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DOSSIER La comuna en la historia E n 1781 el espíritu comunero estremeció a los Andes venezolanos. Pequeños agricultores, labradores, artesanas y artesanos se constituyeron como fuerza popular para luchar en contra de la implementación de nuevos tributos por parte de las instituciones españolas. Este episodio del siglo XVIII no solo evidencia el malestar social que entonces existía en el país, también es prueba de los modos de organización propios del pueblo venezolano. No obstante, tal como lo afirman los profesores Iraida Vargas y Mario Sanoja, la vida comunal no es solo un hecho que ocurrió hace muchos años atrás; por el contrario, la comuna existe y es parte de nuestro presente. En el siguiente dossier ambos investigadores –autores del libro La larga marcha hacia la sociedad comunal– plantean como la solidaridad, la reciprocidad y el carácter colectivo son un sustrato de la sociedad venezolana. Asimismo, el historiador Manuel Almeida, nos habla sobre las dimensiones cultural, histórica, económica y política de la comuna en relación a un modo de resistencia para la consolidación del buen vivir en colectivo. 13 SEPTIEMBRE2016 N.º40 MEMORIASDEVENEZUELA Marcha comunera, Comuna Socialista Ataroa, Caracas, 2014. En, http://patriagrande.org.ar

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DOSSIER

La comuna en la historiaEn 1781 el espíritu comunero estremeció a los Andes venezolanos. Pequeños agricultores, labradores,

artesanas y artesanos se constituyeron como fuerza popular para luchar en contra de la implementación de nuevos tributos por parte de las instituciones españolas.

Este episodio del siglo XVIII no solo evidencia el malestar social que entonces existía en el país, también es prueba de los modos de organización propios del pueblo venezolano.No obstante, tal como lo afirman los profesores Iraida Vargas y Mario Sanoja, la vida comunal no es solo un hecho que ocurrió hace muchos años atrás; por el contrario, la comuna existe y es parte de nuestro presente.En el siguiente dossier ambos investigadores –autores del libro La larga marcha hacia la sociedad comunal– plantean como la solidaridad, la reciprocidad y el carácter colectivo son un sustrato de la sociedad venezolana.Asimismo, el historiador Manuel Almeida, nos habla sobre las dimensiones cultural, histórica, económica y política de la comuna en relación a un modo de resistencia para la consolidación del buen vivir en colectivo.

13SEPTIEMBRE2016 N.º40 MEMORIASDEVENEZUELA

Marcha comunera, Comuna Socialista Ataroa, Caracas, 2014. En, http://patriagrande.org.ar

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DOSSIERDOSSIER La comuna en la historia La comuna en la historia

� Jeylú Pereda

Las personas podrían abrir el dicciona-rio, apelar al recuadro de búsqueda de Google o escuchar algunos discurso para hacerse de una noción de la palabra co-

muna. Pero si la intención es conocer “lo que hace a una comuna”, es probable que los ca-minos deban ser otros.

De acuerdo con el historiador e investiga-dor del Centro Nacional de Historia (CNH), Manuel Almeida, no necesariamente un co-lectivo tiene que llamarse comuna para fun-cionar como tal.

Lejos de ser solo una denominación —des-de el punto de vista filosófico— en esencia la comuna es “una comunidad que busca caminos para la autosustentación y para la

Manuel Almeida: “Nos han entrenado para aborrecer el pasado”

La comuna es la expresión de valores y relaciones de cooperación que se consolidan en un territorio

construcción de un poder político que le de autonomía, que le de capacidad de articula-ción con otras localidades y con lo nacional”.

Pero además, “no te haces comuna sino cuando buscas en tus procesos las capaci-dades de hacerte con soberanía”. Para poder lograr eso, agregó, el colectivo tiene que te-ner unos valores básico: solidaridad, apoyo al otro, búsqueda de la complementariedad, disposición para el intercambio. “Y eso no se fabrica; eso se construye”.

Almeida no dejó de lado la dimensión legal de la comuna. En ese sentido también se esta-blecen parámetros; entre ellos el hecho de que deben haber comunidades organizadas, con sustento histórico —en este caso los consejos comunales— que a su vez hayan surgido de la organización de varios grupos de familias.

La comuna, explicó, no es solo una cons-trucción política, sino que también es una dimensión cultural en la que las relaciones sociales se consolidan en un territorio. Y esto se fundamenta en la cotidianidad de la gente.

De acuerdo con Almeida, la comuna intenta convertir esos elementos en bases para “la sustentación económica, la organización polí-tica y para la toparquía; es decir, la generación del autopoder”.

SÍMBOLO DE REBELDÍA El historiador define también a la comuna

como un símbolo de rebeldía; pero no solo en términos del poder político y en función del Estado-nacional. Se refiere a la resistencia para la consolidación del buen vivir en colecti-vo y de lo que los hace cultura.

Más allá de levantar la bandera comunal por la reivindicación de los saberes ances-trales y las luchas políticas, Almeida destaca también cómo este tipo de organización se convierte en sujeto histórico cuando su gente asume que en colectivo tienen un proceso de vida que los interrelaciona con la historia na-cional pero les da un carácter propio.

En este sentido, la dimensión histórica de la comuna es fundamental. A partir de la ob-servación de los valores locales y su interre-lación con lo nacional, “es de donde vamos a tener sustento para consolidar otros procesos sociales... La historia tiene la perspectiva de darle sentido a un futuro de transformación”.

A decir de Almeida, “nuestra visión actual tiende a diluir los valores de la comunidad en los valores nacionales”. Sin embargo, los pri-meros son en realidad la base para lograr los segundos: “Es la comunidad la que te da po-sibilidades, la que te da referentes culturales, te genera una identidad”.

DEJAR DE DEPENDER En lo económico, la comuna implica el sur-

gimiento de proyectos que garanticen susten-tabilidad y abastecimiento de sus habitantes. El objetivo es ponerle fin a la dependencia, principalmente alimentaria.

“Eso es una esperanza, una utopía. Que el entorno promueva la diversidad alimentaria, que la gente reivindique lo que ha consumido históricamente”, indicó Almeida. Y aquí se ra-tifica la importancia de que la gente conozca su historia; porque “es la historia la que te da un sentido para esa conciencia”.

En la memoria de las localidades, por ejem-plo, están los molinos de maíz. Según Almei-

da, cada sector tenía una familia que se de-dicaba a moler los granos, a hacer la masa y hasta a vender las arepas. Sin embargo, “con la imposición de un producto” y la consolida-ción de las grandes empresas productoras de maíz —privadas y públicas— esos procesos quedaron a un lado.

Y es que “con la comuna pasa igual que pasa con la historia misma”. A juicio de Al-meida, “nos han entrenado para aborrecer el pasado”; sobre todo cuando esas memorias buscan romper con el “status quo de la so-ciedad”. Incluso, “en este momento tenemos estructuras que funcionan como comuna y no se llaman como tal; y hasta pueden aborrecer del termino”.

El entrenamiento del que habla Almeida, ha impedido en cierta medida que la comu-na sea vista y entendida como “un elemento nuevo de un elemento antiguo”. Recordó que “nuestros pueblos originarios vivían así no porque se llamaran comuna, sino porque era su forma de organizarse, su visión de vida, tenían una dinámica”.

Sin embargo, señaló, la sociedad occiden-tal ha logrado sustituir ese modo de vivir en la medida que ve los productos de la tierra como una mercancía: “Esa visión convirtió todo lo que comes en un producto, lo que te hace de-pendiente del sistema de mercado”.

Lo que se quiere promover con la comuna, dejó en claro Almeida, no es que todo el mun-do siembre, porque no todos tienen esa capa-cidad; pero sí que se genere una conciencia al respecto.

“Tenemos niños que creen que la carne viene del supermercado y no de la vaca. Se pierde conciencia y se diluye la realidad. En-

tonces debemos conocer cuáles han sido los mecanismos para ejercer ese control sobre la gente y cómo podemos romperlos”, planteó.

EL COMPROMISO DEL HISTORIADOR El historiador, respondió Almeida, tiene

el compromiso de ser un facilitador en ese proceso de desarrollo de la comuna. “Debe ser un generador de experiencias y dinámicas para convertir la historia en un hecho permanente, en algo de gusto, de afecto”. No obstante, “la historia es la que se genera en el colectivo no la pala-bra del historiador”.

En este momento, indicó, se puede decir que hay dos tendencias. Una tiene que ver con la historia comunal, que es una propuesta de cambios de paradigmas, de puntos de ob-servación: “No ver la realidad solo desde de la nación, sino desde la comunidad”.

La otra arista es la historia de las comunas, “que no es solo lo que conocemos, sino la rei-vindicación de ancestros que no se llamaban como tal, pero que vivían bajo esa organiza-ción colectiva”.

De acuerdo con Almeida, “la comuna es una búsqueda, y la historia comunal es la representación de esa búsqueda”. La misión es “darle sentido a un proyecto que intenta devolver el poder a la comunidad, no desde la visión occidental del poder, sino desde la redimensión de los valores culturales”.

La ventaja en este momento, comentó, es que el Estado —“a partir de que el presidente Hugo Chávez decide cuestionar el principio de la propiedad y generarlo de la historia lo-cal”— tiene “disposición de cuestionarse y cambiar su estructura” Comuna El Tambor, La Azulita, Municipio Andrés Bello, estado Mérida. Fotografía: Verónica Canino.

Comuna Máximo Vizcaya, Estado Yaracuy. Fotografía: Verónica Canino Fotografía: Nicolas Janot.

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� Jeylú Pereda

Los antropólogos e historiadores Iraida Vargas y Mario Sanoja coinciden en afirmar que “la estructura comunal si-gue existiendo”. La prueba de ello es

que aún hay comunidades que “son solida-rias, que no creen en el individualismo sino en la reciprocidad y en el carácter colectivo”. Todo esto, señalaron, “es un sustrato en la sociedad venezolana”.

No obstante, Vargas cree que esa historia comunal ha sido “escondida”, “escamotea-da”; y al mismo tiempo “olvidada, negada, difamada”: “Nos dicen que las comunas de-jaron de existir porque eso era atraso; y esa valoración negativa se sigue repitiendo”.

Por el contrario, la profesora Vargas está convencida de que la vida comunal también es presente. Su trabajo en el área feminista le ha permitido, por ejemplo, observar de primera mano a las comunidades matricéntricas, que están presentes en todas las barriadas popu-lares del país y a lo largo de todo el continente.

Entonces, ¿por qué se niega la existencia de la vida comunal?. De acuerdo con Vargas, “lo que pasa es que la clase media y la bur-guesía no son nada comunitarias”.

Pero además, esto ocurre, en principio, “porque una de las cosas más difíciles de re-vertir —cuando uno está tratando de plantear modelos alternativos al capitalismo— son esos discursos, categorías y planteamientos que se han convertido en lo único posible: Desarrollo, transformación, en el capitalismo han sido vistos como algo que no se puede ir hacia el pasado”.

A decir de Sanoja, aunque se ha tratado de negar lo comunitario, también es cierto que “la humanidad ha sido más terca; y existe y con mucha fuerza”. Luego de regresar de Francia, el profesor estudió culturas que no tenían ningún sentido a los ojos del capital. En su experiencia, se encontró, por ejemplo, en Los Andes con sociedades campesinas muy bien organizadas, capaces de producir y autosustentarse.

Sin embargo, Vargas enfatizó que ese sus-trato mencionado “es algo más, es una prac-tica”, y no solo se refiere al mundo rural o de

Vargas y Sanoja: Nuestra historia comunal nos ha sido escamoteada pero existe

La solidaridad, la reciprocidad y el carácter colectivo son un sustrato de la sociedad venezolana

la artesanía. “La comuna tiene sentido porque parte de una noción determinada de comuni-dad”, sostuvo

En el caso de la sociedad campesina, expli-có, hay una relación social fundamental que es de carácter solidario, o al menos de coope-ración. Por ejemplo, comentó, está un organi-zación que se llama Cecosesola, que abarca varios estados en el occidente de Venezuela, y que a su vez son decenas de miles de familias que trabajan juntas.

“Eso es lo que es la vida comunal”, apuntó Vargas. Y pasa por una noción fundamental: “Asumirse como miembros de una comunidad. Lo cual sucede porque la gente tiene una iden-tidad con los objetivos de esa comunidad”.

LA SANCIÓN DE LA SOLIDARIDAD Con la aparición del petróleo, expuso Var-

gas, se tendió a “sancionar negativamente la solidaridad”. Se generó ese contexto del “no seas pendejo”, y se estimuló el egoísmo. Por lo que no duda en afirmar que “el modelo ren-tista estimuló a que se abandonaran prácticas solidarias que eran comunes”.

Con 70 años de vida, la profesora da fe de que antes, durante las situaciones de mayor pobreza, la gente demostraba la mayor soli-

daridad y gentileza entre ellos. “Y a medida que uno se mete al interior del país encuentra que esos comportamientos aún están vivos en grandes sectores de la población; pero a me-dida que te vienes a las grandes ciudades ves que es menos frecuente y respetado”.

Reiteró que las comunidades matricéntricas son una realidad cercana. Son la expresión de “la solidaridad y el amor por la vida, que era muy característico de la población venezolana en su conjunto”. No obstante, reconoció que no se puede pensar que el rentismo ha pasa-do sin pena ni gloria: “El egoísmo existe y el individualismo existe”.

RESISTENCIA AL MODELO RENTISTA Para la profesora Vargas hay algo que es cla-

rísimo: Venezuela no hubiera resistido los de-sastres de la economía petrolera y del modo de vida rentista si no hubiera tenido ese elemento fundamental (lo comunal) en su población.

“Nosotros que hemos visitado todos los estados de Venezuela; que hemos hecho arqueología en zonas rurales y urbanas, nos hemos encontrado directamente con este fe-nómeno”, comentó.

Uno de los casos, mencionó, es la comuni-dad de los que producen carne en vara. Según

Vargas, esa organización no podría haber sur-gido “si no hay una relación social que hace que esa gente se sienta solidaria, que com-parta intereses”.

Eso no quiere decir, dejó en claro la profeso-ra, que las comunas tienen que ser solamente rurales o agrícolas. Hay comunas industriales, en la que la comunidad es dueña de los instru-mentos de producción; “un poco lo que quiso hacer el comandante Hugo Chávez”.

En todo el país hay comunidades y es un he-cho: “unas más exitosas que otras, unas más claras ideológicamente que otras, y unas más distorsionadas por el capitalismo, porque na-die puede negar que estamos en una sociedad plenamente capitalista”.

No obstante, ambos consideran que en un proceso revolucionario como el que vive Venezuela, es necesario estimular todas las experiencias que existan y que tengan como características el ser solidarios, cooperativos, recíprocos y con amor por la naturaleza y el otro.

“Son cosas que deben ser estimuladas, más que la noción de productividad, lo cual no quiere decir que se justifique la ineficacia”, expresó Vargas.

El profesor Sanoja recordó que cuando comenzó la lucha armada, en los años 60, la organización no se dio por “una experiencia divina”, sino que todo el conocimiento de la historia comenzó a utilizarse. Y se intentó re-cuperar ese espíritu en las comunidades.

Yaracuy, señaló, fue uno de los sitios donde más se trabajó, y eso se mantiene; al igual que en Barquisimeto. Sin embargo, “una de las características del capitalismo es ignorar eso... Para ellos del enemigo ni se habla”.

Vargas sostiene que esa visión es coheren-te con la derecha, no solo respecto a la co-muna, sino también con el Poder Popular: “Si ellos pueden no hablar del poder comunal o de la comuna, eso es lo mejor”.

Es por eso, agregó, que si la Revolución Bolivariana logra que la economía venezola-na sea una economía de carácter comunita-rio —“y en consecuencia que la gente coma pero que no por eso esté vendiendo su alma al diablo”— y que el Poder Popular “no solo aumente en número, sino que tenga claridad ideológica y compromiso con los destinos de la patria, entonces la transformación será realmente revolucionaria y no declarativa”.

EL ROL DE LA HISTORIA A juicio de los profesores, el compromiso

de los historiadores progresistas es “develar la historia para el resto de la sociedad, y no orientarla en un sentido que todos sabemos ayuda a reforzar la idea de que somos un pueblo lleno de limitaciones, que es la que se manejó durante el siglo XX”.

Vargas y Sanoja consideran fundamental estimular los estudios de las historias locales

La mentalidad rentista es de vieja data

Esa manera de pensar: “importar, sacarle capital al Estado y no poner dinero propio”, es un problema de vieja data. Según la profesora Iraida Vargas, “el rentismo es una cosa que se improvisa aquí en el siglo XVIII, y entonces ni siquiera había aparecido el petróleo”.

Cuando llega la explotación pe-trolera, “no hace más que insertarse en esa corriente”. La diferencia al respecto entre los siglos XVIII y XX, es que en el primero se trataba de los productos del agro, y en el segundo la materia prima era el petroleo. No obs-tante, “la mentalidad era la misma”.

De acuerdo con Vargas, ese fe-nómeno no ocurrió en otros países de la región: “Es esta burguesía que es así, porque la argentina comienza a invertir, crea fabricas; igual en México y Brasil. Por eso me da risa cuando dicen que aquí hay empresarios, porque ellos solo han sido comerciantes”.

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y regionales “porque ahí está ese sentido de comunidad”. Y “la noción de comunidad es la base de todo”.

Una de las cosas más terribles que ha sufri-do el pueblo venezolano, “es que este manejo distorsionado de nuestra historia nos ha lleva-do a la vergüenza étnica”, indicó Vargas. Sin embargo, “eso no es casual; eso es caracterís-tico en los procesos de dominación”.

Recordó que ese proceso se inició desde la Colonia, pero es en la neocolonia —“que es donde estamos en este momento”— se reactiva sobre nuevas bases y elementos. En este sentido, “la historia tiene una enor-me responsabilidad”.

Sanoja hizo hincapié en la necesidad de darle a la historia un sentido más integral, más allá de centrarse solo en los documentos. Consideró que es importante mirar hacia la vida cotidiana.

De todas las disciplinas sociales, aseveró Vargas, “la Historia tiene la mayor responsa-bilidad en la creación de un horizonte que le de orientación a los pueblos”. Opinó que “hay un nivel de compromiso social que es ineludi-ble en la historia”.

En este sentido, reiteró que esta ciencia tiene un papel que cumplir en la comuna. Dejó en claro que ninguna organización comunal debe existir de espalda a su historia, a su lo-calidad, a su origen.

“Yo me sentiría muy triste si nuestro país llegara a ser una gran potencia tecnológica. Me gustaría más que pudiéramos llegar a co-mer alimentos sanos, que nuestros niños se puedan bañar en ríos limpios. Si eso es regre-sar al pasado, que así sea”, expresó Vargas

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Comuna Yaguaina, estado Sucre. Fotografía:Verónica Canino

La Vega, Caracas, Comuna El Renacer de Bolívar.

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La rebelión de los comuneros en los andes abonó el terreno para la lucha definitiva contra España

� Osman Hernández Trujillo

Uno de los episodios más determi-nantes del siglo XVIII, tanto para la metrópoli como para América, fue el cambio dinástico de la Co-

rona española. Carlos III, rey de España, proveniente de la Casa de los Borbón, apli-

caría una serie de reformas en las colonias americanas con el fin de obtener mayores beneficios económicos y políticos, no solo para tener el control político de las mis-mas, sino también para frenar el gran azote de las alforjas: el contrabando.

Frente a estas medidas, las clases opri-midas fueron rebelándose muy pronto

desde Lima hasta Quito, desde Trujillo a El Socorro: los esclavos, campesinos, pe-queños comerciantes, inclusive los blancos criollos. Más allá de las divisiones político-territoriales entre los virreinatos y las ca-pitanías, los pueblos asentados a lo largo de la cordillera de los Andes, demostrarían que formaban parte de una región histó-rica: “una federación de revoluciones”, como diría Arciniegas.

El Socorro: “¡Arriba el Reyy muera el mal gobierno!”

La rebelión comunera original tendría como epicentro central la ciudad de El So-corro (actual Departamento de Santander,

Colombia). El 16 de marzo de 1781, sus habitantes protestarían contra las medi-das implementadas por el régimen espa-ñol. Allí tuvo importante papel Manuela Beltrán, quien bajo el lema “¡Arriba el Rey y muera el mal gobierno!”, rompería el edicto que obligaba a cancelar los nue-vos tributos.

Este hecho se propagaría en varios rin-cones del Virreinato de la Nueva Granada convirtiéndose el movimiento en una ver-dadera fuerza popular, constituyéndose en un nuevo gobierno revolucionario integra-do por los terratenientes Juan Francisco Berbeo y Salvador Plata, entre otros.

La traición inevitableAnte el rápido avance de los comuneros,

el gobierno de Santa Fe firma unas capitula-

En 1781 estallaría en la región andina venezolana —actuales estados Mérida y Táchira— el movimiento comunero en contra de la implementación de nuevos tributos y estancos por parte de las instituciones españolas. Esta revuelta puso en evidenciael malestar social existente en Venezuela a finales del siglo XVIII

ciones en la comunidad de Zipaquirá, en las cuales se aceptan casi todas las peticiones de los rebeldes.

Pero estas eran letra muerta. Su acep-tación solo era una estrategia para ganar tiempo y poder organizar la reacción contra los insurgentes. Con ellas el pueblo tomaba el poder central, liderado por el mestizo de origen pobre José Antonio Galán.

Pero, temerosos de que el movimiento se popularizara y sus metas se radicalizaran, los falsos capitanes Berbeo y Plata comienzan a negociar con las autoridades coloniales para frenar la sublevación, traicionando y entre-gando a Galán, el más popular y aguerrido de los jefes del movimiento comunero neograna-dino, a los funcionarios españoles.

Sin embargo, las autoridades judiciales reaccionarían en contra de la sublevación,

Volante 5 de julio de 1781

“Los principales lugares de este rei-no, cansados de sufrir las continuas pensiones con que el mal gobierno de España nos oprime, con la esperanza de ir a peor, según noticias, hemos resuelto sacudir tan pesado yugo y seguir otro partido para vivir con ali-vio. Sabemos que esta provincia toda desea lo mismo, y así emprenden sus mejores resoluciones, que las fuerzas unidas son invencibles.

Del Perú tenemos ayuda para tomar los puertos. En todo, Dios nos ayude”.

Joseph Pérez. “Los comuneros de Mérida”, en Los comuneros de Mérida. Caracas, ANH, 1981, v. 1, p. 163.

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Imágenes cortesía de Néstor Abad Sánchez.

Anton Raphael Mengs. Retrato de Carlos III de España, 1761. Museo del Prado, Madrid

Juan Francisco Berbeo.Imagen tomada de ManuelBriceño. “Los comuneros:

historia de la insurrección de1781”. Bogotá, Imprenta deSilvestre y Compañía, 1880.

Escudo de Armas de Charalá, pueblo natal de José Antonio Galán, el líder más fiel de los comuneros deEl Socorro

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reduciendo pronto a todos los implicados. Con todo y esto, el movimiento cruzaría las fronteras hacia territorio venezolano.

El malestar llega a los Andes venezolanos

De igual forma que en El Socorro, el detonante del movimiento de los comune-ros venezolanos fue económico: el cobro de nuevos impuestos y los estancos a los productos tales como el tabaco, el chimó y el aguardiente. Con esto, el Estado co-lonial se reservaba la comercialización y venta, prohibiendo su cultivo, de lo cual se exceptuaban los lugares avalados por el intendente.

Para ello, se adoptaron severas medi-das de fiscalización, destrucción de siem-bras, decomisos, embargos de bienes e incluso la prisión de algunos productores. Y aunque la acción de los comuneros fue integrada y apoyada por sectores de todas las clases sociales, los que emprendieron la lucha fueron los pequeños agricultores,

Una vez que toman una ciudad o una comunidad, el procedimiento es el mismo: quitan de su cargo al administrador de la Real Hacienda, se apoderan del dinero recabado, eliminan los impuestos y liberan los productos del estanco, y por ingenuidad o por estrategia política (tanto en la Nueva Granada como en Venezuela) escogen como capitanes a personajes de las clases dominantes.

Mapa de Mérida colonial. Colección Jesús Rondón Nucete. Imágenes cortesía de Néstor Abad Sánchez.

La rebelión de Túpac Amaru (noviembre, 1780)

La rebelión indígena de Túpac Amaru fue uno de los episodios más importantes y dolorosos del siglo XVIII nuestrameri-cano, que estuvo a punto de romper el orden colonial en Perú y logró adhesio-nes en el continente, influyendo de forma abrumadora en el movimiento de los comuneros. En palabras de Arciniegas: “A los pueblos más distantes llegan los bandos de Túpac Amaru y no hay en la Nueva Granada ni en la capitanía de Ve-nezuela quien no sepa de sus victorias y arrestos. En Neiva, cuando el gobernador manda a los alzados que depongan las armas, el que hace de cabeza en el motín le contesta que tiene orden de su rey de arriba —es decir, de Túpac— para levantar los pechos”.

Germán Arciniegas. Los comuneros. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, t. 2, p. 77.

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Detalle del billete peruano de 100 soles, puesto en circulación entre 1976 y 1985.

labradores y artesanos, entre ellos gran cantidad de mujeres dedicadas a la pro-ducción de tabaco.

Los Andes revelados Para junio de 1781, por Mérida y La Grita

circulan los primeros panfletos que instan a la insurrección, en los cuales se dan vivas al rey y se culpa a los funcionarios adminis-trativos por los atropellos. Aunado a esto, desde Cúcuta y Pamplona llegarían a San Antonio del Táchira emisarios de los comu-neros de El Socorro.

Esta confluencia de intereses impulsaría con más fuerza el levantamiento. Se suman a la lucha las poblaciones de San Cristóbal y Lobaterra, y logran tomar La Grita el 11 de julio, teniendo como líder a Juan José Gar-cía de Hevia, designado como capitán gene-ral del alzamiento.

Entre el 15 y el 25 de julio tomarían Baila-dores, Estanques, Lagunillas, El Morro, Ace-quias, Pueblo Nuevo y Ejido. El 28 de julio en-tran triunfantes a Mérida. Saben los rebeldes que es indispensable seguir llevando la insu-rrección a los pueblos vecinos. La meta era ex-tender el movimiento hasta Trujillo, Barinas, e incluso Caracas. En este punto la alarma es

Para seguir leyendo...

• Arciniegas, Germán. Los comuneros. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, 2 tomos.• Dávila, Vicente, et alter. Los comuneros de Mérida. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1981, 2 tomos.• Felice Cardot, Carlos. Rebeliones, motines y movimientos de masas en el siglo XVIII venezola-no, 1730-1781. Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1977.

Palabras de los merideños

“Hermanos —dicen los de Méri-da—, hasta aquí habíamos venido engañados con los mandatos de aquellos crueles ministros, que mostrándonos la piel de oveja tenían para nosotros el corazón de lobo: bien habréis conocido que así los mismos de Santa Fe como los de Caracas nos han dado el veneno en taza de oro, esto es: que paliendo sus robos en cedulas reales, nos han hecho reventar con el tosigo de alcabalas duplicadas, donativos desarreglados, etc.

Y así, basta ya de martirios y ver morir de hambre a nuestros padres, mujeres, hijos y familias”.

Germán Arciniegas. Los comuneros. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, t. 2, p. 64.

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tal que el gobernador de Maracaibo, Manuel de Ayala, y el de la Provincia de Venezuela, Luis de Unzaga y Amézaga, ordenan la salida de una expedición en contra de los comuneros reunidos en aquella ciudad.

El cabildo de Trujillo se oponeTras la adhesión de la mayoría de las ciu-

dades andinas, el cabildo y gran parte del pueblo trujillano prefirieron no sumarse a la insurrección e incluso amenazaron con en-frentarla y se declararon fieles a la Corona. Bien sabían los sublevados que el apoyo de Trujillo era clave para avanzar hasta Barinas y luego Caracas: sin ellos el movimiento per-dería coherencia.

Liquidado el cabecilla máximo del movi-miento comunero en el continente, Túpac Amaru II (José Gabriel Condorcanqui No-guera), el 18 de mayo de 1871 en el Cuzco, la rebelión que asumía fortaleza regional en la Nueva Granada había sido derrotada, y desde Maracaibo y Caracas se aproxima-ban contingentes militares para aplastar el levantamiento. En efecto, el miedo a la represión mermó el apoyo popular de la re-vuelta: deserciones y traiciones dieron fin al levantamiento.

Capitulación de un malestarEl gobernador de Maracaibo había prome-

tido perdonar a los rebeldes si se rendían. Pero dudando de su palabra, los comuneros, tras su rendición en el mes de octubre, re-solvieron huir a otras regiones de Venezuela e incluso a la Nueva Granada.

Para junio de 1782, se comenzaron a abrir expedientes a los líderes implicados en el movimiento. No obstante, el 6 de agosto de 1782, el virrey Caballero y Góngora concede el indulto a todos los comuneros, siendo ra-tificado por otro del propio rey Carlos III el 31 de enero de 1783. Así concluían las jornadas heroicas de los comuneros venezolanos; sin el terreno abonado por ellos, difícilmente se comprenda la rápida incorporación de los pueblos andinos a la lucha independentista del siglo XIX

Carta de los comuneros de El Socorro a los capitanes de Mogotes, 7 de septiembre de 1781. Colección Biblioteca Nacional de Colombia.

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