Roque Larraquy Habla Sobre Informe Sobre Ectoplasma Animal

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LUNES, 10 DE FEBRERO DE 2014 HTTP://WWW.PAGINA12.COM.AR/DIARIO/SUPLEMENTOS/ESPECTACULOS/4-31293-2014- 02-10.HTML LITERATURA LITERATURA ROQUE LARRAQUY HABLA SOBRE INFORME SOBRE ECTOPLASMA ANIMAL “El discurso seudocientífico es muy cercano a la literatura” El autor construye, en su segunda novela, un raro y fascinante artefacto. La historia gira alrededor de una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas. Roque Larraquy es guionista y docente universitario. Por Silvina Friera La foto de un simio espectral que flota en un quirófano abandonado consagra el comienzo de la ectografía en el país allá por 1911, una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas. Su fundador, el fotógrafo de vistas y sociales Severo Solpe, podría ser una suerte de

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LUNES, 10 DE FEBRERO DE 2014

HTTP://WWW.PAGINA12.COM.AR/DIARIO/SUPLEMENTOS/ESPECTACULOS/4-31293-2014-02-10.HTML

LITERATURA  ›  L ITERATURA ROQUE LARRAQUY HABLA SOBRE INFORME SOBRE ECTOPLASMA ANIMAL

“El discurso seudocientífico es muy cercano a la literatura”El autor construye, en su segunda novela, un raro y fascinante artefacto. La historia gira alrededor de una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas.

Roque Larraquy es guionista y docente universitario.

 Por Silvina Friera

La foto de un simio espectral que flota en un quirófano abandonado consagra el comienzo de la

ectografía en el país allá por 1911, una seudociencia imaginaria de la que se preservan fragmentos

de un cuaderno personal, un puñado de relatos “insólitos” y tres cartas. Su fundador, el fotógrafo

de vistas y sociales Severo Solpe, podría ser una suerte de “pionero” más envejecido, fracasado y

aislado que el Erdosain de Roberto Arlt. La imagen inicial que presenta al animal con los ojos en

blanco y los brazos laxos, en imitación de un éxtasis religioso, es apócrifa. En el principio hay un

engaño, un fraude a pedido de un senador de la Nación que quiere impresionar a unas señoritas.

“En la vida hay experiencias perfectamente íntimas como el sueño o el miedo. Son íntimas porque

nadie las ve a través de nosotros. El sentirse individuo nace de la tenaz opacidad del cuerpo. El

individuo se hace en el secreto. No tener secretos equivale a estar muerto”, se lee en una de las

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anotaciones de Solpe, director de la Sociedad Ectográfica Argentina que durante el primer golpe

militar de septiembre de 1930 aspira a elevar el status científico de la ectografía, poniéndola al

servicio del disciplinamiento social. Una vez más, Roque Larraquy construye un rarísimo artefacto

tan fascinante como inclasificable en Informe sobre ectoplasma animal (Eterna Cadencia), su

segunda novela luego de su debut con La comemadre, ilustrada por Diego Ontivero.

La idea del texto de apenas 82 páginas, que podría ser una especie de anómala “docu-ficción

científica”, es ir de la periferia a su centro, de la descripción de un informe experimental a la

narración, del caso al concepto y del concepto a la acción. “No tenemos evidencia de almas

atrapadas entre dos mundos, ni de la supervivencia del espíritu animal, ni de fantasmas que

busquen saldar una deuda o velar por el bien de los vivos –advierte Solpe en una de las entradas

de 1914–. Apreciamos estas figuras de la religión y de toda una literatura de vindicaciones post-

mortem porque fueron parte de nuestra educación temprana y nos impulsaron a elegir esta

disciplina, pero las dejamos a un lado como lo que son, piezas de pensamiento mágico propagadas

por las culturas inferiores y el espiritismo europeo.” Después se dedicará a definir espectro como

“un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja de sí cuando muere: la síntesis de

sus salivaciones, la huella de los diferentes tamaños de su cuerpo en el tiempo, la silueta, aromas,

el diagrama de los movimientos que repitió en circuito”. Algunos de los personajes que aparecen

en el libro expresan distintas corrientes dentro la ectografía. Julio Heiss es promotor de la

ectografía materista; Martín Rubens, en cambio, de la ectografía animista. Hay una tensión entre

estas aproximaciones, que se percibe en las versiones diferentes de casos insólitos.

“Cuando uno piensa en una seudociencia de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, está

pensando en un discurso científico que ha fracasado. Que no ha logrado imponer una determinada

lectura de la realidad –plantea Larraquy a Página/12–. Me interesaba que se percibiera una tensión

entre lo que sería una lectura más convencional, vinculada con lo religioso, con lo místico, que

tiene que ver con la supervivencia subjetiva, con las sobrevidas, y que esto entrara en tensión con

una lectura netamente moderna, más propia del inicio del siglo XX. Estas tensiones ponen de

relieve que en el discurso de esta pretendida ciencia todavía no hay una lectura consolidada sobre

cómo definir lo real. El fundador de la ectografía intenta quitar las potenciales raíces de

pensamiento mágico. Sus discípulos inauguran dos perspectivas, la materista y la animista,

poniendo un poco en crisis la voluntad inicial del fundador. El momento más atractivo de la

disciplina es cuando proliferan las versiones. Pero también es el momento en que la disciplina

empieza a entrar en decadencia, en la medida en que se ve contaminada por un tipo de

pensamiento que es contrario a los lineamientos de lo que se entiende por científico en el contexto

del siglo XX.”

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–Aunque haya un discurso científico legitimado, también puede haber distintas versiones,

como ocurre con las seudociencias, ¿no?

–Sí, pero la seudociencia tiene una lírica peculiar que, justamente por este impulso de

autolegitimación continua de proponer una perspectiva del mundo convincente, se termina

convirtiendo en un espacio más apto para el debate y las versiones que lo que es el discurso ya

oficialmente entendido como científico, que va produciendo cada vez con más fuerza sus propias

restricciones a las diferentes versiones. Por supuesto que existen en el discurso de la ciencia las

versiones. Pero cuando uno piensa una ciencia, piensa en algo que progresivamente se va

consolidando, que está sometido a prueba y a la legitimación constante de las diferentes

academias. Creo que eso, a la larga, produce una cierta homogeneización discursiva que en las

seudociencias no es tan visible porque todavía no hay una consolidación absoluta de la base

epistemológica.

–En una de las cartas al senador, en la última parte de la novela, Solpe, al mismo tiempo que

reclama una legitimación jurídica, rechaza disciplinas de “prontuario dudosísimo”, como el

psicoanálisis y la frenología forense. Hay una tensión entre la tentativa de reconocimiento

científico y la sustentabilidad económica, ¿no?

–Hay una búsqueda por parte de los personajes de la novela de que esta disciplina tenga una

sobrevida, más allá de los fines específicos con los cuales se inició. Al mismo tiempo, si estás

buscando una legitimación jurídica es también porque necesitás una sustentabilidad económica

que, de no obtenerla, posiblemente signe su caída. En esa tentativa de legitimación hay una

búsqueda de otorgarle a la disciplina una dimensión de uso, que en primera instancia no era un

problema a resolver. Cuál es el uso social de esta disciplina, cuál es el uso potencialmente político

que puede tener.

–En el origen de la ectografía hay un engaño en el que está involucrado un senador. La

lectura más inmediata sería establecer una relación directa entre discurso seudocientífico y

discurso político, pero la dimensión política es mucho más compleja en la novela. ¿Cómo se

articularía la política en esta ficción?

–Muchas de las llamadas seudociencias están asociadas de un modo bastante carnal con

posiciones ideológicas conservadoras o de derecha. Las interpretaciones mediúmnicas de

Madame Blavatsky configuran una cosmogonía que después el nazismo incipiente hace propia.

Quería dejar constancia de esa relación peculiar que hay entre la ideología conservadora y una

cierta lectura mística de la realidad, donde hay cosas que están signadas por Dios y un orden –una

lectura muy típica de la derecha es la idea de un orden establecido–, y cómo se vincula esto con la

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seudociencia. En principio no pensé una relación directa entre el engaño del inicio de la ectografía

y el posible engaño de la política. Por supuesto, sí me interesaba ubicar la última parte de la novela

en el contexto del primer golpe militar argentino porque me parece un punto de inflexión

fundamental. Es el cierre del imaginario de un país y la apertura de uno nuevo, aún más oscuro

que el anterior. Hay una parte de la novela que describe de modo lateral el golpe para mostrar que

la ectografía se había gestado en un espacio de poca vinculación con las realidades sociales, al

punto que el principal promotor y fundador de la disciplina no registra el golpe como un golpe; lo

percibe como un desfile, no entiende del todo lo que está ocurriendo. En ese momento detecta una

posible dimensión del uso de su disciplina y la pone al servicio de los actores más recalcitrantes de

su contexto para un potencial uso militar y de control.

–A los profesionales de la ectografía, la observación diaria de la muerte les quita el sentido

del misterio. Pierden el miedo primario a la noche y a sus figuras, que los motivó a elegir la

profesión. El planteo es interesante, a la vez que inquietante, porque pone al miedo en el

principio de una elección. Este postulado podría ser llevado hacia otras cuestiones. Sin

misterio, la escritura tampoco sería posible...

–Estoy totalmente de acuerdo. Es uno de los ejes del relato la idea de trabajar con una materia que

ha sido históricamente asociada con el misterio, con el miedo, con lo nocturno, y tratar de llevarla a

un territorio donde esté desprovisto de misterio, donde aparezca en la mesa de disección del

científico, donde se busque iluminar los aspectos secretos. Quitarle enigma. De hecho hay muchas

partes del texto en las cuales esto se retoma, no sólo en ese fragmento que mencionó sino en

otros segmentos en los cuales se plantea que hay un cierto deterioro del vínculo emocional de los

ectografistas con su objeto de estudio y con el mundo en general. Hay una intención de trabajar

con materiales propios del género fantástico, del mundo de lo fantasmático y del mundo del

misterio desprovisto de misterio. Pero que a la vez el misterio o el enigma se pudieran recuperar

desde un lugar más formal. Si bien es un texto que tiene un tono de informe y una cierta

neutralidad propia de un informe, tenía al menos la intención de que en la sumatoria y acumulación

de términos específicos propios de esta disciplina se produjera un cierto efecto poético, un efecto

lírico, un efecto rítmico, además de meramente narrativo. Y quizás en ese efecto buscado podría

estar la recuperación de ese misterio.

–Un tema que no es menor tiene que ver con la crueldad. Solpe reduce a animales en unas

redes metálicas hasta que mueren por la sed y el efecto adverso de la inmovilidad. La

pérdida del misterio, ¿alienta la violencia en ciertas prácticas?

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–Esto se percibe como violento sólo en la medida en que se lo sustrae del mundo pretendidamente

científico. Si se lo lee desde una perspectiva moral o incluso ética, el mundo de la ciencia presenta

características de una enorme violencia ejercida sobre los cuerpos, sobre las identidades, sobre las

subjetividades. Cuando uno se corre de ese sitio, considera que la ciencia requiere de ciertas

prácticas para poder probarse a sí misma, para poder cambiar, para poder mejorar. No sé cómo

percibían lo que hacían los primeros científicos del Renacimiento, cuando comenzaron a trabajar

con cuerpos para iluminar y poner en una circunstancia de mayor claridad o transparencia todo lo

que es el interior del cuerpo... Sospecho que deben haber estado atravesados por dudas,

incertidumbres, planteos desde el miedo. Pero la ciencia va de la mano con esa violencia. Es una

condición de la ciencia ejercer cierta violencia sobre los objetos que investiga y produce.

–Tanto en La comemadre como en Informe..., hay una obsesión por lo que se podría llamar

“el lado B” de la ciencia. ¿De dónde viene este interés?

–Me interesa indagar en una cierta épica del fracaso, tanto desde el punto de vista de los

personajes como desde aquello que los personajes promulgan, en este caso un sistema de

percepción del mundo que no logra consolidarse, ni ser convincente. En Informe sobre ectoplasma

animal tenemos al fundador de una seudociencia que se encuentra en una edad muy avanzada de

la vida, en un momento en el cual la institución que fundó se le está viniendo un poco en contra, y

teme no sólo su propia extinción sino la extinción de todo aquello por lo cual luchó en las últimas

décadas. El discurso científico tiene una voluntad pregnante muy fuerte. Se impone en la medida

en que logra probar que su lectura de lo real es la que está proponiendo; por lo tanto se presenta

como una luz que muy diáfanamente ilumina o quita las sombras de aquello que es falso. Como

voluntad inicial, el discurso de la ciencia es muy atractivo porque, además, muy fácilmente puede

caer. Después tengo un interés lateral por los discursos de los textos entendidos hoy en día como

seudocientíficos que –con toda esa voluntad de autolegitimación, con la sobrecarga de

terminología específica, con la búsqueda de deslegitimación de otras disciplinas– tienen una lírica

propia que los hace muy cercanos a la literatura. Hoy en día leer un libro de espiritismo de fines del

siglo XIX, o un libro de electrogalvánica de principios del siglo XX, es entrar en un texto literario de

mucha riqueza.

–Este interés por la épica del fracaso, ¿podría conectar a Solpe con Erdosain de Roberto

Arlt?

–Sí, se puede establecer muy fácilmente esa vinculación, pero no es una vinculación en la que

haya pensado en ningún momento de la escritura del libro. Se puede emparentar con el Lugones

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de Las fuerzas extrañas, texto que no me interesa particularmente, ni es mi favorito, como no lo es

Lugones, pero que resuena de un modo visible.

En el nombre del padre

Informe sobre ectoplasma animal está dedicado a Raúl Alberto Ontivero y a Julián Osvaldo

Larraquy, los padres de Diego Ontivero y Roque Larraquy. “Lamentablemente, los dos fallecieron”,

cuenta Larraquy, guionista y docente universitario que nació en 1975 en Buenos Aires. “Mi viejo era

psiquiatra; mucho del interés por la ciencia me viene de ahí. Se estaba muriendo cuando empecé a

escribir estos textos. La agonía de mi viejo fue interminable: tenía Parkinson y terminó loco.”

Larraquy padre nunca llegó a ver un libro de su hijo publicado. “Mi viejo era pintor, fue una

influencia muy importante”, admite Ontivero, que nació también en Buenos Aires, en 1979, es

diseñador gráfico y actualmente está escribiendo su primera novela. Quieren seguir trabajando

juntos y probablemente, antes de un nuevo libro, hagan una instalación con textos y dibujos.

Imágenes como disparadores

Hace unos siete años apareció una primera versión, antecedente de Informe sobre ectoplasma

animal, en una serie de posteos en la página Fotolog. Larraquy subió fotos de animales,

intervenidas digitalmente, que al ser llevadas a un contraste muy fuerte entre blanco y negro

adquirían una dimensión espectral, acompañadas por un puñado de textos. “Una vez que terminó

esa intervención en la red, retiré todo el material y le propuse a Diego que comenzáramos un

trabajo desde cero en el cual pudiéramos plantear un aspecto distinto desde lo visual. Pero que al

mismo tiempo lo visual pudiera intervenir en los textos. Con cierta lentitud, y muchos encuentros y

debates, salió el libro. De esa primera versión, una especie de borrador, quedó poco”, revela

Roque Larraquy. Las ilustraciones –plantea Diego Ontivero– partieron de la idea de no hacer

observaciones literales o didácticas de cada uno de los escritos. “Si vamos a hablar de fantasmas,

no vamos a mostrar nunca fantasmas. Me parecía muy importante trabajar desde una distancia con

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el texto que permitiera un tiempo de lectura entre uno y otro relato. Que las imágenes estuvieran

cerca, pero que por momentos se acercaran más. Hay registros que son más figurativos, que son

pequeñas puertas para poder entrar al relato. Y hay momentos en que se aleja desde un lugar más

abstracto. Pero siempre teniendo en cuenta ciertos elementos que parten de un lenguaje y que

unifican un relato visual, que va acompañando desde una distancia saludable a lo escrito, para que

las imágenes sean disparadores de lo que ocurre. Hay tanta riqueza en la literatura que una

imagen que represente literalmente lo que está sucediendo en el texto reduciría un universo que se

puede potenciar con la ilustración. Estuvimos discutiendo mucho sobre cada imagen en relación

con cada texto”, reconoce el ilustrador. “Fueron muchos años de trabajo; no hubo una intensidad

de vernos todos los días para trabajar, pero los dos nos fuimos contagiando una suerte de

obsesión con el tema. Llegué a hacer siete versiones ilustradas de un mismo texto.”

–¿Quién decidía qué versión de las imágenes quedaban? ¿Se ponían de acuerdo o ardió

Troya en algún momento?

Diego Ontivero: –Siempre llegamos a un acuerdo mutuo, pero discutimos muchísimo.

Roque Larraquy: –Troya ardía una vez por semana (risas).