RUM 124. Lo que sea de cada quien. La conversión de Jacobo Zabludovsky

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96 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Ahora resulta (oh Dios) que Jacobo Za- bludovsky es el bueno: —el periodista incorruptible que ha re- cibido y sigue recibiendo premios por mon- tón: el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York, las Palmas de Oro del Círculo Nacional de Periodistas, etcétera. —el empoderado líder de opinión al servicio de la empresa a la que servía, liga- da esta, indisolublemente, a la “presiden- cia imperial” de un PRI que manejaba al país como si fuera de su propiedad. —el gran orquestador de la campaña contra el Excélsior de Julio Scherer García en 1976 cuando aquel era director de in- formación de Televisa y conductor del no- ticiario Veinticuatro Horas. Aunque hoy parece olvidarlo todo nues- tra sociedad sin memoria, existen testigos que conservan esa imagen de Jacobo Za- bludovsky en las viejas pantallotas de sus televisores. Aparecía en medium shot con su ensayada sonrisa simpática, traje y cor- bata impecables y enjaretada su cabeza por un par de audífonos enormes que lo con- vertían en la caricatura de sí mismo. Se le tenía desconfianza y hasta temor por la manera de tergiversar los hechos haciendo creer a su audiencia que la realidad era así como él —“objetivo y veraz”— la trans- mitía a diario. Auxiliándose en Veinticuatro Horas se enderezó la campaña contra el Excélsior de Julio Scherer desde la presidencia de un Echeverría enfurecido e implacable. Entre muchas otras tretas, Jacobo dio voz a su amigo Roberto Blanco Moheno que ma- noteaba y escupía desde la pantalla contra ese “periódico comunistoide”, y envió a su reportero estrella Ricardo Rocha a dizque investigar la prefabricada invasión de fin- gidos ejidatarios a un fraccionamiento de la cooperativa Excélsior. “Pobrecitas vícti- mas”, se dolía el compasivo Rocha. Sobra enunciar al detalle cómo se salie- ron con la suya Echeverría y Zabludovsky: caímos juntos con Julio Scherer y se enca- ramó al traidor Regino Díaz Redondo a la dirección del periódico de la vida nacional. Muchísimo tiempo después, en marzo del año 2000, cuando se apartó o fue apar- tado de Televisa por Emilio Azcárraga Jean que deseaba iniciar su gestión sin atadu- ras, Jacobo Zabludovsky se lavó la cara, las manos, se sacudió de recuerdos y pesadi- llas, y reinició con extraordinaria vitalidad su camino hacia la conversión. Poco a po- co, no de golpe, se transformó en el Za- bludovsky el bueno. ¡Ocho de julio no se olvida!, clamaría- mos ahora las víctimas del atentado. Pen- sando en eso —a 38 años de distancia— se me ocurrió escribir un breve relato de fic- ción. Es este: Se abre la portezuela de un cuatro puertas negro y de él sale un hombre de 86 años en pleno dominio de la verticalidad. Asombra su entereza, su salud, la invariable sonrisa con la que extiende sus labios hacia quienes lo aguardan en la banqueta. Es Jacobo Zabludovsky en el momento de llegar al recinto de la Cámara de Diputados para recibir la Medalla Eduardo Neri por sus 70 años de actividad periodística. Después de los primeros apretones de ma- nos, de escuchar palabras de anticipada feli- citación, de recibir quizás un abrazo que le descompone por momentos su traje negro de dos botones, el celebrado cruza un pasillo en- tre ruido de aplausos. Llega al foro. Escucha una elogiosa pre- sentación. Se le entrega la medalla. Más elo- gios, más apretones de manos. Lo invitan a que ocupe el atril para pro- nunciar el discurso que lleva escrito en hojas de papel bond. En el nutrido salón, los legisladores e invi- tados se remueven en sus asientos, expectan- tes. Él empieza a leer con la modulación y el timbre de voz que tanto le conocen los pre- sentes. Dice: “Esta mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero pedir perdón a todos los que ofendí o lastimé o desacredité du- rante mi larga carrera periodística. Perdón por haberme sometido a las exigencias de la empresa en la que trabajaba, del gobierno al que servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por torcer la realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados años a la libertad de expresión que ahora pre- tendo ejercer con profundo arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”. El silencio es absoluto en el recinto. Lo rompen, segundos después, un par de manos que aplauden lentamente y que desatan por fin el aplauso estentóreo, universal, a Jacobo Zabludovsky. Lo que sea de cada quien La conversión de Jacobo Zabludovsky Vicente Leñero Jacobo Zabludovsky

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Vicente Leñero

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96 | REVISTADE LA UNIVERSIDADDE MÉXICO

Ahora resulta (oh Dios) que Jacobo Za -bludovsky es el bueno:

—el periodista incorruptible que ha re -cibido y sigue recibiendo premios por mon -tón: el Premio Nacional de Periodismo, elPremio Internacional de Periodismo Reyde España, el Premio de la Asociación deCronistas de Espectáculos de Nueva York,las Palmas de Oro del Círculo Nacional dePeriodistas, etcétera.

—el empoderado líder de opinión alservicio de la empresa a la que servía, liga-da esta, indisolublemente, a la “presiden-cia imperial” de un PRI que manejaba alpaís como si fuera de su propiedad.

—el gran orquestador de la campañacontra el Excélsior de Julio Scherer Garcíaen 1976 cuando aquel era director de in -formación de Televisa y conductor del no -ticiario Veinticuatro Horas.

Aunque hoy parece olvidarlo todo nues -tra sociedad sin memoria, existen testigosque conservan esa imagen de Jacobo Za -bludovsky en las viejas pantallotas de sustelevisores. Aparecía en medium shot consu ensayada sonrisa simpática, traje y cor-bata impecables y enjaretada su cabeza porun par de audífonos enormes que lo con-vertían en la caricatura de sí mismo. Se letenía desconfianza y hasta temor por lamanera de tergiversar los hechos haciendocreer a su audiencia que la realidad era asícomo él —“objetivo y veraz”— la trans-mitía a diario.

Auxiliándose en Veinticuatro Horas seenderezó la campaña contra el Excélsior deJulio Scherer desde la presidencia de unEcheverría enfurecido e implacable. Entremuchas otras tretas, Jacobo dio voz a suamigo Roberto Blanco Moheno que ma -noteaba y escupía desde la pantalla contraese “periódico comunistoide”, y envió a su

reportero estrella Ricardo Rocha a dizqueinvestigar la prefabricada invasión de fin-gidos ejidatarios a un fraccionamiento dela cooperativa Excélsior. “Pobrecitas vícti-mas”, se dolía el compasivo Rocha.

Sobra enunciar al detalle cómo se salie-ron con la suya Echeverría y Zabludovsky:caímos juntos con Julio Scherer y se enca-ramó al traidor Regino Díaz Redondo a ladirección del periódico de la vida nacional.

Muchísimo tiempo después, en marzodel año 2000, cuando se apartó o fue apar-tado de Televisa por Emilio Azcárraga Jeanque deseaba iniciar su gestión sin atadu-ras, Jacobo Zabludovsky se lavó la cara, lasmanos, se sacudió de recuerdos y pesadi-llas, y reinició con extraordinaria vitalidadsu camino hacia la conversión. Poco a po -co, no de golpe, se transformó en el Za -bludovsky el bueno.

¡Ocho de julio no se olvida!, clamaría-mos ahora las víctimas del atentado. Pen-sando en eso —a 38 años de distancia— seme ocurrió escribir un breve relato de fic-ción. Es este:

Se abre la portezuela de un cuatro puertasne gro y de él sale un hombre de 86 años en

pleno dominio de la verticalidad. Asombrasu entereza, su salud, la invariable sonrisacon la que extiende sus labios hacia quieneslo aguardan en la banqueta.

Es Jacobo Zabludovsky en el momento dellegar al recinto de la Cámara de Diputadospara recibir la Medalla Eduardo Neri por sus70 años de actividad periodística.

Después de los primeros apretones de ma -nos, de escuchar palabras de anticipada feli-citación, de recibir quizás un abrazo que ledescompone por momentos su traje negro dedos botones, el celebrado cruza un pasillo en -tre ruido de aplausos.

Llega al foro. Escucha una elogiosa pre-sentación. Se le entrega la medalla. Más elo-gios, más apretones de manos.

Lo invitan a que ocupe el atril para pro-nunciar el discurso que lleva escrito en hojasde papel bond.

En el nutrido salón, los legisladores e invi -tados se remueven en sus asientos, expectan-tes. Él empieza a leer con la modulación y eltimbre de voz que tanto le conocen los pre-sentes. Dice:

“Esta mañana no vengo a otra cosa másque a pedir perdón. Quiero pedir perdón atodos los que ofendí o lastimé o desacredité du -rante mi larga carrera periodística. Perdónpor haberme sometido a las exigencias de laempresa en la que trabajaba, del gobierno alque servía, de los políticos a los que me rendí.Perdón por torcer la realidad. Perdón por nohaber contribuido en aquellos desafortunadosaños a la libertad de expresión que ahora pre -tendo ejercer con profundo arrepentimiento.A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”.

El silencio es absoluto en el recinto. Lorompen, segundos después, un par de manosque aplauden lentamente y que desatan porfin el aplauso estentóreo, universal, a JacoboZabludovsky.

Lo que sea de cada quienLa conversión de Jacobo Zabludovsky

Vicente Leñero

Jacobo Zabludovsky