Segunda Unidad Temática

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Katerine Santo Ciencia del lenguaje (Lingüística): principios generales y desarrollo sistemático UNED 2013-2014 Segunda unidad temática Actividades 1. Compárese el signo según Husserl, Saussure, Hjelmslev y Bühler. Si nos fijamos, en primer lugar, en la concepción que tiene Husserl del signo lingüístico, encontramos que otorga una posición privilegiada a la percepción exterior. En uno de los primeros momentos de su teoría considera que las palabras, de por sí, no significan nada (son meras sucesiones de sonidos) y que es el hablante, con su intención, el que les da significado. De aquí podríamos deducir que el oyente necesita conocer la intención del hablante para poder extraer el significado de las palabras ya que, de otra manera, una frase o un texto sólo sería una construcción totalmente inerte y vacía de significado. Sin embargo, vemos que este planteamiento nos lleva, casi, a la imposibilidad de entender un texto si no conocemos personalmente a quien lo ha producido. Husserl también se dio cuenta de ello y, por eso, en etapas posteriores de su teoría ya acepta que las palabras tienen significados de por sí y que sólo los elementos directamente unidos al

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Katerine Santo

Ciencia del lenguaje (Lingüística): principios generales y desarrollo sistemático

UNED 2013-2014

Segunda unidad temática

Actividades

1. Compárese el signo según Husserl, Saussure, Hjelmslev y Bühler.

Si nos fijamos, en primer lugar, en la concepción que tiene Husserl del signo

lingüístico, encontramos que otorga una posición privilegiada a la percepción exterior.

En uno de los primeros momentos de su teoría considera que las palabras, de por sí, no

significan nada (son meras sucesiones de sonidos) y que es el hablante, con su

intención, el que les da significado. De aquí podríamos deducir que el oyente necesita

conocer la intención del hablante para poder extraer el significado de las palabras ya

que, de otra manera, una frase o un texto sólo sería una construcción totalmente inerte y

vacía de significado. Sin embargo, vemos que este planteamiento nos lleva, casi, a la

imposibilidad de entender un texto si no conocemos personalmente a quien lo ha

producido. Husserl también se dio cuenta de ello y, por eso, en etapas posteriores de su

teoría ya acepta que las palabras tienen significados de por sí y que sólo los elementos

directamente unidos al momento y el lugar del habla (demostrativos, deícticos, marcas

temporales) requieren que el receptor conozca el pensamiento del hablante para poder

interpretarlos correctamente.

Saliendo de este terreno complejo, ofreceremos la definición que encontramos

en Husserl para el signo lingüístico: un signo es todo aquello cuya percepción o

conocimiento por parte de un sujeto implica la asunción de la existencia de otra cosa

que, en ese momento, está ausente o es desconocida para dicho sujeto. Hay distintas

clases de signos y entre ellos están las palabras, que son el producto de un hablante que,

a través de ellas, quiere transmitir su pensamiento a otro (en este caso el receptor). Para

Husserl, estos signos, que son los que nos interesan, son expresiones, signos

significativos o signos expresivos.

Sin duda, cuando pensamos en el signo lingüístico nos viene a la mente

Saussure. El profesor define el signo lingüístico como unión de dos elementos: un

concepto y una imagen acústica. La imagen acústica para él no es la unión de fonemas

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que forman la palabra, sino la “huella psíquica” que queda en nuestros sentidos. El

concepto será aquello a lo que siempre nos referimos como significado y la “huella

psíquica” será aquello a lo que siempre nos referimos como significante. De la misma

forma que el concepto no es la entidad real, la huella psíquica tampoco es el sonido o la

articulación de la palabra, sino algo más abstracto. Vemos aquí ya esbozada la

distinción entre fonética y fonología.

Uno de los primeros rasgos que Saussure otorga al signo lingüístico es su

carácter arbitrario: la relación entre el significante y el significado no es justificada sino

que obedece a circunstancias de la historia y del momento. Una prueba de esto es que

los nombres que damos a las mismas cosas varían en función de la lengua que

manejemos (si la relación entre significante y significado estuviera justificada o

motivada, el significante sería el mismo en todas las lenguas para la misma realidad y

no lo es). Sin embargo, hay dos situaciones que hacen que hablemos de signos no

arbitrarios. La primera es la de las onomatopeyas, cuyo significante está directamente

ligado al concepto al que se refieren (incluso así vemos que las onomatopeyas varían,

aunque sea un poco, de lengua a lengua –pensemos en que el gallo el español hace

kikirikí y en inglés hace cock-a-doodle-doo-). El otro caso en el que el signo se

considera motivado es el de la derivación: una palabra derivada de otra está motivada

por su relación con la palabra base. Es, pues, una motivación de tipo morfológico.

Otra de las características que Saussure atribuye al signo es la linealidad.

Considera que el signo tiene un carácter lineal porque no se superpone a otros signos al

ser producido (limitaciones de nuestro sistema de fonación) y cada signo tiene su

momento y su espacio únicos. Se aquí se desprende que el signo sea también discreto,

es decir, seccionable y claramente diferenciable de otros signos.

Veamos ahora cómo define Hjelmslev el signo lingüístico. Para el lingüista

praguense, el signo es una relación constante de dependencia entre una expresión y un

contenido. A esta relación la llama función semiótica y considera que sus dos términos,

expresión y contenido, no pueden existir independientemente uno del otro: no podemos

encontrar una expresión sin contenido y un contenido siempre opera en función de su

expresión. Hjelmslev intenta dejar fuera de su sistema todo aquello que no es

estrictamente lingüístico y, así, evita toda referencia a lo psíquico, por ejemplo. Habla

de la realidad como un continuum del que la lengua se encarga de extraer conceptos

diferenciados que se materializan a través de expresiones. Es decir, el signo define u

ordena la realidad y la hace comprensible lingüísticamente.

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Uno de los rasgos que Hjelmslev atribuye al signo es la arbitrariedad y, en esto,

se acerca al planteamiento de Saussure. Hjelmslev sostiene que la forma lingüística es

independiente de la sustancia mediante la cual se manifiesta y que la forma sólo puede

ser reconocida y definida por medio de la abstracción de la sustancia. El signo es, pues,

signo de otra cosa y tiene, digamos, dos direcciones: una exterior, hacia la expresión, y

otra interior, hacia el contenido.

Veamos ahora qué piensa Bühler del signo lingüístico. Las reflexiones del

lingüista y filósofo alemán empiezan por la etimología y los intentos de estudiosos por

desentrañar el origen de las palabras que usamos día a día para expresarnos. Es una

labor ardua, dice Bühler, y de objetivos difíciles de alcanzar, pues siempre se llega a un

punto en el que todo es difuso, como lo fueron las razones que llevaron a un grupo a

empezar a llamar de determinada forma a determinadas realidades. En general, y ya

fuera de estas consideraciones, Bühler se centra en las funciones semánticas del signo

lingüístico y propone tres: a) función representativa: hace referencia a la relación signo-

símbolo. Mediante esta función representamos la realidad exterior y física, los

conceptos abstractos, la realidad social, el razonamiento, las opiniones, las fantasías, los

productos de la imaginación, etc. Representar es, pues, significar contenidos cognitivos

para facilitar la creación y la expresión del pensamiento; b) función expresiva: hace

referencia a la relación signo-síntoma y al uso que hace del lenguaje el hablante para

expresar lo subjetivo. Esta función permite al sujeto proyectarse; c) función apelativa:

hace referencia a la relación signo-señal y a través de ella podemos llamar la atención

del oyente y dirigir su comportamiento. Esta última función representa el carácter

significativo del signo lingüístico percibido por el receptor, es decir, es la parte final del

proceso comunicativo que Bühler intentó definir en algunos de sus trabajos.

2. ¿Qué relación hay entre el acto intencional, la significación y la intuición

complementadora? Pónganse ejemplos.

El acto intencional, la significación y la intuición complementadora son

conceptos que maneja Husserl en su obra al hablar de la percepción de la realidad y de

nuestra forma de entenderla, procesarla y transmitirla. Considera que todo acto de

percepción es un acto intencional, pues no sólo vemos (o pensamos) el objeto, sino que

le añadimos todo lo que ya sabemos sobre ese objeto y otros parecidos. Por ejemplo,

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cuando vemos un objeto como un libro lo vemos sólo desde un punto, con una

iluminación determinada, en una posición concreta, pero en realidad vemos el libro

entero: sabemos que tiene otra tapa aunque sólo veamos una; sabemos que por el otro

lado se ven las páginas si lo que estamos viendo es el lomo, etc. De la misma manera,

cuando oímos un ruido o un sonido, no oímos simplemente un “ruido”, sino una puerta

cerrándose, un objeto que ha caído, una canción... Aunque oigamos una canción

conocida desde la distancia o a través de una pared, el objeto que eso crea en nuestra

conciencia es la canción en sí, porque la conocemos y no necesitamos oírla de forma

perfectamente nítida para pensarla de forma nítida.

La intención es, pues, lo que una palabra crea en nuestra conciencia, que puede

ser una idea, un concepto, un objeto... Las intuiciones, por otro lado, son pequeños (o

grandes) puntos de significado que atribuimos a aquello que nos llega a través de los

sentidos y que procede de lo que podemos llamar universo compartido (con otros

hablantes) o del imaginario personal (formado a través de experiencias propias, de

recuerdos, pero no de cultura o de ideas que conocemos por el simple hecho de

pertenecer a un grupo cultural). Hablamos de intención complementadora porque

complementa o llena la intención de las palabras.

La intuición complementadora también nos sirve para atribuir significados

aproximados a palabras que no conocemos o para atribuir conceptos a objetos que

nunca hemos visto basándonos, como decíamos, en lo que ya conocemos: otras palabras

o conceptos similares, recuerdos, referencias culturales, etc.

3. Póngase un ejemplo de relación sintagmática y paradigmática

advirtiendo si hay alguna correlación intrínseca entre ellas. ¿Sostiene Saussure tal

relación?

Las unidades lingüísticas están interrelacionadas íntimamente por dos tipos de

relaciones: sintagmáticas y paradigmáticas. Las relaciones sintagmáticas son relaciones

in praesentia u observables directamente ya que se establecen entre los elementos que

forman un sintagma o una oración. Este tipo de relación tiene que ver con el carácter

lineal que Saussure le atribuía al signo lingüístico: los elementos del sintagma se

relacionan unos con otros en función de la posición en la que se emitan o se escriban.

Son, pues relaciones de tipo fundamentalmente sintáctico.

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Por otro lado, las relaciones paradigmáticas son relaciones in absentia, es decir,

no observables directamente. Los elementos entre los que hay relaciones paradigmáticas

no aparecen juntos en el sintagma: sólo aparece uno de ellos y el receptor es capaz de

establecer esa relación paradigmática entre ese elemento y otros. Esa relación es,

generalmente, de tipo semántico o morfológico.

Un ejemplo de relación sintagmática sería la que se establece entre un

determinante y el sustantivo al que determina (determinación), entre un sustantivo y el

adjetivo que lo define (atributiva) o entre un sujeto y el verbo que dice algo de él

(predicativa). Un ejemplo de relación paradigmática sería la que se establece entre todos

los elementos que podrían aparecer en un contexto determinado dentro de la frase: el

espacio reservado a los determinantes puede ser ocupado por cualquiera de los

determinantes de una lengua, pero sólo por uno, es decir, la aparición de uno excluye la

aparición de cualquier otro con el que tenga relación paradigmática. Los elementos

intercambiables en una posición sintáctica forman lo que conocemos como paradigmas

(el paradigma de los determinantes, de los verbos transitivos, de los nombres propios o

comunes, etc.).

Son, pues, dos tipos de relaciones que se establecen en el mismo contexto (el de

la oración) pero en niveles diferentes: uno horizontal (las sintagmáticas) y otra vertical

(las paradigmáticas). Para Saussure, estos dos tipos de relaciones se corresponden con

las dos vías de nuestra actividad mental: el orden sintagmático y el orden asociativo o

paradigmático

4. Aplíquense los principales conceptos sistemáticos de Hjelmslev y Bühler a

un texto breve.

Para este breve análisis hemos elegido un texto periodístico de Félix Ovejero

sobre las discusiones en torno a la independencia de Cataluña aparecido en El País este

mismo mes de diciembre y que se puede consultar en el siguiente enlace:

http://elpais.com/elpais/2013/12/06/opinion/1386336690_657717.html

Este texto, como cualquier otro, es el resultado del acto de enunciación,

siguiendo el planteamiento de Hjelmslev. Es un producto final en sí mismo y no un

medio para llegar a otros productos y es, además, un producto formal y coherente dentro

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de sí mismo. Podemos aplicar esta idea a nuestro texto, pues es una exposición completa

sobre una idea concreta que se explica y justifica a través de diversos ejemplos y

argumentos. El texto, en Hjelmslev, es el punto de partida para el análisis de todas las

unidades de la lengua, pues unas se contienen dentro de otras: dentro del texto

encontramos la oración, dentro de esta los sintagmas, dentro de estos las palabras y,

dentro de estas, los fonemas. Todas estas unidades se relacionan entre sí y son

necesarias las unas para las otras. Las relaciones que se pueden establecer entre ellas

son de interdependencia, de determinación o de constelación. Buscaremos ejemplos de

las tres en nuestro texto.

Un caso de relación de interdependencia es la que se establece entre un sujeto y

un predicado o una preposición y su término: uno no puede aparecer sin el otro y

viceversa. Encontramos, como es evidente, muchos ejemplos de este tipo en nuestro

texto: algunos podrían creer que...; la causa última se encuentra...; no es menor el

desatino de ciertos socialistas...; nadie que piense limpio puede decir estas cosas;

otros no cuentan; de la ciudadanía; con la dialéctica; para pensar; en el PSC; a sus

conciudadanos; etc.

La relación de determinación es aquella que se establece, por ejemplo, entre un

artículo y un sustantivo: uno da alguna característica del otro. Es la relación que se da

entre todos los demostrativos y determinantes y los elementos a los que acompañan.

Encontramos ejemplos como estos en nuestro texto: las cosas, el acuerdo, la pregunta,

esa convicción, sus discrepancias, una financiación, etc.

Por último, la relación de constelación es aquella que se da cuando dos

elementos son compatibles, aunque ninguno de los dos presupone la aparición del otro.

Es lo que ocurre entre los objetos directo e indirecto en una oración. Si buscamos en

nuestro texto, rápidamente encontramos casos de constelación: atribuirles superioridad

alguna; la próxima vez que alguien le diga X; unos a otros nos otorgamos la elemental

dignidad de debernos razones; no los considera dignos de recibir razones, etc.

Si seguimos en nuestro texto pero pensando ahora en las ideas de Bühler sobre el

lenguaje encontraremos las funciones semánticas de las que hablábamos unas páginas

más arriba. La primera función, la representativa, es aquella mediante la cual

representamos la realidad exterior tanto física como abstracta, incluyendo los productos

de la imaginación y las opiniones de otros. En este caso, esta función está presente sólo

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en parte: apenas se describe la realidad de la que se habla, pero sí se expresan opiniones

de otros (de Juan de Mairena al principio del texto, voces políticas más adelante, etc.).

No encontramos una descripción de la realidad de la que se está hablando porque el

emisor sabe que es una realidad conocida por el lector y no considera necesario ponerle

en antecedentes antes de analizarla y exponer su opinión y las de otros.

La segunda función es la expresiva, que nos sirve para expresar lo subjetivo y

nos permite proyectarnos. Esta función es la que más presencia tiene en el texto, pues

este está vertebrado por la opinión del autor sobre una realidad concreta. Su universo de

ideas relacionadas con las discusiones sobre la independencia de Cataluña se proyecta

ante el receptor a través del texto y con él se proyecta también el autor mismo. La

opinión viene soportada por palabras de otros autores y ejemplos sacados de la realidad

cotidiana que el lector conoce. Pensemos, por ejemplo, en cuando escribe lo siguiente

para transmitir lo inútil de opiniones intermedias en determinadas situaciones: Se puede

estar más o menos cansado o gordo, pero no se puede estar un poco embarazada o

muerto. Esto remite a una pequeña parcela de la realidad que el lector identificará

inmediatamente y que hará que la opinión del autor le llegue más nítidamente.

La tercera y última función, recordemos, es la apelativa, con la que podemos

llamar la atención del receptor y dirigir su comportamiento. En nuestro texto no

encontramos grandes muestras de esta función. Encontramos, eso sí, momentos en los

que el autor se dirige directamente al lector, aunque no podemos decir que lo haga para

dirigir su comportamiento o, al menos, no evidentemente. Son casos como este: la

próxima vez que alguien le diga... recuerde que... Sirve para llamar la atención del

lector, pero para nada más.