Selección de obras · conductores por qué le rendían tantos honores, dado que en el fondo él no...
Transcript of Selección de obras · conductores por qué le rendían tantos honores, dado que en el fondo él no...
Sobre el Cuento Selección de obras
1
CONTENIDO Orfeo y las sirenas ............................................................................................................................... 2
Mensaje ............................................................................................................................................... 2
Una historia quebrada ......................................................................................................................... 2
El elefante blanco ................................................................................................................................ 3
La victoria de las tinieblas ................................................................................................................... 3
La sombra ............................................................................................................................................ 4
El gesto de la muerte......................................................................................................................... 13
Epitafio de un boxeador .................................................................................................................... 13
Confusión .......................................................................................................................................... 14
Sueño de la mariposa ........................................................................................................................ 14
El Abin Al-Sharawy ............................................................................................................................ 15
Sechuan e hijos .................................................................................................................................. 17
Fiat Lux .............................................................................................................................................. 20
El dinosaurio ...................................................................................................................................... 21
El emigrante ...................................................................................................................................... 21
Las líneas de la mano ........................................................................................................................ 21
Página asesina ................................................................................................................................... 22
El huésped ......................................................................................................................................... 22
Sombra .............................................................................................................................................. 26
A LA DERIVA ...................................................................................................................................... 28
Sobre el Cuento Selección de obras
2
ORFEO Y LAS SIRENAS
Apolodoro de Atenas
Cuando los Argonautas pasaron en su nave por el sitio fatal, las sirenas cantaron
para atraerles; pero Orfeo cantó con más dulzura y las eclipsó con los acentos de
su lira. Y, como según tenía dispuesto el destino, la vida de las sirenas debía cesar
en el momento que alguien escuchara sus cantos sin sentir el hechizo que estos
producían, se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas.
MENSAJE
Thomas Bailey Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el
mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
UNA HISTORIA QUEBRADA
Paul Valéry
El rey ordenó: (Te condeno a morir, pero a morir como Xios y no como Tú) que Xios
fuera llevado a un país enteramente distinto. Cambiado su nombre, artísticamente
mutilados sus rasgos. La gente del país obligada a crearle un pasado, una familia,
talentos muy diversos de los suyos.
Si recordaba algo de su vida anterior, lo rebatían, le decían que estaba loco,
etcétera…
Le habían preparado una familia, mujer e hijos que se daban por suyos.
En fin, todo le decía que era el que no era.
Sobre el Cuento Selección de obras
3
EL ELEFANTE BLANCO
Jean-Pierre Claris de Florian
En varios países de Asia se venera a los elefantes, en especial los blancos. Tienen
por establo un palacio, comen en recipientes de oro, todos los hombres se postran
ante ellos y los pueblos luchan para arrebatarse tan preciado tesoro. Uno de estos
elefantes, gran pensador, inteligente, le preguntó un buen día a uno de sus
conductores por qué le rendían tantos honores, dado que en el fondo él no era más
que un simple animal.
- ¡Ay! Eres demasiado humilde -fue la respuesta-. Todos conocemos tu dignidad y
toda la India sabe que, al abandonar esta vida, las almas de los héroes armados
por la patria habitan por un tiempo en los cuerpos de los elefantes blancos. Nuestros
sacerdotes lo han dicho, por lo tanto, debe ser así.
- ¡Cómo! ¿Somos considerados héroes?
-Sin duda.
-De no serlo, ¿podríamos disfrutar en paz, en la selva, de los tesoros de la
naturaleza?
-Sí señor.
-Amigo mío, entonces déjame ir, porque te han engañado, te lo aseguro; si
reflexionas comprenderás de inmediato el error: somos altivos pero cariñosos;
moderados pero poderosos; no injuriamos a los más débiles; en nuestro corazón, el
amor sigue las leyes del pudor; pese a la situación privilegiada en la que nos
encontramos, los honores no han modificado nuestras virtudes. ¿Qué más pruebas
se necesitan? ¿Cómo es posible que alguien haya visto en nosotros el menor rasgo
humano?
LA VICTORIA DE LAS TINIEBLAS
Pepe González
La victoria de las tinieblas no fue en la noche, tampoco en invierno, sino en
primavera. No fue arrebatándola, sino aprovechando sus virtudes. Se podría decir
que fue una muerte piadosa. Un demonio colocó una semilla corrupta, primavera
hizo el resto: la flor creció con su veneno; el viento, esparció las esporas, y la abeja,
hizo la miel, que comió el humano, que murió al probarla. Todos perecieron con una
sonrisa en la cara, felices, arropados por las delicias primaverales. Ningún demonio
gritó ni se manchó de sangre, solo observaron, la primavera hizo el resto.
Sobre el Cuento Selección de obras
4
LA SOMBRA
Hans Christian Andersen
En los países cálidos, ¡allí sí que calienta el sol! La gente llega a parecer de caoba;
tanto, que en los países tórridos se convierten en negros. Y precisamente a los
países cálidos fue adonde marchó un sabio de los países fríos, creyendo que en
ellos podía vagabundear, como hacía en su tierra, aunque pronto se acostumbró a
lo contrario. Él y toda la gente sensata debían quedarse puertas adentro. Celosías
y puertas se mantenían cerradas el día entero; parecía como si toda la casa
durmiese o que no hubiera nadie en ella. Además, la callejuela con altas casas
donde vivía estaba construida de tal forma que el sol no se movía de ella de la
mañana a la noche; era, en realidad, algo inaguantable. Al sabio de los países fríos,
que era joven e inteligente, le pareció que vivía en un horno candente, y le afectó
tanto, que empezó a adelgazar. Incluso su sombra menguó y se hizo más pequeña
que en su país; el sol también la debilitaba. Tanto uno como otra no comenzaban a
vivir hasta la noche, cuando el sol se había puesto.
Era digno de verse. En cuanto entraba luz en el cuarto, la sombra se estiraba por
toda la pared, incluso hasta el techo, tenía que hacerlo para recuperar su fuerza. El
sabio salía al balcón, para desperezarse, y así que las estrellas asomaban en el
maravilloso aire puro, era para él como volver a vivir. En todos los balcones de la
calle -y en los países cálidos todos los huecos tienen balcones- había gente
asomada, porque uno tiene que respirar, por muy acostumbrado que se esté a ser
de caoba. Había gran animación, arriba y abajo. Los zapateros, los sastres, todo el
mundo estaba en la calle, fuera estaban las mesas y las sillas, y brillaban las luces
-sí, más de mil había encendidas-. Uno hablaba y otro cantaba, y la gente paseaba
y rodaban los coches, los asnos pasaban -¡tilín, tilín, tilín!- sonando los cascabeles.
Había entierros y cantos fúnebres, los chicos disparaban cohetes y las campanas
volteaban -sí, había una vida tremenda en la calle-. Sólo la casa frente a la del sabio
extranjero estaba en silencio completo. Y, sin embargo, alguien vivía en ella, porque
había flores en el balcón que crecían espléndidamente al calor del sol, para lo que
necesitaban ser regadas -luego, alguien debía haber allí. La puerta del balcón
aparecía también abierta por la tarde, pero el interior estaba en sombra, por lo
menos en la habitación delantera. De dentro llegaba sonido de música. Al sabio
extranjero le pareció extraordinaria la música, pero bien podía ser pura imaginación
suya, porque todo lo encontraba extraordinario en los países cálidos -excepto lo
referente al sol-. Su casero dijo que no sabía quién había alquilado la casa, no se
veía a nadie, y en cuanto a la música se refería, creía que era horriblemente
aburrida.
Sobre el Cuento Selección de obras
5
-Es como si alguien tratase de ensayar una pieza que no puede dominar, siempre
la misma. «¡Pues lo tengo que sacar!», dice, pero no lo consigue por mucho que
toque.
Una noche el extranjero despertó; dormía con la puerta del balcón abierta. La cortina
se levantó con el viento, y le pareció que venía una luz fantástica del balcón de
enfrente. Todas las flores resplandecían como llamas de los colores más
espléndidos y en medio de las flores se encontraba una esbelta, atractiva doncella,
que parecía también resplandecer. De tal forma lo deslumbró, que abrió los ojos
desmesuradamente y se despertó del todo.
De un salto estuvo en el suelo, muy despacio se acercó a la cortina pero la doncella
había desaparecido, el resplandor se había apagado; las flores no brillaban, pero
seguían siendo tan bonitas como siempre; la puerta estaba entornada y de las
profundidades venía una música tan suave y encantadora, que inspiraba los más
dulces pensamientos. Era, sin embargo, como cosa de magia -y ¿quién vivía allí?
¿Dónde estaba la verdadera entrada? Todo el piso bajo era una tienda tras otra y
no era posible que la gente pasara por ellas.
Una noche el extranjero estaba sentado en su balcón, con una luz encendida en el
cuarto a espaldas suyas, por lo que, como es natural, su sombra estaba en la pared
de enfrente. Sí, allí estaba sentada exactamente enfrente entre las flores del balcón,
y cuando el extranjero se movía, también se movía la sombra, porque así es como
hacen las sombras.
-Parece como si mi sombra fuese el único ser vivo que se viera enfrente -dijo el
sabio-. Con qué delicadeza se sienta entre las flores. La puerta está entreabierta,
¡si la sombra fuese tan lista como para entrar, mirar en torno suyo y venir después
a contarme lo que hubiera visto! Sí, haz algo útil -dijo en broma-. ¡Vamos entra!
¡Vamos, ahora!
Y le hizo gestos con la cabeza a la sombra, y la sombra le correspondió:
- ¡Anda, pero no te pierdas!
Y el extranjero se levantó, y su sombra allá en el balcón de enfrente se levantó
también; y el extranjero se volvió y la sombra se volvió también; si por acaso alguien
hubiera estado observando, hubiera visto claramente que la sombra se colaba por
la puerta entornada en la casa de enfrente, al tiempo que el extranjero entraba en
su cuarto y corría la larga cortina tras de sí.
A la mañana siguiente salió el sabio a tomar café y leer los periódicos.
- ¿Qué pasa? -dijo, cuando salió al sol-. ¡Me he quedado sin sombra! Se marchó
anoche de verdad y no ha vuelto aún. ¡Qué fastidio!
Sobre el Cuento Selección de obras
6
Y eso lo enojó, no tanto porque la sombra se hubiera ido, sino porque sabía la
existencia de una historia sobre el hombre sin sombra, conocida por todos en su
patria allá en los países fríos, y en cuanto el sabio regresara y contase la suya,
dirían que la había copiado, y eso no le hacía maldita gracia. Por tanto, no diría una
palabra, lo cual estaba muy bien pensado.
Por la noche salió de nuevo al balcón. Había colocado la luz detrás de sí, en la
debida posición, porque sabía que la sombra gusta de tener siempre a su dueño por
pantalla, pero no pudo atraerla. Se encogió, se estiró, pero no había sombra alguna
que volviera. Dijo:
- ¡Ejem! ¡Ejem! -pero sin resultado.
Era un fastidio, pero en los países cálidos todo crece tan rápidamente que al cabo
de ocho días observó, con gran satisfacción, que le crecía una sombra de las
piernas cuando salía el sol -quizá la raíz había quedado dentro-. A las tres semanas,
tenía una sombra de considerables dimensiones que, cuando regresó a su patria en
los países nórdicos, creció más y más durante el viaje, hasta que al final era tan
larga y tan grande que la mitad hubiera bastado.
De esta forma regresó el sabio a su casa y escribió libros sobre cuanto había de
verdadero en el mundo, lo que había de bueno y de hermoso, y pasaron días y
pasaron años; pasaron muchos años.
Una noche estaba sentado en su cuarto cuando llamaron muy quedamente a la
puerta.
- ¡Adelante! -contestó, pero nadie entró. Así es que fue a abrir y vio ante él a un
hombre tan sumamente delgado que quedó atónito. Por lo demás, el hombre iba
espléndidamente vestido, debía ser una persona distinguida.
- ¿Con quién tengo el honor de hablar? -preguntó el sabio.
- ¡Ah!, ya pensé que no me reconocería -dijo el hombre elegante-. Me he hecho tan
corpóreo que hasta tengo carne y ropas. Seguro que nunca había pensado usted
en verme en tal prosperidad. ¿No reconoce usted a su vieja sombra? No creía usted
que volvería, ¿verdad? Me ha ido espléndidamente desde que estuve con usted.
¡He sido, en todos los sentidos, muy afortunado! Si tuviera que rescatar mi libertad,
podría hacerlo -y repiqueteó un manojo de preciosos dijes que colgaban del reloj y
pasó la mano por la gruesa cadena de oro que llevaba al cuello. ¡Huy!, todos los
dedos fulguraron con anillos de diamantes, todos auténticos.
-No, no puedo hacerme idea de lo que significa esto -dijo el sabio.
-Ya, no es nada corriente -dijo la sombra-, pero usted tampoco es nada corriente y
yo, bien sabe usted, desde que era así de chiquito he seguido sus huellas. En cuanto
usted descubrió que yo estaba a punto para ir solo por el mundo, seguí mi camino.
Sobre el Cuento Selección de obras
7
Me encuentro en una situación excepcionalmente afortunada, pero me ha
acometido cierto deseo de volverlo a ver antes de que usted muera -porque usted
ha de morir-. También me gustaría visitar este país, porque la patria siempre tira.
Veo que tiene usted otra sombra. ¿Le debo algo a ella, o bien a usted? Hágame el
favor de decírmelo.
- ¡Bueno! ¿Pero eres tú? -dijo el sabio- ¡Es extraordinario! ¡Nunca habría creído que
la vieja sombra de uno pudiera regresar como persona!
-Dígame cuánto le debo -dijo la sombra-, porque no me gustaría deberle nada.
- ¿Cómo puedes hablar así? -dijo el sabio-. ¿De qué deuda hablas? No me debes
nada. Me alegra extraordinariamente tu suerte. Siéntate, querido amigo, y cuéntame
cómo te ha ido y lo que viste en la casa de enfrente, allá en los países cálidos.
-Sí que le contaré -dijo la sombra, y se sentó-, pero antes me tiene usted que
prometer que no ha de decirle a nadie en la ciudad, caso de que nos encontremos,
que yo he sido su sombra. Pienso casarme; puedo de sobra mantener una familia.
-¡Estate tranquilo! -dijo el sabio-. No le diré a nadie quién eres en realidad. Ésta es
mi mano. ¡Palabra de hombre!
-¡Palabra de sombra! -dijo la sombra, que era lo que le correspondía decir.
Era, por otra parte, de veras notable lo humana que se había vuelto la sombra.
Vestía del más riguroso negro y el paño más selecto, botas de charol y sombrero
que podía cerrarse, hasta quedar reducido a corona y alas -sin hablar de lo ya
mencionado: dijes, cadenas de oro y anillos de diamantes. Ya lo creo: la sombra iba
extraordinariamente bien vestida, y era precisamente esto la que la hacía tan
humana.
-Ahora voy a contarle -dijo la sombra, y plantó sus botas de charol lo más fuerte que
pudo sobre el brazo de la nueva sombra del sabio, que yacía como un perro faldero
a sus pies. Y esto lo hizo bien por orgullo, bien con la intención de que se le quedase
pegada. Y la sombra del suelo permaneció quieta y en silencio, resuelta a no perder
detalle; deseaba, sobre todo, enterarse de cómo puede uno manumitirse y llegar a
convertirse en su propio señor.
-¿Sabe usted quién vivía en la casa de enfrente? -dijo la sombra-. ¡La más bella de
todas, la Poesía! Estuve allí tres semanas y su efecto ha sido como si hubiera vivido
tres mil años y hubiera leído cuanto se ha cantado y se ha escrito. Lo digo y es
cierto. ¡Lo he visto todo y lo sé todo!
-¡La Poesía! -gritó el sabio-. Sí, sí, vive con frecuencia en las grandes ciudades, en
soledad. ¡La Poesía! ¡Sí la vi tan sólo un instante, pero el sueño pesaba en mis ojos!
Estaba en el balcón y brillaba como brilla la aurora boreal. ¡Cuenta, cuenta! Estabas
en el balcón, entraste por la puerta, ¿y después?
Sobre el Cuento Selección de obras
8
-Me encontré en la antesala -dijo la sombra-. Lo que usted siempre veía era la
antesala. No había luz alguna, sólo una especie de crepúsculo, pero las puertas
daban unas a otras en una larga serie de salas y salones; y estaba tan iluminado,
que la luz me hubiera matado de haber ido directamente ante la doncella; pero fui
prudente, y tomé tiempo -como debe hacerse.
-¿Y entonces qué viste? -preguntó el sabio.
-Lo vi todo, y se lo contaré, pero… no es orgullo por mi parte; pero… como ser libre
que soy y con los conocimientos que tengo, para no hablar de mi buena posición,
mis excelentes relaciones… , desearía que me llamase de usted.
-¡Dispense usted! -dijo el sabio-. Son los viejos hábitos los que más cuesta
abandonar. Tiene usted toda la razón y lo tendré presente. Pero cuénteme ahora lo
que vio.
-¡Todo! -dijo la sombra-. Lo vi todo y lo sé todo.
-¿Qué aspecto tenían los cuartos interiores? -preguntó el sabio-. ¿Eran como el
fresco bosque? ¿Eran como un templo? ¿Eran los cuartos como el cielo estrellado,
cuando se está en las altas montañas?
-¡Todo estaba allí! -dijo la sombra-. No entré hasta el final, me quedé en el cuarto
delantero, a media luz, pero era un puesto excelente, ¡lo vi todo y lo supe todo! He
estado en la corte de la Poesía, en la antesala.
- ¿Pero qué es lo que vio? ¿Estaban en el gran salón todos los dioses de la
Antigüedad? ¿Luchaban allí los viejos héroes? ¿Jugaban niños encantadores y
contaban sus sueños?
-Le digo que estuve allí y debe comprender que vi todo lo que había que ver. Si
usted hubiera estado allí, no se habría convertido en ser humano, pero yo sí. Y
además aprendí a conocer lo íntimo de mi naturaleza, lo congénito, el parentesco
que tengo con la Poesía. Sí, cuando estaba con usted no pensaba en ello, pero
siempre, sabe usted, al salir y al ponerse el sol, me hacía extrañamente largo; a la
luz de la luna me recortaba casi con mayor precisión que usted. Yo no entendía
entonces mi naturaleza, en la antesala se me reveló.
Me volví ser humano. Al salir había completado mi madurez, pero usted ya no
estaba en los países cálidos. Me avergoncé como hombre de ir como iba,
necesitaba botas, trajes, todo este barniz humano, que hace reconocible al hombre.
Me refugié -sí, puedo decírselo, usted no lo contará en ningún libro-, me refugié en
las faldas de una vendedora de pasteles, bajo ellas me escondí; la mujer no tenía
idea de lo que ocultaba. No salí hasta que llegó la noche; corrí por la calle a la luz
de la luna. Me estiré sobre la pared
Sobre el Cuento Selección de obras
9
- ¡qué deliciosas cosquillas produce en la espalda! Corrí arriba y abajo, curioseé por
las ventanas más altas, tanto en el salón como en la buhardilla. Miré donde nadie
puede mirar, y vi lo que ningún otro ve, lo que nadie debe ver. Si bien se considera,
éste es un cochino mundo. No querría ser hombre, si no fuera porque está bien
considerado el serlo. Vi las cosas más inimaginables en las mujeres, los hombres,
los padres y los encantadores e incomparables niños; vi -dijo la sombra- lo que
ningún hombre debe conocer, pero lo que todos se perecerían por saber: lo malo
del prójimo. Si hubiera publicado un periódico, ¡lo que se hubiera leído! Pero yo
escribía directamente a la persona en cuestión y se producía el pánico en todas las
ciudades adonde iba. Llegaron a tenerme terror y grandísima consideración. Los
profesores me nombraron profesor, los sastres me hacían trajes nuevos -no me
faltaba de nada. El tesorero del reino acuñaba monedas para mí y las mujeres
decían que yo era muy guapo -y así llegué a ser el hombre que soy. Y ahora me
despido. Ésta es mi tarjeta. Vivo en la acera del sol y estoy siempre en casa cuando
llueve.
Y la sombra se marchó.
- ¡Qué extraordinario! -dijo el sabio.
Pasó tiempo y tiempo y la sombra volvió.
- ¿Cómo le va? -preguntó.
- ¡Ay! -dijo el sabio-. Escribo acerca de lo verdadero, lo bueno y lo bello, pero nadie
se interesa por mi obra. Estoy desesperado, porque son cosas a las que concedo
gran importancia.
-Pues a mí no me ocurre igual -dijo la sombra-. Yo, mientras, engordando, que es
lo que hemos de procurar. Usted no entiende el mundo y terminará por caer
enfermo. Tiene que viajar. Me iré de viaje este verano. Venga conmigo. Me gustaría
llevar un compañero. ¿Quiere usted venir conmigo, como mi sombra? Será para mí
un gran placer el llevarle, ¡le pago el viaje!
- ¡Qué disparate! -dijo el sabio.
- ¡Según como se mire! -dijo la sombra-. El viajar le sentará de maravilla. Si
consiente usted en ser mi sombra, todo correrá de mi cuenta.
- ¡Esto ya es el colmo! -protestó el sabio.
-Pero así va el mundo -dijo la sombra-, y así seguirá -y se marchó.
Las cosas no le iban nada bien al sabio, la pena y la preocupación seguían haciendo
presa en él, y sus opiniones sobre lo verdadero, lo bueno y lo bello interesaban tanto
al público como las rosas a una vaca -hasta que al final cayó enfermo de
consideración.
Sobre el Cuento Selección de obras
10
-¡Parece usted totalmente una sombra! -le decía la gente, y esto le produjo un
escalofrío, porque le hizo pensar en ella.
-Lo que debe hacer es tomar las aguas -dijo la sombra, que vino de visita-. No hay
nada igual. Lo llevaré conmigo, por el aquel de nuestra vieja amistad. Yo pago el
viaje y usted se encarga de llevar un diario con lo que me resultará el camino más
divertido. Quiero ir a un balneario, mi barba no crece como debiera -eso es también
una enfermedad- y una barba es algo indispensable. Sea razonable y acepte la
invitación, viajaremos como amigos, por supuesto.
Y así viajaron; la sombra hacía de señor y el señor hacía de sombra. Fueron juntos
en coche, a caballo, a pie -al lado uno de otro, delante o detrás, según la posición
del sol. La sombra sabía ponerse siempre en el lugar del señor, mientras el sabio
no prestaba atención a semejante cosa. Tenía un corazón excelente y era
sumamente cortés y afectuoso, así que un día le dijo a la sombra:
-Puesto que nos hemos convertido en compañeros de viaje y, además, hemos
crecido juntos desde la infancia, ¿por qué no nos tuteamos? Sería más íntimo.
-En eso que dice -contestó la sombra, que ahora era el verdadero señor- hay mucha
franqueza y buena intención, por lo que seré igualmente bienintencionado y franco.
Usted, como sabio que es, sabe sin duda lo especial que es la naturaleza. Hay quien
no aguanta el roce del papel gris, lo pone enfermo. A otros se les pasa todo el cuerpo
si se rasca un clavo contra un vidrio. Lo mismo siento yo cuando lo oigo tutearme,
es como si me empujasen de nuevo a mi primer empleo con usted. No se trata de
orgullo, sino, como verá, de una sensación. Pero si no puedo permitirle que me trate
de tú, con mucho gusto lo tutearé a usted, como fórmula de compromiso.
Y así la sombra tuteó a su antiguo señor.
-¡Qué absurdo -pensó éste- que yo le hable de usted y él me tutee! -pero no tuvo
más remedio que aguantarlo.
Al fin llegaron a un balneario, donde había muchos extranjeros, y entre ellos una
encantadora princesa que padecía la enfermedad de tener una vista agudísima, lo
que era en extremo alarmante.
Al instante observó que el recién llegado era por completo diferente a los otros.
-Dicen que ha venido para hacer crecer su barba, pero yo veo la verdadera causa-
no tiene sombra.
Llena de curiosidad, entabló inmediatamente conversación con el caballero
extranjero durante el paseo. Como princesa que era, no se andaba con muchos
miramientos, por lo que le dijo:
-A usted lo que le ocurre es que no tiene sombra.
Sobre el Cuento Selección de obras
11
-Vuestra Alteza Real debe haber mejorado notablemente -dijo la sombra-. Sé que
su dolencia consiste en que ve demasiado bien, pero debe haber desaparecido;
está curada. Precisamente yo tengo una sombra muy extraña. ¿No ha visto a la
persona que siempre me acompaña? Otros tienen una sombra vulgar, pero yo
detesto lo corriente. Igual que se viste al criado con librea de mejor paño que el que
uno usa, he ataviado a mi sombra como si fuese una persona. Vea que hasta le he
proporcionado una sombra. Es muy costoso, pero me gusta tener algo excepcional.
-¿Cómo? ¿Será posible que me haya curado de verdad? -pensó la Princesa-. ¡Este
balneario es único! El agua tiene en nuestros días propiedades asombrosas. Pero
no me marcho, porque ahora comienza a estar esto divertido. El extranjero me gusta
extraordinariamente. Con tal de que no le crezca la barba y se marche.
Por la noche, en el gran salón, bailaron la princesa y la sombra. Ella era ligera, pero
más aún lo era él. Nunca había tenido la Princesa pareja semejante. Ella le dijo qué
país era el suyo y él lo conocía. Lo había visitado, en ocasión en que ella estaba
ausente. Había curioseado por las ventanas aquí y allá y visto de todo, por lo que
pudo contestar a la Princesa y hacer alusiones que la dejaron estupefacta.
-Debe ser el hombre más sabio del mundo -pensó, tal era su admiración por lo que
sabía.
Y cuando bailaron de nuevo, la Princesa quedó enamoradísima, de lo que la sombra
se dio cuenta, porque ella lo atravesaba con su mirada. A esto siguió otro baile y
ella estuvo a punto de decírselo, pero mantuvo su serenidad y pensó en su país y
en su reino, y en las muchas personas sobre las que reinaría.
-Es un sabio -se dijo-, lo cual es cosa buena. Y baila espléndidamente, lo cual es
también bueno. Pero me pregunto si tendrá conocimientos profundos, y eso es
también importante. Intentaré examinarlo.
Y entonces comenzó poco a poco a hacerle las más difíciles preguntas, que ni ella
misma hubiera podido contestar; y la sombra puso una cara sumamente extraña.
-¡No sabe usted la respuesta! -dijo la Princesa.
-Lo aprendí de párvulo -dijo la sombra-. Creo que hasta mi sombra, allí junto a la
puerta, sabrá contestar.
-¡Su sombra! -dijo la Princesa-. Sería en verdad extraordinario.
-Bueno, no digo que lo sepa -dijo la sombra-, pero creo que sí. Me ha seguido y oído
durante tantos años, que creo que sí. Pero Vuestra Alteza Real permitirá que le
advierta que pone tanto empeño en hacerse pasar por una persona, que para
tenerle de buen humor -y debe estarlo para contestar bien- ha de ser tratado
precisamente como una persona.
Sobre el Cuento Selección de obras
12
-Me complacerá hacerlo -dijo la Princesa.
Y se acercó al sabio que estaba junto a la puerta y habló con él del sol y de la luna,
de unos y de otros, y él contestó con todo acierto y cordura.
- ¿Cómo será este hombre, cuando tiene una sombra tan sabia? -pensó ella-. Será
una auténtica bendición para mi pueblo y mi reino, si lo elijo como esposo.
Y ambos estuvieron de acuerdo, la Princesa y la sombra, pero nadie debía saberlo
antes de que ella regresase a su reino.
- ¡Nadie, ni siquiera mi sombra! -dijo la sombra, y tenía sus particulares razones
para ello.
Tras esto, fueron al país donde reinaba la Princesa, una vez que había ella
regresado.
-Escucha, amigo mío -dijo la sombra al sabio-. He llegado a ser cuan afortunado y
poderoso puede ser un hombre. Ahora haré algo extraordinario por ti. Vivirás
siempre conmigo en Palacio, irás conmigo en mi carroza real y tendrás cien mil
escudos al año. Pero permitirás que todos te llamen sombra; no deberás decir nunca
que fuiste hombre, y una vez al año, cuando me siente al sol en el balcón para
mostrarme al pueblo, tendrás que tenderte a mis pies, como debe hacerlo una
sombra. Has de saber que me caso con la Princesa. Esta noche será la boda.
- ¡No, eso es monstruoso! -dijo el sabio-. ¡No quiero, no lo haré! ¡Sería defraudar al
país y a la Princesa! ¡Lo diré todo! Que yo soy el hombre y tú la sombra. ¡Que
apenas eres un disfraz!
-No lo creerá nadie -dijo la sombra-. ¡Sé razonable o llamo a la guardia!
- ¡Iré a ver a la Princesa! -dijo el sabio.
-Pero yo iré primero -dijo la sombra-, y tú irás al calabozo.
Y así fue, porque los centinelas lo obedecieron al saber que iba a casarse con la
Princesa.
- ¡Estás temblando! -dijo la Princesa, cuando la sombra fue a visitarla-. ¿Ha ocurrido
algo? No irás a ponerte enfermo esta noche, en que vamos a casarnos.
-Me ha sucedido la cosa más terrible que pueda ocurrir -dijo la sombra-. ¡Imagínate
-claro, una pobre cabeza de sombra como ésa es incapaz de resistir mucho-;
imagínate, mi sombra se ha vuelto loca, cree que ella es el hombre y que yo -
imagínate, si puedes-, que yo soy su sombra!
- ¡Qué horror! -dijo la Princesa-. ¿Lo habrán encerrado, supongo?
-Sí. Me temo que nunca recupere la razón.
Sobre el Cuento Selección de obras
13
- ¡Pobre sombra! -dijo la Princesa-. Qué desdicha para él. Sería una verdadera obra
de caridad liberarlo de la mezquina vida que lleva y cuando pienso en ello, creo que
se hace preciso el quitársela con toda discreción.
-Resulta cruel -dijo la sombra- porque era un buen sirviente -y pareció dar un
suspiro.
- ¡Qué nobles sentimientos! -dijo la Princesa.
Por la noche, toda la ciudad estaba iluminada y los cañones hicieron ¡pum! y los
soldados presentaron armas. ¡Qué boda aquélla! La Princesa y la sombra se
asomaron al balcón para mostrarse y recibir una vez más las aclamaciones.
El sabio no se enteró de nada, porque le habían quitado la vida.
EL GESTO DE LA MUERTE
Jean Cocteau
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta
noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a
la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía
lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
EPITAFIO DE UN BOXEADOR
Ignacio Aldecoa
Nosotros, sus agradecidos contrarios, erigimos esta estatua a Apis, un boxeador
considerado, que ni cuando nos fajábamos nos hacía daño.
-Lucilius, Epitafio de un boxeador
Pasaban las nubes de tormenta con su gorgojo tronador dentro; pasaban sobre el
cementerio, agrio y cuaresmal de luz morada. Altos cipreses, hemiciclos mortuorios,
Sobre el Cuento Selección de obras
14
taxis en la avenida, un fulgor diamantino en los lejos del sudoeste, urdimbres de
coronas pudriéndose, colgado como trapos viejos de las ventanas de los muertos y
de las cruces de los panteones.
Los acompañantes formaban un grupo friolero contemplando el trabajo de los
enterradores. Eran pocos y se hablaban en voz baja.
Abrieron el ataúd antes de meterlo en el nicho. Las monjas del hospital no habían
logrado cruzar piadosamente las manos del excampeón, que conservaba la guardia
cambiada con el brazo derecho caído según su estilo. Eso le quedaba. Todo lo
demás fue miseria hasta su muerte, y la Federación pagó el entierro.
Un periodista joven tuvo que ser reconvenido por su director. Había escrito:
«Cuando abrieron la caja, el excampeón parecía totalmente K.O.».
Los muertos deben ser respetados, pero era un buen epitafio.
CONFUSIÓN
Jean-Paul Sartre
Me siento, pido un café con leche, el mozo me hace repetir tres veces el pedido y lo
repite él también para evitar todo riesgo de error. Se va, transmite mi pedido a un
segundo mozo, quien lo anota en un cuaderno y lo transmite a un tercero. Por fin
vuelve un cuarto y dice: “Aquí está”, mientras deja en mi mesa un tintero. “Pero —
digo yo— yo había pedido un café con leche”. “Y bien, eso es”, replica él y se va.
SUEÑO DE LA MARIPOSA
Chuang Tzu
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había
soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Sobre el Cuento Selección de obras
15
EL ABIN AL-SHARAWY
J.R. González
En cada pueblo y ciudad comenzaron a nacer demonios del vientre de mujeres
mortales. La gente no podía explicar por qué sucedía esto. Y las damas,
confundidas y calumniadas eran castigadas sin oportunidad de explicarse. Durante
algunos años esto continuó, a grado tal, que el número de demonios nacidos
comenzó a superar al de humanos. Los orígenes de este fenómeno comenzaron a
tomar forma cuando un padre fue a ver a su hija por la noche y observó como un
demonio la montaba mientras dormía. El engendró intentó huir de la habitación, pero
el padre, lleno de ira, no tuvo compasión. Todo el pueblo fue testigo de la tortura y
muerte de este extraño profanador. Meses después esa pequeña parió a un
demonio. El hecho confirmó las sospechas: los demonios yacían con sus esposas,
hijas y hermanas. Para evitar este suceso se recomendó que las mujeres durmieran
en recámaras que no tuvieran ventanas. El remedio funcionó, los nacimientos de
demonios en vientres humanos se acabaron.
Sin embargo, la cruel muerte del esbirro y la privación del acto carnal con mortales
causó la ira de los demonios. Exigiendo lo que por naturaleza les correspondía,
iniciaron una guerra contra los mortales. Esta etapa de conflictos entre humanos y
demonios se extendió casi por nueve siglos. Aunque los conflictos traían bajas para
ambos bandos, hubo un momento en que los demonios supieron sacar provecho de
cada debilidad humana y la balanza de la victoria se inclinó a favor de los demonios.
Por ejemplo, las batallas siempre eran de noche. Así, los demonios sólo tenían que
apagar las antorchas para dejar a los humanos con pocas probabilidades de
supervivencia. Ciegos por la oscuridad, los escudos no protegían, las espadas no
cortaban y las flechas no alcanzaban a sus objetivos. Las hordas demoniacas
comenzaron a arrojar cuerpos putrefactos en los ríos y lagos, haciendo correr a
pueblos enteros de la peste. Para entonces los demonios volvieron a nacer del
vientre de las mujeres, producto de los actos carnales con demonios. Los hombres
no sólo perdían en el campo de batalla, sino también en la alcoba. La humanidad
estuvo arrinconada hacia la derrota y la esperanza comenzó a extinguirse.
El hombre que cambió todo se llamó El Abin Al-Sharawy. Antes de soldado, fue
Médico y pensador de la época. Se unió al ejército porque en esa época no existía
otra alternativa. Participó en varias batallas sin lucir. Definitivamente era más un
hombre de letras que de armas. Sin embargo, su participación en los conflictos tuvo
una importancia vital, como hombre de ciencia que era, comenzó a observar el
comportamiento de los demonios en los confortamientos. Cotejó sus avistamientos
con libros de ciencias oscuras y llegó a la conclusión de que la extremidad posterior
de los demonios no sólo era su rabo o cola que daba equilibrio a su cuerpo, sino
Sobre el Cuento Selección de obras
16
que era su órgano reproductor. Además, logró deducir que la reproducción daba un
tala y definitivo sentido a su existencia, esto porque los demonios no tienen género
femenino, por lo cual requieren buscar féminas de otras especies para continuar
con su descendencia. Atendiendo a estas reflexiones y otras más, comenzó el
desarrollo de la biología demoniaca.
Sus tratados abarcaron desde el funcionamiento de su cuerpo hasta los humores
producidos por su contacto. También supo que las alas no sólo eran apéndices
membranosos para volar, sino que constituían sus principales órganos respiratorios.
Sin embargo, su más importante logro fue descubrir que las batallas en la noche no
sólo eran a una estrategia demoniaca para aprovecharse de la débil visión de los
humanos en la oscuridad, sino que obedecía más bien a que los demonios eran
extremadamente sensibles a la luz, especialmente a la proveniente del sol.
A partir de que se dieron a conocer sus descubrimientos la guerra cambió su rumbo.
Las estrategias implementadas fueron las siguientes: en las batallas se lanzaban
costales de tierra muy fina para que las alas/pulmones de los demonios se
obstruyeran, además, está también afectaba a sus lenguas bífidas y por lo tanto a
su orientación. Las mujeres dormían con cuchillos y cortaban las colas de los
demonios. Los humanos poco a poco comenzaron a recuperaron la esperanza.
Finalmente, el embate decisivo sucedió cuando los humanos descubrieron la cueva
en la que vivían la mayoría de los demonios. Año tras años escarbaron, hasta que
su interior quedo expuesto a los rayos del sol, quemando a los pobres demonios
mientras dormían. Como acto de autoridad definitivo, los demonios que
sobrevivieron fueron despojados de sus rabos. Condenando a la raza a extinguirse.
Por supuesto que El Abin Al-Sharawy no estuvo de acuerdo, al final, constituían una
especie más de la creación, su existencia esa necesaria para la existencia y su
estudio resultaba importante. Desafortunadamente, como se sabe El Abin Al-
Sharawy no era un hombre de armas y terminó sometido por la muchedumbre. Sus
manuscritos corrieron con la misma suerte.
Después de este capítulo, la humanidad, aunque libre del yugo demoniaco, continuó
en la oscuridad, en gran medida porque el vulgo no llegó a tener acceso a la verdad.
Años más tarde, el mito de los demonios sirvió para someter a las mujeres y más
tarde, para levantarse en armas contra supuestos seres oscuros, pero para
entonces, debido a la incapacidad de los demonios para extender su linaje, ya se
habían extinto. Por desgracia, este breve relato es el único registro de las
interesantes observaciones de El Abin Al-Sharawy.
Sobre el Cuento Selección de obras
17
SECHUAN E HIJOS
Jaime Muñoz de Baena
HUAN SECHUAN, alto, escuálido y desgarbado, recorría con gesto altivo los
pasillos del amplio galerón en el que desde hacía décadas cientos de trabajadores
manufacturaban los productos que habían convertido a su familia en una de las más
prósperas y poderosas en la República Popular China: los proverbios.
De tanto, en tanto, se acercaba a inspeccionar las estaciones de trabajo en donde
hombres, mujeres y niños laboraban en turnos hasta de cuarenta horas continuas,
dedicados a ensamblar artículos, sustantivos, preposiciones, adjetivos, pronombres
y adverbios que una vez convertidos en frases, eran enviados a control de calidad,
aprobados, empaquetados y sellados con la leyenda: “Proverbio chino”.
- Ese adjetivo está mal utilizado – le indicó con aspereza a una anciana que con
manos débiles y temblorosas hacía un esfuerzo sobrehumano para acomodar
palabras.
- Le pido perdón, señor – musitó la anciana -, llevo veinte horas seguidas trabajando
y no me han permitido detenerme ni siquiera para tomar agua.
- ¡Es usted una malagradecida! – vociferó Huang con indignación-. En los últimos
años hemos hecho todo lo posible para mejorar las condiciones de trabajo y de
todas formas no hacen más que quejarse. Díganme, ¿en qué otra fábrica le va a
ofrecer las prestaciones con las que cuenta aquí?, ¿qué otra empresa les permite a
sus empleados ir al bajo en su mismo lugar de trabajo para ahorrarles el viaje y la
distracción?
La temerosa anciana asintió con la cabeza y regresó a su labor intentando disimular
las lágrimas.
- ¿Está usted llorando? - inquirió Huang.
- N…No- tartamudeó la anciana.
- El contrato que usted firmó estipula que en estas instalaciones está
terminantemente prohibido llorar, ¿ya no se acuerda?
- No sé leer, señor.
- Pues ese mismo contrato establece que para trabajar en Sechuan e Hijos es
necesario saber leer y escribir. En menos de un minuto ha sido usted descubierta
incurriendo en dos faltas diferentes.
- Yo…
- Me temo que este tipo de indisciplinas no se pueden tolerar. Está usted despedida.
Sobre el Cuento Selección de obras
18
Antes de que la anciana pudiera emitir otro sonido, dos guardias de seguridad ya la
habían sometido. Entre súplicas, la arrastraron a lo largo del pasillo y le echaron a
la calle.
Cuando Huang alzó la mirada después de revisar su teléfono celular, un niño de no
más de diez años ocupaba ahora el lugar de la anciana.
- Bienvenido a Sechuan e Hijos – le dijo Huang mecánicamente al confundido
pequeño -. Al aceptar un puesto en esta empresa ha tomado usted una de las
mejores decisiones de su vida.
Huang entró en su despacho en la planta alta de la fábrica y aflojándose el nudo de
la corbata se tumbó frente al escritorio de caoba. Absorto en la pantalla de su
computadora y sumido en la oscuridad, apenas percibió la presencia de Fai, su
nonagenario abuelo, quien, sentado en una esquina, lo escudriña en silencio.
- ¿En qué le puedo ayudar, venerable abuelo? - pregunto finalmente Huang.
-Yo tenía más o menos tu edad cuando fundé esta empresa – dijo el viejo con
melancolía-. Nunca imaginé que fuera a convertirse en esto.
- Lo sé. Papá y hemos trabajado mucho para hacer crecer su sueño respetable
abuelo – replicó Huang orgulloso.
- No me refiero a eso – dijo Fai con severidad -. Estoy hablando de las condiciones
inhumanas en las que tienes a tus trabajadores, Huang.
- No muy distintas a las de sus primeros empleados, abuelo – reviró Huang
impaciente.
- Eran otras épocas. La revolución acababa de triunfar y en ese entonces la gente
lo hacía por gusto y amor a la república – el abuelo suspiró-. Antes de que los cerdos
capitalistas pusieran de moda los derechos humanos.
- Usted lo ha dicho, eran otras épocas.
-Sí, pero me entristece ver que, junto con las condiciones de trabajo, la calidad de
nuestros productos también ha ido disminuyendo.
-Hoy en día somos la productora de proverbios chinos más grande del mundo,
honorable abuelo. Exportamos nuestros productos a más de sesenta países y
ofrecemos los mejores precios. No veo cuál es el problema.
- Ese es precisamente el problema – sentenció el anciano con solemnidad-. Tú y tu
padre son demasiado ambiciosos. Están más preocupados por las ganancias que
por la calidad de los proverbios. En su afán por crecer han descuidado el trabajo
Sobre el Cuento Selección de obras
19
artesanal y han inundado los mercados del mundo con proverbios baratos, mal
enunciados y en ocasiones incomprensibles por completo.
Ignorando el suspiro de desesperación de su nieto, el viejo Fai extrajo varias hojas
de papel de un portafolio y después de ponerse los lentes y aclarase la garganta,
comenzó a leer en voz alta.
- “El perro que vuela no ladra, pero florece en el otoño”, Proverbio chino; “Cuando
el dolor es aguado, el remedio es Dolorex”. Proverbio Chino. “Cuando bebas whisky,
recuerda la destiladora”. Proverbio irlandés – el abuelo levantó la mirada y negó con
la cabeza-. ¿Me quieres explicar desde cuando hacemos inserciones publicitarias y
proverbios de otros países?
- Así es como funciona el mundo ahora, venerable abuelo- replicó Huang sin dejar
de mirar la pantalla de su computadora-. Nuestros proverbios son tan económicos,
que en el extranjero los compran y ni siquiera notan la diferencia. Y respecto a las
inserciones pagadas, le recuerdo que gracias al convenio que firmamos con una
empresa farmacéutica pudimos abrir nuestra tercera fábrica en Hunan.
- ¿Pero qué hay de los grandes proverbios que hicieron famosa a nuestra familia?
– preguntó el anciano-. ¿Frases como: “Es fácil esquivar la lanza, más no el puñal
oculto”?
- Hemos creado proverbios nuevos y más redituables, abuelo.
- Supongo que por redituables te refieres a bodrios como…- Fai rebuscó en sus
papeles- “Si te caes siete veces, puede ser osteoporosis; toma Calcetrin”.
Huang esbozó una sonrisa de ternura y miró a su abuelo fijamente.
- Los tiempos cambian, apreciado abuelo. Para que un negocio sea bueno, es
necesario adaptarse y aprender a sobrevivir. Los proverbios que pusieron a esta
familia en el mapa siguen siendo los más recordados del mundo, pero si
siguiéramos produciendo frases artesanales, esta compañía se hubiera ido a la
quiebra desde hace mucho tiempo.
El viejo Fai se limitó a negar con la cabeza mientras ponía sus papeles de vuelta en
el maletín.
- Estoy muy decepcionado, Huang – exclamó.
- Y yo estoy muy ocupado, venerable abuelo – respondió Huang revisando su
ostentoso reloj de pulsera-. Pero si quiere podemos seguir con esta conversación
dentro de cuarenta y tres horas, cuando le vuelva a tocar su descanso.
¿Le parece bien?
Sobre el Cuento Selección de obras
20
Fai se incorporó con muchas dificultades. En la puerta de la oficina ya lo esperaba
un guardia de seguridad con órdenes de escoltarlo hasta su estación de trabajo en
el área de empaquetado.
Antes de salir, el viejo volvió hacia su nieto con mirada de desaprobación.
- “Darle a un hijo mil onzas de oro no es comparable a enseñarle un buen oficio”-
dijo, al tiempo que ocultaba una lágrima.
- Nada de andar de chillón, ¿eh? - exclamó Huang-. No crea que por ser familia le
voy a dar trato preferencial. En esta empresa todos somos iguales.
FIAT LUX
Norberto Flores
Año de 2050. Desde hace tres meses perdimos contacto con la Tierra no ha sido
posible recuperarlo. En unas horas. Amartizaremos usando el control manual que,
a pesar del entrenamiento, será como hacerlo a ciegas. Sin embargo, de los
problemas, es el menor: minutos antes de que la comunicación se perdiera, una
flota de esferas metálicas se acercó a nuestra nave –La Esperanza- y no se nos ha
despegado.
No hay que ser un genio para saber que ellos, quienes operan esos artefactos,
causaron nuestro aislamiento y, a pesar de nuestros múltiples intentos por alejarnos,
siempre han encontrado cómo devolvernos al trayecto original.
Tememos, y con razón. Desde el inicio de las exploraciones a este planeta, hace
casi un siglo, han sido muchas las misiones no tripuladas que han terminado mal:
naves perdidas en el espacio, o silenciadas justo al tocar el suelo o estrelladas
contra él sin razón aparente. Es como si alguien no nos quisiera acá y hubiera
tratado de advertírnoslo de muchas maneras y, ahora que hemos venido, nos han
dado un ultimátum enviando a sus emisarios.
Navegamos en La Esperanza con zozobra, como en una hoja llevada por la
corriente hacia una catarata. Los instrumentos y las luces se han apagado. El frío
se siente a pesar de los trajes. A pesar del miedo. A pesar de la esperanza. Por las
ventanillas, vemos cómo nos acercamos al planeta. La nave se sacude con
violencia.
Cerramos los ojos.
Sobre el Cuento Selección de obras
21
EL DINOSAURIO
Augusto Monterroso
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
EL EMIGRANTE
Luis Felipe G. Lomelí.
- ¿Olvida usted algo?
- Ojalá.
LAS LÍNEAS DE LA MANO
Julio Cortázar
De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y
baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continua por el piso
de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de
Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de
la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle.
Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la
rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la
media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las
aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí ( pero es difícil
verla, solo las ratas la siguen para trepar a bordo ) sube al barco de turbinas
sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad
la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la
sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se
Sobre el Cuento Selección de obras
22
desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano
derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
PÁGINA ASESINA
Julio Cortázar
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún
lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde,
muere.
EL HUÉSPED
Amparo Dávila
Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso
de un viaje.
Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo
no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se
acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión.
Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo
casi muerto o a punto de desaparecer.
No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre,
siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que
parecían penetrar a través de las cosas y de las personas.
Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada
supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía
resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. “Es completamente inofensivo” —dijo
mi marido mirándome con marcada indiferencia. “Te acostumbrarás a su compañía
y, si no lo consigues...” No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se
quedó en nuestra casa.
Sobre el Cuento Selección de obras
23
No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer
que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi
marido gozaba teniéndolo allí.
Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto de la esquina. Era ésta una pieza
grande, pero húmeda y oscura. Por esos inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin
embargo, él pareció sentirse contento con la habitación. Como era bastante oscura,
se acomodaba a sus necesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué
hora se acostaba.
Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo marchaba con
aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano, vestía a los niños
que ya estaban despiertos, les daba el desayuno.
y los entretenía mientras Guadalupe arreglaba la casa y salía a comprar el
mandado. La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos
distribuidos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que
protegían las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes.
Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupación de la
mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores estaban cubiertos
por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo cuánto me gustaba, por
las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores a coser la ropa de los niños,
entre el perfume de las madreselvas y de las buganvilias. En el jardín cultivaba
crisantemos, pensamientos, violetas de los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras
yo regaba las plantas, los niños se entretenían buscando gusanos entre las hojas.
A veces pasaban horas, callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de
agua que se escapaban de la vieja manguera. Yo no podía dejar de mirar, de vez
en cuando, hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día durmiendo no
podía confiarme. Hubo veces que, cuando estaba preparando la comida, veía de
pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo sentía detrás de mí...
yo arrojaba al suelo lo que tenía en las manos y salía de la cocina corriendo y
gritando como una loca. Él volvía nuevamente a su cuarto, como si nada hubiera
pasado. Creo que ignoraba por completo a Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni
la perseguía. No así a los niños y a mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba
siempre. Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que alguien
pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de la puerta de
mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún dormía, yo iba hacia
la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo descubría en algún oscuro rincón
del corredor, bajo las enredaderas. “¡Allí está ya, Guadalupe!”, gritaba desesperada.
Sobre el Cuento Selección de obras
24
Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo cobraba
realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —allí está, ya salió, está
durmiendo, él, él, él... Solamente hacía dos comidas, una cuando se levantaba al
anochecer y otra, tal vez, en la madrugada antes de acostarse. Guadalupe era la
encargada de llevarle la bandeja, puedo asegurar que la arrojaba dentro del cuarto
pues la pobre mujer sufría el mismo terror que yo. Toda su alimentación se reducía
a carne, no probaba nada más. Cuando los niños se dormían, Guadalupe me
llevaba la cena al cuarto.
Yo no podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba por hacerlo.
Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba con su pequeño a dormir y yo me
quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la puerta de mi cuarto
quedaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme, temiendo que en cualquier
momento pudiera entrar y atacarnos. Y no era posible cerrarla; mi marido llegaba
siempre tarde y al no encontrarla abierta habría pensado… Y llegaba bien tarde.
Que tenía mucho trabajo, dijo alguna vez. Pienso que otras cosas también lo
entretenían... Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana,
oyéndolo afuera... Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su
mirada fija, penetrante... Salté de la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que
dejaba encendida toda la noche. No había luz eléctrica en aquel pueblo y no hubiera
soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier momento... Él se libró
del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en el piso de ladrillo y la gasolina
se inflamó rápidamente. De no haber sido por Guadalupe que acudió a mis gritos,
habría ardido toda la casa.
Mi marido no tenía tiempo para escucharme ni le importaba lo que sucediera en la
casa. Sólo hablábamos lo indispensable. Entre nosotros, desde hacía tiempo el
afecto y las palabras se habían agotado.
Vuelvo a sentirme enferma cuando recuerdo... Guadalupe había salido a la compra
y dejó al pequeño Martín dormido en un cajón donde lo acostaba durante el día. Fui
a verlo varias veces, dormía tranquilo. Era cerca del mediodía. Estaba peinando a
mis niños cuando oí el llanto del pequeño mezclado con extraños gritos. Cuando
llegué al cuarto lo encontré golpeando cruelmente al niño. Aún no sabría explicar
cómo le quité al pequeño y cómo me lancé contra él con una tranca que encontré a
la mano, y lo ataqué con toda la furia contenida por tanto tiempo. No sé si llegué a
causarle mucho daño, pues caí sin sentido.
Cuando Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a su pequeño
lleno de golpes y de araños que sangraban. El dolor y el coraje que sintió fueron
terribles. Afortunadamente el niño no murió y se recuperó pronto. Temí que
Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no lo hizo, fue porque era una mujer noble
Sobre el Cuento Selección de obras
25
y valiente que sentía gran afecto por los niños y por mí. Pero ese día nació en ella
un odio que clamaba venganza. Cuando conté lo que había pasado a mi marido, le
exigí que se lo llevara, alegando que podía matar a nuestros niños como trató de
hacerlo con el pequeño Martín. “Cada día estás más histérica, es realmente
doloroso y deprimente contemplarte así... te he explicado mil veces que es un ser
inofensivo.” Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido, de él... Pero no
tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes a
quienes recurrir, me sentía tan sola como un huérfano.
Mis niños estaban atemorizados, ya no querían jugar en el jardín y no se separaban
de mi lado. Cuando Guadalupe salía al mercado, me encerraba con ellos en mi
cuarto.
—Esta situación no puede continuar —le dije un día a Guadalupe. —Tendremos
que hacer algo y pronto —me contestó.
— ¿Pero ¿qué podemos hacer las dos solas? —Solas, es verdad, pero con un
odio...
Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría. La oportunidad llegó cuando
menos la esperábamos. Mi marido partió para la ciudad a arreglar unos negocios.
Tardaría en regresar, según me dijo, unos veinte días.
No sé si él se enteró de que mi marido se había marchado, pero ese día despertó
antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi cuarto. Guadalupe y su niño
durmieron en mi cuarto y por primera vez pude cerrar la puerta. Guadalupe y yo
pasamos casi toda la noche haciendo planes. Los niños dormían tranquilamente.
De cuando en cuando oíamos que llegaba hasta la puerta del cuarto y la golpeaba
con furia...
Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tranquilas y que
no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi cuarto. Guadalupe y
yo teníamos muchas cosas por hacer y tanta prisa en realizarlas que no podíamos
perder tiempo ni en comer. Guadalupe cortó varias tablas, grandes y resistentes,
mientras yo buscaba martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, llegamos sin hacer
ruido hasta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas.
Conteniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta
con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente. Mientras
trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos corrían por la frente. No hizo entonces
ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente.
Cuando todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando. Los días
que siguieron fueron espantosos. Vivió muchos días sin aire, sin luz, sin alimento...
Al principio golpeaba la puerta, tirándose contra ella, gritaba desesperado,
arañaba... Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni dormir, ¡eran terribles los gritos...!
Sobre el Cuento Selección de obras
26
A veces pensábamos que mi marido regresaría antes de que hubiera muerto. ¡Si lo
encontrara así...! Su resistencia fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas...
Un día ya no se oyó ningún ruido. Ni un lamento... Sin embargo, esperamos dos
días más, antes de abrir el cuarto. Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la
noticia de su muerte repentina y desconcertante.
SOMBRA
Edgar Allan Poe
Sí, aunque marcho por el valle de la Sombra.
(Salmo de David, XXIII)
Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré
entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas
cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los
hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él,
y otros dudarán, más unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente
a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.
El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para
los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y
señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras
alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos
revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que
ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries,
el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si
mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el
globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones
de la humanidad.
En una sombría ciudad llamada Ptolemáis, en un noble palacio, nos hallábamos una
noche siete de nosotros frente a los frascos del rojo vino de Chíos. Y no había otra
entrada a nuestra cámara que una alta puerta de bronce; y aquella puerta había
sido fundida por el artesano Corinnos, y, por ser de raro mérito, se la aseguraba
desde dentro. En el sombrío aposento, negras colgaduras alejaban de nuestra vista
la luna, las cárdenas estrellas y las desiertas calles; pero el presagio y el recuerdo
del Mal no podían ser excluidos. Estábamos rodeados por cosas que no logro
explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera,
un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de
la existencia que alcanzan los seres nerviosos cuando los sentidos están
Sobre el Cuento Selección de obras
27
agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un
peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que
bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía; todo menos
las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Alzándose
en altas y esbeltas líneas de luz, continuaban ardiendo, pálidas e inmóviles; y en el
espejo que su brillo engendraba en la redonda mesa de ébano a la cual nos
sentábamos, cada uno veía la palidez de su propio rostro y el inquieto resplandor
en las abatidas miradas de sus compañeros. Y, sin embargo, reíamos y nos
alegrábamos a nuestro modo -lleno de histeria-, y cantábamos las canciones de
Anacreonte -llenas de locura-, y bebíamos copiosamente, aunque el purpúreo vino
nos recordaba la sangre. Porque en aquella cámara había otro de nosotros en la
persona del joven Zoilo. Muerto y amortajado yacía tendido cuan largo era, genio y
demonio de la escena. ¡Ay, no participaba de nuestro regocijo! Pero su rostro,
convulsionado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte sólo había apagado a
medias el fuego de la pestilencia, parecían interesarse en nuestra alegría, como
quizá los muertos se interesan en la alegría de los que van a morir.
Mas, aunque yo, Oinos, sentía que los ojos del muerto estaban fijos en mí, me
obligaba a no percibir la amargura de su expresión, y mientras contemplaba
fijamente las profundidades del espejo de ébano, cantaba en voz alta y sonora las
canciones del hijo de Teos.
Poco a poco, sin embargo, mis canciones fueron callando y sus ecos, perdiéndose
entre las tenebrosas colgaduras de la cámara, se debilitaron hasta volverse
inaudibles y se apagaron del todo. Y he aquí que, de aquellas tenebrosas
colgaduras, donde se perdían los sonidos de la canción, se desprendió una
profunda e indefinida sombra, una sombra como la que la luna, cuando está baja,
podría extraer del cuerpo de un hombre; pero ésta no era la sombra de un hombre
o de un dios, ni de ninguna cosa familiar. Y, después de temblar un instante, entre
las colgaduras del aposento, quedó, por fin, a plena vista sobre la superficie de la
puerta de bronce. Mas la sombra era vaga e informe, indefinida, y no era la sombra
de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios
egipcio. Y la sombra se detuvo en la entrada de bronce, bajo el arco del
entablamento de la puerta, y sin moverse, sin decir una palabra, permaneció inmóvil.
Y la puerta donde estaba la sombra, si recuerdo bien, se alzaba frente a los pies del
joven Zoilo amortajado. Mas nosotros, los siete allí congregados, al ver cómo la
sombra avanzaba desde las colgaduras, no nos atrevimos a contemplarla de lleno,
sino que bajamos los ojos y miramos fijamente las profundidades del espejo de
ébano. Y al final yo, Oinos, hablando en voz muy baja, pregunté a la sombra cuál
era su morada y su nombre. Y la sombra contestó: «Yo soy SOMBRA, y mi morada
está al lado de las catacumbas de Ptolemáis, y cerca de las oscuras planicies de
Clíseo, que bordean el impuro canal de Caronte.»
Sobre el Cuento Selección de obras
28
Y entonces los siete nos levantamos llenos de horror y permanecimos de pie
temblando, estremecidos, pálidos; porque el tono de la voz de la sombra no era el
tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias
de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos
familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos.
A LA DERIVA
Horacio Quiroga
El hombre pisó blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó
adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí
misma esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban
dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió
más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo,
dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un
instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba
a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por
la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el
hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían
irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con
dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó
un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos
puntitos violetas desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La
piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la
voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña! Su mujer corrió con
un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto
alguno.
—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.
Sobre el Cuento Selección de obras
29
—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! La mujer corrió otra vez, volviendo con
la damajuana. El hombre tragó uno tras otros dos vasos, pero no sintió nada en la
garganta.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con
lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como
una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora
a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más,
aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo
mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa.
Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente
del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de
cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río;
pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo
vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que
reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el
bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente
doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se
decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que
estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo
fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte
metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la
cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo
aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó
velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien
metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros
bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados,
detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en
incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un
Sobre el Cuento Selección de obras
30
silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra
una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo
un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza:
se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se
abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía
fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo.
Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya
nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-
Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se
había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte
dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar
y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el
Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre
sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada
vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su
ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses?
Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración
también...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en
Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
—Un jueves...
Y cesó de respirar.