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Sentirse Iglesia en el invierno eclesial Víctor Codina 1. SÍNTOMAS DE UN MALESTAR ................................................................................... 2. DIAGNÓSTICO DE LAS CAUSAS DE ESTA SITUACIÓN 2.1. Problemas intraeclesiales .................................................................................. 2.2. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? .......................................................... 2.3. Causas extraeclesiales ....................................................................................... 3. BUSCANDO CAMINOS: ALGUNAS VERDADES OLVIDADAS 3.1. Dios es mayor que la Iglesia ............................................................................. 3.2. Prioridad del Reino sobre la Iglesia ................................................................. 3.3. La Iglesia es pecadora ....................................................................................... 3.4. La Iglesia está bajo la fuerza del Espíritu ........................................................ 3.5. La Iglesia no se identifica simplemente con la jerarquía ............................... 3.6. La Iglesia es la Iglesia del Jesús histórico y pobre de Nazaret ...................... 3.7. Conclusión ........................................................................................................ 4. ACTITUDES CRISTIANAS ANTE LA IGLESIA DE HOY 4.1. Gratitud y amor .................................................................................................. 4.2. Fidelidad crítica ................................................................................................. 4.3. Esperar contra toda esperanza .......................................................................... EPÍLOGO NARRATIVO ....................................................................................................... NOTAS .................................................................................................................................. 30 29 26 24 23 22 19 16 13 11 10 8 7 6 5 3

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Sentirse Iglesia en el invierno eclesial

Víctor Codina

1. SÍNTOMAS DE UN MALESTAR ...................................................................................

2. DIAGNÓSTICO DE LAS CAUSAS DE ESTA SITUACIÓN

2.1. Problemas intraeclesiales ..................................................................................2.2. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ..........................................................2.3. Causas extraeclesiales .......................................................................................

3. BUSCANDO CAMINOS: ALGUNAS VERDADES OLVIDADAS

3.1. Dios es mayor que la Iglesia .............................................................................3.2. Prioridad del Reino sobre la Iglesia .................................................................3.3. La Iglesia es pecadora .......................................................................................3.4. La Iglesia está bajo la fuerza del Espíritu ........................................................3.5. La Iglesia no se identifica simplemente con la jerarquía ...............................3.6. La Iglesia es la Iglesia del Jesús histórico y pobre de Nazaret ......................3.7. Conclusión ........................................................................................................

4. ACTITUDES CRISTIANAS ANTE LA IGLESIA DE HOY

4.1. Gratitud y amor ..................................................................................................4.2. Fidelidad crítica .................................................................................................4.3. Esperar contra toda esperanza ..........................................................................

EPÍLOGO NARRATIVO .......................................................................................................NOTAS .................................................................................................................................. 30

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Los que vivimos la primavera con-ciliar del Vaticano II en la década de los60, no podemos menos de sorprender-nos ante la actual situación eclesial, 40años después del concilio. Al entusias-mo y euforia postconciliar ha sucedidoahora una atmósfera de desconcierto,perplejidad, crítica, rechazo, desánimo,miedo, autocensura, disidencia respecto

al magisterio jerárquico, disminuciónde la práctica dominical y, en general,sacramental, el descenso vertiginoso devocaciones al sacerdocio y a la vida re-ligiosa, automarginación, abandono dela Iglesia, indiferencia. Muchos afir-man: “Jesús sí, Iglesia no”. Se ha ha-blado de la existencia del cisma silen-cioso de los miles que abandonan hoy la

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1. SÍNTOMAS DE UN MALESTAR

Cuando Ignacio de Loyola en sus Ejercicios dedica unas reglas parasentir en la Iglesia (EE 352-370)1, la Iglesia vivía los tiempos difícilesdel paso de la Cristiandad medieval a la Modernidad y a la Reforma.No queremos comparar aquellos tiempos con los nuestros, ni preten-demos reformular las reglas ignacianas para nuestros días2. Nos limi-tamos a preguntarnos cómo vivir la dimensión eclesial de nuestra fecristiana en el contexto del mundo de hoy, en un momento de crisiseclesial.

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Iglesia católica. Hay cristianos sinIglesia, hay creencia sin pertenenciaeclesial. Otros sectores eclesiales queno llegan a darse de baja de la Iglesia,viven un sentimiento de impotencia, ra-bia, dolor, miedo, silencio y tristezaeclesial. Las mujeres, en especial, se ha-llan en una situación límite en la Iglesia,con el riesgo de que la Iglesia, que en si-glos pasados perdió a los intelectuales ya los obreros, ahora pierda a las muje-res. Algunos afirman que “otra Iglesiaes posible” y hay quienes postulan unconcilio Vaticano III. Otros creen queesta situación ya no es sostenible pormás tiempo, es explosiva y algún día re-ventará…

Es verdad que esta crisis eclesial no esuniforme: se constata sobre todo en el pri-mer mundo, más fuertemente en Europay de un modo especial en España3. Peroaun en el tercer mundo y más concreta-mente en América Latina, desde dondese escriben estas páginas, hay síntomasclaros de que esta situación está tambiénllegando tanto a sectores de cristianos

conscientes como al mundo de los jó-venes. No podemos desconocer tampo-co que muchos grupos populares deAmérica Latina abandonan de hecho laIglesia Católica para ir a las sectas,mientras que otros grupos se han aleja-do de la práctica de la Iglesia y viven undivorcio entre su fe y su vida4.

La Iglesia se ha convertido en un pro-blema, un escándalo, un impedimentopara la fe, un signo de contradicción.

Estamos muy lejos de las triunfalis-tas palabras del Vaticano I que afirma-ba que la Iglesia es un grande y perfec-to signo de credibilidad (DS3013-3014) También resulta lejana laafirmación de Romano Guardini a co-mienzos del siglo XX que la Iglesia seestaba despertando en nuestras almas5.Algunos teólogos pronosticaban que elsiglo XX sería el siglo de la Iglesia6.Esta época que culminó con la dos cons-tituciones del Vaticano II sobre laIglesia, Lumen Gentium y Gaudium etSpes, parece hoy haberse clausurado.

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2.1. Problemas intraeclesiales

Escandaliza más el centralismo ecle-sial, el creciente debilitamiento de lasIglesias locales y de sus Conferenciasepiscopales, el poco respeto a los dere-chos humanos dentro de la Iglesia, ladoctrina del magisterio sobre sexuali-dad y moral sexual (celibato, matrimo-nio, anticonceptivos, homosexualidad..)y bioética, el alejamiento de la comu-

nión eucarística a los divorciados vuel-tos a casar, el proceso para el nombra-miento de los obispos y para la eleccióndel obispo de Roma, la exclusión de lamujer del ministerio y de muchos cen-tros de decisión eclesial, el freno a lasvoces más proféticas (entre los teólo-gos, en la vida religiosa e incluso entrelos obispos…), la obsesión por la orto-doxia y la falta de diálogo con el mun-do de la ciencia, la búsqueda del poder

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2. DIAGNÓSTICO DE LAS CAUSAS DE ESTA SITUACIÓN

Hay que reconocer que los problemas intraeclesiales son los quemás afectan a los cristianos un poco lúcidos de hoy. La lista de dificul-tades es larga y conocida7. Aunque los medios de comunicación socialhan difundido profusamente el escándalo de los abusos sexuales desacerdotes y obispos, seguramente no es esto lo que escandaliza másal Pueblo de Dios.

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y de la “seguridad eclesial”, el freno ala teología de la liberación, la forma ac-tual del ejercicio del primado, el mante-nimiento de estructuras de Cristiandadmedieval (Estado Vaticano, nuncios,cardenales...), el estancamiento del ecu-menismo, el miedo al diálogo inter-reli-gioso, la poca aceptación de la opiniónpública y del “disenso” en la Iglesia, elescaso espacio concedido a los laicos, elcerrar el camino a otros tipos de minis-terios, incluso a la ordenación de hom-bres maduros casados (viri probati), elalejamiento de la Iglesia de los pobres yel alineamiento de la jerarquía con go-biernos no sólo conservadores sino ul-traconservadores y dictatoriales, el ecle-siocentrismo de una Iglesia que semuestra más preocupada de sus dere-chos e intereses eclesiales que de los delpueblo y de los pobres, etc.

Notemos ya, desde ahora, que prác-ticamente todas estas dificultades tienenque ver con la jerarquía de la Iglesia,tanto romana como local. Más tardevolveremos a reflexionar sobre este as-pecto.

2.2. ¿Cómo hemos llegado a estasituación?

En primer lugar, el Vaticano II, aun-que estableció los grandes principiospara una eclesiología de comunión, nologró en muchos casos llegar a concre-tar las decisiones para llevar a la prácti-ca esta comunión eclesial. Pero ademásde ello, en la euforia de la primaveraconciliar se cometieron excesos y abu-sos que asustaron a los dirigentes de laIglesia. Era comprensible que tras siglosde cerrazón eclesial, la apertura de las

ventanas de la Iglesia al Espíritu, pro-dujera desconcierto y exageraciones. Essemejante a las avalanchas de nieve quesuceden en la primavera en las cumbresmontañosas, luego del duro invierno.

Comenzó, entonces, una atmósferade miedo, ya en tiempos de Pablo VI, yque ha perdurado hasta el final de pon-tificado de Juan Pablo II. Esto ha lleva-do a una postura de retraimiento que hasido llamada involución eclesial (revis-ta Concilium), restauración (GCZízola), invierno eclesial (Rahner),vuelta a la gran disciplina (J.B.Libanio), noche oscura (J.I. GonzálezFaus)8. G. Alberigo, historiador delVaticano II, afirma que pareciera comosi la minoría que en el Vaticano II habíaquedado de algún modo marginada,ahora volviese a enarbolar las banderasde la tradición antimodernista, antilibe-ral, antiprotestante y anticomunista.

Es cierto que hacia el final de ponti-ficado de Juan Pablo II se dieron algu-nos síntomas de distensión, como si elPapa al final de su vida se diera cuentade que había que revertir esta situacióny apuntar a un nuevo estilo de Iglesia.En 1986 se reunió en Asís con repre-sentantes de todas las religiones mun-diales para dialogar a favor de la justi-cia y la paz. En el 2002, después delatentado terrorista del 11 de septiembre,volvió a convocar otra reunión con lamisma finalidad. En su exhortaciónapostólica Ante el tercer milenio, 1994,pide a toda la Iglesia que vuelva al es-píritu del Vaticano II (n 36) y renuevesu opción por los pobres (n 51). En lacarta encíclica Ut unum sint (1995) so-bre el ecumenismo, Juan Pablo II pide atodas las Iglesias cristianas que repien-

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sen juntamente con él la función del pri-mado de Pedro en la Iglesia (n 95-96),lo cual significa que percibía que la ac-tual forma del ejercicio del primado ro-mano se ha convertido más en signo dedivisión que de unidad entre los cristia-nos. En el año del jubileo, 2000, ante elasombro de muchos, el Papa pide per-dón por los pecados de la Iglesia, en es-pecial por los del segundo milenio.

2.3. Causas extraeclesialesPero junto a estas causas más intrae-

clesiales hay otras extraeclesiales. Lacrisis eclesial actual debe situarse den-tro del contexto más amplio de los pro-fundos cambios socioculturales denuestro tiempo9. La Iglesia, que en elVaticano II, después de siglos de recha-zo, se abrió tímidamente a laModernidad, se encuentra hoy descon-certada ante los avances de la técnica,de la globalización y de la nueva men-talidad postmoderna.

En primer lugar, la toma de con-ciencia del pluralismo religioso y de laposibilidad de salvación fuera de laIglesia, ya afirmada por el Vaticano II(NA 1; LG 16; AG 9; GS 22) ha creadouna problemática nueva sobre el valorsalvífico de las religiones no cristianas,de sus fundadores y de sus escrituras,sobre el concepto y sentido de la evan-gelización, sobre la necesidad del diálo-go inter-religioso, etc. Todo esto cues-tiona y parece relativizar el sentido de launicidad y centralidad de Cristo, de lanecesidad y función de la Iglesia en lahistoria de salvación, su misión evange-lizadora. Este es el punto más candente,el ojo del huracán de la teología actual,

que parece desplazarse de AméricaLatina a Asia, de la liberación al diálo-go inter-religioso.

Más aún, la Modernidad secularcuestiona el mismo concepto de Dios,se habla de la muerte de Dios(Nietzsche), de eclipse de Dios (Buber),de crisis de Dios (Metz), de crisis epo-cal (Küng), de final del período axialque termina con 6.000 años de creenciareligiosa (Jaspers, Pánikker), de religio-nes sin Dios (Metz), de ausencia y si-lencio de Dios en la cultura de la inma-nencia (Martín Velasco). JMR Tillard sepregunta si somos los últimos cristia-nos: los bancos de las iglesias están ca-da vez más vacíos, los que asisten a laiglesia cada vez tienen más cabellosblancos, los seminarios están desier-tos10. Y K. Rahner predice que el cris-tiano del siglo XXI o será místico o noserá cristiano…

El Cardenal Walter Kasper ha ex-presado muy bien esta nueva situaciónal afirmar que el Vaticano II fue excesi-vamente eclesial, mientras que el pro-blema de hoy es presentar los presu-puestos humanos de la fe y los accesosa la fe en Dios11.

Todo esto nos hace ver que la crisiseclesial va mucho más allá de los pro-blemas de la sexualidad o del nombra-miento de los obispos, sino que nace delcuestionamiento del mismo sentido yconcepto de Dios. La crisis eclesial, queno sólo es de cambio estructuras sino defundamentación teológica.

Ante esta situación ¿tiene todavíasentido hablar de sentir con la Iglesia,de sentir en la Iglesia, de sentirseIglesia?

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Sin ánimo de ser exhaustivos, pro-pongamos algunas pistas que, aunquetradicionales, muchas veces han queda-do olvidadas a lo largo de la historia dela Iglesia. Estas verdades olvidadas es-tán mutuamente implicadas, pero paramayor claridad las expondremos por se-parado.

3.1. Dios es mayor que la IglesiaNo se puede comenzar hablando de

la Iglesia, si antes no se habla de Dios.

Si los santos y santas de la historia hansido hombres y mujeres de Iglesia, esporque ante todo eran hombres y muje-res de Dios, místicos que habían tenidouna profunda experiencia de Dios.

Teresa de Jesús, que fue una granmujer de la Iglesia en medio de sus di-ficultades con la institución eclesial, tie-ne la libertad de decir en su conocida es-trofa que “sólo Dios basta” Este “sóloDios basta” es la expresión de una ex-periencia profunda, mística, fundante,del misterio de Dios, que desborda to-

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3. BUSCANDO CAMINOS: ALGUNAS VERDADESOLVIDADAS

En esta crisis eclesial todo intento de solucionar los problemas sim-plemente invocando a la obediencia de los fieles, al silencio, a no criti-car... está condenado al fracaso. Es necesaria una nueva iluminaciónteológica, una nueva catequesis, una nueva iniciación a la experienciaeclesial fundante.

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das las mediaciones históricas, de algúnmodo las relativiza, y es al mismo tiem-po la que las puede dar sentido e inte-grar.

Tampoco Ignacio de Loyola propo-ne sus reglas para sentir en la Iglesia alcomienzo de sus Ejercicios, sino al fi-nal, cuando supone que el Creador ySeñor se ha comunicado inmediatamen-te al ejercitante, abrazando su alma ensu amor y alabanza (EE 15). Sólo hablade la Iglesia después de la experienciafundante del Principio y Fundamento(EE 23), después de haber contempladotoda la vida de Cristo y después de laContemplación para alcanzar amor (EE230-237). Ésta concluye con la oración“Tomad, Señor y recibid”, cuyo final“dadme vuestro amor y vuestra gracia,que ésta me basta” (EE 234) equivale al“sólo Dios basta” de Teresa. Sólo a par-tir de esta experiencia se puede com-prender a Ignacio como hombre deIglesia.

La Iglesia es ciertamente un miste-rio, es humana y divina, es una media-ción hacia Dios, pero no es Dios, quienen su infinita soberanía y amor desbor-da todo límite humano. Dios es mayorque la Iglesia, que todas las institucio-nes y estructuras de la Iglesia peregrina.El Vaticano II lo afirma claramente enun texto del capítulo VII de la LumenGentium:

“Y mientras no haya nuevos cielos ynueva tierra (cf. 2 Petr 3, 13), la Iglesiaperegrinante, en sus sacramentos e ins-tituciones, que pertenecen a este tiem-po, lleva consigo la imagen de estemundo que pasa, y ella misma vive en-tre las criaturas que gimen entre doloresde parto hasta el presente, en espera de

la manifestación de los hijos de Dios (cf.Rm 8, 19-22)” (LG 48).

Por esto mismo en el CredoApostólico, la Iglesia no aparece comouna especie de cuarta persona de laTrinidad a la que haya que adorar y an-te la que haya que arrodillarse, sino quela Iglesia entra en el Credo unida a sutercer artículo, a la profesión de fe en elEspíritu Santo. En realidad sólo el DiosTrinitario, Padre, Hijo y Espíritu, sonobjeto y término de nuestra fe, no di-rectamente la Iglesia. En lo que creemoses en la presencia del Espíritu Santo queactúa de modo especial en la Iglesia,perdona los pecados, es el agente de laresurrección de la carne y nos da la vi-da eterna12. Más adelante volveremossobre esta vinculación entre el Espírituy la Iglesia. Aquí sólo queremos marcarla prioridad teologal y teológica de Diossobre la Iglesia. Si la Iglesia es un mis-terio es porque forma parte del proyec-to misterioso de Dios con el mundo.

Necesidad de una mistagogía

Uniendo todo esto con lo que antesafirmábamos de la crisis actual de fe enel mundo secularizado, podemos dedu-cir que sin una experiencia profunda defe en el misterio de Dios, absoluto, in-efable, inabarcable, abismo sin orillas,amor incondicionado, que se nos ha co-municado en Cristo como vida y salva-ción… sin esta experiencia fundante, nopodremos acceder a la Iglesia.

De ahí que la tarea más urgente dela Iglesia en nuestros días sea la de ini-ciar a esta experiencia personal e inme-diata de Dios, facilitar el acceso a unamistagogía, sin la cual todas las demás

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mediaciones eclesiales carecen de base.No se pueden proponer dogmas o ver-dades de la Iglesia para creer, ni normasmorales para cumplir, si no ha habidoantes iniciación a una experiencia quenos lleve a “beber de nuestro propio po-zo” (San Bernardo, retomado porGustavo Gutiérrez), a encontrar dentrode nosotros una fuente de agua viva quesalta hasta la vida eterna (Jn 4, 14).

Sin esta experiencia de fe, nuestravisión de la Iglesia se reduciría a la deuna simple realidad intramundana más,una simple organización sociocultural,una especie de ONG, un organismo hu-manitario o cultural más, como laUNESCO, la ONU o la Cruz Roja. Estaes la visión de Iglesia que nos suelenofrecer los medios de comunicación so-cial y siempre tenemos el riesgo de que-darnos con esta percepción meramenteexterior y sociológica.

3.2. Prioridad del Reino sobre laIglesia

En estos últimos años la teologíacristiana ha redescubierto la importan-cia de la escatología y dentro de ella lacentralidad del Reino de Dios en la cris-tología13. El centro de la predicación deJesús de Nazaret no fue la Iglesia sinoel Reino (Mc 1, 15). El Reino es el pro-yecto trinitario de Dios de comunicar almundo, misericordiosamente, su propiavida, comenzando por salvar la vida hu-mana de todo sufrimiento y de todo mal.Sus parábolas y milagros son signos delReino que ya comienza a hacerse pre-sente (Lc 11, 20).

La conocida frase del modernista A.Loisy, “Jesús predicó el Reino y vino la

Iglesia”puede ser leída críticamente, co-mo si la Iglesia hubiese acontecido nosólo al margen sino contra la intenciónde Jesús. Pero puede darse una lecturapositiva, en el sentido que nos hace to-mar conciencia de que el Reino es ma-yor que la Iglesia y la Iglesia ha deorientarse al Reino, es semilla del Reino(LG 5), su símbolo, su sacramento, unsigno profético del Reino.

Hay, pues, una tensión entre Iglesiay Reino y en esta tensión acontece todala historia de la Iglesia, con sus erroresy pecados, pues es una Iglesia peregri-na que camina hacia la escatología delReino de Dios, pero no ha llegado a ella(LG VII).

Esto significa que la Iglesia no pue-de estar centrada en sí misma, no puedeser eclesiocéntrica, sino que su punto demira ha de ir más allá de ella, hacia fue-ra. Consiguientemente, la Iglesia nopuede quedar encerrada en sus miem-bros, su doctrina, su liturgia, sus sacra-mentos, sus leyes, sino que debe ser unaIglesia servidora del mundo, preocupa-da no sólo de los derechos de sus hijossino de todos los derechos humanos.

En el fondo no es más que seguir elcamino de Jesús, que no vino a ser ser-vido sino a servir (Mc 10, 45). Y cuan-do Jesús lanza su programa misioneroen Nazaret afirma que ha sido ungidopor el Espíritu para anunciar la buenanoticia a los pobres, la liberación de loscautivos, la vista a los ciegos y procla-mar un año de gracia (Lc 4, 16-22). Asus discípulos también les envía paraanunciar el Reino, curar enfermos y li-berar endemoniados (Lc 9, 1-6). ElReino no es una bella y lejana utopía,abstracta y genérica, sino algo muy con-

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creto, liberar del sufrimiento y de todomal.

Por esto Jesús orienta su misión adar vida, a liberar del sufrimiento y dela muerte, a anunciar el perdón y la gra-cia, especialmente a los pobres, margi-nados y excluidos de la sociedad: en-fermos, pecadores, mujeres, niños,gente mal vista por los dirigentes deIsrael.

Cuando surja la Iglesia después dePascua y la venida del Espíritu, deberáseguir la línea de Jesús. Por esto no selimita a anunciar la Palabra (kerigma) nia celebrar la eucaristía (liturgia), sino aservir a los pobres (diaconía), como harecordado Benedicto XVI en su encícli-ca Dios es amor (n 25).

Del Pueblo de Dios al pueblo pobreLa teología se ha interesado más por

la Iglesia como institución religiosa yPueblo de Dios (laós) que por el pueblopobre y marginado (óchlos) al cualJesús hace milagros, alimenta, perdona,porque siente compasión de él14.

Esto significa que a lo largo de la his-toria la Iglesia ha ido centrándose en símisma (laós) y relegando a un segundolugar su orientación más amplia al Reinode Dios y a los pobres (óchlos). CuandoJuan XXIII diga, poco antes del Concilio,que la Iglesia tiene que ser ante todo laIglesia de los pobres, no hará más que serfiel al mensaje y vida de Jesús.

Más aún, a lo largo de la historia, laIglesia se ha identificado muchas vecesella misma con el Reino de Dios, comosi ella fuera ya el Reino de Dios presenteen la tierra. Esto se ha puesto de mani-fiesto en el modo cómo la institución

eclesial, sus ministros, sus estructuras sehan ido sacralizando, olvidado su ca-rácter simbólico del Reino. La Iglesia deCristiandad, que ha durado dieciséis si-glos, hasta el Vaticano II, es un ejemplode esta tentación teocrática y davídicade la Iglesia.

Otra consecuencia de que el Reinoes mayor que la Iglesia es que ella no esla poseedora en exclusiva de la salva-ción ni del Espíritu, que ha sido derra-mado sobre toda carne y actúa más alláde sus fronteras, no sólo en las demásIglesias cristianas sino en todas las reli-giones y culturas de la humanidad. Laafirmación de que “fuera de la Iglesia nohay salvación” no es más que una ex-presión de esta triste identificación quese ha dado entre la Iglesia y el Reino deDios.

En el fondo, afirmar que el Reino esmayor que la Iglesia es una consecuen-cia de la afirmación anterior de que Dioses mayor que la Iglesia.

Esto no significa que la Iglesia notenga sentido, ni que no deba anunciarel evangelio de Jesús a todas las gentes,bautizar y celebrar la eucaristía. Lo úni-co que significa es que todo esto seorienta el Reino de Dios, del que laIglesia es un signo profético, un signo“prognóstico” en expresión de SantoTomás15, un sacramento en expresióndel Vaticano II (LG 1; 9; 48).

3.3. La Iglesia es pecadoraEstamos tan acostumbrados a hablar

y escuchar hablar de la “santa Iglesia”que nos puede resultar extraño escucharque la Iglesia es pecadora.

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Esto escandaliza a los sectores con-servadores de la Iglesia para quienes laIglesia es inmaculada, sin mancha niarruga. Pero asombra también a los sec-tores progresistas, para quienes laIglesia de Cristo debe ser fiel al evan-gelio y por tanto una Iglesia infiel alevangelio no sería la Iglesia de Cristo.

La tentación de puritanismoA lo largo de la historia no han fal-

tado grupos puritanos que pedían se ex-pulsase a los pecadores de la Iglesia, quese escandalizaban de que la Iglesia per-donase pecados, que intentaban sepa-rarse de la gran Iglesia para formar unaIglesia de puros y santos, una Iglesia delEspíritu.

Tertuliano, los montanistas, los no-vacianos, los donatistas, los cátaros y al-bigenses medievales, los espirituales deJoaquín de Fiore, los fraticelli francis-canos, los husitas, los mismos reforma-dores del siglo XVI, todos ellos critica-ron duramente los pecados de la Iglesiae intentaron edificar una Iglesia real-mente santa, al margen de la Iglesia co-rrompida de su tiempo.

Pero el evangelio nos habla de quesólo en la eternidad se separarán losmalos de los buenos, mientras que aho-ra coexisten el trigo y la cizaña (Mt 13,24-30; 36-43), los peces malos y losbuenos (Mt 13, 47-50). En la Iglesiahay pecadores, a los cuales siempre seles ofrece el perdón. Todas las exhor-taciones sobre el juicio y el castigo fi-nal, expresadas en un estilo apocalípti-co, lo único que pretenden es llamar ala conversión. Consiguientemente, la

Iglesia que peregrina en la tierra no só-lo contiene pecadores sino que ellamisma es pecadora, pues la Iglesia noes un ideal abstracto, sino una realidadconcreta16.

Hay como una tendencia puritana entodos que tiende a ocultar el pecado enla Iglesia. No deja de ser curioso que enla cúpula de San Pedro del Vaticano selean las palabras que Jesús dirige aPedro, según el texto de Mateo: “Tú eresPedro y sobre esta piedra edificaré miIglesia”(Mt 16, 18), pero se omitan lasduras palabras que a continuación, en elmismo evangelio, Jesús dirige a Pedro:“¡Quítate de mi vista, Satanás!¡Escándalo eres para mí!” (Mt 16, 23).Es decir, Pedro es a la vez roca firme ypiedra de escándalo. Si esto se puedeafirmar del primer pastor de la Iglesia,¿qué puede esperarse del resto de losfieles? Dios ha escogido para realizar sumisión a hombres y mujeres frágiles ypecadores, lo débil y despreciable delmundo, para que nadie se gloríe en lapresencia de Dios (1 Cor 1, 26-29). Elpecado de la Iglesia está ligado a la di-mensión humana de la Iglesia.

Casta prostitutaPor esto los Padres de la Iglesia, sen-

sibles a este hecho doloroso y escanda-loso para muchos, afirman que la Iglesiaes “casta meretrix”, es decir “casta pros-tituta”17 . Los Padres aplican a la Iglesialas figuras de las prostitutas del AntiguoTestamento: Rahab (Jos 2, 1-21; 6, 17-25), Tamar (Gen 38; Mt 1, 3), la mujerde Oseas (Os 2), Babilonia (Jr 50-51;Apoc 17-19). No es Lutero el primeroen decir que la Iglesia ha caído bajo la

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cautividad de Babilonia, sino que sonlos obispos y escritores de la Iglesia pri-mitiva quienes aplican a la Iglesia estasimágenes.

El Vaticano II, aunque evita el tér-mino de Iglesia pecadora, afirma cla-ramente que la Iglesia abraza en su se-no a los pecadores y necesita de unacontinua purificación, penitencia yconversión (LG 8), sólo María es sinmancha ni arruga (LG 65), los demásofendemos continuamente al Señor ynecesitamos continuamente pedir per-dón (LG 40). En el decreto sobre elecumenismo se dice que la Iglesia ne-cesita no sólo purificación y renova-ción (UR 6), sino continua “reforma”(UR 8), usando la misma palabra quereivindicaban los Reformadores del si-glo XVI. Y hablando del ateismo mo-derno se afirma claramente que mu-chas veces los cristianos “han veladomás bien que revelado el genuino ros-tro de Dios y de la religión” (GS 19).

Por esto no podemos mirar a laIglesia pecadora como algo exterior anosotros, como si nosotros fuéramoslimpios de pecado. La Iglesia pecado-ra carga con nuestros propios pecados,que oscurecen el rostro de la Iglesia yla hacen menos transparente al evan-gelio. Todos somos pecadores y nece-sitamos de la misericordia de Dios.

No podemos escandalizarnos, comolos fariseos, de que Jesús coma con pe-cadores y perdone pecados. El que estélimpio de pecado, que tire la primerapiedra…

Rahner, comentando el episodio deJesús y la adúltera (Jn 8, 1-11), afirmaque esta adúltera es la Iglesia, su espo-sa amada, la santa Iglesia18.

3.4. La Iglesia está bajo la fuerzadel Espíritu

La Iglesia primitiva fue muy cons-ciente de que su origen y su vida esta-ban ligadas al Espíritu. Este Espíritu, se-gún el evangelista Juan, fue derramadoya el día de Pascua sobre los discípulos(Jn 20, 19-23). Lucas, con un esquemanarrativo más histórico y pedagógico,sitúa la efusión del Espíritu en la fiestade Pentecostés (Hch 2, 1-13), donde ba-jo los símbolos del viento impetuoso ylas lenguas de fuego se expresa lo queserá el Espíritu para la Iglesia del futu-ro: fuerza, vida, calor, amor, comunica-ción y comunión. El Espíritu presenteen la creación (Gn 1-2) y en el AntiguoTestamento (patriarcas, jueces, reyes,profetas, sabios…), florece ahora en laIglesia. Los Hechos de los Apóstolesson una descripción de cómo el Espírituhace crecer la Iglesia en las diferentesculturas, en medio de grandes dificulta-des y persecuciones Todo el NuevoTestamento presupone esta acción diná-mica del Espíritu en la Iglesia.

De ahí nace la convicción de que laIglesia es Templo del Espíritu (1 Cor, 3,16) y por tanto sin mancha ni arruga,santa e inmaculada (Ef 5, 27). Y por es-to, cuando la Iglesia es introducida en elCredo Apostólico, en conexión con eltercer artículo de la fe en el Espíritu, seafirma que la Iglesia es “santa”.También, como hemos visto, los Padresde la Iglesia proclaman la paradoja deque la Iglesia es, a la vez, santa y peca-dora, “casta meretrix”.

Aunque desde el comienzo la Iglesiase siente estrechamente vinculada aJesús, sin embargo tiene la convicciónde que ha nacido, no en Belén ni en

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Nazaret, sino en Jerusalén, en Pascua yPentecostés. Más adelante desarrollare-mos el tema de la relación de la Iglesiacon Jesús, pero ahora queremos desta-car que la Iglesia no sólo está ligada aCristo, sino también el Espíritu. Comoafirma Ratzinger, una eclesiología quevincule exclusivamente la Iglesia a laencarnación, resulta demasiado terrenay tiene el peligro de mundanizarse y se-cularizarse19.

Hay, pues, dos principios constituti-vos de la Iglesia, el cristológico y elpneumático o del Espíritu, que son co-mo las dos manos con las que el Padrenos moldea a su imagen y semejanza, enexpresión de Ireneo20.

El olvido del EspírituPues bien, a lo largo de los siglos, so-

bre todo a partir del segundo milenio, lamano del Espíritu ha quedado olvidadaen la Iglesia, solamente se ha destacadola mano del Hijo y de este modo el Padreha quedado como manco21. La teologíaha olvidado, en gran parte, al EspírituSanto.

En el segundo milenio la doctrinadel Espíritu ha quedado como desplaza-da al ámbito de la vida devota de los fie-les (por ejemplo en los himnos VeniCreador Spiritus y Veni Sancte Spiritus)o a las especulaciones teológicas de laTrinidad, innacesibles a la mayoría delpueblo de Dios. Respecto a la Iglesia,pareciera que sólo la jerarquía poseyerael Espíritu Santo y lo comunica a los fie-les por la predicación y los sacramentos.

De ahí se deduce que el pueblo seconvierte en un elemento puramente pa-sivo en la Iglesia. En el segundo mileno

no se habla de carismas, ni de partici-pación del pueblo en la liturgia ni en lavida de la Iglesia (nombramiento deobispos, opinión pública en laIglesia…). Lógicamente el laicado haquedado totalmente postergado y mar-ginado.

La Iglesia oriental ha acusado a laIglesia latina occidental de “cristomo-nismo” es decir, de apoyarse solamenteen la acción de Cristo, olvidando la di-mensión del Espíritu en la Iglesia. Unteólogo laico ortodoxo moderno que fueinvitado al Concilio Vaticano II, PaulEvdokimov, comenta que este olvidodel Espíritu por parte de Occidente hallevado a la Iglesia a que su instituciónjerárquica sustituyese a la libertad pro-fética, a la divinización de la humani-dad, a la dignidad del laicado y al naci-miento de la nueva criatura22.

Es decir, el olvido del Espíritu favo-rece una visión de la Iglesia práctica-mente identificada con sus estructurasvisibles y en concreto con la jerarquía.Más adelante volveremos sobre este te-ma, pero ahora queremos citar otro tex-to de un obispo oriental, el actualPatriarca Ignacio IV de Antioquia, pro-nunciado en 1968 en el Consejo ecu-ménico de las Iglesias en Upsala:

“Sin el Espíritu Santo, Dios está le-jos, Cristo permanece en el pasado, elevangelio es letra muerta, la Iglesia unasimple organización, la autoridad un do-minio, la misión una propaganda, el cul-to un evocación y el actuar cristiano unamoral de esclavos.

Pero en el Espíritu, y en una siner-gia (o colaboración) indisociable, elcosmos es sostenido y gime en el alum-bramiento del Reino, el hombre está en

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lucha contra la carne, Cristo resucitadoestá aquí, el evangelio es fuerza de vi-da, la Iglesia significa la comunión tri-nitaria, la autoridad es un servicio libe-rador, la misión es Pentecostés, laliturgia es memorial y anticipación, elactuar humano queda divinizado”23.

De todo ello se deduce que el olvi-do del Espíritu reduce la vida del cris-tiano en la Iglesia a la sumisión y obe-diencia a la jerarquía, al ritualismo y almoralismo. ¿Es extraño que esta formade entender y vivir la fe en la Iglesia ha-ya entrado hoy en crisis?

Sin embargo, el Espíritu se mueveSin embargo, a pesar del olvido del

Espíritu por parte de la teología, elEspíritu no ha dejado de actuar en laIglesia. Toda la historia de la Iglesia es-tá llena de esta presencia misteriosa,muchas veces anónima, incluso descon-certante, del Espíritu. Todos los movi-mientos proféticos que han surgido enla Iglesia son fruto del Espíritu: el mar-tirio de los primeros siglos, el monaca-to cuando la Iglesia se vuelve oficial, losmovimientos laicales medievales a fa-vor de la pobreza, la Reforma tanto pro-testante (Lutero, Calvino, T.Müntzer…) como católica (Ignacio,Teresa, Juan de la Cruz…), los movi-mientos sociales modernos que reivin-dicaban una sociedad más igualitaria,fraterna y libre, los movimientos teoló-gicos que precedieron al Vaticano II(movimientos bíblico, patristico, litúr-gico, ecuménico, pastoral, social…), lossignos de los tiempos de nuestros días(feminismo, ecología, pacifismo, respe-to a las culturas y religiones, movi-mientos de liberación…), etc.

La santidad de la Iglesia, sus márti-res, sus misioneros, sus místicos y mís-ticas, sus artistas y pensadores, el hero-ísmo de tanta gente anónima que vive lafe en el silencio de cada día, la fidelidaden el matrimonio y en la vida religiosa,la generosidad de tantas personas quetrabajan por los pobres, la entrega de lasmadres y su preocupación por transmi-tir la fe a sus hijos, el entusiasmo de tan-tos jóvenes en las formas más variadasde voluntariado, la espiritualidad de lasdiversas Iglesias cristianas, la vitalidadde todas las religiones… son fruto delEspíritu.

Incluso la Iglesia jerárquica que si-lenciaba al Espíritu en su doctrina, mu-chas veces se ha visto obligada a reco-nocerlo presente y a no extinguirlo (1Tes 5, 19), aun cuando este Espíritu fue-ra una crítica a la misma estructura ecle-sial. Inocencio III, en la cumbre de la te-ocracia pontificia de la Cristiandadmedieval, acaba aprobando el carismade Francisco de Asís, que es una críticaimplícita pero clara a la Iglesia de po-der.

Afortunadamente, el Vaticano II havuelto a reconocer esta presencia delEspíritu en la Iglesia: es el que la vivi-fica, la guía a la plenitud, la enriquecede dones, la rejuvenece y la conduce ala unión consumada con el Señor (LG4).

Hemos de relacionar con el Espíritutodo cuanto hemos dicho antes. ElEspíritu es quien nos lleva a la fe enDios y en Cristo, y es quien nos posibi-lita experimentar desde dentro elMisterio. El Espíritu es quien conducela Iglesia a realizar el Reino de Dios,más allá de sus fronteras. El Espíritu es

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quien garantiza la santidad de la Iglesiamás allá de su prostitución y su pecado,haciendo que el pecado no triunfe en laIglesia, ni que las puertas del infiernoprevalezcan sobre ella (Mt 16, 18), nique la Iglesia se convierta en una sina-goga estéril.

Evidentemente, la Iglesia no tiene laexclusiva del Espíritu, pero el Espíritureside de una forma peculiar en ella.Ireneo lo expresó diciendo que “dondeestá la Iglesia, allí está también elEspíritu. Y allí donde está el Espíritu deDios, allí está la Iglesia y toda gracia”24.Hoy podríamos decir que la Iglesia es elsacramento del Espíritu.

En conclusión, la cuestión que se leplantea al creyente de hoy que vive enmedio de esta fuerte crisis eclesial, es lasiguiente: ¿creemos que el Espíritu nosólo hizo nacer la Iglesia en el pasadosino que continúa guiando y acompa-ñando a la Iglesia hoy, en medio de es-te nuestro mundo moderno, seculariza-do, globalizado y postmoderno…? Sino creemos en esta presencia delEspíritu en la Iglesia concreta de hoy,nuestra pertenencia a la Iglesia y el sen-tirnos Iglesia, carecería de sentido.

3.5. La Iglesia no se identificasimplemente con la jerarquía

Esta afirmación se deduce de todo loque hemos visto, pero conviene explici-tarla, pues es una de las raíces más pro-fundas del malestar eclesial de hoy.

La Iglesia es apostólicaPara evitar malentendidos afirme-

mos claramente que la Iglesia es “apos-

tólica”, está edificada sobre el cimientode los apóstoles y profetas, siendo lapiedra angular Cristo mismo “(Ef 2, 20).Esta apostolicidad de la Iglesia que conel tiempo se estructurará en episcopado,presbiterado y diaconado, constituye loque se conoce como la jerarquía de laIglesia, que preside el Papa como obis-po de Roma.

Pero para el Nuevo Testamento lacabeza de la Iglesia no es el Papa sinoCristo (Col 1, 18). La misma designa-ción del Papa como Vicario de Cristo esmás medieval que primitiva, ya que pa-ra la Iglesia del tiempo de los SantosPadres, el Vicario de Cristo, es decir elque hace sus veces, es el Espíritu Santo(por ejemplo en Tertuliano) y los pobresson también llamados vicarios deCristo25. El Papa, para la Iglesia primi-tiva, es el Vicario de Pedro, el que hacesus veces en la Iglesia: mantenerla uni-da en la fe y en la comunión.

Los pastores de la Iglesia ciertamen-te no son simples delegados de la base,presiden la comunidad en nombre deCristo, pero también en nombre de todoel pueblo (LG 10). Los pastores en sumagisterio no enseñan su propia doctri-na o teología sino la de Cristo, conser-vada en la tradición de la Iglesia. Lamisma infalibilidad que goza el Papa enciertas ocasiones, según el Vaticano I,no hace sino expresar la infalibilidadque el Señor quiso que gozase toda laIglesia (DS 3074). Por esto no se puededefinir un nuevo dogma si no forma par-te de la fe de toda la Iglesia.

Ignacio, en sus reglas para sentir enla Iglesia habla de “tener el ánimo apa-rejado y prompto para obedescer a la ve-ra sposa de Christo nuestro Señor que es

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la nuestra sancta madre Iglesia hierár-quica” (EE 353). Pero para Ignacio laIglesia no se identifica con la jerarquía,sino que “jerárquica” es un adjetivo quecalifica a toda la Iglesia y equivale a“apostólica”.

Ningún católico puede dudar quehay que estar en comunión pastoral conel Papa, obispo de Roma, y los demásobispos que son sucesores de los após-toles, lo cual implica, entre otras cosas,la docilidad a su magisterio, aunque evi-dentemente en sana teología hay quedistinguir el magisterio infalible delPapa y los obispos del magisterio no in-falible, también llamado auténtico, fren-te al cual puede haber legítimas razonespara disentir.

El riesgo de la jerarcologíaPero lo que ha sucedido al correr de

los siglos, sobre todo desde el segundomilenio, es que la llamada jerarquía seha absolutizado y sacralizando de talmodo que ha llegado a identificarse conla totalidad de la Iglesia: la jerarquía“es” la Iglesia, la Iglesia “es” el Papa.Desaparecen las nociones de Pueblo deDios, de comunidad, no digamos de lai-cado. Hay un abismo entre clérigos ylaicos, el sacramento del orden divide ala Iglesia en dos sectores bien definidosy contrapuestos: los que tienen poderpara enseñar, administrar los sacramen-tos y mandar, y los que sólo tienen la mi-sión de obedecer, callar y dejarse con-ducir como dócil rebaño. La Iglesia esuna sociedad de desiguales (Pío X). Deeste modo, como denunció en su tiem-po el futuro Cardenal Y. Congar, la ecle-siología se convirtió en “jerarcología”.

Trágicas consecuenciasComo hemos visto antes, esto es

consecuencia de haber olvidado la di-mensión del Espíritu como principio dela Iglesia, junto con Cristo, y de haberderivado en una visión unilateral y em-pobrecida de la Iglesia: institución, es-tructura visible, jerarquía.

Las consecuencias de este reduccio-nismo han sido muy graves a lo largo detoda la historia de la Iglesia, hasta nues-tros días. En la forma habitual de hablar,no sólo de los Medios de Comunicaciónsocial, sino de los mismos católicos, lapalabra “Iglesia” equivale a jerarquía, alPapa y a los obispos. Así solemos decirla Iglesia ha dicho, la Iglesia ha prohi-bido, la Iglesia ha condenado, la Iglesiaha criticado al gobierno… para referir-nos a actuaciones del Papa o de una con-ferencia episcopal o incluso de un obis-po local. Muchos escritores, teólogos ehistoriadores de la Iglesia caen en elmismo sofisma.

No negamos que la jerarquía puedatener una representación eclesial y encierto sentido pueda simbolizar a toda laIglesia. Pero este lenguaje es ambiguo ylleva a la confusión, pues no podemosaceptar que la jerarquía sea identificadacon la totalidad de la Iglesia, del mismomodo que la Iglesia es símbolo delReino pero la Iglesia no puede identifi-carse con el Reino de Dios.

De ahí se comprende que las difi-cultades, críticas y reticencias de los fie-les contra la jerarquía, se convierten ip-so facto en dificultades contra “la”Iglesia de Cristo.

Pero, afortunadamente, la Iglesia esmás amplia que la jerarquía, es toda la

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comunidad de bautizados, el Pueblo deDios, como expresó el Vaticano II ante-poniendo en la Lumen Gentium el capí-tulo del Pueblo de Dios (LG II) a los dela de la jerarquía (LG III), los laicos (LGIV) y la vida religiosa (LG VI).

Algunos datos de la historiaG. Bernanos en su Carta a los ingle-

ses tiene una feliz expresión de granprofundidad eclesiológica: “No son losmismos hombres los que Dios ha esco-gido para mantener su Palabra que losque ha escogido para realizarla”. Estoque ya se manifestó en el AntiguoTestamento, se continúa verificando enla historia de la Iglesia. Es la paráboladel buen samaritano, donde el sacerdo-te y el levita pasan de largo junto al he-rido del camino para no contagiarse deimpureza ni llegar tarde al templo (Lc10, 29-37).

La historia nos dice que muchísimasveces, no sólo en el pasado sino tambiénen el presente, la jerarquía se ha con-vertido en signo de escándalo para laIglesia. Y la Iglesia ha salido adelantegracias a los sectores no jerárquicos.

El cardenal Henry Newman, granconocedor de la historia de la Iglesia,afirmaba que había quedado muy im-presionado al descubrir que, en torno alsiglo IV, muchos obispos cayeron en laherejía del arrianismo, mientras que elpueblo sencillo mantuvo la fe ortodoxa.También la historia de las misiones re-conoce que, durante siglos, cristianosdel Japón mantuvieron su fe sin tenersacerdotes en medio de ellos. Ya algu-nos Padres de la Iglesia, como Atanasioe Hilario, habían afirmado que “los oí-

dos de los fieles son más santos que lasbocas de los sacerdotes”, es decir, quelos fieles interpretan bien incluso ense-ñanzas no correctas del clero.

Con razón el Vaticano II ha reivindi-cado el valor de la fe del pueblo, el sen-tido de la fe (el sensus fidelium) e inclu-so llega a decir que esta fe es infaliblecuando está en comunión con la tradi-ción de toda la Iglesia (LG 12). Los mis-mos fieles gozan de los carismas delEspíritu (cf 1 Cor 12, 11; 12, 7) para elservicio de toda la Iglesia (LG 12).También el Vaticano II dirá que los lai-cos tienen el derecho e incluso el deberde manifestar su parecer sobre lo que to-ca al bien de la Iglesia, citando un textode Pío XII que afirma que en las batallesdecisivas, no rara vez la iniciativas másfelices nacen del frente (LG 37, nota 7).

La recepciónMás aún, la teología moderna

(Congar, Grillmeier..) ha redescubiertola importancia que tenía para la Iglesiade los primeros siglos el que los fielescristianos asimilasen vitalmente lo quela jerarquía les proponía. Esta “recep-ción” no es simplemente obediencia si-no un asentimiento de corazón, como el“amén” eclesial de la liturgia. Cuandose celebró el Concilio de Éfeso en 431,los fieles esperaban a las puertas de labasílica la salida de los obispos. Y cuan-do éstos les dijeron que habían definidoque María era Madre de Dios, el pueblorompió en aplausos, es decir “recibió”el dogma con alegría y satisfacción.

Muy diferente es la situación cuan-do el pueblo no “recibe” una doctrina,sino que la “contesta”, lo cual no nece-

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sariamente significa falta de obediencia,sino que en esta exposición doctrinalhay algo inasimilable, por incompleto,inmaduro, inoportuno o parcial.Pensemos en lo que sucedió cuandoPablo VI publicó la encíclica HumanaeVitae sobre el control de natalidad…

La historia nos confirma que en losmomentos más difíciles ha sido el poloprofético de la Iglesia, laicos y laicas, re-ligiosos y religiosas, quienes han salva-do a la Iglesia de situaciones de crisis: elmonacato, los movimientos mendican-tes medievales, la reforma de la épocamoderna, los movimientos sociales ca-tólicos, los movimientos teológicos entorno al Vaticano II, los que hoy pro-pugnan que “otra Iglesia es posible”…

No es casual que el Vaticano II hayaadmitido todo esto, luego de haber reco-nocido, como hemos ya visto, que la to-da Iglesia está bajo la fuerza y la inspi-ración del Espíritu Santo (LG 4). SinEspíritu Santo, la Iglesia se reduce a unamera organización, una simple institu-ción. La doctrina y praxis de la “recep-ción” implica que todo el cuerpo eclesialestá animado por el Espíritu, es activo yparticipativo, no simplemente pasivo. Esel Espíritu el que convierte a la Iglesiaen comunión trinitaria y en dinamismoprofético al servicio del Reino.

¿Por qué no reconocer la santidadtantas veces oculta y anónima de la fede los pobres, de las viejitas que van amisa a veces rezando solamente el ro-sario, de los curas de pueblo que man-tienen la fe en medio de penurias eco-nómicas, de los mártires inocentes delpasado y del presente, de las familiasauténticamente cristianas, etc.? Las ca-nonizaciones oficiales romanas no re-

cubren ni reconocen toda la santidadoculta de la Iglesia del Pueblo de Dios.

3.6. La Iglesia es la Iglesia delJesús histórico y pobre de Nazaret

Todo lo dicho hasta ahora quedaríaincompleto si no añadiéramos que laIglesia está estrechamente ligada alSeñor Jesús, a Jesucristo Resucitado, esla Iglesia de Cristo, se fundamenta en él(Ef 2, 10; Mt 21, 33-46).

Esto se comprende mejor si mostra-mos que la historia de salvación estáatravesada por la ley de la encarnación.El Espíritu no se opone a Cristo sino queel Espíritu es el que hace posible la en-carnación de Jesús y le guía en toda suvida. El Espíritu es el que hace nacer laIglesia, que continúa la obra de Jesús enla historia. Es decir, Dios no deja la cre-ación abandonada a su suerte, sino queinterviene en la historia, primero prepa-rando al pueblo de Israel y luego por laencarnación de Jesús (LG 9).

Pero al nacer la Iglesia en Pascua-Pentecostés, tiene el riesgo de identifi-carse tanto con el Jesús glorioso y resu-citado que olvide la encarnación y creaque ya ha llegado el Reino de Dios. Dehecho, en el mismo Nuevo Testamentohay algunos textos (en Hechos, Efesiosy Colosenses) que podrían conducir aun cierto triunfalismo eclesial.

Los peligros de la Iglesia de CristiandadMientras la Iglesia fue perseguida

por el Imperio romano y los cristianosmorían mártires en las arenas del circoromano o en la hoguera, este peligro detriunfalismo no existía.

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Pero con el reconocimiento de la I-glesia como religión oficial del imperioen tiempos de Teodosio (380), cuandola Iglesia deja la clandestinidad y las ca-tacumbas, el peligro volvió a acechar.Eusebio de Cesarea, al describirnos elbanquete que el emperador Constantinoofreció a los obispos reunidos en elConcilio de Nicea, en el año 325, creever ya presente el Reino de Cristo26.Otros observadores más agudos queEusebio de Cesarea, pronto se daráncuenta de la ambigüedad de la situaciónde la Iglesia nacida con el Constanti-nismo y de los riesgos de esta estrechaunión entre la Iglesia y el Imperio. AsíSan Hilario dice, acerca del emperadorcristiano Constancio, que “nos apuñalapor la espalda, pero nos acaricia el vien-tre (...) consigue ser perseguidor sin ha-cer mártires”27.

Una consecuencia de esta ambiguasituación de la Cristiandad es que la je-rarquía de la Iglesia es la que primero seidentifica con el Reino de Dios y sevuelve poderosa. Desde el poder no só-lo económico sino también político,moral y religioso, la jerarquía condenaa los herejes a la hoguera, promuevecruzadas, hace proselitismo, destruyeculturas y religiones diciendo que sonobra del demonio, se alía con los gran-des de este mundo para que la defien-dan, destituye príncipes, excomulga,confunde el honor de Dios y su gloriacon “su” propio honor y gloria.

Volver al evangelioEl riesgo es olvidar el misterio de la

encarnación de Jesús, su vaciamiento okénosis de la que nos habla San Pablo(Fil 2, 1-11) y en general toda la vida del

Jesús histórico transmitida por los evan-gelios: su nacimiento pobre en Belén, suvida durante treinta años de carpinterohumilde, su predicación contra la rique-za y el poder, su opción por los margi-nados, su preocupación por aliviar el su-frimiento del pueblo (óchlos) del que secompadecía profundamente, su oposi-ción a los poderosos y a cuantos utiliza-ban la religión para oprimir al pueblo,sus conflictos continuos con las autori-dades religiosas de Israel, su muerte co-mo blasfemo y malhechor desnudo enuna cruz, entre dos subversivos.

La Iglesia tiende a olvidar continua-mente que es la Iglesia del Jesús pobrede Nazaret, Iglesia del crucificado, quesu mensaje no es el de la sabiduría deeste mundo, sino el de la cruz (1 Cor 1,17-31). La misma resurrección de Jesúsno permite desvincularle de su cruz: elresucitado es el crucificado, sus llagaspermanecen frescas en su cuerpo glo-rioso (Jn 20, 25-29).

Se comprende que todos los movi-mientos proféticos que han surgido enla Iglesia a lo largo de la historia hayanpedido una vuelta a la Iglesia de los orí-genes, fiel a la Palabra, pobre, humilde,evangélica, comunitaria, acogedora,respetuosa, cercana al pueblo pobre, enfin, volver la Iglesia del crucificado.

Pero esto la propuesta profética deJuan XXII poco antes del Vaticano II, deque la Iglesia fuese sobre todo la Iglesiade los pobres, aunque a algunos les pu-do parecer revolucionaria y sospechosa,en el fondo era sumamente evangélica,ligada a la tradición más genuina de laIglesia.

Hay que confesar que esta idea deJuan XXIII no llegó a ser recogida en

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los textos conciliares, fuera de algunasalusiones esporádicas (LG 8; GS 1). Losobispos y teólogos más influyentes en elconcilio pertenecían al mundo centro-europeo y norteamericano, y estabanmás preocupados de cómo dialogar conel mundo desarrollado y secular de lamodernidad, que de los pobres delTercer mundo.

La interpelación de las Iglesias deltercer mundo

Serán las Iglesias del tercer mundoy muy concretamente la Iglesia latinoa-mericana, las que llevarán adelante lautopía del Papa Juan de una Iglesia es-pecialmente de los pobres.

Las Iglesias del primer mundo nopueden encerrarse en ellas mismas, nicreer que los únicos problemas de laIglesia son los ligados con la moderni-dad ilustrada, muchas veces unida a laburguesía. La mayor parte de la huma-nidad y de la misma Iglesia universal vi-ve en los países pobres del Sur, dondela vida de cada día no está asegurada si-no amenazada, hay que luchar por la vi-da, por el pan de cada día: faltan vi-viendas, falta atención sanitaria, faltanescuelas, la esperanza de vida es corta,falta trabajo, hay gobiernos muchas ve-ces dictatoriales y corruptos, se vive ba-jo la dependencia económica de los pa-íses ricos y de sus empresasmultinacionales, las culturas originariasson marginadas, las mujeres son discri-minadas y son las que más cargan conel peso de la pobreza, hay niños en lacalle y bandas juveniles que buscan so-brevivir a veces con violencia, la natu-raleza es explotada a favor de las com-

pañías extranjeras, hay luchas tribales yviolencia guerrillera…

Y sin embargo en estos países haygrandes valores humanos, culturales yreligiosos y concretamente en AméricaLatina, predomina la fe cristiana y laIglesia católica ha vivido un tiempo deprofunda erupción volcánica del Espíri-tu después del Vaticano II.

Sin caer en triunfalismos que nosapartarían de la Iglesia del Jesús deNazaret, sí podemos testimoniar a lasotras Iglesias lo que el Señor ha hechoen medio de la Iglesia latinoamerica-na28.

Se ha vuelto a la Iglesia del Jesúshistórico y pobre de Nazaret, lo cual im-plica recuperar una serie de categorías:la centralidad del Reino de Dios en lapredicación de Jesús, su opción por losque tienen la vida amenazada, su en-frentamiento con el sistema político(Pax Romana) y religioso (Teocracia ju-día) que lo condenan a muerte. La resu-rrección de Jesús significa que el Padreda la razón a las opciones de Jesús y sepone de parte de las víctimas. Tambiénse ha recuperado la importancia del se-guimiento de Jesús, como categoríacentral del cristianismo.

En la práctica eclesial, las conferen-cias del episcopado latinoamericano enMedellín (1968) y Puebla (1979) hanescuchado el clamor del pueblo oprimi-do y han hecho una opción proféticapreferencial por los pobres. En el epis-copado han surgido figuras extraordina-rias, verdaderos Santos Padres de laIglesia latinoamericana y del Caribe,que sin ser teólogos profesionales, sehan acercado al pueblo y han hecho op-ciones pastorales realmente evangélicas

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en defensa del pueblo marginado y ex-cluido, denunciando la injusticia y lamuerte, apostando por una sociedadnueva fraterna y justa. Estos SantosPadres de la Iglesia latinoamericana29,verdaderos Padres en la fe y verdadera-mente santos, fueron acusados por mu-chos de marxistas e incomprendidos aveces por sus mismos hermanos en elepiscopado y por Roma, pero fueron fie-les al evangelio y a su pueblo hasta elfinal, incluso dando la vida por sus ove-jas como Angelelli, Romero y Gerardi.

Junto a los obispos y en estrecha co-munión con ellos, otros sectores deIglesia latinoamericana han comenzadoun estilo nuevo de ser cristianos y de serIglesia. Nacen las comunidades eclesia-les de base entre los pobres, muchos lai-cos se comprometen desde su fe a latransformación de la sociedad con supresencia en lo social y político, otroshombres y sobre todo mujeres asumenresponsabilidades en la pastoral de laIglesia (agentes de la Palabra, catequis-tas..), muchos grupos de vida religiosa,sobre todo femenina, se insertan entrelos más pobres en barrios marginales dela ciudad, en el campo, entre indígenasy afroamericanos, mineros, etc, muchossacerdotes se acercan al pueblo y com-parten su vida, entre todos ellos hay

mártires por la justicia del Reino. La te-ología latinoamericana de la liberaciónacompaña estos procesos, reflexiona so-bre ellos, devuelve la Biblia al pueblo ytambién sufre persecución e inclusomartirio.

Ciertamente, desde la década de los90, las cosas han cambiado tanto socialcomo eclesialmente. Pero lo vivido enlos 70-90 constituye un signo esperan-zador para toda la Iglesia de que es po-sible volver a los orígenes evangélicosde la Iglesia, al Jesús de Nazaret, a laIglesia de los pobres. El Espíritu no de-ja de hacerse presente y actuar en laIglesia.

3.7. Conclusión

En conclusión de todo este largo re-corrido por algunas verdades olvidadas,podemos afirmar que la Iglesia, cierta-mente menor que Dios y que el Reino,humana y divina, santa y pecadora, queno se identifica sin más con la jerarquía,está bajo la fuerza del Espíritu y es laIglesia del Jesús pobre de Nazaret. Esun misterio, que forma parte del pro-yecto de la Trinidad para con el mundo,(LG I), un sacramento de salvación uni-versal (LG 1; 9; 48).

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4.1. Gratitud y amor

No sería justo quedarnos solamentecon los aspectos negativos de la Iglesiadel pasado y del presente, sin reconocertodo lo que hemos recibido de ella, aunen medio de todas sus contradicciones eincoherencias.

Gracias a la Iglesia hemos recibidola fe cristiana, el evangelio, los sacra-mentos, desde el bautismo a la eucaris-tía, y de ella esperamos recibir tambiénla unción de los enfermos. La Iglesianos ha enseñado a orar, a perdonar y pe-dir perdón, a amar a todos y en especiala los más necesitados, a tener confianza

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4. ACTITUDES CRISTIANAS ANTE LA IGLESIA DE HOY

Esta iluminación teológica tiene que ayudarnos a tomar actitudesprácticas en esta situación de invierno eclesial de hoy. No vamos a darnuevas reglas para sentir en la Iglesia, pero podemos ofrecer algunaspistas que orienten nuestra realidad y tarea. El Espíritu del Señor nosayudará a discernir en cada contexto cómo lo podemos concretar.

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filial en el Padre, a buscar ante todo elReino de Dios, a esperar en la resurrec-ción final. Por medio de ella conocemosa Jesús, su vida, enseñanzas, su cruz yresurrección. Nos ha enseñado a rezar aMaría, a venerar a los santos, imitar susvirtudes. Ella da sentido a nuestra vida,al trabajo, al sufrimiento y a la mismamuerte. Si tenemos una visión no mági-ca ni fatalista del mundo sino esperan-zadora y si trabajamos por mejorarlo yhacer que sea más humano y justo, esdebido en gran parte a la Iglesia. Elamor, la solidaridad, el sentido de justi-cia, y de libertad, la búsqueda de la paz,la reconciliación y el perdón, la valora-ción de la razón, de la ciencia y de lasculturas… se alimentan de la enseñan-za evangélica que la Iglesia nos ha trans-mitido. La mayor parte de derechos hu-manos que profesamos (el derecho a lavida digna, a la libertad, al respeto de lasminorías, el respeto a toda persona…)tienen en la Iglesia su raíz última, aun-que en el mundo secularizado de hoymuchos no lo reconozcan.

Una pequeña novela del Nobel ruso,Alexander Solzhenitsin, titulada La ca-sa de Matriona, puede servirnos comode símbolo narrativo de lo que estamosdiciendo.

En un pequeño pueblo ruso viveMatriona, una mujer mayor, pobre, quesólo tiene dos cabras. Pero Matrionaayuda a los más pobres del pueblo, en-seña catecismo a los niños, aconseja alos matrimonios en crisis, cuando hayuna boda ayuda a preparar el banquetede bodas, en caso de alguna defunciónsiempre está dispuesta a colaborar conla familia doliente, siempre está dispo-nible para servir a todos.

Un día muere Matriona y entoncesel pueblo se da cuenta de que Matrionaera realmente el alma de la comunidad.

Solzhenitsin acaba aquí su pequeñahistoria. Pero podemos ver en ella comouna parábola de la Iglesia. ¿Qué sería dela humanidad, de nosotros, sin laIglesia?

4.2. Fidelidad crítica

Evidentemente se entendería mal to-do lo dicho anteriormente si se sacase laconclusión de que nuestra misión en laIglesia se reduce a obedecer, callar yalabar cuanto sucede en la Iglesia. Laobediencia y fidelidad a los pastores y asu magisterio doctrinal es esencial parael cristiano. Siempre se ha insistido enello. Pero esta fidelidad debe ser madu-ra, crítica, incluso conflictiva.

Corresponde a la autoridad, tambiéna la eclesial, mantener la tradición, elequilibrio de fuerzas, la armonía, la co-hesión en el grupo, no precisamenteabrir nuevos caminos30.

La autoridad no desea cambios, pre-fiere mantener la situación presente. Poresto difícilmente los dinamismos decambios nacen de la autoridad. Másaún, la autoridad frena los cambios, con-dena y culpabiliza a los disidentes, losacusa de desobedientes.

Incluso presenta como intocablescuestiones que en realidad son discuti-bles. Se debería tener más presente laafirmación del Vaticano II de que enmuchas cuestiones, incluso graves, noesperen los fieles respuestas de sus pas-tores (GS 43).

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Los cristianos incómodosLa historia de la Iglesia enseña que

muchos avances se han dado a partir deestas disidencias, transgresiones e in-cluso desobediencias. Muchos cristia-nos incómodos lograron avances en losdiferentes campos de la teología y de lapraxis cristiana. La forma personaliza-da de celebrar el sacramento de la peni-tencia, la llamada luego confesión indi-vidual, introducida por los monjesirlandeses, al principio fue totalmenterechazada por la autoridad eclesiásticaque quería mantener la rigidez de la pe-nitencia canónica primitiva, hasta que alcabo de un tiempo se propuso comomodelo de celebración penitencia obli-gatoria para toda la Iglesia. Los ejem-plos podrían multiplicarse.

La historia también enseña que mu-chas doctrinas enseñadas por el magis-terio ordinario fueron luego retractadas.Pensemos por ejemplo en algunas de-claraciones de la Comisión Bíblica, co-mo la que enseñaba que el Pentateucotenía por autor a Moisés, o en algunasafirmaciones del magisterio, como laque condenaba la vacuna como antina-tural…Todo esto ya ha sido amplia-mente estudiado31.

De todo ello se deduce que la fideli-dad al magisterio puede e incluso debeser crítica. Por esto el CardenalRatzinger, en la presentación de laInstrucción sobre la vocación eclesialdel teólogo, no dudó en afirmar que “lateología no es, simple y exclusivamen-te una función auxiliar del magisterio;no debe limitarse a aportar argumentosa favor de lo que afirma el magisterio”,pues en dicho caso el magisterio y la te-ología se aproximarían a una ideología

que lo único que pretende es el mante-nimiento del poder32.

Estos cristianos incómodos no sondisidentes “de” la Iglesia, ya que man-tienen su fidelidad y comunión eclesial,sino “en” la Iglesia, en la cual en mu-chos temas no vinculantes puede darselibertad. Esta actuación forma parte delo que en teología de la Iglesia se llama“recepción”, que puede manifestarsetambién como rechazo y disidencia.Este sentido crítico y de avanzada sue-le producir muchas tensiones y sufri-mientos en la Iglesia, como lo han ex-perimentado muchos santos y muchaspersonas proféticas que han abierto ca-minos en la Iglesia.

De este modo la autoridad del ma-gisterio que mantiene la tradición de laIglesia y la fidelidad critica de algunossectores más proféticos, no están encontradicción, sino que son dos funcio-nes diferentes y complementarias en laIglesia. Lo importante es mantener eldiálogo y la comunión.

El gran eclesiólogo Y. Congar ha es-tudiado mucho el tema de las reformasen la Iglesia y ha establecido una seriede principios para que estas reformas se-an verdaderas33: conocer bien la reali-dad, no dejarse llevar de slogans, sentir-se uno mismo pecador, sentirse parte dela Iglesia, no criticar desde fuera ni des-de arriba, mantener libertad y fidelidad,como Pablo ante Pedro (Gal 2, 11s), co-mo San Bernardo ante el Papa EugenioIII (al que le acusa de ser más sucesor deConstantino que de Pedro), hacerlo des-de un clima de diálogo con los respon-sables, creer que Espíritu está en laIglesia y no la abandona, produce santosy no cesa de renovarla continuamente.

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Todo esto nos lleva a concluir quenuestra fidelidad a la Iglesia debe sersiempre madura, no infantil y muchasveces crítica e incluso conflictiva. ElEspíritu hace avanzar así a la Iglesia.Pero esto supone muchas veces aceptarla cruz.

4.3. Esperar contra toda esperanzaLa vida del cristiano en la Iglesia de

hoy no es nada fácil. A muchos cristia-nos nos “duele la Iglesia”. En esta si-tuación es preciso “esperar contra todaesperanza”, como Abraham (Rm 4, 18),como el mismo Jesús que muere aban-donado en la cruz, sin llegar a ver el fru-to de su misión en la tierra. Hoy la per-tenencia a la Iglesia, el sentirse Iglesia,pasa por la cruz.

Cuando Ignacio de Loyola escribiósus reglas para sentir en la Iglesia, nopodía imaginar lo costoso que le iba aser el vivir esta fidelidad eclesial. PauloIII no fue en su vida privada ningún mo-delo de perfección cristiana y sin em-bargo Ignacio pone a la Compañía deJesús al servicio de él y de sus suceso-res, con un cuarto voto acerca de las mi-siones que el Papa quiera confiarles.También Ignacio tuvo dificultades conel Cardenal Caraffa y cuando éste fuenombrado Papa con el nombre de PauloIV, a Ignacio se le estremecieron todossus huesos y se retiró a orar a la capilla,de la que luego salió sereno. Los últi-mos años de la vida de Ignacio fueronuna auténtica noche oscura eclesial,pues debía obedecer a un hombre quenunca había mostrado cariño ni aIgnacio ni a la Compañía, que no ayudóen nada al mantenimiento del Colegio

Romano, que estaba en gran necesidad,y que luego de la muerte de Ignacio in-tentó introducir el coro en la Compañíay no dudó en calificar a Ignacio de “ti-rano”. Pues bien, la última voluntad deIgnacio enfermo de muerte fue pedir asu secretario Polanco que fuera alVaticano a pedir la bendición del PapaPaulo IV, un hombre que si quería, po-día deshacer la Compañía. Ignacio mue-re bajo la bendición de Paulo IV34.

Teresa de Jesús, que tuvo grandesconflictos con la jerarquía de su tiempo,nunca renegó de su pertenencia a laIglesia y al final de su vida pudo excla-mar: “por fin muero hija de la Iglesia”.

En el siglo XX tenemos testimoniosde grandes hombres, muchos de ellos te-ólogos, que sufrieron mucho en laIglesia y por la Iglesia y se mantuvieronfieles hasta el final de sus vidas.

Henri de Lubac, destituido de su cá-tedra de teología de Lyon-Fourvière, entiempo de Pío XII, luego de la encíclicaHumani generis (1950), escribió en es-ta situación de sospecha y marginacióneclesial su libro Meditación sobre laIglesia, que es un testimonio de su fe ysu amor a la Iglesia35. Luego fue teólo-go del Vaticano II y más tarde nombra-do Cardenal por Juan Pablo II.

Otro gran teólogo, el dominico YvesCongar, también destituido de su cáte-dra de Le Saulchoir-Paris, en las mis-mas circunstancias que de Lubac, nos hadejado en su Diario el testimonio estre-mecedor de su sufrimiento al ser con-denado por el Santo Oficio e inclusodesterrado fuera de Francia:

“Me han destruido prácticamente.En la medida de su capacidad, me handestruido. Se me ha desprovisto de todo

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aquello en lo que he creído y a lo queme he entregado: ecumenismo (desde1939 no he hecho nada o casi nada), en-señanza, conferencias, actividad con sa-cerdotes, colaboración en Témoignagechrétien, etc, participación en los gran-des congresos (Intelectuales católicos,etc). No han tocado mi cuerpo; en prin-cipio no han tocado mi alma; nada se meha pedido. Pero la persona de un hom-bre no se limita a su piel y a su alma.Sobre todo, cuando este hombre es unapóstol doctrinal, “es” su actividad, “es”sus amigos, sus relaciones, “es” su irra-diación normal. Todo esto me ha sidoretirado; se ha pisoteado todo ello, y asíse me ha herido profundamente. Se meha reducido a nada, y, consiguiente-mente, se me ha destruido. Cuando enciertos momentos, repaso lo que habíaacariciado ser y hacer, lo que había em-pezado a realizar, soy presa de un in-menso desconsuelo”36.

Congar, no se deja llevar por el des-ánimo ni la amargura, continúa traba-jando desde el exilio y una vez rehabi-litado por Juan XXIII y nombradoperito conciliar, será uno de los grandesteólogos del Vaticano II, y al final de suvida acepta ser nombrado Cardenal porJuan Pablo II.

K.Rahner, que aunque no tuvo querenunciar a su cátedra de Innsbruck, tu-vo grandes dificultades con Roma, quele impuso una censura previa a todos susescritos, fue un gran hombre de Iglesia.Baste un testimonio de ello:

“La Iglesia a la que servimos, a laque hemos consagrado nuestra vida, porla que nos consumimos personalmente,es la Iglesia peregrinante, la Iglesia delos pecadores, la Iglesia que para man-

tenerse y conservarse en la verdad, en elamor y en la gracia de Dios, necesita elmilagro cotidiano y extraordinario deesta misma gracia. Sólo viéndola así po-dremos amarla en la forma adecuada”37.

Otro gran teólogo, el moralista re-dentorista Bernhard Häring, que pade-ció incontables dificultades con Roma,hasta afirmar que prefería los interroga-torios de los agentes de Hitler a los dela Curia Romana, profesa hasta el finalde su vida un gran amor a la Iglesia:

“Amo a la Iglesia porque Cristo laama hasta en sus elementos más exter-nos. La amo incluso allí donde descu-bro, con dolor, actitudes y estructurasque juzgo no están en armonía con elevangelio. La amo tal cual es, porquetambién Cristo me ama con toda mi im-perfección, con todas mis sombras, yme dan el empuje constante para llegara ser lo que corresponde a su plan sal-vador. (…) Caminemos en esta línea ypensemos, agradecidos, en todo el bienque ha brotado y continúa brotando enla Iglesia”38.

Finalmente, Pedro Arrupe, uno delos hombres de Iglesia más proféticosde los años del Vaticano II y más devo-tos del Papa, sufre al final de su vida unaprofunda noche oscura. Ésta ya comen-zó en tiempo de Pablo VI, pero se agra-vó con Juan Pablo II. Arrupe deseaba re-nunciar a su Generalato en la Compañíade Jesús y convocar una CongregaciónGeneral para el año 1980, pero JuanPablo II no se lo permitió. En agosto de1981 Arrupe, a su regreso de Filipinas,sufre un ataque cerebral que le afecta alhabla y nombra Vicario General al P. V.O´Keef. En octubre del mismo año re-cibe una carta del Papa en la que se le

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comunica que Juan Pablo II, en lugar delVicario General nombrado por Arrupe,ha nombrado como Delegado Pontificiosuyo para la Compañía al P. PaoloDezza y que, de momento, se aplaza to-da convocatoria de la CongregaciónGeneral. Arrupe, sin poder hablar, reci-be la noticia llorando. En el fondo sedescalificaba el modo de gobierno deArrupe y se intervenía la Compañía.

Tras dos años de calvario, por fin en1983 se puede reunir la Congregación

General en la que Arrupe dimite y esnombrado su sucesor el P. P. H.Kolvenbach. Pedro Arrupe acaba sus dí-as en 1991, en la enfermería de Roma,después de diez años de silencio y ora-ción, siempre sonriente, ofreciendo suvida por la Iglesia39.

Hay que esperar contra toda espe-ranza. Esperamos que el desierto flore-cerá y que después del invierno renace-rá la primavera (Cant 2, 11-13).

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El conocido pensador y filósofofrancés Roger Garaudy cuenta en unode sus libros este hecho histórico40. Élpertenecía, desde hacía años, al comitédel partido comunista francés, de ten-dencia filorusa. En la primavera de1968, cuando los tanques rusos aplasta-ron los intentos de liberación del pueblocheco, en la llamada “primavera dePraga”, Garaudy criticó públicamente laactuación del partido comunista ruso. Aconsecuencia de ello fue expulsado pú-blicamente del partido comunista fran-cés, noticia que los medios francesestransmitieron en directo.

Era al mediodía y Garaudy pensóadónde iría a comer. No le apetecía laidea de ir a comer, él solo, a uno de losmuchos restaurantes parisinos.Tampoco le pareció bien volver, comode ordinario, a su casa con su segundamujer, con la que vivía hacía tiempo. Sele ocurrió entonces el ir a casa de su pri-mera mujer, de la que se había separadohacía años y que vivía sola. Al llamar ala casa de esta su primera mujer y pasar

al comedor, observó con sorpresa, quela mesa ya estaba dispuesta con dos pla-tos preparados. Le preguntó a su prime-ra mujer si esperaba a alguien a comer,pues él no quería estorbar. Ella le res-pondió:

“Te esperaba a ti, pues he escucha-do esta mañana cómo te habían expul-sado del partido comunista francés y hepensado que, en estos momentos, al úni-co lugar al que podías venir a comer eraa mi casa. Por esto puse dos platos en lamesa…”

Hasta aquí la anécdota de Garaudy.¿Pero no podría esta primera mujer, in-tuitiva, hospitalaria y fiel, que abre lapuerta y coloca un plato en la mesa…simbolizar la Iglesia de Jesús, acogedo-ra y fiel, siempre dispuesta a compartirlo que es y lo que tiene con nosotros…?

Cochabamba (Bolivia),Cuaresma,camino a la Pascua de 2006

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EPÍLOGO NARRATIVO

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1. El texto autógrafo ignaciano habla de sentir "en"la Iglesia, mientras que la traducción latina(Vulgata) hecha por Frusio habla de sentir"con" la Iglesia. Sentir "en" la Iglesia acentúala pertenencia a la Iglesia, mientras que el sen-tir "con" la Iglesia significa más bien estar deacuerdo con ideas y criterios. La primeraexpresión ("en") es más profunda que lasegunda ("con"), pues indica una mayor iden-tificación con la Iglesia, como el sarmientocon la vid.

2. Remitimos al magnifico comentario a las reglasignacianas de J. Corella, Sentir la Iglesia,Colección Manresa, n. 15, Bilbao-Santander,1996.

3. Es iluminador a este respecto el libro de J.Mª.Mardones, La indiferencia religiosa enEspaña. ¿Qué futuro tiene el cristianismo?,Madrid, 2ª ed. 2004. Más recientemente haescrito sobre este tema J.I. González Faus,“Crisis de credibilidad en el cristianismo.España como síntoma”, Concilium, 311 (junio2005) p. 323-332. Para la situación europea,véase Sal Terrae n. 1.098, enero-febrero 2006,“Iglesia y critianismo en Europa”.

4. Veáse la referencia que se hace a estos temas enel documento de participación, Hacia la VConferencia del Episcopado Latinoamericanoy del Caribe, n. 145-148.

5. R.Guardini, Vom Sinn der Kirche, 1923, p. 1.6. H. de Lubac, Méditation sur l´Église, Paris,

1953, p. 20.7. Véase, por ejemplo, a nivel pastoral, el libro de

C. González Vallés, Querida Iglesia, Madrid1996. A nivel más teológico, J. I. GonzálezFaus, “Para una reforma evangélica de laIglesia”, Revista Latinoamericana de

Teología, n. 8, 1986, p. 133-157; Cristianismei Justícia, Cuaderno 91, El tercer mileniocomo desafío para la Iglesia, Barcelona 1999.La carta del obispo Casaldáliga a Juan Pablo IIcon motivo de su visita "ad limina" tambiénofrece un elenco de los problemas de hoy.

8. V. Codina, “El Vaticano II, un concilio en pro-ceso de recepción”, Selecciones de Teología,n. 177, 2006, p. 4-18.

9. Véase el artículo de M. Kehl, “La Iglesia en tie-rra extraña”, resumido en Selecciones de teo-logía, n. 133, vol 34, (1995) p. 3-14.

10. J. M. R. Tillard, “Nosaltres, som els darrerscristians?”, Qüestions de vida cristiana(Montserrat), 190 (1998).

11. W. Kasper, “El desafío permanente delConcilio Vaticano II. Hermenéutica de lasafirmaciones del Concilio”, en Teología eIglesia, Barcelona, 1989, p. 414.

12. Aunque en castellano no distinguimos entrecreer en Dios y creer en la Iglesia, en latín sedistingue claramente el "credere in Deum" del"credere ecclesiam", sin preposición. No sonsimples sutilezas de lenguaje sino diferenciasteológicas importantes. Cf. H. de Lubac, l.c.21-36, donde hace una profunda explicacióndel sentido de esta distinción.

13. G. Uribarri, “La escatología cristiana en losalbores del siglo XXI”, Estudios eclesiásticos,63/308 (2004) p. 3-28, resumido enSelecciones de Teología, 176, 2005, p. 269-281.

14. Véase este punto más desarrollado en J. Mª.Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y ladignidad de los seres humanos, Bilbao, 3ª edi-ción 2001 y en Víctimas del pecado, Madrid2004.

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NOTAS

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15. Suma Teológica, III, q 60, a 3.16. K. Rahner, “Iglesia de los pecadores”, Escritos

de teología VI, Madrid 1967, 295-313.17. Es clásico el estudio de H. U. von Baltasar,

“Casta meretrix”, en Ensayos teológicos, Vol.II, Sponsa Verbi, Madrid 1964, p. 239-254.

18. K. Rahner, Iglesia de los pecadores, l.c, p. 313.19. J. Ratzinger, Intoducción al Cristiansimo, Sa-

lamanca 1969, p 293.20. Ireneo, Adv. Haer. V, 6, 1.21. V. Codina, Creo en el Espíritu Santo. Pneuma-

tología narrativa, Santander 1994, sobre todop. 31-50.

22. P. Evdokimov, La connaissance de Dieu selonla tradition orientale, Lyon , 1967, p. 146.

23. Ignacio Hazim, La Résurrection et l´hommed´aujouird´hui, Beirut 1970, p. 31.

24. Ireneo, Adv. Haer. III, 24,1.25. J. I. González Faus, Vicarios de Cristo. Los

pobres en la teología y espiritualidad cristia-na, Madrid 1991.

26. Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino, 3,15.

27. Hilario, Contra Constantium imperatorem, 4-4, PG 10, p. 580-581.

28. V. Codina, Para comprender la eclesiologíadesde América Latina, Estella, 3ª ed. 2000.

29. J. Comblin, “Los Santos Padres de AméricaLatina”, Revista Latinoamericana de Teolo-gía, n. 65, mayo-agosto 2005, p. 163-172.

30. Recomendamos el excelente artículo de E.López Azpitarte, “Entre la obediencia, el con-flicto y la transgresión”, Sal Terrae, n. 1096,diciembre 2005, p. 975-987.

31. J. I. González Faus, La autoridad de la verdad.Momentos oscuros del magisterio eclesiásti-co, Barcelona 1996.

32. Cita en E. López Azpitarte, l.c. p. 97933. Y. Congar, Verdaderas y falsas reformas de la

Iglesia, Madrid 1953. Este libro, que hoy nosparece sumamente equilibrado y evangélico,en su tiempo fue mandado sacar de las biblio-tecas de seminarios como peligroso para losjóvenes.

34. V. Codina, “San Ignacio y Paulo IV. Notas parauna teología del carisma”, Manresa, 40 (1968)p. 337-362.

35. Ver nota 6.36. Carta de Congar a su madre en su 80 aniversa-

rio del 10 de septiembre de 1956, desde suexilio de Cambridge, en Y. Congar, Diario deun teólogo (1946-1956), Madrid 2004, p. 473-474.

37. K. Rahner, El sacerdocio cristiano en su reali-zación existencial, Barcelona, 1974, p. 258.

38. B. Häring, Mi experiencia de Iglesia, Madrid1989, p. 167-168.

39. V. Codina, “La noche oscura del P. Arrupe”,Manresa, 62 (abril junio 1990) p. 165-172.

40. R. Garaudy, Parole d´homme. Paris 1974.

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