difusi on de la televisi on. Millones de a nos despu es de descubrirse la multiplicaci on de la especie, sigue teniendo atractivo. Qui en no ha visto, en las proximidades de alguna playa mediterr anea, a una rubita conduciendo una vespa rosa y ha pensado Se nor, se nor? Pues el sinverg uenza del que tratamos es el que no piensa Se nor, se nor. El va y act ua.

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CAP ITULO 1. PRINCIPIO Y JUSTIFICACION

Cap tulo 2

EL SINVERGUENZA EN LA HISTORIA.Para que nadie sienta complejos, dado lo arduo de la empresa de ser un buen sinverg uenza, conviene dar un repaso r apido a la historia: alivia a la moral que titubea. Zeus era un sinverg uenza. No les digo m as. Con aquellos fant asticos poderes y una imaginaci on desbordada, tan pronto se hac a pasar por cisne como por toro o por lluvia, y hab a pocas mortales seguras cuando l rondaba por las cercan as. Un maestro. Con esto queda desmentido el viejo t opico sobre el ocio m as viejo del mundo: primero, el sinverg uenza; despu es, l ogicamente, la mujer enga nada que, por solidaridad, va reuni endose en casas a tal prop osito. Sin salir de la vieja Grecia, cuna de nuestra cultura occidental, pr actica y discutidora, los sinverg uenzas se nos presentan a cientos. Divinos, como Marte, Apolo y Pan. Heroicos, como Teseo, que enga n o miserablemente a Ariadna, o Jas on con su historia de Medea. El mismo Edipo nunca se qued o atr as. O sinverg uenzas simplemente humanos, como Alejandro, especialista en princesas. Quiz a el m as famoso de estos u ltimos fue Paris que, al raptar a Helena, hizo posible uno de los m as hermosos poemas epicos de la historia. Es probable que la gran abundancia de sinverg uenzas obligara a las mujeres a organizarse en corporaciones de amazonas que, de todos modos, no salvaron a Pentesilea de su cruel destino. Ulises, el m as sagaz de los griegos, tuvo sus aventurillas con Circe y con Nausikaa, y las hubiera tenido con las sirenas si su precavida tripulaci on no le hubiera atado convenientemente al m astil de su barco. Aquiles mismo, tan fuerte e invulnerable, tonte o con Briseida, aunque tambi en con Patroclo. El mundo antiguo parece haber sido un hervidero de sinverg uenzas, de Herodes a Ovidio, desterrado por golfo al Ponto; de C esar a Cal gula o de Marco Antonio a Tiberio. Petronio, gran cronista y sinverg uenza el mismo, nos habla del banquete de Trimalci on: pues Trimalci on, que era muy parecido a un personaje de nuestra jet-set, com a aparte. Cr eanme: una era. En la Edad Media el sinverg uenza se refugia en la nobleza y en los estudios, llegando incluso a la santidad, tal como le sucedi o a San Francisco de As s. Nos han quedado vestigios en verso de las haza nas de los goliardos, y no son de despreciar las barbaridades que cometi o Vill on, con envidiable despreocupaci on. Tambi en tenemos la constancia de c omo los nobles se las apa naron 9

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CAP ITULO 2. EL SINVERGUENZA EN LA HISTORIA.

para hacerse con el derecho de pernada, aunque para ejercitarlo no hac a falta m as talento que ser se nor de un buen pu nado de siervos y de siervas de la gleba. Nuestro Arcipreste de Hita, Ruiz, hac a de las suyas y lo pon a en verso para mejor conservarlo en la memoria: don Carnal y do na Cuaresma le apretaban. El mismo L opez de Ayala parece que no paraba de perseguir serranas aqu y acull a, aunque no despreciaba a las pastoras, a las que deleitaba con cult simos versos que deb an provocar no poco desconcierto entre aquellas analfabetas. El Renacimiento mismo alborea con obras como el Decamer on de Bocaccio y los Cuentos de Canterbury de Godofredo Chaucer, a trav es de los que se consigue una clar sima visi on de c omo se las apa naban los sinverg uenzas de aquellas sociedades art sticas pero poco tecnol ogicas. Para atenernos a Espa na, se puede o no llamar sinverg uenza a Don Rodrigo, Cava arriba, Cava abajo, hasta que provoc o la invasi on musulmana y se dio cuenta de que ya no pose a una villa que pudiera llamar suya? Cuentan que Felipe IV, para entretener la soledad del mando, abr a butrones en los muros de los conventos para capturar monjas de buen ver. Carlos I tuvo tres esposas, pero no s olo a ellas: era un hombre a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. Y Alfonso XII y sus salidas de tapadillo? Y la desmedida pasi on por las se noras que sent a el doctor Negr n? La lista ser a imposible: Hern an Cort es con La Malinche. Calixto con Melibea; los Amantes de Teruel, cada uno con el otro; Don Juan con Do na In es y otras muchas; el poeta Espronceda, con su Teresa portuguesa, parece que fue un rom antico con mucho exito. Y Godoy? Nuestra misma actualidad parece estar llena de personajes importantes que sinvergonzonean con mayor o menor fortuna, desde la empresa p ublica o desde la privada; desde la poltrona o desde la Costa del Sol. Por eso extra na, con tanto ejemplo real, que uno de los arquetipos espa noles se haya jado en un personaje de cci on: Don Juan Tenorio, tambi en llamado, algo antes, el Burlador de Sevilla. Cierto que Tenorio parece haber existido, pero su fama es pura cci on. No ser a que, m as que a la imagen del conquistador, nuestro arquetipo responde a la gura del que se imagina serlo y cuelga carteles con sus haza nas? Y, por otro lado, en una tierra a la que tantos acusan de ser famosa por su implacable represi on, c omo es posible que uno de los h eroes nacionales sea el don Juan, que poco reprimido ha estado en los u ltimos quinientos a nos? C omo es posible que una de nuestras obras cumbres del teatro renacentista y de toda nuestra literatura sea la vida y muerte de una alcahueta, la Celestina, y los desaforados amores de Calixto y Melibea, nada puros ni inhibidos, por cierto? En Espa na los sinverg uenzas con las se noras gozan de un extraordinario cartel, incluso entre ellas. Se les admira, y no en secreto sino a voces, desde los escenarios. Recuerden el prolongado exito de la obra de Alfonso Paso Ense nar a un sinverg uenza. Algo hay. Hasta los m as despiadados enemigos de Don Alfonso Guerra, despu es de propinarle una cr tica demoledora en su tertulia, vacilan un momento y le dan un punto positivo: S , pero hay que ver c omo se le dan las se noras. En cambio, en tierras tradicionalmente menos reprimidas, estas cosas pueden costar un ministerio o la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos o a la del Tribunal Supremo de la misma naci on. En otros lugares, m as inuidos por la moral calvinista que equipara la riqueza a la bendici on de Dios y por ella mide el exito humano del individuo, acumular dinero es garant a de una vida

11 feliz y admirable. Aqu , con raz on o sin ella, se admira m as al Don Juan que al Don Juan March, y el triunfo es m as hermoso y envidiable medido en se noras que en pesetas. Apl quese el lector porque ser un sinverg uenza ayuda a triunfar, siempre que uno no descienda a la categor a de canalla. Hay que tener estilo. Sobre todo, estilo. Un sinverg uenza que acepta de las se noras algo m as que su cuerpo, acaba recibiendo feos sobrenombres. Un amigo m o, un gran muchacho lleno de vida y de alegr a, despu es de muchos problemas con las chuletas, consigui o ser m edico ginec ologo. Salvo ocasionales correr as en los cotos de enfermeras, no se le pod a acusar de nada al pobre hombre. Al contrario: era un t mido que s olo reaccionaba cuando la mujer se le hab a insinuado diez o doce veces o se lo ped a a las claras. Medico a n de cuentas, pronto descubri o que con su sueldo de la Seguridad Social nunca ser a un ciudadano de importancia, y decidi o abrir una consulta particular. Al cabo de dos meses tuvo que enfrentarse a la cruda realidad: las se noras no acud an a la consulta y, la que iba, no volv a jam as. Parec an preferir a un m edico pr oximo a la jubilaci on, desatento siempre, que las trataba a gritos en muchas ocasiones. Adem as, semejante ciudadano no se hab a puesto al d a en su materia durante los u ltimos cuarenta a nos. Mi amigo, en cambio, estaba a la u ltima, le a revistas y dispon a, adem as, de una consulta con aire acondicionado. -Quiz a si me dejo la barba parezca m as respetable. Le mire, tratando de hacerme cargo de su problema. Ten a cara de buen chico, de esos que dan un rodeo para no pisar a una hormiga. -A lo mejor se han enterado de lo que me pas o con aquella enfermera. -murmur o- Siendo ginec ologo, estas cosas son muy delicadas. -No s e -confes o- Nunca me ha atendido un ginec ologo e ignoro lo que las pacientes esperan de el. Acud a una de mis m as antiguas amigas, a la que hab a tenido el placer de enga nar varias veces sin resabiarla, y le ped que fuera a la consulta a que le hicieran un buen reconocimiento. Luego me inform o: -Parece muy meticuloso. S olo te toca cuando es estrictamente necesario. Pero... El pero era lo que me interesaba: -No me gustan los m edicos que se ponen nerviosos cuando me ven desnuda. -Se pone nervioso? -Y colorado. Tiembla. Le tiemblan las manos, los ojos y la voz. Parece un gusano con problemas: no se atreve a mirarte de frente cuando est as sin ropa. -Y eso es malo? -Mal simo. No ten a m as remedio que conar en la palabra de mi amiga. Si las mujeres reaccionaban as ante la timidez de su m edico, el m o estaba perdido. Necesitaba una intensa campa na de imagen.. -Mal te veo. -le dije.- Eres demasiado correcto y educado y no miras de frente a tus enfermas. -Lo hago para no ponerlas nerviosas. Si t u estuvieras enfermo y desnudo en mitad de una habitaci on desconocida, te gustar a que una mujer te echara miradas descaradas?

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CAP ITULO 2. EL SINVERGUENZA EN LA HISTORIA.

-Ni descaradas ni de las otras. Eso no me lo dejo hacer. Ni siquiera le ense no la dentadura a la enfermera de mi dentista. Comprend a los reparos del m edico y comprend a los reparos de mi amiga. Est abamos frente a un caso de incompatibilidad moral, de manera que dediqu e al problema mis m as potentes pensamientos: -Vas a tener que dar un escandalazo. -dije al n. -Est as loco? Crees que un ginec ologo puede hacer esas cosas sin caer en la miseria? Qu e mujer ir a a mi consulta? -Qu e mujer va? Era un pobre antiguo y hab a que tener paciencia con el, pero, por m as que se lo explicaba, se negaba a entender que la sinvergonzoner a produce benecios en nuestra tierra. Buena imagen. -Ma nana, muy tranquilo, le metes mano a la primera enferma que te entre en la consulta. -Ni hablar. Yo no puedo hacer eso. -Con un poquito de co nac, s . Te va en ello el futuro. -Me dar a una bofetada. -A lo mejor. -Y, si est a casada -insisti o el, muy optimista-, vendr a su marido con una pistola. -Lo dudo mucho. Si tiene un marido capaz de agarrar una pistola, tambi en debe de ser capaz de darle una paliza a ella y, en ese caso, no se lo dir a. -Pero, el Colegio de M edicos... -Oye: si no se lo dice al marido, menos al colegio de m edicos. Lo que har a ser a cont arselo a sus amigas; a lo mejor presumiendo. Y eso es lo que queremos. -Lo queremos? -S . T u ma nana le metes mano a una. Que note bien que te recreas en la suerte, aunque no digas una palabra. Que no se pueda confundir sobre tus intenciones. Nada de toquecitos profesionales: al bulto. -Me morir e de verg uenza. -Bueno, pero despu es. Trabajaba por la ma nana en la Seguridad Social y, por la tarde, abr a la consulta. Cominos juntos o, mejor dicho, com yo preocup andome de que el se anegara en vino. Luego, las copas del caf e. -C omo va ese esp ritu? -Por debajo de la supercie desde hace rato. Creo que se me ha ahogado. Le ayud e a ponerse la bata y le empuj e a su despacho. La primera enferma, ni guapa ni fea, sali o media hora despu es, mostrando unos saludables colores. No p alida de ira. -Qu e? -le pregunt e. -Uf! Me miraba de un modo... -Qu e ha dicho? -Nada. Como si no lo notara. -Esto va bien. Mira: para asegurarnos, apl cale el mismo tratamiento a la segunda. En realidad, aquella tarde hab a bastantes clientes y mi amigo ginec ologo no dej o escapar a una sola sin su raci on. Iba cogi endole gusto. -No est a tan mal. Si ma nana no estoy detenido, quiz a abra un poco antes y... -Ni hablar: han sido ocho visitas. Tendr as que esperar al mes que viene.

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La voz se corri o. Y la voz dec a que mi amigo era un buen m edico, pero algo aprovechado. Desde entonces, su consulta empez o a prosperar y las enfermas, cuando le ve an enrojecer y temblar, lo achacaban a la dicultad para reprimir sus poderosos deseos. Hoy es un m edico de exito gracias a su falsa fama de sinverg uenza. Con este ejemplo se quiere indicar al aprendiz que los estudios que inicia en la p agina siguiente no son un lecho de rosas: es muy dif cil entender a las mujeres y, m as todav a, sacar partido de lo poco que los hombres hemos averiguado de ellas al cabo de diez mil a nos de observaciones entusiastas. Las siguientes lecciones dar an una orientaci on sobre los mejores m etodos para sinvergonzonear, pero, como se insistir a a lo largo del libro, todo es relativo con ellas. Todo menos una cosa: para ser un buen sinverg uenza hay que esforzar mucho el coraz on. Y no ser un don Juan. Nada de presumir. La clave est a en que sean ellas las que hablen de ti. Entre ellas.

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CAP ITULO 2. EL SINVERGUENZA EN LA HISTORIA.

Cap tulo 3

PRIMERA. QUE ES LECCION LA MUJER?Un poeta tendr a mucho qu e decir si se le diera la oportunidad con esta pregunta. Tambi en un toc ologo y, sin duda, muchos reci en casados se desatar an en c anticos, inspirados por la ceguera temporal de su situaci on. Pero para llegar a ser un sinverg uenza aceptable hay que rechazar los cantos de sirena y, siempre que la conguraci on psicol ogica lo permita, atenerse a la m as estricta realidad. Por ejemplo, a todos nos consta que las mujeres tienen alma, pero, qu e puede hacer un sinverg uenza con el alma de una mujer? Ponerla en una repisa y contemplarla? Tome nota el aprendiz: Eche un velo sobre el alma de la mujer. Una poderosa corriente de opini on insiste en la inteligencia de la mujer. Es temible. Cuando come una manzana -se nala la corriente- se las arregla para que alguien la coma con ella. Cuando decide que su marido se tire por la ventana, apunta el t opico, lo mejor es vivir en una planta baja. Pero, qu e puede hacer un sinverg uenza, aun uno modesto, con la inteligencia de una mujer? Pasarse la vida suministr andole libros que la alimenten? Emplearla como contable? Y eso no ser a una condenada forma de desaprovechar a la mujer en cuesti on? En otras palabras: el sinverg uenza, si tal es su capricho, puede reconocer el alma y la inteligencia de la mujer, especialmente para descubrirlas a tiempo y resguardarse. Pero el sinverg uenza debe abstenerse de ver a la mujer bajo ese aspecto y, como ya se ha dicho, debe limitarse a lo m as material de la persona: a cuanto se puede tocar o palpar. Digan lo que digan algunas feministas embravecidas, una mujer es un ser maravilloso que puede distinguirse por su rostro lampi no y suave, por sus cabellos largos, en muchos casos te nidos, por su cuello delgado sin nuez y, navegando de norte a sur ojo avizor, por un sinf n de detalles que, tras una severa inspecci on, no dejar an lugar a dudas. Para los m as distra dos, he aqu una regla de oro: es el ser m as parecido al hombre de los que se ven en la naturaleza. Anda erguido, aunque con una ondulaci on muy peculiar, y habla. Habla mucho y la opini on m as extendida es que lo hace para expresar pensamientos. Por lo dem as, Dios ha puesto en ella el don m as poderoso de la tierra: la belleza. Cierto que hay mujeres feas, pero nunca tanto como un hombre. 15

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PRIMERA. QUE ES LA MUJER? CAP ITULO 3. LECCION

3.1.

PSICOLOG IA Y OROGRAF IA

a) PSICOLOG IA Muchos varones dar an un brazo por desentra nar la psicolog a de la mujer; unos con nes estrictamente cient cos y otros, los m as, con intenciones l udicas. Ojo: l udico y l ubrico se parecen, pero no son lo mismo. Al aprendiz de sinverg uenza le conviene saber que cada mujer es distinta pero, en conjunto, son muy parecidas entre s . Su anatom a les impone unas pautas de conducta, y sus gl andulas, otras. Como todas tienen anatom a y gl andulas, de ah las semejanzas. Si uno persiste en ver a una mujer como a un individuo aislado, alguien llamado Mar a o Sandra, jam as entender a su alma. El aprendiz de sinverg uenza debe sacar factor com un y atender solamente a la psicolog a que todas comparten. Por ejemplo: Qu e es lo que hace que las mujeres lleven faldas? El convencimiento de que sus piernas son atractivas. Pero, entonces, qu e es lo que les induce a vestir pantalones? Lo mismo: el convencimiento de que sus muslos o sus caderas merecen especial atenci on. Ya tenemos uno de los rasgos caracter sticos de la psicolog a de la mujer: la intenci on, consciente o inconsciente, de captar la atenci on tanto de los hombres como de las otras mujeres. En otras palabras: la mujer lucha por diferenciarse como individuo, pero para diferenciarse, curiosamente, resalta lo com un a todas las mujeres: su especial estructura mortal. El futuro sinverg uenza no debe caer en esta trampa. Una mujer es siempre una mujer. No debe meterse en ning un otro vericueto psicoanal tico: a todos los efectos, s olo le interesa saber si s o si no. NOTA ERUDITA Si el sinverg uenza en ciernes quiere, sin embargo, una visi on m as seria, le conviene saber que, seg un JUNG, muchas mujeres pertenecen al tipo INTROVERTIDO SENTIMENTAL Qu e es eso? Pues personas con los siguientes rasgos: es dicil simo captar sus sentimientos, aunque los tienen. Una esnge: cerrada, silenciosa e inaccesible. Todo en ella se desarrolla en lo profundo. Lleva una m ascara de indiferencia y sus actos suelen obedecer a emociones cuidadosamente ocultas. Parece tranquila y poco desconada. Despierta simpat as, sobre todo cuando ense na los muslos. Ninguna emoci on se maniesta al exterior, pero su interior hierve en pasiones. Pero, cuidado. Dos aclaraciones: no todas las mujeres son as y, por supuesto, las que lo son, lo son mientras no cogen conanza con el hombre. Luego s se le maniestan. Y con exigencias.

LO FUNDAMENTAL Lo fundamental de habernos asomado al pensamiento de un tipo tan prestigioso como Jung estriba en tomar buena nota de algo muy com un a todas las mujeres: Son sentimentales. Usan y abusan de la imaginaci on y, hagan lo que hagan, son muy capaces de tener media mente, o tres cuartos, absorta en sus fantas as. No exteriorizan sus verdaderos sentimientos ni sus deseos ocultos (sobre todo al hombre) y hierven en pasiones, pero en el interior.

3.1. PSICOLOG IA Y OROGRAF IA

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El sinverg uenza debe apa n arselas para sacar fuera esas pasiones y ver qu e puede hacer con ellas.

MUCHOS METODOS DE CLASIFICACION Al llegar aqu , el estudioso de sinverg uenza ya habr a descubierto, con horror, que la cosa es dif cil y quiz a est e pensando en c omo echar en un div an de psiquiatra a cada se nora para, en tal posici on, escarbar en su mente. Cuidado: si a una se nora tumbada en un div an se le intenta escarbar la mente, suele ofenderse: ella muy probablemente haya consentido en tomar tal posici on bajo otras expectativas. A la mujer, como se ve, se la puede clasicar siguiendo multitud de criterios. Rubias, morenas y pelirrojas, por ejemplo. Los exigentes pueden a nadir un cuarto grupo: el de las casta nas. El hombre normal suele tener su tipo ideal y en el ocupa lugar preeminente el color del pelo, la capa. Pero el buen sinverg uenza, si quiere triunfar en su dif cil empe no, debe olvidarse de ideales y arquetipos. Rubias, morenas, casta nas y pelirrojas, todas son mujeres y no es justo discriminar. Discriminar conduce al enamoramiento y un enamorado no puede ejercer de sinverg uenza hasta que se le pase. Mejor es, pues, dividir a las mujeres en guapas y feas. Descartadas las feas, las guapas pueden ser delgadas o llenitas, altas o bajas, simp aticas o ariscas. Todas las guapas saben que lo son, y muchas feas tambi en: S , s , la nariz, pero, qu e me dices de estos ojazos? Pero, aunque sepan de sobra cuanto se pueda saber sobre su propia belleza, no tienen jam as reparos en que se lo comuniquen como descubrimiento reciente. La u nica objeci on puede venir de c omo se les indique lo guapas que son, pues no es lo mismo exclamar con voz enronquecida y con los ojos jos en sus pupilas: -Cielos, qu e hermosa eres! que darle un azote y gritar: -Qu e buena estas, cordera! o cualquier otra muestra de populismo rom antico.

EL MEJOR Suponiendo que el aprendiz de sinverg uenza sepa distinguir entre guapas y feas por sus propios medios, de la psicolog a de las guapas s olo le interesa una cosa: S o No. Existen las mujeres que s y existen las mujeres que no. Es obvio dedicarse a las que s y dejar en la reserva a las que no, hasta que se haya adquirido experiencia. A la larga, el sinverg uenza bien entrenado preere cometer sus sinvergonzoner as con las mujeres que no, ya para ir superando los retos de la naturaleza, ya para recrearse en lo dif cil. Porque todas las mujeres son que s , salvo que exista un verdadero impedimento f sico, como haber perdido la mitad del cuerpo o estar enfundada en una s olida escayola. Este hecho, conocido

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PRIMERA. QUE ES LA MUJER? CAP ITULO 3. LECCION

de antiguo por los expertos, se basa en que la mujer es tambi en un ser humano, sexuado y sometido a las idas y venidas de la sangre, a la primavera y a la imaginaci on. Por prudencia, y por un m nimo de moral que el buen sinverg uenza debe conservar para ser distinguible de los buitres, hay que descartar a las mujeres menores de 16 y mayores de 70 y, por supuesto, a las casadas. Pero, y si las casadas no le descartan a uno?, puede decir el aprendiz, impaciente. Valor, mucho valor. Apretar los dientes y sufrir como un hombre. Ultimamente parece haber descendido el n umero de cr menes pasionales cometidos por maridos con la mosca detr as de la oreja, pero siguen existiendo. -Y si me arriesgo a todo? -puede insistir el novicio de sinverg uenza. Mire: el marido tarda, pero siempre se acaba enterando. Y, si no, la mujer se encarga de advert rselo en muchos casos. Para fastidiarle a el y a usted. A las mujeres, en lo m as hondo de su silenciosa imaginaci on, les encanta que los hombres luchen por ellas. Es la voz de la selva. Queda usted advertido.

NO TENGA REPAROS Otro tipo de aprendices, con menos osad a, pueden sentir la sensaci on de asomarse a un abismo: son muchos a nos de respetar al ser humano y otros tantos de admirar la belleza femenina, tan rotunda y, a veces, tan sutil, casi esp ritu. C omo puedo ser tan c nico? C omo puedo hacerme a la idea de que tanto da una como otra? Llegado aqu , preg untese si tiene vocaci on de hombre enamorado. Si, por el contrario, s olo es enamoradizo, olvide sus reparos. No ha o do jam as a una mujer decir todos los hombres son iguales? No es cierto, pero casi todas lo creen. Tambi en les habr a o do eso de que los hombres s olo pens ais en lo mismo. Ellas, m as, pero a su estilo. As que m etase esto en la cabeza: no hay mujer que pueda ser enga nada en las artes amorosas en este Siglo XX- Cambalache. Consienten porque quieren. El buen sinverg uenza s olo hace una cosa: darles la oportunidad que ellas han imaginado mil veces.

b) OROGRAF IA Ya comprender a que no se habla de verdadera orograf a, pero la mujer es, adem as, un s mbolo, la tierra nutricia, y, como tal, tiene accidentes naturales: colinas, valles, desladeros y hasta terremotos y volcanes. La forma en que tales accidentes est an distribuidos es lo que anima la actividad. Para despejar el terreno, h agase una pregunta ntima: Qu e parte de la mujer mira primero? La cara? El pecho? Si viste pantalones, el pubis, por as decir? No venga ahora con melindres: usted lo sabe y tiene m as de un noventa por ciento de probabilidades de mirar, precisamente, el dichoso pubis.

3.1. PSICOLOG IA Y OROGRAF IA

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Por qu e? Porque ah reside una poderosa diferencia, no? Una misteriosa diferencia, adem as. Tranquil cese: la mujer mira tambi en en la misma direcci on, aunque usted no lo vea. Es muy dif cil averiguar si una se nora mira o no, salvo en el caso de que ella quiera que usted lo sepa. Parece ser que la especie humana, frente a otras que preeren el olfato a pesar de ser m as engorrosa la maniobra, lanza peri odica y autom aticamente miradas de reconocimiento. Los individuos, involuntariamente, necesitan saber si lo que viene es macho o hembra para actuar de un modo u otro. Para tal descubrimiento, el punto clave es el pubis, como dec amos: una prueba irrefutable hasta hace pocos a nos. Si las dudas persisten, se explora el pecho. Vivimos en una permanente b usqueda de se nales sexuales y ni los m as avezados sinverg uenzas escapan por las buenas al m etodo natural. Pero deben hacerlo. A lo largo de los milenios no hay parte propia que la mujer no haya ense nado u ocultado celosamente, siempre con el proyecto de captar la atenci on del macho cazador. En esta poca tan especial, la mujer tiende a ense narlo todo para que cada cual saque sus conclusiones sobre la mercanc a. Y, en el fondo, cuanto m as se desnuda una mujer, m as se oculta en el interior de su cuerpo, donde es fama que halla compa n a en sus pasiones profundas y en su imaginaci on. La desnudez p ublica no deja de ser un vestido m as (vaya al Anexo I), una forma de emitir perturbadoras se nales sexuales que llamen la atenci on de los m as receptivos. Luego, nada, claro: el desnudo es un vestido psicol ogico. Dentro de pocos a nos, las mismas que ahora se pasean -en verano vestidas de brisa, pueden ir cubiertas del cuello a los tobillos y pasar el tiempo criticando la desverg uenza de las m as j ovenes. Pero en ning un caso por motivos morales, como tampoco se exhiben hoy por pura inmoralidad. El sinverg uenza debe sacar de todo esto una simple observaci on: todo en la mujer es relativo, incluidos el amor y el desamor. S olo hay una parte que la mujer jam as ha cubierto: los ojos, las puertas del alma. Cierto que el alma femenina no le sirve para nada al sinverg uenza, pero los ojos, s . Es muy probable -pero no seguro- que la mujer-tipo piense que los ojos son su parte m as elevada y espiritual, donde residen y se exhiben su ingenio y sus sentimientos m as hermosos. De hecho, los enmarca, los colorea, los resalta para atraer sobre ellos las miradas. Pese a todo, sabe perfectamente d onde van los primeros golpes de vista varoniles: unos cuatro palmos m as abajo. Pues bien: el buen sinverg uenza, en contra de su arraigado instinto, no debe mirar donde todos y s a los ojos de la mujer, a uno y a otro, haci endolo, adem as, con intensidad no exenta de lujuria. Ha de usar una mirada que se parezca lo m as posible a esta frase: Te miro a los ojos con la misma intenci on que te mirar a el pubis, por as decir, porque tus ojos son m as reveladores a un y est an m as desnudos. Si esto sucede en una playa nudista, el efecto es a un m as halagador para la se nora o se norita. De toda la extensa orograf a a la que venimos haciendo referencia, la mirada al ojo produce excelentes dividendos porque dispara la imaginaci on latente de la hembra, capaz de haber construido una novela de amor, serie X, tres pasos despu es de haberse cruzado con el sinverg uenza experto en miradas que abrasan. De todos modos, la mujer puede agradecer, con rubor o sin el, que se la mire en cualquier zona y m as en aquellas de las que se siente orgullosa, que son, normalmente, las que m as hace resaltar con su atuendo o su maquillaje. Si lleva el pelo largo y suelto, se trata del pelo; si luce

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grandes pendientes, las orejitas; si lleva escote, el cuello y el pecho; si ense na la barriga, la cintura o el ombligo. Ante la duda, mirar todo varias veces, dejando claro que se disfruta con intensidad en tanto queda uno sumido en la admiraci on.

ALGO MAS INTENSO AUN QUE LA MIRADA La mirada puede transmitir una intensa radiaci on er otica y convertirse en una especie de sem aforo que indique a la mujer que, de desearlo, puede satisfacer su imaginaci on oculta con el centro emisor, siempre que la mirada no sea sumisa ni de car acter est etico, sino un cat alogo de emociones fuertes, cuanto m as primarias, mejor. Pero hasta las miradas m as ardientes palidecen ante los potentes efectos de la palabra, que es cosa mucho m as ntima. Tras mirar los ojos femeninos, nada mejor que hablar de ellos a la propietaria, evitando, eso s , las preguntas metaf sicas tales como de d onde te has sacado esos ojazos? -Qu e ojos tan maravillosos! -Qu e color tan incre ble! -Qu e luz! No tenga reparos. Una mujer normal es capaz de creer que tiene cualquier cosa en los ojos y, seg un sea la cosa esa, decidir que el hombre que se la ve est a un par de palmos por encima de la inteligencia de un asesor de imagen o del mismo Herr Einstein. No lo olvide el aprendiz: la palabra, usada para descubrir la orograf a femenina, es mucho m as ntima que la mirada, y profundamente excitante. No importa la exageraci on. Nunca se exagera lo bastante: -Es como si tuvieras un sol en cada ojo. Se lo creen sin dicultad o, al menos, piensan que nos han sacudido tan fuerte con los ojos en cuesti on que desvariamos por su causa. -Tus ojos son como una sala azul con cortinas blancas. No tema: todo vale. -Me asomo a tus ojos y veo un mundo nuevo y misterioso. Y, si quiere probar que la exageraci on es lo indicado, a nada: -Con arboles y p ajaros cantando. No le llevar an la contraria. Con la palabra aplicada a la orograf a femenina se pueden hacer diabluras. Cualquier lugar, rec ondito o insignicante, puede convertirse en un poema: un lunar, el l obulo de la oreja, los dientes, las pesta nas, la pelusilla blanquecina del cogote, la punta de la nariz, el arco de la ceja. Para que la palabra ejerza su m aximo inujo hay que suministrarla acompa nada con el sentimiento que el accidente orogr aco causa en el coraz on del hablante:

3.1. PSICOLOG IA Y OROGRAF IA

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-Me asomo a tus ojos y veo un mundo nuevo y misterioso, con arboles y p ajaros cantando. -atiendan a la segunda parte- Y siento una sensaci on profunda. Puede que el sinverg uenza no sepa lo que es una sensaci on profunda, pero la homenajeada, s . Lo importante para ella es que hace sentir. Si las palabras comunican secretos, mejor que mejor: -No se lo he dicho a nadie, pero las orejas de una mujer son como rosas, como ores. Diga cualquier cosa de la frente, del equillo, del ment on, pero no en p ublico: hay que evitar las carcajadas de los otros varones. Cuente que conoce a las personas por las manos y que ella las tiene sensibles, precisas, de artista, aunque sean bastas. Una confesi on sobre las manos nunca deja de causar efectos sorprendentes e ntimos. Si ella, humilde, le comunica un profundo defecto, como que las tiene fr as o calientes, ni eguelo a toda costa y arme que as le gustan m as. -Fr as como el alba. -Tibias como el mediod a. Un buen sinverg uenza no ha de tener complejos. Al contrario, cuando haga un tratamiento vocal, a base de palabras escogidas, recale en los lugares m as d ebiles de la estructura femenina. Convierta un ojo lloroso en un ojo brillante y sensible a la luz; diga algo inspirado de las puntas de la nariz fr as y enrojecidas, como que prestan a su propietaria un aire de ni na inocente: cuela siempre. Llame esbeltas a las piernas delgadas. No ceje y llame turgentes a los muslos gordos. Del pecho peque no, arme que la medida homologada le exige caber en una mano; del generoso diga que, seg un Arist oteles, la esfera es la gura m as perfecta.

EN RESUMIDAS CUENTAS: La orograf a femenina, aunque dispuesta seg un los mismos planos, puede tener apariencias muy diversas en tama no, forma, tacto y proporci on, pero un sinverg uenza avezado sabe decir exactamente lo mismo de los elementos y protuberancias m as distintos: qu e pelo tan luminoso, qu e cuello tan misterioso, que pecho tan atractivo.

REGLA DE ORO Hacer un croquis discreto, pero encomi astico, del territorio de una mujer cualquiera abre muchas puertas, si es que uno cuida de olvidar el realismo viril. Nada de palabras como culos, tetas, barriga: caderas, pechos o senos, vientre... Otras, a un m as directas, no las use nunca, aunque tenga el objeto a la vista. El buen sinverg uenza ha de ser capaz de acostarse con una mujer sin que en ning un momento este hecho se reeje en su conversaci on. Si se ve forzado a hacer menci on de ciertas maniobras, insista en que est a buscando su alma: salva las apariencias:

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PRIMERA. QUE ES LA MUJER? CAP ITULO 3. LECCION -Busco tu alma para poseerte entera.

Signique lo que signique, hace su efecto. Y no es que las mujeres se lo crean todo, no. Pruebe a decirles que esta o aquella son perfectas y ver a. Lo que sucede es que se creen casi todo lo maravilloso que se dice de ellas. Por dos razones: A).- Ya lo han pensado antes. B).- Ante la duda, creen que le han sorbido el seso y que las palabras del var on son hijas de la pasi on. Ignoran, las pobres, que el var on, una vez apasionado, gru ne en lugar de perder el tiempo hablando.

Cap tulo 4

SEGUNDA: COMO LECCION ELEGIR PIEZAImpuestos ya sobre lo que es la mujer y los tipos que resultan de su catalogaci on cient ca, el sinverg uenza aprendiz tiene que plantearse una pregunta clave: C omo elegir a la v ctima? Muchos hombres afortunados nacen con un instinto extraordinariamente preciso. Hay quien, sin estudios especializados, es capaz de entrar en un sal on atestado de se noras y, tras una mirada panor amica, decir aquella con un margen de error del 0,1 por cien. Es un don. O, mejor, un aspecto poco estudiado de la inteligencia pr actica. Porque lo cierto es que la mujer, como los sem aforos, se pasa el tiempo emitiendo una completa y complicada tanda de se nales. Luz roja, ambar y verde. Lo malo es que, a veces, emite rojo y verde a la vez, o ambar y verde, y el exito depende entonces del instinto. En principio, la mujer aislada es m as accesible que en grupo. Varias mujeres juntas descorazonan al hombre m as curtido, pues le consta lo sarc asticas y escatol ogicas que pueden llegar a ser entre ellas. En pandilla, hasta las m as tiernas se atreven a todo. A todo. Recuerdo, como una amarga experiencia, la tarde en que pas e por delante de tres j ovenes estudiantes de COU. Silbaron a mi paso y una me dijo, con voz clara y precisa: Vaya carroza interesante! As me gustan a mi! Enrojec en el acto mientras notaba la garganta seca y atenazada por una mano negra. Pero los hombres, lejos de buscar consuelo en las l agrimas, damos la cara al peligro y nos enfrentamos a lo dif cil con una sonrisa. Gir e sobre mis talones, retroced hasta las chicas que me contemplaban zumbonas, y cog el toro por los cuernos: -Qui en quiere tomarse una cocacola conmigo y hablar con un carroza? Las tres, y muy contentas. La mujer emite con los ojos, con la postura, con el movimiento y hasta con la evitaci on de mirar al que debe recibir el mensaje; pero nunca, nunca, con la palabra. Las palabras tiene que pronunciarlas el hombre para que ella se de el gustazo de ngir que decide cuando lo ha hecho ya. Antes de que el hombre tome alguna medida de aproximaci on, ella sabe si s o si no. 23

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SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA CAP ITULO 4. LECCION

Salvo en el caso de los muy expertos, el sinverg uenza normal debe evitar entrar en tratos con pol ticas o politizadas, con feministas (ir al anexo 2), con casadas y con devoradoras de hombres, por los riesgos que implican y por la p erdida de libertad que suponen. En general, el hombre maduro, de 35 a 45 a nos, tendr a m as exito con las j ovenes, mientras que el hombre joven lo tendr a con mujeres mayores que l: por lo visto la naturaleza trata de compensar las diferencias. Tambi en es un hecho que, tanto al hombre como a la mujer, a medida que envejecen, les gustan los antagonistas m as j ovenes. Otra norma que debe tenerse presente a la hora de elegir es que la mujer nunca, nunca, es lo que parece. Y nunca se porta tan bien con el hombre como al principio, durante el galanteo. Por eso el buen sinverg uenza, empe nado en cortar la or del d a, debe hacer lo posible para mantenerse siempre en esa fase insegura y hermosa. Y tener siempre bien presente que es en ella cuando mayor peligro de enamorarse de verdad se corre: nada despierta tanto el amor como tratar con una persona que nos ama o lo parece: es muy contagioso. A pesar de saber que la mujer nunca es lo que parece, el hombre tiene que arse de sus observaciones, y aqu surge el gran drama masculino: cada hombre tiene una especie de hado que le lleva una y otra vez hacia mujeres del mismo tipo, con las que puede pasarse la vida repitiendo una historia semejante. El record de estas coincidencias, en contra del azar y de la voluntad, lo tiene un conocido que s olo, s olo, ha tenido que ver con mujeres cuyo nombre empezaba por e. Naturalmente, antes de abordarlas l ignoraba esta circunstancia, pero por alguna extra na raz on s olo se aproximaba a las es. De este modo, su vida ha sido un continuo ir y venir persiguiendo a Evas, Elviras, Esperanzas, Emmas, Elisas, Elenas... Es el hado que mencion abamos antes. Hay quien s olo consigue morenas o s olo pelirrojas. Pero, en general, estos casos extremos, tan volcados en un s olo detalle, no suelen darse, y la maldici on masculina consiste en el tipo psicol ogico de las mujeres a las que uno se hace adicto. Es algo relacionado con las anidades electivas. S olo una clase de mujeres reacciona ante el particular encanto o m etodo de cada hombre. Si sirve la experiencia propia, no tengo reparo alguno en confesar que yo soy v ctima de las mujeres pensativas, bastante complicadas, algo intelectuales y cargadas de complejos. No necesito compasi on, pero para m los amor os no han sido un lecho de rosas. Tan pronto como hay por las cercan as una mujer con la costumbre de bajar los ojos con aire pudoroso, meditabunda, algo t mida o retra da, ah estoy yo ech andole los tejos: no puedo resistirme al hado. Y es que s c omo llegar a su bra sensible: es como un instinto. Sin embargo, las que me gustan de verdad son las alegres y dicharacheras; las que nunca han le do ni a Sartre ni a Camus ni murmuran versos de Miguel Hern andez o de Lorca en cuanto te descuidas; las que preeren las comedias a las tragedias y, en general, aparentan tener menos sesos que un chorlito. Me gustan las coquetas zalameras, vanidosas, que piensan mucho en c omo agradar; superciales, ligeras y despreocupadas. Pero ese tipo de mujer no se me da. Cualquier aprendiz de sinverg uenza que se haya colgado las primeras dos piezas sabr a muy bien la clase de hado que tiene que soportar para el resto de sus d as. Como si fuera un personaje de Esquilo, m as le vale no intentar oponerse al destino y hacer lo que los dioses del amor han decidido que haga, o retirarse de la circulaci on haciendo penitencia en el matrimonio.

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Una vez que sepa qu e tipo de mujer es el u nico sensible a sus peculiaridades, debe tener una clara visi on de los grados de dicultad con que se va a encontrar. Psicol ogicamente no puede hablarse con raz on de se noras m as f aciles o m as dif ciles, salvo en casos extremos de furor uterino. Quienes deciden el comportamiento suelen ser las circunstancias; y las m as favorables para los nes del sinverg uenza coinciden en una verdad indiscutible: la mujer que vive sola, lejos de la familia, sin controles diarios. En este apartado pueden incluirse las divorciadas. Estas, adem as de vivir solas, est an hechas, mal o bien, a la vida en pareja y, aunque hayan tenido motivos muy respetables para separarse, su humana naturaleza les hace mirar la cama vac a con bastante frustraci on. No se pretende decir que todas las divorciadas sean f aciles, sino que muchas divorciadas pueden ser trabajadas con un alto porcentaje de exitos, si el sinverg uenza practicante sabe jugar sus cartas. Otras mujeres que viven solas pueden ser estudiantes lejos del hogar, funcionarias j ovenes trasladadas de aqu para all a... Su observaci on ha proporcionado al gremio un dato que no es anecd otico: un nivel cultural m as elevado, lejos de poner en guardia a la mujer solitaria, la hace m as vulnerable a las artima nas del sinverg uenza experto. A la experiencia diaria me atengo y al hecho de que la formaci on superior, al insistir m as claramente en la igualdad de los sexos, desarma a la mujer frente a los razonamientos insidiosos del especialista. La cultura, como aquel que dice, es enemiga de la intuici on. Un buen cazador de se noras debe, antes de seleccionar su presa, conocer su estado civil, su profesi on, sus circunstancias personales: si vive sola, con amigas o con la familia, o si ha sido abandonada recientemente. Debe observar meticulosamente sus costumbres en bares y cafeter as: la mujer que bebe, por ejemplo, se desinhibe que da gloria verla y, a poco que se pase en la dosis, experimenta unos calorcillos lascivos de los que se puede sacar partido. Normalmente, es m as f acil ser un sinverg uenza con la mujer que trabaja que con la que est a en su hogar, porque las posibilidades son directamente proporcionales al n umero de horas que pasa en la calle, sometida a la excitante vida moderna. La mujer que lee, por ejemplo, es m as manipulable que la que no lee, suponiendo que sus lecturas sean novelas y no ensayos econ omicos: tiene una imaginaci on mas receptiva. Lo mismo pasa con la mujer que trasnocha y, claro, con la mujer que ha tenido ya varias experiencias, por as decir. Y la edad: cuanta m as edad -dentro de unos l mites- en las solteras, suele darse el caso de una mayor vocaci on hacia el acoso y derribo, antes de que se les vaya la juventud. El que quiera la m axima dicultad para probar sus habilidades, que elija a una mujer joven, virgen, que viva en el domicilio paterno, que tenga que estar a las diez en casa, que posea elevados sentimientos religiosos y que sea conocida por su falta de imaginaci on. Eduardo Libre, en su ya lejana juventud, pas o por una poca en que la vanidad se le subi o a la cabeza. Presum a de que no se le escapaba una viva, tal era la maestr a alcanzada en la ejecuci on de sus perversos designios. -Cualquiera. -sol a decir en cuanto se mojaba los labios en sangr a. -Apuestas? -le respondieron una vez los testigos. Y el muy asno fue y apost o a ciegas.

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SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA CAP ITULO 4. LECCION

Hab a una chica mon sima que todav a estaba en Preu, que era una especie de COU con m as mala fe. Muy alegre, muy simp atica y muy tierna, pero famosa por el modo que ten a de clavar los codos en quienes bailaban con ella y no pensaban en bailar. Todos, incluido Libre, hab an intentado el asalto una y otra vez, siendo rechazados. Se despe naban desde aquellas murallas. Era virgen con toda seguridad. Muy joven, muy lista; buena matem atica y, para colmo de desgracias, viv a con sus padres y no le a novelas de amor. Tampoco beb a ni fumaba. La novia perfecta, pero una verdadera desgracia para cualquier sinverg uenza. -Esa. -le dijeron a Eduardo. Hombre de temple, sonri o sin demostrar su profundo des animo. -Cre que me elegir ais a una fea, para fastidiarme. Pero me hac eis la cosa interesante con esta monada. -Ya, ya. Se pas o dos horas analizando la situaci on y proyectando arteros planes. A un comprendiendo que estaba perdido no se rindi o. Al contrario: fue en busca de la chica que, encima, se llamaba Inmaculada. -Inma -le dijo-, me pasa esto y esto. Le cont o todo: su ligereza al pavonearse, su imprudencia al hablar despu es de beber sangr a y c omo los amigos, convencidos de la dicultad absoluta, la hab an elegido para la apuesta. Ella se ri o, porque era muy simp atica y porque era halagador saber que ten a una fama tan limpia como el cristal. -Todos te temen -sigui o Eduardo, insidiosamente.- No ya los chicos del instituto y tus vecinos, sino los universitarios. Eres tan buena chica, tan imposible como plan, que procuran esquivarte. -S ? -dijo ella, no tan halagada. -Claro. Qu e chico se va acercar a una muchacha como t u, sabiendo que no tiene ninguna esperanza? -T u lo has hecho. -respondi o Inmaculada sin sonre r. -Por una apuesta, pero me tocar a pagarla como un caballero. Ya hemos dicho que Inmaculada no era ninguna tonta y, como ten a talento para las matem aticas, razonaba con mucha l ogica aunque sin comprender los abismos de la mente masculina: -Entonces, por qu e has venido a contarme todo esto? Eduardo se felicit o en silencio por haber dedicado dos largas horas a la meditaci on: -Yo ya s e que no te dejas ni coger de la mano, pero, a un as , se me ocurri o que a lo mejor quer as burlarte de todos esos y ngir que sal as conmigo. -Si salgo contigo es que salgo contigo. -razon o Inma, implacable. -Oh, mira: yo no pretendo que te enamores de m ni mucho menos enamorarme yo de ti. Pero podr amos darlo a entender, para burlarles. -Cu anto te has apostado? -Cinco mil pesetas. -Jes us!

27 Hay que advertir que hablamos de un tiempo pasado, no s olo mejor sino mucho m as econ omico. Al cambio, aquellas cinco mil pod an ser unas sesenta y cinco mil pesetas de hoy, lo que sigue siendo mucho para un estudiante que pasa poco tiempo en clase. Tanto que Inma se apiad o: -Qu e tendr a que hacer yo? Desde el d a siguiente los apostadores empezaron a encontrarse a Inma y a Eduardo en sus bares habituales, en su discoteca, bailando, en las calles usadas como paseo. Eduardo la recog a a la puerta del instituto y la devolv a, a la hora en punto, en la puerta de su casa. Por lo dem as, era tan fr o como un pez. Le hablaba de losof a, o de deporte en ocasiones, pero, sobre todo, de otras chicas, tratando de demostrarle a Inma que ella era distinta y que el no s olo la respetaba sino que no estaba dispuesto a ponerle un dedo encima. La muchacha agradec a la delicadeza pero, como se sab a guapa y simp atica, empezaba a preocuparse. De seguir as , asustando a los chicos que ya no se atrev an ni a aproximarse, ve a venir una larga vida de soledad y aburrimiento. -Si hubiera sido otra, me hubieras contado lo de la apuesta o hubieras intentado conquistarme? -Qu e preguntas! -exclam o Eduardo, relami endose en silencio- Pero a ti no se te puede conquistar. Ella enrojeci o y se mantuvo en silencio durante un rato, analizando la situaci on sin duda. -Por qu e? -Oh, bueno: t u no te f as de ning un chico. Y haces bien. No dejar as que te llevaran a los bancos oscuros ni que te dijeran tonter as sobre tus ojos mientras intentaban meterte mano. Inma volvi o a sus an alisis, de los que sali o fortalecida: -Si no me llevas a esos bancos, tus amigos se dar an cuenta del truco? Algunos van por all con otras, no? Se estuvieron hora y media sentados en aquellos oscuros e inmorales asientos. Como Eduardo se manten a quieto y silencioso, se aburrieron profundamente hasta que el se nal o a una pareja que avanzaba: -Es Ram on: un apostante. Ella disimuladamente, bendijo a Ram on mientras Eduardo se aproximaba y pasaba un brazo por encima de sus hombros. -Perdona. -se disculp o- Es lo habitual. Puso la otra mano en la cintura femenina y aproxim o su boca a la orejita: -As parecer a que te estoy besando. Inma, herida, no se explicaba por qu e aquel cretino desaprovechaba la ocasi on de besarla de verdad. Eduardo, seg un dec an las malas lenguas, no sol a andarse con rodeos. Carec a ella de

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SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA CAP ITULO 4. LECCION

sex-appeal? Quiz a, porque tan pronto como Ram on y su pareja se perdieron en la noche, Eduardo solt o sus diferentes presas y se puso a mirar a las estrellas y a comentar los a nos luz que hab a entre la tierra y la estrella Alfa de Centauro. -Vuelve Ram on. -advirti o Inma al cabo. Eduardo, con toda delicadeza, adopt o su posici on de combate y murmur o al o do de la chica: -Qu e fastidio, no? -S . -dijo Inma, pero por otras razones. Al dejarla a la puerta de su casa, Eduardo tuvo la humorada de recordar los acontecimientos del banco: -Mira que si me hubiera querido aprovechar y te hubiera besado... -Qu e? -Pues que ahora no querr as saber nada m as de m y perder a la apuesta. Los amigos, seriamente preocupados al comprobar los avances que iba consiguiendo Eduardo, decidieron hacer trampas y contaron la historia de la apuesta a las chicas con las que sal an, exigi endoles discreci on. -Eduardo te est a enga nando. -le dijeron a Inma sus buenas amigas una hora despu es.- Ha apostado a que te conquistaba. -Por qu e me ha elegido a m ? La amiga no perdi o la oportunidad de echar unas gotitas de ac bar: -Porque tienes fama de imposible. -Pues Eduardo est a muy bien. -se defendi o Inma. Los apostadores escucharon las noticias horrorizados: Eduardo estaba muy bien! Y lo dec a aquella mujer fr a despu es de saber que todo era un enga no. Miraron sus carteras con aut enticos ojos de dolor. -Ya est an ah . -dijo Inma aquella noche en el banco.- En cuanto les han dicho que no me ha afectado el chivatazo han venido a vigilar su inversi on. Eduardo adopt o su conocida posici on de combate y not o que Inma se aproximaba m as de lo estrictamente necesario. -Se acercan mucho. -murmur o ella. -S . -dijo el. Inma, en busca sin duda de realismo, pas o su mano por la nuca de Eduardo y la acarici o. -Hola, chicos. -saludaron los apostantes, heridos profundamente. Por la noche, Eduardo volvi o a echar un vistazo a los u ltimos acontecimientos: -Se lo han cre do. Como si te hubiera besado, verdad? -Pero no lo has hecho. -Estupendo, no?

29 A la noche siguiente Eduardo conect o un magnet ofono. Hab a grabado una conversaci on con sus amigos y quer a que Inma la escuchara: No he conseguido nada -dec a su voz- He perdido la apuesta. Inmaculada est a fuera de mi alcance. -Venga ya! -dijeron otras voces.- Os hemos visto d andoos el lote en los bancos. -No es verdad. He perdido. Ella, entre la oscuridad, trat o de mirarle a los ojos. Eduardo resultaba ser todo un caballero, preocupado por su fama. Demasiado caballero quiz a. -Por qu e has hecho eso? -Pse. -Pero has perdido. -Pse. -insisti o.- No quiero seguir con esto. Sabes lo que me cuesta abrazarte de mentira y besarte de mentira? Ella agradeci o la informaci on en silencio. -Por eso es mejor que lo dejemos ahora, como amigos. Si no, un d a voy a besarte en serio, t u te enfadar as y... No quiero que te enfades conmigo. Inma tampoco. Apoy o su linda cabecita en el hombro masculino y se dej o embargar por variad simas emociones. De todas ellas destacaba la admiraci on por la honestidad de Eduardo que, sin duda, se hab a enamorado de ella. -Tanto te hubiera gustado besarme de verdad? -Besarte y m as cosas. -respondi o Eduardo r apidamente -S ? -Apretarte. -detall o. -Qu e bruto! -No lo sabes t u bien. -conrm o Eduardo, descubriendo los labios de Inma a muy corta distancia. Y apret o y bes o. Esta vez no pidi o disculpas, sino que sigui o apretando y besando. En unos momentos, alternativamente, y en otros, a la vez. Y a Inma le pareci o algo completamente natural adem as de muy agradable. Aquella noche lleg o tarde a casa por primera vez, pero no por u ltima. Eran otros tiempos y las chicas de diecisiete a nos ten an del sexo una visi on m as id lica que las de ahora: casi nunca se iban a la cama el mismo d a que un hombre les daba el primer beso. Tardaban m as pero, llegado el momento, tambi en pon an m as coraz on y sentimiento. -Vengan las cinco mil cucas. -dijo Eduardo a su debido tiempo, muy ufano de ser un canalla y de haber falsicado la cinta magnetof onica. Hubo algunas resistencias, alegando problemas de forma. Quer an pruebas. -Mi palabra. La palabra de un sinverg uenza que no fuera cazador ni pescador era sagrada en aquellos d as. No se dudaba.

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SEGUNDA: COMO ELEGIR PIEZA CAP ITULO 4. LECCION -Pero cu entanos c omo lo hiciste.

Eduardo estuvo a punto de hacerlo pero, de repente, pens o en los ojos de Inma, en los labios de Inma, en todo lo dem as de Inma. Como estaba al principio de su carrera, no hab a tenido tiempo de encanallarse lo suciente y s , en cambio, estaba en un tris de enamorarse. No era el Eduardo Libre que todos conocemos hoy. Mir o tristemente las cinco mil palomas y sinti o un lacerante dolor a la altura del bolsillo, pero su decisi on estaba tomada: -Quise veros las caras de susto. Es mentira. Nada de nada. -dijo, devolviendo el dinero. -Nieves me ha dicho que es verdad, que Inma est a tan alelada que s olo puede tratarse de eso. -Es mentira. -insisti o el.- Cuatro besos. Nada. -Vengan tus cinco mil cucas. -le exigieron sin hacer m as preguntas. Y pag o. Claro que por primera y u ltima vez en su vida. El amor le hab a ennoblecido durante unos instantes pero, afortunadamente, no cogi o el h abito.

Cap tulo 5

TERCERA: EL LECCION METODO PERFECTOEl aut entico seductor, nace. El sinverg uenza, en cambio, puede llegar a serlo con esfuerzo y aplicaci on, ya que su objetivo no es seducir a las mujeres sino aprovecharse de ellas, en cierta medida. Ellas, en muchos casos, tambi en pretenden lo mismo. No todas, claro: algunas. Las sucientes. Al margen de la estatura, la simpat a, el color de los ojos y el talento natural, existe un m etodo perfecto para tener exito con las mujeres en cualquier situaci on. Jorobados, parapl ejicos, tuertos, ancianos, feos en general, enfermos, han conseguido, gracias a el, salirse con la suya. Existe tal f ormula m agica? S , y desde la m as remota antig uedad. Se llama exito. Como el exito, en nuestra carcomida sociedad, se mide con tres escalas distintas, el M etodo Perfecto consiste en -TENER DINERO, o -TENER PODER, o -TENER FAMA. Si necesitan ustedes una demostraci on directa, suelten a un famoso actor de Hollywood cuidando de que no sea gay- en una reuni on de mujeres. Las observaciones psicol ogicas que obtengan se podr an resumir en una sola frase: se lo rifan sin que el tenga que hacer el menor esfuerzo. Lo mismo sucede con los cantantes muy conocidos, cuanto m as de rock mejor. O con las estrellas del deporte, muy especialmente con tenistas y pilotos deportivos. Y qu e pensar de esas despampanantes se noras que se movieron por las proximidades de Picasso o de Dal entre otros? Del Poder tambi en existen cientos de ejemplos, desde los recientes devaneos del griego Papandreu a las negaciones de Gary Hart, las concupiscencias de la familia Kennedy, los muchos ministros ingleses que acaban en la picota a causa de las se noras y, como es p ublico y notorio, las aventuras de Boyer, de Carvajal, de Guerra y de tant simos otros. El perfume del poder atrae a las mujeres, y no podemos olvidar que los poderosos, adem as de poder, tienen fama: he ah un doble atractivo que permite al favorecido por la fortuna ser un sinverg uenza de clase extra, si le apetece. 31

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TERCERA: EL METODO CAP ITULO 5. LECCION PERFECTO

Por u ltimo, los Ricos. En torno a ellos van y vienen las mujeres m as espectaculares del planeta. Se casan y se descasan con ellas; se amanceban y se separan. Qu e sucede? Es que todas las se noras son as de materialistas? No todas: algunas. Las sucientes en todo caso. Y, adem as, la belleza es otra fortuna y ya se sabe que dinero llama a dinero. Por otro lado, los ricos son siempre poderosos, aunque no tengan el poder ocial: se lo pueden comprar. Adem as, ricos y poderosos a la vez, no pueden menos que ser tambi en famosos. Recuerden las andanzas de Onasis, las de Kashogui y las de tantos otros que llenan las revistas de bid. No hay m etodo tan perfecto como este para tener el m as incre ble exito con las se noras: nacer rico o, como el indiano de la zarzuela, volver rico y poderoso. Ser, al menos, un futbolista de exito como Maradona, o un osado piloto de carreras o un valeroso torero. No es tan f acil. No est a al alcance de muchos esta forma c omoda y exitosa de pendonear, pero no falla nunca. C omo ser a que, en menor escala de riqueza, s e de un anciano de casi noventa a nos que, tras casarse varias veces con se noras m as j ovenes, en la actualidad tiene todav a una amante de veintitantos. Es de suponer que como puro placer est etico o como s mbolo de su status de rico. En cualquier caso, quien tuvo, retuvo. Esta proclividad de las mujeres a hacinarse en torno al exito, poder, fama o dinero, quiere decir que son un bien de consumo en un mercado regido por la oferta y la demanda? Conviene al aprendiz de sinverg uenza pensarlo as ? El aprendiz puede llevarse un chasco. Hay mujeres que se venden y que, por lo tanto, se compran; m as o menos en id entica proporci on al n umero de hombres capaces de hacer lo mismo. El fen omeno de la mujer en torno a los ricos no tiene que ver, a menudo, con la codicia: a las se noras el exito les resulta atractivo, porque es un atributo viril. Es muy probable que las mujeres del neol tico se api naran alrededor del cazador m as h abil o gustaran de hacer su vida pr oximas al que m as cabezas de enemigos cortara. A un ahora la voz de la selva palpita en sus c alidos corazones y, qu e culpa tienen ellas de que hoy el exito, lejos de las cacer as con arco y echa y de las batallas con hacha de piedra, se mida en dinero, en poder y en fama? Acaso el hombre, muy consciente de estos elementales mecanismos, no sigue pavone andose ante la hembra? No corre m as el atleta adolescente cuando le contempla la chica m as guapa de la clase? Un pobre amigo, pesado como el solo, se dedica a esa actividad misteriosa que los iniciados conocen bajo el nombre de consulting: asesor de empresas. Y, como es bueno, gana dinero, mucho dinero. Es calvo y aburrido. Habla muy de prisa y con tono mon otono. Qu e es lo que hace cuando le presentan a una mujer? Le dice, directamente, sus benecios mensuales, lo que le ha costado el u ltimo apartamento y el considerable n umero de acciones que posee. Es como si dijera: soy calvo, s , y un plomo, pero un triunfador en mi mundo. Y no son pocas las que le resisten toda una noche a pesar de su evidente presunci on. Otro amigo, mucho m as pr actico pero menos rico todav a, ha alcanzado un superior nivel de conciencia que le impide pavonearse como un ni no y hacer a las mujeres el recuento de sus exitos.

33 Consciente, sin embargo, de la ecacia del m etodo perfecto, mantiene lo que el llama el capital amoroso, trescientas y pico mil pesetas en billetes de diez mil, que se mete en la cartera las noches que sale a ejercer de sinverg uenza. No dice nada de su triunfo, pero abre el billetero en cuanto tiene una oportunidad y paga con gesto indiferente. Si un camarero avispado, al tanto de sus h abitos, le pidiera veinte mil pesetas por dos cervezas, l las soltar a sin rechistar, agradecido encima por la oportunidad. Otros, por las mismas razones, se hipotecan para conducir coches despampanantes, de status. A bordo de ellos cruzan la noche persiguiendo mujeres hermosas. No pocos se salen con la suya. En las zonas costeras, nada como un yatecito, aunque uno lo haya tenido que pagar con sangre. Pude comprobar la extraordinaria ecacia de los yates cuando di, con un amigo, la vuelta a una isla del Mediterr aneo. Naveg abamos de una cala a otra. Ancl abamos en el centro, en aguas todav a profundas, y aguard abamos como la ara na en su red. Las primeras en llegar sol an ser las tripulantes de las tablas de wind-surng, aunque no escaseaban las tripulantes de patines o pedalos y hasta las nadadoras solitarias. Agit abamos ante ellas una botella cualquiera y hac amos ruidos cristalinos con cubitos de hielo removidos en un vaso. Nos bastaba con hacer un simple gesto de brazo para que subieran abordo a darnos unos gratos momentos de conversaci on, mojadas y casi sin ropa. De noche se aproximaban en botes de remo y, a la primera llamada, abarolaban y pasaban con nosotros unos instantes de esos que los anuncios de televisi on han hecho sin onimo de felicidad: mar, barco, sonrisas y luces tenues con alcohol de noventa grados. El yate era un simple velero de once metros, comprado de segunda mano. Es de suponer que con uno de veintid os los resultados se duplicar an, por lo menos, y sus propietarios no tendr an dicultad en llenar la cubierta con hermosos cuerpos tostados por el sol. As es como funciona la cosa.

S IMBOLOS EXTERNOS El sinverg uenza moderno est a de suerte. Hace apenas cien a nos era imposible disfrazarse de rico. Tal cosa s olo la consegu an expert simos p caros. Hoy, en cambio, la publicidad ha establecido una serie de s mbolos de riqueza que, ostentados, equivalen a la riqueza misma, lo que allana el camino del sinverg uenza que quiera emplear el M etodo Perfecto. Hay s mbolos externos materiales, que suelen ser caros, pues se trata de bienes de consumo. De todas formas, la banca moderna, con sus cr editos de nanciaci on, los pone al alcance de cualquiera que est e dispuesto a sacricarse por la causa. Un Rolls, por ejemplo, equivale a tener miles de millones a los ojos del p ublico en general. El sinverg uenza que, con esfuerzos sin cuento, disponga de un Rolls, puede ir y venir por el mundo con la seguridad de ser tomado por un archimillonario. Si va con ropa vieja o rota, por tener que hacer frente a los plazos, no se preocupe: el tolerante mujer o le tomar a por un rico exc entrico, lo mismo que si, a la hora de pagar la consumici on, pide dinero a su acompa nante hembra con la excusa de haber olvidado la cartera en el despacho.

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TERCERA: EL METODO CAP ITULO 5. LECCION PERFECTO

Si uno, a pesar de apretarse el cintur on, no tiene forma de llegar al Rolls, puede intentarlo con los Ferrari. El Mercedes mismo tiene bastante buen cartel en Espa na. Pero el Mercedes s olo no le bastar a, y tendr a que cuidar m as el vestuario, am en de usar reloj y mechero de oro. Pitillera, no. Hoy en d a s olo la usan las se noras. Como antes se ha mencionado, un barco es se nal inequ voca de status, pero es dif cil manejar el barco cuando uno vive en el interior y se har a muy complicado explicar al alcalde de Madrid las razones por las que el sinverg uenza aspira a tener un yate amarrado en el estanque del Retiro o en el lago de la Casa de Campo. La exhibici on de grandes sumas de dinero, si se hace con naturalidad, como por equivocaci on, suele ser una buena se nal de riqueza. Pero desaconsejable, primero porque abulta demasiado y, segundo, porque la inseguridad ciudadana puede convertir una noche de proyectado desenfreno en una tragedia. La tarjeta de cr edito de oro tambi en es un buen s ntoma que la mujer reconoce con facilidad. Lo malo es que los bancos no las dan m as que a los verdaderamente ricos. En todo caso, puede adquirirse una en el mercado negro y ponerla en un sitio visible del billetero, donde otros llevan la foto de los ni nos. Y no usarla, en prevenci on de complicaciones legales. Los bancos se muestran quisquillosos con los sinverg uenzas que van demasiado lejos, aunque sea por una causa justa. Afortunadamente existen tambi en s mbolos externos intelectuales, para cuyo uso hace falta solamente mucho cinismo, que es barato, y una nula moralidad, cosas ambas que un buen sinverg uenza, practicando sin descanso, puede desarrollar en pocos meses. Tales s mbolos, por precauci on, se han de usar en territorios v rgenes e inexplorados, donde sea imposible que haya llegado nuestra fama, pues se basan en la m as descarada usurpaci on de personalidad. Cualquier error puede truncar la carrera del sinverg uenza, dej andole a disposici on del juez. Yo mismo, con un familiar magistrado, rara vez he usado el sistema. El truco, como puede suponerse, consiste en inventarse un cargo, una profesi on o una parentela de much simo prestigio. La elecci on, dada la amplitud del campo, puede ser muy variada, desde hermano o hijo de un presidente de gobierno bananero a heredero de una corona ducal. Los expertos, sin embargo, preeren algo menos llamativo. Con las mujeres va muy bien ngirse m edico endocrino, especialista en diet etica para m as detalles y, mientras las manos abarcan cuanto est a a su alcance, dejar que la boca pronuncie m aximas hipocr aticas y saludables consejos para reducir el per metro de las caderas. Adem as, las se noras suelen permitir cosas especiales a los m edicos m as desconocidos, desde una simple palpaci on a una inspecci on ocular de la zona problem atica y de sus alrededores. Que el consejo no caiga en saco roto, porque es de oro. Como tantos espa noles, tengo un aparato para tomar la tensi on, con su correspondiente estetoscopio. Una vez por semana lo llevo a mi tertulia para vigilar la presi on arterial de mis discutidores amigos. Tan pronto como me pongo las olivitas en los o dos y adopto la expresi on de pedir que se diga treinta y tres, caen sobre m todas las miradas femeninas disponibles en la zona. Algunas miradas callan pero otras no pueden contenerse y ya estoy hecho a que docenas de se noras se acerquen a mi grupo, muy sonrientes, y me pidan una tomadita de tensi on.

35 Algunas me llaman doctor y la experiencia me ha ense nado a desenga narlas cuanto antes: una vez no o el t tulo, a causa del estetoscopio, y fui informado de una larga serie de trastornos g astricos de origen desconocido. As pues, sin testigos que puedan desmentir al farsante sinverg uenza, los estetoscopios metidos al desgaire en los bolsillos de la chaqueta pueden ser un pasaporte al exito y hasta una invitaci on a realizar un detallado reconocimiento. En a nos m as mozos que los actuales, hice varios campamentos juveniles. Tal pr actica consiste en pasarse horas y m as horas al sol, acumulando polvo y tratando de evitar que cientos de ni nos salvajes se lesionen entre ellos, hieran a los vecinos o causen estragos en el nicho ecol ogico m as pr oximo. En prevenci on de alg un fallo en nuestra tupida red de vigilancia, sol amos llevar a un estudiante de cuarto o quinto de medicina, al que llam abamos m edico a pesar de su reglamentario calz on corto. Cerca de nuestro campamento de chicos se instal o uno de muchachas, girls-scouts m as granaditas que nuestras eras, todas ellas bien formadas, alegres, indisciplinadas y dispuestas a convertirse en un regalo para nuestra aburrida vista. La inexperiencia les llev o a beber agua de una fuente poco recomendable y nos pidieron auxilio de madrugada, la primera vez. Nuestro m edico, d andose a todos los diablos, acudi o a contemplar los s ntomas y a repartir negr simas tabletas de carb on, que hacen milagros entre las v ctimas de las fuentes. La segunda vez fueron paperas. El c omo se las apa naron aquellas muchachas para coger paperas en descampado y a la orilla de un mar delicioso, es un misterio todav a no resuelto. Pero eran paperas. Cuando el m edico cog a su botiqu n y sus otros trastos de matar, observ e en su rostro una curiosa expresi on, como la que pondr a Mest ofeles un momento antes de hacerle una proposici on a Fausto. -Qu e expresi on? -pregunt o el m edico. -Esta. -la imit e lo mejor que pude. -Ah! Recordaba unas sabias palabras de mi venerable c atedro: hay que reconocer completamente al enfermo para no hacer un diagn ostico equivocado. -Completamente quiere decir completamente? -Eso mismo. -No crees que pesa mucho ese botiqu n? Llegar as con las manos temblonas y eso no es bueno en tu profesi on. No opuso reparos, pues yo era su superior campamental, de manera que le acompa n e en calidad de botiquinero, listo incluso para donar sangre si era estrictamente necesario. El estudiante de medicina, que s olo atend a a la voz de doctor, reconoci o tanto como estuvo en su mano, sin dejarse ni una porci on, en previsi on de que las paperas fueran s olo un s ntoma de algo m as grave. Es en el cuello, le dec an las interesadas, pero el se sacricaba. De todas formas, una de las monitoras estuvo presente durante todos nuestros manejos, pues eran otros tiempos. Muy bien debi o de hacerlo el doctorcete, porque se corri o la voz y, al d a siguiente, dos de las monitoras, las de m as categor a, se encontraban fatal y el m edico y yo, dando gracias, volvimos a entrar en acci on, soldados de la salud haciendo una descubierta.

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TERCERA: EL METODO CAP ITULO 5. LECCION PERFECTO

Podr a seguir con la explicaci on detallada, pero es mejor resumirla as : tres d as despu es la segunda de abordo se empe naba en llamarme angelote y no me permit a regresar al refugio de mi tienda hasta las cinco de la madrugada. En cuanto al m edico, tan embebido estaba, que s olo fue capaz de recetar aspirinas hasta el nal del turno. Por eso repito que el consejo no ha de caer en saco roto, porque es de oro. Los verdaderos m edicos no pueden permitirse jugar con la deontolog a. Los falsos, s : por el bien de la causa.

Apropiarse de personalidades o de titulaciones de prestigio entre las se noras es siempre graticante, mientras no se practique con mujeres polic a. Los m edicos, como hemos visto, tienen un f acil acceso a la intimidad. Pero, si uno no dispone del oportuno estetoscopio, tiene otras muchas posibilidades de acci on. Los falsos curas, por ejemplo, se cotizan bastante bien y m as ahora que hacer de cl erigo no exige enfundarse en la engorrosa sotana. Por lo visto, a los ojos de la mujer, el sacerdote est a rodeado de la atractiva aura de lo prohibido, y eso siempre es una buena recomendaci on. No pocas se mueren de ganas de hacer pecar a un cura, por estropearle el asunto de la virginidad o el voto de castidad. Cuando era joven y segu a estudios reglados en Madrid, los Beatles estaban iniciando su decadencia y, adem as, hab a comenzado ya el desconcierto en la moda masculina. Yo, ocasional lector de Sartre, a quien llamaba Jean Paul -eso les indicar a mi vanidosa psicolog a adolescente-, vest a a menudo de negro. Traje negro, camisa blanca y, sobre ella, jersey negro que s olo dejaba ver una estrecha franja del cuello. Era, m as o menos, existencialista tard o en un Madrid que no hab a dejado atr as ciertas jaciones en torno a la apariencia. Era, adem as, un estudiante, y el cargo me exig a tomar vino blanco con lim on de doce a dos en las m as acreditadas tascas, alternando el copeo con inteligentes partidas de chinos. En un bar, El Laberinto del Tinto se llamaba, jugaba cinco chinadas todos los d as a partir de la una y cuarto. Un esp ritu joven dentro de un cuerpo joven, todo ello rociado con blanco con lim on, da bastante de s , y no siempre manten a el lenguaje acad emico propio del hombre culto. Meses despu es de que durasen estos ritos paganos, yo ven a observando c omo una sobrina que despachaba tras la barra me hac a ojitos, me llenaba m as de la cuenta los vasos y me rozaba una y otra vez la mano al devolverme los cambios. Canastos, sol a decirme yo cuando dispon a de tiempo para la reexi on. Un d a, despu es de haber pedido blancas siendo mano, jug andome el todo por el todo y perdiendo, dije algo m as que canastos: palabras aprendidas en el Diccionario Secreto de Cela. La muchacha, hecha al lenguaje, se sonri o de todas formas: -Hay que ver c omo son ustedes! -me dijo. -Qui enes? -pregunt e, inspeccionando los alrededores. -Los curas modernos. Qued e transido por la emoci on: todos aquellos meses disfrazado de existencialista y pensando que el hombre era un ser-para-la-muerte, s olo hab an servido para que me tomaran por cl erigo contestatario, subespecie que estaba en auge por entonces. Y, para colmo, la tabernerita me echaba miradas sensuales.

37 Aprendiz de sinverg uenza y todo, siempre fui muy mirado con las cosas del culto. S olo fui ateo de los 16 a los 17 por haber le do una pijadita del dr. Freud a destiempo, T otem y Tab u si no recuerdo mal. Pero, en cuanto se me disiparon los efectos, volv al redil de la Madre Iglesia y en el sigo, a despecho de algunas escapaditas pecaminosas que en nada debilitan mi fe. -C omo, c omo, c omo? -pregunt e, por si los o dos me hab an gastado alguna jugarreta.- Has dicho cura moderno? Ella se nal o mis ropas e hizo que s con la cabeza. Si aquello que ten a delante no era un cura, qu e era? -No me dir as -intervino uno de los contertulios, el que llevaba tres cuando ped blancas de salida- que no eres cura? -Claro que te lo dir e: no lo soy. -Y nosotros venga de hacernos lenguas de lo simp atico y campechano que era nuestro cura. Est abamos seguros de que limpiabas las almas de un golpe. Hab a desenga no en sus ojos. Y en los de la muchacha. Cuando me devolvi o el cambio de la ronda perdida se abstuvo de rozarme la mano y de suspirar: ante sus ojos yo hab a perdido tres cuartas partes de mis encantos. De todas formas, sospechando que pod an estar haci endome objeto de un bromazo tabernario, de regreso a casa en el metro me acerqu e a dos mujeres j ovenes, justo debajo del cartel de se prohibe fumar. -Me da fuego, hermana? Me lo dieron. Luego, a distancia ya, les o comentar entre ellas: -Te has jado qu e cura tan joven? Desde entonces, cada vez que uso trajes negros me pongo corbata: no hay cura moderno que se atreva a tanto.

Se han puesto dos ejemplos de usurpaci on de personalidad que demuestran las innitas posibilidades del m etodo perfecto si uno lo quiere usar sin ser de verdad rico, poderoso o famoso. Pero no hay que pasarse. Una noche, al entrar en una discoteca, me j e en un tipo, con medio pedalete, que obligaba a sus acompa nantes a llamarle alteza. Ay de quien le apeara el tratamiento! En la barra, la proximidad me oblig o a enterarme de su personicaci on: armaba ser el hermano del rey. Este se pasa -me dije- Duque ya es mucho, pero pr ncipe... La prueba de que la exageraci on no hab a prendido en las mentes femeninas all presentes, estaba a la vista: todos los seres con faldas, incluidos los travest s, esquivaban a su alteza que, por otro lado, usaba del mese y del tese con demasiada profusi on, at pica en un miembro de la realeza. -Y ese? -pregunt e al barman en un descuido. -Es el loco. Hoy es el hermano del rey, pero ten a que haberle visto ayer, que le tocaba ser el hijo de Marilyn Monroe.

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TERCERA: EL METODO CAP ITULO 5. LECCION PERFECTO

Cap tulo 6

CUARTA: EL LECCION SEGUNDO MEJOR METODOO el cuarto, a continuaci on de ese tr o de ases compuesto por el dinero, el poder y la fama. En realidad, se basa tambi en en la fama, pero en la mala, no en la popularidad. En otras palabras: el mejor modo de triunfar en este dif cil arte de ser un sinverg uenza con las se noras, es tener fama de serlo. Los m as sagaces cient cos no se explican todav a el m etodo del que se valen las se noras para hacerse con la informaci on, pero el buen sinverg uenza acaba siendo conocido por todas las mujeres de su ambiente y por much simas de otros. En esta situaci on, al sinverg uenza famoso casi nunca le faltan candidatas para la experimentaci on m as avanzada. Candidatas, adem as, que no se hacen ilusiones sobre el futuro, aunque tambi en pueden aproxim arsele las que tengan intenci on de redimirle de su sinvergonzoner a impenitente. Pero este m etodo es un c rculo vicioso, no a causa de la d ebil moral del sinverg uenza, sino porque hay que ser previamente un sinverg uenza para poder actuar como tal, de modo que el aprendiz nunca puede usar este sistema garantizado. Las mujeres, gracias a sus agudos sentidos, descubren a un sinverg uenza antes que el hombre y rechazan cualquier falsicaci on. Ni siquiera se dejan convencer por la potencialidad de sinvergonzoner a del individuo en cuesti on: para ellas s olo valen los hechos cuanticables como n umero de se noras seducidas, n umero de hijos adulterinos y otras pruebas de menor orden. Quiere esto decir que este maravillosos m etodo, basado en el cr a fama y echate a dormir, est a vedado a quien se inicia en esta clase de fechor as? No, o por lo menos, no del todo, gracias a las modernas t ecnicas publicitarias. Yo mismo, gracias a la gran documentaci on que se maneja en este libro y al hecho de que muchos datos est an tomados directamente de la realidad, tengo la esperanza de hacerme con una buena mala fama en este sentido. Es posible que en los pr oximos meses las se noras se den con el codo en los restaurantes y en los autobuses al verme entrar: Ese es. Claro que tambi en es posible que alguna feminista de abordaje desee politizar estas experiencias psicol ogicas e inocentes y me propine una paliza, ya f sica, ya moral. Pero esto no har a m as que incrementar mi fama de sinverg uenza, de modo que muchas se noras pueden sentir hacia m la atracci on de los abismos y tirarse de cabeza hacia mi deleznable psicolog a. 39

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CUARTA: EL SEGUNDO MEJOR METODO CAP ITULO 6. LECCION

UN TOQUE DE FILOSOF IA ILUSTRATIVA Don Juan llega a ser Don Juan porque, previamente, ha sido Don Juan. Mientras usted trata de sacar el sentido de esta enjundiosa frase, ganaremos tiempo record andole c omo el Tenorio se pavonea de sus exitos frente a Don Luis: que si esta, que si la otra, que si el cartel en la puerta... Resultado: fascinaci on. Algunos anuncios de detergentes daban una de las claves de este fen omeno: A qui en se lo dijo usted? A mi vecina. O sea, muchas mujeres act uan como algunos hombres miserables que se pavonean de sus triunfos, s olo que las mujeres se lo cuentan todo, o casi todo, con detalles que pondr an los pelos de punta a cualquier var on empedernido. El hombre, en cambio, no puede hacer esto si aspira a aplicar correctamente el m etodo. Ha de ser discreto, casi silencioso y conseguir que sean los dem as, las dem as a ser posible, las que hablen de el, corriendo con el peso de la acci on.

EJEMPLOS 1.- Uno de estos hombres fuertes y silenciosos, interesado en una mujer muy especial, tomo la costumbre de contar a su marido todos sus exitos con las se noras. Imaginarios, pues abusaba de la buena fe de su amigo. Como sinverg uenza de casta, no tuvo reparo en mancillar el buen nombre y el honor de algunas mujeres, s olo con la precauci on de que se tratara de se noras que no tuvieran ninguna intimidad con la esposa. La mujer era detalladamente informada por su inocente marido: -Sabes lo que ha hecho esta vez mi amigo? Ten a que haber sospechado del desinter es que ella mostraba: s olo las mujeres que ocultan algo dejan de curiosear en la vida de los conocidos. -Pues esto y esto con fulanita! Yo no s e qu e les da. Ella tampoco y, humana, sent a curiosidad por averiguarlo. As , un buen d a, el presunto sinverg uenza vio La Mirada, ese rayo inequ voco que es como la luz verde de los sem aforos. La buena o mala se nora sigui o exactamente sin saber lo que les daba el sinverg uenza a las mujeres, pero no dud o de que ellas se le entregaban a docenas. Algo defraudada, hizo comentarios con sus ntimas, reconociendo su fama de golfo indiscutible. Y la bola de nieve ech o a rodar, cosa que el hombre agradeci o, particularmente durante las largas noches de invierno en provincias.

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2.- Un hombre absolutamente normal, algo t mido, en su vida hab a dado muestras de propensi on hacia la sinvergonzoner a. Era tan educado y correcto que las mujeres, a su lado, se sent an a salvo, lo cual es muy bueno para la fama de un caballero pero pernicioso para encontrar temporales y agradables compa n as. Baste decir, para terminar el relato, que su confesor le felicitaba por su prudencia con el sexto. El, en cambio, no: no se absten a de pecar por convicci on sino por falta de oportunidad. Un buen d a una devoradora de hombres, de esas que no le hacen ascos a nada, se sinti o atra da por el por uno de los m etodos que ya se han explicado: era tan decente y correcto que her a su sensibilidad de mala mujer, as que le sedujo y el, sin tener conciencia clara de los acontecimientos, se vio lanzado a la vor agine de la carne. La vor agine, como era de prever, le sent o bien durante unos d as; los sucientes para que otra devoradora, que manten a una feroz competencia con la primera, le sedujera en un descuido. El, todo hay que decirlo, estaba dispuesto a ser seducido tantas veces como fuera posible. La primera seductora se enter o de la faena de la segunda y hubo una gran pelea. No por el hombre, que les importaba poco, sino por la vanidad herida. Pero la excusa era aquel hombre decente y educado que en su vida hab a sido capaz de enunciar un piropo. Aquello hizo ruido. Adem as, ambas devoradoras aprovecharon para entrar en detalles sobre el. La una le infravaloraba, para disminuir la verg uenza de haber sido traicionada, y la otra ensalzaba cada uno de sus detalles f sicos e intelectuales. El no lo sab a, pero hab a sido puesto en un escaparate bien iluminado y las mujeres le contemplaban a sus anchas. Tres d as despu es de estos acontecimientos, nuestro hombre recibi o la visita de un amigo, algo avergonzado: -Fulanita -dijo- me ha visto en la discoteca y me ha preguntado por ti. -Por m ? -se asombr o el interesado, incr edulo. Jam as las mujeres se hab an dedicado a interrogar a sus amigos. -Me ha subido al coche y est a aqu abajo, esperando. -dijo el amigo. Enrojeci o, porque percib a cierto papel de alcahuete en su inc omoda misi on. -Abajo? -aquello superaba a un buen pu nado de sus mejores sue nos. Y qu e quiere? -Llevarte a bailar. Que salgas. Ella conduce. Bajaron ambos, aunque el amigo aprovech o un descuido para escabullirse como un conejo. Tras una noche aburrida y algo silenciosa, ella aparc o el coche frente a la casa de el y suspir o. Un suspiro femenino en un coche peque no no deja de enrarecer el ambiente y hasta hierven las ideas de los hombres m as d ociles. -Puedo darte un beso? -pregunt o, presa de una de ellas. La muchacha dijo algo como esas cosas no se preguntan y abri o ligeramente los labios. El que iba a ser un beso de despedida, se convirti o en un beso de bienvenida. Aunque s olo se hab a hablado de besos, sin mencionar ninguna otra f ormula cari nosa, el h eroe se encontr o abrazado, envuelto casi, y a un hoy jura que mordido. En la actualidad, y gracias a estas colaboraciones espont aneas, es un sinverg uenza con todas las de la ley. Las madres se abstienen de pronunciar su nombre ante las hijas y las hijas, con m as

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CUARTA: EL SEGUNDO MEJOR METODO CAP ITULO 6. LECCION

motivo, de pronunciarlo ante las madres. Los maridos le echan miradas de trav es. Las esposas no le saludan por la calle, pero el oye, a distancia, el ruido de sus pensamientos. En las noches de desca