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    Suma de Negocios, Vol. 2 N 2: 115-127, diciembre 2011, Bogot (Col.)

    Suma de NegociosVol. 2 N 2,diciembre de 2011, 115-127

    EN CONTRA DE LOS DERECHOS HUMANOS *

    S lavoj iek

    RESUMEN

    Coartada para intervenciones militares, sacralizacin para la tirana del mercado, fundamentoideolgico para el fundamentalismo de lo polticamente correcto: puede la ccin simblica de los derechos humanos recuperarse para la politizacin progresiva de las actuales relacionessocioeconmicas?

    ABSTRACT

    Alibi for militarist interventions, sacralization for the tyranny of the market, ideological foundationfor the fundamentalism of the politically correct: can the symbolic ction of universal rights berecuperated for the progressive politicization of actual socio-economic relations?

    RESUMO

    Desculpa para intervenes militares, sacralizada pela tirania dos mercados e fundamento ideolgico para o fundamentalismo do politicamente correto: a co simblica dos direitos humanos podeser recuperada por meio de uma politizao progressiva das relaes scio-econmicas reais?

    * Ttulo original: Against Human Rights. Artculo publicado en New Left Review 34 , july-aug 2005, pp. 115-131. Traducido al espaol por JuanPablo Bohrquez, -profesor de la Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales, Programa de Trabajo Social, Universidad de la Salle- y MaraCarlota Ortiz, historiadora, Ponti cia Universidad Javeriana, Bogot. Correo electrnico: [email protected]

    INTRODUCCIN

    Las aproximaciones contemporneas a los de -rechos humanos descansan por lo general, en

    nuestras sociedades liberales capitalistas, entres supuestos. Primero, que tales acercamientosoperan en oposicin a tipos de fundamentalismosque naturalizaran o esenciaran rasgos contin-

    gentes, histricamente condicionados. Segundo,que los dos derechos ms bsicos son la libertadde eleccin y el derecho a dedicar la propia vidaa la persecucin del placer (ms que sacrificarlapor alguna causa ideolgica superior). Y, tercero,que una aproximacin a los derechos humanospuede constituir el cimiento de una defensa contrael exceso de poder.

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    Comencemos por el fundamentalismo. Aqu, el mal (por parafrasear a Hegel), reside con frecuencia enla mirada que lo percibe. Tomemos los Balcanesdurante la dcada de 1990, sitio de extendida viola-cin de los derechos humanos. En qu momentolos Balcanes una regin geogrfica de la EuropaOriental se balcanizaron, con todo lo que elloimplica para el imaginario europeo de hoy en da?La respuesta es esta: a mediados del siglo XIX,cuando los Balcanes comenzaron a exponerseplenamente a los efectos de la modernizacineuropea. La diferencia entre las percepcionestempranas de la Europa Oriental y la visin mo-derna es notoria. Ya en el siglo XVI, el naturalistafrancs Pierre Belon anotaba que los turcos nofuerzan a nadie a vivir como turcos. Pequeasorpresa, entonces, que tantos judos encontrasenasilo y libertad religiosa en Turqua, y otros pasesmusulmanes, luego de que Fernando e Isabel loshubieran expulsado de Espaa en 1492, con elresultado, en supremo giro de irona, de que via-

    jeros occidentales se mostrasen perturbados por la presencia pblica de aquellos en las grandesciudades turcas. He aqu, entre una extensa seriede ejemplos, un reporte de N. Bisani, un italianoque visit Estambul en 1788:

    Un extranjero que haya presenciado la intolerancia deLondres y Pars, debe sorprenderse grandemente alver una iglesia entre una mezquita y una sinagoga y underviche al lado de un fraile capuchino. No me explicocmo pudo este gobierno admitir en su seno religionestan opuestas a la propia. Debe ser por una degeneracindel mahometismo que este feliz contraste ha podidoproducirse. Es ms asombroso an encontrar que elespritu de tolerancia prevalece de manera general entrela gente, puesto que aqu veis turcos, judos, catlicos,armenios, griegos y protestantes conversando juntosen asuntos de negocios y placer con igual armona ybuena voluntad que si perteneciesen a la misma naciny religin. (2004, p. 233).

    El mismsimo rasgo que Occidente celebra hoycomo signo de su superioridad cultural el esp-ritu y la prctica de la tolerancia multicultural esdesestimado de este modo como un efecto de la

    degeneracin del Islam. El curioso destino de losmonjes trapenses de Etoile Mari e es igualmentediciente. Expulsados de Francia por el rgimen na-polenico, se establecieron en Alemania, de dondefueron expulsados en 1868. Puesto que ningn otroEstado cristiano quera acogerlos, pidieron permi-so al Sultn para comprar tierras cerca de BanjaLuka, en la parte serbia de la actual Bosnia, dondevivieron felices hasta cuando quedaron atrapadosen el conflicto balcnico entre cristianos.

    Cundo entonces se originaron los rasgos funda -mentalistas de intolerancia religiosa, violencia tni-ca y fijacin en traumas histricos que Occidenteasocia ahora con la balcanizacin? Claramente,en Occidente mismo. A manera de un impecableejemplo de la determinacin reflexiva de Hegel,aquello que los europeos occidentales observan ydeploran en los Balcanes es lo que ellos mismosintrodujeron all; y lo que combaten es su propiolegado histrico transfigurado en amok 1. Recor-demos que los dos grandes crmenes tnicos im-pugnados a los turcos en el siglo XX el genocidioarmenio y la persecucin de los kurdos no fueronperpetrados por fuerzas polticas musulmanastradicionalistas sino por militares modernizadores

    que pretendan liberar a Turqua del balasto de suantiguo mundo y convertirla en un Estado-nacineuropeo.

    La antigua observacin de Mladen Dlar susten-tada en una minuciosa lectura de las referenciasde Freud a la regin, segn la cual el inconscienteeuropeo se halla estructurado del mismo modo quelos Balcanes, es literalmente cierta: bajo la guisade la otredad de balcanizacin, Europa hace unreconocimiento del extrao en s misma, de su

    propio reprimido. Pero debemos examinar tambinlas maneras en que la internalizacin fundamen-talista de rasgos contingentes es en s mismauna faceta de la democracia liberal capitalista.

    1 Palabra de origen malayo que originalmente designaba a un elefanteenloquecido y luego se generaliz a un ser preso u atacado de unafuria incontrolable. Para el caso, signi ca locura homicida vinculadaa un comportamiento cultural ( nota del traductor ).

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    Est en boga quejarse de que la vida privada estamenazada e incluso evanescindose por causade la habilidad de los medios para exponer losms ntimos detalles personales a la luz pblica.Lo cual es verdad a condicin que demos vueltaal asunto: lo que en efecto est desapareciendoes la vida pblica, la propia esfera pblica en laque uno opera como un agente simblico que nopuede reducirse a la vida privada, a un manojode atributos personales, deseos, traumas e idio-sincrasias. El lugar comn de la sociedad delriesgo, segn el cual el individuo contemporneose siente desnaturalizado y considera hasta susrasgos ms naturales, desde la identidad tnicaa la preferencia sexual, como elegidos, histrica-

    mente contingentes, aprendidos, es profundamenteengaoso. Lo que hoy estamos presenciando esel proceso inverso: una re-naturalizacin sin pre-cedentes. Todas las grandes cuestiones pblicasse traducen en actitudes destinadas a regular lasidiosincrasias naturales o personales. Esto ex-plica por qu, en un nivel ms general, los conflictostnico-religiosos pseudo-naturalizados son la formade lucha que mejor conviene al capitalismo global.En la era de las pos-polticas, cuando la propiapoltica viene siendo sustituida gradualmente por

    la administracin social experta, las nicas fuen-tes de legitimacin del conflicto son las tensionesculturales (religiosas) o naturales (tnicas). Y lavaloracin es, precisamente, la regulacin de lapromocin social que se ajusta a esta re-natura-lizacin. Quiz ha llegado el tiempo de reafirmar,como la verdad de la valoracin, la lgica pervertidaa la que irnicamente se refera Marx al describir el fetichismo de la mercanca cuando, al final delprimer captulo de El Capital , aluda al consejo deDogberry a Seacoal: Ser un hombre favorecido es

    un regalo de la fortuna; pero leer y escribir vienepor naturaleza. Hoy en da, ser un experto encomputadores o un administrador exitoso es unobsequio de la naturaleza, mientras que labios uojos hermosos son una apreciacin cultural.

    SIN LIBERTAD DE ELECCIN

    Respecto de la libertad de elegir, he escrito en otraparte de la pseudo-eleccin ofrecida a los adoles-

    centes de las comunidades Amish, quienes traspadecer la ms estricta de las formaciones sonconvidados, a la edad de 17 aos, a zambullirseen cada exceso de la cultura capitalista contempo-rnea: un remolino de autos veloces, sexo salvaje,drogas, licor y dems (The constitution is, 2005).Despus de algunos aos, se les permite elegir sidesean regresar a la forma de vida Amish. Puestoque han sido educados en virtual ignorancia dela sociedad americana, los jvenes carecen depreparacin para lidiar con tal permisividad, que

    en la mayor parte de los casos desata estadosviolentos de intolerable ansiedad; la vasta mayora,por consiguiente, termina votando por regresar ala reclusin de sus comunidades.

    Este es un ejemplo perfecto de las dificultadesque invariablemente acompaan la libertad deeleccin: mientras que por un lado se ofrece demanera formal a los nios Amish el libre arbitrio,las condiciones en que deben hacer uso de esteimposibilitan, del otro, la libre eleccin. La proble-

    mtica de la pseudo-eleccin demuestra asimismolas limitaciones de la actitud liberal convencionalrespecto de las mujeres musulmanas que llevanvelo: es aceptable si lo portan por su libre voluntady no por imposicin de sus maridos o su familia. Sinembargo, cuando usan el velo como resultado deuna decisin personal, su significado cambia por entero porque no expresa ya un signo de pertenen-cia a la comunidad musulmana sino una expresinde individualismo idiosincrtico. En otras palabras,una eleccin es siempre una meta-eleccin, una

    escogencia de la modalidad de eleccin en s mis-ma: es tan solo la mujer que opta por no portar unvelo quien efectivamente elige. Esta es la razn por la cual, en nuestras seculares democracias libera-les, las personas que permanecen sustancialmente

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    fieles a una religin se encuentran en una posicinsubordinada. Su fe es tolerada como eleccin per-sonal, pero al momento de evidenciar pblicamentelo que esta significa para ellas, es decir, como unasunto de pertenencia esencial, son acusadas defundamentalismo. Dicho de modo llano, el sujetode libre arbitrio, en el sentido tolerante, multicul-tural, puede emerger tan solo como consecuenciade un proceso violento de des-enraizamiento delmundo particular de su existencia.

    La fuerza material de la nocin ideolgica de lalibre eleccin existente al interior de la democra-cia capitalista fue ilustrada magistralmente por lasuerte del modesto programa de reforma al sistemade salud de la administracin Clinton. La camarillamdica, ms poderosa an que la camarilla delsector defensa, logr convencer al pblico de quela idea del servicio universal de asistencia mdicaen salud podra atentar contra la libre eleccinen este mbito y toda la enumeracin de hechosinnegables result infructuosa para desmentir talconviccin. Nos hallamos aqu en el centro neu-rlgico de la ideologa liberal: libertad de eleccinafincada en la nocin del sujeto psicolgico,revestida de inclinaciones que l o ella aspiran rea-lizar. Y esto prevalece hoy en particular, en la erade la sociedad del riesgo en la cual la ideologadominante se empea en vendernos, cual si fuesenla oportunidad de nuevas libertades, las propiasincertidumbres resultantes del desmantelamientodel Estado de bienestar. Si la flexibilizacin deltrabajo significa que usted cambie de ocupacincada ao, por qu no apreciar el hecho como unaliberacin de los constreimientos de una carrerapermanente, una oportunidad de reinventarse as mismo para s realizar el potencial oculto de

    su personalidad? Si su seguro de salud y plan de jubilacin son precarios, lo cual implica que usteddeba optar por adquirir una cobertura extra, por qu no interpretar esto como una oportunidadadicional para elegir, bien sea un mejor estilo devida o una seguridad en el largo plazo? Si tal pre-dicamento le suscita ansiedad, el idelogo de la

    segunda modernidad le diagnosticar que usteddesea huir de la libertad, que padece de unafijacin inmadura en las antiguas formas de esta-bilidad. Mejor an: cuando lo dicho se inscribe enla ideologa del sujeto como individuo psicolgico,preado de habilidades naturales, usted tenderautomticamente a interpretar todos estos cambioscomo un efecto de su personalidad y no como laconsecuencia del desperdigamiento de su ser por obra de las fuerzas del mercado.

    LA POLTICA CONTRA EL GOCE 2

    Y qu del derecho bsico a ir en pos del placer?La poltica actual se halla ms preocupada quenunca de facultar las vas para impetrar o controlar el goce 3. La oposicin entre el Occidente liberal ytolerante y el Islam fundamentalista se encuentrapor lo general ms condesada que aquella entreel derecho de una mujer a la libre sexualidad, deun lado, incluyendo la libertad de exhibirse y ex-ponerse a s misma y provocar o perturbar a unhombre, y los desesperados intentos masculinos,del otro, por reprimir o controlar esta amenaza.(Los talibanes prohibieron los tacones metlicosen las mujeres porque el sonido del taconeo pue-de despertar, bajo la burka que todo lo oculta, unindomeable deseo ertico).

    Ambas partes, por supuesto, mistifican ideolgica ymoralmente su respectiva posicin. Para Occiden-te, el derecho de las mujeres a mostrarse de modoprovocativo al deseo masculino ha sido legitimadocomo su derecho de disfrutar a voluntad de suscuerpos. Para el Islam, el control de la sexualidadfemenina se ha legitimado como la defensa de

    la dignidad de la mujer, para evitar que sean re-ducidas a objetos de explotacin masculina. As,cuando el Estado francs les prohbe a las nias

    2 Jouissance, en el original, que se ha traducido indistintamente comogoce o placer (sexual) ( nota del traductor ).

    3 Jouissance , en el original.

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    musulmanas usar el velo en el colegio, uno puedealegar que esta medida favorece el que dispongande sus cuerpos como deseen. Pero uno puedeargir, por igual, que el aspecto realmente trau-mtico por el cual se criticaba a los musulmanesfundamentalistas era que haba mujeres que noparticipaban en el juego de someter sus cuerpos ala seduccin sexual o para el intercambio y la mo-vilizacin social inherentes a esto. De una manerau otra, todas las dems cuestiones matrimonioshomosexuales y adopcin, aborto, divorcio serelacionan con el mismo asunto. Lo que ambospolos comparten, si bien la orientacin es distinta,es su estricta aproximacin disciplinar: los fun-damentalistas regulan la presentacin personalfemenina para evitar la provocacin sexual y losfeministas liberales imponen una no menos severaregulacin de la conducta con el fin de contener las diversas formas de acoso.

    Las actitudes liberales hacia el otro se caracte-rizan tanto por el respeto hacia la alteridad, unaapertura hacia esta, como por un temor obsesivoal hostigamiento. En sntesis, el otro es bienvenidosiempre y cuando su presencia no sea intrusiva, acondicin de que no sea realmente el otro. As, latolerancia coincide con su opuesto. Mi obligacinde ser tolerante con el otro significa, en efecto,que no debo acercarme demasiado a l o ella,invadir su espacio, en breve, que debo respetar su tolerancia a mi exceso de proximidad. Tal cosaha ido emergiendo hasta posesionarse como elderecho humano central de la sociedad capitalistade avanzada: el derecho a no ser hostigado, estoes, a mantenerse a una distancia segura de losdems. E igual se aplica a la lgica emergente delmilitarismo humanitario o pacifista. La guerra esaceptable siempre y cuando busque la prevalenciade la paz, de la democracia, o las condicionespara distribuir la ayuda humanitaria. Y no aplicalo mismo, con mayor fuerza an, a la democraciay los derechos humanos? Los derechos huma-nos son pasables si se los reconsidera a fin deincorporar a ellos la tortura y un estado de emer-gencia permanente. La democracia est bien si

    se la limpia de sus excesos populistas y se limitasu ejercicio a aquellos lo suficiente maduros parapracticarla.

    Atrapados en el crculo vicioso del imperativo delplacer 4, la tentacin consiste en optar por aquelloque aparece como su antpoda natural, la violentarenunciacin al goce 5. Este es, quizs, el patrnsubyacente a todos los as denominados funda-mentalismos: el deber de contener (lo que ellosperciben como) el excesivo hedonismo narcisistade la cultura secular contempornea haciendo unllamado a la reintroduccin del espritu de sacrificio.Una perspectiva psicoanaltica nos permite ver por qu tal tarea se malogra. El solo gesto de apartar el

    placer Basta ya de decadente auto indulgencia!Renunciad y purificaos! produce un goce sustan-tivo en s mismo. Acaso no todos los universostotalitarios que demandan de sus sbditos unviolento (auto) sacrificio a la causa exudan el malolor de la fascinacin con un goce 6 letal y obsce-no? Una vida orientada hacia la procura del placer requerir, por el contrario, la ardua disciplina delmodo de vida saludable trotar, guardar el rgi-men, practicar la relajacin mental si se la deseadisfrutar al mximo. El requerimiento del superego

    al disfrute se halla inmanentemente entreveradocon la lgica del sacrificio. Ambos conforman uncrculo vicioso en el que cada extremo sostiene alotro. As, la eleccin no consiste sencillamente enescoger entre cumplir el propio deber o procurarseplacer y satisfaccin. Esta eleccin elemental essobrepasada por otra ms, que consiste en optar por elevar las propias aspiraciones al placer a undeber supremo o cumplir con el propio deber, masno por el deber en s mismo sino por la gratifica-cin que conlleva su cumplimiento. En el primer

    caso, los placeres son mi deber, y la aspiracinpatolgica al placer se encuentra situada en elmbito formal de la obligatoriedad. En el segundo,el deber es mi placer y cumplir mi deber se halla

    4 Jouissance , en el original.5 Jouissance , en el original.6 J ouissance , en el original.

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    localizado en la esfera formal de las satisfaccionespatolgicas.

    DEFENSA CONTRA EL PODER?

    Si los derechos humanos, en oposicin al fun-damentalismo y la aspiracin a la felicidad, nosconducen a contradicciones irreconciliables, noson acaso, despus de todo, una defensa contrael exceso del poder? En sus anlisis de 1848, Marxdefini la extraa lgica del poder como excesivapor naturaleza propia. En El dieciocho Brumario 7 yLa lucha de clases en Francia 8, complic 9 de unamanera dialctica adecuada la lgica de la repre-sentacin social (agentes polticos que representan

    clases y fuerzas econmicas). Al hacerlo, logr ir ms all de la usual nocin de estas complicacio -nes, segn la cual la representacin poltica jamsrefleja de modo directo la estructura social: un soloagente poltico puede representar diversos grupossociales, por ejemplo, o una clase puede renunciar a su representacin directa y delegar en otra lalabor de asegurar las condiciones jurdico-polticasde su dominio, tal y como hizo la clase capitalistainglesa al dejar en manos de la aristocracia elejercicio del poder poltico. Los anlisis de Marx

    apuntaban hacia lo que Lacan logr definir, ms deun siglo despus, como la lgica del significante.

    A propsito del Partido del Orden que se conformtras el aplastamiento de la insurreccin de junio,Marx escribi que fue tan solo tras la victoriosaeleccin de Luis Napolen del 10 de diciembre,la cual le permiti deshacerse de su camarilla deburgueses republicanos, cuando

    el secreto de su existencia, la coalicin de orleanistas y legitimistasen un partido, se revel. La clase burguesa se escindi en dosgrandes facciones los latifundistas bajo la monarqua restaurada

    y la burguesa industrial bajo la monarqua de julio que alterna-damente haban detentado el monopolio del poder. Borbn era elnombre regio de la in uencia predominante de los intereses de unafaccin, Orleans el nombre real de la in uencia predominante de los

    7 El ttulo completo de esta obra es El dieciocho Brumario de LuisBonaparte (nota del traductor ).

    8 El ttulo completo de esta obra es La lucha de clases en Francia de1848 a 1850 (nota del traductor ).

    9 En el mismo sentido, problematiz, complejiz ( nota del traductor ).

    intereses de la otra. El resto innominado de la repblica era el nicoen que ambas facciones podan mantener, en igualdad de poder,el inters comn de clase sin renunciar a su mutua rivalidad (Marx& Engels, 1969, p. 83).

    Esta es, pues, la primera complicacin. Cuandotratamos con dos o ms grupos socioeconmicos,su inters comn solo puede representarse bajo laguisa de la negacin de su premisa compartida: elcomn denominador de las dos facciones realis-tas no es el realismo, sino el republicanismo. (Aligual que en nuestros das, el nico agente polticoque representa de manera consistente el intersdel capital como tal, en su universalidad y por encima de las facciones particulares, es el socialliberalismo o Tercera Va). Posteriormente, en el

    Dieciocho Brumario , Marx diseccion el artificio dela Sociedad de Diciembre 10, el ejrcito privado dematones de Luis Napolen:

    Junto a libertinos arruinados, con equvocos medios devida y de equvoca procedencia, junto a vstagos de -generados y aventureros de la burguesa, vagabundos,licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos degaleras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas yrateros, jugadores, alcahuetes, dueos de burdeles, mo-zos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afi-ladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda esa

    masa informe, difusa y errante que los franceses llamanla bohme : con estos elementos, tan afines a l, formBonaparte la solera de la Sociedad del 10 de Diciembre(). Este Bonaparte, que se erige en jefe del lumpem-

    proletariado , que solo en este encuentra reproducidosen masa los intereses que l personalmente persigue,que reconoce en esta hez, desecho y escoria de todaslas clases, la nica clase en la que puede apoyarse sinreservas, es el autntico Bonaparte, el Bonaparte sans

    phrases (Marx & Engels, 1975, p. 149) 10 .

    La lgica del Partido del Orden es trada aqu a su

    trmino radical. Del mismo modo que el nico de-nominador comn de todas las facciones realistases el republicanismo, el nico denominador comnde todas las clases es el exceso excremental, eldesecho, el remanente de todas las clases. Esto

    10 La expresin del original en francs, sans phrases , signi ca, sinms palabras, sin excepcin ( nota del traductor ).

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    quiere decir que mientras el lder se crea situadopor encima de los intereses de clase, su inmedia-ta base social no puede ser otra que el residuoexcremental de todas las clases, los desclasadosrechazados de cada clase. Y, tal cual Marx lo revelaen otro pasaje, es este apoyo del abyecto socialel que le permite a Bonaparte mudar su posicina conveniencia y representar por turnos una claseen contra de otra.

    Como autoridad ejecutiva que se ha hecho in-dependiente, Bonaparte siente que es su deber salvaguardar el orden burgus. Pero la fortalezade este orden burgus reside en la clase media.En consecuencia, posa de representante de laclase media y promulga decretos en este sentido.No obstante, es alguien tan solo porque ha roto elpoder de la clase media y contina quebrantndoloa diario. Por tanto, se presenta como el adversariodel poder poltico y literario de la clase media (Marx& Engels, 1975, p. 194).

    Pero hay ms. Para que este sistema funcione, esdecir, para que el lder permanezca por encima delas clases y no acte como un representante directode ninguna, debe actuar tambin como el represen-

    tante de una clase en particular: de la clase que,precisamente, no se encuentra lo suficientementecohesionada para actuar como un agente unificadoque exige una representacin activa. Esta clase depersonas que no puede representarse a s mismay solo puede ser representada es, por supuesto,la clase de los pequeos propietarios campesinosquienes conforman

    una vasta masa cuyos integrantes viven en condicionessimilares sin establecer relaciones diversas los unos conlos otros. Su modo de produccin los asla entre s envez de propiciar su trato mutuo (). Por consiguiente,son incapaces de imponer sus intereses de clase ennombre propio, bien sea a travs de un parlamento o deuna asamblea. No pueden representarse a s mismos,deben ser representados. Su representante debe figurar al mismo tiempo como su amo, como una autoridadsuperior a ellos, como un poder gubernamental ilimitadoque los proteja de las otras clases y les enve lluvia y

    luz solar desde lo alto. La influencia poltica de los pe-queos propietarios campesinos encuentra por tanto suexpresin ltima en el poder ejecutivo que subordina lasociedad (Marx & Engels, 1975, pp. 187-188).

    Estos tres elementos unidos forman la estructuraparadjica de la representacin populista bona-partista: la posicin por encima de las clases yla habilidad de moverse entre ellas involucra unadependencia directa del abyecto remanente detodas las clases ms la apelacin final a la clasede quienes son incapaces, en calidad de agentecolectivo, de exigir representacin poltica. Estaparadoja se basa en el exceso consustancial de larepresentacin sobre los representados. Al nivel dela ley, el poder estatal representa tan solo los inte-reses de sus sbditos: los sirve, se responsabilizade ellos y es en s mismo sujeto de su control. Sinembargo, al nivel del superego, el mensaje pblicode responsabilidad se complementa con el men-saje obsceno del ejercicio incondicional del poder:Las leyes no me atan realmente, puedo hacer loque me plazca, puedo tratarte como culpable sias lo decido, puedo destruirte a mi voluntad. Esteexceso obsceno es un componente necesario delconcepto de soberana. La asimetra es estructural:la ley solo puede sostener su autoridad si los sb-ditos escuchan en esta el eco de la autoafirmacinobscena e incondicional del poder.

    Este exceso de poder nos conduce al ltimo argu-mento en contra de las grandes intervencionespolticas que propenden por la transformacinglobal: las experiencias terrorficas del siglo XX,una serie de catstrofes que precipit una funestaviolencia a una escala sin precedentes. De estascatstrofes existen tres teorizaciones principales.Primero, la visin tipificada por el nombre de Ha-bermas: la Ilustracin es en s misma un procesopositivo y emancipador carente de un potencialtotalitario inherente; las catstrofes que hanocurrido indican tan solo que existe un proyectoinconcluso y nuestra tarea debera ser la de llevar este proyecto a su trmino. Segundo, la perspec-tiva asociada con la Dialctica de la Ilustracin de

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    Adorno y Horkheimer, y al presente con Agamben.La inclinacin totalitaria de la Ilustracin es in-herente y concluyente, el mundo administradoes su verdadera consecuencia, y los campos deconcentracin y los genocidios son una especiede conclusin teleolgica negativa de la historiatotal de Occidente. Tercero, la ptica desarrolla-da en las obras de Etienne Balibar, entre otros,segn la cual la modernidad ha abierto un campode nuevas libertades, pero a la vez de nuevospeligros, y no existe garanta teleolgica ulterior de su desenlace. El debate permanece abierto ypor ahora, irresoluto.

    El punto de partida del texto de Balibar (2002)

    sobre la violencia es la insuficiencia del conceptoparadigmtico hegeliano-marxista de convertiresta en un instrumento de la razn histrica,una fuerza que engendre una nueva formacinsocial. La brutalidad irracional de la violenciaes as aufgehoben 11, superada, en el estrictosentido hegeliano, reducida a un mancha par-ticular que contribuye a la armona universal delprogreso histrico. El siglo XX nos confront concatstrofes algunas dirigidas en contra de lasfuerzas polticas marxistas, otras originadas en

    el propio compromiso marxista que no puedenser racionalizadas de esta manera. Su instru-mentalizacin en herramientas de la astucia dela razn no solo es ticamente inaceptable sinoterica, ideolgicamente incorrecta, en el mspoderoso sentido del trmino. En su estrechalectura de Marx, Bilbar logra percibir, no obstante,una oscilacin entre esta teora teleolgica de laconversin de la violencia y un concepto muchoms interesante de historia como un procesoabierto de luchas antagnicas cuyo desenlace

    positivo no se haya garantizado por ningunanecesidad histrica todo incluyente.

    11 Aufgehoben , del verbo alemn aufheben que signi ca t rascender,elevar, abolir, es decir, conlleva signi cados contradictorios entre sque justi can su uso en la losofa de Hegel, quien dota a la palabrade la tensin dialctica entre aquello que perece pero deviene a lavez en otro ( nota del traductor ).

    Balibar aduce que, por razones estructurales ne-cesarias, el Marxismo es incapaz de reflexionar opensar sobre el exceso de violencia que no puedeincorporarse a la narracin del progreso histrico.Ms especficamente, es incapaz de proveer unateora adecuada del fascismo y el estalinismo y susdesenlaces extremos, shoah y gulag. Nuestratarea, por consiguiente, es doble: implica desple-gar una teora de la violencia histrica como algoque no puede ser instrumentalizado por ningnagente poltico, que amenaza con engolfar a esemismo agente en crculo vicioso autodestructivo;e introducir el interrogante de cmo transformar elproceso revolucionario en una fuerza civilizadora.Como ejemplo contrario tomemos el proceso quecondujo a la Masacre del Da de San Bartolom.El objetivo de Catalina de Mdicis era limitado ypreciso: la suya era una confabulacin maquia-vlica para asesinar al almirante de Coligny unpoderoso protestante que alentaba la guerra contraEspaa en los Pases Bajos y hacer recaer laculpa en la influyente familia catlica de Guise.De este modo busc precipitar la cada de las doscasas que suponan una amenaza a la unidaddel Estado francs. Pero su tentativa de enfrentar a sus dos enemigos degener en un frenes de

    sangre incontrolable. Su implacable pragmatismola cegaba para ver la pasin con que los hombresse aferran a sus creencias. Las agudas reflexio-nes de Hannah Arendt son cruciales para el casopuesto que enfatizan en la distincin entre elpoder poltico y el simple ejercicio de la violencia.Las organizaciones regidas por un poder apolticodirecto ejrcito, Iglesia, escuela representanejemplos de violencia (Gewalt) 12 mas no de poder poltico en el sentido estricto del trmino (Arendt,1970). En este punto, sin embargo, debemos re-

    cordar la diferencia entre la ley pblica y simblicay su obsceno complemento. La idea del doblecomplemento obsceno del poder implica que noexiste poder sin violencia. La esfera poltica noes jams pura, sino que involucra algn tipo de

    12 Del original en ingls. Gewalt es una palabra del alemn que sig -ni ca violencia ( nota del traductor ).

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    vinculacin con la violencia pre-poltica. La relacinentre poder poltico y violencia pre-poltica conlleva,por supuesto, implicaciones mutuas. No solo es laviolencia el complemento necesario del poder, sinoque el poder en s mismo est presente siempreen la raz de cualquier relacin de violencia enapariencia apoltica. La aceptacin de la violenciay la relacin directa de subordinacin al interior delejrcito, la Iglesia, la familia y otras formas socialesapolticas, constituyen en s mismas la concrecinde una lucha tico-poltica particular. La tarea delanlisis crtico consiste en discernir el procesopoltico oculto que sostiene todas estas relacionesapolticas o pre-polticas. En la sociedad humana,la poltica es el principio estructural general, demodo tal que cada intento por neutralizar algncontenido parcial como apoltico constituye ungesto poltico par excellence 13.

    LA PUREZA HUMANITARIA

    Es en este contexto que podemos ubicar la temticaen derechos humanos ms saliente: los derechosde quienes padecen hambre o estn expuestos ala violencia homicida. Rony Brauman, quien coor-din la ayuda para Sarajevo, ha demostrado que la

    sola presentacin de la crisis como humanitaria,y la reconfiguracin del conflicto poltico-militar entrminos humanitarios, se sustent en una eleccineminentemente poltica, en esencia, tomar partidopor los serbios en el conflicto. La celebracin de laintervencin humanitaria en Yugoslavia remplazel discurso poltico, segn argumenta Brauman,descalificando as por anticipado cualquier debateconflictivo (2004, pp. 398-399 y 416).

    A partir de esta percepcin particular podemos

    problematizar, en un nivel general, la poltica apa-rentemente despolitizada de los derechos humanosy plantearla como la ideologa del intervencionismomilitar que sirve finalidades poltico-econmicas.Segn ha sugerido Wendy Brown (2004, p. 453.)a propsito de Michael Ignatieff, tal humanitarismo

    13 Por excelencia.

    se presenta a s mismo como un asunto anti-poltico,una defensa pura del inocente e impotente en contra delpoder, una defensa pura del individuo en contra de lainmensa y potencialmente cruel o desptica maquinariade la cultura, el Estado, la guerra, el conflicto tnico, el

    tribalismo, el patriarcado y otras movilizaciones o inme-diaciones del poder colectivo en contra de los individuos.

    Sin embargo, la pregunta es: Qu tipo de politi-zacin, en contra de los poderes a que se oponen,movilizan aquellos quienes intervienen a favor delos derechos humanos? Estn del lado de unaformulacin distinta de la justicia, o se oponena los proyectos de justicia colectiva? Est claro,por ejemplo, que el derrocamiento de SaddamHussein, liderado por Estados Unidos y legitimadoen trminos de conclusin del padecimiento delpueblo iraqu, estuvo motivado no solo por inte-reses poltico-econmicos prcticos sino que sesustent en una idea particular de las condicionespolticas y econmicas bajo las cuales deba lle-varse la libertad al pueblo iraqu: el capitalismoliberal-democrtico, la insercin en la economade mercado mundial, etctera. El humanitarismopuro, la poltica apoltica de prevenir simplementeel sufrimiento, conllevan as una prohibicin impl-cita de elaborar un proyecto colectivo positivo detransformacin socio-poltica.

    En un plano an ms general, podemos problema -tizar la oposicin entre los derechos humanos uni-versales (pre-polticos) que posee el ser humanoen cuanto tal y los derechos particulares de unciudadano o miembro de una comunidad polticaespecfica. En este sentido, Balibar (2004, pp.320-321) se inclina por la reversin de la relacinhistrica y terica entre hombre y ciudadano

    argumentando que es la ciudadana la que haceal hombre y no el hombre a la ciudadana. Balibar alude aqu a la apreciacin de Arendt (1958, p.297) respecto de la condicin de los refugiados:

    La concepcin de los derechos humanos que descansasobre la supuesta existencia de un ser humano comotal, se derrumb en el instante mismo cuando aquellos

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    quienes proclamaban creer en ella enfrentaron, por vez primera, a personas que haban perdido todas lasdems cualidades y relaciones especficas, excepto sucondicin de humanos.

    Esta lnea conduce directamente, por supuesto,al concepto de homo sacer de Agamben, es decir,un ser humano reducido a la nuda vida. En unadialctica de lo universal y particular propiamentehegeliana, es justo cuando se priva a un ser huma-no de la identidad socio-poltica particular que dacuenta de su ciudadana especfica en un solo ymismo movimiento cuando deja de ser reconocidoo tratado como humano 14. Paradjicamente, soydespojado de derechos humanos en el momentomismo en que se me reduce a un ser humano engeneral. De este modo me convierto en el portador ideal de aquellos derechos humanos universalesque me pertenecen independientemente de miprofesin, sexo, nacionalidad, religin, identidadtnica, etctera.

    Qu sucede entonces con los derechos huma-nos cuando son los derechos del homo sacer , deaquellos excluidos de una comunidad poltica, esdecir, cuando son intiles porque son los derechosde quienes, justamente, carecen de derechos y sontratados cual inhumanos? Jacques Rancire pro-pone una inversin dialctica destacable: Cuandoson intiles, uno hace lo mismo que las personascaritativas con su ropa vieja: se la da a los pobres.

    Aquellos derechos que parecen intiles en su lugar,se envan al extranjero, junto con medicamentosy ropa, a gente privada de medicamentos, ropay derechos. Sin embargo, no se tornan vacuos,porque las denominaciones polticas ni los luga-res polticos jams logran volverse enteramentehueros. El vaco es ocupado, en vez, por algo oalguien distintos:

    si aquellos que padecen de inhumana represin son in-capaces de promulgar los derechos humanos que cons-tituyen su ltimo recurso, entonces algn otro deberheredarlos para esgrimirlos en su lugar. Esto es lo que se

    14 See (vase) Agamben, G. (1998). Homo sac er. Stanford.

    denomina el derecho a la interferencia humanitaria, elderecho que asumen algunas naciones para el supuestobeneficio de poblaciones victimizadas y, frecuentemente,en contra del consejo de las propias organizacioneshumanitarias. El derecho a la interferencia humanitaria

    puede describirse como una especie de devolucin alremitente: los derechos inutilizados que han sido envia-dos a quienes carecen de derechos son devueltos a susremitentes (Rancire, 2004, pp. 307-309).

    As, para expresarlo en trminos leninistas, lo quelos derechos humanos de las sufrientes vctimasdel Tercer Mundo significan realmente hoy, enel discurso predominante, es el derecho de lospoderes occidentales, en el nombre de la defensade los derechos humanos, de intervenir, poltica,econmica, cultural y militarmente en los pases

    del Tercer Mundo de su eleccin. La referencia ala frmula de comunicacin de Lacan (en la queel remitente recibe de vuelta su propio mensaje departe del receptor en su forma invertida, es decir,verdadera) aplica grandemente al presente caso.En el discurso reinante del intervencionismo hu-manitario, el mundo desarrollado est recibiendo,de parte del Tercer Mundo discriminado, su propiomensaje en su forma verdadera.

    En el momento en que los derechos humanos sondespolitizados de esta guisa, el discurso que tratade ellos debe cambiar: la oposicin pre-polticaentre el Bien y el Mal debe movilizarse de maneradistinta. El nuevo imperio de la tica del presen-te, claramente invocado, por ejemplo, en la obrade Ignatieff, descansa en un gesto violento dedespolitizacin que priva al otro discriminado decualquier subjetivizacin poltica. Y, segn sealaRancire, el humanitarismo liberal a lo Ignatieff enfrenta inesperadamente la postura radical deFoucault o Agamben respecto de esta despolitiza-cin y su concepto de biopoltica, como culmendel pensamiento occidental, termina apresado enuna especie de trampa ontolgica en la cual loscampos de concentracin aparecen como destinoontolgico: cada uno de nosotros estara en lasituacin del refugiado en un campo. Cualquier diferencia entre democracia y totalitarismo se

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    desvanece y cualquier prctica poltica demuestraestar ya cautiva en la trampa biopoltica (Rancire,2004, p. 301).

    De este modo arribamos a una postura anti-esencialista convencional, una especie de versinpoltica de la idea foucaultiana del sexo comogeneracin de las mltiples prcticas sexuales. Elhombre, el portador de los derechos humanos,es obra de una serie de prcticas polticas que ma -terializan la ciudadana; como tales, los derechoshumanos constituyen una universalidad ideolgicafalsa que enmascara y legitima una poltica concre-ta del imperialismo, las intervenciones militares yel neocolonialismo de Occidente. Es esto empero

    suficiente?

    EL RETORNO DE LA UNIVERSALIDAD

    La interpretacin sintomtica marxista permiteevidenciar, de modo convincente, los contenidosque dan al concepto de derechos humanos suparticular giro ideolgico burgus: los derechoshumanos universales son, de hecho, el derecho delos propietarios blancos varones de intercambiar

    libremente en el mercado, explotar a los traba- jadores y a las mujeres y ejercer la dominacinpoltica. Esta identificacin del contenido particular que hegemoniza la forma universal es, no obstan-te, apenas una parte de la historia. Su otra partecrucial consiste en introducir una pregunta com-plementaria ms difcil: aquella que se relacionacon la aparicin de la forma de universalidad ens misma. Cmo en qu condiciones histricasespecficas logra la universalidad abstracta con-vertirse en un hecho de la vida (social)? En qu

    condiciones se sienten los individuos sujetos de losderechos humanos universales? Es precisamenteen esto donde reside el meollo del anlisis de Marxdel fetichismo de la mercanca: en una sociedaden la que predomina el intercambio mercantil, losindividuos se relacionan diariamente consigo mis-mos, y con los objetos que se encuentran, cual si

    fuesen encarnaciones contingentes de nocionesuniversales abstractas. Lo que soy, en trminosde mis antecedentes sociales o culturales, se ex-perimenta como contingente puesto que aquelloque en ltimas me define es la capacidad universalabstracta de pensar o trabajar. De igual modo,cualquier objeto que pueda satisfacer mi deseo seexperimenta como contingente porque mi deseoes concebido a manera de una capacidad formalabstracta, insensible a la multitud de objetosparticulares que podran saciar aqul, mas nuncalo logran por completo.

    O tomemos el ejemplo de la profesin. La nocinmoderna de profesin implica que me asumo comoun individuo que no ha nacido directamente en surol social. Lo que sea de m depender de la inte -raccin entre circunstancias sociales contingentesy mi libre eleccin. En este sentido, el individuoactual tiene una profesin, de electricista, camareroo conferencista, mientras que carece de sentidoafirmar que el siervo medieval era un campesinopor profesin. En las particulares condiciones so-ciales del intercambio de mercancas y la economade mercado global, la abstraccin se convierteen una caracterstica indudable de la vida social

    presente, la manera en que individuos concretosse comportan y relacionan con su destino y entornosocial. A este respecto, Marx comparte la proposi-cin hegeliana segn la cual la universalidad solosurge por s misma cuando los individuos cesande identificar el centro esencial de su ser con susituacin social en particular; solo hasta que sesientan desarticulados de ella para siempre. Laexistencia concreta de la universalidad es, enconsecuencia, el individuo sin un lugar adecuadoen la edificacin social. El modo de aparicin de la

    universalidad, su irrupcin en la vida real, entraaun acto en extremo violento de perturbacin delequilibrio orgnico precedente.

    No basta con aducir el manido argumento de Marxrelativo a la separacin entre la aparicin de laforma universal legal y los intereses particulares

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    en que esta se cimenta. En este nivel, la argumen-tacin contraria, esgrimida, entre otros autores, por Lefort y Rancire, de que la forma jams es puraforma sino que involucra dinmicas propias quedejan rastros en la materialidad de la vida social, esenteramente vlida. Fue precisamente la libertadformal burguesa la que puso en marcha las muymateriales demandas y prcticas polticas delfeminismo o el asociacionismo obrero. Rancireenfatiza bsicamente en la extrema ambigedad dela idea marxista de una brecha entre la democraciaformal los Derechos del Hombre, las libertadespolticas y la realidad econmica de explotacin ydominacin. Esta diferencia puede interpretarse ala manera sintomtica convencional: la democra -cia formal es una expresin necesaria ms ilusoriade una realidad social concreta de explotacin ydominacin de clase. Pero puede leerse, tambin,en el sentido ms subversivo de una tensin en lacual la apariencia de galibert no es mera apa-riencia sino una ficcin simblica que, como tal,posee una eficacia propia que le permite movilizar la rearticulacin de relaciones socioeconmicasreales a travs de su politizacin gradual. Por qu no se deba permitir a las mujeres votar tam-bin? Por qu no deberan elevarse asimismo

    las condiciones de trabajo a un asunto de interspblico?

    Deberamos aplicar aqu el viejo trmino, acuadopor Lvi-Strauss, de eficiencia simblica: la apa-riencia de galibert es una ficcin simblica queposee, como tal, una eficiencia real propia. Por tanto, es preciso resistirse a la cnica pero com-prensible tentacin de reducirla a una pura ilusinque encubre una realidad diferente. No basta tansolo con proponer una articulacin genuina de

    una experiencia de la vida y el mundo de la queluego se apropian nuevamente quienes detentanel poder a fin de servir sus intereses particulares oconvertir a sus sbditos en dciles eslabones de lamaquinaria social. El proceso opuesto resulta msinteresante en el sentido que algo que originalmen-te fue una estructura ideolgica impuesta por los

    colonizadores pasa sbitamente bajo el controlde sus sbditos como un medio para articular sus legtimas 15 reclamaciones. Un caso clsicosera el de la Virgen de Guadalupe en el Mxicorecientemente colonizado: tras su aparicin a unhumilde indio, el cristianismo, que hasta entonceshaba servido como herramienta de imposicinideolgica de los colonizadores espaoles, fueapropiado por la poblacin indgena como un mediopara simbolizar su atroz condicin.

    Rancire ha propuesto una muy elegante solucina la antimonia entre derechos humanos que per-tenecen al hombre como tal y la politizacin delos ciudadanos. Si bien los derechos no puedenpresentarse a la manera de un Ms All esencialis-ta y ahistrico respecto del mbito contingente delas luchas polticas, como derechos naturales delhombre de carcter universal y ajenos a la historia,tampoco deben descartarse cual si se trataran deun fetiche re-cosificado, el resultado de procesoshistricos particulares de la politizacin de losciudadanos. La brecha entre la universalidad delos derechos humanos y los derechos polticos delos ciudadanos no supone, por consiguiente, unabrecha entre la universalidad del hombre y una

    esfera poltica en particular sino que, por el con-trario, enajena a toda la comunidad de s misma(Rancire, 2004, p. 305). Lejos de ser pre-polticos,los derechos humanos universales sealan elmbito preciso de politizacin propiamente dichay pueden equipararse al derecho de universalidadcomo tal, al derecho de un agente poltico de afir-mar su disensin consigo mismo (en su identidadparticular), de asumirse como el supernumerarioo aquel quien carece de un lugar adecuado en laedificacin social y, por tanto, como un agente de

    universalidad de lo social en s. La paradoja es,por consiguiente, bien precisa, y proporcional ala paradoja de los derechos humanos universalescomo los derechos de aquellos quienes han sidoreducidos a la condicin de inhumanidad. En el

    15 O autnticas, no falseadas por el otro.

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    preciso momento en que intentamos concebir losderechos polticos de los ciudadanos sin referen-cia alguna a los derechos humanos universalesmeta-polticos, perdemos la poltica en s misma,es decir, la reducimos al juego pos-poltico denegociacin de intereses particulares.

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