Sáule - Capítulo 2

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Sáule Frank David Bedoya Muñoz Página 1 de 5 Sáule (La novela) – Capítulo 2 - * * * Dioniso Rivas atravesó con paso lento el nuevo parque de las Luces donde antes existió la plaza de Cisneros. “¡Y esto es lo que llaman modernidad!” –Pensó- “Poner unos tubos con cemento y sacar a la gente que antes teníamos un mercadito aquí; por lo menos en el pasado, en este lugar había vida, conversaciones, una plaza que olía a pueblo; ahora no, puro cemento para que la gente pase corriendo, pueblos sin personas, es lo que quieren los alcaldes de hoy”. Así iba pensando el viejo Dioniso, mientras caminaba en busca de Helena. Se acababa el día y en Medellín todos corrían como locos a buscar transporte para llegar a sus casas, no se sabía que era peor: o el metro repleto de gente, o las calles truncadas llenas de carros, todos nerviosos y apresurados por salir del caos del centro. Antes de llegar al puesto de chance donde trabajaba la mujer de sus ensueños, Dioniso, volvió a pensar: “Por lo menos en la Guayaquil que me tocó a mí, todos nos queríamos quedar conversando, cantado, bebiendo; ahora no, todos salen corriendo como si la vida fuera un infierno”. Dioniso dejó su pensadera a penas descubrió que su Helena no estaba en su puesto de trabajo. En su lugar estaba una chica más joven y más bonita, pero él quería a su Helena de siempre, que con más de cincuenta años, aún tenía la coquetería intacta de una de veinte. La chica le respondió: - “Estoy remplazando al alguien por una licencia, en qué le puedo servir señor”. - “A mí en nada señorita, pero dígame usted si sabe para donde se fue Helena”. -“No señor, no conozco a ninguna Helena, a nosotras no asignan el puesto y nada más, pero yo le puedo hacer su chance, tranquilo”. - “No señorita, yo no venía a jugar chance”. “Maldita ciudad, nada dura en pie ni un día siquiera. ¿A dónde me mandarían a mi Helena”, así se fue pensando, acongojado el viejo Dioniso. Helena ya le había aceptado regalos, había salido con él, ya se había acostado con su viejo, no en Sáule, pero si en otro motelito donde sí se puede hacer eso, pero el pobre Dioniso nunca se imaginó que un día no la iba encontrar en su puesto de trabajo. “Ahora si va ser cierto que para vivir uno necesita un celular, con uno de esos aparatos podría encontrar a mi Helena”.

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Capítulo 2 de la novela Sáule

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Sáule Frank David Bedoya Muñoz

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Sáule (La novela)

– Capítulo 2 -

* * *

Dioniso Rivas atravesó con paso lento el nuevo parque de las Luces donde antes existió la

plaza de Cisneros.

“¡Y esto es lo que llaman modernidad!” –Pensó- “Poner unos tubos con cemento y sacar a

la gente que antes teníamos un mercadito aquí; por lo menos en el pasado, en este lugar

había vida, conversaciones, una plaza que olía a pueblo; ahora no, puro cemento para que la

gente pase corriendo, pueblos sin personas, es lo que quieren los alcaldes de hoy”.

Así iba pensando el viejo Dioniso, mientras caminaba en busca de Helena. Se acababa el

día y en Medellín todos corrían como locos a buscar transporte para llegar a sus casas, no se

sabía que era peor: o el metro repleto de gente, o las calles truncadas llenas de carros, todos

nerviosos y apresurados por salir del caos del centro. Antes de llegar al puesto de chance

donde trabajaba la mujer de sus ensueños, Dioniso, volvió a pensar: “Por lo menos en la

Guayaquil que me tocó a mí, todos nos queríamos quedar conversando, cantado, bebiendo;

ahora no, todos salen corriendo como si la vida fuera un infierno”.

Dioniso dejó su pensadera a penas descubrió que su Helena no estaba en su puesto de

trabajo. En su lugar estaba una chica más joven y más bonita, pero él quería a su Helena de

siempre, que con más de cincuenta años, aún tenía la coquetería intacta de una de veinte. La

chica le respondió:

- “Estoy remplazando al alguien por una licencia, en qué le puedo servir señor”.

- “A mí en nada señorita, pero dígame usted si sabe para donde se fue Helena”.

-“No señor, no conozco a ninguna Helena, a nosotras no asignan el puesto y nada más, pero

yo le puedo hacer su chance, tranquilo”.

- “No señorita, yo no venía a jugar chance”.

“Maldita ciudad, nada dura en pie ni un día siquiera. ¿A dónde me mandarían a mi Helena”,

así se fue pensando, acongojado el viejo Dioniso. Helena ya le había aceptado regalos,

había salido con él, ya se había acostado con su viejo, no en Sáule, pero si en otro motelito

donde sí se puede hacer eso, pero el pobre Dioniso nunca se imaginó que un día no la iba

encontrar en su puesto de trabajo. “Ahora si va ser cierto que para vivir uno necesita un

celular, con uno de esos aparatos podría encontrar a mi Helena”.

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En todo eso se fue pensando Dioniso y luego me lo contó a mí.

* * *

Escucha Juan como conocí a Helena, escucha que solamente te lo voy a contar a ti, pero

primero un aguardiente.

Allá cerca, en el parque de una nueva biblioteca que hicieron, no manteníamos tomando

tinto algunos viejos que no teníamos nada que hacer. Ya nos había quitado las cantinas, los

billares, sólo nos quedaba un negocito de tintos, con dos o tres butacas. Porque sabes,

Manuel, que ya los parques los hacen sin sillas para que las personas no se amañen

sentadas. Al lado del puesto de tinto pusieron un “GANA” para hacer chance, pero eso

debería llamarse “PIERDE” porque los viejos dejamos todos nuestros pesos allí, pensando

que algún día ganaremos algo.

En eso negocio llegó a trabajar Helena, una muchacha como de cincuenta años…

- “Dioniso, hombre, como que una muchacha de cincuenta, ya eso es una señora vieja”.

Cállate, Juan, que no dejas hablar a los viejos. Para mí que voy a ajustar setenta, esa mujer

es una jovencita. Yo empecé a hacerle el chance, y cada día ella notaba mi alegría al verla,

le llevaba algún dulce y un día aceptó una invitación a comer. Me contó un poco de su

historia, que era separada, que tenía unas niñas que mantener, que vivían en un barrio muy

alto, y que me aceptaba esa invitación porque yo le parecía muy tierno, que le recordaba a

su abuelo. Yo le dije que yo no quería ser su abuelo y ella entendió lo demás.

Una tarde, casi de noche, nos fuimos a dar una vuelta, por el parque Bolívar, ella no quería

ir hasta allá, que porque era muy peligroso, pero yo la convencí porque ese es el único

parque que sigue pareciéndose a un parque, hasta que un alcalde venga a “remodelarlo” a

punta de cemento.

Tomémonos otro trago, Juan, que ahora viene lo bueno, te cuento antes de que llegue

Manuel.

Era ya de noche y nos sentamos en una de las bancas más apartadas. Helena tenía una

pañoleta amarilla en su cabeza que la hacía parecer a una virgen morena. Yo ya viejo, no le

di vueltas al asunto e intente besarla, pero ella no sé dejó, pero manteniendo su coquetería.

A los segundos me atreví más y comencé a tocarle sus senos, como quien no quiere la cosa,

y ahí si se dejó.

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- “Eh Dioniso pareces un viejo verde contado eso, dame otro aguardiente, seguí, seguí,

¿luego qué pasó?”

¡Cuál viejo verde, Juan!, es que solamente los jóvenes pueden sentir, ¿si un viejo siente

cosas es un viejo verde entonces? No jodas, te pareces a Manuel con su cantaleta, si quieres

no te cuento más.

- “Contá, contá Dioniso, era por molestarte no más.

Bueno, yo me senté tras Helena y seguí acariciándola, y ella se dejaba, tenía unos senos

grandes, aún fuertes, sentí que ella estaba emocionada. No sabes, Juan, lo que es para un

viejo como yo, que ha perdido todo, volver a sentir los pezones duros de una mujer, cuál

tierra, ni que carajadas, yo cambio todo lo que me han quitado en este desdichado país, por

una sentada como esas en un parque con Helena.

Después agarró su pañoleta, me ofreció su pecho desnudo, que yo recibí con mi boca, y por

unos segundos que me supieron a eternidad, bajo esa pañoleta que cubría tal acto, yo volví

a asentir lo que era la felicidad. Ya después nos asustamos, no fuera que nos vieran y nos

fuimos de allí.

-“¡Carajo!, Dioniso, le haces honor a tu nombre, quién iba a pensar, viejo, que estás

viviendo cosas como si tuvieras veinte años. Esa historia tuya, la quiero escribir”.

Así es Juan, esa noche no pasó nada más, porque teníamos que irnos. Y desde ese instante

Helena y yo, sin saber que somos, tenemos una historia, yo nunca la olvido, siempre voy a

buscarla. De mí dirán que soy un viejo, loco, borracho, pero esa mujer me devolvió la

pasión. Y ahora viene y se aparece Manuel, y me dice que tenemos que devolvernos al

pueblo, que a recuperar la dignidad, la tierra, que no sé cuentas cosas más. Y yo le digo que

no, que la vida ya no la quitaron, a mí lo único que me queda es Helena. A qué voy a volver

yo a ese pueblo, es verdad que esta ciudad ya no es la de antes, que el centro ya no es para

vivir sino para pasar de largo, que del magnífico Guayaquil ya no queda nada, sólo

comercio; ya no queda sino Sáule, Sáule y mi Helena.

Otro aguardiente Juan, ya no te cuento más. Escribe si quieres, escribe la historia de un

viejo que a los setenta años se volvió a enamorar.

* * *

Estoy cansado de esta sociedad. Creo que sin quererlo soy más nihilista que cualquiera de

los personajes de Schopenhauer o de Nietzsche. Más bien, soy como otro hombre del

subsuelo. Un intelectual malogrado. Ya lo escribí una vez. De qué me sirve un puesto de

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burócrata si sólo me dura unos pocos años. Quiero la academia, pero la odio también. Me

niego a la carrera colosal de los doctorados, pero me gustaría sólo dedicarme a enseñar, a

escribir, a leer, pero es un sueño. Lo que necesitamos es tierra y volver a sembrar. A Juan le

ha dado por escribir la historia de mi tío Dioniso, y que la mía también. De la mía no tiene

nada que contar. Don Eduardo tiene su hotel, mi tío Dioniso tiene a su Helena, Juan tiene

sus ganas de escribir y yo, yo no tengo nada. Sólo unos papeles para escribir para mí

mismo. Un plan que se me está desbaratando. Pensé que el tío se iría conmigo,

reclamaríamos lo nuestro, me enseñaría a sembrar, yo me curaría de los odios que se

acumulan en esta ciudad. Quizá les enseñaría a los niños del pueblo. Y volveríamos a tener

esperanza. En el fondo sé que mi viejo Dioniso piensa como yo, de él aprendí la pasión por

la política, por el estudio, así él no haya podido estudiar, lo que pasa es que anda

enamorado, enredado en las enaguas de una mujer. Pero si no nos vamos, qué vamos a

hacer en esta Medellín, yo no quiero seguir en la carrera colosal de las vanidades, del

consumo desenfrenado, en el trabajo como esclavos modernos sólo para conseguir dinero

que se acaba el mismo fin de mes. Don Eduardo está feliz. Se levanta muy temprano en la

mañana a organizar los cuartos de sus únicos tres huéspedes. En las tardes nos atiende con

el pasante para los aguardientes, creo que nos estamos volviendo más alcohólicos acá, no sé

hasta cuando se sostendrá esta situación. Juan me dice que me ponga a escribir, como él.

Que se consiguió quien nos patrocine nuestra vida de escritores. «Escritores», hasta risa me

da, pensarlo. Si lo único que estamos haciendo en este hotel es beber y escribir estos

garabatos. Que mierda la vida ya no escribió más.

* * *

- ¿Qué te ocurre Dioniso, por qué vienes con esa cara de infortunio?

- Esta ciudad, Eduardo, que se empeña en acabar los corazones. No encontré hoy a Helena,

no estaba en su puesto de trabajo, y no sé si irá a regresar.

- No se preocupe, Dioniso, mañana mismo le ayudo a averiguar, me conozco este sector

como si fuera la palma de mi mano.

- ¿Ya llegaron nuestros jóvenes escritores?

- No aún no. ¿Le sirvo la botellita ya, Dioniso?

- Pues sí, y acompáñemela hoy con música de Olimpo Cárdenas, que tengo un susto por no

volver a encontrar a esa mujer.

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- No se ponga mal, Dioniso, no pierda la esperanza. Míreme a mí, pensé que iba a perder

este hotelito que es lo único que me queda, y vean desde que llegaron ustedes, mi Sáule se

salvó.

- Ojalá, Eduardo. A usted más que nadie le conviene que aparezca Elena, porque sin ella,

hasta caso le empezaría a hacer al Manuel, para irnos de esta ciudad.

- No señor, no diga eso, a Helena la vamos a encontrar.

- Sirva, sirva el aguardiente, Eduardo, y saqué dos copas más, para los muchachos que

pronto llegarán.

* * *

Medellín en el siglo XXI ha perdido su rumbo. Estamos en manos de oligarquías y

mafiosos. Sáule es un viejo hotel sobreviviente, lo único que queda del viejo Guayaquil.

Quedarme en este hotel fue la salida a mi oficio de escritor. Es como si Sáule fuera una

puerta al pasado. Su dueño prolonga un amor por el tango, por el tango que un día unió a

Buenos Aires y a Medellín. Yo voy a ayudarle a sostener el sueño de una Medellín donde

se vive no para hacer dinero, sino para escuchar tangos y conversar. Uno de los habitantes

de Sáule, es un viejo campesino, de los viejos con la sabiduría de andar las montañas, dos

veces le fue arrebatada su vida, que era la tierra, acá me lo encontré yo. Voy a contar su

historia. También está su sobrino, un filósofo desengañado, sin lugar, singular. También

voy a contar su historia, es muy parecida a la mía, él sostiene que nuestra tragedia es ser

hijos de campesinos desarraigados y tiene razón. Pero está enfermo de desesperanza. Estoy

yo, que me propongo escribir un relato de las distintas soledades que se multiplican en

Medellín. Las de Sáule para comenzar. Esta misma historia está enredada, para poderla

escribir, le pedí patrocinio a un mafioso. ¡Vaya¡ ¡Un capitalista ayudando a un escritor!

Marcos, tengo que escribir también la historia de él, pero no queremos más historias de

mafiosos, así de ellos aún estemos viviendo. ¿Para qué necesito escribir la historia de los

últimos huéspedes del hotel Sáule? Porque en Sáule se juntaron cuatro soledades, que

tienen una misma raíz. Que aparezca la novela, que aparezca pues.

* * *