Sobre Eloy, Jorge Volpi

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EL MARIDO DE LA BAILARINA | 17 1. EL DIOS DE LA VERDAD Durante uno de los descansos entre clases subí al tercer piso y me asomé al ventanal. El salón lucía desierto —sus ocupantes habían aprovechado para ir al baño, com- prar una golosina o lanzar unos tiros a la canasta—, sal- vo por un estudiante que, como me habían advertido, permanecía reclinado sobre una voluminosa novela. Se decía que se presentaba como poeta y no hacía otra cosa excepto leer. Para entonces yo también pasaba lar- gas horas frente a mis libros de filosofía, historia o psi- coanálisis, y no dejó de sorprenderme que hubiese en la escuela otro inadaptado como yo. No tuve el valor de hablarle, pero al año siguiente nos tocó compartir la misma aula. No se parecía a na- die que conociera. Era vitalmente extrovertido, no pa- raba de levantar la mano para expresar sus opiniones sobre los escasos asuntos que le interesaban, por lo ge- neral para contradecir al maestro o referir una anécdo- ta tan absurda como desternillante, y el resto del tiempo se la pasaba, en efecto, en sus novelones. No tardamos en congeniar. Él me contagió con el virus de la literatu- ra —y me animó a escribir mi primer relato— y yo con la curiosidad por todas esas disciplinas que entonces no le interesaban. Yo tenía quince años y él 16, y desde esa época me une con Eloy Urroz una amistad —y una amistad literaria— que me ha enriquecido como pocos encuentros en la vida. No podríamos haber sido más distintos: si él era atrabiliario y expansivo, obsesionado por rumiar el pa- sado, siempre en busca de un nuevo libro y una nueva novia, y desprovisto del menor atisbo de pudor, yo era, en cambio, meditabundo y apacible, más preocupado por el futuro que por repasar los temas que acabábamos de discutir, con una vida sentimental inexistente y una timidez que disfrazaba cierto ánimo calculador. Estas diferencias lo convirtieron, sin embargo, en el espejo en el que empecé a medirme y en el que acaso me mido aún. Con el tiempo, no sólo intercambiamos nuestras pasiones intelectuales, sino algunos rasgos de carácter que acabaron por transformarnos a los dos. Igual que nuestros temples, nuestras poéticas —por usar este término pedante— también fueron siempre contradictorias, cuando no opuestas. Mientras que des- de nuestros primeros relatos, escritos para el concurso de cuento de la escuela —gracias al cual conocimos a Igna- Eloy Urroz El marido de la bailarina Jorge Volpi Hace un par de décadas se dio a conocer en México un grupo de jóvenes escritores: el Crack. Uno de sus integrantes, Eloy Urroz, ha escrito una novela en la que, además de revisar el tema del matrimonio, también presenta desde su perspectiva la historia del grupo. El libro se titula La mujer del novelista, y es comen- tado por otro compañero de andanzas: Jorge Volpi.

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Sobre Eloy del narrador mexicano: Jorge Volpi

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  • ELMARIDO DE LA BAILARINA | 17

    1. EL DIOS DE LA VERDAD

    Durante uno de los descansos entre clases sub al tercerpiso y me asom al ventanal. El saln luca desierto susocupantes haban aprovechado para ir al bao, com-prar una golosina o lanzar unos tiros a la canasta, sal -vo por un estudiante que, como me haban advertido,permaneca reclinado sobre una voluminosa novela. Sedeca que se presentaba como poeta y no haca otracosa excepto leer. Para entonces yo tambin pasaba lar-gas horas frente a mis libros de filosofa, historia o psi-coanlisis, y no dej de sorprenderme que hubiese en laescuela otro inadaptado como yo.

    No tuve el valor de hablarle, pero al ao siguientenos toc compartir la misma aula. No se pareca a na -die que conociera. Era vitalmente extrovertido, no pa -raba de levantar la mano para expresar sus opinionessobre los escasos asuntos que le interesaban, por lo ge -neral para contradecir al maestro o referir una ancdo-ta tan absurda como desternillante, y el resto del tiempose la pasaba, en efecto, en sus novelones. No tar damosen congeniar. l me contagi con el virus de la literatu-ra y me anim a escribir mi primer relato y yo con

    la curiosidad por todas esas disciplinas que entonces nole interesaban. Yo tena quince aos y l 16, y desde esapoca me une con Eloy Urroz una amistad y unaamistad literaria que me ha enriquecido como pocosencuentros en la vida.

    No podramos haber sido ms distintos: si l eraatrabiliario y expansivo, obsesionado por rumiar el pa -sado, siempre en busca de un nuevo libro y una nuevanovia, y desprovisto del menor atisbo de pudor, yo era,en cambio, meditabundo y apacible, ms preocupadopor el futuro que por repasar los temas que acabbamosde discutir, con una vida sentimental inexistente y unatimidez que disfrazaba cierto nimo calculador. Estasdiferencias lo convirtieron, sin embargo, en el espejo enel que empec a medirme y en el que acaso me midoan. Con el tiempo, no slo intercambiamos nuestraspasiones intelectuales, sino algunos rasgos de carcterque acabaron por transformarnos a los dos.

    Igual que nuestros temples, nuestras poticas porusar este trmino pedante tambin fueron siemprecontradictorias, cuando no opuestas. Mientras que des -de nuestros primeros relatos, escritos para el concurso decuento de la escuela gracias al cual conocimos a Igna -

    Eloy Urroz

    El marido dela bailarina

    Jorge Volpi

    Hace un par de dcadas se dio a conocer en Mxico un grupo dejvenes escritores: el Crack. Uno de sus integrantes, Eloy Urroz,ha escrito una novela en la que, adems de revisar el tema delmatrimonio, tambin presenta desde su perspectiva la histo riadel grupo. El libro se titula La mujer del novelista, y es co men -tado por otro compaero de andanzas: Jorge Volpi.

  • cio Padilla, quien se convertira en el tercer vrtice denuestro grupo literario, yo buscaba enmascararmebajo diversos personajes, sobre todo histricos, Eloy en -contr la manera de inmiscuirse directamente en la tra -ma, como si desde esa poca supiese que su literaturao casi toda ella habra de girar en torno a s mismoy su peculiar idea de verdad. Aunque toda la narrativagira en torno a la propia conciencia y sus disfraces, al -gunos escritores se extrapolan en distintas vidas posibles,mientras otros prefieren escrutarse a s mismos a travsde personajes que de manera ms o menos evidente losprolongan. Urroz pertenece claramente a los segundos.Aunque es autor de unos cuantos textos en los que seraimposible hallar algn elemento autobiogrfico, en lamayora es bastante sencillo al menos para quieneslo hemos tenido cerca detectar que su tema principal,apenas camuflado, es su propia vida.

    Si Eloy y los libros de Eloy desatan una simpata oun odio tan inmediatos es porque la fascinacin que

    sien te por s mismo no puede ser ms evidente; quien-quiera que lo conozca o lo lea por primera vez se toparde frente con esta forzosa transparencia. No quiero de -cir que sea ms narcisista o egocntrico que yo u otrosescritores, sino que con l uno no se llama a engao. Enuna era desprovista de grandes verdades, Urroz se ins-cribe en la tradicin de quienes an confan en que lanica lucha que vale la pena librar es en pos de la ver-dad propia, de esa verdad que se inscribe, segn sus adep -tos, en el corazn de cada uno.

    Me atrevera a decir que toda su obra, desde sus pri-meros poemas (donde se fragu su yo potico y luegonarrativo) hasta Las Rmoras, y desde Un siglo tras de mhasta La mujer del novelista, se tiende como una serie decrculos concntricos en torno a su ego. No es casualque Eloy sea un entusiasta defensor del psicoanlisis;en la terapia igual que en su literatura se plasma la aejaexigencia socrtica de conocerse a s mismo y de reve-larse ante los otros. El ejercicio, que a muchos resultachocante, no admite contemplaciones: Urroz est con-vencido de que el ocultamiento es una trampa, de quesi el escritor se vale de la ficcin ha de ser para mostrarde manera ms cruda y fascinante sus secretos.

    Si en su vida cotidiana Eloy ha tenido un sinfn dedesencuentros a fuerza de expresar sin tapujos lo quepiensa (apenas se ha moderado con los aos), en su lite-ratura este despropsito se convierte en su mayor baza.Quien se adentre en sus pginas descubrir que, por msjuegos e invenciones formales, por ms trampas y ela-boraciones estilsticas que encuentre, lo principal es supersecucin de la verdad, lo cual le confiere a sus librosuna energa casi intolerable. Pero frente a tantos auto-res que se refugian en la comodidad de la impostura yen esos ardides metaliterarios tan de moda en nuestrosdas pienso en Vila-Matas o Aira, la agreste hones -tidad novelstica de Urroz se aprecia como un blsamo.

    La mujer del novelista es su apuesta ms arriesgada:un experimento literario que, como no poda ser de otramanera con l, es asimismo un experimento vital. Unaordala a la que se someti, y someti a su entorno yen particular a la mujer del ttulo, tanto como a suspersonajes. No era claro que, al final del ejercicio, Eloyfuese a salir airoso del reto ni esttica ni personalmente.Pero el valor de su libro se funda justo en el coraje querequiri para arriesgarlo todo a fin de absolverse a smismo.

    2. DE OTRAS VIDAS QUE LA SUYA

    Aunque Urroz no parece del todo consciente de la per-versidad de su propuesta, el dispositivo que anima la es -critura de La mujer del novelista se acerca ms a las tur bu -lencias del performanceo, en el extremo contrario, a

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  • la siniestra frivolidad de Big Brother que a la solitariaasepsia de quien escribe un texto literario. Beneficiadocon un ao sabtico, Urroz decidi pasar un ao con sufamilia en Aix-en-Provence y, al mismo tiempo, escri-bir una novela que deba iniciar al llegar all y concluirjusto antes de volver a Charleston, donde reside desdehace aos. El tema central del libro al lado de su edu-cacin literaria habra de ser un minucioso exa men desu matrimonio.

    La novela se inicia, en efecto, con los preparativosde los protagonistas antes de trasladarse a la ciudad fran -cesa y termina cuando la pareja (o las parejas) se dispo-nen a abandonarla. En el nterin, se nutre con los gran-des y pequeos acontecimientos que les aguardan en elcamino. Su periplo incluye un sinfn de detalles sobresu convivencia amorosa, sus hijos, sus amigos e incluso sufamilia poltica. Apenas sorprende que su mujer, o msbien sus mujeres (si incluimos a la real y a las ficticias),le hayan reclamado haber sido utilizadas como coneji-llos de indias en una prueba de resistencia a la que ja -ms fueron convocadas.

    No se necesita ser amigo de Eloy para entrever quela mayor parte de cuanto se narra se basa en su propiaexperiencia. Ms que eso: la novela no deja de provocarestas tensiones entre realidad y ficcin, las cuales se acen -tan conforme avanza la peripecia. Para mejor contarsu vida para mejor justificar su vida, Urroz no slose exhibe a s mismo, sino a todos aquellos que se hantopado en su camino (yo incluido). Pese a la reelabora-cin de los hechos, el sustrato no slo es verdico, sinoque se presenta alevosamente como tal, obligndonos arevisar la dimensin tica y esttica de un novelista quemanipula y expone las vidas y los secretos ajenos paranutrir su ficcin. Es legtimo que un narrador no slorevele su intimidad, sino la de su mujer, sus hijos o susamigos en una novela? Basta con afirmar, como Eloytanto el personaje Eloy como el Eloy autnticoque una novela es slo una novela y nadie debera es -candalizarse porque en ella todo es ficcin aun si es real?

    Desde que ide su proyecto, Urroz y yo no hemosdejado de discutir en torno a este asunto. Que una mul -titud de escritores en el pasado de Proust a HenryMiller, por poner slo dos ejemplos hayan usado asus seres cercanos como material de sus obras no bastapara exculparlo. Tomar la decisin de retratar, as sea deforma literaria, a un ser querido (o que al menos fuequerido) acarrea ineludibles consecuencias personalesy, en mi opinin, artsticas. Ms all de quienes le hanretirado la palabra o han sufrido a causa de su texto, eltono moral de su novela queda marcado para bien o paramal por este desvelamiento. El novelista (lo sabemosdesde hace mucho) es un vampiro que no tiene empa-cho en alimentarse de sus vctimas, slo que aqu existela clara intencin de que los lectores tambin se empa-

    pen con la sangre. Quien lea La mujer del novelista ten-dr que aceptar su complicidad en el saqueo.

    3. DEL CRACK AL CLASH

    Adems de una cida reflexin sobre el matrimonio, Lamujer del novelista aspira a ser una novela generacionaly numerosos guios al Bildungsroman y otros textos deformacin se vislumbran en sus pginas. Acercndose alos cincuenta aos ese nuevo mezzo del cammin, ya veinte del nacimiento del Crack, Urroz decidi con-tar su propia versin de nuestro grupo literario. No medetendr aqu a relatar una vez ms esta historia, a en -mendar las distorsiones que detecto o a ofrecer mi pun -to de vista sobre los sobresaltos que hemos experimenta -do a lo largo de estas dcadas. No dejan de sorprenderme,sin embargo, los numerosos cambios, omisiones y trans -formaciones que descubro en este roman clef.

    Haber compartido los hechos con el narrador mecon vierte, quizs, en el peor lector de su novela justoporque no soy capaz de leerla como una novela. C mono identificarme con ese Jacinto/Javier que acompaatodo el tiempo a Eloy/Eugenio, quien le escribe sincesar y con quien mantiene una complicidad/rivalidadsemejante a la nuestra? Cmo no querer hallar aNacho Padilla y a Pedro Palou en sus contrapartes fic-cionales? Y cmo no incomodarme ante esos persona-jes que resultan de mezclar a Ricardo Chvez, VicenteHerrasti, Alejandro Estivill o Gerardo Laveaga?

    Tampoco me rebajar aqu a la pueril tentacin derevelar quin es quin, ms apta para un acadmico oun reportero de sociales que para otro novelista. Meatrevo a sealar, ms bien, que la perspectiva de Eloy,no exenta de melancola, ofrece un examen implacablede nuestras contradicciones y debilidades. En La mujerdel novelista, el Crack aparece como otra de esas apues-tas juveniles, entraables y a la postre fallidas, que ca -racterizan a casi todas las promociones literarias. Si a loslectores pueden resultarles interesantes nuestros encuen -tros y desencuentros, a m me interesa ms su rquiempor los sueos quebradizos de esos jvenes con preten-siones artsticas que fuimos hace veinte aos.

    Si por un lado su recuento puede ser visto como unabriosa defensa del Crack y sus principios y en espe-cial del papel desempeado en su creacin y difusinpor el propio Eloy, por el otro se trata del testimoniode su fracaso o, matizar, de su fracaso relativo. Aunquele pese a muchos, aquel juego literario termin por con -vertirse en un episodio relevante de la vida literaria lati-noamericana de fines del siglo XXy en el ltimo grupoliterario cohesionado surgido en Mxico hasta ahora.Sin querer sonar grandilocuente, el Crack contribuy atransformar la idea, muy en boga en los ochenta y no -

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  • venta, de que el escritor latinoamericano tena por fuer -za que encarnar una suerte de exotismo militante y pro -porcionarle una dosis de identidad a los consumidoresde los mercados literarios globales. Al lado de McOndoy otros escritores, nuestra cofrada alent que otros te -mas y otras ideas fuesen debatidas cuando a muy pocosles interesaban los escritores latinoamericanos que nohablaran machaconamente de Amrica Latina. En estesentido, la accin del Crack puede evaluarse, a veinteaos de distancia, como un xito (un xito discreto, co -mo cualquier xito literario).

    En trminos personales, a m el Crack me propor-cion un espacio de dilogo esencial para mi forma-cin. Para que un grupo literario funcione, la naturalcompetencia entre sus miembros debe hallar una va deexpresin interna y una fuente de coherencia externa.As nos ocurri a nosotros (al menos en aquellos tiem-pos): gracias al Crack, sus miembros nos retamos a escri -bir nuestros mejores libros y nos protegimos mutuamen -te del escabroso y virulento medio literario mexicano.Pero, de manera algo trgica, La mujer del novelista secentra ms bien en las diferencias que siempre existie-ron entre sus integrantes.

    Si el Crack se present siempre como un grupo deamigos y una amistad literaria en vez de una gene-racin, como insistieron los periodistas del momento,la ruptura entre dos de sus miembros, reiterada una yotra vez a lo largo de la novela, revela que ramos tanvolubles, mezquinos y errticos como nuestros enemi-gos. Aparece aqu, de nuevo, la voluntad de Eloy decontarlo todo y de conseguir esa verdad o esa absolu-cin que tanto necesita. Slo que, para realizar su ajus-te de cuentas consigo mismo y con Padilla, no leimporta anunciar en pblico el desfallecimiento de suproyecto ms querido. Convertido en Clash, el Crack noluce como una resquebrajadura en nuestra tradicin li -teraria, como anhelbamos sus integrantes, sino comouna amistad resquebrajada casi desde el principio y des -de muy adentro.

    Ms all de estas rias y disputas, la historia perso-nal del Crack narrada por Urroz lo conduce a una eva-luacin ntima. En qu medida las aspiraciones y sueosde esos jvenes que firmaron el Manifiesto se cumplie-ron, en qu medida nos superaron y en qu medidapodramos sentirnos decepcionados? La mujer del no -velista deja claro que en esos aos juveniles, marcadospor su energa irrefrenable, Urroz era el motor del gru -po y que la idea de lanzarlo pblicamente fue igualmentesuya (por ms que el nombre, del cual ahora nos arre-pentimos, fuese sugerido por Pedro Palou). No obstante,en comparacin con Padilla o conmigo, Urroz se sienterezagado y, cuando no lo siente, sus mujeres se lo re -cuerdan, como si en algn punto situado entre 1999y 2000, los aos de los premios Biblioteca Breve y Pri-mavera, su carrera literaria se hubiese estancado a di -ferencia de las nuestras. A lo largo del libro, Eloy intentaconvencerse de que su vida literaria es simplemente dis -tinta, centrada en escribir sus libros en su voluntario exi-lio en Charleston lejos de los oropeles de la poltica o delas relaciones pblicas, y que en razn de ello no ha conse -guido los lectores o los premios que hubiese merecido.

    La honestidad de Eloy vuelve a resultar deslumbran -te (y a ratos intolerable). Pocas veces un escritor se atre-ve a reflexionar en voz alta sobre la envidia y la frustra-cin como l en su novela. Por momentos se presentacomo el nico escritor legtimo del grupo, el nico quedecidi entregar su vida al Arte, despreocupado del re -conocimiento o del dinero (a diferencia, claro, de noso -tros), slo para vislumbrar en otros momentos su pere-za o su simple mala suerte. La mujer del novelista podraleerse, pues, como la obligada justificacin de su esta-tus literario actual: una suerte de potica de la resigna-cin, el ltimo recurso que le quedaba para alcanzar,frente a la riqueza y la fama de sus amigos (o que l per-cibe en sus amigos), esa moderada felicidad que consi-dera la nica meta racional a la que deben aspirar losseres humanos. No s si, al hacer este balance de su iti-

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    Eloy Urroz

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  • nerario, Eloy la ha conseguido, pero s s que, a fuerzade esta confrontacin con nosotros, sus pares y rivales,La mujer del novelista se alza como su mejor novela ycomo una de las mejores novelas mexicanas de los lti-mos aos.

    4. LA TIRANA DEL YO

    La mujer del novelista no podra tener un ttulo ms en -gaoso. Si bien su autor finge centrarse en las mujeresque lo rodean y no duda en adoptar su perspectiva ycederles su voz en teora para convertirlas en narra-doras de la historia, la novela es un dilatado monu-mento a su propio yo. Cierto es que Eloy busca infati-gablemente contrastar sus certezas con las de los dems,y as escuchamos los argumentos de Lourdes y Gloria,pero a la postre ambas casi siempre terminan por afian-zar el punto de vista del narrador, es decir, el suyo.

    Nada ms lejano de una novela dialgica que esta: porms que Urroz haya querido conferirle una vida propiaa sus dems personajes, no dejamos de percibirlo a l,sotto voce, debajo de todas las palabras femeninas. Sque l intentara rebatir con todas sus fuerzas este argu-mento le gusta verse como un novelista psicolgi-co, pero aado en su favor que su constante intromi-sin en el punto de vista de sus protagonistas, que enotro libro hubiese dado paso a un defecto irreparable,aqu se transforma casi en una virtud. Porque el retratoque ellas hacen de l no es, como podra suponerse, adu -

    latorio; por el contrario, Urroz no duda en examinarsecon severidad, como si para salir triunfante de su con-frontacin estuviese obligado a mostrarnos todos susdefectos.

    5. SCHRDINGER ENAMORADO

    Como detalla en su iluminador ensayo Las formas de lainteligencia amorosa, Urroz se identifica con los narra-dores flicos a la manera de su admirado D. H. Law-rence; es decir, con aquellos que no hacen planos niesquemas previos sino que, confiando en su intuiciny su experiencia, un buen da se sientan frente al papel,la mquina de escribir o la computadora y son capacesde iniciar una novela de 600 pginas. Este mecanismo,que genera una singular sensacin de inmediatez yms en un performancenarrativo como este, se advier -te desde las primeras pginas de La mujer del novelista.

    El narrador comienza por contarnos algunos deta-lles de su vida previa, la precariedad de su vida matri-monial y la prueba a la que se dispone a someter a sumujer. Parece evidente que Urroz sigue de cerca los su -cesos de su propia vida para incorporarlos a su novela.As, no tardan en surgir las pugnas con Lourdes, quienen un momento crucial del relato escudria en secretolas pginas que pergea su marido slo para descubrirque el retrato que hace de ella no es, por decir lo menos,favorecedor. Enfurecida, la mujer persigue al novelista ensu propia casa, lo zarandea y lo aporrea con un paraguas.

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    Javier N

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    Jorge Volpi

  • El episodio, que en otra novela hubiese podido re -sultar hilarante, se convierte en un brillante quiebre na -rrativo. Con malicia, el narrador nos hace creer que loshechos ocurrieron tal cual y que l se ha limitado a trans -cribirlos en su libro. Si es cierto que su mujer husmeen su libro y a continuacin lo tundi a paraguazos, surevancha es inclemente e incluso ese episodio de locuraquedar integrado en la novela. A partir de aqu, Urroz,taimado y doblemente traicionero (con su mujer y conel lector), se inventa una astuta triquiuela. En vez deseguir con esta transposicin lineal de la realidad a laficcin, que slo podra conducirlo a la catstrofe, elnovelista recula, muerto de miedo. Pero recula con unprocedimiento narrativo que le insufla nueva vida a sulibro y, lo que pareca un mero relato autobiogrfico,adquiere un carcter metaficcional o cervantino. Paracubrirse las espaldas, la novela se bifurca. De pronto, lapropia Lourdes nos confa que la novela que est leyen-do y tanto le ha ofendido trata en realidad de otramu -jer. En ella, el narrador se llama Eloy y no Eugenio, estcasado con Gloria, su novia anterior, y con ella ha pro-creado dos hijos en vez de una sola hija.

    Sin previo aviso, el mundo de Urroz se duplica, co -mo si pudisemos atestiguar dos universos paralelos ala manera de Schrdinger. La mujer del novelista noslo transforma novelsticamente su vida verdadera, sinola que pudo haber tenido con esa otra mujer. Emanadode su pnico o de su afn de venganza (contra cul desus dos mujeres?), el mecanismo aade una nuevadimensin tica y esttica a la novela. A partir de estemomento, no slo vale la pena preguntarse hasta dn -de alguien tiene derecho a exhibir a quienes lo rodean,sino hasta dnde puede elucubrar a partir de las vidasde los otros (y deformarlas en el camino).

    Pese a lo anterior, la novela no pierde realismo ni seadentra en el territorio de la fantasa; por el contrario,construye dos realidades alternas igualmente podero-sas y crebles, igualmente verdaderas. El dilema moraldel libro se acrecienta: si ya las revelaciones iban a cau-sar dao a sus seres queridos, al aventurar este escena-rio paralelo incrementa el dolor que podra causarle asu mujer. Pero, una vez ms, Urroz no se detiene: aun-que parezca haberse arrepentido de sus infidencias, es -carmentado por los paraguazos, en realidad ha dado unsalto hacia delante. Uno entiende as por qu su mujerreal, la bailarina, se haya negado a volverse a asomar altexto. Como si ella hubiera ledo a Schrdinger, al re -sistirse a mirar (a romper el estado de onda) permite quelos dos escenarios coexistan sin que ninguno se cance-le. Al menos as ella se mantiene viva.

    6. NO SE TRATA DE ESO

    Ms de dos aos despus de haber ledo el manuscritode La mujer del novelista, el propio Eloy me pidi msbien me exigi que la leyese por segunda vez. Si bienhe descubierto nuevos detalles y me ha refrescado lame moria, descubro que mi primera impresin si guesiendo vlida. Cuando conclu el manuscrito, le en -vi a Eloy un largo correo electrnico con mis co men -tarios. Llevando a su extremo la idea de que su novelaera capaz de devorarlo todo, Eloy lo reprodujo en susltimos ca ptulos, apenas ajustndolo para dar le co -herencia con los nombres ficticios. Trascribo aqu miemail original:

    Querido Eloy,

    A reserva de hablar el lunes, y como sigo impactado, en

    todos los sentidos, con tu libro, te escribo algunas refle-

    xiones ms.

    Primero, repetirte que es un GRAN libro. De verdad.

    Lo conseguiste. Aunque vale la pena aclarar: a la primera

    parte le falta una buena revisin, no est ni por mucho a

    la altura de las siguientes. Ya hablaremos de esta parte

    literaria.

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    Ignacio Padilla

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  • Pero no puedo dejar de seguir obsesionado con la parte

    en que tu novela se imbrica contigo mismo, con tu mu jer,

    con tus amigos y con la realidad que te rodea.

    Mi primera preocupacin: tu matrimonio. No s muy

    bien, an, por qu decidiste escribir este libro as. No s

    siquiera si t lo sabes, o si eres consciente de lo que escri-

    biste, y de que, si tu mujer lo lee con agudeza o mala fe,

    podra ser la gota que derrame el vaso: el camino hacia

    una nueva separacin. Eres consciente del peligro? Te

    gusta rozarlo? Quieres ver, una vez ms, hasta dnde pue -

    des llegar? O slo dejas ir tu tica novelstica sin prever

    las consecuencias? Esto dara para miles de sesiones de psi -

    coanlisis: y no hace sino reforzar mi idea de que el psicoa -

    nlisis es pura literatura, intil para la vida.

    Te voy a adelantar esa lectura. Escribiste un libro so -

    bre tu relacin con tu mujer y, a la vez, sobre ese otro mun -

    do posible con tu mujer anterior. Dirs misa sobre la fic-

    cin, pero todos los involucrados lo leern as. Imaginas

    lo que significar para ella? Ver, como Lourdes, que has

    fabulado otra vida, que la has vivido, que inevitablemen-

    te la anhelas?

    El final del libro es tan bueno justo porque decides

    no dar una respuesta al amor, y porque tampoco la das a

    la vida, o a tu matrimonio. Pero en trminos de tu mujer,

    esto me parece mucho peor que cualquiera de tus infide-

    lidades previas, o las que narras en el libro: es la infideli-

    dad suprema, escribir tu otra vida con otra mujer.

    Antes de terminar de leerla, te deca que tu mujer

    no iba a dejarte por este libro. Ahora, te confieso, no

    estoy tan seguro. T dices, tramposamente, que nadie

    calcula las consecuencias de sus actos. No es verdad.

    Decir eso es un escudo cobarde. Has escrito este libro

    y necesitas prever sus consecuencias. Y has decidido po -

    nerte en el lmite extremo de un autor: entre la fideli-

    dad a tu mundo novelstico y la fidelidad a tu mujer, a la

    que en teora no quieres dejar (ni lastimar). Es una apues -

    ta arriesgadsima.

    Y si hubieras escrito este libro para por fin despren-

    derte de ella?

    Otra trampa: el libro se llama La mujer del novelista,

    pero es como Los tres mosqueteros: no trata de los tres,

    sino del cuarto. Y este libro es nicamente sobre el nove-

    lista, no sobre su(s) mujer(es). Es la historia de un novelis -

    ta que sacrifica a sus mujeres: a la que tiene al lado y a la

    que dej aos atrs al amalgamarlas en un solo libro. Lo que

    pasa es que tu mujer anterior est en otro universo, mien -

    tras que vives con tu mujer actual.

    Ya te lo dije: tambin es tu libro ms egosta (y ya es

    decir). Y eso s lo sabes, lo dices lcidamente en alguna

    parte: los otros personajes entran y salen de escena, slo

    importas t. Tampoco es un libro sobre nuestra genera-

    cin, o sobre tus amigos: el Clash y nosotros slo impor-

    tamos en la medida en que somos tus testigos.

    Es el libro que CORRIGE la injusticia del mundo, el libro

    en el que T eres el nico que importa, y en el que por fin

    los dems nos convertimos, por fin, en accesorios. Es el

    libro en el que slo hay un triunfador: T MISMO.

    No s si te das cuenta, pero este libro es tu venganza,

    tu GRAN REVANCHA contra nosotros, tus amigos que, o so -

    mos ms exitosos que t (Pedro, Gerardo, yo) o te han

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    Javier N

    arvez

    Ricardo Chvez Castaeda

  • traicionado (Nacho). Es tu manera de darle la vuelta a

    tus disquisiciones sobre el xito, a tu aparente (falsa) re -

    signacin, a tu supuesta apata. Es una magnfica mues-

    tra de PURA SOBERBIA.

    No deja de sorprender tu violencia soterrada hacia

    todos los que te rodean, especialmente hacia tu mujer y

    nosotros. Es un libro que, en su afn por discernir cada

    sentimiento tuyo hacia tus personajes (tu familia y tus

    amigos), no duda en destazarlos, en exhibirlos. Y eso lo

    hace tan apasionante.

    Es un libro honestsimo, s, pero tambin lo contra-

    rio: un libro que usa la honestidad como arma, como ha -

    cha, como espada. Y que se regodea en ello. Todos estos

    problemas morales, me temo, hacen que sea un gran

    libro. Pero el precio que pagars, me temo, ser caro. Y

    parece que es justo lo que quieres. Que por eso lo has es -

    crito, acaso: para por fin desprenderte de la agobiante

    sombra de tus amigos y de la aun ms agobiante sombra

    de tu esposa. Slo ten cuidado, porque se podra cumplir

    lo que deseas.

    Cuando yo publiqu El jardn devastado, ese librito

    mo que no te gust pero que, temo decirte, es la semilla

    exacta del tuyo, en donde uso tus mismos procedimien-

    tos verdad-ficcin, me cost dos aos de silencio de mi

    hermano, la decepcin de mi madre y el odio indescrip-

    tible de mi novia. As fue, y con slo unos parrafitos. Ima -

    gina, entonces, lo que harn tus largas pginas...

    En fin, tampoco quiero asustarte de ms. Es el cami-

    no moral y artstico que has elegido, llevado a su extre-

    mo. Y te admiro (y temo) por ello mismo.

    Es, en resumen, un libro monstruoso: digno de mos-

    trarse, de exhibirse, y de devorarse, aunque pueda termi-

    nar devorndote a ti y a tu mundo.

    Seguimos hablando,

    Un abrazo,

    Jorge

    Si La mujer del novelista puede leerse como un ajus-te de cuentas de Urroz consigo mismo, por encima detodo es, como casi todas sus obras anteriores, una no -vela de amor. O ms bien sobre la fatuidad de hablar deamor. Slo que en esta ocasin ha ido mucho ms lejosque en Las leyes que el amor elige o Un siglo tras de m.Desterrando hasta la mnima sombra de romanticismoo de idealismo, narra el amor conyugal sin maquillajes.Conozco a pocas personas que hayan defendido contanto ahnco el matrimonio, y sin embargo la de Eloyes una defensa oblicua, cuyo eptome se encuentra enlas paradojas de La mujer del novelista.

    Desde mi perspectiva, el libro es resultado de unperformance o un experimento: al cabo de un ao enAix, Eloy tena que decidir si continuar su matrimoniou optar por el divorcio. Un ao despus de haber publi-cado su novela, l y su mujer siguen casados. Las razo-nes? Ya adelant la primera: la decisin de la bailarinade no ceder a la provocacin y tomar la nica decisinposible para no precipitar la ruptura: no leer el libro. Ydel lado de Eloy? El antdoto a sus dudas, a sus infinitasdudas, ha sido justo esta novela. Al detallar no slo losconflictos, peleas, reconciliaciones, infidelidades yabismos de su historia presente, sino de la historia quepodra haber tenido con su novia anterior, en unatrama en la que una y otra apenas se diferencian, des-cubri una razn para seguir casado y justificar, comosuele hacerlo, su eleccin

    La ambigua moraleja porque, como cualquier f -bula moral, La mujer del novelista la tiene se resumeen uno de sus ltimos captulos, cuando el narrador sedirige mentalmente a Lourdes: Cmo decirle que elamor no existe o que si existe nadie lo conoce y si al -guien lo conoce nadie lo entiende y que al final no setrata de eso? Se trata de su vida, de mi vida, de la vida demis hijos [], de la vida de cada uno y de cada quieny de qu se hace o no se hace con la vida, de las decisio-nes, de lo que se elige o se deja atrs, en el caminoNo hay ms, a eso se reduce todo.

    24 | REVISTADE LA UNIVERSIDADDE MXICO

    Pedro ngel Palou

    Ja

    vier N

    arv

    ez