Rumbo a la Cumbre

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• Utilizando el poder inspiracional de Las Bienaventuranzas para crear excelencia profesional •

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Utilizando el poder inspiracional de las bienaventuranzas para crear excelencia profesional

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Rumbo a la cumbre• Utilizando el poder inspiracional

de Las Bienaventuranzas para crear excelencia profesional •

Roberto Celaya Figueroa

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Director General C.P. Hugo Gasca Bretón

Es una línea editorial de Sistemas de Información Contable y Administrativa Computarizados, S.A. de C.V.

Coordinación de Edición: Felipe Ávila Reyes Diseño de portada: Alejandro Montesinos González

dr © 2011 Roberto Celaya Figueroa

Las características de la presente edición son propiedad de:

© 2011 Sistemas de Información Contable y Administrativa Computarizados, S.A. de C.V. Avenida Coyoacán núm. 628, Colonia Del Valle Delegación Benito Juárez C.P. 03100, México, D.F. Tel.: 5242-8900

Primera edición 2012

ISBN 978-607-465-XXX-X

Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Registro No. 2729

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de esta casa editorial.SICCO, S.A. de C.V., ha diseñado y producido las características editoriales de esta obra. El autor es el responsable del contenido, desarrollo y fidelidad literal de la misma.

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PALABRAS INICIALESLa vida moderna es una vorágine de innovación, descubrimiento y transformación, esta turbulencia nos obliga a estar continua­mente revisando y ajustando las ideas que tenemos sobre noso­tros mismos y el mundo que nos rodea, en esta dinámica el mun­do profesional y de los negocios es una constante lucha donde la competencia y la competitividad son puestas a pruebas todos los días.

Las características de esta misma laboriosidad en ocasiones no nos dejan tiempo para la reflexión, quedando este aspecto para cuestiones más personales e internas, pero al igual que una buena estrategia empresarial, nuestro proyecto profesional de vida pue­de verse enriquecido grandemente con ideas y conceptos que nos focalicen en estrategias que tengan impacto positivo en nuestras vidas. Una de estas ideas son Las Bienaventuranzas.

Si bien Las Bienaventuranzas tienen un cariz eminentemente religioso, de la misma forma la reflexión sobre los aspectos de éxito de éstas puede ser extrapolados a nuestra vida profesional dándole no sólo guía, sino trascendentalidad.

El presente libro trata de un viaje, un viajero y una meta. El viaje es por la montaña, ¿cuál montaña?, la montaña de nuestra vida profesional; es un viaje de reflexión pero al mismo tiempo

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de eminente practicidad, un viaje que todos hemos emprendido y del cual podemos hacernos dueños y responsables en cualquier momento de nuestro andar. El viajero somos nosotros: hombre o mujer, joven, adulto o anciano, rico o pobre; el viajero representa nuestras dudas y certezas, nuestros miedos y valentías, nuestras decepciones y esperanzas, en pocas palabras todo lo que hemos sido, somos y podemos ser. ¿Y la meta?, la meta es la cumbre, cumbre que representa la conquista, el éxito y el logro; una cum­bre de plenitud, una cumbre de satisfacción, una cumbre de aquí y ahora, pero que resonará por siempre en los ecos de la eternidad.

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ACERCA DEL AUTOR

Dr. Roberto Celaya Figueroa

Doctor en ciencias (Sc.D.) en el área de relaciones internacionales transpacíficas por la Universidad de Colima. Consultor de nego­cios certificado por la norma Conocer. Académico certificado por la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas de Contaduría y Administración, A.C. Premio Nacional de Contaduría Pública a la Investigación, obtenido consecutivamente en sus ediciones 2002-2003 y 2004-2005 por el Instituto Mexicano de Contadores Públicos. Miembro de la Asociación de Profesores de Contaduría y Administración de México, A.C. Socio Director de consultoría independiente (Formación • I & D • Consultoría). Autor de libros, articulista, conferenciante y tallerista a nivel nacional e interna­cional.

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Índice

Palabras iniciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IIIAcerca del autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VIniciando el viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1Bienaventurados los pobres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Bienaventurados los que lloran . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Bienaventurados los mansos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Bienaventurados los misericordiosos . . . . . . . . . . . . . . . . 23Bienaventurados los limpios de corazón . . . . . . . . . . . . . 27Bienaventurados los pacificadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35En la cumbre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

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INICIANDO EL VIAJE

No sé en qué momento se me metió en la cabeza venir a pasar el día subiendo por la montaña. Si bien una parte de mí me decía que ahorita me encontraría a gusto descansando en mi casa, otra parte reconocía la necesidad de salir un poco de la rutina. ¿Cuándo fue la última vez que salí así, solo, a la naturaleza con un reto como éste? La verdad no lo recuerdo, yo creo que fue hasta poco des­pués de comenzar formalmente a trabajar. Los compromisos, las responsabilidades, las exigencias me fueron quitando poco a poco ese tiempo que antes tenía de sobra para mí, y ahora, cuando llego a tener un poco de tiempo lo uso para descansar para recobrar las fuerzas y seguir la lucha por la vida.

Pero hoy es diferente, aquí estoy al pie de esta montaña para tratar de llegar a la cima. Es una montaña que ya había visto no sé qué tantas veces, pero que en realidad nunca me había detenido a observar. Tiene algunas laderas escarpadas, pero otras por las que es agradable caminar. Veo que hay muchos senderos, como hechos por la misma gente que va y viene, ¿o tal vez por animales de la zona?, de igual forma es agradable por un momento dejar las preocupaciones del negocio y la ciudad para disfrutar de este momento. El clima es bueno, ni frío ni calor, nubes esporádicas ocultan de vez en vez el sol para luego dejarlo salir como en un juego de esconderse y encontrarse… Comienzo a caminar.

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¡Caray, apenas llevo unos minutos subiendo por los senderos que encuentro a mi paso y ya siento que me falta el aliento. Pero, qué mala condición me digo a mí mismo mientras recuer­do al mismo tiempo esas comidas llenas de carbohidratos que a veces, por las prisas y la comodidad, termino comiendo. Mis pensamientos aquí en la naturaleza me llevan a reflexionar cómo es que nunca me ha tocado ver un animal con sobrepeso, bueno sí, curiosamente cuando el animal vive con un humano. Sigo subien­do haciéndome propósitos de mejorar un poco mi alimentación y retomar mi ejercicio.

¿Cuánto llevaré subiendo? No me traje el reloj a propósito porque sé que estaría viendo la hora y recordando lo que hago en mi trabajo en cada momento del día. ¿Una hora?, ¿tal vez más? Y, a todo esto, ¿qué importa cuánto lleve? Lo importante es que ya comienzo a sentir que me despego del suelo, pues éste ha quedado rebasado mientras más asciendo.

¿Y aquello qué es?, parece una casa, sí, es una casa. Está en una ladera casi plana, es de madera y de su chimenea sale un humo que me dice que hay gente. Será mejor que le saque la vuel­ta. A veces a los lugareños no les gusta que los extraños anden rondando por sus tierras y no quisiera tener un mal momento.

¿A mí?, ¿me saluda a mí? Tal parece que el dueño de la casita es amigable, pues me saluda, bueno, me acercaré, parece amiga­ble y así me evito el rodeo que pensaba dar. Ja, ja, ja, caigo en cuenta que me gusta la idea de no dar el rodeo por el esfuerzo extra que hubiera significado, cuando minutos antes me compro­metía a retomar mi acondicionamiento físico… En fin.

Ya estoy cerca, será mejor que lo salude.—¡Buenos días!

—Buenos días.

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Iniciando el viaje

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—No sabía que viviera gente por aquí.

—No vivo aquí, de vez en cuando vengo a pasar un día o dos. Me gusta este lugar.

—Sí, lo entiendo, a mí me pasa igual, a veces siento que ne­cesito salir de la rutina. Ahora, por ejemplo, vine a subir la mon­taña, ¿ya la ha subido usted?

—Sí, varias veces y es por eso que me gustó este lugar para hacer una casita de retiro. Cuando has subido la montaña la montaña te pertenece y libremente puedes elegir el lugar para estar.

Me quedo pensando en lo que dice el amigo sin entender su significado, pero me gusta la idea de hacerme dueño de la monta­ña, mi montaña. Eso quiero, quiero que toda la montaña sea mía y aunque me lleve todo el día lograré mi propósito.

—Voy a seguir subiendo a lo mejor nos vemos cuando venga de regreso.

—Oiga, trae algo para distraerse.

—¿Cómo que distraerme?

—Sí, mire, el ascenso lleva varias horas y quien no tiene con­dición se cansa y debe descansar, y pues mientras descansa debe hacer algo para pasar el tiempo.

—La verdad no pensé en eso, aunque por otra parte no sabría qué traerme, ¿papeles de trabajo qué revisar? Ja ja ja.

—Espéreme aquí.

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Y ahí me quedo esperando sin dejar de pensar en los pa­peles que me pude haber traído para revisar en cada parada de recuperación de las que el amigo me ha mencionado. Ahí viene el amigo de vuelta y trae un libro en la mano, ¿pero, qué libro es? ¡Una Biblia!, ¡ay no, por favor!, que no vaya a empezar con sus cosas religiosas, ¿qué me costaba sacarle la vuelta a la casa? Ah, no, pero tenía que venir a saludar, ahora me soltará un ser­món religioso; ¿pero, qué hace? ¡Ah caray!, está arrancando una hoja.

—Aquí tiene, esto lo mantendrá ocupado, ¡que le vaya bien en su camino y nos vemos de regreso!

Pero qué loco, digo, no soy una persona muy religiosa, de he­cho, ¿cuándo fue la última vez que fui a un servicio?, caray, como que son varios aspectos de mi vida los que debo retomar. Así es, no soy muy religioso pero pues tampoco me soltaría arrancándo­le una hoja a la Biblia, igual me pudo haber dado un periódico pero, ¿la Biblia? Y a todo esto, ¿de qué será la hoja que me dio? Evangelio según San Mateo, vie jo loco, ni siquiera está comple­to esto, trae un poco del final del capítulo 4 y luego comienza el capítulo 5, en fin. Me lo echaré a la bolsa y luego lo dejaré por ahí. Ya parece que para relajarme me voy a poner a leer unos pasajes truncos de la Biblia.

Aunque, por otra parte, esos minutos de plática me ahorra­ron muchos más de rodear la casita, así que igual no fue tiempo perdido.

Ya un poco retirado, la casita se ve de otra forma, más pe­queña, ¿será que he subido un poco más? A lo mejor ya estoy agarran do condición porque no se me hizo cansado el camino desde la casita del amigo hasta donde estoy y yo creo que son algunos metros, ¿o serán kilómetros?

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Iniciando el viaje

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¡Uy!, mugroso pájaro, no sabía que estaba aquí y casi lo piso, no sé quién se asustó más si yo cuando de repente me salió volan­do, casi en mis narices, o él al verse sorprendido en su escondite. Siento que el corazón se me sale, ¿será por el susto o porque de plano la condición que creía tener no es tal? Mejor me detengo un momento en esa roca y retomo el aliento.

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BIENAVENTURADOS LOS POBRES

¡Qué a gusto sentarse un momento! Siempre me aventé algunos kilómetros por lo que veo. Ya no distingo la casita del amigo. ¡Ah, por cierto!, eso me recuerda la hoja que me dio, ¿dónde la puse?, aquí está. Veamos, veamos, capítulo 5, mmmhhh, “viendo la mul­titud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” ¡Ah, son las bienaventuranzas!, como que me quiero acordar de ellas, ¿cuántas eran, cinco, siete?, mmmhhh, los pobres en espíritu, los pobres en espíritu, los pobres en espíritu. Entiendo eso de ser po bre de espíritu, ya me lo han explicado, cosas como el apego desmedido a los bienes y riquezas y demás que ponen en riesgo el futuro espiritual de uno, ¡pero esto no aplica en mi vida pro­fesional! Ahí tengo que luchar por tener más, o hacer mejor las cosas, o ganar más, si no veo las cosas como mi objetivo simple y

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sencillamente otro me sacará del camino y entonces sí estaré con problemas.

Pobres en espíritu. Definitivamente eso no aplica para mi trabajo ni para mi negocio. Aunque no estaría nada mal que las cosas no ocuparan ese lugar que en ocasiones me parece desme­dido en mi trabajo. No sé por qué, pero de la lectura retumba en mi cabeza las veces que he creído que el logro me daría satisfac­ción para ver que no lo era tanto y que el reconocimiento momen­táneo pasa dejándome solo con mi vida. Pobres en espíritu. ¿Se podrá ser pobre en espíritu y al mismo tiempo un excelente pro­fesionista? No dejo de pensar en la gente de éxito que conozco, la mayoría es sencilla. Yo pensaría que serían pedantes y engreídos por la posición que ocupan, pero generalmente los que conozco son así, sencillos. Tal vez esa sencillez les venga de darle un justo valor a las cosas, de buscar, eso sí, la excelencia y superación en cada momento, pero con la mira a que los logros y las conquistas forman parte de una vida más amplia y más rica que cada quien posee.

Pobres en espíritu, tal vez no se refiera sólo a la cuestión espiritual, tal vez tenga un referente en mi vida. Siempre quiero más, y eso está bien, pero ¿quiero también ser mejor? No sé por qué me viene a la mente aquella frase que una vez leí y que de­cía que nadie se ha lamentado en su lecho de muerte por no ha­ber pasado más tiempo en la oficina. ¿Y esto no me volverá un mediocre, alguien a quien no le preocupe la excelencia, la ca­lidad, la competitividad? Pienso en gente como el Dalai Lama o la Madre Teresa de Calcuta y para nada veo en mi mente la imagen de alguien mediocre, al contrario, cuentan quienes los conocían que en ocasiones no podían seguirles el ritmo, pues eran dinámicos y se exigían mucho, pero siempre en la justa di­mensión, sabiéndose parte de un plan más trascendente y dando lo mejor de sí por la enorme responsabilidad que sentían con el mundo.

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Bienaventurados los pobres

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Enorme responsabilidad con el mundo, mmhhh, me gusta la frase. Pobres en espíritu, mmmhhh. Tal vez esa pobreza sea reco­nocerse parte de algo mayor, pero responsable del proceso de vida. Tal vez sea el saber que casi todo lo que tenemos se nos ha dado y que en realidad es poco lo que podemos regresar, pero en nuestra propia limitación el solo dar lo mejor de nosotros nos compensa con el universo y nos reconoce como parte del proceso creativo.

Viéndolo así pobres en espíritu me libera, me hace dueño de las cosas y no al revés, y pensándolo de esta forma hasta le im­primo un carácter de excelencia a lo que hago, pues es lo mínimo con lo que me siento comprometido al haber recibido tanto en mi vida. Se me viene la idea de una moneda. Una moneda requiere de mi participación creando riqueza material para existir, pero esa misma moneda no le pone precio a mi existencia. Yo creo la riqueza, no la riqueza me crea mí, y como no acumulo nada me mantengo pobre de espíritu aunque rico, inmensamente rico en éxito y prosperidad.

Una moneda. Me gusta la idea de poner una moneda sobre mi escritorio. Cada que la vea recordaré que yo tengo todo el po­der de crear riqueza a través de la excelencia en mi desempeño profesional, pero que esa moneda no soy yo, yo soy más grande, más lleno, más trascendente. No me someto ni esclavizo en las riquezas, pero sí las genero para crear abundancia material en mi vida y la de los demás.

Pobres en espíritu, ¡ja ja ja! Quién iba a decir que pobres en espíritu tendría un referente de excelencia y compromiso en mi vida profesional, ¿o será que mi mente condicionada al trabajo le busca a todo una aplicación profesional? Pero, bueno, al menos pude descansar. Qué bien me siento. Más ligero, ¿será el aire que tomé o las nuevas ideas que inundan mi mente? Lo que sea, tengo mucho en qué pensar y todavía más qué caminar, así que mejor retomo el paso.

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No me había fijado, pero mientras más sube uno a la montaña las rocas adquieren un color verdoso, como de musgo o lama, será que aquí hay más humedad. Así es, siento la humedad en el am­biente pero como está fresco, agrada. ¡Ah, qué agradable sentir el aire en mi rostro! Creo que en esta parte de la montaña pega más el aire, será que es la que le da de espaldas al sol y por lo tanto está más fresco, por cierto ¿qué hora será? La última vez que vi el sol supuse serían las 10 u 11 de la mañana, más o menos. A esta hora ya llevaría, al menos una junta, dos llamadas y tres cafés. Creo que debo bajarle al consumo del café, aunque no pasan de tres o cuatro pero igual ¡que entre en los múltiples propósitos que estoy estableciendo!

¡Caray!, por aquí no podré seguir, parece que la tierra está muy floja y no quisiera caerme, además de que la ladera está muy empinada, debo buscar otro camino, tal vez ese que vi un poco atrás. ¡Ah, pero por no querer cambiar de rumbo ahora debo des­andar mi camino y al final cambiar de sendero, en fin.

¡Listo!, ya en el nuevo sendero debo retomar el paso para recuperar lo del camino desandado. ¿Esas son plumas?, a lo mejor es lo que quedó de algún pájaro que sirvió de alimento para algún animal de por aquí, por cierto, ¿qué era el pájaro que me asustó hace rato? De la impresión ni reparé en él, parecía una lechuza o una paloma grande, aunque no soy muy ducho en esas cuestiones, ¡igual pudo haber sido una gallina y no la reconocería! Pensándo­lo bien o más bien pensando como ave, qué zozobra vivir así, no sabes cuando un animal saltará sobre ti y te comerá, mmmhhhh, aunque pensándolo bien el mundo profesional y de los negocios es igual, si te descuidas te comen, ¡ja ja ja!

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BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN

Bueno, ya caminé bastante, ¿cuánto llevaré andando, una hora desde que descansé? Sin reloj es difícil orientarse y el sol me pa­rece que no se ha movido, ¿y si llevo sólo unos minutos cami­nando? Bueno, eso no puede ser porque ya me siento cansado, no sólo es el aliento en esta ocasión sino las piernas, como que se me entumen un poco. No quiero imaginarme mañana, seguro no voy a poder dar paso alguno. Me sentaré un momento a recuperarme, este tronco me servirá.

¿Me pregunto dónde estarán los animales de la montaña? Salvo el pájaro que me asustó, unas hormigas y unas mariposas casi no he visto animales, a lo mejor salen de noche o a lo mejor me sienten y se esconden. En serio que al único animal al que le temen todos los animales es el hombre. Triste mérito. ¿Y el papel de la Biblia?, aquí está. ¡Ah, ya lo decía yo!, aquí siguen las

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bienaventuranzas. Veamos “Bienaventurados los que lloran, por­que ellos recibirán consolación”. Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que lloran. No sé porque me acuerdo de mi infancia y de los pequeños sacrificios que en su momento hacía, según la festividad religiosa, un ayu­no, una oración. Recuerdo la ecuanimidad de algunas personas ante las adversidades dejándole a un Ser Superior la confianza en el porqué pasaban las cosas, lo cual no quería decir que no les doliera lo que en muchas ocasiones vivían, sino que le daban a su dolor un sentido trascendental. ¿Pero esto también se podrá aplicar a mi vida profesional o de negocios?

Tal vez este recuerdo de mi infancia que acabo de tener pue­da dame la clave para ello. Después de todo los que lloran tienen dos cosas: algo que les duele y una forma de sacar ese dolor. No sé por qué de repente me acordé de aquel negocio que estábamos a punto de concretizar en la empresa y que finalmente no se pudo. Cuánto tiempo y esfuerzo le habíamos dedicado y finalmente el proyecto cayó en manos de un amigo de nuestro cliente, alguien que le ofrecía algo de menos calidad, pero donde el amiguismo imperó sobre el desempeño. Qué frustración, recuerdo las noches en vela, llegó el momento en que ni el té me hacía efecto. Lo más curioso fue la forma en que recobré la calma y fui sacando todo. En una reunión con amigos recordamos el tema y ahí, en la con­fianza de la amistad, despotriqué contra el amiguismo, el influ­yentismo y toda esa corrupción que nos afecta a las empresas que buscamos salir adelante con calidad y servicio.

Recuerdo las palabras que dije y cómo me veían mis amigos. Nunca me habían visto tan enojado, luego me dirían, pero al final estábamos hasta bromeando. Lo mejor de todo es que el asunto ya no me pesaba y esa noche pude dormir a gusto de nuevo.

Bienaventurados los que lloran. Caigo en cuenta de la impor­tancia de llorar, es decir, de desahogarse, pero de la misma forma

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Bienaventurados los que lloran

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que alguien que llora no hace daño, esa forma que uno encuen­tre para desahogarse de las frustraciones laborales debe tener un efecto calmante en uno sin trastocar la vida personal o laboral al mismo tiempo.

Me acuerdo de un curso al que fui donde nos recomendaron poner en la empresa una pequeña área con una bolsa de box, ¿o será de lucha?, esa donde entrenan los pugilistas. La idea era sacar ahí nuestras frustraciones. Recuerdo que fui una o dos veces y sí me funcionó, pero de nueva cuenta la rutina me absorbió, o más bien yo dejé que me absorbiera y me alejé de esa actividad que consideraba improductiva. Aunque viéndola a la distancia, cuan­do me desahogaba podía continuar de manera más eficiente mis labores que cuando no lo hacía.

¿Y dónde quedó mi pelotita antiestrés? Por ahí debe andar en la oficina. Igual pensamiento: no voy a perder el tiempo en activi­dades improductivas así que en vez de aplastar la pelotita con las manos la guardo y sigo trabajando, mal. Ahora me doy cuenta de que el llorar, el desahogarse, trae consuelo. Tal vez podría de nue­vo retomar lo del golpe a la bolsa, o la pelotita antiestrés, o escri­bir mis frustraciones laborales para luego tirar el papel, ¡o gritar! ¿y si gritara aquí? Bueno, ahorita no estoy estresado, al contrario, el esfuerzo me ha desgastado un poco y también tranquilizado. Mmmhhh, bien pudiera gritar en mi auto, aunque corro el riesgo de que me detengan, ¡ja ja ja!

Me gusta la idea esa de que cada que algo me frustre al extremo escribir “estoy frustrado” en un papel y poner el porqué me siento así, luego verlo y darme cuenta que, así como el papel, el problema está fuera de mí. Que mi responsabilidad llena hasta mi desempeño profesional basado en la excelencia, la calidad y el servicio. Llorar, gritar, patalear, pero luego tirar el papel y seguir con mi vida.

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¿Qué es ese ruido? Parecen pisadas. ¡Ah, un zorro!, ¿o será un perro?, no, es un zorro. Pero que ágil, nomás me vio y salió corriendo, ¿acaso yo no haría lo mismo?

Bienaventurados los que lloran. Creo entender la nece­sidad de desahogar esa carga negativa que la misma laborio­sidad laboral nos impone, como quiera que sea, todo esfuerzo trae algo de frustración y más cuando hay problemas que no se resuelven como uno quisiera o que incluso no se resuelven. Pienso ahora que lo veo así, que el llorar me libera de toda la responsabilidad del proceso y sus resultados pues acepto, aun­que sea frustrante, que por más que haga mi mejor esfuerzo podrá haber factores que den al traste con todo y como yo ya di mi mejor esfuerzo no debo cargar con la frustración de lo no logrado. Un pensamiento liberador ¡y comprometedor, pues, implica que yo haga mi mejor esfuerzo!

Qué interesante. El llorar, o sea el liberar mi frustración, me permite quedarme con lo positivo de mi desempeño profesional, a menos que yo sea un mediocre que no dé el máximo y que en­tonces sí tenga la responsabilidad de los resultados, pero si doy el máximo, si me entrego a mi trabajo, si supero lo que de mí se espera, puedo irme satisfecho aunque el resultado esperado no se logre, claro que para eso necesito dejar la frustración que lo anterior genera y para eso está el llorar, el saber descargarme de mis cargas negativas profesionales. Interesante pensamiento.

Bueno, suficiente por el momento. A seguir ascendiendo. Aunque ya tengo hambre, ¿será el esfuerzo?, esta barra de grano­la que me traje me ayudará con el hambre hasta llegar más arriba. ¿A dónde habrá ido el zorro? No sé por qué siento algo diferente en mí, algo adentro, algo bello. Dejo un pedazo de la barra de granola en el tronco. Pienso en el zorro. Ojalá la encuentre. ¡Vaya que me ha hecho bien salir de mi rutina!

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BIENAVENTURADOS LOS MANSOS

Lo que es la energía contenida en la barra de granola, ¡me quitó el hambre! Pienso de nuevo en el pedazo que dejé en el tronco. Qué increíble esta sensación de hacer una buena obra, pero nunca saber los resultados de la misma. Capaz y no se la comió el zorro, tal vez el ave que me asustó fue la beneficiada u otro animal que ni conozco y el cual nunca me conocerá, pero me siento bien de haber dejado ese pedazo, me siento bien.

Parece que el camino se hace más agreste, como que por aquí no pasa mucha gente, ya van dos o tres veces que si no pongo atención sencillamente me hubiera agarrado sin rumbo a caminar, aunque pensándolo bien tengo rumbo: es la cumbre. No necesito ir por donde otros ya han ido, bien puedo crear mi propio camino.

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Qué bonito se ve el valle desde aquí, parece que uno no sube, pero cuando llega a un claro como este que le permite ver lo ascendido se da cuenta de lo que ha avanzado. ¿Dónde dejé mi auto?, según yo, cerca de donde da vuelta el río pero de aquí no puedo verlo. ¿Y la casita del amigo, quedaba al sur o al norte de la ladera?, ya que baje de seguro reencontraré el camino. ¿Quién dijo eso de que “quien conquista la montaña se vuelve su dueño”?, pues ya he conquistado un buen tramo.

Lo dicho, qué hermosa vista desde aquí. Veo algunas nubes acariciando la montaña de enfrente. Si el viento cambia al rato las tendré de este lado. ¿podré llevarme un poco de nube en un envase? Ja ja ja, que pensamiento tan infantil, pero era lo que pen­saba cuando pequeño. Mientras iba en algún vuelo con mis papás pensaba que podía sacar la mano y agarrar un poco de nubes en un frasco. ¡Ah, lo que es ser niño! No hay imposibles.

Ya que bajé el ritmo de mi ascenso sacaré el papel para leer un poco más, total ya estoy descansando. “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Bienaven­turados los mansos. No sé por qué siempre que he escuchado la palabra “manso” me trae a la mente a los animales, para mí un animal es manso, una persona podrá ser calmada o tranquila, pero un animal es manso.

Bienaventurados los mansos. Esta mansedumbre no es deja­dez, para nada, al menos a mí no me dice eso, si al final a los man­sos les dan la tierra no es porque sean unos blandengues o inútiles, sino porque encauzan positivamente su energía, porque no destru­yen sino que construyen, porque no pelean contra sino que luchan por, o como decía mi abuelo “sé manso, no menso”. ¡Ah, mi abue­lo!, tenía cada dicho, pero detrás de cada dicho muchas verdades.

En vez de pensar en los mansos pienso en lo contrario, ¿qué es lo contrario de alguien manso?, pues alguien que pierde los

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Bienaventurados los mansos

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estribos, que impone beligerantemente su voluntad, que no con­sidera a los demás sino que aplasta y tritura hasta someter. Me pongo a pensar que el trabajo en equipo en una empresa o incluso como supervisor de un grupo requiere, sino es que exige de esa mansedumbre, que permita guiar a las personas más que empu­jarlas.

Colaboración voluntaria podría ser el término, digo, por eso de manso que me sigue sonando a menso, ja ja ja, ¡ah, que abuelo, sigues en mis pensamientos!, aunque la reflexión me lleva a ver que el manso es aquel que adquiere un dominio sobre sí mismo, no es el que es tan débil que no tiene fuerza para imponerse sino que es tan fuerte que puede autocontrolarse para no imponerse pasando encima de los demás.

Bienaventurados los mansos. Recuerdo un jefe que tuve, de esos de miedo, gritos, insultos, descalificaciones. No lograba nada, pues la gente se resentía por el trato y al contrario perdía el respeto de todos, pues hablaban de él a sus espaldas. Al final el jefe se fue. Me pregunto qué sería de él. También lo comparo con otros estilos de liderazgo que a lo largo de la vida me ha toca­do conocer y veo como es que la mansedumbre en la dirección lo­gra mucho más que los gritos y sombrerazos. Como dice el dicho “atrae más moscas una gota de miel, que todo un tonel de hiel”.

Bienaventurados los mansos. Aunque esa mansedumbre no es algo que uno busque y que venga por el esfuerzo, sino que más bien surge de saber que uno no es más que los demás como para querer imponerse, pero tampoco menos que los de­más para te ner que demostrar con beligerancia lo que uno vale. La mansedumbre implica autodominio, humanismo, liderazgo y excelencia.

Me gusta eso de darme cuenta que los demás valen tanto como yo y yo valgo tanto como los demás. La sola idea me hace

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respetarlos, valorarlos y trascenderlos. La sola idea me lleva a la mansedumbre.

Perdido en mis reflexiones no había caído en cuenta de la figura que forman los nudos de este árbol, visto así de perfil pa­reciera el rostro de una persona. Me preguntó si seré el primero que repara en esto. Aunque visto desde este otro ángulo se ve como un simple bordón de corteza en el árbol. Qué curioso que la percepción de lo mismo puede cambiar si uno cambia de lugar. Así parece un rostro y así simple nudo de corteza. Rostro, nudos, rostro, nudos.

A lo mejor si veo otro árbol encontraré imágenes parecidas, aunque por más que veo sólo veo corteza de árbol. Mmmmm, aun­que si me fijo en ese tronco desde lejos…, ja ja ja, ahora le voy a querer encontrar forma a todas las cosas. Mejor sigo avanzando, las nubes de enfrente están más cerca y quisiera pasarlas en mi subida no vaya a ser que traigan agua y yo no vine preparado para una llovizna.

No logro quitarme la imagen de la llovizna, ¿qué haré si me agarra la lluvia?, ¿qué haría un manso? Ja ja ja, me río pero me doy cuenta que un manso tendría más recursos a su favor, pues tendría la mente serena. Tal vez encuentre una cueva o bajo un árbol o agarro varias ramas y me hago un refugio ¡o simplemente dejo que la lluvia caiga! ¡Qué revelación: un manso tiene más recursos porque no sólo hace todo lo que está en él para lograr algo, sino que deja que lo que no puede controlar suceda sin aprehenderse de ello! Un manso haría todo lo que estuviera de su parte si empieza a llover y si no puede hacer nada dejaría que la lluvia cayera. Me siento más ligero. La nube cambia de dirección. Todo me alegra: el que llueva o el que no llueva. La vida es y yo soy con ella.

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BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA

¡Ja ja ja, no hubiera dicho lo de aceptar que lloviera o no, esta llo­vizna parece que me está probando! Pero si todo parecía llevar a las nubes por otro rumbo, me imagino que el viento cambió. Reflexiono cómo es que en mi vida profesional muchas cosas que parecían a punto de darse de repente no se daban, o al menos no se daban como yo pensaba. Lo bueno es que encontré esta pequeña cueva, aunque más bien es una hendidura en la roca donde guarecerme. Mmmhhh, no veo a dónde va esta grieta, espero no vaya a salir de ahí alguna culebra con esto del agua, ¿y si sale?, ¡¿y si me pica?! Me río de pen­sar en que ahí no estaría muy manso sino que buscaría protegerme. “manso, no menso” recuerdo de nuevo a mi abuelo y sonrío.

Bueno, al fin y al cabo tendré que esperar un momento a que pase esta llovizna, así que leeré la siguiente bienaventuranza,

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¿cuál era la que seguía? La de los mansos fue la anterior. “Bien­aventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia… hambre y sed de justicia… hambre y sed de justicia. Inmediatamente se me vienen a la mente esas veces en que he reclamado a un proveedor o a un empleado por no cumplir lo que se había establecido. Esta cuestión del hambre y sed de justicia se ve reflejada no sólo en la calidad en las relaciones laborales y pro­fesionales, sino en la excelencia de las mismas.

¿Qué es algo justo? Me pongo a pensar que lo justo es dar y recibir lo que uno espera: si me pagan por trabajar ocho horas, pues trabajar ocho horas; si pago por un servicio, recibir ese servicio en las condiciones convenidas; si me pagan por un producto, dar el producto deseado. Eso para mí es justo, pero no me satisface. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Releo la frase y me hace ruido la cuestión de “hambre y sed”, no dice bienaventurados los que desean, buscan, procuran justicia, no, claramente dice “hambre y sed”. Para mí el hambre y la sed es algo básico, algo relacionado con la subsistencia y con la existen­cia misma, es un deseo que trasciende lo opcional y que se vuelve obligatorio. Así que la expresión de “hambre y sed” me lleva no sé por qué a pensar más que en lo mínimo en lo máximo. En su­perar las expectativas con la calidad, el servicio y el desempeño profesional.

Cuando yo tengo hambre y sed deseo imperiosamente saciar­la a como dé lugar. Reflexiono que mi actuar profesional debe ser de tal nivel que se me busque con esa misma imperiosidad, pues genero valor agregado, un plus en lo que hago, que me vuelve deseable profesional laboralmente hablando.

¡Ah!, pero de la misma forma me siento con el derecho de esperar que al menos se cumplan mis expectativas mínimas en los trabajos o servicios que yo contrato.

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Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia

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Me gusta esa idea: esperar recibir lo mínimo, pero siempre buscar dar lo máximo. Se me viene a la mente un círculo virtuoso de creación de valor, ya que si yo recibo lo mínimo que espero (al menos), pero doy lo máximo (o más) de lo que de mí se espe­ra, genero un diferencial que enriquece el proceso correlacional del sistema haciéndolo mejor, más eficiente, más productivo, más próspero.

Recuerdo todos esos procesos que en mi negocio se han im­plantado para formalizar y estandarizar la calidad y me doy cuen­ta que son el punto de partida, no la meta final. Pero en ocasiones como ya está establecido lo que se espera, muchos mantienen su desempeño en ese referente sin dar ese extra, eso y más es lo que uno esperaría en un proceso enriquecedor.

La conclusión es más que obvia: por muy buena calidad que tenga una empresa, un negocio, si la mantiene se rezaga respecto del mercado, debe estar constantemente mejorándola, para lo cual hay que dar ese extra que no está estandarizado, que no está nor­malizado, que no está documentado, pero que permite explotar el potencial que mucha gente tiene y participar activamente en el proceso de mejora continua profesional y organizacional.

¿Ya dejó de llover? En realidad fue una leve llovizna. ¿Y si llueve más fuerte? De repente me preocupa estar acá arriba y que la lluvia me impida bajar, pero, ¿cuánto puede durar una lluvia? No debería preocuparme tanto. Además son pocas las nubes que se ven.

Recuerdo cuando niño veía las nubes buscándoles formas. Esa, por ejemplo, parece un borreguito. Bueno, ¡todas! Ja ja ja, la imagen de motas de algodón de las nubes siempre las he rela­cionado con los borregos. Mmmhhh, aunque si veo bien ahí hay otras formas, esa por ejemplo, parece un avión, esa otra un carro, esa otra… ¡puras formas de ciudad! ¿Será que la mente se

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condiciona tanto que todo busca de alguna forma encasillarlo en experiencias previas entendibles? Porque veo y veo puras formas citadinas. ¡Ahí está lo que parece una roca!, ¿una roca?, pero qué estoy diciendo, ¿qué forma tiene una roca? Ja ja ja, en ese caso to­das las nubes tienen forma de rocas. ¡Ah, qué agradable el viento fresco en mi rostro! Cierro los ojos y la luz de sol acaricia mi piel. Siento el calor del sol y la frescura de la brisa. Sin palabras.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Sigo pensando en la frase, pero ya no la relaciono con la calidad, el servicio y la excelencia profesional sino con el hambre y sed real. Tengo hambre. Me hago el propósito de comer lo que traigo para ello en la siguiente parada. Teoría del látigo y la zanahoria. Pongo una zanahoria delante de mí para avanzar hacia la siguiente para­da, pero en este caso no es una zanahoria sino los sándwiches de ensalada de atún que traigo y los tacos de frijoles que empaqué. Un, dos, tres, ¡a seguir!

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BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS

He caminado ya algo. Volteo abajo y veo el inicio de la montaña y me recuerdo tan sólo unos momento empezando el ascenso. Ya estoy bastante alto. Fácil creo que son unas dos o tres horas las que he subido. Siento el sol encima, justo en medio. Ha de ser me­dio día, tal vez la una, por eso el hambre, ¿o será por el ejercicio? Recuerdo que entre semana el horario de mis alimentos, sobre todo la comida y en menor medida la cena, son erráticos, todo depende de los pendientes, como si no fuera un pendiente comer. Aunque ya he tratado de corregir eso, no quisiera una úlcera con el tiempo por mal pasarme.

Qué agradable vista, bien podría quedarme aquí varios días. Ahora entiendo al amigo de la casita que viene y se pasa unos días. Qué paz y tranquilidad. A propósito del amigo, ¿cuál será la bienaventuranza que sigue? Mmmmhhh, pero antes ¡a comer!

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Aquí está bien el lugar para comer. Me doy cuenta que esta piedra y esta otra parecen estar configuradas como una silla y una mesa. Lo bueno es que no hay hormigas. Vamos sacando lo que traje. Sándwich de atún, muy práctico. En la mañana abrí la lata de atún, la de ensalada, le puse mayonesa al pan, hice los sánd­wiches, envolví en papel estaño los dos sándwiches que me hice y listo. Acá están los tacos de frijoles, con tortilla de maíz; las de harina si bien me gustan más, como que ya hacen su efecto en mi cuerpo. Aparte de que siento que me caen pesadas como que lue­go luego se me van a los kilos. ¡Ah, recuerdo cuando joven!, cómo comía, parecía que nunca me iba a llenar. Ahora si ese joven me viera no creería lo medido y cuidadoso que soy en mi alimenta­ción. Pero bueno, es parte de la vida.

Qué sabroso me parece el sándwich. De repente me pongo a pensar que debí haber preparado tres, no dos. Pero todavía me fal­tan los tres tacos de frijol que hice. Espero aguantar con eso, pues no traje nada para la cena. Además no espero estar aquí cuando la noche caiga. Con esto tengo.

¿Por qué será que cada que uno come siente ganas de descansar? A veces por el ritmo del trabajo no puedo y me siento pesado, por decirlo así, el resto del día. Ahorita puedo darme el lujo de quedarme aquí, después de esta comida, descansando unos minutos. Pienso en las bienaventuranzas y me doy cuenta que me han servido también como alimento, un alimento para mi mente y para mi alma. Saco la que sigue. “Bienaventurados los misericor­diosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Bienaventurados los misericordiosos. Bienaventurados los misericordiosos.

No sé por qué no dejo de pensar en esa gente blandengue que confunde misericordia con dejar pasar todo. Si tuviéramos una sociedad así sería caótico. Y en los negocios ni se diga, ya me viera que cumpliera o no, o me cumplieran o no, argumentaría eso de la misericordia para que se me dejara pasar todo lo que

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hiciera. Eso de dejar pasar todo no es misericordia, es una acti­tud que la veo más bien como cobarde porque no compromete a quien la ejecuta, es como darle una piedra caliente la cual termina arrojándola. No, para mí la misericordia no es esa caricatura del perdón. Es algo que compromete a la mente y al alma, pues va hasta las raíces del conflicto, lo entiende y lo soluciona. El perdón comodino es totalmente pasivo, la misericordia proactiva es total­mente dinámica.

Me vienen a la mente todos los ejemplos que me dieron cuan­do niño en mi instrucción religiosa donde la misericordia se re­flejaba en entender, perdonar pero con la condición de no volver a actuar mal. “Te perdono, vete y no peques más” retumba en mi mente. Bienaventurados los misericordiosos. Siempre he buscado los problemas como una oportunidad de mejora, pero eso implica comprometerme con la solución. Misericordia, luego entonces, la aplico en mi vida profesional como ese entender de que somos fa­libles, que cometemos errores, que voluntaria o involuntariamen­te a veces no cumplimos, incluso que nuestra naturaleza tiende a lo fácil, lo cómodo, lo agradable, y esto a veces está reñido con la calidad, el servicio y la excelencia en el desempeño profesional.

Pero ese entender no queda en un nivel permisivo de “ni modo, así somos”, sino más bien parte de un “así somos” pero señala hacia un “así podemos ser”. Esa misericordia entiende y comprende, busca soluciones y da oportunidades. Recuerdo cuan­do implementamos en mi negocio los círculos de calidad. Hasta ese momento las cosas iban mal y todos se echaban la culpa unos a otros. Los círculos de calidad se focalizaban en los problemas, no en las personas, y buscaban la solución a los mismos.

No solucionar un problema no es misericordia, más bien es falto de ésta porque si no lo solucionas condenas a las personas re­lacionadas con él a la frustración y la mediocridad. Me gusta este pensamiento. La misericordia obliga a apiadarse de las personas,

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por decirlo en cierta forma, y buscar la solución de los problemas para liberarlas del fracaso y la pequeñez.

Con ese pensamiento misericordioso, por decirlo en cierta forma, el compromiso debe ser enfocarse en los problemas no en las personas, buscar soluciones y dar oportunidad.

Hay que continuar. Creo ya descansé bien. No voy a dejar nada tirado, ni basura, ni papeles, ni envases. Me pongo a pen­sar cómo es que la naturaleza es asombrosa: todo lo recicla, nun­ca contamina. Lo que produce lo pone a disposición de los seres vivos como en un supermercado, pero los envoltorios (cascaras, etcétera) sirven de abono en un ciclo que enriquece la vida en vez de contaminarla.

Veo las hojas en la tierra, algunas recién caídas, otras ya co­lor café, y unas que casi se confunden con el suelo y reflexiono en la manera autosustentable en que la naturaleza se maneja. Ojalá algún día como sociedad humana lleguemos a un nivel como ese para que nuestras actividades no afecten nuestro entorno. Volteo a ver por última vez donde comí para cerciorarme de no dejar nada tirado. Me doy cuenta que ahora no dejé alguna comida, como en el caso de la galleta de granola, pero tampoco me siento mal, pues me tomé el tiempo de limpiar y cuidar con eso el entorno. A veces uno da algo, a veces uno da otra cosa. Sigo mi ascenso en lo que ya considero mi montaña.

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BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN

La lluvia trajo una pequeña cascada. Me detengo un momento a verla, más bien es como un riachuelo que se escurre entre las ro­cas y cae un buen tramo. Me pongo a pensar en lo efímero de esto. Este riachuelo­cascada acaba de surgir por efecto de la pequeña llovizna, ¿cuánto tiempo podrá durar, unos minutos, unas horas?, si no recibe más agua simplemente terminará y dejará de ser. Pero yo lo he visto. Aunque en este momento cesara de fluir, su imagen perdurará en mi mente, igual que este viaje. Cada aspecto vivido está en mi mente. Se ha congelado en el tiempo, pero no por eso está menos vivo. Cada recuerdo está lleno de las experiencias que en su momento se relacionaron con el mismo.

Voy a poner una hoja para que se vaya en el agua que corre. Ahí va. Si yo no hubiera estado aquí esa hoja no estaría ahora flotando en el agua de este riachuelo ni caería por esta cascada temporal. He cambiado el destino de la hoja, ¿o tal vez su destino era ir por el agua y luego por la caída y lo único que hice fue

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colaborar con ese destino?, me gusta pensar que fui parte de todo eso.

Ya comienza a refrescar, es esa brisa que nos dice que el día ha cambiado, que ya se ha ido la mitad y que comienza a cara la otra mitad, como un reloj de sol. Mientras el sol asciende, la sombra del reloj camina creciente en la primera mitad del reloj, cuando el sol desciende, la sombra del reloj camina decreciente en el mismo. Algo así pasa. Se siente, se percibe que el día co­mienza a descender. Todavía hay luz, fácil faltan bastantes ho­ras. Pero ya pasó el cenit del día y comienza su declive. Debo apurar el paso.

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Leo la siguiente bienaventuranza pero no me quedo a descansar. Bien puedo ir pensando en palabras mientras camino. Quiero llegar a la cumbre antes de que caiga el día. Bienaventura­dos los de limpio corazón… limpio corazón. Siempre que escucho esa frase, limpio corazón, recuerdo a los niños, sin esa malicia que a veces caracteriza a los adultos, todo lo que les dices te lo creen y todo lo que creen lo ven tan real. Se me vienen a la mente, no tanto imágenes mías, sino de mis hijos, navidad, cumpleaños, muda de dientes, cada paso de su vida mientras crecen es mágico, está cargado de misterios y de maravillas.

Eso es en los más pequeños, ya el mayor ha dejado de creer en esas cosas, ¿habrá ganado o habrá perdido?, sé que es parte de la vida pero a veces uno quisiera que sus hijos no crecieran para uno poder seguir creyendo a través de los ojos de un niño. Es como si te dijeran “no olvides lo que has sido”.

Aunque esa limpieza de corazón no implica credulidad, sobre todo cuando uno crece, pero tampoco un desánimo rayano en el cinismo, después de todo uno no se vuelve negativo, sino… rea­lista, por decirlo de una forma.

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Bienaventurados los limpios de corazón

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Tal vez esa pureza de corazón implique volverse realista, pero sin perder la esperanza y la ilusión. Pienso en la historia hu­mana, llena de obstáculos, caídas e incluso en ciertos momentos de retrocesos, pero también veo en ella gente que a pesar de las adversidades siempre le apostó a lo mejor de uno mismo, a avan­zar, a crecer, veo personas que hicieron cambios en su momento, cambios que repercuten hasta en la actualidad. Veo personas con una pureza de corazón para creer que a pesar de las adversidades uno puede salir adelante, mejorarse y mejorar el mundo. Esa pu­reza de corazón empuja al desarrollo, a la mejora, a la excelencia, ya que nos lleva a creer en uno mismo y, a pesar de todo, en los demás.

Tal vez esa pureza de corazón implique no prejuzgar de ma­nera negativa, no pensar de inicio que las cosas no se pueden hacer o que las personas actúan mal porque son malas. Me doy cuenta de todas las veces que maliciosamente creo que una idea, una propuesta, una negociación encierra algo negativo, lo cual me afecta en mi relación profesional. No estoy diciendo llegar al límite de la credulidad donde todos pueden abusar de uno, para nada, tomar todas las medidas posibles para cuidar el negocio y cuidarse profesionalmente, pero sin creer que el mundo y las personas son malas y buscan sólo su bien y nuestro mal. Creo que ese pensamiento envenena, nos deja por dentro con sensaciones de vacuidad. Si hay elementos negativos actuar en consecuencia, pero no actuar predispuestos antes.

De nueva cuenta veo a mi alrededor, veo toda esta excelencia en la naturaleza, una excelencia que no se pregunta si durará, si será vista, si será valorada. Una excelencia “pura de corazón” que da lo mejor de sí y sólo con eso mejora al mundo.

Tal vez esa pureza de corazón implique dar el máximo, la excelencia profesional y laboral, sin contenerse ni limitarse por la mediocridad que alrededor pudiera haber y esa actitud

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queriendo o no hace el cambio, hace una pequeña diferencia que necesariamente debe terminar contagiando al resto del sistema para llevarlo a mejorar.

Veo una botella de plástico tirada. Yo creía que era el prime­ro en andar por aquí, ya veo que no. No me molesta. Simplemente la levanto y la echo en la bolsa con el resto de basura que cargo y que, en su momento, echaré donde corresponde a mi regreso. Le tiro la poca agua que le queda dentro, no quiero que se vaya a salir y me moje todo en la mochila. Pureza de corazón. Este pequeño acto ha cambiado el entorno, tal vez imperceptible, tal vez no. Pureza de corazón. Veo el mundo, no como es sino como puede ser y actúo en consecuencia.

¿Ya no hay nada más tirado? Parece que no. Sigo mi camino con la brisa del viento a mis espaldas.

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BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES

¿Cuánto tiempo llevaré viendo esta ave muerta? No dejo de pensar en que hace unos días debió estar surcando el cielo con su vuelo y ahora aquí yace sin vida. Será lo que he reflexionado. Será mi cansancio. Será mi conecte con la naturaleza. Me siento sensible. Pienso en todo lo que pudo hacer este pequeño pajarillo: comer, saltar, volar… y en todo lo que ya no podrá hacer. Un sonido me saca de mis pensamientos, un canto de pájaro, no, no es uno, son dos, tres, varios. Por estar ensimismado viendo la muerte no había prestado atención a la vida. Siento que los pájaros le cantan a la vida, y ¿por qué no?, le cantan a su compañero alado quien ha de­jado este mundo. Un canto que suena como una marcha triunfal. La vida termina, eso es cierto, pero de ti depende que sea con un aplauso ensordecedor. No sé donde leí eso. Estos cantos son ese aplauso.

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Sigo mi camino y saco la hoja de la Biblia. Cada vez más arrugada, cada vez más dañada, pero, no sé por qué, cada vez con más vida. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Bienaventurados los pacificadores, bien­aventurados los pacificadores, bienaventurados los pacificadores.

Me viene a la mente lo que aparentan ser guerras intermi­nables en nuestro mundo. Bienaventurados los pacificadores. En una ocasión platicaba con un amigo sobre una guerra en Medio Oriente que ya llevaba no años sino décadas y él me decía lo fácil que sería si se sentaban y, platicando, arreglaban sus diferencias. Yo le hacía ver que no era tan sencillo, que a veces las raíces del conflicto están tan arraigadas y tan enmarañadas que práctica­mente hacían imposible una reconciliación.

Más cercano, en mi negocio, en las relaciones laborales y profesionales, ¿cuántos disgustos, cuántas discusiones, cuán­tos pro blemas –pequeñas guerras– por diferencias en pensar, en sentir, en hacer? Bienaventurados los pacificadores. La sola pala­bra pacificador me lleva a dos ideas, una es quien logra la paz en algún conflicto, la otra es quien busca la paz en algún conflicto; la primera, es como un resultado de sus acciones, la segunda, es el proceso de las mismas, de igual forma sigue siendo un pacifi­cador.

Es un hecho que ninguna solución puede generarse cuando existe el conflicto, necesariamente debe darse una pausa, cance­larse el conflicto y seguir con la solución. Qué curiosa forma de pensar: primero se cancela el conflicto, después se busca resolver las causas que lo originaron. En el pensamiento moderno como que ese proceso está al revés. Uno pudiera pensar que para cance­lar un conflicto es necesario que primero se eliminen las causas que lo originaron. En el pensamiento trascendental hay que elimi­nar primero el conflicto para poder entonces proceder de manera conciliatoria y consensuada a buscar una solución al mismo.

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Bienaventurados los pacificadores

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Paz, paz, paz. Reflexiono cómo es que es tan común que las imágenes mentales que nos vienen cuando mencionamos la pala­bra paz se refieran a ese sosiego y tranquilidad deseada por todos, pero de la misma forma una mente con discernimiento sabe que la paz se construye con acciones decisivas donde la justicia im­pera a través de la aplicación de las leyes autoimpuestas y social­mente aceptadas. En el otro extremo veo la imagen o, más bien, caricatura de una paz donde no hay problemas al menos visibles porque no se imponen las reglas de convivencia, sociales, profe­sionales o laborales, donde no se castiga la transgresión, donde lo que importa es la ficción de todos, estar bien y tranquilos aunque por dentro el cáncer avance, en pocas palabras, donde se hace lo conveniente en vez de lo que es correcto. Ser un pacificador implica señalar y creer firmemente que la única acción que nos engendra la posibilidad de un futuro mejor es aquella basada en un respeto a las reglas y normas y una justicia objetiva, expedita e imparcial.

Pienso cómo es curioso que el término Príncipe de la Paz hace referencia a Jesucristo, y digo curioso porque Jesús en su tiempo sacó a los mercaderes del templo a latigazos. La paz no implica debilidad, titubeo o temor, la paz implica y exige decisión y en ocasiones imposición de las reglas de convivencia, de lo que es correcto, de lo que es justo. Ser un pacificador implica que en un marco de reglas las diferencias se dirimen con argumentos y evidencias, incluso con discusiones extremas, pero donde el or­den prevalece y la ley se impone, sin miedos y sin ambigüedades.

De repente recuerdo una cita, creo que de Edmund Burke, es­critor y pensador político irlandés, “lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. En ocasiones se confunde al que es bueno con el que es bonachón, es decir, con una caricatura burda de la bondad. Durante la Segunda Guerra muchos países se daban cuenta de la barbarie de Hitler, pero no hacían nada hasta que fue un problema mundial. No hacer

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lo que es correcto y justo no nos vuelve buenos, nos vuelve cóm­plices del fraude, la corrupción, el desorden, los cuales como se­millas crecen hasta que sentimos como la ola de violencia social nos ahoga y sorprendidos nos preguntamos cómo pasó. Ser un pacificador implica que los hombres de bien adquieran el carácter, el valor y el discernimiento para imponerse a la cobardía de unos cuantos, porque siempre los malos son menos, y hay que sacar adelante lo que tenga que hacerse cueste lo que cueste.

Entonces, veo cómo es que un pacificador no es alguien blan­dengue sino alguien con un carácter probado, capaz de buscar justicia, que concilia, resuelve y propone. Que no teme sino que cree, que se compromete y busca con sus acciones crear un mejor mundo para sí y para los demás. En el aspecto profesional veo que el pacificador tiene un nivel de desempeño excelente, después de todo esa sería la única forma de esperar de los demás la excelen­cia y buscar que las reglas y normas se respeten.

Reúno estas imágenes de búsqueda de la paz, a través del respeto social y personal y las modero con las otras bienaventu­ranzas y veo la imagen de una persona completa, fuerte, llena, capaz de transmitir y de lograr grandes cambios en su vida y en la de los demás.

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BIENAVENTURADOS LOS PERSEGUIDOS POR CAUSA DE LA JUSTICIA

Cada vez veo la cumbre más cerca. Por un lado eso me alegra, por el otro, no quisiera que este viaje terminara. Para donde volteo veo quizá lo que ya he visto tantas veces, pero con ojos nuevos, con una mirada fresca, como si la lluvia hubiera limpiado mis ojos, como si la lectura de las bienaventuranzas hubiera limpiado mi mente y como si la vida misma hubiera limpiado mi alma.

Último tramo. Creo que en media hora estaré en la cima. He hecho muy buen tiempo. Vuelvo a pensar en lo que mañana me dolerán las piernas. Algo de nostalgia se me adelanta y siento que también me dolerá un poco el alma al volver a mi rutina y dejar todo esto. Pero el sentimiento es momentáneo. Veo que regresaré rico, cargado de ideas, con pensamientos, con sentimientos y con intenciones que se traducirán en acciones, y todo gracias a un pe­dazo, una sola hoja de la Biblia que me ha hecho reflexionar sobre mi vida profesional llevándome por caminos que me comprome­ten con mi desarrollo profesional.

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“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Me detengo un momento y leo esta frase. Ya casi termino la lectura de las bienaventuran­zas y ya casi llego a la cima. Perseguidos por causa de la justicia. No dice perseguidos por ser malos o injustos, sino al contrario, perseguidos por causa de la justicia. Me pongo a pensar en todas las veces que pudiendo hacer un acto corrupto en mi negocio que me dejara ganancias inmediatas he optado por no hacerlo, y aun­que he perdido unos pesos he ganado algo más valioso que es mi tranquilidad.

Tal vez es parte de la naturaleza humana buscar siempre la manera de hacer las cosas fáciles, a veces demasiado fáciles. En ese contexto se circunscriben todos los actos laborales, profesio­nales y comerciales que buscan una ganancia inmediata a través del camino fácil. Prefiero el otro camino, el que cuesta un poco más, pero que es más estable y, sobre todo, prefiero poder verme todos los días el rostro en el espejo y mirar de frente a mis hijos que saber por dentro que soy un fraude al no haber hecho lo que es correcto.

Peter Marshall ministro presbiteriano americano dijo una vez que “un mundo diferente no puede ser construido por gente indiferente”. El “no me importa”, “no es mi problema”, “yo no lo hice”, no son frases para los líderes, son frases para los cobardes, para los mediocres, para los medrosos. El mundo requiere, exige y deses peradamente necesita de un liderazgo donde la inconfor­midad se encauce en las instancias y los procesos que como socie­dad hemos establecido, y donde se garantice que estas instancias y procesos funcionan de manera expedita y con apego a las leyes y normas. Ser un buscador de justicia implica construir decidida­mente instancias y procesos que garanticen en toda circunstancia la aplicación de las normas de convivencia y deslindar en esas instancias y procesos, sin miedos ni titubeos, las responsabilida­des de las acciones que dañan en vez de contribuir.

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Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia

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Recuerdo a Desmond Tutu, clérigo anglicano y pacifista su­dafricano quien señaló que “si eres neutral en situaciones de in­justicia, has elegido el lado del opresor”. Quien deja de aplicar las leyes y reglamentos por una falsa paz lo único que hace es ofrecer el incentivo permisivo de violentar reglas de convivencia, al cabo que no hay consecuencia alguna. Quien piensa así no sólo crea y desarrolla un sistema injusto sino que se vuelve cómplice de quienes violentan las normas, se vuelve parte del problema en vez de la solución y cuando se tiene alguna posición de autoridad se vuelve doblemente responsable. Ser un buscador de la justicia implica una búsqueda constante para que cada quien responda de sus dichos y de sus hechos, no con un espíritu justicialista sino justo y veraz para motivar el apego y respeto a nuestras leyes y reglamentos que posibilitan la convivencia social.

Me viene a la mente esa vez que me ofrecieron hacer una simulación en mi negocio para beneficiarnos varias personas y que no estuve de acuerdo. La persecución a que hace mención esta frase no es una persecución física, al menos no la veo yo así, al menos profesionalmente hablando, sino que es más bien ese rechazo por los corruptos, ese señalamiento por los deshonestos, esa exclusión por los tramposos. Pero visto desde otra óptica, en ocasiones es un gusto, un gozo, que gente así lo rechace a uno, esa se vuelve con el tiempo una carta de presentación donde la integridad profesional ha sido probada y ha salido airosa.

¡Ah!, pero para buscar la justicia, aun con lo que las perse­cuciones implican, uno debe también ser justo. “Bienaventura­dos los que tienen hambre y sed de justicia…”, recuerdo la cuarta bienaventuranza y la relaciono con ésta. Uno debe estar en bús­queda constante de lo correcto, lo que es justo, lo que es bueno, lo que nos mejora y lo que nos hace más grandes, si eso impli­ca acciones contrarias, lo que llamaríamos persecución, pues ni modo, pero nuestra labor no es dejar un mundo peor que el que recibimos sino mejor.

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Profesionalmente hablando implica hacer las cosas con cali­dad y excelencia aunque eso nos granjee la antipatía de quienes no les gusta el esfuerzo y el compromiso.

Me viene a la mente una historia de una persona que entró a trabajar y le ponía todo el ánimo a lo que hacía, con lo que era más productivo, cuenta la historia que lo llaman sus demás com­pañeros y le dicen que se calme, que tome las cosas con calma, que se tarde un poco más, ya que si sigue así al rato les van a exi­gir a todos el mismo rendimiento.

La verdad no sé si es una historia real, pero creo que es algo posible: haces lo mejor que puedes sólo para que quienes no tie­nen la camiseta puesta te señalen y hablen de ti, pero quien busca la excelencia no puede hacer menos.

En las relaciones con los compañeros, con los clientes, con los superiores, con los proveedores, con todo mundo: hacer las co­sas de manera excelente, no puede uno conformarse con menos, cueste lo que cueste.

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EN LA CUMBRE

Qué hermosa vista. Me quedo en silencio mucho tiempo. He lle­gado a la cumbre. ¿Siento la montaña mía?, en realidad no me importa. Soy uno con la montaña, uno con el sol que cae, uno con la brisa que acaricia mi rostro, uno con las aves que surcan el cielo, pero también uno con los problemas del mundo, uno con las dificultades de la sociedad, uno con las dificultades de mi trabajo, de mi negocio, de mi profesión. Soy parte y responsable de todo. Puedo dar y aportar mucho.

“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintien­do. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. Última parte de las Bienaventuranzas. Pienso en

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Rumbo a la cumbre

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Jesús en un monte como éste hablando así hace 2,000 años a las multitudes y un escalofrío me recorre el cuerpo, no por lo fresco de la tarde sino porque siento que a mí me habla, que a mí me ha hablado durante todo mi ascenso, que me ha acompañado mientras subía haciéndome ver que su mensaje no tiene un único referente espiritual sino que tiene su aplicación totalmente prác­tica en mi vida profesional, en mi vida laboral, en mis negocios.

Siento ese llamado a la excelencia en mi desempeño, a la trascendencia en mis acciones. Veo en contexto completo las bienaventuranzas y no veo la imagen de alguien débil, sin carác­ter, indeciso sino de alguien fuerte, con carácter y con decisión. Alguien comprometido con su desarrollo y su desempeño, al­guien que toma las acciones de mejorarse y mejorar su alrededor, alguien que no ve sólo lo que hay sino lo que puede haber.

Recuerdo en estos momentos las teorías y modelos de nego­cios: calidad total, mejora continua, etcétera, todas las veo refle­jadas en las Bienaventuranzas, pues el llamado de las mismas, si bien es a la santidad, también lo es a la excelencia, y la excelencia puede aplicarse aquí y ahora aunque sus resultados retumben en la eternidad.

Los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de lim­pio corazón, los pacificadores, los que padecen persecución por causa de la justicia… si bien tienen un referente espiritual, en este viaje he visto como también tienen un reflejo en mi vida profesional: compromiso, calidad, servicio, desempeño, con­ciliación… todo apunta hacia la excelencia en el desempeño profesional, una excelencia que es la verdadera cumbre a la que aspiro, a la que voy, la que me pertenece.

No estoy llamado para la mediocridad, para el conformis­mo, para la pequeñez, las Bienaventuranzas me han hablado de

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En la cumbre

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eso. Hay cambios que puedo hacer en mi vida. Sigo vivo, respiro, pienso y siento y aún puedo mejorar y mejorarme.

Veo el sol a lo lejos, tal vez no sea perfecto, pero da calor; siento la brisa de la tarde en mi rostro, tal vez no sea perfecta, pero refresca; escucho a las aves a lo lejos, tal vez no sean per­fectas, pero dan armonía al día; me veo a mí mismo con muchos, muchísimos defectos, tal vez no sea perfecto, pero puedo aspirar a serlo y, ¿por qué no?, tal vez ese sea el verdadero milagro: que algo tan imperfecto como uno pueda ser capaz de grandes logros, de nobles logros, de trascendentes logros.

Me quedo en silencio. La montaña es mía. La cumbre es mía. Mi vida es mía.

Comienzo a bajar calmado, sereno, incluso tal vez cansado pero radiante, emocionado, inspirado.

Voy bajando. Tardaré algunas horas. Llegaré a la falda de la montaña ya oscureciendo. Me iré a mi casa. Retomaré mi vida con nuevos ojos, con nuevos bríos, con nuevas metas.

Y, curiosamente, mañana que regrese a mi rutina, aunque ya no esté en esta montaña, seguiré caminando rumbo a la cumbre.