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UNIVERSIDAD ALAS PERUANAS FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUD ESCUELA ACADEMICO PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA HUMANA CURSO : PSICOLINGUISTICA DOCENTE : PSICÓLOGA GLORIA NOHEMÍ RAMÍREZ VILLAFUERTE TEMA : EL LENGUAJE. DESARROLLO EN EL NIÑO, DESARROLLO GRAMATICAL. LENGUAJE Y PROCESOS COGNOSCITIVOS LO MÁS HUMANO La facultad de hablar es una característica muy especial de la especie humana. Su naturaleza y desarrollo han despertado, y siguen despertando, la curiosidad e incluso el asombro de todos nosotros, los hablantes. En el siglo XX una moderna disciplina, la psicología, desde sus mismos albores se ha interesado por el lenguaje, aportando su perspectiva particular. Ya en las primeras décadas del siglo Vigotsky, un ruso de corta vida —murió en la treintena—, escribió sobre el lenguaje con la visión de un auténtico psicólogo. Para él, como para sus discípulos, el lenguaje es ante todo una actividad humana de rango superior, que comparte muchas características con otras actividades psicológi- cas, como la memoria o el pensamiento. LA VISIÓN DE LOS PSICÓLOGOS Aunque existen tendencias diversas, los psicólogos, en general, aportan una visión que subraya no tanto el estudio de la estructura del lenguaje sino su génesis, su significado, sus cambios y sus usos individuales y sociales. Los psicólogos estudian el lenguaje que las personas reales utilizan cuando hablan y cuando comprenden lo que escuchan; por tanto, se ocupan del lenguaje vivo, cambiante, múltiple y concreto, que se modifica con los usos cotidianos, que se deforma para satisfacer las necesidades de diversos grupos sociales y que se recrea en prácticas artísticas y lúdicas, públicas e íntimas, individuales y colectivas. En nuestros días, influidos por las teorías de “UNIVERSIDAD ALAS PERUANAS” PSICOLOGA: GLORIA NOHEMI RAMIREZ VILLAFUERTE 1

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UNIVERSIDAD ALAS PERUANAS

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA SALUDESCUELA ACADEMICO PROFESIONAL DE PSICOLOGÍA HUMANA

CURSO : PSICOLINGUISTICA

DOCENTE : PSICÓLOGA GLORIA NOHEMÍ RAMÍREZ VILLAFUERTE

TEMA : EL LENGUAJE. DESARROLLO EN EL NIÑO, DESARROLLO GRAMATICAL. LENGUAJE Y PROCESOS COGNOSCITIVOS

LO MÁS HUMANO

La facultad de hablar es una característica muy especial de la especie humana. Su naturaleza y desarrollo han despertado, y siguen despertando, la curiosidad e incluso el asombro de todos nosotros, los hablantes. En el siglo XX una moderna disciplina, la psicología, desde sus mismos albores se ha interesado por el lenguaje, aportando su perspectiva particular. Ya en las primeras décadas del siglo Vigotsky, un ruso de corta vida —murió en la treintena—, escribió sobre el lenguaje con la visión de un auténtico psicólogo. Para él, como para sus discípulos, el lenguaje es ante todo una actividad humana de rango superior, que comparte muchas características con otras actividades psicológicas, como la memoria o el pensamiento.

LA VISIÓN DE LOS PSICÓLOGOS

Aunque existen tendencias diversas, los psicólogos, en general, aportan una visión que subraya no tanto el estudio de la estructura del lenguaje sino su génesis, su significado, sus cambios y sus usos individuales y sociales. Los psicólogos estudian el lenguaje que las personas reales utilizan cuando hablan y cuando comprenden lo que escuchan; por tanto, se ocupan del lenguaje vivo, cambiante, múltiple y concreto, que se modifica con los usos cotidianos, que se deforma para satisfacer las necesidades de diversos grupos sociales y que se recrea en prácticas artísticas y lúdicas, públicas e íntimas, individuales y colectivas. En nuestros días, influidos por las teorías de Vigotsky, otros estudiosos han analizado el papel del lenguaje como mediador cultural e instrumento para conocer, comunicarse y crear mundos al mismo tiempo nuevo y compartido.

Cuando Osgood y Sebeok publicaron, en 1954, un libro llamado Psicolingüística, hacía ya una década que el término venía empleándose para dar nombre a un campo de estudio que aunaba intereses de lingüistas y psicólogos. Desde entonces, la psicolingüística se ha interesado por una amplia variedad de temas cuyos límites pueden considerarse hasta cierto punto confuso, si bien la riqueza de los conocimientos que ha generado es indiscutible. Se ha ocupado, por ejemplo, de cómo percibimos el habla de nuestros congéneres y de qué manera esa percepción se relaciona con la comprensión y producción del lenguaje; también ha estudiado las relaciones entre conocimiento y lenguaje y, sobre todo, ha permitido incorporar una visión evolutiva, específicamente psicológica, del lenguaje. Así, ha surgido un nuevo ámbito de estudio, la llamada

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psicolingüística del desarrollo, que tiene por objeto estudiar la evolución del lenguaje infantil, al tiempo que genera teorías y datos sobre el cambio lingüístico en general.

En los años cincuenta, B. F. Skinner sentó las bases de lo que los psicólogos conductistas entenderían por lenguaje y los métodos para analizarlo. Lo que más se recuerda hoy al respecto es la polémica desatada entre el autor de Comportamiento verbal y su famoso compatriota, el lingüista Noam Chomsky. Resulta interesante recordar que para Skinner la psicología, por su propia naturaleza, debía orientarse preferentemente hacia el estudio de los aspectos funcionales del lenguaje.

Por su parte, el psicoanalista francés Jacques Lacan ha propuesto, a lo largo de su extensa obra, que el inconsciente postulado por Freud está estructurado como un lenguaje. Debido a la enorme influencia del pensamiento lacaniano, amplios sectores de psicoanalistas se interesan en la actualidad por el estudio de la estructura del lenguaje.

En resumen, la psicología del lenguaje tiene como objetivos llegar a un entendimiento cada vez más amplio de los procesos de producción, comprensión y evolución del lenguaje normal y patológico, y colaborar así mismo en el diseño de procedimientos clínicos y educativos en este ámbito. Bajo su influencia se ha empezado a considerar el lenguaje infantil como objeto de estudio en sí mismo y no como una mera copia imperfecta del lenguaje adulto. Los conocimientos que está generando la psicología del lenguaje afectan profundamente a disciplinas aplicadas, como la psicopatología del lenguaje o la enseñanza de segundas lenguas, y ayudan a una mejor comprensión de las situaciones de bilingüismo.

¿QUÉ ES EL LENGUAJE?

A pesar de ser muchos los cerebros que le han dedicado atención, desde San Agustín a Darwin, desde Aristóteles a Chomsky, todavía resulta una tarea extremadamente difícil contestar la pregunta ¿qu é es el lenguaje? Y eso es así porque el lenguaje, como toda realidad compleja, admite e incluso requiere ser observado desde puntos de vista muy diferentes, sin que ninguna perspectiva pueda agotar toda su esencia. La neuropsicología rastreará, por ejemplo, los procesos cerebrales que permiten que los estímulos acústicos que llegan al oído interno se conviertan en impulsos nerviosos y alcancen el cerebro para allí ser interpretados y traducidos, es decir, descodificados en palabras comprensibles. Por su parte, la psicolingüística se ocupará de averiguar los procesos individuales y colectivos que hacen posible que las personas se comuniquen y usen el lenguaje. Algunos psicólogos se centrarán en el estudio de la influencia de la experiencia sobre el desarrollo lingüístico, mientras que las ciencias cognitivas se interesarán por los procesos mentales que subyacen a la producción de mensajes orales.

Si se pidiera a personas de diferentes edades y formación una definición del lenguaje se encontrarían notables divergencias, pero es muy probable que se hallara también una coincidencia importante: muchas definiciones incluirían el concepto de comunicación como la función primordial del lenguaje.

Lenguaje y comunicación

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No es difícil estar de acuerdo en que el lenguaje sirve para la comunicación y, sin embargo, es conveniente hacer algunas distinciones entre ambos conceptos. El lenguaje articulado humano muy a menudo está al servicio de la comunicación, pero no a la inversa, ya que podemos comunicarnos sin recurrir al uso de la palabra; es fácil comprender que existen muchos tipos de comunicación que no requieren el uso del lenguaje. En general se reserva el término «lenguaje» para designar una actividad humana organizada como un sistema de signos de estructura compleja, que tienen la propiedad de representar o sustituir la realidad y sirven para comunicar un número prácticamente ilimitado de significados.

Con el término «comunicación», por otra parte, se hace referencia a un conjunto más amplio de fenómenos, entre los que se incluyen todas aquellas actuaciones en las que una persona logra incidir sobre el entorno físico o social, a través de otra u otras personas: los interlocutores. Por ejemplo, la comunicación corporal es una forma de comunicación, pero no un auténtico lenguaje, ya que sus componentes no se organizan en una estructura compleja y los contenidos que permite expresar son limitados.

Una complicada realidad

Todas estas opiniones y muchas más podrían acumularse de manera aparentemente paradójica para quien pretenda tener una única visión de la naturaleza del lenguaje; se podrían enumerar multiplicidad de campos de estudio, todos ellos relacionados con el habla humana y, sin embargo, aún quedaría en pie la misma pregunta: ¿qué es el lenguaje en realidad? Ocurre, sencillamente, que no es posible resumir en una sola defini-ción la complicada realidad del lenguaje humano, ni existe una disciplina que permita abarcarlo desde una única perspectiva. Pero no por eso hay que renunciar a describir y explicar, en definitiva a comprender, la maravillosa capacidad de hablar de la especie humana. A lo largo de este siglo se han consolidado toda una serie de conocimientos, compartidos en mayor o menor grado por disciplinas muy diversas, sobre qué componentes y características tiene el lenguaje, cómo se adquiere y evoluciona, o para qué se usa.

Al igual que una gran cordillera o una sinfonía romántica, el lenguaje es un fenómeno complejo y organizado y, como tal, está constituido por componentes múltiples, diferentes entre sí y al mismo tiempo interrelacionados. De ahí la dificultad de su estudio y la multiplicidad de perspectivas desde las que puede ser contemplado. Cuando la psicología aborda el análisis del lenguaje suele distinguir entre sus componentes formales o estructurales (como los sonidos del habla o las leyes que rigen la formación de palabras, frases y textos), sus contenidos (de qué nos habla el lenguaje) y sus componentes funcionales (de qué maneras se puede operar sobre el entorno a través del lenguaje).

La forma del lenguaje

El estudio de los componentes formales tiene una gran tradición. La primera gramática de un idioma vulgar, el castellano, la publicó Antonio de Nebrija hace más de quinientos años, en 1492, si bien anteriormente ya existían gramáticas de lenguas clásicas como el latín.

El lenguaje humano, como una sinfonía, se apoya en un soporte sonoro: las notas en una sinfonía, los fonemas en el habla humana. Los fonemas son la unidad de base de la

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lengua oral; pueden combinarse para formar palabras y éstas, a su vez, se organizan en frases. Pero lo realmente importante es que las combinaciones y sustituciones de estos tres componentes formales —fonemas, palabras y frases— y más allá, los textos orales, están regidas por leyes. De este modo, la estructura del lenguaje conforma un sistema ordenado que respeta ciertas leyes fonéticas y gramaticales.

Los sonidos articulados del habla humana son percibidos y producidos gracias al funcionamiento coordinado del sistema auditivo y el aparato bucofonatorio, regidos por el sistema nervioso central y, especialmente, por la corteza cerebral, que integra la información recibida y configura la producción del habla. Aunque a efectos del análisis sea posible estudiar separadamente la percepción y la producción de sonidos, estos procesos sensoriales y práxicos se articulan dentro de otros más amplios que implican la selección, interpretación y producción de mensajes verbales con significado. La recepción y producción de los sonidos del habla humana constituyen un objeto de estudio apasionante para muchos psicólogos, en tanto que realidades con una dimensión física que conllevan información significativa.

El soporte sonoro

El hecho de que el habla humana se apoye en un soporte sonoro no es una cuestión baladí. La comunicación puede circular por un canal acústico, como es el caso del habla humana y del canto de los pájaros, pero también puede tener un soporte visual, como ocurre con el lenguaje de las abejas o con el lenguaje de gestos que emplean las personas sordas. El soporte acústico o sonoro tiene determinadas ventajas; por ejemplo, permite la comunicación sin necesidad de que los interlocutores estén cara a cara y en determinadas circunstancias puede percibirse a mayor distancia que la información visual. Para llamar a una persona que está en la habitación contigua se puede alzar la voz, pero no emplear gestos.

Los fonemas se combinan y forman unidades que llamamos palabras cuando tienen significado propio. Una de las características más notables del sistema de comunicación vocal de los humanos es que, con un número limitado de sonidos, o fonemas (29 en el caso del castellano y 39 en inglés, aproximadamente según el tipo de notación seguida), es posible formar un número teóricamente ilimitado de palabras, lo que a su vez posibilita al sistema transmitir una amplísima variedad de significados o «temas». Todo esto convierte al lenguaje en un sistema de comunicación extraordinariamente flexible, práctico y económico, si se lo compara con otros sistemas de comunicación animal o humana.

La morfología estudia la forma y estructura de las palabras, así como las leyes que rigen sus variaciones o inflexiones, y la sintaxis se ocupa de las combinaciones de palabras dentro de las frases, de los diferentes tipos y funciones de las frases y sus posibles combinaciones. Estas combinaciones de elementos están regidas por las leyes de la fonética y la fonología, de la morfología y la sintaxis. Leyes, por otra parte, de las que el hablante puede no ser consciente, pero que como usuario de un idioma ha aprendido a respetar. En este sentido es interesante la reflexión que se hace desde la psicología, cuando obliga a recordar que el lenguaje, como actividad humana, es previo a las leyes de la gramática.

La lingüística

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Tanto la fonología, como la morfología y la sintaxis son propiamente ramas de la lingüística a las que debe recurrir el psicólogo en distintos momentos de su trabajo. La lingüística, disciplina que ha progresado de manera espectacular en el siglo XX, ha recorrido mucho más camino en el análisis formal de la lengua que la psicología, a la que puede aportar conocimientos muy refinados. La psicología del lenguaje se interesa por el estudio de los componentes formales del lenguaje, sobre todo desde el punto de vista evolutivo, es decir, indagando la secuencia real de adquisición de las estructuras fonéticas o morfosintácticas, comparando los distintos grados de competencia lingüística según las edades y procurando desentrañar los procesos cognitivos que permiten a los niños desarrollar su competencia lingüística. Gracias a estas aportaciones existen los tests o escalas del desarrollo lingüístico, instrumentos psicológicos que permiten estimar si el nivel de desarrollo fonético y morfosintáctico de niños y adultos se corresponde con el que cabría esperar según su edad. Es habitual que, en la confección de estos instrumentos, colaboren psicólogos, psicolingüistas del desarrollo y lingüistas.

Los contenidos del lenguaje

Cuando se dice que el lenguaje de alguien está vacío se está haciendo referencia, quizás sin saberlo, al hecho fundamental de que el lenguaje es algo más que su forma. La actividad psicolingüística, para ser tal, tiene que tener un contenido, tiene que referirse a algo, tiene, en definitiva, que expresar significados.

Cuando Luis, por la noche, le cuenta a su madre que ha comido manzana de postre en la escuela, en ese momento la manzana está de alguna manera presente ante Luis y su madre gracias al lenguaje, gracias a una palabra cuyo significado es conocido por ambos interlocutores. La manzana no está realmente allí, está representada por la palabra. Las palabras y las frases se refieren a algo o a alguien, tienen significado, conllevan un contenido. La disciplina que estudia los contenidos del lenguaje es la semántica, que se ocupa de las peculiares relaciones entre las formas lingüísticas y sus referentes, esto es, entre las palabras y aquello de lo que hablan o a lo que nos remiten.

Las relaciones entre las palabras y sus referentes son convencionales, pactadas. No siempre es evidente para los hablantes, sobre todo si son monolingües, que la palabra no hace la cosa, es más, que el nombre no es la cosa. Al confundir la cosa con su nombre se está poniendo de relieve la dificultad de separar la forma del lenguaje de su contenido. La dificultad de captar la convencionalidad del lenguaje queda muy bien reflejada en la anécdota de aquel italiano que realizó un breve viaje a Austria, de donde volvió diciendo que el país del Tirol era bellísimo y sus habitantes muy amables, pero que no entendía la manía de los austríacos de llamar pfeder a un animal que todo el mundo sabía que se llamaba cavallo. La convencionalidad, como ya se ha dicho, es un tipo de relación establecida por un colectivo que acuerda atribuir un determinado valor a algo que, en sí mismo, no lo tiene.

El significado de las palabras

Es evidente que los componentes semánticos son más escurridizos que los formales. ¿Los significados son conceptos? ¿Son ideas? ¿Dónde está el contenido de una palabra o de una frase? Es frecuente escuchar la opinión de que las palabras, o incluso el lenguaje en sí, son la expresión de ideas o conceptos previos. Según esta opinión, el contenido de las palabras está de algún modo fuera del lenguaje. Pero ésta es una

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opinión que crea más problemas de los que resuelve. Quizás la mejor solución sería considerar que una palabra o frase tiene significado en la medida en que expresa una relación estable entre determinadas formas lingüísticas y determinados referentes, relación que es construida, aprendida y compartida por los hablantes de un determinado idioma.

El significado de las palabras está recogido en los diccionarios, donde se pretende reunir los distintos campos semánticos de cada palabra. Allí están los más habituales, los significados literales y, a veces, los significados figurados.Por ejemplo, el diccionario de la Real Academia Española en su decimonovena edición dice en la página 640:

Fuente. 1. Manantial de agua que brota de la tierra. / / 2. Aparato o artificio con que se hace manar agua en los jardines...Y así va ennumerando hasta siete acepciones o significados literales de la palabra «fuente». Sin embargo, en la acepción número 8 y siguientes se puede leer:(Fuente...)...// 8. fig. Principio, fundamento u origen de una cosa. / / 9. fig. Aquello de que fluye con abundancia un líquido./ / 10...

De este modo reflejan los diccionarios el hecho real de que las palabras pueden abarcar significados literales, considerados como exactos y propios, y significados figurados o retóricos. Cuando decimos, «la salud es fuente de felicidad» estamos empleando la palabra «fuente» en sentido figurado.

Para los psicólogos constituye un reto explicar de qué modo los niños llegan a conocer el significado de las palabras. En psicología se aborda este tema poniéndolo en íntima y recíproca relación con los procesos que sigue el niño para conocer el mundo en general y para construir conceptos. Los niños van ajustando gradualmente el contenido de las palabras ayudados por los adultos, en un proceso que se parece a una negociación en el sentido de que ambos, adulto y niño, confrontan sus puntos de vista y hacen concesiones.

Más allá de lo literal

En el ámbito de la psicología clínica, y también en relación con los contenidos del lenguaje, surgen cuestiones sobre los mecanismos que llevan a los adultos a elegir unas palabras u otras para narrar sus experiencias. ¿Por qué, ante una depresión, unas personas dicen que «se han metido en un túnel», mientras otras hablan de «caer en un pozo» o de «llevar una pesada bolsa»? Algunos psicólogos opinan que estas formas de expresarse no son casuales y que, por tanto, atendiendo debidamente al lenguaje empleado es posible conocer aspectos psíquicos importantes de la persona, aspectos quizás desconocidos para los propios pacientes.

Las metáforas intrigan sobremanera a los psicólogos porque constituyen un caso muy especial dentro de la adquisición del lenguaje —cómo llegan los niños a entender y usar significados no literales de las palabras, por ejemplo— y por las peculiares relaciones existentes entre conocimiento y uso metafórico de la lengua —las metáforas son un nexo de unión entre lo ya sabido y lo que aún no se conoce del todo.En definitiva, aprender a hablar es aprender a dotar de significado a las palabras y, más adelante, a jugar con los significados o a construir significados nuevos. Nada de ello es

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ajeno a los intereses de la psicología que avanza en la comprensión de estos problemas de la mano de otras disciplinas, como la semiótica o la antropología.

Las funciones comunicativas

El lenguaje además de tener forma y contenido es una actividad que sirve para hacer cosas, para operar efectivamente sobre el entorno. Gracias al lenguaje, el hablante puede influir sobre el medio social, regular la actividad de otras personas y la propia, solicitar información y aportarla. Incluso es posible modificar aspectos fundamentales del entorno cuando, por ejemplo, un juez declara casada a una pareja, en una situación comunicativa compleja en la que no deja de ser fundamental el uso de una determinada fórmula verbal: «yo os declaro marido y mujer».

El lenguaje tiene diversas funciones y, lo que es más importante para los psicólogos, esas funciones no vienen determinadas sólo por la forma de la expresión hablada. Un hecho es evidente: con una misma palabra o frase se pueden conseguir efectos muy diferentes, según la situación en que se pronuncie y las intenciones de quien hable. Por ejemplo, la simple palabra «fuego» puede comunicar mensajes muy distintos y tener efectos también muy diferentes. Si se grita «fuego» desde una ventana, se interpretará como un aviso de que el edificio está ardiendo y los posibles interlocutores probablemente irán a buscar a alguien que haga desaparecer el fuego, que lo apague.

Si, por el contrario, una niña de tres años está mirando un cuento con su hermana mayor y dice «fuego» cuando la hermana le pregunta «¿Qué es esto?» mientras señala el fuego que arde en la chimenea de la casa del cerdito mayor, lo más probable es que nadie se mueva y la hermana se limite, todo lo más, a darse por enterada de lo que ha escuchado. Dos intenciones y efectos diferentes sobre el entorno para una sola e idéntica palabra. Técnicamente se dirá entonces que las dos emisiones verbales tienen la misma forma y dos funciones distintas. En el primer caso se trata de la función reguladora, que permite guiar o controlar las acciones de los interlocutores, mientras en el segundo caso se trataría de una función informativa.

La situación opuesta ocurre cuando dos mensajes tienen formas distintas pero cumplen funciones similares. Cualquiera sabe que puede emplear fórmulas verbales muy distintas para conseguir que otra persona realice una determinada acción; por ejemplo, para que alguien abra una ventana (función reguladora) puede hacerse una petición directa: «Cierra la ventana, por favor», pero, a veces, basta con decir: « ¡Qué calor hace en esta habitación!» para lograr el mismo efecto.

El lenguaje en la situación

Para analizar sus funciones es preciso contemplar el lenguaje dentro de la situación en la que se produce y en relación con los motivos e intenciones de quienes hablan y escuchan, lo cual supone un cambio radical respecto al estudio gramatical o lingüístico que examina la forma del lenguaje por sí misma, en abstracto y desligada de las personas o de las situaciones en que se produce. La psicología tiene un interés muy especial en estudiar los componentes comunicativos del lenguaje entre otras razones por que implica estudiar relaciones interpersonales e intenciones comunicativas que, en definitiva, son temas que la psicología percibe como apropiados y cercanos a sus intereses.

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Para saber qué función comunicativa cumple un determinado texto oral, desde una simple frase a todo un discurso, es necesario tener en cuenta dos variables fundamentales: el motivo u objetivo del que habla y los efectos reales del lenguaje sobre quien le escucha. Mientras más experiencia conjunta y compartida tienen los participantes en un diálogo, más fácil es que puedan inferir las intenciones del otro, pero para el estudioso la dificultad radica en que, en muchos casos, las intenciones del hablante, aunque determinantes, sólo se pueden suponer o inferir.

La psicología de corte funcional recuerda que aprender a hablar es también saber adecuar el lenguaje a las diferentes situaciones e interlocutores, y saber usarlo para satisfacer una pluralidad de propósitos comunicativos.

¿HABLAN LOS ANIMALES?

A pesar del cariño y la compenetración que puede llegar a establecerse entre ciertos animales y las personas que los cuidan, es necesario ser muy cuidadoso a la hora de pronunciarse sobre el tema de si los animales hablan o no. Es indiscutible que muchas especies animales poseen capacidades asombrosas para comunicarse entre ellos o con las personas, pero hay que aceptar que los animales no emplean lenguajes similares a los idiomas de los humanos. Ninguna especie que no sea la humana posee la facultad de articular sonidos ni, sobre todo, de producir signos similares a los humanos. Sólo los humanos somos capaces de referirnos mediante el lenguaje a fenómenos que no están inmediatamente presentes en el espacio y en el tiempo o que remitan a realidades abstractas. Por ejemplo, cuando un niño y una niña de seis años comentan en la escuela lo que han hecho durante sus vacaciones, están superando ampliamente las posibilidades de comunicación de cualquier animal al referirse a sucesos, objetos y sensaciones alejadas en el tiempo y en el espacio, respecto al momento y al lugar en que hablan de ellas. Por lo que se sabe hasta el momento, el código de las abejas es uno de los pocos «lenguajes» animales que poseen la cualidad de referirse a algo no presente ya que, mediante movimientos estereotipados, comunican a otras abejas dónde se encuentra el néctar. Aún así, la limitación del lenguaje de las abejas es evidente, puesto que su único tema de «conversación» es la localización del preciado polvillo. Mientras que el código de señales de los animales más «habladores» es notablemente restringido, el lenguaje humano no parece tener límites en cuanto a la cantidad de mensajes que permite transmitir. Nadie conoce los límites del número de significados diversos que puede albergar un idioma y es evidente que la cantidad de temas sobre los que puede versar la conversación entre personas es ilimitada.

¿Y los loros, hablan los loros? A pesar de que algunos de los sonidos que emiten suenan parecidos al habla de las personas, lo cierto es que sus burdas producciones no cumplen función comunicativa alguna y están aún más alejadas de constituir un verdadero lenguaje que los revoloteos de las abejas. Actualmente se está estudiando el sistema de comunicación de los delfines con gran interés ya que presenta algunas características sorprendentes, como la distancia a la que parece ser que pueden comunicarse estos cetáceos.

Por su parte, los primates, más cercanos en la escala animal a los humanos, poseen un cerebro notablemente evolucionado y sus formas de vida en grupo proporcionan situaciones sociales bastante semejantes a las de los hombres, pero ninguna de estas

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condiciones ha sido suficiente para generar una actividad lingüística similar a la humana. Es innegable el interés de los trabajos con chimpancés, por ejemplo, entrenados para que usen y comprendan signos que representan conceptos abstractos. Si bien es verdad que algunos llegan a aprender el significado de un número limitado de signos y símbolos abstractos, también es cierto que se necesita la intervención directa de personas que se los enseñen. Ciertas monas muy bien enseñadas llegan incluso a emplear lenguaje humorístico y figurado. Pero nada de eso es comparable al lenguaje que emplea cualquier niña de cuatro años.

En definitiva, son muchas las especies animales que han desarrollado sistemas de comunicación de eficacia realmente sorprendentes, pero la capacidad de hablar es, por el momento, propia y exclusiva de la especie humana. Quizás lo que más distingue a la especie humana de otras especies no es tanto lo que somos capaces de aprender, sino lo que somos capaces de enseñar y transmitir. Hasta hoy ningún simio ha sido capaz de enseñar o transmitir a sus hijos los rudimentos de lenguaje simbólico que él haya podido aprender de los humanos.

LA APARICIÓN DEL LENGUAJE: LOGRO DE LA ESPECIE

¿Cómo surgió el lenguaje por primera vez entre la especie humana? Al intentar pensar cómo surgieron las primeras palabras es fácil especular con la idea de que aquellas primeras expresiones se produjeran entre grupos pequeños de mujeres y hombres que, dada su capacidad de generar «ruidos» con la boca, los emplearan para cooperar en tareas comunes. Podrían avisarse de un peligro, «etiquetar», requerir atención o, como pensaba el poeta Lucrecio, expresar sentimientos de disgusto, alegría u otros. No es posible demostrar si las cosas ocurrieron así o de otro modo, ya que no ha llegado hasta nosotros ninguna información sobre el tema, pero es una especulación razonable.

En efecto, no resulta difícil imaginar el nacimiento del habla entre los humanos como un proceso gradual en el que el factor decisivo fuera su uso en grupo al servicio de la cooperación. A medida que el proceso de hominización avanza, por una parte se consolida la convivencia en grupos sociales y, por otra, el cerebro va evolucionando y desarrollando nuevas funciones. Con estos dos requisitos, convivencia y cooperación en grupo por un lado y cerebro altamente evolucionado por otro, se darían ciertas condiciones para que surgiera el lenguaje propiamente humano.

En cualquier caso el origen de la función lingüística propia de la especie humana sigue siendo un enigma que permite mil especulaciones y que despierta la curiosidad de todo tipo de personas, científicos y legos.

La adquisición del lenguaje en el niño

Si se compara con el tiempo y el esfuerzo que le cuesta a un adulto aprender un idioma nuevo, resulta sorprendente la rapidez con la que la mayoría de niños llegan a manejar su lengua materna. Cuando el bebé sólo tiene doce meses ya suele entender algunas expresiones y él mismo comienza a producir unas primeras palabras comprensibles para sus cuidadores. A lo largo de los próximos meses su capacidad de comprender y expresarse mediante el lenguaje oral crecerá a una velocidad notable y al final de su

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cuarto año ya casi parecerá que habla como un adulto. Es cierto que aún le queda mucho camino por recorrer para llegar a dominar todos los recursos de su lengua, pero esto no resta importancia al hecho de que en sólo tres años ha pasado de decir «mamá», «papá» y poca cosa más, a construir frases relativamente complejas tales como: «Yo ya no quiero más, pero Rita sí», y a hacer gala de un vocabulario muy extenso.

¿Aprenden los niños el lenguaje en las interacciones e intercambios cotidianos con sus padres y hermanos, o se desarrolla siguiendo un proceso innato e inevitable, regido por un reloj biológico? Existen diversas teorías al respecto, aunque entre ellas se dan algunos puntos en común, por ejemplo el hecho de que hoy ninguna teoría defienda que, para aprender a hablar, los niños simplemente imiten lo que oyen.

El programa biológico

La velocidad de los cambios lingüísticos y la naturalidad y universalidad de los mismos han contribuido a reforzar las teorías innatistas o nativistas según las cuales el desarrollo del lenguaje es un proceso individual y autónomo, regido por un programa interno biológico que se despliega independientemente de las interacciones del niño con su entorno y de sus experiencias interpersonales; la teoría innatista de Chomsky ha impulsado numerosas investigaciones sobre desarrollo lingüístico. Paralelamente, desde esta teoría se sostiene que los niños están dotados de conocimientos innatos sobre las estructuras básicas gramaticales, lo cual explicaría no sólo la rapidez con la que se adquiere la lengua materna sino también la universalidad del proceso. Así, desde las teorías innatistas se atribuye escasa importancia al papel que desempeñan, en el desarrollo lingüístico, las experiencias del niño y sus relaciones con otras personas. Esta es una hipótesis muy extendida que se apoya también en otros argumentos tales como lo siguientes: el lenguaje que emplean los adultos es incompleto, a veces incorrecto, y siempre tiene un nivel que está muy por encima de la capacidad de comprensión del niño pequeño, luego la adquisición del lenguaje no puede estar influida por lo que los niños oyen. Por otra parte, los pequeños utilizan a veces frases, expresiones o palabras que, aparentemente, no han oído con anterioridad, por tanto, según los discípulos de Chomsky, tienen que ser creaciones propias, invención individual del niño. Esta posición sostiene que los niños poseen ya algunos conocimientos gramaticales a priori en el momento de nacer.

A partir de los años cincuenta se llevaron a cabo numerosas investigaciones sobre el desarrollo del lenguaje, que trascendieron el ámbito de la lingüística y atrajeron el interés de los psicólogos. Puesto que Chomsky opinaba que en la base de todas las lenguas existen algunas estructuras gramaticales básicas y profundas, ocultas y universales, sus seguidores se dedicaron a estudiar el desarrollo del lenguaje en culturas muy diversas y diferentes entre sí. No todo el mundo acepta que tales estudios hayan demostrado la existencia de universales lingüísticos, pero lo que sí han conseguido es aumentar la cantidad de datos reales y concretos sobre la adquisición del lenguaje en diferentes culturas lo cual, indudablemente, ha generado un mejor conocimiento del conjunto de los fenómenos que constituyen el desarrollo lingüístico.

El poder de la interacción

Existe otro conjunto de teorías, agrupadas bajo el nombre de teorías socio-interactivas y funcionales que consideran, por el contrario, que el papel de las relaciones

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interpersonales en el desarrollo lingüístico es fundamental y que entienden que el lenguaje se aprende naturalmente y en situaciones interactivas entre el niño y sus cuidadores. En este caso se hace necesario explicar qué se entiende por aprendizaje «natural». Ya Nebrija distinguía entre «deprenderlo (el lenguaje) por uso y deprenderlo por arte», haciendo alusión a una forma especial de aprendizaje, por uso, que hoy recibiría el nombre de aprendizaje informal o natural, y otro tipo de aprendizaje «por arte» que requiere la instrucción o enseñanza formal, directa y explícita. Según esta distinción del profesor de gramática andaluz, los niños aprenderían la lengua materna «por uso» y los adultos aprenderían una lengua extranjera «por arte». Esa es precisamente la idea que sostienen las teorías sociofuncionales.

Siguiendo en esta línea, psicólogos de inspiración vigotskiana, como el estadounidense J. S. Bruner, opinan que el desarrollo del lenguaje infantil es un proceso del que son protagonistas tanto los propios niños como los adultos que les rodean, quienes actúan como mediadores entre la cultura y el niño. En tanto que mediadores, los adultos, generalmente los padres, organizan las experiencias infantiles de modo que el niño pueda participar con ayuda en situaciones comunicativas y lingüísticas en las que después, gradualmente, podrá actuar de manera autónoma. Es cierto que cada individuo recorre su camino hasta llegar a construir su propio repertorio lingüístico, pero no lo recorre solo ya que el lenguaje, para estos teóricos, es un fenómeno de naturaleza social y como tal se construye en prácticas compartidas con los hablantes de la propia comunidad lingüística.

Cuando en 1935 la empresa alemana AEG grababa por vez primera sonidos en una cinta de plástico, gracias al principio del magnetismo permanente, pocos podían prever las repercusiones que el invento iba a tener sobre el estudio del lenguaje. Debido a la existencia de magnetófonos (y también de teorías que pudieran dar cuenta de los datos), se ha podido comprobar que, en contra de lo que se opinó durante siglos, las madres hablan a sus hijos pronunciando con notable claridad, empleando palabras sencillas, con frases cortas y en general correctas y sobre aquellos temas que sus hijos pueden comprender; pero además, los adultos que se relacionan con niños en edad de adquirir lenguaje ofrecen otro tipo de ayudas que parecen tener una utilidad especial para los pequeños. El siguiente diálogo tuvo lugar entre Tania y su madre cuando la niña tenía poco más de dos años y medio; en él se puede observar que la madre en más de una ocasión, después de que hable la niña, repite lo que la pequeña ha dicho y le añade una o dos palabras, extendiendo la estructura morfosintáctica o ampliando el significado. Hoy son numerosos los expertos que consideran que esta manera de actuar de los adultos ayuda a los niños a ampliar su vocabulario y a producir frases cada vez más complejas.

Tania está en el baño y entra la madre. El diálogo puede ser el siguiente: Madre: ¿Dónde estás, Tania? Tania: Aquí tá. Madre: Aquí está Tania, ¿eh? Tania: Sí, a mojo, a moojo. Madre: Los ojos, ¿te mojas los ojos? Tania: Moja a ojos, a moja.

Los padres a menudo corrigen, casi sin darse cuenta, las palabras mal pronunciadas o las frases incorrectas de los niños, simplemente repitiendo bien lo que el niño ha dicho mal, pero sin cortar la comunicación. También dan muestras de aprobación ante las expre-siones progresivamente más correctas de sus hijos, repitiéndolas o demostrando haberlas comprendido.

Los psicólogos que estudian el desarrollo del lenguaje desde una perspectiva funcional suponen que éstas, y otras muchas peculiaridades observadas en la forma como los

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padres se comunican y hablan con sus hijos espontáneamente, son ayudas importantes para la adquisición «por uso» del lenguaje infantil.

Aún está muy lejos el día en que la psicología pueda contar con una única teoría para explicar el desarrollo del lenguaje. Lo que realmente cuenta es que, lejos de reductos cerrados sobre sí mismos, la investigación continúe con una actitud abierta, integradora y multidisciplinar.

Las etapas del desarrollo del lenguaje

La mayoría de los niños y niñas, aunque crezcan en ambientes y culturas diferentes y con lenguas maternas distintas, caminan todos por senderos bastante similares en lo que se refiere a las etapas de la evolución lingüística. Los niños pasan por las «metas» de cada etapa en edades no idénticas pero sí parecidas y, desde luego el orden o secuencia de las etapas es idéntico para todos.

Los doce primeros meses

Los investigadores se han concentrado en estudiar con gran detalle la etapa prelingüística, en la que los bebés aprenden a comunicarse sin lenguaje y empiezan a comprender algunas palabras que sus familiares les dirigen. El niño recién nacido ya muestra ciertas preferencias muy marcadas con respecto al tipo de sonidos que más le gusta escuchar y que son precisamente los de la voz humana. No sólo escucha con atención preferente la voz de la madre, sino que además muestra ya una sorprendente capacidad para diferenciar entre distintos fonemas del habla. El sistema auditivo está pre-parado desde el inicio para percibir y discriminar con finura elementos acústicos de la voz humana. En los trabajos de Eimas, por ejemplo, se puso de relieve mediante técnicas bastante sofisticadas que bebés de semanas perciben las diferencias que hay entre pares de fonemas, por ejemplo entre la /p/ y la /b/ o entre dos vocales. Estas preferencias y habilidades convierten al bebé en un receptor y procesador activo del lenguaje desde el inicio de la vida, lo cual facilita la producción del balbuceo y la posterior configuración de las primeras palabras. El bebé es también muy sensible a las entonaciones y la musicalidad del habla, gracias a lo cual es capaz muy pronto de atribuir significados emocionales, como enfado, alegría y sorpresa, al lenguaje de la madre.

Los bebés se comunican con bastante eficacia. A través de posturas, grititos, llantos, balbuceos, miradas, sonrisas y gestos, el bebé es capaz de transmitir una gran cantidad de información a quienes le rodean, sobre situaciones que le agradan o le desagradan, sobre objetos que desea alcanzar, mirar o alejar, sobre sus estados de ánimo o sus emociones.

El bebé nace inmerso en un manto lingüístico que le envuelve y arropa como una segunda piel, y a lo largo de sus primeros meses de vida empieza a nadar en este medio lingüístico, ayudado en un principio por su familia y más adelante cada vez con mayor independencia. Durante los primeros meses, mientras le cambia los pañales, lo baña o le da el biberón, mientras juega antes de ponerlo a dormir, la madre habla acercando su cara a la del niño, mirándolo y sonriendo. Si nos fijamos con más detalle, observaremos que estas situaciones cotidianas se repiten de manera similar todos los días, y a veces varias veces al día, y notaremos algo interesante: en estos momentos la comunicación entre la madre y el hijo discurre de tal manera que parece un auténtico diálogo en el que

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ambos participantes hacen uso de la «palabra» por turnos y entienden ambos de qué se está «hablando». Estas situaciones ayudan al bebé a aprender a comunicarse y más adelante, a hablar. Al final del primer año, el bebé suele atender cuando se le llama por su nombre, reconoce por el nombre diversos objetos, juguetes y personas de su entorno y también participa en juegos de canturreo e imitación vocal.Las primeras palabras

A la etapa pre lingüística le sigue la etapa de las primeras palabras con significado y función. Poco después de los doce meses, una gran mayoría de niños emplean ya su primer vocabulario, compuesto de unas siete a diez palabras. Poco importa que la pronunciación sea infantil (¡qué otra cosa podría ser!), lo que es realmente importante es que las personas que conviven con el niño entienden esas palabras y las identifican como tales, distinguiéndolas de los balbuceos o las imitaciones anteriores.

Estas primeras palabras a veces se han llamado palabras-frase u holofrases, para subrayar el hecho de que se presentan aisladas y que pueden interpretarse como pequeñas frases en sí mismas. Casi siempre consisten en dos sílabas idénticas (papa, nene, mama) o en una vocal seguida de una sílaba directa (ayo, aba, ete) o en una sílaba aislada (pa, no, am). Es cierto que el contenido o significado de estas palabras no es idéntico al que emplean sus mayores, pero eso no impide el entendimiento mutuo. Isabel, por ejemplo, a los trece meses empleaba la palabra pa con un significado muy amplio, para referirse al pan, a las galletas, a las patatas fritas y en general a un conjunto de alimentos sólidos de características similares al pan, mientras que reducía el significado habitual en estas edades de la palabra guauguau con la que se refería exclusivamente a un perro de peluche que se encontraba entre sus juguetes favoritos. Los demás perros eran, junto con gatos, caballos y otros cuadrúpedos, denominados simplemente ana o anales (animal, animales). Poco a poco los niños, con ayuda de los mayores, van ajustando el significado de sus palabras al que tiene para el resto de hablantes de su lengua. Las primeras palabras sirven al niño para pedir objetos, etiquetar, pedir información, rechazar, regular la acción de los demás, etc.

Entre los 12 y los 18 meses, los pequeños suelen ya comprender diversas frases, expresiones hechas y palabras de su lengua materna. El «vocabulario pasivo» aproximado de un niño de poco más de un año puede rondar las veinte o treinta palabras, en las que se incluyen su nombre, los de las personas más cercanas, diversos juguetes, alimentos, algunos verbos de acción como venir, tocar, o dormir, que el niño reconoce en órdenes habituales. Así, cuando la madre dice «Manuel, ven» o «No toques la tele», el niño comprende y suele realizar lo que se le pide. En estas edades la comprensión del lenguaje está todavía muy ligada a las situaciones en las que se produce, pero poco a poco, el lenguaje se irá desligando de esa dependencia respecto a la situación inmediata.

Las frases de dos palabras: tero máz; aquí no

En la siguiente etapa, cuyo inicio se sitúa entre los 18 meses para los niños más precoces y los 24 para los más lentos, se empiezan a escuchar uniones de dos palabras. Suelen unirse dos nombres, por ejemplo coche nene; o un verbo y un nombre: orne pan, o una palabra-función y otra de contenido, como: mama aquí, ete no, etc. Mediante las primeras uniones de dos palabras los niños ya expresan una gran variedad de contenidos semántico-sintácticos tales como posesión, localización, negación, agente-acción. Escuchando a los niños en sus juegos y tareas cotidianas los padres no suelen tener

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ninguna dificultad en interpretar el significado del lenguaje infantil en esta etapa y comprender, por ejemplo, que la expresión coche nene significa «el coche es del nene».

La etapa de las primeras uniones de dos palabras coincide también con un aumento notable del vocabulario infantil, que puede llegar a las cincuenta palabras entre el año y medio y los dos años, al tiempo que mejora la articulación y por tanto la inteligibilidad. En este momento el niño sigue empleando esporádicamente palabras aisladas y se apoya todavía en algunos gestos; hacia el final de la etapa, entre los dos años y los dos años y medio aproximadamente, empiezan a escucharse algunas frases de tres o cuatro elementos, como ete aquí no (éste aquí no) o mas aba a nene (más agua para el nene).

Lenguaje telegráfico

A continuación se despliega una etapa que, según los niños, surge a veces muy precozmente cuando apenas se han iniciado las primeras producciones de dos palabras, o por el contrario tarda en aparecer hasta la segunda mitad del segundo año (30 a 36 meses), se ha llamado etapa del lenguaje telegráfico porque en ella los niños emplean frases comprensibles de tres o más palabras y habitualmente respetan el orden correcto, pero con la doble particularidad de que aún no se incorporan ciertas partículas (o palabras-función: las, de, para, con,...) ni tampoco las palabras se modifican para señalar, por ejemplo, los tiempos verbales. Ejemplos clásicos de habla telegráfica serían frases como las siguientes: a quecas va come (las muñecas van a comer); ¿a abela si gusta? (¿a la abuela si le gusta?).

Es normal que en esta etapa los niños empiecen a unir frases, especialmente a través de la conjunción y o la yuxtaposición por ejemplo, la mamá a momí y tú tamé a momí (la mamá a dormir y tú también a dormir).

A pesar de las diferencias entre unos niños y otros, es bastante infrecuente que un pequeño aún no haya iniciado la producción de habla telegráfica a los tres años.

La expansión gramatical

En la siguiente etapa los cambios más llamativos se relacionan con las estructuras gramaticales básicas, morfológicas y sintácticas, hasta el punto de que algunos expertos consideran que, al acabar esta etapa, ya ha acabado el desarrollo del lenguaje. El lenguaje sigue evolucionando después de esta edad, pero es cierto que la velocidad y la magnitud de los logros lingüísticos que ocurren entre los tres y los cinco o seis años, aproximadamente, son espectaculares, tanto que aún no se ha logrado realizar una descripción completa de la evolución gramatical en estas edades. Los investigadores han recurrido a seguir los pasos de la evolución de algunas estructuras importantes, como la interrogación, la negación o las cláusulas de relativo, por ejemplo. Así sabemos que hacia los cinco años muchos niños ya formulan interrogaciones en negativo « ¿no ha bajado Lucas todavía?», o hacen subordinadas de relativo: «mira el reloj que me regaló mi padre» (en una fase anterior el niño diría: «mira el reloj, me lo regaló mi padre»).

También el sistema fonológico evoluciona de manera espectacular entre los tres y los seis años, lo cual no quiere decir simplemente que el niño pronuncie correctamente más fonemas, sino que es capaz de pronunciarlos en posiciones y combinaciones más

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complejas. Los fonemas más difíciles de consolidar, como los subrayados en cuchara, globo, prepara, cobre o carro, están en su mayoría consolidados a los seis años, edad en la que también se articulan correctamente palabras complejas como: estrella, práctico, bufanda o desprecio.

El desarrollo lexical y semántico también experimenta una fuerte expansión, directamente ligada al incremento de conocimientos generales que los niños adquieren sobre el mundo que les rodea: nuevos objetos, juguetes de diferentes colores, personajes de cuentos, los primeros conceptos de tiempo y espacio, las formas y volúmenes..., así se configura un universo infantil más rico, poblado de cosas, fenómenos y conceptos nuevos que se conocen y diferencian en la medida en que se nombran y, viceversa.

Del mismo modo, la ampliación de los contactos sociales, el trato con otros niños de su edad y con adultos no familiares plantea nuevas exigencias que ayudan a ensanchar la competencia comunicativa de los preescolares. A lo largo de estos años, empezarán a mantener pequeñas conversaciones, a esperar turnos en conversaciones de grupo y otras muchas habilidades comunicativas que ahora sólo apuntan.

Más allá de los seis años

Los niños de seis y siete años manejan ya un lenguaje muy rico, complejo y bastante completo, pero ¿es igual al que emplean sus hermanos adolescentes o sus padres? Es evidente que no. El desarrollo del lenguaje continúa después de los seis años y algunas de las transformaciones que sufre suponen un salto cualitativo de importancia.

Todavía queda un porcentaje pequeño de niños que, dentro de la normalidad, pueden tardar unos dos años en completar el sistema fonológico. La pronunciación de las rr dobles, la j, y algunas combinaciones especialmente difíciles, como las que se aparecen en palabras como construcción o perpetrar, presentan todavía dificultades para algunos niños de siete años.

En los años escolares se adquieren las estructuras más complejas del lenguaje, se llega a dominar el aspecto y el modo de los verbos y se inicia la construcción de textos orales amplios y coherentes como la narración, por ejemplo.

Un recurso importante que se adquiere en estas edades es el de la recursividad, esto es, la capacidad de incluir unas frases dentro de otras, como si fueran matrioshcas rusas, ganando así el lenguaje en riqueza y fluidez. Un ejemplo de recursividad lo tenemos en el siguiente párrafo de un niño de doce años: «mira, éste es el reloj aquel de mi abuelo, el guardabarreras, el que me regaló mi padre como a él se lo había regalado el suyo».

Descompuesta en frases aisladas, un niño menor habría dicho algo así como: «mira este reloj que me regaló mi padre, a él se lo regaló su abuelo». Además, en las sociedades avanzadas los niños aprenden la lengua escrita durante estos años, ampliando así su competencia lingüística general.

LENGUAJE Y PENSAMIENTO

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a curiosidad por el lenguaje humano lleva muy pronto a interrogarse sobre las relaciones entre lenguaje y pensamiento. Desde la Antigüedad, religiones y filosofías

han considerado al pensamiento como una facultad del alma, o de la mente, en tanto que al lenguaje se le atribuye el papel de mero representante del pensamiento. Según esto, las palabras son expresión de las ideas y, por tanto, primero son las ideas y después las palabras que sirven para exteriorizarlas. Esta concepción, bajo diferentes versiones, ha perdurado a lo largo de los siglos. El influyente picólogo suizo Jean Piaget supedita la aparición del lenguaje a un determinado grado de desarrollo intelectual o, lo que es lo mismo, a la adquisición de formas específicas de pensamiento que la mayoría de niños y niñas alcanzan hacia los 1 8 meses. En esas edades los niños ciertamente ya dicen sus primeras palabras con significado y función, y también por esa época pueden imitar comportamientos que han observado con anterioridad. También es a esta edad cuando aparecen los primeros juegos simbólicos, juegos en los que el niño atribuye a los juguetes y a las acciones un significado que trasciende sus características reales. El niño hace como si una calabaza fuera un camión o da de comer, simbólicamente, unas cucharadas vacías a su muñeca. Para Piaget todos estos comportamientos, la imitación diferida, el juego simbólico y el mismo lenguaje, son manifestaciones de una función cognoscitiva nueva, llamada función simbólica, que es la base de la aparición de dichos comportamientos. Las palabras son entonces manifestaciones del conocimiento simbólico interiorizado. El pensamiento, entendido como una forma de conocimiento, precede al lenguaje y, por lo tanto, lo determina.

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Lev Vigotsky, en la postura opuesta, llegó a escribir que el pensamiento no sólo no precede al lenguaje sino que de hecho se crea gracias al lenguaje, abogando así por la idea de que el pensamiento sería lenguaje interiorizado e individual construido previamente en actividades sociales colectivas. Esta forma de plantearse las relaciones entre «pensamiento y lenguaje» (título de un conocido libro de Vigotsky) lleva a incluir en el dilema un tercer factor, el factor social. Gran parte de la actividad lingüística humana es actividad social e interpersonal, en el sentido de que se origina y se practica junto con otras personas en contextos interactivos. Visto de este modo, el lenguaje puede considerarse una práctica social. Pues bien, dado que para muchas teorías y disciplinas cercanas al modo de pensar vigotskiano toda conciencia nace de una práctica social, se llega entonces fácilmente a la conclusión de que el pensamiento, una forma de conciencia, nace a partir de una serie de prácticas sociales humanas entre las que se encuentra el lenguaje. Esta teoría choca con la anteriormente expuesta y con las creencias del hombre de la calle que está habituado a considerar al lenguaje como dependiente de los pensamientos.

Aún hoy, los expertos no acaban de ponerse de acuerdo en lo que respecta a quién se supedita a quién o cuál de las dos realidades precede a la otra. ¿Se piensa primero y después el lenguaje se limita a ser expresión de lo pensado o, por el contrario, el lenguaje propio y el de los demás ayuda a configurar los pensamientos? En cualquier caso, es cierto que los pensamientos tienen casi siempre un substrato lingüístico y que hablar y pensar son dos procesos mentales estrechamente relacionados que se condicionan mutuamente.

Como suele ocurrir en casi todas las cuestiones polarizadas, la solución no parece encontrarse escondida en ninguno de los dos extremos. Una interpretación más centrada podría ser la apuntada por Schelsinger, cuando propone que el niño va desarrollando paralelamente la capacidad de interpretar sus experiencias y la comprensión del lenguaje

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ajeno, en especial el que se le dirige específicamente a él en situaciones interactivas, de juego o cuidados, durante los primeros meses. Gracias a estos dos logros, en un momento dado, hacia los doce meses, podrá adjudicar significado a símbolos lingüísticos a la vez que la comprensión de palabras con significado le ayudará a codificar y categorizar sus experiencias, en un proceso de influencias bidireccionales entre desarrollo del conocimiento y del lenguaje. Los contenidos del lenguaje se amplían a medida que el niño amplía sus conocimientos sobre el mundo y adquiere conceptos progresivamente más abstractos. Pero, al mismo tiempo, el lenguaje que rodea al niño desde el nacimiento como una parte inseparable de su experiencia afectiva y social, le ayuda a conocer la realidad y a nombrarla. Una vez que los niños han aprendido a nombrar los primeros objetos y relaciones conceptuales, es posible que el lenguaje adquirido modifique la percepción de la realidad y ayude a construirla mentalmente, en consonancia con el medio cultural en que vive. Visto así, el lenguaje no sólo es un instrumento para la comunicación sino que también mediatiza la percepción de la realidad y ayuda a configurar el pensamiento y a resolver problemas.

LENGUAJE Y MEMORIA

Con el lenguaje se construyen, mantienen y comunican contenidos y significados de la memoria colectiva. En tanto que espacio social de las ideas, el lenguaje como entidad y sistema que permanece, que dura, que tiene cierta fijeza, concede que los recuerdos fluyan por él. El lenguaje es una construcción social del que hacen uso las personas, las colectividades: “los hombres que viven en sociedad usan palabras de las cuales comprenden el sentido: ésta es la condición del pensamiento colectivo”, y del recuerdo. Ciertamente, las palabras que se comprenden “se acompañan de recuerdos, y no existen recuerdos a los que no podamos hacerles corresponder palabras. Hablamos de nuestros recuerdos para evocarlos; esa es la función del lenguaje, y de todo el sistema de convenciones que lo acompaña, lo cual nos permite, a cada instante, reconstruir nuestro pasado” (Halbwachs). Una de esas organizaciones sociales fuertes, también denominada marco social por Halbwachs y signo por Vygotsky, es el lenguaje.

Una de las formas de guardar los recuerdos proviene del lenguaje, éste aumenta la amplitud de la memoria. Un conjunto de experiencias se sedimentan y objetivan a través del lenguaje, incorporadas a un conjunto de tradiciones. Justamente, la memoria se encuentra “inextricablemente unida” al lenguaje (Bartlett), lo cual se debe a que “las convenciones verbales constituyen el marco más elemental y estable de la memoria colectiva” (Halbwachs). Es el sitio donde se contienen y delimitan. Por eso ahí se pueden localizar, por ejemplo en las fechas y en los lugares. Pero se mantienen de manera más duradera mediante el lenguaje.

Incluso eso ocurre con la denominada memoria individual: hace referencia a una persona que recuerda algo y a través del lenguaje puede comunicar eso que recuerda, sea para sí mismo (que aquí se denomina pensamiento) o para comunicarlo a otros (aquí, estrictamente se denomina lenguaje). Además, el objeto del recuerdo es social, porque se presenta sobre algo que ocurrió a quienes lo experimentaron. La individualidad se sume en lo colectivo, sea amigos, familia, clase o gente allegada, por ello “no hay recuerdo estrictamente individual” (Ramos, 1989). Puede, asimismo, aducirse que el cómo recordamos es social: cómo se fija la experiencia y cómo es reconstruida en forma de recuerdo. Sí, porque la experiencia para que se signifique hay que “fijarla” lingüísticamente, el uso del lenguaje para narrar lo ocurrido. Por lo demás, la vivencia de

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la gente no se presenta de forma aislada práctica y comunicativamente, sino que se “comparte el mundo con otros”, hay participación: De esta forma, para esta visión los distintos grupos “van generando, a lo largo del tiempo, un pasado significativo, siempre abierto a reelaboraciones atentas a las solicitudes del presente”. Y de ellas se nutren las personas en lo individual. Las memorias individuales son parte de las colectivas, son memorias de memorias relacionadas comunicativamente. La memoria, en consecuencia, es lingüística, verbal, afirmará Vygotsky: “una palabra nos hace pensar en su significado, igual que un objeto cualquiera puede recordarnos otro” (1934: 1999): la memoria se encuentra mediada con ayuda de los signos. Asunto que sabían Pierre Janet, que adujo que la memoria es “conducta de relato”, y Roger Schank quien dijo que “hablar es recordar”. Y no podía ser de otra forma toda vez que no hay memoria por fuera del lenguaje, o al menos se ve de alguna manera imposibilitada: su reconstrucción se dificulta. Cierto, porque “la memoria se abre paso a través de la verbalización, sólo como uno de sus numerosos caminos”, y no obstante que las “formas de la memoria puedan exceder la palabra misma” y aunque haya una memoria imborrable e incluso innombrable y se manifieste de distintas formas “se la llama y se la modela desde el lenguaje”.

Puede argumentarse que no sólo con lenguaje se comunican los recuerdos, puesto que también se reconocen, y del mismo modo por el lenguaje se identifican y se nombran para uno mismo, a lo cual se le denomina pensamiento, y es que para ubicar una sensación como recuerdo hace falta pensarla, pues si es mera sensación aún no se le ha vestido con significado (palabras) y no se le reconoce como recuerdo. Por eso se ha dicho que para recordar hay que pensar. En el lenguaje, en todo caso, sea externo (de palabras) o interno (de pensamiento) se contiene lo social, se posibilitan los recuerdos, las representaciones, las imágenes, las ideas sobre el presente, pero también sobre el pasado, de ahí que Baudrillard haya argumentado que las palabras “se convierten en contrabandistas de ideas”; efectivamente: si “el lenguaje diseña las percepciones y bautiza los afectos, con mayor razón construye las memorias” (Fernández Christlieb, 1994a: 96). Porque con lenguaje se llama a los recuerdos. Y se significa su contenido.

Los diversos tiempos y lenguajes que en la sociedad se manifiestan posibilitan que la memoria se edifique, que se contenga. Pero para mantenerla es necesario comunicarla de alguna forma. Si la memoria quiere perdurar, no caer en el olvido, requiere comunicarse para tener receptores que se interesen en perpetuar ciertos acontecimientos que permitan reconocerse en ellos. Uno de los procesos que mantiene a la memoria colectiva es la comunicación. La comunicación es “intercambiar”, “compartir”, “poner en común” (Gómez de Silva, 1985), es decir, posibilitar que a quien se le narren ciertos sucesos participe de éstos, que los sienta, que los experimente. La comunicación es expresión, interpretación y memoria de experiencias que permite conferir lo vivaz de lo ocurrido tiempo atrás. La memoria comunicativa logra que el pasado esté en el presente o, más exactamente, que eventos del pasado tengan determinados significados en el presente. Tales significados se confeccionan, como se ha argumentado, socialmente y mediante lenguaje. Y éste constituye al pensamiento. Consiguientemente, si se quieren mantener los recuerdos hay que pensarlos o expresarlos. Recuerdos que no se piensan o se comunican tienden a perderse. Se vuelven olvido social. Y la sociedad, comunicativamente hablando, se achica, se encoge, porque entonces su pasado se ve empobrecido. Se piensa y se habla menos sobre su pretérito. Así vista, la memoria conforma el pensamiento de la sociedad. Una amplia memoria es pensamiento vasto y lenguaje extenso. Una memoria empobrecida es pensamiento arremangado y lenguaje

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diluido. Entre menos versiones sobre acontecimientos del pasado confluyan en el presente menos plural y vivencial es ese pasado. Menos significados se ponen en juego y por tanto menos discursos. Y a la inversa, entre más se hable sobre temas pretéritos, más amplio, plural y significativo es ese pasado.Memoria, lenguaje y pensamiento comienzan a confluir en una sola entidad: lo mental.

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