San Ignacio de Loyola Mística de La Persecucion

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...............................................................................INTRODUCCIÓN  1

.....................................................................I. Íñigo y la Inquisición 

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..........................................................................En la universidad de Alcalá   2 

.....................................................................................Preso en Salamanca   3 

...............................................................Perseguido en la ciudad del Sena   4 

...........................................................................Nuevo proceso en Venecia   8 

II. Persecuciones contra la Compañía de Jesús en vida de su fun-................................................................................................dador  10

......................................................................................El proceso romano   10 

.....................................................Persecuciones en el colegio de Alcalá  

16 

..............................................................La persecución de Melchor Cano   18 

...........................................Persecución contra el libro de los Ejercicios   20 

......................................................................La persecución en Zaragoza   22 

............................................................................Tribulaciones en Francia   24 

..........................................................................La sangre de los mártires   26 

.......III. ¿Pidió san Ignacio persecuciones para la Compañía?  29

.................................................................Testimonios directos del santo.  29 

......................................................................................Conclusión  34

....................................................................Fuentes y Bibliografía  37

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 I. ÍÑIGO Y LA INQUISICIÓN

 Apenas comenzaba a organizar su vida de recién convertido, al regresode su peregrinación a Jerusalén, siente un ansia apremiante de "ayudar a losprójimos", de "ayudar a las almas" de comunicarles aquellas férvidasvivencias que él mismo había experimentado en los once meses de supermanencia en Manresa y que tan favorablemente habían transformado sualma. Comprendió que para ello era necesario estudiar. Terminaba unaprimera etapa: dos años de preparación básica en latín con el maestroJerónimo Ardévol en Barcelona, y aconsejado por un famoso doctor enteología, se dirige a la Universidad de Alcalá, la más moderna de España, de

corte renacentista y foco del más brillante humanismo. Pero,desgraciadamente, era también un hervidero de erasmistas y alumbradosque, con sus doctrinas ambiguas o erróneas, constituían una amenaza para laortodoxia y un motivo de creciente inquietud para la Inquisición.

En la universidad de Alcalá

En ese clima de recelo y desconfianza era obvio que la presencia de ungrupo de estudiantes foráneos, uniformados con una extraña vestimenta y

sobre los que pronto empezaron a circular sospechosos rumores, cayera en lamira de la Inquisición. Eran ellos: Íñigo de Loyola, con tres compañerosconquistados en Barcelona, Calixto de San  Juan de Arteaga y Lope deCáceres, con lo que pretendía iniciar una especie de vida apostólica, a los quese agregó en Alcalá un jovencito francés, Juan Raynalde, antiguo paje delvirrey de Navarra. Grupo de duración efímera, que no tiene otro interés, sinopor el papel -bien secundario por cierto- que juega en los procesosinquisitoriales de esta agitada época de los estudios de Íñigo en España.

Puesto que todos los biógrafos del santo lo narran en detalle no esnecesario repetir aquí todo lo que Íñigo hubo de sufrir por parte de aquelsanto tribunal en los procesos que le hicieron por considerar sospechosa suortodoxia: tres veces en Alcalá, otra en Salamanca, una más en París yfinalmente otra en Venecia.

Proceso que en los que siempre salió incólume e invariablementeterminaron con la más plena sentencia absolutoria y el reconocimiento de su

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más pura ortodoxia. Pero lo que interesa a nuestro propósito es el espíritu conque el inculpado sufrió estas persecuciones.

En los cuarenta y dos días que estuvo preso en las cárceles de laInquisición en Alcalá, entre las visitas que recibió el Viernes Santo de 1527,

una fue la de doña Teresa Enríquez de Cárdenas, mujer sumamentecaritativa e influyente, hija del almirante de Castilla, la cual le ofreció a Íñigosacarlo de allí. Pero él rehusó la ayuda, diciendo: "Aquel por cuyo amor entréaquí me sacará, si fuere servido de ello". (Aut. N.60)

Se puede observar la seguridad y franqueza con que el acusado seconduce en todos los interrogatorios, responde siempre directamente a todaslas preguntas, con sinceridad transparente, sin ocultar nada, sin vacilacionesni subterfugios, su compromiso es sólo con la verdad. Los jueces noencuentran en él ni en su doctrina nada censurable ni que pueda empañar lamás estricta ortodoxia. Al terminar el primer proceso complutense, los juecesdeciden que él y sus compañeros cambien la extraña vestimenta uniforme conla que, como principiantes en la virtud, pretendían manifestar su compromisocon Dios. Íñigo acepta por ser una determinación que viene de la autoridadcompetente, pero pregunta sobre lo esencial: "Mas no sé qué provecho -dice-hacen estas inquisiciones: que a uno tal no le quiso dar un sacerdote el otrodía el sacramento porque comulga cada ocho días, y a mí me hacíandificultad. Nosotros queríamos saber si nos han hallado alguna herejía". "No,-respondió el vicario- que si la hallaran os quemaran". A lo que Íñigo replicó

de inmediato con una lógica contundente: "También os quemarán a vos si oshallaran herejía" (Aut. 59). Según el testimonio del Polanco, a las palabras deÍñigo, el Vicario Figueroa, con honradez castellana asintió diciendo: "Es así"

Preso en Salamanca

Meses más tarde nuevamente preso por la Inquisición en Salamancarecibió la visita de un joven estudiante de derecho, llamado FranciscoMendoza y Bobadilla que, compadecido de la situación del prisionero le

preguntó, cómo se sentía en la cárcel y si le pesaba estar preso. La respuestade Íñigo debió de sorprenderle: "Yo responderé lo que le respondí hoy a unaseñora que decía palabras de compasión por verme preso. Yo le dije: en estomostráis que no deseáis de estar presa por amor de Dios. Pues ¿tanto mal osparece que es la prisión? Pues yo os digo que no hay tantos grillos ni cadenasen Salamanca que yo no deseo más por amor de Dios". (ib.n. 69)

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Tan impresionado debió quedar aquel joven con tan generosa respuestaque cuando muchos años después, llegó a ser nada menos que el CardenalMendoza y Bobadilla, arzobispo de Burgos, movido por este recuerdo fue buenamigo de Ignacio y bienhechor de la Compañía de Jesús. Que las palabras deÍñigo fueran sinceras lo demostró el hecho de que pudiendo haberse evadidode la prisión, como lo hicieron todos los demás presos una noche que faltó lavigilancia, sólo Íñigo y sus dos compañeros permanecieron voluntariamenteen la cárcel.

De todo este período, cuando pensaba lo que iba a hacer en el futuro,recuerda el santo en sus memorias que: "Dios le daba gran confianza quesufriría bien todas las afrentas e injurias que le hiciesen". (Aut. 71)

Como se puede ver los sentimientos que dominaban su alma en medio delas más fuertes persecuciones fueron la confianza en Dios, un apasionadoamor a Jesucristo que no le permite desistir de su intento a pesar de los másgrandes obstáculos y amenazas. Y , como hemos señalado, también lasinceridad meridiana con que respondió a todos los interrogatorios y lalibertad de espíritu que conservó a lo largo de todos los procesos.

Perseguido en la ciudad del Sena

Del proceso salamantino Íñigo saldría absuelto y reconocida suortodoxia, pero con limitaciones para su propósito de "ayudar a las almas"hasta que hubiera estudiado cuatro años. Ante esta perspectiva se determinóa trasladarse a la Universidad de París para "poderse dar más plenamente alestudio,... teniendo también por principal intención el coger gente de aquellauniversidad si Dios N.S. fuese servido de mover algunos en cuya compañía élinsistiese en el servicio divino, en el modo que juzgaba sería más convenientea él" (F.N. I,p. 177). Así es como en el rigor del invierno "se partió para Paríssólo y a pie" (Aut. n. 73).

Sería una mañana helada del mes de febrero de 1528 cuando llegaba a la

ciudad del Sena aquel estudiante de 36 años, pobre y desconocido, pero quehabría de dejar su huella tan profundamente grabada en la historia.  Yallevaba cerca de un año en París cuando en las vacaciones de 1529 Ignacio(como empezó a llamarse desde entonces), que solía darse a conversacionesespirituales con algunos estudiantes, les dio los Ejercicios a tres de ellos:Juan de Castro, Pedro Peralta y Amador de Elduayen. Aquella experienciaespiritual transformó sus vidas. Su decisión de vivir el evangelio fue radical

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en los jóvenes, dieron a los pobres cuanto tenían y se fueron a vivir a unhospital de indigentes.

En realidad se trataba de una decisión personal de cada uno de ellos,concerniente a su vida privada sin perjuicio de nadie. Pero toda reivindicación

de valores cuando se encarnan en una vida tiene siempre una repercusiónsocial. Es la fuerza del testimonio que, inevitablemente, provoca reacciones,favorables en quienes lo comparten y adversas en quienes se sientenacusados por el testimonio. Vivir el Evangelio en toda su autenticidad esconvertirse en signo de contradicción.

Dado que dos de estos estudiantes, Castro y Peralta eran alumnos quegozaban de un alto prestigio en el medio universitario, otros estudiantesespañoles, indignados por el cambio de vida de estos dos compañeros suyos,acudieron furiosos para persuadirlos a que no se dejaran seducir por Ignacioy a que renunciaran a tan demencial aventura. Y, cuando sus discursosvehementes se revelaron ineficaces, recurrieron a métodos violentos hastaque, con la fuerza de las armas, los obligaron a abandonar el hospital y aprometer que desistirían de su propósito mientras no hubieran acabado susestudios. No es necesario decir que toda la fuerza de su ira se descargó endenuestos e improperios contra Ignacio al que consideraban causante deaquella intolerable insania.

Pero el tercer estudiante, Amador, era alumno del colegio de santa

Bárbara y como por aquellos días regresó el rector, Diego de Gouveia, ausentelargo tiempo por una encomienda del rey de Portugal, al enterarse de losucedido se sintió seriamente contrariado. Concluyó que Ignacio "había vueltoloco" a su súbdito y, por lo mismo, se determinó a que la primera vez que esteseductor viniera por el colegio le aplicaría "una sala", o sea, el castigo máshumillante que se acostumbraba en aquella institución y que consistía enazotar públicamente en sesión solemne a los alumnos que hubierantransgredido gravemente el reglamento del colegio.

Ribadeneira que, sin duda lo sabría por confidencia del santo, narra así

este dramático episodio: el doctor Gouveia "manda que en viniendo Ignacio alcolegio, se cierren las puertas de él, y a campana tañida se junten todos y leechen mano y se aparejen las varas con que le han de azotar. No se pudotomar esta resolución tan secretamente, que no llegase a oídos de algunosamigos..., los cuales le avisaron que se guardase. Mas él, lleno de regocijo, noquiso perder tan buena ocasión de padecer y, venciéndose, triunfar de símismo. Y así, sin perder punto, se fue al colegio... Sintió bien que rehusaba su

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carne y que perdía el color y que temblaba... " (Vida del P. Ignacio, lib. II, cap.3)

Ese temor que a cualquier ser humano lo hace estremecerse ante lainminencia del infame y cruel castigo, para Ignacio era una invitación a sufrir

por Cristo, evadirla hubiera sido para él una infidelidad, fuente de amargoremordimiento, por lo cual se presentó en el colegio. "Ciérrenle las puertasestando dentro, -continúa Ribadeneira hacen señal con la campana, acudentodos los condiscípulos, vienen los maestros con sus manojos de varas... Fueen aquella hora combatido el ánimo de nuestro B. Padre de dos espíritus...Bueno es para mí, decía, el padecer, mas ¿qué será de los que ahoracomienzan a entrar por la estrecha senda de la virtud? ¿Cuántos con estaocasión tornarán atrás del camino del cielo?... Se va al doctor Gouveia, queaún no había salido de su aposento, y declárale todo su ánimo y

determinación, diciéndole que ninguna cosa en esta vida le podía venir másdulce y sabrosa que ser azotado y afrentado por Cristo..., mas que temía laflaqueza de los principiantes, que eran aún pequeñuelos y tiernos, y que lomirase bien, porque le hacía saber que él, de sí, ninguna pena tenía, sino delos tales era toda su pena y cuidado" (ib) .

Para todos debió ser sorpresivo el desenlace de este drama: "Sin dejarlehablar más palabra -narra el mismo biógrafo- tómale de la mano el doctorGouveia, llévale a la pieza donde los maestros y discípulos lo estabanesperando, y súbitamente puesto allí -con admiración y espanto de los

presentes-, se arroja a los pies de Ignacio y, derramando de sus ojosafectuosas lágrimas, le pide perdón, confesando de sí que había dado oídos aquien no debía. Y diciendo a voces que aquel hombre era un santo, pues notenía cuenta con su dolor y afrenta, sino con el provecho de los prójimos yhonra de Dios".

Difícilmente encontraremos otro episodio en la vida del santo que reflejemejor lo que él sentía de la persecución, la suya es una actitud queejemplifica lo que él mismo pide en los coloquios del reino y de las dosbanderas en el libro de los Ejercicios, donde pide gracia: "para que yo sea

recibido debajo de su bandera, primero en suma pobreza espiritual y si sudivina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir, no menos enpobreza actual; segundo, en pasar oprobios e injurias por imitarle más enellas, con tal de que las pueda pasar sin pecado de ninguna persona y sindesagradar a su divina Majestad" (EE. 147).

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Pero no terminaban con esto las tribulaciones de Ignacio, porque elDoctor Pedro Ortiz, que tenía encomendado a sí a su parienta Peralta,enojado por lo sucedido, acudió al Inquisidor para acusar como seductor, y portanto sospechoso de herejía, al que consideraba responsable del cambioocurrido en su encomendado. No era Ignacio el hombre pasivo, ni amigo desoluciones a medias. Al regresar de Rouen a donde lo había llevado un motivode heroica caridad que narran sus biógrafos, se enteró de que se habíanlevantado grandes rumores acerca de él, y que el Inquisidor lo había hechollamar: "Más él no quiso esperar, y se fue al Inquisidor diciéndole que habíaoído que lo buscaba; que estaba dispuesto a todo lo que quisiese (esteInquisidor se llamaba maestro Orí, fraile de santo Domingo), pero que lerogaba que lo despachase pronto porque tenía intención de entrar por sanRemigio de aquel año en el curso de artes; que deseaba que esto pasase antes,para poder mejor atender a sus estudios. Pero el Inquisidor no le volvió a

llamar, sino sólo le dijo que era verdad que le había hablado de sus cosas,etcétera." (Aut. n. 81).

De hecho el maestro Orí, hombre juicioso y gran conocedor del medio,sabía dónde estaban en aquellos agitados momentos los verdaderos peligrospara la ortodoxia. Convencido de que Ignacio era inocente nunca llegó aconvocarlo. Pero las corrientes luteranas por una parte y las erasmistas porotra iban ganando adeptos y fomentaban entre la población universitaria unambiente tenso y polémico.

 Algunos años después, cuando Ignacio estaba a punto de partir de Paríspara España el año 1535, no faltó quien lo acusara ante el Inquisidor, quepara esa fecha era fray Valentín Lievin, O.P., dando como razón que en ellibro de los Ejercicios Espirituales se ocultaban doctrinas heréticas osospechosas. A Ignacio siempre le gustó moverse a la luz del día, tan prontocomo supo lo de la acusación se presentó ante el Inquisidor que dijo no tenernada serio contra él, pero manifestó su deseo de conocer el libro de losEjercicios. Una vez leído no tuvo para el libro sino alabanzas y pidió que ledieran una copia. Fue cumplido su deseo, pero Ignacio no se dio porsatisfecho. Insistió ante el Inquisidor para que siguiese adelante en el procesohasta obtener sentencia. El Maestro Lievin no lo veía necesario y se resistía,pero Ignacio no tardó en presentarse en su casa acompañado de un notario ycon testigos para que se tomara fe de todo ello.

Finalmente, al cabo de siete años de permanencia en París, acreditadossus estudios teológicos con el diploma de maestro en arte por la Sorbona y,sobre todo, acreditada su ortodoxia ante notario, después de tantas

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vicisitudes partía Ignacio hacia España en la primavera de 1535. Suscompañeros, con los que algún día daría comienzo a la Compañía de Jesús,los mismos con los que el 15 de agosto del año anterior había hecho el voto deMontmartre, se reunirían con él en Venecia al año siguiente con el propósitode hacer juntos el viaje a Jerusalén.

Nuevo proceso en Venecia

Durante su estancia en Venecia el año 1536, en espera de suscompañeros, Ignacio aprovechó el tiempo dando Ejercicios. Entre los que sebeneficiaron de su ayuda se cuentan los dos hermanos navarros Esteban yDiego Eguía, que años después entrarían en la Compañía de Jesús; el nobleclérigo veneciano Pedro Contarini; y el Doctor Gaspar de Dottis, vicario delLegado apostólico.

No pasó desapercibida la actividad de Ignacio lo que provocó que gentesmalévolas lo acusaran ante la Inquisición como sospechoso de herejía,fugitivo del mismo tribunal primero en España y luego en Francia.

Dado que los planes de Ignacio en aquellos momentos era pasar a Romay presentarse ante las autoridades en demanda de favores y aprobaciones, laacusación no podía resultar más inoportuna. Entre los acusadores estaba elsacerdote toledano Antonio Arias, bachiller en teología en París, el fin quetuvo este pobre hombre demuestra que sus facultades posiblemente yaentonces estuvieran perturbadas.

En aquel apurado trance Ignacio acudió con la mayor honradez al doctorde Dottis para solicitar que se le instruyera un proceso judicial con el fin deque constara públicamente su buena fama. Se inició el proceso y, tras unalarga y minuciosa investigación e interrogatorios a testigos, oída laautodefensa del acusado, el 13 de octubre de 1537 se dictó sentencia deabsolución en los términos más laudatorios, como se puede ver por lassiguientes frases: "Nos, Gaspar, doctor canónico, protonotario... por todo lo

que vimos y diligentemente investigamos, que haya podido mover nuestramente y a todo el que juzgue con sano juicio, dictaminamos que el susodichoP. Ignacio de Loyola debe ser absuelto y declarado inocente de todas y de cadauna de las murmuraciones frívolas, vanas y falsas, que han sido presentadasa nuestro tribunal, y por las presentes letras lo absolvemos como a inocente,imponiendo silencio -como en efecto lo imponemos- a todos y a cada uno decuantos han intervenido en este proceso, al par que declaramos que el ya

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nombrado P. Ignacio ha sido y es sacerdote de buena y religiosa vida ydoctrina sacra, como también de óptima vida y costumbres, el cual en estaciudad de Venecia nos ha dado hasta el día de hoy buenos ejemplos de vida yde doctrina. Así lo afirmamos, pronunciamos, sentenciamos, absolvemos ydeclaramos del mejor modo que podemos y debemos. Laus Deo" (Font. Docum.535-537).

Nada mejor le pudo suceder a Ignacio en aquellos momentos, porque conmotivo de la malévola acusación, la Providencia lo hizo acreditar de formainesperada con el más autorizado testimonio de su inocencia personal y de larectitud de su doctrina, con el que pudiera presentarse seguro ante lasautoridades romanas. A través de la persecución hablaba la Providencia.

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II. PERSECUCIONES CONTRA LA COMPAÑÍA DEJESÚS EN VIDA DE SU FUNDADOR

 A medida que iba extendiéndose por diversas partes del mundo, ya envida de su santo fundador, abundaron las persecuciones contra la nacienteCompañía de Jesús. A los ojos de Ignacio, que todo lo contemplaba comovenido de la mano de Dios, no se le pudo ocultar el sentido providencial detan dolorosos acontecimientos. Y, a través de los consejos que con este motivodaba a sus hijos y de las estrategias que les dictaba, hoy podemos conocercuál era el valor religioso que él mismo descubría en la persecución.

La primera persecución tuvo lugar en Roma cuando el grupo de maestrosparisienses ligados por el voto de Montmartre se aprestaba a dar forma a loque finalmente sería la Compañía de Jesús. Esa primera persecución tuvoparticular importancia, tanto por el momento crítico en que ocurre, comoporque tuvo como principal protagonista al mismo san Ignacio.

Concluido el proceso romano siguieron algunas otras en diversos países.Puesto que la relatan con detalle los historiadores, nosotros laspresentaremos solamente en cuanto nos permitan conocer la mente del santo

fundador al respecto. Ignacio las iba siguiendo de lejos con lentitud queimponían los medios disponibles en su época, pero al pronunciarse sobre ellasnos deja ver la sobrenatural clarividencia con que las contemplaba y cómoveía en ellas la voluntad divina que por caminos tan misteriosos se lemanifestaba.

El proceso romano

En la primavera de 1538 fueron llegando a Roma, Ignacio y los demás

compañeros, con los que fundaría la Compañía de Jesús: Francisco Javier, elsaboyano Pedro Fabro; Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla,españoles; Simón Rodríguez, portugués; otro saboyano, Claudio Jayo; unprovenzal; Juan Coduri y finalmente Pascasio Broet, del norte de Francia.

Es de advertir que aunque todavía tardaría dos años en constituirse enOrden religiosa, ya se comenzaron ellos mismos a llamar "Compañía de

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Jesús". Nos lo narra así Polanco: " Y tomóse este nombre antes que llegasen aRoma; que tratando entre sí cómo se llamarían a quien les pidiese quécongregación era esta suya, que era de 9 ó 10 personas, comenzaron a darse ala oración, y pensar qué nombre sería más conveniente. Y, visto que no teníancabeza ninguna entre sí, ni otro propósito sino a Jesucristo, a quien sólodeseaban servir, parecióles que tomasen nombre del que tenían por cabeza,diciéndose Compañía de Jesús".

Los primeros meses de la vida del grupo de "amigos en el Señor" sedesarrollaba tranquilamente, Fabro y Laínez comenzaron a enseñar en laUniversidad de la Sapiencia, Ignacio daba ejercicios y los demás se ocupaban"durante el día en predicar por iglesias y plazas, pidiendo limosna por laciudad". Además cuatro de ellos, invitados por el Sumo Pontífice, Paulo III,disputaron de materias teológicas ante su Santidad, "el cual con mucho

agrado los veía y los oía" (Bobadilla Monum. 616-617).  Aquellas actividadesapostólicas desempeñadas con tanto celo por hombres acreditados con gradosacadémicos de la universidad de París que lo mismo oían confesiones queenseñaban la doctrina cristiana a los niños, disputaban de materiasteológicas ante el Pontífice o predicaban en plazas e iglesias en toda época delaño, debió causar una enorme impresión en los ambientes romanos. Téngaseen cuenta que en aquella época no era costumbre en Roma predicar, sino enadviento y cuaresma.

Cuando por aquellos días le manifestaron al Santo Padre su deseo de ir a

Jerusalén, y si esto no fuese posible ponerse enteramente a las órdenes del Vicario de Cristo, el anciano Papa les preguntó por qué tanta insistencia en ira Jerusalén: "Buena Jerusalén es Italia -les dijo- para hacer fruto en laIglesia de Dios". En realidad las posibilidades de ir a Jerusalén eran cada vezmás remotas. Desde aquel momento "todos se pusieron a pensar en fundaruna orden, pues hasta entonces lo que tenían en el corazón y en la boca eracumplir el voto de ir a Jerusalén " (Bobadilla Monum. 616-617). Hasta aquelmomento, desde su llegada a Roma, todo era fervor, optimismo y entusiasmoapostólico. Pero de repente como un rayo en el cielo sereno, se desencadenó"la más recia contradicción que jamás hayamos pasado en nuestra vida",como escribió Ignacio en carta a su antigua bienhechora barcelonesa IsabelRoser (F.N.I., p.7). Para entonces ya el santo tenía experiencia de lo que erala persecución. Cuál fuera su estado de ánimo en estos momentos se deducede esa frase, y del resto de la carta que continúa así: "No quiero decir que noshayan vejado en nuestras personas, ni llamándonos a juicio, ni de otramanera: mas habiendo rumor en el pueblo, y poniéndonos nombres inauditos[herejes luteranos, etcétera] nos hacía ser sospechosos y odiosos a las gentes,

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causando mucho escándalo; de manera que nos fue forzoso presentarnos anteel legado y el gobernador de esta ciudad por el mucho escándalo que se dabaen muchas personas" (ib.). El Papa había ido entonces a Niza con el propósitode concertar una paz firme y estable entre Francia y el emperador Carlos V.

Las fuentes son unánimes en señalar como origen de esta persecución loocurrido con ocasión de los sermones que, con gran concurrencia de gente, enaquella cuaresma predicaba en Roma el agustino piamontés AgustínMainardi, elocuente orador, pero que dejaba destilar sutilmente en sussermones el veneno de las doctrinas luteranas. Dos años más tarde se hizomanifiestamente luterano, fundó una comunidad reformada en la Valtellina ymurió en 1563.

Sucedió que, movidos por la fama del predicador que conmovía a todaRoma, acudieron a oír sus sermones también Fabro y Laínez, los cuales, aldarse cuenta de la sutileza con que el predicador piamontés inoculaba en susoyentes las doctrinas luteranas, hablaron con él para hacerlo caer en lacuenta de la gravedad de sus errores y disuadirlo de seguir desorientando alos fieles. No consiguieron nada. Por lo que no les quedó otro remedio querefutarlo luego en sus propias prédicas, y de exponer la verdadera doctrinapara que los fieles no incurrieran en engaño. Como es fácil suponer, estomolestó notablemente a los fanáticos partidarios de Mainardi, entre los quese encontraban tres opulentos y poderosos españoles que, instigados por elnavarro Miguel de Landívar, de antecedentes poco recomendables como

veremos, le declararon la guerra al grupo ignaciano diciendo de ellos quevenían huyendo de las hogueras de la inquisición de España, Francia y Venecia, perseguidos por las autoridades eclesiásticas por errores doctrinales.

Estos personajes, como los nombran testimonios de la época, fueron:Francisco Mudarra, que dirigía sus acerados ataques personalmente contrasan Ignacio, fue "el mayor contradictor que tuvo la Compañía al principio",dice en su Memorial González de Cámara (F.N. 1., p. 708-709), un talBarreda amigo de Mudarra, el doctor Mateo Pascual, "el noble magníficoPedro de Castilla" que en un tiempo desempeñó importantes cargos en la

Iglesia y el ya citado Miguel Landívar, de carácter inestable y voluble, que,según san Ignacio, fue el que comenzó la campaña de denigración (FN II, p.441, nota 5). Este último, siendo estudiante en París, fue fámulo de FranciscoJavier. Contrariado por el cambio que, por influencia de Ignacio, se habíaoperado en su patrón intentó asesinar a Ignacio. Cuando subía las escalerasdel apartamento del santo, oyó una voz que decía: "¡Pobre de ti! ¿Qué quiereshacer?". Sacudido por un súbito terror al escuchar la voz, desistió de su

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propósito. (Ribadeneira, De Actis N.P.I., FN. II, p. 332, cfr. ib. nota 22).Posteriormente quiso unirse al grupo en Venecia, pero pronto vieron que eranecesario alejarlo. No obstante, por haber conocido al grupo ignaciano y, estarenterado de las vicisitudes por las que había pasado Ignacio antes de llegar aRoma, era un válido instrumento al servicio de los calumniadores. Todacalumnia empaña la fama del acusado, por lo menos siembra la duda de suhonorabilidad e inocencia, hasta que se descubre su falsedad. Es natural queal esparcirse los rumores contra el grupo ignaciano, la gente del pueblocomenzara a desconfiar de aquellos que al principio había tenido por santos,pero tal vez no fueran sino hipócritas impostores. Miguel Landívar llegó apresentar su acusación judicial contra ellos ante el gobernador de Roma,Benedetto Conversini.

Ignacio no se intimidó por ello, sino que, conforme a su costumbre, antes

de ser llamado acudió ante el gobernador y le presentó una carta sumamenteelogiosa para el mismo Ignacio que el propio Landívar le había escrito pocosmeses antes. Esto puso en guardia a Conversini sobre la índole de este sujeto,y cuando descubrió que sus acusaciones eran totalmente infundadas loexpulsó de Roma. Al saberlo Mudarra y sus compañeros, pusieron en juegosus poderosas influencias para evitar ser convocados ante el gobernador. Todofue en vano, porque Ignacio y los suyos no estuvieron pasivos y exigieron quese les instruyera un formal proceso.

Para conocer la mente de san Ignacio respecto al modo de proceder en el

caso de calumniosas persecuciones, es importante conocer lo que Ribadeneiranarra respecto al proceso romano: "En todas las persecuciones y prisiones quepadeció cuando andaba solo, nunca quiso tomar abogado, ni hombre quehablase por él , aunque se le ofrecían muchos, poniendo toda su esperanza en

 Aquel por quien padecía; pero (una vez que hubo) juntado los compañeros,siempre que se atravesaba una contradicción de importancia, quiso que seaveriguase por tela de juicio. Así vemos que, en la primera persecución quetuvieron en Roma, atizada por Mudarra, Pedro de Castilla y Cabrera(Barrera), y aquel maestro Miguel de que arriba se hizo mención, se pusonuestro Padre muy de veras a querer que se averiguase la verdad, y hablósobre ello al Papa Paulo III" (De Actis PN. Ignatii, FN. II, p. 373).

No les quedó a los calumniadores otro remedio que comparecer, peroviendo perdido el caso, astutamente cambiaron su actitud: se prodigaron enalabanza de Ignacio y de sus compañeros, diciendo que habían estado malinformados. Con esto pretendían que se echara tierra al asunto y no sevolviera a hablar de ello. Algunos como el mismo gobernador, el legado y

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algunos amigos incondicionales de Ignacio como el doctor Ortiz, estaban deacuerdo. Pero Ignacio, convencido de que el silencio no borra la infamia, semantuvo firme y exigió una formal sentencia de absolución. No era posibledejar que tales calumnias arrojaran la menor sombra sobre su fama y la delos suyos. No se trataba sólo de ofensas personales que él hubiera podidosoportar en silencio y con humildad, sino que era necesario evitar el daño quese les estaba siguiendo a cuantos habían confiado en ellos y que tras lacalumnia se les habían alejado. Por el bien de las almas era necesario hacerque constara públicamente la verdad.

Pero había además otra razón no menos válida. Es cierto que aún habíade pasar más de un año antes de que se elaborase la Fórmula del Instituto dela Compañía. Pero ya desde su llegada a Roma, y aun antes, Ignacio y suscompañeros habían decidido permanecer unidos para formar un grupo

apostólico. Durante el año que llevaban en Roma, dispuestos a ponerse adisposición de Vicario de Cristo para ir a donde el Papa quisiera mandarlos,con el recurso a la oración iban percibiendo de manera cada vez más explícitael proyecto de la futura Compañía de Jesús. De hecho ya desde entonces,como hemos visto, habían decidido llamar al grupo con ese nombre. En estascircunstancias era absolutamente necesario que la fama y honorabilidad deeste grupo quedara completamente a salvo de toda sospecha.

Eso explica que Ribadeneira, que escribía algunos años después defundada la Compañía, al narrar este episodio hable como si la Compañía ya

hubiera estado fundada en el momento de ese proceso. Dice así: "Y pareciendoa todos los demás Padres que bastaba esta satisfacción, y que no pasase lacosa más adelante, sólo nuestro Padre no quiso, diciendo que en otro tiempoél no se preocupaba, porque lo que se decía tocaba solamente a él; pero ahoraque tocaba a toda la Compañía, tenía obligación de mirar por la honra de ella,pues era la de Dios; y que no era bien que se disimulase esto; porque después,andando el tiempo no se dijese que en el principio de la Compañía se habíadicho esto o aquello, y (que) con favor e industria se había solapado, pordonde se estorbaría con esta infamia el fruto que la Compañía podía obrar; yasí nunca paró nuestro Padre hasta que el cardenal de Nápoles (y Vicario deRoma, Vicente Carafa) a quien su Santidad había confiado el negocio, porsentencia declaró la inocencia de la Compañía, condenando a los contrarios,etcétera" (De Actis PN. Ignatii, FN. II, p. 373).

Por lo cual se decidió acudir personalmente al Pontífice que acababa deregresar de Niza el 24 de julio y, con el apoyo del cardenal Contarini,consiguió entrevistarse con el Papa en Frascati en septiembre. Durante una

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hora habló Ignacio al Pontífice en latín y comenzó explicándole todo lo quehabía pasado en sus pasadas vicisitudes con la Inquisición, y el curso de todoeste doloroso episodio romano y terminó pidiendo a su Santidad, lo que nosacaba de narrar Ribadeneira, que ordenase al gobernador cerrar el caso conuna sentencia, a lo que asintió benévolamente el Pontífice.

Fue providencial, como no dejan de consignarlo con asombro todas lasfuentes, que durante el proceso se encontrasen en Roma aquellos que habíanintervenido como jueces en los anteriores procesos de Alcalá, París y Venecia.Todos ellos, como consta por las actas del proceso, dieron testimoniossumamente laudatorios de Ignacio (FN. I, pp. 11 y 12).

Es de notar que todos estos testigos eran personajes de notable relieve:Don Juan Rodríguez de Figueroa, gozaba de la confianza del emperadorCarlos V y de Felipe II, había desempeñado los cargos de vicario de Alcalá ygobernador del Arzobispado de Toledo y llegó a ser presidente del Consejo deCastilla (1563-1565); el Doctor Mateo Ory, profesor de teología en París einquisidor general de Francia; Gaspar de Dottis, doctor en derecho canónico yauditor en Venecia del Nuncio Pontificio Jerónimo Verallo.

 A tan notables personajes hay que añadir los que el mismo Ignaciopresentó como testigos de descargo, ya fueran conocidos suyos o de alguno desus compañeros: el dominico senense Ambrosio Catarino, O.P., que tanbrillante actuación había de desarrollar como teólogo del Concilio de Trento;

Lattancio Tolomei, embajador de Siena; el doctor Pedro Ortiz, embajadorextraordinario de Carlos V ante la Santa Sede. Poco sabemos de los otros dostestigos presentados por Ignacio, el sacerdote de Amelia, Doimo Nasciio -queposteriormente fundó un colegio de la Compañía en su tierra- , y el doctorFernando Díez, natural de Carrión de los Condes.

Concluido el proceso se dictó la sentencia favorable a Ignacio y a lossuyos la cual lleva la fecha del 18 de noviembre de 1539. Sin duda que, al leerla sentencia Ignacio no pudo contener las lágrimas. Con el corazón rebosantede gozo daría gracias a Dios y se confirmaría en su confianza en Aquel que

por tan ásperos caminos iba guiando su vida. Ya desde entonces debióvislumbrar que la persecución, tan insistentemente repetida en su vida, y queanunciaba también continuarse en su obra, sería la parte de su herencia, lasuerte que les esperaba a los suyos por los futuros e inciertos caminos de lahistoria.

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Este caso es uno de los mejor documentados en la historiografíaignaciana, dice Dalmases, el cual publica en HSI vol. 38 (1969) pp. 443-452 eloriginal de los testimonios que se conservan en el Archivo del Estado enRoma.

Es interesante conocer también algo más de los acusadores y del fin quetuvieron. Miguel Landívar, como ya dijimos fue expulsado de Roma, noobstante que Ignacio intercedió por él. Mudarra era amigo de Mainardi, teníabuenas relaciones en los medios curiales de Roma y pertenecía al círculo deSantiago de los españoles; su fortuna cambió, no queremos decir que todossus males se deban a su conducta en el proceso contra Ignacio y los suyos,pero de él dice la Duquesa Eleanora de Toscana que fue "condenado dos vecespor luterano y otras tantas se ha escapado con vida (Tacchi-Venturi, II, 1 p.158). Finalmente fue quemado en efigie y confiscados sus bienes (F.N. I 373;

III, 222-223). Mateo Pascual, aragonés, había sido rector del colegio de sanIldefonso en Alcalá (1528-1529) y uno de los fundadores del colegio trilingüeen esa ciudad; simpatizó con los erasmianos; fue miembro de la comisión que

 juzgó el "Diálogo de la doctrina" de Juan de Valdés, sospechoso de debilidad,huye a Roma en donde se encontraba en 1530. Regresó a España y fue VicarioGeneral en Zaragoza.  Acusado de ciertas expresiones imprudentes sobre elpurgatorio fue encarcelado por la Inquisición en Toledo. Regresó a Roma y fuecuando tomó parte en la persecución contra Ignacio, murió en 1553. El "nobley magnífico señor Pedro de Castilla, escolástico compostelano". En 1539 fueelegido administrador de Santiago de los españoles; compañero de Mudarra.

Sospechoso de herejía, fue absuelto en 1549. Cuatro años después fuesometido a proceso regular, confeso y declarado culpable, fue condenado acárcel perpetua. Dice de él Ribadeneira que murió en brazos de P. Avellanedacuando los romanos quemaron Ripeta estando yo en Roma" (FN. III, p. 223).De Barrera o (Barreda) se sabe poco, "no fue hereje ni condenado por tal, sinoque murió católico en su cama, arrepentido de lo que había hecho engañadopor Mudarra" (ib).

Persecuciones en el colegio de Alcalá

Nadie hubiera podido pensar que cuando apenas comenzaba aestablecerse en España la Compañía de Jesús, aprobada y confirmada porbulas papales, encontraría en el arzobispado de Toledo, don Juan de Martínezde Silíceo, su más decidido adversario. Los historiadores le reconocen a estenotable personaje grandes dotes intelectuales y una virtuosa conducta. Peroera rígido y terco de carácter, apenas hubo persona en el arzobispado con la

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que no peleara, con el cabildo, con la Universidad Complutense y con los jesuitas.

Dado su carácter dominante y voluntarioso lo exasperaba el hecho de quelos jesuitas residentes en su diócesis estuvieran exentos de su jurisdicción. Es

de notar que la exención no es exclusiva de los jesuitas, es el estatuto jurídicocomún a todas las órdenes religiosas aprobadas. Pero a esto se agregaba elque, habiendo el arzobispo excluido de recibir las órdenes sagradas adescendientes de judíos, moros y herejes, le llegaban rumores -infundados porcierto- de que los jesuitas de Alcalá eran todos cristianos nuevos. Finalmenteesgrimía contra ellos los mismos argumentos con que los atacaba por aquellosdías en Salamanca el dominico Melchor Cano.

El hecho es que, sorpresivamente, en octubre de 1551, el CardenalMartínez Silíceo publicó dos edictos que conmovieron a la ciudad: por elprimero se retiraban las licencias a todos los sacerdotes que hubieran hechoEjercicios y, por el segundo, se les prohibía terminantemente a todos los

 jesuitas los ministerios de la predicación y la administración de sacramentos,incluso el celebrar la Eucaristía en todo el territorio de la diócesis. Y, por sifuera poco, al clérigo que le permitiera a un jesuita celebrar en su iglesia o lefacilitase ornamentos para ello, incurría en excomunión y se le imponía unamulta de cinco mil maravedís de multa.

 Al ser informado san Ignacio de lo que estaba ocurriendo en España,

cuenta Ribadeneira que con un rostro muy sereno y alegre le dijo: "que teníapor muy buena para la Compañía aquella persecución , pues era sin culpa deella, y que era señal evidente que se quería servir mucho de la Compañía deToledo, porque en todas partes había sido así, que donde más perseguidahabía ella sido, allí había hecho más fruto, y que pues el arzobispo era viejo yla Compañía joven, naturalmente más viviría ella que él" (Vida de I. deLoyola, 1.4, c. 4). El que quiera saber qué pensaba san Ignacio de laspersecuciones, en pocos lugares tendría una respuesta más clara y elocuenteque la expresada por el santo fundador en estas palabras.

No es necesario seguir paso a paso este complicado asunto en el quefueron tomando parte a favor de los jesuitas las más altas dignidades delreino. El hecho es que el nuncio Poggio, viendo que la resistencia a aceptarlas bulas no sólo afectaba a los jesuitas sino a la misma autoridad pontificiade la que emanaban, se presentó ante el arzobispo exhortándolo a revocar susedictos, a lo que este respondió "que le dejase gobernar sus ovejas", a lo quereplicó el Nuncio "que dejase Su Señoría Reverendísima a los de la Compañía,

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En realidad Cano ya había comenzado su campaña denigratoria contralos jesuitas en 1548. Las acusaciones que profería contra ellos erangravísimas, llegando a considerarlos como los precursores del Anticristo. Alexplicar en el púlpito el capítulo tercero de la segunda carta a Timoteo sepermitió decir: " Vendrán señales antes del juicio, y entre otras, vendránhipócritas, vendrán alumbramientos y Ejercicios, y los que ahora son tenidospor santos, entonces serán malditos e irán al infierno" (Cartas de San Ignaciot. II, p. 228). Sus invectivas y calumnias carecían del menor fundamento,nunca fue capaz de señalar un solo hecho concreto que le sirviera de basepara las horribles calumnias que profería continuamente contra los hijos dela Compañía. Pero era lo suficientemente astuto para cubrir su retirada:nunca los nombraba, pero decía las cosas de tal manera que todosentendieran que las decía por ellos. Cuando el padre Torres trató dereclamarle en forma amable y razonada, Cano protestó indignado que no lo

había dicho por ellos, pero al día siguiente desde el púlpito repetía losataques con la misma y mayor vehemencia.

Como es natural, debido a los constantes y violentos ataques de unteólogo tan eminente, al que ya hacían eco otros religiosos, el descrédito querecaía sobre la nueva Orden iba en aumento e impedía todos los ministeriosque los jesuitas hubieran podido ejercer a favor de los fieles. Se intentó pordiversos medios de hacerle deponer su injusto proceder pero todo fue inútil.

Informado del caso san Ignacio dio instrucciones al P. Torres para que

tomase por testimonio ante notario, o por personas de prestigio enSalamanca, las calumnias que Melchor Cano difundía contra la Compañía.Mientras tanto el santo fundador procuró que algunas personalidades quetuvieran autoridad sobre Cano lo disuadiesen de su campaña difamatoria. Yasí consiguió que el Maestro general de la Orden de Predicadores le escribieseal difamador una carta exhortándolo a desistir de su intento. Y, por si nobastara eso, consiguió que el mismo general escribiera una carta a todos susreligiosos, a lo cual accedió gustoso el P. Francisco Romeo, el cual escribió unahonrosa carta que es a la vez defensa y recomendación de la Compañía.También Ignacio interesó al cardenal Mendoza, el cual quería proceder contodo rigor, mediante un monitorio pontificio que convocase a Cano a Romapara dar cuenta de su campaña. No compartió ese parecer san Ignacio yprocuró que se retirara el monitorio (Regest. S. Ign. T. 1, p. 164). Peroconsiguió un breve del Papa Paulo III, en el que nombraba juecesconservadores a los obispos de Cuenca y Salamanca para que, en nombre deSu Santidad procedieran contra los enemigos de la Compañía. En el breve,que lleva fecha del 19 de octubre de 1548, se hace constar que los enemigos de

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la Compañía la calumnian sin aducir pruebas, ni citar ningún caso concreto.Obtenidos estos documentos, Ignacio no quiso servirse de ellosinmediatamente, primero quería intentar que se resolviesen las cosas sinrecurrir a la vía jurídica, pero, si los medios suaves no bastasen, que seprocediera contra el culpable con todo el rigor judicial.

 Al mismo tiempo Ignacio interesaba en el caso a un varón de reconocidavirtud y ciencia, que gozaba de gran crédito entre la gente, al que hoyconocemos con el nombre de san Juan de Ávila. El cual ya conocía a laCompañía y la estimaba, movidos por sus consejos entraron en la Compañíaalgunos hombres que llegaron a ser miembros notables de la misma. Laintención del santo fundador era tener de su parte a este santo varón yoponer su autoridad a la de los impugnadores de la Orden. No se equivocabaIgnacio, pues los elogios y recomendaciones que Juan de Ávila hizo de la

Compañía ante religiosos de otras órdenes compensaron abundantemente lasinvectivas de Cano (cf . Ep. II, pp. 316-317). El influjo benéfico que con susrecomendaciones de la Compañía ejerció el Maestro Juan de Ávila, se viovigorosamente reforzado con la valiente defensa de la Orden que hizo en unalarga y razonada carta un dominico del Convento de san Esteban, que gozabade un alto crédito en Salamanca, llamábase Juan de la Peña. Su escrito debióser la primera apología que se hizo en defensa de la Compañía.

Se fueron apaciguando las cosas y el crédito de la Compañía fue enaumento, como pudo notarse por la notable concurrencia de gente que acudía

a oír los sermones del P. Francisco Estrada, S.J., que con su arrebatadoraelocuencia y la solidez de su doctrina provocó una notable conmociónespiritual en la ciudad y ganó una gran estima para los jesuitas.

Persecución contra el libro de los Ejercicios

No obstante que Cano en privado seguía destilando su veneno, en públicocalló por entonces, pero, al cabo de siete años de tregua, volvió a atacar apropósito del libro de los Ejercicios.

Podríamos resumir en líneas generales el curso de la contienda de lamanera siguiente: el año 1547 fue cuando arreciaron los ataques contra losEjercicios en Toledo. Dos insignes predicadores, los doctores Peralta yMontealbán, que habían conocido a san Ignacio en París, y otros sacerdotesque habían hecho Ejercicios recientemente, prodigaban públicamente susalabanzas al método ignaciano. No faltó gente malévola que se molestó por

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ello y que presentó sus acusaciones contra el libro ante el arzobispo MartínezSilíceo. Se divulgaron las sospechas contra el contenido del texto de sanIgnacio, por lo que en la universidad de Alcalá comenzaron a circular rumorespreocupantes. No se durmió el P. Villanueva y envió al duque don Franciscode Borja una relación de lo que estaba ocurriendo en Salamanca. Al duque, lepareció lo más prudente tener al tanto a san Ignacio, aconsejándole entregaral papa Paulo III el texto de los Ejercicios con la súplica de que lo mandaseexaminar a fondo y, en el caso de que lo ameritara, le diese su solemneaprobación. Le pareció bien a san Ignacio y presentó su súplica ante el Papa.Bondadosamente el anciano Pontífice accedió a la súplica que se le hacía yencargó que lo examinaran tres personas cualificadas y de su confianza: elcardenal dominico Juan Álvarez de Toledo, el vicario de Roma, Felipe

 Arquinto y el maestro del sacro palacio, que en aquella época era otrodominico, el P. Egidio Foscarari. Los tres se dieron a la tarea de examinar

concienzudamente las dos traducciones latinas que se les presentaron, unaliteral y poco elegante de mano del mismo san Ignacio, y la otra en un latínmás clásico, obra del distinguido humanista el P. Andrés de Freux. Dado queel dictamen de cada uno de los tres examinadores fue favorable, el SantoPadre expidió el Breve "Pastoralis officii" del 31 de julio de 1548.

En el Breve el Pontífice manifiesta su estima por los Ejercicios que "apartir de la Sagrada Escritura y de experiencias de la vida espiritualcompuso nuestro amado hijo Ignacio de Loyola", que ya muchos hanexperimentado con tanto provecho: "por lo tanto, después de haberlos hecho

examinar... hemos comprobado que están llenos de piedad y santidad y queson muy útiles y saludables para la edificación espiritual y provecho de losfieles, con nuestra autoridad, por el tenor de las presentes, a ciencia cierta losaprobamos y alabamos... y exhortamos instantemente en el Señor que todoslos fieles cristianos, de uno y de otro sexo y de toda condición, se instruyan entan piadosos documentos y ejercicios. " El Pontífice conmina con las penas derigor a los que no acepten este Breve. (M.H. Vol. 100, S. P. Ignatii de LoyolaExercitia Spiritualia, p. 76)

Diríamos que con esto bastaba para que todo fiel cristiano consideraraterminado el asunto. No lo pensó así Melchor Cano que, desde el púlpito,siguió atacando el libro de los Ejercicios. Más aún, envió a su amigo elarzobispo Martínez Silíceo un ejemplar anotado por su propia mano con todassus observaciones. El arzobispo, que conservaba en su pecho una maldisimulada aversión a los jesuitas, nombró una junta presidida por frayTomás Pedroche, O.P. para que lo examinaran. Como podía esperarse de

 jueces tan parciales el libro salió condenado. Para fundar su condenación

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aducían sus autores interpretaciones descabelladas y calumniosas que hoynos harían reír; daban a las palabras del santo un sentido que no tenían yotra se basaba en un error de traducción.

Esta victoria de los enemigos que, con su dictamen desconocían la

autoridad papal, era una victoria pírrica. Pues no faltaron en la mismaSalamanca sabios teólogos de renombre como el doctor Bernardo de Torres,futuro obispo de Canarias, que se lanzaron valientemente en defensa dellibro. Termina el doctor Torres su docto y extenso estudio de los Ejercicios conestas palabras: "Ellos (los impugnadores) han hecho gran diligencia parasaber si hay errores; si después de hecha tal diligencia dicen que los hay, elPapa ha hecho tanta y mayor diligencia que ellos, como aparece en laaprobación, y después de hecha dice que ningún error halla en los Ejercicios.Díganme ahora los tales a quien es más razón que crea yo, a ellos o al

Papa" (cita en Astrain, vol I p. 384) A este valiente testimonio a favor de los Ejercicios se unieron otros, no

menos valientes, de los doctores Alonso Ramírez de Vergara y el de don Juande la Cuesta, futuro Obispo de León. Poco a poco la polémica fue perdiendovirulencia y se restableció la calma. El año siguiente, 1554, el inquisidor donDiego de Córdoba propuso al P. Nadal que presentase el libro de los Ejerciciosa ese santo tribunal, que les daría su aprobación para que ya estuviesenseguros contra nuevos ataques. El P. Nadal rehusó el ofrecimiento, porque,además de innecesario, sobre todo hubiera sido ofensivo para la autoridad

pontificia, que un texto tan oficial y elogiosamente aprobado por el Papahubiera que someterlo ulteriormente a la aprobación de un tribunal inferior.

La persecución en Zaragoza

 Aun aguardaba en vida de san Ignacio otra acérrima persecución a laCompañía en España. Como descendiente de la casa de Aragón, sanFrancisco de Borja tuvo la idea de abrir un colegio en la capital de ese antiguoreino, Zaragoza.  Ya llevaba cerca de siete años (desde 1547) trabajando la

Compañía, cuando el 17 de abril de 1555 se trató de abrir un colegio y seabría al público la capilla provisional. Para sorpresa de todos, antes de queterminara la misa ya se habían fijado en las paredes exteriores de la capillaun edicto del vicario del arzobispo acusando a los jesuitas de estar obrandosin los debidos permisos y prohibiendo a todos los fieles frecuentar allícualquier acto de culto bajo pena de excomunión.

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Se fueron precipitando los acontecimientos, la ciudad se dividió en dosbandos: uno contra los jesuitas, en el que figuraba el arzobispo don Hernandode Aragón, tío de san Francisco Borja, que fue el que más se opuso a que los

 jesuitas se estableciesen en la capital aragonesa, el vicario del arzobispo, losagustinos y algunos otros religiosos; y el  bando favorable a los jesuitasintegrado por el obispo de Huesca, don Pedro Agustín, el Virrey de Aragón, ylos padres dominicos.

Como en el caso de Martínez Silíceo, la hostilidad del arzobispo donHernando de Aragón estribaba en ser la Compañía, por privilegio papal,orden exenta de la jurisdicción del Ordinario. Luego de varias disensiones, elarzobispo, con una violencia incomprensible e injusta, dictó sentencia deexcomunión contra los jesuitas y contra todos lo que asistiesen a sussermones, se confesaran con ellos y oyeran misa en su iglesia. En ese clima

tan tenso con poco que se azuzase al populacho bastaba para que seprodujeran turbulentos alborotos callejeros.

La princesa doña Juana, que profesaba un gran amor a la Compañía yque había quedado como gobernadora del reino, en ausencia de su hermano elrey Felipe II, -el cual andaba despachando asuntos en Flandes e Inglaterra-con rapidez y energía intervino ante el Virrey, y por su medio envía otra cartaal arzobispo ordenándole que hiciera revocar el edicto del Vicario generalcontra los jesuitas. Y como la princesa advirtiera que sus órdenes no eranpuntualmente obedecidas tomó otras providencias más severas.

 Antes de que los inquisidores recibieran la carta de la reina-gobernadora, ya los jesuitas, para evitar mayores males, habían abandonadola ciudad y se habían refugiado en Pedrola. Al enterarse doña Juana, indicóirritada a los inquisidores a que todos los culpables (grandes personajeseclesiásticos todos ellos) "parezcan personalmente en esta corte dentro dequince días, y en caso de negarse a obedecer los enviéis presos y a buenrecaudo a esta dicha corte". (Epis. Mixtae vol. IV, p. 711)

Parece que los interesados ahora sí entendieron, el arzobispo, tan

seriamente amonestado por la reina, retiró sus precedentes censuras yterminó por cambiar su sentencia y levantó el entredicho de la iglesia. Porotra parte, el pueblo zaragozano, rudo pero noble, había ido entendiendo dequé parte estaba la justicia, de manera que cuando volvieron los jesuitasencontraron un ambiente favorable. El documento del arzobispo retractandolas censuras se publicó el 8 de septiembre de 1555. Al día siguiente,terminado su breve exilio en Pedrola a donde humildemente se había retirado

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hacía poco más de un mes, los jesuitas regresaron triunfalmente a Zaragoza,escoltados por las autoridades y aclamados con entusiasmo por toda laciudad.

Para nuestro propósito lo más interesante de todo este episodio es la

carta que san Ignacio escribe al P. Román al terminar este episodio: "Viendoque el Rmo. Sr. Arzobispo, después de informado mejor sobre nuestras cosas,se nos ha mostrado tan favorable y protector, holgaría que vos, o si ahí sehallare el P. Francisco, de mi parte le beséis las manos por ello, y lesupliquéis que a los de allá y a los de acá nos tenga a todos por hijos y siervosen el Señor nuestro y que se sirva de los unos y de los otros como de tales agloria divina. La intención de su Señoría Rma. y del Sr. Abad su Vicario, yo lahe siempre excusado, como también la de muchas personas de esa ciudad,persuadiéndome sea buena y santa, aunque las informaciones en que se

fundaban no lo fuesen" (Ep. Vol. VI, p. 71). Termina el santo añadiendorecomendaciones de gratitud para el Obispo de Huesca que tan fiel se habíamostrado a la Compañía durante todo este doloroso episodio. Más adelanteveremos lo que san Ignacio expresa con esta ocasión sobre el valor que éldescubre en las persecuciones.

Tribulaciones en Francia

Una última y no la menos dolorosa persecución, esperaba a la Compañía,

la que tendría lugar en Francia en los últimos años de vida de su fundador.En el Concilio de Trento, una de las figuras más notables de la Reforma

católica en Francia, Guillermo du Prat, obispo de Clermont, había conocido alos teólogos jesuitas que participaban en aquella magna asamblea y habíaconcebido gran estima y afecto por la Compañía. Se explica que, ya en París,hiciera pasar a los jesuitas del colegio de los lombardos, donde habitaban, asu propio palacio que, luego, cedió para colegio de la orden. Pero no eraposible que lo adquirieran en propiedad mientras no obtuviesen el derecho denaturalización. No fue difícil obtener el consentimiento del cabildo, del Papa

y, mediante el cardenal Carlos de Lorena, gran favorecedor de los jesuitas, elpermiso del rey "cristianísimo", pero no fue fácil obtener las letras delprivilegio. El proceso normal, según las leyes del reino, requería que, previala aprobación y el sello del canciller, el documento real fuera refrenado por elParlamento de París.

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Para superar rémoras y dificultades el P. Viola acudió al entoncesarzobispo de París, Mons. Eustaquio du Bellay. Al advertir este que elpermiso real se había obtenido a través del cardenal de Lorena bastó paraque él se declarara en su contra. Ya de antiguo existía una fuerte enemistadentre estos dos personajes de la nobleza. Por otra parte, acreditarse con unabula pontificia, como lo hacía el P. Broet, nombrado provincial, no era lamejor recomendación en aquella Francia galicana. Fue suficiente que Broetmencionara que el Papa había aprobado la Compañía para toda la Iglesia yque el rey la había admitido en su reino, para que el arzobispo objetara: “ElPapa puede hacer eso en sus Estados, pero no en Francia, y el rey tampocopuede recibirla en su reino, puesto que se trata de un asunto espiritual".

Poco después el prelado emitió un apasionado dictamen contra lanacionalización de los jesuitas en Francia. Antes de que la sentencia negativa

del arzobispo pasase al Parlamento, la Universidad de París, consecuente consu propia política generalmente adversa a las Órdenes monásticas, dictósentencia adversa a la nacionalización de la nueva Orden como lo había hechoel arzobispo. Finalmente esa fue también la sentencia del Parlamento.

En casos análogos, Ignacio no tuvo dificultad en llevar el asunto a lostribunales para hacer reconocer los derechos de la Orden. Pero en estaocasión renunció a reclamarlos, como solía decir " por respeto a laUniversidad de París, madre de los primeros miembros de la Compañía".Para el ánimo noble y agradecido de Ignacio hubiera sido muy doloroso hacer

algo que redundara en desdoro de la que había sido su "alma mater", allí sehabía formado él, allí se habían formado sus primeros compañeros con los quefundaría la Orden, allí siguió enviando a algunos jesuitas y, cuando se tratóde adoptar un método de estudio para los colegios de la Compañía, quiso quese siguiera el "modus parisiensis".

Recurrió Ignacio a otra táctica de defensa, consistente en ordenar a todaslas provincias y colegios solicitaran de todos los Príncipes, Prelados, Señorías,Magistrados, Universidades y ciudades donde estaba establecida laCompañía un testimonio público de su vida, doctrina y costumbres y que lo

enviaran a Roma en sobre cerrado, debidamente sellado con autoridadpública. Y, aunque esos testimonios fueron llegando en abundancia y siempreen la forma más elogiosa para la Orden, san Ignacio no quiso usarlos "porqueel decreto se iba cayendo, de manera que dentro de pocos días apenas habíaquien se acordase de él y le tomase en la boca. Y este suele ser el fin de lafalsedad, la cual sin que la derribe nadie, ella misma cae y se deshace".(Ribadeneyra, Vida, 1,. IV, c. 11).

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En realidad lo que se siguió del decreto es que, antes de él no tenía laCompañía en Francia ningún colegio, y un año después tuvo dos, el deClermont y el de Billon. No obstante la Compañía hubo de esperar a seradmitida oficialmente en Francia hasta el 15 de septiembre de 1561, conocasión del coloquio de Poissy entre católicos y hugonotes. Desde la eternidadcontemplaría san Ignacio una victoria que él mismo había vislumbrado pocosmeses antes de su muerte.

La sangre de los mártires

Uno de los más gloriosos, y el más sangriento, capítulo de la historia dela Orden, que ya presagiaba la suerte que le aguardaba a la misma en elfuturo, comenzó en vida de su fundador con el martirio del padre AntonioCriminali.

Como fruto de los Ejercicios Espirituales que promovían en Parma lospadres Fabro y Laínez, entre los jóvenes que decidieron entrar en laCompañía se contaba Antonio Criminali, de veintidós años, al que san Ignaciorecibió en 1542 y al que él mismo envió poco después a Coimbra, de dondepasó más tarde a la misión de la India. Las fuentes son unánimes enrecomendarlo por su santidad de vida, "siempre fue un modelo de bondad y derara modestia". Javier dio este testimonio de él en carta a Ignacio del 14 deenero de 1549: " Atonio Criminali se encuentra con otros seis jesuitas en cabo

Comorín. Créame que es un santo varón, nacido para cultivar estas tierras;varones como éste que tanto abundan ahí, se necesitan aquí (Epist. F. XavierII, 29-30).

Javier, como provincial, puso a Criminali al frente de la cristiandad deCabo Comorín, donde, en las condiciones más precarias, en un suelo estéril ybajo un sol calcinante, desplegó una fecunda labor apostólica.

En una salvaje incursión, de los bárbaros "baragas" en aquella tierra,cautivando a cuantos encontraban, el P. Criminali, trató de salvar a aquellos

cristianos de su grey embarcándolos en canoas. Le instaban los portuguesespara que, dejando a los naturales de la tierra a sus aventuras, él se pusiese asalvo y se embarcara pronto, pero él nunca lo quiso hacer. Olvidado de símismo por salvar las vidas de aquellos inocentes cristianos, lo sorprendieronlos enemigos y lo traspasaron con sus lanzas.

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Es una lástima que no se haya conservado la carta que con esta ocasiónescribió Ignacio a toda la Compañía, hubiéramos conocido de primera manosu pensamiento acerca del martirio. Aunque se conserva la de Polanco apenassi recoge algunas de las ideas del santo fundador. Más bien, el secretarioburgalés, relata el martirio y termina diciendo: "Este fue el glorioso fin quetuvo el P. Criminali..., que como primicias de los muchos mártires que a élhabían de seguir en nuestra Compañía se ofreció a nuestro Señor " (Chr. 1,469-471).

Pero, a propósito de los primeros martirios, es interesante conocer lasreacciones que provocaron en los primeros jesuitas. "Los mártires de la India-dice el beato Fabro- nos exhortan a mayores cosas, y arguyen los ánimosremisos de los que debían ser perfectos y más que perfectos. Jesucristo nosencienda a todos en el amor de su honra y deshonra, de sus riquezas y

pobrezas, de su gloria y cruz y de todo lo demás en qué consiste su voluntadbuena, bien apacible y perfecta. Estad, pues, carísimos míos, siempre y porsiempre firmes en la fe, sabios por la caridad, ricos en esperanza, amantes dela caridad fraterna, mutuamente perdonándoos y mutuamente sufriéndoos.Comenzad en espíritu a salir de las trabas que hasta aquí tuvimos en elservicio de Cristo nuestro Señor, quiero decir, que sirváis a Jesucristo sincondición de cosa que suponga vuestro contentamiento. Sea él contento,satisfecho, servido y glorificado, y nosotros, contentos o descontentos,sirvámosle en todas partes y como a él agrade y le sea acepto, porque los quehan muerto por Cristo no piensan en su propia vida, ni sienten ni tienen más

cuidado que uno: hacer la voluntad de Aquel a quien se consagraron porcompleto. Digo esto, para que sea con vosotros la paz de Jesucristo nuestroSeñor " (Mon. Fabr. 371-2).

Estos afectos de perderlo todo por Jesucristo y preferir a todo loscompañeros de su cruz, se reflejan en estas palabras de san Francisco Javieren carta del 5 de noviembre de 1549 a los jesuitas de Goa: "Nosotros en estaspartes lo que pretendemos es traer las gentes en conocimiento de su Creador,Redentor y Salvador, Jesucristo nuestro Señor. Vivimos con mucha confianza,esperando en él que nos ha de dar fuerzas, gracia, ayuda y favor para llevaresto adelante. La gente secular no me parece que nos ha de contradecir niperseguir, cuanto es de su parte, salvo si no fuere por muchasimportunaciones de los bonzos. Nos no pretendemos diferencias con ellos, nipor su temor habemos de dejar de hablar de la gloria de Dios y de la salvaciónde las ánimas , y ellos no nos pueden hacer más mal de lo que Dios lespermitiera; y el mal que por su parte nos viniere, es merced que nuestroSeñor nos hará, si por su amor y servicio y celo de las almas nos acortaren los

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III. ¿PIDIÓ SAN IGNACIO PERSECUCIONES PARALA COMPAÑÍA?

La respuesta a esa pregunta es lo que quisiéramos conocer. Por lo menoscontamos con testimonios explícitos del santo por los que nos consta que élconsideraba la persecución como algo muy beneficioso para la Compañía.Sería extraño que, si verdaderamente consideraba la persecución como unabendición para la Compañía, que no la incluyera en sus plegarias. Más bien loque habría que probar es que, entre las bendiciones que le pedía al Señorpara la Compañía en el futuro, hubiera excluido la gracia de la persecución

que él tanto estimaba. Y eso nunca se ha probado.

Testimonios directos del santo.

Pocos años después del proceso de Roma, para precaver los daños que,por falsos rumores pudieran llegarle al rey Juan III de Portugal, san Ignacio,con la mayor sinceridad del alma, quiso informar al soberano en cartafechada el 5 de marzo de 1545 sobre las persecuciones y acusaciones quecontra él y contra los suyos se habían levantado en diversos lugares hasta esa

fecha. Pero con la misma sinceridad e impresionante entusiasmo le confiesael gran aprecio que tiene de ellas y que por nada del mundo quisiese no haberpasado por su fuego o que le pudieran faltar en el futuro. Dice así: "A quienquisiere ser informado por qué era tanta la indignación e inquisición sobremí, sepa que no por cosa alguna de cismáticos o luteranos ni de alumbrados,que a estos nunca los conversé ni conocí; mas porque yo, no teniendo letras,mayormente en España, se maravillaban que yo hablase y conversase tanlargo en cosas espirituales. Es verdad que el Señor que me crió y ha de juzgarpara siempre me es testigo, que por cuanta potencia y riqueza temporales haydebajo del cielo, yo no quisiera que todo lo dicho no hubiera pasado por mí,

con deseo de que mucho más adelante pasara, a mayor gloria de su divinaMajestad" (Ep. vol. I p. 297)

Pero sí quiere dejar claro por qué lo persiguen. En carta al noble ypiadoso veneciano Pedro Contarini, que terminaría siendo obispo de Chipre,en carta del 2 de diciembre de 1538, en la que le agradece algunaintervención a favor de los suyos ante el cardenal Gaspar Contarini, escribe

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Ignacio su gozo de ser perseguido por Cristo y por la Iglesia: "Harto sabemos -escribe- que no ha de faltar quien en adelante nos vitupere; ni nunca talpretendimos; y sólo queríamos tener respeto al honor y sana doctrina y de lavida pura. Mientras nos traten de indoctos, rudos, que no sabemos hablar, omientras digan de nosotros que somos aviesos, burladores, livianos, noharemos ayudándonos Dios- gran caso; empero no podríamos sufrir que ladoctrina misma que predicamos se tuviese por sospechosa; y que el caminoque llevamos se calificase de malo: porque el uno ni la otra son nuestros, sinode Cristo y de su Iglesia" (Ep. Vol. I, pp. 135-136).

 Al P. Bernardo Oliverio, de Tournai, le escribe Ignacio el 19 de marzo de1555 unas palabras que no dejan duda del valor que le daba el santo, para elbien de la Compañía, a la persecución: "tanto mejor fundará la Compañía,como esperamos, cuanto mayores fueren las contradicciones que le sirven de

cimiento... y entre tanto in patientia vestra possidebitis animas vestras y para V.R., le será de provecho el ser despreciado; y a la Compañía Dios lalevantará en alto en la opinión de los hombres cuando le plazca" (Ep.  Vol.

 VIII, p. 571).

Cuando san Ignacio supo de la persecución dirigida contra la Compañíapor el arzobispo de Toledo, según cuenta el P. Ribadeneira: "me dijo a mí, conun rostro muy sereno y alegre, que tenía por muy buena nueva para laCompañía aquella persecución, pues era sin culpa de ella, y que era señalevidente que se quería servir a Dios nuestro Señor mucho de la Compañía en

Toledo, porque en todas partes había sido así, que donde más perseguidahabía ella sido, allí había hecho más fruto y que pues el arzobispo era viejo yla Compañía joven, naturalmente más viviría ella que él." (Vida de Ignacio deLoyola, 1. 4, c.4).

Una reacción semejante tuvo el santo a propósito de la persecuciónsufrida por sus hijos en Zaragoza. El mismo autor lo narra de la siguientemanera: "Y fue este suceso muy conforme a las esperanzas de Ignacio. Elcual, cuando supo lo que pasaba en Zaragoza, se consoló extraordinariamentey con particular alegría dio a entender que cuanto mayores fuesen las heladas

y contradicciones tanto mayores fuertes serían las raíces que echaría y máscopioso y sabroso el fruto que haría esta nueva planta de la Compañía enZaragoza" (ib, c. XIV)

Pocos días antes de su muerte, estando para partir el P. Francisco deBorja para España, le entregó Ignacio dos cartas una para el P. AlfonsoRomán, que lleva fecha del 14 de julio de 1556 que estaba en Zaragoza

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sufriendo la persecución que hemos relatado, en la que lo conforta con estaspalabras: "Según lo que se suele experimentar, de donde hay muchacontradicción se sigue mucho fruto, y aun se suele fundar mejor la Compañía,parece que ahí debería de haber un grande y señalado edificio espiritual, puesque han echado tan altos fundamentos de las contradicciones; y así es deesperar que Dios lo hará" (F.N. vol. XII, p. 119)

La otra carta de la misma fecha era para el P. Luis de Calatayud, presoen Ocaña por favorecer la fundación de nuestro colegio, en la que le dice así:"he visto el mucho trabajo y desabrimiento, hasta prisión, que cuesta estaobra a V.Md. Y paréceme que quiere darle la divina y suma Bondad y muyabundante muy entera retribución en el reino suyo del servicio que le hace,porque donde otros suelen sacar consolaciones y favor, aun de los hombres, ensus buenas obras, V.Md. ha sacado molestias y contradicciones

extraordinarias; en manera que es menester que sean bien puro y animoso elamor de Dios nuestro Señor y de sus prójimos, que mueve a V.Md., pues solole hace perseverar donde contrarios tan potentes procuran estorbarlo. Conesto espero en Dios nuestro Señor que con el ejemplo de otros habrá mejoresfines esta cosa de lo que han mostrado los principios" (F.N. Vol. XII, p. 121).

Con ocasión de la censura emitida por la Universidad de París contra laCompañía, poco después de la muerte de Ignacio apareció una apología afavor de la Compañía de Jesús, que nos transmite el P. Jerónimo Nadal. Esde autor desconocido, sin duda que algún jesuita influyó en ella. En esa

apología se refleja hasta qué punto los primeros jesuitas habían hecho suya lamente de su Fundador respecto al valor de la persecución para la Orden.Baste citar una muestra de ese largo escrito: "En este asunto reconocemos unbeneficio de Dios a la Compañía de Jesús el que a ella, igual que a la Iglesiacatólica y a otros institutos religiosos, se digne aumentarla y perfeccionarlapor medio de las tribulaciones, en las que nos gloriamos en Cristo, sabiendoque la tribulación engendra paciencia; la paciencia, virtud probada, laesperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sidoderramado... en la Iglesia por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,3-5)

 Y, en definitiva, en la misma espiritualidad de los Ejercicios ya incluyesan Ignacio una exigencia de amor a Jesucristo que lleva a participar de sucruz. Exigencia que se repite en las Constituciones de la Compañía, cuandoIgnacio advierte a los que han de ser admitidos: "En cuanto grado ayuda yaprovecha a la vida espiritual aborrecer en todo y no en parte cuanto elmundo ama y abraza, y admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto

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Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Como los mundanos que siguen almundo aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación demucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña: así los que van enespíritu y siguen a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo locontrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor porsu debido amor y reverencia, tanto que donde a la su divina Majestad no lefuese ofensa alguna, ni al prójimo imputado a pecado, desean pasar injurias,falsos testimonios, afrentas y ser tenidos y estimados por locos (no dandoellos ocasión alguna de ello) por desear parecer e imitar en alguna manera anuestro Creador y Señor Jesucristo vistiéndose de su vestidura y librea, puesla vistió él por nuestro mayor provecho espiritual, dándonos ejemplo, que entodas las cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramosimitar y seguir, como sea la vía que lleva a los hombres a la vida. Por lo tantosea interrogado si se halla en los tales deseos tanto saludables y fructíferos

para la perfección de su alma." (Ex. 44)Tan asimilado tenían este carisma los primeros compañeros de Ignacio

que uno de ellos, el  P. Simón Rodríguez, en carta al fundador en 1547, loexpresa en estas enérgicas palabras: "Todas las cosas comúnmente seconservan y sustentan con los medios con que fueron ganadas. NuestraCompañía tiene un fundamento, que es la abyección y desprecio del mundo, ymediante esta estulticia siempre Dios nuestro Señor la ayudó y de especialesdones la favoreció; lo cual quitado de nos, quedaremos unos clérigos honrados,y poco a poco vendremos a ser unos canónigos reglantes", (R. 548). Y más

adelante completa su pensamiento en términos no menos vigorosos: "Esnecesario que ellos mismos (los jesuitas) sean locos por Cristo, y que de suparte en esta cuenta deseen ser tenidos, y que deseen ser un oprobio delmundo; y sobre esta piedra se fundó la Compañía en este reino y por esaspartes donde todos juntos peregrinamos. El buen Dios elige a los necios yflacos del mundo para confundir a los fuertes" (ib).

Tan característico del jesuita, conforme al ideal de san Ignacio, debe serese amor a Jesucristo perseguido y vilipendiado, que el redactor del prólogo ala primera edición de las Constituciones lo resume en este compendio deacentuadas resonancias paulinas: "Nuestro modo de vida nos pide que seamoshombres crucificados al mundo y a quienes el mundo esté crucificado; queseamos hombres nuevos, que se hayan desnudado de sus afectos para vestirsede Cristo; muertos para sí y vivos para la santidad; que, como dice san Pablo,se muestren discípulos de Dios en trabajos, en vigilias, en ayunos, encastidad, en ciencia, en longanimidad, en suavidad, en espíritu santo, encaridad no fingida, en palabra de verdad; y por las armas de la justicia, la

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diestra ya la siniestra, por gloria y por humillación, por infamia y por buenafama, por las cosas prósperas y por las adversas caminen a largas jornadas ala patria celestial y lleven a otros en cuanto pudieren, mirando siempre lagloria divina".

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CONCLUSIÓN

Comenzábamos por preguntarnos si había alguna evidencia queconfirmara una antigua tradición, de acuerdo a la cual, Ignacio habría pedidoal Señor que nunca le faltaran persecuciones a la Compañía. Mucho mássignificativa que una cita ocasional, o alguna referencia anecdótica quehubiéramos podido encontrar, es esa ininterrumpida serie de aceptacionesgozosas de la persecución real y las repetidas confesiones del santo fundadorafirmando el valor de esa prueba para conservar el espíritu de la Orden.

Ignacio acostumbrado a leer los designios de Dios en los acontecimientos

de su vida, comprendió que tan numerosas persecuciones como él y los suyoshabían sufrido en tan breve espacio de tiempo, tenían un sentido y unafinalidad, no sólo para su vida personal sino también para la obra que elSeñor le encomendaba.

Puesto que su alma vivía arrobada en íntima unión con Dios, favorecidacon frecuentes dones místicos, contemplaba las cosas como iluminadas por laluz divina. Una clara inteligencia de lo que significa la persecución dentro delos designios divinos anegaba de gozo su ser. Para Ignacio verse perseguidoera participar en el destino del Hijo del hombre que venido a este mundo para

salvarlo no se vio libre de la persecución. Resonaban en sus oídos las palabrasde Divino Maestro: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán avosotros". (Jn 15, 20).

Por amor a Jesucristo hubiera él deseado para sí y para los suyos otraspersecuciones mayores. Eso explica que aun en medio de las más grandescontradicciones, promovidas muchas veces por hombres poderosos en lasesferas eclesiásticas -que es lo que más puede doler a quienes han consagradoincondicionalmente su vida al servicio de Dios y de su Iglesia-, él siempreconservó la paz del alma y una inalterable confianza en la Providencia.Recordaba las palabras del Señor cuando advierte a sus discípulos: "Osexpulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que osmate piense que da culto a Dios" (Jn 16, 2).

Por otra parte la persecución purifica, hace humilde al hombre, lo enseñaa poner en el Señor toda su confianza y estimula al espíritu para superarseen la entrega por amor a quien primero quiso ser perseguido por nosotros.

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Nada mejor pudo desear Ignacio para los suyos. Como Pablo podría decirles:"Hasta tal punto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en lasiglesias de Dios por la tenacidad y la fe en todas las persecuciones ytribulaciones que estáis pasando" (2 Tes 1, 4).

Por otra parte Ignacio no descuidaba poner los medios humanos de quelícita y honorablemente pudiera usar en su defensa; no acudía a mediosextremos mientras pudiera defenderse con otros más suaves. Pasada lapersecución olvidaba la ofensa, con admirable grandeza de ánimo sabíaperdonar y besaba la mano que lo había flagelado. Y , a su vez, mostraba sugratitud a quienes en medio de la tormenta les habían permanecido fieles yhasta se habían arriesgado al prestarles su apoyo.

Ignacio consideraba una bendición para la Compañía el que fueraperseguida por su fidelidad a Jesucristo, pero no hubiera tolerado lasimprudencias o temerarias ambigüedades en las que, en materia de doctrina,hubieran podido incurrir los suyos. Eso es lo que revela la fraseanteriormente citada: "no podríamos sufrir -escribe- que la doctrina mismaque predicamos se tuviese por sospechosa y que el camino que llevamos secalificase de malo" (1.c.)

Experimentaba el gozo de que él y los suyos hubieran sido escogidos paraque en ellos se cumpliera aquella bendición del Señor: "Bienaventuradosseréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal

contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestrarecompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguierona los profetas anteriores a vosotros" (Mt 5, 11-12).

Si queremos indagar la naturaleza del carisma propio de la Compañía deJesús no podemos prescindir de un acontecimiento de índole mística y deirresistible fuerza profética que constituye un momento estelar en la vida deIgnacio. Cuando el santo ya se acercaba a Roma, al llegar a un lugar llamadola Storta, donde la vía Cassia se curva para enderezar sus dieciséis últimoskilómetros hasta la Ciudad Eterna, nos narra uno de sus contemporáneos

que: " ... entró Ignacio a hacer oración en un templo desierto y solo, queestaba algunas millas lejos de la ciudad, allí fue como trocado su corazón, ylos ojos de su alma fueron con una resplandeciente luz tan esclarecidos queclaramente vio cómo Dios Padre, volviéndose a su unigénito Hijo, que traía lacruz a cuestas, con grandísimo y entrañable amor le encomendaba a Ignacio ya sus compañeros, y los entregaba en su poderosa diestra, para que ellatuviesen todo su patrocinio y amparo; y habiéndolos el benignísimo Jesús

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acogido, se volvió a Ignacio así como estaba en la cruz, y con un blando yamoroso semblante le dice: Ego vobis Romae propitius ero (Yo os seré en

Roma propicio y favorable) (Ribadeneyra, Vida de Ignacio de Loyola, 1. 2°, c.11; cf. Et. FN. I, 313 y 497; FN. II, 133)

Concluida aquella maravillosa experiencia mística que lo dejóprofundamente fortalecido y consolado, Ignacio comentó con Fabro y Laínezque lo acompañaban: "Hermanos, qué cosa disponga Dios de nosotros yo no losé: si quiere que muramos en cruz, o descoyuntados en una rueda, o de otramanera; mas de una cosa estoy cierto: que de cualquiera manera que ello sea,tendremos a Jesucristo propicio" (ib).

 Ya desde los primeros compañeros de Ignacio, a partir de esta misteriosaexperiencia, comprendieron que su lugar en la historia sería estar con Cristocargado con su cruz, el Cristo que en su vida terrena fue injuriado yperseguido, pero también estarán seguros de que ese Cristo nunca les ha defaltar y de que, como quiera que vengan las cosas siempre les será propicio.Entonces podrán sentir la inefable alegría de "haber sido considerados dignosde sufrir ultrajes por el nombre de Jesús" (Hech. 5, 41).

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 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Fuentes

- Monumenta Historica Societatis lesu

- Fontes Narrativi de S. Ignatio de Loyola et de Societate lesu initiis, tomo I., vol 66 y II,vol. 73 Narrationes scriptae ante annum 1557, ed. Fernández Zapico, D. et Dalmases, C.

- Sancti Ignatii de Loyola Exercitia Spiritualia, ed. Calaveras, J. et Dalmases, C. vol. 100

- Sancti Ignatii de Loyola Epistolae et Instructiones, I, (vol. 2); II, (vol. 25); III (vol. 28); IV,(vol. 29); V, (vol. 31); VIII (vol. 36) et XII (vol. 42)

- Epistolae S. Francisci Xaverii II, (vol. 68)

- Pedro de Ribadeneyra, Vida de Ignacio de Loyola, Espasa- Calpe

Bibliografía

- Aicardo, J. Manuel; Comentario a las Constituciones de la Compañía de Jesús, tomo VI,Madrid (1932).

- Astrain, Antonio; Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, tomo I,Madrid (1902).

- Dalmases, Cándido de; El Padre Maestro Ignacio, BAC popular, Madrid (1982).

- García Villoslada, Ricardo, -San Ignacio de Loyola. Nueva Biografía; BAC, Madrid (1986).

- Manual de Historia de la Compañía de Jesús, Madrid (1940).

- Guibert, J. de; La Espiritualidad de la Compañía de Jesús, Santander (1955)

- Piazzo, Marcello e Dalmases, Cándido de; Il processo sul ortodossia de S. Ignazio e dei suoicompagni svoltosi a Roma neI 1538, en Archivum Historicum, S. J.  Vol. 38, fasc 76 pp.431-453.