Salud emocional

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Salud emocional La salud emocional es un estado de bienestar que tiene que ver con saber manejar nuestras emociones, y expresarlas de manera positivas como el amor, la alegría, la esperanza, el buen humor, y liberarnos o controlar las emociones negativas como el odio, la ira, los celos, la culpa y la envidia; Es tener una actitud positiva frente a la vida, sentirse bien consigo mismo y con los demás. Las personas que tienen una buena salud emocional son aquellas que mantienen una armonía entre lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen, son personas que se sienten bien consigo mismas y que establecen relaciones positivas con su entorno.

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Salud emocional

La salud emocional es un estado

de bienestar que tiene que ver con saber

manejar nuestras emociones, y

expresarlas de manera positivas como

el amor, la alegría, la esperanza, el buen

humor, y liberarnos o controlar las

emociones negativas como el odio, la

ira, los celos, la culpa y la envidia; Es

tener una actitud positiva frente a la

vida, sentirse bien consigo mismo y con

los demás.

Las personas que tienen una buena salud emocional son

aquellas que mantienen una armonía entre lo que piensan, lo que

sienten y lo que hacen, son personas que se sienten bien consigo

mismas y que establecen relaciones positivas con su entorno.

Esta capacidad relacional para entablar y mantener buenos

vínculos con los demás es de suma importancia para determinar el

grado de salud psíquica del que goza alguien. De hecho, para el

psicólogo Abraham Maslow, uno de los fundadores de la corriente

humanista, “la persona psicológicamente enferma es aquella que

nunca ha tenido suficientes buenas relaciones con los otros”.

Una buena salud emocional se manifiesta en que la persona no

se deja arrebatar por sus emociones, esas respuestas

psicofisiológicas a ciertos estímulos que, una vez elaboradas, se

convierten en sentimientos. Por tanto, las emociones vienen a ser

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como descargas que acontecen en un breve espacio de tiempo y que

van a dar lugar a los sentimientos, en cuya elaboración ya entran otros

ingredientes como la voluntad, el perdón, la experiencia, etc. de la

persona para atemperar esa primera reacción psicofisiológica. Por

tanto, las personas emocionalmente sanas no pierden el control sobre

sus sentimientos, pensamientos y comportamientos.

Cuando las emociones negativas (ira, rabia, etc.) son muy

intensas y nos abruman, pueden provocar fuertes sentimientos de

odio, tristeza, ansiedad, que a su vez afectan a nuestros pensamientos

y nuestros comportamientos. Es decir, que estas emociones tan

impetuosas terminan tiñendo toda nuestra visión del mundo y nuestra

forma de estar en él.

Además, nuestro cuerpo reacciona según la forma de sentir,

pensar y actuar de cada uno de nosotros. Por ejemplo, supongamos

que tenemos un problema laboral o afectivo por el que nos sentimos

muy estresados, ansiosos, enfadados o tristes. Si estos sentimientos

se intensifican excesivamente y se prolongan mucho en el tiempo, es

muy probable que nuestro cuerpo reaccione y genere lo que se

denomina “la respuesta al estrés”. Así, la aparición de un herpes labial,

jaquecas, una presión arterial elevada o una úlcera estomacal es, con

frecuencia, la consecuencia de la vivencia de un fuerte estrés. Esto se

explica por la íntima conexión que existe entre el cuerpo y la mente.

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Las emociones afectan a nuestra salud

Cuando estamos sometidos a una situación muy estresante, por

ejemplo la muerte de un ser querido, nuestro sistema inmunológico se

debilita y disminuyen nuestras defensas por lo que es más fácil que

seamos más propensos a padecer gripes, catarros, enfermedades

infecciosas, etc. Asimismo, nuestro sistema cardiovascular se

encuentra afectado por un aumento de la presión arterial, lo que puede

traducirse en que incrementemos nuestro riesgo de padecer una

dolencia coronaria. Igualmente, a causa de nuestros problemas

emocionales, nuestro sistema gastrointestinal va a segregar más

ácidos gástricos, lo que es probable que derive en problemas

digestivos que, si se cronifican, pueden terminar en reflujo, gastritis,

úlcera, etc.

Por otra parte, las emociones también están íntimamente

relacionadas con nuestro estilo de vida. Continuando con el ejemplo

anterior, cuando estamos inmersos en una situación en la que nos

sentimos muy estresados (un divorcio, un despido, etc.) es muy

frecuente que incurramos en hábitos no saludables. Por ejemplo, el

nerviosismo nos puede llevar a fumar más cigarrillos, darnos atracones

de comida o consumir más bebidas alcohólicas para calmar la

ansiedad, dejar de hacer ejercicio físico con regularidad porque no

tenemos ganas, tomar más tazas de café de lo que es aconsejable,

etc. Estos malos hábitos, junto con otros factores que acompañan al

estrés como el insomnio y una alimentación desequilibrada, terminan

también por hacer mella en nuestra salud física.

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¿Cómo mejorar nuestra salud emocional?

#1.- Reconocer las emociones

Lo primero es reconocer lo que sentimos y comprender por qué

lo sentimos. Descifrar las causas de nuestra tristeza o nuestra ira es

imprescindible para que luego podamos gestionar de manera

adecuada lo que condiciona nuestro estado de ánimo.

#2.- No reprimir nuestros sentimientos

Si, por ejemplo, sentimos celos, no es buena idea ocultarlo y

hacer cómo si eso no fuera con nosotros. Tarde o temprano este

sentimiento saldrá a la luz, quizás en el momento más inoportuno; y si

ha estado reprimido, es probable que muestre su cara con una

virulencia desproporcionada. Si nos sentimos estresados o con

ansiedad y lo ocultamos en nuestro interior sin compartirlo con nadie,

nos puede hacer sentir mucho peor. Es mejor compartir nuestras

preocupaciones con una persona que sepa escuchar, con alguien de

confianza.

Si no contamos con un oído amigo con el que sincerarnos,

siempre existe el recurso de acudir a la ayuda de un profesional. En

cualquier caso, nunca se deben dejar pudrir los sentimientos en

nuestro interior, porque eso termina afectando a nuestra salud mental

y a nuestra salud física.

#3.- Aprender a expresar los sentimientos de manera adecuada

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Si algunas actitudes de nuestros seres queridos nos están

haciendo sentir mal, lo lógico es hacérselo saber a estas personas

cercanas, pero de manera adecuada. Esto significa que debemos ser

asertivos, debemos dejarnos de rodeos y expresar cómo nos sentimos

y qué es lo que nos molesta, pero nunca ser agresivos con la otra

persona, porque entonces se imposibilita cualquier posibilidad de

diálogo.

#4.- Relativizar los problemas

Nunca merece la pena sufrir por los pequeños contratiempos de

la vida cotidiana como pueden ser los atascos de tráfico. Asimismo

tampoco merece la pena discutir por los temas que suelen generar

enfrentamientos: política, fútbol…

Pero, incluso, los problemas de verdad tampoco hay que

sobredimensionarlos. Hay que darles el valor que tienen, pero salvo

contadas excepciones no deberían anular nuestra vida. Por ejemplo,

uno no debería obsesionarse con los problemas laborales. Nuestra

vida no es solo el trabajo. Aunque se trate de un ámbito importante, no

es el único. Tenemos otros ámbitos como la familia, los amigos,

nuestras aficiones, que igualmente tenemos que cuidar y disfrutar.

Aunque existan problemas en algún ámbito de nuestra vida,

también tenemos que aprender a enfocarnos en las cosas positivas

que tenemos. Siempre veremos la botella medio vacía si nos dejamos

tomar por los sentimientos negativos, pero seremos más felices si nos

acostumbramos a verla medio llena.

#5.- Centrarse en las soluciones

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Los problemas forman parte de la vida, de cualquier persona;

pero también la búsqueda de soluciones. Superar las dificultades está

estrechamente vinculado con nuestro desarrollo y crecimiento como

persona. Para resolver los problemas lo mejor es adoptar una actitud

proactiva, lo que significa tomar la iniciativa y actuar de manera

creativa confiando en nosotros mismos. En este sentido, la salud

emocional está relacionada de manera muy directa con el optimismo,

la autoestima y la capacidad de encontrar soluciones imaginativas a

los problemas.

#6.- Potenciar las relaciones positivas

Cuando los problemas se comparten,

‘pesan’ mucho menos. Por ello, resulta muy

beneficioso para la persona cultivar las

relaciones sociales y familiares.

Siempre es más fácil resistir frente a las

adversidades de la vida cuando formamos

parte de una red tejida con vínculos afectivos

que si permanecemos aislados.

#7.- Mantener una vida equilibrada

Para tener una buena salud emocional es

importante alimentarse de manera saludable,

mantener hábitos de descanso adecuados y

realizar ejercicio de forma regular.

La práctica habitual del deporte genera endorfinas, las

“hormonas de la felicidad”, y alivia las tensiones acumuladas. Además,

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si se trata de un deporte colectivo, su práctica puede ser una

excelente escuela de convivencia y estrecha las relaciones humanas

con los miembros de tu equipo.

Para que una alimentación sea equilibrada y sana es necesario

que sea variada y ligera. Deberemos, por tanto, evitar las comidas

pesadas y comer en exceso, así como el abuso de las bebidas

alcohólicas.

Para descansar de manera adecuada, necesitamos habituarnos

a irnos a acostar a una hora determinada para dormir los suficiente, no

ver programas televisivos que nos causen tensión poco antes de irnos

a acostar y no excedernos con las bebidas excitantes ni con el alcohol.

#8.- Aprender a relajarse

La buena salud emocional se pone de manifiesto por la

capacidad para afrontar la vida con tranquilidad. Es necesario

aprender a relajarse. En esto nos pueden ayudar la práctica de

disciplinas como el yoga, la natación, la meditación zen… Es

importante apoyarnos en alguna de estas actividades para equilibrar

nuestro cuerpo, calmar nuestra mente y manejar nuestras emociones.

En definitiva, el buen cuidado de la salud emocional está

vinculado de manera directa con el desarrollo de una sana autoestima

y de la confianza en uno mismo, con la capacidad de establecer y

mantener relaciones positivas y duraderas con los demás, con las

ganas por estar siempre dispuesto a aprender, con la flexibilidad

mental para adaptarse a los cambios, con optimismo.

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