ROSTROS 6:Isabel de Bohemia

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Este texto es la continuación de un trabajo sobre la invisibilidad de las mujeres en la historia de la filosofía. En este caso se trata de Isabel de Bohemia. Ella y su hermana mantuvieron correspondencia con filósofos. Isabel con Descartes y Sofía con Leibnitz. La correspondencia filosófica es un estilo propio de los siglos XVI y XVII. La lecturas permite no sólo entender el desarrollo del pensamiento de los filósofos, sino también conocer el pensamiento de estas mujeres filósofas casi unas desconocidas.Además las críticas de Isabel a Descartes apuntan a ítemes claves tanto en la historia de la filosofía, como en la de la psicología: el dualismo cuerpo/alma y el libre albedrío, por ejemplo.

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UNA NUEVA MANERA DE HACER FILOSOFA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII: el intercambio de cartas entre un filsofo y una mujer que slo encuentra este medio para afirmarse como filsofa.Hace ya ms de diez aos, le un libro que public La Editorial Alianza, titulado Filosofa para princesas. Era un intercambio epistolar de Leibnitz con mujeres de la nobleza. Hoy en este camino de los rostros de mujeres filsofas me encuentro con Isabel o Elizabeth de Bohemia. Siempre me llam la atencin el libro de Descartes, Las Pasiones del Alma. Nada fcil y muy diferente a otras obras suyas. Para mi sorpresa descubro que este libro lo escribi Descartes despus de mantener correspondencia con Isabel. Descartes no necesita presentacin. Si no lo recuerdan, es el administrador de la teora Coprnico/galileana. As lo llama F. Chatelet. Su correspondencia con Isabel comienza en 1643, un ao despus de la muerte de Galileo y se prolonga hasta 1648. Isabel (1618-1680) es una filsofa alemana y religiosa calvinista. As la presentan en internet.

Ayer consegu el libro. Espero tener un buen fin de semana!

Correspondencia FilosficaEn la genealoga de Juana se encuentra Cristina de Suecia, a esta mujer le dedic Descartes su libro Las Pasiones del Alma. Y al leer la correspondencia de Descartes e Isabel he descubierto que la interlocutora de Leibnitz, la electora Sofa de Hannover, era en realidad hermana de Isabel; ambas pertenecan a una nobleza en cada, exclusin y exilio. Por eso se vuelve an ms absurdo que estas mujeres sean conocidas por su condicin social y no por sus potencialidades como estudiosas y pensadoras.

Es esta la misma persona que en otra carta aclar que en su libro el Discurso del Mtodo no puso ciertos pensamientos porque "no me han parecido apropiados para incluirlos en un libro, en el que he querido que incluso las mujeres pudieran entender alguna cosa"? Tal vez, por eso lo escribi en francs, una novedad en filosofa.En 1644 en msterdam Descartes publica su libro Principios de la Filosofa en latn. En l explica sus ideas sobre fsica y metafsica y se los dedica A la Serensima Princesa Isabel, primognita de Federico, Rey de Bohemia, Conde Palatino y Prncipe Elector del Imperio. La insistencia en los ambiguos ttulos del padre de Isabel, no la hace una dedicatoria clara y distinta, como era esperable de Descartes. O tal vez s. De cualquier modo si hoy consiguen recuperar un rostro de mujeres filsofas es gracias a la correspondencia realizada. El hecho de que fueran cartas y no dilogos orales permite salvaguardar su pensar y su escritura, su peculiar modo de expresar sus ideas y sentires. Durante mucho tiempo la correspondencia slo se vio como ayuda para reconstruir las concepciones del filsofo, pero ya ha llegado el momento de poner el acento en perfilar tambin el pensamiento de las interlocutoras.Cabe aclarar que la dedicatoria no termina ah: ninguna otra persona conocida por m ha comprendido en general y tan adecuadamente cuanto hay en mis escritos y, por tal razn estoy asistido de razn para estimar incomparable vuestra capacidad. Lo que, no obstante, me produce una mayor admiracin es que un conocimiento tan diverso y tan perfecto de las distintas ciencias que no suele poseerlo un anciano doctor que hubiera empleado muchos aos en su instruccin, lo posee una Princesa joven, cuyo rostro se asemeja ms al que los poetas atribuyen a las Gracias que al que atribuyen a las musas o a la sabia Minerva.

DUALISMO CARTESIANOLo ms interesante es que uno de los tems cuestionados por Isabel en sus cartas, es tambin uno de los puntos ms criticados a la concepcin de Descartes en la actualidad. Se lo culpa de las secuelas que su teora -el dualismo cartesiano de cuerpo y alma como dos sustancias- ha dejado tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales. El tema clave de las cartas es el problema de la comunicabilidad entre cuerpo y alma en tanto sustancias; res extensa y res pensante. Pareciera que Isabel tena claro que acorde al planteo de Descartes el problema de la interaccin mente-cuerpo era imposible de resolver. Y esto daba lugar a diversas implicaciones morales que ella explicit. Esta es la pregunta que en la primera carta Isabel le ruega a Descartes que tenga la bondad de responderle:De qu forma puede el alma delhombredeterminar a los espritus del cuerpo para que realicen los actos voluntarios, siendo as que no es el alma sino substancia pensante?

De este modo le respondi el filsofo Descartes a la princesa:Sin embargo, como Su Alteza es tan aguda que uno no puede ocultar cosa alguna de ella, intentar explicar la forma en la cual concibo la unin entre alma y cuerpo y cmo el alma tiene la fuerza para mover el cuerpo. Descartes habla de tres categoras: extensin que abarca la forma y el movimiento y le corresponde al cuerpo; pensamiento que comprende entendimiento y voluntad y slo le corresponde a la mente. Finalmente, la vinculacin de cuerpo y mente el mbito de las interacciones psicofsicas, tales como las sensaciones y pasiones.

A continuacin viene una detallada exposicin con que el filsofo intenta resolver el problema. Cottinham lo resume del modo siguiente: A estas cuestiones volver el filsofo en una carta del 28 de junio, ya que Isabel le ha vuelto a objetar en su carta del 10 o 20 de junio. Apunta la abadesa: Y admito que sera ms fcil para m admitir materia y extensin en el alma que admitir la capacidad de mover un cuerpo y de ser movido a un ser inmaterial. Ya que si ocurriera lo primero mediante informacin, los espritus que efectan el movimiento tendran que ser inteligentes, lo cual usted no atribuye a nada corporal. Y aunque en sus Meditaciones metafsicas muestra la posibilidad de lo segundo, es, sin embargo, muy difcil comprender cmo un alma, como usted la ha descrito, despus de tener la facultad y el hbito de razonar bien, pueda perderlo todo debido a ciertos vapores, y que, aunque pueda subsistir sin el cuerpo y sin tener nada en comn con l, sea de tal manera regido por l. Pese al empeo del filsofo por ir resolviendo las dudas y las objeciones de Isabel, ella segua convencida de que los argumentos esgrimidos por Descartes no eran suficientes. As, la correspondencia contina entre preguntas, dudas, aclaraciones y sarcasmos, y es que Isabel tambin saba hacer uso de la irona cuando se trataba de poner al maestro en su lugar. Como ha sealado Watson: En un maravilloso intercambio, Descartes pontificaba haciendo alarde de su autoridad (casi como un padre) e Isabel le replicaba airada y lo pona en su lugar (casi como una hija).Lo anterior no puede menos que hacernos pensar que Isabel de Bohemia era un hueso duro de roer, y que ello se deba precisamente a su capacidad intelectual: como era capaz de pensar por s misma, no iba a someterse a la autoridad intelectual de otro, aunque ese otro fuese el mismsimo padre del pensamiento moderno. En el dilogo que mantuvieron se puede or discutir a dos personas en igualdad de condiciones; nada importa que uno funja como mentor y la otra como aprendiz, pues entre ellos se establece un canal de comunicacin tal que uno y otro terminan por reconocer y aceptar la estatura intelectual de su interlocutor. En un dilogo que bien valdra la pena reconstruir en su totalidad y del que aqu slo hemos dado una muestra, y amn de este problema central de la interaccin entre mente y cuerpo, la princesa y el filsofo discutieron tambin sobre otras muchas cuestiones, tales como la naturaleza soberana de Dios, el libre albedro, la vida feliz y la relacin entre la razn y las pasiones. Por ello, como ha dicho Cottingham: En sus cartas, [Isabel] plante preguntas acerca de la explicacin de Descartes sobre la mente y su relacin con el cuerpo que apuntaban con precisin hacia algunas de las principales dificultades de la postura cartesiana; las detalladas respuestas de Descartes son una fuente fecunda para los estudiosos de su filosofa de lo mental. La correspondencia con Isabel versa tambin sobre la relacin entre la razn y las pasiones, y los pensamientos de Descartes sobre este asunto fueron despus incorporados en su principal tratado fisiolgico-psi-colgico-tico, Las pasiones del alma, publicado finalmente en 1649.El minucioso anlisis de esta correspondencia puede devolvernos no slo el dilogo que legaron a la posteridad Isabel y Descartes, dos intelectos vidos de conocimiento, sino adems el nombre y la figura de una pensadora de la temprana modernidad en quien el filsofo ms representativo de la poca supo ver que las luces ms claras del intelecto emanaban de un cuerpo de mujer, aunque dichas luces pusieran de manifiesto las sombras del alma de su propia doctrina. Al final de su dedicatoria, en efecto, escribe el filsofo: Tan perfecta Sabidura me obliga a un respeto tal que no slo entiendo que debo dedicarle este libro, que trata de Filosofa (pues no es otra cosa que el deseo de la Sabidura), sino que tampoco poseo ms celo por filosofar es decir, por adquirir la Sabidura del que poseo por ser, Seora, el ms humilde, obediente y ferviente servidor de Vuestra Alteza. Nos queda, pues, como legado esta leccin de Descartes: la historia no debiera olvidar el nombre de esta sabia mujer. Isabel de Bohemia merece ser recordada por sus propios meritos intelectuales."El favor con que Vuestra Alteza me ha honrado, hacindome recibir sus rdenes por escrito es mayor de lo que jams me hubiera atrevido a esperar; compensa mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con pasin, esto es, el de recibirlas de vuestros propios labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis muy humildesservicioscuando estuve ltima-mente en La Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al mismo tiempo; yviendo salirdiscursosms que humanos de un cuerpo tan semejante a los que los pintores dan a losngeles, hubiera sentido un arrebato como el que sin duda deben de experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras la terrenal estancia"[3].En 1644 se public la obra de DescartesPrincipios de la Filosofa.A pesar de tratarse de una obra que Descartes present a los decanos y doctores de la universi-dad de Pars para obtener su aprobacin y su apoyo, no tuvo reparos en dedicarla de manera muy especial a una princesa protestante como lo era Isabel. Esta decisin era casi una provocacin si se tiene en cuenta la lucha constante de la jerarqua catlica, con su inmenso poder poltico contra los protestantes a quienes masacraron en 1628 en La Rochelle, exterminado a la mayor parte de supoblacin, pero sin duda ninguna era una prueba de amor, sobre todo teniendo en cuenta que laconductade Descartes con sus semejantes fue casi siempre calculadamente interesada.Seala Watson que la princesa Elisabeth le agradeci la dedicatoria de losPrincipios de la Filosofa, pero "no se detuvo en las frases de adoracin que, segn Petit, constituan una declaracin pblica de amor por parte del filsofo"[4]. Y, desde luego, el enamoramiento de Descartes resulta evidente leyendo determinados prra-fos de la dedicatoria de esta obra, en los que le manifiesta su amor con una claridad inequvoca, aunque ligeramente encubierta por la referencia a sus extraordinarias cualidadesintelectuales. En efecto, dice en su dedicatoria:"he podido apreciar tales cualidades en Vuestra Alteza que creo deinters para elgnerohumanoproponerlas como ejemplo a la posteridad [] Por lo dems, la mxima agudeza devuestro espritu incomparablese conoce en que habis indagado todas las profundidades de estascienciasy las habis apren-dido cuidadosamente en muy poco tiempo []Nunca encontr a nadie que haya entendido tan perfectamente los escritos que he publicado[] Me re-sulta imposible no dejarme arrebatar por unsentimiento de enorme admira-cincuando considero queunconocimientotan vario y tan perfecto de todas las cosasno se halle en un viejo sabio que ha empleado muchos aos para ins-truirse, sino en una princesa, joven an, cuya belleza y edad se parece ms a la que los poetas atribuyen a las Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva [] Yesta sabidura tan perfecta que advierto en Vuestra Majestad me ha subyugado tantoque no slo pienso que debo consagrarle este libro de filosofa [] sinoque no tengo ms deseo de filosofar que el de ser, Seora, de Vuestra Alteza, el ms humilde, el ms obediente y el ms devoto servidor"[5].Sin embargo, como luego se ver, este "espritu incomparable" de la princesa, que poda determinar que sus cualidades excepcionales fueran de "inters para el gnero humano", no fue al parecer tan "excepcional", pues en una carta posterior dirigida a la reina Cristina, meses antes de su viaje a Suecia, le expres otra serie de galanteras en un estilo muy similar.Su admiracin hacia la princesa,inevitablemente sublimado, dadas las diferencias de clase social, de edad y de atractivo fsico[6]determin de manera casi ine-vitable que la relacin de Descartes con ella apena pudiera tener otrocarcterque el intelectual y "afectivo-paternal", de acuerdo con el cual Descartes explicaba a la princesa algunos aspectos de su filosofa y llegaba a darle consejos mdicos para tratar de ayudarle en la curacin de alguna dolencia. En los ltimos aos de su relacin el pensador francs no pudo seguir manteniendo reprimidala comunicacinde su enamoramiento, tal como la expresa en su correspondencia con la princesa, en la que destacan diversos prrafos especialmente llamativos por la admiracin y la pasin amorosa, implcita y explcita, que reflejan, tal como puede verse en textos como el siguiente:"considero que Vuestra Alteza posee el alma ms noble y elevada que me haya sido dado conocer"[7].Parece evidente que la princesa Elisabeth no poda dejar de ser consciente del enamoramiento que las palabras de Descartes dejaban traslucir en estascartas, y que tal sentimiento, lejos de molestarla, le agradaba hasta el punto de que en su respuesta a esta ltima carta quiso ser especialmente amable manifestndole cun necesitada estaba de su amistad, a la vez que sutilmente le sealaba loslmitesdentro de los cuales poda seguir recibiendo su afecto como expresin de ella. En este sentido le escribi:"Y aunque [los mdicos] hubieran sido lo bastante sabios para sospechar la parte que corresponda al alma en los desrdenes de mi cuerpo, no me habra yo sincerado con ellos. Pero con vos lo hago sin escrpulos, en laseguridadde que el candoroso relato de mis defectos no me privar dela amistad que me profesis, sino que la acrecentar tanto ms cuanto veris, al percataros de ellos,cun necesitada estoy de esa amistad"[8].Estas palabras de la princesa debieron de provocar en Descartes angustiosos sentimientos contradictorios, pues, por una parte, la princesa le hablaba deamistad, pero, por otra, al utilizar la expresin "cun necesitada estoy" refirindola aesa amistad, la frase tena su agridulce veneno, pues, mientras es normal unir los concep-tos denecesidadyamor, que es un sentimiento especialmente intenso, no lo es unir los conceptos denecesidadyamistad, que parece referirse a un sentimiento menos intenso que el del amor y, por ello mismo en escasas ocasiones aparece asociado con la intensidad que reflejara la expresin utilizada por la princesa "cun necesitada estoy". Si un varn escribiese a otro expresndole cunnecesitadoestaba de suamistad, seguramente eso sera un motivo suficiente para que el segundo se pregun-tase cules eran los autnticos sentimientos del primero.Parece, pues, que lo que la princesa le estaba diciendo a Descartes de modo tcito era que le satisfaca mucho sentirse tan querida por l, pero, de modo expreso, slo lo mucho que necesitaba su amistad. Era su manera de mantener las distancias sin dejarlo marchar.Como ejemplo de otroprrafoen el que de manera ms explcita Descartes declara su amor por la princesa, puede verse el siguiente:"nada me ocupa el pensamiento con ms frecuencia que recordar los mritos de Vuestra Alteza y desearle tanto contento y felicidad como merece [] Pues nada hay en el mundo a lo que tanto aspire con ms celosa devocin que a dar testimonio de que soy, en todo cuanto pueda, el ms humilde y obe-dienteservidorde Vuestra Alteza"[9].En 1646 se produjo el ltimo encuentro personal de Descartes con la princesa Elisabeth, aunque su correspondencia continu hasta los ltimos meses de vida del francs.Ms adelante, en febrero de 1647, la princesa se despide con unas palabras especialmente amables que calan muy hondo en Descartes, quien le responder con otras todava ms efusivas. En efecto, escribe la princesa:"Le he prestado vuestrosPrincipios[a un mdico llamado Weis], y me ha prometido referirme las objeciones que tenga; si las tiene, y merecen la pena, os las enviar para que podis formaros un juicio de la capacidad delhombreque me ha parecido ms sensato de entre los doctos de estos lugares, ya que es capaz de apreciar vuestros argumentos. Aunque no me cabe duda de quena-die lo ser de estimaros ms de lo que os estima vuestra muy devota amiga y servidoraISABEL"[10].Como puede observarse, la princesa utiliza aqu justamente ese mismo tipo de trminos ("estima", "devota amiga", "servidora") que Descartes consideraba en una carta posterior al embajador Chanut que se utilizaban cuando no era socialmente correcto mencionar la palabra "amor", aunque fuera se el sentimiento latente que se expresaba mediante aquellos otros trminos propios para expresar una estima ms genrica. Pero adems la princesa llega a decirle que nadie ser capaz de estimarle ms que ella y esas palabras no pudieron pasar inadvertidas para la apasionada pers-picacia del pensador francs, el cual, no siendo consciente de hasta qu punto las palabras de la princesa podan tener o no un sentido cercano al tipo de sentimiento que l hubiera deseado, en su carta del mes siguiente le respondi:"Sabiendo que est Vuestra Alteza satisfecha de hallarse en el lugar en que se halla, no me atrevo a hacer votos por su regreso, por ms que me cueste mu-cho no desearlo, y muy especialmente ahora que me encuentro en La Haya [] Mas no me ir antes de dos meses, para poder tener antes el honor de recibirlos mandatos de Vuestra Alteza, que tendrn siempre ms poder sobre mipersonaque cualquier otra cosa en el mundo"[11].En 1647, aunque Descartes pretenda permanecer en Holanda para estar cerca de la princesa Elisabeth, se mostraba muy preocupado por laactitudy "las injurias" de una "tropa de telogos" contraria a su filosofa y que le atacaba con "calumnias". Por ello pens en regresar definitivamente aFranciaen el caso de que la princesa no permaneciera tambin en Holanda. El 10 de mayo le escribe:"Pero puedo afirmar que sa [= el posible regreso de la princesa a Holanda] es la principal razn por la que prefiero residir en este pas antes que en cual-quier otro, ya que soy de la opinin de que nunca podr ya gozar tan por ente-ro como deseara del reposo que vine a buscar en l, pues sin haber obtenido an toda la satisfaccin que sera menester de las injurias que se me hicieron en Utrecht, veo que van dando lugar a otras y que hay un hatajo de telogos, gentes de laEscuela, que parecen haberse coaligado en contra de mi persona para intentar agobiarme a calumnias[12]En esa misma carta, le dice ms adelante:"y pienso tambin, si no consigo que se me hagajusticia(y preveo que ser harto difcil obtenerla), en alejarme por completo de estas Provincias"[13].En julio de 1647 Descartes escribe a la princesa Elisabeth desde Pars, cuando sta acababa de estar enferma, y le dice que la esperanza de verla curada le "provoca extremas pasiones por volver a Holanda"[14].Sin embargo y a pesar de estaspruebas, Watson manifiesta sus dudas acerca de esta pasin con el argumento de que Descartes era admirador delAmads de Gau-lay que conoca y saba utilizar- las convenciones galantes sin que ello tuviera un significado especialmente trascendente[15]Sin embargo, esa objecin no resulta nada convincente teniendo en cuenta la serie de ocasiones en que Descartes siente el im-pulso irreprimible de manifestar su amor a la princesa, lo cual, al no poderlo hacer en trminos directos y evidentes, pudo intentar disfrazarlo como simples "expresiones galantes", segn escribe Watson, aunque reflejasen lo que Descartes senta realmente por la princesa. Por otra parte, ese sentimiento no parece haber surgido en el momen-to en que se conocieron sino que fue creciendo paulatinamente hasta que se hizo tan intenso que a Descartes le fue ya imposible evitar aludir a l en diversos prrafos de sus ltimas cartas antes de su marcha a la corte sueca.En relacin con este sentimiento tiene inters hacer referencia a una carta a Chanut en la que, con ocasin de hablarle del tema del amor a Dios, le comenta la dificultad que siente para manifestar a una persona de mayor rango el amor que pueda provocar en uno en cuanto se considere que el amor iguala a las personas, por lo que declarar tal amor implica considerar que la distancia entre ambas personas ha dejado de existir, lo cual podra dar lugar a que la persona amada de mayor valor pudiera considerar que "la ofendemos al considerarnos su igual". Y, en consecuen-cia, habra ocasiones en que se disfrazara el sentimiento de amor mediante otras expresiones que slo de manera indirecta declararan ese sentimiento subyacente en ellas y cuyo significado sera el de tratarse de "una pasin que nos mueve a unirnos de voluntad con algn objeto sin parar mientes en que ese objeto sea igual, mayor o menor que nosotros"[16]. Escribe Descartes en este sentido:"Cierto es tambin que ni los usos del habla ni la urbanidad permiten que digamos, a quienes son de condicin mucho ms alta que la nuestra, que nos inspiran amor, sino nicamente que los respetamos, los honramos, los estima-mos y sentimos celosa devocin por servirlos. Y creo que ello se debe a que, cuando la amistad une a los hombres, puede considerarse que, hasta cierto punto, iguala a aqullos que la profesan de forma recproca. Y, en consecuen-cia, si, al intentar ganarnos el amor de algn grande, le dijramos que lo amamos, podra pensar que le ofendemos al considerarnos su igual [] Y si pre-guntase a vuestra merced si no ama acaso a esa gran Reina en cuya corte se halla ahora, por mucho que me dijera que no siente por ella sinorespeto, veneracin y pasmo, no por ello dejara de opinar que le inspira tambin muy ardiente afecto"[17].Precisamente esas expresiones relacionadas con el respeto, la honra, la estima y la celosa devocin son especialmente frecuentes en las cartas de Descartes a la princesa Elisabeth, expresiones que no utiliza de manera simplemente formal, para cumplir con las formalidades epistolares de la poca, sino precisamente como una manera de decir lo que siente, disfrazndolo con expresiones que podan ser inter-pretadas en ese sentido formulario en lugar de entenderse en su significado literal, relacionado con el amor que senta hacia la princesa.Por ello, cuando Watson escribe que "lo ms increble de la relacin de Des-cartes con Elisabeth [] es que l le dedicara susPrincipios"[18], el hecho de que tal dedicatoria le parezca increble obedece precisamente a que no comparte la idea de que Descartes estuviera realmente enamorado de la princesa. Pero, si hubiera contado con esahiptesis, habra comprendido perfectamente que Descartes hubiera escrito tal dedicatoria y que no le importase en absoluto que la princesa fuera protestante ni que losjesuitasrechazasen sutextopor estar dedicado a una mujer dereliginprotestante.En ese mismo ao 1647 Descartes escribi a Chanut una carta llamativa-mente extensa, de carcter ms religioso y teolgico que filosfico, con la intencin aparente de que la hiciera llegar a la reinaCristina de Sueciapara que sta se interesase por su obra y as preparar el terreno por si se le presentaba la ocasin de solicitar o aceptar de la reina una invitacin para ir a la corte. De hecho la reinaleyla cartadirigida a Chanut, y, a continuacin, ste escribi a Descartes comunicndole que la reina estaba interesada en conocer sus ideas acerca de lanaturalezadel bien. A continuacin Descartes escribi una carta a la reina, envindole un tratado sobre ese tema e incluyndole adems unas copias de las cartas que haba enviado a Elisabeth de Bohemia relacionadas con el tema de las pasiones. A su vez, la reina Cristina de Suecia, transcurrido casi un ao desde que Descartes le haba enviado su anterior carta junto con otros escritos, le escribi para decirle que haba ledo susPrincipios de la Filosofa. Ya en 1649 Descartes respondi a la reina Cristina expresndole una admiracin extrema y ofrecindole su presencia en la corte, dicindole de manera muy servil que no podra ordenarle nada a lo que pudiera negarse si estuviera un su mano realizarlo, lo cual era una manera de manifestarle su deseo -y casi su necesidad- de que le invitase a ir a la corte. El servilismo de Descartes se pone de manifiesto en esta carta tan llena de desorbitadas alabanzas y de rastrera sumisin:"Si sucediera que me enviaran una carta desde los cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podra sentir sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneracin que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha dignado escribirme [] me atrevo a asegurar con vehemencia a Vuestra Ma-jestad que har siempre cuanto est en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me parecer excesivamente dificultosa"[19].Prrafos como ste son una clara prueba de que no era precisamente la reina la ms interesada en la visita de Descartes sino que, por el contrario, fue Descartes el interesado en acudir a ella por los motivos antes indicados.Finalmente, enviado estecontrato de esclavitudsin que nadie se lo hubiera pedido-, la reina lo acept y le invit a acudir a la corte sueca.Rodis-Lewis considera que "las decepciones sufridas en los Pases Bajos y en Francia le ayudaron a intentar esta nueva experiencia"[20], reconociendo de este modo que evidentemente era Descartes quien estaba ms interesado en ir a la corte sueca que la reina Cristina en que Descartes acudiera. El francs hizo lo posible para que la reina le invitase, aunque luego present su viaje como si se tratase de una especie de favor que l haca a la reina, accediendo a una invitacin suya que habra surgido de su admiracin espontnea por su grangeniofilosfico y cientfico, pero la verdad era que Descartes lo estaba pasando mal en Holanda por las tensiones generadas por su filosofa y por su propio carcter-, y empezaba a pasar por graves dificultades econmicas[21]Adems, en Francia no haba conseguido que le hicieran el caso que haba pretendido y, por eso, hizo lo posible, aunque disimuladamente, para que Chanut intentase que la reina le invitase a acudir a su corte[22]Y as, cuando en esa carta de febrero de 1649 asegura a la reina Cristina que "no podra ordenarle nada tan difcil" que no estuviera "siempre dispuesto a hacer lo posible por ejecutarlo", le est rogando que le invite a la corte. Se trataba de un viaje deseado por los motivos sea-lados, y tambin porque aparecer en la corte sueca resultaba muy tentador para su prestigio como filsofo y cientfico, en cuanto le serva de escaparate para aparecer ante los dems como un gran sabio, invitado por la reina de Suecia por el gran valor de su filosofa. Este viaje, pues, poda significar no slo la solucin para sus tensio-nes con los telogos holandeses sino tambin cierto triunfo de su orgullo, pues mien-tras ellos le haban rechazado, calumniado y humillado, una gran reina haba valo-rado adecuadamente sus mritos como cientfico y como filsofo.Finalmente, el 22 de febrero de 1649, cuando se aproximaba ya el momento de tomar una decisin acerca de su viaje a la corte de la reina Cristina, Descartes escribi carta a la princesa Elisabeth en la que le manifestaba de la manera ms clara posible una completa e inequvoca declaracin de amor al llegar a decirle:"no hay lugar en el mundo, tan rudo y tan falto de comodidades, en el que no me considerase dichoso de pasar el resto de mis das, si Vuestra Alteza estuviera en l, y yo pudiera servirle de alguna manera"[23].Se trataba de una desesperada declaracin de amor a la vez que una despedida para el caso probable de que la princesa no se diera por enterada, tal como sucedi. Es en verdad difcil encontrar una declaracin de amor que, sin utilizar este trmino, sea ms evidente y clara, y, por ello mismo, resulta sorprendente que algunos crticos hayan dudado de que Descartes hubieraestadoenamorado de la princesa, mientras que otros han opinado que se tratara de un "amor platnico", cuando lo nico que tena de "platnico" fue que la princesa no tena por l un sentimiento recproco y por eso su relacin no pudo ir ms all de aquella correspondencia escrita y de las ocasiones en que Descartes pudo extasiarse contemplndola personalmente.Por otra parte, una declaracin como sta, tan llena de intenso sentimiento, aunque estratgicamente colocada casi al final de la carta, tiene el inters aadido de que Descartes la escribi cuando la decisin de acudir a la corte sueca la tena ya casi tomada, y esseguroque una insinuacin en sentido contrario por parte de la princesa Elisabeth le hubiera determinado a cambiar de planes. Por eso, cuando los crticos se preguntan por los motivos de la marcha de Descartes a la corte sueca, adems de ha-cer referencia a sus problemas econmicos y a la hostilidad de los telogos holande-ses, habra que aadir su necesidad de escapar de esta situacin en la que la tristeza y el sufrimiento por no sentirse correspondido por la princesa le llevaron a intentar uncambioradical en su vida que determin incluso que al poco tiempo tratase de des-plazar sus sentimientos por la princesa hacia una ciega admiracin por la reina Cris-tina. Pues, efectivamente, una vez en la corte sueca, sus sentimientos por la princesa se fueron enfriando, y, a partir de ese momento, al parecer con cierto despecho, en octubre de 1649 le escribi hablndole con admiracin de las extraordinarias virtudes de la reina, destacando en ella adems"una dulzura de carcter y una bondad que fuerzan a todos aqullos que tienen el honor de acercarse a ella a entregarse con devocin a suservicio"[24].Le cont poco ms adelante que, al preguntarle la reina por la princesa Elisabeth, le habl de lo que pensaba de sta y aprovech la ocasin para decirle que del mismo modo que no pensaba que la reina fuera a sentir celos por lo bien que le hablaba de la princesa, igualmente confiaba en que ella no sentira celos por lo bien que le estaba hablando de la reina:"no tem que sintiera envidia[25]alguna, de la misma forma que tengo la segu-ridad de que Vuestra Alteza tampoco puede sentirla porque le refiera sin rodeos lo que de esta reina opino"[26].Parece que la intencin con que escribi estas palabras pudo ser la de expresar a la princesa, aunque de forma velada, que haba superado aquella dependencia afec-tiva tan absoluta que en los ltimos tiempos haba sentido por ella, pues haba encon-trado a otra persona cuyos mritos eran similares o tal vez superiores a los suyos. Pero, en cualquier caso, Descartes logr mantener una actitud de entereza ante la princesa, aunque cediendo un poco a la tentacin de una pequea venganza al referir-se a la posibilidad de que la princesa pudiera sentir celos por la admiracin que l deca sentir hacia la reina Cristina.No obstante y a pesar de la expresin de tal admiracin hacia la reina, hacia el final de la carta Descartes manifiesta a la princesa:"Bien considerado, y aunque siento la mayor veneracin por Su Majestad, no creo que haya nada que pueda retenerme en este pas ms all del prximo verano"[27].Por su parte, dos meses ms tarde la princesa, que se haba percatado de la intencin de su enamorado admirador desengaado, lo nico que hizo fue dejar claro que, por supuesto, no senta celos de ninguna clase, sintindose quiz molesta porque se le hubiera ocurrido tal idea. En este sentido, le dijo:"No creis en forma alguna que tan halageadescripcin[de la reina Cristina] me da motivo de celos"[28],dndole a entender con tales palabras que sus sentimientos hacia l no tenan nada que ver con el amor. Hacia el final de su carta y en referencia al comentario de Des-cartes acerca de su regreso de Suecia, la princesa aprovech la ocasin para con-testarle igualmente con cierta irona:"Creo [] que peco en contra de su servicio [a la reina] al congratularme sobremanera con la noticia de quela gran veneracin que por ella sents no os obligar a permanecer en Suecia. Si dejis ese pas este invierno, espero que lo hagis en compaa del seor Kleist, pues as os ser ms fcil propor-cionar la dicha de volver a veros a vuestra muy devota amiga y servidoraISABEL"[29].Qu sentido tena esa peticin de Descartes a la princesa de que no sintiera celos por su valoracin tan positiva de la reina Cristina? Qu sentido tena tambin la aclaracin de la princesa de que no senta celos por esa descripcin de las virtudes de la reina? Es evidente que un comentario de este tipo, realizado en una correspon-dencia entre dos personas entre las cuales slo hubiera habido una simple relacin de amistad, como, por ejemplo, entre Descartes y el padre Mersenne, no habra requeri-do la precaucin de que una de ellas pidiera a la otra que no sintiera celos por las ala-banzas dirigidas a una tercera persona. Una peticin de esa clase habra sido real-mente inslita y sorprendente, pues la referencia a los celos surge normalmente cuan-do el comentario positivo acerca de una tercera persona en este caso, acerca de otra mujer- se le hace a la persona con la que existe una relacin afectiva de carcter si-milar, como suele ser el de las relaciones amorosas entre parejas. Y ese sentimiento amoroso es el que haba existido en Descartes respecto a la princesa Elisabeth, aun-que sin un sentimiento recproco por parte de ella. sta senta con agrado el "amor corts" de Descartes en cuanto ste no le exigiera a cambio un sentimiento similar, conformndose con un sentimiento de amistad mucho menos intenso y mucho ms libre. Descartes deba conformarse con expresarle su amor de manera ms o menos encubierta o descubierta, que pudo disfrazar hasta cierto punto como cario de padre y maestro, y tal relacin le permita contar al menos con la amistad de la princesa. Pero ah se encontraba el lmite afectivo que ella pona a sus relaciones con el filsofo.Por otra parte, en la carta de respuesta de la princesa Elisabeth parece haber una burlona irona cuando dice a Descartes: "Me siento culpable de una falta contra su servicio [a la reina] al congratularme sobremanera de quela gran veneracin que por ella sents no os obligar a permanecer en Suecia"[30]. Es decir, que lo que de manera velada parece decirle es que esa veneracin hacia la reina, anteriormente manifestada por Descartes, le pareca algo o bastante fingida en cuanto era incapaz de retenerle en la corte.No obstante, a pesar de sus anteriores manifestaciones tan llenas de apasio-nado sentimiento hacia la princesa Elisabeth, se puede afirmar que Descartes con-cedi a la reina Cristina, al menos de manera idealizada, cuando todava no la cono-ca en persona ni conoca su lesbianismo o sus "costumbres varoniles"-, un afecto y una admiracin similar al que haba sentido por la princesa, aunque este sentimiento estuviera motivado por un espejismo momentneo, provocado por el vaco producido en l como consecuencia de su decepcin ante la falta de respuesta de la princesa a su declaracin de amor, velada en apariencia pero muy clara en realidad.En 1648 Descartes haba redactado para la princesa Elisabeth un breve tratado sobreLas pasiones del alma, pero en 1649 lo ampli y no tuvo el menor escrpulo en dedicarlo a la reina Cristina. Su relacin, su fidelidad y su consideracin hacia la princesa Elisabeth no supusieron ningn escrpulo para el pensador francs al dedicar esta obra a la reina Cristina, a pesar de que, aunque ampliada, la haba dedicado previamente a la princesa Elisabeth. Su adoracin por ella haba quedado atrs de manera definitiva y su frustracin se manifestaba mediante esta actitud des-considerada.Descartes senta fascinacin por la "nobleza desangre" y en este sentido parece cierto que la reina Cristina, seguramente por su pertenencia a la alta nobleza, pudo haber provocado en Descartes una admiracin similar a la que le haba causado la princesa Elisabeth, tal como puede verse cuando, en una carta a Chanut fechada cuatro das despus de la escrita a Elisabeth hablndole de la reina Cristina y siendo Descartes casi con seguridad astutamente consciente de que Chanut no tardara mucho en mostrar esa carta a la reina, le haba dicho:"creo que esta princesa [es decir, la reina Cristina] est hecha ms aimageny semejanza de Dios que el resto de los hombres"[31].Sin embargo las ilusiones que Descartes se haba hecho respecto a la reina Cristina se desvanecieron muy pronto cuando se dio cuenta de que la Filosofa no le interesaba mucho, que sola postergar en favor de las clases de griego o de sus paseos a caballo. Descartes adems no tena libre acceso a la corte. Por todos estos motivos se sinti muy pronto decepcionado y con deseos de abandonar Suecia, llegando a escribir en enero de 1650:"Aqu no estoy en mi elemento, y no deseo ms que la tranquilidad y el reposo, que son unosbienesque los reyes ms poderosos dela tierrano pueden dar a los que no saben tomarlos ellos mismos"[32].El da 3 de febrero se le manifest una pulmona y pocos das despus, el 11 de febrero, muri en Estocolmo.B) La relacin entre Descartes y la princesa Elisabeth no tuvo un carcter exclusivamente afectivo sino que fue especialmente valiosa desde el punto de vistaintelectualen cuanto fue un incentivo importante que impuls al pensador francs a tratar de profundizar en el estudio de diversas cuestiones filosficas, como las que dieron lugar a la obra dedicada a ella,Losprincipiosde la Filosofa, su escritoLas pasiones del alma, posteriormente ampliado para ofrecrselo a la reina Cristina, y al tratamiento de cuestiones filosficas y teolgicas en las que la princesa mostr especial inters, comoa) laconexin entre el alma y el cuerpo, yb) ellibre albedro.a) El problema de la conexin entre el alma y el cuerpoEn relacin con esta cuestin tiene especialintersmencionar la perplejidad de la princesaElisabeth de Bohemia, quien en 1643 escribi unacartaal pensador francs en la que le planteaba del problema de lainteraccinentrealmay cuerpo, pi-dindole abiertamente que le hiciera "saber de qu forma puede el alma delhombredeterminar a los espritus del cuerpo para que realicen los actos voluntarios, siendo as que no es el alma sino substancia pensante"[33]. La respuesta deDescartesfue muy significativa, pues, conociendo la perspicacia de la princesa y queriendo ser con ella menos frvolo que con el resto de la humanidad, lo nico que se le ocurri fue com-parar mediante una especie de metfora la relacin entre elcuerpoy elalmacon la existente entre uncuerpoy lafuerzadegravedad, considerando que del mismo mo-do que se sabe que lagravedad"tiene fuerza para desplazar el cuerpo que la alberga hacia el centro dela tierra[sin embargo] no suponemos que sea la consecuencia de un contacto real entre dos superficies"[34].Esta comparacin, sin embargo, era inadecuada, a no ser que Descartes hubie-ra considerado que la gravedad,conceptoespecialmente difcil para laFsicade aqueltiempo, tena una entidad similar a la de lares cogitansy que, por lo tanto, fue-ra unamisteriosa fuerza espiritualque capaz de arrastrar a los cuerpos hacia el cen-tro de laTierra, lo cual, por otra parte, habra conducido de nuevo a la pregunta por el mecanismo segn el cual actuaba una fuerza de esaclase.A su vez, en su respuesta a esta carta la princesa vuelve a centrarse en la cues-tin esencial del problema y, hablando con sinceridad y sin complejos, le dice a su maestro de manera muy incisiva y acertada: "confieso que me sera ms fcil otor-gar al almamateriay extensin que concederle a un ser inmaterial la capacidad de mover un cuerpo y de que ste lo mueva a l"[35].A continuacin de esta carta, en la que de forma persistente la princesa peda a su mentor una explicacin de lo inexplicable, Descartes le responde dando snto-mas de encontrarse perdido, sin saber qu responder, dicindole:"no me parece que la mente humana pueda concebir con claridad al tiempo la distincin entre el alma y el cuerpo y su unin, puesto que, para ello, es me-nester concebirlos, simultneamente, como una sola cosa y como dos, y en ello hay contradiccin [] Pero, puesto que Vuestra Alteza comenta que, no siendo el alma material, es ms fcil atribuirle materia y extensin que capa-cidad para mover el cuerpo y que ste la mueva,le ruego que tenga a bien otorgar al alma sin reparos la materia y la extensin dichas, pues concebirla unida al cuerpo no es sino eso. Y tras haberlo concebido con claridad y ha-berlo sentido en su fuero interno, le ser fcil pensar queesa materia que ha atribuido alpensamientono constituye el pensamiento en s y que la exten-sin de esa materia es denaturalezadiferente a la extensin del pensamiento,porque aqulla reside en un lugar determinado y excluye de l la extensin de cualquier otro cuerpo, cosa que no acontece con sta. Y, as, no podr por menos Vuestra Alteza de volver a distinguir fcilmente el alma del cuerpo sin que sea bice para ello el haber concebido su unin"[36].Se trataba de una respuesta contradictoria o al menos mximamente confusa, en la que el pensador francs comenzaba reconociendo la imposibilidad de pensar a un mismo tiempo la realidad dual y unitaria del hombre, aunque el propio pensador afirmase que "en ello hay contradiccin". Pero la confusin de las explicaciones del pensador francs fue tal que esseguroque ni l mismo saba qu quera decir con su enrevesado concepto de una "extensin del pensamiento", pues, en primer lugar, conceda a la princesa que considerase queel alma era material y extensa, al igual que el cuerpo. Pero a continuacin y sin claridad de ninguna clase, le indicaba que "esa materia que ha atribuido al pensamiento no constituye el pensamiento en s y que la extensin de esa materia es de naturaleza diferente a laextensin del pensa-miento", lo cual era conceder a lares cogitanscualidades ("materia", "extensin") cuyo significado "especial" no explic, pero cuyo significado ordinario se relacio-naba con lares extensa.En fin, se trataba de una respuesta ininteligible en cuanto hablaba de una "extensin del pensamiento", que, por muy diferente que fuera res-pecto a la extensin material, era realmente unconceptoque el propio pensador ni siquiera se atrevi a intentar explicar.Adems, resulta muy sintomtico de lo incmodo que Descartes se encontraba al tratar de esta cuestin el hecho de que hacia la parte final de este escrito, bastante breve por cierto, dijera a la princesa que"sera muy perjudicial tener el entendimiento ocupado en esa meditacin con excesiva frecuencia"[37],y que unas lneas ms adelante se excusara de seguir tratando el tema dicindole que"una enojosa noticia que acaba de llegarme de Utrecht, en donde me cita el magistrado para examinar lo que escrib acerca de uno de sus ministros, sin tener en cuenta que se trata de un hombre que me ha calumniado de forma indigna ni que lo que yo escrib acerca de l no es de pblica notoriedad, me obliga a concluir aqu para dedicarme a arbitrar losmediosde librarme lo antes posible de tan ingratos pleitos"[38].Se trataba de un pretexto inslito. Era absurdo que dejase de responder las cuestiones que la princesa le planteaba porque tuviera que presentarse al magistrado, como si escribir una carta fuera una tarea que tuviera que ocuparle una semana. Adems, Descartes nunca hubiera dejado de escribir a la princesa una carta ms extensa para debatir o para aclarar cualquier cuestin que hubiera sabido cmo tratar, por msproblemasde cualquier otra ndole que hubiera tenido. A la vez, su excusa iba acompaada dela comunicacinde un problemapersonal, cuyo significado poda ser el de enmascarar a la princesa la velada peticin de que no le torturase con esas preguntas para las que no dispona de una respuesta coherente, dicindole en su lugar que tena graves problemas personales que le impedan alargar su carta.Y ciertamente, con una respuesta tan confusa, a la que se aada ese final en el que Descartes manifestaba, de forma ms o menos abierta o velada, su deseo de no seguir tratando esa cuestin, parece que lo nico que quera lograr es que la princesa desistiese de volverle a preguntar por temor a que quedase en evidencia su osada al haber pretendido tener resuelto un problema sin solucin. Sin embargo, la princesa insisti en el planteamiento de sus dudas y en su siguiente carta del mes de mayo de ese mismo ao lleg a decir a Descartes que "aunque el pensamiento no precise de la extensin, tampoco es cosa que le repugne [] No me disculpo por confundir, lo mismo que el vulgo, la nocin del alma con la del cuerpo; pero no por ello salgo de la primera duda"[39].Ante esta insistencia sobre el mismo tema, su "sabio" amigo no se dio por aludido y cambi de asunto sin volver a referirse a ste, como si la princesa no le hubiera vuelto a pedir explicaciones. Su silencio era unamuestraclara del reconoci-miento de que no saba por dnde salir ante estas dificultades. Elrespetoy la admi-racin que senta por la princesa, as como elconocimientode su agudeza a la hora de analizar lo que lea le impidieron seguir haciendo la comedia con que trataba de embaucar alegre y frvolamente a la "sociedadculta" que le rodeaba, de manera que, en cuanto sus anteriores manifestaciones, tan aparentemente eruditas y cientficas, en realidad no demostraban nada y en cuanto su orgullo le impeda reconocer su igno-rancia, lo mejor era guardar silencio.Finalmente y por lo que se refiere a la consideracin cartesiana delalmacomo la autnticaesenciadel hombre, aunque estuviera unida a un cuerpo, desde el punto de vista dela Cienciahabra que puntualizar, en primer lugar, que la utilizacin del concepto de "esencia" representa por s mismo una penosa concesin a lametafsicaaristotlica que en este punto ya haba recibido crticas suficientemente serias, y, en segundo lugar, que, en cuanto Descartes pretenda referirse con el trmino "alma" a unasustancia inmaterialque sera elsujetode los diversosprocesosmentales y que, por definicin, no poda ser objeto de ningn tipo depercepcin sensible, ni la Cien-cia ni laFilosofapodan decir nada de ella en cuanto no era ni racional ni emprica-mente demostrable, por lo que elvalorde tal "evidencia intuitiva" cartesiana no po-da ser mayor que el de un espejismo.Por otra parte, aunque es fcil tomarconcienciade la diferencia existente entre los fenmenos fsicos y los psquicos, puede constatarse igualmente la existen-cia de una claracorrespondenciaentre unos y otrosa nivel cerebral, tal como se observa desde la Neurologa o desde laFisiologacerebral. Por ello, la pretensin de que exista "el alma", como realidad con unas cualidades radicalmente heterogneas con respecto a la realidad del cuerpo no parece derivar sino de una antigua creencia mtica que condujo al olvido delcarcterunitario del ser humano, introduciendo en l un componente mgico, un "fantasma en la mquina" segn la expresin de Gil-bert Ryle[40]En este punto, al igual que en muchos otros, el uso inadecuado dellenguajecontribuye a mantener tales confusiones induciendo a imaginar que, ms all de cualquiertrmino lingstico, debe de existir unarealidadque se corresponda con l, como sucede precisamente con el trmino "alma", o con los de "sustancia inmate-rial", "muerto viviente", "crculo cuadrado", "libre albedro" y muchos otros para los que no existe un sentido consistente que vaya ms all de la confusa sugerencia de algo que no se sabe qu podra ser, si es que pudiera ser algo.b) El libre albedroPor su inters para esclarecer esta cuestin se expone a continuacin y de manera detallada el ejemplo utilizado por el pensador francs en su carta a la princesa Elisabeth con un comentario crtico. Escribe Descartes:"Si un rey que ha prohibido los duelos y que sabe con toda certeza que dos hidalgos de su reino, que viven en ciudades diferentes, estn peleados y tan irritados uno contra el otro que nada podra impedir que se batieran si se encontraran; si este rey, digo, da a uno de ellos la orden de ir cierto da hacia la ciudad donde se halla el otro y tambin ordena a ste ir el mismo da hacia el lugar donde est el primero,sabecon todaseguridadque no dejarn de encontrarse y de batirse y, al hacerlo, de contravenir su prohibicin, pero no por esto los obliga; y su conocimiento e incluso la voluntad que ha tenido para determinarlos de esta manera no impiden que se batan tan voluntaria y tan libremente[41][] y as pueden ser castigados justamente []"; [Dios] "supoexactamente cules seran todas lasinclinacionesde nuestra voluntad; es l mismo el quelas puso en nosotros, tambin es l quien ha dispuesto todas las dems cosas que estn fuera de nosotros [y]supoque nuestro libre albedro nos determinara a tal o cual cosa; y lo ha querido as, perono por eso ha querido obligarlo. Y, como este rey, podemos distinguirdos diferentes grados de voluntad: uno por el cualha querido que estos hidalgos se batieran[], y otro, por el cualno lo ha querido, ya que prohibi los duelos, del mismo modo los telogos distinguen en Dios una voluntad absoluta e independiente por la cualquiere que todas las cosas sucedan como suceden, y otra que es relativa y que se relaciona con el mrito o demrito de los hombres por la cual quiere que se obedezcan susleyes"[42] .Hasta aqu la "genialidad" del autor francs para embrollar las cosas a fin de confundir a la princesa, pues resulta difcil aceptar que el "telogo" francs no fuera consciente de que la cuestin que "pretenda" resolver era una simple contradiccin. A la hora de la verdad era absurdo que pretendiera resolverla, pero la megalomana, la jactancia y el deseo de obsequiar a la princesa eran demasiado fuertes y, por ello, tuvo la osada de aparentar conocer la solucin del "problema" en lugar de aceptar que se trataba de una contradiccin, o al menos, segn la jerga catlica, de un "miste-rio". Tambin hay que reconocer que este problema haba sido objeto tradicional y reciente de diversas discusiones, como la de arminianos y gomaristas, y que, por ello mismo, el hecho de que Descartes intentase aportar su grano de arena a esta discu-sin poda ser comprensible hasta cierto punto. Sin embargo, su orgullo, su osada y su deseo de satisfacer las inquietudesintelectualesde la princesa y de resguardar sus relaciones con el clero catlico le llevaron a intentar encontrar una argumentacin que explicase lo inexplicable, en lugar de optar por declarar humildemente a la prin-cesa que suinteligenciano era tan alta como para explicar una contradiccin o que esa cuestin era un dogma de la fe catlica, reconociendo as su propia incapacidad para dar razn de lo irracional.El primer error en este ejemplo consiste en el propio ejemplo, en cuanto la comparacin de un rey muy sabio con el Dios cristiano es totalmente inadecuada, pues mientras el rey slo podra saber y slo hasta cierto punto- qu haran sus hidalgos, al Dios cristiano no slo se le suponeomniscientesino ademsomnipo-tente, lo cual implica que no sloconocelasaccionesque los seres humanos han rea-lizado, realizan y realizarn en el futuro, sino que l mismo les hapredeterminadopara quequieranrealizarlas, para quedecidanrealizarlas y para que lasrealicen. En efecto, si se dice en el ejemplo que el reysabeque "nada podra impedir que [los hi-dalgos] se batieran si se encontraran", puede tener sentido afirmar que, aun as, el hecho de que se batan es libre y voluntario, aunque slo en cuanto lasabidurade ese rey no sera un obstculo para que las decisiones de sus sbditos siguieran siendovoluntarias.Sin embargo, Descartes, a pesar de que en otras ocasiones lo reconoce, parece olvidar que el Dios catlico, adems de tener la cualidad de lapresciencia, tendra igualmente la de lapredeterminacin absolutade todo. Por ello, lo ms absurdo del planteamiento cartesiano es la afirmacin de que, habindose batido tales hidalgos, pueden "ser castigadoscon toda justicia". Es decir, parece incomprensible -y, por ello mismo, difcilmente creble- que Descartes, constante defensor de la omnipoten-cia divina a la que nada poda escapar, no llegase a entender que, si el duelo tena que producirsenecesariamente, era absurdo considerarculpablesa quienes slo eran ob-jetopasivode lanecesidadde actuar de acuerdo con lapredeterminacinde sus ac-tos "voluntarios", en cuanto esa misma "voluntariedad" habra sido programada por Dios.Cuando Descartes escribe que Dios "supoexactamente cules seran todas lasinclinacionesde nuestra voluntad", que "l mismo [fue quien]las puso en nosotros, [y]supoque nuestro libre albedro nos determinara a tal o cual cosa" en ese momen-to comete un desliz "teolgico" que pudo pasar desapercibido a la princesa Elisabeth, pero que en cualquier caso resulta evidente. Efectivamente, su utilizacin del trmino "inclinations"[43] es muy sintomtico respecto a su predisposicin en favor de una so-lucin que pudiera salvar el libre albedro, ya que podra haberse servido de un trmi-no mucho ms claro, como el de "decisiones", para precisar que, de acuerdo con la teologa catlica, Dios no slo causa lasinclinacionessino tambin lasdecisionesdel hombre. El hecho de que a continuacin reconozca que fue Dios mismo quien puso en nosotros tales inclinaciones sigue sin solucionar esta cuestin, pues sigue sin reco-nocer de forma clara que, adems, Dios puso tambin enel hombrelasdecisionesque toma, aunque crea que las toma de maneraindependiente y autnoma. Y, aunque pudiera seguir aceptndose que lasdecisionesdel hombre seranvoluntariasen cuan-to el hombre desconociera laprogramacindivina y no sintiera coaccin externa al-guna que le determinase a tomarlas, es un completo absurdo la afirmacin de que el hombre -o los hidalgos del ejemplo cartesiano- pudieran "ser castigados justamen-te"[44].En consecuencia y en cuanto Descartes pudiera haber afirmado exclusiva-mente laprescienciadivina, ignorando lapredeterminacin, habra incurrido en unaherejarespecto a la dogmtica catlica, lo cual, por otra parte, era inevitable en cuanto efectivamente, aunque las acciones humanaspredeterminadaspor Dios pu-dieran seguir siendo consideradaslibresen cuantovoluntarias, no podan serlo hasta el punto depoderconsiderar al hombre comoresponsabley comomerecedor de castigospor las acciones realizadas en contra de las leyes divinas, en cuanto habra sido el propio Dios quien le habra programado paraquererobrar de ese modo y para tomar lasdecisionescorrespondientes.En esa misma ficcin, cuando Descartes se refiere a "dos diferentesgrados de voluntad" en lugar de hablar de "dos formas contradictorias de voluntad"-, emplea un eufemismo con el que parece pretender que pase desapercibida la contradiccin que sigue a estas palabras, pues afirmar que ese rey o el propio Dios "ha querido que estos hidalgos se batieran"[45] y afirmar despus que "no lo ha querido"[46] es una con-tradiccin evidente, por ms que el francs intentase disimularla, posiblemente de forma consciente y mendaz, con la expresin "dos grados diferentes de voluntad"[47]. Adems, cuando afirma al mismo tiempo que Dios"supo que nuestro libre albedro nos determinara a tal o cual cosa, y lo ha querido as, pero no por eso ha querido obligarlo"[48].se contradicecon la mayorfrivolidaden cuantoafirmayniegaal mismo tiempo queDios haya queridoque el hombre acte de un modo o de otro. Descartes comete aqu la falacia de diferenciar entre el hecho de queDios haya querido que nuestro libre albedro nos determinara a tal o cual cosay el hecho de quehaya querido obligarlo, como si realmente hubiera alguna diferencia entre ambas expresiones, pues no existe diferencia alguna entre el hecho de que Dios quiera una cosa y el hecho de que quie-ra obligarla, ya que el trmino "obligarla" no es otra cosa que una redundancia res-pecto al simple querer de Dios en cuanto, desde el momento en que la quiere, la "obliga", es decir, laencadenaa su voluntad. Tendra sentido considerar que Diosquisieraalgo y que su querer dejara de cumplirse porque el libre albedro humano no hubiese quedado "obligado" al querer de Dios? Qu clase deomnipotenciasera sa?Y, cuando habla de la distincin en Dios de unavoluntad absolutapor la que "quiere que todas las cosas sucedan como suceden" y de unavoluntad relativapor la que "quiere que se obedezcan sus leyes" lo cual en muchas ocasiones no sucedera-, incurre de nuevo en unsofismaen cuanto considera que existe alguna diferencia entre el hecho de que Diosquiera que todo suceda como sucedey el hecho de quequiera que se cumplan sus leyes, como si esto ltimo pudiera dejar de suceder, pues en tal caso estara afirmando queDios quiere y no quiere que todo suceda como sucede, en cuanto el cumplimiento de sus leyes, como parte de "lo que sucede", se corresponde con el querer de Dios, que en ningn caso podra dejar de cumplirse, por lo que Descartes incurre en esta nuevacontradiccinpor su inters en salvar la liber-tad del hombre a la vez que la omnipotencia divina, pero, sobre todo, por su inters en satisfacer a la princesa Elisabeth, de quien en esos momentos ya estaba enamora-do. Es decir, si la obediencia a sus leyes es una parte de lo que Dios quiere, en tal caso no puede afirmarse queel querer de Dios se aplica a todopara a continuacin afirmar queeste querer[de Dios]deja de cumplirsecomo consecuencia de una deso-bediencia debida al mal uso del libre albedro por parte del hombre, pues ello implicara unanegacin de la omnipotencia y de la predeterminacin divinas. Dicho de forma esquemtica:SiDios quiere que todas las cosas sucedan de acuerdo con su voluntad, ynada puede impedir que todo suceda de acuerdo con su voluntad (porque Dios es omnipotente),entoncestodas las cosas sucedern de acuerdo con su voluntad. Y, sitodas las cosas suceden de acuerdo con su voluntad,yquiere que se cumplan sus leyes,entoncessus leyes se cumplirn necesariamente.Por ello, sera una contradiccin en relacin con la omnipotencia divina afir-mar, como lo hace Descartes, que las leyes divinas dejan de cumplirse en algunos casos relacionados con el cumplimiento de las leyes morales, en cuanto el hombre se sirviera de su libre albedro para actuar en contra de tales leyes,escapando a la pre-determinacin divina.Respecto a esta cuestin, la solucin cartesiana anterior, segn la cual en tales casos Dios simplementepermiteque el hombre acte de acuerdo con su propia vo-luntad, implica efectivamente una negacin de la omnipotencia divina en cuanto a ella escaparan los actos debidosexclusivamentea la voluntad humana. En definitiva, de acuerdo con la dogmtica catlica no slo se trata de que Diospermitaque el hombre acte librementeen contra de la voluntad divina omnipotente, sino de que es Dios mismo quienprogramala voluntad humana para que tome las decisiones que toma, y, en consecuencia, Diosno permiteotra cosa sino que las cosas sucedan como l quiere.La conclusin de estos razonamientos es la de que las leyes de Dios se cum-pliran siempre, tanto cuando se acta de acuerdo con un tipo msconcretode leyes -las que se relacionan con el cumplimiento de la normamoral-, como cuandoaparen-tementeno se cumplen, en cuanto habra sido Dios mismo quien habra establecido que hubiera personas que cumpliesen sus leyes y otras que no las cumpliesen, de forma quetodo se amoldara al cumplimiento de su voluntad ms absoluta.En conclusin, parece que Descartes no se atrevi a ser veraz en esta carta a la princesa Elisabeth al igual que cuando le plante el problema de la interaccin cuerpo-alma-, confesndole al menos, en cuanto no se atreviera a reconocer que la solucin tradicional era contradictoria, que el tema que estaban tratando era simple-mente un dogma de fe delcristianismo, cuya comprensin no estaba al alcance de la razn humana ni de ninguna, podra aadirse-. Y posiblemente, si no se lo dijo, debi de ser porque ya en diversos lugares de sus escritos se haba atrevido a defen-der la doctrina catlica respecto al problema de la compatibilidad entre la omnipo-tencia divina y lalibertadhumana. Por otra parte, era evidente que Descartes se encontraba ante un problema irresoluble, como lo son todas las contradicciones, pues la omnipotencia del dios catlico implica quetodo est sometido a su voluntad, mientras que la libertad humana implica quehay acciones que dependen exclusiva-mentede la voluntad humana.Tiene inters reflejar finalmente que el planteamiento cartesiano, presentado en esta carta a laprincesa Elisabethcoincide en su ncleo fundamental con el dela cartaa lareina Cristina de Sueciaen que deca que en cierto modo el libre albedro"nos hace semejantes a Dios y parece eximirnos de estar sujetos a l"[49].En esta ltima carta puede observarse que Descartes tiene la precaucin de escribir "pareceeximirnos" sin atreverse a afirmar que, en efecto,nos exima, aunque al mismo tiempo afirme que esa facultad del "libre albedro"realmente"nos hace semejantes a Dios" en lugar de decir que "pareceque nos hace semejantes a Dios", que habra sido la frasecoherentecon la anterior en cuanto slo si el hombre es dueoabsolutode sus actos, tendra sentido afirmar que en ese aspecto sera semejante a ese Dios.Autor:Antonio Garca NinetDoctor en Filosofa[1] Carta al padre Vatier, 22 de febrero de 1638: ces penses ne mont pas sembl tre propres mettre dans un livre, o jay voulu que les femmes mmes pussent entendre quelque chose. La cursiva es ma. Estas palabras aclaran que cuando Descartes pretende que incluso las mujeres pudieran entender algo, no se refiere al hecho de haber escrito el Discurso del Mtodo en francs, como han supuesto algunos crticos, sino al hecho de no haber tratado en dicho libro de cuestiones que no fueran entendibles para las mujeres, como las de carcter teolgico.[2] Sin embargo, a pesar de la falta de certeza acerca de su relacin durante los aos intermedios, He-lena Jans vander Strom reaparece en la vida de Descartes cuando ste accede a actuar como testigo de su boda despus de junio de 1644. Helena se cas con Jan Jansz van Wel, que era originario de Eg-mond, y se establecieron en Egmond aan den Hoef. Antes de casarse, ambas partes presentaron un acuerdo prenupcial segn el cual si una de ambas partes muriera antes de que hubiesen tenido hijos, la otra parte recobrara su aportacin original junto con un extra de mil florines [] En mayo de 1644, Descartes haba regresado para vivir en Egmond aan den Hoef, desde donde viaj a Leiden de camino para ir a Francia. Haba esperado finalizar la publicacin de los Principios antes de su marcha, pero hubo retrasos provocados por la preparacin y la impresin de los diagramas. Sin embargo, haba un motivo ulterior para su retraso, ya que parece que Descartes estuvo en Leiden para asistir a la boda de su antigua sirvienta. El acuerdo deca que el padre del novio (o de los novios) haba estipulado una dote de 1.000 florines, que seran devueltos a la familia, si Helena muriese sin hijos. []. Esta clu-sula fue tachada en el acuerdo prenupcial, siendo esto un indicio de que una parte del dinero pudo haber sido dada por Descartes, para ayudar a Helena a casarse viviendo de manera respetable e inde-pendiente. Una interpretacin similar de este complejo asunto es la de que Helena sigui a Descartes como sirvienta a Egmont en 1637, y que se aloj con los padres de Jan Jansz van Wel, cuya madre, Reyntje Jansdr haba aceptado a Francine en su casa a peticin de Descartes. Despus de su matri-monio, Helena Jans se qued a vivir permanentemente en Egmond; se qued viuda en los aos 50 y se cas por segunda vez con Jacob van Lienen, que era el patrn de la posada El Corazn Rojo que perteneca a Jan Thomasz van Wel (su primer suegro). Tuvo tres hijos de su segundo matrimonio, y finalmente hered la posada El Corazn Rojo (Desmond M. Clarke: Descartes, a biography; p. 135-136; Cambridge University Press, New York (USA), 2006). La traduccin es ma.[3] Carta a Elisabeth, 21 de mayo de 1643, AT III 663-664. La cursiva es ma.[4] Descartes, el filsofo de la luz (Vergara, Barcelona, 2003) (citada en adelante con las siglas DFL), p. 198.[5] Principios de la Filosofa (citada en adelante con las siglas PF), Dedicatoria a la princesa Isabel; AT VIII 4: Et cette sgesse si perfaite moblige tant de vnration, que non seulement je pense lui devoir ce livre, puisquil traite de philosophie [], mais aussi je nai pas plus zle philosopher [] que jen ai tre, Madame, de Votre Altesse le trs humble, trs obissant et trs dvot serviteur. La cursiva es ma. Conviene tener en cuenta que cuando Descartes escribe esta dedicatoria, la princesa slo tena 26 aos mientras que l tena ya 48. Es de suponer que Descartes no debi de comunicar en ningn momento a la princesa su opinin, expresada al padre Vatier, acerca de la limitada capacidad intelectual de la mujer para la comprensin de las cuestiones filosficas.[6] En general los retratos que se conservan de Descartes no llaman especialmente la atencin por la belleza fsica del filsofo. Su estatura de alrededor de 1,55 metros, segn los clculos ms o menos aproximados de R. Watson, debi de ser ms baja que la media de aquel momento.[7] Carta a Elizabeth, 18 de mayo de 1645.[8] Carta de Elisabeth a Descartes, 24 de mayo de 1645. La cursiva es ma.[9] Carta a Elisabeth, 21 de julio de 1645.[10] Carta de Elisabeth a Descartes, 21 de febrero de 1647. La cursiva es ma.[11] Carta a Elisabeth, marzo de 1647. La cursiva es ma.[12] Carta a la princesa Elisabeth, 10 de mayo de 1647.[13] Ibidem.[14] R-L, p. 223.[15] DFL, p. 199.[16] Carta a Chanut, 1 de febrero de 1647.[17] Ibidem.[18] DFL, p. 200.[19] Carta a Cristina de Suecia, 26 de febrero de 1649.[20] G. Rodis-Lewis: Descartes, Biografa, p. 240. Ed. Pennsula, Barcelona, 1996. Obra citada en adelante con las siglas R-L.[21] Segn opina Richard Watson (DFL, p. 267), posiblemente el motivo principal de la decisin de Descartes de ir a Suecia era de carcter econmico en cuanto haba gastado la herencia de su padre y encima se haba endeudado mucho, pero sin duda tambin el otro motivo es el de sus psimas relacio-nes con los telogos de las universidades de Utrecht y de Leiden, tal como el propio Descartes reco-noci en su carta a la princesa Elisabeth del 10 de mayo de 1647.[22] Rodis-Lewis afirma acertadamente en relacin con Descartes que Chanut haba hecho que lo invi-tara la reina Cristina [a la corte de Estocolmo] (R-L, p. 102). Estas palabras habra que completarlas diciendo que Descartes haba presionado a Chanut a que le consiguiera tal invitacin. La carta de Des-cartes de febrero de 1649 a la reina Cristina es una clara prueba de su inters por ser llamado por ella a la corte. Por otra parte, cuando Descartes escribe a Chanut dicindole no creo que vaya nunca al lu-gar donde estis, parece que est echando el anzuelo para que ste trate de conseguir de la reina Cristina que invite a su amigo a ir al palacio.[23] Carta a Elisabeth, 22 de febrero de 1649: il ny a point de sjour au monde, si rude ni si incommo-de, auquel je ne mestimasse heureux de passer le reste de mes jours, si Votre Altesse y tait, et que je fusse capable de lui rendre quelque service. Esta carta es posiblemente la ms significativa como expresin de los sentimientos de Descartes por la princesa.[24] Carta a Elisabeth, 9 de octubre de 1649.[25] En el original: jalousie.[26] Ibidem.[27] Ibidem.[28] Carta de Elisabeth a Descartes, 4 de diciembre de 1649: Ne croyez pas toutefois quun description si avantageuse me donne matire de jalousie.[29] Ibidem. La cursiva es ma.[30] Carta de la princesa Elisabeth a Descartes, 4 de diciembre de 1649: Je me sens toutefois coupable dun crime contre son service, tant bien aise que votre extrme vnration pour elle ne vous obligera pas de demeurer en Sude.[31] Carta a Chanut, 26 de febrero de 1649.[32] AT V 467.[33] Carta de la princesa Elisabeth a Descartes, 16 de mayo de 1643.[34] Carta a la princesa Elisabeth, 21 de mayo de 1643.[35] Carta de la princesa Elisabeth a Descartes, 20 de junio de 1643.[36] Carta a la princesa Elisabeth, 28 de junio de 1643. La cursiva es ma.[37] Ibidem.[38] Ibidem.[39] Carta de Elisabeth a Descartes, 1 de julio de 1643.[40] Expresin utilizada en su obra The concept of mind.[41] Estas lneas son especialmente importantes porque parece como si en ellas Descartes, a pesar de aceptar que tanto los deseos como las acciones humanas estaran predeterminadas por el dios catlico, con su ejemplo acerca de las acciones de esos nobles quiere argumentar que, aunque tales nobles ha-yan sido programados por el rey o por su dios en el caso de la conducta de los hombres en general- sus acciones sigan siendo voluntarias, en cuanto todos las sienten as y actan de acuerdo con su vo-luntad. Pero, sin negar el carcter voluntario de tales acciones, lo que olvida aqu el pensador francs es que esa misma voluntad de actuar de un modo determinado y la misma decisin de hacerlo habran sido puestas por Dios en el ser humano y, por ello, todo lo referente a una supuesta responsabilidad, culpabilidad o castigo sera un completo absurdo.[42] Carta a Elisabeth, enero de 1646. La cursiva es ma.[43] il a su exactement quelles seraient toutes les inclinations de notre volont (Ibidem). La cursiva es ma.[44] ils peuvent aussi justement tre punis (Ibidem). La cursiva es ma.[45] il a voulu que ces gentilshommes se battissent (Ibidem).[46] il ne la pas voulu (Ibidem).[47] deux diffrents degrs de volont (Ibidem).[48] il a su que notre libre arbitre nous dterminerait telle ou telle cho-se; et il la ainsi voulu, mais il na pas voulu pour cela ly contraindre (Ibidem). La cursiva es ma.[49] Carta a Cristina de Suecia, 20 de noviembre de 1647; AT V 81.