Romero Jose Luis Breve Historia de La Argentina (1)

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1 BREVE HISTORIA DE LA ARGENTINA JOSÉ LUIS ROMERO PRIMER TOMO Prefacio En 1965 apareció en Eudeba la primera edición de Breve historia de la Argentina, que Boris Spivacow le encargó a mi padre: un cuaderno, de grandes páginas, con muchas ilustraciones y una viñeta de Schmidl sobre fondo rojo en la tapa. Era un producto típico de aquella notable empresa editorial, tan característica de los años sesenta. El texto concluía en 1958; con su cruce de optimismo e incertidumbres, su fe en el desarrollo de la democracia, la libertad y la reforma social, y sus dudas acerca de la era "plutocrática" que se iniciaba, es un testimonio de aquel formidable proyecto social de modernización cultural, tan desdichadamente concluido. Ignoro cuánto circuló esa edición. A poco de aparecer, la universidad fue intervenida, Eudeba pasó a malas manos, el libro desapareció de la venta y mi padre inició una larga gestión para recuperar sus derechos. Hacia 1973 lo consiguió, con la ayuda profesional de Horacio Sanguinetti, y poco después acordó con Juan Carlos Pellegrini su reedición actualizada en Huemul. A principios de 1977 murió mi padre. En aquel año, en el que la catástrofe del país se sumaba a mi desventura personal, Fernando Vidal Buzzi, a cargo de Huemul, me propuso llevar adelante la proyectada reedición, agregando un último capítulo. En 1975 mi padre había agregado un capítulo final a Las ideas políticas en la Argentina, sobre el período 1955-1973. Yo lo había ayudado, tenía bastante práctica en trabajos profesionales conjuntos solíamos decir que teníamos una sociedad anónima de producciones históricasde modo que no me pareció mal escribir que hoy es el capítulo XIV, basándome en aquel tema, usando sus ideas y también sus palabras, sin mencionar participación, que en el fondo era sólo parcial. Al fin y al cabo, era como una de aquellas batallas que el Cid ganaba después de muerto. Sorpresivamente, en su segunda versión, el libro tuvo un éxito callado y enorme. No podría decir cuántos ejemplares se han vendido, pues me consta que hubo muchas ediciones clandestinas. Pero sé que ha llegado a ocupar un lugar importante en la enseñanza, particularmente en los últimos años de la escuela media. Siempre me pareció su difusión que en aquellos años formaba parte de las respuestas, modestas pero firmes, que nuestra sociedad daba al terror militar. Enn 1993, otro avatar editorial me planteó la disyuntiva acerca de su actualización. No podía ya apoyarme en escrito o pensado por mi padre. Pero a la vez, era consciente de que el principal valor de un libro de este tipo era para comprender el presente, ese "presente vivo" que mi padre contraponía con el "pasado muerto". En la Argentina habían ocurrido cosas demasiado importantes entre 1973 y 1992 como para que no las registrara en un libro destinado a los jóvenes, a quienes se estaban formando como ciudadanos. Yo acababa de terminar mi Breve historia contemporánea de la Argentina y me pareció que podría ofrecer un resumen digno, que cubriera el período hasta 1993. Tengo la íntima convicción de que las ideas generales de este capítulo estarían en consonancia con las del resto de la obra. Hoy, en esta nueva versión, he revisado el texto original y he completado el capítulo XV, pues lo ocurrido en los últimos tres años sin duda hace más claro lo que en 1992 era sólo una intuición. Probablemente seguiré haciéndolo en el futuro, en parte porque este libro ya tiene una existencia propia, y en parte por convicción filial, Estoy convencido de que es mi obligación hacer lo necesario para mantener vigente el pensamiento de mi padre, que me sigue pareciendo admirable, enormemente complejo detrás de su aparente sencillez, y sin Breve Historia de la Argentina José Luis Romero

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    BREVE HISTORIA DE LA ARGENTINA

    JOS LUIS ROMERO PRIMER TOMO

    Prefacio En 1965 apareci en Eudeba la primera edicin de Breve historia de la Argentina, que Boris Spivacow le encarg a mi padre: un cuaderno, de grandes pginas, con muchas ilustraciones y una vieta de Schmidl sobre fondo rojo en la tapa. Era un producto tpico de aquella notable empresa editorial, tan caracterstica de los aos sesenta. El texto conclua en 1958; con su cruce de optimismo e incertidumbres, su fe en el desarrollo de la democracia, la libertad y la reforma social, y sus dudas acerca de la era "plutocrtica" que se iniciaba, es un testimonio de aquel formidable proyecto social de modernizacin cultural, tan desdichadamente concluido. Ignoro cunto circul esa edicin. A poco de aparecer, la universidad fue intervenida, Eudeba pas a malas manos, el libro desapareci de la venta y mi padre inici una larga gestin para recuperar sus derechos. Hacia 1973 lo consigui, con la ayuda profesional de Horacio Sanguinetti, y poco despus acord con Juan Carlos Pellegrini su reedicin actualizada en Huemul. A principios de 1977 muri mi padre. En aquel ao, en el que la catstrofe del pas se sumaba a mi desventura personal, Fernando Vidal Buzzi, a cargo de Huemul, me propuso llevar adelante la proyectada reedicin, agregando un ltimo captulo. En 1975 mi padre haba agregado un captulo final a Las ideas polticas en la Argentina, sobre el perodo 1955-1973. Yo lo haba ayudado, tena bastante prctica en trabajos profesionales conjuntos solamos decir que tenamos una sociedad annima de producciones histricas de modo que no me pareci mal escribir que hoy es el captulo XIV, basndome en aquel tema, usando sus ideas y tambin sus palabras, sin mencionar participacin, que en el fondo era slo parcial. Al fin y al cabo, era como una de aquellas batallas que el Cid ganaba despus de muerto. Sorpresivamente, en su segunda versin, el libro tuvo un xito callado y enorme. No podra decir cuntos ejemplares se han vendido, pues me consta que hubo muchas ediciones clandestinas. Pero s que ha llegado a ocupar un lugar importante en la enseanza, particularmente en los ltimos aos de la escuela media. Siempre me pareci su difusin que en aquellos aos formaba parte de las respuestas, modestas pero firmes, que nuestra sociedad daba al terror militar. Enn 1993, otro avatar editorial me plante la disyuntiva acerca de su actualizacin. No poda ya apoyarme en escrito o pensado por mi padre. Pero a la vez, era consciente de que el principal valor de un libro de este tipo era para comprender el presente, ese "presente vivo" que mi padre contrapona con el "pasado muerto". En la Argentina haban ocurrido cosas demasiado importantes entre 1973 y 1992 como para que no las registrara en un libro destinado a los jvenes, a quienes se estaban formando como ciudadanos. Yo acababa de terminar mi Breve historia contempornea de la Argentina y me pareci que podra ofrecer un resumen digno, que cubriera el perodo hasta 1993. Tengo la ntima conviccin de que las ideas generales de este captulo estaran en consonancia con las del resto de la obra. Hoy, en esta nueva versin, he revisado el texto original y he completado el captulo XV, pues lo ocurrido en los ltimos tres aos sin duda hace ms claro lo que en 1992 era slo una intuicin. Probablemente seguir hacindolo en el futuro, en parte porque este libro ya tiene una existencia propia, y en parte por conviccin filial, Estoy convencido de que es mi obligacin hacer lo necesario para mantener vigente el pensamiento de mi padre, que me sigue pareciendo admirable, enormemente complejo detrs de su aparente sencillez, y sin

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    dudas ms all de cualquier moda intelectual. En rigor, dediqu mucho tiempo en estos veinte aos a reeditar sus obras, reunir sus artculos y conservar vivo su recuerdo, y seguir hacindolo. Mantener actualizado este libro en particular es parte de ese propsito. Se trata, pues, de un libro con una historia, que se prolonga hasta el presente. Tambin tiene una historia editorial que en la ocasin me resulta particularmente significativa. En 1945, el Fondo de Cultura Econmica le encarg a mi padre un libro sobre las ideas polticas en la Argentina, destinado a una de sus colecciones. Por entonces mi padre se dedicaba a la historia antigua, y slo haba incursionado tangencialmente en la historia argentina, sobre todo como parte de su activo compromiso en la lucha intelectual y poltica de aquellos das. De cualquier modo, la eleccin de Daniel Cossio Villegas, y la previa recomendacin de Pedro Henrquez Urea, fue para l un honor y a la vez un desafo. Con justicia, Las ideas polticas en la Argentina se ha convertido en un verdadero clsico, y desde entonces la relacin de mi padre con el Fondo dira: con Arnaldo Orfila Reynal y Mara Elena Satostegui fue muy intensa. All aparecieron La Edad Media otro clsico, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX y ms recientemente la experiencia argentina, donde hace unos aos reun el conjunto de sus artculos y ensayos sobre el pas. En 1992 Alejandro Katz, responsable del Fondo en Buenos Aires, me propuso escribir una historia argentina del siglo XX, destinada tambin a una coleccin de la editorial. Como le ocurri casi cincuenta aos antes a mi padre, el encargo fue para m un honor y sobre todo un desafo muy grande, aunque ignoraba su magnitud cuando lo acept. Por circunstancias que no conoc, el libro termin con un ttulo muy parecido al de mi padre: Breve historia contempornea de la Argentina. No puedo dejar de pensar en este extrao juego de coincidencias y de tradicicines. No puedo dejar de pensar que Breve historia de la Argentina de Jos Luis Romero, que hoy reedita el Fondo, est finalmente donde deba estar.

    Luis Alberto Romero. Febrero de 1997. Esta breve historia de la Argentina ha sido pensada y escrita en tiempos de mucho desconcierto. Mi propsito ha sido lograr la mayor objetividad, pero temo que aquella circunstancia haya forzado mis escrpulos y me haya empujado a formular algunos juicios que puedan parecer muy personales. El lector, con todo, podr hacerse su propia composicin de lugar, porque a pesar de la brevedad del texto, creo que he logrado ofrecer los datos necesarios para ello. La finalidad principal de este libro es suscitar la reflexin sobre el presente y futuro del pas. Su lectura, pues, puede ser emprendida con nimo crtico y polmico. Me permito sugerir que esa lectura no sea slo una primera lectura. El texto ha sido apretado desesperadamente y creo que el libro dice ms de lo que parece a primera vista. Quiz me equivoque, pero sospecho que, al releerlo, aparecern ms claras muchas ideas que he reducido a muy escuetas frmulas.

    J.L.R.

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    Primera parte: La era indgena Cuntos siglos hace que est habitada esta vasta extensin de casi tres millones de kilmetros cuadrados que hoy llamamos la Argentina? Florentino Ameghino, un esforzado investigador de nuestro remoto pasado, crey que haba sido precisamente en estas tierras donde haba aparecido la especie humana. Sus opiniones no se confirmaron, pero hay huellas de muchos siglos en los restos que han llegado a nosotros. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si estas poblaciones que fueron en un tiempo las nicas que habitaron nuestro suelo llegaron a l desde regiones remotas, tan lejanas como la Polinesia, o tuvieron aqu su origen. Slo sabemos que un da, muchos siglos antes de que llegaran los conquistadores espaoles, se fijaron en nuestro territorio y permanecieron en l hasta identificarse con su paisaje. De esas poblaciones autctonas no conocemos la historia. Las que habitaron el noroeste del pas revelan una evolucin ms intensa y parece que aprendieron con duras experiencias el paso del tiempo y la sucesin de los cambios que es propia de la historia de la humanidad. Las dems, en cambio, se mantuvieron como grupos aislados y perpetuaron sus costumbres seculares o acaso milenarias, sin que nada les hiciera conocer la ventura y la desventura de los cambios histricos. Eran, ciertamente, pueblos adheridos a la naturaleza. sta de nuestro suelo es una naturaleza generosa. La Argentina es un pas de muy variado paisaje. Una vasta llanura la pampaconstituye su ncleo interior; pero en la planicie continua se diferencian claramente las zonas frtiles regadas por los grandes ros y las zonas que no reciben sino ligeras lluvias y estn pobladas por escasos arbustos. Unas tierras son feraces --praderas, bosques, otras estriles, a veces desrticas. Pero la llanura es continua como un mar hasta que se confunde con la patagnica del Sur, o hasta que se estrella contra las altas montaas de los Andes hacia el Oeste una de esas regiones se se fijaron viejos y misteriosos pueblos que desenvolvieron oscuramente su vida en ellas. Eran pueblos de costumbres semejantes en algunos rasgos, pero muy diferentes en otros, porque estaban encadenados a la naturaleza, de cuyos recursos dependan, cuales variaban sus hbitos. Cuando comenz la conquista espaola, las poblaciones autctonas fueron sometidas y atadas a las formas de vida que introdujeron los conquistadores. Durante algn tiempo, algunos grupos conservaron su libertad replegndose hacia regiones no frecuentadas por los espaoles. La pampa y la Patagonia fueron su ltimo refugio. En un ltimo despertar, constituyeron una de las llanuras cuando la desunin de las provincias argentinas les permiti enfrentarlas con ventaja. Pero, cuando la lanza se mostr inferior al fusil, cayeron sometidos y fueron incorporados a las nuevas formas de vida que les fueron impuestas. Acaso ellos no crean que las formas europeas fueran superiores a las suyas, heredadas y mantenidas durante largos siglos. Y acaso la melancola que la msica y su mirada oculte el dolor secular de la felicidad perdida.

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    I Poblaciones Autctonas Desde el Ro de la Plata hasta la cordillera de los Andes, la pampa inmensa y variada estaba habitada por los pueblos que le dieron su nombre: los pampas. Estaban divididos en diversas naciones, desde los araucanos, que traspasaban los valles andinos y se extendan hacia la otra ladera de la cordillera, hasta los querandes que habitaban las orillas del Ro de la Plata. Eran cazadores o pescadores segn las regiones, de costumbres nmadas, diestros en el uso del arco y de las boleadoras, con las que acertaban a los avestruces que cruzaban la llanura. Y para descansar y guarecerse construan toldos rudimentarios que se agrupaban formando pequeas aldeas. Ms favorecidos por la naturaleza los guaranes que habitaban la regin de Corrientes y Misiones aprendieron a cultivar la tierra con instrumentos de madera y cosechaban zapallo, mandioca y especialmente maz; con eso completaban su alimentacin hecha tambin de caza y pesca. Cuando se establecan en algn lugar durante largo tiempo construan viviendas duraderas de paja y barro. Eran hbiles y saban fabricar cacharros de alfarera, un poco elementales, pero capaces de servir a las necesidades de la vida cotidiana; y con las fibras que tenan a su alcance hacan tejidos para diversos usos, entre los cuales no era el ms frecuente el de vestirse, porque solan andar desnudos. Prximos a ellos, en los bosques chaqueos, los matacos y los guaycures alternaban tambin la caza y la pesca con una rudimentaria agricultura en la trabajaban preferentemente las mujeres. Y por las regiones vecinas se extendan otros pueblos menos evolucionados, los tobas o los chans, que conocan sin embargo, como sus vecinos el difcil arte de convertir un tronco de rbol en una embarcacin con la que diez o doce hombres solan navegar grandes ros en busca de pesca. Menos evolucionadas an eran las poblaciones de la vasta meseta patagnica. All vivan los tehuelches, cazadores seminmadas, que utilizaban las pieles de los que lograban atrapar para cubrirse y para techar las chozas en que habitaban, luego de haber comido cruda su carne. Onas y yaganes poblaban las islas meridionales como nmadas del mar, y en l ejercitaban su extraordinaria habilidad para la pesca con arpn, a bordo de ligersimas canoas de madera y corteza de haya. Escasas en nmero, con muy poco contacto entre si -y a veces ninguno, las poblaciones de las vastas llanuras de las duras mesetas, de las selvas o de los bosques, perpetuaban sus costumbres y sus creencias tradicionales sin que su vida sufriera alteraciones profundas. Iban a las guerras que se suscitaban entre ellos para defenderse o para extender sus reas de predominio, y en el combate ejercitaban los varones sus cualidades guerreras, encabezados por sus caciques, a quienes obedecan respetuosamente. Para infundir temor a sus enemigos y para sealar su origen, cubran con adornos o lo tatuaban con extraos dibujos, y algunos solan colocarse en el labio inferior un disco de madera con el que lograban adquirir una extraa fisonoma. La tierra entera les pareca animada por innumerables espritus misteriosos que la poblaban, y a sus designios atribuan los avatares de la fortuna: el triunfo o la derrota en la guerra, el xito o el fracaso en la caza o la pesca, la crueldad o la benignidad de las fuerzas de la naturaleza. Slo los hechicero mirar conocan sus secretos y parecan capaces de conjurarlos para tornarlos propicios y benvolos. Gracias a eso gozaban de la consideracin de los suyos, que los admiraban y teman porque constituan su nica esperanza frente a las enfermedades o frente a las inciertas aventuras que entraaban la cotidiana busca de los alimentos y la continua hostilidad de los vecinos. Ms compleja fue, seguramente, la existencia de las poblaciones que habitaban en las regiones montaosas del noroeste. All, los valles longitudinales de la cordillera abran caminos prometedores que vinculaban regiones muy distantes entre s, y hubo pueblos que

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    se desplazaron y conocieron las alternativas de la victoria y la derrota, esta ltima acompaada por el forzoso abandono de las formas tradicionales de vida y la aceptacin de las que les imponan sus vencedores. Tal fue, seguramente, el destino de los diaguitas, que habitaban aquellas comarcas. A lo largo de los valles, los diaguitas vivan en pequeas aldeas formadas por casas con muros de piedra. Era el material que les ofreca su paisaje. Hbiles alfareros, usaban platos, jarras- y urnas de barro cocido en cuyo decorado ponan de manifiesto una rica imaginacin y mucho dominio tcnico; pero utilizaban adems para sus utensilios cotidianos la madera, el hueso, la piedra y el cobre. Estaban firmemente arraigados a la tierra y saban cultivarla con extremada habilidad, construyendo terrazas en las laderas de las sierras para sembrar el zapallo, la papa y el maz, que eran el fundamento de su alimentacin. Criaban guanacos, llamas y vicuas, y con su lana hacan tejidos de rico y variado dibujo que tean con sustancias vegetales. Los adornos que usaban solan ser de cobre y de plata. En piedra esculpieron monumentos religiosos: dolos y menhires. Y con piedra construyeron los pucares, fortificaciones con las que defendan los pasos que daban acceso a los valles abiertos hacia los enemigos. Sin duda se virti mucha sangre en la quebrada de Humahuaca y en los valles calchaques, pero no con las alternativas de esa historia. Los pasos que miraban al Norte vieron llegar, seguramente ms de una vez, los ejrcitos de los estados que se haban constituido en el altiplano de Bolivia o en los valles peruanos: desde el Cuzco el imperio de los incas se extenda hacia el Sur y un da someti a su autoridad a los diaguitas. Signo claro de esa dominacin fue el cambio que introdujeron en sus creencias religiosas, abandonando sus viejos cultos animalsticos para adoptar los ritos solares propios de los quichuas. Y el quichua, la lengua del imperio inca, se difundi por los valles hasta tornarse el idioma preponderante. Propias o adquiridas, la msica y la poesa de los diaguitas llegaron a expresar una espiritualidad profunda y melanclica. Acaso la fuerza del paisaje montaoso las impregn de cierta resignacin ante la magnitud de los poderes de la naturaleza o ante el duro esfuerzo que requera el trabajo cotidiano. Pero no estaban ausentes de su canto ni el amor ni la muerte, ni el llamado de la alta montaa ni la evocacin de la luna nocturna. En el seno de comunidades de rgida estructura, vivan vueltos sobre s mismos y sobre su destino con una vigilante conciencia. Por eso constituan los diaguitas un mundo tan distinto del de las poblaciones de la llanura, de la meseta de las selvas y de los bosques. Cuando llegaron los espaoles y los sometieron y conquistaron sus tierras, unos y otros dejaron muy distinto legado a sus hijos, y a los hijos de sus que sus mujeres dieron a los conquistadores que las poseyeron, mestizos a los que qued confiado el recuerdo tradicional de su raza.

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    Segunda parte: La era colonial La conquista de Amrica por los espaoles es una empresa de principios del siglo XVI. Es la poca de Leonardo, de Maquiavelo, de Erasmo. Como el pensamiento humanstico y como la pintura de ese instante, la conquista tiene el signo del Renacimiento; es indagacin de lo misterioso, aventura en pos de lo desconocido. Alvar Nez Cabeza de Vaca, caminando por el Brasil hasta Asuncin, pertenece a la misma estirpe de Paracelso indagando los secretos del cuerpo humano. Pero cuando la conquista termina y comienza la colonizacin sistemtica, en la segunda mitad del siglo XVI, tambin el Renacimiento ha terminado. La Espaa imperial de Carlos V, avasalladora y triunfante en el mundo, ha dejado paso a la Espaa de Felipe II, retrada dentro de s misma, militante slo en defensa del catolicismo contra la Reforma, hostigada en los mares por los corsarios ingleses que asaltaban los galeones cargados con el oro y la plata de Amrica. Ni Espaa ni Portugal, los pases descubridores, mantendrn mucho tiempo el dominio de las rutas martimas. Y en el siglo XVII, los Austria acentan su declinacin hasta los oscuros tiempos de Carlos II el Hechizado. Holanda e Inglaterra comienzan a dominar los mares, movidas por los ricos burgueses que, finalmente, no vacilan en tomar el poder. La monarqua inglesa cae a mediados del siglo XVII con la cabeza de Carlos I y la repblica le sucede bajo la inspiracin de Oliverio Cromwell. Ahora se trata de que Inglaterra reine sola en los mares del mundo. Ni siquiera la Francia absolutista de Richelieu y de Luis XIV podra competir con ella sobre las aguas. En este mundo de los siglos XVI y XVII se desliza la primera etapa de la vida colonial argentina. El autoritarismo de los Austria impregna la existencia toda de la colonia. Sagrado como el rey es el encomendero a quien se confan rebaos de indios para su educacin cristiana y para el trabajo en los dominios de su amo. Una idea autoritaria del mundo y de la sociedad se desprenda de la experiencia de la poltica espaola tanto como de la prdica de los misioneros y de la enseanza de las doctrinas neoescolsticas de la Universidad de Crdoba, basada en los textos del telogo Francisco Surez. Pero, para las poblaciones autctonas, el autoritarismo no derivaba de ninguna doctrina, sino del hecho mismo de la conquista. Naturalmente, su tendencia fue a escapar o a rebelarse. Durante largos aos el problema fundamental de la colonial fue ajustar las relaciones de dependencia entre la poblacin indgena sometida y la poblacin espaola conquistadora. Puede decirse que la regin que hoy constituye la Argentina, excepto como exportadora de cueros apenas exista para el mundo. Pero, justamente al comenzar el siglo XVIII triunfante Inglaterra en los mares, Espaa cambia de dinasta: los Borbones reemplazan a los Austria. El mundo haba cambiado mucho y segua cambiando. La filosofa del racionalismo y del empirismo acompaaba a la gran revolucin cientfica de Galileo y de Newton, y juntas se imponan sobre las concepciones tradicionales de raz medieval. La conviccin de que lo propio del mundo es cambiar, comenzaba a triunfar sobre la idea de que todo lo existente es bueno y no debe ser alterado. La primera de esas dos ideas se enunci bajo la forma de una nueva fe: la fe en el progreso. Y Espaa, pese al vigor de las concepciones tradicionales, comenz bajo los Borbones a aceptar esa nueva fe. Naturalmente, se enfrentaron los que la aceptaban y los que la consideraban impa en una batalla que comenz entonces y an no ha concluido. La colonia rioplatense imit a la metrpoli: unos la aceptaron y otros no; pero era claro que los que la aceptaban eran casi siempre los disconformes con el rgimen colonial, y los que la rechazaban, aqullos que estaban satisfechos con l.

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    Poco a poco las exportaciones que salan del puerto de Buenos Aires aumentaban de volumen; en el siglo XVII se agreg a los cueros el tasajo que se preparaba en los saladeros. La exportacin era un buen negocio, pero tambin lo era la importacin de los imprescindibles artculos manufacturados que llegaban legalmente de Espaa y subrepticiamente de otros pases. Inglaterra, que dominaba las rutas martimas, haba proclamado la libertad de los mares. En el Ro de la Plata, los partidarios del monopolio espaol y los defensores de la libertad de comercio se enfrentaron y buscaron el fundamento de sus opiniones generalmente vinculadas a sus intereses en las ideologas en pugna. Hubo, pues, partidarios del autoritarismo y partidarios del liberalismo. Entre tanto las ciudades crecan, se desarrollaba una clase burguesa en la que aumentaba el nmero de los nativos y, sobre todo, se difunda la certidumbre de que la comunidad tena intereses propios, distintos de los de la metrpoli. Cuando la fe en el progreso comenz a difundirse, bast poco tiempo para que se confundiera con el destino de la nueva comunidad. Si la Universidad de Crdoba se cerraba resueltamente al pensamiento del Enciclopedismo, la de Charcas estimulaba el conocimiento de las ideas de Rousseau, de Mably, de Reynal, de Montesquieu. En Buenos Aires no falt quien, como el padre Maciel, poseyera en su biblioteca las obras de autores tan temidos. Una nueva generacin, al tiempo que se compenetraba de las inimaginables posibilidades que el mundo ofreca a la pequea comunidad colonial, beba en las obras de los enciclopedistas y en las de los economistas liberales espaoles una nueva doctrina capaz de promover, como en los Estados Unidos o en Francia, revoluciones profundas. A fines del siglo XVIII, la colonia rioplatense comenzado a ser un pas. Durante tres siglos se haba ordenado su estructura economicosocial y se haban delineado los distintos grupos de intereses y de opiniones. Todav durante toda la era criolla subsistiran los rasgos que se haban dibujado durante la era colonial. II. La conquista espaola y la fundacin de las ciudades (siglo XVI). Los espaoles aparecieron por primera vez en el Ro de la Plata en 1516, veinticuatro aos despus de la llegada de Coln al continente americano. Ciertamente, no buscaban tierras, sino un paso que comunicara el ocano Atlntico con el Pacfico, recin descubierto por Balboa. Juan Daz de Sols, que mandaba la expedicin, recorri el estuario y descendi en las costas orientales: all trab contacto con los querandes, que lo mataron a poco de desembarcar. As empezaron las relaciones entre indios y conquistadores. De los hombres de la expedicin de Sols, el ms joven, Francisco del Puerto, qued entre los indios; los dems regresaron a Espaa; pero una de las naves naufrag en el golfo de Santa Catalina y algunos de los tripulantes se salvaron nadando hasta la costa. Uno de ellos, Alejo Garca, oy hablar a los indios de la existencia de un pas lejano la tierra del Rey Blanco en cuyas sierras abundaban el oro y la plata. Seducido por la noticia, emprendi a pie la marcha hacia la regin de Chuquisaca, y luego de llegar y de confirmar la noticia, regres hacia la costa. Tambin l fue muerto por los indios cuando volva; pero lo que haba visto lleg a odos de sus compaeros y as naci la obsesionante ilusin de los conquistadores de alcanzar la tierra de las riquezas fabulosas. Poco despus, el Mar Dulce, como lo llam Sols, comenzara a ser llamado Ro de la Plata, en testimonio de esa esperanza. Sin embargo, la busca de un paso que uniera los dos ocanos segua siendo lo ms importante para la Corona espaola; y para que lo hallara envi a Hernando Magallanes en 1519 con la misin de recorrer la costa americana. Seguramente, tanto l como Sols posean noticias de navegantes portugueses que haban hecho ya anlogo viaje. Magallanes no se dej tentar por las promesas del ancho estuario y sigui hacia la costa patagnica.

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    Hizo escala en el golfo que llam de San Julin, conoci a los indias tehuelches que los espaoles llamaron patagones, y finalmente entr en el estrecho que luego se conoci con su nombre. Siguiendo sus huellas, lleg al Ro de la Plata en 1526 la expedicin de Sebastin Gaboto; pero las noticias difundidas por los que saban del viaje de Alejo Garca incitaron al piloto a penetrar en el ro Paran en busca de un camino hacia la tierra del Rey Blanco. Un pequeo fuerte que se llam de Sancti Spiritus, levantado sobre la desembocadura del Carcara, fue la primera fundacin la en suelo argentino. Ya entonces comenzaron las rencillas entre los que buscaban la tierra de la plata. Gaboto explor el Paran y el Bermejo, pero retorn al saber que otra expedicin al mando de Diego Garca, le segua los pasos. Cuando se pusieron de acuerdo, recorrieron juntos el Paraguay hasta las bocas del Pilcomayo. Pero nada pudieron averiguar sin certeza sobre la manera de llegar a la fabulosa regin de guaranes destruan el fuerte Santi Spritu. Desde ese momento, el hallazgo de un camino que condujera desde el Ro de la Plata hasta el recin descubierto Per comenz a transformarse para los espaoles en una obsesin. Si ese camino exista y era ms fcil que la ruta del Pacfico las incalculables riquezas que haban dejado estupefacto a Pizarro podran llegar a la metrpoli por una va ms directa y ms segura. Para tentar esa posibilidad, Pedro de Mendoza, investido con el ttulo de adelantado del Ro de la Plata, sali de Espaa en 1535 al mando de una flota para fundar un establecimiento que asegurara las comunicaciones con la metrpoli. As naci la primera Buenos Aires, fundada por Mendoza en 1536, sobre las barrancas del Riachuelo que pronto se llamara de La Matanza. Ulrico Schmidl, uno de sus primeros pobladores, describi la ciudad y relat las peripecias de sus primeros das. Un muro de tierra rodeaba las construcciones donde se alojaban los expedicionarios, entre los que haba, adems de los hombres de espada, los que venan a aplicar sus manos a los instrumentos de trabajo. Caballos y yeguas que haban viajado a bordo de las naves daban a los conquistadores una gran superioridad militar. Los querandes ofrecieron al principio carne y pescado a los recin llegados; pero luego se retrajeron y las relaciones se hicieron difciles. Hubo luchas y matanzas. Pero los espaoles se sobrepusieron a las dificultades y procuraron cumplir sus designios emprendiendo el camino hacia el Per. Juan de Ayolas naveg por el Paran y el Paraguay y se intern luego por tierra hacia el noroeste. Quiz lleg a Bolivia y acaso logr algunas riquezas, pero nunca volvi a las orillas donde lo esperaban sus hombres. Su lugarteniente, Domingo Martnez de Irala, asumi el mando en la pequea ciudad que otro de ellos Juan de Salazar acababa de fundar con el nombre de Asuncin. Desde entonces, sa fue la base de operaciones de los que repitieron el intento de llegar a la tierra de la plata: el segundo adelantado, Alvar Nez Cabeza de Vaca, Irala y otros ms. Buenos Aires fue despoblada y abandonada, en tanto que Asuncin prosper con la introduccin de ganados y el desarrollo de la colonizacin. Pero la ruta que conduca al Per no fue hallada. Viniendo del Per hacia el sur, en cambio, los espaoles de la tierra de la plata lograron hallar una salida hacia la cuenca de los grandes ros. Diego de Almagro recorri en 1536 el noroeste argentino. Poco despus, en 1542, Diego de Rojas y sus hombres despus de su muerte cruzaron esa misma regin, que se conoci con el nombre de el Tucumn y llegaron hasta las bocas del Carcara. Y algo ms tarde, Nez del Prado fund en esa comarca la primera ciudad, que llam del Barco. Por entonces, comenzaba a desvanecerse la esperanza de establecer en el Ro de la Plata la base de operaciones para el transporte de los metales peruanos. El tercer adelantado,; Juan Ortiz de Zrate, decidi colonizar la frtil llanura que le haba sido adjudicada, y uno de sus hombres, Juan de Garay, fund en 1573 la ciudad de Santa Fe. La estrella de Asuncin, que tanto haba ascendido durante el esforzado gobierno de Irala, comenz a

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    declinar, y el Ro de la Plata volvi a parecer el centro natural de la regin. Al ao siguiente, Ortiz de Zrate regres de Espaa con cinco naves colmadas de hombres y mujeres que se afincaron en la comarca y por cierto, acompaado del arcediano Martn delf Barco Centenera, que ms tarde compuso un largo poema; en el que narr la conquista y que titul precisamente "La Argentina". Pero el adelantado muri al poco tiempo y tras diversas vicisitudes, qued Juan de Garay a cargo del gobierno del Ro de la Plata. Para entonces, los conquistadores que venan del Per lograron reducir a los diaguitas y fundaron Santiago del Estero en 1553, San Miguel del Tucumn en 1565 y Crdoba en 1573. Los que venan de Chile, por su parte, fundaron Mendoza en 1561 y al ao siguiente San Juan. El origen de los conquistadores determin la orientacin de cada una de esas regiones: el Tucumn hacia el Per y Cuyo hacia Chile. Pero la cuenca de los grandes ros miraba hacia Espaa y Juan de Garay decidi cumplir el viejo anhelo de repoblar Buenos Aires. En 1580 reuni en Asuncin un grupo de sesenta soldados, muchos de ellos criollos, y se embarc llevando animales y tiles de trabajo. Sobre el Ro de la Plata, el 11 de junio de 1580, fund por segunda vez la ciudad de Buenos Aires, distribuy los solares entre los nuevos vecinos, entreg tierras para labranza en las afueras y constituy el Cabildo. As qued abierta una "puerta a la tierra" que deba emancipar al Ro de la Plata de la hegemona peruana. Poco despus, sin embargo, la metrpoli invalidara el puerto de Buenos Aires, que slo sirvi para alimentar el temor a los ataques de los piratas. Muy pronto deba servir tambien para el contrabando de las mercancas que Espaa le vedaba recibir En 1582 fue fundada la ciudad de San Felipe de Lerma, que recibi del valle en que estaba situada el nombre de Salta. Las riquezas minerales de la sierra de Famatina atrajeron a los conquistadores hacia otros valles, y en 1591 se fund La Rioja; y para vigilar la boca de la quebrada de Humahuaca se fund en 1593 San Salvador de Jujuy. No mucho antes, el cuarto adelantado Juan Torres de Vera y Aragn haba fundado en el alto Paran la ciudad de Corrientes en 1588. As nacieron en poco tiempo los principales centros urbanos del pas, donde se radicaron unos pocos pobladores, espaoles de la pennsula unos y criollos nacidos ya en estas tierras otros; a su alrededor flotaban los grupos indgenas de la comarca conquistada, sometidos al duro rgimen de la encomienda o de la mita con el que se beneficiaba de su trabajo el espaol que era su seor; y mientras fatigaban sus cuerpos en la labranza de las tierras o en la explotacin de las minas, soportaban el embate intelectual de los misioneros que procuraban inducirlos a que abandonaran sus viejos cultos y adoptaran las creencias cristianas. Un sordo resentimiento los embarg desde el primer momento, y lo tradujeron en pereza o en rebelda. Las mujeres indias fueron tomadas como botn de la conquista, y de ellas tuvieron los conquistadores hijos mestizos que constituyeron al poco tiempo una clase social nueva. De vez en cuando llegaban a las ciudades nuevos pobladores espaoles, que se sentan ms amos de la ciudad que esta heterclita poblacin criolla, mestiza e india, que se agrupaba alrededor de los viejos vecinos. En los cabildos, aquellos que tenan propiedades ejercan la autoridad bajo la lejana vigilancia de gobernadores y virreyes. En la dura faena de la conquista y la colonizacin, los misioneros solan introducir cierta moderacin en las costumbres y algunas preocupaciones espirituales. Pero su esfuerzo se estrell una y otra vez contra la dureza del rgimen de la encomienda y de la mita. En los templos que se erigan no falt la imagen tallada por artesano indgena que transmiti al santo cristiano los rasgos de su raza o el vago perfume de sus propias creencias. En 1570 fue creado el obispado de Tucumn para celar la obra de sacerdotes y misioneros. A los dominicos y franciscanos, se haban agregado poco antes los jesuitas que, activos y disciplinados, organizaron las reducciones de indios y dedicaron sus esfuerzos a la educacin. As adquirieron los religiosos fuertes influencia y osaron disputar con las

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    autoridades civiles sobre la vida misma de la colonia. Muy pronto hubo frailes criollos y mestizos. Criollos fueron tambin el gobernador de Asuncin, Hernando Arias de Saavedra y el obispo del Tucumn, fray Hernando de Trejo y Sanabria; mestizo fue tambin Ruy Daz de Guzmn que escribi en Asuncin la primera historia argentina. Las razas y las ideas comenzaban a entrecruzarse. III. La Gobernacin del Ro de la Plata. (1617-1776) Cuando lleg al gobierno del Ro de la Plata Hernando Arias de Saavedra -el primer criollo que alcanz esa dignidad-, se ocup de regularizar las difciles relaciones entre las autoridades eclesisticas y civiles en un snodo que reuni en Asuncin en 1603. Pero el problema era arduo y volvi a suscitarse una y otra vez. En Buenos Aires, la querella entre obispos y gobernadores fue durante toda la poca colonial una de las causas de agitacin en el vecindario. Fuera de las pequeas cuestiones personales y del conflicto entre las distintas tendencias polticas que se suscit despus, un motivo frecuente de discrepancia fue el problema de los indios, ms grave, sin duda, en el Paraguay y en el Tucumn que en el Ro de la Plata. Pese a las recomendaciones reales, el trato que los encomenderos daban a los indios era duro y cada uno se serva de los que le haban sido asignados como si fueran sus siervos, olvidados de los deberes para con ellos que les estaban encomendados. Para protegerlos, Hernandarias tom diversas medidas, pero no fueron suficientes para corregir la conducta de los encomenderos obsesionados por la riqueza. Francisco de Alfaro, enviado para visitar la comarca por la Audiencia de Charcas, dispuso en 1611 suprimir el servicio personal de los indios; pero sus ordenanzas tampoco modificaron la situacin. Hernandarias dio un paso audaz y encomend a los jesuitas la fundacin de unas "misiones" donde trabajaran y se educaran los guaranes del Paraguay. Las fundaciones fueron extensas y prsperas; pero crearon un mundo incomunicado en el que las mismas autoridades civiles difcilmente entraban. Fue el "Imperio jesutico". As comenz a ser el Paraguay un rea marginal, ajena a la evolucin del Tucumn y del Ro de la Plata donde el mestizaje cre dolorosamente una sociedad abierta. Curioso explorador tanto de las tierras del sur como de las del Chaco, Hernandarias comprendi que Asuncin y Buenos Aires constituan dos centros de distintas tendencias y de diferentes posibilidades, y solicit a la Corona la divisin de la colonia rioplatense. Una Real Cdula de 1617 separ al Paraguay del Ro de la Plata y desde entonces sus destinos tomaron por caminos diversos. Buenos Aires, la pequea capital de la gobernacin del Ro de la Plata, adoptaba ya, pese a su insignificancia, los caracteres de un puerto de ultramar. Situada en una regin de escasa poblacin autctona los vecinos se dedicaron a la labranza ayudados por los pocos negros esclavos que comenzaron a introducirse, y algunos procuraron obtener mdicas ganancias vendiendo sebo y cueros, que obtenan capturando ocasionalmente ganado cimarrn que vagaba sin dueo por la pampa. Quienes obtenan el "permiso de vaqueras" para perseguirlo y sacrificarlo, vendan luego en la ciudad aquellos productos que podan exportarse, unas veces con autorizacin del gobierno y otras sin ella. Porque a pesar de su condicin de puerto pesaba sobre Buenos Aires una rgida prohibicin de comerciar. Desde 1622, una aduana "seca" instalada en Crdoba defenda a los comerciantes peruanos de la competencia de Buenos Aires. Tales restricciones hicieron que el contrabando fuera la ms intensa y productiva actividad de la ciudad, y sus alternativas llenaron de incidentes la vida del pequeo vecindario. Unas veces fue la falta de objetos imprescindibles, como el papel de que careca el Cabildo; otras, fue la llegada subrepticia de ricos cargamentos; otras, el descubrimiento de sorprendentes complicidades entre contrabandistas y magistrados.

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    Siempre condenado, el contrabando hijo de la libertad de los mares, floreci y contribuy a formar una rica burguesa portea. Mil espaoles y una caterva de esclavos constituan el vecindario de la capital de la gobernacin. Dentro de su placidez, la vida se agitaba a veces. En ms de una ocasin se anunci la llegada de naves corsarias y fue necesario poner a punto las precarias fortificaciones y movilizar una milicia urbana; pero el peligro nunca fue grande y los vecinos volvan a sus labores prontamente. Lo que ms los agit fueron las querellas entre el obispo y las autoridades civiles, todos celosos de sus prerrogativas y todos acusados o acusadores en relacin con los negocios de contrabando. As se desenvolvi, durante el siglo XVII y buena parte del XVIII, la vida de Buenos Aires, la pequea aldea en la que los viajeros advertan la vida patriarcal que transcurra en las casas de techos de paja, en cuyos patios abundaban las higueras y los limoneros. All vivan los ms ricos, rodeados de esclavos y sirvientes, orgullosos de sus vajillas de plata y de los muebles que haban logrado traer de Espaa o del Per, y los ms pobres, ganando su pan en el trabajo de la tierra o en el ejercicio de las pequeas artesanas o del modesto conchavo. Una pequea burocracia comenzaba a constituirse con espaoles primero y con criollos tambin mas tarde. Y alrededor de la ciudad se organizaban lentamente las estancias de los poseedores de la tierra, algunos de los cuales se lanzaban de vez en cuando hacia el desierto, ayudados en su tarea de perseguir ganado cimarrn por los mancebos de la tierra", criollos y mestizos que preferan la libertad de los campos a la sujecin de una ciudad que no era de ellos y que prefiguraban el tipo del gaucho. Cada cierto tiempo, un navo traa noticias de la metrpoli y del mundo. Las ms interesantes eran, naturalmente, las que tenan que ver con el destino de la gobernacin y especialmente las que se relacionaban con la suerte de la costa oriental del Ro de la Plata. Desde 1680 haba all una ciudad portuguesa -la Colonia del Sacramento- que se haba convertido en la puerta de escape del comercio de Buenos Aires. Artculos manufacturados, preferentemente ingleses, y algunos esclavos se canjeaban por el sebo y los cueros que provea la pampa. Pero precisamente por esa posibilidad, la suerte de la Colonia fue muy cambiante. Una y otra vez las pobres fuerzas militares de Buenos Aires se apoderaron de ella, pero tuvieron que cederla luego a causa de los acuerdos establecidos entre Espaa y Portugal. En 1713, por el tratado de Utrecht, lograron los ingleses autorizacin para introducir esclavos; y en connivencia con los portugueses organizaron metdicamente el contrabando con Buenos Aires. El trfico entre las dos orillas del ro se hizo tan intenso que los portugueses se creyeron autorizados para extender an ms sus dominios. Pero Espaa reaccion enrgicamente y encomend al gobernador Bruno Mauricio de Zabala que los contuviera. Zabala fund Montevideo en 1726, y las ventajas de ese puerto lo transformaron pronto en el centro de las operaciones navales en el Ro de la Plata. Muy poco despus Montevideo se consider un competidor de Buenos Aires. En el norte, de espaldas al Ro de la Plata y mirando hacia Lima las ciudades del Tucumn progresaban ms lentamente. Crdoba, la ms importante de ellas, apenas llegaba al millar de habitantes; pero tena ya desde 1622 una universidad cuya fundacin haba promovido fray Hernando de Trejo y Sanabria y vea levantarse la fbrica de su catedral el ms atrevido y suntuoso de los templos de la colonia. A diferencia de las comarcas rioplatenses, abundaban en el Tucumn los indios labradores y mineros. El contacto entre las poblaciones autctonas y los espaoles fue all intenso y dramtico. Hubo uniones entre espaoles y mujeres indgenas, unas veces legtimas y otras no, que originaron la formacin de una nutrida y singular poblacin mestiza. Pero hubo sobre todo relaciones de dependencia muy severas entre indios y encomenderos. En los cultivos -el trigo, el maz, la vid, el algodn- y en las industrias, unas tradicionales de la regin y otras nuevas, entre las que se destacaba la del tejido de lana y de algodn, los indgenas trabajaban de modo

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    agotador en beneficio del encomendero. Ms duro todava era el trabajo que realizaban en las minas, cuyo secreto slo ellos posean, no sin desesperacin de los espaoles. En cambio, la cra de mulas que se enviaban al Per en grandes cantidades, y el traslado de vacunos desde la pampa constituan trabajos ms livianos en los que se ejercitaban preferentemente criollos y mestizos. La sistemtica explotacin de los indios, apenas amenguada ocasionalmente por la influencia de algn funcionario o algn misionero, suscit un sordo rencor en los naturales del pas. Unas veces se manifest en la negligencia para el trabajo, otras en la fuga desesperada y otras, finalmente, en una irrupcin violenta que desembocaba en la rebelin. Hacia 1627, un vasto movimiento polariz a los diaguitas y la nacin entera estall en una sublevacin contra los espaoles. Diez aos necesitaron stos para someter a los diversos caciques rebeldes, cuyos hombres se extendan por todos los valles calchaques y amenazaban las ciudades. Algo singular haba en las relaciones entre los indios y los conquistadores del Tucumn. La sospecha de que aqullos conocieran la existencia de ricas minas de metales preciosos mova a los conquistadores a intentar de vez en cuando una aproximacin benvola para tratar de sorprender sus secretos. Acaso fue esta esperanza la que movi gobernador Alonso Mercado a confiar en los proyectos de un imaginativo aventurero, Pedro Bohrquez, que se deca descendiente de los incas y prometa, a cambio del ttulo de gobernador del valle calchaqu, la sumisin de los indios y los tesoros de Atahualpa. Pero el virrey de Lima no acept el juego y los diaguitas, que tambin haban puesto sus esperanzas en Bohrquez, volvieron a sublevarse en 1685. Esta vez la lucha fue extremadamente violenta y dur varios aos, al cabo de los cuales los indios fueron vencidos y las diversas tribus arrancadas de sus tierras y distribuidas por distintos lugares del Tucumn y del Ro de la Plata. As se dispersaron los diaguitas, sin que los espaoles del noroeste argentino alcanzaran nuevos secretos sobre las riquezas metalferas de las montaas andinas. Los indios del Este tambin hostilizaron a las ciudades del Tucumn, a cuyas vecindades llegaron los del Chaco. Pero ms peligrosos fueron stos para los vecinos de Asuncin, que estaba ms prxima y se senta, adems, amenazada por los mamelucos de la frontera portuguesa. En esa zona tenan los jesuitas sus reducciones y all se produjo tambin una sangrienta insurreccin indgena en 1753, cuando los guaranes de los pueblos de las misiones se resistieron a abandonarlos tal como lo mandaba el tratado firmado entre Espaa y Portugal, tres aos antes. La lucha fue dura y concluy con la derrota de los guaranes en las lomas de Caibat en 1756. Poco despus, el gobernador del Tucumn, Jernimo Matorras, consigui contener a los indios chaqueos que amenazaban su provincia. Esta lucha intermitente y dura con los indios fue una de las preocupaciones fundamentales de los conquistadores en las regiones que constituiran la Argentina. Creca el nmero de mestizos, ingresaban nutridos grupos de esclavos negros, pero se deshaca la personalidad colectiva de las poblaciones indgenas. En la llanura, se salvaron alejndose por las tierras desiertas, disputando a los conquistadores la captura de los ganados, que los indios desplazaban hacia sus propios dominios extendidos hasta los valles chilenos. En el Tucumn, procuraban retraerse hacia los valles ms protegidos. As, las ciudades recin fundadas fueron nsulas en medio de un desierto hostil. En el Ro de la Plata, el gobernador Pedro de Cevallos volvi a ocupar la Colonia del Sacramento en 1762, y la diplomacia portuguesa volvi a recuperarla poco despus. El contrabando continu intensamente. Entre tanto, los cambios polticos e ideolgicos que se producan en Espaa a fines del siglo XVIII repercutieron en Buenos Aires cuando el conde de Aranda, ilustrado ministro de Carlos III design gobernador de la provincia a Francisco de Paula Bucarelli. Reemplazaba a Cevallos, notorio amigo de los jesuitas, con la misin de cumplir la orden de expulsar a stos del Ro de la Plata, tal como la Corona lo

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    haba resuelto para todos sus dominios. La medida se cumpli en 1766 y se fundaba en el exceso de poder que la Compaa de Jess haba alcanzado. Signo de regalismo, la expulsin de los jesuitas reflejaba la orientacin poltica de Carlos III y de sus ministros. En Buenos Aires, un hecho tan inslito tena que dividir las opiniones. La ciudad alcanzaba los veinte mil habitantes y comenzaba a renovar su fisonoma. Dos aos antes se haba erigido la torre en el edificio del Cabildo y la fbrica de la catedral comenzaba a avanzar. Las iglesias del Pilar, de Santo Domingo, de las Catalinas, de San Francisco, de San Ignacio y otras ms se levantaban ya en distintos lugares de la ciudad, exhibiendo su fisonoma barroca. En la Recova discutan los vecinos y comenzaban a polarizarse las Opiniones entre los amigos del progreso y los amigos de la tradicin. La llegada del nuevo gobernador Juan Jos de Vrtiz, criollo y progresista, acentu las tensiones que comenzaban a advertirse en el Ro de la Plata. IV. La poca del Virreinato (1776-1810) En el ltimo cuarto del siglo XVIII, la Corona espaola cre el virreinato del Ro de la Plata. La colonia haba progresado: creca su poblacin, crecan las estancias que producan sebo, cueros y ahora tambin tasajo, todos productos exportables, y se desarrollaban los cultivos. Concolorcorvo, un funcionario espaol que recorri el pas y public su descripcin en 1773 con el ttulo de El lazarillo de ciegos caminantes, haba sealado en las colonias rioplatenses, antes tan apagadas en relacin con el brillo de Mxico o Per, nuevas posibilidades de desarrollo, porque a la luz de las ideas econmicas de la fisiocracia, ahora en apogeo, la tierra constitua el fundamento de la riqueza. Esas consideraciones y la necesidad de resolver el problema de la Colonia del Sacramento aconsejaban la creacin de un gobierno autnomo en Buenos Aires. Una Real Cdula del 1 de agosto de 1776 cre el virreinato y design virrey a Pedro de Cevallos. Las gobernaciones del Ro de la Plata, del Paraguay y del Tucumn, y los territorios de Cuyo, Potos, Santa Cruz de la Sierra y Charcas quedaron unidos bajo la autoridad virreinal, y as se dibuj el primer mapa de lo que sera el territorio argentino. Cevallos logr pronto derrotar a los portugueses y recuperar la Colonia del Sacramento. Pero suprimida esta puerta de escape del comercio porteo, Cevallos trat de remediar la situacin dictando el 6 de noviembre de 1777 un "Auto de libre internacin" en virtud del cual qued autorizado el comercio de Buenos Aires con Per y Chile. Esta medida resistida por los peruanos como la creacin misma del virreinato, revelaba una nueva poltica econmica y fue completada poco despus con otra que ampliaba el comercio la pennsula. Se advirti entonces un florecimiento en la vida de la colonia, tanto en las pequeas ciudades del interior como en Buenos Aires, hacia la que empezaban ahora a mirar las que antes se orientaban hacia el Per y Chile. El trfico de carretas se hizo ms intenso y las relaciones entre las diversas partes del virreinato ms estrechas. Y la actividad creci ms an cuando, en 1791, se autoriz a las naves extranjeras que traan esclavos a que pudieran llevar de retorno frutos del pas. En su aduana, creada en 1778, Buenos Aires comenz a recoger los beneficios que ese trfico dejaba al fisco. Vrtiz, designado virrey en 1777, impuls vigorosamente ese progreso y, naturalmente, suscit tanto encono como adhesin. La pequea aldea, cuya actividad econmica creca con nuevo ritmo, comenz a agitarse y su poblacin a dividirse segn diversos intereses y distintas ideas. Los comerciantes que usufructuaban el antiguo monopolio comercial se lanzaron a la defensa de sus intereses amenazados por la nueva poltica econmica, de la cual esperaban otros grupos obtener ventaja; y este conflicto se entrecruz con el enfrentamiento ideolgico de partidarios y enemigos de la expulsin de los jesuitas, de progresistas y tradicionalistas.

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    Cada una de las innovaciones de Vrtiz fue motivo de agrias disputas. Siendo gobernador haba fundado la Casa de Comedias, en la que vieron los tradicionalistas una amenaza contra la moral. Cuando ejerci el virreinato instal en Buenos Aires la primera imprenta, y junto con las primeras cartillas y catecismos, se imprimi all, la circular por la que difunda la creacin del Tribunal de Protomedicato, para que nadie pudiera ejercer la medicina sin su aprobacin. La misma intencin de mejorar el nivel cultural y social de la colonia movi al virrey a crear el Colegio de San Carlos, cuyos estudios dirigi Juan Baltasar Maciel, espritu ilustrado y uno de los raros poseedores en Buenos Aires de las obras de los enciclopedistas. Una casa de nios expsitos, un hospicio para mendigos, un hospital para mujeres dieron a la ciudad un aire de progreso que corresponda al nuevo aspecto que le daban el paseo de la Alameda, los faroles de aceite en las vas ms transitadas y el empedrado de la actual calle Florida. Tambin las ciudades del interior comenzaron a prosperar, y entre todas Crdoba, donde abundaban las casas seoriales y las ricas iglesias. A esa prosperidad contribuy mucho la nueva organizacin del virreinato que, en 1782, qued dividido en ocho intendencias -Buenos Aires, Charcas, La Paz, Potos, Cochabamba, Paraguay, Salta del Tucumn y Crdoba del Tucumn- y en varios gobiernos subordinados. Al frente de cada intendencia haba un gobernador intendente al que se le confiaban funciones de polica, justicia, hacienda y guerra; y la autonoma que cobraron los gobiernos locales favoreci la formacin de un espritu regional y estimul el desarrollo de las ciudades que constituan el centro de la regin. Pero Buenos Aires acrecent su autoridad no slo por su importancia econmica, sino tambin por ser la sede del gobierno virreinal y la de la Audiencia, que se instal en 1785. Los sucesores de Vrtiz no tuvieron el brillo de su antecesor. Cinco aos dur el gobierno del marqus de Loreto que sucedi a aqul en 1784. Cuando, a su vez, fue sustituido en 1789 por Nicols de Arredondo, el mundo se conmovi con el estallido de la Revolucin Francesa. La polarizacin de las opiniones comenz a acentuarse y no falt por entonces en la aldea quien pensara en promover movimientos de libertad. Ese ao, en la Casa de Comedias, estren Manuel Jos de Lavardn su Siripo, la primera tragedia argentina. Ms inters que la grave conmocin que comenzaba en el mundo despert, sin embargo, la creacin del Consulado de Buenos Aires. Acababa de autorizarse el trfico con naves extranjeras y la nueva institucin se carg desde 1794 de vigilarlo. Un criollo educado en Espaa y compenetrado de las nuevas doctrinas econmicas, Manuel Belgrano, fue encargado de la secretara del nuevo organismo, y en l defendi los principios de la libertad de comercio y combati a los comerciantes monopolistas. Poco despus, el Consulado creaba una "escuela de geometra, arquitectura, perspectiva y toda especie de dibujo" y ms tarde una escuela nutica. Quiz la agitacin que reinaba en Europa promovi la publicacin de los primeros peridicos. En 1801, Francisco Antonio Cabello comenz a publicar en Buenos Aires el Telgrafo Mercantil y al ao siguiente edit Hiplito Vieytes el Semanario de agricultura, industria y comercio. Adems de las noticias que conmovan al mundo, ya amenazado por Napolen, encontraban los porteos en sus peridicos artculos sobre cuestiones econmicas que ilustraban sobre la situacin de la colonia e incitaban a pensar sobre nuevas posibilidades. Para algunos, las nuevas ideas que los peridicos difundan eran ya familiares a travs de los libros que subrepticiamente llegaban al Ro de la Plata; para otros, como Mariano Moreno, a travs de los que haban podido leer en Charcas, donde abundaban; y para otros, como Manuel Belgrano, a travs de su contacto con los ambientes ilustrados de Europa. En 1804, poco despus de proclamarse Napolen emperador de los franceses y de reiniciarse la guerra entre Francia e Inglaterra, fue nombrado virrey el marqus de

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    Sobremonte. Al ao siguiente, Inglaterra aniquil a la armada espaola en Trafalgar y comenz a mirar hacia las posesiones ultramarinas de Espaa. Sobremonte debi afrontar una difcil situacin. Una flota inglesa apareci en la Ensenada de Barragn el 24 de junio de 1806 y desembarc una fuerza de 1500 hombres al mando del general Beresford. Sobremonte se retir a Crdoba desde donde viaj ms tarde a Montevideo, y los ingleses ocuparon el fuerte de Buenos Aires. Algunos comerciantes se regocijaron con el cambio, porque Beresford se apresur a reducir los derechos de aduana y a establecer la libertad de comercio. Pero la mayora de la poblacin no ocult su hostilidad y las autoridades comenzaron a preparar la resistencia. Juan Martn de Pueyrredn desafi al invasor con un cuerpo de paisanos armados, pero fue vencido en la chacra de Perdriel. Ms experimentado, el jefe del fuerte de la Ensenada de Barragn, Santiago de Liniers, se traslad a Montevideo y organiz all un cuerpo de tropas con el que desembarc en el puerto de Las Conchas el 4 de agosto. Seis das despus, Liniers intimaba a los ingleses desde su campamento de los corrales de Miserere. Su ultimtum fue rechazado y emprendi el ataque contra el fuerte el 12 de agosto. Beresford ofreci la rendicin. El episodio blico haba terminado, pero sus consecuencias polticas fueron graves. Ausente el virrey, y ante la presin popular, un cabildo abierto reunido en Buenos Aires el 14 de agosto encomend el mando militar de la plaza a Liniers, que se hizo cargo de l desoyendo las protestas de Sobremonte. Las inquietudes polticas se intensificaron por las implicaciones que la decisin tena. Liniers era francs y poco antes el emperador Napolen haba derrotado a la tercera coalicin en Austerlitz. Los ingleses, por su parte, haban despertado el entusiasmo de los comerciantes, mientras Espaa se senta al borde de la catstrofe. Todo haca creer que podan producirse cambios radicales en la situacin de la colonia y cada uno comenzaba a pensar en las soluciones que deba preferir. Por si los invasores volvan, Liniers organiz las milicias para la defensa, con los nativos de Buenos Aires el cuerpo de Patricios, con los del interior el de Arribeos, y as fueron formndose los de hsares, pardos y morenos, gallegos, catalanes, cntabros, montaeses y andaluces. Todos los vecinos se movilizaron para la defensa, y Liniers, impuesto por la voluntad popular, estableci que los jefes y oficiales de cada cuerpo fueran elegidos por sus propios integrantes. El principio de la democracia comenz a funcionar, pero el distingo entre espaoles y criollos qued manifiesto en la formacin de la milicia popular. A principios de febrero de 1807, se supo en Buenos Aires que una nueva expedicin inglesa acababa de apoderarse de Montevideo. Napolen haba entrado triunfante en Berln despus de vencer en Jena y en Auerstadt. Los ingleses mantenan sus objetivos fundamentales. El da 10, Liniers convoc a una junta de guerra que decidi deponer al virrey Sobremonte en vista de que tambin haba fracasado en Montevideo, y encomend el gobierno a Ia Audiencia. Era una decisin revolucionaria. La poblacin de Buenos Aires se mostraba decidida a defenderse, pese a la propaganda que los ingleses hacan en la Estrella del Sur, un peridico en el que exaltaban las ventajas que tendra para el Ro de la Plata la libertad de comercio. Y cuando el general Whitelocke desembarc en la Ensenada de Barragn el 28 de junio, se encontr con una preparacin militar superior a la que se le haba opuesto a Beresford. Con todo, pudieron los ingleses dispersar a los primeros contingentes; pero la ciudad toda, bajo la direccin del alcalde Martn de lzaga, se fortific mientras Liniers organizaba sus lneas. La lucha fue dura y el 6 de julio Whitelocke pidi la capitulacin. Los ingleses tuvieron que abandonar sus posiciones en el Ro de la Plata y Buenos Aires volvi a ser lo que fue. Pero slo en apariencia. La situacin haba cambiado profundamente a causa de las experiencias realizadas, dentro del cuadro de una situacin internacional muy oscura. La

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    hostilidad entre partidarios del monopolio y partidarios del libre comercio, representados los primeros por los comerciantes espaoles y los segundos por hacendados generalmente criollos, se hizo ms intensa. Pero al mismo tiempo, se confunda ese enfrentamiento con el de criollos y peninsulares a causa de los privilegios que la administracin colonial otorgaba a estos ltimos, injustos cada vez ms a la luz de las ideas de igualdad y libertad difundidas por la revolucin norteamericana y la francesa. Y esa situacin se haba hecho ms patente a partir del momento en que la necesidad de la defensa contra los invasores llam a las armas a los hijos del pas, permitindoles intervenir en las decisiones fundamentales de la vida poltica. Alrededor de Liniers se agrupaban los criollos, muchos de ellos exaltados ya y trabajados por un vago anhelo de provocar cambios radicales en la vida colonial. Pero Liniers se mantena leal a la Corona, aunque a su alrededor no faltaban los que aspiraban a separar la colonia del gobierno espaol, debilitado por la poltica napolenica. Un vasto cuadro de intrigas y de negociaciones comenz entonces. Por una parte, trataban algunos de los que haban pensado en lograr la independencia bajo el protectorado ingls, de coronar a la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII y por entonces en Ro de Janeiro como esposa del regente de Portugal. Saturnino Rodrguez Pea logr interesar en tal proyecto a hombres tan influyentes como Belgrano, Pueyrredn, Paso y Moreno; pero el proyecto choc con serias dificultades. Por otra, pensaron algunos que la abdicacin de Carlos IV y Fernando VII al trono espaol y su reemplazo por Jos Bonaparte creaba una situacin definitiva que era menester aceptar. Pero Liniers se mantuvo fiel a su punto de vista y, ya designado virrey, orden jurar fidelidad a Fernando VII. No pudo evitar sin embargo, la desconfianza de los grupos peninsulares, y el 1 de enero de 1809 se alzaron contra l dirigidos por lzaga y con el apoyo de los cuerpos de vizcanos, gallegos y catalanes. Los cuerpos de criollos, en cambio, encabezados por el jefe de los patricios, Cornelio Saavedra, sostuvieron a Liniers, que con ese apoyo decidi resistir, pese a que el gobernador de Montevideo, Javier de Elo, respaldaba la insurreccin. Los rebeldes fueron sometidos y deportados a Patagones. Pero la situacin sigui agravndose, sobre todo despus de las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz destinadas a suplantar a las autoridades espaolas por juntas populares como las que se constituan en Espaa para resistir a los franceses. Una de stas, la Junta Central de Sevilla, design nuevo virrey a Baltasar Hidalgo de Cisneros, que se hizo del poder en julio de 1809. Poco despus dispona el regreso de los deportados por Liniers y la reorganizacin de los cuerpos militares de origen peninsular. El enfrentamiento con los criollos era inevitable.

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    Tercera parte: La era criolla La creacin del virreinato coincidi con el desencadenamiento de la revolucin industrial en Inglaterra. Treinta y cuatro aos despus, Espaa perda gran parte de sus colonias americanas, precisamente cuando ese profundo cambio que se haba operado en el sistema de la produccin comenzaba a dar frutos maduros. Inevitablemente, las nuevas naciones que surgieron del desvanecido imperio espaol -y la Argentina entre ellas- se incorporaron en alguna medida al rea econmica de Inglaterra, que dominaba las rutas martimas desde mucho antes y que ahora buscaba nuevos mercados para sus pujantes industrias. La Argentina recibi productos manufacturados ingleses en abundancia, y este intercambio fue ocasin para que se radicara en el pas un buen nmero de sbditos britnicos. Cosa curiosa, se hicieron a la vida de campo, fundaron prsperas estancias y adoptaron las costumbres criollas. Hijo de uno de ellos fue Guillermo Hudson, que tanto escribira despus sobre la vida del campo rioplatense. El pas que naci en 1810 era esencialmente criollo. Polticamente independiente, su debilidad, su desorganizacin y su inestabilidad lo forzaron a inscribirse dentro del rea econmica de la nueva potencia industrial que golpeaba a sus puertas. Pero la independencia dej en manos de los criollos las decisiones polticas, y los criollos las adoptaron por su cuenta en la medida en que pudieron. Criolla era la composicin social del pas que, con la independencia no alter su fisonoma tnica y demogrfica, criollas fueron las tradiciones y la cultura, y criolla fue la estructura econmica en la medida en que reflejaba los esquemas de la poca virreinal. Hasta 1880, aproximadamente, se mantuvo sin grandes cambios esta situacin, y por eso puede hablarse de una era criolla para caracterizar los primeros setenta aos de la vida independiente del pas. El problema fundamental de la vida argentina durante la era criolla fue el ajuste del nuevo pas y su organizacin dentro de los moldes del viejo virreinato. Haba en el fondo de esta situacin algunas contradicciones difciles de resolver. En un rgimen de independencia poltica que proclam los principios de libertad y democracia, la hegemona de Buenos Aires, con los caracteres que haba adquirido durante la colonia, no poda ser tolerada. La lucha fue, en ltima instancia, entre la poderosa capital, que posea el puerto y la aduana, y el resto del pas que languideca. Fue una lucha por la preponderancia poltica, pero era un conflicto derivado de los distintos grados de desarrollo econmico. Slo a lo largo de setenta aos y en medio de duras experiencias pudieron hallarse las frmulas para resolver el conflicto. Esas frmulas deban atender a las exigencias de la realidad, pero no podan desentenderse de las corrientes de ideas que prevalecan por el mundo. El espritu del siglo XVIII, que en Buenos Aires perpetuaba el poeta Juan Cruz Varela; declinaba para dejar paso al Romanticismo, una nueva actitud de los comienzos del siglo XIX que inspiraba tanto al arte como al pensamiento. Echeverra, el poeta de La cautiva, desafiaba al Ro de la Plata con el alarde de la nueva sensibilidad; pero lo desafiaba tambin con las audacias de su pensamiento liberal. El absolutismo se haba impuesto en Europa, despus de la cada de Napolen, y el liberalismo luch denodadamente contra l. A la Santa Alianza inspirada por el zar Alejandro y por Metternich se opuso la "Joven Europa" inspirada por Mazzini. Desde cierto punto de vista, la oposicin rioplatense entre federales y unitarios era un reflejo de esa anttesis; pero tena adems otros contenidos, ofrecidos por la realidad del pas: la oposicin entre Buenos Aires y el interior, entre el campo y las ciudades, entre los grupos urbanos liberales y las masas rurales acostumbradas al rgimen paternal de la estancia. Fue necesario mucho sufrimiento y mucha reflexin para disociar las contradicciones entre la realidad y las doctrinas.

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    La dura experiencia de los caudillos federales dentro del pas y de los polticos liberales emigrados cuaj finalmente en ciertas frmulas transaccionales que fueron elaborando poco a poco Echeverra, Alberdi y Urquiza, entre otros. Esa frmula triunf en Caseros y se impuso en la Constitucin de 1853. Consista en un federalismo adecuado a las formas institucionales de una democracia representativa y basado en dos acuerdos fundamentales: la nacionalizacin de las rentas aduaneras y la transformacin economicosocial del pas. Cuando el plan se puso en marcha, haban estallado en Europa las revoluciones de 1848, hijas del liberalismo, por una parte, y de la experiencia de la nueva sociedad industrial, por otra. Las ideas cambiaban de fisonoma. El socialismo comenzaba a abrirse paso; por su parte, el viejo absolutismo declinaba y Napolen III tuvo que disfrazarlo de movimiento popular; el liberalismo, en cambio, triunfaba, pero se identificaba con la forma de la democracia que la burguesa triunfante prefera. El cambio de fisonoma de las doctrinas corresponda al progresivo desarrollo de la sociedad industrial que se alcanzaba en algunos pases europeos. Lo acompaaba el desarrollo de las ciencias experimentales y el empuje del pensamiento filosfico del positivismo. Cambiaba la mentalidad de la burguesa dominante y cambiaban las condiciones de vida. Tambin cambiaba la condicin de los mercados, porque las ciudades industriales de Europa requeran alimentos para sus crecientes poblaciones y materias primas para sus industrias. La demanda de todo ello deba atraer la atencin de un pas casi despoblado y productor virtual de materias primas, en el que la burguesa liberal acababa de llegar al poder despus de Caseros. La organizacin institucional de la Repblica y la promocin de un cambio radical en la estructura econmico social cierran el ciclo de la era criolla cuya clausura se simboliza en la federalizacin de Buenos Aires en 1880. Poco a poco comenzara a verse que las transformaciones provocadas en la vida argentina configuraran una nueva era de su desarrollo. V. La independencia de las provincias unidas (1810-1820) Dos aspectos tena el enfrentamiento entre criollos y peninsulares. Para algunos haba llegado la ocasin de alcanzar la independencia poltica, y con ese fin constituyeron una sociedad secreta Manuel Belgrano, Nicols Rodrguez Pea, Juan Jos Paso, Hiplito Vieytes, Juan Jos Castelli, Agustn Donado y muchos que, como ellos, haban aprendido en los autores franceses el catecismo de la libertad. Para otros, el problema fundamental era modificar el rgimen econmico, hasta entonces favorable a los comerciantes monopolistas; y para lograrlo, los hacendados criollos, tradicionales productores de cueros y desde no haca muchos aos de tasajo, procuraron forzar la voluntad de Cisneros, exaltando las ventajas que para el propio fisco tena el libre comercio. Los que conspiraban coincidan en sus anhelos y en sus intereses con los que peticionaban a travs del documento que redact Moreno acaso bajo la inspiracin doctrinaria de Belgrano conocido como la Representacin de los hacendados; y esa coincidencia creaba una conciencia colectiva frente al poder constituido, cuya debilidad creca cada da. Las tensiones aumentaron cuando, en mayo de 1810, se supo en Buenos Aires que las tropas napolenicas triunfaban en Espaa y que por todas partes se reconoca la autoridad real de Jos Bonaparte. Con el apoyo de los cuerpos militares nativos, los criollos exigieron de Cisneros la convocatoria de un cabildo abierto para discutir la situacin. La reunin fue el 22 de mayo, y las autoridades procuraron invitar el menor nmero posible de personas, eligindolas entre las ms seguras. Pero abundaban los espritus inquietos entre los criollos que posean fortuna o descollaban por su prestigio o por sus cargos, a quienes no se pudo dejar de invitar; as, la asamblea fue agitada y los puntos de vista categricamente

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    contrapuestos. Mientras los espaoles, encabezados por el obispo Lu y el fiscal Villota, opinaron que no deba alterarse la situacin, los criollos, por boca de Castelli y Paso, sostuvieron que deba tenerse por caduca la autoridad del virrey, a quien deba reemplazarse por una junta emanada del pueblo. La tesis se ajustaba a la actitud que el pueblo haba asumido en Espaa, pero resultaba ms revolucionaria en la colonia puesto que abra las puertas del poder a los nativos y condenaba la preeminencia de los espaoles. Computados los votos, la tesis criolla result triunfante, pero al da siguiente el cabildo intent tergiversarla constituyendo una junta presidida por el virrey. El clamor de los criollos fue intenso y el da 25 se manifest en una demanda enrgica del pueblo, que se haba concentrado frente al Cabildo encabezado por sus inspiradores y respaldado por los cuerpos militares de nativos. El cabildo comprendi que no poda oponerse y poco despus, por delegacin popular, qued constituida una junta de gobierno que presida Saavedra e integraban Castelli, Belgrano, Azcunaga, Alberti, Matheu y Larrea como vocales, y Paso y Moreno como secretarios. No bien entr en funciones comprendi la Junta que el primero de los problemas que deba afrontar era el de sus relaciones con el resto del virreinato, y como primera providencia invit a los cabildos del interior a que enviaran sus diputados. Como era seguro que habra resistencia, se dispuso en seguida la organizacin de dos expediciones militares. Montevideo, Asuncin, Crdoba y Mendoza se mostraron hostiles a Buenos Aires. Moreno procur salir al paso de todas las dificultades con un criterio radical: propuso enrgicas medidas de gobierno, mientras redactaba diariamente los artculos de la Gazeta de Buenos Aires, que fund la Junta para difundir sus ideas y sus actos, inequvocamente orientados hacia una poltica liberal. El peridico deba contribuir a crear una conciencia popular favorable al gobierno. Moreno vea la revolucin como un movimiento criollo, de modo que los que antes se sentan humillados comenzaron a considerarse protagonistas de la vida del pas. El poeta Bartolom Hidalgo comenzaba a exaltar al hijo del pas, al gaucho, en el que vea al espontneo sostenedor de la independencia. Pero Moreno pensaba que el movimiento de los criollos deba canalizarse hacia un orden democrtico a travs de la educacin popular, que permitira la difusin de las nuevas ideas. Frente a l, comenzaron a organizarse las fuerzas conservadoras, para las que el gobierno propio no significaba sino la transferencia de los privilegios de que gozaban los funcionarios y los comerciantes espaoles a los funcionarios y hacendados criollos que se enriquecan con la exportacin de los productos ganaderos. Los intereses y los problemas se entrecruzaban. Los liberales y los conservadores se enfrentaban por sus opiniones; pero los porteos y las gentes del interior se enfrentaban por sus opuestos intereses. Buenos Aires aspiraba a mantener la hegemona poltica heredada del virreinato; y en ese designio comenzaron los hombres del interior a ver el propsito de ciertos sectores de asegurarse el poder y las ventajas econmicas que proporcionaba el control de la aduana portea. Intereses e ideologas se confundan en el delineamiento de las posiciones polticas, cuya irreductibilidad conducira luego a la guerra civil. La expedicin militar enviada al Alto Per para contener a las fuerzas del virrey de Lima consigui sofocar en Crdoba una contrarrevolucin, y la Junta orden fsilar en Cabeza de Tigre a su jefe, Liniers, y a los principales comprometidos. Pero los sentimientos conservadores predominaban en el interior aun entre los partidarios de la revolucin; de modo que cuando Moreno comprendi la influencia que ejerceran los diputados que comenzaban a llegar a Buenos Aires, se opuso a que se incorporaran al gobierno ejecutivo. La hostilidad entre los dos grupos estall entonces. Saavedra aglutin los grupos conservadores y Moreno renunci a su cargo el 18 de diciembre. Poco antes, el ejrcito del

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    Alto Per haba vencido en la batalla de Suipacha; pero en cambio, el ejrcito enviado al Paraguay fue derrotado no mucho despus en Paraguar y Tacuar. Al comenzar el ao 1811, el optimista entusiasmo de los primeros das comenzaba a ceder frente a los peligros que la revolucin tena que enfrentar dentro y fuera de las fronteras. Tras la renuncia de Moreno, los diputados provincianos se incorporaron a la Junta y trataron de forzar la situacin provocando un motn en Buenos Aires entre el 5 y el 6 de abril. Los morenistas tuvieron que abandonar sus cargos, pero sus adversarios no pudieron evitar el desprestigio que acarre al gobierno la derrota de Huaqui, ocurrida el 20 de junio. La situacin hizo crisis al conocerse la noticia en Buenos Aires un mes despus y los morenistas recuperaron el poder y modificaron la estructura del gobierno creando un poder ejecutivo de tres miembros el Triunvirato uno de cuyos secretarios fue Bernardino Rivadavia. Con l la poltica de Moreno volvi a triunfar. Se advirti en los artculos de la Gazeta, inspirados o escritos por Monteagudo; en el estmulo de la biblioteca pblica; en el desarrollo de la educacin popular y tambin en las medidas polticas del Triunvirato: por una parte, la disolucin de la Junta Conservadora, en la que haban quedado agrupados los diputados del interior, y por otra, la supresin de las juntas provinciales que aqulla haba creado que fueron sustituidas por un gobernador designado por el Triunvirato. Una accin tan definida deba originar reacciones. El cuerpo de Patricios se sublev con un pretexto trivial y poco despus estuvo a punto de estallar una conspiracin dirigida por Alzaga. En ambos casos fue inexorable el Triunvirato, angustiado por la situacin interna y por los peligros exteriores. El 24 de septiembre Belgrano detuvo la invasin realista en la batalla de Tucumn: poco antes haba izado por primera vez la bandera azul y blanca para diferenciar a los ejrcitos patriotas de los que ya consideraba sus enemigos. Tambin amenazaban los realistas desde Montevideo. Un ejrcito haba llegado desde Buenos Aires para apoderarse del baluarte enemigo y haba logrado vencer a sus defensores en Las Piedras. Montevideo fue sitiada y los realistas derrotados nuevamente en el Cerrito a fines de 1812. Quedaba el peligro de las incursiones ribereas de la flotilla espaola, y el Triunvirato decidi crear un cuerpo de granaderos para la vigilancia costera. La tarea de organizarlo fue encomendada a Jos de San Martn, militar nativo y recin llegado de Londres, despus de haber combatido en Espaa contra los franceses, en compaa de Carlos Mara de Alvear y Matas Zapiola. Haban estado en contacto con el venezolano Miranda, y a poco de llegar se haban agrupado en una sociedad secreta la Logia Lautaro cuyos ideales emancipadores coincidan con los de la Sociedad Patritica que encabezaba Monteagudo y se expresaban en el peridico Mrtir o libre. El 8 de octubre de 1812, los cuerpos militares cuyos jefes respondan a la Logia Lautaro provocaron la cada del gobierno acusndolo de debilidad frente a los peligros exteriores. Y, ciertamente, el nuevo gobierno vio triunfar a sus fuerzas en la batalla de San Lorenzo y en la de Salta. El ao comenzaba promisoriamente. Entre las exigencias de los revolucionarios de octubre estaba la de convocar una Asamblea General Constituyente, y el 31 de enero de 1813 el cuerpo se reuni en el edificio del antiguo Consulado. Entonces estall ostensiblemente el conflicto entre Buenos Aires y las provincias, al rechazar la Asamblea las credenciales de los diputados de la Banda Oriental, a quienes inspiraba Artigas y sostenan decididamente la tesis federalista. Pero pese a ese contraste, la Asamblea cumpli una obra fundamental. Evitando las declaraciones explcitas, afirm la independencia y la soberana de la nueva nacin: suprimi los signos de la dependencia poltica en los documentos pblicos y en las monedas, y consagr como cancin nacional la que compuso Vicente Lpez y Planes anunciando el advenimiento de una "nueva y gloriosa nacin".

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    Como Lpez y Planes, Cayetano Rodrguez y Esteban de Luca cultivaban en Buenos Aires la poesa. El verso neoclsico inflamaba los corazones y Alfieri se representaba en el pequeo Coliseo, donde se cant con enardecida devocin el recin nacido Himno Nacional y donde el indio Ambrosio Morante, actor y autor, estren su tragedia La batalla de Tucumn. Pero ya se anunciaba otra poesa, ms popular, y en cuyos versos vibraba la emocin del hombre de campo, lleno de sabidura atvica y de espontnea picarda. La guitarra acompaaba los cielitos y los cantos patriticos de Bartolom Hidalgo, y en los patios populares, entre criollos y negros esclavos, resonaban bajo los limoneros los mismos anhelos y las mismas esperanzas que en las alhajadas salas de las familias pudientes, alrededor de los estrados tapizados de rojo o amarillo, en los cuarteles y en los despachos oficiales. Eran los comienzos del ao 1813, rico en triunfos y en esperanzas. Los diputados de la Asamblea pronunciaban vibrantes discursos en cuyos giros se adivinaban las reminiscencias tribunicias de las grandes revoluciones. Y movidos por ese recuerdo suprimieron los ttulos de nobleza otorgaron la libertad a quienes haban nacido de padres esclavos, suprimieron la inquisicin y ordenaron que se quemaran en la plaza pblica los instrumentos de tortura. Era el triunfo del progreso y de las luces. Pero a medida que pasaban los meses la situacin se ensombreca. Alvear y sus amigos agudizaban las pretensiones porteas de predominio, de las que recelaban cada vez ms los hombres que surgan como jefes en las ciudades y en los campos del interior. Y en las fronteras, los realistas derrotaban al ejrcito del Alto Per dos veces: en Vilcapugio el 1 de octubre y en Ayohma el 14 de noviembre de 1813. Fue un duro golpe para la nueva nacin y ms duro an para el jefe vencido, Manuel Belgrano, espritu generoso, siempre dispuesto al sacrificio y entonces sometido a proceso, precisamente porque todos advertan la gravedad de la situacin creada por la derrota. En parte por ese sentimiento, y en parte por las ambiciones de Alvear, la Asamblea resolvi a fines de enero de 1814 crear un poder ejecutivo unipersonal con el ttulo de Director Supremo de las Provincias Unidas. Ocup el cargo por primera vez Gervasio Antonio de Posadas. La situacin exterior empeoraba. Mientras trabajaba para constituir una flota de guerra, Posadas apur las operaciones frente a Montevideo, que se haban complicado por las disidencias entre los porteos y los orientales. El Directorio declar a Artigas fuera de la ley, agravndose la situacin cuando design jefe del ejrcito sitiador a Alvear, el ms intransigente de los porteos. Fue l quien recogi los frutos del largo asedio y logr entrar en Montevideo en junio de 1814 La ciudad, jaqueada por la flota que se haba logrado armar al mando del almirante Guillermo Brown, dej de ser un baluarte espaol, pero la resistencia de los orientales comenz a ser cada vez ms enconada, hasta convertirse en ruptura a partir del momento en que Alvear alcanz la dignidad de Director Supremo en enero de 1815. Los contrastes militares dividieron las opiniones. Para unos era necesario resistir como hasta entonces; para otros era inevitable acudir al auxilio de alguna potencia extranjera, y el director Alvear crey que slo poda pensarse en Gran Bretaa; para San Martn, en cambio, la solucin resida en una audaz operacin envolvente que permitiera aniquilar el baluarte peruano de los espaoles. Eran distintas concepciones del destino de la nueva nacin, y cada una moviliz tras ella a fuertes sectores de la opinin. Mientras San Martn logr cierta autonoma para preparar en Cuyo su problemtica expedicin a Chile y al Per, Alvear comenz unas sutiles escaramuzas diplomticas destinadas a obtener la ayuda inglesa sin reparar en el precio. Quienes no compartan sus opiniones que fueron la mayora y especialmente en provincias no vieron en esa maniobra sino derrotismo y traicin. Artigas encabez la resistencia y las provincias de la Mesopotamia argentina cayeron muy pronto bajo su influencia poltica.

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    Ese ao de 1815 fund el padre Castaeda en su convento de la Recoleta una academia de dibujo. Pero la ciudad no viva la paz del espritu; senta las sacudidas que engendraba el conflicto de las pasiones y viva en estado de exaltacin poltica. Los pueblos del interior no ocultaban su animadversin contra Buenos Aires y el 3 de abril se sublev en Fontezuelas el ejrcito con que Alvear contaba para reprimir la insurreccin de los santafecinos apoyada por Artigas. La crisis se precipit. Alvear renunci, la Asamblea fue disuelta, se eclips la estrella de la Logia Lautaro y el mando supremo fue encomendado a Rondeau, a la sazn a cargo del ejrcito del Alto Per. Pero la revolucin federal de Fontezuelas haba demostrado la impotencia del gobierno de Buenos Aires y desde entonces el desafo de los pueblos del interior comenz a hacerse ms apremiante. Era visible que el pas marchaba hacia la disolucin del orden poltico vigente desde mayo de 1810 que, por cierto, perpetuaba el viejo sistema virreinal. A esta crisis interna se agregaba la crisis exterior; derrotado Rondeau en Sipe-Sipe en noviembre de 1815, la frontera del norte quedaba confiada a los guerrilleros de Martn Gemes y poda preverse que Espaa donde Fernando VII haba vuelto a ocupar el trono en marzo de 1814 intentara una ofensiva definitiva. Morelos haba cado en Mxico, Bolvar haba sido derrotado en Venezuela, y en octubre de 1814 los realistas haban vencido a los patriotas chilenos en Rancagua. La amenaza era grave, y para afrontarla el gobierno convoc un congreso que deba reunirse en la ciudad de Tucumn. Ante la convocatoria se definieron las encontradas posiciones. Un grupo de diputados, adictos al gobierno de Buenos Aires, apoyara un rgimen centralista, en tanto que otro, fiel a las ideas de Artigas, propondra un rgimen federal. El problema se presentaba como una simple preferencia poltica, pero esconda toda una concepcin de la vida econmica e institucional del pas. La riqueza fundamental era, cada vez ms, el ganado que se reuna en las grandes estancias por millares de cabezas, y del que se obtenan productos exportables. Buenos Aires recoga a travs de su aduana importantes ingresos que contribuan a acentuar las diferencias que la separaban de las dems provincias. Poco a poco los pueblos del interior adhirieron a la causa del federalismo, del que los hacendados provincianos esperaban grandes ventajas y en el que todos vean una esperanza de autonoma regional. El Congreso no cont con representantes de las provincias litorales, ya en abierto estado de sublevacin. Los que llegaron a Tucumn se constituyeron en asamblea en marzo de 1816 y designaron presidente a Francisco Narciso de Laprida. El 3 de mayo se eligi Director Supremo a Juan Martn de Pueyrredn. Luego, bajo la presin de San Martn, que ejerca en Cuyo el cargo de gobernador intendente y preparaba un ejrcito para cruzar los Andes, el Congreso se propuso decidir la suerte de la nueva nacin. Y para invalidar las vagas esperanzas de los indecisos, declar solemnemente el 9 de julio que era "voluntad unnime e indubitable de estas provincias romper los violentos vnculos que las ligaban a los reyes de Espaa, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carcter de nacin libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrpoli". Algunos das despus los propios diputados juraron defender la independencia y deliberadamente agregaron en la frmula del juramento que se opondran a "toda otra dominacin extranjera", con lo que se detenan las gestiones en favor de un protectorado ingls. Si hubo unanimidad para la declaracin de la independencia, no la hubo en cambio, con respecto a la forma de gobierno que adoptaran las Provincias Unidas. La reaccin conservadora, que haba crecido en Europa tras la cada de Napolen en 1815, estimulaba a los que pensaban en una solucin monrquica, y fue necesaria la firme decisin de fray Justo Santa Mara de Oro para contenerlos. El Congreso posterg el problema, mientras se acentuaba la tensin interna entre el gobierno de Buenos Aires y las provincias del litoral, alineadas tras la poltica federalista de Artigas. La situacin se haba agravado con la

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    invasin de la Banda Oriental por los portugueses, promovida desde Buenos Aires, frente a la cual Artigas combata solo, con los pobres recursos de los paisanos que lo seguan. Los odios se extremaban y la unidad del pas peligraba cada vez ms. En enero de 1817 los portugueses ocuparon Montevideo y obligaron a los orientales a replegarse hacia el lmite con las provincias argentinas. Ese mismo ao un grupo de hombres de letras fundaba en Buenos Aires la Sociedad del buen gusto en el teatro; eran Vicente Lpez, Esteban de Luca, Santiago Wilde, Vlez, Gutirrez y otros ms. El lema de la sociedad era poner la literatura al servicio del pueblo y de la libertad de Amrica. San Martn haba terminado sus preparativos militares en Cuyo y comenz su temeraria operacin de cruzar la cordillera de los Andes con un ejrcito numeroso y bien pertrechado. El 12 de febrero de 1817cay sobre el ejrcito espaol en la cuesta de Chacabuco y lo derrot. As comenz la crisis del poder espaol en Chile. Dentro del pas, en cambio, la situacin se agravaba. Entre Ros y Santa Fe aceptaron la autoridad de Artigas llamado "Protector de los pueblos libres", y desafiaban a Buenos Aires, a cuyas tropas derrot el "Supremo entrerriano", Francisco Ramrez, en la batalla de Saucecito en marzo de 1818. Pocos das despus triunfaba San Martn nuevamente sobre los espaoles en el llano de Maip asegurando la independencia de Chile. Esas victorias, empero no contribuan a fortalecer el gobierno de Buenos Aires porque San Martn, fiel a su misin, estaba decidido a no participar con sus tropas en la guerra civil. Frente a las fuerzas del litoral, el Directorio se vea cada vez ms dbil. Corrientes bajo la autoridad del caudillo artiguista Andresito, Entre Ros gobernada por Francisco Ramrez y Santa Fe obediente a la voluntad de Estanislao Lpez, formaban un vigoroso bloque con la Banda Oriental, encabezada por Artigas. Dos veces vencedor de las tropas del Directorio, Estanislao Lpez se propuso organizar institucionalmente la provincia de Santa Fe y promovi en 1819 la sancin de una constitucin provincial, decididamente democrtica y federal. Ese mismo ao, el congreso nacional, que ahora sesionaba en Buenos Aires, haba sancionado una carta constitucional para las Provincias Unidas, inspirada por principios aristocrticos y centralistas. Los dos documentos contemporneos revelaban la irreductible oposicin de los bandos en pugna y, en general, la reaccin provinciana contra la constitucin nacional de 1819 fue categrica. La crisis no se hizo esperar. Las tropas entrerrianas y santafecinas se dirigieron hacia Buenos Aires en octubre de 1819 y el Directorio no vacil en solicitar la ayuda del general Lecor, jefe de las tropas portuguesas que ocupaban Montevideo. El imperdonable recurso no hizo sino agravar la discordia. El ejrcito del norte, que era el nico con que contaba el Directorio, recibi orden de bajar apresuradamente hacia el sur, pero al llegar a la posta de Arequito se sublev a instancias del general Bustos, que se preparaba para apartar a la provincia de Crdoba de la obediencia de Buenos Aires. El director Rondeau recurri a la movilizacin de las milicias y se enfrent en la caada de Cepeda con las tropas del litoral el 1 de febrero de 1820: su derrota fue definitiva. La crisis haba alcanzado una decisin. Los vencedores exigieron la desaparicin del poder central, la disolucin del Congreso y la plena autonoma de las provincias. Bustos acababa de asegurrsela a Crdoba, Ibarra lo imit en Santiago del Estero, Aroz en Tucumn, Ocampo en La Rioja, y entre tanto se desintegr la Intendencia de Cuyo dando origen a tres provincias. Ante los hechos consumados, el director Rondeau renunci. Tambin Buenos Aires se constituy como provincia independiente, y su primer gobernador, Sarratea, firm el 23