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SOCIOLOGÍA Cursos Magistral y a Distancia (Cátedra: Juan Labiaguerre) Profesores/as adjuntos/as: Gustavo de Lara, Nelda Komkle y Patricia Rossini. PROGRAMA: Unidades Temáticas de los respectivos textos bibliográficos: 1) Perfil fundacional de las convenciones filosóficas y epistemológicas derivadas de la Revolución Francesa. La perspectiva saintsimoniana respecto del “industrialismo”. Clasificación general de las ciencias y ley de los tres estadios según el enfoque de Augusto Comte. La interpretación de John Stuart Mill con relación a la “física social” comteana. Continuidad, legado y ramificaciones del positivismo en diversas áreas del conocimiento humanístico contemporáneo. 2) Conceptualización sociológica y la cuestión metodológica en el marxismo. Contexto temporal y biográfico de los creadores de esta escuela. Especificación del método de análisis marxista. Planos alternativos en la comprensión de la estructura social, según niveles variados de abstracción teórica. Devenir económico y productivo de la humanidad de acuerdo a una visión macrohistórica. Elementos intrínsecos del modo de producción capitalista: el dominio de las clases sociales burguesas. Componente estructural y ámbito ideológico de la sociedad: lucha y conciencia clasistas. El desarrollo de las relaciones productivas y de la superestructura en el marco del poder político-institucional estatal y de la estratificación de las colectividades. 3) La sociología “orgánica” durkheimiana. Visión de la disciplina científica en términos de su carácter objetivo, específico y metódico. La perspectiva comunitarista. División del trabajo en la sociedad industrial: los elementos integrativos de las colectividades modernas. Conceptualización de los fenómenos sociales: el estudio de las corrientes “suicidógenas”. El estado anómico en las sociedades industrializadas. El enfoque sociopolítico e institucional corporatista. 4) El aporte teorético y metodológico de Max Weber. Conceptualización 1

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SOCIOLOGÍA – Cursos Magistral y a Distancia (Cátedra: Juan Labiaguerre) Profesores/as adjuntos/as: Gustavo de Lara, Nelda Komkle y Patricia Rossini.

PROGRAMA: Unidades Temáticas de los respectivos textos bibliográficos:

1) Perfil fundacional de las convenciones filosóficas y epistemológicas derivadas de la Revolución Francesa. La perspectiva saintsimoniana respecto del “industrialismo”. Clasificación general de las ciencias y ley de los tres estadios según el enfoque de Augusto Comte. La interpretación de John Stuart Mill con relación a la “física social” comteana. Continuidad, legado y ramificaciones del positivismo en diversas áreas del conocimiento humanístico contemporáneo.

2) Conceptualización sociológica y la cuestión metodológica en el marxismo. Contexto temporal y biográfico de los creadores de esta escuela. Especificación del método de análisis marxista. Planos alternativos en la comprensión de la estructura social, según niveles variados de abstracción teórica. Devenir económico y productivo de la humanidad de acuerdo a una visión macrohistórica. Elementos intrínsecos del modo de producción capitalista: el dominio de las clases sociales burguesas. Componente estructural y ámbito ideológico de la sociedad: lucha y conciencia clasistas. El desarrollo de las relaciones productivas y de la superestructura en el marco del poder político-institucional estatal y de la estratificación de las colectividades.

3) La sociología “orgánica” durkheimiana. Visión de la disciplina científica en términos de su carácter objetivo, específico y metódico. La perspectiva comunitarista. División del trabajo en la sociedad industrial: los elementos integrativos de las colectividades modernas. Conceptualización de los fenómenos sociales: el estudio de las corrientes “suicidógenas”. El estado anómico en las sociedades industrializadas. El enfoque sociopolítico e institucional corporatista.

4) El aporte teorético y metodológico de Max Weber. Conceptualización de la acción social a través de las herramientas de la sociología “comprensiva”. El proceso histórico de racionalización occidental. La metodología consistente en la elaboración ideal de “tipos puros”. Noción y taxonomía artificial de las acciones colectivas. Comprensión y tipología sociológicas de las diversas formas de dominación. Situaciones estamental y de clases; papel y funcionamiento de los partidos. La interpretación acerca del significado integral e histórico de las religiones.

5) Problemáticas socioeconómicas contemporáneas: trabajo, pauperización y nuevas estructuras sociales; empleo, pobreza e indigencia; conceptualización y evolución del pauperismo, de la precariedad ocupacional y de la marginación social; mercado de trabajo: desempleo y subocupación; Población Económicamente Activa: transformaciones y vulnerabilidad sociolaborales; crisis del “empleo” y consolidación de la pobreza; estrategias de supervivencia económicas. Precedentes históricos y caracteres peculiares del mundo globalizado actual: tratamientos divergentes de la problemática. Abordajes “productivistas”, cambios en las inserciones ocupacionales e incidencias de los mismos sobre la soberanía nacional de los Estados contemporáneos. Consecuencias socioeconómicas, “simbólico-culturales” y estatales de la aplicación del modelo neoliberal. Trascendencia del ámbito laboral: trabajo, pauperización y nuevas estructuras sociales; mutaciones recientes del empleo: sus efectos socioeconómicos y político-institucionales. Variaciones transnacionales y localizadas del espectro laboral.

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6) Exclusión social, marginalidad laboral, pauperización y políticas públicas: segmentación del mercado de trabajo, precariedad y desigualdades sociales. Informalidad ocupacional y modalidades renovadas de pobreza en nuestro país. Desregulación, flexibilidad, y precarización; heterogeneidad de la PEA; tercerizaciones; “subproletarización”; desempleo; actividades a tiempo parcial; temporalidad laboral y aumento relativo del sector terciario de servicios. Reconversión de los escenarios ocupacionales; neofordismo, taylorismo “salvaje”, esquema toyotista y automatización “flexible”. Desigualdad y antagonismo de clases sociales: evolución económica y pauperismo. Papel de las corporaciones transnacionales en el funcionamiento del mercado mundial: centro/periferia en el marco de la “economía-mundo” actual. Inequidades de renta e ingresos: el reparto de la riqueza en la sociedad globalizada. Interpretaciones socioculturales sobre la pauperización. El sistema estratificacional planetario: impacto de la migración internacional respecto de los procesos sociales. Legitimaciones de las desigualdades de oportunidades, divisiones intraclasistas y dinámica de las movilidades horizontal y vertical; desequilibrios de la cobertura en seguridad social. Estructuras estratificacionales periféricas: desarrollo productivo dentro del sistema económico planetario; transformaciones de las estructuras sociales en la Argentina.

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1)- LA “FÍSICA SOCIAL” POSITIVISTA (Lucchini-Siffredi-Labiaguerre)

Un siglo después de consumada la “revolución gloriosa” en Inglaterra -proceso histórico que consolidó la institucionalización política en dicho país, a través de la instauración de un sistema de gobierno monárquico-parlamentario que perdura hasta nuestros días-, estalló la Revolución Francesa de 1789. Esta significó el desmantelamiento final de las viejas estructuras jurídicas que legitimaban un ordenamiento social de índole estamental, que incluía la servidumbre, y del “antiguo régimen” en su conjunto, asentado en la monarquía absoluta, el privilegio de linaje de la aristocracia feudal y el protagonismo eclesiástico en los terrenos económico-social, institucional e intelectual.Precisamente, en el ámbito “de las ideas” fue donde la gran revolución germinó sobre un

campo previamente sembrado por el amplio movimiento cultural e ideológico expresado por el pensamiento “iluminista”, cuyo paradigma lo constituyó el enciclopedismo francés del siglo XVIII, llamado de las luces. En dicha corriente filosófica se plasmaron los avances del conocimiento científico logrados en las ciencias físico-naturales y también se intentó asimilar a ese triunfo de la razón -evidenciado en el descubrimiento de leyes corroboradas mediante la experimentación-, el abordaje teórico de la problemática humana en general 1. Autores como Voltaire, Montesquieu, Condillac y, fundamentalmente, Rousseau, elaboraron doctrinas de contenido heterogéneo pero que, sin embargo, consideradas globalmente, implicaron la adopción de un tratamiento racional -y por lo tanto crítico, cuestionador- de las estructuras políticas, sociales e ideológicas vigentes en aquella época.

La Ilustración consistió en un amplio movimiento que abarcó centralmente tres cuartas partes del siglo XVIII, aunque en ciertos países repercutió recién en el siguiente. A pesar de ser identificado como característico de Europa occidental, fue incubado en Inglaterra, aunque logró su

1 Zeitlin, Irving: Ideología y teoría sociológica; Bs. As., Amorrortu, 1993 (págs. 13 a 20)

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mayor apogeo en Francia. Básicamente, sostenía la igualdad universal de la condición humana y defendía el respeto de derechos naturales inalienables, la libertad política frente al absolutismo monárquico y la movilidad social del individuo en contra del ordenamiento estrictamente estamental típico del Antiguo Régimen. El conjunto de esta cosmovisión teórico-filosófica, estrechamente ligada a las pretensiones de una clase burguesa en ascenso, se extendió a otros sectores sociales, incentivando una actitud contestataria más o menos larvada ante el orden institucional establecido en la sociedad.

Emparentada con esta especie de revolución contracultural, la “Enciclopedia” constituyó una extensa obra publicada a lo largo de dos décadas a partir de mediados de la centuria iluminista y fue impulsada por el auge en la aplicación del criterio racionalista para obtener conocimientos “ciertos y comprobables”. El texto compendiaba el conjunto de descubrimientos científicos alcanzados en la época y -pese a los obstáculos interpuestos por el poder monárquico y a la férrea oposición eclesiástica- tuvo amplia divulgación 2.

El símbolo quizás más representativo, de dicho movimiento en la esfera política quedó reflejado en la concepción rousseauniana vertida en su obra “El contrato social”, donde el autor –fallecido una década antes del estallido revolucionario- marcó el punto máximo al que podía llegar un cuestionamiento del statu quo, u orden establecido, por parte de los sectores burgueses. Esta clase social, hegemoniza la victoria de 1789, plasmada en la Primera República proclamada en 1792 3. La crítica a un modelo civilizatorio que había suprimido ciertas condiciones favorecedoras de la condición humana en el estado de naturaleza podía llegar a poner en “tela de juicio” algunas instituciones caras a la propia burguesía, tal como por ejemplo el derecho inalienable a la propiedad privada. De hecho el jacobinismo como expresión radicalizada del pensamiento pequeñoburgués, comprometido con la idea de un cambio más profundo respecto del sustentado por el grupo dominante en la “primera república”, cristalizó posteriormente en el fugaz gobierno del Comité de Salud o [“Salvación”] Pública en 1794, que fue el intento extremo de operar transformaciones sustanciales por parte de la Revolución 4.

En marcado contraste con la relativa estabilidad y pacificación obtenida por Gran Bretaña a partir de la compatibilización de los intereses de la aristocracia del viejo régimen con los de la pujante burguesía industrial, y el gradual -aunque moroso- control del movimiento obrero inglés, Francia va a experimentar todavía un siglo más de crisis político-institucionales recurrentes y convulsiones sociales cíclicas. La república naciente de 1789 inmediatamente se vio acorralada por divisiones intestinas y presiones de distinta índole que derivaron en el citado gobierno

2 Dirigida por D´Alembert y Diderot, contó entre sus más reconocidos autores a Condillac, Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Turgot.

3 Rousseau, Jean Jacques: El contrato social; Barcelona, Tecnos, 19884 El jacobinismo representó la postura político-ideológica más radicalizada dentro de

las diversas corrientes que llevaron al cabo el proceso revolucionario; sus adherentes se reunían en el Club de los Jacobinos y contaban en sus filas figuras como las de Robespierre, Saint-Just, Danton y Marat, todos asesinados tras la caída del “Comité de Salvación”, la mayoría de ellos mediante la guillotina, utilizada anteriormente por el grupo durante su gestión para reprimir los intentos contrarrevolucionarios. Habían controlado el gobierno republicano desde la Convención hasta instaurar una “dictadura del terror” (1792-1794) que pretendía imponer un ideario fuertemente anticonservador, al que se oponían aun los sectores moderados encarnados en la gran burguesía, contemporizadora -por conveniencia económica- con algunos preceptos del “viejo orden”.

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ultrajacobino, derrocado en forma cruenta, y un proceso zigzagueante que culminó en la instalación del Directorio y en el régimen y posterior imperio napoleónico. Derrotado exteriormente y en el ámbito nacional Napoleón, sobrevino la restauración borbónica en términos de remedo de la monarquía absoluta hasta las revueltas políticos sociales de 1830 que condujeron al reinado de Luis Felipe en julio de dicho año, quien intentó implantar una versión parlamentaria del sistema monárquico, aunque negándose a ampliar las bases del derecho electoral. Posteriormente los focos revolucionarios extendidos por Europa en 1848 significaron la caída del último rey y la creación de la Segunda República, dominada por una burguesía moderada que dio pié al ascenso de Luis Bonaparte que, mediante un golpe de Estado (1851), se aferró al poder durante dos décadas.

Claude-Henri Saint-Simon contaba con cerca de 18 años de edad cuando murió Rousseau, a quien llegó a conocer personalmente, y se aproximaba a los treinta años en el momento de iniciarse la Revolución Francesa. Su teoría socialista utópica, tal como fue posteriormente tildada mediante distintas interpretaciones, constituye una corriente del pensamiento fundacional de la sociología considerada en términos de disciplina científica autónoma, junto a la filosofía "positiva" de su discípulo Augusto Comte.

Durante el periodo histórico comprendido entre los siglos XVI y XVIII la evolución científica, el impacto generado por la reforma protestante, el desarrollo de una clase social burguesa -comercial e industrial- y el creciente auge del pensamiento “racional” que desembocó en el movimiento crítico del Iluminismo, erosionaron gradualmente los pilares del “orden integrado” característico de gran parte de la Edad Media. En la visión saintsimoniana, la ciencia debía partir de una actitud constructiva y aportar a la creación de un ordenamiento renovado de la sociedad, articulado orgánicamente, teniendo en cuenta el cambio revolucionario gestado en Europa desde el inicio del “industrialismo” hasta la cristalización institucional de las transformaciones políticas operada por la Revolución Francesa.

Saint-Simon analizó la situación sociopolítica post-revolucionaria, signada por los conflictos derivados de la división moderna del trabajo y de la posibilidad de una reacción restauradora del Antiguo Régimen, luego parcial y temporariamente concretada en vastas regiones del continente europeo. Le preocupaba esencialmente la inequidad social del nuevo orden económico-productivo y, en especial, las condiciones laborales y de vida degradadas que sufrían los trabajadores. Una sociedad más justa, erigida sobre el cimiento del “sistema industrial”, procuraría cierta unidad integrativa en dirección al logro de una cohesión social avalada por los valores “positivos”, aportados a la humanidad mediante el progreso del conocimiento científico en distintas áreas de investigación.

El autor que nos ocupa consideraba como productores al conjunto formado por empresarios y obreros, incluyendo a ambos sectores dentro de la categoría indivisa de industriales. Ello es así debido a que -en una etapa aun incipiente del capitalismo industrial en su país- éste no avizoraba el enfrentamiento clasista entre burguesía y proletariado tal como, posteriormente, reconocerían (con distinto énfasis en cuanto a su trascendencia) Marx, Durkheim y Weber, entre otros. En la doctrina marxista, específicamente, dicho antagonismo “irreversible” configuraba el “motor de la historia”, que conduciría a un proceso revolucionario culminando en la toma del poder por parte del sector obrero, la progresiva eliminación de las clases -mediante la supresión de la propiedad privada de los medios de producción-, la extinción del Estado y el advenimiento de una sociedad comunista.

Saint-Simon, proponía una coalición de los sectores de la producción, al margen de su condición patronal o proletaria. Para la consecución de tal alianza estratégica, el conocimiento

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auténticamente científico -sustentado en una filosofía de índole “positiva”- debía necesariamente reemplazar la actitud meramente cuestionadora, respecto de la totalidad de valores tradicionales, desarrollada por la escuela iluminista. Dentro de su concepción, el término “industrialismo” reflejaba los objetivos legítimos trazados por la sociedad y la naturaleza auténtica del camino hacia el progreso de la humanidad. Este autor sostenía la existencia de tres momentos atravesados por la evolución intelectual humana: a la primitiva etapa teológica le seguiría -en orden relativamente cronológico- la era metafísica como transición hacia el “estado científico” como punto final de llegada; en este punto la sociología adoptaría un criterio metodológico asimilado de las ciencias naturales.

La citada trilogía, inspiró a Comte en su elaboración teórica de la “ley de los tres estados”, a la que dotó de mayor alcance al hacer girar en torno a ella el tratamiento evolutivo sistemático del progreso humano en su conjunto, encaminado a la meta del estado positivo ideal. En la tercera y última etapa de la historia del conocimiento, identificada por su carácter científico, según Saint-Simon, la nueva disciplina conocida como “higiene social” dotaría de un criterio analítico riguroso al estudio del comportamiento de los hombres en su interacción colectiva. Esto sería así al asignársele a tal disciplina un status equiparable al de las ciencias “exactas”, en la medida en que el método aplicado para el abordaje de la problemática de la sociedad abandonaría definitivamente el tutelaje tradicional ejercido por el pensamiento teológico. La ciencia desplazaría a la religión en el rol de orientador intelectual y a la vez cohesionador social; asimismo la nueva ciencia se apartaría de las especulaciones metafísicas que, de acuerdo a su enfoque, habían desempeñado una función principalmente “destructiva”.

El orden propio del sistema industrial se alcanzaría una vez que los científicos, integrados a la clase productiva, se constituyeran en una elite gobernante que condujera hacia un desarrollo equilibrado de la sociedad moderna. A través de la alianza de los sectores intelectuales e industriales se formaría un bloque sólido de poder, soporte de una situación permanente de estabilidad social; ésta requería cierta mejora de las condiciones laborales de los trabajadores tanto urbanos como rurales, cuya realización demandaba una planificación centralizada de la actividad económica global. Dicha elite debía presentar rasgos autoritarios, debido a que la concreción del disciplinamiento -en una sociedad sacudida por continuos sobresaltos sociopolíticos e institucionales- exigía un gobierno “fuerte” que sustituyera, aunque a través de un tipo cualitativamente diferente de legitimidad, la histórica y prolongada coalición dominante formada por la Iglesia y la nobleza terrateniente durante varios siglos.

El contenido de las obras más importantes de Saint-Simon -El nuevo cristianismo, Catecismo político de los industriales, Cartas de un habitante de Ginebra y Sistema industrial- fue anticipante, en varios aspectos teóricos y metodológicos, de las concepciones sociológicas elaboradas por Comte, quien lo sobrevivió más de treinta años, y Durkheim. El objetivo final al que apuntaba la visión saintsimoniana residía en el logro de una sociedad armónicamente organizada, de acuerdo a la división industrial del trabajo; es decir cierta integración de los individuos fundada sobre valores laicos y seculares, expresados mediante principios de orden científico asimilables al modelo de las disciplinas naturales, los cuales legitimarían un proceso de “colaboración” interclasista.

La obra de Augusto Comte marca, de una manera aun más definida que en su maestro, el límite que separa al siglo XIX, considerado organizador y positivo, respecto del anterior, evaluado como “revolucionario y negativo”. En el periodo 1820/1850, cuando se desarrolla el núcleo del pensamiento comteano, resultaba prioritaria -desde la perspectiva de los intereses capitalistas- una administración social ordenada, dentro de un contexto económico signado por la evolución

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constante del proceso de industrialización 5.La “ley de los tres estados” expresa una teoría evolutiva del saber humano, proyectada al

ámbito del comportamiento colectivo, que identifica a la etapa primitiva, llamada teológica, con la existencia de un ordenamiento estable de la estructura jerárquica de la sociedad. Este estadio implica la aceptación pasiva de las desigualdades políticas y sociales, impuestas por las creencias tradicionales, en gran parte subordinadas al dogma eclesiástico; se trataría, entonces, de la situación de orden retrógrado característica del “antiguo régimen”. El pensamiento del hombre apunta hacia la naturaleza íntima o causa última de las cosas, pretendiendo aprehender su esencia en forma absoluta, mediante la representación de cualquier evento como si fuera producto de la “acción directa y continua de agentes sobrenaturales” 6. El modo de filosofar teológico, o ficticio, conlleva un tipo de explicación personal y volitiva de los hechos que interpreta los acontecimientos del universo en tanto determinados por actos de voluntad singulares de seres, reales o imaginarios, dotados de vida e inteligencia y “no por leyes invariables de secuencia” 7.

El estadio metafísico comprende el largo periodo histórico en el que gradualmente fue cuestionado el viejo orden “monárquico-religioso” y, a la vez, se generó el clima intelectual propicio para el advenimiento de la revolución liberal; dicha etapa remite a un racionalismo progresivo que pone en tela de juicio el conjunto de valores arraigados en tradicionalmente; la cristalización política de esta forma de pensar derivaría en la desestabilización y la indisciplina sociales o progreso anárquico.

En esta instancia los actores “divinos” son reemplazados por abstracciones personificadas, fuerzas o identidades “inherentes a los diversos seres del mundo y concebidas como capaces de engendrar por sí mismas todos los fenómenos observados"; el tipo de conocimiento al que se apunta resulta ontológico, debido a que aborda las cualidades trascendentales del ser en general. En la fase del pensamiento metafísico o abstracto los hechos ya no son explicados a través de la gestión de un “dios” que crea y dirige a los diversos agentes de la naturaleza; el factor divino es sustituido por una especie de fuerza oculta, considerándola a ésta como si realmente existiese. Esta cualidad animaría en cierta forma a los cuerpos concretos en que se aloja reside, pero se diferencia al mismo tiempo de los mismos; en otras palabras, los fenómenos se explican mediante supuestas tendencias y predisposiciones abstraídas de la naturaleza 8.

5 Marí, Enrique: El positivismo; en Marí, E., “Papeles de Filosofía”, Bs. As., Biblos, 1993 (págs. 174 a 181). Se adoptó de este filósofo argentino contemporáneo su visión general de la obra comteana así como su enfoque respecto de la articulación entre “la ley de los tres estados” y la clasificación jerárquica de las ciencias.

6 Comte, Augusto: Discurso sobre el espíritu positivo; Madrid, Aguilar, 1962. Corresponde señalar que el estado positivo atravesó tres subetapas, “fetichista, politeísta y monoteísta”, las que refieren respectivamente a la atribución de poderes sobrenaturales a cosas u objetos, el reconocimiento de la coexistencia de varias “divinidades” o la aceptación de un único dios, tal como se expresa en las religiones judía, cristiana y musulmana.

7 Mill, John Stuart: Comte y el positivismo; Bs. As., Aguilar, 1972 (págs. 37 a 43)6

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Finalmente, el pensamiento positivo es denominado fenoménico desde el punto de vista de la materia objetiva de estudio, compuesta por hechos y leyes causales, o experiencial, de acuerdo a el procedimiento metodológico empírico utilizado por el investigador. Aquél abarca toda forma de conocer practicada por cualquier persona que haya aportado algún elemento concreto a la ciencia, entendida en sentido amplio, aun durante épocas remotas; el cumplimiento del lema “saber para prever” representaría la verdadera función de previsión racional constitutiva del saber científico. Este “espíritu” combina -en la sociedad moderna- los elementos integradores comunitarios, propios de la era antigua, con la aplicación técnica racional de los conocimientos positivos a la evolución económica e industrial, aportados como resultado concreto del estadio metafísico intermedio; la etapa positiva es simbolizada entonces bajo la consigna conjunta de orden y progreso.

Considerada en términos de reacción que asimila, superándolas, las dos formas anteriores de pensamiento -y de actitud-, la reafirmación del espíritu positivo significa el abandono de la búsqueda de nociones absolutas; es decir se renuncia a indagar acerca del origen y destino del universo, a conocer el “primer motor” del mismo. El último y definitivo estadio de la evolución humana conlleva un pensamiento limitado a descubrir, mediante “el uso combinado de razonamiento y observación, las leyes efectivas del desenvolvimiento, las relaciones invariables de sucesión e imitación”; de aquí en más la explicación de todos lo hechos queda reducida a sus términos reales, siendo sólo “el enlace establecido entre los diversos fenómenos particulares y algunos hechos generales”.

A diferencia del marxismo, que plantea la pretensión de conocer la realidad, expresada también mediante leyes independientes de la voluntad humana, aunque en este caso para intentar transformarla, el positivismo se limita a la mera observación de aquello que “viene dado”, en la medida en que considera que prevemos un evento en virtud de hechos que constituyen signos del mismo, siempre y cuando la práctica experimental haya demostrado que representan sus antecedentes naturales.

Comte señala la superioridad del pensamiento “positivo” representado por el conjunto de sus antecesores, frente a la metafísica defendida por la escuela escolástica 9; de allí que la reformulada “ley de los tres estados”, junto a una clasificación jerárquica de las disciplinas científicas, apunten a la creación de una sociología emparentada metodológicamente con las ciencias físicas. La concepción positivista se presenta como alternativa controlada y moderada

8 Mill, J.S., ibídem; este autor considera que dichas tendencias “abstractas”, aun consideradas impersonales, son representadas en términos de actuantes de un modo relativamente semejante al accionar de los seres conscientes, utilizando como ejemplo -en el campo de la medicina- la fuerza curativa de la naturaleza que suministra la explicación de los procesos reparadores que los fisiólogos modernos refieren en cada caso a sus particulares agentes y leyes.

9 El “escolasticismo” fue una corriente filosófica, predominante durante el medioevo, inspirada en el pensamiento aristotélico que intenta compatibilizar la fe teológica con el racionalismo metafísico; su variante más reconocida la conforma el tomismo, doctrina surgida de la obra de Tomás de Aquino, aunque existieron otras escuelas alternativas como aquella conducida por el padre jesuita Francisco Suárez. En las antípodas, ya en la era “moderna”; Francis Bacon en el siglo XVII, a través de sus obras Novum Organum y El avance del conocimiento , expresa representa la vertiente de la filosofía quizás más representativa de los postulados empíricos del pensamiento positivo;

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respecto de la filosofía típica del iluminismo; implica en cierto modo su continuación -aunque depurándola de sus facetas abstractas y especulativas- y reconceptualiza sus componentes “crítico-negativos” en dirección a un ordenamiento positivo.

Stuart Mill, discípulo y exégeta de Comte, sostuvo que “la verdadera doctrina [positiva] ni siquiera fue vista en toda su claridad por Bacon, a pesar de ser el resultado al que tienden sus especulaciones; menos aun por Descartes; fue aprehendida sin embargo, con considerable corrección, por Newton” 10. Aquí se aprecia el reconocimiento, en cuanto precedente más “fiel” del auténtico pensamiento positivo, del científico que enunció la ley de gravitación universal; es decir que un notable descubrimiento del campo de la física, apoyado en la contribución previa de la astronomía matemática, es tomado como modelo de la nueva forma que debían adquirir todas las ciencias, incluidas las del comportamiento humano.

Los aportes surgidos del estudio de los fenómenos naturales desplazan, por lo tanto, a las especulaciones de la disciplina “humanística” filosófica; en principio, el método cartesiano es considerado uno de los pilares del renovado espíritu positivo, aunque resulta menospreciado debido a su carácter racional abstracto, sin asidero en la experimentación 11. Por lo tanto, las ciencias físicas -y no las “humanas”- constituyen el soporte natural de la sociología en el estadio avanzado del devenir científico, porque el hombre sólo conoce relativamente fenómenos; sería imposible el acceso a la comprensión esencial del “modo real de producción” de los hechos, sino exclusivamente “sus relaciones con otros factores en la forma de sucesión o semejanza”; dichas relaciones se expresan mediante leyes invariables, en la medida en que se den las mismas circunstancias.

El positivismo comteano concibe una marcha progresiva del espíritu humano que evoluciona “en bloque”, abarcando las esferas intelectual, política y social, en respuesta a una necesidad invariable, teniendo en cuenta que “cada rama de nuestros conocimientos pasa sucesivamente por tres estadios, el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el científico o positivo”, los que remiten a respectivos modos de pensar reflejados -a la vez- en distintos métodos de obtención de conocimientos. Dicha filosofía representaba la única solución intelectual aplicable a la crisis social desatada en Europa, principalmente en Francia, desde el desencadenamiento de la gran revolución; este diagnóstico obedecía a su creencia en que el pensamiento teológico había sufrido un desgaste gradual “durante los últimos cinco siglos”, debido a la actitud crítica de la metafísica, que llevó a su lenta disolución, junto a la progresiva descomposición del sistema político correspondiente.

El doble movimiento negativo, intelectual e institucional, había corrido por cuenta de las universidades, vueltas en contra de la Iglesia que las había creado, y luego fue potenciado por los legisladores de la Primera República, hostiles al poder feudal; en dicho contexto, la Revolución Francesa se inició cuando esa decadencia -común a ambos aspectos citados- alcanzó un límite que tornó inevitable la desintegración del antiguo régimen y la “creciente necesidad de un orden nuevo” 12. Sin embargo, no se había podido concretar una auténtica transformación de la conducta

10 Mill, J.S., ob. cit. 11 Descartes, René: El discurso del método; de acuerdo a la concepción cartesiana

“ninguna proposición que esté basada en la experiencia (basada en la información transmitida por los sentidos) puede superar la prueba de la duda metódica. No podemos saber que son ciertas. Es lógicamente posible dudar de ellas” [Hartnack, Justus, “Breve historia de la filosofía”; Madrid, Cátedra/Teorema, 1994, pág. 97]

12 Comte, A., ob. cit. págs. 101 a 1148

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social debido a la carencia de una filosofía propia que la sustentara intelectualmente; cuando era necesario “el abandono de las doctrinas puramente negativas”, que habían orientado y dirigido el cambio institucional, se otorgó a la escuela metafísica la dirección del movimiento reorganizador, sobre todo en la primavera revolucionaria del periodo 1789-1794, a pesar de su “absoluta impotencia orgánica”; entonces, la falta de una sólida teoría alternativa impidió satisfacer, según Comte, la necesidad prevaleciente de orden.

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El vacío filosófico post-revolucionario habría permitido el retorno al poder de la monarquía borbónica en 1815, aunque ahora bajo un perfil constitucional que enmascaraba el regreso del absolutismo, luego del fracaso napoleónico; esta forma de gobierno, en la visión comteana, equivale a “una especie de restauración pasajera de aquel mismo sistema, mental y social, cuya irreparable decadencia había originado la crisis” y la equiparó a una reacción retrógrada. La citada restauración del viejo régimen político provocó la respuesta “inevitable e indispensable” encarnada en la revolución de 1830; la misma instaló la monarquía parlamentaria de Luis Felipe de Orleans, cuya inoperancia derivó en las revueltas sociales de 1848.

Dichos movimientos revolucionarios, extendidos en gran parte de Europa, culminaron con la proclamación de la Segunda República francesa; la marcha contradictoria del proceso socioinstitucional en este tramo de la historia francesa significaba, para Comte, que “el progreso constituye, tanto como el orden, una de las dos condiciones fundamentales de la civilización moderna”. No obstante, ambos elementos cruciales no podían materializarse, simultáneamente y mediante realizaciones concretas, sin “una filosofía realmente adaptada al conjunto de nuestras necesidades”.

Las ideas referidas al orden provenían aun de los adherentes al antiguo régimen, rechazado por la sociedad decimonónica y, por otro lado, los intentos contestatarios de “acelerar directamente el progreso político” resultaban obstaculizados por el temor a la vuelta de la anarquía jacobina, vigente mientras “las ideas de progreso sigan siendo sobre todo negativas”.

De esta manera proseguía la contienda entre el espíritu teológico, incompatible con el progreso al negarlo dogmáticamente, y el pensamiento metafísico, movilizado en clave filosófica por el principio de la duda universal sistemática, instalada entre los intelectuales -herederos de la Ilustración- a partir de la continuidad del racionalismo cartesiano; dicho espíritu “crítico-negativo” en la práctica habría degenerado en caos político y social o a “un estado equivalente de desgobierno”. Ambas concepciones sucesivamente predominantes demostraron históricamente su incapacidad para gobernar adecuadamente en el marco de la sociedad moderna, motivo por el cual cayeron en un descrédito generalizado entre la población, cuyo sentido común se orientaba por un criterio espontáneamente “positivo”.

La situación intelectual de la época, carente de una filosofía única que compatibilizara la satisfacción de las demandas dirigidas tanto al progreso tanto como al orden, determinaba que las dos corrientes históricas antagónicas -pese a todo lo expuesto- resultaran todavía necesarias, aunque se anularan mutuamente, debido al “hueco mental” dejado vacío por el espíritu positivista. Dentro de este ámbito estacionario “las inquietudes opuestas relativas a estos dominios contrarios deberán naturalmente persistir”, conviviendo simultáneamente en forma conflictiva; la oposición perduraría mientras la corriente filosófica positiva no tuviera peso político real. Dicho vaciamiento intelectual respondía a la “irracional escisión entre las dos fases inseparables del gran problema social”, por lo que resultaba imperioso unir el progreso científico, técnico y económico a la vigencia de cierto disciplinamiento entre los miembros de la sociedad.

Las dos escuelas perimidas, y neutralizadas por un accionar mutuamente excluyente, cayeron en “aberraciones inversas de su antagonista” porque la corriente teológica, sostén tradicional del orden consintió, y luego incentivó, acciones subversivas contra las instituciones políticas; este hecho se manifestó en la restauración retrógrada mencionada, que avasalló el sistema de gobierno vigente tras el retiro de Napoleón. El polo opuesto, contrariando su tendencia progresista, había perdido “toda la fuerza lógica” exigida por su inicial impulso revolucionario, debido a que su inconstancia lo llevó a aceptar el “mismo sistema cuyas verdaderas condiciones de existencia ataca continuamente”.

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La clasificación de las ciencias, según a un ordenamiento jerárquico, se funda en la interpretación evolucionista del intelecto humano, reflejada asimismo en diversas formas humanas de organización social y política; de acuerdo a aquélla, existe cierto orden de sucesión mediante el cual ingresarían las distintas disciplinas científicas primero en el estadio metafísico y luego en el positivo. El progreso de los métodos del conocimiento remite a una sucesión cronológica que parte del desarrollo gradual, sobre la base abstracta aportada por las matemáticas, de la astronomía y de las ciencias físico-químicas; el conjunto de leyes comprobadas por estas últimas permite a la fisiología descubrir “certezas invariables” que sustentan la aparición de la física social.

Esta última disciplina, denominada también “sociología”, señala la culminación del abordaje total de la problemática científica que puede abarcar el conocimiento humano; su construcción sólo es posible partiendo de los resultados empíricos obtenidos por las disciplinas previas y el conocimiento sociológico aplicaría el mismo criterio metodológico que ellas. Se trata de una escala de subordinación siguiendo un orden sucesivo de dependencia lógica; el avance anterior de las ciencias “exactas” había demostrado que el progreso de la investigación experimental condujo al descubrimiento de un “creciente número de leyes invariables de fenómenos”. La corriente positivista comteana tiene como presupuesto del reconocimiento universal de que todos los eventos indistintamente, aun los referidos a la sociedad humana, son gobernados por dicho tipo de leyes.

El conocimiento “científico” de las cuestiones sociales no debía interferirse mediante la creencia en el supuesto accionar de voluntades divinas o abstractas porque “la regla de formación de los fenómenos sociales es la misma que la de los físicos” y la sociología, configurada en dichos términos, tenía la función de reemplazar el rol integrador que había ejercido la religión durante siglos. Se promueve el reemplazo del estudio de las causas mediatas por el análisis comparativo de leyes, debido a que todos los eventos o hechos están “sujetos a leyes naturales invariables”; en la clasificación de las ciencias los fenómenos resultan categorizados de acuerdo a pautas de índole natural: cada nivel de desarrollo científico creciente -expresado a través de una disciplina particular- se dispone de tal manera que “el estudio racional de cada categoría está fundado en el conocimiento de las leyes principales de la categoría precedente y se convierte, a su turno, en el fundamento del examen de la siguiente” (Marí).

El progreso del auténtico saber se orienta desde los hechos más generales o simples hacia los más singulares o complejos, que son los acontecimientos sociales y políticos, el estudio de los cuales depende de todos los otros; en este sentido, “la ciencia política debe contemplarse como una física particular fundada en la observación directa de los fenómenos relativos al desarrollo colectivo de la especie humana”. La sociología, equiparada a una física social es tan positiva “como cualquier otra ciencia de la observación”.

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Resulta evidente el carácter conservador implícito en la “ley de los tres estados” y en la escala científica, ordenada genealógicamente, teniendo en cuenta que el análisis sociológico remite a la supuesta existencia de hombres y grupos organizados según un molde extrapolado de la física mecánica. De manera que la estructura social “hereda un tipo estable donde el equilibrio sólo se pierde para ser recuperado en un movimiento idéntico al de la ley natural, cuya noción filosófica consiste en localizar la constancia de la variedad”, según Marí. La invariabilidad, entonces, configura el componente dogmático, por ende “intocable”, que caracteriza al conocimiento positivo de la sociedad; esta predisposición alimenta una actitud pasiva –meramente “observadora”- frente a una realidad dada.

La ruptura de las estructuras comunitarias tradicionales había propiciado “nuevas formas de vida asociativa en Europa occidental”, acompañantes del industrialismo y la democracia, que de acuerdo a Comte condujeron a una división conflictiva y anárquica de los miembros de la sociedad; para este autor “la restauración de la comunidad es una cuestión de urgencia moral; los derechos individuales, la libertad y la igualdad eran según él meros dogmas metafísicos, sin solidez suficiente para sostener un orden social genuino” 13.

El estudio de los problemas sociales a partir de los cánones metodológicos de las ciencias físico-naturales deriva en que materias esencialmente diferenciadas configuran, mezcladas, un todo indivisible donde “la práctica social referida al cambio y a la transformación estructural no tiene otro espacio que el condicionado por una regulación inexorable”. La base de dicha regulación consiste -siguiendo a Marí- en la “necesidad físico-social que somete a la voluntad a una regla inmutable, estática social que aplica la noción de progreso a la consolidación del orden”. Esta perspectiva teórico-metodológica determina que “la idea de revolución, de conflicto y de antagonismo social se absorbe en la de armonía, en la de una sociedad coherente que señala al mejoramiento de las condiciones sociales los márgenes de adecuación a la disciplina industrial”.

Las reglas del procedimiento científico enunciadas por el positivismo clásico recomiendan la “sujeción de los fenómenos sociales a leyes, renuncia a explicaciones teológicas o metafísicas limitación del objeto de conocimiento a lo dado en la experiencia, principio de la universalidad y de la unidad de la ciencia”. Ante la necesidad de aclarar el significado del término positivo, Comte lo subsume a lo “real, útil, cierto, preciso, verificable y opuesto a lo negativo”; los caracteres opuestos serían –respectivamente- lo “quimérico, ocioso, indeciso, vago, no comprobable y destructivo”. El espíritu positivo se equipara a las actitudes constructivas y organizadoras y dicho atributo lo consigue sustituyendo el conocimiento certero de “lo absoluto por lo empíricamente relativo”.

13 Nisbet, Robert: La formación del pensamiento sociológico [Tomo I]; Bs.As., Amorrortu, 1996 (Págs. 82 a 88). Parte del párrafo reseñado por el autor pertenece al texto comteano “Sistema de política positiva” y coincide con la afirmación previa de Burke acerca de la falsedad política y moral de los derechos naturales ensalzados durante la etapa inicial de la Revolución Francesa,

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Las obras más reconocidas de Comte, Sistema de política positiva y Curso de filosofía positiva, revelan una concepción que sobreestima los “beneficios y ventajas” del orden industrial por encima de las reformas sociales propuestas por Saint Simon; éste pretendía atenuar las condiciones más explotadoras del nuevo régimen productivo, reflejando su teoría un nexo entre el pensamiento revolucionario de raíz rousseauniana, al conservar ciertas aristas “románticas”, y la realidad más cruda plasmada en el industrialismo capitalista. En cambio, el contexto histórico que enmarcó el ideario comteano estuvo determinado por las estrategias de la burguesía para mantener una estructura social férreamente “dividida por el trabajo”, en resguardo de sus intereses económicos y privilegios de clase.

La doctrina de este autor trascendió al configurado un encuadre ideológico de los sectores más conservadores en el ámbito europeo, si se tiene en cuenta que “la filosofía de Comte no católica, supuestamente republicana y orientada hacia el progreso, logró atraer durante todo el siglo XIX a los tradicionalistas y reaccionarios [de su país] anteriores a la Acción Francesa” 14. Sin embargo, su admiración por el ordenamiento estamental pre-revolucionario es relativa, porque “no alcanza el repudio categórico del modernismo, ni una concepción pesimista del futuro” sostenidos por la escuela retrógrada; además, respetaba el pensamiento iluminista en la circunstancia puntual de “haber enterrado de una vez y para siempre los preceptos caducos del sistema teológico feudal”, por repugnantes que hubieren resultado los principios disolventes de los filósofos de la Ilustración.

En la perspectiva de la sociedad positivista del futuro, esbozada por el creador de la física social, Nisbet visualiza “un orden que presenta una notable y minuciosa analogía, no con el medio democrático-industrial que lo rodea sino, por el contrario, con el sistema cristiano feudal que lo precedió”: dicha sociedad no sería más que medievalismo sin cristianismo. Es decir que, una vez reemplazados la monarquía por la república, la aristocracia terrateniente por la burguesía industrial y la religión por el dogma científico, el enfoque comteano “tiene mucho más en común con las categorías espirituales y sociales” del medioevo que con cualquier otra manifestación moderna, “posterior a la reforma protestante, a la que Comte condena junto con el individualismo, el derecho natural y la secularización”.

No obstante, al margen de las teorías desarrolladas al final de su vida, invadidas por una revalorización religiosa disfrazada de cientificismo, resulta más apropiado ubicar la obra de este autor en términos de su significación funcional respecto de la gradual consolidación del orden capitalista y de su incidencia sobre la construcción científica de otras disciplinas. En este aspecto, influyó indirectamente en la evolución de la jurisprudencia “positiva”, dejando sus huellas en el amplio campo de estudios comprendido desde la filosofía utilitarista de Bentham hasta la teoría “pura” del derecho de Kelsen. En el ámbito específicamente sociológico su legado teórico se reflejó en las obras de Tarde, Durkheim, Simmel y Spencer, con diferentes grados de peso y reconocimiento del mismo 15.

14 Nisbet, R.: ibídem. La Acción Francesa, como se verá en el capítulo VI, representaba a un grupo ultranacionalista y xenófobo.

15 Marí, E., ob. cit., págs. 182 y 18313

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La herencia de los postulados básicos implícitos en las ciencias sociales positivistas sustentó teorías legitimadoras del dominio burgués en algunos países europeos y, asimismo, sirvió para construir el edificio político-institucional de ciertos gobiernos latinoamericanos, independizados de las potencias coloniales durante el siglo XIX; el símbolo de tal conexión quedó expresado en el lema “Orden y Progreso” inscripto en la bandera brasileña. Además, los principios del positivismo se encuentran de alguna manera presentes en intelectuales argentinos, socialistas o progresistas para la opinión de la época, como por ejemplo José Ingenieros, Alfredo Palacios, Carlos Bunge y Francisco Ramos Mejía, entre otros.

La corriente del positivismo lógico, vigente en la actualidad en cuanto expresión de una escuela internacional adherente a la rigurosidad imprescriptible del método científico, remite a ciertos rasgos puntuales de la filosofía positiva decimonónica, más allá de una falta de reconocimiento explícito al respecto. Por otro lado, la aparente superficialidad obsoleta de la concepción comteana se proyecta, a siglo y medio de su elaboración -aunque muchas veces en forma subliminal-, en el sentido común de gran parte de la sociedad actual; desde el momento en que la amplia mayoría de los individuos reconoce -por lo menos explícitamente- las virtudes del progreso "propio y de la sociedad en su conjunto”, siempre y cuando el mismo se realice dentro de un marco ordenado que garantice el mantenimiento del statu quo, es decir que no peligren la posición social ocupada ni los ingresos y propiedades obtenidas gracias a la vigencia del sistema capitalista, se está pensando y actuando “positivamente”.

El liberalismo europeo clásico, principalmente desde el extremo de su versión republicana ortodoxa, apuntó el derrumbe definitivo de las trabas interpuestas por los resabios corporativos, feudales, religiosos y comunitarios, sobrevivientes del viejo orden medieval. La desintegración de dicha vetusta estructura social, económica y político-institucional constituía una condición sine-qua-non para el desenvolvimiento -libre de obstáculos- de la clase social que acumulaba riquezas, sobre la base de la explotación del trabajo de la mayoría de la población; en ese sentido el catecismo liberal predicaba el advenimiento de una sociedad articulada mediante una “mano invisible”, representada por el libre juego de la oferta y demanda establecido en el mercado.

En contraste con la cosmovisión puramente racionalista, el positivismo sociológico recompuso los términos del individualismo liberal, emergiendo cuando los “viejos fantasmas del pasado feudal” decrecían, reapareciendo sólo a través de expresiones gradualmente aisladas y en forma atenuada; luego de medio siglo de haberse proclamado el fin al antiguo régimen, el riesgo de desestabilización social residía ahora en los antagonismos de clase incubados por el mismo proceso que determinó el crecimiento del poder económico y político de la burguesía.

El esquema de acumulación capitalista “industrial” demandaba un nuevo ropaje cientificista a medida, en reemplazo de la vestimenta liberal usada en su etapa inicial, gestora de un nuevo modelo de dominación del hombre por el hombre, sustituto de aquel otro anclado en los privilegios estamentales y en el sometimiento servil. La “física social” calzó justo respecto de aquel requerimiento, más aun debido al desarrollo de movimientos políticos revolucionarios inspirados en ideologías crecientemente anticapitalistas o, en versión moderada, de sectores que reivindicaban el cumplimiento de los principios republicanos de raigambre rousseauniana, no llevados a la práctica y por entonces enviados al archivo de los recuerdos. El siglo comprendido entre la publicación de “El contrato social” y la de “Los miserables”, de Víctor Hugo, había demostrado fácticamente los resultados de la aplicación del modelo racional de sociedad, en las antípodas de las pretensiones románticas.

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2) EL MATERIALISMO HISTÓRICO (Weisz)

Aspectos biográficos y contexto históricoCarlos Marx nació en Tréveris el 5 de mayo de 1818. Esta ciudad pertenecía a la provincia

alemana de Renania, de gran desarrollo industrial. Su padre era un abogado judío –no practicante– convertido al cristianismo para evitar restricciones debidas a su religión 16. Federico Engels, con quien Marx compartiría su vida intelectual y política, nacería dos años más tarde en Bremen, en la misma provincia, hijo de una importante familia tradicional alemana, con fábricas textiles en Alemania y en Manchester, Inglaterra. Su país de origen, Alemania, que se constituiría como nación unificada recién cinco décadas después, no era ajena a los dos grandes acontecimientos que transformaban radicalmente el escenario económico, político y social europeo: la revolución francesa y la revolución industrial. La primera, en 1789 bajo las consignas de Libertad, Igualdad, Fraternidad acababa con el dominio político de la nobleza y el clero –a través de la monarquía–, para iniciar el dominio de la burguesía en Francia y, consecuentemente, impulsar las revoluciones burguesas que a lo largo de más de un siglo atravesarían a Europa.

La revolución industrial, que podemos situar entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, significó la utilización de innovaciones permanentes que modificaron completamente las bases técnicas de la producción y las formas de organización del trabajo. Los nuevos tipos de telares y la máquina de vapor, junto con otras innovaciones, dieron lugar a la organización de las grandes industrias superando los talleres y formas artesanales de producción. En este proceso se da lugar a la extensión masiva de la relación asalariada con el surgimiento de un nuevo actor social, el proletariado moderno, cuyo trabajo se realiza en locales –fábricas– en los que se concentran centenares de trabajadores en condiciones semejantes 17.

Marx termina sus estudios universitarios en jurisprudencia, pero en sus últimos años de

16 Recién a lo largo del siglo XIX los judíos obtienen la plena igualdad de derechos en Europa occidental, dejando por lo tanto de ser una minoría tolerada pero con derechos limitados.

17 Es necesario recalcar que el proceso de industrialización se produce tardíamente en los territorios que corresponderán a la futura Alemania, así como el de las transformaciones políticas que, impulsadas por la Revolución Francesa, influyeron a parte del continente europeo. La debilidad de una clase social afín a las reformas políticas, la burguesía, frente a la clase terrateniente, los Junkers, asociada a la concepción autoritaria del Estado, retrasan en décadas la modernización alemana y la propia conformación de ésta en una Nación. Recién en 1834 se formará la Unión Aduanera alemana bajo la presidencia del más fuerte de los estados alemanes, Prusia, permitiéndose bajo ésta la circulación de mercancías entre los estados alemanes y siendo por lo tanto un aliciente para el incipiente proceso de desarrollo económico. En 1862, el rey prusiano Guillermo I nombra como Primer Ministro a Otto von Bismarck. Bajo su gobierno, Prusia conquistará militarmente importantes territorios a la vez que desarrollará fuertemente la industria. La unificación de Alemania bajo hegemonía prusiana será su principal objetivo, el que logrará en 1871 luego del triunfo militar sobre Francia, proclamándose el II Reich con Guillermo I como Emperador de Alemania. En este desarrollo industrial, sobre todo después de la unificación, surgirá en Alemania una industria poderosa que dará lugar, también, a una clase obrera fuertemente organizada.

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estudio en Berlín dedica mayor atención a estudios filosóficos. Se vincula a los llamados jóvenes hegelianos, quienes se abocaban a profundizar en la obra del filósofo alemán Hegel (1770-1831), sacando de ésta las conclusiones más radicales para la crítica política y social al régimen dominante. A su vuelta a Bonn, donde había iniciado sus estudios, Marx se sumará a la redacción de la “Gaceta Renana”, de la que participaban varios escritores radicales y en la que conocería a Engels. La censura lo llevará a renunciar a esta publicación, mudándose a Francia donde las posibilidades de expresión eran mucho mayores. Allí trabajará en la publicación de los Anales francoalemanes.

En 1844, escribirá los que se conocen como Manuscritos económico-filosóficos, en los que ya se plantea la importancia del proletariado en la transformación social, producto de sus condiciones materiales de existencia en la sociedad moderna. En los años siguientes, Marx profundizará su comprensión del funcionamiento de la sociedad capitalista y de la explotación del proletariado por parte de la burguesía, combinando sus estudios con la actividad política en diferentes círculos 18.

En 1847 se funda la Liga Comunista, con grupos de trabajadores e intelectuales de París, Bruselas, Londres y Alemania. En el marco de una crisis económica, con crecientes disturbios sociales en la mayoría de los países europeos, esta organización le encargará a Marx y a Engels que escriban un programa para difundir las conclusiones de sus estudios, naciendo así el Manifiesto Comunista. Si bien estos estudios estaban aún en sus comienzos, los lineamientos nodales de la concepción marxista pueden ya encontrarse en esta obra, cuya cantidad de traducciones y ediciones desde su primera publicación –febrero de 1848– la convierten en una de las de mayor circulación de la historia.

En esta obra se destaca el proceso por el cual la burguesía se formó en el seno del antiguo sistema feudal, cuál fue su papel revolucionario en la lucha contra ese sistema y el grado sorprendente en que la burguesía puede desarrollar las fuerzas productivas, las técnicas de producción. Gracias a este desarrollo se crean las condiciones para que por primera vez en la historia exista la posibilidad material de emancipar a la humanidad. Es decir que, en una nueva sociedad igualitaria –comunista–, al permitir las nuevas técnicas desarrolladas la producción necesaria para la satisfacción de las necesidades materiales de toda la humanidad, se podrá acabar con la lucha entre los seres humanos al alcanzar los medios de subsistencia para satisfacer a todos.

También describe este folleto el surgimiento del sector social capaz de llevar a cabo esa emancipación: la clase proletaria, los trabajadores asalariados empleados fundamentalmente en la industria. El Manifiesto Comunista explicará el papel de los comunistas en ese proceso emancipatorio.

Días después de su primer edición, el comienzo de una nueva revolución en Francia producirá la chispa que rápidamente expandirá el fuego revolucionario por la casi totalidad de los países europeos. Prefigurando las tendencias del capitalismo a hacerse internacional, tal como fuera dicho en la obra recién aparecida de Marx y Engels, por primera vez un proceso toma inmediatamente un carácter continental, con la única excepción de Inglaterra. Es ésta la única oportunidad en que Marx y Engels participarán directamente en una revolución a través de sus

18 Si bien nos detendremos en los conceptos de burguesía, proletariado y explotación capitalista más adelante, digamos aquí que la burguesía es la clase social de los propietarios de los medios de producción, es decir, de las fábricas, los bancos, los grandes comercios, mientras que el proletariado es la clase de los que sólo poseen su capacidad de trabajo como forma de obtener un ingreso para su subsistencia. Entre ellos, como veremos, se establece una relación de explotación por medio del cual la burguesía obtiene sus ingresos a partir del trabajo realizado por el proletariado.

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escritos y de sus actividades en la Liga Comunista. Al final de este proceso, con la revolución derrotada, Marx escribirá dos trabajos de análisis

de lo acaecido, La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 y El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Sobre todo en este último, aparece con total claridad la riqueza y la profundidad de los análisis históricos basados en las categorías que Marx y Engels se encontraban desarrollando. Ante el triunfo de la reacción en Europa –1852–, Marx debe exiliarse en Londres, donde continuará intensamente el estudio sobre el funcionamiento del modo de producción capitalista, embarcándose en vastos estudios económicos para lo que sería su obra más importante, El Capital. Engels, mientras tanto, se instalará en Manchester donde durante varios años se encargará de la fábrica del padre para solventar tanto su actividad teórica y política como la de Marx.

En 1857-1858, comenzarían a desarrollarse conflictos sindicales y sociales en los países centrales del continente y, a diferencia del 48, también en Estados Unidos –en este caso ligado a la abolición de la esclavitud–. Estos desembocarían en las condiciones para que en 1864, por primera vez se forme una organización agrupando a una importante cantidad de trabajadores y sociedades obreras de diferentes países: la Asociación Internacional de Trabajadores, conocida también como Primera Internacional, cuyo Manifiesto Inaugural fuera redactado por Marx.

Durante los años de existencia de la Internacional, entre 1864 y 1871, Marx combinaría su actividad teórica de preparación de su obra sobre el capitalismo con una intensísima actividad política en dicha organización, dirigiendo una de las alas de la misma enfrentada a la liderada por Bakunin, de tendencia anarquista.

En 1871, con la derrota francesa en la guerra franco-prusiana, los obreros de París conquistarán por primera vez el poder, constituyendo el primer Estado dirigido por los trabajadores, La Comuna, hasta ser salvajemente reprimidos luego de dos meses y unos días. Marx, sin participación directa en ese proceso, escribirá su análisis del mismo en La guerra civil en Francia.

Unos años antes, en 1867, Marx había logrado terminar el primer tomo de su obra más decisiva, cuyo título completo es El Capital. Crítica de la economía política. Mientras tanto, continuaba sus estudios para el segundo y tercer tomo. Las condiciones precarias de su existencia, sin embargo, debilitarían mucho sus últimos años, sin permitirle acabar con su proyecto. En marzo de 1883, Marx muere dejando una enorme cantidad de manuscritos desordenados que, sólo luego de once arduos años, Engels logrará terminar de publicar. Es decir que la forma final del segundo y tercer tomo de El Capital fue dada en realidad por quien fuese su más estrecho compañero. Engels, un año después de publicar el tercer tomo, muere en 1895 luego de varios años de muy prolífica actividad teórica y política, ésta última al calor del surgimiento del primer partido obrero de masas basado en las doctrinas elaboradas por Marx y por él mismo, la socialdemocracia alemana.

El método de análisis marxistaPlantearemos en este apartado algunos elementos básicos sobre la lógica metodológica

utilizada por Marx para analizar la sociedad.Comencemos diciendo que el pensamiento de Marx sólo puede situarse en el mundo

moderno, en el que la filosofía había absorbido definitivamente los principios de la burguesía en ascenso. La razón era su consigna crítica y con ella combatía todo los resabios conservadores con los que se obstaculizaba el desarrollo político y económico burgués. La racionalidad lleva implícita la no aceptación de los límites dados por un orden preestablecido, pues el hombre se sabe ahora capaz de emplear sus cualidades para mejor satisfacer sus deseos. Esto significa tanto el intento de

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controlar más eficientemente la naturaleza para sus propias necesidades como la organización de la sociedad que permita su libre desarrollo.

A su vez, la razón realza lo que tienen en común los hombres, en tanto que sujetos pensantes, poniendo en cuestión los privilegios aceptados en las formas sociales y en los sistemas filosóficos anteriores.

Partiendo, entonces, de los avances del pensamiento que lo precedieron, Marx tomará la concepción dialéctica de la filosofía de Hegel. Señalaremos muy brevemente algunos elementos que conforman el método dialéctico.

Este método interpreta a la realidad en movimiento, es decir que intenta que los análisis de la misma reflejen la dinámica de los fenómenos –de dónde proceden y cuáles son sus tendencias de desarrollo–.

Los fenómenos económicos y sociales deben comprenderse como partes de una totalidad integrada, no en forma aislada. Estas partes se conectan entre sí de un modo muchas veces contradictorio, es decir que en su desarrollo chocan entre sí. Esos choques generan la dinámica de desarrollo de la totalidad, es decir, de la sociedad, cuyas tendencias aparecen así explicadas a partir de sus contradicciones internas.

Los cambios permanentes transforman más o menos profundamente aspectos de la totalidad. Estos cambios producen nuevas tensiones y contradicciones, las que se acumulan y ante ciertas condiciones, mediante un proceso revolucionario, llevan a cambios radicales que dan lugar a una nueva forma social, la que será sujeta a nuevas contradicciones y nuevos movimientos.

Un aspecto central del método de Marx, es el carácter de las contradicciones que actúan como motor del movimiento de la historia. En la dialéctica de Hegel, las contradicciones actúan en el mundo de las ideas, siendo la realidad material y externa, sólo manifestaciones de lo pensado. Por eso, la filosofía hegeliana se enmarca en las corrientes idealistas. Para Marx, las ideas son producto de la realidad material. Esta, en parte producida por la actividad humana, a través de múltiples mediaciones se representa en la mente humana. Esta concepción, materialista, se expresa claramente en todos los análisis históricos o sociales que parten de evaluar las tendencias intervinientes a partir de las condiciones materiales de cada sociedad. Un análisis idealista, en cambio, tiende a entender la realidad a partir de las ideas desarrolladas por tal o cual pensador, las que influirían al punto de ir dándole forma al proceso histórico.

Como lo expresara Marx en el célebre Prólogo de contribución a la Crítica de la economía política (1859): “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia”.

En Marx, la comprensión de una realidad no se puede limitar al plano teórico. El investigador social no es ajeno a su objeto de estudio, y su misma conciencia está determinada también por sus condiciones materiales de existencia. El análisis de los mecanismos que dan vida a la sociedad es inseparable de la práctica política. No se puede interpretar al mundo en su movimiento sin comprometerse en su transformación. Tal como hemos visto, la vida de Marx ha estado signada por esta posición metodológica, aunque, naturalmente, no pretendemos establecer ninguna relación lineal entre su método y su compromiso militante con los explotados de esta sociedad.

Otro aspecto característico del método marxista es la distinción, heredada también de Hegel, entre apariencia y esencia. El sentido mismo de la ciencia es para Marx, el trascender las manifestaciones de los fenómenos sociales o de otro tipo, para dilucidar sus relaciones internas. Es decir, no ceñir un análisis a la apariencia de lo que se quiere comprender, sino que indagar en su profundidad, buscando las leyes que gobiernan sus movimientos. Sin embargo, esta distinción

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debe interpretarse no como si la apariencia fuera una mera cáscara, intrascendente para comprender un fenómeno, pues es parte de su esencia el que se manifieste en una determinada apariencia y no en otra.

Marx critica al pensamiento vulgar por tomar la apariencia de las cosas por el fenómeno mismo, por no trascender su forma inmediatamente visible para rastrear lo que le subyace, pero sin pensar por ello que esa forma visible es puramente contingente. El análisis debe intentar explicar por qué sus tendencias internas encontraron específicamente esa, y no otra, forma de manifestarse.

La relación entre lo concreto y lo abstracto es fundamental para la comprensión del método de Marx. Considerando que abstraer, siguiendo al diccionario, es considerar una cualidad, estado, acción o fenómeno con independencia del objeto en que existe o por el que existe, comenzaremos citando a Marx en la “Introducción a la Crítica de la economía política”:

Parece que el buen método consiste en comenzar por lo real y lo concreto, que constituyen la condición previa efectiva, y por consiguiente, en economía política, por ejemplo, por la población, que es la base y el sujeto de todo el acto social de producción. Sin embargo, si se mira más de cerca, se advierte que ese es un error. La población es una abstracción si se omiten, por ejemplo, las clases de que está compuesta. Estas clases son, a su vez, una frase hueca si se hace caso omiso de los elementos sobre los cuales se basan: por ejemplo el trabajo asalariado, el capital, etc. Estos suponen el intercambio, la división del trabajo, los precios, etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin el valor, sin el dinero, los precios, etc. Por lo tanto, si se comenzara de esa manera por la población, se tendría una representación caótica del todo y, mediante una determinación más precisa, mediante el análisis, se llegaría a conceptos cada vez más simples; de lo concreto figurado se pasaría a abstracciones cada vez más tenues, hasta llegar a las determinaciones más simples. A partir de ahí sería preciso rehacer el camino hacia atrás, hasta llegar finalmente, de nuevo, a la población, pero ahora ésta ya no sería la representación caótica de un todo, sino una rica totalidad de determinaciones y de numerosas relaciones. (…) Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, y por lo tanto unidad de la diversidad. (…) El primer proceso ha reducido la plenitud de la representación a una determinación abstracta; con el segundo, las determinaciones abstractas conducen a la representación de lo concreto por el camino del pensamiento 19.

En otras palabras, Marx nos indica que los fenómenos concretos que observamos están determinados por múltiples causas. Así, ese concreto es en realidad la resultante de un caótico cúmulo de tendencias. Es necesario separar cada una de ellas y analizarlas en forma independiente, como abstracciones, para después poder retornar al fenómeno estudiado pero entendido ahora como la síntesis de todas esas determinaciones abstractas. Sobre este nuevo concreto, pensado, sabemos ahora las fuerzas internas que le dan existencia, sus contradicciones y por lo tanto sus tendencias.

Lo observable, aquello que para Comte constituía lo positivo y a partir de lo cual se construía el conocimiento, debe ser visto, según Marx, como algo intrínsecamente contradictorio, como algo en lo que confluyen múltiples determinaciones. El proceso de abstracción, entonces, permite entender esas determinaciones, pero en sí no basta para conocer un hecho concreto: es necesario volver a éste pero conociendo ya las tendencias que ese hecho a conocer lleva en su interior. Así se lo puede aprehender, entonces, como el producto de esas tendencias y, de ese modo, entender en

19 Marx, Carlos: Introducción a la crítica de la economía política. Anteo, Buenos Aires, 1974. p. 41 y ss.

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su movimiento.

Modo de producción, formación económico-social y análisis histórico-concretoLa relación entre lo concreto y lo abstracto puede observarse al analizar los diferentes

planos con los que el marxismo analiza la sociedad. El Capital, su obra fundamental, es como señalamos un análisis de la sociedad capitalista. Su objeto de estudio, el modo de producción capitalista, es en realidad una abstracción, pues en ninguna sociedad real, concreta, menos aún cuando esta obra fue escrita, la producción de bienes materiales se efectúa en forma homogénea. Siempre coexisten distintos tipos de relaciones de producción. Sin embargo, no es posible comprender, por ejemplo, la dinámica de una sociedad del mundo moderno si no se analizan las implicancias para su desarrollo de las tendencias específicas que se derivan de su componente capitalista, aún cuando éste no exista en forma pura, pues imprime sus características sobre los restantes tipos de relaciones de producción existentes.

Al referirse a sociedades específicas, Marx utilizará el concepto de formación económico-social. Al hablar de ésta se consideran no solamente las tendencias propias del modo de producción dominante sino que también las características de otros modos de producción, resabios de anteriores o gérmenes de futuros. Una formación económico-social entonces, se aproximará más a la estructura real de la sociedad, concreta, pues sintetizará diferentes tendencias con sus especificidades, dando lugar así a un análisis más rico y profundo de ella.

Así, por ejemplo, un análisis actual de la explotación de la tierra en una provincia argentina encontrará relaciones productivas no específicamente capitalistas, es decir, no caracterizadas por el pago, por parte del dueño de la tierra, de un salario al productor directo. En otros sectores de la economía podrán hallarse formas artesanales. Una descripción de la formación económico-social argentina debe dar cuenta de esa diversidad, de ese entramado complejo que conforma la estructura social. Sin embargo, la importancia del momento abstracto del análisis, es que sólo partiendo del carácter capitalista del país, es decir, del modo de producción, pueden entenderse las tendencias a las que están sujetas esas relaciones no capitalistas. A través del mercado, de la competencia, de la compra de insumos, las relaciones capitalistas tiñen, condicionan y restringen otras relaciones de producción simultáneas.

En los análisis de procesos histórico-concretos, como el de Francia durante las revoluciones de 1848 a las que hicimos referencia, Marx tomará las tendencias fundamentales dadas por el modo de producción, contemplará otros modos de producción con implicancias en la dinámica social y política francesa, pero tomará también múltiples aspectos que hacen a la situación social y política que analiza: las tradiciones de las clases, la historia política reciente, los estados de ánimo de los distintos estratos, e incluso las características personales de algunos dirigentes. Esto da lugar a un análisis que combina cada una de estas determinaciones, abstractas en sí mismas, lo que le permite presentar una sociedad concreta en su complejidad, como síntesis de múltiples determinaciones.

Una vez descripto el carácter abstracto del concepto de modo de producción, podemos señalar que la historia de la humanidad es analizada desde el marxismo como una sucesión de distintos modos de producción, en los que las contradicciones internas de cada uno dio lugar a cambios cualitativos que modificaron completamente la estructura de la sociedad.

Los inventos, los desarrollos técnicos, los cambios en la forma de trabajar, las luchas entre sectores sociales con intereses contrapuestos, originan las contradicciones que llevan a la transición entre modos de producción.

En la historia europea, al comunismo primitivo, modo de producción dominante en los

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orígenes de la civilización, le siguió el modo de producción esclavista, es decir, masas de esclavos que pertenecían a sus dueños, a los que debían obediencia y para los que trabajaban. Las civilizaciones griega o romana son ejemplos de sociedades en las que el modo de producción esclavista era central. A éste le siguió el feudalismo, en el cual el señor disponía de siervos quienes, a cambio del usufructo de una parcela de tierra para alimentar a su familia, trabajaban la tierra del señor entregándole sus productos para su consumo e intercambio. Este es el modo dominante durante la Edad Media.

La generalización del comercio, el surgimiento de las ciudades modernas, y la imposibilidad de aumentar la productividad bajo estas relaciones sociales llevaron a la crisis del modo feudal, dando lugar al capitalismo. Este proceso es analizado por Marx en El capital, mostrando los siglos de transformaciones técnicas, económicas, sociales, políticas, jurídicas, militares y culturales que implicó.

El sistema capitalista, cuyo origen algunos remiten al siglo XVI, ha sufrido enormes cambios hasta la actualidad pero manteniendo su característica específica, la propiedad de los medios de producción en manos de los burgueses, por un lado, y por el otro los proletarios, asalariados libres que venden a los primeros su capacidad de trabajo durante una determinada cantidad de horas diarias. En su funcionamiento nos detendremos a continuación.

El dominio de la burguesíaEn los modos de producción anteriores al capitalismo, la apropiación del trabajo de los

esclavos o de los siervos por parte de los sectores sociales dominantes se justificaba por medio de atributos religiosos o tradicionales, apoyados en el control militar de la sociedad por parte de los dueños de las tierras.

La dominación de la burguesía, en cambio, se caracteriza por la contratación formalmente libre de los trabajadores por parte de los dueños de los medios de producción, es decir, de las fábricas o de las tierras. En el capitalismo desarrollado nadie está jurídicamente obligado a trabajar. A su vez, el individuo que trabaja es formalmente libre como para optar entre las posibilidades existentes en el mercado para hacerlo. Las relaciones que se establecen en la producción difieren importantemente, entonces, de la de las sociedades anteriores, pues la coacción que obliga al individuo a trabajar es puramente económica.

Marx va a desarrollar, especialmente en El capital, los mecanismos por los cuales también a los trabajadores en el capitalismo se les quita una parte de su trabajo, que es la que va a dar lugar a la ganancia de los dueños de las empresas, aun cuando no medie una coacción física, jurídica o religiosa. Desarrollaremos brevemente, entonces, los mecanismos a través de los cuales esto sucede.

Históricamente, la posibilidad que una parte del trabajo humano sea apropiada por un sector social implica la existencia de un excedente. En las primeras etapas de la vida social, las técnicas y la organización productiva tenían un grado de desarrollo tan bajo que el trabajo de todos los integrantes de la comunidad era necesario para que el producto alcance a cubrir su propia manutención, por lo que todos los miembros debían ser productores. Sólo a partir de la experiencia acumulada por generaciones de productores, a través de descubrimientos e inventos, pudo mejorar la productividad del trabajo. Es decir que, en términos de Marx, a partir del desarrollo de las fuerzas productivas esa comunidad pudo comenzar a producir más de lo estrictamente necesario para su mantenimiento, lo que abrió a su vez la posibilidad de que un sector pueda quedar liberado de la necesidad de trabajar. A partir de ese momento, el trabajo de los productores puede descomponerse en dos partes: el trabajo necesario –para la subsistencia de

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los productores– y el trabajo excedente –para el mantenimiento del sector que no produce, el que gracias a ese excedente puede constituirse en clase dominante–.

Si tomamos como ejemplo la estructura social en la alta Edad Media, encontramos que el siervo y su familia trabajan en las tierras del señor feudal. En una parte de esas tierras los siervos trabajan para su propia manutención, es decir, es éste el trabajo necesario. En el resto de las tierras, en cambio, el trabajo de los siervos es excedente: el producto del mismo –producto social excedente–, es entregado a la clase dominante para su propio usufructo.

Ese producto social excedente toma diferentes formas a lo largo de la historia, pero sea bajo la forma de productos naturales, de mercancías destinadas a la venta, o directamente de dinero, es siempre la parte de la producción que, producida por la clase de los productores, puede ser apropiada por la clase dominante.

En la sociedad capitalista, ese producto social excedente toma la forma de plusvalía, concepto sobre el que deberemos detenernos.

El ciclo económico característico del capitalismo es aquel por el cual el capitalista adelanta una cierta cantidad de dinero D, para con éste comprar una mercancía M a la que venderá por un dinero D’, diferenciándose D y D’ solamente en su cantidad. Este movimiento es el que transforma a D en capital, es decir, en dinero que por medio de un proceso se transformará en una cantidad mayor de dinero por medio de la adición de un plusvalor. Es éste la razón de ser del ciclo capitalista, o, en otros términos, la razón de que exista un inversor que adelanta su dinero: incrementar su cantidad, la valorización del mismo. Si ese inversor gastara ese mismo dinero en bienes para su consumo, o lo ahorrara, estaríamos en presencia de mero dinero. Al ponerlo en un ciclo para su valorización, ese dinero ya es capital. El dinero incrementado, D’, es a su vez el comienzo de un nuevo ciclo de valorización, y en su condición de vehículo consciente de ese movimiento, el poseedor de dinero se transforma en capitalista, punto de partida y de retorno de ese dinero.

Como señala Marx -y posteriormente en términos casi idénticos Weber 20-, el capitalista se caracteriza por la repetición racional infatigable de ese ciclo de obtención de ganancias: lo que el atesorador persigue sacando del ciclo de circulación dinero para su ahorro, el capitalista lo alcanza lanzándolo en este ciclo. Por eso dice Marx en El Capital, que el fin directo del capitalista, no es ... la ganancia aislada, sino que el movimiento sin pausa de la obtención de ganancias. Este impulso absoluto de enriquecimiento, esta apasionada persecución de valores es común al capitalista y al atesorador, pero mientras que el atesorador es el capitalista insensato, el capitalista es el atesorador racional. El incremento sin pausa de valores, que el atesorador persigue por medio de sacar de la circulación al dinero, lo logra el capitalista, más inteligente, al desprenderse de éste lanzándolo una y otra vez a la circulación 21.

El capital es, por lo tanto, dinero en proceso, y D-M-D’ es, por lo tanto su fórmula general, pues aunque estrictamente representa la fórmula del capital comercial –que compra una mercancía para venderla más cara–, en nada varía cuando entre la compra y la venta de esa mercancía se efectúa un proceso de producción –como en el capital industrial–, o cuando se trata de un capital que rinde interés –en este caso D-D’–, como en el caso del capital financiero.

20 Según Weber, “Ciertamente, el capitalismo es estrictamente el afán de ganancia, en una empresa capitalista, racional y continua: ganancia siempre renovada, rentabilidad”. Weber, Max: Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie I. J.C.B. Mohr Verlag, Tübingen, 1988. p. 4. [traducción propia]

21 Marx, Karl: Das Capital. Kritik des politischen Ökonomie. Verlag Marxistische Blätter, Frankfurt, 1976. p. 168 [traducción propia]

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Es evidente que, salvo en operaciones aisladas, la diferencia entre D’ y D –la ganancia del capitalista– no puede deberse a que el comprador pague más, D’, por una mercancía cuyo valor es D. Por otro lado, esto sólo haría cambiar de manos el dinero –del comprador al vendedor– sin que haya creación de más valores. No puede ser, por lo tanto, en el intercambio de mercancías donde se creen nuevos valores. Marx procurará demostrar de dónde proviene el nuevo valor que surge de la fórmula general del capital.

Como ya había planteado parcialmente Adam Smith (1723-1790), y sobre todo David Ricardo (1772-1823), el valor de una mercancía está dado por el tiempo de trabajo necesario para producirlo, dado el desarrollo de las fuerzas productivas en una determinada sociedad. Es decir que el precio de toda mercancía responde, si bien con fluctuaciones debidas a múltiples factores, al trabajo humano que tiene incorporado 22. El incremento de valor que surge en el ciclo del capital tiene por lo tanto lugar solamente en el proceso de producción. Allí, el poseedor de dinero compra, pagando a su valor, diferentes mercancías –insumos–, las que atravesado el proceso productivo darán lugar a una mercancía cuyo valor es mayor que el dinero inicialmente invertido. El secreto de este incremento es que entre las mercancías adquiridas hay una que es capaz de crear valor: la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo: “Bajo fuerza de trabajo o capacidad de trabajo entendemos al conjunto de facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad de una persona y que ésta pone en movimiento cada vez que produce valores de uso de cualquier tipo” 23.

El poseedor de dinero necesita encontrar en el mercado a quien posea esta mercancía y esté en condiciones de venderla libremente por un tiempo determinado, poniéndola a disposición del comprador. Para ello deberá el vendedor naturalmente carecer de medios de producción que le permitan utilizar su propia capacidad de trabajo para sí mismo, es decir, de dinero para adquirir los otros insumos y medios de producción y producir por su cuenta; carencia que depende de procesos históricos precedentes a la constitución de la relación entre vendedor y comprador.

El valor de esta mercancía tan particular, la fuerza de trabajo, está determinado del mismo modo que el de cualquier otra, es decir, por el tiempo de trabajo necesario para su producción. En este caso, se corresponde con el tiempo de trabajo para producir lo que el trabajador necesita para vivir: sus gastos de vivienda, comida, educación de sus hijos, etc. Estos dependen tanto de condiciones históricas como de la coyuntura política, pues de la relación de fuerzas entre empleadores y empleados dependerá que esos gastos se hagan mínimos o, por el contrario, tiendan a incluir mayor cantidad de bienes.

Más allá de las fluctuaciones, lo percibido por el trabajador es entonces lo necesario para reproducir su posibilidad de trabajar, recuperar las energías perdidas en el trabajo para poder entregar su capacidad de trabajo al día siguiente. Esto incluye también, como dijimos, la formación de una nueva generación -sus hijos- para ser reemplazado cuando la edad no le permita más hacerlo.

Por lo tanto, en el mercado el capitalista compra diferentes mercancías que incluyen la fuerza de trabajo, comprando ésta también a su valor. En la producción los insumos serán consumidos; en el caso de esta mercancía particular -la fuerza de trabajo-, su uso será el trabajo que realizará el obrero en el tiempo por el cual se le paga, y por lo tanto la creación de nuevos valores, que se incorporarán al producto terminado. El incremento de valor, entonces, está dado

22 Esto es porque si bien el valor de una mercancías está dado por el trabajo socialmente necesario que tiene incorporado, su precio efectivo en el mercado, basado en el valor, está sujeto a variaciones propias de las fluctuaciones mercantiles.

23 Marx, Karl: Idem. p. 181.23

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por el nuevo trabajo con que la mercancía saldrá del proceso productivo y es solamente allí donde podemos encontrar la explicación a la diferencia entre D’ y D, la plusvalía 24. Pero así como el uso de la fuerza de trabajo pertenece al capitalista que pagó por ella, el producto de su uso, el nuevo valor, pertenecerá a él también.

Desde su punto de vista, el proceso de trabajo es sólo el consumo de la mercancía fuerza de trabajo por él comprada, pero que sin embargo sólo puede consumir al aportar además los medios de producción. El proceso de trabajo es un proceso entre cosas que el capitalista ha comprado, entre cosas que le pertenecen. De ahí que el producto de este proceso le pertenezca…25

En la producción, el trabajador no solamente crea valores nuevos mediante su trabajo, sino que también mediante el mismo traslada los valores de los insumos al nuevo producto. Esto implica tanto el valor pagado por el capitalista por las materias primas que desaparecerán al transformarse en el nuevo producto –el hilado en la tela, por ejemplo–, como la parte correspondiente a la amortización de la maquinaria necesaria para la producción. Es decir que el valor del nuevo producto estará dado por la suma de i) el valor de los insumos consumidos, ii) el valor proporcional al uso de la maquinaria utilizada, y iii) el nuevo valor dado por las horas de trabajo incorporadas al producto, el que podemos descomponer en una parte correspondiente a la fuerza de trabajo adquirida por el empresario y, otra parte, la plusvalía, el valor producido no remunerado al obrero.

A través de la puesta en acción de la fuerza de trabajo se reproduce no solamente su propio valor, sino que también se produce un valor excedente. Este plusvalor constituye el excedente del valor del producto por sobre los valores de los medios de producción consumidos, es decir, el de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo 26.

El valor de los medios de producción y de la fuerza de trabajo son, entonces, las formas que toma el dinero D adelantado por el capitalista al entrar al proceso productivo. A la parte del capital que se transforma en medios de producción, y que sólo trasladará su valor al producto terminado mediante el trabajo del obrero, es decir que mantiene su valor constante, Marx la denomina capital constante (c). Por el contrario, al capital convertido en fuerza de trabajo, que cambia su valor en la producción, que reproduce su valor y crea además un excedente, el plusvalor (p), este autor lo denominará capital variable (v).

Por lo tanto, en nuestra fórmula general del ciclo capitalista, D-M-D’, el dinero inicial, convertido en capital (C) al entrar a dicho ciclo, se descompondrá en medios de producción y fuerza de trabajo: C = c + v

Luego del proceso de producción, una vez efectuada la venta del producto, el capitalista tendrá D’, que, entendido como parte del proceso de producción es capital, pero ya no el capital originario C sino C’: C’ = c + v + p

En su explicación, entonces, Marx pone en evidencia cómo si el trabajador produce durante la jornada laboral un determinado valor, el pago que recibirá –su salario– no será lo por él producido sino que sólo una parte de esto, la que resulta de la venta de su fuerza de trabajo. Dada esta diferencia entre el valor del trabajo que produce el obrero y lo que se le paga, diferencia de la

24 Aunque no lo podamos desarrollar aquí, señalemos que Marx demuestra que la ganancia de la burguesía comercial y de la burguesía financiera provienen ambas de fracciones del valor creado en la producción, y que la burguesía industrial debe resignar en el mercado a favor de las otras fracciones de su clase.

25 Marx, Karl: Idem. P. 200.26 Idem: p. 223.

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que se apropia el propietario de los medios de producción y que recibe el nombre de plusvalía, Marx dirá que bajo el capitalismo los trabajadores son explotados por la burguesía.

Como señala este autor, para el capitalismo la explotación de todos los trabajadores disponibles representa un peligro pues da a estos últimos una fuerza de negociación que puede hacer subir los salarios y, por lo tanto, reducir las ganancias. Por ello el funcionamiento del sistema requiere de un ejército industrial de reserva, es decir, de un porcentaje de trabajadores desempleados que manteniendo la demanda de trabajadores por debajo de la oferta, presione hacia abajo el valor del salario y discipline a los trabajadores ocupados a través de la amenaza de su reemplazo por los trabajadores disponibles.

A su vez el propietario de los medios de producción, a través de la plusvalía, tiene la posibilidad de ampliar el volumen de su producción: más trabajadores y más máquinas. Así se incrementan sus ganancias y su poder. En esto el capitalista se ve presionado por la competencia con otros capitalistas, pues el que está en mejores condiciones y logra producir con menores costos obligará a la competencia, por medio del mercado, a reducir sus costos o quedar afuera. Es así, explica Marx, como las empresas más débiles van cerrando y la riqueza se concentra cada vez en menos manos.

Como desarrolla Marx, especialmente en La Cuestión Judía, la democracia en el sistema capitalista se basa en la ficción que todos los ciudadanos son iguales frente a la ley y pueden, en igualdad de condiciones, elegir a sus representantes. Esta igualdad es para este autor falsa, pues en el funcionamiento cotidiano de la sociedad la pertenencia a la burguesía o al proletariado da condiciones y posibilidades totalmente diferentes y hace que la igualdad jurídica se base, en realidad, en una enorme desigualdad real. De este modo, la burguesía se asegura el dominio político de la sociedad, siendo entonces el Estado, lejos de ser neutral, el que garantiza la continuidad del sistema de explotación.

Digamos, para terminar esta aproximación general a la mirada de Marx sobre la sociedad capitalista que este sistema, empujado por la competencia entre capitalistas y la búsqueda por aumentar sus ganancias, desarrolla enormemente la capacidad productiva del ser humano, idea que como señalamos ya estaba presente en el Manifiesto comunista. Gracias a este desarrollo, la humanidad tiene por primera vez la posibilidad de producir para satisfacer las necesidades de todos los hombres y mujeres, mientras que en todas las épocas anteriores la escasez de alimentos signaba las posibilidades de vida. Para Marx, las relaciones sociales capitalistas generan enormes desigualdades y miserias para millones, pero la humanidad ha desarrollado los instrumentos para evitarlas. Esto hace posible que, tras cambios revolucionarios, una sociedad organizada en forma comunista pueda organizar la producción no para la ganancia de una minoría sino para el desarrollo integral de todos los seres humanos.

Las clases socialesPara Marx, en “el análisis de una sociedad resulta esencial partir de las clases sociales que la

conforman. Para comprender los movimientos de las sociedades a lo largo de la historia resultará fundamental, entonces, entender las distintas clases sociales que intervienen”.

El concepto de clases sociales, estando permanentemente presente en toda su obra, no fue sin embargo definido exhaustivamente por Marx en ninguna de sus obras. Engels, quien como vimos dio forma a los tomos II y III de El capital, puso al final del último tomo unos fragmentos inconclusos en los que Marx se proponía contestar explícitamente a la pregunta ¿Qué es una clase social? En éstos, Marx sólo señala que una clase no debe identificarse con aquellos cuyos niveles de ingreso son similares, ni con los individuos que realizan una determinada actividad, por ejemplo

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los médicos, o los trabajadores metalúrgicos.Hemos visto como para este autor lo fundamental para comprender una sociedad es el

modo en el que en ella se produce. La producción de los medios de subsistencia responde a una necesidad biológica del ser humano en cualquier época. Los economistas clásicos habían planteado ya la importancia del trabajo en la vida humana, en tanto que permite satisfacer las necesidades básicas. Marx destacará, a diferencia de dichos economistas, el carácter social del proceso por el cual los hombres satisfacen esas necesidades. Toda sociedad se basa en determinadas relaciones que se establecen en dicha producción, sin asociarse de algún modo los individuos no pueden producir lo que necesitan.

Lo que dividirá a todas las sociedades en clases será para Marx la propiedad de los medios de producción, sean éstos tierras, maquinarias o –como durante la esclavitud– hombres. Para analizar las diferentes sociedades será central entonces determinar quienes son los propietarios de los elementos que se requieren para la producción.

Así tendremos en la sociedad moderna, industrial, por un lado la clase burguesa, propietaria de los medios de producción, y por otro lado el proletariado, quien sólo posee su propia capacidad de trabajo para vender al burgués. En la sociedad feudal, predominantemente campesina, tendremos por un lado a los señores feudales, dueños de la tierra, y por otro a los siervos, los que sin poseer tierras debían trabajar las tierras del señor feudal para obtener de este modo un ingreso para él y su familia.

Como podemos ver, este análisis de la sociedad nos da un modelo básicamente dicotómico. En el Manifiesto Comunista, por ejemplo, folleto destinado a publicitar las ideas más generales de los comunistas, la sociedad se explica con este modelo dicotómico.

Sin embargo, este concepto de clase social en Marx tiene un alto grado de abstracción. Debemos recordar aquí lo planteado sobre el método de este autor en cuanto a la relación entre lo abstracto y lo concreto. Así como un análisis más abstracto permite ver las grandes tendencias de la sociedad, en las que las dos clases fundamentales son las que intervienen –modelo dicotómico–, un análisis más concreto deberá analizar otras clases o sectores de clases cuyos intereses pueden ser diferentes. Al hacer un análisis de una sociedad específica, se deberán identificar los diferentes sectores de la burguesía que intervienen, analizando diferenciadamente los intereses de, por ejemplo, la burguesía agraria –dueña de las tierras–, la burguesía industrial –dueña de las fábricas–, o la burguesía financiera –dueña de los bancos–. Sus intereses, y las políticas por las que pugnan pueden ser efectivamente diferentes pues lo que beneficia a un sector, probablemente sea en desmedro de la situación de la otra 27. Así, en análisis histórico-concretos, Marx analizará cada clase y cada sector de clase entendiendo sus características específicas.

Entre los analistas y continuadores de la obra marxiana es frecuente destacar otra distinción, la que ha dado lugar a importantes discusiones teóricas entre los marxistas del siglo XX. Como se ha hecho notar en dichas discusiones, Marx se ha referido al concepto de clase de dos formas diferentes. Si centralmente, como hemos visto, la clase se define por la relación con los medios de producción, hay pasajes de su obra en el que la pertenencia a una clase tiene también otra connotación. Se suele llamar clase en sí al concepto de clase que sólo denota la propiedad o no de los medios de producción 28. Cuando se habla de clase para sí, en cambio, se quiere referir a una

27 Recordemos aquí que, como señalamos, el valor se produce solamente en la producción, por lo que las distintas fracciones de la burguesía se disputan porciones de esa única fuente de valor.

28 Así, por ejemplo, en la sociedad capitalista lo que define a la burguesía y al proletariado en tanto que clases para sí, es le propiedad de la primera –y su carencia en el

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clase en la que sus miembros han reconocido una posición social compartida, así como un interés común y contrario al de otras clases. Es decir que este concepto aparece determinado por la conciencia que tiene una clase del lugar que ocupa en la sociedad. Así, se puede ser miembro de una clase en sí sin ser consciente de ello, aún cuando esta pertenencia influya indudablemente en las ideas y las acciones de dichos miembros. Esta distinción resultará esencial, obviamente, en el análisis concreto de las actitudes políticas de una clase, pues de su ser consciente de su situación de clase, o no, dependerá el tipo de acciones concretas que encararán en un determinado momento 29.

Podemos observar esta última concepción de clase social en el análisis pormenorizado que Marx realizó en 1852 sobre el proceso revolucionario que se había abierto en Francia en 1848 y que culminaría con la proclamación de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, como emperador. Allí, Marx enfatizará los distintos aspectos –económicos, culturales, religiosos, entre otros– de los principales sectores sociales que intervinieron en ese proceso. Desde esa perspectiva, central para entender el comportamiento político de esos sectores, Marx analizará en “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” a los campesinos del siguiente modo:

Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer relaciones mutuas entre ellos. Este aislamiento es fomentado por los malos medios de comunicación de Francia y por la pobreza de los campesinos. Su campo de producción, la parcela, no admite en su cultivo división alguna del trabajo ni aplicación ninguna de ciencia; no admite, por tanto, multiplicidad de desarrollo, ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales. Cada familia campesina se basta, sobre poco más o menos, a sí misma, produce directamente ella misma la mayor parte de lo que consume y obtiene así sus materiales de existencia más bien en intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad. La parcela, el campesino, y su familia; y al lado otra parcela, otro campesino y otra familia. Unas cuantas unidades de éstas forman una aldea, y unas cuantas aldeas un departamento. Así se forma la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase. Son por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre...30

caso del proletariado– de los medios de producción. En el feudalismo, la propiedad de la tierra separará a los señores feudales de la servidumbre; en el modo de producción esclavista la propiedad del principal medio de producción –los esclavos–, define la pertenencia a la clase de los esclavos o a la de sus dueños. En cada caso, entonces, el concepto de clase para sí está determinado por las relaciones sociales que se constituyen a través de la propiedad de los instrumentos centrales que se utilizan en la producción.

29 Para analizar por lo tanto una situación política concreta, en un lugar y momento determinado, resultará decisiva esta concepción de clase pues de un sector social que desconoce, por ejemplo, que es explotado por otro no cabe esperar acciones revolucionarias que cuestionen su explotación.

30 Marx, Carlos: El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Ediciones en Lenguas 27

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Como se puede observar en esta cita, en el análisis histórico concreto que Marx realiza sobre el campesinado en esta etapa, la idéntica situación objetiva en relación a los medios de producción no alcanza para caracterizarlo como una clase pues carece de la conciencia de sus intereses comunes y no actúa en consecuencia. Es decir que esta utilización por Marx del concepto de clase -enfatizando el aspecto subjetivo- alude a otras características que las vistas en, por ejemplo, el Manifiesto comunista, en las que lo decisivo era el lugar objetivo frente a los medios de producción.

Señalemos, por último, que para Marx la sociedad industrial, en la que en muchos casos centenares de trabajadores trabajan en iguales condiciones dentro de una fábrica, en la que éstos transitan generalmente entre diferentes empresas, en la que las ciudades agrupan a millones de trabajadores que viven en similares condiciones, favorece enormemente las posibilidades de que éstos sean conscientes de su situación de clase y extraigan de las mismas conclusiones políticas. Esto le permitió a Marx plantear que, a medida que se desarrollaba el sistema capitalista, se desarrollaban también quienes serían los encargados de enterrarlo, el proletariado.

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3)- LA VISIÓN “ORGANICISTA” DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL Y DE LA DIVISIÓN DEL TRABAJO EN DURKHEIM (Lucchini-Siffredi-Labiaguerre)

Emilio Durkheim nació en Francia en 1858, durante el apogeo del imperio bonapartista, aproximadamente un año después de la muerte de Comte, de quien representa una continuación -aunque crítica- de su legado teórico. Si Saint-Simon había interpretado las consecuencias socioeconómicas de un “industrialismo” aun incipiente en su país y los avatares políticos surgidos a partir de la Primera República, y Comte advirtió acerca de los riesgos de desestabilización paralelos al gradual crecimiento y organización de la clase obrera, presenciando la fugaz instauración de la Segunda República, Durkheim se encargó de analizar los efectos de un proceso de industrialización ya consolidado y avizoró la progresiva erosión de los lazos comunitarios, producto de la división del trabajo, ya en la Tercera República y en los confines del siglo XIX.

La infancia de este autor transcurrió en pleno gobierno de Luis Bonaparte quien, mediante un golpe de Estado en 1851 es proclamado emperador, disolviendo la Asamblea Legislativa republicana. La gestión política de este sobrino de Napoleón se caracterizó -sobre todo durante su primera mitad- por un relativo equilibrio social en el ámbito nacional; gestado sobre la base del apoyo de los campesinos parcelarios, sector de considerable peso social, los cuales eran propietarios de una fracción reducida de tierra que explotaban en forma independiente; además fue un periodo signado por un considerable desarrollo industrial y comercial, así como también por la construcción de obras de infraestructura. El movimiento obrero, todavía no demasiado estructurado asociativamente y más reticente al gobierno de facto, obtuvo gradualmente algunas concesiones, como el reconocimiento al derecho de huelga que significó una importante conquista en términos de los intereses de la clase trabajadora.

El “orden bonapartista” logró una relativa consolidación transitoria, que coadyuvó al despliegue de una política exterior más agresiva por parte de Francia, en el contexto de una competencia internacional signada por el neto predominio británico. Las acciones imperialistas fueron acrecentadas, hecho demostrado por la ocupación militar de Saigón -en Indochina- y la participación francesa, en la guerra intervencionista desarrollada en México, a favor de los sectores

Extranjeras, Pekín, 1978. p. 129 y ss.28

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conservadores de dicho país, ambos eventos ocurridos entre 1859 y 1861.Mientras tanto, Inglaterra consolidaba su institucionalización político-estatal, iniciada hacia

fines del siglo XVII mediante la “revolución gloriosa”, lograda a partir de una gestión de poder compartida -asentada en una convivencia tolerante- entre conservadores (expresión de la antigua nobleza terrateniente) y liberales, (quienes representaban los intereses de la pujante burguesía industrial). Esta coparticipación gubernamental se cristalizó bajo una forma monárquico-constitucional, que implicaba la actividad parlamentaria, y reflejaba la integración estructural de la aristocracia de raigambre feudataria al régimen de producción capitalista. De manera que la vieja oligarquía -emanada de un ordenamiento estamental basado en el linaje de sangre-, reconocía y aceptaba a la clase burguesa como “asociada”. A su vez, esta última no intentó eliminar drásticamente a la nobleza como se hizo en Francia, a veces en forma cruenta, tal como lo testimonia el uso de la guillotina durante el “gobierno del terror”, liderado por Robespierre en 1794. Ambos sectores sociales compatibilizaron sus apetencias de dominio, conjugándolas a través de una gestión “republicana a la inglesa”, es decir con fachada monárquica, que aun perdura transcurridos más de tres siglos.

Dicha estabilidad político-social permitió que Gran Bretaña aventajase nítidamente a otras naciones europeas en lo que se refiere al desarrollo económico y comercial, -merced a los frutos recogidos del proceso de industrialización-, y se convirtiera en el siglo XIX, en la primera potencia imperial. El crecimiento productivo de este país, que benefició -aunque en distinta proporción- al conjunto de su población, indujo al apaciguamiento, lento pero progresivo, de los conflictos civiles interclases más virulentos. La citada “pacificación nacional” evolucionó en un marco interno delineado por el régimen explotador de la fuerza de trabajo característico del modelo de acumulación capitalista y contando, además, con el aporte incalculable del producto del saqueo y la expoliación colonialistas. El hecho que constata la vigencia soliviantada de una “guerra de clases” en Inglaterra, desde alrededor de mediados del siglo XIX, fue la escasa repercusión que registró en el imperio insular el extendido movimiento revolucionario de 1848, que abarcó a la mayoría de las naciones continentales incluida, -en primera fila- la Francia de Luis Felipe.

El movimiento obrero sindicalizado británico comenzaba su paulatina transformación hacia una entidad corporativa, básicamente negociadora frente a los planteos del empresariado, amoldándose a los requisitos del capital y alejándose, en consecuencia, de las posiciones revolucionarias esgrimidas por el sindicalismo en otros países europeos.

En claro contraste con este reacomodamiento social llevado a cabo en Inglaterra, la nobleza terrateniente francesa no se había adaptado al conjunto de condicionamientos materiales y políticos demandado por el nuevo orden productivo capitalista, que requería modificaciones profundas en la esfera de las relaciones sociolaborales y en el campo institucional. La lucha entre antiguo régimen y sistema republicano reaparecía cíclicamente, manifestada en continuos vaivenes políticos, al tiempo que cobraba relevancia el conflicto entre los intereses del capital y del trabajo, mantenido bajo sordina durante el gobierno bonapartista.

Durante las tres últimas décadas del siglo XIX Francia se constituyó en escenario de una puja política, potenciada por grandes antagonismos ideológicos entre posiciones anarquistas, sindicalistas revolucionarias y socialistas por un lado, y ultranacionalistas y conservadoras por el otro. El anarquismo se vio expresado en el pensamiento de Proudhon, entre otros, cuya obra “El principio federal” fue publicada en 1863. El autor sostiene que todo tipo de gobierno entre los hombres representa una forma de esclavitud, aunque fuera bajo la figura de un sistema republicano, por lo que rechaza la función reguladora del Estado considerándolo prescindible. Asimismo, señala que la propiedad privada específicamente parasitaria -es decir la tenencia legal

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pero improductiva de bienes-, como por ejemplo tierras, es equiparable a una acción de robo.Al promediar su periodo de gobierno, Bonaparte debió moderar alguno de los aspectos más

autoritarios de su régimen, debido a la presión de demandas sociales originadas en un estado de disconformidad en ciertos sectores populares ante su situación económica y política. La caída del emperador -acelerada por la derrota de Francia en la guerra contra Prusia- dio pié a la proclamación de la Tercera República y a un renacimiento del ideario democrático, un despertar intelectual luego de un letargo de dos décadas. Reapareció entonces el espíritu liberal “añejado”, sobre las ruinas del gobierno de la restauración napoleónica, casi un siglo después de la proclamación de los postulados libertarios de la gran revolución. Asimismo, en 1871 se produce la insurrección popular conocida como “la comuna de París” -rápidamente sofocada mediante una cruenta represión- la cual, más allá de sus incongruencias políticas e ideológicas debidas a la composición sumamente heterogénea de sus activistas, representó un llamado de alerta para los sectores dominantes de la sociedad francesa.

Durkheim se interesó desde su juventud en el estudio de la religión y de los textos bíblicos. Este conocimiento le permitió en su madurez el análisis profundo no sólo del significado de la “vida religiosa” en sí misma, sino también para la interpretación de las reglas jurídicas, de los tipos de solidaridad y de la organización social en general, problemas referidos a las consecuencias anómicas de la división del trabajo en las sociedades “industriales”. Cabe señalar que el gobierno republicano promulgó leyes de contenido anticlerical y que durante su gestión se fundó el Partido Obrero Francés, inspirado en concepciones marxistas. Ambos hechos, aparentemente disociados entre sí, demuestran la presencia de un espíritu de la época escasamente comprometido con los valores teológicos.

Justamente durante dicho periodo de la historia política francesa Durkheim ingresa en la Escuela Normal Superior de París, entidad académica considerada una institución de prestigio intelectual y moral en el ámbito nacional, teniendo en cuenta que en ella habían estudiado personalidades reconocidas mundialmente. Sin embargo, éste disentía con el perfil demasiado literario que caracterizaba a la formación brindada allí, según su criterio alejado del verdadero pensamiento científico, y tendiente a una actitud trivial o, en todo caso, mística. En su época de estudiante se interesó principalmente en las obras de Kant, Rousseau, Montesquieu, Comte y Tönnies. Egresado en 1882, se dedicó al análisis de los fenómenos sociales, intentando encontrar un método que se aproximara a la rigurosidad típica de la ciencia auténtica, criticando el estado rudimentario en que se encontraba dicha disciplina, propensa a la elaboración teórica de “generalidades” abstractas no comprobables mediante un procedimiento empírico, es decir basado en la aplicación de alguna técnica experimental.

Su objetivo no consistía meramente en la obtención de un conocimiento puro de carácter especulativo, sino que apuntaba a un saber pragmático utilizable en el campo sociopolítico. Desde la perspectiva teórica durkheimiana, y en términos de su diagnóstico acerca de las causas reales determinantes del conflicto en las sociedades industrializadas, debía contribuirse al “afianzamiento moral” de la Tercera República a través del uso práctico de un conocimiento profundo y sistemático de la problemática social. La meta final era la consolidación de las instituciones democráticas, logro que requería la unidad nacional asentada sobre principios laicos, debido a la necesidad de sepultar cualquier vestigio del antiguo régimen, uno de cuyos pilares había sido la Iglesia.

Con respecto a las luchas gremiales, hacia fines del siglo XIX en Francia se habían generalizado las denominadas bolsas de trabajo, que constituían la base operativa correspondiente al accionar político y social del sindicalismo revolucionario, basados en principios ideológicos claramente contestatarios frente al “orden burgués”. Uno de los propulsores de esta corriente

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doctrinaria fue Sorel, cuyo escrito “Reflexiones sobre la violencia” fuera publicado ya en nuestro siglo. Una seguidilla de atentados de origen anarquista marcó los años 1893 y 1894, siendo uno de los puntos culminantes el asesinato del presidente Sadi Carnot. Mientras tanto, acababa de publicarse una obra fundamental de Durkheim, bajo el título “De la división del trabajo social”.

El “caso Dreyfus” tuvo una significación profunda y trascendente en la medida en que, un juicio por presunto espionaje contra un capitán del ejército francés -de origen judío- puso de manifiesto la existencia latente de hondos prejuicios ultranacionalistas, xenófobos y antisemitas que anidaban en sectores considerables de la población. Este hecho mostraba la presencia de una división tajante en el seno mismo del cuerpo social, denotando el peso de una posición extrema en el otro polo del arco ideológico, enfrentada agresivamente a las expresiones “de la izquierda”. Esta situación de polarización radicalizada e irreconciliable preocupaba sobremanera a Durkheim, quien por otro lado da a conocer sobre fines del siglo un texto clásico de la epistemología en ciencias sociales, “Las reglas del método sociológico”, y otra obra fundacional respecto del tratamiento empírico de los fenómenos inherentes a los hechos colectivos, “El suicidio” 31.

La creación de la Confederación General del Trabajo en 1895 y el control de la misma por parte de dirigentes sindicalistas revolucionarios implicaba un posicionamiento de la central obrera reacio al ejercicio de una simple función negociadora con los representantes de la patronal, sometiéndose dócilmente a los dictados del capital. Por el contrario, dicha conducción del movimiento sindical significaba la adopción de actitudes “rebeldes” frente al empresariado y al Estado, en la medida en que éste legitimara jurídicamente la exclusiva protección de los intereses capitalistas. A todo esto, el Partido Socialista Francés se divide en dos grupos, uno de ellos mantiene una postura firme de defensa de sus principios doctrinarios, mientras que un ala desprendida del tronco común original participa del gobierno burgués en 1899.

Como reacción ante el avance “socialista”, la consolidación del sindicalismo revolucionario y el terrorismo anarquista, emerge la “Acción Francesa”, movimiento archinacionalista –liderado ideológicamente por Maurras- que expresaba un extremismo conservador rayano en un mesianismo xenofóbico.

Durante el año 1912 son publicados dos trabajos de Durkheim de índole antropológica, “Las formas elementales de la vida religiosa” y “El sistema totémico en Australia”, que demuestran la creciente obsesión de este autor por los efectos disgregadores del sistema industrial moderno y que lo llevan a indagar en las formas históricas tradicionales de la integración colectiva. Dichas obras fueron concebidas en la última etapa de su vida, mientras ejercía la actividad docente en las Facultades de Letras de París y Burdeos. En 1914 comienza la Primera Guerra Mundial y, durante 1917, triunfa la revolución bolchevique en Rusia. Este es el año de su fallecimiento.

Desde el punto de vista del aporte de Durkheim a la elaboración del pensamiento sociológico, puede decirse que los fundamentos de la solidaridad nacional, que conducirían a un proceso permanente de estabilidad y equilibrio social requerían un sistema laico de educación popular, el cual garantizara una organización política apoyada en principios seculares. La moralidad de la sociedad moderna debía conseguirse sobre la base de un conocimiento fundado científicamente, es decir, mediante la aplicación sistemática de la metodología experimental como paso previo a la formulación de leyes abstractas, sistema científico que había llevado a grandes logros en el campo de las disciplinas que estudiaban los fenómenos naturales. Al respecto, tanto Comte como Spencer (por otro lado, claramente distanciados entre sí en sus concepciones)

31 Durkheim considera que el fenómeno del suicidio responde a una causación social, teniendo en cuenta que tanto el tipo altruista como el egoísta remiten a a una excesiva presencia o ausencia, respectivamente, de “lazos comunitarios”.

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cayeron bajo la crítica durkheimiana por haber rematado sus teorías, a pesar del reconocimiento formal de las premisas metodológicas auténticamente científicas, con la explicitación de “grandilocuentes abstracciones” no comprobables empíricamente 32.

Durkheim, en este aspecto, coincide con las afirmaciones del positivismo ortodoxo --representado en las concepciones de Comte y Stuart Mill-, en cuanto a una aceptación explícita del tipo de conocimiento que había obtenido grandes logros en el campo de la investigación aplicada, principalmente en el área de las ciencias naturales. De hecho, sus análisis del funcionamiento del organismo social remiten a los conocimientos médicos de la época al conceptualizar el comportamiento humano individual y colectivo en términos morfológicos o anatómicos y fisiológicos o funcionales. No obstante -al margen de este paralelismo parcial con las teorías positivistas “clásicas”- el enfoque durkheimiano representa una visión más sistemáticamente elaborada, permitiendo un abordaje integral de la problemática social, avalado por una sólida fundamentación en el terreno histórico y antropológico, más allá de negarle toda objetividad teniendo en cuenta la toma “valorativa” de partido inherente a las ciencias sociales.

Desde el punto de vista metodológico, la propuesta de Durkheim se basa en la necesidad de fundamentar las concepciones teóricas en un sustento empírico; analizando y comparando los datos observados en la realidad como paso previo a las generalizaciones abstractas. Tomando en cuenta dicha premisa, procede a delimitar el objeto de estudio específico de la sociología, “el hecho social”, considerado éste como un fenómeno independiente, exterior y coercitivo con relación a la conciencia y conducta de las personas tomadas individualmente. El hecho producido en forma colectiva representa una realidad sui generis, espontánea y cualitativamente diferenciada de la acción y del pensamiento del individuo, de un género nuevo no equivalente a la sumatoria de las conductas de los individuos considerados en forma aislada.

Teniendo en cuenta el mencionado objeto de análisis, sugiere la aplicación de un método experimental indirecto que consiste en un modelo comparativo de “tipos”, o “especies sociales”, como el único camino de investigación viable para la sociología; ya que los hechos sociales no presentan las características adecuadas para su tratamiento empírico mediante pruebas de laboratorio. Debido a la naturaleza inconstante de la conducta humana colectiva, la determinación experimental de la existencia de “leyes causales” debe surgir de la contrastación de resultados estadísticos acerca de comportamientos sociales , indicadores de fenómenos circunscriptos y que presenten correlatividad en cuanto a la variable a investigar.

El diagnóstico de Durkheim sobre las causas de la crisis social moderna de las sociedades industrializadas de fines del siglo XIX, y la salida propuesta para remediarla, resultan coherentes con el método de conocimiento adoptado. Al privilegiar los factores disciplinarios de las relaciones sociales, por encima de la realidad estructuralmente conflictiva, deja de lado el estudio de las raíces históricas profundas de los conflictos de clase derivados de la división capitalista del trabajo industrial. En este sentido, el rechazo de los “enunciados teóricos abstractos” implica descartar cualquier proyecto que pretenda transformar el orden establecido, y conlleva una actitud de resignación ante la aplicación de medidas meramente paliativas que sólo actúan como “parches” o remiendos del tejido social desgarrado.

El análisis morfológico, o estudio descriptivo de los elementos parciales que conforman una realidad tal como ésta “viene dada”, se apoya en una tendencia empirista. Cuando dicha parte de la investigación es tomada como un fin en sí mismo, se agota en la observación de un orden al que

32 Respecto de la relación entre teoría y empirismo y del significado de las teorías de alcance medio en sociología, pueden consultarse las obras “Teoría y estructura sociales” de Robert Merton y “Sociedad y sociología” de Ralf Dahrendorf (Madrid, Tecnos, 1966).

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se lo considera natural; por lo tanto, de esta actitud epistemológica únicamente pueden esperarse proposiciones moderadas o “gatopardistas” respecto de la posibilidad de una transformación auténtica del statu-quo.

El propósito manifiesto del autor consistía en la posibilidad de aplicar un conjunto articulado de conocimientos sociológicos en el proceso de reconstrucción social y moral de una Francia que salía de una derrota militar y que se debatía en agudos enfrentamientos políticos enmarcados por conflictos de clase. La posición ideológica de Durkheim puede ubicarse en un punto equidistante de los extremos anarquista y ultranacionalista: su visión responde a una actitud mesurada, tal como deja traslucir su enfoque teórico-metodológico. Al considerar los valores relativos a su época y la coyuntura histórica atravesada por su país –e inclinado hacia las posturas del socialismo, tal como éste se expresaba en los partidos políticos europeos de tendencia socialdemócrata, es decir alejada de las corrientes marxistas “radicalizadas”-, proponía la creación de instituciones que atenuaran los efectos sociales nocivos engendrados por la división industrial del trabajo, especialmente perjudiciales para los trabajadores.

Dicha propuesta reformista no cuestionaba el origen ni las características de la división del trabajo en la era industrial, que provenía de etapas preindustriales y que podían rastrearse retrospectivamente al periodo comprendido entre los siglos XIV y XVI aproximadamente, momento histórico que marca la incubación de las condiciones elementales para el surgimiento de la formación económico social capitalista, como lo señalara Marx ya a mediados del siglo XIX 33. Durkheim estimaba que el eje del conflicto en las sociedades industriales estaba centrado en la carencia de elementos protectores de los sectores más débiles, los trabajadores, en el contexto de una “guerra” en la que corrían con todas las ventajas los empresarios, sobrevenida principalmente por el estado de atomización de los individuos, aislados totalmente en referencia a un Estado que no tenía en cuenta sus necesidades e intereses.

Sobre la base de este diagnóstico, la causa de la guerra de clases no residía en la misma división del trabajo sino en la falta de una regulación adecuada de las ambiciones en pugna, es decir de un conjunto de reglamentaciones jurídicas, “coercitivas” aunque legitimadas por la conciencia colectiva que emana de la sociedad, ente superior a las parcialidades individuales. En consecuencia propiciaba la recreación de un marco normativo desmantelado en virtud del avance incontenible de las políticas liberales, las cuales llegaban a sostener que la imposición de cualquier tipo de reglas constituía un avasallamiento de las libertades de los individuos. Dentro del campo específico de las relaciones laborales, recomendaba la reconstrucción de aquellas organizaciones intermedias, ubicadas entre el Estado y los particulares, que habían resultado eficaces en el pasado para la defensa de los intereses de los trabajadores.

Los gremios y corporaciones, obsoletos debido a la extensión del mercado, debían ceder el lugar a las nuevas instituciones de la sociedad industrial dotadas de funciones similares a las que aquéllos habían desempeñado en la antigüedad y el medioevo, es decir a los “sindicatos de patronos y obreros”. Si bien seguirían separados en cuanto a la defensa de sus respectivos intereses, los acuerdos logrados entre ambos -respecto de las condiciones generales de trabajo- contarían con el aval de un ente con autoridad suficiente como para actuar de árbitro de las posiciones en pugna.

Durkheim analiza el fenómeno comunitario característico de las sociedades primitivas, a través de un estudio de índole antropológico acerca de los sistemas normativos vigentes en ellas. Su enfoque sociológico recorre la evolución histórica de las colectividades hasta llegar a la era industrial, signada por los efectos disgregadores acarreados por la diferenciación funcional de

33 MARX, Karl: “El capital”; 33

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individuos y grupos dentro del proceso productivo. La ausencia de reglas morales y jurídicas que contuvieran el “estado de guerra” continuo, latente o manifiesto, entre sectores sociales enfrentados irreconciliablemente por la defensa a ultranza de sus propias conveniencias, había derivado en una situación de hecho donde los contratos de trabajo particulares reflejaban la situación desventajosa en que se encontraban los obreros en cuanto a su posición económica, por lo que eran derrotados de antemano.

El eje de la problemática abordada por este autor está situado en los procesos integradores específicos que actúan en las comunidades, caracterizadas por la existencia de lazos interpersonales “primarios”. Las variables analíticas utilizadas en sus estudios remiten a los grados de autoridad, la función de la religión, el fenómeno de la anomia -que deriva de la falta de regulación normativa- 34, las pautas solidarias y la aceptación colectiva de la división jerárquica del trabajo, que conlleva una escala retributiva del mismo.

La teoría durkheimiana se diferencia de las diversas doctrinas contractuales tradicionales en lo referente a las bases de legitimación de la autoridad político-institucional, las cuales giraban alrededor de un supuesto pacto o convenio implícito entre los miembros de una sociedad que avalaba una forma de gobierno reconocida, y respetada por el conjunto de los individuos a efectos de lograr una convivencia armónica. Las variantes del contractualismo incluyen desde la propuesta absolutista de Hobbes hasta la versión “republicana” de Rousseau, pasando por la defensa de un Estado monárquico-constitucional, de acuerdo a la concepción política de Locke 35. Desde la perspectiva de Durkheim la aceptación colectiva de determinado ordenamiento socioestatal se logra sobre la base comunitaria de un agrupamiento humano, más que debido a un eventual acuerdo racional establecido entre los integrantes de la sociedad considerados en cuanto individuos. Es decir que la garantía del sometimiento a la autoridad y el consiguiente respeto de las reglamentaciones jurídicas vigentes se sustenta en normas comunes y convencionales “de hecho”, propias de una especie de Derecho consuetudinario no formalizado.

En este contexto teórico la religión cumple una función social básica, consistente en su rol normativo o formador de reglas compartidas, resultando un factor constante -a lo largo de la historia- en la generación de orden y disciplina en los grupos humanos. El fenómeno religioso se encuentra referido tanto a las religiones “teológicas”, como el cristianismo durante varios siglos, como así también a las creencias religiosas “seculares”, expresadas por caso en el dogmatismo liberal emanado del jacobinismo 36. Al respecto, en su obra “La educación moral: estudio de la teoría y aplicación de la sociología educacional”, Durkheim critica abiertamente el intento liberal

34 En este sentido, el suicidio de tipo anómico es el característico de la compleja interrelación humana surgida de la vida moderna, desprovista de un marco regulatorio que fije “límites consensuados” a las ambiciones personales.

35 Hobbes, Thomas: “Leviatán”; Rousseau, J.J.: “El contrato social”, ob. cit.,; Locke, John: “Ensayo sobre el gobierno civil”,

36 La doctrina liberal ultra-republicana puesta en práctica durante el periodo post-revolucionario en Francia, a fines del siglo XIX, derivó en la divulgación de un “catecismo”, a tal punto considerado en términos fundacionales de una nueva era que se oficializó la aplicación de un nuevo calendario republicano; asimismo, los preceptos dogmáticos pretendían imponerse con una rigurosidad represiva, mediante el uso de la guillotina como instrumento “disuasivo” que remite comparativamente a los métodos de la Inquisición de la Iglesia medieval en orden al acatamiento incondicional a la ortodoxia cristiana.

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en dirección a la destrucción de cualquier tipo de escala de valores arraigada tradicionalmente, señalando que, en lugar de pretender arrancar las raíces del conjunto de normas y creencias anidadas en la sociedad, debería construirse un renovado marco normativo aunque asentado en las prácticas y costumbres comunitarias.

La diferenciación de los procesos colectivos generadores de solidaridad determina que ésta se manifieste bajo dos formas caracterizadas por modalidades de integración social específicas; la solidaridad “mecánica” opera en las comunidades conformadas por individuos relativamente indiferenciados, con escasa o nula división del trabajo, donde priman lazos de unión interpersonal, de raigambre tradicional y religiosa, mientras que la solidaridad “orgánica” responde a la gradual heterogeneidad de los particulares debida a la especialización de funciones que trae aparejada el desarrollo económico 37.

La forma mecánica se presenta en aquellas colectividades que no evolucionaron en el orden industrial y, por lo tanto, el “cuerpo social” se encuadra dentro de un marco homogéneo de individuos, en el que su nivel de uniformidad implica la composición indiferenciada del ente comunitario; dicha solidaridad por semejanzas remite al “grado de energía que puede adquirir una creencia o un sentimiento por el hecho de ser [experimentada] por una misma comunidad de hombres, en relación unos con otros; la emoción que sucesivamente ha ido ganando a las gentes empuja violentamente unos hacia otros a aquellos que se asemejan y los reúne en un mismo lugar; [la] concentración material del agregado, haciendo más íntima la penetración mutua de los espíritus, hace así más fáciles todos los movimientos del conjunto; los sentimientos son muy uniformes, vienen a perderse unos en otros, a confundirse en una resultante única que le sirve de sustitutivo y que se ejerce, no por cada uno aisladamente, sino por el cuerpo social así constituido” 38.

La causa de dicha cohesión social se encuentra, según Durkheim, en “cierta conformidad de todas las conciencias particulares hacia un tipo común” definido como tipo psíquico de la sociedad, el que determina que el conjunto de miembros del agrupamiento, en tanto individuos, se hallen mutuamente atraídos en virtud de sus semejanzas, pero además que estén “ligados a lo que constituye la condición de existencia de ese tipo colectivo, a la sociedad que forman por su reunión”. Al respecto, puede indicarse que “casi todas las formas premodernas de organización social dependen primariamente de relaciones directas interpersonales; el parentesco, la vida comunitaria y aun de forma más estable las relaciones recurrentes de intercambio económico tienen lugar dentro del conocimiento consciente de los individuos y usualmente en contextos de copresencia” 39. Entonces, el tipo de solidaridad mecánica obedece a que determinados estados de conciencia resultan compartidos por el conjunto de integrantes de la comunidad y es mayor en proporción al área de la convivencia colectiva abarcada y reglamentada por la conciencia común; es decir que cuántas más relaciones interpersonales sientan el peso de la misma, aumentan los lazos que integran al individuo al grupo.

En cambio, cuando la actividad económica adquiere creciente complejidad ante el avance

37 Tipologías con un enfoque relativamente análogo se encuentran en la dicotomía señalada entre comunidad y asociación (Tönnies, Ferdinad: “Comunidad y sociedad”) y entre sociedades militares e industriales (Spencer, Herbert: “Sociología”)

38 Durkheim, Émile: “La división del trabajo social”; Madrid, Akal, 1995 (Págs. 116 y 121/124)

39 Beriain, Josetxo: “La integración en las sociedades modernas”; Barcelona, Anthropos, 1996 (págs. 131-132).

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del proceso de industrialización, la solidaridad deviene orgánica en la medida en que en las sociedades modernas generan un ámbito funcional signado por la complementariedad de actividades progresivamente especializadas. En esta nueva instancia, la diferenciación social engendrada por la división del trabajo industrial impide la actuación de los procedimientos tradicionales formadores de cohesión entre las personas; en reemplazo de los mismos debe acudirse a un necesario consenso, acerca de la inevitabilidad de la diversificación de funciones, por ende de posiciones, entre los individuos, logrado en virtud de su fundamentación a través de un cuerpo teórico-científico socializado mediante la educación popular.

Las sociedades en las que prevalece la solidaridad orgánica se encuentran constituidas por un sistema complejo de “órganos heterogéneos”, cada uno de ellos cumpliendo una función especial y formados, ellos mismos, de partes diferenciadas. Existe una dependencia recíproca entre los mismos aunque en un sentido radicalmente alejado del tipo social referido a la presencia de vínculos mecánicos, debido a que “los individuos se agrupan no ya según sus relaciones de descendencia, sino con arreglo a la naturaleza particular de la actividad social a la cual se consagran; su medio natural y necesario no es ya el medio natal sino el medio profesional; no es ya la consanguinidad, real o ficticia, la que señala el lugar de cada uno, sino la función que desempeña”. En la sociedad organizada industrialmente, “la armonía social deriva esencialmente de la división del trabajo”, caracterizada esta última por la presencia de una cooperación realizada de una manera prácticamente automática, “sólo por el hecho de perseguir cada uno sus propios intereses”; de esta forma alcanzaría que los distintos individuos se dediquen a una función especializada “para encontrarse, por la fuerza de las cosas, solidarizado con los otros” .

La ubicación en posiciones diferenciadas dentro de una escala jerárquica, impuesto por las nuevas técnicas productivas –que conlleva a su vez una graduación en el nivel de ingresos- debería entonces poder demostrarse racional y empíricamente: la aceptación consensuada del “orden natural” inherente a la estratificación social evitaría las cíclicas convulsiones y revueltas originadas en un estado de guerra crónico, manifiesto o latente, producto de enfrentamientos entre clases con ambiciones y necesidades económicas u opuestas. La división del trabajo desempeña progresivamente el papel asignado a la conciencia colectiva en el pasado, al vincular de manera recíproca “a los individuos y a los agregados sociales de las sociedades diferenciadas”, de acuerdo a Beriain. En este contexto, la cuestión referida a la problemática de la integración remite a cierto “ajuste mutuo de las diversas partes para formar un todo unificado y armonioso”; sin embargo debería acentuarse el hecho de que la solidaridad orgánica no representa el equivalente funcional integral requerido por la división del trabajo, teniendo en cuenta que Durkheim rechaza la idea de una supuesta integración absolutamente espontánea de los intereses particulares obtenida mediante el funcionamiento del mecanismo “automático” del mercado, tal como sostenía Spencer 40.

La creencia durkheimiana en la existencia de valores subyacentes compartidos, ajenos a la mera “prosecución racional maximizadora del propio interés”, en cuanto fuerza moral exterior al cálculo de las conveniencias individuales -reflejado, por ejemplo, mediante un convenio contractual- obedece a que “la solidaridad orgánica precisa estar anclada en un consenso normativo básico”, restituyendo la moralidad social. El proceso de modernización capitalista conlleva la gradual erosión de los fundamentos normativos tradicionales sin propiciar, en su reemplazo, la creación de otras bases eficaces de integración del individuo en un sentido comunitario auténtico; la consecuencia de este proceso lo constituye ineludiblemente el fenómeno encarnado en la anomia, en cuanto “problema de integración moral, [en la medida en que] al lado

40 Beriain, J., ob. cit., págs- 20/22 36

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del mercado persiste la solidaridad social irreductible funcionalmente” 41.La frágil solidaridad social de la Europa moderna respondía a una carencia de regulación

moral y jurídica que generaba un estado de anarquía en las relaciones que se establecían en la actividad económica, tanto industrial como comercial. Esta situación se debía a la disolución de las corporaciones y otros grupos de nivel secundario, los cuales habían actuado tradicionalmente como intermediarios entre el Estado y los individuos, quienes de algún modo eran contenidos por ese tipo de “asociaciones”. Al no sustituirse dichas entidades por otras que desarrollasen una función afín, expresando las inquietudes de los ciudadanos, éstos se encontraron atomizados en el marco de una sociedad gobernada por un Estado “hipertrofiado” e ineficaz para resolver las complicaciones generadas por la proliferación de actividades especializadas.

Basado en este diagnóstico crítico respecto de la aptitud del Estado para remediar las citadas consecuencias disolventes de la sociedad moderna, Durkheim propone la recreación de un ámbito corporativo. No obstante, al reconocer el concepto negativo merecido por la actuación de las corporaciones medievales, al transformarse en obstáculo del progreso económico, sugiere que ese rol sea ocupado por los órganos representativos de los grupos profesionales modernos, institucionalizados a través de los sindicatos de trabajadores y asociaciones empresariales. Estas entidades intermedias negociarían entre sí los temas en disputa, de acuerdo a la defensa de sus propios intereses, pero los términos acordados por ambas partes deberían ser garantizados, para su efectivo cumplimiento, por un arbitraje situado por encima de las clases sociales, con autoridad otorgada mediante el poder moral afirmado en el consenso colectivo.

En definitiva, el estado anómico de la sociedad “industrial” tiene como causa la ruptura del marco normativo convencionalmente construido a lo largo de varios siglos, asentado sobre pautas culturales transmitidas intergeneracionalmente. Los principios comunitarios habían resultado funcionales al orden integrado medieval, apañando otras injusticias, tales como desigualdades sociales abismales y la explotación de la fuerza de trabajo bajo condiciones de sometimiento de la persona a condiciones de servidumbre. Durkheim critica las inequidades de toda índole inherentes a los “sistemas feudales”, aunque reconoce la eficacia de sus mecanismos integradores, gestores de una estabilidad perdurable e inexistentes en las sociedades avanzadas. El corporativismo democrático esbozado teóricamente por este autor constituye una doctrina reformista -desde el punto de vista del estado de las relaciones sociales de su época-, que no cuestiona la división en clases ni la propiedad privada de los medios de producción intrínsecos al orden capitalista, en la forma como lo había realizado el materialismo histórico 42.

Su propósito final, declarado explícitamente, consiste en contener el estado de beligerancia en que se encontraban dos “bandos” enfrentados: sectores empresarios económicamente poderosos frente a una desprotegida y dispersa clase trabajadora. Ésta, explotada por la patronal, siempre salía derrotada en esa lucha desigual representada en la negociación contractual particular, por lo que Durkheim proponía ponerle límites a la arbitrariedad del capital, para controlar la discrecionalidad abusiva sobre los desposeídos, aunque mediante un proceso “orgánico”, es decir, que no afecte la estructura del régimen de producción y acumulación vigentes.

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41 Habermas, Jürgen (1990-1992), citado por Beriain, J., ibídem, pág. 2242 Ambos enfoques, corporativista y “socialista científico” serán refutados por Max

Weber en “Escritos políticos”, sobre la base de su concepción racional-individualista de los fenómenos sociales,

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4)- LA SOCIOLOGÍA COMPRENSIVA WEBERIANA (Norberto Ivancich y José Luis Lens)

El debate sobre la ciencia en la Alemania de fines de siglo

Los debates filosóficos de la segunda mitad del siglo XIX plantearon como uno de los temas más relevantes en la comprensión del fenómeno de las ciencias sociales el de la distinción entre dos tipos de ciencias. Aquellas vinculadas a la Naturaleza y otras vinculadas a la realidad cultural, al espíritu del hombre, en definitiva, a las ciencias del espíritu y de la sociedad. En la Alemania unificada, el filósofo que mejor representó esta posición fue Wilhelm Dilthey (1833-1911). Es interesante destacar la crítica al positivismo que propugna su gnoseología (teoría del conocimiento) de las llamadas ciencias del espíritu, vinculadas con el enfoque historicista. Esta última corriente procede de Hegel (1770-1831) y se enlaza, después de Dilthey, con Wildenband y Rickert (1863-1936).

Weber consideraba que el interés primario de las ciencias sociales es el aspecto cualitativo de los fenómenos socioculturales, en comparación con los aspectos predominantemente cuantitativos de los fenómenos físicos, él mismo reconoce que “esta distinción es en verdad una distinción de principio, como parece a primera vista’” [...] Sin embargo, Weber mantuvo la opinión de que existe una fundamental diferencia entre los fenómenos culturales y los físicos y, por consiguiente, entre los requisitos metodológicos de las ciencias culturales y los de las ciencias físicas, respectivamente. Arguyó que la significación cultural nunca puede “derivar o hacerse inteligible” sobre la base de un sistema de leyes analíticas... A causa de que ‘la significación de los sucesos culturales presupone una orientación valorativa hacia los sucesos. El concepto de cultura es un concepto valorativo [...] Weber aduce en apoyo de esta aserción [...] 1) que los diversos sectores de la realidad adquieren significación para nosotros a causa de su relación con los valores; 2) que solo tiene una significación tal la parte de la realidad que se relaciona con nuestros valores; y 3) que es imposible investigar los datos empíricos, “sin presuposiciones’”.43

Es a partir de esta diferenciación entre ciencias de la Naturaleza y ciencias de la Cultura, que plantea las relaciones distintas que se establecen entre los fenómenos naturales y los sociales, sobre todo vinculado al sentido de los mismos. Distingue al sentido objetivamente válido, propio de las ciencias físicas, del sentido mentado, es decir, subjetivo.Los fenómenos de la naturaleza se manifiestan de manera unívoca, es decir, no se tiene que plantear cuales han sido las motivaciones de los hechos, ya que la repetición y la constancia de los mismos no requieren otro paso que el registro y la posterior validación de una hipótesis o tesis a través de la experimentación. En este sentido son objetivamente válidos. Mientras que los fenómenos propios del ser humano plantea el problema de aprehender el sentido que orientó a los individuos a la concreción de los hechos o de las acciones realizadas. Por ello es sentido subjetivo, mentado, entendido como representación interior de los sujetos.

Todo o casi todo- lo que en el ámbito de los fenómenos socioculturales presenta problemas metodológicos únicos, puede, al menos en principio, referirse a la

43 Irving Zeitlin, Ideología y teoría sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, pp. 131-132.

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metodología científica general; lo cual no supone negar que, en el ámbito cultural, la tarea pueda ser considerablemente más compleja.44

El concepto de sociología comprensiva

El concepto de representación se explica a partir de lo que Weber desarrolló como una "sociología comprensiva", basada en las categorías de acción y acción social.

La acción como orientación significativamente comprensible de la propia conducta, sólo existe para nosotros como conducta de una o varias personas individuales.

La acción social (incluyendo tolerancia u omisión, es decir, inacción) se orienta por las acciones de otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas como futuras (venganzas por previos ataques, réplica a ataques presentes, medidas de defensa frente a ataques futuros). Los 'otros' pueden ser individualizados y conocidos o una pluralidad de individuos indeterminados y completamente desconocidos (el “dinero”, por ejemplo, significa un bien –de cambio– que el agente admite en el tráfico porque su acción está orientada por la expectativa de que otros muchos, ahora indeterminados y desconocidos, estarán dispuestos a aceptarlo también, por su parte, como cambio en el futuro) [...] No toda clase de contacto entre los hombres tiene carácter social; sino sólo una acción con sentido propio dirigida a la acción de otros. Un choque de dos ciclistas, por ejemplo, es un simple suceso de igual carácter que un fenómeno natural. En cambio, aparecería ya una acción social en el intento de evitar el encuentro, o bien en la riña o consideraciones amistosas subsiguientes al encontronazo" 45

Pero este énfasis en el individuo no significa perder el objeto de estudio de la sociología, es decir la comprensión de las acciones de los hombres en sociedad. Diferenciándose de otras posturas, tales como las de la biología, la psicología y el naturalismo, Weber puntualiza:

Para otros fines de conocimiento puede ser útil o necesario concebir al individuo, por ejemplo, como una asociación de “células'” o como un complejo de reacciones bioquímicas, o su vida 'psíquica' construida por varios elementos... Sin duda alguna así se obtienen conocimientos valiosos... Pero no es posible “comprender” el comportamiento de esos elementos. Ni aun en el caso de tratarse de elementos psíquicos; y menos [cuando] se les conciba en el sentido de las ciencias naturales; jamás es éste el camino para una interpretación del sentido mentado. Ahora bien, la captación de la conexión de sentido de la acción es cabalmente el sentido de la sociología... La interpretación comprensiva de la sociología se interesa por el entrelazamiento de acciones específicas de personas individuales, ya que tan

44 Idem, p. 131.45 Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1983, p. 9. La

primera edición alemana posterior a la muerte del autor fue de 1922.39

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sólo éstas pueden ser sujetos de una acción orientada por su sentido.46

En la cita anterior se puede observar lo que entiende Weber por "comprender", que es encontrar una conexión de sentido a partir de la interpretación de los motivos y las razones de los actores individuales. Lo que le interesa a la sociología es el sentido representado, es decir, el sentido propio dirigido a la acción de otros; lo vinculado a la voluntad, al designio y al propósito orientadores de la acción y campo específico de la conciencia de los actores individuales, ya que:

...no existe... una personalidad colectiva en acción. Cuando [se] habla del “Estado”, de la “nación”, de la “sociedad anónima”, de la “familia”, de un “cuerpo militar” o de cualquiera otra formación semejante se refiere únicamente al desarrollo, en una forma determinada, de la acción social de unos cuantos individuos... La interpretación de la acción debe tomar nota del importante hecho de que aquellos conceptos empleados tanto por el lenguaje cotidiano como el de (profesionales), son representaciones [...] de hombres concretos, [que] orientan realmente la acción de los mismos; y también debe tomar nota de que esas representaciones poseen una poderosa, y a menudo dominante, significación causal en el desarrollo de la conducta humana concreta.47

Ricoeur esclarece esta última idea:

Lo que ha de interpretarse es la acción y no la conducta, porque la conducta es una serie de movimientos en el espacio, mientras que la acción tiene sentido para el agente humano [...] La acción depende no solamente de que tenga sentido para el sujeto aislado, solo, porque también debe tener sentido en relación con otros sujetos. La acción es subjetiva y a la vez intersubjetiva” (Mientras que la acción simple la definiría como conducta, la acción la definiría como la acción social planteada por Weber).48

El tema de la comprensión cobra también una doble dimensión:

Weber introduce aquí una nueva distinción entre lo que llama comprensión actual o inmediata y comprensión explicativa. De la primera comprendemos el sentido de una multiplicación que hacemos o de una página que leemos, o incluso el de la cólera, que se manifiesta con una mímica propia, o la conducta de un leñador que está a punto de derribar un árbol, o el de un cazador que apunta con su escopeta. La segunda forma es indirecta, ya que en ella intervienen los motivos de los actos para captar el sentido. Comprendo, de esta manera, el sentido que da una persona a una operación de cálculo cuando la veo sumida en un problema de contabilidad o el del comportamiento del leñador que trabaja para ganarse la vida o el del cazador que se dedica a este deporte por razones de salud. [...]; comprender es captar la evidencia del

46 Idem, p. 12.47 Ídem, p. 13.48 Paul Ricoeur, Ideología y utopía, México, Gedisa, 1991, pp, 213-

214.40

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sentido de una acción.49

Definido pues, el carácter comprensivo de la sociología weberiana se hace necesario advertir como los sentidos mentados pueden ser aprehendidos por los investigadores. En este aspecto Weber afirma:

Por ‘sentido’ entendemos el sentido mentado y subjetivo de los sujetos de la acción, bien a) existente de hecho: 1) en un caso históricamente dado, 2) como promedio y como un modo aproximado, en una determinada masa de casos; bien b) como construido en tipo ideal con actores de este carácter.50

Entonces, la aprehensión de los sentidos mentados surgen de datos provenientes de la historia o de las estadísticas y encuestas (los existentes de hecho) o son construidos como recurso teórico por los investigadores (es el caso de los tipos ideales).

Los tipos puros ideales

Como toda disciplina científica, la sociología comprensiva pretende “reducir a la menor cantidad de conceptos la mayor cantidad de fenómenos pertinentes”. Esto es así porque la sociología, en tanto ciencia generalizadora, está abocada a una construcción conceptual. Por eso, Weber plantea la necesidad de construir tipos puros ideales.

El principio que está en juego aquí es el de que la realidad concreta siempre es más compleja que cualquier explicación o teoría. O dicho en otras palabras, ninguna categoría explicativa o teoría puede dar acabadamente cuenta de la realidad concreta. Siempre habrá un plus que no podrá ser contenido ni explicado por la categoría en cuestión. En una palabra, para poder "comprender" es preciso "purificar" la realidad. Pero al purificarla, quitándole todo aquello que pueda introducir una distorsión o ambigüedad respecto del sentido que se quiere destacar y hacer explícito, se vacía, a la vez, el concepto.

Ahora bien, lo que se pierde en riqueza concreta de lo real se gana en univocidad del concepto (un sentido único frente a la pluralidad de sentidos posibles). Porqué es cierto que sin esta univocidad es imposible la explicación. Pero, ¿cómo se alcanza la univocidad del concepto? Veamos lo que dice Weber:

Para que los conceptos expresen algo unívoco la sociología debe formar, por su parte, tipos puros (ideales) que muestren en sí la unidad más consecuente de una adecuación de sentido lo más plena posible; siendo por eso mismo tan poco frecuentes [...] en la realidad.51

Esta plenitud debe entenderse como una “acentuación analítica de ciertos elementos de la

49 Julien Freund, Sociología de Max Weber, Barcelona, Península, 1967, pp. 86-87.

50 Max Weber, ob. cit., p. 6.51 Idem, p. 19.

41

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realidad”, un subrayar los componentes específicos del fenómeno que se pretende comprender.La importancia metodológica de los tipos ideales consiste en que ellos nos permiten captar la complejidad de múltiples casos singulares (particulares, únicos) mediante un sistema combinado basado en una serie reducida de tipos puros fundamentales (generales, comunes). El carácter combinado nos permite acceder a la multiplicidad de los fenómenos reales para “aclarar y hacer comprensibles los aspectos característicos reales con referencia a un tipo ideal”.

Por ello, los tipos ideales no son conceptos especulativos puesto que deben estar sostenidos por la experiencia, pero asimismo preceden a la experiencia ya que suministran un eje interpretativo que nos orienta en la búsqueda de datos, explorando las diversas maneras de estudiar la vida social.

Veamos un ejemplo concreto. Imaginemos alguna de las acciones con sentido que pueden ejecutar los hombres. Pensemos en una acción racional de un individuo determinada exclusivamente por valores éticos, esto es, cumplir con el deber por el deber mismo. Es muy difícil pensar que en nuestro mundo se den acciones de este tipo en estado puro. Un hombre encuentra una cartera con dinero y la devuelve. Cuando se lo interroga por las razones de su acción es probable que diga que eso es lo que se debe hacer, y que su satisfacción está en el deber cumplido. Sin embargo, en los seres humanos, si bien es innegable la existencia de una dimensión moral, tampoco podemos negar que existen otras dimensiones, interesadas o no, como el miedo a ser descubierto, la necesidad de reconocimiento, la búsqueda de una recompensa material por la devolución de lo encontrado, etc. Si suponemos que en la acción de este hombre estuvieron presentes todas estas dimensiones nos encontramos con el problema de que no podemos conocer exactamente su verdadera motivación, ya que ella es el resultado de la mezcla de intenciones de diversa índole que se confunden caóticamente. Sólo purificando al hecho real es que podemos dar univocidad al concepto y, con ello, obtener la posibilidad de comprender, y ésta siempre será una aproximación de probabilidad y no una certeza.

La acción real es a menudo oscura en sus intenciones mentadas (representadas) para los individuos. El agente de la acción siente, por lo general, de un modo indeterminado. En la mayoría de los casos actúa por sentimiento o costumbre. Sólo ocasionalmente, y no en todos los individuos, se eleva a la conciencia con un sentido pleno y claro de la acción:

Una acción con sentido efectivamente tal, es decir, clara y con absoluta conciencia es, en realidad, un caso límite.52

El teórico tiene que tener en cuenta este hecho, pero esto no le debe impedir construir sus conceptos mediante una clasificación de los posibles sentidos mentados o representados y como si la acción real transcurriera orientada conscientemente según un sentido.

Los cuatro tipos puros de acción social

A partir de los sentidos mentados que motivan a la acción social se puede establecer una clasificación sobre la multiplicidad de acciones desarrolladas por los hombres en la sociedad.

En cuanto a los tipos de puros ideales de "acción social", Weber parece hacerse las siguientes preguntas para definirlos:

52 Ídem, p. 18.42

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– ¿En virtud de que razones actúan los hombres? – ¿Cuáles son los motivos que los llevan a la acción? -¿De cuántos tipos son esos motivos?

Quizás podrían haber más, pero Weber encuentra que los motivos por los que actúan los hombres obedecen por lo general a los siguientes tipos de causas:

–Racionales orientadas por determinados fines que se desean conseguir.

1) Racional con arreglo a fines: determinada por expectativas en el comportamiento tanto de los objetos del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como “condiciones” o “medios” para el logro de fines propios racionalmente sopesados y perseguidos.

–Racionales de acuerdo a valores sociales, éticos, estéticos, religiosos, etc., y por mérito exclusivo de estos valores.

2) Racional con arreglo a valores: determinada por la creencia consciente en el valor –ético, estético, religioso o de cualquier otra forma como se lo interprete–propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente en mérito de ese valor.

- Afectivas.

3) Afectiva, especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales (anímicos) actuales, y

–Tradicionales.

4) Tradicional: determinada por una costumbre arraigada. 53

Vale recordar que Weber desarrolla una tipología pura, es decir, la de los sentidos mentados de la acción de los individuos, que nunca serán exclusivamente racionales con arreglo a fines, o racionales con arreglo a valores, o afectivas o tradicionales. Puede ser que exista una causa preponderante en la acción, pero eso no excluye, por lo menos en algún grado, la concurrencia de los otras orientaciones o motivos.

Por otro lado, esta tipología de la motivación es fundamental en la tipología de la dominación ya que anticipa su análisis de la legitimidad.

La sociología de la dominación: Poder, dominación y disciplina

53 Id, p. 2043

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A partir de su obra y de su esfuerzo de formulación conceptual, los estudios sobre el poder adquirieron un rigor nuevo y se puede afirmar que toda la investigación sociológica actual sobre el poder tiene allí su principal fuente de inspiración teórica.54

En Economía y sociedad (obra póstuma) se recogen escritos recopilados en los años posteriores a la Primera guerra Mundial que definen una serie de conceptos y nociones básicas de lo que constituye una "sociología de la dominación". Max Weber describe allí las diversas representaciones del orden legítimo que constituyen la condición de existencia de los diferentes sistemas políticos. El enlace entre el significado de la "acción social" y la "dominación legítima" se da a través de las ideas de "poder", "dominación" y "disciplina”. Veamos qué entiende Weber por cada uno de ellas:

Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad...

Por dominación debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas...

Por disciplina debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática.55

Analicemos un poco estos conceptos. El más general y amorfo es el de poder, ya que abarca a todos los casos imaginables. El propio Weber nos señala estas diferencias entre "poder" y "dominación". El poder incluye a la dominación, por ser más general y, por lo tanto, menos preciso:

El concepto de poder es sociológicamente amorfo. Todas las cualidades imaginables de un hombre y toda suerte de constelaciones posibles pueden colocar a alguien en posición de imponer su voluntad en una situación dada. El concepto de dominación tiene, por eso, que ser más preciso y sólo puede significar la probabilidad de que un mandato sea obedecido.56

A su vez, ¿obediencia’ significa que la acción del que obedece transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta; y eso únicamente en mérito de la relación formal de obediencia, sin tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o el desvalor del mandato como tal.57

Siguiendo a Weber decimos que "poder" es la capacidad de hacer algo por medio de otros, la probabilidad de disponer de la capacidad de acción de otros para lograr determinados fines específicos. Esto supone una forma de dominio sobre los otros, así como la desigualdad y los

54 Antonio Passano, Introducción y selección de textos de Wright Mills, Lasswell, Talcott Parsons y otros, en Sociología del poder, Buenos Aires, CEAL, 1978, p. 11.

55 Max Weber, ob. cit., p. 43.56 Ídem.

57 Id., p. 172.44

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desequilibrios en las relaciones sociales. Es indudable que el poder se expresa en un marco de desigualdad.

A los efectos de tender un puente comprensivo entre los tipos puros de acción social y el tema propio de la dominación legítima, incluimos la siguiente cita de Weber, en la que se puede comprobar el carácter fundamental que reviste el tema de los "motivos" o móviles por los cuales los individuos obedecen a un determinado mandato:

La dominación, o sea, la probabilidad de hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en diversos motivos: puede depender directamente de una constelación de intereses, o sea de consideraciones utilitarias de ventajas o inconvenientes por parte del que obedece; o puede depender también de la mera “costumbre”, de la ciega habituación a un comportamiento inveterado, o puede fundarse, por último, en el puro afecto, en la mera inclinación personal del súbdito. Sin embargo, la dominación que sólo se fundara en tales móviles sería relativamente inestable. En las relaciones entre dominadores y dominados, en cambio, la dominación suele apoyarse interiormente en motivos jurídicos, en “motivos de legitimidad”, de tal manera que el quiebre de esa creencia en la legitimidad suele, por lo general, acarrear graves consecuencias.58

Es interesante observar de qué manera transita Weber de las motivaciones de las acciones sociales, a las "motivaciones de legitimidad", que se encuadran en el dominio de lo político.

La legitimidad

Weber define la legitimidad como los principios últimos en los que se sustenta la validez de una forma de dominación. Esta validez se concreta en la obtención de obediencia por parte de los dominados ante el mandato de los dominadores. Pero estos principios o fundamentos no son cuestión de meras especulaciones (aquí el concepto de especulación se refiere sólo a su carácter de arbitrarias) teóricas o filosóficas, sino que se basan en diferencias reales y concretas (es decir, empíricas). Más bien, son producto de un hecho general inherente a toda circunstancia de la vida, y por lo tanto, a toda forma de dominación, se trata de la autojustificación:

La más sencilla observación muestra que en todos los contrastes notables que se manifiestan en el destino y en la situación de los hombres, tanto en lo que se refiere a su salud y a su situación económica o social como en cualquier otro respecto, y por evidente que sea el motivo “accidental” de la diferencia, el que está mejor situado siente la urgente necesidad de considerar como “legítima” su posición privilegiada, de considerar su propia situación como resultado de un “mérito” y la ajena como producto de una “culpa’”.59

Las doctrinas de legitimación, por lo tanto, son producto de la necesidad de autojustificación

58 Id., pp. 706-707.59 Ídem, p. 705.

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o justificación, en este último caso para aquellos que no forman parte del sector predominante aunque se comparta con él los motivos de la dominación.

Ahora bien, “ni con mucho ocurre que la obediencia a una dominación esté orientada primariamente (ni siquiera siempre) por la creencia en su legitimidad. La adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, practicarse efectivamente por causa de intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento. Lo cual no es decisivo para la clasificación de una dominación. Más bien, su propia pretensión de legitimidad, por su índole la hace “válida” en grado relevante, consolida su existencia y codetermina la naturaleza del medio de dominación”.60

Encontramos, pues, dos elementos que confluyen en el establecimiento de un “orden legítimo”: las creencias en y las pretensiones a la legitimidad.

Las creencias en la legitimidad son relevantes ya que “únicamente dentro de un sistema de motivos puede garantizarse la legitimidad de un orden” y es solamente dentro del marco de motivaciones o móviles que “cobra sentido la cuestión de la pretensión a la legitimidad.61

Es justamente, la pretensión de establecer un orden político la que ayuda a conformar el consentimiento y a mantenerlo como factor de unidad de sectores diversos de la sociedad. Es decir, la obediencia y el consenso de los dominados constituyen el correlato al mandato del dominador y su entorno.

Así, “el concepto de pretensión de Weber es desarrollado en tres fases principales. Primero, la pretensión está implícita en el concepto de orden [que] no significa orden compulsivo, sino que se trata de una ordenación que da forma, configuración a un grupo [quienes somos]. Este orden ya supone una cuestión de creencia porque está constituido por individuos que se orientan con respecto de la conducta de los demás. Todo debe expresarse atendiendo a la recíproca orientación de los individuos, y la inserción de esta pretensión en el campo de motivación de cada individuo es una creencia. El orden existe más como representación intelectual que como una creencia emocional.

El concepto de pretensión asume una significación más... convincente cuando lo desplazamos desde el concepto general de orden al concepto de un orden que implica una diferenciación entre gobernantes y gobernados. Lo que está presente no es solamente un orden, sino que es un orden impuesto. El concepto de imposición introduce un elemento de conflicto entre voluntades. El concepto de pretensión a la legitimidad debe pues incorporar no sólo el reconocimiento de quienes somos sino también la obediencia a aquel que gobierna [a quienes obedecemos].

El tercer paso del desarrollo del concepto de pretensión a la legitimidad presenta la amenaza del empleo de la fuerza. Para Weber este es el rasgo distintivo del Estado, es rasgo que lo

60 Ídem, p. 171.61 Paul Ricoeur, ob.cit., pp. 218-223.

46

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distingue de todas las otras instituciones.”62 Por lo tanto, el Estado moderno tiene la pretensión a la legítima utilización de la fuerza de manera monopólica

Resumiendo, tenemos tres fases en el desarrollo del concepto de pretensión: la de un orden general, la de un grupo gobernante dentro de una organización y la de aquellos que ejercen la dominación de tener la capacidad de imponer el orden mediante el empleo de la fuerza.63

La codeterminación se establece a partir de que Weber “supone que la tipología de la pretensión está reflejada en la tipología de la creencia, porque no podemos hablar de legitimidad sin hablar de móviles y los móviles tienen relación con creencias”; pero la tipología de la dominación “está dada por la pretensión, no por la creencia. La creencia agrega algo más que permite que la pretensión sea aceptada o dada por descontada por quienes están sometidos al orden correspondiente”.64

Los tres tipos puros de dominación legítima

A partir de la pretensión de legitimidad se puede, por lo tanto, clasificar las formas de dominación.

Existen tres tipos puros de dominación legítima. El fundamento de su legitimidad puede ser:

1. de carácter racional: que sustenta la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la dominación.

2. de carácter tradicional: que sustenta la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la autoridad de los señalados por esa tradición para ejercer la dominación;

3. de carácter carismático: que se sustenta en la entrega extraordinaria al carisma, don o gracia excepcional, de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas, o fruto de una “llamada” trascendente.

En la dominación racional legal se obedecen a las ordenaciones impersonales y objetivas legalmente establecidas (Estatuto) y a las personas por ellas designadas, en mérito de las disposiciones de dicha legalidad racional- formal y dentro del círculo establecido de su área de incumbencia (atenerse a reglamento y estar capacitado en un tema específico).

Las categorías fundamentales de la dominación legal son, pues, el tipo más puro de dominación legal es aquel que se ejerce por medio de un cuadro administrativo burocrático. La administración burocrática significa: dominación gracias al saber; éste representa su carácter racional fundamental y específico.

1. Un ejercicio continuado, sujeto a ley, de funciones, dentro de

62 Idem, pp. 226-227.63 Id., p. 227.

64 Id., pp. 228-230.47

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2. una competencia, que significa:a) un ámbito de deberes y servicios objetivamente limitado en virtud de una distribución de

funciones,b) con la atribución de los poderes necesarios para su realización, y

c) con fijación estricta de los medios coactivos eventualmente admisibles y el supuesto previo de su aplicación.

3. El principio de jerarquía administrativa, o sea la ordenación de autoridades fijas con facultades de regulación e inspección y con el derecho de queja y apelación ante los superiores por parte de las inferiores.

En la dominación tradicional se obedece a la persona del señor representante de la santidad de la tradición. Entendida ésta como el mandato del pasado, de la costumbre consagrada por una validez inmemorial, y por la actitud habitual de su observancia. Ejemplo de esta dominación son el patriarca y el príncipe de todos los tipos.

El soberano no es un “superior”, sino un señor personal, su cuadro administrativo no está constituido por funcionarios sino por servidores, los dominados no son “miembros” de la asociación sino: compañeros tradicionales o súbditos.

Los tipos originarios de la dominación tradicional están constituidos por los casos en que no existía un cuadro administrativo personal del imperante: la gerontocracia y el patriarcalismo de los orígenes. En ellos, los medios administrativos están apropiados por la asociación que ejerce la dominación.

En las otras formas sí existió el cuadro administrativo, pero a éste le faltó: la competencia fija según reglas objetivas, la jerarquía racional fija, el nombramiento regulado por libre contrato y el ascenso regulado, la formación profesional (como norma), el sueldo fijo y el sueldo pagado en dinero.

En la dominación carismática se obedece a la persona por la fe que en ella se tiene ya que ésta posee el don, la gracia personal extraordinaria, o sea la devoción a su persona y la confianza en revelaciones, heroísmo y otras cualidades de caudillaje de individuos. Ejemplos son el profeta, el príncipe guerrero elegido, el líder parlamentario, el conductor plebiscitado y jefe político de partido.

La dominación carismática se opone, por igual, por ser fuera de lo común y extracotidiana, a la dominación racional legal (sobre todo a la burocrática) y a la tradicional (especialmente a la patriarcal y patrimonial o estamental). Ambas son formas de dominación cotidianas, rutinarias y la carismática es absolutamente lo contrario. “La dominación burocrática es específicamente racional en el sentido de su vinculación a reglas discursivamente analizables; la carismática es específicamente irracional en el sentido de su extrañeza a toda regla. La dominación tradicional está ligada a los precedentes del pasado y en cuanto tal igualmente orientada por normas; la carismática subvierte el pasado y es en este sentido específicamente revolucionaria”.65

65 Max Weber: ob. cit. p. 195.48

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El carisma es la gran fuerza revolucionaria en las épocas vinculadas a la tradición. A diferencia de la fuerza igualmente revolucionaria de la razón que opera por afuera o por intelectualización, el carisma puede ser una renovación desde dentro. Significa una variación de la dirección de la conciencia y de la acción, con reorientación completa de todas las actitudes frente a las formas de vida anteriores o frente al “mundo” en general. En las épocas prerracionalistas, tradición y carisma se dividen entre sí la totalidad de las direcciones de orientación de las conductas.66

El cuadro administrativo de los dominadores no es ninguna “burocracia”, y menos que nada una burocracia profesional. Es elegido por sus cualidades carismáticas: al profeta le corresponden los discípulos, al príncipe de la guerra el séquito, al jefe, en general, los hombres de confianza. No hay ninguna “carrera” ni “ascenso”. No hay ninguna jerarquía, sino intervenciones del jefe. No hay ninguna magistratura firmemente establecida, sino sólo “misioneros” comisionados carismáticamente.

El primer análisis que nos plantea Weber sobre el poder es la distinción "metodológica" (ya que en la realidad concreta no es posible encontrarlas en sus formas netas y puras) entre dos modalidades de su existencia:

–El poder como coerción.–El poder como dominación.

A la primera, como ya vimos, Weber la llama" poder" a secas. Es una modalidad de poder cuyo medio específico es la fuerza entendida como el uso, o la amenaza de aplicarla, de la violencia física.

A la coerción le corresponde un tipo de sumisión basado en el temor o el terror. La reacción específica contra esta forma de ejercicio del poder es la "rebelión" que puede adquirir dos modalidades. Puede ser pasiva, como la resistencia pacífica, siendo ejemplos de ello la "desobediencia civil" de Gandhi, la aceptación del martirio de los cristianos bajo el dominio de Roma, o la fuga hacia espacios de libertad, etc. Pero también puede ser activa, en la forma de insurrecciones, revoluciones, piquetes, puebladas, atentados, sabotajes, etc. La sanción correspondiente sólo puede ser la represión física mediante diferentes tipos de violencia, como la represión armada contra los insurrectos, el exilio de los que discrepan con el régimen y, finalmente la muerte de los opositores. La lógica del poder como coerción es la del exterminio, que apunta no sólo a la eliminación total de los rebeldes actuales, sino también de los potenciales. Tal es el caso del genocidio en la última dictadura que sufrimos los argentinos.

La primera condición del poder como coerción es el control y la vigilancia permanentes. Es el "panóptico" (Foucault) desde donde el control visual es absoluto y se constituye como única y exclusiva condición para evitar la rebelión de los dominados:

El ejercicio del poder puro supone una organización particular del espacio: ese ejercicio no es posible sino entre los límites de recintos cuyas partes, sean, en su totalidad, igualmente accesibles a la inspección, y cuyos accesos estén custodiados de modo que los movimientos de entrada y salida puedan ser controlados y, si es necesario, prohibidos. La división el espacio en áreas de observación y de vigilancia

66 Ídem, p. 197.49

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debe proseguirse hasta obtener circunscripciones lo bastante pequeñas como para que sean transparentes. Estas son forzosamente muy exiguas cuando el amo pretende vigilarlo todo. Lo que sólo es posible en el universo carcelario.67

La dominación, en cambio, es una modalidad de poder que se funda en un sistema de creencias compartidas. El grupo dominado encuentra en esas creencias la fuente de legitimación de las decisiones de los que mandan o gobiernan, así como sienten la obligación de someterse a las pautas y reglas establecidas. Configuran ejemplos clásicos de la dominación, la autoridad carismática de los líderes, la autoridad religiosa de una iglesia y la autoridad de los gobiernos políticos.

El medio específico de que se vale esta modalidad de poder son las llamadas "ideologías de legitimación”, que generan "consenso" social. Estas ideologías pueden ser tradicionales, carismáticas o basadas en una legalidad burocrática. Es importante destacar que el término "legítimo" no debe ser asociado aquí necesariamente a los valores de verdad, justicia e igualdad, sino a la idea de aceptación por parte de los dominados. La dominación es legítima porque es aceptada por los dominados, y no necesariamente porque sea verdadera, justa e igualitaria.

Las creencias o ideologías tradicionales son propias de las sociedades que se perciben más allá de los cambios y las innovaciones. Consisten en un capital de saberes sociales y culturales que se reproducen incesantemente. Por lo general, estas ideologías reflejan una visión del mundo rígidamente jerarquizada, en la medida en que consagran una desigualdad natural entre los hombres.

En forma diferente, las ideologías carismáticas, de carácter innovador, responde al surgimiento en el seno del grupo, de aspiraciones nuevas y expectativas interpretadas y encarnadas por un líder carismático o profeta. Históricamente estas ideologías originan una nueva legitimidad que entra en competencia con la tradicional y la racional legal.

Por último, están las ideologías que se sustenta en un orden legal burocrático. La obediencia y el consenso que encuentran estas ideologías no descansan en las tradiciones ni en un líder carismático o profeta, sino en la aceptación de las normas y leyes que gobiernan y regulan a los individuos y sus relaciones sociales en una sociedad dada.

A la dominación corresponde una forma de sumisión que denominaremos asentimiento, que se funda en las creencias o ideologías de dominación, esto es, en un contexto subjetivo, y puede ir desde desde el respeto al fanatismo u obediencia ciega, pasando por la convicción firme basada en el entusiasmo.

La reacción típica contra la dominación es el disenso, caracterizado por distintas figuras, como el simple desacuerdo ideológico, la pérdida del consenso social, la ruptura y el cisma. La sanción en estos casos sólo puede ser de orden ideológico, ya que la dominación en su forma pura se funda íntegramente en un esquema de valores. Sus principales formas pueden ser, según los casos, la excomunión, la condena en nombre de la ortodoxia, la expulsión del grupo, la desafiliación de un partido político, etcétera.

67 Pierre Legendre, Jouir du pouvoir, París, Minuit, 1976, pp. 20-25.50

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La dominación, con relación al poder como coerción, representa una forma mucho más económica de la organización y administración del poder. La dominación implica por definición el asentimiento y aceptación de los dominados, por lo tanto, no requiere de un control generalizado ni de la instalación de costosos aparatos de vigilancia, ni redes de información y control. Existe confianza entre los que mandan y los que son mandados, interiorizando estos últimos en forma totalmente voluntaria las decisiones, reglas y normas de los que gobiernan, sin que los administradores tengan necesidad de recurrir a la amenaza o al empleo de la coacción y la violencia físicas.

Sin embargo, debemos aclarar que las modalidades de poder descritas deben ser entendidas sólo desde una perspectiva metodológico analítica, ya que prácticamente no se dan en la realidad de una forma pura y aislada. El poder real y concreto que podemos percibir en sus distintas formas de expresión en la sociedad, se manifiesta por lo general de una forma mixta, articulándose en proporciones variables de coerción y dominación legítima.

Clase, estamento y partido

Para Weber los fenómenos de la distribución del poder dentro de una sociedad están representados por las clases, los estamentos y los partidos. Estas son diversas formas en que la población se distribuye en determinadas categorías sociales.

Las clases no son comunidades sino que representan bases posibles de una acción comunitaria, así hablamos de una clase cuando: 1) es común a cierto número de hombres un componente causal específico de sus probabilidades de existencia, en tanto que, 2) tal componente esté representado exclusivamente por intereses lucrativos y de posesión de bienes, 3) en las condiciones determinadas por el mercado –de bienes o de trabajo– (situación de clase).68 Es la distribución de poder más elemental: la de bienes y a través de un mecanismo: el mercado.

El concepto de clase tiene otros componentes relevantes.Si las clases no son por si mismas comunidades, las situaciones de clase surgen únicamente

sobre el suelo de comunidades [es decir, de estados nacionales]. Pero la acción comunitaria que le da origen no es fundamentalmente una acción realizada por los pertenecientes a la misma clase, sino una acción entre miembros de diferentes clases. La situación de clase, es el resultado de: 1) la distribución de los bienes o, 2) de la estructura de la organización económica existente.

Las clases pueden llegar a tener expresiones distintas, según el grado de racionalidad y cohesión que alcancen en relación con la distribución de bienes y trabajo, por lo tanto, de las probabilidades de vida: una de ellas es la intermitencia e irracionalidad. La contraria sería una forma de constitución de una asociación racional. Esta última, es la que posibilitaría una socialización o inclusive una acción comunitaria (entendida como la mayor capacidad de visión común y unión de un determinado sector dentro de la sociedad, sería la “clase para sí” de Marx, la acción comunitaria clasista, hecha por los que pertenecen a una clase). No necesariamente debe

68 Max Weber: ob. cit,. p. 683.51

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ocurrir esto, ya que puede limitarse su efecto a la producción de una reacción esencialmente homogénea y, por consiguiente, a la realización de una acción de masas. Pero frecuentemente ni siquiera se llega a esto, ya que sólo se produce una acción comunitaria amorfa (que podría interpretarse como la existencia de la clase “en sí”). Los ejemplos que da Weber para explicar ambas son las siguientes: en la era antigua y en la edad media, en las ciudades, donde existían grandes fortunas que dieron lugar a fuertes diferencias en las posibilidades de vida (clase en sí, según Marx). En cambio, el ejemplo histórico más importante de clase “para sí”, en la concepción marxista, lo constituye la situación de clase del proletariado moderno.

“La lucha producida por la situación de clase era en la época de Weber, “la lucha de precios en el mercado de trabajo”. En este caso “tales oposiciones suelen ser sobre todo ásperas entre los que se enfrentan de un modo directamente real en la lucha por los salarios. No son los rentistas, los accionistas y los banqueros quienes resultan afectados por el encono del trabajador [...] sino exclusivamente los fabricantes y los directores de empresa mismos, quienes son considerados como los enemigos directos en la lucha por los salarios”.

En oposición a las clases, los estamentos son normalmente comunidades, aunque con frecuencia de carácter amorfo. En oposición a la “situación de clase”, condicionada exclusivamente por motivos puramente económicos, llamaremos “situación estamental” a todo componente típico del destino vital humano condicionado por una estimación social específica –positiva o negativa– del “honor” adscrito a una cualidad común a muchas personas.

Una pluralidad de hombres cuyo destino no esté determinado por las probabilidades de valorizar en el mercado sus bienes o su trabajo –como ocurre, con los esclavos– no constituye, en el sentido técnico, una “clase” (sino un ‘estamento’).

Como causa originaria del “honor” se encuentra frecuentemente la usurpación. “Pero el camino que conduce de esto a un privilegio jurídico –positivo o negativo– es fácilmente viable siempre que haya “arraigado” una determinada estructura del orden social y, a consecuencia de la estabilización de la distribución de poderes económicos, haya alcanzado por su lado cierta estabilidad. Cuando este proceso desemboca en sus extremas consecuencias, el estamento se convierte en una “casta” cerrada.

Pero el “honor” correspondiente al estamento no debe necesariamente relacionarse con una “situación de clase”. Poseedores y desposeídos pueden pertenecer al mismo estamento. Un “patricio” en bancarrota puede tener un mayor poder que un “nuevo rico”. Un descendiente de cuarta generación de argentinos diferenciado del primer hijo argentino de un boliviano.

En tanto que las clases tienen su verdadero suelo patrio en el orden económico y los estamentos lo tienen en el orden social y, por tanto, en la esfera de la repartición del honor, influyendo sobre el orden jurídico y siendo a la vez influido por él, los “partidos’” se mueven primariamente en la esfera del poder.Su acción está encaminada al poder social, es decir, tiende a ejercer una influencia sobre una acción comunitaria, cualquiera que sea su contenido. En principio, puede haber partidos en un club como en un Estado. En oposición a la acción comunitaria ejercida por las clases y los estamentos –en los cuales no se presenta necesariamente este caso–, la acción comunitaria de los partidos contiene siempre una socialización.

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Por eso sólo pueden existir partidos dentro de comunidades de algún modo socializadas, es decir, de comunidades que poseen un ordenamiento racional y un aparato personal dispuesto a realizarlo.

Su estructura sociológica es necesariamente muy diversa, y varía de acuerdo a la estructura de la acción comunitaria por cuya influencia lucha, de acuerdo a la organización de la comunidad en clases o estamentos y, sobre todo, de acuerdo con la estructura de dominación que prevalece dentro de la misma.69

La sociología de las religiones

La religión se constituye en uno de los temas principales del estudio de Weber para comprender el fenómeno de la sociedad. En este sentido, sus trabajos como La ética protestante y el espíritu capitalista y los estudios sobre la religión de la China, de la India, de Corea, de Ceilán y de los antiguos profetas de Israel, demuestran un interés en desentrañar el proceso de racionalización de la sociedad y el concomitante desarrollo del capitalismo en Occidente.Es por ello que, además de resaltar la peculiaridad de cada uno de los sistemas religiosos que estudia, los vincula a su medio, abarcando para ellos los distintos niveles de componentes de la sociedad. Lo que va a resaltar es que en Occidente había:

...fuerzas poderosas e independientes. Con estas podían aliarse los príncipes para sacudir las cadenas tradicionales; o bien, en condiciones particulares, esas fuerzas eran capaces de utilizar su poder militar para disolver los lazos del poder hereditario. Esto es lo que sucedió en las cinco grandes revoluciones que decidieron el destino de Occidente: la revolución italiana de los siglos XII y XIII, la revolución de los Países Bajos en el siglo XVI, la revolución inglesa del siglo XVII y las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII. Podemos preguntar: ¿no había fuerzas semejantes en China?70

El carácter general de la religión asiática. [...] es una forma particular de gnosis [de conocimiento], es decir, un conocimiento categórico en el ámbito espiritual, adquirido místicamente. La gnosis era el único camino hacia la “suprema santidad” y la “práctica suprema”. Este conocimiento, lejos de convertirse en un medio racional y empírico por el cual el hombre tratara con éxito creciente de dominar la naturaleza, se convirtió, en cambio, en el instrumento para el dominio místico y mágico del yo y del mundo [...] Esto dio origen a una aristocracia de la “redención’” [...] es decir no accesible ni comunicable a todos [...], la paz psíquica era lo divino, no la inquietud [...] La religión asiática llevaba a la extraterrenalidad [...] No cabe duda de que este mundo mágico y antirracional ejerció una profunda influencia sobre la conducta y el desarrollo económicos. Se empleaba la magia para lograr todo tipo concebible de aspiraciones terrenales: hechizos contra los enemigos, o contra la competencia erótica o económica, hechizos destinados a ganar disputas legales, hechizos espirituales del creyente para obligar al cumplimiento del deudor, hechizos para asegurar la buena salud, para el éxito de las empresas, etc. Las características profundas y tenaces de

69 Ídem, pp. 692-694.70 . Irving Zeitlin, ob. cit., p. 160.

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esta mentalidad mágica crearon condiciones en las que la sed de ganancias nunca llegó a producir el moderno sistema económico que Weber llamaba capitalismo racional. En Occidente, el proceso de destrucción del poder de la magia sobre la mente de los hombres originó una ética racional y terrena [...] comenzó con la aparición de pensadores y profetas que elaboraron una estructura social sobre la base de problemas políticos ajenos a la cultura asiática. Eran los problemas [...] de los grupos de status cívico de la ciudad, sin los cuales es inconcebible el judaísmo, el cristianismo y el desarrollo del pensamiento helénico.71

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5)- PROBLEMÁTICAS SOCIOECONÓMICAS CONTEMPORÁNEAS:

“LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO HOY” [Ricardo Antunes]:Este texto pretende, por un lado, desarrollar algunos significados y dimensiones de los

cambios en curso en el mundo del trabajo, así como algunas de las consecuencias (teóricas y empíricas) que se desprenden de estas transformaciones, tales como la pertinencia y la validez, en el mundo contemporáneo, del uso de la categoría trabajo -septiembre de 1998-.

Como resultado de las transformaciones y metamorfosis en curso en las últimas décadas, particularmente en los países capitalistas avanzados, con repercusiones significativas en los países del Tercer Mundo dotados de una industrialización intermedia, el mundo del trabajo vivió múltiples procesos: de un lado, se verificó una desproletarización del trabajo industrial, fabril, en los países del capitalismo avanzado. En otras palabras, hubo una disminución de la clase obrera industria tradicional. Pero, paralelamente, ocurrió una significativa subproletarización del trabajo, consecuencia de las formas diversas del trabajo parcial, precario, tercerizado, subcontratado, vinculado a la economía informal, al sector de servicios, etcétera. Se comprobó, entonces, una significativa heterogeneización, complejización y fragmentación del trabajo.

Las evidencias empíricas presentes en varias investigaciones, no nos permiten acordar con la tesis de la supresión o eliminación de la clase trabajadora bajo el capitalismo avanzado, especialmente cuando se constata la prolongación de múltiples formas precarizadas de trabajo. Eso sin mencionar el hecho de que parte sustancial de la clase-que-vive-del-trabajo se encuentra fuertemente radicada en los países intermedios e industrializados, como Brasil, México, India, Rusia, China o Corea, entre tantos otros, donde esta clase desempeña actividades centrales en el proceso productivo. Al contrario de un adiós al proletariado, tenemos un amplio abanico de agrupamientos y segmentos que componen la clase-que-vive-del-trabajo.

En los países del capitalismo avanzado, la década de los ´80 presencia profundas transformaciones en el mundo del trabajo, en sus formas de inserción en la estructura productiva, en las formas de representación sindical y política. Fueron tan intensas las modificaciones que incluso se podría afirmar que la clase-que-vive-del-trabajo presenció la más aguda crisis de este siglo, que afectó no sólo su materialidad, sino que tuvo profundas repercusiones en su subjetividad, como también, en el íntimo relacionamiento entre estos niveles, afectó su forma de

71 . Ídem, pp. 168-169.54

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ser. Década de gran salto tecnológico, la automatización y las grandes transformaciones organizacionales invadieron el universo fabril, insertándose y desarrollándose en las relaciones de trabajo y de producción del capital. Se vive, en el mundo de la producción, un conjunto de experimentos más o menos intensos, más o menos consolidados, más o menos presentes, más o menos tendenciales, más o menos embrionarios. El fordismo y el taylorismo ya no son los únicos, se mezclan con otros procesos productivos (neofordismo, neotaylorismo), y en algunos casos hasta son sustituidos, como la experiencia japonesa del “toyotismo” nos permite constatar.

Emergen nuevos procesos de trabajo, donde el cronómetro y la producción en serie son sustituidos por la flexibilización de la producción, por nuevos patrones de búsqueda de productividad, por nuevas formas de adecuación de la producción a la lógica del mercado. Se ensayan modalidades de desconcentración industrial, se procuran patrones de gestión de la fuerza de trabajo, de los cuales los procesos de “calidad total” son expresiones visibles, no sólo en el mundo japonés sino también en varios países del capitalismo avanzado y del Tercer Mundo industrializado. El “toyotismo” penetra, se mezcla e incluso sustituye, en varias partes, el patrón taylorismo-fordismo.

Se presencian formas transitorias de producción, cuyos desdoblamientos son también agudos en lo referido a los derechos del trabajo. Estas son desregulaciones, flexibilizaciones, de modo de dotar al capital del instrumental necesario para adecuarse a su nueva fase. Estas transformaciones presentes, o en curso, en mayor o en menor escala, dependiendo de innumerables condiciones económicas, sociales, políticas, culturales, étnicas, etc., de los diversos países donde son vivenciadas, penetran a fondo en el proletariado industrial tradicional, acarreando metamorfosis en el trabajo.

La crisis afecta fuerte también el universo de la conciencia, de la subjetividad de los trabajadores, de sus formas de representación, de las cuales los sindicatos son una expresión. ¿Cuáles fueron las consecuencias más evidentes que merecen mayor reflexión? ¿La clase-que-vive-del-trabajo estaría desapareciendo?

Comenzamos inicialmente afirmando que se pueden apreciar múltiples procesos. De un lado se verificó una desproletarización del trabajo industrial, fabril, manual, especialmente, aunque no sólo, en los países del capitalismo avanzado. En otras palabras, hubo una disminución de la clase obrera industrial tradicional. Se puede presenciar también un significativo proceso de subproletarización intensificado, presente en la expansión del trabajo parcial, precario, temporario, que señala una sociedad dual en el capitalismo avanzado.

Se efectivizó una expresiva “tercerización” del trabajo en diversos sectores de servicios; se verificó una significativa heterogeneización del trabajo, expresada a través de la creciente incorporación del contingente femenino en el mundo obrero. En síntesis: hubo desproletarización del trabajo manual, industrial y fabril; heterogeneización, subproletarización y precarización del trabajo. Disminución del proletariado industrial tradicional y aumento de la clase-que-vive-del-trabajo.

Vamos a dar algunos ejemplos de estas tendencias, de este múltiple proceso en el mundo del trabajo. Comencemos por la cuestión de la desproletarización del trabajo manual, fabril, industrial. Tomemos el caso de Francia: en 1962, el contingente obrero era de 7.488.000. En 1975, ese número llegó a 8.118.000 y en 1989 se redujo a 7.121.000. Mientras en 1962 representaba el 39% de la población activa, en 1989 ese índice bajó a hasta 29,6%.

En los principales países industrializados de Europa Occidental, los trabajadores efectivos, ocupados en la industria, representaban cerca del 40% de la población activa al comenzar los años 40. Hoy, su proporción se sitúa cerca del 30%. Se prevé que bajará a 20 o 25% al comienzo del

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próximo siglo. Estos datos evidencian una nítida reducción del proletariado fabril, industrial, manual, en los países de capitalismo avanzado, sea en el transcurso del cuadro recesivo, sea especialmente en función de la automatización, de la robótica y de los múltiples procesos de flexibilización.

Hay, paralelamente a esa tendencia, una significativa expansión, heterogeneización y complejización de la clase-que-vive-del-trabajo, dada por la subproletarización del trabajo, presente en las formas del trabajo precario, parcial, etc. A título de ilustración: tomando el período de 1982 a 1998, mientras se dio en Francia una reducción de 501.000 empleos de tiempo completo, hubo un aumento de 111.000 empleos de tiempo parcial. O sea, mientras varios países del capitalismo occidental avanzado vieron decrecer los empleos de tiempo completo, paralelamente asistieron a un aumento de las formas de subproletarización, a través de la expansión de los trabajadores parciales, precarios, temporarios.

Gorz agrega que aproximadamente 35 a 50% de la población activa británica, francesa, alemana y americana se encuentra desempleada o desarrollando trabajos precarios, parciales, indicando la dimensión de aquello que correctamente se llama la sociedad dual.

Del incremento de la fuerza de trabajo que se subproletariza, un segmento llamativo está compuesto por mujeres. De los 111.000 empleos parciales generados en Francia entre 1982 y 1988, 83% fueron llenados por la fuerza de trabajo femenina. Se puede decir que el contingente femenino se ha expandido en diversos países en los que la fuerza de trabajo femenina representa -en promedio- cerca del 40%, o más, del conjunto de la fuerza de trabajo.

Del mismo modo, hay un intenso proceso de asalariamiento del sector servicios, que llevó a la constatación de que en las investigaciones sobre la estructura y las tendencias de desarrollo de las sociedades occidentales altamente industrializadas, encontramos, de un modo cada vez más frecuente, su caracterización como “sociedad de servicios”. Eso se refiere al crecimiento relativo y absoluto del sector terciario, esto es, de servicios.

Hay, en tanto, otras consecuencias importantes que son resultados de la revolución tecnológica: paralelamente a la reducción cuantitativa del proletariado tradicional, se da una alteración cualitativa en la forma de ser del trabajo. La reducción de la dimensión variable del capital, resultado del crecimiento de su dimensión constante -o, en otras palabras, la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto- ofrece, como tendencia, la posibilidad de conversión del trabajador en supervisor y regulador del proceso de producción, conforme a la abstracción marxista presente en los Grundrisse. Por tanto, se puede constatar que, para Marx, había una imposibilidad de esta tendencia a ser plenamente efectivizada bajo el capitalismo, dada la vigencia de la ley del valor.

Por lo tanto, bajo el impacto tecnológico, hay una posibilidad planteada por Marx al interior del proceso de trabajo, que se configura por la presencia de la dimensión más cualificada en parcelas del mundo del trabajo, por la intelectualización del trabajo en el proceso de creación de valores, realizado por el conjunto del trabajo social combinado. Esto permitió a Marx decir que “[...] con el desarrollo de la subsunción del trabajo real al capital o del modo de producción específicamente capitalista, no es el obrero industrial, sino una creciente capacidad de trabajo socialmente combinada que se convierte en agente real del proceso de trabajo total, y como las diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman una máquina productiva participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de formación de mercancías, o mejor, de los productos -éste trabaja más con las manos, aquel trabaja más con la cabeza, uno como director (manager), ingeniero (engineer), técnico, etc., otro como capataz (overlooker), otro como operario manual directo, o inclusive como simple ayudante-, tenemos que más y más funciones de la

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capacidad del trabajo forman parte del concepto inmediato de trabajo productivo, y sus agentes en el concepto de trabajadores productivos, directamente explotados por el capital, subordinados en general a su proceso de valorización y producción. Si se considera el trabajador colectivo, cuyo oficio es la oficina, su actividad combinada se realiza materialmente (materialiter) y de manera directa en un producto tal que, al mismo tiempo, es un volumen total de mercancías; es absolutamente indiferente que la función de tal o cual trabajador -simple eslabón de ese trabajo colectivo- esté más próximo o más distante del trabajo manual directo”72.

Eso evidencia que, inclusive en la contemporaneidad, la comprensión del desarrollo y de la auto-reproducción del modo de producción capitalista es completamente imposible sin el concepto de capital social total [...]. Del mismo modo, es completamente imposible comprender los múltiples y agudos problemas del trabajo, tanto nacionalmente diferenciado como socialmente estratificado, sin que se tenga siempre presente el necesario cuadro analítico apropiado: a saber, el irreconciliable antagonismo entre capital social total y la totalidad del trabajo73. Claro que este antagonismo es particularizado en función de las circunstancias socioeconómicas locales, de la inserción de cada país en la estructura global de la producción del capital y la mutualidad relativa del desarrollo socio-histórico global.

Por todo esto, hablar de supresión del trabajo bajo el capitalismo, aparece como carente de mayor fundamentación, empírica y analítica; evidencia mayor cuando se constata que dos tercios de la fuerza de trabajo se encuentra en el Tercer Mundo industrializado e intermedio (incluida China) y donde las tendencias apuntadas tienen un ritmo particularizado.

Lo que de hecho parece ocurrir es un cambio cuantitativo (reducción del número de obreros tradicionales), una alteración cualitativa que es bipolar (el trabajador se torna, en algunas ramas, más calificado, “supervisor y vigilante el proceso de producción”). En el otro extremo de la bipolarización, se tiene la constatación de que se descalificó intensamente en varios ramos, disminuyó en otros, como el minero y el metalúrgico. Hay, por tanto, una metamorfosis en el universo del trabajo, que varía de rama en rama, de sector en sector, etc., que configura un proceso contradictorio, que cualifica en algunas ramas y descalifica en otras. Entonces, se complejizó, heterogeneizó y fragmentó el mundo del trabajo.

Se puede constatar, por tanto, de un lado, un efectivo proceso de intelectualización del trabajo manual. De otro, y en sentido inverso, una descalificación, más aún, subproletarización, manifiesta en el trabajo precario, informal, temporario, etc. Si es posible decir que la primera tendencia sería la más coherente y compatible con el avance tecnológico, la segunda ha sido una constante en el capitalismo de nuestros días, dada su lógica destructiva, lo que muestra que ni el proletariado desaparecerá tan rápidamente en lo que es fundamental, ni es posible visualizar, incluso en el universo más distante, la eliminación de la clase-que-vive-del-trabajo.

Las indicaciones hechas más arriba, de manera sintética, nos permiten, en la segunda parte de este ensayo, problematizar algunas tesis presentes en los críticos de la “sociedad del trabajo”, así como ofrecer un esbozo analítico para el entendimiento de esta problemática. ¿De cuál crisis de la “sociedad del trabajo” se trata?

Al contrario de aquellos autores que defienden la pérdida de la centralidad de la categoría trabajo en la sociedad contemporánea, las tendencias en curso, bien en dirección a una mayor intelectualización del trabajo fabril o a un incremento del trabajo cualificado, bien en dirección a la

72 Marx, Karl (1974): “Grundrisse (Foundations of the critique of political economy)”; Middlesex, Penguin Books.

73 Mészáros, István (1995): “Beyond Capital (Towards a Theory of Transition)”; London, Merlin Press.

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descualificación o a su subproletarización, no permiten concluir que haya una pérdida de centralidad en el universo de una sociedad productora de mercancías. Aunque se presencia una reducción cuantitativa (con repercusiones cualitativas) en el mundo productivo, el trabajo abstracto cumple un papel decisivo en la creación de valores de cambio. La reducción del tiempo físico de trabajo en el proceso productivo, así como la reducción del trabajo manual directo y la ampliación del trabajo más intelectualizado, no niegan la ley del valor, cuando se considera la totalidad del trabajo, la capacidad de trabajo socialmente combinada, el trabajador colectivo como expresión de múltiples actividades combinadas.

Cuando se habla de la crisis de la sociedad el trabajo, es absolutamente necesario calificar la dimensión de la que se está tratando: si es una crisis de la sociedad del trabajo abstracto o si se trata de una crisis del trabajo también en su dimensión concreta, en cuanto elemento estructurante del intercambio social entre los hombres y la naturaleza.

En el primer caso (el de la crisis de la sociedad del trabajo abstracto), hay una diferenciación que nos parece decisiva y que en general ha sido tratada negligentemente. La cuestión esencial aquí es: la sociedad contemporánea, ¿es o no predominantemente movida por la lógica del capital, por el sistema productor de mercancías? Si la respuesta fuera afirmativa, la crisis del trabajo abstracto solamente podrá ser entendida como la reducción del trabajo vivo y la ampliación del trabajo muerto.

La variante crítica minimiza, y en algunos casos termina concretamente por negar la prevalencia y la centralidad de la lógica capitalista de la sociedad contemporánea, al defender gran parte de sus formuladores el rechazo del papel central del trabajo, tanto en su dimensión abstracta, que crea valores de cambio -pues estos ya no serán más decisivos hoy- como en su dimensión concreta, por el hecho de que ésta no tendría mayor relevancia en la estructuración de una sociabilidad emancipada y de una vida llena de sentido. Así, tanto por su cualificación como sociedad de servicios, posindustrial y poscapitalista, como por la vigencia de una lógica institucional tripartita, vivenciada por la acción pactada entre el capital y los trabajadores y el Estado, nuestra sociedad contemporánea, menos mercantil, más contratacionista o más consensual, ya no sería más regida por la lógica del capital.

Habermas hace una síntesis más articulada de esta tesis: “La utopía de la sociedad del trabajo perdió su fuerza persuasiva (...) Sobre todo, la utopía perdió su punto de referencia en la realidad: la fuerza estructuradora y socializadora del trabajo abstracto. Claus Offe compiló convincentes “indicaciones de la fuerza objetivamente decreciente de factores como el trabajo, la producción, el lucro en la determinación de la constitución y el desarrollo de la sociedad en general”74.

Y, después de referirse favorablemente a la obra de Gorz, agrega, corazón de la utopía, la emancipación del trabajo heterónomo se presentó, entonces, bajo otra forma en la proyección socio-estatal. Las condiciones de la vida emancipada y digna del hombre ya no deben resultar directamente de una mudanza en las condiciones de trabajo, esto es, de una transformación del trabajo heterónomo en autoactividad75.

Cuando Habermas se refiere a la dimensión abstracta del trabajo se evidencia en esta vertiente interpretativa que el trabajo no tiene más potencialidad estructurante, ni en el universo de la sociedad contemporánea, como trabajo abstracto, ni como fundamento de una utopía de la sociedad del trabajo, como trabajo concreto, pues “los acentos utópicos se movieron del concepto

74 Offe, C. y Berger, J. (1991): “A dinâmica do desenvolvimento do setor de serviços”; Río de Janeiro, IFFE, C., Trabajho e Sociedade, Vol. II, Tempo Brasileiro.

75 Gorz, André (1982): “Adeus ao proletariado”; Río de Janeiro, Forense. 58

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de trabajo hacia el concepto de comunicación”76.Creemos que sin la decisiva y precisa incorporación de la distinción entre trabajo concreto y

trabajo abstracto, cuando se dice “adiós al trabajo”, se comete una fuerte equivocación analítica, pues se considera de una manera un fenómeno que tiene doble dimensión.

En cuanto creador de valores de uso, cosas útiles, forma de intercambio entre el ser social y la naturaleza, no nos parece plausible concebirse, en el universo de la sociedad humana, la extinción del trabajo social. Si es posible visualizar, más allá del capital, la eliminación de la sociedad del trabajo abstracto -acción ésta naturalmente articulada con el fin de la sociedad productora de mercancías- es algo ontológicamente distinto suponer o concebir el fin del trabajo como actividad útil, como actividad vital, como elemento fundador, protoforma de la actividad humana. En otras palabras: una cosa es concebir, con la eliminación del capitalismo, también el fin del trabajo abstracto, del trabajo extrañado; otra, muy distinta, es concebir la eliminación, en el universo de la sociedad humana, del trabajo concreto, que crea cosas socialmente útiles y que, al hacerlo, (auto) transforma a su propio creador. Una vez que se conciba al trabajo desprovisto de esta su doble dimensión, sólo resta identificarlo como sinónimo de trabajo abstracto, trabajo extrañado o fetichizado. La consecuencia que surge de esto es, entonces, en la mejor de las hipótesis, imaginar una sociedad de “tiempo libre”, con algún sentido, pero que conviva con las formas existentes de trabajo extrañado y fetichizado.

Nuestra hipótesis es la de que, a pesar de la heterogeneización, complejización y fragmentación de la clase obrera, la posibilidad de una efectiva emancipación humana aún puede ser concretada y viabilizada socialmente a partir de revueltas y rebeliones que se originan centralmente en el mundo del trabajo; un proceso de emancipación simultáneamente del trabajo, en el trabajo y por el trabajo. Esto no excluye ni suprime otras formas importantes de rebeldía y contestación. Pero, viviendo en una sociedad que produce mercancías, valores de cambio, las revueltas del trabajo tienen estatuto de centralidad.

Todo un amplio abanico de asalariados que comprende el sector servicios, además de los trabajadores “tercerizados”, los trabajadores del mercado informal, los “trabajadores domésticos”, los desempleados, o los subempleados, etc., pueden sumarse a los trabajadores directamente productivos y por eso, actuando como clase, constituirse en segmento social dotado de mayor potencialidad anticapitalista. Del mismo modo, la lucha ecológica, los movimientos feministas y tantos otros nuevos movimientos sociales, tienen mayor vitalidad cuando consiguen articular sus reivindicaciones singulares y auténticas con la denuncia a la lógica destructiva del capital -en el caso del movimiento ecologista- y del carácter fetichizado, extrañado y desrrealizador del género humano, generado por la lógica societal del capital -en el caso del movimiento feminista-.

Esa posibilidad depende, evidentemente, de las particularidades socioeconómicas de cada país, de su inserción en la división internacional del trabajo, así como de la propia subjetividad de los seres sociales que viven del trabajo, de sus valores políticos, ideológicos, culturales, de género, etcétera.

Al contrario, entonces, de la afirmación del fin del trabajo o de la clase trabajadora hay otro punto que nos parece más pertinente, incitante y de enorme importancia: en los embates desencadenados por los trabajadores y los segmentos sociales excluidos, que el mundo ha presenciado, ¿es posible detectar mayor potencialidad, inclusive centralidad, en los estratos más cualificados de la clase trabajadora, en aquellos que vivencian una situación más “estable” y que tienen, consecuentemente, mayor participación en el proceso de creación de valor? O, por el

76 Habermas, Jürgen (1989): “The New Obscurity en The New conservatism: Cultural criticism and the historians”; Cambridge, “Debate”, Polity Press.

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contrario, ¿se encuentra el polo más fértil de acción exactamente en aquellos segmentos sociales más excluidos, en los estratos más subproletarizados? Se sabe que aquellos segmentos más cualificados, más intelectualizados, que se desenvolvieron junto con el avance tecnológico, por el papel central que ejercen en el proceso de creación de valores de cambio, podrían estar dotados, al menos objetivamente, de mayor potencialidad anticapitalista. Pero contradictoriamente, estos sectores más cualificados vienen a ser exactamente aquellos que son objeto del intenso proceso de manipulación, al interior del espacio productivo y del trabajo. Pueden experimentar, por eso, subjetivamente, mayor envolvimiento y sujeción por parte del capital, de lo cual la tentativa de manipulación elaborada por el toyotismo es la mejor expresión. Recuérdese el lema de la “Familia Toyota” en el inicio de los años ´50: Proteja la empresa para defender la vida77. Por otro lado, sectores de trabajadores más calificados son igualmente susceptibles, especialmente en los países avanzados, por acciones pautadas desde concepciones de inspiración neocorporativa.

En contrapartida, el enorme abanico de trabajadores precarios, parciales, temporarios, etc., que denominamos subproletariado, en conjunto con el enorme contingente de desempleados, por su mayor distanciamiento (o inclusive exclusión) del proceso de creación de valores tendrían, en el plano de la materialidad, un papel de menor relieve en las luchas anticapitalistas. Por eso, su condición de desposeídos y excluidos los coloca potencialmente como un sujeto social capaz de asumir acciones más osadas, una vez que estos segmentos sociales no tienen más nada que perder en el universo de la sociabilidad del capital. Su subjetividad podrá ser, por tanto, más propensa a la rebeldía.

Las recientes huelgas y las explosiones sociales, presenciadas por los países capitalistas avanzados, especialmente en esta primera mitad de la década de los 90, se constituyen en importantes ejemplos de las nuevas formas de confrontación social contra el capital. Podemos ejemplificar con la explosión de Los Ángeles, la rebelión de Chiapas en México, la emergencia del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil. O también con las innumerables huelgas ampliadas de los trabajadores, como las de las empresas públicas de Francia en noviembre-diciembre de 1995; la larga huelga de trabajadores portuarios en Liverpool, desde 1995; la huelga de cerca de dos millones de metalúrgicos en Corea del Sur en 1997, contra la precarización y la flexibilización del trabajo. Más aún, con la reciente huelga de los transportistas de la United Parcel Force, en agosto de 1997, con 185.000 paralizados, articulando una acción conjunta entre trabajadores part-time y full-time. Estas acciones, entre tantas otras, muchas veces mezclando elementos de estos polos de la “sociedad dual”, se constituyen en importantes ejemplos de esas nuevas confrontaciones.

El capitalismo, en cualquiera de sus variantes contemporáneas, desde la experiencia sueca a la japonesa, desde la alemana a la norteamericana, para no hablar del Tercer Mundo, a pesar de sus diferencias, no fue capaz de eliminar las múltiples formas de manifestaciones de extrañamiento. Más bien, en muchos casos, se dio un proceso de intensificación y mayor interiorización en la medida en que se minimizó la dimensión más explícitamente despótica, intrínseca al fordismo, en beneficio del “involucramiento manipulatorio” de la era del toyotismo o del modelo japonés. Si el extrañamiento es entendido como la existencia de barreras sociales, que se oponen al desenvolvimiento de la individualidad en dirección a la omnilateralidad humana, a la individualidad emancipada, el capitalismo de nuestros días, al mismo tiempo, con el avance tecnológico de por medio, potenció las capacidades humanas, hizo emerger crecientemente el fenómeno social del extrañamiento, en la medida en que este desenvolvimiento de las

77 Antunes, Ricardo (1995): “Adeus ao Trabalho? Ensaio sobre as metamorfoses e a centralidade do mundo do trabalho”; San Pablo, Eds. Cortez/Unicamp.

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capacidades humanas no produjo necesariamente el desarrollo de una subjetividad llena de sentido, sino al contrario, “puede desfigurar, envilecer, etc., la personalidad humana”. Esto porque al mismo tiempo en que el desarrollo tecnológico puede provocar “directamente un crecimiento de la capacidad humana”, puede también “en este proceso sacrificar los individuos (inclusive hasta clases enteras)”78.

La presencia de bolsones de miseria en el corazón del “Primer Mundo”, a través de la brutal exclusión social, de las explosivas tasas de desempleo estructural, de la eliminación de innumerables profesiones en el interior del mundo del trabajo como resultado del incremento tecnológico vuelto exclusivamente hacia la creación de valores de cambio, son apenas algunos de los ejemplos más salientes y directos de las barreras sociales que obstan, bajo el capitalismo, la búsqueda de una vida llena de sentido y emancipada para el ser social que trabaja. Se evidencia, de ese modo, que el extrañamiento es un fenómeno exclusivamente histórico-social, que en cada momento de la historia se presenta de formas siempre diversas, y que por eso no puede ser jamás considerado como una condición humana, como un rasgo natural del ser social.

Se sabe que las diversas manifestaciones del extrañamiento afectan, en la contemporaneidad, más allá del espacio de la producción, aún más intensamente la esfera del consumo, la esfera de la vida fuera del trabajo, haciendo del tiempo libre, en buena medida, un tiempo también sujeto a los valores del sistema productor de mercancías. El ser social que trabaja debe tener solamente lo necesario para vivir, pero, constantemente, deber ser inducido a querer vivir para tener, o soñar con nuevos productos, operándose así una enorme reducción de las necesidades del ser social que trabaja.

Creemos, al contrario de aquellos que defienden la pérdida del sentido y del significado del fenómeno del extrañamiento (Entfremdung o “alienación”, como es comúnmente denominada) en la sociedad contemporánea, que los cambios en curso en el proceso de trabajo, a pesar de algunas alteraciones experimentadas, no eliminarán los condicionamientos básicos de este fenómeno social, lo que hace que las acciones desencadenadas en el mundo del trabajo contra las diversas manifestaciones del extrañamiento de las fetichizaciones tengan aún enorme relevancia en el universo de la sociabilidad contemporánea.

Por lo tanto, contrariamente a las formulaciones que preconizan el fin de las luchas sociales entre las clases, es posible reconocer en la sociedad contemporánea la persistencia de los antagonismos entre el capital social total y la totalidad del trabajo, aunque esto esté particularizado por los innumerables elementos que caracterizan la región, país, economía o sociedad, su inserción en la estructura productiva global, etc., así como rasgos de la cultura, género, etnia, etc. Dado el carácter globalizado y mundializado del capital, se torna necesario aprehender también las particularidades y singularidades presentes en las confrontaciones entre las clases sociales, tanto en los países avanzados, como en aquellos que no están directamente en el centro del sistema y de la cual toman parte una gama significativa de países intermediarios e industrializados, como sucede con Brasil. Pero eso nos alargaría demasiado y está más allá de los límites de este texto.………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

78 Lukacs, Gyorgy (1981): “Ontologia Dell´Essere sociale II”; Roma, Ed. Riunite, 2 volúmenes.

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6)- EXCLUSIÓN SOCIAL, MARGINALIDAD LABORAL, PAUPERIZACIÓN Y POLÍTICAS PÚBLICAS:

“ENTRE LA PRECARIEDAD LABORAL Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL: LOS OTROS TRABAJOS, LOS OTROS TRABAJADORES” [Esteban Agulló Tomás]

“La principal cuestión laboral en la era de la información no es el fin del trabajo, sino la condición de los trabajadores” (Castells, 1998). “Son otras tantas vidas amarradas, acorraladas, zamarreadas, desmoronadas, tangentes a una sociedad en retroceso. Entre esos desposeídos y sus contemporáneos se alza una suerte de ventana cada vez menos transparente. Y puesto que son cada vez menos visibles, puesto que se los quiere borrar, apartar de esta sociedad, se los llama excluidos” (Forrester, 1997). "El trabajo hay que buscarlo. El trabajo se ha metido en los entresijos de lo que era hasta hace poco espacio privativo del no-trabajo (asalariado), del trabajo visible, y pasa a formar una parte, entre otros ´trabajos´, actividades, que se hacían para reproducir la misma vida, social y biológica, y que no eran ni tenidos en cuenta ni contabilizados" (J.J. Castillo, 1994)

PRECARIEDAD LABORAL, ¿ANTESALA DE EXCLUSIÓN SOCIAL?La idea nuclear que vamos a intentar desarrollar en este capítulo es la siguiente, a saber: la

precariedad laboral como proceso (contexto/forma/situación/vivencia) de trabajo cada vez más extendido y generalizado en nuestras sociedades avanzadas, sobre todo como resultante de la transición de un modelo de estado/sociedad/economía (keynesiano, interventor, regulado, fordista, trabajo masculino y estable, consumo masivo, etc.) a otro modelo de nueva cuña todavía por perfilar (pero del cual se empiezan a intuir algunas de sus principales directrices).

Precisamente esta situación de precarización, que se está imponiendo de forma vertiginosa y alarmante, está cuestionando los logros y derechos alcanzados por el denominado Estado de bienestar, al generar que un número cada vez mayor de individuos y colectivos sociales estén “instalándose” de forma cuasi permanente en trayectorias inestables y erráticas que degeneran en contextos y situaciones de exclusión social, con todas las mermas y disfunciones que ello puede ocasionar en los procesos de inserción, participación y cohesión social de los implicados, y, por ende, para el devenir de sus respectivas regiones y/o países.

En el presente capítulo se pretende reflexionar y llamar la atención sobre el avance (al parecer, inexorable) de la precarización del trabajo y de las consecuencias (procesos diversos y novedosos de exclusión psicosocial) que están derivando y pueden derivarse de la proliferación abusiva y estructural del fenómeno, así como por la dimensión de transversatilidad que está adquiriendo el mismo.

Como trataremos de exponer a continuación, se concibe la precariedad laboral como un proceso central y decisivo, multidimensional y con una variedad nada despreciable de concomitancias (de “efectos colaterales", eufemísticamente hablando), fruto de las nuevas exigencias del último capitalismo (tecnológico, universalizante), de la nueva dinámica de la economía (global, financiera, desregulada), del nuevo mercado de trabajo (segmentado, dualizador, excluyente) y de la nueva sociedad de la información que se está fraguando en el despuntar del nuevo milenio (la cibersociedad, con la construcción de un nuevo modelo de hombre: el homo digitalis).

En ese sentido, el proceso de precariedad laboral constituye un fenómeno complejo que acaba generando y/o potenciando desigualdad, desestabilización, desestructuración, dualización, y exclusión social. Toda una constelación de procesos desafiliativos y desvertebradores que

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cuestionan los derechos individuales y colectivos, deslegitiman el funcionamiento de buena parte de instituciones sociopolíticas y que, finalmente, acaban amenazando la cohesión económica y social de un país. En definitiva, la metamorfosis y las evoluciones últimas del sistema capitalista, el despliegue imparable y vertiginoso de las nuevas tecnologías, el discurso triunfante neoliberal, las políticas flexibilizadoras y desreguladoras desarrolladas y aplicadas indiscriminadamente en los últimos lustros, y el avance constante y mutilador de la lógica mercantil (entre otros fenómenos), están propiciando dinámicas desigualitarias y excluidoras que incluso están llegando a afectar a colectivos sociales hasta ahora protegidos, “ubicados” y estabilizados por un cuestionado Estado de bienestar. Unas dinámicas desestabilizadoras que están instaurando por doquier un orden de incertidumbre, un contexto de vulnerabilidad y, en definitiva, una cultura de la precariedad. Una cultura que, como veremos, es plural, creciente y excluidora.

EN TORNO A LA CONCEPCIÓN CONTEMPORÁNEA DEL TRABAJO Y PROBLEMAS AFINES Si bien el objetivo a desentrañar puede parecer de entrada claro y específico, queremos advertir, ya desde el principio de esta reflexión, que en el substrato de esta hipótesis inicial subyacen una serie de ideas (léase debates, es decir que dichas ideas no son si no el reflejo de los debates que se están librando en nuestro contexto y desde ya hace bastantes lustros) que nos remiten indefectiblemente a un conjunto de fenómenos y procesos que, en principio podrían presentársenos con una cierta desarticulación, pero que proceden, tienen que ver o acaban por remitirnos a un fenómeno más radical, decisivo y global (o si se prefiere, un fenómeno que los determina e integra en un continuum) que va más allá de la propia magnitud de la precariedad laboral, del propio estatus y devenir de la economía, de la propia evolución de la res política, por poner unos ejemplos más que significativos.

Cuando se habla o, más bien, cuando se abordan fenómenos como el desempleo, la precariedad, o cualesquiera de las múltiples y siempre complejas condiciones laborales, se debería tener en cuenta o, por lo menos, debería aparecer como referente obligado (aunque no sea una acto plenamente consciente o interesado) la naturaleza y el grado de la valoración que una sociedad en un momento determinado otorga a un factor nucleador de integración /cohesión/organización/desarrollo social. Nos estamos refiriendo, claro está, al proceso social de legitimación de un valor centralizador que es el trabajo, un proceso que despliega y cumple toda una suerte de funciones. Funciones que, en palabras de Blanch, “tienen mucho de psicosocialmente universales, estructurantes, primordiales, independientes de las características de cada individuo y preexistentes al mismo en tanto que ciudadano”; así mismo, el acceso a las funciones que otorga el trabajo asalariado constituye una fuente significativa de bienestar psicosocial para los individuos.

Para comprender la centralidad que el trabajo asalariado ha alcanzado en nuestra cultura y para percatarse de los efectos psicosociales tan problemáticos que derivan de no lograr desplegar y cristalizar mínimamente tales funciones (o, lo que según los estudios, viene a ser lo mismo, trabajar precariamente), podríamos dar una rápida lectura a algunas de las funciones socioeconómicas y psicosociales del empleo resumidas por Blanch. Por ejemplo, con respecto al primer conjunto, nos encontramos con que el empleo constituye una vía de acceso al circuito de la producción-distribución-consumo de bienes y servicios necesarios para la supervivencia material; una institución del reparto social de la renta; juega el papel de agente de socialización secundaria; sirve de medio de producción y regulación de relaciones interpersonales; actúa como mecanismo organizador de tiempos y espacios sociales cotidianos; constituye un fundamento de legitimación social; y, así mismo, genera y propicia contextos de afiliación, vinculación, participación,

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comunicación e interacción grupal. Por lo que se refiere a las funciones psicosociales, el empleo, siguiendo al mismo autor,

sirve para el logro de autonomía financiera, ideológica y moral; se convierte en eje vertebrador de la actividad personal (de sus estructuras, ritmos, etc.); es fuente de status, roles e identidad; constituye una oportunidad para el desarrollo de aspiraciones, planes y expectativas (conocimientos, habilidades y conductas profesionales y sociales); permite experimentar emociones asociadas al pensamiento autorreferencial, emergente en situaciones de logro, control y eficacia; es un cauce del desarrollo de la percepción de utilidad personal y social; se trata de una forma de imposición de un régimen de actividad (y orientación de la misma); el empleo, a la vez, se construye como fuente de sentido para la vida misma.

No vamos a adentrarnos en la temática de la centralidad personal, social o cultural del trabajo como empleo, no obstante, sí queremos dejar constancia de la considerable literatura científica que sigue constatando la importancia y la centralidad del trabajo en tanto que rol vital (valor, sentimiento, expectativa) para buena parte de los mortales. En ese sentido, habrá que tomar con mucho tiento y cuidado todos aquellos textos (principalmente con objetivos comerciales) y enfoques (con objetivos insospechados y con escasa evidencia empírica) que vienen clamando interesada y apocalípticamente el “adiós al trabajo” (vg. Rifkin). Esa forma absurda de finiquitar descaradamente el trabajo, es negarse a la evidente y variada realidad de los trabajos.

La apreciación de Castillo (1998) sobre esta cuestión nos parece adecuada y pertinente para expresar lo que acabamos de mencionar. “Nadie en sus cabales teóricos e investigadores en nuestro campo discute (o debiera discutir…) hoy que la reductora, resbaladiza y multiforme (o deforme) noción o descripción de ´empleo´, y menos aún aquel trabajo doblemente adjetivado como formalmente asalariado, es un impedimento para pensar el trabajo, los trabajos de nuestros días”. Trabajos, insiste el autor, “imperceptibles a una mirada que no se haga ella misma compleja. Que escudriñe detrás de ese deslumbramiento de fuegos de artificio que se fabrica bajo el sello de ´el fin de la sociedad del trabajo´”. Lo que propone este autor es “dar cuenta de la complejidad de las actuales formas de producir que esconden los lugares donde se crea el valor de las cosas, la riqueza de las personas, de las regiones y de las naciones”. En ese sentido, hay que superar “la prégnance de fórmulas ideológicas, metafóricas, que se han hecho sentido común, es decir, lo que no se discute, sobre lo que sea el trabajo -si al menos se cree que existe- impidiendo una reflexión sobre lo que realmente existe”. En consecuencia, creemos que hay que ir más allá de estos discursos interesados que tratan de maquillar y, lo que es más lamentable política y científicamente, discursos sesgados que pretenden ocultar realidades profundamente arraigadas, realidades evidentes y palpables que toman la forma de procesos, escenarios y protagonistas de carne y hueso, como trataremos de analizar en los siguientes apartados.

Estamos de acuerdo con este autor cuando trata de denunciar esta cuestión tan fundamental y afirma que los trabajos (el trabajo) “no existen para quien no lo ve. Pero sí para quien lo vive”. El mismo autor, recordando a Gallino, nos dice que el trabajo en la actualidad “se presenta en estado fluido”. Ello significa que “hoy en día es cada vez más difícil saber (y mucho menos ver) quién hace qué, quién diseña, fabrica o construye un determinado bien o servicio. Los procesos productivos se disuelven y extienden en el territorio, entre regiones y naciones diversas, y con ellos se hace casi incorpóreo el obrero colectivo que constituye la parte viva de los procesos de trabajo y de producción”. Para encontrar el “trabajo perdido” es necesario, como luego destacaremos, cambiar de mentalidad y los procederes analíticos. En ese sentido, este autor afirma que “hace falta estar más cerca para encontrar el trabajo perdido, y para conocer luego sus características, y cómo es vivido en la experiencia de la gente”. Un buen número de estudios

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antropológicos, sociológicos y psicosociales están por la labor de adentrarse en esos otros contextos y esos otros discursos, experiencias cotidianas y subjetividades (sobre todo, se está llevando a cabo desde enfoques teóricos y planteamientos metodológicos distintos, especialmente los cualitativos, discursivos, simbólicos, etc.).

Por todo lo apuntado, cualquier debate, planteamiento y estrategia a desarrollar (sean políticos, académicos o científicos), no puede dejar de considerar cuál es el fondo de la cuestión y cuál constituye la verdadera y profunda dimensión del asunto que estamos dirimiendo en este final de siglo y que seguirá marcando las directrices del nuevo milenio: el trabajo y su naturaleza-valoración central, es decir, el trabajo como fin supremo y medio cardinal, o lo que es lo mismo la concepción contemporánea del trabajo. En consecuencia, todo abordaje que trate de evitar o soslayar esta dimensión central (o, lo que es peor, enmascararla con toda suerte de ropajes ilusionistas, consignas ideologizantes, utopías agónicas, horizontes trasnochados), tiene los días contados o, utilizando el lenguaje popular, estará engañando vilmente a la clientela (o sea, a la sociedad) en un aspecto de vital trascendencia, especialmente en estos momentos de enormes y decisivas transformaciones.

A todo este trasfondo se refería Méda al hablar de esas “cuestiones legítimas” que deberíamos plantearnos sobre el lugar, el sentido y el futuro del trabajo, ya que “se encuentran en la actualidad ocultadas por enfoques tecnocráticos, economicistas y políticos, que les quitan importancia, aunque en realidad son cuestiones que atañen a todos los ciudadanos”. Tanto esta autora como un buen número de intelectuales vienen demandando que estas “cuestiones” se diriman en profundidad en un auténtico debate público y político.

Sentadas mínimamente las bases y el punto de partida del marco reflexivo y las lindes paradigmáticas del mismo, ya estamos en disposición de pasar a abordar nuestro objetivo. Precisamente la idea fundamental que hemos planteado alude, sobre todo, al reverso de la moneda o, lo que es lo mismo, al cúmulo nada desdeñable de efectos negativos (o disfunciones) de no poder lograr el necesario y escaso bien del trabajo. Es decir, la situación de precariedad y vulnerabilidad social de todo aquel individuo o colectivo que no consigue dotarse del preciado “tesoro”, o, lo que es cada vez más común, el realizar el trabajo de forma precaria sea de la forma que sea.

La idea inicial que nos hemos planteado, nos lleva a preguntarnos una serie de cuestiones fundamentales: ¿Qué podemos considerar, teniendo en cuenta la evolución secular de las condiciones y relaciones laborales, como situación de precariedad laboral? ¿Cuál sería la caracterización de los escenarios y contextos en los que se está desarrollando la precariedad? ¿Podemos hacer coincidir la precariedad laboral con la precariedad social: en qué se asemejan, en qué divergen? ¿Por qué razones y a través de qué estrategias podemos afirmar que la precariedad laboral puede abocar a ciertos colectivos de nuestras sociedades avanzadas a la exclusión social? ¿Cuáles son las mermas y disfuncionalidades más significativas que sufren los sujetos y colectivos de dicha precariedad? ¿Existen estrategias de salida y/o mejora de esta situación tan crítica y preocupante? Evidentemente, son preguntas de no fácil respuesta y que en algunos aspectos requerirían una reflexión más aguda y un espacio más extenso que el que aquí se nos brinda, pero dicha limitación no puede ser óbice ni obstáculo para que intentemos esbozar una serie de líneas argumentativas que logren analizar y articular la idea central aquí planteada y sus concomitantes más cercanos.

Para desarrollar tal visión vamos a llevar a cabo un recorrido analítico por algunas de las aportaciones y de los debates más candentes que se están dando en nuestro contexto, que no es otro que el de las economías desarrolladas de los países occidentales. Esperemos que el hecho de

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hallarse en el ojo del huracán y, por tanto, la falta de distancia con respecto a las pautas y tendencias más significativas de la actualidad no edulcoren ni tergiversen los aspectos que, como ya hemos afirmado, son centrales para la comprensión de lo que está aconteciendo y va a acontecer en los próximos y determinantes lustros.

LOS TRASFONDOS DE LA PRECARIEDAD EN UNA SOCIEDAD FRAGMENTADACRISIS Y PERPLEJIDAD DEL MODELO SOCIAL: ¿CAMBIO DE PARADIGMA?Cuando buena parte de los políticos, investigadores y expertos en temas socioeconómicos

pretenden situar y/o centrar el debate del trabajo asalariado en la dialéctica: distribución del trabajo (o sea, los debates del “reparto del empleo”) o generación más cuantiosa y significativa del mismo (o sea, los debates del “pleno empleo”, de los “nuevos yacimientos de empleo”, etc.), otros investigadores están en las antípodas de estas disquisiciones y planteamientos y tratan de cambiar de rumbo y de enfoque a todo este asunto. La pretensión de estos últimos estriba, por decirlo de una forma sintética y clara, en ir más allá del concepto reduccionista de empleo (trabajo asalariado), en ir más allá de la visión/planteamiento/concepción del mercado (lógica mercantil, racionalidad productiva) como único criterio valedor y garante de la economía, en ir más allá del actual y homogeneizante “pensamiento único”.

Lo que subyace a todas estas cuestiones es en efecto el hecho de estar enfrentados a una situación crítica y paradójica de crisis. Crisis aquí la entenderíamos en el sentido que la define el propio Offe: “una situación en la que las instituciones y las evidencias heredadas se tornan súbitamente cuestionables, aparecen dificultades inesperadas y al mismo tiempo no se acierta a discernir cómo van a discurrir las cosas”. Estamos también de acuerdo con Tezanos cuando afirma que nos hallamos “en una de esas fases típicas de perplejidad que anteceden a los cambios de paradigma, en un momento en que las teorías no ´casan bien con los datos´ y el número de las ´anomalías´ interpretativas y predictivas tiende a aumentar”.

Dicho esto, podemos afirmar que nos encontramos ante la crisis de un modelo de producción/desarrollo/acumulación del capitalismo. Se trata de una crisis y, por ende, una puesta en cuestión de un modelo de estado (Estado de bienestar), un modelo de regulación fordista, basado en el trabajo asalariado (estable, masculino o del cabeza de familia, seguro, de por vida), un modelo laboral que ya no garantiza hoy por hoy la integración social de todos los ciudadanos. Estamos ante el cuestionamiento de lo que se ha venido a denominar la sociedad del trabajo, una sociedad que había colocado en el centro neurálgico del sistema al trabajo.

Precisamente es dicho replanteamiento lo que está generando muchos miedos, discursos alarmistas, así como posturas rancias que tratan de aferrarse a pasados trasnochados. Méda alude a esta cuestión de una forma clara y tajante: “En respuesta a las fracturas que van cuarteando la sociedad pueden oírse los esfuerzos por explicar las anomalías y ´salvar el trabajo”. ¿Por qué? Por miedo a tener que replantearse el concepto mismo de trabajo, por miedo a renunciar a él. Porque el trabajo es evidentemente mucho más que un medio para ganarse la vida y satisfacer necesidades sociales…El trabajo es nuestro hecho social total. El trabajo estructura de parte a parte nuestras relaciones con el mundo y nuestras relaciones sociales. Es la relación social fundamental. Está, además, en el centro de la visión del mundo que venimos manteniendo desde el siglo XVII y constituye una categoría construida que surgió de una situación socio-política específica”. Todo ello es, magníficamente sintetizado por Méda, lo que se está cuestionando en la actualidad, y lo que tantos “miedos” está generando.

En la misma línea se mantiene Offe cuando afirma que el trabajo ha perdido la “calidad subjetiva de ser el centro organizador de la actividad vital, de la valoración social de uno mismo y

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de los demás así como de las orientaciones morales”. En efecto, la merma de “la fuerza objetiva y subjetiva de absorción y compromiso de las instituciones del trabajo lucrativo” deriva de forma irremediable en situaciones diversas de precariedad y, lo que es más preocupante, en exclusión social: “En una sociedad en la que las oportunidades económicas, participativas y vitales están acopladas…al trabajo lucrativo, los que no encuentran alojamiento duradero en el sistema ocupacional y los que con frecuencia más que suficiente ven desplazado su potencial de trabajo hacia una tierra de nadie, están amenazados por el estigma del fracasado o, en todo caso, de quien resulta superfluo, con el consiguiente detrimento de sus oportunidades vitales”. En este aspecto es donde, para este autor, se observa “la cara opuesta” del Estado de bienestar, un estado que poseía como lógica fundamental la “creciente inclusión”. Aquí podemos encontrar el centro (léase mejor trasfondo) del discurso político, una tormenta huracanada que lleva ya algunos lustros agitando tanto la arena política como a las ciencias sociales, una tormenta que no cobra visos de remitir y que, por ello mismo (aunque no sólo por ello), el panorama político, social e ideológico no acaba por hallar un sendero mínimamente operacionalizable. ¿Estamos, pues, ante lo que Habermas definió como el “históricamente previsible fin de la sociedad basada en el trabajo”?

A decir verdad, lo que se está dirimiendo presenta una dimensión de enorme calado, sobre todo por los tintes paradójicos que entraña: se está cuestionando un orden social específico (político, económico y laboral) y, a la par, tampoco acaba por existir un acuerdo claro y convincente sobre las características y directrices del nuevo ordenamiento. Aquí podríamos recordar las palabras de Tezanos cuando destaca la incapacidad de los paradigmas tradicionales para “dar cuenta cabal de las nuevas realidades emergentes”. Según este autor, la dinámica de los cambios sociales precisa de una “estrategia más rupturista” que apueste por el desarrollo de nuevas ideas e interpretaciones acorde con la trascendencia de las transformaciones actuales.

Por otro lado, Méda maneja una postura y una visión un tanto más negativa. Para esta autora la “eventual desaparición” del trabajo pone nuevamente en cuestión el orden y la estructura social: “de ahí el verdadero pánico que embarga a gobernantes y gobernados ante el avance implacable del desempleo. Porque allí donde haya que inventar nuevas relaciones sociales siempre habrá lugar para lo arbitrario y, por ende, para la confrontación, la violencia y la guerra. La tendencia inmediata es conservar, hasta que el momento en que esto se vuelva del todo insostenible”.

En palabras de González Seara, para conformar una nueva realidad social y política deviene imprescindible “tener en cuenta” seriamente el pasado reciente del Estado social de derecho y del Estado de bienestar. Según este autor, la crisis que vivimos en la actualidad precisa de una revisión crítica de las “interpretaciones precipitadas” sobre la misma, sobre los costes, lagunas y fracasos del propio Estado de bienestar, y sobre las distintas y divergentes posiciones ideológicas que desean, a través de diversas estrategias y políticas, mantenerlo, minimizarlo, transformarlo, o, incluso, desmantelarlo.

Para este autor, “El Estado social y democrático de derecho, establecido en los países occidentales, ha proporcionado a sus ciudadanos el mayor grado de libertad y bienestar de toda la Modernidad, sin comparación posible con los modelos alternativos, más o menos revolucionarios, que se le han opuesto”. A pesar de estas rotundas afirmaciones, el autor es consciente de los problemas de diversa índole (como, por ejemplo, el incremento tan alarmante de marginación y exclusión social, aspecto que trataremos a continuación) que se han ido generando dentro del propio Estado de bienestar, especialmente por el “agotamiento de las energías utópicas”, por las fallas y carencias que ha propiciado la propia crisis de la “sociedad del trabajo”, por el derrumbe, al decir de algunos expertos, del proceso de centralización social de la práctica laboral y todo lo

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que ésta ha significado desde su invención por parte del industrialismo (es decir, el predominio de un ethos, un discurso y una cultura "trabajísticos").

También para el propio Gorz “la crisis es, de hecho, mucho más fundamental que una crisis económica y de sociedad. Lo que se viene abajo es la utopía en la que, desde hace dos siglos, vivían las sociedades industriales”. Nos encontramos, pues, ante la crisis que pone en cuestión un modelo de entender (concepciones, representaciones, ideologías), sentir (actitudes, significados) y practicar (formas, estrategias, organización) el trabajo: el trabajo como empleo.

Pero, adentrémonos en el verdadero significado de este cuestionamiento y en lo que hay detrás del mismo. Prieto constituye uno de esos autores que tratan de constatar que “la llamada ´crisis del empleo´ tiene una densidad social y política muy superior a lo habitualmente considerado: penetra y ´desestabiliza´ todos los ámbitos de la vida social y origina una dinámica que puede convertirse en un verdadero reto a la legitimidad del orden social en su conjunto y, por tanto, a su reproducción”. Precisamente esta tesis se sitúa en el mismo marco analítico en que nos estamos moviendo en nuestros planteamientos. Para este autor, siguiendo las argumentaciones de Castel, este asunto deviene absolutamente preocupante y llega a afirmar que “el problema del empleo es -o al menos lleva el camino a ser- ´la cuestión social histórica´ de nuestro final de siglo”.

También Castel nos presenta una línea argumentativa que se ajusta adecuadamente a lo que aquí se está dirimiendo. Según Castel las tres formas dominantes de cristalización de las relaciones laborales en la sociedad industrial (condición proletaria, condición obrera y condición salarial) se corresponden con tres modalidades distintas de relaciones de la esfera laboral con la sociedad global. Cuando todo parecía indicar que el progreso y el bienestar sociales tendrían un carácter lineal y progresivo, a partir de la década de los setenta se empieza a percatar de la fragilidad de la sociedad salarial como construcción histórica y como formación social. Decimos una “construcción sociohistórica” por el hecho de que el salariado no constituye únicamente una forma de retribución laboral, sino que conforma una condición a partir de la cual los individuos se insertan e instalan en la sociedad: “el asalariado es juzgado/ubicado por su situación de empleo, y los asalariados encuentran su común denominador y existen socialmente a partir de ese lugar”. En la misma línea se expresaban Díaz y Luceras [citado por Blanch] al afirmar que: “Tener empleo no es sólo un trabajo y un salario; es tener un lugar en la sociedad”.

Pero, además, la sociedad salarial constituye también una forma de gestión política que ha logrado aglutinar en un todo a la propiedad privada y la propiedad social, el desarrollo económico y el despliegue de derechos sociales, el mercado y el Estado. Y ello ha sido posible merced a la articulación del crecimiento económico y el crecimiento del Estado social. El desarrollo y el enriquecimiento sorprendentes de esos años dieron margen y alas a la sociedad salarial que se creyó eterna y envuelta en un progreso y crecimiento ilimitados. Pero, además de este factor, la sociedad salarial precisaba de una instancia central que regulase y garantizase la cohesión social, para ello el Estado social intervino generando medidas para garantizar una protección social generalizada, mantener los grandes equilibrios y, así mismo, para dirigir la economía, y buscar compromisos que posibilitasen un proceso sólido de crecimiento.

Con el pasar de los años, esta trayectoria ascendente y de progreso que se había logrado con este modelo de sociedad y que había colocado en el centro de todo el edificio el hecho social del empleo asalariado (política y socialmente regulado), se interrumpe. Incluso, dirá Castel, la idea misma del progreso se derrumba. El fantasma de la crisis se adentra en las estructuras del sistema y los cimientos del modelo empiezan a tambalear. Este es, de hecho, el momento crítico y paradójico en el cual nos movemos, nunca mejor dicho. Como señala Prieto, “es obvio que una crisis profunda de este empleo no podrá ser una crisis cualquiera, sino una crisis societal ”. Y sigue

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matizando, “Y cuanto mayor sea la crisis del empleo (en cantidad y calidad), como lo es en la sociedad salarial española, mayor será esta última”. Sobre la realidad específica española volveremos más adelante, adentrémonos de momento en la naturaleza y caracterización del propio proceso de precarización.

EL PROCESO DE PRECARIZACIÓN DEL TRABAJO: MULTIDIMENSIONALIDAD Y TRANSVERSALIDAD¿DEFINIENDO LO INDETERMINADO, LO INVISIBLE, LO SUMERGIDO?Uno de los aspectos que se derivan de la crisis del modelo de acumulación capitalista y

más concretamente del derrumbe de la condición salarial, es la entrada en escena (nada novedosa, por cierto), fundamentalmente a partir de la década de los setenta y ochenta, de otro actor que con el transcurrir de los años estamos comprobando que posee verdaderas ansias de convertirse en el protagonista central del panorama sociolaboral actual. Nos estamos refiriendo al proceso de precarización del trabajo.

Merced a fenómenos como la descentralización productiva, las políticas de reestructuración/reindustrialización y todo tipo de medidas flexibilizadoras /desrregularizadoras, junto con la aplicación masiva de las nuevas tecnologías y la aparición de nuevas formas de organización laboral, se logra cambiar la naturaleza y la dinámica de las relaciones laborales, generándose un incremento significativo de la precarización del trabajo.

Ya hemos visto con anterioridad que, para autores como Claus Offe, el desmoronamiento del contrato laboral y del paradigma del pleno empleo como pilares del orden social en las sociedades modernas, vienen mostrando “signos de erosión”. Incluso, nos dirá Offe, pese a que se le sigue considerando como elementos centralizadores, lo que está fallando es “el cumplimiento de sus funciones como pilar de asignación y distribución” y, por ende, del propio orden social. En consecuencia, el desempleo constituye algo más que una señal evidente de la fractura de este modelo institucional, la verdadera extensión del fracaso del mismo “adopta muchas formas, algunas visibles otras no tan obvias”. Por ello, también prefiere recurrir al concepto de precariedad para explicar de una forma más completa el momento crítico al que asistimos. Dicho concepto de precariedad evoca la “connotación de inestabilidad e imprevisibilidad nociva así como la falta de reconocimiento y aprecio social que va unida a esta condición”. Esta precariedad la distingue en dos formas: 1) la precariedad de la situación social, y 2) la precariedad de la subsistencia.

La precariedad de la situación social (producción) constituye una “condición de empleo ´no regular´ que afecta a una amplia variedad de personas”. Para Offe, este grupo comprende, “además de a aquellos que están registrados y considerados como ´desempleados´, a todos los trabajadores ´frustrados´, a los que trabajan a tiempo parcial pero quieren y están en condiciones de trabajar a jornada completa; incluye también a trabajadores que, de forma más o menos voluntaria, pasan a la jubilación anticipada y a aquellos que, por motivos igual de ambiguos, se someten a diferentes tipos de formación. El cuasi auto-empleo y el empleo a plazo fijo son otros casos a citar en este contexto”. Por lo que se refiere al otro tipo de precariedad, la de subsistencia (distribución/protección social), el autor hace mención a la diferencia de este fenómeno con las antiguas categorías y situaciones. En la actualidad el problema de los niveles de “subsistencia” y protección ha adquirido mayores cotas de complejidad y de ambigüedad. En ese sentido, recuerda la situación norteamericana de los “pobres con trabajo” o la europea de los “trabajadores desprotegidos”, ambos colectivos de fuerza laboral se sitúan y disfrutan de un nivel por debajo de los estándares mínimos de protección social.

Pero, a tenor de lo que venimos exponiendo, ¿cabe alguna posibilidad de definir y acotar el fenómeno de la precarización del trabajo? Con el concepto de precariedad laboral, como ya hemos

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desarrollado en otro lugar, se intenta agrupar un sinnúmero de formas de trabajo (algunas antiguas y otras totalmente novedosas) que, hasta hace escaso tiempo, se apartaban de lo normativo, de lo regulado y de lo institucional: es decir estamos ante modos/contextos/culturas de trabajo distintos a la forma regular de trabajo, las que se denominaron en un principio “non-standard forms of employment”.

Las dimensiones que caracterizan la compleja y creciente precariedad laboral podrían resumirse en los factores que aparecen el siguiente cuadro:

Dimensiones de la precariedad laboral

La discontinuidad del trabajo (duración corta y riesgo de pérdida elevado, arbitrariedad empresarial e incertidumbre y temporalidad como norma, etc.)La incapacidad de control sobre el trabajo, deficiente o nula capacidad negociadora ante el mercado laboral (tanto individual como colectivamente), dependencia, autoexplotación, disponibilidad permanente y abusiva, sumisión, etc. La desprotección del trabajador (pésimas condiciones laborales, sin derecho a prestaciones sociales, sin cobertura médico-sanitaria, alta discriminación, elevado índice de rotación, de explotación, segregación, etc.)La baja remuneración del trabajador (salarios ínfimos, ninguna promoción ni desarrollo, formación escasa o nula, etc.)

LA CONDICIÓN DE PRECARIEDAD: ¿HACIA UNA NUEVA CUESTIÓN SOCIAL, HACIA UN NUEVO DESTINO?

No podemos olvidar la cuestión principal de lo que aquí estamos analizando, nos referimos a la auténtica cuestión social, repetimos, la cuestión social del estatuto del sector asalariado, fundamentalmente por el hecho de aglutinar en su seno la práctica totalidad de la formación social, de la sociedad salarial contemporánea. Su derrumbe y las implicaciones de la misma, no hacen otra cosa que señalarnos la necesidad de plantearnos una nueva cuestión social.

Lo cierto es que con la transformación del mercado del empleo y el consiguiente desempleo masivo y estructural, se ha tendido a ocultar una mutación un tanto menos visible, pero más profunda, y, en consecuencia, más importante incluso que el propio fenómeno del paro. Las palabras de Castel vienen a reforzar los argumentos que venimos esgrimiendo hasta este momento: “el énfasis en esta precarización del trabajo permite comprender los procesos que nutren la vulnerabilidad social y, en última instancia, generan el desempleo y la desafiliación”. En opinión de este autor, argumento por el cual abogamos, la precarización del empleo y el desempleo no constituyen un asunto coyuntural, sino que forman parte integrante y característica de la dinámica actual de la modernización. “Son las consecuencias necesarias de los nuevos modelos de estructuración del empleo, la sombra de las reestructuraciones industriales y la lucha por la competitividad, que efectivamente convierten en sombra a gran parte del mundo”.

Los triunfantes discursos neoliberadores expandiéndose por doquier, la lógica mercantil desplegándose a sus anchas y el incremento constante de las estrategias de flexibilidad están arrinconando los logros de la lógica de los trabajadores, la lógica de la vida. Pero, en el trasfondo de todo el asunto, “lo que corre el riesgo de ser cuestionado totalmente es la estructura misma de la relación salarial”. En ese sentido, tenemos que ser conscientes de lo que se está poniendo en juego y el alcance de la situación actual. No estamos hablando de un fenómeno problemático que se pueda encauzar con una serie de medidas más o menos acertadas. No estamos hablando de una periferia “problemática” sumida en la precariedad, una periferia “conflictiva” que pueda ser asumida y controlada por las autoridades e instituciones del sistema: una marginalidad digerible y

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soportable. No. Estamos, sin embargo, en una dinámica establecida y que, si nada lo remedia, acabará por consolidarse y extenderse en proporciones y escenarios totalmente incontrolables. La precarización del empleo, nos dice Castel “es un proceso central, regido por las nuevas exigencias tecnológico-económicas de la evolución del capitalismo moderno”. Por ello, siguiendo a este autor, “es perfectamente lícito plantear una ´nueva cuestión social´ , que tiene la misma amplitud y la misma centralidad que el pauperismo en la primera mitad del siglo XIX, para sorpresa de los contemporáneos”.

Desde la perspectiva laboral, Castel distingue tres puntos de cristalización de esta cuestión que vienen caracterizando la situación actual y que en un futuro inmediato verá consolidar de forma alarmante: 1) la desestabilización de los estables, 2) la instalación en la precariedad, y 3) la manifestación de un déficit de lugares ocupables en la estructura social (la posición de los supernumerarios).

Según los fenómenos apuntados, estamos asistiendo a un movimiento inverso al conquistado por la sociedad salarial: la estabilidad laboral que generaba equilibrio y estabilidad social de buena parte de la población laboral (integrando y cohesionando socialmente a los estratos bajos y medios de la sociedad) se está desmoronando a pasos agigantados.

Pero no sólo se está “desestabilizando” una parte considerable de los estratos intermedios sociolaborales, sino que se está “instalando” a grandes colectivos poblacionales en la trayectoria errática y la geografía desestructurante de la precariedad. O, haciendo un juego de palabras, se está estabilizando lo inestable. Cada vez con mayor frecuencia y cada vez a más trabajadores (de ahí que podamos hablar de transversalidad del fenómeno) están entrando en la dinámica excluidora de la precarización: trabajos cortos, alternancia de situaciones laborales de empleo y no-empleo, facilidad de incorporación y de salida, interinidad permanente, trayectorias azarosas, movilidad de vértigo, disponibilidad insultante, arbitrariedad empresarial renovada, incertidumbre laboral normativizada, futuro inexistente. O, como señala el propio Castel, “la precariedad como destino”.

Pero, además de esta desestabilización e instalación en la precariedad, la situación actual de precarización del empleo y el desempleo estructural están generando un déficit de lugares ocupables en la estructura social, están disminuyendo las posiciones susceptibles de ofrecer utilidad social y reconocimiento público. Asistimos a una especie de redescubrimiento de una serie de colectivos poblacionales que, se creía, habían dejado de existir: “los ´inútiles para el mundo´, que viven en él pero no le pertenecen realmente”. Se trataría de los colectivos que ocupan una posición de supernumerarios: “flotan en una especie de tierra de nadie social, no integrados y sin duda inintegrables”. Este autor, ante la evidencia de los hechos, se pregunta si no hay derecho a hablar de la existencia de un neopauperismo. Entre otras cosas, porque este estatus de inutilidad social “los descalifica para el plano cívico y político”. Efectivamente el carácter negativo y de negación que los envuelve y los determina dificulta el que se les considere y se les tenga en cuenta. “Los inútiles para el mundo pueden optar entre la resignación y la violencia esporádica, la rabia que casi siempre se autodestruye”.

De todas formas, dada la complejidad que está revistiendo la precarización del trabajo, la diversidad de formas, estrategias y escenarios en los que suele llevarse a cabo, la concomitancia con otros fenómenos laborales afines y la complementariedad con el trabajo asalariado desarrollado en un contexto de adecuadas condiciones laborales (trabajo formal y regulado), podemos afirmar que lo que mejor identifica a este fenómeno, al trabajo precario en sí, es la desagradable y problemática combinación/imbricación de sus características y componentes.

En cualquier caso y atendiendo a lo que venimos desarrollando, el fenómeno de la

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precariedad laboral debe entenderse en términos históricos, es decir, como resultado de la crisis de un período en el que predominaba la estabilidad laboral dentro de un modelo de empleo política y socialmente regulado. Precisamente el desarrollo del “discurso de la flexibilidad” ha sido una de las estrategias que han propiciado el despliegue significativo de las situaciones de precariedad laboral y de otros fenómenos afines que están incrementando la incertidumbre e inestabilidad laborales. Las políticas flexibilizadoras se han intentado aplicar a modo de “salvavidas” de un sistema rígido y agonizante, como “cortafuegos” de un contexto socioeconómico atrasado y nada competitivo, incluso como fin de la sangría de unas formas de producción y trabajo que estaban “estrangulando” la marcha autónoma y autorregulada del mercado.

De todas formas, las esperanzas puestas en la flexibilidad y en el proceso de desregulación no han tenido los efectos que se esperaban. Como constata Navarro, las medidas desreguladoras del mercado laboral así como las que tienden a reducir la protección social como mecanismos reductores del desempleo, preconizadas por las tesis neoliberales, no han tenido el fruto esperado. La propia Comisión Europea reconoció, siguiendo a este autor, que la mayor flexibilidad laboral no generará mayor empleo en Europa. Las estadísticas muestran que España posee las cifras más elevadas de precariedad, así como la mayor tasa de rotación laboral de la UE, como desarrollaremos más adelante. El propio Navarro afirma: “La flexibilidad laboral necesaria para aumentar la eficiencia económica no puede alcanzarse a base de medidas punitivas y represivas que crean inestabilidad, precariedad, desempleo e incrementan desigualdades sociales”.

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LA EXCLUSIÓN SOCIAL: NEGACIÓN DE LA CIUDADANÍA Y PÉRDIDA DE OPORTUNIDADES VITALESEstamos comprobando a través del abordaje reflexivo de una serie de autores, estudios y

enfoques que las nuevas demandas y/o exigencias de la metamorfosis última del sistema capitalista, están caracterizándose lamentablemente por la generación a marchas forzadas (y a veces a marchas imperceptibles, pero efectivas, como veremos) de un sinfín de situaciones de precariedad, vulnerabilidad y desestructuración social. Tras lo afirmado hasta este momento: ¿en qué sentido podemos hablar de la existencia de un nuevo modelo socioeconómico de producción, distribución, consumo y protección que genera exclusión social para una serie de individuos y colectivos cada vez más numeroso? Para responder a la pregunta deberíamos empezar aportando una conceptualización mínima de lo que hoy en día entendemos por “exclusión social”. Los argumentos que se vienen esgrimiendo en este trabajo (y los que se sucederán a continuación) nos están dando una imagen de lo que, por lo menos, está entrañando y constituyendo el concepto de exclusión social, de lo que habita en sus raíces (sus procesos subyacentes) y de su capacidad transversal para fracturar destinos y trayectorias personales, grupos sociales enteros y, por ende, sociedades, por muy desarrolladas que hayan sido hasta la fecha.

De todas formas, sin ánimo de extenderse en cuestiones terminológicas, podemos apuntar y seguir las reflexiones y explicaciones que Tezanos realiza sobre el término en cuestión. Pese a que estamos ante un concepto de gran actualidad, se trata de un fenómeno que viene siendo abordado desde el propio origen de las ciencias sociales en general y la sociología en particular. Si uno se sumerge en las raíces del concepto de exclusión social se topará de bruces con otros conceptos/procesos afines como son los de desviación, marginación, segregación, discriminación, alienación, pobreza, entre otros. Una aproximación a los mismos sería una tarea interesante, mas desbordaría el objeto de este capítulo. Lo cierto es que el concepto de exclusión social aglutina y supera buena parte de los conceptos con los que viene relacionándose, sobre todo el concepto de pobreza.

En su abordaje actual, el concepto de exclusión social se refiere a “todas aquellas personas que, de alguna manera, se encuentran fuera de las oportunidades vitales que definen una ciudadanía social plena en las sociedades de nuestros días”. De ahí que para comprender los fenómenos de la precariedad y la exclusión social estemos dedicando una primera parte de este trabajo a profundizar en los mecanismos y las lógicas del Estado de bienestar que han permitido el despliegue de dicha ciudadanía (hoy, como estamos constatando, amenazada) y, por tanto, los avances significativos en la integración/inclusión social en el sistema. En este sentido, el marco y la línea analítica para entender la exclusión social (que propone este autor y que, a nuestro juicio, nos parece totalmente pertinente, dado su carácter integrador, plurifactorial y procesual) tiene en cuenta los procesos de dualización y segregación social, la dinámica de las clases sociales, y los procesos de inclusión-exclusión que se producen en nuestras sociedades modernas. Dentro de este esquema analítico, la exclusión es entendida como “un proceso de segregación social” y las nuevas infraclases (underclass, en la literatura anglosajona) son “grupos sociales o cuasi-clases formadas por las víctimas principales de dichos procesos de exclusión”. Hoy en día, dada la dinámica general que viene caracterizando a los procesos de estratificación social, se constata una convergencia (o paralelismo) entre las nociones de exclusión e infraclase.

Además de los aportes terminológicos sobre el concepto de exclusión social, el autor que venimos tratando destaca otra de las virtudes de la actual conceptualización, es la referida a su capacidad de aglutinar varias dimensiones y factores (otra característica similar al concepto de precariedad): el concepto de exclusión social “tiene una dimensión cultural (como las nociones de segregación, marginación, etc.), una dimensión o una efectos económicos (como la pobreza)”.

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Pero, así mismo, y es aquí donde radica el interés para nuestra reflexión, el concepto “permite situar el análisis actual de la cuestión social en la perspectiva de procesos sociales concretos relacionados con la problemática del trabajo como mecanismo fundamental de inserción social”. Situado así el concepto, podemos afirmar con Tezanos que la exclusión “sólo puede ser definida en términos de aquello de lo que se es excluido”, o sea, se es apartado, segregado, marginado, “del nivel de vida y del modo de inserción laboral y social propio de un sistema de vida civilizado y avanzado” (ibíd.), un modus vivendi que en nuestros días se ha logrado en la mayoría de sociedades occidentales y “que ha estado protegido y garantizado en el marco del Estado de Bienestar”. De ahí la pertinencia y la necesidad de considerar la exclusión social, como efecto perverso y negativo, articulándola a la noción (positiva y necesaria) de “ciudadanía social”. Por tanto, se trata de una exclusión de los “estándares sociales mínimos de pertenencia integrada” (o sea, exclusión de derechos individuales y sociales, así como de otros logros constitucionales). En palabras de Tezanos la exclusión social consiste en una merma de derechos como ciudadanos: “de algunos de esos derechos y oportunidades y, sobre todo, del derecho a tener un puesto de trabajo o modo de vida que permita vivir con dignidad es del que están siendo ´apartados´ y excluidos en nuestros días un buen número de ciudadanos, en virtud de determinados procesos sociales que están conduciendo en la práctica a una cierta dualidad de condiciones ciudadanas”. Este autor viene a confirmar lo que estamos apuntando en este trabajo: la dinámica económica desarrollada por el nuevo capitalismo (“que no genera empleo ni difunde el bienestar social”, matiza) está potenciando una serie de procesos y tendencias nada halagüeños y nada positivos (“una dinámica que puede conducir a un verdadero callejón sin salida”, una advertencia que bien podría ser una de nuestras conclusiones).

Tras lo afirmado, podemos delimitar el concepto de la siguiente forma: la exclusión social consiste en “un fenómeno estructural (y no causal o singular), que está aumentando, que tiene un cariz multidimensional (y, por lo tanto, puede presentar una acumulación de circunstancias desfavorables), y que se relaciona con procesos sociales que conduce a que ciertos individuos y grupos se encuentren en situaciones que no permiten que sean considerados como miembros de pleno derecho de la sociedad”. Tezanos matiza e incluye una serie de aspectos que son totalmente pertinentes cuando se afronta una perspectiva psicosocial, sobre todo cuando afirma que la exclusión social “connota carencias no atendibles -ni resolubles- a partir de la lógica espontánea del mercado, al tiempo que da lugar a la difusión de sensaciones de vulnerabilidad social, ´apartamiento´ y ´pérdida de sentido de pertenencia social”. Todo ello nos remite, concluye el autor, a la crisis de la propia noción de “ciudadanía social”. Este es, a nuestro juicio, uno de los centros neurálgicos del problema que estamos abordando, en esta dirección pues deberíamos apuntar la trayectoria de nuestros estudios e investigaciones.

No podemos concluir este apartado definitorio sin ofrecer una alusión, aunque sea breve, de los múltiples procesos, factores y variables que intervienen en el propio proceso de exclusión social (factores de exclusión laborales, económicos, sociales, etc.) La inclusión de dichos factores ayudará a comprender la complejidad, estructuralidad, transversatilidad del fenómeno, así como su paralelismo/concomitancia con el proceso de precarización laboral/social desarrollado anteriormente. No podemos olvidar tampoco que la exclusión social, dada la naturaleza que la caracteriza, debería ser comprendida “como la etapa final de unos procesos subyacentes bastante complejos, de los que nadie puede quedar totalmente prevenido en una sociedad del riesgo”. No obstante, siguiendo la aportación de Tezanos (1999), las aproximaciones y estudios serios sobre esta cuestión no deberían centrarse únicamente “en aquellos que han llegado a las estaciones finales del itinerario”, es necesario que contemplen “toda la trayectoria social, como tal. Eso es lo

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verdaderamente importante”. Veamos, pues, los factores de exclusión más significativos:

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Factores de exclusión socialLaborales Paro.

Subempleo.Temporalidad (agricultura, servicios, etc.).Precariedad laboral.Carencia de Seguridad Social.Carencia de experiencias laborales previas.

Económicos Ingresos insuficientes.Ingresos irregulares (economía sumergida).Carencia de ingresos.Endeudamiento.Infravivienda, hacinamiento.Sin vivienda.

Culturales Pertenencia a minorías étnicas.Extranjería. Barreras idiomáticas y culturales.Pertenencia a grupos de “rechazo” (cultural y político).Analfabetismo o baja instrucción.Elementos de estigma.

Personales Variables “críticas” de edad y sexo (jóvenes y mujeres).Minusvalías.Hándicaps personales.Alcoholismo, drogadicción, etc.Antecedentes penales.Enfermedades.Violencia, malos tratos, etc.Débil estructura de motivaciones y actitudes negativas.Pesimismo, fatalismo.Exilio político, refugiados.

Sociales Carencia de vínculos familiares fuertes.Familias monoparentales.Carencia de otras redes sociales.Entorno residencial decaído.Aislamiento.

Fuente: Tendencias de exclusión social en las sociedades tecnológicas. Tezanos, 1999

Una vez perfilados esquemáticamente los distintos factores de exclusión social, veamos también de la misma forma breve y gráfica los factores y/o circunstancias más notables que pueden derivar en situaciones de riesgo de exclusión social. Como hemos señalado en los apartados anteriores y como se constata en varios informes nacionales e internacionales y en el propio estudio que estamos manejando, el trabajo constituye un factor fundamental y, por tanto, su carencia y/o precariedad le convierte en el factor esencial de riesgo: “tener o no tener trabajo, y el tipo de trabajo que se tiene, constituye la principal barrera delimitadora en la exclusión social”.

Riesgos de la exclusión social

“INTEGRADOS”Riesgos Trabajo Ingresos Vivienda Relaciones/apoyos

sociales

Bajos Empleo estable Riqueza, ingresos suficientes

Vivienda propia Familia e integración satisfactoria en redes sociales

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Medios Trabajo precario y/o poco remunerado

Ingresos mínimos garantizados

Vivienda en alquiler; situaciones de hacinamiento

Crisis familiares; redes sociales débiles.Apoyos institucionales compensatorios

Altos Exclusión del mercado de trabajo

Situación de pobreza Infraviviendas, “sin techo”

Aislamiento; rupturas sociales. Carencia de apoyos institucionales

“EXCLUIDOS”

Fuente: Tendencias de exclusión social en las sociedades tecnológicas [Tezanos, 1999].

Antes de cerrar este extenso apartado de fundamentación teórica y conceptual queremos apuntar otras aportaciones que acaben de perfilar nuestro trasfondo argumentativo. En ese sentido podemos destacar que desde Francia nos siguen llegando más voces que intentan actuar más bien como contrafuegos, y que pretenden servir como resistencia reflexiva contra la invasión y el azote neoliberal, a la vez que nos ofrecen formas de salida para dejar tan crítica situación.

En ese sentido, Bourdieu es también especialmente crítico con el modelo económico actual, y considera al neoliberalismo como una “utopía (en vías de realización) de una explotación ilimitada”. Se trata de un modelo basado en una “teoría” que deviene “pura ficción matemática, basada, desde su origen, en una formidable abstracción” (racionalidad como racionalidad individual, lógica mercantil, pura, autónoma y perfecta). Consiste en un movimiento, ayudado por la “política de desorden financiero”, que se dirige hacia el dominio absoluto del mercado, y que se “propone cuestionar todas las estructuras colectivas” que cierren o compliquen el paso de la lógica mercantil (nación, grupos de trabajo, colectivos de defensa de los derechos de los trabajadores, familia). El programa neoliberal posee una tendencia global “a ensanchar la brecha entre la economía y las realidades sociales”, construyendo una realidad en la que se “instaura el reinado absoluto de la flexibilidad”. Una flexibilidad que, como afirman los autores anteriores y como criticamos desde aquí, no está entendiéndose ni, mucho menos, aplicándose con rigor y acierto, sobre todo, por los efectos perniciosos (léase extendiendo la precariedad) que está generando en una gran masa de trabajadores (y los que todavía no lo son) y sus familias.

Para Bourdieu la institución práctica de este “mundo darwiniano” no se hubiera materializado con tanto éxito sin la “complicidad de los hábitos precarizados que produce la inseguridad”. Tampoco se hubiese implantado sin la disposición “a todos los niveles de la jerarquía, sin excluir los más elevados, especialmente entre los mandos intermedios, de un ejercito de reserva de mano de obra domada por la precarización y por la amenaza permanente del paro”. Para este autor, el último fundamento de todo este orden económico situado bajo la invocación de la libertad de los individuos “es, en efecto, la violencia estructural del paro, la precariedad, y el miedo que inspira la amenaza del despido: la condición del funcionamiento ´armonioso´ del modelo microeconómico individualista y el principio de la ´motivación´ individual para el trabajo residen, en último término, en un fenómeno de masas, la existencia de un ejército de reserva de parados. Ejército que, por otra parte, no lo es, ya que el paro aísla, atomiza, individualiza, desmoviliza e insolidariza”.

Bourdieu, pero también Méda o Forrester, critican la forma cuasi invisible con la que está imponiéndose por doquier el modelo neoliberal, bajo la complacencia e indiferencia de las instituciones y la ciudadanía. En ese sentido el sociólogo francés señala: “La transición hacia el

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´liberalismo´ se realizó de la manera insensible y, por lo tanto, imperceptible, como la deriva de los continentes, y ocultó así a las miradas sus efectos más terribles a largo plazo”. Efectos que, como venimos expresando en esta reflexión, se dejan ver en el grado tan significativo de precarización sociolaboral que están adquiriendo las relaciones laborales y que, sigilosa y progresivamente, se están extendiendo a las relaciones e instituciones sociales…, hasta que, finalmente, acaban por aproximarse (cuando no instalarse) en las arenas movedizas de la exclusión social.

ESCENARIOS, CONTEXTOS, TENDENCIAS Y PROTAGONISTAS DEL PROCESO DE PRECARIZACIÓNVayamos por partes y adentrémonos ya en los distintos escenarios, contextos, tendencia y

protagonistas del fenómeno de la precarización con el fin de comprender cómo se está llevando a cabo el proceso precarizador (qué estrategias) y sobre quién (qué colectivos) está recayendo en mayor medida el fantasma de la precariedad y, finalmente, a través de qué mecanismos se vinculan con los fenómenos de la exclusión social (qué factores, qué itinerarios).Tenemos que dejar claro, desde este momento, que vamos a centrarnos en determinados contextos y colectivos (temporales, desempleados, sumergidos, explotados, inmigrados) y no abordaremos directamente otros colectivos específicos igualmente importantes, igualmente afectados por la dinámica excluidora de la precariedad (como el femenino, las personas mayores, los minusválidos, los presos, los refugiados, y un largo etcétera). Ello se debe únicamente a una cuestión de espacio, tan arbitraria como insoslayable. También hemos manejado, a modo de ejemplo, algunos datos y argumentos (ni siquiera los más llamativos) que se refieren al contexto español (y/o europeo), pero advertimos que el proceso de precarización es más extenso y estructural, e incluso, a nuestro juicio, dicho proceso ha adquirido o está en vías de adquirir naturaleza global. También queremos recordar que la exclusión social no es sufrida por los individuos “de una manera radical y súbita, en un momento determinado”, se trata más bien , ya lo hemos apuntado en el apartado conceptual, del “resultado de procesos en los que intervienen muchas variables”, según Tezanos.

FLEXIBILIDAD, TEMPORALIDAD, SINIESTRALIDAD: ¿NORMALIZANDO LA PRECARIEDAD?Como estamos viendo y como seguiremos constatando a continuación, la precariedad

como fenómeno y tendencia del nuevo panorama sociolaboral que se empieza infelizmente a consolidar, posee varias causas y múltiples consecuencias. Sobre la generación y la casuística del fenómeno seguiremos hablando, pero las concomitancias del mismo constituyen una dimensión que, además de compleja, está avanzando de una forma sorprendente. Observemos, verbi gratia, uno de los aspectos más característicos de la dinámica actual del mercado de trabajo y de la forma en cómo se está estructurando el empleo: la temporalidad.

Sobre este aspecto laboral podemos destacar que, aunque existe una tendencia a asimilar los conceptos de “precariedad” y de “contractualidad temporal”, se puede entender también la precariedad en el empleo como la escasa capacidad de control del empleo y de las condiciones de empleo por parte del trabajador. Según esta concepción, que es la que venimos defendiendo en nuestro planteamiento, la precariedad es consustancial a la condición de asalariado. De todas formas, estamos totalmente de acuerdo con los autores y enfoques (y sobre todo las centrales sindicales) que defienden el porcentaje de temporalidad como indicador adecuado del nivel y amplitud de precarización del trabajo en un contexto determinado.

La condición de temporalidad es, pues, una característica fundamental y un claro factor de precariedad laboral. La contratación temporal, los contratos de duración determinada, se han convertido, como vienen reflejando todas las fuentes estadísticas, en la modalidad más preciada por parte de los empresarios. No se trata de un asunto baladí, por ello conviene que le

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dediquemos algunas consideraciones.A pesar que desde las estadísticas oficiales (así como las interpretaciones), tienden a

disminuir “las facetas nocivas de la temporalidad” afirmando que ésta ha disminuido “en alcance”, no parecen alarmarse los responsables de las interpretaciones cuando expresan que esta temporalidad no cesa de “incrementar su intensidad entre los que la padecen”. Precisamente, esto es lo que aquí nos preocupa, estos (“los que la padecen”) son a decir verdad los que nos preocupan. Estos “restos” de las series estadísticas, estos fondos de armario, estos márgenes molestos y aparentemente insignificantes, constituyen si llevamos a cabo la más básica operación aritmética (de suma) uno de los problemas más alarmantes y lacerantes de nuestro tiempo. ¿Por qué? Sencillamente porque son muchos los que “padecen” las disfunciones del mercado de trabajo y porque son cada vez menos los que tienen una mínima potestad en el mismo (entiéndase, voz y ubicación, o sea: posición y papel que desempeñar…, ni que decir tiene la necesidad de cristalización y despliegue de una identidad mínimamente estructurada). Se ha creado una cultura de la temporalidad, una cultura de la eventualidad que ha acabado afectando al conjunto de las relaciones laborales y, por tanto, al total de las relaciones sociales.

Pero, ¿cuáles son las características de los trabajadores de la temporalidad? El retrato robot podría resumirse con los siguientes rasgos: los trabajadores “temporales” son principalmente mujeres y jóvenes; conforme disminuye la cualificación (nivel de estudios) aumenta la temporalidad; la temporalidad se incrementa en los trabajadores a tiempo parcial; la temporalidad supone, como ya hemos manifestado, elevada e intensa rotación y segmentación. Y, como veremos a continuación, la temporalidad concentra mayores tasas de siniestralidad, con todo lo que ello supone y los efectos tan negativos que conlleva (a nivel personal, familiar y, cómo no, para las arcas de cualquier Estado).

DESEMPLEO Y PRECARIEDAD LABORALOtra modalidad en que se vislumbra nítidamente la precarización laboral y la nueva

dinámica excluidora del mercado de trabajo es sin lugar a dudas el fenómeno de desempleo. Así lo vienen advirtiendo tanto instituciones nacionales como internacionales (OMS, OCDE, OIT, etc.), junto a autores y estudiosos de diversa índole e ideología. Si en algo existe un acuerdo generalizado (entre políticos, expertos y ciudadanía) es en la consideración del desempleo como el problema social y económico más preocupante desde ya hace varios años y que seguirá in crescendo en el futuro. Esta “lacra social” y los innumerables calificativos que se le achacan, dan fe de lo extendido que está su gravedad y la conciencia social que despierta. Lo propio se podría decir de los numerosos y prolijos estudios y encuestas que se destinan a tan maléfico (estructural, endémico, crónico y acuciante) problema social de este fin de siglo y comienzo del nuevo milenio.

Para Onimus el paro es la “consecuencia directa de la degradación del empleo”. Siguiendo a este autor, el desempleo no constituye la no existencia de trabajo, sino que se trata, más bien, de “la ausencia de empleo”. Y añade matizando: “Algo que da vértigo, dado el lugar que el trabajo asalariado mantiene en nuestras vidas”. Y es que, al igual que afirmábamos anteriormente, “con el empleo se pierde la identidad, las razones de vivir, los vínculos sociales y esos roles fijados, categorizados y jerarquizados que nos sirven para situarnos y, a menudo, para apuntalar una personalidad vacilante”. Los parados se sienten, pues, “excluidos”, no reconocidos, una especie de “muertos vivientes” en una sociedad del trabajo, “en la que los valores surgen de un centro que es la participación activa en la producción”.

Onimus refleja un panorama del desempleo y de los desempleados muy acorde con los análisis y aproximaciones que específicamente desde los años treinta viene desarrollando la

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psicología social. En ese sentido, el desempleado es auto-contemplado como “un extraño para el mundo normal”; la miseria y el drama del desempleado viene a ser una especie de “alienación invertida”: “ya no se trata de la alienación de los ritmos infernales de trabajo y de la aceleración de los rendimientos, sino la vida desarreglada, desorientada y desnortada”. Cuando el trabajo desaparece, “todo se hunde, desde la armonía del hogar a las razones para vivir. Es la condenación a la marginación y al trabajo sumergido”. La pérdida del empleo es vivenciado como “un atentado contra la dignidad”. Una situación que el parado siente con vergüenza, “la vergüenza de ser un inútil”, “la víctima se cree culpable”.

Estamos de acuerdo con Forrester cuando afirma que “lo más nefasto no es el desempleo en sí sino el sufrimiento que engendra”, un sufrimiento que va más allá del propio desempleado, que trasciende su autoculpabilidad y vergüenza, su identidad dañada y su desorientación existencial; este sufrimiento y la precariedad vital que entraña, se extienden al ámbito familiar: la pareja, los hijos, el resto de parentesco, así como buena parte de las interacciones sociales. Ámbitos, todos estos, de especial trascendencia psicosocial y, por ello, de esencial interés para la psicología social, de ahí que haya que proseguir y ampliar las investigaciones sobre este campo y sus concomitantes. No obstante, lo cierto es que, como señala Álvaro “el estudio del desempleo debería arrojar luz, por tanto, no sólo sobre los efectos psicológicos de éste sobre las personas, sino también desvelar aspectos de la condición humana bajo el actual sistema de capitalismo avanzado”.

PRECARIEDAD Y ECONOMÍA INFORMAL: ECONOMÍA, TRABAJOS Y TRABAJADORES INVISIBLESOtra de las múltiples variedades en que podemos contemplar la precarización del empleo

es la que se deriva del complejo fenómeno de la economía informal. En ese sentido, Prieto nos habla de los varios ámbitos que conforman la economía, aparte de la economía “formal, regular y visible”. Y afirma que no se puede olvidar que una parte significativa de las relaciones de empleo y trabajo se desarrollan en el ámbito de la “otra economía de mercado: la informal, irregular y oculta”. Ninguna de las dos se puede entender (ni explicar) sin contar con la otra; no obstante, siguiendo a este autor, “a efectos de condiciones de empleo y trabajo son dos mundos muy diferentes”. Ya lo reflejaba este autor en otro lugar, no se puede analizar y valorar las condiciones de trabajo de forma genérica como si los trabajadores fueran un todo homogéneo: “No todos los trabajadores gozan ni disfrutan de las mismas condiciones”. Prieto señala un punto importante de confluencia por parte de los expertos: “Las condiciones de movilidad productiva de la fuerza de trabajo, las condiciones de empleo y trabajo, no sólo no son homogéneas, sino que, además, se hallan divididas en segmentos sociales jerarquizados”. La cuestión de fondo estriba en el carácter socialmente construido del mercado (un mercado que segmenta, dualiza, discrimina, precariza, excluye…a unos trabajadores frente a otros), un mercado regido por una lógica que “no entiende de salud, de calidad de trabajo, de respeto a las personas, etc.”. Una vez más, nos hallamos con la misma disyuntiva que viene reproduciéndose con el discurrir de los años: la lógica mercantil versus la lógica vital, la lógica del mercado y toda su filosofía/parafernalia/política y, por otro lado, la lógica existencial del trabajador y toda su cotidianidad y necesidad de supervivencia.

Volviendo al fenómeno analizado, podemos destacar de entrada la enorme dificultad para definir y delimitar el fenómeno del trabajo sumergido y de la economía informal. Esta dificultad no hace más que ayudar a su desconocimiento generalizado y al desinterés por parte de las autoridades y expertos, todo ello, a su vez, incide en su extensión y en el incremento de la gravedad del problema en aquellos trabajadores y colectivos que vienen sufriendo la cara más negativa y sangrante (una vez más: mujeres, jóvenes, parados, subempleados, inmigrantes, etc.) de

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la informalización del trabajo y de la economía. Pese a la enorme cantidad de términos con los que se conoce el fenómeno del trabajo

sumergido y la diversidad de situaciones que entraña, Prieto et al. intentan diferenciar el trabajo clandestino (“que, sin ser en sí una actividad ilegal, se practica en la oscuridad para escapar de los costos impuestos por la reglamentación de la mano de obra”) del trabajo en negro. Este último es entendido como aquellas “actividades sancionadas por ley como la explotación de niños o de inmigrantes ilegales y caracterizadas por la profunda degradación de sus condiciones de ejecución”. Para estos autores, y tal como podemos comprobar con el repaso a la evolución de la dinámica de la economía en general y del mercado de trabajo en particular, el fenómeno de la flexibilidad laboral está estrechamente vinculado con la filosofía y el proceder de la economía informal.

Estamos de acuerdo con Prieto en su tajante denuncia de la situación y de aquellas instancias que, aunque sea a la callada, acaban por mantener, cuando no fomentar, estas prácticas que erosionan y hacen perder el sentido (histórico y colectivo) de las relaciones laborales y, por ende, las sociales: “el silencio oficial acerca del trabajo irregular es engañoso: el empleo sumergido, lejos de retroceder, ha conseguido un notable éxito: convertirse en la punta de lanza, en el modelo extremo de un tipo de relaciones laborales que cada vez gana más terreno en nuestra sociedad”. Por otro lado, pero muy en la línea de lo que estamos argumentando, para Ruesga et.al. la economía sumergida constituye “un conjunto de todo tipo de actividades que vulneran las reglas o mecanismos de regulación del sistema económico en su conjunto”. En ese sentido, cualquier actividad económica “que denominemos como sumergida implica alguna forma de fraude”, por ello, “todo fenómeno de ocultación de una actividad económica genera vulneración de una o varias formas de fiscalización/regulación”.

Dentro del debate de la economía y el trabajo sumergidos, la polémica se ha venido centrando en dirimir si estos son el efecto de estrategias (puntuales y coyunturales) que se despliegan como mecanismos de adaptación en situaciones de crisis (como la actual, o la que se experimentó hace unos años) o, por el contrario, estamos ante un fenómeno importante y decisivo de la estructura laboral y económica de una región geográfica específica (y/o país). La mayor parte de expertos comparten la segunda opción; como señalan Prieto et al. “el trabajo clandestino en absoluto tiene una importancia marginal en la estructura laboral, sino que, al contrario, representa un fenómeno masivo de honda repercusión en la vida económica”.

La proliferación de este tipo de tendencias de economía y trabajos informales/sumergidos generan efectos perniciosos de enorme calado y de diversa índole: por un lado, además de influir directamente en las finanzas públicas (con la merma de recursos públicos susceptibles de ser destinados al desarrollo, seguridad y bienestar de los ciudadanos), provoca “una dinámica de disonancia social en términos del balance individual de aportación y beneficio recibido hacia y de la colectividad”, de acuerdo a Ruesga et. al. Para estos autores, la generalización del fenómeno de la economía y el trabajo informal “introduce una tendencia hacia la dilución del tejido social y su paulatina desestructuración con respecto a un modelo asumido -el Estado de bienestar-“. Así mismo, estos fenómenos generan distorsiones significativas en la gestión eficaz de las políticas macroeconómicas (y la asignación adecuada de recursos), implican prácticas abusivas y ventajosas con respecto a los sectores, trabajos y trabajadores emergidos y regulados (el dumping, por ejemplo), y, al mismo tiempo, crean desequilibrios en las condiciones de competencia, etc.

Cabe recordar, por otro lado, que “tanto el trabajo sumergido como la precarización del empleo legal han sido las dos herramientas empleadas, desde la superficie y desde la ilegalidad, para configurar el mercado dual de trabajo”, siguiendo a Prieto: un mercado segmentado y

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fragmentado que, como venimos argumentando, está generando dinámicas excluidoras para una porción cada vez más numerosa de ciudadanos. Ahí es donde podríamos incluir la otra cara del fenómeno, la cara que más nos interesa en esta reflexión, la que se articula con los aspectos más “micro”, es decir, los elementos y efectos psicosociales: los que tienen que ver con el trabajador, sus condiciones de trabajo y su vida cotidiana.

Además de ser un fenómeno enormemente complejo (entre otras cosas, por su articulación y cohabitación con la economía formal y por su legitimación social), diverso (fundamentalmente, por su variedad y porosidad interclases), y concentrado geográfica y sectorialmente, la economía informal y el trabajo sumergido tienden a caracterizarse por las pésimas condiciones laborales que genera y entraña: puestos de baja cualificación, escasa especialización, elevada rotación y movilidad, salarios bajos, mínimas o nulas medidas de seguridad e higiene, jornadas abusivas, explotación, desprotección oficial y sindical, desinformación, mínima o nula formación, etc. La instalación cuasi permanente en este tipo de condiciones laborales deteriora sobremanera la condiciones vitales de estos trabajadores, abocándoles a situaciones que rozan (cuando no en ella) la explotación, e incluso, situaciones que llegan a pagarse con la dramática moneda de la muerte de los propios trabajadores.

Tampoco puede olvidarse que este tipo de trabajos tiende a concentrar (ofrecerse/demandarse/ocuparse) a los colectivos más desfavorecidos socialmente, aquellos peor situados en la estructura social y/o con desventaja en el mercado laboral, grupos caracterizados por una alta dependencia y por una elevada disponibilidad para el trabajo. Aquí incluiríamos, por ejemplo, a los jóvenes (y entre ellos, a las jóvenes), a las mujeres (y entre ellas, a las que disponen de un capital formativo menor y, entre ellas, las amas de casa), a los parados de más de 45 años (y entre ellos, a los que poseen responsabilidades familiares y no disfrutan de subsidios oficiales), a los emigrantes (y entre ellos, a los ilegales)… Sobre estos últimos trabajadores, dada la relevancia social que está adquiriendo el fenómeno y su tendencia a incrementarse en un futuro inmediato, dedicaremos uno de los apartados que nos restan.

Para concluir este apartado, conviene señalar, como afirman Ruesga et al., que son las características del tejido empresarial y productivo (y no tanto las presiones fiscales ni la mayor o menor regulación de lo económico) las que afectan en la naturaleza, alcance y distribución espacial de la economía y el trabajo sumergido. Estos autores, destacan además cómo la desregulación llevada a cabo en el entorno de la economía sumergida está sirviendo “de guía y acicate para los procesos de desregulación /flexibilización que en los últimos años se propugnan con especial fervor en el terreno de la economía regular”. Ello se convierte en una estrategia, afirman, para trasladar “a todo el tejido laboral y social el deterioro de las condiciones laborales y salariales que constituyen el atractivo de la economía sumergida para ciertos segmentos del sector empresarial”. De la misma forma, critican la legitimación social que el fenómeno de la economía sumergida viene desarrollándose en nuestro contexto (y fundamentalmente en aquellas zonas geográficas en las que estas prácticas están más extendidas: el levante español sería un buen ejemplo de ello, aunque no el único) y el papel que el Estado ha jugado en la extensión de dicha legitimación.

Estos aspectos constituyen toda una suerte de factores negativos y desestructurantes que desde aquí queremos destacar (y denunciar), ya que su estudio, control y, por tanto, regulación socioeconómica, serán decisivos en los próximos lustros con el fin de mejorar las condiciones sociolaborales y las expectativas vitales de grandes colectivos de trabajadores, hasta ahora invisibles. Colectivos de individuos de amplias y archiconocidas zonas geográficas que trascienden el arco mediterráneo, que trabajan (y viven) duramente en trabajos que, aunque sumergidos y desprotegidos, existen. De todas formas, las palabras de Gaviria nos recuerdan la articulación tan

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estrecha de los fenómenos que estamos abordando: “La economía sumergida es la forma de integración de los precarizados y la forma de supervivencia de los excluidos”.

TRABAJADORES INFANTILES, PRECARIEDAD Y EXPLOTACIÓN DE LOS MÁS INDEFENSOSSi uno abre cualquiera de los múltiples informes elaborados por los organismos

internacionales que se dedican a fenómenos como el trabajo (por ejemplo, OIT) o la infancia y la adolescencia (verbigracia, UNICEF) y se detiene siquiera unos segundos por sus cuadros estadísticos y sus descripciones, quedará estupefacto y atónito, cuando no avergonzado, por las cifras tan desoladoras y escalofriantes que escapan a cualquier sano y sensible juicio (cada cifra adopta para nosotros el cariz de ultraje e irresponsabilidad, especialmente por las realidades tan dramáticas que entrañan y esconden). Para no alejarnos del tema (el trabajo de los menores y lo que conlleva de precariedad y exclusión social, además de otros concomitantes siempre próximos), el último informe sobre El Estado Mundial de la Infancia 2000 (UNICEF, 1999) podría ser un buen ejemplo de ello y de lo que aquí queremos analizar (decimos “analizar”, ya que huelga repetir el verbo “denunciar”). Tan sólo unas reflexiones críticas y puntuales sobre este drama mundial que se ceba especial e indignamente en los menores: más de 600 millones de niños viven en la más mísera de las pobrezas, la más pobre de las miserias. A esto se le pueden añadir los 8500 niños que contraen el sida cada día, por no hablar de las infinidad de niños maltratados psíquica y físicamente, mendigando por barrios marginales o vagando por los lugares más inhóspitos del planeta, en condiciones infrahumanas, atenazados por las drogas y el hambre, utilizados en conflictos armados (y, siempre, convirtiéndose junto a las mujeres en las víctimas más vulnerables de todas las guerras: más de 2 millones de niños muertos, más de 6 millones gravemente heridos o permanentemente discapacitados)… Datos y cifras indignantes que no se refieren tan sólo a países en vías de desarrollo (por ejemplo, el 26,3% de los niños estadounidenses, el 21,3% de los británicos, o el 13,1% de los niños españoles viven por debajo del denominado “umbral de la pobreza”). Tras lo dicho, triste y desalentador panorama, vayamos a nuestro objetivo.

A los componentes de las sociedades desarrolladas se les revuelven la tripas (léase, principios éticos) cuando los medios de comunicación de masas emiten, una y otra vez, esas imágenes (crudas y crueles donde las haya) de niños realizando las más variopintas e insospechadas actividades para poder sobrevivir. Por ejemplo, las legiones de niños en Pakistán cosiendo balones (a 30 rupias unidad, o sea unas 150 pesetas, es decir, una botella de leche… todo a cambio de, por ejemplo, la deformación de más de un dedo); en Brasil miles de niños de menos de 35 kilos son forzados a transportar en sus espaldas cargas de hasta 40 kilos de naranjas, corriendo, entre otros, el riesgo de perder las huellas digitales corroídas por el ácido de la cáscara de esta fruta. Pero contamos con múltiples ejemplos: los trabajos de los niños egipcios en la industria del curtido del cuero; los niños de Colombia trabajando en las canteras y hornos de ladrillos; las duras labores en la fabricación de alfombras en la India; en los lavaderos de oro en Perú…A todo ello se unen las interminables jornadas, la desnutrición y el analfabetismo. O como indicaba Dumont: “Para gran número de niños, el trabajo es un martirio, una fuente de sufrimientos y de explotación, y un abuso fundamental de los derechos humanos”. Y añade: “Con frecuencia, el trabajo infantil priva a los niños de instrucción escolar, los coloca en una situación social desventajosa y menoscaba su salud y su desarrollo físico”.

Como acabamos de manifestar, podríamos referirnos a innumerables ejemplos de lamentables situaciones en las que se usa y abusa de la mano de obra infantil, trabajos realizados impunemente en campos, minas, burdeles, mercados, fábricas textiles, vertederos, talleres clandestinos, etc. La lista sería demasiado extensa, el drama demasiado real. De todas formas, y a

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pesar de que un buen número de expertos pretenden diferenciar, sobre todo en los países en desarrollo, el trabajo infantil de la explotación laboral infantil, nosotros creemos que todo trabajo infantil (todo, insistimos) supone una explotación y una merma de los derechos fundamentales de la infancia, y, además, pensamos que, hoy por hoy, sobre esta cuestión podrán haber excusas y argumentaciones, pero no razonamientos sólidos, defendibles y justos.

También cabe señalar que a muchos de esos ciudadanos de las civilizadas y modernas metrópolis del primer mundo se les olvida que buena parte de esos “trabajos” se realizan bajo los signos más esclavizantes de la explotación de las grandes multinacionales, la complacencia de los propios gobiernos (permitiendo la exportación/importación de determinados productos y/o servicios), y la complicidad de todo tipo de empresas e instituciones que hacen la vista gorda o miran a otro lado para “ignorar” el problema. La propia ciudadanía, pese a tener noticia de estas formas de explotación laboral infantil, sigue el afán consumista de este tipo de productos en los cuales ha intervenido la mano de obra de menores.

El trabajo infantil constituye, en efecto, uno de los dramas más crueles, silenciados y extendidos de este fin de siglo. Un drama deleznable que, pese a los esfuerzos desarrollados por los organismos internacionales (OIT, ONU, UNICEF, y algunas ONG´s específicas), seguirá en el nuevo milenio. En el último informe de UNICEF se expresaba lo siguiente al abundar sobre “la trampa”, el “circulo vicioso” y los “profundos enclaves” de la pobreza y el infeliz protagonismo de la infancia: “Las condiciones de esclavitud también afectan las vidas de otros niños en todo el mundo. No hay manera de calcular el número exacto de niños y niñas de corta edad cuyas vidas están en peligro por haber sido objeto de venta y trata, por la servidumbre de la deuda o la gleba, por el trabajo forzado o bajo coacción, o por la conscripción forzada para participar en los conflictos armados, la prostitución, la pornografía o la producción y tráfico de estupefacientes”.

De todas formas, sí podemos afirmar que estamos hablando de más de los 250 millones de niños que trabajan en los países en vías de desarrollo. Se trata de una verdadera reserva de trabajadores: sumisos, indefensos, vigorosos. Se trata, y no vamos a ser catastrofistas ni demagógicos, de una forma de esclavitud desconocida (ignorada, precisando el término) y humillante, una estrategia cruel e interesada de abuso de mano de obra barata y dócil, se trata de individuos que carecen de los derechos humanos más básicos, se trata de países y organismos internacionales que, repetimos, desatienden las obligaciones legales, éticas y humanitarias más elementales.

Pero, como decíamos, es difícil no caer en la hipocresía cuando se abordan estos temas, pero estamos ante una realidad evidente y más cercana de lo que se cree. No obstante, que no se sofoquen los bienintencionados ciudadanos de las sociedades del bienestar con estos dramas de “otras latitudes lejanas”. He aquí unos datos y unas breves consideraciones para no lanzar la pelota al “otro campo”. Aquí, en España, sin ir más lejos. En nuestro país se baraja la indignante cifra de más de 250.000 menores de 16 años trabajando ilegalmente.

Como se constata en los informes de los expertos o como se denunciaba recientemente en un periódico nacional, el problema del trabajo infantil está muy vinculado con familias que viven al borde la marginalidad, cuando no en mundo de la exclusión. Sin embargo, no es extraño encontrar innumerables casos de explotación laboral infantil en nuestras calles, viviendo en condiciones precarias y degradantes. Como se señalaba en dicho diario: “Tratar el trabajo infantil como un problema, aislado, fruto de la irresponsabilidad de unos padres o unos patronos desalmados, al margen del contexto y de las causas que lo provocan, es tener una visión reduccionista del problema”. Estamos de acuerdo cuando afirman que hablar del trabajo de los niños “es, sobre todo, hablar de pobreza, de exclusión social”. Por ello, “sólo se podrá erradicar el trabajo infantil

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luchando contra la pobreza de sus familias”. Pese a la certeza de lo afirmado, creemos que el problema merece estudios más rigurosos y, sobre todo, más integrales (y, a su vez, políticas más decididas y solidarias). Fundamentalmente, porque estamos ante una problemática que procede, afecta, incluye y determina muchas y complejas variables. O como afirma de forma tajante Castells: “Los niños como mano de obra lista para usar y tirar es la última frontera de la sobreexplotación en el capitalismo global interconectado”.

INMIGRACIÓN, TRABAJO, RACISMO: LA PRECARIEDAD QUE SEGREGAUno de los colectivos de trabajadores (si es que se puede hablar de colectivo en este caso,

eufemísticamente se los denomina: “contingente”) que más aproximan y articulan la precariedad con la exclusión social es el de los inmigrantes. Podríamos decir sin equivocarnos ni un ápice que el fenómeno de las migraciones (por motivos laborales, que no son otros que los motivos para la supervivencia), sensu estricto, constituyen una cuestión tan antigua como la humanidad misma. En ese sentido, nos hallamos ante un fenómeno complejo y, como los anteriores, heterogéneo y multidimensional. Aquí, también por razones de espacio, nos interesa tan sólo adentrarnos en el proceso de precariedad laboral de los trabajadores inmigrantes y cómo de tal binomio emergen los tentáculos de la marginación y la exclusión social, en este caso, además, para más inri, emergen los tentáculos concomitantes (¿latentes?) del racismo y la xenofobia.

España, a veces se olvida, ha sido un país eminentemente emigrante, tanto hacia Europa como hacia América. En la actualidad se ha alterado radicalmente la tendencia; nuestro contexto socioeconómico ha mejorado de manera considerable y, en ese sentido, deviene atractivo para una confluencia cada vez más numerosa de inmigrantes que proceden de todo el mundo, especialmente de África, América, Asia. Como informa el CES (1999), hemos pasado de 165.289 residentes extranjeros en 1975 a los 538.984 de 1996. En 1999 la población extranjera residente de forma legal en España asciende a las 600.000 personas, y, de forma ilegal, unos 100.000 inmigrantes. El incremento, como vemos, es notable, y las expectativas nos indican que el número de inmigrantes no dejará de crecer en los próximos lustros.

Sabemos los esfuerzos institucionales que se vienen desplegando en este campo y, por ello, no pretendemos caer en los juicios demagógicos ni en la críticas infundadas; en el fenómeno de la inmigración confluyen también muchos factores (laborales, políticos, culturales, idiomáticos, legales, administrativos, etcétera) que acaban otorgando al propio fenómeno una naturaleza compleja y que precisa también un abordaje riguroso e integral. Pero, todo hay que decirlo, en los días que se están escribiendo estas líneas, se está discutiendo una proposición de ley orgánica sobre “Derechos y Libertades de los Extranjeros en España y su Integración Social” (la polémica Ley de Extranjería); consiste en el marco que vendrá a legislar en el nuevo milenio las cuestiones de asilo e inmigración en nuestro país.

Sobre la base de los debates políticos el ciudadano de a pie ha podido comprobar que el tema tiene algo más que miga, en el fondo lo que subyace a todo el asunto es toda una suerte de posiciones antagónicas y voces discrepantes que evidencian las diferentes formas de entender y regular el fenómeno: divergencias que van de un tratamiento progresista y una consideración de “equiparación” de derechos con los nacionales, a una norma que supone una censura y retroceso en la “filosofía de consenso” que se había alcanzado con el texto normativo aprobado en el Congreso (25-11-1999).

Recientemente una Subcomisión de Migración del Consejo de Europa alertaba de la grave situación de la migración y recomendaba legalizar a los inmigrantes irregulares de los 41 países miembros (entre tres y cinco millones). O como afirmaba la periodista al tratar esta noticia sobre la

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realidad que denunciaba la subcomisión: “Ni las alambradas ni las trabas legales frenarán la migración. Al contrario: la fortificación de Europa sólo servirá para engordar el negocio de las mafias que trafican con seres humanos y alargar las listas de muertos en el Estrecho”.

Por todo lo expuesto, se constata que el problema resulta harto complejo y polémico; es complicado ya de entrada (y, como veremos, de salida). Pese a que son diversas las situaciones y los tipos de extranjeros en España, lo más problemático es la situación de los extranjeros en situación de irregularidad, o sea los inmigrantes ilegales, los “sin papeles”. La dificultad de entrada, como decíamos, está en la información/cuantificación del asunto. Como afirma el CES: “No es posible conocer con exactitud el número de inmigrantes que hay en España, puesto que la mayoría de estadísticas se basan en los permisos de residencia y de trabajo de los extranjeros, y muchas de estas personas no pueden acceder a estos permisos para regularizar su situación, lo que no impide que permanezcan en España y trabajen sin ningún tipo de contrato”. Este es el panorama inicial. Pero adentrémonos un poco en el contexto y el proceso de precarización/exclusión social de estos “trabajadores” indocumentados; trabajadores, como veremos, cuasi invisibles.

La política de la Administración en los últimos años ha sido establecer contingentes de inmigrantes que puedan ser asumidos por la sociedad (léase mercado de trabajo nacional, esencialmente), y ello se viene desarrollando a través de permisos de trabajo concedidos a extranjeros no comunitarios. Las autorizaciones para el empleo de este tipo trabajadores extranjeros para 1999 asciende a 30.000, un número que ya duplica el del año 1997 (MTAS). De todas formas, se trata, en contra de la opinión mayoritaria, de inmigrantes que trabajan en aquellas actividades que el mercado nacional no desea ni cubre (agricultura, ganadería, construcción y servicios). Un informe de UGT constata la situación de precariedad laboral de los inmigrantes en nuestro país y los brotes de racismo que están entrañando; así mismo, pretende demostrar que no se corresponden con la realidad las percepciones que se están generalizando en España sobre el empleo de los extranjeros. Por ejemplo, el sector “servicio doméstico” que ha obtenido en los últimos cinco años más de 50.000 permisos de trabajo (MTAS), constituye uno de los sectores “más precarios, gracias en parte a una legislación que, en su contenido, ampara situaciones de incumplimiento de derechos”. Los trabajadores inmigrantes, principalmente mujeres, que desempeñan estos servicios sufren condiciones de trabajo de auténtica explotación: jornadas de más de 16 horas, sueldos inferiores a 100.000 pesetas, sin pagas extra de verano, sin vacaciones remuneradas, etc.

Así mismo, el informe confirma lo que veníamos comentando al destacar que la distribución de los contingentes anuales de trabajadores se asigna a actividades que son rechazados por los españoles, “dada su penosidad, precariedad, bajos salarios y escaso reconocimiento”. Precisamente, a través del Instituto de Migraciones y Servicios Sociales (MTAS) se están implementando planes para la promoción e integración social de los inmigrantes, esta actuación se está llevando a cabo mediante programas que eliminen las discriminaciones de cualquier tipo en el ejercicio de sus derechos así como el acceso y disfrute de todo tipo de servicios sociales. Se intenta, como se desprende del informe del CES, garantizar a los inmigrantes “una situación jurídica y socialmente estable (ya que la precariedad legal o administrativa suele representar un obstáculo insalvable que termina por derivar hacia la marginación)”.

Pese a las buenas intenciones y a los esfuerzos desarrollados por/desde la Administración (y desde organizaciones no gubernamentales), podemos contemplar cada día que el problema está muy arraigado en la sociedad y que va a ser muy difícil erradicar la explotación de los trabajadores extranjeros, sobre todo, porque en el fondo subyacen, cual virus cruel, las actitudes y comportamientos racistas y xenófobos de parte de la ciudadanía, sobre todo, hacia determinados

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colectivos de inmigrantes. El propio estudio de la central sindical advierte que las situaciones de marginación y exclusión en la que viven buena parte de los colectivos de inmigrantes dificultan la aceptación de las sociedades de acogida. Las pésimas condiciones de vida de los inmigrantes, generando bolsas de marginación y pobreza, acaban por hacer aflorar los prejuicios y los sentimientos y las actitudes de rechazo de las poblaciones que en principio debían acogerlos. Lo que en principio son “pequeños y aislados” brotes racistas, a nuestro juicio pueden desencadenar si no se contempla y aborda el fenómeno como merece en conflictos sociales de lamentables consecuencias.

Por otro lado, desde la Administración se ha pretendido también conocer y regularizar la situación de los trabajadores inmigrantes que residen en nuestro país de forma ilegal. Pero, como ya hemos afirmado, esta segunda pretensión encuentra innumerables obstáculos para materializarse. Al Observatorio Permanente de la Inmigración, organismo público destinado a conocer y pronosticar sobre el fenómeno inmigratorio, se le escapa la situación de un buen número de extranjeros no comunitarios, especialmente los “indocumentados”. Veamos la situación de precariedad y exclusión de este colectivo a través de otros mecanismos informativos (también más cualitativos, más próximos).

En un reciente reportaje, un periodista realizaba una especie de “viaje al centro de la inmigración”, indicó Carlin viviendo el fenómeno de sur a norte de España. Un texto que, centrándose en inmigrantes africanos, ofrece una idea muy gráfica de las condiciones laborales y de vida de estos colectivos, da cuenta de la odisea que muchos individuos tienen que sufrir para poder “ganarse la vida trabajando dignamente” en un país lejano y una cultura diferente, en un país que se supone civilizado.

Como indica el periodista, basándose en las opiniones de los propios inmigrantes, “el trabajo agotador y las condiciones de vida son menos difíciles de soportar que el goteo del desprecio paternalista”; en ese sentido, los inmigrantes entrevistados critican el trato despiadado, esclavista y discriminatorio de ciertos empleadores y patronos, el hacinamiento y los abusos de los escasos propietarios que les alquilan las viviendas (ya que el resto se tienen que conformar con malvivir en los extrarradios, en lugares inhóspitos e insalubres, alejados de sus lugares de trabajo y se hacinan en “chabolas, cortijos abandonados, torres eléctricas, cochineras, cuadras e invernaderos abandonados” en palabras del Defensor del Pueblo de Andalucía, citado por Prades, pero también se quejan de la segregación tan brutal, descarada e injusta, que sufren de los vecinos. El portavoz de la Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes en España (ATIME) destacaba la hipocresía que está extendiéndose sobre esta cuestión: “Se quiere a los inmigrantes para trabajar; pero no en el pueblo, en los pubs, en los parques. La paradoja es que los necesitan, hacen un trabajo imprescindible para la economía, que el español no quiere hacer, pero los tienen que tratar así”, según Carlin, 1999.

Otro reportaje periodístico se encargaba recientemente de hacernos “visible” lo que para ciertas instancias y ciudadanos no es algo más que un “molesto problema”, un “asunto aislado”, una “cuestión anecdótica y bajo control”. El artículo nos muestra cómo hasta en la miseria se pueden hacer distinciones, cómo en la espiral de marginación y exclusión siempre hay alguien que queda peor situado, es decir, más al margen todavía. Aquí ya no estaríamos hablando de precariedad, aquí estaríamos ante la imagen cruda y prototípica de la exclusión social más deleznable. El texto, que tampoco ofrece desperdicio alguno, arrancaba así: “En España hay lugares que no existen, habitados por seres que tampoco existen. En España hay cerca de 3000 africanos sin nombre viviendo entre ratas y basuras. No forman parte de las estadísticas, ni figuran en la red gubernamental de campos de acogida. Los ayuntamientos los ignoran y apenas reciben ayuda

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humanitaria. Sin embargo, en los invernaderos de Almería, en el corazón de una de las zonas más prósperas de la Unión Europea, estos inmigrantes sin papeles, los últimos en cruzar clandestinamente la frontera, ha creado un mundo propio al margen de una población autóctona capaz de obtener beneficios de 160.000 millones anuales en 35.000 hectáreas de cultivo bajo plástico”, de acuerdo a Prades. El autor alude en concreto a un tipo de trabajo específico y a una zona geográfica concreta, pero, para no cansar al lector, no estaría de más recordar que estos hechos y situaciones se reproducen cuasi miméticamente y con una progresión insultante en el sector agrícola con la recogida de naranja, aceituna, etc., ni que decir tiene el sector de la construcción, y, cómo no, en otros contextos de la geografía española.

El mismo texto se refería también la hipocresía y al desprecio que sufren de los ciudadanos locales, que segregan a los inmigrantes, a los diferentes, precisamente por ser diferentes: “Éstos, marroquíes, argelinos, senegaleses y malineses, han ido alejándose cada vez más de unos vecinos hostiles que cambian de acera cuando esperan el autobús, se niegan a alquilarles viviendas, les cobran el doble en los bares o reservan el derecho de admisión en los burdeles donde trabajan las mujeres blancas recién llegadas del Este”, señaló Prades. Desde nuestro punto de vista y como se constata en la literatura existente sobre el tema, creemos que de la hipocresía y el desconocimiento, se llega al racismo, al desprecio y al miedo, de éstos a la segregación, a la generación de guetos de pobreza, de bolsas de marginación, de focos de exclusión.

Por último, y como detallaremos a continuación, todos los pronósticos sobre la evolución y consecuencias del fenómeno inmigratorio en nuestra sociedad no son nada halagüeños, sobre todo si se deduce del todavía escaso contingente existente en nuestro país (comparándolo con países próximos: no llega al 2% de la población total española, frente a Francia y Alemania con un 7% y 9%, respectivamente) y de la dimensión de los problemas que se están viviendo: brotes racistas y xenófobos, discriminación y explotación laboral, segregación a todos los niveles, etc. Como ya advertía el propio comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, el Sr. Gil Robles, pese a las leyes y controles policiales, “la migración seguirá por vía clandestinas”. Los flujos migratorios seguirán su curso, legal o ilegalmente, sobre todo porque es imposible poner diques eternos al mar… En esta misma dirección, un inmigrante expresaba lo siguiente, según Carlin, “Creo que hay que darle una salida al tema. Más y más inmigrantes van a llegar de África. Documentados o no. Es un momento delicado el que vivimos en España. Porque, no lo dudes, la gente cruzará el Estrecho, siempre; cruzará las verjas, de una forma u otra, siempre”.

Como decíamos, acaba de aparecer en un informe de la ONU (2000) toda una serie de proyecciones demográficas en las que figuran unas estimaciones bastante sorprendentes sobre las necesidades futuras de mano de obra que van a requerir tanto España como el resto de países de la UE y EEUU, por citar unos ejemplos. Según estos estudios prospectivos, de aquí al 2025, Europa verá perder 35 millones de habitantes y, con el fin de mantener su actual estructura laboral, precisará de 159 millones de nuevos trabajadores. Así mismo, si no se da un cambio en la trayectoria demográfica actual, España necesitará 12 millones de inmigrantes para garantizar su fuerza de trabajo en 2050. Otros estudios e informes elaborados por la Comisión Europea sobre población y empleo, constatados a su vez por Eurostat (Oficina Estadística Europea), vienen a confirmar los datos y estimaciones de la ONU. En ese sentido, si no se modifica la negativa situación demográfica y la política migratoria actual, Europa verá peligrar el mantenimiento de su Estado de bienestar, además de los problemas de diversa índole que todo ello entrañaría.

De todas formas, resulta evidente que todo ello va a significar una transformación radical de la estructura del mercado laboral, y va a suponer grandes cambios a todos los niveles (social, legal, político, cultural, etc.), así mimo, exigirá a sus sociedades significativos esfuerzos de preparación y

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adaptación, todavía más significativos que los que se están desarrollando en la actualidad. Como señalaba uno de los redactores del informe de la ONU: “Necesitamos más trabajadores para mantener la proporción entre población activa y jubilados, pero, por otra parte, no podemos ampliar el mercado de trabajo, ya saturado por el desempleo, para acogerles. Parecen soluciones incompatibles, por eso es necesaria una nueva fórmula. Lo que no podemos es seguir practicando la política del avestruz” (ONU). Se trata de una señal de alarma, un aviso certero de lo que se intuye va a ser una nueva metamorfosis del trabajo y de la fuerza laboral, pero sobre todo lo que va a constituir el nuevo orden internacional. El futuro inmediato va a requerir sobre todo mucha imaginación y valentía, mucha capacidad para poner en marcha políticas, planes y medidas totalmente novedosos.

Estamos, pues, ante una cuestión política de gran envergadura (legal, económica, social, etc.), una cuestión que trasciende al propio país y nos remite directamente a una de las preocupaciones capitales de la U.E., es más, nos hallamos ante una problemática netamente mundial. Una cuestión que debe conocerse y abordarse con seriedad y compromiso internacional. El camino de su posible tratamiento y resolución no es otro que el que se establece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De lo contrario, las consecuencias serán inimaginables.

A MODO DE REFLEXIÓN FINALA tenor de lo expuesto en los apartados precedentes, podemos cerrar nuestra reflexión (en

aquellos casos y tesituras en que la complejidad lo hace aconsejable, precisamente por la inabarcabilidad del fenómeno, es preferible la acción de “cerrar” a la de “concluir”) afirmando de forma tajante que un nuevo fantasma recorre el planeta: la precarización creciente e integral de la existencia. El avance de lo que podría ser el despliegue sutil e imparable de toda una suerte de culturas de la precariedad no ha hecho más que empezar. No estamos ante una cuestión transitoria y baladí, nada más lejos. Tampoco hemos querido mostrar un talante alarmista o apocalíptico, muy propio de tiempos de grandes convulsiones como son los que venimos experimentando desde hace unos lustros. Tiempos, todo hay que decirlo, de transformaciones esenciales y estructurales, de cambios globales que están mutando la faz, los contornos, las profundidades…, incluso, los posibles e imprevisibles horizontes del planeta y de la humanidad que lo habita y lo habitará en el nuevo milenio.

A lo largo de nuestras reflexiones hemos podido constatar que la precarización (estructural y cuasi genérica) está adquiriendo la forma (¿y el fondo?) de un proceso central y complejo, fruto de la última y brutal metamorfosis del capitalismo, de la nueva y liberalizadora dinámica económica (y del consecuente mercado laboral plural y fragmentado, así como de las novedosas y volátiles ciberempresas), de la incorporación vertiginosa y la expansión abrumadora (todavía no digerida) de las ya mal denominadas “nuevas tecnologías de la información”, y de la nueva cuestión social que se está perfilando en la construcción del nuevo modelo de sociedad (informacional y segmentada). Se trata de un cambio de paradigma que no acaba de hallar sus directrices, y, por todo ello, nos encontramos ante un nuevo orden mundial desordenado y precarizado. Un orden global que, merced a la revolución tecnológica y a todas sus insospechadas posibilidades, parece más bien pender de un hilo, el delicado y mutilador hilo de las finanzas y los índices bursátiles. Un capitalismo, pues, financiero y globalizador, y, es precisamente dicho fenómeno de globalización, en palabras de Castells, el que “avanza de forma selectiva, incluyendo y excluyendo a segmentos de economías y sociedades al nuevo sistema dominante”. Son esas tecnologías de la información las que “conducen este torbellino global de acumulación de riqueza

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y difusión de pobreza”. Toda esta transformación genera, como hemos podido comprobar en este capítulo, “exclusión de pueblos y territorios que, desde la perspectiva de los intereses dominantes en el capitalismo informacional global, pasan a una posición de irrelevancia estructural”. Este proceso amplio y multiforme de exclusión social lleva a la formación de lo que el propio Castells denomina como “los agujeros negros del capitalismo informacional”.

A nuestro juicio estamos ante un orden socioeconómico que deberá transformar sus planteamientos y sus proyecciones, deberá reconstruir y reencontrar, de una forma permanente y consensuada (y, hoy por hoy, a escala planetaria), senderos más democráticos y solidarios, de lo contrario, podemos intuir un mundo atenazado y cuarteado por enormes e insalvables polaridades sociales, fracturas y disfunciones socioeconómicas que, al final, van a acabar por conducir a los individuos y a sus sociedades a instalarse y malvivir en contextos que niegan la integración, la cohesión, la participación, la vertebración. Es decir, niegan y vulneran lo más propiamente humano: su afirmación y desarrollo psicosocial.

Con este trasfondo paradigmático, hemos querido profundizar en el proceso de precariedad laboral fundamentalmente para comprender y explicar los procesos que alimentan y nutren la inestabilidad, la vulnerabilidad y la exclusión social en nuestros días. Se ha constatado que abandonar el trabajo, sea cual fuere su modalidad, a la suerte de lo económico y a los exclusivos dictados de la lógica mercantil deja (intermitente y progresivamente, he ahí la precariedad personal y social) a grandes colectivos de ciudadanos sin la mínima e ineludible capacidad de ejercitar su propia ciudadanía. Así mismo, nos hemos adentrado en lo que hemos denominado como las trayectorias erráticas y la geografía desestructurante de la precariedad con el fin de comprobar los mecanismos y estrategias que determinan final y fatalmente la complementariedad y la imbricación nada positiva entre el propio proceso de precariedad y la exclusión social. No es fácil averiguar si se trata de dos fenómenos sucesivos, paralelos, concomitantes…, pero resulta clarividente y llamativa (y, por ende, preocupante) la articulación tan precisa y la combinación tan perversa que acaba ofreciendo el desarrollo y la extensión del binomio analizado. Y, sobre todo, no podemos olvidar, la naturaleza multidimensional, transversal e imprevisible que viene definiendo y caracterizando a tales procesos.

Para concluir podemos recordar otra cita de la misma autora con la que abríamos nuestro capítulo; para Forrester “lejos de traer la liberación a todos, casi como una quimera paradisíaca, la desaparición del trabajo se vuelve una amenaza. Su escasez y precariedad son siniestros, porque el trabajo sigue siendo irracional, cruel y fatalmente necesario, no para la sociedad ni la producción, sino precisamente para la supervivencia de aquellos que no lo tienen, no lo pueden tener y para quienes trabajar sería la única salvación”. Evidentemente, nos hallamos ante la metamorfosis más drástica y compleja del trabajo, pero que dista mucho, muchísimo, de los discursos alarmistas, infundados e interesados que pugnan por su desaparición. El trabajo está ahí, o mejor dicho, los trabajos. Trabajos cada vez más diversos y novedosos, que están generando nuevos escenarios, nuevos valores, nuevas actitudes, nuevos comportamientos…y, como no podía ser de otra manera, nuevos trabajadores. Aquí hemos intentado traer a la superficie, o sea, hacer visibles, a algunos de esos trabajadores y reflejar las condiciones, el sufrimiento y los problemas psicosociales que entraña su peculiar ubicación social: desempleados, temporales, informales o sumergidos, niños y adolescentes explotados, inmigrantes. Lamentablemente, la lista de trabajadores precarios y excluidos no se detiene ahí. Pero, creemos que resulta oportuna y patente para sostener y verificar nuestro planteamiento inicial.

Por todo lo afirmado, creemos que no tener en seria y pronta consideración la transformación radical que viene sufriendo el trabajo, supondrá generalizar los ya demasiado

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extendidos fenómenos de precarización y exclusión social. Valgan las reflexiones realizadas en esta aportación para cambiar de rumbo a la actual situación y para sensibilizarse de la dimensión de los cambios acontecidos y de lo que van a suponer en los próximos años.

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LA REESTRUCTURACIÓN DEL MUNDO DEL TRABAJO, SUPEREXPLOTACIÓN Y NUEVOS PARADIGMAS DE LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO [Adrián Sotelo Valencia]

PrefacioEl presente libro es fruto de las investigaciones que realizo en el Centro de Estudios

Latinoamericanos y en el Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en el área de Desarrollo y constitución estructural de América Latina.

Dentro de las líneas temáticas: crisis y reestructuración capitalista y trabajo y relaciones laborales, abordo el mundo del trabajo a la luz de la mundialización del capital, siguiendo las hipótesis y los desarrollos teóricos, metodológicos y analíticos de la teoría de la dependencia, en particular de la vertiente impulsada por Ruy Mauro Marini. En rigor, se trata de concebir el capitalismo mundial como un proceso de extensión de la ley del valor y, por ende, de la superexplotación del trabajo al conjunto del sistema a diferencia de las teorías que postulan que las nuevas formas de organización del trabajo a la par que son funcionales al capitalismo y a sus empresas lo son también para los trabajadores y sus instrumentos de organización y de defensa de sus intereses de clase.

Postulo que, por el contrario, la superexplotación, en cuanto régimen de explotación del capital en las sociedades dependientes y subdesarrolladas, se está convirtiendo también en un régimen de explotación de la fuerza de trabajo en los países capitalistas desarrollados con el fin de

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contrarrestar los efectos perniciosos de la larga depresión de la economía mundial en sus declinantes tasas de crecimiento, de rentabilidad y de producción de valor y de plusvalía.

He discutido y expuesto estas tesis en mis seminarios del posgrado con los alumnos, quienes las han debatido y aportado nuevos elementos de análisis. Pero lo más importante es que, en ocasiones, hemos alcanzado consenso acerca de la superficialidad de las interpretaciones de moda respecto de la dinámica y las tendencias de la economía capitalista mundial, que la presentan como un sistema atemporal, sin contradicciones y “destinado” a perdurar indefinidamente.

Todas han sido discusiones provechosas, encaminadas, a mi juicio, a fortalecer el pensamiento crítico latinoamericano y mexicano en esta hora en que el capitalismo se vuelca en un verdadero sistema mundial con todas las consecuencias nefastas que ello acarrea en los terrenos económico, social, político, cultural y militar, a pesar de la evidente profundización de la dependencia estructural, de la exclusión social y de la precarización del trabajo. De allí la imperiosa necesidad de volcar nuestra reflexión en la búsqueda de sociedades y comunidades alternativas frente a un sistema global que se resiste a perecer y para lo cual recurre a la explotación exacerbada, al incremento de la pobreza social e, incluso, a la guerra.

Por último, debo precisar que en el proceso de desarrollo de la investigación participaron colegas y amigos que de una u otra forma enriquecieron el debate y contribuyeron a esclarecer temáticas, problemas y conceptos. Sin embargo, tanto los contenidos como los resultados son de mi exclusiva responsabilidad. Agradezco a David Moreno Soto por sus valiosos comentarios y sugerencias que beneficiaron positivamente el texto. En especial, al licenciado Manuel Monreal Macías, director de la Universidad Obrera de México “Vicente Lombardo Toledano” por su invaluable y entusiasta apoyo para la edición del presente libro.

PrólogoEn las últimas décadas del siglo XX, particularmente en los años ochenta y noventa, se

registró en la llamada sociología del trabajo el desarrollo y la expansión de las tesis acerca del “fin del trabajo”, con la consecuente y también equivocada tesis sobre el “fin de la vigencia de la teoría del valor”. Ésta habría sido substituida por la ciencia, abriendo el espacio para el desarrollo del mundo de la vida y la consecuente preeminencia de la “esfera comunicacional” (de acuerdo con la conocida idea de Habermas). Estas tesis tuvieron fuerte repercusión en diversos autores como Claus Offe, André Gorz, Dominique Méda, entre otros, que vislumbraban el advenimiento de la era de la especialización productiva y científica sin trabajo y sin valor. Todo esto, en plena vigencia del capital y su sistema de metabolismo social.

La supuesta pérdida de centralidad de la categoría trabajo y el pretendido “adiós al proletariado” de André Gorz eran repetidos efusivamente. Tesis fuertemente eurocéntricas que, en gran medida, desconocían lo que realmente ocurría en el universo del trabajo a nivel mundial y en particular subestimaban lo que sucedía en países importantes como China, India, México, Brasil, entre tantos otros.

Curiosamente, mientras más se esmeraban estos autores en el plano gnoseológico por desarticular el trabajo, paralelamente, el trabajo resurgía en el plano ontológico como una cuestión crucial en el viraje hacia el nuevo siglo XXI.

Esa tendencia, dominante en aquellas décadas, hoy es fuertemente cuestionada y se encuentra bastante debilitada. Presenciamos la aparición de diversos libros y ensayos que demuestran sus límites y desencuentros. Renaciendo de las “cenizas”, la cuestión del trabajo se volvió nuevamente uno de los temas más relevantes en la actualidad. De ello son representativos los binomios trabajo y calificación, trabajo y descalificación, trabajo y género, trabajo y generación, trabajo y etnia, trabajo y nacionalidad, trabajo e inmigración, trabajo y precarización, trabajo y

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materialidad, trabajo e inmaterialidad, etcétera.Son muchas las interconexiones y transversalidades que muestran el retorno del trabajo

como cuestión central de nuestros días. Por ejemplo, la destrucción ambiental y la cuestión femenina se tornan cruciales para la izquierda y para la actualidad del socialismo.

Es aquí donde reside el mayor mérito del libro de Adrián Sotelo Valencia intitulado: La reestructuración del mundo del trabajo, superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo. Con un análisis marxista renovado, el autor emprende un significativo esfuerzo para demostrar la actualidad de la ley del valor, así como su importancia decisiva para el capitalismo en escala global. Adrián Sotelo demuestra cómo el capital no puede eliminar el trabajo vivo del proceso de producción de mercancías a pesar de la monumental reestructuración productiva que experimenta, sobre la base del enorme impacto que las mutaciones tecnológicas producen. Puede incrementar al máximo el trabajo muerto corporizado en la maquinaria tecno-científica para aumentar la productividad del trabajo e intensificar la extracción de sobretrabajo en tiempos cada vez más reducidos, toda vez que tiempo y espacio se transforman en esta época de capitales globales y destructivos. Una (nueva) forma del valor -¡he aquí la cuestión!- aparece para mostrar los límites y equívocos de aquellos que, en el plano de la más vacía abstracción, habían decretado el fin de la teoría del valor-trabajo.

En las palabras de Adrián Sotelo: “El presente libro se ocupa de los cambios que la mundialización del capital y el patrón de acumulación capitalista neoliberal dependiente, desplegaron en el mundo del trabajo durante la segunda mitad del siglo XX, al trocar la rigidez en flexibilidad y articularla eficazmente desde la perspectiva de la explotación del capital, en la que el Estado desempeña un papel fundamental. Una vez comprendida la nueva configuración socio-estructural de la relación del trabajo con el capital es posible vislumbrar alternativas de reconfiguración del mundo del trabajo que reintegren sus derechos y proyecciones históricas en cuanto factor de transformación del sistema capitalista”.

Al analizar la nueva división internacional del trabajo, el autor demuestra también la vigencia de la superexplotación del trabajo. Afirma que [...] ésta comienza a operar ya en las economías de los países industrializados bajo múltiples formas como son la precarización del empleo, el trabajo a domicilio y a tiempo parcial, el deterioro de los salarios reales, la pérdida de derechos como el seguro de desempleo y la jubilación, la sindicalización, etcétera.

Contraponiéndose vigorosamente al mito de la muerte del concepto valor-trabajo, el autor desarrolla a lo largo de su ensayo su hipótesis central: “la actual fase de la economía mundial en su estadio de globalización-mundialización del capital está cambiando ese mapa internacional de las naciones, en lo que corresponde a la división del trabajo y a la distribución del capital. Todo ello beneficia la estrategia empresarial transnacional, global, de la tríada hegemónica al depositar el peso de la crisis histórica de los imperios en la espalda de los trabajadores y los pueblos oprimidos. Dicha estrategia tiende a generalizar el régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo a través de la extensión de la ley del valor”.

Y agrega: […] debilita y desarticula los sistemas productivos por la acción corrosiva de la crisis capitalista, la desestabilización política, la desindustrialización y la maquilización mientras refuerza la dependencia comercial, científico-tecnológica y financiera, como muestra ejemplarmente la crisis global de la Argentina.

Trabajando en una articulación feliz entre realidad empírica y densos recursos analíticos, La reestructuración del mundo del trabajo, superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo demuestra el apogeo de una sociedad excluyente marcada por la superfluidad y la destructividad de la forma mercancía. El mundo del trabajo está caracterizado por la destrucción,

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precarización y eliminación de puestos de trabajo y el desempleo estructural explosivo. Para el autor, la informalización del trabajo, que parece irreversible e impotente para vigorizar al sistema del capital, no niega sino reitera la vigencia de la ley del valor en el capitalismo contemporáneo. Esa misma vigencia (nefasta) de la forma contemporánea de la ley del valor-trabajo replantea, en el comienzo de este siglo XXI, el desafío de mostrar la fuerza y la actualidad del socialismo, para lo cual el esfuerzo plasmado en el presente libro es una feliz contribución. Ricardo Antunes, UNICAMP/Brasil.

CAPÍTULO 1: LEY DEL VALOR Y MUNDIALIZACIÓN DEL CAPITAL

IntroducciónLa ley del valor organiza y regula la actividad humana en la sociedad capitalista.

Parafraseando a Marx, Fredy Perlman expone cómo se lleva a acabo esta regulación que las políticas del capital y los nuevos sistemas de organización y explotación del trabajo deben resolver. Dice: “[…] la actividad laboral humana es alienada por una clase, apropiada por otra, se congela en mercancías y es vendida en un mercado bajo la forma de valor”.[1]

La ley del valor tiene que garantizar la continuidad de esa regulación y de los soportes sociales que la mantienen estructurada en la reproducción del capital; cuando esa continuidad se rompe deviene la crisis.

Globalización y ley del valorLa problemática conceptual “globalización-mundialización” del capital no constituye un

debate cerrado, como tampoco supera la relativa a la actual fase imperialista del capitalismo sustentada en el predominio de las grandes corporaciones multinacionales, en el capital financiero y en la formación de la tríada hegemónica expresada en los bloques comerciales y económicos liderados por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Las cuestiones relativas al Estado-nación y a la internacionalización del capital tampoco agotan la discusión, aunque son componentes esenciales de la mundialización. Al enlazar ambos términos con el signo “guión” intento indicar que el concepto anglosajón “globalización” no puede significar absolutamente nada si se aísla del concepto marxista de origen francés “mundialización”, el cual no sólo vincula nuevas nociones como internacionalización, ciclos de capital, ley del valor, tasa de ganancia, etcétera, sino que, además, posibilita orientar la concepción marxista global hacia el estudio de los fenómenos contemporáneos del capitalismo.

Hasta ahora, ningún autor ha puesto en el centro del debate el significado de la naturaleza de la globalización. Unos acentúan su carácter comercial; otros se centran en la informática y los sistemas de comunicación, y otros más en los sistemas financieros y monetarios, sin olvidar a quienes privilegian los problemas culturales y ecológicos. Pero se ignora el eje central que, a mi juicio, caracteriza a la globalización capitalista: la ley del valor, tal como la planteó Marx en El capital. Esta ley, que ha suscitado grandes controversias en diversos momentos [2] describe y explica el proceso de generalización del trabajo abstracto en la sociedad capitalista contemporánea.[3]

Samir Amin constata esta idea cuando escribe que “[…] la ley del valor no funciona entonces más que si la mercancía presenta dos caracteres: i) que es definible en cantidades físicas distintas -un metro de tela de algodón estampada por ejemplo; ii) que es resultado de la producción social de una unidad de producción claramente separable de las demás, teniendo fronteras definidas -aquí por ejemplo, una fábrica de tejidos y estampados que compra los hilados de algodón y vende la tela estampada-. Entonces se puede en efecto calcular la cantidad de trabajo socialmente

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necesario para producir una unidad de la mercancía considerada. Aquí no entro en el debate acerca de la conversión del trabajo complejo en trabajo simple”.[4]

Silvio Baró ofrece una buena síntesis de las teorías que se han ocupado de la globalización, tanto a nivel abstracto como desde la perspectiva de las relaciones internacionales. [5] En su trabajo se aprecia que los autores tratados por él no consideran el fenómeno tomando en cuenta la problemática del valor, sino a partir de manifestaciones externas como la comunicación, la informática, la revolución de los transportes, la formación de bloques económicos, la integración, las transformaciones de la economía mundial, el comercio intraindustrial e intrafirmas, el capital financiero y el fortalecimiento de los servicios, la internacionalización de la producción, etcétera. Todas estas características indudables de la actual fase de globalización resultan insuficientes para explicar su naturaleza. Por otra parte, existen autores que asumen la teoría del valor-trabajo de Marx para elaborar una caracterización de dicha fase. Entre otros, debemos mencionar a Ricardo Antunes, José Valenzuela Feijóo y Ruy Mauro Marini.[6]

En efecto, la globalización se debe comprender con base en la teoría del valor de Marx en tanto teoría del capitalismo como modo de producción por primera vez universalizado.[7] Ello supone redefinir y adecuar las funciones de cada una de las formas que adopta el capital en el ciclo de reproducción, esto es, el capital dinero, el capital productivo y el capital mercancías en el contexto de la tercera revolución industrial sustentada en la aplicación de los principios de la microelectrónica, la informática, la ciencia de los nuevos materiales y la biotecnología a los procesos productivos, industriales y agrícolas.

Este “nuevo orden internacional” tiende a acortar los ciclos de rotación del capital fijo, intenta elevar la productividad del trabajo y obtener ganancias extraordinarias mediante la revolución constante de los precios y la apertura de nuevos y variados mercados para la realización mercantil de la producción de los centros imperiales.

En los mercados globalizados la realización del valor de cambio y de la plusvalía contenida en las mercancías requiere que las antiguas y nuevas empresas (pequeñas, medianas o grandes) planeen y tomen en consideración una serie de factores para poder subsistir y expandirse. Uno de ellos es la simultaneidad de la producción de un producto en varios países del mundo, digamos, la fabricación de un automóvil que es propiedad de una empresa transnacional, cuyas partes se producen en cinco o seis países diferentes. Pero no basta con eso; además, se necesita garantizar el suministro de materias primas, de instrumentos de trabajo y de fuerza de trabajo requeridos por la competencia y la productividad media en el plano mundial, como condición para la formación de “ventajas comparativas y competitivas” respecto a otras empresas, capitales o naciones que están expuestos a la competencia internacional. Lo anterior incide en la fase distributiva de mercancías y, por ende, en la realización de las ganancias. Es así como Jeremy Rifkin llama la atención sobre lo que significan los retrasos en el diseño de productos de la industria automotriz: “Diferentes estudios realizados en los últimos años sugieren que hasta el 75% del costo total de un producto queda determinado en la etapa de concepción"[8], perdiendo eficacia, desde el punto de vista empresarial, la fase de ejecución del producto representada por el 25% restante de su valor. Sólo seis meses de retraso bastan para que las empresas de ese ramo pierdan alrededor de 33% de sus ganancias.[9]

Otro fenómeno adicional es la “subcontratación” (outsourcing). En la actualidad empresas transnacionales como Chrysler consiguen de proveedores externos más del 70% del valor de sus productos, lo que implica una extensión de las características de calidad, productividad y competitividad de las grandes empresas transnacionales a las empresas subcontratistas que aspiren a convertirse en sus beneficiarias y de este modo en dependientes de aquéllas.

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Debido al estrechamiento e intensificación de la competencia en escala mundial, así como al extendido fenómeno de subcontratación, debe determinarse el valor de las mercancías, de los servicios y de los procesos de investigación, ciencia y desarrollo encaminados a la producción de nuevas mercancías y tecnologías, que en la práctica de la competencia real intercapitalista están monopolizadas por las grandes corporaciones multinacionales, de las cuales más de 50% son norteamericanas.[10] Estas empresas son las que en realidad se apropian la masa de plusvalía que producen en el mundo millones de trabajadores.

Por supuesto, todo esto requiere una codificación institucional, es decir, legislaciones, normas, estatutos y reglamentos encaminados a romper las trabas y obstáculos que, desde el punto de vista del capital, “estropean” la globalización (flexibilidad).

Los hombres de negocios y los medios de comunicación promueven la ideología de lo “global” para vender la noción de un “mundo sin fronteras”.[11] Ideas encaminadas a justificar la actividad exclusiva de los empresarios para que, como digo, sean sus leyes, sus intereses y estrategias las que rijan el desarrollo capitalista, sin incómodas interferencias que estropeen sus negocios. De aquí la plausibilidad de la globalización como “[…] un conjunto de estrategias para realizar la hegemonía de macroempresas industriales, corporaciones financieras, majors del cine, la televisión, la música y la informática, para apropiarse de los recursos naturales y culturales, del trabajo, el ocio y el dinero de los países pobres, subordinándolos a la explotación concentrada con que esos actores reordenaron el mundo en la segunda mitad del siglo XX”.[12]

De esta forma globalización y mercado se hermanan en el neoliberalismo. En efecto, Bob Jessop nos ofrece una caracterización del neoliberalismo cuando escribe: “El neoliberalismo está interesado en promover una transición guiada por el mercado hacia el nuevo régimen económico. Para el sector público, esto significa privatización, liberalización e imposición de criterios comerciales en el sector estatal que aún queda; para el sector privado, esto significa desregulación y un nuevo esquema legal y político que proporcione apoyo pasivo a las soluciones de mercado. Esto se refleja en el favorecimiento por parte del Estado de mercados de trabajo ´despida y contrate´ (hire-and-fire), de tiempo flexible y salarios flexibles; en un aumento de los gastos tributarios dirigido por iniciativas privadas basadas en subsidios fiscales para actividades económicas favorecidas; en las medidas para transformar el Estado de bienestar en un medio para apoyar y subsidiar los bajos salarios así como para mejorar el poder disciplinario de las medidas y programas de seguridad social; y en la reorientación más general de la política económica y social hacia las necesidades del sector privado”.[13]

En este contexto neoliberal los países, capitales, ramas productivas, empresas y personas que no se involucren productiva y competitivamente en esos cambios de la mundialización trazados por el capital privado estarán irremediablemente condenados al fracaso y a la “desvinculación” del sistema internacional. Condena que ya sufren países y regiones enteras de África y América Latina, sobre todo las que no cuentan con dichas ventajas para enfrentar y sobrevivir a la competencia, por lo que se ven orillados a especializar sus aparatos productivos y exportadores aun a costa de sacrificar el desarrollo económico y social de su población. Ejemplo de ello es la actual situación de Argentina, México o Ecuador.

Para que la ley del valor funcione bajo estas nuevas condiciones impuestas por la globalización se requiere de la información. Sin ella, ningún proceso comercial o mercantil puede compararse en condiciones internacionales para competir en los mercados globalizados. Por ello, la información tiene que ser convertida en una mercancía, sujeta a las leyes de la ganancia empresarial, puesto que ella contiene potencialmente partes substanciales de los procesos de producción y de valorización del capital.[14] Tan importante ha sido esta disposición mercantil de la

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informática, que en la actualidad el conjunto de las actividades económicas que dependen de la informática, de las telecomunicaciones y del audiovisual, representan entre 8% y 10% del producto bruto mundial, lo cual supera incluso a la industria automovilística.[15]

La informática y los sistemas de comunicación ordenan, sistematizan, uniforman y codifican en ordenadores datos e información relativa a los valores y precios de las mercancías con el objetivo de recabar todos los elementos de orden económico, organizacional, cultural, contable, de calidad y de mercado de los que depende el éxito o el fracaso de una mercancía que aspira a desplazar a otras en el mercado mundial (automóviles, electrodomésticos, software, computadoras, autopartes, servicios, etcétera).

La generalización de la ley del valor en el ámbito de la economía mundial es la pieza de soporte de donde parte la globalización; pero ésta es incomprensible si no se considera el poderoso proceso de concentración y centralización de capital que preside su formación.

Ley del valor y centralización del capitalEn la economía mundializada operan simultáneamente la concentración y centralización

como mecanismos de la acumulación de capital. La ley de la centralización es la que históricamente prevalece, determinando la marcha y la configuración del capitalismo global de nuestros días.[16]

La concentración implica monopolización de medios de producción y de fuerza de trabajo por capitalistas individuales a partir de la expropiación de los productores directos (campesinos, artesanos, obreros independientes, etcétera) o de capitales individuales. La concentración de capital produce al mismo tiempo dispersión y “[…] repulsión de muchos capitales individuales entre sí”.[17] Y con ella, a diferencia de la centralización, “[…] el incremento de los capitales en funciones aparece contrarrestado por la formación de nuevos capitales y el desdoblamiento de los capitales antiguos. Por donde, si, de una parte, la acumulación actúa como un proceso de concentración creciente de los medios de producción y del poder de mando sobre el trabajo, de otra parte funciona también como resorte de repulsión de muchos capitales individuales entre sí”.[18]

En cambio, la centralización estimula el proceso de monopolización-absorción de capitales entre sí aun en el caso de que no exista creación de valor ni de riqueza social, sino que sólo se verifiquen cambios en la distribución general del capital en la sociedad. Esta tesis concuerda con la idea de Marx cuando escribe que: “Este proceso se distingue del primero en que sólo presupone una distinta distribución de los capitales ya existentes y en funciones; en que, por tanto, su radio de acción no está limitado por el incremento absoluto de la riqueza social o por las fronteras absolutas de la acumulación. El capital adquiere, aquí, en una mano, grandes proporciones porque allí se desperdiga en muchas manos. Se trata de una verdadera centralización, que no debe confundirse con la acumulación y la concentración”.[19]

Lo importante de la centralización que se despliega en escala ampliada durante el siglo XX, sobre todo a través de la expansión de las corporaciones multinacionales, es que se convierte en una poderosa palanca de acumulación y posibilita homogeneizar las condiciones de organización y explotación de la fuerza de trabajo a nivel global. Como afirma István Meszáros: “[…] la tendencia real hacia el desarrollo es hacia una mayor -y no menor- concentración y centralización, con perspectivas cada vez más nítidas de una confrontación casi monopolística, totalmente inconsciente de las consecuencias peligrosas para el futuro.[20]

Si el capital aumenta y ensancha su radio de acción al invertir en nuevas máquinas, edificios, establecimientos y fuerza de trabajo y se centraliza en unos cuantos monopolios (empresas transnacionales), ello se desprende de la inexorable expropiación de muchos capitales por otros

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más poderosos. En seguida, posibilita aumentar la composición técnica del capital a costa de reducir las necesidades de inversión en capital variable, lo que genera una caída en la demanda de trabajo y el consecuente aumento del desempleo.[21]

Una vez que el capitalismo opera de manera centralizada a partir de mediados del siglo XIX, las dos palancas más poderosas de la centralización, de acuerdo con Marx, son el crédito y la competencia. En la actual fase capitalista ambos elementos han alcanzado su máximo desarrollo y entraron en crisis, lo que se refleja en el enorme incremento del endeudamiento externo de los países capitalistas dependientes de la periferia del sistema y el aumento de la competencia mundial entre los más poderosos consorcios del mundo concentrados en los países de la tríada hegemónica (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), cuyas grandes empresas se integran y centralizan con mayor frecuencia a través de fusiones, adquisiciones, traspasos o absorciones con vistas a controlar la producción y el mercado mundial.

Lo anterior deriva de la magnitud media de la composición orgánica de capital que opera en el sistema. A partir de aquí se pueden diferenciar países, ramas y sectores de la producción con composición orgánica baja, media y alta que refleja los niveles de desarrollo. Esta jerarquía centralizada de la economía capitalista mundial es un resultado histórico del juego de la competencia entre capitales y empresas monopolistas por alcanzar una tasa extraordinaria de ganancia.[22] Esto quiere decir que el sistema capitalista produce mercancías, tecnología y servicios no para satisfacer necesidades humanas en abstracto, como postula la teoría neoclásica y funcionalista, sino para elevar al máximo la acumulación de capital y la rentabilidad general del sistema, aunque éste se encuentre inmerso en un ciclo depresivo, como el que se experimenta en la actualidad.[23]

Si en un principio la ley del valor sirvió como soporte de la concentración y centralización del capital, posteriormente son éstos los que redefinen y proyectan a la ley del valor; no la anulan como sugiere la ideología postmodernista. El estado actual de la centralización del capital nos lo revela la estructura de las 500 empresas más grandes del orbe. En efecto, con base en datos divulgados por el Financial Times el 11 de mayo de 2001, James Petras sintetiza: “[…] el hecho más impresionante de la economía mundial es la dominación por las empresas euro-estadounidenses: un 79% de las 500 mayores multinacionales están ubicadas en EE.UU. o Europa Occidental. Si incluimos a Japón, la cifra aumenta a un 91%. En otras palabras, más de un 90% de las mayores empresas que dominan la economía mundial están en EE.UU., Europa y Japón”.

Entre los imperios en competencia, EE.UU. es el poder dominante. Un 48% (239) de las 500 firmas mayores son estadounidenses, comparadas con un 31% (154) de Europa Occidental y sólo un 11% (64) de Japón. Las naciones del Tercer Mundo, de Asia, África y América Latina, tienen sólo un 4% (22) de las mayores corporaciones y la mayor parte de éstas han sido adquiridas por multinacionales euro-estadounidenses. Si examinamos las mayores de estas grandes empresas, la concentración de fuerza financiera es aún más unilateral: las 5 firmas que encabezan la lista son todas estadounidenses: 8 de las 10 mayores son estadounidenses y 64% (16) de las 25 mayores son también estadounidenses, seguidas por 28% (7) que son europeas y 8% (2) japonesas. En otras palabras, en la cúspide del poder global las CMN´s [Compañías Multinacionales] estadounidenses-europeas prácticamente no tienen rivales. Entre 1999 y 2000 el porcentaje de firmas estadounidenses aumentó de 44% a 48%.[24]

Este fabuloso proceso de concentración y centralización de capital, de las empresas, de los recursos humanos (fuerza de trabajo), naturales y financieros, y de activos empresariales (como bienes muebles e inmuebles, edificios, instalaciones, etcétera), en los Estados-nación de los países imperialistas “globales”, es el responsable de la reestructuración de la economía mundial en los

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años ochenta y noventa. Además, es particularmente responsable de la refuncionalización de ley del valor y, con ella, del mundo del trabajo, cuya organización queda, de esa forma, estructurada y expuesta a las características de esta nueva fase de la economía mundializada.

Ley del valor y mundo de trabajoPara Marx el mundo de las mercancías encierra tanto valor de uso como valor de cambio.

Éstos constituyen la naturaleza bifacética del trabajo contenido en las mercancías.[25] Tan importante es este carácter bifacético del trabajo que el propio Marx lo erigió como “[…] el eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política”.[26]

La teoría del valor-trabajo postula que el valor de las mercancías capitalistas está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Esa cantidad se expresa en unidades de tiempo (una hora, diez horas, etcétera) y, su precio, finalmente en unidades de dinero.[27] Esta determinación del valor de las mercancías opera en cualquier sociedad mercantil fundada en la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, así como en la explotación y dominio de la fuerza de trabajo asalariada.

En la Segunda Posguerra Mundial se desencadenó la Tercera Revolución Industrial basada en el desarrollo de los ordenadores y la robótica. Al aplicar estas tecnologías en el proceso productivo se acortó el tiempo de trabajo socialmente necesario tanto para la reproducción de las mercancías en general, como de la fuerza de trabajo en particular; es decir, se elevó la productividad del trabajo. Al respecto Marini indica: “[…] la producción global de bienes y servicios, que en 1980 era de 15.5 billones de dólares (en dólares de 1990), alcanzó 20 billones en 1990 (más de 2 tercios concentrados en los siete países más industrializados). Esto significó un incremento de 4.5 billones de dólares en los años ochenta, suma superior al valor total de la producción mundial en 1950. En otras palabras, el crecimiento de la producción en una sola década superó todo el que se había verificado hasta la mitad del siglo XX”.[28]

Recordemos brevemente que las anteriores revoluciones industriales (la primera inicia con la invención del motor de vapor en el siglo XVIII; la segunda con la electricidad y el petróleo entre 1860 y la Primera Guerra Mundial) tuvieron como efecto sobre el modo capitalista de producción desplazar fuerza de trabajo y abaratar su valor, en el contexto del afianzamiento y desarrollo del Estado-nación. Hoy, en cambio, el mecanismo del valor se globaliza mediante el dominio de las empresas transnacionales, del capital financiero y del mercado, con el fuerte impulso accesorio que les proporciona el Estado.

La economía capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial articuló el mecanismo del monopolio y de las empresas transnacionales con la expansión de la ley del valor: Gradualmente, el eje en torno al cual el sistema capitalista se estaba organizando, y que debería definir las formas futuras de la polarización, se constituía sobre la base de los “cinco nuevos monopolios” que beneficiaban a los países de la tríada dominante: el control de la tecnología; los flujos financieros globales (a través de bancos, carteles de aseguradoras y fondos de pensión del centro); acceso a los recursos naturales del planeta; la media y la comunicación; y las armas de destrucción masiva […] Tomados en conjunto, estos cinco monopolios definen el marco dentro del cual la ley del valor globalizado se expresa a sí mismo. La ley del valor es escasamente la expresión de una “pura” racionalidad económica que puede ser separada de su marco social y político; más bien, es la expresión condensada de la totalidad de esas circunstancias.[29]

La cita anterior corrobora la articulación de la ley del valor con el proceso de expansión del capital en escala global. Sintetiza las características señaladas por Marx cuando estudia las formas del valor en el primer capítulo de El capital al distinguir la forma relativa del valor (trabajo

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concreto) de la forma equivalencial (trabajo abstracto).[30] En particular señala que las características de esta última son tres: a) el valor de uso crea su antítesis: el valor de cambio; b) el trabajo concreto se convierte en trabajo abstracto, y c) los trabajos privados con la forma equivalencial se truecan en trabajos determinados por la sociedad y no ya por los productores individuales, a lo que coadyuva el desarrollo tecnológico y la ciencia.

Articuladas, estas tres contradicciones no hacen más que desarrollarse y profundizarse con la expansión del capital (globalización) y con el despliegue de políticas generales que impone el gran capital en la sociedad mundial. De esta forma, “[…] mientras los horizontes monetarios y políticos buscan suplir la ley del valor como elemento constitutivo de la ligazón social por diversas regulaciones políticas y monetaristas y excluyen al trabajo de la esfera teórica, no pueden hacerlo de la realidad. Esta situación no ha impedido que el Estado y su organización dependan de la construcción de un orden de producción y reproducción social que se asienta en el trabajo, dado que las formas del Estado y sus leyes evolucionan en función de las mutaciones que experimenta la naturaleza del trabajo”.[31]

Efectivamente, las políticas de ajuste del neoliberalismo establecidas a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado (apertura externa, privatización, competitividad, flexibilidad, reforma laboral, etcétera), ensancharon las fronteras de la ley del valor para homogeneizar las formas de organización y las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Ello estimuló, con ayuda de la tecnología, la desestructuración del Estado-Nación[32]n en varias de sus funciones (sociales, subsidiarias, asistenciales, de propiedad de empresas públicas, etcétera), particularmente en lo que respecta a la fuerza de trabajo; reforzando funciones substanciales como las represivo-militares, burocrático-administrativas, geoestratégicas y subsidiarias al gran capital. El objetivo explícito de estas políticas neoliberales es el de impulsar a las fuerzas del mercado como vehículos de dilución de las estructuras e instituciones que amparaban la producción de la forma relativa del valor (de uso).

Una de las consecuencias de la extensión de la ley del valor es acelerar la disolución de las comunidades y sociedades del trabajo que producen con arreglo al valor concreto o de uso en el seno de procesos de autoconsumo, tal y como ocurre con las sociedades cooperativas o con las comunidades indígenas latinoamericanas, cuya existencia está amenazada por la acción voraz del neoliberalismo y del imperialismo globalizado. Y aquí no resulta inútil recordar a las comunidades indígenas del sureste mexicano, insertas en el conflicto de la autonomía territorial, cultural y política en las inmediaciones del proyecto empresarial contrainsurgente y geoestratégico denominado Plan Puebla Panamá. Éste tiene como objetivo crear un gigantesco corredor de maquiladoras para asalariar, a bajísimos costos y altas tasas de superexplotación, a la fuerza de trabajo supernumeraria que debe ser por ello desposeída de la tierra y de sus pertenencias que la atan a procesos colectivos ancestrales de producción y a sus comunidades: una nueva y auténtica acumulación originaria de capital.[33]

A raíz de la crisis del fordismo en las sociedades industriales constituidas en la segunda mitad del siglo pasado, la forma que asumió la acumulación de capital fue la flexibilización de la fuerza de trabajo. Ésta refuncionalizó las leyes capitalistas (leyes del valor, de la plusvalía y de la tasa de ganancia sobre procesos específicos de acumulación y reproducción del capital en escala global) e impulsó la concentración y centralización de capital y de la riqueza social. De esta manera, la reestructuración del mundo del trabajo y del capital constituyeron los soportes reales de la historia reciente del proceso de formación de la globalización.[34]

Conclusión

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La ley del valor/trabajo es la base de la globalización-mundialización del capitalismo. Éste, en su fase actual imperialista y expansionista, no se puede entender sin aquella base y las categorías que ésta implica, tales como valor, plusvalía, tasa de ganancia, composición orgánica de capital, monopolios y ciclos de capital.

Al enfocar así el mundo del trabajo, necesariamente tiene que encuadrarse en el proceso global de explotación que conllevan, como mostramos en este capítulo, la concentración y centralización de capital. Proceso que, en su lógica, es decir, la que implica el capitalismo parasitario, encuentra cada vez más dificultades para producir valor y, por ende, riqueza social. Por lo que el empresariado como un todo tiene que resarcir sus pérdidas recurriendo a la superexplotación del trabajo allí donde existen las condiciones económicas, políticas y jurídico-institucionales; es decir, ya no solamente en la periferia del sistema sino, incluso, en los países del capitalismo central.…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………[1] Fredy Perlman, “El fetichismo de la mercancía”, prólogo al libro de Isaac Illich Rubin, Ensayo sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de Pasado y Presente No. 53, México, 1977, segunda edición, p. 33.[2] La literatura sobre este debate se encuentra en: Isaac Ilich Rubin, op. cit.; Pierangelo Garegnani, Debate sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de Pasado y Presente No. 8, México, 1979 y, Varios, La división capitalista del trabajo, Cuadernos de Pasado y Presente No. 32, México, cuarta edición, 1980.[3] Cf. Ruy Mauro Marini, “Proceso y tendencias de la globalización capitalista”, en Marini y Millán (coord.), La Teoría Social Latinoamericana, Tomo IV, Cuestiones contemporáneas, Ediciones El Caballito, México, 1996, en el cual se analiza la globalización con cargo en la ley del valor de Marx y en la teoría de la superexplotación del trabajo. [4] Samir Amin, Crítica de nuestro tiempo, a los ciento cincuenta años del Manifiesto Comunista, México, Siglo XXI, 2001, p. 75.[5] Silvio Baró Herrera, Globalización y desarrollo mundial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997. Un buen debate también se puede ver en Aldo Andrés Romero et al., “Mundialización-globalización del capital”, revista Herramienta No. 5, primavera-verano, 1997-1998, pp. 125-146.[6] Ricardo Antunes, Os sentidos do trabalho, Boitempo, São Paulo, 1999, especialmente el capítulo VII, pp. 119-134; José Valenzuela Feijóo, Crítica del modelo neoliberal, UNAM, México, 1991 y Ruy Mauro Marini, América Latina: dependência e integração, Editora Brasil Urgente, São Paulo, 1992.[7] Nuestra definición de globalización se asemeja a la que ofrece Nicolai Bujarin cuando define a la economía mundial: “como un sistema de relaciones de producción y de relaciones de cambio correspondientes que abrazan la totalidad del mundo ”, en La economía mundial y el imperialismo, Pasado y Presente No. 21, México, 1976, p. 42.[8] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Paidós, Madrid, 1997, p. 127.[9] Ídem[10] James Petras, “Imperio con imperialismo”, en www.rebelion.org, 7 de noviembre de 2001.[11] A ello apunta la obra del japonés Kenichi Ohmae, cuyo título es significativo: The borderless world, (Un mundo sin fronteras), Collins, Londres, 1990. Esta idea fue promovida por la revista de negocios Business Week desde 1990 bajo el título Stateless (sin Estado), y también por William J. Holstein, The Stateless Corporation (corporación sin Estado).[12] Nestor García Canclini, La globalización imaginada, Paidós, México, 2001, p. 31.[13] Bob Jessop, La crisis del Estado del bienestar, hacia una nueva teoría del Estado y sus consecuencias sociales , Siglo del Hombre Editores, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1999, pp. 87-88.[14] Para el tema de la historia de la información y su significado actual, véase el libro de Armand Mattelart, Historia de la sociedad de la información, Paidós, Barcelona, 2002.[15] Cf. Samir Amin, op. cit., p. 130. Según la International Standard Industrial Classification (ISIC), las ramas productivas que integran al sector de las tecnologías de la comunicación y la información son las siguientes: ISIC 30: Manufacturas de oficina y maquinaria de computación; ISIC 32: Manufacturas de radio, televisión y equipos, y aparatos de comunicación; ISIC 321: Manufacturas de válvulas electrónicas, tubos y otros componentes electrónicos; ISIC 322: Manufacturas de televisión, aparatos de radio y transmisores, aparatos para líneas telefónicas y telegráficas; ISIC 323: Manufacturas de televisión y de radio receptores, sonido y grabadoras de video y aparatos reproductores, y artículos asociados; ISIC 64: Correo y telecomunicaciones; ISIC 72: Computadoras y actividades asociadas. [Cit. en OIT, World Employment Report 2001, Life at Work in the Information Economy, Ginebra, 2002, Cuadro 4, pág. 33][16] De hecho esta ley, descubierta por Marx, fue retomada por Lenin en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo donde plantea una dialéctica entre la competencia que engendra la concentración y la centralización del capital y al monopolio que hoy se expresa en un gigantesco poder económico, político, cultural y militar de las grandes corporaciones transnacionales con asiento en lospaíses imperialistas de la tríada hegemónica: Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Para Lenin el monopolio es una “ley general y fundamental del capitalismo”. Cfr. Lenin, (Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1971, p. 181.)[17] Carlos Marx, El capital, vol. 1, FCE, México, 2000, p. 529. Cursivas del autor.[18] Ídem[19] Ídem. Cursivas de Marx.[20] István Meszáros, Más allá del capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 1999, p. 189. [21] Marx, op. cit., p. 531.

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[22] Véase el excelente estudio sobre la ganancia extraordinaria de Ruy Mauro Marini: “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital”, en Cuadernos Políticos No. 20, México, abril-junio de 1979, pp. 18-39. El autor llegó a considerar este trabajo como un complemento necesario de su Dialéctica de la dependencia, ERA, México, 1973.[23] Véase el capítulo 3 del presente libro. [24] James Petras, “El mito de la tercera revolución científico-tecnológica en la era del imperio neo-mercantilista”, en La Página de Petras, www.rebelion.org, 28 de julio de 2001.[25] Karl Marx, El capital, tomo 1, vol. 1, Editorial Siglo XXI, México, p. 51.[26] Ídem.[27] "Un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de ‘substancia creadora de valor’, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.”; Carlos Marx, El capital, tomo I, capítulo 1, “La mercancía”, FCE, México, 2000, p. 6. (Cursivas en el original).[28] Ruy Mauro Marini, “Proceso y tendencias…”, op. cit., p. 51.[29] Samir Amin, “La economía política del siglo XX”, en www.rebelion.org, 12 de julio de 2000.[30] Carlos Marx, op. cit., p. 23 y ss. Respecto al valor equivalencial, expresa Rosemberg: “…al caracterizar la forma equivalencial del valor, estamos caracterizando el sistema de la economía mercantil, que se mueve y se desarrolla dentro de contradicciones irreconciliables, pero enmarcadas por las categorías de esta misma economía”, David I. Rosemberg, Comentarios a los tres tomos de El capital de Marx, Facultad de Economía de la UNAM, México, s/f., p. 111. Como hipótesis planteamos aquí que es la forma equivalencial del valor la que se desarrolla con el proceso de internacionalización y globalización, determinando, incluso vía el mercado y las políticas neoliberales, a las formas precapitalistas y tradicionales de producción que producen con arreglo al valor de uso (forma relativa del valor).[31] César Altamira, “La naturaleza del trabajo en el fin de siglo”, en revista Memoria, 19 de abril de 2001.[32] Respecto al reforzamiento del Estado imperialista en la época de la globalización, véase a James Petras, “Centralidad del Estado en el mundo actual", en La página de James Petras www.rebelion.org, 26 de mayo de 2001.[33] Sobre el conflicto en Chiapas y la rebelión zapatista, puede consultarse Neil Harvey, La rebelión de Chiapas, la lucha por la tierra y la democracia, ERA, México, 2001, 1ª reimpresión. Para el impacto en el "campesinado indígena" en Guatemala, véase Armando Villatoro Pérez, El campesinado y la cuestión étnico-nacional en Guatemala, Tesis de Doctorado en Sociología, División de Estudios de Posgrado, FCPyS-UNAM, México, 2002. El reciente conflicto de los campesinos de San Salvador Atenco, México, por salvaguardar sus tierras frente al voraz decreto expropiatorio del gobierno federal para construir el aeropuerto alterno de la Ciudad de México, es otra muestra de ello. Debido a la resistencia y lucha de los campesinos de San Salvador Atenco, así como a la solidaridad que el pueblo de México les proporcionó, el 1 de agosto de 2002 el gobierno, por conducto de su Secretaría de Comunicaciones, anunció la anulación de dicho decreto.[34] Un interesante, aunque polémico, enfoque de esta problemática se puede ver en Aníbal Quijano, "Colonialidad del poder, globalización y democracia", Trayectorias, revista de Ciencias Sociales Nº 7/8, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, septiembre de 2001-abril de 2002, pp. 58-116.

CAPÍTULO 2: DOS FORMACIONES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL: PRODUCTIVIDAD Y SUPEREXPLOTACIÓN DEL TRABAJO

IntroducciónEste capítulo expone una tipología de la economía capitalista mundial constituida por distintas

formaciones sociales, en función de su grado de desarrollo económico y el predominio de determinadas formas de explotación de la fuerza de trabajo. Sobre esta base postula que, a través de la mundialización del capital, se están homogeneizando las condiciones de los mercados de trabajo para que la superexplotación del trabajo ya no sea solamente un atributo de las sociedades subdesarrolladas del capitalismo central sino, también, de las desarrolladas.

Hacia una generalización de la superexplotación del trabajo en la formación social mundial capitalista contemporánea. Las políticas de ajuste estructural, desplegadas por el Estado y el capital desde la década de los

ochentas, fracturaron los procesos de desarrollo que despuntaron en el curso de las décadas de los sesentas y setentas del siglo XX en América Latina. Además, profundizaron las estructuras del capitalismo dependiente, el cual había llegado a acusar niveles relativos de desarrollo industrial y a instituir políticas públicas de bienestar social que, aunque de manera restringida, pudo disfrutar la población.

Lo anterior se deriva, en cierta forma, del predominio que alcanzó el capital privado, nacional y

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extranjero, en la esfera de la especulación financiera que cambió radicalmente el papel de ésta en cuanto a su función en el proceso de desarrollo. Como bien dice Aldo Ferrer: “En el pasado, las finanzas internacionales promovieron y acompañaron, no sin sobresaltos pasajeros y algunos extraordinarios episodios especulativos, el crecimiento de la economía mundial. En la actualidad, la globalización financiera se ha convertido en un fenómeno en gran medida autónomo y de una dimensión y escala desconocidos en el pasado”.[1]

Este drástico cambio, en el que desempeñaron un papel central las fuerzas de la especulación y la irrupción de las burbujas financieras, modificó los tejidos sociales, las fuerzas productivas materiales de las sociedades humanas y las estructuras en que éstas reposan (la economía, el Estado y los sistemas políticos). En lo subsiguiente, para que dichos elementos se reproduzcan en “condiciones de normalidad”, es decir, en la esfera de la producción de valor y plusvalía, la dinámica de la mundialización del capital les impone lógicas que propagan los mecanismos de la superexplotación del trabajo.

Sociedades duales asentadas en procesos diferenciados de explotaciónSe puede diferenciar dos tipos de sociedades y formaciones económicas en el plano mundial:

a) las desarrolladas, cuyo proceso histórico combinó las formas de explotación de la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa, que tiene como palanca de la acumulación de capital al desarrollo de la productividad del trabajo y b) las sociedades dependientes y subdesarrolladas que, al revés de las primeras, fincaron su desarrollo preferentemente en la mayor explotación de la fuerza de trabajo del obrero, sobre la base del aumento de la intensidad, de la extensión de la jornada de trabajo y del pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor.[2]

Este esquema simple expresa las diferencias histórico- estructurales y sociales existentes entre ambos tipos de sociedades capitalistas, según pertenezcan o no a cualquiera de los dos “modelos” de sociedad señalados.

Las tesis, marxistas o no -como las que esbozaron las corrientes endogenistas y neodesarrollistas-[3] que interpretaron el planteamiento de la teoría de la dependencia en el sentido de que las sociedades dependientes estaban imposibilitadas para desarrollar el capitalismo sobre la base del desarrollo de la productividad; no sólo son falsas, sino que su planteamiento sólo es válido en un alto nivel de abstracción. En realidad los mecanismos de la plusvalía absoluta y relativa se combinan, cuestión que no entendieron las corrientes mencionadas. A diferencia del primer modelo de sociedades en el cual el valor de la fuerza de trabajo se modifica por la incorporación de tecnología de punta, que es el motor de la plusvalía relativa, en las sociedades dependientes el aumento de la productividad del trabajo que resulta de dicha incorporación se traduce en una intensificación del proceso de explotación del trabajo, acentuando la superexplotación del trabajo. Esta es precisamente la conclusión a la que llega Carlos Eduardo Martins, cuando escribe: “La mayor explotación de la fuerza de trabajo, aunque caracteriza las formas de acumulación en situaciones de bajo desarrollo tecnológico, no se reduce a ese escenario, desarrollándose durante la evolución tecnológica del modo de producción capitalista. De acuerdo con Marini, esas dos formas o mecanismos de explotación tenderían a combinarse durante el desarrollo capitalista, produciendo economías nacionales con mayor incidencia de una u otra. Al predominio de la mayor explotación del trabajo, correspondería, justamente, la superexplotación del trabajo”.[4]

Esta correlación entre modernización tecnológica y productiva, por un lado, e incremento de la explotación del trabajo por otro, explica los fenómenos peculiares de la acumulación capitalista mundial reciente. Ejemplo de ello son el errático comportamiento de los salarios y, por ende, de la distribución de los ingresos, así como el desempleo, el subempleo, la precarización del trabajo, la

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exclusión social y la extensión de la pobreza en todas sus facetas y ramificaciones dentro de las sociedades capitalistas dependientes y subdesarrolladas.

De ninguna manera acierta el Banco Mundial cuando afirma que el “núcleo” del problema de la pobreza y de la desigualdad social es la “rigidez” del mercado laboral y que su flexibilización, en consecuencia, es el mecanismo fundamental para “recuperar” el crecimiento económico. Dice así: “Aun cuando estas políticas fueron creadas con las mejores intenciones, terminaron creando un mercado de trabajo demasiado rígido, que no podía responder a las condiciones cambiantes de la economía mundial”.[5] Pero se debe enfatizar que las condiciones de los mercados laborales y los salarios realmente cambiaron con la aplicación de las políticas de ajuste del neoliberalismo, aun violando en muchas partes del mundo las legislaciones, normas y cláusulas laborales en la materia.

La realidad es que la reestructuración ocurrida durante la década de los ochentas no tuvo como premisa una reforma laboral e industrial a fondo, sino que fue la derrota obrera y del sindicalismo clasista el contexto que se utilizó para montar sobre ella los nuevos paradigmas industriales y del trabajo proclives a la reestructuración capitalista, como podemos apreciar en el capítulo cinco. Y ¿cuál es el resultado?, que el planteamiento del Banco Mundial es completamente falso porque a pesar de las políticas flexibilizadoras de la fuerza de trabajo y de los mercados laborales, la política neoliberal del equilibrio a toda costa termina por sacrificar la tasa de crecimiento. Prueba de ello es el comportamiento del PIB latinoamericano durante la década de los noventas que fue, en promedio, de 1.2%. De acuerdo con la política neoliberal, se trata de controlar la inflación, a costa de una drástica caída de la tasa de crecimiento y de los salarios, de una distribución regresiva del ingreso y del aumento de la pobreza y de la pobreza extrema.

La “solución” del Banco Mundial al problema de la inflación es el incremento de la pobreza, y lo “soluciona” con la implantación de programas formales de “combate a la pobreza” que de ninguna manera la erradican. No identifica las causas de la crisis que se desprenden de hechos tales como la caída de la tasa de ganancia y la ausencia de relevos eficaces para elevar la productividad. Estos hechos están en la base de un fenómeno aún más complejo intensificado en los últimos años a causa de la aplicación de las políticas de ajuste neoliberal, que consiste en una inversión de los ciclos económicos que reduce cada vez más las fases de recuperación y prosperidad (auge), mientras que las de recesión y crisis (como la actual) resultan más largas y pronunciadas. Este fenómeno se presentó prácticamente en todo el mundo durante la década de los noventas del siglo XX.[6]

En el pasado, la industrialización de América Latina no anuló la contradicción productividad-superexplotación del trabajo, como en su momento postularon los economistas de la CEPAL y de la ONU, contrario a esto provocó complejas modificaciones en las estructuras socioeconómicas y políticas de las sociedades dependientes y periféricas que, de esta forma, pudieron sembrar la ilusión de que el capitalismo periférico había alcanzado su autonomía y, por ende, podría superar la dependencia y colocarse como signatario de tú a tú con los países desarrollados.[7]

Si la industrialización se truncó en América Latina no sólo fue porque como dice Aldo Ferrer “En el largo plazo, no logró transformar su estructura productiva para asimilar la revolución tecnológica e insertarse en las corrientes dinámicas de la economía internacional”.[8] América Latina no transformó su estructura productiva debido a la ausencia real de un sistema de producción con un ciclo económico propio, cuyos soportes hubieran sido el sector productor de medios de producción y los mercados de consumo y laborales correspondientes. Estos sí hubieran podido articular el desarrollo y la incorporación de tecnología y, entonces, cumplir con esa premisa cepalina del desarrollo. Por el contrario, o bien ese sector era inexistente o, si estaba constituido, dependía de la dinámica importadora controlada por el capital global de los países desarrollados y

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las empresas transnacionales.

Mundialización y superexplotación del trabajoDespués de la Segunda Guerra Mundial, la industrialización y la intervención estatal

provocaron una diversificación en la división internacional del trabajo que configuró tres tipos de formaciones económico-sociales que la mundialización en curso tiende a transformar drásticamente. En primer lugar las que, asentadas en los centros imperialistas, monopolizaron el desarrollo de la ciencia, la tecnología y el conocimiento. En segundo lugar, las de los países periféricos y dependientes que constituyen su antípoda, es decir, que fincaron su desarrollo en la superexplotación del trabajo más que en el desarrollo de la productividad del mismo. Por último, figuran las sociedades que surgieron de una combinación de las anteriores, a las cuales los organismos financieros internacionales describieron como nuevos países industrializados (NIC´s).

El primer núcleo de países y regiones corresponde a los países imperialistas más industrializados del mundo (los agrupados en el llamado grupo G-7) que constituye la “instancia interestatal de gobierno colegiado de los mercados globalizados”.[9]

El segundo agrupa a los países dependientes y regiones de la periferia capitalista, muchos de los cuales, como los de América Latina, se debaten en el estancamiento, la desindustrialización, la privatización de sus empresas y patrimonios públicos, y en la desnacionalización. De este conjunto se desprende como tercer grupo intermedio- que prosperó en el curso de la década de los ochentas el de los NIC´s, los cuales, hasta antes de la crisis de 1997, desarrollaban su economía con base en el trinomio competitividad-productividad-calidad, más que en la superexplotación del trabajo únicamente.

Para algunos autores la característica del segundo grupo radica en que se expuso a una marcada diferenciación. Como expresa Samir Amin: “Hoy podemos diferenciar las periferias de primera línea, que fueron capaces de construir sistemas nacionales productivos con industrias potencialmente competitivas dentro del marco del capitalismo globalizado y periferias marginales, que no fueron tan exitosas. El criterio que separa las periferias activas de las marginales no está sólo en la presencia de industrias potencialmente competitivas: es también político”.

Las autoridades políticas en las periferias activas -y detrás de ellas, toda la sociedad incluyendo las contradicciones en la misma sociedad- tienen un proyecto y una estrategia para su realización. Éste es claramente el caso de China, Corea y, en menor grado, de ciertos países del Sudeste de Asia, India y de algunos otros de América Latina. Estos proyectos nacionales se enfrentan con el imperialismo globalmente dominante; el resultado de esta confrontación contribuirá a dar su forma al mundo de mañana.[10]

Es exagerada la apreciación de que los países de la “primera línea” (Corea, Brasil o Singapur, por ejemplo) se “enfrentan con el imperialismo globalmente dominante”; más bien, lo que se aprecia en el mundo neoliberal actual es una asociación y colaboración de los gobiernos y clases burguesas de los países dependientes, cualquiera que sea su grado de desarrollo, con las burguesías, gobiernos y empresas de los países desarrollados del centro imperialista.

En el marco de esa colaboración, mi hipótesis es que la actual fase de la economía mundial en su estadio de globalización-mundialización del capital está cambiando ese mapa internacional de las naciones, en lo que corresponde a la división del trabajo y a la distribución del capital. Todo ello beneficia la estrategia empresarial transnacional, global, de la tríada hegemónica, al depositar el peso de la crisis histórica de los imperios en la espalda de los trabajadores y los pueblos oprimidos. Dicha estrategia tiende a generalizar el régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo a través de la extensión de la ley del valor; asimismo, debilita y desarticula los sistemas

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productivos por la acción corrosiva de la crisis capitalista, la desestabilización política, la desindustrialización y la maquilinización, mientras refuerza la dependencia comercial, científico-tecnológica y financiera, como muestra ejemplarmente la crisis global de la Argentina.

Las mencionadas formaciones histórico-sociales de la economía mundial contemporánea, están creando las bases para que opere la superexplotación de la fuerza de trabajo, con lo que este régimen dejaría de ser exclusivamente un régimen propio de las economías dependientes, para extender su radio de acción a los países desarrollados -como lo planteó correctamente Marini-, incluyendo a los mismos Estados Unidos. De esta manera, la superexplotación se convierte en la argolla que ata los nuevos sistemas de organización del trabajo como el posfordismo, el toyotismo y la reingeniería.

La tecnología es el verdadero motor de la homogeneización de las condiciones laborales de los países capitalistas; las diferencias se restringen cada vez más al plano de la organización de los procesos de trabajo. En relación con las diferencias entre países desarrollados y dependientes, una investigadora afirma que: “En los aspectos tecnológicos no hay tanta diferencia entre las casas matrices y sus filiales, ya que las multinacionales pretenden hacer el mismo producto en todos los países. Para esto necesitan de una tecnología avanzada. Además, la globalización permite desde los años 80 una gran circulación de mercaderías en el mundo. Esto lleva a la necesidad de formalizar un padrón de calidad para la competitividad internacional. Hecho que sería difícil de garantizar si se utilizan maquinarias o materiales obsoletos. No hay mucha diferencia desde el punto de partida tecnológico, el problema es que los avances son muy rápidos en el centro, en Francia y en Japón, y mucho más lentos en Brasil. Luego de cinco años se nota el retraso de los países tercermundistas […] En la organización del trabajo es donde se notan las mayores diferencias”.[11]

Si la superexplotación del trabajo operaba como un mecanismo peculiar de las formaciones sociales dependientes, en la actualidad se proyecta en la economía internacional a través de la homogenización de los procesos tecnológicos, de la crisis, la automatización flexible, las innovaciones tecnológicas, la flexibilidad laboral y las recurrentes crisis financieras.

A diferencia de quienes diluyen las especificidades nacionales en la mundialización (como ocurre con Octavio Ianni y con Hardt y Negri[12], por ejemplo), Cristóbal Kay sostiene que: “[…] lo cierto es que la periferia global se está diferenciando cada vez más. Aquellos espacios de la periferia -bien sea a escala de Estado-nación, región o ciudad- que se están insertando más plenamente en la economía global y que, a la vez, pueden alcanzar una mejor y más sostenida competitividad internacional, parecen estar funcionando como nuevos centros de crecimiento dentro de la periferia, atrayendo así capital y mano de obra”.[13]

Estos “puntos de inserción internacional” intercalados en cadenas de productos y procesos configuran dos “modelos” de inserción: por un lado, países que exportan productos primarios (minerales, agrícolas o del mar) como Chile y Centroamérica y, por el otro, aquellos países, más “desarrollados” dentro de la misma periferia, que producen y exportan productos más intensivos en fuerza de trabajo y menos en capital, como la industria maquiladora de exportación ubicada en las ciudades industriales de la franja fronteriza del norte de México. Otro ejemplo sería la industria automotriz brasileña que, con una producción de un millón 787 mil unidades en 2001 y un rentable sector exportador, cuenta con altos niveles de automatización y alrededor de 98 mil 614 trabajadores (de los cuales alrededor de cuatro mil fueron despedidos durante 2001, según la Anfavea).[14]

Esta nueva división internacional del trabajo es un genuino resultado de la especialización productiva a que es sometida intensamente la periferia del sistema capitalista en la época del

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neoliberalismo y del neomercantilismo, en una especie de resurrección de la vieja economía liberal del comercio inter- nacional basado en las “ventajas comparativas”.[15] Como lo expresa James Petras: “Las redes de transporte/mercado que unían a los sectores productivos han sido reemplazadas por un sistema ‘radial’ central que enlaza los enclaves productivos con las ciudades especializadas en exportaciones dirigidas a los mercados exteriores. El desarrollo de enclaves puede generar estadísticas elevadas de crecimiento de las exportaciones y un ritmo en el pago de la deuda adecuado, pero deja a la mayor parte de las economías provinciales en el caos. El deterioro del armazón infraestructural, debido a la reducción de las inversiones de capital por parte del Estado en comunicaciones y transporte, desanima la inversión productiva, especialmente fuera de las capitales. El declive de la inversión pública y la expansión de la educación privada elitista también están vinculados a una economía especializada que sirve a mercados exteriores y a servicios especulativos. Los recortes sociales refuerzan el papel del capital radicado en los enclaves. El capital especulativo y los acreedores extranjeros son responsables de una economía estancada poblada por una mano de obra empobrecida.[16]

De esta forma, aquellas regiones, países, municipios y ciudades que no se inserten en ese “sistema radial central”, que comprende cadenas, procesos y productos, corren el riesgo de desvincularse del sistema internacional de acumulación de capital para convertirse en reservas de mano de obra supernumeraria (o ejército industrial de reserva).[17]

Si bien el Plan Puebla Panamá (PPP)[18] pretende vincular productivamente a las regiones del sureste del país y de Centroamérica con el mercado intrarregional e internacional, en la realidad, debido al atraso económico y social producido por el desarrollo capitalista nacional y mundial, el proyecto que parece apuntalar es bidireccional, puesto que se propone generar reservas de mano de obra supernumeraria y crear paralelamente una extensa zona de maquiladoras auspiciadas fundamentalmente por el capital extranjero y las corporaciones multinacionales, particularmente estadounidenses.

Para concluir este capítulo cabe comentar la idea de Silvio Baró quien sostiene que las presiones para “desvincular” zonas y regiones enteras agudizan las contradicciones del capitalismo derivadas del proceso de globalización. Éste conlleva tendencias intrínsecas de marginación y exclusión de vastas zonas y territorios del planeta, particularmente de las zonas subdesarrolladas y dependientes;[19] pero, paradójicamente, considera que las tendencias de la globalización “están determinando la imposibilidad de que ningún país pueda quedarse al margen de los circuitos productivos, comerciales o monetario-financieros”.[20] Sin embargo, Baró no toma en cuenta las condiciones concretas en que los países de la periferia capitalista pueden concurrir al mercado mundial para no quedar al “margen” de dichos circuitos productivos. Las formas de integración que ofrece la globalización resultan onerosas en las condiciones de países como Haití, en el Caribe, o El Salvador y Honduras, en Centroamérica. O países como la Argentina, que han hipertrofiado su aparato productivo para permanecer dentro de dichos circuitos por estar atados al sistema internacional en calidad de rehenes-tributarios debido al crecimiento estrepitoso del endeudamiento externo.

Si bien resulta complejo y difícil predecir las tendencias macroeconómicas de la economía mundial y de las naciones que conforman el sistema capitalista, Celso Frutado tiene razón cuando escribe: “Reflexionar sobre la configuración futura de la economía mundial es una mera conjetura intelectual, pues la imprevisibilidad es una característica propia del capitalismo. De esta comprobación se pretende inferir que el concepto de largo plazo tiene escasa validez analítica al tratarse de macroeconomía. Una empresa de acción transnacional necesitaría sustentarse en proyecciones de largo plazo para hacer más eficaces las decisiones de inversión, pero esto no sería

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adecuado en el caso de una economía nacional”.[21]

Ciertamente que para proyectar comportamientos de largo plazo (por ejemplo, ciclos Kondratiev, ondas largas, etcétera) es necesario contar con información veraz y adecuada y esto es sumamente difícil con las contabilidades disponibles del capitalismo. Además comúnmente las estadísticas están manipuladas y falseadas, lo cual redunda en la carencia de un aparato estadístico y documental crítico como para proyectar comportamientos sistémicos y de largo plazo de la economía mundial.

Sin embargo, sí es posible advertir tendencias a mediano y largo plazo. Señalar, por ejemplo, proyecciones del comportamiento del capitalismo o que el mundo del trabajo tiende, como veremos más adelante, a la fragmentación y precarización.

ConclusiónLas “crisis de la mundialización” desatadas a partir de la del capitalismo mexicano en 1994

representan el signo ominoso de la decadencia de los NIC´s surgidos en la segunda mitad del siglo veinte. Si antes de este periodo la formación social mundial parecía marchar hacia una mayor diferenciación en la configuración de tres polos regionales (el “primer mundo”, los NIC´s y el “último escalón”), en la actualidad el mapa mundial tiende a transformase de tal manera que la superexplotación del trabajo, la precariedad y la exclusión tienden a convertirse en soportes de la economía mundial en su conjunto. De tal suerte, la superexplotación del trabajo, que antes era privativa de las economías dependientes, hoy se está convirtiendo en un mecanismo articulado con los métodos de producción de plusvalía relativa del cual echan mano las empresas transnacionales y el Estado en los países del capitalismo central.……………………………………………………………………………………………………………………………….[1] Aldo Ferrer, “La globalización, la crisis financiera y América Latina”, Comercio Exterior No. 6, México, junio de 1999, p. 528.[2] Planteamiento formulado por Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la dependencia, op. cit., p. 49 y ss.[3] Para la corriente endogenista ligada a la concepción de los partidos comunistas, véase a Enrique Semo, La crisis actual del capitalismo, Ediciones de Cultura Popular, México, 1975; y a Roger Bartra, Estructura agraria y clases sociales en México, ERA, México, 1974. Para el neodesarrollismo socialdemócrata véase a Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969; y a Carlos Tello y Rolando Cordera, La disputa por la nación, Siglo XXI, México, 1983.[4] Carlos Eduardo Martins, “Superexploração do trabalho e acumulação de capital: reflexoes teorico-metodológicas para uma economia política da dependência”, en revista da Sociedade Brasileira de Economía Política No. 5, Rio de Janeiro, dezembro 1999, p. 122.[5] Shahid Javed Burki y Sebastián Edwards, América Latina y la crisis mexicana: nuevos desafíos, Documento del Banco Mundial para la Primera Conferencia Anual sobre el Desarrollo en América Latina y el Caribe, organizada conjuntamente por el Banco Mundial y la Fundación Getulio Vargas en Río de Janeiro, Brasil, entre el 12 y el 13 de junio de 1995.[6] Véase al respecto mi artículo “Globalización del capital e inversión del ciclo económico en América Latina”, en revista Investigación Económica No. 219, Facultad de Economía, UNAM, México, enero-marzo de 1997, pp. 71-84.[7] Para una crítica de las teorías del desarrollo y de la autonomía del capitalismo en América Latina, véase a Theotonio Dos Santos, Dependencia y cambio social, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1973 y Ruy Mauro Marini, América Latina: democracia e integración, Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1993.[8] Aldo Ferrer, “La globalización, la crisis financiera y América Latina”, en Comercio Exterior, vol. 49, Nº 6, México, junio de 1999, pág. 535.[9] Carlos Vilas, “Seis ideas falsas sobre globalización”, en John Saxe-Fernández, Globalización: crítica a un paradigma, UNAM-Plaza & Janés, México, 1999, p. 95.[10] Samir Amin, “La economía política del siglo XX”, en www.rebelion.org, 12 de julio de 2000.[11] Helena Hirata, “¿Sociedad del ocio? El trabajo se intensificó” (entrevista), en Página 12, www.pagina12.com.ar, 1º de febrero de 2001.[12] Por ejemplo, cuando Ianni afirma que: “Aquí comienza la historia. En lugar de las sociedades nacionales, la sociedad global […] las nociones de tres mundos, centro, periferia, imperialismo, dependencia, milagro económico, sociedad nacional, estado-nación, proyecto nacional, camino nacional hacia el socialismo, camino nacional de desarrollo capitalista, revolución nacional y otras, parecen insuficientes o aun obsoletas” (Octavio Ianni, La sociedad global, Siglo XXI, México, 1998, p. 20). Este autor diluye, sin ninguna justificación y explicación lógica y teórica, al Estado-nación (capítulo 2) en la supuesta “sociedad global” y el poder del Estado capitalista, en un presunto “poder global” (capítulo 7) constituido por cuatro instituciones: a) la ONU, b) el FMI-BM, c) las empresas transnacionales y d) la industria cultural (¿?). Por su parte, Hardt y Negri han suscitado una intensa polémica (registrada en la revista www.rebelion.org) con su libro Imperio (Paidós, Buenos Aires, 2002, primera reimpresión) cuando, sin prueba empírica, histórica y teórica, diluyen los conceptos duros de la ciencia social “imperialismo” y “Estado nacional”, en el muy ambiguo de “imperio” “Nuestra hipótesis básica consiste en que la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominio. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos ‘imperio”, p. 14. En contraposición a

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estos autores, Meszáros (op. cit., p. 176) argumenta correctamente que “cada empresa capitalista se relaciona con el sistema mundial a través de la nación estado y eventualmente debe depender de ésta”. Esta tesis refleja la verdadera estructura de la economía mundial mediada por las empresas transnacionales y el Estado-nación.[13] Cristóbal Kay, “Estructuralismo y teoría de la dependencia en el periodo neoliberal”, en revista Nueva Sociedad, Caracas, 2000, p. 6.[14] El Universal, 8 de enero de 2002.[15] Para una crítica de la teoría ortodoxa del comercio internacional, que fue dominante en la primera mitad del siglo XX, véase el ya clásico libro de Orlando Caputo y Roberto Pizarro, Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, Centro de Estudios Socio-Económicos (CESO) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Chile, Santiago, 1972, segunda edición.[16] James Petras, La izquierda contraataca, conflicto de clases en América Latina en la era del neoliberalismo, AKAL, Madrid, 2000, pág. 185.[17] Desde la perspectiva de la teoría de la regulación, Bob Jessop ve el problema de la reestructuración postfordista en los siguientes términos: “los síntomas de la crisis del modo de crecimiento fordista atlántico socavan el estatus indiscutible de la economía nacional como objeto clave del manejo económico en los Estados Unidos, el Canadá y la Europa Noroccidental de la postguerra. Este modo de crecimiento se ha fragmentado y reestructurado bajo el impacto de la internacionalización, el cambio técnico y los cambios de paradigma llevando a que algunas partes se integren cada vez más dentro de espacios económicos transnacionales y a que otras sufran una exclusión, incluso de la economía nacional, que las lleva a su involución y decadencia”, op. cit., pp. 187-188.[18] El PPP oficial se encuentra en Internet: http://ppp.presidencia.gob.mx /frameset.html. Para una visión crítica del Plan Puebla-Panamá inserto en el modelo de maquilinización, véase a Carlos Fazio, “El Plan Puebla-Panamá, intervencionismo de EU”, en La Jornada, 19 de marzo de 2001, donde el autor lo caracteriza como un instrumento estratégico de dominación de Estados Unidos. Una visión intermedia en Alfredo Salomón, “Por los caminos del sur”, en revista Comercio Exterior No. 11, México, noviembre de 2001, pp. 970-974.[19] Silvio Baró Herrera, op. cit., p. 34.[20] Ibíd., pp. 70-71.[21] Celso Furtado, “Brasil: opciones futuras”, en Revista de la CEPAL No. 70, Santiago, abril de 2000, p. 8.

CAPÍTULO 3: REESTRUCTURACIÓN CAPITALISTA, EXTINCIÓN DE LA NUEVA ECONOMÍA Y MUNDO DEL TRABAJO PRECARIO

IntroducciónEste capítulo ofrece una visión dinámica de la crisis actual del capitalismo y del agotamiento

de la new economy en Estados Unidos. Demuestra que el periodo de prosperidad que esta última experimentó sólo fue coyuntural y que en los inicios del siglo XXI, luego del masivo bombardeo de los medios de comunicación y de la ideología neoliberal en el sentido de que por fin el capitalismo había alcanzado una etapa final de “desarrollo duradero” y en ascenso; reedita la crisis del capitalismo, las contradicciones estructurales, el desempleo, el subempleo, la precarización y la superexplotación de la fuerza de trabajo.

¿Depresión larga vs. recuperación duradera?Para comprender la problemática del capital y del mundo del trabajo en la sociedad mundial

capitalista de inicios del siglo XXI, es preciso tomar como punto de partida el comportamiento reciente de la economía mundial. Son dos las interpretaciones que al respecto se han esbozado en los últimos tiempos. Por una lado, a) la que considera que el capitalismo actual ha revitalizado su sistema económico y, por el contrario, b) la que cree que este sistema está muy lejos de recobrar las tasas de crecimiento de posguerra y asume que las tendencias recesivas y depresivas son cada vez más intensas y de más larga duración.

Los principales países de la tríada hegemónica (Estados Unidos, Europa y Japón) se muestran en declive y crisis mientras que China observa un ascenso, con tasas anuales de crecimiento promedio de 10.5% durante los años noventas.[1] Obviamente los organismos internacionales como el Banco Mundial, el FMI, la OCDE y el BID están muy lejos de poner a esta última como ejemplo del camino que se debe seguir, luego de la debacle de los NIC´s a finales de esa misma década y de las crisis argentina y estadounidense en la actualidad.[2] China sería un “mal ejemplo”, por lo menos hasta que fuera evidente e incontrovertible que ha “abrazado” el sistema capitalista.

François Chesnais señala como causas de la crisis económica, entre otras, la depresión del decenio de los noventas, el debilitamiento o destrucción del trabajo asalariado como forma dominante de producción -en la que se ha empeñado el neoliberalismo sistemáticamente-, la crisis

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del sistema monetario internacional y la debacle del Estado del bienestar posbélico.[3]

Por su parte, Robert Brenner[4] enfoca las causas de la fase descendente de la economía capitalista mundial y de la crisis en la caída de la rentabilidad del capital provocada por la sobrecapacidad instalada y la sobreproducción de mercancías, derivadas a su vez, de la competencia intercapitalista durante el largo periodo 1973-1996; más que en las presiones salariales al alza por parte de los trabajadores y el consiguiente aumento de los costos laborales, como opinan los economistas neoclásicos de la oferta, particularmente las versiones kaleckianas de esta escuela.

En la posición optimista de la recuperación a largo plazo figuran los autores norteamericanos que hablan de una “nueva economía” en Estados Unidos, la cual habría experimentado ciento doce meses de crecimiento, baja inflación y disminución de la tasa de desempleo. [5] Estas características serían las de una sociedad basada en el conocimiento y la ciencia, en la cual el mundo del trabajo queda minimizado como factor de reconstitución de la tasa de ganancia y de crecimiento del sistema capitalista.

El agotamiento de la “new economy” y la precarización del mundo del trabajoEl periodo de prosperidad que experimentó la sociedad norteamericana de 1993 a 2000

pareciera haber contradicho a quienes vislumbraban crecientes dificultades en el futuro. En efecto, según el Economic Report of the President (Washington, DC, enero 2001), durante dicho periodo la economía norteamericana experimentó cambios de orden cualitativo y estructural que condujeron a muchos autores a hablar del surgimiento de una nueva economía. El Reporte del presidente indica que después de un mediocre desempeño de Estados Unidos durante las décadas de los setentas y ochentas del siglo pasado, en la de los noventas experimentó un poderoso incremento de la tasa real de crecimiento económico (Gross Domestic Product, GDP). En ese periodo disminuyó relativamente la tasa de desempleo y, según las estadísticas del gobierno, se llegó al pleno empleo; las bajas tasas de inflación caracterizaron esa larga expansión. Se dice que aun con el crecimiento moderado de la segunda mitad de 2000, el desempeño económico de esos ocho años habría sido “impresionante”. Así, desde el primer cuarto de 1993 hasta el tercero de 2000 el GDP creció a una tasa promedio anual de 4.0%, o sea, 46% más que el crecimiento promedio acumulado de 1973 a 1993. Según la misma fuente, este “excepcional” crecimiento es un fiel reflejo tanto de la creación de empleos como del incremento de la productividad. Según el Informe, los empleos en nómina se incrementaron en 22 millones desde enero de 1993 y esa porción de la población empleada alcanzó su pico más alto.

En primer lugar, los empleos creados confirman que el capitalismo está muy lejos de ser una “sociedad sin trabajadores”, donde ya no opera la ley del valor y el trabajo asalariado y, en segundo lugar, que la naturaleza de dichos empleos es precaria; por tanto, así como aparecieron en la dinámica expansiva del ciclo pueden desaparecer en la fase recesiva, como está sucediendo en la actualidad. Es de resaltar el crecimiento de la precariedad del trabajo en los Estados Unidos, donde durante la década de los noventas la proporción de trabajadores que perdía sus puestos de trabajo aumentó 15%, mientras que los que después se reubicaban ganaban 14% menos en sus nuevos empleos.[6]

Y lo mismo se pude decir en el caso de Francia, donde “[…] 75% de los contratos tienen duración determinada (CDD) o son contratos interinos. En cuanto a los asalariados estables, todavía permanecen ciertamente mayoritarios en las empresas (59% de los asalariados tienen más de cinco años de antigüedad), pero constatan la precariedad de su situación, asistiendo, impotentes, a los golpes que la precariedad reparte en torno a ellos”.[7]

A pesar de los evidentes signos desalentadores que presentaba la economía norteamericana a finales de los años noventas y ante la ausencia de un “relevo ideológico” que sirviera como faro de los presuntos “beneficios” del “modelo” neoliberal ante la caída de los NIC´s latinoamericanos (Brasil,

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México y Chile) y de los tigres asiáticos, Estados Unidos fue erigido por los ideólogos de la tríada hegemónica como la lumbrera milagrosa del desarrollo capitalista del presente y del futuro: “En Estados Unidos la euforia neoliberal de los ochenta se agudizó en los noventa, hacia el final de esa década, cuando ya se hacían notar claros signos de deterioro, el modelo todavía seguía apareciendo como guía, ejemplo exitoso, no sólo para los países de alto desarrollo, sino también para la periferia. Algunos indicadores eran publicitados como demostración de un milagro que había quedado solitario luego del derrumbe de los ex-tigres asiáticos, por ejemplo, las buenas tasas de crecimiento del PBI, el bajo nivel de desempleo, el auge del consumo, el ascenso de las cotizaciones bursátiles y los beneficios de algunas grandes empresas.[8]

En medio de la crisis de larga duración de la economía mundial, particularmente agudizada desde 1997-1998, las tendencias depresivas de la new economy se acentuaron y contribuyeron a debilitar la duración e intensidad de los ciclos de auge de la economía capitalista como un todo. Tal es el caso de Estados Unidos durante la década de los noventas que, de acuerdo con Robert Brenner ha sido -en términos de los principales indicadores macroeconómicos de crecimiento, producción, inversión, productividad e ingreso real- incluso menos dinámico que sus relativamente débiles predecesores de los años setenta y ochenta (para no mencionar a los de los años cincuenta y sesenta).[9]

Brenner agrega que “después de la recesión de 1990, la economía de Estados Unidos ha experimentado la recuperación más lenta de los tiempos modernos”.[10] En efecto, entre 1990 y 1996, el PIB de este país sólo creció 2% en promedio. Pero después del declive de la new economy a finales de 2000 y comienzos de 2001, proyecciones del FMI (cuadro 1) indican que la economía mundial no sólo crecerá, sino que tendrá comportamientos negativos tanto en 2001 como en 2002, en un escenario de deflación y aumento del desempleo, como ya se constató en el tercer trimestre de 2001, cuando se contrajo la economía norteamericana 1.35%.[11]

Estimaciones del comportamiento del PIB, inflación y desempleo en la economía mundial, 2001-2002

2001

2002

CRECIMIENTO DEL PIB* Mundo 2.4% (-0.2) 2.4% (-1.1) Países G7 industrializados

1.0% (-0.2) 1.6% (-1.3)

Estados Unidos

1.0% (-0.3) 0.7% (-1.5)

Japón -0.4% (+0.1) -1.0% (-1.3) Alemania 0.5% (-0.2) 0.7% (-1.1) Francia 2.1% (+0.1) 1.3% (-0.8) Italia 1.8% (+0.1) 1.2% (-0.8) Gran Bretaña

2.3% (+0.2 1.8% (-0.6)

Canadá 1.4% )(-0.6) 0.8% (-1.4) Unión Europea 1.7% (-0.1) 1.3% (-0.9)

Zona Euro

1.5% (-0.3) 1.2% (-1.0)

Países en desarrollo

4.0% (-0.4) 4.4% (-0.9)

África 3.5% (-0.3) 3.5% (-0.9) Asia 5.6% (-0.2) 5.6% (-0.5)

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Chin 7.3% (-0.2) 6.8% (-0.3) aIndia 4.4% (-0.1) 5.2% (-0.5) América Latina

1.0% (-0.7) 1.7% (-1.9)

Oriente Medio/Turquía

1.8% (-0.5) 3.9% (-0.9)

Economías en transición

4.9% (+0.8 3.6% (-0.4)

Europa del Este y central

3.0% ) (-0.5) 3.2% (-1.0)

Rusia 5.8% (+1.8) 3.6% (-0.4) INFLACIÓN Países industrializados

2.3% 1.3%

Estados Unidos

2.9% 1.6%

Japón -0.7% -1.0%

Alemania 2.4% 1.0%

Francia 1.8% 1.1%

Italia 2.6% 1.3%

Gran Bretaña

2.3% 2.4%

Canadá 2.8% 1.6%

Total G7 2.2% 1.1%

Zona Euro

2.7% 1.4%

Países en desarrollo

6.0% 5.3%

África 9.6% 5.7%

Asia (in Japón y China)

2.8% 3.0%

China 1.0% 1.0%

América Latina

6.3% 5.2%

Medio Oriente (sin Turquía)

9.4% 9.0%

Economías en transición

21.5% 18.1%

TASA DE DESEMPLEO

2001 2002

Países industrializados

6.0% 6.6%

Estados Unidos

4.9% 6.0%

Japón 5.0% 5.7%

Alemania 7.5% 7.8%

Francia 8.6% 8.9%

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Italia 9.5% 9.4%

Gran Bretaña

5.2% 5.4%

[Fuente: FMI, en El Universal, martes 18 de diciembre de 2001. *Las cifras indicadas entre paréntesis representan las revisiones (en puntos porcentuales) en relación con las previsiones anteriores del FMI].

Por otra parte, la crisis actual y la debilidad de la recuperación de Estados Unidos en la década de los noventas del siglo pasado tienen antecedentes en el deterioro de la tasa de rentabilidad de las economías capitalistas avanzadas, que fue mayor al registrado durante los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Desde 1973 variables como crecimiento del producto, inversión, productividad y salarios reales, han representado sólo entre un tercio y 50% respecto a las tasas de los periodos 1950-73 y 1970-73, respectivamente. Incluso la rentabilidad agregada entre los años 1970 y 1990 en el sector manufacturero de las economías del G-7 fue inferior en 40% a la del periodo de 1950 a 1970.[12] Por lo anterior, el “milagro norteamericano” se debe relativizar como lo que es: un fenómeno pasajero y contradictorio dentro del proceso ascensional de la crisis de la economía capitalista mundial.

Contra los postulados de la ideología neoliberal, no fue el mercado sino la intervención del Estado la responsable de la atenuación de la crisis en Estados Unidos. Efectivamente, la recuperación de la crisis de sobreproducción de la década de los setentas en ese país: “[…] encontró durante los ochenta y noventa una valla de contención importante en el gasto público que suavizó los déficit de demanda causados por la desaceleración salarial. Los beneficios empresariales eran apuntalados comprimiendo los costos laborales, el mayor gasto público no tenía como contrapartida el aumento de los impuestos, sino la expansión de la deuda estatal. Ello fue acompañado por desajustes en la estructura industrial, la degradación de buena parte de la cultura técnica y la precarización del empleo. La integración social, una de las conquistas de la era keynesiana, se fue deteriorando, creció la exclusión”.[13]

La recuperación de la tasa de ganancia de Estados Unidos obedeció, entonces, a medidas monetaristas como la devaluación del dólar y la reducción salarial impuestas por el Estado: A pesar de que en Estados Unidos el crecimiento seguía lento, la rentabilidad comenzó a subir, incluso en forma dramática hacia mediados de los noventa. Esto se debió, en parte, a que el crecimiento salarial fue eficazmente reprimido y el dólar fuertemente devaluado contra las monedas de Alemania y Japón. Pero, también en parte, a que el sector manufacturero de los EE.UU. logró una cierta racionalización y revitalización, principalmente mediante la eliminación del capital redundante e ineficaz y la intensificación del trabajo”.[14]

Otros autores como Michael Mandel aseguran que la expansión de la new economy obedeció al creciente endeudamiento de las corporaciones no financieras y de las familias. Así es como la proporción de la deuda de las segundas respecto a su ingreso disponible subió de 80% en 1989 a alrededor de 100% en 2000, mientras que la de las primeras se incrementó 34% entre finales de 1997 y finales de 2000.[15] Además (señala Mandel, p. 200), la expansión de la new economy fue financiada con flujos de capital extranjero: en 1995 la inversión extranjera en Estados Unidos representaba sólo 8% del total de la inversión norteamericana (residencial y de las corporaciones) mientras que para 2000 dicha inversión extranjera había alcanzado un pico de 26% del total de la inversión, lo que convirtió a ese país en un deudor neto en escala masiva; su deuda alcanzó la fabulosa cifra de 1 billón de dólares a finales de 1999.

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Todo ello desmiente a quienes hicieron una “panacea” del crecimiento económico neoliberal, pues ya no se puede ocultar que uno de los rasgos esenciales de este crecimiento es su propensión a acusar niveles decrecientes de las variables que indican el incremento de la acumulación de capital. En efecto, […] “en la misma medida en que la globalización con predominio neoliberal se ha impuesto, la economía mundial ha ido creciendo de una forma más lenta. Si entre 1950 y 1973, el producto a nivel mundial creció a un ritmo de casi 5%, en promedio anual, y entre 1974 y 1980 descendió hasta 3.5%; entre 1981 y 1990, creció solamente 3.3% en promedio, y en los más recientes años, entre 1990 y 1996, ese ritmo de crecimiento fue sumamente bajo, de solamente 1.4 por ciento”.[16]

De lo anterior resulta que, ante el declive histórico de las tasas de crecimiento de la economía mundial y el consiguiente deterioro de la tasa de ganancia de las principales corporaciones multinacionales y globales, los verdaderos artífices del desarrollo del capitalismo mundializado de finales del siglo XX y principios del siglo XXI son el aumento de la tasa de explotación del trabajo, la reducción salarial y el incremento de la productividad del trabajo con cargo en el desarrollo tecnológico.

Cae, pues, por su propio peso la idea corriente de que el “secreto” del milagro norteamericano se tiene que encontrar únicamente en la dinámica bursátil (burbuja financiera) y en la política de la FED del gobierno estadounidense.

En contraposición con esa postura, François Chesnais afirma que el crecimiento en ese país tiene en su base el aumento de los índices de productividad y de las tasas de explotación del trabajo. Así nos dice que: “[…] el aumento de la productividad es una de las razones, sin ser de ningún modo la única, del bajo nivel de inflación conocido por la economía estadounidense durante un periodo tan largo de expansión cíclica. Pero existe asimismo el nivel -más importante todavía- de las relaciones de explotación, que permite explicar de qué manera un régimen de acumulación tan marcado por un proceso de valorización del capital, en el que los dividendos y los intereses ocupan buena parte de los beneficios que las empresas reservan para la inversión y para la investigación y desarrollo, no se adentra de inmediato en un callejón sin salida. El aumento de los índices de explotación de los trabajadores ha equilibrado, al menos en parte, el crecimiento de los beneficios distribuidos a los accionistas”.[17]

Bajo esta nueva estrategia globalizadora del capital, para resarcir la tasa de ganancia y mantener la ilusión del crecimiento sostenido, los mercados laborales de prácticamente todo el mundo son sometidos cada vez más a todo tipo de arbitrariedades y a la superexplotación del trabajo que se engrana con los nuevos métodos de producción y organización laboral de la ideología toyotista. Además, dichas estrategias se van adueñando de procesos de trabajo y de franjas de trabajadores en los países desarrollados, lo cual demuestra que las bases del “milagro norteamericano” tienen allí su explicación y no, como se divulga en los medios oficiales, en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, o como lo difunden también los medios de comunicación queatribuyen el crecimiento económico estadounidense de la última década a “la revolución de la información” y a la tecnología de la informática. Sin embargo, en Japón se ha aplicado la misma tecnología al robotizar las fábricas, y el crecimiento del país se ha estancado los últimos diez años. Europa también ha aplicado las tecnologías de informática, obteniendo el mismo crecimiento lento como resultado. El secreto del “milagro económico” de EE.UU. no son las tecnologías avanzadas sino el hecho de que se ha intensificado la explotación de los trabajadores por parte de los patrones y el absoluto control de éstos sobre el lugar de trabajo. El presidente del Banco Central de EE.UU. (o la Reserva Federal), Alan Greenspan, afirmó sin empacho “… que la gran ventaja que EE.UU. tiene sobre Europa y Japón es que el empresariado estadounidense goza de mayor libertad para contratar

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y despedir a sus empleados”.Las compañías estadounidenses no sólo pueden despedir más fácilmente a sus empleados que

las europeas, sino que también les sale más barato […] existen muy pocas, si es que las hay, garantías de liquidación. Según Greenspan, “la falta de rigidez laboral es la clave del milagro económico de EE.UU.”. La rigidez laboral en Europa implica de cuatro a seis semanas de vacaciones, en vez de una o dos semanas que se dan en EU, la obligación de las empresas de hacer mayores contribuciones para financiar programas de pensiones y de salud, así como una semana laboral más corta para todos los trabajadores. En otras palabras: el “secreto” del milagro económico estadounidense es el poder que el capital usa para despedir a los trabajadores a voluntad, el poder obligar a los asalariados del país a trabajar 30 por ciento más horas que los europeos con muy poco o ningún fomento a la salud. Así, las nuevas tecnologías no incrementan directamente la productividad. Más bien, una explotación intensificada de los trabajadores estadounidenses permite introducir estas nuevas tecnologías para beneficio de los capitales.

Mientras que los asalariados europeos disfrutan hoy de más tiempo libre que hace 20 años, en EU se cumple exactamente lo contrario, pues los trabajadores trabajan 20 por ciento más y cuentan con menos garantías en cuanto a cobertura médica y pensiones.[18]

Pero, ¿cómo se llegó a esta situación? Muchos analistas ven la clave del éxito de esta imposición de la estrategia patronal posfordista en las derrotas que sufrieron la clase obrera y, en general, los movimientos populares en el curso de la década de los ochentas. Así, según Giovanni Alves: “En los países capitalistas centrales, la nueva ofensiva del capital en la producción, a partir de mediados de los años setenta, se orientó a debilitar la condición obrera desmontando ventajas y beneficios sociales inscritos en el Welfare State, elevando los niveles de desempleo estructural, como en el caso de Europa Occidental, o precarizando el mercado de trabajo, como en el caso de Estados Unidos. Es un proceso histórico de larga duración que prosigue hasta nuestros días”. [19] Sin embargo, esa derrota no fue homogénea, sino que dependió de distintas coyunturas y correlaciones de fuerzas en cada país o región.

En efecto, las diferencias estructurales y políticas entre los trabajadores estadounidenses y los europeos se derivan del distinto grado de organización y presión que la clase obrera ejerce sobre el Estado y el capital. En Estados Unidos, a la caída del nivel organizativo de los trabajadores expresada en la precarización del trabajo corresponden fenómenos tales como “[…] el hecho de que en términos de protección contra la enfermedad, de jubilación, etc., el precio de venta de la fuerza de trabajo de los obreros norteamericanos haya caído, en particular desde los años sesenta, a niveles bastante inferiores que los de los países europeos. Lo mismo vale para la duración del trabajo: semana más larga y vacaciones pagadas mucho más cortas”.[20]

El estancamiento de los salarios por más de una década en Estados Unidos ocurrió durante la administración de Bill Clinton, lo que en verdad coadyuvó a la recuperación y el crecimiento de la tasa de ganancia de las grandes empresas con capacidad de acumulación dentro del sector privado respecto a sus comportamientos históricos de 1978 y 1989.[21]

Efectivamente, de acuerdo con Brenner[22] en Estados Unidos, junto a un declive de la productividad del trabajo entre 1973 y 1990, el salario real por hora trabajada en el sector privado se desplomó 12%, declinando a una tasa anual de 0.7% y, según el mismo autor, no volvió a recuperarse sino 24 años después, en 1997. En el sector manufacturero, la declinación anual promedio del salario fue de 0.8%, acumulando una pérdida de 14% en términos reales entre 1973 y 1990. Es más: entre 1979 y 1999 en Estados Unidos se consolidó un mercado de trabajo de bajos salarios ya que “más de la mitad de la fuerza laboral ha experimentado en sus salarios descensos de 8% a 12%, durante el periodo entre 1979 y el presente […] Hoy en día casi un tercio de todos los trabajadores están

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ocupados en labores de baja calificación que pagan menos de u$s 15 000 al año”, es decir, unos 40 dólares por día.[23]

De esta forma, los empleos se vuelven más sensibles al comportamiento histórico del ciclo económico porque los mercados de trabajo se han colocado como elementos fundamentales del patrón neoliberal de acumulación de capital en Estados Unidos. Además, porque la crisis mundial (que Chesnais caracteriza como económica y no sólo financiera), “hunde sus raíces en las relaciones de producción y de distribución que rigen cada economía y comandan el carácter jerarquizado de la economía mundial tomada en su conjunto”.[24] Esta caracterización rompe con las concepciones exogenistas de la crisis y la considera como un mecanismo endógeno de funcionamiento del capitalismo neoliberal. Así, la new economy asume el régimen de superexplotación porque el sistema “[…] lleva el sello de un régimen de acumulación que superexplota a los trabajadores, que presiona a las más amplias capas de la sociedad por medio del impuesto y el interés sobre los créditos, pero que no llega, sin embargo, a apropiarse y a centralizar la cantidad de riquezas que necesita el capital. Según lo demuestra Claude Serfati, aunque el grado de explotación del trabajo aumentó mucho por la disminución de los salarios, así como por la intensificación del trabajo y, en muchos países, por la extensión de su duración, el sistema capitalista como un todo no produce suficiente valor. ¿Por qué? Porque la inversión ha caído a niveles muy bajos […], de manera que globalmente la acumulación no arroja a la plaza suficiente capital nuevo creador de valor y plusvalía”.[25]

Coincido con la idea de que la caída de la inversión productiva provoca la insuficiencia de la producción de valor en la economía neoliberal en la medida en que se reduce la masa de fuerza de trabajo empleada por el capital en la esfera de producción y, por ende, de la producción de valor y plusvalía. Sin embargo, hay que señalar que como causa adicional de la disminución a largo plazo de la masa de valor (que en buena medida responde por el concomitante aumento de la inversión improductiva-especulativa), figuran el reemplazo de fuerza de trabajo viva por equipos, maquinaria y tecnología informatizados, además de los despidos en masa de trabajadores y del incremento inusitado del desempleo.

En este sentido, Jeremy Rifkin asegura que: “[…] la tercera revolución industrial fuerza una crisis económica de ámbito mundial de proporciones monumentales, debido a que millones de personas pierden sus puestos de trabajo a causa de las innovaciones tecnológicas, mientras que el poder adquisitivo se desploma. Al igual que ocurrió en la década de los años 20, nos hallamos peligrosamente cerca de una gran depresión, mientras que ninguno de los actuales líderes mundiales quiere reconocer que existe la posibilidad de que la economía global se esté acercando, de forma inexorable, hacia un mercado laboral decreciente, con unas consecuencias para la civilización extremadamente peligrosas y preocupantes”.[26]

Recapitulando lo dicho hasta aquí se puede afirmar que la recuperación de la economía de Estados Unidos durante los noventa fue producto de una combinación de varios factores. Como dice Robert Brenner, “[…] durante la primera mitad de los ´80, las altas tasas reales de interés, más el altísimo dólar inducido por éstas, significaron un desastre para amplias secciones de la industria manufacturera de los EE.UU. Las exportaciones bajaron, las importaciones se dispararon, el déficit de cuenta corriente rompió todos los récords y la rentabilidad manufacturera temporalmente colapsó. No obstante, el sector manufacturero de EE.UU. empezó a autorracionalizarse y, con el cierre de muchas de sus unidades menos productivas y los despidos masivos de trabajadores, se inició la recuperación del crecimiento de la productividad del trabajo. Como parte integrante de la misma evolución, el sector de servicios explotó a través de una vasta expansión de trabajos de baja productividad y salarios bajos, facilitado por la flexibilidad sin comparación del mercado laboral de EE.UU., cada vez más libre de los sindicatos. Entretanto, con bajos retornos sobre los stocks de capital

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que desincentivaban la asignación de largo plazo de recursos en nuevas plantas y equipos, el dinero se destinó crecientemente a las finanzas y a la especulación, así como al consumo suntuario, pues el camino estaba pavimentado en esa dirección por el patente bandazo de la política estatal a favor de los ricos en general y de los financistas en particular”.[27]

En otro trabajo[28] Brenner argumenta que la recuperación de la rentabilidad de la industria norteamericana y, por ende, de la tasa de ganancia, obedeció a tres factores: a) la revitalización de la competitividad, b) una fuerte devaluación del dólar de 60% frente al yen japonés y de 40% frente al marco alemán y, c) un congelamiento y reducción por más de una década de los salarios de los trabajadores.[29]

Otros autores derivan la recuperación y expansión de la economía norteamericana de los incrementos de la productividad del trabajo con cargo en el desarrollo científico-tecnológico, ocultando los procesos de explotación del trabajo que dichos incrementos conllevan.[30] Sin embargo, el problema de fondo es que no existe uno solo sino varios métodos de medición de la productividad del trabajo, cuestión que lleva a que se obtengan resultados relativos y contradictorios en función de la metodología que se aplique, la cual responde a los intereses de clase de los organismos y personas encargadas de su elaboración.

De manera sensata Elaine Levine constata que no hay un consenso respecto al problema de la productividad en relación con las causas del deterioro de ese indicador en Estados Unidos. Sin embargo, afirma que “hay concordancia en que por lo menos a partir de la segunda mitad del siglo [veinte] el crecimiento relativo de la productividad estadounidense ha sido poco favorable en comparación con otros países industrializados”.[31]

Sin que el tema de la productividad del trabajo sea objeto de estudio en el presente libro, asumimos la definición que de ella hace Marx en El capital cuando dice: “[…] sea condición o efecto, el volumen creciente de los medios de producción comparado con la fuerza de trabajo que absorben expresa siempre la productividad creciente del trabajo. Por consiguiente, el aumento de ésta se revela en la disminución de la masa de trabajo, puesta en relación con la masa de medios de producción movidos por ella, o sea, en la disminución de magnitud del factor subjetivo del proceso de trabajo, comparado con su factor objetivo”.[32]

En función de esta definición conceptual de la productividad del trabajo, creemos que la recuperación norteamericana de la década de los noventas, combinó aumento de inversiones productivas y un determinado desarrollo científico tecnológico aplicado al proceso productivo con la intensificación del trabajo, la reducción salarial y la prolongación de la jornada laboral.[33]

De este modo la recuperación norteamericana comprendió cuatro dimensiones, a saber: a) la racionalización del sector manufacturero y la consiguiente disminución de las plantillas laborales; b) el crecimiento de una economía intensa en trabajo, particularmente de mercados de trabajo precarios; c) bajos salarios para los trabajadores junto al predominio del sector financiero, y d) prolongación de la jornada laboral.

Así, pues, el boom de la economía norteamericana durante la década de los noventas, particularmente a partir de 1998, parece haber llegado a su fin en el despuntar del siglo XXI debido al agotamiento de las reservas que le sirvieron de soporte: el aumento de la rentabilidad industrial, el relativo aumento de la productividad del trabajo derivada de la aplicación de desarrollo tecnológico y de las “virtudes espectaculares” de la burbuja financiera.[34]

Sin embargo, como sostenemos en este libro, consideramos que la base fundamental de la caída de la rentabilidad, del agotamiento y de la entrada en crisis de la nueva economía radica esencialmente en su profunda incapacidad para crear el suficiente valor y plusvalía como para reproducir la acumulación de capital en condiciones de “normalidad”; esto es, incrementos

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constantes de la tasa de ganancia que afiancen la marcha del sistema capitalista mundial sin perturbaciones bruscas que profundicen sus contradicciones estructurales y sociopolíticas. Porque, en última instancia, lo que hace una crisis capitalista como la actual es impugnar “la propia valorización del capital, es decir, la capacidad del capital de explotar al trabajo, y esa impugnación no sucede esencialmente en la esfera de la distribución sino en la producción misma”.[35]

Crisis y revitalización del ciclo económicoSi alguna vez pudo pensarse que la new economy era responsable de la “anulación” de los

ciclos económicos y de la estabilidad duradera,[36] con la actual crisis de la economía norteamericana y, por ende de la economía mundial, esa tesis se hace pedazos. Por el contrario, se revitaliza la teoría de las crisis y del comportamiento cíclico del capitalismo que lo conducen hacia su autodestrucción.

Como dice el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz: “Alguna vez se pensó que la nueva economía era el final del ciclo de los negocios. Con la producción just-in-time (que implica menores inventarios), nuevos sistemas de información que permitían un mejor control de los inventarios y la reducción de la manufactura, los ciclos de inventarios parecían ser ya cosa del pasado. Pero las fluctuaciones económicas han marcado al capitalismo desde sus orígenes y los ciclos de inventarios son sólo una de las fuentes de fluctuación”.[37]

Kostas Vergopoulos, citando a Paul Krugman, afirma que “el sistema actual de mundialización es responsable de su propio camino hacia la depresión”. Sería deshonesto, precisa el economista del MIT, “elogiar los méritos de un sistema precisamente cuando este sistema está en vías de derrumbarse”.[38]

Por su parte, Petras exhibe los magros resultados de la new economy en Estados Unidos y reafirma, al mismo tiempo, las características de la recuperación. Dice: “Las perspectivas para una recuperación rápida son tenues, ya que una tasa de ahorros negativa, déficit inmensos y un dólar fuerte inhiben el crecimiento interno o impulsado por la exportación. Al coincidir las crisis estructural y cíclica, es altamente posible que la recesión continúe por algún tiempo más. La recesión desautoriza totalmente a los ideólogos de la TI [Tecnología de la Información] que declaraban que la Nueva Economía ha convertido en anticuados los ciclos económicos. En realidad, las compañías de TI han sido las más afectadas en el bajón actual. Más de un 80 por ciento de las .com no son lucrativas”.[39]

El punto clave del derrumbe y de la extinción de la new economy radica en la crisis y agotamiento del patrón de reproducción de capital de los “tigres asiáticos”: A casi tres años del derrumbe de los ex tigres asiáticos han pasado a un segundo plano los pronósticos acerca del progreso indefinido del capitalismo liberal, la sucesión de recesiones y colapsos periféricos, el estancamiento prolongado de Japón, el crecimiento débil de Europa Occidental (con desequilibrios sociales y económicos en ascenso) y el inminente fin de la prosperidad norteamericana podrían anunciar próximas crisis mucho más graves que las conocidas hasta ahora.[40]

Y el anuncio se convirtió en realidad lastimosa con la crisis terminal del patrón capitalista neoliberal dependiente de la Argentina, que no tiene visos de solución ni en el mediano ni en el largo plazos. El secretario ejecutivo de la CEPAL, Juan Antonio Ocampo, reconoce que “la vulnerabilidad de nuestras economías quedó, en definitiva, nuevamente demostrada. La secuencia de un lento crecimiento en 2001 (0.5%) y en 2002 (1.1%) es la peor.[41]

Esta debilidad congénita de la política macroeconómica del neoliberalismo se expresa en el hecho de que la tasa promedio anual de crecimiento del PIB en América Latina durante la década de los noventas fue de sólo 1.2%. Si se considera el promedio del periodo neoliberal (1981-2001), dicha tasa fue apenas de 2.05%,[42], mientras que el producto por habitante fue negativo en -0.9% en los

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años noventa y creció sólo 0.15% durante todo el periodo neoliberal.[43] El secretario ejecutivo de la CEPAL, Juan Antonio Ocampo afirma: “Esto significa que el ingreso

per cápita está por debajo de las tasas logradas por los países industrializados y el ritmo es tan lento en América Latina que le tomaría un siglo llegar a los niveles actuales de los países desarrollados”.[44]

Nuevamente se invoca, como al dios griego, el take off de Rostow para justificar cincuenta años después el subdesarrollo y la dependencia producto de la monumental expansión capitalista.

Y recientemente las cosas no resultan tan halagadoras. El Anuario de la CEPAL indica que la economía de América Latina sólo creció 0.5% en 2001 mientras que, ajustando sus proyecciones a la baja, el FMI estima un crecimiento de 0.7% en 2002.

Por su parte, Brasil creció 1.7% en 2001 y México decreció -0.4% en el mismo año como producto de la recesión que, según la Secretaria de Hacienda[45], experimentó la economía durante dos trimestres consecutivos en ese año. Sin embargo, dicho organismo confirmó que la economía mexicana se contrajo -2.0% en el primer trimestre de 2002, respecto a igual periodo del año anterior.[46] A lo sumo se proyecta un crecimiento de 1% para 2002.

Argentina, la economía más violentamente golpeada por la crisis estructural del capitalismo y las políticas neoliberales fondomonetaristas, con la mitad de su población en el desempleo abierto y en la pobreza, experimentó una contracción de -3.8% en 2001 y se proyecta una nueva contracción de -3.5% en 2002, con lo que se completarían cuatro años de recesión ininterrumpida.

Particularmente grave es este último caso porque, frente a déficits sistemáticos en sus tasas de crecimiento, el endeudamiento externo (que en 2001 alcanzó 142 mil 300 millones de dólares [mdd] según el Anuario Estadístico de la CEPAL, o 154 mil 951 millones de dólares [54.7% de su PIB], de acuerdo con otras fuentes)[47], constituye un lastre que impide en el futuro cualquier tentativa ya no de desarrollo, sino de crecimiento económico. Esta situación perfila a la economía argentina como el eslabón más débil de la cadena del patrón capitalista dependiente neoliberal.

Desempleo estructural y crisis de la “new economy”Durante la primera mitad de la década de los noventas fueron despedidos alrededor de 2

millones de trabajadores productivos en Estados Unidos y solamente un tercio de ellos logró posteriormente reincorporarse, pero con una disminución de sus ingresos de 20%.[48] Por su parte, los medios de comunicación y las agencias especializadas de ese país informaron que solamente en los dos primeros meses de 2001 se despidieron alrededor de 200 mil trabajadores en ese país y en el periodo de marzo de 2001 (cuando comenzó oficialmente la recesión de la economía en los Estados Unidos) a diciembre de 2001 cerca de 1.2 millones de trabajadores perdieron sus puestos de trabajo. De este modo, la tasa de desempleo se situó oficialmente en 5.8%, mayor a la que corresponde al año 2000 que fue de 4%, el nivel más bajo de los últimos 30 años.

Después de un breve periodo (entre 1993 y 2000), reapareció el desempleo, el cual no tiene tintes de solución ya que, aunque en 1993 el gobierno había anunciado la creación de un millón 230 mil empleos no señaló que 60% de ellos (728 mil) constituían empleos temporarios a tiempo parcial en el sector de los servicios[49], hoy en proceso de saturación.

La problemática del desempleo es más aguda por empresas y sectores. Chrysler Corporation, una de las tres empresas automotrices más importantes del mundo, anunció que reestructurará su producción a la baja en el continente americano, lo que implicará el recorte de 26 mil trabajadores en todas sus líneas, de los cuales 10% serán mexicanos (alrededor de 2 mil 600 trabajadores). Las plantas por cerrar son la fábrica de transmisiones de Toluca, México; y las ensambladoras de Córdoba, Argentina; y de Paraná, en Brasil. Asimismo planea trasladar la producción de la fábrica de motores de Detroit. Todo esto irá acompañado del recorte de la producción en sus fábricas

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en Detroit, Toledo, Ohio, Newark, Delaware y en tres sitios en Ontario, Canadá.Por su parte, el 11 de enero de 2002, la Ford Motor Company anunció el cierre de cinco

plantas en Estados Unidos, la reducción de su producción en 16% y el despido de 10% de su fuerza laboral, equivalente a 35 mil trabajadores en todo el mundo, 22 mil de ellos en ese país. La directiva de la segunda empresa automotriz del mundo, con presencia en 40 países, indicó que las cinco plantas que se cerrarán a largo plazo están ubicadas en Ontario, Canadá, y en Estados Unidos: Edison, Nueva Jersey; St. Louis, Missouri; Cleveland y Michigan. Otras once plantas sufrirán una “racionalización considerable” y en nueve de ellas la producción se desacelerará a lo largo de los próximos años.

General Motors, el fabricante de vehículos número uno del mundo y el único de los tres más grandes que reportó ganancias en 2001, también planea despedir en 2002 a 5 mil 670 trabajadores en Estados Unidos; es decir, 10% de su fuerza laboral en esa región.[50]

El jueves 29 de marzo de 2001, el fabricante de automóviles Delphi anunció el despido de 11 mil 500 personas en el mundo (5% de su plantilla total) y el cierre de nueve fábricas. El martes 27, Disney señaló que daría de baja a 4 mil empleados y el 22 de marzo Procter and Gamble anunció que entre este año y 2004 dimitirá a 9 mil 600 empleados, 16% de su plantilla.[51]

En Estados Unidos, el jueves 25 de enero de 2001 en “The Wall Street Journal”, AOL Time Warner anunció el recorte de 2 mil empleos, lo cual tendría lugar una semana después de que CNN News Group anunciara la liquidación de 400 empleados. Los recortes que el gigante de la comunicación ha realizado en dos semanas afectan a 2 mil 400 trabajadores.

Las compañías multinacionales de telecomunicaciones, la sueca Ericsson y la Lucent Technologies Inc., informaron el 22 de abril de 2002, que despedirán a 20 mil y 6 mil empleados, respectivamente, tras reportar pérdidas en los meses recientes. En 2001, Ericsson ya había suprimido 22 mil empleos. La empresa del ramo de tecnología de punta, Lucent Tecnologies Inc., el mayor fabricante en el mundo de equipos de telecomunicaciones, también anunció el recorte de 10 mil empleados, equivalente a 10% de su fuerza de trabajo. Esta compañía lanzó desde enero de 2001 un masivo plan de reestructuración y despidió a 6 mil empleados de un total de 56 mil. En la segunda fase de su plan de reestructuración ya había despedido a 23 mil 600 empleados, además de haber suprimido 10 mil 500 puestos en la primera fase, mientras que otros 8 mil 500 empleados se acogieron a un programa de “jubilación anticipada”. En total, esa empresa ha despedido a 48 mil 600 trabajadores y empleados entre 2001 y 2002.[52]

El jueves 22 de marzo de 2001, Procter & Gamble, empresa norteamericana fabricante de pañales, detergentes y otros de higiene íntima en general, y que mantiene una posición monopólica en el mercado de alimentos con una división dedicada a bebidas y aperitivos, anunció que despedirá a 9 mil 600 trabajadores, alrededor de 9% de su plantilla, con el objetivo de reducir sus costos de operación en unos mil 400 millones de dólares después de impuestos. La empresa, que tiene más de 110 mil trabajadores distribuidos en 140 países, dijo que estos recortes laborales se añadirán a los 15 mil anunciados en 1999 y de los cuales todavía quedan por efectuar 7 mil 800. Esta empresa prevé ahorros de entre 600 y 700 millones de dólares, como consecuencia de la reestructuración que lleva a cabo hasta el año fiscal 2004.[53]

La empresa American Express suprimió alrededor de 6 mil empleos y en 2001 acumula un total de despidos de entre 13 mil 200 y 14 mil 200, que equivalen a 15% del total de efectivos por despedir.[54]

Quizás donde más se acentuaron los despidos y el desempleo es en el sector aeronáutico mundial, donde debido a la desaceleración que venía experimentando la economía internacional y el propio sector, y al pánico causado por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados

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Unidos, el total de despedidos alcanzó la cifra de 175 mil 120 empleados (Cuadro Nº 3).

Empleos perdidos en aerolíneas y empresas de aviación en el mundo en 2001 

Empresa Empleos perdidos

Boeing 30,000

American 20,000

United 20,000

Delta 13,000Continental 12,000

US Airways 11,000

Northwest 10,000

Air Canada 9,000

Swissair 9,000

British Airways 7,000

Lufthansa 4,800

GE Aircraft 4,000

Bombardier 3,800

Alitalia 3,500

Iberia 3,000

Aer Lingus 2,500

American West 2,000

Embraer 1,800

Midway 1,700

Royal Airlines 1 ,400

Air Transat 1,300

Virgin Atlantic 1,200

Austrian Airlines 800

Lan Chile 650

Midwest Express 450

Aerocontinente 450

Frontier Airlines 440

Air Europa 330

Fuente: El Universal, 17 de septiembre de 2001.En síntesis, la crisis de la new economy (agudizada después de los acontecimientos del 11 de

septiembre que llevaron a Estados Unidos a desplegar el mayor ataque militar contra un pueblo,

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Afganistán, con el objetivo de reproyectar su poder militar intervencionista por todo el planeta)[55] se reflejó en el despido de alrededor de 2 millones de trabajadores en el transcurso de 2001, casi tres veces el número de despidos notificados en 1999. La tasa de desempleo abierto alcanzó 5.8% en ese año, según la firma de colocaciones Challenger, Gray & Christmas[56], y para abril de 2002, la tasa de desempleo había subido a 6%, de acuerdo con el Departamento del Trabajo de Estados Unidos.[57]

La estructura del desempleo en Estados Unidos se aprecia en las siguientes tasas por sectores de la población: para el grupo “afroamericano” es de 10.7%; para los “hispanos”, de 7.3% y para los “anglos”, de 5%. En total, el desempleo en esa nación se calcula en unos 8 millones de personas.[58]

El desempleo en México en la coyuntura de la desaceleración y de la crisisEl desempleo derivado de la desaceleración económica de Estados Unidos y del ciclo de

desempleo propio de la economía dependiente mexicana repercute a nivel regional y con mayor fuerza en el nacional. En efecto, por cada punto que pierde el PIB en México se dejan de crear alrededor de 200 mil empleos formales. De tal manera, con la caída negativa de -0.4% de la tasa de crecimiento de la economía nacional en 2001 (desde el 7% de crecimiento del año anterior), el país perdió la posibilidad de crear un millón 600 mil empleos a pesar de la promesa demagógica de que el gobierno conservador de Vicente Fox “garantizaría tasas reales” de crecimiento para evitar esos descensos, con el fin de crear un millón 350 mil empleos por año. Pero la realidad se encargaría de desmentir las falsas promesas de campaña que generalmente hacen todos los candidatos a gobernantes.

Tras el cierre de la empresa productora de llantas Goodyear Oxo y la liquidación, el 4 de mayo de 2001, de mil 347 trabajadores de la planta “Tultitlán” en el Estado de México, sumaron 255 mil los empleos perdidos durante el primer cuatrimestre de 2001, lo cual afectó a un millón 450 mil personas. Aún más, la empresa planea suprimir siete mil 200 plazas (de una plantilla de 105 mil empleados en todo el mundo) para “ahorrar” 150 millones de dólares en 2001 y luego 250 millones de dólares más por año. A la reducción de su plantilla de personal hasta en 50% y a los despidos de esta empresa, se añade la cascada de despidos de trabajadores de las transnacionales Ford Motors Company, Mercedes Benz (que redujo su plantilla de mil 900 trabajadores en 2000 a 630 un año después), Michelin y Compañía Hulera Euzkadi, que anunció el 9 de mayo el despido de 250 trabajadores, y otras como Bacardí y Compañía, que afectó a 600 trabajadores de la planta de Tultitlán, en el Estado de México.

De acuerdo con información del periódico “El Universal”, la empresa automotriz Volkswagen de México, con sede en Puebla, anunció el 20 de abril de 2001 que dejaría de producir cerca de 10 mil unidades y efectuaría el tercer paro de labores entre el 10 y el 12 de mayo de 2002. En el primer paro técnico, que contó con el apoyo del sindicato “para defender las fuentes de trabajo”, del 16 al 18 de abril pasado se dejaron de producir 4 mil 500 unidades de todos los modelos que se fabrican en Puebla. Con el segundo, planeado para el 30 de abril, VW esperaba dejar de producir 10.500 unidades, para “cumplir” la meta de producir al año solamente 425 mil vehículos. El cuarto paro técnico se ejecutó en mayo de 2002 supuestamente para evitar despidos de personal; pero la directiva sindical aceptó recortes a los salarios y del personal.

Dina (empresa dividida en áreas de camiones, autobuses y plásticos) realizó un reajuste-despido de personal que afectó entre 5 y 10% de su plantilla laboral de base, la cual ascendía a mil 850 obreros, y se canceló el contrato de empleados de confianza. Asimismo, impuso al sindicato la ampliación del “paro técnico” en Dina-Camiones, iniciado el 12 de junio de 2000. Sin embargo, el 11 de enero de 2001 la dirección de la empresa anunció la desaparición de la última de sus plantas asentadas en ese complejo industrial, Dina-Camiones (creada en 1951), con la amenaza de

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liquidar a sus 506 obreros, con un costo total por concepto de despido de alrededor de 100 millones 195 mil pesos que, en promedio, significan unos 21 mil 500 dólares estadounidenses para cada uno.[59]

En los primeros meses del año quedaron desempleados 2 mil 600 trabajadores de la empresa Daimler-Chrysler debido al cierre de su planta en Coahuila, y la armadora de la Pick-Up anunció paros técnicos. Con el cierre de sus plantas de Lago Alberto, en el Distrito Federal, y de las secciones de transmisiones y motores de su planta en Toluca, esta transnacional, que exporta 80% de su producción total de un millón 800 mil unidades, deja en la calle a 2 mil 600 trabajadores (alrededor de 25% del total de su plantilla en México). A su vez, Goodyear Tire and Rubber Company anunció el eventual despido de 8 mil trabajadores en la industria de autopartes.

El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y la Universidad Obrera de México (UOM) indican que las industrias maquiladoras de exportación, electrónica y de telecomunicaciones han resentido con mayor rigor los primeros síntomas de la desaceleración económica de Estados Unidos al recortar, la primera, 28.799 plazas, a principios de enero, y la segunda cerca de 10 mil, en Jalisco. Informa el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que, durante el primer trimestre de 2001 fueron liquidados en total 22.561 empleados y trabajadores en el estado de Jalisco, particularmente en las empresas maquiladoras, otrora ejemplo de “locomotoras” de la creación de empleos en el país. Prototipo del patrón de reproducción del capitalismo dependiente neoliberal y desindustrializador que floreció en el país en la década de los ochentas, esas empresas revelan hoy su anverso: ser fuentes de desocupación y miseria tan pronto como la economía norteamericana entra en dificultades. Al respecto, el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) declaró que la planta productiva de la industria maquiladora de exportación disminuyó de un millón 339 mil personas en octubre de 2000 a un millón 70 mil en abril de 2002, lo que significa una reducción de 269 mil puestos de trabajo. Lo mismo ocurrió con el número de establecimientos ya que mientras en octubre de 2000 sumaban 3.665, en abril de 2002 se había reducido a 3.316; es decir, cerraron 349 empresas.[60]

El IMSS indica que mientras en marzo de 2000 se tenían registradas un millón 49 mil 430 personas empleadas, un año después, en 2001, esa cantidad se había reducido a un millón 26 mil 919 empleos, una reducción de 2.15%. Según otra fuente [61] los estados de Nuevo León, Durango, Chihuahua y Coahuila (el norte industrializado de México), en enero-marzo de 2001 experimentaron una pérdida de 26 mil empleos en conjunto (18 mil el primero y 3 mil 200 el segundo y tercero). Otros estados, como Tamaulipas, perdieron 2 mil plazas de empleo. Hubo casos donde no se registraron cierres de plazas, pero tampoco generación de las mismas, como en Zacatecas. En Sonora la situación es crítica ante el despido de 2 mil trabajadores de la industria maquiladora de exportación y el cierre de empresas como “Playeras de Sonora”, que liquidó a más de 300 trabajadores y empleados, y el de la empresa Koamex, que despidió también a 150 trabajadores de base debido a “ajustes” en la producción.

Datos actualizados del INEGI de marzo de 2001 sobre personal ocupado en la industria maquiladora de exportación, indican que en octubre de 2000 el número de empleados alcanzó un máximo de un millón 338.970 personas, para luego decrecer a un millón 310 mil 171 en enero de 2001. Aunque el recorte fue mayor en el sector obrero (con 31.477 plazas), aumentó la contratación de personal de “técnicos de producción” y “empleados administrativos”, lo que compensó una caída mayor del empleo total en esa industria.

De acuerdo con informes del IMSS al término de la administración de Zedillo estaban registradas en el “sector formal” de la economía 11 millones 180 mil personas, pero al 15 de abril de 2001 esa cifra había disminuido a 10 millones 925 mil. En ese periodo de cuatro meses y medio

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del gobierno de Vicente Fox (quien se negaba a aceptar que el país había entrado en una franca recesión-crisis) se perdieron, en promedio, mil 875 empleos al día, es decir, 234 por hora laboral.[62]

Además de que se incrementó el desempleo y se precarizaron las condiciones de trabajo de los ocupados, el subempleo, según el INEGI, rubro que alberga a las crecientes poblaciones asalariadas sin prestaciones, también registró un crecimiento de 22.6% en enero de 2001, mientras que en el mismo mes de 2000 estaba en 21.9%. En síntesis, el gobierno reconoce que en 17 meses de administración foxista se perdieron en total 629 mil 300 empleos del sector formal de la economía nacional.[63]

Así se va configurando en el país el “empleo justo a tiempo” ( just in time job) y la flexibilidad laboral. Sólo falta legalizar esta situación en el marco jurídico con la reforma laboral que pretende imponer el gobierno conservador de Vicente Fox, que, entre otras medidas “progresistas”, pretende aumentar de 8 a 10 horas la jornada diaria de trabajo en el país.

La pérdida de miles de trabajos es uno de los primeros síntomas de la recesión en Estados Unidos, que da al traste con las promesas de campaña del presidente Fox, quien ofreció a los trabajadores que haría crecer la economía 7% para crear un millón 350 mil empleos al año, cuando a lo sumo en 2001 sólo se crearon alrededor de 540 mil puestos en el sector formal, en comparación con los 790 mil generados en 2000 (según fuentes del BBVA-Bancomer), es decir, que arroja un déficit real de 810 mil en la creación de empleos efectivos.

El crecimiento de la población económicamente activa alcanza tasas de 2.5% anual, lo que significa que se requiere la incorporación de por lo menos 1.1 millones de personas al mercado de trabajo cada año.[64] La caída de la mitad de la tasa de crecimiento de las exportaciones (de 15% en 2000 pasaron a 7% en 2001) impidió de hecho la generación de alrededor de 200 mil nuevos empleos.[65] Por otra parte, la disminución de la actividad económica en México, reflejo de la crisis de la economía de Estados Unidos y del propio ciclo económico mexicano, redujo la creación de empleos en los últimos meses. “The Wall Street Journal” señaló que el empleo manufacturero en el país (el sector de mayor ocupación), cayó en cerca de 1.5% en el primer trimestre de 2001 a causa de la disminución de la demanda. El grupo financiero BBV-Bancomer consideró que en el caso de la oferta laboral que proporcionan las empresas ligadas al comercio exterior “es evidente que la menor actividad económica de Estados Unidos ha impactado en las exportadoras”. Agregó que la industria maquiladora, que genera un cuarto del producto interno bruto (PIB), disminuyó por la mitad sus requerimientos de nuevas plazas y que en la industria manufacturera el sector más golpeado ha sido el automotriz. Solamente en Chihuahua, uno de los estados donde se genera el mayor número de empleos en este sector, se recortaron 10 mil puestos de trabajo mediante políticas de desaliento y de reducción de turnos.

Según el diario estadounidense, las plantas manufactureras recortaron los turnos de nueve a cinco horas y la semana laboral de cinco a tres días. Algunas de las firmas afectadas por la caída de la demanda son Delphi Automotive System, Lear, Sumimoto y Deer and Company. En Guadalajara, Sillicon Valley, Jabil Circuit y Solectron anunciaron despidos que en total suman 4 mil 500 plazas. En Mexicali, la firma Conexant Systems anunció el recorte de 200 puestos de trabajo. Asimismo, la empresa japonesa NEC informó que planea el despido de 500 trabajadores dedicados a la fabricación de teléfonos celulares.[66]

Vale la pena destacar que la recesión y la crisis afectan con mucho mayor fuerza a los “sectores vulnerables” como la población joven. De acuerdo con la CEPAL, dentro de la población desempleada en México, los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad constituyen un ejército de desempleados que abarca un porcentaje preocupante de la población marginada y excluida: más de 20% de la población total y alrededor de 33% de la población económicamente activa. En suma,

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ellos conforman entre 41 y 62% de los desempleados no solamente del país, sino de la región latinoamericana.[67]

Este conjunto de medidas adoptadas por las grandes compañías transnacionales y los gobiernos neoliberales en todo el mundo están encaminadas, en primer lugar, a defender de los lacerantes efectos de la crisis la tasa de ganancia. En segundo lugar, como política concomitante de los despidos masivos de trabajadores, el objetivo que persiguen es incrementar la intensidad del trabajo, prolongar la jornada laboral y remunerar la fuerza de trabajo por debajo de su valor (elementos del régimen de superexplotación del trabajo) como mecanismos idóneos para elevar la rentabilidad del capital. Pero el objetivo estratégico consiste, además de lo anterior, en incorporar y generalizar dicho régimen de superexplotación del trabajo como constitutivo de la actual etapa del capitalismo mundializado.

Si bien es cierto que muchos trabajadores son “recontratados” luego de los despidos, se verifica, sin embargo, desde el punto de vista de la dinámica del mercado de trabajo, una transformación del empleo formal en empleo informal y, mediante éste, en empleo precario. Se constituyen, así, mercados de trabajo informal y precario, junto a otros fenómenos, como el desempleo, la pobreza y la exclusión social. Las características del mundo del trabajo son la precarización y la pérdida de derechos contractuales y jurídico-laborales, a lo que coadyuvan la reforma del Estado y las reformas laborales en curso, establecidas por los gobiernos bajo la presión de los empresarios y los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE.[68]

Podemos concluir este breve análisis de la economía mundial en general, y de la new economy en particular, diciendo que, como muestran las estadísticas y la realidad de la crisis y del desempleo que se extiende por todas partes en el mundo, el ciclo virtuoso de la new economy durante la década de los noventas del siglo pasado, caracterizada por una fuerte intervención de la gestión monetarista del Estado neoliberal, fue sobre todo resultado del incremento de la superexplotación del trabajo y del desempleo, los cuales que se han convertido, como postulamos aquí, en soportes esenciales de la economía capitalista mundializada.

Los sectores, ramas y actividades ligadas a la new economy (el complejo de tecnologías de la información y la comunicación), en los que operan las grandes corporaciones multinacionales, lejos de ser motores de la recuperación y el desarrollo de la economía mundial, han dejado de ser creadores de empleos y se han convertido en expulsores de fuerza de trabajo. Los otros sectores productivos son incapaces de reclutar a los trabajadores expulsados de las demás actividades económicas.

ConclusiónLa dinámica internacional propende cada vez más al estancamiento y a la crisis prolongada.

No sólo se borraron del mapa los milagros de los NIC´s, sino, además, el centro del capitalismo mostró su debilidad estructural al ahondarse las contradicciones económicas y sociales al interior de Estados Unidos. Ciertamente, el desempleo (desatado con particular fuerza después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001) puede ser “reabsorbido” en un periodo posterior de relativa recuperación. Pero la etapa actual de la economía mundial muestra que, de cualquier forma, la mayoría de las categorías de obreros estará sometida a regímenes de precarización laboral y a crecientes deterioros en sus condiciones de vida y de trabajo. Las empresas transnacionales recurren a todo tipo de medidas y mecanismos para contrarrestar los crecientes problemas que se derivan de la sobresaturación y sobreproducción de mercancías y capitales. Asimismo para contrarrestar la caída de la rentabilidad, de la productividad del trabajo y de la

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competitividad de las empresas, el incremento de la explotación del trabajo es el objetivo esencial de la actividad intervencionista de la gestión monetarista del Estado norteamericano a través de la FED, cuyo propósito es contrarrestar o paliar las profundas contradicciones de un sistema que se resiste a perecer y que para ello recurre, incluso, a la guerra.………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..[1] Hugo Fazio, La crisis pone en jaque al neoliberalismo, causas profundas de la recesión en Chile , LOM Ediciones-Universidad ARCIS, Santiago, 1999, p. 68. Como yo, este autor prevé una profundización del ciclo depresivo de la economía mundial.[2] Una interesante, aunque polémica obra para el debate de la crisis hegemónica de las potencias, es la de Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, Caos e governabilidade no moderno sistema mundial, Contraponto-Editoria UFRJ, Rio de Janeiro, 2001, primera edición.[3] Cf. François Chesnais, A Mundializaçao do capital, Xama, São Paulo, 1996 y “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo XX”, en revista Herramienta Nº 1, Buenos Aires, agosto de 1996, pp. 18-44.[4] Robert Brenner, Turbulencias en la economía mundial, Editorial LOM-Encuentro XXI, Santiago, 1999.[5] Véase el libro de Octave Gélinier y Emmanuel Pateyron, La nueva economía del siglo XXI, Paidós, Buenos Aires, 2001, en el cual los autores mitifican la “nueva economía” como la panacea del (nuevo) funcionamiento de la economía capitalista mundial.[6] Robert Brenner, op. cit., pág. 387.[7] Thomas Coutrot, “Crítica de la organización del trabajo”, en www.rebelion.org, 14 de febrero de 2001.[8] Eduardo Beinstein, “Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia”, ponencia presentada en el Segundo Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, La Habana, del 24 al 29 de enero de 2000.[9] Robert Brenner, op. cit., p. 24.[10] Ibíd., p. 386.[11] E Universal, 21 de diciembre de 2001.[12] Brenner, op, cit., p. 26.[13] Beinstein, op. cit.[14] Brenner, op. cit., p. 73.[15] Cit. en Monthly Review, “The New Economy: myth and reality”, Anexo de la revista Aportes Nº 18, BUAP, México, abril de 2001, p. 199.[16] Urdanivia Amador Borges, “Globalización y crisis económica mundial”, en revista Trabajadores No. 22, UOM, México, 2001, p. 45.[17] François Chesnais, “La “nueva economía”: una coyuntura favorable al poder hegemónico en el marco de la mundialización del capital”, en www. rebelion.org, 15 de junio del 2001.[18] James Petras, “EU hoy: milagros económicos, bendiciones a escuadrones de la muerte, compra de candidatos”, en www.rebelion.org, 9 de septiembre de 2000.[19] Giovanni Alves, O novo (e precario) mundo do trabalho, Editorial Boitempo, São Paulo, 2000, p. 240.[20] François Chesnais, “La caracterización del capitalismo a fines del siglo XX”, revista Herramienta No. 3, Buenos Aires, otoño de 1997, p. 30.[21] Brenner, op. cit., p. 308.[22] Ibíd., p. 20.[23] Ibíd., p. 387.[24] François Chesnais, “Una conmoción en los parámetros económicos mundiales y en las confrontaciones políticas y sociales”, revista Herramienta No. 6, Buenos Aires, otoño de 1998, p. 91.[25] Ídem. Cursivas mías.[26] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 117.[27] Brenner, op. cit., p. 289.[28] Robert Brenner, “La economía de la turbulencia global (síntesis)”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 77.[29] Los datos porcentuales provienen de Claudio Katz, “La teoría de la crisis en el nuevo debate Brenner”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 80.[30] Por ejemplo, cf. Wolfang Michalsky, Riel Millar and Barrie Stevens, “Anatomy of a long boom”, en OECD, The future of the global economy, ¿towards a long boom?, París, 1999, págs. 7-32.[31] Elaine Levine, Los nuevos pobres de Estados Unidos: los hispanos, Porrúa-IIE-UNAM, México, 2001, p. 33. La autora confirma que a finales de la década de los ochentas la productividad seguía su carrera descendente, mientras que los salarios de los trabajadores norteamericanos se deterioraban y aumentaban los puestos de trabajo temporales, precarios, a tiempo parcial, mientras que se redujeron los empleos de tiempo completo, los cuales ya no proporcionaban los ingresos suficientes para mantener fuera de la pobreza a tres o cuatro miembros de una familia, op. cit., pp. 46-47.[32] Carlos Marx, El capital, FCE, México, 2000, primera reimpresión, pp. 525-526.[33] En la economía más grande del mundo, Estados Unidos, "el número promedio de horas trabajadas por semana aumentó de 40.6 en 1973 a 50.8 en 1997". Arturo Guillén, "La crisis de un mito. La nueva economía y la recesión estadounidense", en revista Trayectorias No. 8/9, UANL, México, septiembre de 2001-abril de 2002, p. 150.[34] Véase a Robert Brenner, “La economía mundial entra en recesión, un diagnóstico”, en revista Herramienta No. 19, otoño de 2002, pp. 9-25.[35] Alberto Bonnet, “Competencia, lucha de clases y crisis. Acerca del nuevo debate Brenner”, en Cuadernos del Sur No. 31, Editorial Tierra del Fuego, Argentina, abril de 2001, p. 100.[36] Para esta polémica véase Adrián Sotelo, Globalización y precariedad del trabajo en México, Ediciones El Caballito, México, 1999, especialmente el capítulo I.

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[37] Joseph Stiglitz, “Lecciones de la desaceleración global”, en El País, Edición impresa, 18 de noviembre de 2001. Ganador del Premio Nobel de Economía en 2000, Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Columbia. Fue presidente del Consejo de Asesoría Económica del ex presidente Bill Clinton y economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial.[38] Vergopoulos, Kostas, “El ciclo de la mundialización”, Conferencia Magistral presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua Guatemala, noviembre de 2001.[39] James Petras, “El mito de la tercera revolución científico-tecnológica en la era del imperio neo-mercantilista”, en www.rebelion.org, 28 de julio de 2001. [40] Jorge Beinstein, op. cit. [41] El Universal, 28 de diciembre de 2001.[42] CEPAL, Anuario Estadístico de las Economías de América Latina y del Caribe, Organización de las Naciones Unidas, Santiago, 2001, Cuadro No. 1, p. 739.[43] Ibíd., Cuadro No. 2, p. 741.[44] Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Informe de Progreso Económico y Social (IPES), en La Jornada, 28 de diciembre de 2001.[45] El Universal, 6 de febrero de 2002.[46] El Universal, 15 de mayo de 2002.[47] En efecto, la deuda externa argentina aumentó de 80 mil 869 millones de dólares en 1991, cuando comenzó la política oficial de “convertibilidad” (el equivalente a 46.4% del PIB), a 108 mil 899 millones de dólares en 1996 (el equivalente a 40% del PIB), para llegar en 2001 a 154 mil 951 millones de dólares (54.7% del PIB). Se proyecta que en 2002 el endeudamiento externo total de este país alcanzaría 58.7% del PIB, es decir, más de 171 mil millones de dólares. Cf. El país, 27 de diciembre de 2001. Para un análisis de la crisis argentina, véase Claudio Katz, “Una expropiación explícita”, en Realidad Económica No. 186, Buenos Aires, febrero-marzo de 2002, pp. 21-45.[48] Rifkin, op. cit., 1997, p. 203.[49] Idem.[50] La Jornada, 12 de enero de 2002.[51] La Jornada, 30 de marzo de 2001.[52] La Jornada, 23 de abril de 2002.[53] El Universal, 22 de marzo de 2001.[54] El Universal, 12 de diciembre de 2001.[55] En beneficio de esta tesis, dice Noam Chomsky que “Uno de los logros principales es que por primera vez Estados Unidos tiene bases importantes en Asia central. Estas son cruciales para posicionar favorablemente a las multinacionales estadounidenses en el ‘gran juego’ actual por controlar los considerables recursos de la región, pero también para completar el cerco que tiende sobre los mayores recursos energéticos del mundo, situados en la región del Golfo. El sistema de bases estadounidenses que tiene en la mira al Golfo se extiende del Pacífico a las Azores, pero la base más útil antes de la Guerra de Afganistán fue la de Diego García. Ahora, su situación ha mejorado tanto que si se considera apropiada una intervención, su despliegue será mucho más fácil”. Noam Chomsky, “Avasallar al mundo, meta de EU”, en La Jornada, 6 de septiembre de 2002.[56] El Universal, 3 de enero de 2002.[57] El Universal, 4 de mayo de 2002. Las cifras revisadas del gobierno mostraron que las empresas recortaron puestos de trabajo en cada uno de los tres primeros meses de 2002: en enero recortaron 109 mil empleos, en febrero fueron 4 mil y en marzo 21 mil.[58] La Jornada, 6 de abril de 2002.[59] La Jornada, 12 de enero de 2002.[60] La Jornada, 9 septiembre de 2002.[61] La Jornada, 20 de abril de 2001.[62] La Jornada, 9 de mayo de 2001.[63] La Jornada, 13 de mayo de 2002.[64] La Jornada, 9 de Abril de 2001.[65] La Jornada, 4 de mayo de 2001.[66] La Jornada, 10 de abril de 2001.[67] El Universal, 13 de abril de 2001.[68] Cf. sobre este tema Adrián Sotelo, Globalización y precariedad del trabajo… op. cit; Graciela Bensusan y Carlos García, Estado y sindicatos, crisis de una relación, Fundación Friedrich Ebert-UAM, México, 1989; Marco Gómez, “Examen crítico de la iniciativa de decreto que reforma la Ley Federal del Trabajo propuesta por el PAN”, en Varios, Legislación Laboral: el debate sobre una propuesta, UNAM-Fundación Friedrich Ebert, México, 1996, pp. 29-44; revista Trabajadores No. 7 de la Universidad Obrera de México, México, agosto-septiembre de 1998, dedicado al debate de la Ley Federal del Trabajo, y Octavio Lóyzaga de la Cueva, La flexibilización de los derechos laborales en la recomposición del capitalismo, UAM, México, 1997. Para una visión comparativa (si bien subjetiva y mistificadora), vid. María Luz Vega Ruíz (editora), La reforma laboral en América Latina, un análisis comparado, Oficina Internacional del Trabajo, OIT, Lima, 2001.

CAPÍTULO 4: CRISIS Y REESTRUCTURACIÓN DEL MUNDO DE TRABAJOIntroducciónLa introducción de los nuevos paradigmas del trabajo en América Latina no fue presidida por

reformas sustanciales que prepararan el terreno para asimilarlos en un “entorno propositivo” para la fuerza de trabajo. Por el contrario, de manera similar al modo en que se industrializó la región, los paradigmas introducidos por las empresas transnacionales con el apoyo de las reformas del Estado

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en particular la reforma laboral sirvieron para articular la reestructuración del mundo del trabajo con las formas preexistentes de organización y explotación, constituidas durante el periodo de la industrialización sustitutiva de importaciones. El resultado de este proceso fue la formación de un paraíso para el capital en el que éste puede explotar intensa y extensamente a la fuerza de trabajo utilizando las instituciones básicas existentes en la región, es decir, la legislación laboral degradada, el raquítico régimen salarial y el sindicalismo corporativo.

La gestión de la fuerza de trabajo por parte del EstadoLa controversia en torno del papel del Estado en la sociedad y la economía del siglo XX

derramó mucha tinta, pero no resolvió lo esencial: vislumbrar cuál iba a ser ese papel en el capitalismo mundial del siglo XXI. Podemos advertir tres periodos respecto a dicho papel. El primero abarca de principios del siglo veinte hasta la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en el cual el Estado asumió características liberales. En el segundo, que comprende desde la segunda Posguerra hasta inicios de la década de los ochentas, el Estado de bienestar reinó soberano en los principales países imperialistas. El tercero, que se extiende hasta la actualidad, arrancó en 1979 en la Inglaterra de Margaret Tatcher, y con las políticas conservadoras de Ronald Reagan en Estados Unidos (1980), de Khol en Alemania (1982); de Schluter en Dinamarca (1983) y, en general, las que pusieron en práctica los gobiernos del norte de Europa Occidental durante la década de los ochentas (con excepción de Suecia y Austria).[1]

En esta última etapa se gesta el neoliberalismo, la forma imperialista de Estado encaminada a abrir de par en par las puertas al libre juego de las leyes del mercado, es decir, la globalización de la ley del valor/trabajo en strictu sensu que prácticamente se impone a todas las sociedades del siglo XXI, cuyos sistemas de producción, distribución y consumo quedan, de esta manera, subordinados a la economía capitalista mundial.

Al mismo tiempo que se derrumba el socialismo soviético a finales de la década de los ochentas, todas las naciones del planeta incrementaron la presencia y las funciones del Estado no solamente en la vida económica, política y militar, sino en las demás esferas de la existencia humana: en la cotidianeidad, en la estética, en el medio ambiente, etcétera. Sin embargo, el poder económico y la actividad de explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales fueron entregados al capital, a las empresas transnacionales, a los especuladores financieros y a los traficantes.

En contra de lo que se dice, la intervención del Estado capitalista, y no el mercado, es hoy más importante que en el pasado para garantizar la reproducción del sistema. Este papel se puede ver tanto al interior de los países desarrollados, como en los periféricos y subdesarrollados. Respecto a los primeros dice Jame Petras, “cada vez con más frecuencia y con medios cada vez mayores, el estado imperial ha jugado un papel dominante en la gestión de crisis, salvando de la bancarrota a importantes inversionistas, apuntalando a compañías multinacionales insolventes e impidiendo el colapso de divisas. Más que nunca, las compañías multinacionales y la llamada ‘economía global’ dependen de la constante y masiva intervención de los estados imperiales para administrar la crisis, y conseguir ventajas (adquisiciones de empresas locales)”.[2]

Por su parte, después de analizar el papel del estado en Estados Unidos durante las décadas de los ochentas y noventas del siglo XX, en el mismo sentido se pronuncia Noam Chomsky al proclamar que: “Naturalmente Estados Unidos no es el único país que recurre a estas prácticas. La Comunidad Europea, Japón y los nuevos países industrializados (NPI) tienen su propio abanico de mecanismos para promover el desarrollo económico violando los principios del mercado.

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Resumiendo un fenómeno bien conocido, un informe de la OCDE de 1992 concluye que “en la actualidad, las ventajas comparativas y la división internacional del trabajo de las industrias de alta tecnología están más condicionadas por la competencia de los oligopolios y la interacción estratégica entre empresas y gobiernos, que por la mano invisible de las fuerzas del mercado”. Lo mismo sucede con las industrias agrícolas, farmacéuticas, de servicios y en los principales sectores de la actividad económica en general. Por supuesto, la inmensa mayoría de la población mundial, sometida a la disciplina del mercado -y obsequiada con odas que cantan sus excelencias-, no debe oír este tipo de cosas.[3]

En cuanto a los segundos, se da una articulación entre los Estados de los países dependientes y los imperialistas desarrollados, sobre todo en los momentos de crisis. Así, en las recientes crisis de 1994-1995 el sistema financiero mexicano estuvo al borde del colapso y el presidente Clinton autorizó una partida especial de 20 mil millones de dólares para estabilizar el peso y rescatar a los inversionistas estadounidenses. Lo mismo ocurrió con la crisis asiática de 1997-1998 y con la brasileña de 1999.[4]

En general, no se puede concebir la etapa neoliberal del capitalismo si no se advierte que su implantación y expansión durante las décadas de los ochentas y noventas dependió de la presencia e intervención del Estado.

Tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 el Estado norteamericano se expandió en su dimensión militarista por todo el mundo, contando con los buenos oficios de los gobiernos serviles de la mayoría de los países dependientes de la periferia capitalista.[5] Sin esa intervención y sin la docilidad de los Estados nacionales periféricos, el capitalismo global se hubiera colapsado.

Lo mismo se puede decir de los Estados europeos, cuya intervención ha sido fundamental en la creación de la Unión Europea, verdadero bastión de Estados imperialistas encabezado por el gobierno y el capital alemán, su papel hoy es funda- mental para mantener la cohesión del modo de producción capitalista en escala planetaria. De esta manera, podemos decir en general que hoy se (re) construye un sistema imperialista donde del mismo modo en “que Estados Unidos fue el líder en el desarrollo de su imperio neoliberal y Europa fue una región seguidora, ahora cuando se trata de la transición a un imperio neomercantilista, Estados Unidos juega el papel dirigente”.[6]

Fuera de la demagogia de los ideólogos neoliberales, podemos decir que: […] el imperialismo neoliberal con su retórica de libre mercado y su apertura selectiva de mercados está siendo reemplazado por un neomercantilismo que apunta a la mayor monopolización de zonas de comercio regionales, a más decisiones políticas unilaterales para maximizar las ventajas comerciales y la protección de los productores interiores y una mayor dependencia de estrategias militares para profundizar el control sobre las economías liberales atormentadas por la crisis, dirigidas por clientes desacreditados y para aumentar el keynesianismo militar.[7]

La crisis del fordismo-taylorismo y la gestión estatalEl motor propulsor del desarrollo capitalista son los intereses de la burguesía. A partir de la

Revolución Industrial y el triunfo de la revolución burguesa europea en el siglo XVIII, las revoluciones subsecuentes sirvieron para desplazar de la esfera del poder del Estado a las viejas clases feudales y eclesiásticas. En el siglo XIX la forma liberal capitalista del Estado serviría como palanca para afianzar definitivamente el poder político de la burguesía. En el siguiente siglo el imperialismo será un rasgo dominante del poder del Estado, a tal grado, que indujo una tendencia a la disolución de los Estados nacionales como fenómeno característico de la “globalización”.

Así como el Estado fue organizador y gestor de la fuerza de trabajo para responder a las necesidades de explotación y valorización del capital durante la vigencia del Estado de bienestar, en

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el periodo neoliberal dicho Estado es el principal agente desestructurador de la regulación y de la gestión de la fuerza de trabajo.[8] A través de legislaciones y reformas laborales y sociales, promueve su des-reglamentación y consiguiente flexibilización. Como certeramente dice James Petras: Es el Estado quien crea el marco adecuado para la expansión y consolidación de las multinacionales estadounidenses en América Latina. También es el Estado quien apoya materialmente a los regímenes latinoamericanos para que repriman a los oponentes al neoliberalismo. Este continuado y expansivo papel del Estado nos ofrece argumentos contra la doctrina repetida por los teóricos y protagonistas del neoliberalismo y la globalización.[9]

Tal tesis, que suscribimos ampliamente, contradice a quienes, como Octavio Ianni, predican la abolición del Estado-Nación en la época del neoliberalismo[10] pues no toman en cuenta las contradicciones que suprimen las dimensiones sociales del Estado en materia de reproducción de la fuerza de trabajo y de derechos sociales y laborales, pero refuerzan sus funciones de dominación y represión para mantener y reproducir el sistema capitalista. Podríamos postular que sin Estado fuerte e interventor no puede haber sistema capitalista duradero; éste perecería bajo la insurrección de las masas populares y de la izquierda revolucionaria.

Mediante el Estado imperialista el capital modificó el paradigma fordista-taylorista para instituir nuevas formas de organización y explotación de la fuerza de trabajo como el toyotismo japonés, la reingeniería norteamericana y el kalmarianismo sueco; la especialización flexible; los métodos como el Kan Ban, el just in time, la formación de equipos de trabajo en las fábricas, empresas y oficinas, y los círculos de control de calidad; el empleo intensivo de tecnología en el proceso productivo y en el diseño de mercancías.

Una vez desestructurado el capitalismo de bienestar y el fordismo-taylorismo que le sirvió de sustento “[…] la tecnología tradicional por las líneas del fordismo tiende a ser sustituida por la organización en equipos en busca de flexibilidad, lo que reduce la capacidad de los asalariados de organizarse en un poder sindical. Ese problema se presenta con mayor gravedad en el capitalismo más desarrollado, principalmente en Estados Unidos, y en él radica la tendencia generalizada hacia la concentración del ingreso.[11]

En el sistema neoliberal cambia la función histórica del Estado, tanto respecto a la acumulación de capital como a su relación con la sociedad y los partidos políticos, la cual ahora tiende a ser “mediada” por el “mercado”. También cambian las condiciones histórico-estructurales y políticas que lo perfilaron como un Estado de bienestar keynesiano articulado con el fordismo-taylorismo que lo acompañó en los países avanzados.[12]

Uno de los resultados más visibles de estos cambios es justamente la flexibilización de la fuerza de trabajo y de sus dimensiones político-institucionales como el sindicato, la legislación laboral, las negociaciones obrero-patronales, y de instrumentos de lucha como la huelga, el boicot a la producción, etcétera.

La historia del desarrollo capitalista de las décadas de los ochentas y los noventas del siglo XX es la historia del desmantelamiento de la dimensión social del Estado y de la configuración de un nuevo paradigma económico que sustenta la flexibilización de las relaciones sociales de producción. En esta nueva forma de economía capitalista, el desarrollo de las fuerzas productivas estimula el incremento de la explotación de la fuerza de trabajo y de la productividad. Aquí, el Estado desempeña un papel central. Para comprender este nuevo papel necesitamos comprender la ley del valor/trabajo como base de la mundialización del capital en curso.[13]

La gestión del trabajo flexible en la era de la globalizaciónLas políticas de ajuste del neoliberalismo atacaron directamente al mundo del trabajo por

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varios flancos; en el terreno laboral, reformaron las condiciones de contratación, uso y despido de la fuerza de trabajo, desmontaron garantías y prestaciones económico-sociales para los trabajadores e introdujeron reformas para regular los salarios de acuerdo con las tasas de productividad. [14] En el aspecto social y sindical, dichas políticas redujeron el marco de acción legal y político de los sindicatos, disminuyeron su peso en las relaciones obrero-patronales, liquidaron el derecho de huelga y fortalecieron el poder de las gerencias sobre el mundo del trabajo.

En América Latina, los gobiernos civiles que emergieron del retiro de las dictaduras se propusieron como objetivo explícito reestructurar las relaciones sociales y laborales para hacerlas funcionales a las nuevas condiciones de acumulación y valorización del capital: “La opción que enfrentó la tercera oleada de presidentes neoliberales nuevos o reelectos fue, y es, la de la profundización cada vez mayor de la explotación por el libre mercado y el creciente riesgo de cataclismos sociales organizados”.[15]

La libertad política y la democracia formalmente instituidas por los gobiernos neoliberales de la región, con el apoyo de Washington y de las empresas transnacionales, sirvió de acicate para imponer desde los parlamentos sendas contrarreformas institucionales encaminadas a desmontar los derechos de los trabajadores e instituir legalmente la flexibilidad del trabajo en sentido regresivo.

De esta forma, como se anotó anteriormente, la acción combinada del Estado y el capital durante las dos últimas décadas del siglo XX modificó el mundo del trabajo mediante reformas institucionales que lo volvieron flexible, polivalente y precario, absolutamente moldeable y funcional a las necesidades de compra y venta de fuerza de trabajo, y a la lógica de reproducción del capital. Esta desintegración del mundo del trabajo amenaza a la organización sindical e impide su reorganización como ente de lucha para enfrentar y contrarrestar la prolongada fase recesiva de la economía mundial y las ofensivas estratégicas del capital. Los trabajadores quedaron inermes ante el desempleo y los despidos masivos, la rebaja salarial, el recorte de prestaciones y de derechos y la pobreza.

Se ha afirmado que una forma de frenar ese despedazamiento del mundo del trabajo consiste en obligar al capital a invertir productivamente y crear empleos integrales y permanentes. [16] Pero para que esto sea una realidad viable se requiere que la organización sindical y la clase obrera se propongan lo anterior como objetivo explícito y estratégico. Clause Offe y Karl Hinrichs incluso dicen que “[…] aunque se lograra fortalecer la intención inversora de los empresarios, el efecto ocupacional de ahí resultante podría ser bien insignificante, ya que, a causa de las inversiones en racionalización, en muchos casos (la microelectrónica) la repercusión sería negativa (crecimiento sin puestos de trabajo)”.[17]

Pero esta aseveración sólo sería cierta si las luchas obreras y sindicales se circunscribieran a reivindicaciones marcadamente economicistas, es decir, al mero aumento de salarios o a la simple defensa del empleo, como ocurre con la lucha reformista que despliegan el sindicalismo corporativista y los partidos políticos. Por el contrario, si las estrategias de la lucha sindical y de los trabajadores incluyen demandas que recuperen su situación laboral y de sus sindicatos como instrumentos de lucha, entonces se abren perspectivas no sólo para la reivindicación de dichas demandas, sino para la organización autónoma e independiente respecto del Estado y los partidos políticos que permita mejorar las condiciones en que se llevan a cabo dichas luchas. En otras palabras, si bien advierto las limitaciones de los sindicatos dentro del capitalismo para convertirse en sujetos históricos de transformación, solamente ventilo la posibilidad de que los sindicatos sirvan como instrumentos de lucha para frenar la fragmentación del mundo del trabajo y coadyuven a su restitución, como de hecho ha ocurrido en Estados Unidos, Francia, España, Corea del Sur o México ante los procesos de privatización, las reformas laborales neoliberales y los despidos de personal.

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Menciono, por ejemplo, la huelga general de trabajadores de empresas públicas en Francia a finales de 1995; la huelga de 185 mil trabajadores mensajeros de la United Parcel Service (UPS) en Estados Unidos, en agosto de 1997, que logró la conversión de 10 mil contratos de trabajo precarios en contratos de trabajo formales e integrales; la huelga general de más de dos millones de trabajadores en Corea del Sur, en 1997, que derrotó las intenciones del gobierno de flexibilizar la legislación laboral y precarizar el trabajo; las recientes movilizaciones de los trabajadores italianos, quienes realizaron una huelga general que paralizó Italia en marzo de 2002 para protestar contra los cambios adversos en las leyes de protección al trabajo.

Cabe también mencionar las recientes movilizaciones del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y de otras organizaciones sociales contra los intentos del gobierno de privatizar la industria eléctrica a favor del capital extranjero y por la defensa del empleo. Otros gremios sindicales, como la Intersindical Primero de Mayo, los Sindicatos Universitarios de la UNAM y de la UAM, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, etcétera, se han organizado para oponer un frente común contra los intentos del gobierno y de los empresarios de flexibilizar el trabajo a través de la reforma laboral de corte neoliberal que lesiona seriamente los derechos y conquistas históricas de los trabajadores.[18]

Ciertamente que las anteriores son experiencias aisladas que no caracterizan al conjunto del mundo del trabajo, el cual más bien se encuentra fragmentado y debilitado por las estrategias económicas y políticas del neoliberalismo. Ello explica el hecho de que la racionalización y automatización del proceso de trabajo y del empleo se hayan convertido en poderosas fuerzas proempresariales que impiden la regeneración de los mercados internos, la elevación del nivel de empleo y de los salarios, la calificación de la fuerza de trabajo, el desarrollo de la tecnología, la educación, la investigación y la ciencia, elementos necesarios para modificar la situación negativa de un crecimiento sin puestos de trabajo hacia un crecimiento con creación de puestos de trabajo y con derechos integrales y restituidos para los trabajadores.

Además, esta situación negativa subsistirá si no se supera el carácter especulativo y parasitario del capitalismo liderado por el capital financiero internacional, y la precarización del trabajo en que se basa la reconstitución de los sistemas productivos y de las relaciones laborales caracterizada por el neo-taylorismo, el neo-fordismo, la reingeniería, el toyotismo, el kalmarianismo, así como la organización del trabajo plasmada en la flexibilidad (just in time, la polivalencia, la rotación de puestos, la desreglamentación de los contratos de trabajo y, sobre todo, la pérdida de derechos sociales y contractuales).[19]

La gestión directa del capital sobre actividades que antes eran de la incumbencia del Estado, tales como el desarrollo de la informática y de los medios electrónicos de comunicación de masas, el diseño y ejecución de políticas económicas y sociales, no cambia la esencia contradictoria del modo capitalista de producción, sino que confirma su vocación global de convertir toda actividad humana, social, política y cultural en atributo mercantil del capital. Muy lejos se está del “advenimiento” de sociedades postmodernas sustentadas en terceras vías, porque esas sociedades siguen reposando, hoy más que nunca, en la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, así como en la explotación de la fuerza de trabajo. [20] La flexibilidad laboral y la fase especulativa del capital que bloquea la producción de valor no alteran, sino confirman, la estructura del orden capitalista y sus leyes, particularmente la ley del valor-trabajo que rige la mundialización del capital.

La extensión de la superexplotación del trabajoEn la medida en que la economía dependiente se especializa en las actividades

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exportadoras, también se afianza un régimen de disociación de la fuerza de trabajo precaria respecto de la esfera del consumo. Esta es la base posibilitante de la superexplotación del trabajo que permite que la fuerza de trabajo sea remunerada por debajo de su valor. El actual patrón de acumulación de capital dependiente neoliberal-exportador abre de par en par sus fronteras económicas al capital internacional en un marco de desmantelamiento del fordismo y del Estado keynesiano. La superexplotación del trabajo articula los paradigmas del trabajo en el capitalismo mundializado. Esta realidad no es privativa del neoliberalismo económico actual, sino que surgió como característica del capitalismo dependiente.

¿Cómo se justifica en términos históricos la superexplotación del trabajo? Ruy Mauro Marini es quien ha explicado mejor este punto. En lo que sigue sintetizamos sus tesis:

1) En la periferia del sistema, el capitalismo se organizó sobre la base del desarrollo de industrias y ramas de la producción y de medios de consumo suntuario que atendían a una demanda restringida de clases sociales medias y altas de la burguesía, así como a las necesidades de valorización circunscritas a la obtención de ganancias extraordinarias del capital en general, que actualmente son el pivote de la globalización financiera especulativa.

2) El consumo de los productores directos (obreros industriales, campesinos, artesanos, etcétera, es decir, de la mayoría de la población) quedó fuera de la lógica de la producción interna y de los mercados suntuarios nacionales y mundial.

3) La constitución de los mercados internos de medios de consumo y de fuerza de trabajo obedeció a la lógica establecida por los ítems 1 y 2.

4) En síntesis, en la medida en que las ganancias y los mercados dinámicos (de bienes de consumo y de fuerza de trabajo) dependían de la lógica de la reproducción suntuaria y del mercado mundial (exportaciones-importaciones, inversión extranjera directa y, después, masivamente indirecta), el capital, la burguesía y el empresariado favorecidos por las políticas de industrialización promovidas por el Estado, tenían manga ancha no sólo para explotar a los trabajadores mediante los métodos de plusvalía absoluta y relativa, sino, además, para remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor.

En la década de los setentas del siglo XX, la tesis de la superexplotación del trabajo describía la realidad de la reproducción capitalista dependiente. Lejos de debilitarse, esta tesis adquiere aún más vigencia con la dinámica de la globalización y del patrón capitalista neoliberal, caracterizado por el hecho de que el nuevo “modelo de crecimiento” impuesto depende crecientemente de la dinámica de las exportaciones, particularmente de las de bienes industrializados, en detrimento del desarrollo de los mercados internos de consumo y de trabajo. El capitalismo neoexportador es responsable de la generación de procesos internos de recesión, y consecuentemente del desempleo y subempleo estructural que profundizan las características de la economía dependiente: a) incremento inusitado de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo; b) concentración del ingreso; c) disminución de los salarios reales; d) predominio de la inversión extranjera y, en una etapa avanzada como la actual, de la inversión parasitaria de cartera, y e) des-industrialización y especialización del aparato productivo.

Ese nuevo patrón de acumulación de capital dependiente, lejos de reaccionar con desarrollo tecnológico y consecuentes aumentos de productividad, lo hace a la manera clásica, es decir: aumentando las importaciones de mercancías con alto contenido tecnológico provenientes de los países avanzados destinadas a los procesos productivos locales y a la satisfacción de la demanda de las clases medias y altas de la burguesía. En la actualidad, ese patrón de acumulación es extremadamente deficitario, propende al estancamiento económico, aumenta el endeudamiento externo y explota al máximo a la fuerza de trabajo para poder subsistir.

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El establecimiento del nuevo patrón de acumulación del capital hubiera sido imposible sin la intervención estatal durante los años ochentas y noventas. Se hizo a costa de desmantelar las bases nacionales de la acumulación de capital, de profundizar la dependencia estructural y de extender la influencia del capital internacional, que ahora se coloca como motor de un frenético crecimiento cuantitativo totalmente divorciado de las necesidades nacionales, de los mercados internos y especialmente de las de los trabajadores. Lo anterior se comprueba analizando la relación entre la reactivación económica y el comportamiento de las tasas de empleo y desempleo.

En efecto, las reactivaciones económicas (1994, 1996-1997 y 2000 para México; 1993-1994, 1996-1997 y 2000 para América Latina) de muchos países de la región durante la década de los noventas, fueron insuficientes para garantizar tasas reales de crecimiento de la ocupación o siquiera la disminución del desempleo abierto y disfrazado y, por supuesto, de la pobreza. Por el contrario, en dichos periodos el desempleo urbano aumentó (como se observa en el Cuadro 4) al pasar de un índice de 6.5% entre 1993-1994, a otro de 7.7% en 1996-1997 y a 8.6% en 2000, para promediar 7.6% en América Latina en el periodo 1993-2000. Mientras que en México el comportamiento fue de 3.7% en 1994; 4.6%, entre 1996-1997 para promediar 3.5% entre 1994-2000.

América Latina y México: Comportamiento del desempleo urbano con base en el ciclo económico (en porcentajes)

Periodos de recuperación

Tasa de desempleo

América Latina

1993-94 6..5% 1996-97 7.7% 2000 8.6% Promedio 7.6% México

1994 3.7% 1996-97 4.6% 2000 2.3% Promedio 3.5% Periodos de crisis

América Latina

1998 8.1% 1999 8.7% Promedio 8.4% México

1998 3.2% 1999 2.5% Promedio 2.8%

Fuente: Elaboración propia con base en Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2000, Santiago de Chile, 2000. Cuadro A-5 (p. 89).

En el caso de Chile, “[…] en 1994 el índice de desocupación era de 7.8%; para 1997 éste se había logrado reducir a 6.1%. En 1998, empero, la tasa aumentó un punto porcentual, para dispararse en forma contundente en 1999. Hasta septiembre último el desempleo era de 14.4%,

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equivalente a 663 mil personas”.[21] No obstante, durante ese periodo (1994-2000) la economía chilena creció 5.1% en promedio anual.

Como sostiene Jürgen Weller, una de las consecuencias de las políticas neoliberales es que en la mayor parte de América Latina “[…] la recuperación moderada del crecimiento a nivel regional no ha incidido en una vigorosa generación de empleo productivo. La creación de nuevos puestos de trabajo se ha concentrado en gran parte en ocupaciones de baja productividad media y se ha reducido la participación de las actividades formales en la estructura de empleo. En la segunda mitad de esta década, la tasa de desempleo abierto regional se ha ubicado en niveles elevados, no vistos desde la crisis de inicios de los años ochenta. En muchos países de la región, los salarios reales de las actividades formales aún no han sobrepasado los niveles alcanzados en 1980”.[22]

Aún más, este fenómeno representa un cambio cualitativo de tendencia respecto al periodo previo a la instauración del neoliberalismo. En efecto, en el pasado, el comportamiento de ambos factores (empleo-producto) presentaba una marcada relación positiva: cuando el producto crecía también crecía el empleo; cuando aquél caía, éste también se reducía, hasta que la reactivación de la producción reactivaba el empleo. Ahora la situación ha cambiado: en fases de recesión el empleo cae más abruptamente que el producto y cuando éste se reactiva, el empleo no lo hace o lo hace a la zaga y en condiciones de mayor precariedad.[23]

De esta forma, los ciclos de la economía capitalista dependiente presentan comportamientos perversos en los que, a diferencia de los periodos anteriores en que se perfilaban aumentos del empleo y de los salarios reales, éstos decrecen junto a un inusitado aumento de la pobreza y de la pobreza extrema[24] Se establece, así, una conexión entre pobreza y mercados laborales porque de éstos dependen las fuentes de sus ingresos para poblaciones crecientes de trabajadores. Además, ni aun los periodos de recuperación económica son capaces de contrarrestar el creciente desempleo ni, por tanto, la pobreza. Como reconoce la CEPAL, “[…] los problemas más graves de la región se encuentran todavía en el mercado laboral. Aunque la recuperación del crecimiento del PIB en el 2000 (4%) elevó ligeramente la tasa de ocupación, no bastó para bajar la tasa de desempleo, que se mantuvo cerca de 9%, casi una máxima histórica para la región. Un factor que podría explicar tal disociación es que las empresas continuaron sus esfuerzos por aumentar la productividad, con lo cual se crearon menos puestos de trabajo, aun cuando repuntó el crecimiento. Otro factor se referiría a la composición sectorial de este último. En efecto, en un grupo de países en que las tasas de crecimiento subieron notablemente respecto del año anterior no se produjeron mejoras paralelas en la situación del empleo, debido a que la expansión se concentró en sectores de uso intensivo de capital, a menudo productores de bienes de exportación. Esto último se vincula con el rezago de la demanda interna, ya que las pequeñas y medianas empresas que producen para el mercado interno son las que más puestos de trabajo crean”.[25]

La contracción del empleo provocada por la organización del trabajo basada en los nuevos paradigmas laborales refuerza las políticas y mecanismos de extorsión del trabajo: despidos masivos, rebaja salarial y aumento de la jornada de trabajo. La consecuencia de esto es el aumento del desempleo y la competencia inter-obrera en todo el mundo y la extensión de la precarización, de la superexplotación del trabajo y la exclusión social la que se caracteriza por un sentimiento de ineficacia personal para salir adelante en la vida, de inseguridad frente a la falta de trabajo, a la prepotencia policiaca o a los peligros de las ciudades tugurizadas (inundaciones, delincuencia…); la responsabilidad se restringe a lo inmediato: la familia, el vecindario a lo sumo; la igualdad no subsiste ni siquiera de manera simbólica frente a la evidencia de las desigualdades en todos los órdenes de la vida. Además se degrada el acceso a información que se supone condición para la toma de decisiones ciudadanas.[26]

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El actual patrón de reproducción de capital, aun en periodos de crecimiento, implica la precarización de los nuevos empleos, pero también de los ya existentes (por ejemplo, cuando pasan de estables a inestables mediante el despido, primero, y la recontratación, después) a diferencia de lo ocurrido durante el periodo “orgánico” de la industrialización latinoamericana.

Como afirma Love, en relación con el pensamiento de Celso Furtado, “[…] en las economías latinoamericanas más grandes, la industrialización había ocurrido históricamente en periodos de crisis. Para él (Furtado), como para otros estructuralistas contemporáneos, la Gran Depresión había representado un hito, tras el cual las mayores economías de América Latina habían avanzado definitivamente hacia una economía en la que el motor del desarrollo era el mercado interno, más que el internacional, y para el cual la industrialización impulsaba el proceso de crecimiento”.[27]

Hoy en día es al revés: la crisis de los países centrales no ofrece ninguna oportunidad para desarrollar la industrialización y el mercado interno porque el patrón neoliberal privilegia el mercado mundial y los empleos tienden a degradarse y a transformarse en empleos precarios, sin ninguna consideración jurídico-política por parte del Estado, que, por el contrario, desmonta los mecanismos estructurales e institucionales para facilitar la implantación de la flexibilización de las relaciones sociales y de la fuerza de trabajo.

Además, el fenómeno que he denominado como “inversión de los ciclos económicos”, que se expresa en la prolongación de los periodos de crisis y en la disminución de las fases de prosperidad, provoca que el crecimiento (cada vez más precario) y el déficit de la balanza de pagos (cada vez más pronunciado) se comporten de manera inversa...

América Latina y el Caribe: Principales lndicadores Económicos 1998, 1999 y 2000

Año 1998 1999 2000 Actividad económica y precios

Tasas de variación

PIS 2.3 0.3 4.0 PIS por habitante

0.6 -1. 2.4

Precios al consumidor

10.3 3 9.5 8.9

Relación del intercambio

-5.8 0.4 3.7

Porcentajes

Desempleo urbano abierto

8.1 8.7 8.6

Resultado fiscal/PIB

-2.5 -3.1 -2.4

Sector Externo

Miles de millones de dólares

Exportaciones de bienes y servicios

326 342 410

Importaciones de bienes y servicios

379 361 422

Balanza de bienes

-33 -4 5

Balanza de servicios

-19 -15 -17

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Saldo de renta de factores

-51 -53 -56

Saldo en cuenta corriente

-87 -53 -49

Cuenta de capital y financiera

70 40 5

Balanza global -17 -13 22 Transferencias netas de recursos

27 -6 -3

Fuente: CEPAL, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2000, Apéndice Estadístico, pág. 10. al Estimaciones preliminares. bl Promedio simple.

Mientras que la tasa de crecimiento económico (PIB) de América Latina pasa de 2.3% en 1998 a 4.0% en 2000 y el saldo negativo en cuenta corriente se reduce de 87 mil millones de dólares a 49 mil millones de dólares, la tasa promedio de desempleo urbano abierto se incrementa de una tasa de 8.1% en 1998 a 8.6% en el año 2000. Obsérvese la nula influencia que ejerce la dinámica de crecimiento de la economía latinoamericana en la reducción del desempleo e, incluso, en la creación de nuevos empleos productivos.

Sobre esta disfunción del sector externo en el caso de México en la década de los noventas afirma el economista David Márquez Ayala lo siguiente: “En un comparativo de los periodos enero-mayo del sexenio, claramente se observa el superávit comercial registrado en los primeros tres años de la crisis (1995-1997) -por la disminución de importaciones-, y cómo éste se torna déficit en los tres últimos años de relativa recuperación (1998-2000). México mantiene intacta su disfunción estructural que transforma todo crecimiento económico en desequilibrio externo”,[28] con las consabidas consecuencias nefastas para la generación de empleos.

Según la CEPAL, mientras que el déficit comercial mexicano en 2000 alcanzó la cifra de 11.275 millones de dólares, (62% superior al déficit del año anterior que fue de 6.980 mdd), el déficit de la balanza de pagos alcanzó 19.000 millones de dólares, 26% por encima de la cifra del año anterior (14.013 mdd).[29]

Estas características están presentes en la mayoría de los países de la región, aun en aquellos que, como México y Brasil, incorporaron tecnología de punta en sectores de su industria moderna nacional y en las empresas extranjeras. A la inversa de lo que predicaba la propaganda oficial, el resultado de la modernización productiva y tecnológica que operó sobre la marcha del patrón de acumulación dependiente neoliberal, no tuvo un “efecto armónico” en las variables micro y macro- económicas. Al contrario, se profundizó la heterogeneidad estructural y el déficit externo actuó en detrimento del crecimiento económico y de la generación de empleos productivos.

Conclusión

El Estado desempeñó un papel fundamental en la reestructuración del viejo capitalismo posbélico para favorecer a las fuerzas del mercado como rectoras del proceso de acumulación de capital. Cumplida esta tarea, la lógica de la acumulación y las políticas del Estado y del capital implementaron, mediante reformas neoliberales, la reestructuración productiva y la flexibilización de la fuerza de trabajo. La gestión de ésta última dejó de depender cada vez más, en cuánto a derechos, prestaciones y dinámica salarial, de la gestión directa del Estado, para pasar a gravitar en torno de las

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políticas empresariales en representación directa de los intereses estratégicos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de las corporaciones multinacionales.

Debido a un debilitamiento de la estructura sindical mundial y de las luchas obreras, el curso ulterior que han asumido las políticas reestructuradoras del capital se concentra en tres dimensiones: a) tendencias muy fuertes a la rebaja de los salarios, b) aumento de la explotación y superexplotación en todas sus facetas y, c) extensión de la precarización del trabajo como un fiel reflejo de la imposición de la flexibilidad laboral, porque ahora el obrero tiene que “trabajar más”, ganando menos, para sobrevivir en un mundo “individualizado” y “competitivo” rodeado de millones de pobres y hambrientos...................................................................................................................................................................... [1] Cf. Perry Anderson, “Balanço do neoliberalismo”, en Emir Sader y Pablo Gentili (organizadores), Pósneoliberalismo, as políticas sociais e o Estado democrático, Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1996, p. 11.[2] James Petras, “Imperio con imperialismo”, en www.rebelion.org, 7 de noviembre de 2001.[3] Noam Chomsky, El nuevo orden mundial (y el viejo), Crítica, Barcelona, 1996, pp. 145-146.[4] Lo mismo se puede esperar para “solventar” la crisis de la economía argentina en curso. Pero hasta ahora (diciembre de 2002), ni el FMI-BM ni el gobierno norteamericano han autorizado una línea crediticia de contingencia para ese país, aunque lo acaba de hacer para Brasil, al que le autorizaron un línea de crédito de 32 mil millones de dólares con vistas a las próximas elecciones presidenciales.[5] Cf. James Petras, “Imperio con imperialismo”, op. cit.[6] Ídem.[7] Ídem.[8] Este tema es analizado por Bob Jessop, op. cit. En este libro el autor plantea entre otras cosas que “El Estado es una importante fuerza estructural y estratégica […] y sus principales roles son asegurar la reproducción ampliada y la regulación del capitalismo. Aquí son particularmente importantes dos funciones: primera, ayudar a garantizar las condiciones para la valorización del capital y, segunda, ayudar a garantizar las condiciones para la reproducción de la fuerza de trabajo”, pp. 64-65.[9] James Petras, La izquierda contraataca, op. cit., p. 21.[10] Véase nota 46.[11] Celso Furtado, op. cit., p. 10.[12] Para una discusión de este tema cf. Joachim Hirsch, Globalización, capital y Estado, UAM-X, México, 1998 y Bob Jessop, op. cit.[13] Aunque en términos hipotéticos para Jessop, op. cit., p. 63, el cambio estaría dado por la transición desde el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK) a un (nuevo) tipo de Estado capitalista que denomina Estado de Trabajo Schumpeteriano (ETS).[14] En México, desde 1984 comenzaron las presiones patronales para codificar la determinación de los salarios por la productividad tanto en el Acuerdo Nacional para la Elevación de la Productividad de 1992 como en la “Concertación Salarial” de 1993: “La tendencia era a la sustitución de un salario por ley vinculado a la productividad, así como el traslado de las negociaciones de las cúpulas y las corporaciones al lugar de trabajo” (María de los Ángeles Pozas, “Tendencias recientes de la organización de la industria en Monterrey”, en Francisco Zapata [coordinador], Flexibles y productivos, estudios sobre flexibilidad laboral en México, Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México, México, 1998, p. 83).[15] James Petras y Morris Morley, “Los ciclos políticos neoliberales: América Latina ‘se ajusta’ a la pobreza y a la riqueza en la era de los mercados libres”, en John Saxe Fernández (coordinador), Globalización: crítica a un paradigma, Plaza & Janés, México, 1999, p. 227. También se encuentra este artículo en Petras, La izquierda contraataca…, op. cit., pp. 162-187.[16] Así, por ejemplo, dice Arturo Guillén que, para regular los disturbios financieros, es necesario “…regular los movimientos del capital de cartera, abandonar la economía del rentista y subordinar el capital a las necesidades del sector productivo de la economía”, (“Crisis asiática y reestructuración de la economía mundial”, Comercio Exterior, vol. 49, núm. 1, México, enero de 1999, p. 19). Estoy de acuerdo con este autor en que esos objetivos serían benéficos para los trabajadores y para la población en general, sin embargo, cabe plantear dos interrogantes: ¿qué sujeto histórico-político encabezará la lucha por modificar los flujos financieros? y ¿es posible lo anterior sin superar el capitalismo? Creo que primero hay que derrotar ese sistema para después imponer los intereses de los trabajadores y de la sociedad en general.[17] Clause Offe y Karl Hinrichs, La sociedad del trabajo, problemas estructurales y perspectivas de futuro, Alianza, Madrid, 1992, p. 54.[18] Para este tema véase Octavio Lóyzaga de la Cueva, Neoliberalismo y flexibilización de los derechos laborales, UAM-A-Porrúa, México, 2002; Max Ortega, “Programa neoliberal, reforma de la LFT y resistencia sindical y popular”, ponencia presentada en La legislación laboral a debate, Mesa de Debate No. IV: “Los investigadores del mundo del trabajo, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo”, 22 de agosto de 2002, en el Auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). En este mismo evento véase mi ponencia Empleo y desempleo en el ciclo neoliberal presentada en la sede del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM), México, DF. 20 de agosto de 2002, publicada en revista Trabajadores No. 32, UOM, México, septiembre-octubre de 2002, pp. 31-33.[19] Véase a Paulo Nakatani, “Trabajo humano. Un debate. El enfoque metodológico en la discusión de su centralidad”, en revista Trayectorias No. 9, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, mayo-agosto de 2002, pp. 22-38.[20] Esta es la realidad del “nuevo capitalismo” que autores como Jeremy Rifkin ocultan con consignas ideológicas del “fin del trabajo” y la “era del acceso” que supuestamente vienen a reemplazar a la propiedad privada dentro del mismo capitalismo. Al respecto, véase del mismo autor El fin del trabajo, op. cit., y La era del acceso, la revolución de la nueva economía, Paidós, Buenos Aires, 2000.[21] Alfredo Castro Escudero, “Chile: el milagro económico se resquebraja”, en Comercio Exterior, vol. 50, núm. 2, México, febrero de 2000, p.

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149[22] Jürgen Weller, Los mercados laborales en América Latina: su evolución en el largo plazo y sus tendencias recientes, Serie Reformas Económicas 11, CEPAL, Naciones Unidas, diciembre de 1998.[23] Carlos Vilas, “Seis ideas falsas sobre la globalización”, en John Saxe Fernández (coordinador), Globalización: crítica a un paradigma”, UNAM-Plaza y Janés, México, 1999, p. 84.[24] Para el estudio de la pobreza en América Latina y en México, véase CEPAL, Panorama Social de América Latina, Organización de Naciones Unidas, Santiago, 1999-2000; Patricia Olave, La pobreza en América Latina, una asignatura pendiente, IIEC-Porrúa, México, 2001; Mario Luis Fuentes, La asistencia social en México, historia y perspectivas, Paideia, México, 1999, especialmente el capítulo dedicado a "La pobreza en México", pp. 217-324; Julio Bolvinik y Araceli Damián, "La pobreza ignorada, evolución y características", en revista Papeles de Población No. 29, Centro de Investigación y Estudios Avanzados de la Población de la UAEM, México, julio-septiembre de 2001. Para un balance del primer año del régimen foxista que incluye aspectos de la pobreza, véase Ana Alicia Solís de Alba, Enrique García Márquez, Max Ortega y Abelardo Mariña (coordinadores), El primer año del gobierno foxista, ITACA, México, 2002.[25] CEPAL, Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2000, p. 11.[26] Carlos M. Vilas, op. cit., p. 89.[27] Joseph, L. Love, “Furtado, las ciencias sociales y la historia”, Estudios Sociológicos No. 49, El Colegio de México, México, enero-abril de 1999, p. 11.[28] David Márquez Ayala, “La marcha del sector externo”, La Jornada, 24 de julio de 2000.[29] CEPAL, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y El Caribe, ONU, Santiago de Chile, 2000, p. 97.

CAPÍTULO 5: TOYOTISMO, AUTOMATIZACIÓN FLEXIBLE Y SUPEREXPLOTACIÓN DEL TRABAJOIntroducción

Los nuevos paradigmas del mundo del trabajo, inmersos en las estructuras de acumulación de capital y de producción de valor, refuerzan el viejo régimen de superexplotación constituido por la intensificación de la fuerza de trabajo, el aumento del tiempo de trabajo en todo el mundo, así como la propensión del capital, apoyado en las reformas del Estado, a remunerar a la fuerza de trabajo por debajo de su valor, cuestión que se refleja en la curva histórica descendente de las remuneraciones en países industrializados como Estados Unidos.

El patrón neoliberal de acumulación dependiente como contexto del mundo del trabajoCuando hablamos de la reestructuración productiva a escala mundial se debe señalar que las

condiciones de desempleo, pobreza, precarización y exclusión social existentes en los países latinoamericanos no fueron reformadas para superarlas antes de la introducción en ellas de la “tercera revolución industrial” y de los nuevos paradigmas del trabajo. Por el contrario, los gobiernos neoliberales se basaron en esas condiciones para impulsar la privatización, la apertura externa, la contracción del gasto social en rubros como educación, salud, bienestar, vivienda, recreación, alimentos, etcétera. De esa manera se favoreció la acumulación y centralización del capital para defender la tasa de ganancia a costa de una mayor degradación y precarización del trabajo en América Latina.

Este fenómeno se expresa en la relación negativa entre la creación de empleos productivos y la dinámica de crecimiento del producto interno bruto en la región. En efecto, durante la década de los noventas del siglo XX, de acuerdo con la CEPAL: “[…] tanto la evolución del empleo en la región como la del producto global se caracterizaron por una constante disminución en su ritmo de crecimiento, la que incluso se acentuó en el último trienio. En efecto, entre 1990 y 1994 el crecimiento del empleo alcanzó un 2.4% promedio anual, mientras que el producto se incrementó al 4.1% anual. En el período siguiente (1994-1997), la tasa de aumento del empleo se redujo levemente (de 2.4% a 2.3%), en tanto que la del producto decreció en ocho décimas de punto (de 4.1% a 3.3%). Fue entre 1997 y 1999, sin embargo, cuando ambas variables manifestaron una drástica caída en su crecimiento, alcanzando tasas de 1.6% anual en el caso del volumen de empleados y de 1.3% anual del PIB. Además de ilustrar la pérdida de dinamismo de la economía durante los años noventa, estas cifras revelan que la productividad media de la mano de obra ha sufrido un paulatino deterioro, que ha alcanzado mayor gravedad en los años recientes”.[1]

Los nuevos paradigmas del trabajo (neofordismo, neotaylorismo, reingeniería, toyotismo) y los procesos de flexibilidad laboral, de subcontratación y las reformas laborales que los acompañaron en

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América Latina no se establecieron para superar esa relación negativa empleo-producto, sino para reforzarla y proyectarla en una escala superior de explotación, organización y acumulación primitiva de capital en el contorno del patrón dependiente neoliberal y de la superexplotación del trabajo.

La transformación del mundo del trabajoEn las dos últimas décadas del siglo XX el mundo del trabajo se modificó drásticamente,

resultado de un proceso histórico-estructural de largo plazo. Lo anterior se refleja en una modificación del mercado laboral en beneficio de sectores como el de los servicios y el conocimiento. Como indica la OIT: “[…] la porción de empleados en los servicios ha subido significativamente durante los últimos cincuenta años en los países industrializados, mientras la porción de empleo industrial tradicional ha declinado firmemente. En los países desarrollados, las tendencias son similares. En los países industrializados dos tipos de servicios tienden a crecer más rápidamente: aquellos que proporcionan la información y apoyan el aumento de la productividad y eficiencia de las empresas, y los servicios sociales como salud, educación, investigación y gobierno. El desarrollo de la salud, la educación y los servicios gubernamentales acelerarán estas tendencias”.[2]

La OIT registra las tendencias globales en el largo plazo, sin embargo pasa por alto diferencias importantes. Como expresa José Luis Fiori: “[…] cuando los teóricos del post-industrialismo decretan el ´fin del trabajo´, lo único que hacen es observar los números que indican la disminución del peso relativo del empleo industrial en la estructura ocupacional. Pero incluso en ese punto, es evidente que el cambio se viene dando en forma extremadamente desigual entre los diferentes países. Si es posible afirmar que el empleo viene creciendo más rápidamente en el sector de servicios en Estados Unidos, Inglaterra y Canadá, no se puede decir lo mismo con relación a Japón, Alemania, Francia o inclusive en Italia. Sin hablar del caso de la periferia latinoamericana, en que la destrucción de los empleos industriales fue obra de una política económica ultraliberal que promovió en forma explícita y estratégica la desindustrialización y el aumento del desempleo estructural, independiente de cualquier tipo de revolución informacional”.[3]

La tercerización de la economía latinoamericana se aprecia en los cambios de la estructura sectorial del empleo en la última década. Así, de acuerdo con la CEPAL: la agricultura, el comercio y los servicios sociales constituían hacia 1999 las ramas de actividad económica que concentraban el mayor número de personas ocupadas; cada una de ellas comprendía aproximadamente una quinta parte de los empleos totales. De las tres, la agricultura sigue siendo la actividad mayoritaria, al proveer de trabajo a casi 40 millones de personas en toda la región. En el otro extremo, los servicios financieros, domésticos y personales son los sectores con menor participación; la suma de estas tres categorías abarca aproximadamente 15% de la población ocupada, porcentaje similar al de la industria.

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En contraste, el empleo en el sector agrícola prácticamente se estancó en los años noventa, con un crecimiento promedio anual que no alcanzó 1%. La mermada capacidad de la agricultura para generar nuevos empleos explica en buena medida el progresivo abandono de las áreas rurales -de contenido predominantemente agrícola- y la migración hacia las áreas urbanas, fenómeno ya destacado como una de las características demográficas de la década. A su vez, el empleo en las áreas rurales ha propendido a diversificarse hacia ramas de actividad distintas a la agricultura, con claros aumentos en la participación del comercio (de 8.2% a 9.4%), la industria (de 7.9% a 8.8%), la construcción (de 4.1% a 4.8%) y los servicios sociales (de 8.6% a 9.0%).

El resto de las actividades, entre las que se cuentan aquellas relacionadas con la prestación de servicios sociales, personales y domésticos, mostró un crecimiento similar al promedio, manteniendo tasas de participación relativamente estables. En las áreas urbanas, contexto de mayor relevancia para estos sectores, los servicios presentaron un comportamiento levemente más dinámico durante los últimos años, particularmente en el caso del servicio doméstico, que creció en promedio 2.4% anual.[4] México no es la excepción. De acuerdo con Abelardo Mariña [5]

entre 1980 y 1993 se crearon 2 millones 740 mil empleos, de los cuales el sector servicios absorbió más de 50% del total, seguido del sector agropecuario y de la industria de la construcción, mientras que la industria manufacturera redujo su ocupación.

De lo anterior se desprende que los cambios en el mundo del trabajo presentan las siguientes características:a) En primer término, la enorme brecha existente en todos los planos (económico, social, financiero, comercial político y cultural) entre los países subdesarrollados y dependientes y los países desarrollados del capitalismo central. Lo anterior se refleja también en la crisis del Estado de bienestar y de los sistemas ford-tayloristas que se asocian al mundo del trabajo.[6]

b) La reestructuración del Estado imperialista en los centros industrializados y del Estado

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dependiente en los periféricos, particularmente de América Latina, por la acción de las fuerzas del mercado y las presiones políticas del neoliberalismo en la década de los ochentas coadyuvó a despejar el camino para que el capital desarrollara nuevos sectores donde sus inversiones fueran rentables, como los servicios informáticos, software, telecomunicaciones, bancos y seguros.c) En la década de los noventas irrumpen nuevos sistemas productivos y de organización laboral que se articulan con los sistemas prevalecientes en la región antes del advenimiento del capitalismo neoliberal.d) Se consolida el pensamiento neoliberal y se proyecta negativamente sobre el mundo del trabajo.

Al lado de esta fragmentación, reestructuración y reorganización del mundo del trabajo en América Latina se resiente la incidencia del capital financiero especulativo y voraz que provoca cada vez más dificultades al movimiento cíclico del capital productivo y mercantil, lo que repercute negativamente en la estructura del empleo y en los mercados laborales. De esta forma se pasa de una estructura integral que articula el empleo, los salarios y la calificación de la fuerza de trabajo, a otra que autonomiza esos componentes integrados y los reestructura de manera separada dando origen a la flexibilización de la fuerza de trabajo regresiva y desproteccionista.[7]

De forma que “[…] la flexibilidad laboral o utilización flexible de la fuerza de trabajo tiende a modificar los sistemas de formación de salarios, la organización del trabajo y la jerarquía de las calificaciones, por lo que al mismo tiempo afecta las conquistas que la clase trabajadora logró durante el presente siglo, abriendo, de esta manera, un periodo de redefinición de la relación capital-trabajo”.[8]

En el centro de esta redefinición figura la pérdida de derechos laborales y sociales de los trabajadores. Las reformas laborales adoptadas en América Latina durante la década de los noventas se centran en las siguientes políticas que más interesan a los empresarios para flexibilizar el trabajo: facilidad de contratación y de despido con base en la disminución del costo esperado de despido, en meses de salario (este indicador estimula la contratación temporal sin obligación para el patrón y a ello apuntan las reformas laborales en curso); flexibilidad de la jornada laboral, medida según los “sobrecostos” que signifiquen las jornadas extras de trabajo -horas extraordinarias-, que tienden cada vez más a no ser remuneradas; aumento de las contribuciones a la seguridad social como proporción de los salarios y disminución de las correspondientes al capital; ruptura de las rigideces debidas a la legislación sobre salario mínimo, que para el empresario se traducen en supuestas “restricciones” para la contratación de nuevo personal.[9]

Desde el punto de vista del capital, el cambio estructural que refleja el triunfo de la política laboral expresa la “transición” en América Latina, de un régimen protector con estabilidad en el empleo a un régimen temporal y previamente limitado en los contratos de trabajo. En efecto, a principios de la década de los ´70 en los países industrializados y a fines de los ´80 en América Latina, empezaron a proliferar contratos de trabajo de carácter coyuntural. Por la crisis económica, o por otras razones circunstanciales, se abrieron las puertas a la contratación de trabajadores por tiempo limitado, sin tener en cuenta la naturaleza del trabajo a realizar. La multiplicación y la sucesión ininterrumpida de tales contratos hasta nuestros días han fundado el parecer político y doctrinal de que los contratos temporales constituyen en sí una nueva categoría y que cuestionan y modifican definitivamente el principio, hasta ahora indiscutido, de la estabilidad en el empleo. Quizá por ello las normas sobre contratación temporal han aparecido con extensión especial allí donde, como en España y en América Latina, imperaba con mayor rigor el principio de estabilidad.[10] Desde comienzos de los ´80 en América Latina la ruptura de ese principio de estabilidad laboral tiene efectos directos e indirectos.

De manera directa, se tradujo en un brutal aumento de los empleos y contratos de trabajo

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temporales. Alrededor de 90% de los contratos de trabajo en el segundo lustro de la década de los noventas del siglo pasado fueron contratos temporales. Destacan casos extremos como el de Perú (que lleva el liderazgo en este punto, seguido de México) donde en 1997 casi la mitad de los asalariados privados formales tenían algún tipo de contrato temporal; la cifra aumentó en 1998 y 1999.[11] Víctor Tokman calcula que alrededor de 35% de los asalariados está en esas condiciones en Argentina, Colombia y Chile y 74% en Perú. [12] En promedio, en la década de los ´70, este tipo de contratos temporales en la región representaba sólo 5% de los contratos de la población económicamente activa (PEA); en la actualidad la cifra fluctúa entre 35% y 40%.

Por otro lado, la ruptura de ese “principio de estabilidad” laboral desde comienzos de la década de los ´80 en América Latina provocó de manera indirecta un inusitado aumento de empleos de baja productividad en el sector informal, donde priva una realidad laboral injusta y desigual para millones de personas. El siguiente diagnóstico de la CEPAL muestra los efectos de las políticas de ajuste estructural y de las reformas laborales en los mercados de trabajo: “[…] alrededor de 66 millones de personas en las áreas urbanas laboran actualmente en el sector informal o de baja productividad, que provee 48% de los empleos urbanos en América Latina. La alta correlación entre informalidad y precariedad en el mercado laboral permite interpretar estas cifras como un indicio de la mala calidad del empleo prevaleciente en la región, usualmente relacionada con aspectos tales como la inestabilidad laboral y la falta de acceso a la seguridad social. Un 52% de los ocupados urbanos -alrededor de 70 millones de personas- realiza actividades enmarcadas en el ámbito del sector formal. En los años noventa, la precariedad de las ocupaciones se fue acentuando paulatinamente, como lo sugiere la creciente proporción de empleos de baja productividad. Desde 1990, la proporción de empleos informales en el área urbana se ha elevado en más de cinco puntos porcentuales, equivalentes a un crecimiento del sector informal cercano a los 20 millones de personas. En otras palabras, de cada 10 personas que se integraron al mercado laboral durante el decenio, 7 lo hicieron al sector informal. El deterioro de la calidad laboral se hace más ostensible cuando se comprueba que la proporción de los nuevos empleos absorbidos por el sector informal ha venido creciendo en los últimos años, al pasar de 67.3% en el periodo 1990-1994 a 70.7% en el de 1997-1999”.[13]

Este vasto mercado de trabajo informal, precario, desprotegido y flexible reforzó la segunda forma negativa de la flexibilidad arriba mencionada y que tiende a institucionalizarse con la crisis, el ajuste estructural y las reformas laborales regresivas. Se concretan así dos tendencias en la lógica del patrón de acumulación dependiente neoliberal, a saber: a) la creciente sustitución del trabajo vivo debida a la introducción de innovaciones tecnológicas, (en particular la informática) y b) la pérdida de derechos contractuales y constitucionales de los trabajadores. Son ejemplares a este respecto los casos de México[14], Chile y Brasil (donde se ha establecido el derecho del capital a ocupar temporalmente a la fuerza de trabajo mediante contratos temporales que reducen significativamente los gastos de indemnización por concepto de despido).[15]

El crecimiento de la informalidad de los mercados de trabajo está condicionado también por políticas deliberadas de las empresas para convertir masas crecientes de empleados y trabajadores formales en trabajadores precarios sin derechos ni contrato. En Brasil, por ejemplo, la proporción de ocupaciones de trabajadores “con cartera” (con contrato de trabajo) cayó de 56.71% en 1982 a 46.72% en 1997, mientras la proporción de “trabajadores sin cartera” (sin contrato), aumentó de 21.18% en el primer año a 24.77% en el segundo.[16] En números absolutos, las cifras respectivas indican una disminución de los trabajadores de la primera categoría (con contrato) de 19 millones 655 mil 724 en 1995, a 19 millones 645 mil 917 en 1999, mientras que los trabajadores sin contrato aumentaron de 4 millones 615 mil 875 en el primer año a 4 millones 731 mil 291 en el

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segundo.[17]

Otro fenómeno que resulta de este proceso es el reforzamiento de viejas relaciones de trabajo que, enraizadas en sistemas de producción tradicionales y/o precapitalistas, se concentran preferentemente en el sector informal urbano que recluta a la población precarizada de las urbes al son de cada ciclo recesivo (cada vez más frecuente e intenso) del capital.

Reconfiguración de la centralidad del trabajo y el nuevo sujeto obrero en la mundialización del capital

En la última década del siglo XX -que podíamos bautizar como la de la moda globaloney, el globalismo light o del conocimiento.com- proliferaron los ideólogos que pretendían “demostrar” presuntos cambios de importancia histórica en el mundo del trabajo y en la relación de éste con el capital y el Estado. El primero supuestamente perdía su centralidad en beneficio de las fuerzas del conocimiento y la tecnología. La segunda se convertía en una nueva relación de subordinación corporativa de los sindicatos para codificar la flexibilización y la desreglamentación del trabajo, así como la desmovilización y atomización del movimiento obrero y sindical, el cual perdía así la posibilidad histórica de trascender el orden capitalista.

De la evidente constatación de esos cambios históricos (centralidad del trabajo y reconfiguración de la relación trabajo-capital), que afectaron los procesos productivos de las ramas industriales completas y el lugar que ocupaba el mundo del trabajo en la sociedad; no se puede inferir, sin embargo, como postulan las teorías neoclásicas y funcionalistas, que el mundo del trabajo (la fuerza de trabajo, los procesos de trabajo, la subjetividad, etcétera) haya dejado de ser la fuerza esencial de la producción y la creación del valor. Tampoco se puede sostener que el trabajo haya perdido su valor central en tanto fuerza de transformación histórico-social y de enfrentamiento con el capital. Más bien, “[…] lo que muestran las estadísticas es que esos millares de desempleados siguen vinculados al mismo “paradigma del trabajo”, sólo que ahora como trabajadores precarizados, tercerizados o subcontratados, con derechos cada vez más limitados y cada vez más ajenos del mundo de las organizaciones sindicales. Una transformación social gigantesca, pero que no fue el resultado natural, ni mucho menos benéfico, de las nuevas tecnologías informacionales, fue, en gran medida, el resultado de una reestructuración política y conservadora del capital, en respuesta a la pérdida de rentabilidad y gobernabilidad que enfrentó durante la década del setenta”.[18]

Los analistas sintetizan estos cambios de la siguiente manera. Jeremy Rifkin, por ejemplo, escribe: “En el pasado, cuando una revolución tecnológica afectaba al conjunto de puestos de trabajo en un determinado sector económico, aparecía, de forma casi inmediata, un nuevo sector que absorbía el excedente de trabajadores del otro. En los inicios del presente siglo, el incipiente sector secundario era capaz de absorber varios de los millones de campesinos propietarios de granjas desplazados por la rápida mecanización de la agricultura. Entre mediados de la década de los treinta y principios de los ochenta, el sector de los servicios fue capaz de volver a emplear a muchos de los trabajadores de cuello azul sustituidos por la automatización. Sin embargo, en la actualidad, dado que todos estos sectores han caído víctimas de la rápida reestructuración y de la automatización, no se ha desarrollado ningún sector significativo que permita absorber los millones de asalariados que han sido despedidos. El único que se vislumbra en el horizonte es el del conocimiento, una elite de industrias y de disciplinas profesionales responsables de la introducción en la nueva economía de la alta tecnología del futuro. Los nuevos profesionales -los llamados analistas simbólicos o trabajadores del conocimiento- provienen del campo de la ciencia, de la ingeniería, de la gestión, de la consultoría, del marketing, de los medios de comunicación y

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del ocio. Mientras que su número continúa creciendo, seguirán siendo pocos si los comparamos con el número de trabajadores sustituidos por la nueva generación de máquinas pensantes.[19]

Debemos aclarar lo que se entiende por “trabajador del conocimiento” o “analista simbólico”. Según la OIT, un “trabajador del conocimiento” es aquel que no solamente posee un conocimiento sino que, además, genera ideas y nuevos conocimientos. De acuerdo con esta definición, la OIT apoyada en fuentes de la OCDE, estima que este tipo de trabajadores pueden ser clasificados en dos grandes grupos: a) trabajadores no ligados al sector de información y b) trabajadores ligados a la información. Este segundo grupo se divide, a su vez, en dos subcategorías: a) los que manipulan la información (trabajadores de la información) y b) los que crean ideas (knowledge workers). Dentro de esa lógica, en Estados Unidos el número de trabajadores del conocimiento alcanzó 2 millones 500 mil trabajadores, lo cual representa 18% de los nuevos empleos creados entre 1990 y 1998.[20]

Pero además de ser sumamente restringido el volumen de empleos que demanda (administradores, gerentes, profesionistas, técnicos y trabajadores relacionados con esas categorías), este sector es prácticamente inexistente en los países subdesarrollados como México y Brasil e incluso en algunos países pertenecientes al centro del capitalismo desarrollado...

Si en el desarrollo histórico de los servicios en las naciones industrializadas “parece haberse

producido un desplazamiento más normal de la fuerza de trabajo del sector primario al secundario y, más tarde, al terciario”, en los países subdesarrollados y dependientes, “la fuerza de trabajo excedente se movió obligatoriamente en mayor medida hacia la actividad terciaria en primera

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instancia”.[21]

Pero esta situación de relativo equilibrio de los cambios intersectoriales del empleo en los países desarrollados, y de completo caos y desequilibrio en los dependientes y subdesarrollados, parece estar confluyendo hacia un punto medio en donde el crecimiento de los servicios es lento, marginal e incluso decadente en algunos puntos del sistema.

Rifkin asume que el sector del conocimiento posee una dinámica de absorción de empleo sumamente baja. Aun esforzándose por elevar los niveles educativos y la calificación de los trabajadores, por ejemplo en Estados Unidos -como de hecho ocurrió durante la administración Clinton-, el sector de conocimiento es sumamente restringido. Además obliga a sus aspirantes a elevar sus grados de conocimiento y calificación como demanda el sistema educativo norteamericano, el cual exige niveles mínimos de noveno grado. Esta restricción se expresa en el hecho de que, incluso, “si los programas de reeducación y reciclaje a gran escala fuesen puestos en marcha, no existirían suficientes puestos de trabajo de alta tecnología en la economía automatizada del siglo XXI como para llegar a absorber el número de trabajadores despedidos.[22]

Los datos anteriores permiten refutar la existencia de una “sociedad sin trabajadores” que presuntamente habría sido edificada con base en las tecnologías de la comunicación y la información. Efectivamente, por más que ocurran cambios que puedan modificar el lugar que tiene el trabajo en la producción y en la acumulación de capital, ¿se puede producir y acumular capital sin trabajadores asalariados? ¿Podría el trabajador dejar de tener un papel central en la producción de valor? ¿Quién podría ocupar su lugar?

La Gráfica 1 muestra que en la economía mundial, al final de los años noventa del siglo XX, los servicios absorbían en promedio poco menos de 50% del empleo, mientras que en los países industrializados ese promedio es, en el mismo periodo, alrededor de 65%.

En Estados Unidos, según Rifkin,[23] el porcentaje promedio actual es aún mayor pues los servicios absorben más de 77% de la fuerza total de trabajo; producen 75% del valor agregado; más de la mitad del valor agregado nacional, y más de la mitad del valor agregado de la economía mundial. Las nuevas actividades industriales ligadas a la informática abarcan, según este mismo autor, 25% del total de la economía estadounidense en actividades como finanzas, entretenimiento, comunicaciones, educación y servicios a las empresas. Si a ese porcentaje se agrega el 15% del total de la economía que representan las industrias ligadas a la biotecnología (agrícola, fibras y tejidos, materiales de construcción, energía y farmacéuticas), tenemos que 40% de la economía estadounidense tiene un soporte en las tecnologías de la comunicación e información.[24]

Sin embargo, otros datos restan importancia al sector de comunicaciones y tecnología cuando se relaciona con la dinámica de la productividad. Petras plantea lo siguiente: “La comparación del crecimiento de la productividad en USA en los últimos 50 años no apoya el argumento globalizador. Entre 1953-73, antes de la llamada revolución de la información, en USA la productividad creció una media de 2,6%; con la introducción de los ordenadores, la productividad creció entre 1972-95 menos de la mitad. Incluso en el llamado boom de 1995-99, el crecimiento de la productividad se situó en 2,2%, todavía por debajo de las cifras del periodo anterior a los ordenadores. Japón, el país que hace un uso más extenso de ordenadores y robots ha sido testigo de una década de estancamiento y crisis. Entre los años 2000-01, el sector de la información se sumió en una profunda crisis. Decenas de miles de trabajadores fueron despedidos, cientos de empresas suspendieron pagos, la cotización de las acciones cayó alrededor de 80%. La burbuja especulativa que definió la llamada ´economía de la información´ explotó. Aún más, la mayor fuente de crecimiento de la productividad según los globalizadores estaba en la informatización del área de la fabricación de ordenadores. Algunos estudios han mostrado que los ordenadores usados en los centros de trabajo se dirigen más al

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trabajo personal que al intercambio de ideas. Algunas estimaciones sitúan en 60% el tiempo de ordenador destinado a actividades no relacionadas con la empresa. Las empresas de fabricación de ordenadores suponen 1.2% de la economía de los EE.UU. y menos de 5% del capital.

Todavía más, el censo de población de USA proporciona otra explicación a las cifras de alta productividad: los cinco millones de trabajadores americanos mayoritariamente inmigrantes ilegales que inundaron el mercado de trabajo norteamericano en los 90. Si consideramos que la productividad se mide por la producción por trabajador estimado, los cinco millones de trabajadores no contabilizados inflaron los datos de productividad. Si se incluyen los cinco millones, las cifras bajarían más de 2%.

Con la caída de la economía de la información y su valor en bolsa, se hace claro que la revolución de la información no es la fuerza trascendente que define a las economías de los grandes estados imperialistas y menos aún configura un nuevo orden mundial. El hecho de que la mayoría de la gente disponga de ordenadores y que algunas empresas tengan mayor control sobre sus inventarios, etc., no significa que el poder se haya alejado de los Estados-nación. Las afirmaciones de los publicistas sobre la “revolución de la información” no tienen fundamento, ya que los inversores en bolsa trasladan sus inversiones hacia la economía real y lejos de las empresas ficticias de alta tecnología, que no obtienen beneficios y sí, en cambio, pérdidas crecientes.[25]

En todo caso, las actividades ligadas a la informática y a los ordenadores -a diferencia de ramas productivas como la textil, el hilado mecánico y la mecánica y química aplicadas a actividades como lavandería, tintorería y estampado, que sirvieron como motor de la “primera revolución industrial” del siglo XVIII- hoy no representan un factor capaz de elevar sustancialmente la productividad y, por consiguiente, de sacar a las economías desarrolladas del atolladero en que se encuentran.

Este perfil de la new economy asimila de manera restringida a los nuevos empleos ligados a las nuevas tecnologías y al nuevo universo de los paradigmas del mundo del trabajo. En términos generales, se aprecia que los empleos del sector de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación representan 4.4% del empleo total en los países más industrializados (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Suecia)...

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De este cuadro destacan dos hechos relevantes. En primer lugar, el sector de información y

comunicación representa sólo 6.1% del total del empleo en Estados Unidos, mientras que en 15 países de la Unión Europea -donde comparecen Francia y Alemania que absorben entre ambos alrededor del 50% del PIB regional-, dicha proporción representa 3.9% del empleo total. Obsérvese que a pesar de la propaganda en el sentido de la tendencia a la “igualdad” de los géneros que supuestamente conlleva el sector de información y comunicación, el porcentaje de empleo de mujeres respecto a los hombres en dicho sector es de 33% en promedio, exceptuando Japón y Estados Unidos para los que no contamos con información. De cualquier manera destaca la baja participación de las mujeres trabajadoras en el sector de las nuevas tecnologías, en Inglaterra (27%), Italia (31.1%) y en el conjunto de la Unión Europea (31.7%) que comprende 15 países.

En el caso de Francia, el Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE) demostró “[…] que el porcentaje del crecimiento ligado a las nuevas tecnologías asciende apenas a 0.3 ó 0.4 puntos. Mucho más radical es el estudio realizado por el Bureau of Labor Statistics (BLS), un organismo estadounidense que publica anualmente proyecciones sobre el mercado del trabajo por periodos de 10 años. Según los datos del BLS, la gran mayoría de los puestos creados no salen del mundo de Internet ni de la información, sea en lo que corresponde al periodo 1986-1996, como al que va de 1996 a 2000.

Sobre un total de 4,1 millones de puestos de trabajo, y entre las diez “profesiones” más significativas, sólo una está ligada a las nuevas tecnologías. Se trata del puesto de analista de sistemas, evaluado con una perspectiva de 521.000 empleos. Las profesiones siguientes corresponden a la economía tradicional: cajeros, enfermeros, vendedores, empleados de oficina clásicos, etc. Comentando esas cifras, Jean Gadrey acota: “Estamos muy lejos de la mitología de un trabajo propulsado por las nuevas tecnologías ya que siete de las 10 profesiones no exigen ninguna educación superior del trabajador”. Ningún experto ni analista niega, sin embargo, el terremoto sociocultural provocado por la comunicación y la economía de redes.[26]

Es cierto que la demanda de profesionales y técnicos es mayor que la de no profesionales y personal descalificado o semicalificado sobre todo en los servicios. Pero este mercado de trabajo no se desarrolla, como ya se mencionó, en procesos y empresas de tecnología de punta informatizados. Según la OIT, la demanda de trabajadores calificados ha aumentado tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo. Entre 1981-1996 los nuevos empleos creados en las economías avanzadas han sido sobre todo para profesionales y técnicos. En los países en desarrollo estas mismas categorías ocupacionales han experimentado crecimientos notables, pero en menor grado.

Por el contrario, el aumento de empleos para los trabajadores de producción, entre los que se incluyen trabajadores manuales y artesanos diestros, pero principalmente trabajadores no calificados o poco calificados, ha sido pequeño tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados, y en algunos casos no ha habido aumento, sino disminución. La única excepción a esta regla se encuentra en el sector de ventas y de servicios. La creciente incorporación a este sector de trabajadores no calificados refleja el auge de los servicios en las economías desarrolladas, así como una tendencia de los que buscan trabajo a capacitarse en las destrezas demandadas por los empleos del sector de los servicios.[27]

Ciertamente el sector de los servicios ha entrado en un proceso estacionario porque “La automatización y la reingeniería ya están empezando a sustituir el trabajo humano en un amplio espectro de campos relacionados con este sector”.[28] Sin embargo, esta pérdida de dinamismo de los servicios en la creación de empleos no significa, ni mucho menos, que el trabajo asalariado deje de

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existir o quede minimizado frente a otras fuentes de producción como la tecnología o la ciencia. Como dice James Petras cuando critica a los partidarios de la tercera vía socialdemócrata, “[…] las pretensiones de los ideólogos de la tercera vía acerca de que estamos ingresando en una nueva era económica, postindustrial, una economía de alta tecnología informática, son de una falsedad patente. En Estados Unidos, las industrias de computadoras representan menos de 3% de la economía. Su impacto en la productividad ha sido insignificante y el valor de sus acciones ha sido enormemente inflado por los ideólogos de la tercera vía y los especuladores del mercado de valores. Los sistemas informáticos de alta tecnología son un elemento subordinado a una economía predominantemente financiera e industrial, más que una fuerza dinámica independiente. El intento de los ideólogos de la tercera vía de darles un brillo tecnológico posmoderno, al ligarlo a los magnates financieros multimillonarios, simplemente hace agua. Las realidades económicas, una vez más, desmienten las pretensiones ideológicas”.[29]

Como vemos, el desarrollo de la sociedad informática no permite justificar la tesis relativa a que el trabajo asalariado ya no es el eje del conflicto social y de la reproducción del sistema debido a la disminución del volumen de empleo en el sector industrial y al crecimiento del mismo en sectores como los servicios. Por el contrario, es una realidad palpable que el sistema capitalista -y, por tanto, el trabajo asalariado- ha ensanchado su esfera de acción, y las nuevas formas de trabajo que generalmente se ponen como ejemplo para “comprobar” la supuesta pérdida de centralidad del trabajo (como el trabajo a domicilio, el trabajo a destajo, los servicios, el trabajo por cuenta propia, el trabajo intelectual en las industrias de la computación y de microchips, etcétera) corresponden a la lógica del capital global. Por lo demás, es evidente que la informalidad y la marginalidad no se sustraen a las determinaciones del ciclo del capital, particularmente a la dinámica capitalista de los precios y por ende de los salarios, tasas de interés, moneda, tipo de cambio, etcétera y de la circulación capitalista en general.

Ni siquiera los emporios selectos del “analista simbólico” del capitalismo informático escapan a esas determinaciones. Así en el Silicon Valley en California, Estados Unidos, además de la existencia de largas jornadas de trabajo -de hasta 60 horas a la semana en promedio-, el aumento de trabajadores ha sido fundamentalmente en la forma de “trabajadores temporales” y por “cuenta propia”.

Número de trabajadores y categoría en Silicon Valley, California, 1984-1997  Número de trabajadores y categoría

en Silicon Valley, California, 1984-1997 Variación %

Categoría 1984 1997 1984-1997

Trabajadores temporales 12,340 33,230 159%

Trabajadores por cuenta propia 45,700 69,000 53%

Fuerza de trabajo total 761,200

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933,200 23%

Fuente: Benner, C. (2000), Building community-based careers: Labor market intermediaries and flexible employment in Silicon Valley", Berkeley, University of California.[30]

Contrariamente a las tesis sociológicas funcionalistas que afirman que la clase obrera ya no es el motor y el eje de las transformaciones histórico-sociales, veremos surgir una nueva clase obrera, una vez terminada la reestructuración del mundo del trabajo; es decir, una clase que vive de la venta de su fuerza de trabajo, la cual será el polo opuesto al capital para acelerar los cambios de orden social, económico y político que reclama la humanidad. En esta perspectiva se deberán enmarcar los llamados movimientos sociales en América Latina y en el mundo.[31]

Centralidad del mundo del trabajo en la mundialización del capitalEs vasta la literatura que postula que la tesis marxiana sobre la inevitable separación del

trabajo manual y el intelectual en el capitalismo ha sido “superada” por la nueva normatividad de los sistemas de automatización flexible, que reunifica el saber-hacer del obrero en el proceso productivo.[32] Los autores de esa corriente afirman que las nuevas formas de organización del trabajo y los nuevos métodos de producción, como los articulados en el paradigma japonés, están diseñados para “enriquecer” las tareas y los conocimientos de los obreros. Por tanto, depende de éstos, de su disposición, disciplina e involucramiento con la empresa, que ese “ideal” se realice de manera efectiva y afectiva.

Las tesis posmodernas de la sociología del trabajo expresan esa concepción ideológica, propia de los manuales norteamericanos de administración empresarial que responden a los intereses de los patrones y del capital en general.[33] Estos autores conciben al obrero aislado, como dependiendo de sí mismo (un Robinson Crusoe, diría Marx) y no de las relaciones económicas, burocrático-políticas preexistentes que se erigen sobre él y afianzan su condición de enajenación.[34] Por otro lado, ubican al capital como si estuviera “separado” del sistema que él anima, el sistema capitalista, sin entender que ambos (capital y trabajo) no pueden existir separadamente, sino dentro del sistema de explotación y de dominación.

Los sistemas de organización del trabajo emanados de la mundialización del capital constituyen condiciones preexistentes para las nuevas generaciones obreras. Esta tesis fue esbozada por Marx en su polémica con Proudhon cuando, en una carta dirigida a Annenkov [a fines] de 1846, dice que: “[…] los hombres no son libres de escoger sus fuerzas productivas -base de toda su historia-, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por lo tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no han creado y que es producto de las generaciones anteriores. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por las generaciones precedentes, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la

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historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y por consiguiente sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo”.[35]

Esta conexión entre generaciones posteriores de obreros y fuerzas productivas preexistentes determina la constitución de nuevos paradigmas laborales por encima de la voluntad individual o social. Es así como debemos entender la nueva condición estructural e institucional de las relaciones sociales en el capitalismo mundializado. Esa misma condicionalidad histórico-estructural explica el tránsito del trabajo rígido fordista-taylorista al flexible y rotativo, y la incorporación de salarios de productividad, normas de competencia, cultura laboral productivista congruente con el aumento de las tasas de explotación y con el desmantelamiento de derechos como antigüedad, permanencia, sindicalización, huelga, etcétera.[36]

Los ideólogos que postulan la pérdida de centralidad del mundo del trabajo en el capitalismo actual afirman que las fuerzas del conocimiento y de la ciencia lo habrían sustituido luego del desplazamiento del fordismo-taylorismo que se extendió después de la Segunda Guerra Mundial.[37] Sin embargo estos ideólogos olvidan que esas fuerzas existen articuladas con los paradigmas organizativos y de explotación que han surgido de la reestructuración del capital y de la crisis del sistema.

En la base de la conexión entre fuerzas productivas y relaciones sociales en el capitalismo globalizado, radica la dialéctica ciencia-tecnología-trabajo y la relación trabajo/capital. Esto es lo que los autores modernistas y posmodernistas de la sociología olvidan al plantear que, conforme se desarrollan los sistemas de producción mediante la aplicación de la ciencia y la técnica al proceso productivo, el trabajo asalariado y su figura social (el obrero) dejaron de ser la fuerza motriz del sistema y han pasado a segundo término respecto a la ciencia, la técnica y el conocimiento en beneficio de la teoría de los “nuevos sujetos sociales”. Con lo anterior pretendieron “echar” por tierra la teoría del valor de Marx y, con ella, su edificio analítico-conceptual.[38]

Sin embargo, “…al contrario de lo que imaginan Habermas y Giannoti, las transformaciones por las que pasa el modo de producción capitalista avanzan en el sentido de una racionalización brutal del trabajo vivo, en tanto fuente productora de valor. En este sentido, la cientifización de los procesos de producción no prescindió del trabajo vivo como fuente importante de producción de riqueza. Siendo así, parece un poco apresurado anunciar el fin de la teoría del valor, basándose solamente en una visión cuantitativa de los factores que entran en la producción de la riqueza”.[39]

Habermas proclamó el fin de la teoría del valor al plantear que: “la técnica y la ciencia se tornan en la principal fuerza productiva, con lo que caen por tierra las condiciones de aplicación de la teoría del valor del trabajo de Marx”.[40] Como si la ciencia y la técnica no fueran fuerzas productivas materiales que sólo gracias a la acción de la fuerza de trabajo y al modo cómo la utiliza el capital en el proceso productivo participan en la formación de valor y plusvalía. Sin la acción de la fuerza de trabajo y el consiguiente desgaste físico e intelectual del obrero cesaría la producción de riqueza para toda la sociedad y, finalmente, se provocaría el derrumbe del capitalismo.

Habermas atribuye la función de crear la plusvalía a la ciencia y a la tecnología en lugar del trabajo asalariado, su verdadero productor. No comprende que tanto la técnica como la ciencia son fuerzas productivas cuya existencia y desarrollo sólo son concebibles en función del trabajo. Aun el “analista simbólico” de Rifkin es inconcebible, al margen de la generalización del trabajo social como trabajo abstracto, en la sociedad capitalista porque las empresas transnacionales y multinacionales lo utilizan como un “empleado más”, un miembro del obrero colectivo del capital social en la producción de plusvalía a nivel mundial.

Para sustentar su “teoría de la acción comunicativa, como campo antagónico y excluyente del

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valor.[41] Habermas separa anticipadamente el mundo del trabajo tanto de la esfera que él denomina de la vida (o “esfera comunicacional” o de la “intersubjetividad”) como del “sistema”, regulado por la “razón instrumental”, la cual incluye las esferas del trabajo, de la economía y del poder. Una vez realizada esta separación, afirma que “la centralidad se transfirió de la esfera del trabajo a la esfera de la acción comunicativa”, porque “aquí se deposita el núcleo de la utopía transformadora”, de la “emancipación,[42] debido a que dicha centralidad fue racionalizada y entregada al dominio del capital, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial.

Encontramos la misma concepción en Michael Hardt y Antonio Negri cuando proclaman, sobre la base de la separación artificial de la esfera del trabajo de la del sistema, la “necesidad” de crear una nueva teoría política del valor que, por lo tanto, descarte a la teoría del valor-trabajo de Marx: “El lugar central de la producción del superávit [sic], que antes correspondía a la fuerza laboral [¿?] de los trabajadores de las fábricas, hoy está siendo ocupado progresivamente por una fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa. De modo que es necesario desarrollar una nueva teoría política del valor capaz de plantear el problema de esta nueva acumulación capitalista de valor que está en el corazón mismo del mecanismo de explotación (y por ello, quizás, en la médula de la sublevación potencial)”.[43] En su obra estos autores no esgrimen un solo argumento que explique por qué se debe crear una nueva teoría política del valor que corresponda a la categoría de “imperio” que utilizan en su libro ni por qué es insuficiente la economía política marxista.

En el núcleo de la separación ficticia de las esferas del trabajo y del sistema radica la concepción habermasiana del desplazamiento del trabajo por el dominio absoluto de la esfera comunicativa como campo de las transformaciones y utopías de la sociedad actual. Sin embargo, es evidente que más allá de esa ficción, el mundo del trabajo, su organización, su sujeción a la dominación y explotación del capital, a la dictadura de las empresas, no sólo es “parte” del sistema capitalista, sino que constituye su premisa, sin la cual perecería.

Recientemente surgieron expresiones más refinadas de las bases científicas y tecnológicas de la new economy.[44] Así Michalski, Miller y Stevens[45] plantean que, aplicada al caso de Estados Unidos, esta teoría se sustenta en cinco supuestos que responden por el dinamismo económico y social de largo plazo en Estados Unidos y de la sociedad poscapitalista en general.

Estos supuestos son los siguientes: 1. Las tecnologías “crean valor”. 2. Las instituciones económicas (firmas), sociales (familias) y colectivas (gobierno), administran el riesgo, reducen la incertidumbre, refuerzan la flexibilidad y mejoran la transparencia. 3. Las “entradas” proporcionan insumos para la producción (recursos naturales, capital fijo y “capital humano”). 4. Las fuerzas competitivas estimulan y refuerzan la productividad. 5. La motivación de las aspiraciones controla el manejo de la innovación y la relocalización de todos los recursos.

Por su parte, otros autores como Schwartz, Kelly y Boyer,[46] sostienen que en el desempeño de estas actividades: a) la fuerza de trabajo se desplaza desde la manufactura hacia los empleos de servicios intensivos en conocimientos porque ellos proporcionan aportes y rendimientos intangibles; b) crecen las inversiones en “activos intangibles”, por ejemplo, en software, cuestión que no es tan relevante como comúnmente se piensa; c) surgen nuevos empleos en el campo de actividades que demandan conocimientos intensivos, tales como consultoría, educación, alta tecnología, salud pública y test, pero son empleos sumamente restringidos para sectores elite de los mercados de trabajo, y d) los empleos de la new economy requieren altos niveles de educación y son los “mejor” remunerados del sistema, cuestión que la realidad salarial y laboral de los países centrales no acredita. Esos autores concluyen tajantemente que “en el lenguaje de los economistas, el conocimiento (knowledge) es ahora la fuente de creación de la riqueza y el más importante factor de producción”.[47]

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En la arquitectura de la “sociedad del conocimiento” que propone la ideología neoliberal, estos postulados no tienen nada de nuevo; configuran tendencias que se han desarrollado históricamente conforme se desarrolla el modo de producción capitalista. Llama la atención que autores como los citados “desconozcan” el rasgo característico del progreso técnico en el capitalismo, que consiste, como demostró Marx, en la sustitución de masas crecientes de trabajadores por máquinas (intercambio de trabajo vivo por trabajo muerto) en función del desarrollo tecnológico y de la automatización.

Vale la pena citar aquí el argumento de Marx: “[…] el desarrollo del régimen capitalista de producción y de la fuerza productiva del trabajo -causa y efecto a la par de la acumulación- permite al capitalista poner en juego, con el mismo desembolso de capital variable, mayor cantidad de trabajo, mediante una mayor explotación, extensiva o intensiva, de las fuerzas de trabajo individuales. Y hemos visto asimismo que, con el mismo capital, compra más fuerza de trabajo, tendiendo progresivamente a sustituir los obreros hábiles por otros menos hábiles, la mano de obra madura por otra incipiente, los hombres por mujeres, los adultos por jóvenes o niños”.

Por tanto, de una parte, conforme progresa la acumulación, a mayor capital variable se pone en juego más trabajo sin necesidad de adquirir más obreros; de otra parte, el mismo volumen de capital variable hace que la misma fuerza de trabajo despliegue mayor trabajo y, finalmente, movilice una cantidad mayor de fuerzas de trabajo inferiores, eliminando las más perfectas.

Gracias a esto, la formación de una superpoblación relativa, o la desmovilización de obreros avanza todavía con mayor rapidez que la transformación técnica del proceso de producción, acelerada ya de suyo con los progresos de la acumulación y el correspondiente descenso proporcional del capital variable respecto al constante[48].

Marx es todavía más explícito en los Grundrisse. En esta obra parece referirse a la realidad del siglo XXI, cuando después de explicar los efectos de la maquinaria (el capital fijo le llama) en el trabajo y la fuerza de trabajo asienta que: “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, electric telegraphs, selfacting mules, etc. Son éstos productos de la industria humana; material natural, transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza y de su actuación en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social del proceso vital real”.[49]

Más claro ni el agua: el general intellect, o sea el conocimiento en tanto fuerza productiva material del obrero colectivo, se convierte en un eje rector del proceso de producción y de la vida social. Y esto hay que subrayarlo frente a los autores norteamericanos citados y sus seguidores latinoamericanos que pretenden “ver” en las fuerzas de la tecnología y de la ciencia dispositivos aislados del proceso de creación de valor y de plusvalía. Hoy en día el reemplazo de fuerza de trabajo por tecnología y maquinaria (automatización) y la aplicación al proceso de generación de plusvalía del conocimiento está en apogeo en los (nuevos) métodos de producción (just in time), de organización del proceso de trabajo (Círculos de Control de Calidad) y de explotación (toyotismo, flexibilidad, kalmarianismo, reingeniería). Desde el punto de vista de la gestión empresarial del trabajo, esto constituye una articulación “virtuosa” del trabajo con el capital que conecta el proceso de automatización flexible con el uso del conocimiento para elevar la productividad del trabajo y afianzar la rentabilidad del capital.

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Pero no se debe idealizar este fenómeno de sustitución de fuerza de trabajo por la maquinaria como hacen los manuales de ciencia ficción. Por el contrario, debemos comprender cómo ocurren estos procesos en los países desarrollados y en las ramas avanzadas de los países dependientes en los que tiene lugar una aplicación productiva cada vez más importante de conocimiento científico-técnico (knowledge), con los procesos de trabajo, cadenas productivas, sectores y oficios que permanecen subsumidos en sistemas de producción y explotación intensivos en fuerza de trabajo y que, por supuesto, incluyen a todos los trabajadores y empresas del “sector informal”. Aquí se consideran los métodos fordista y taylorista de organización y explotación del trabajo, así como todos aquellos asociados con la superexplotación del trabajo.

De lo anterior se infiere que el proceso de automatización es relativo y limitado; nunca será un fenómeno total en el capitalismo porque éste es “una unidad contradictoria de empresas no automatizadas, semiautomatizadas y automatizadas (en la industria y en la agricultura y, por tanto, en todos los sectores de la producción de mercancías)”, por lo que “se hace evidente que el capital, por su propia naturaleza, debe oponer una creciente resistencia a la automatización después de cierto límite”.[50]

El desplazamiento de obreros por la tecnología no podría hacer que la producción capitalista prescindiera completamente del uso de fuerza de trabajo. Este objetivo supremo es incompatible con la existencia del capitalismo porque sin la fuerza de trabajo cesaría la producción de valor y, por ende, de plusvalía. Como dice Ricardo Antunes: “La principal mutación en el interior del proceso de producción de capital en la fábrica toyotizada y flexible no se encuentra, sin embargo, en la conversión de la ciencia en la principal fuerza productiva que substituye y elimina al trabajo en el proceso de creación de valores, sino en la interacción creciente entre trabajo y ciencia, trabajo material e inmaterial, elementos fundamentales en el mundo productivo (industrial y de servicios) contemporáneo”.[51]

Pero si la automatización flexible ha ganado terreno con la actual revolución industrial, no se debe desconocer su polo opuesto: la necesidad del capital de demandar fuerza de trabajo barata de las zonas “subdesarrolladas” del capitalismo central y de los países dependientes, donde existen reservas supernumerarias de fuerza de trabajo.

En el contexto de la relación compleja centro-periferia, los países desarrollados se especializan en industrias y sectores de punta como tecnología, telecomunicaciones, industria militar y aeroespacial, ingeniería genética e instrumental, etcétera mientras que los países dependientes de la periferia capitalista irremediablemente se desindustrializan y se especializan en producciones primarias como minería, petróleo y gas, agricultura, ganadería, etcétera. Esta división internacional del trabajo crea una gran demanda de fuerza de trabajo sin calificación, con remuneraciones raquíticas y sin prestaciones sociales.[52]

Esta es la situación del trabajo en las naciones de América Latina, Asia y África donde, frente a la des-industrialización y des-estatización que promueven las fuerzas sociopolíticas del patrón de acumulación dependiente, se van formando grandes bolsones de trabajadores desempleados y subempleados sujetos a condiciones de superexplotación del trabajo, bajos salarios, rotación de puestos y funciones, y precarización del empleo.[53]

Automatización, nuevos paradigmas y superexplotación del trabajoLa reestructuración posfordista determinó cambios en la organización del trabajo en las

economías periféricas al combinar la superexplotación con la aplicación productiva de la informática en el mundo del trabajo. El objetivo de estas transformaciones consiste en crear un nuevo modelo de relaciones sociales basado en la “automatización flexible”; es decir, la articulación entre tecnología y

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desregulación del trabajo para convertir éste en flexible y polivalente. [54]

En otras palabras, el desarrollo tecnológico refuerza el régimen de superexplotación de la fuerza de trabajo de los países dependientes y estimula, al mismo tiempo, dicha superexplotación en los centros del capitalismo desarrollado. Al respecto Giovanni Alves escribe que: “la superexplotación del trabajo tiende a ser la nueva realidad en los países del capitalismo desarrollado en virtud del nuevo poder de la valorización derivado de la mundialización del capital”[55]. Esta tesis se desprende del modo particular como se combinan la plusvalía relativa y la absoluta en el régimen de superexplotación del trabajo y es similar -aunque Alves no la entienda[56]-, a la que esboza Ruy Mauro Marini cuando escribe que: “[…] incidiendo sobre una estructura productiva basada en la mayor explotación de los trabajadores, el progreso técnico hizo posible al capitalista intensificar el ritmo de trabajo del obrero, elevar su productividad y, simultáneamente, sostener la tendencia a remunerarlo en proporción inferior a su valor real”.[57]

Y por si todavía quedan dudas, en otro trabajo de polémica afirma que una vez puesto en marcha un proceso económico sobre la base de la superexplotación, se echa a andar un mecanismo monstruoso, cuya perversidad, lejos de mitigarse, es acentuada al recurrir la economía dependiente al aumento de la productividad mediante el desarrollo tecnológico.[58]

Por lo tanto, existe una relación directa -que Marini reconoce- entre productividad y superexplotación del trabajo. De ahí que la aplicación de las tecnologías de la comunicación-información en las economías dependientes en vez de permitir un mejoramiento en las condiciones de empleo y salariales de los trabajadores, acentúan los mecanismos que elevan la superexplotación de la fuerza de trabajo. Aún más, en muchas legislaciones laborales reformadas por el neoliberalismo desde las décadas de los ochentas y los noventas, aparece la codificación jurídico-institucional para afianzar este objetivo supremo del capital.

Por otro lado, Alves señala también que en los países del centro un factor político que estimula y difunde la superexplotación es la creciente pérdida de poder político y de negociación de los sindicatos, pues el movimiento obrero es frenado o inutilizado para que no obstaculice el aumento de la jornada y de la intensidad del trabajo, así como la caída de los salarios reales de los trabajadores.

En los países del capitalismo central, esa pérdida de poder de negociación de los trabajadores y de los sindicatos, así como la reestructuración que emprendió el capital en el curso de la década de los ochentas, se tradujo en “[…] la reducción del proletariado estable, heredero del taylorismo/fordismo, la ampliación del trabajo intelectual abstracto en el interior de las fábricas modernas y la ampliación generalizada de las formas de trabajo precarizado (trabajo manual abstracto), tercerizado, part time, desarrolladas intensamente en la “era de la empresa flexible” y de la desverticalización productiva”.[59]

En los países del capitalismo dependiente, la introducción del fordismo y del taylorismo en sectores dinámicos como las industrias automotriz y siderúrgica, propiedad de empresas transnacionales, que prácticamente desplazaron y marginaron a otras industrias tradicionales ligadas a la dinámica de los mercados internos, reforzó, sin embargo, el régimen de superexplotación del trabajo, al combinar los métodos de producción modernos con los tradicionales y aprovechar la debilidad de los sindicatos en su defensa de las condiciones de contratación y uso de la fuerza de trabajo.

Como dice Nise Jinkings, “[…] en los países del Tercer Mundo son dominantes las prácticas tayloristas/fordistas de trabajo. Los países capitalistas avanzados, escenario de innovaciones tecnológicas extremadamente veloces y constreñidas por la competencia, buscan aún un modelo propio de organización productiva y de relaciones de trabajo en conformidad con

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sus necesidades de valorización de capital. En esos países, conviven ciertamente los dos modelos de acumulación capitalista, lo que se da de modo específico, dependiendo del sector productivo y de las relaciones de producción establecidas”.[60]

La autora confirma la vigencia del taylorismo en el sector informatizado de los bancos en Brasil: “el proceso de flexibilización del trabajo que se está experimentando en las agencias y entre los técnicos de los departamentos, donde la mayoría de las tareas se realizan en equipo, convive con el trabajo taylorizado y empobrecido que resultó de los procesos de racionalización de las tareas”.[61]

En la lógica de la imposición del mercado como motor del desarrollo capitalista, el neoliberalismo desmontó los procesos ligados a la reproducción de la fuerza de trabajo para convertirla en fuerza de trabajo flexible, polivalente y precaria. Además, impuso a la clase obrera y, en general, a todos los asalariados, el contrato de trabajo temporal. En la perspectiva empresarial, éste se puede definir como un contrato de trabajo just in time que “[…] jugará un amplio e importante papel en la nueva economía global basada en la alta tecnología del próximo siglo XXI. Las empresas multinacionales, deseosas de mantenerse flexibles y activas frente a la competencia global, optan cada vez más por contratar trabajadores eventuales con la finalidad de poder responder con rapidez a las fluctuaciones del mercado. El resultado será un incremento en la productividad y una mayor inseguridad del empleo en todos los países del mundo”.[62]

De la misma manera que el fordismo, el sistema toyotista se introdujo en América Latina sobre la base del estado de cosas preexistente. Esto implicó el reforzamiento del régimen de superexplotación del trabajo. En efecto, refiriéndose al fordismo en Brasil, el Departamento Intersindical de Estadísticas y Estudios del Trabajo (DIESSE) de ese país advierte: “La implantación del régimen de desarrollo fordista […] no vino acompañada por cambios sociales y económicos, como el crecimiento del salario, elevada productividad, fijación de derechos obreros y la construcción de un Estado que dirigiese el desarrollo económico para distribuir los ingresos. Por el contrario, el modelo de desarrollo brasileño se caracterizó por la exclusión y por la reproducción de un patrón de pobreza que no generó reformas estructurales básicas como las reformas agraria, de la seguridad social, tributaria, sindical y educacional, entre otras”. [63] La ausencia de reformas estructurales en Brasil, como la agraria, es la causa que explica la profunda crisis social que existe en el campo brasileño.

La introducción del fordismo y del taylorismo restringidos se asemejó a la forma como se industrializó América Latina en la segunda parte del siglo XX: sin reformas y para atender una “demanda preexistente”, es decir, la de las clases sociales de la sociedad oligárquico-terrateniente y exportadora.[64] Las industrias, como la automotriz, en los países dependientes asumieron el desarrollo tecnológico y la organización del trabajo vigente en los centros desarrollados del capitalismo, asimilaron su administración empresarial, pero provocaron serias distorsiones en la estructura industrial y en el desarrollo de las fuerzas productivas ligadas a los mercados internos, a los salarios de los trabajadores y a los mercados de consumo de masas.

Samir Amin capta el fenómeno del carácter restringido del fordismo en nuestros países cuando dice: “La industrialización no reproducirá aquí una evolución social a imagen y semejanza de la del Occidente desarrollado. En éste, el fordismo vino luego de que la sociedad fuera transformada en el curso de una larga preparación para la gran industria mecánica, sostenida por una revolución agrícola continua en un ambiente favorable gracias a la “salida” que la emigración a las Américas ofrecía a la presión traída por la explosión demográfica europea; y gracias también a las conquistas coloniales, que procuraban materias primas baratas. El fordismo confortó el compromiso histórico capital-trabajo facilitado por la reducción del ejército de reserva en los

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centros. En el Tercer Mundo en vías de industrialización, por el contrario, ninguna de estas condiciones favorables existe para evitar que la expansión capitalista tome formas salvajes”.[65]

Las relaciones industriales y de trabajo en América Latina se desenvuelven bloqueando cualquier entorno de mejoramiento de las condiciones de trabajo y de vida en esas sociedades. Los sistemas ligados a la acumulación flexible de capital constituyen un proceso de organización del trabajo cuya finalidad esencial, real, es la intensificación de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo, reduciendo mucho o eliminando tanto al trabajador improductivo, que no crea valor, como sus formas análogas, especialmente en las actividades de mantenimiento, vigilancia e inspección de calidad, funciones que pasan a ser directamente incorporadas al trabajador productivo.[66]

Toyotismo y apropiación de la subjetividad obrera por el capitalDe acuerdo con la concepción de toyotismo sistémico que plantea Giovanni Alves,[67] el

paradigma japonés es un método de apropiación de la subjetividad obrera por el capital a través de las gerencias de las empresas. Además, se acompaña de un potencial ideológico-cultural de clase para inducir al trabajador a involucrarse con los intereses patronales y con la filosofía de la empresa. Otro autor afirma que la centralidad del trabajo inmaterial “[…] permite echar luz sobre los intentos del capital de apropiarse de los usos lingüísticos, los comportamientos subjetivos y los propios deseos del obrero inmaterial. Permite también pensar en un nuevo sujeto obrero situado en el corazón de la nueva composición de clase en formación: el obrero social”.[68]

Altamira entiende como “inmaterial” todo trabajo productivo aplicado a la creación de los contenidos culturales y de información de la mercancía en los servicios y en la industria. Esta apreciación es correcta en términos generales, abstractos y de tendencia, pero es problemática cuando se generaliza a todos los mercados de trabajo, como si lo que describe fuera en verdad una realidad hegemónica en el capitalismo actual. Este error conduce a Altamira a realizar afirmaciones como ésta: “Con una fuerza de trabajo cada vez más abstracta, inmaterial e intelectual, la producción de riquezas depende cada vez más de la salud, de la formación y la educación de las fuerzas psicoafectivas y de la capacidad de comunicación y trabajo de cada uno de los sujetos comprometidos en el proceso de producción”.[69]

Lo que seguramente es una realidad restringida para parcelas también restringidas de trabajadores de actividades de punta en los servicios y en la industria, se lee erróneamente como una característica general del sistema en su conjunto.[70] Basta señalar la realidad de países como México o Brasil, donde los mercados de trabajo se nutren de crecientes poblaciones precarizadas, con salarios tan bajos que resultan insuficientes para reproducir en condiciones normales a la fuerza de trabajo y, sobre todo, con mínimos o nulos niveles de calificación laboral.

En el paradigma japonés, el capital se apropia de los conocimientos del obrero, generalmente adquiridos en la familia y por medio de la tradición a través del sistema kaizen, que promueve la mejora continua de la producción y de la calidad de los productos. Este sistema, que “permitió a la administración apropiarse de los conocimientos de los trabajadores en el proceso de producción”.[71] también trajo consigo mejoras en el uso de los transportes, en la alimentación, en la recreación y en las prácticas deportivas. Sin embargo, como sugiere Ricardo Antunes [72] también conllevó un incremento invisible de la intensidad del trabajo debido a la eliminación del desperdicio de tiempo en el proceso de trabajo; en otras palabras, gracias a la eliminación de los “tiempos muertos” dentro de la jornada de trabajo, con lo cual tiene lugar el aumento absoluto de ésta.[73] Esta es la verdadera dimensión del involucramiento del trabajador con la empresa: su “democratización” es un mito que envuelve tasas de explotación más altas y degradación de los

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intelectuales que pregonan los presuntos beneficios de la globalización, de los prototipos de la Toyota Company y del “paradigma japonés”.

En la realidad de las fábricas y de las empresas se combinan “[…] despidos masivos con los círculos de calidad, las nuevas tecnologías informatizadas con los contratos precarios y la intensificación del trabajo, la participación con las persecuciones y la represión, la polivalencia y la suma de responsabilidades con la rebaja salarial, la capacitación con la descalificación. Esto puede suceder al mismo tiempo o secuencialmente, pero no parecen existir procesos de reconversión donde sólo estén presentes las técnicas supuestamente participativas”.[74]

Jeremy Rifkin desmitifica la actividad participativa del trabajador en los sistemas posfordistas donde se ponderan y ponen como ejemplo los equipos de trabajo y los círculos de control de calidad. Anota que “[…] mucho se ha dicho y se ha escrito sobre los círculos de control de calidad, sobre los equipos de trabajo y sobre una mayor participación de los trabajadores y empleados desde y en su puesto de trabajo. Sin embargo, muy poco se ha dicho o se ha escrito sobre la desespecialización del trabajo, la aceleración del ritmo de producción, los incrementos en las tareas de trabajo y sobre las nuevas formas de coerción y sutil intimidación que se emplean para someter al trabajador a las exigencias de las prácticas de producción posfordistas”.[75]

Por el contrario, otros autores mitifican las formas organizativas del trabajo que surgen con los nuevos paradigmas productivos como si en verdad se encaminaran a resolver la crisis del trabajo y a garantizar los derechos de los trabajadores en América Latina. Así, por ejemplo, Roque Aparecido da Silva y Marcia Leite enmascaran la explotación capitalista en los siguientes términos: “De hecho, aunque la nueva base técnica potencie la posibilidad de un nuevo uso del trabajo, el cual tendería a sustituir la fragmentación taylorista con la integración de tareas y, en ese sentido, con la valorización de la calificación, del entrenamiento, de la participación y, consiguientemente, del trabajo estable y bien remunerado, ésa no es la única tendencia presente en el mundo actual del trabajo”.[76] Claro que no: existen otras tendencias, entre las que se cuenta la fragmentación de los conocimientos obreros y su apropiación por el management empresarial, además de la desarticulación de los empleos y ocupaciones y la precarización del trabajo social.

Después de embellecer la realidad laboral y proclamar la “humanización” de la fábrica fordista y la toyotista estos autores atribuyen a la forma como se ha implantado, y no a su contenido y contexto global, el surgimiento de un “mundo maligno y excluyente”. Por lo tanto, bastaría con cambiar la forma sin modificar los contenidos de las nuevas modalidades organizativas del trabajo -en los que se apoyan la propiedad privada de los medios de producción, la explotación y extracción de plusvalía y el poder despótico de las gerencias, etcétera- para que aquél se “humanice” y se ponga al “servicio” del obrero en un mundo benigno, inteligente e integrativo.

No faltan tampoco quienes, frente a la emergencia del toyotismo y de otros paradigmas del trabajo, sugieren la “obsolescencia” de la ley del valor. Con relación a la “nueva organización industrial”, dice por ejemplo Juan José Castillo que a partir de la década de los noventas del siglo XX “gran parte del trabajo necesario para la producción en la neoindustria ha perdido, en distinta medida, visibilidad, localización, densidad y límites temporales. Y, por ello, mismo, sin herramientas conceptuales y teóricas adecuadas, sin método, resultará casi imposible establecer de manera exhaustiva quién, dónde y cuándo ha procedido a los miles de operaciones necesarias para concebirlo, diseñarlo, fabricar los componentes, montarlos, probarlo, terminarlo, confeccionarlo, contabilizarlo, transportarlo, distribuirlo a los usuarios finales”.[77]

Esta postura desconoce, ingenuamente, que si para el obrero individual o colectivo no es posible tener una “visión de conjunto” del proceso de producción, debido a la enajenación que conlleva intrínsecamente el toyotismo y todas las formas de organización capitalista del trabajo, no

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es así para el capital, es decir, sus empresas, gerentes, su analista simbólico, quienes poseen un conocimiento exacto del proceso en conjunto de lo que el autor denomina “neoindustria”. Lo mismo se puede decir para las cadenas de la circulación de mercancías: los costos de transporte, la venta y el consumo.

Los teóricos del posfordismo embellecen al capitalismo con supuestos paradigmas que enriquecen al trabajo y le restituyen sus cualidades creativas; pero no toman en cuenta que, por el contrario, “se observan procesos productivos muy sofisticados, por ejemplo, en informática, en telecomunicaciones, en electrónica e ingeniería genética, en donde el trabajo intelectual tiende a desplazar al trabajo material o, para ser más exactos, este último deviene cada vez más abstracto e intelectual. Pero al mismo tiempo, en otros sectores y actividades se observa el abandono absoluto de cualquier tendencia hacia la intelectualización por el reforzamiento de las formas más bestiales e inhumanas de explotación material, como sucede en la mayor parte de industrias tradicionales del mundo pobre, tales como la minería, la construcción, la industria química, etcétera”.[78]

Desde su particular perspectiva teórica, Rifkin capta el sentido esencial del desarrollo de la tecnología sobre los círculos de control de calidad en la época de la automatización flexible. Apunta: “Las nuevas tecnologías de información están diseñadas para eliminar cualquier tipo de control que los trabajadores pudiesen ejercer sobre el proceso de producción, a partir de la directa programación de instrucciones precisas en la propia máquina, que las cumplirá al pie de la letra. Al trabajador se le ha incapacitado, pues, para efectuar juicios independientes, ya sea en la fábrica o en las oficinas, y tiene poco o ningún tipo de control sobre los resultados dictados por expertos en programación de ordenadores. Antes del advenimiento de los ordenadores, la dirección fijaba detalladas instrucciones estructuradas sobre tablillas, que se suponía debían ser seguidas por los trabajadores. Debido a que la ejecución de las tareas quedaba en manos de éstos, era posible introducir algún elemento subjetivo en el proceso. En la puesta en marcha de los trabajos de este modo estructurados, cada uno de los empleados dejaba su huella en el proceso de producción. El cambio de las tablillas de producción a la programación a través de ordenadores, ha alterado profundamente las relaciones entre trabajo y trabajadores. En la actualidad, un creciente número de éstos actúan tan sólo como observadores, incapaces de participar o de intervenir en el proceso de producción. Lo que se desarrolla, lo que ocurre en la planta o en la oficina ya ha sido previamente programado por otra persona que, tal vez, nunca participará personalmente en el futuro automatizado que ha prefijado”.[79]

Se trata, pues, del proceso de trabajo enajenado capitalista en el que el obrero sigue siendo apéndice de la máquina informatizada posfordista y que al mismo tiempo expresa el verdadero carácter de los “círculos de control de calidad”, de la estructura que los dirige y coordina y que es completamente paralela a la estructura de la producción de la empresa. La organización de la producción continúa siendo decidida, organizada y controlada por la estructura jerárquica tradicional. Los círculos, sus coordinadores, facilitadores, etc. no tienen ningún tipo de intervención en el desarrollo de la producción. Desde este punto de vista no existen modificaciones en el proceso productivo.

Además, las normas de funcionamiento de los círculos son impuestas por la empresa, así como el momento en que se ponen en funcionamiento y se decide en qué sectores se implementan. No hay ninguna negociación o acuerdo para aquello; a lo sumo se llama al sindicato a colaborar. Un aspecto siempre resaltado es el carácter participativo, los círculos se basan supuestamente en la participación de los trabajadores, pero los espacios de participación que brindan estas nuevas formas de organizar el trabajo son más ilusorios que reales: se puede discutir para mejorar la calidad, aumentar la producción y temas afines, pero no existe ninguna posibilidad

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de discutir ni opinar (y, por supuesto, menos aún de decidir) cómo se reparten las ganancias, en qué se invierten, cómo se fijan los salarios, cantidad de puestos de trabajo, organización de la empresa, etcétera. Los temas sobre los cuales pueden opinar los miembros de los círculos, así como aquellos que están expresamente prohibidos son determinados unilateralmente por la empresa. Es decir, que el carácter democrático de estas técnicas es absolutamente restringido y sólo apunta a mejorar la rentabilidad de la empresa.

Además, los únicos que deciden, como siempre, son los empresarios. Los trabajadores no tienen ninguna posibilidad de hacerlo, sólo pueden proponer, y esto sobre los temas que autoriza la empresa. Los círculos, por otra parte, actúan y discuten a nivel del lugar de trabajo sin ningún tipo de contacto con los verdaderos ámbitos de decisión de la empresa.

En los círculos sólo se discuten temas de calidad, reducción de costos, eliminación de defectos y material de descarte, seguridad y condiciones ambientales. En general, en lo que respecta a estos últimos temas (seguridad y condiciones ambientales), siempre que no impliquen inversiones por parte de la empresa. Las propuestas que surgen de los círculos, son justamente eso: propuestas, ideas, tienen un carácter indicativo. La decisión de implementarlas o no, la toma la gerencia.[80]

De igual forma, en las plantas de producción de la industria maquiladora de exportación (IME) en México, no son los trabajadores sino “[…] los gerentes de planta locales quienes tienen la mayor autoridad para tomar decisiones sobre recursos humanos y producción. A los trabajadores se les contrata y liquida localmente y constituyen la mayoría. Es más probable que las oficinas regionales y globales se involucren en las decisiones relativas a la contratación y el despido de gerentes y personal técnico”.[81]

Los círculos de control de calidad confirman que el obrero, cualquiera que sea su grado de calificación, es sólo un apéndice de la empresa toyotizada y que sus conocimientos son expropiados en la medida en que sirven a la valorización del capital, pero no para enriquecer la subjetividad de los trabajadores.

Como vemos, Vega, Martínez y Rifkin piensan, aunque desde distintas perspectivas, que el toyotismo, más que ser un método de “enriquecimiento” del obrero, como dicen los administradores del trabajo, es desde el punto de vista capitalista, un típico procedimiento para intensificar la explotación de la fuerza de trabajo y degradarla. Al respecto, Muto Ichiyo afirma que la esencia del toyotismo, del mundo de la empresa, es “trasladar la competencia interempresa, a la competencia-rivalidad entre obreros”.[82]

Podemos agregar que el toyotismo disminuye el poder burocrático de la empresa en virtud del impulso que le imprime a la competencia entre los propios trabajadores. Por eso, Nise Jinkings tiene razón cuando identifica las “relaciones de rivalidad entre compañeros de trabajo como una fuente más de presión por la productividad y de intensificación del trabajo, estimulada por el sistema flexible de remuneración y por la coyuntura de los altos índices de desempleo y subempleo”.[83]

En efecto, dentro del toyotismo “en primer lugar, el just-in-time no disminuye, sino aumenta la carga de trabajo. Para comenzar, él introduce la flexibilidad, especialmente en la jornada, y en el nivel máximo. Los obreros son obligados a hacer horas extras. En Europa, la industria automovilística está decidida a abolir la tradicional jornada de ocho horas de trabajo. En la General Motors se trabaja en dos equipos de diez horas diarias (y un tercero que descansa), lo que permite utilizar las máquinas veinte horas por día, y no dieciséis. El sistema fue retomado por la Peugeot, en Poissy. Además de eso, hay una formidable intensificación del trabajo. El símbolo de la Toyota es el pasaje de la relación un hombre/una máquina a una relación: un hombre/cinco máquinas”.[84]

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Lo anterior parece ser una característica general ya que, como dice Jinkings, “Michel Gollac y Serge Volkoff, basándose en investigaciones de 1984 y 1991, constatan recientemente una degradación de las condiciones de trabajo de los asalariados en países de Europa y de otras regiones del mundo capitalista. De entre múltiples elementos de esa degradación, los autores destacan que la intensificación del trabajo mediante el aumento de la presión sobre el ritmo de las tareas, es el factor esencial del agravamiento de las condiciones laborales”. [85] Respecto al autoritarismo patronal que lleva implícito el sistema Toyota, Gounet agrega que: “los fabricantes usan la censura y el chicote, la garantía de empleo vitalicio y un sindicato totalmente amoldado al patrón, para imponer a sus empleados los cambios en las condiciones de trabajo. Eso es fundamental para el nuevo sistema”.[86] Como método de intensificación del trabajo, el toyotismo es en síntesis “un sistema de organización de la producción basado en una respuesta inmediata a las variaciones de la demanda y que exige, por tanto, una organización flexible del trabajo (inclusive de los trabajadores) e integrada”.[87]

Giovanni Alves lleva más lejos este razonamiento cuando confirma que el toyotismo es genuinamente un método de superexplotación del trabajo: “El nuevo complejo de reestructuración productiva tiende a impulsar todavía más la superexplotación del trabajo, en la medida en que la constitución de un nuevo (y precario) mundo del trabajo y el debilitamiento del poder de negociación de los sindicatos tienden a elevar, aún más, principalmente en los sectores industriales en los que se había constituido un poder sindical organizado, la discrepancia entre los rendimientos del capital y los rendimientos del trabajo, a pesar de los aumentos reales de salarios -que no acompañan a la productividad del trabajo- y de los bonos de participación en ganancias y resultados, ocurridos a partir de 1974 en las montadoras”.[88]

Junto a la intensificación del trabajo que conllevan los nuevos paradigmas, se verifica también una prolongación de la jornada promedio en todo el sistema; basta con señalar que en ramas de punta como en la “democrática” fábrica Toyota el obrero trabaja, en promedio, 44 horas a la semana y en algunas ramas de producción manufacturera los obreros llegan a rebasar las 50 horas de trabajo a la semana.

La prolongación de la jornada de trabajoEl toyotismo acarrea un aumento del tiempo de trabajo en todas sus formas por lo que, lejos

de disminuir (como asegura la propaganda), se manifiestan en el mundo tendencias muy fuertes al aumento absoluto de la jornada de trabajo más allá de su límite legal y que configuran formas clásicas de explotación de plusvalía absoluta.

En la historia de la jornada de trabajo podemos distinguir tres etapas: a) en la primera, de aumento de la jornada de trabajo, tiene lugar la revolución industrial en Inglaterra y alcanza su punto máximo entre 1835-1840, en los países europeos, donde el tiempo diario de trabajo fluctúa entre 12 y 15 horas durante seis días de la semana; b) la segunda etapa comienza a mediados del siglo XIX, donde el tiempo de trabajo se estabiliza con tendencia a su reducción hacia finales de siglo (entre 1891 y 1892), para llegar a una media de entre 10.5 y 9.5 horas en los albores de la Primera Guerra Mundial; c) la tercera etapa comienza a principios del siglo XX, cuando la jornada promedio tiene una duración de 12 horas por día, aunque se debe señalar que en las pequeñas empresas y en los lugares donde se practica el trabajo a domicilio ese límite es constantemente rebasado.

Con la ley de 1919 en Francia se establece la jornada de 48 horas semanales y también en este país desde la década de los treintas se desarrolla, por recomendación de la OIT, el debate y la lucha por el establecimiento de las 40 horas semanales. En un breve periodo, durante la crisis de

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los años treinta, se aplica (desde 1937) la ley de 6 de junio de las cuarenta horas, pero la Segunda Guerra Mundial cambia el escenario y nuevamente se prolonga la jornada de trabajo a partir de 1939. Así, durante el periodo del nazismo (1940-1943) se alcanzan las 60 horas por ley en Francia. Nuevamente, durante 1945-1960 la jornada normal de trabajo es legalmente restablecida en 40 horas semanales, aunque rebasada por el uso masivo de horas extraordinarias.

En la actualidad [2003] la jornada legal en Francia es de 35 horas, pero son indicativas y sujetas a negociación entre sindicatos y empresas: “En enero de 2000 la semana de trabajo se redujo de 39 horas a 35. Esto permite un tiempo para el ocio y el enriquecimiento cultural. Pero esto todavía es muy reciente. La reducción de la jornada laboral no impacta por igual a hombres y mujeres. En el caso de las mujeres, cada hora que ocupan menos en su trabajo lo aumentan en la dedicación hogareña. El tiempo libre no es libre para la mujer. Igualmente, no hay estudios profundos sobre el tema, ya que esto es reciente y la jornada de 35 horas está supeditada a una negociación entre las empresas y los sindicatos […] Se garantiza la jornada semanal de 35 horas, pero en un promedio anual”.[89]

Los países que a principios de la década de los cincuentas tenían jornadas prolongadas (Alemania, 48.5 horas e Inglaterra, 43.3 horas) las reducen a partir de 1956. Entre 1963 y 1976, Francia es el país europeo que cuenta con el tiempo de trabajo más prolongado. Pero, a partir de 1982, reduce la jornada a 39 horas semanales.[90] Por otro lado, Italia y Dinamarca la reducen a 36 horas y España a 34 horas en 1996, según la OIT.[91]

Sin embargo, en países “modelo” como Suecia, la jornada legal de trabajo diaria en la actualidad es de 8 horas, con 45 minutos para la comida y con un pago aproximado de 600 dólares por mes. En Austria, la jornada legal de trabajo es de 8 horas por día y en Corea del Sur de 45 horas semanales distribuidas así: 8 horas por día y 5 horas el sábado.[92]

En Estados Unidos los datos oficiales exhiben una jornada “legal” de 35 horas a la semana, pero el tiempo real de trabajo ha aumentado desde la década de los setentas. En Francia, para mencionar otro caso de un país desarrollado, en la industria de la confección se trabaja en promedio 15 horas por día con pago medio de 20 dólares o 1.33 dólares por hora, mientras que en un país subdesarrollado como México en el mismo ramo se laboran en promedio 9 horas continuas por día por un salario de 4.32 dólares por jornada, o sea, 48 centavos por hora.

En teoría, se pensaba que, conforme se desarrollara el capitalismo, éste operaría con mayores índices de productividad del trabajo (rendimientos por hora del trabajador en relación con la cantidad y calidad de producción de bienes y servicios). Además, ello se haría sobre la base de la producción de plusvalía relativa, salarios al alza y con tendencias a la reducción de la jornada de trabajo. Sin embargo, nada de ello está ocurriendo, y menos en lo que respecta a la jornada de trabajo, la cual tiende a aumentar en promedio a nivel mundial. Así, de acuerdo con el Anuario de Estadísticas del Trabajo 2000 de la Organización Internacional del Trabajo, publicado en Francia, tanto en lo que respecta a la actividad manufacturera como a las actividades económicas a nivel mundial, pocos son los avances en materia de reducción del tiempo total de trabajo y, por el contrario, se aprecian tendencias a su aumento absoluto. Por ejemplo, en Argentina, la jornada de trabajo para los hombres en el empleo total, es decir, considerando obreros y empleados, es de 47.2 horas de trabajo en el total de las divisiones de la actividad económica en 1998, destacando el caso de la división de la “explotación de minas y canteras”, donde la jornada de trabajo es de 57.5 horas a la semana.

En Brasil, si bien es cierto que la jornada de trabajo decreció en las industrias química y metalúrgica del Estado de São Paulo, gracias a las luchas obreras y a las negociaciones con el gobierno (de 48 horas a entre 40 y 47 horas semanales en 1985, según el DIESSE[93] y a que la

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Constitución de 1988 estableció la jornada legal en 44 horas; en la práctica el tiempo de trabajo viene aumentado, como se desprende de cifras respecto del Gran São Paulo, donde 42% de los trabajadores labora más de 44 horas semanales. En relación con los diversos sectores de la economía, 42% de los trabajadores de la industria y 52% de los trabajadores del comercio trabajaban más de la jornada prevista en la ley.[94]

En Colombia, considerando tanto a asalariados como a quienes trabajan en forma independiente, hombres y mujeres, las horas de trabajo a la semana en el total de las actividades económicas, sumaron 46.7 horas en 1999, contra 47 en 1998. Pero considerando solamente a los asalariados (es decir, empleados y obreros), el tiempo de trabajo semanal aumentó a 48.2 horas en 1999.

Aun en países latinoamericanos tradicionalmente liberales como Costa Rica, la jornada semanal en 1999 fue de 46.8 horas para hombres y mujeres (asalariados e independientes) y aumenta en el mismo año a 49 horas, si se considera únicamente a los hombres.

En Chile, las estadísticas indican que en 1998 la jornada semanal para hombres y mujeres es de 44.1 horas para asalariados e independientes, pero sube a 45.3 si solamente se considera a los hombres. En El Salvador, la jornada semanal para obreros y empleados (hombres) fue de 44.6 horas en 1998.

En México -donde la Ley Federal del Trabajo establece desde 1931 una jornada legal de trabajo de 48 horas a la semana (seis días)- según la OIT, la jornada de trabajo para obreros y empleados asalariados de ambos sexos fue de 44.7 horas en 1999; pero aumentó a 47 horas si se considera únicamente a los hombres. Aquí destaca la rama “pesca”, donde se laboraban 55.4 horas semanarias y 53.9 horas en el ramo de “transporte, almacenamiento y comunicaciones”.

En Corea del Sur, que fue durante muchos años un “tigre asiático” ejemplar, el tiempo semanal de trabajo para obreros asalariados de ambos sexos fue de 47.9 horas en 1999 y de 48.2 horas en el caso de los hombres en el mismo año. Aquí destaca la división “transporte, almacenamiento y comunicaciones”, donde la jornada rebasaba las cincuenta horas y significativamente las 49.5 horas en la industria manufacturera, que es la locomotora del desarrollo capitalista de ese país. Esto, a pesar de que la jornada de trabajo legal es, como vimos, de 45 horas a la semana.

En Canadá, contando sólo obreros (mujeres y hombres), la jornada semanal de trabajo en las actividades económicas, que era de 39.8 horas a principios de la década de los noventas, aumentó a 41 horas en 1999, contra 41.4 horas en 1998.

En Japón, el país que desencadenó la Tercera Revolución Industrial en la segunda parte del siglo XX, la estadística indica lo siguiente: tomando en cuenta tanto a trabajadores asalariados como a independientes de ambos sexos de todas las divisiones económicas, el tiempo de trabajo promedio fue de 42.3 horas en 1999. Pero si se considera exclusivamente a los hombres, el tiempo semanal aumentó a 46.6 horas en 1999, contra 46.5 un año antes.

En la década de los noventas, en este país oriental que impulsó la revolución onhista, el tiempo semanal de trabajo se redujo en 3.4 horas en el primer caso (trabajadores asalariados) y en 4 horas en el segundo (únicamente hombres).

En España, el tiempo semanal de trabajo fue de 36.2 horas en 1999, contra 36.7 horas un año antes; prevalece aquí, para ambos sexos y en todas las ramas productivas (excluyendo “agricultura, ganadería, caza y silvicultura” y la división “pesca”), un tiempo semanal de trabajo de 35.7 horas, mientras que en la industria manufacturera dicho tiempo es de 36.3 horas. Contando sólo a los hombres (obreros y empleados), el tiempo semanal de trabajo fue de 38.2 horas en 1999, contra 38.6 un año atrás.

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En Alemania, la jornada de los obreros hombres en las principales ramas económicas era en promedio de 39.9 horas a la semana en 1990 y pasó, según la OIT, a poco más de 45 horas por semana, es decir, 182.1 horas mensuales en promedio en 1998. En estos cálculos influyen muy probablemente los ajustes laborales de la unificación de las dos Alemanias.

En Estados Unidos, el tiempo semanal de trabajo promedio en el conjunto de las actividades económicas (dejando fuera la división “agricultura, caza, silvicultura y pesca”) para obreros asalariados de ambos sexos ligados a la producción, fue de 34.5 horas a la semana en 1999, contra 34.6 un año antes. Aquí destaca el caso de la división de “Explotación de minas y canteras” en la cual el tiempo semanal fue de 43.8 horas en 1999, y de la división “electricidad, gas y agua” donde fue de 42.3 horas en el mismo año. A su vez, el tiempo promedio de trabajo semanal en la industria manufacturera (donde se asienta la locomotora del “milagro norteamericano” reciente, puesto que aquí se concentran ramas dinámicas como fabricación de maquinaria y equipo, informática y software, contabilidad y equipo de oficina, comunicaciones, aparatos eléctricos y electrónicos, instrumentos ópticos, médicos y de precisión, etcétera) fue de 41.7 horas a la semana.

Cabe señalar que, como se mostró en el capítulo tres, a pesar del boom económico y la revolución tecnológica que experimentó Estados Unidos entre 1992-2000, en el curso de la década de los noventas “el número promedio de horas trabajadas por semana aumentó de 40.6 en 1973, a 50.8 en 1997”.[95] Este fenómeno también se presenta en otros países desarrollados.

Estos incrementos de la jornada laboral y de la plusvalía absoluta están en la base de las siguientes afirmaciones de Robert Boyer: “[…] el crecimiento del régimen fordista está muerto. Ha sido reemplazado por una forma totalmente diferente, en donde los múltiples empleos dentro de la misma familia y largas jornadas de trabajo son los únicos métodos para sustentar el creciente consumo familiar […] La expansión del crédito y la especulación financiera complementan la estrategia para mantener los actuales incrementos en los niveles de vida”.[96]

Por su parte, Jeremy Rifkin expresa que “a lo largo de las últimas décadas el tiempo de trabajo se ha incrementado en 163 horas, o lo que es lo mismo, un mes al año. Más de 25% de los trabajadores de tiempo completo trabajan cuarenta y nueve horas o más, por semana. La cantidad de vacaciones pagadas y de bajas remuneradas también han disminuido en las dos últimas décadas. El trabajador americano medio recibe, en la actualidad, tres veces y medio menos vacaciones pagadas y días de baja laboral remunerados de lo que podía recibir a principios de la década de los años setenta. Con un número de horas de trabajo mayor que en los años cincuenta, los americanos consideran que su tiempo de ocio se ha visto disminuido en más de un tercio. Si las actuales tendencias en lo referente a la cantidad de trabajo siguen igual, al final del siglo los trabajadores americanos emplearán tanto tiempo en sus puestos de trabajo como el que se empleaba en la década de los años veinte”.[97] Y otra publicación testifica que “un estudio realizado por la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos indica que las horas de trabajo están llegando en ese país a cifras impresionantes. En el caso de Silicon Valley, se trabajan casi sesenta horas a la semana”.[98]

Los datos anteriores nos permiten corroborar una tendencia a la prolongación de la jornada de trabajo. Esta tendencia es visible en el sector manufacturero, el cual, en promedio en los principales países desarrollados y subdesarrollados se mantiene en 43.5 horas a la semana en 1999, mientras que en América Latina la jornada de trabajo media es de 44 horas a la semana.Tiempo de trabajo semanal en la industria manufacturera por países, 1999 (promedios)

Argentina (1998) 48.2 Canadá 38.7 Colombia 48.5 Costa Rica 49.5

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Chile (1998) 45.6 El Salvador (1998)

44.3

México 46.4 Perú 49.6 Puerto Rico 41.7 Uruguay 45.7

Estados Unidos 41.7 Hong Kong (1998)

45.5

Japón 46.0 Corea 50.0 Filipinas 46.3 Singapur 49.2 Tailandia (1998) 50.5 España 34.4 Finlandia 38.6 Francia 39.6

Alemania 37.6 Grecia (1998)

42.0

Portugal (1998) 38.0 Suiza 41.3 Suecia 33.3 Australia 40.6

Fuente: Cálculos propios con base en Anuario de Estadísticas del Trabajo 2000, Organización Internacional del Trabajo, Francia.

Pocos son los estudiosos del tiempo de trabajo en la actualidad y menos todavía los que realizan investigación empírica para ofrecer resultados concretos que posibiliten inferir tendencias a mediano y largo plazos. Autores como Montes Cató y Valentina Picchetti, en su estudio circunscrito a la Argentina, advierten las tendencias y objetivos que persiguen las reformas laborales y contractuales: es precisamente la adaptación de la jornada por la expansión del empleo con jornadas extensas (sobreocupación horaria) una de las características del nuevo modelo que se consolida a partir del Plan de Convertibilidad. Si durante las décadas de los años ´70 y ´80 más del 50% de la población empleada trabajaba entre 30 y 45 horas (históricamente conceptualizada como “jornada normal”), a fines de los noventa la población asalariada ya no se concentra en este rango, sino que tiende a aumentar el empleo caracterizado por una jornada que se extiende a más de 45 horas semanales.[99]

Luz Vega también advierte que “en países como Argentina, Brasil, Chile o México ha habido una tendencia al aumento de las horas efectivamente trabajadas (superando en algunos sectores la jornada legal), lo cual podría tener relación con el bajo costo de las horas extraordinarias y la falta de operatividad de los mecanismos de control”.[100] Otro autor, con una perspectiva global en el estudio de la jornada y el tiempo de trabajo, es Sadi Dal Rosso, de la Universidad de Brasilia, quien después de un minucioso análisis del tiempo de trabajo en América Latina y el Caribe, [101] ofrece la siguiente conclusión: “[…] Los datos disponibles permiten concluir la existencia de una tendencia histórica de largo plazo de disminución de la jornada de trabajo en los países latinoamericanos y caribeños. La pregunta siguiente que debemos hacernos es, si al lado de ella, contemporáneamente, no está aconteciendo otro proceso distinto que lleve la duración del trabajo en otra dirección. La respuesta que ofrezco en este trabajo es positiva. En la actualidad, un fenómeno inverso puede ser diagnosticado, tanto en varias sociedades ricas, como en las pobres, a saber, si la duración de la jornada de trabajo media está disminuyendo para algunos, para otros trabajadores está aumentando”.[102]

En la década de los ´90, la investigación empírica y sus resultados llevan al citado autor a concluir: “El fenómeno de incremento de las horas de trabajo que acabamos de documentar toma lugar en años recientes y se agudiza en los años noventa. Los años ochenta y noventa, en los países latinoamericanos y caribeños, corresponden al periodo en que la economía fue sometida a un proceso más intenso de liberalización, con integración al mercado mundial y, consecuentemente, con una exposición mayor de las empresas a la concurrencia internacional. Sometidas a una mayor concurrencia, las empresas reducen los puestos de trabajo y elevan las demandas de trabajo para los asalariados. Éstos, presionados por amenazas de desempleo y por los bajos salarios que reciben,

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pasan a aceptar el aumento de la duración del trabajo, que se efectúa por medio del aumento de la proporción de los trabajadores que realizan trabajo extra”.

De otra parte, la ideología liberal embiste contra la presencia del Estado en la economía y en la reglamentación de las condiciones de trabajo, y contra la actuación de otros agentes institucionales como sindicatos y las asociaciones de la sociedad civil, en el mercado. Si examinamos los cambios legales de las condiciones de trabajo, en particular, de la jornada laboral, el proceso de desreglamentación tomó lugar en algunos países solamente. Pero, esta invariabilidad de la ley no ha sido suficiente para impedir un cambio generalizado de las condiciones objetivas del trabajo en relación con el aumento de la duración de la jornada. La presión ideológica del capital y de los gobiernos sobre los sindicatos coloca a la defensiva a la institución de defensa de los trabajadores, lo que posibilita aumentar el sobretrabajo.

La relación del incremento del tiempo de trabajo, verificado en varios países de la América Latina, con el proceso de liberalización de la economía y la consecuente exposición de las empresas a la dura competencia internacional, indica que el fenómeno tomará formas aún más acentuadas a medida que los efectos de la liberalización se profundicen en las economías nacionales.[103]

Depositando en la balanza los aumentos y las disminuciones del tiempo de trabajo, queda claro de lo anterior que no solamente el capitalismo globalizado pugna constantemente por los primeros sino que, como deja asentado Dal Rosso, se establece una estrecha correlación entre la mayor apertura de las economías y la intensificación de la competencia intercapitalista por la conquista de nuevos mercados y de insumos importantes para la producción industrial por un lado, y la presión para orientar las políticas públicas y privadas hacia el aumento del tiempo de trabajo en todas sus formas, por otro.

Estados Unidos permite proyectar las tendencias globales del capitalismo en lo que se refiere a las condiciones y derechos de los trabajadores y de los ciudadanos. La revolución del mundo del trabajo generó dos tendencias en Estados Unidos: a) una continua eliminación masiva de puestos de trabajo como efecto de la introducción de nuevas tecnologías y el consecuente proceso de automatización y, b) el aumento de la jornada de trabajo -y por ende- de plusvalía absoluta como mecanismo para compensar la reducción sistemática de los salarios y de los subsidios al trabajo, sin olvidar las reducciones del proceso de producción debidas a la crisis, aun en situaciones en que no se aplique tecnología o se realicen mejoras técnicas en la producción.

Quizá la siguiente síntesis exprese con exactitud y generalidad tanto el presente como el futuro que el capitalismo depara al mundo del trabajo: la regulación de la jornada laboral, que fue la verdadera piedra angular de la política socialista a lo largo de los dos últimos siglos, ha sido abatida por completo. Con frecuencia las jornadas laborales duran doce, catorce, dieciséis horas, sin fines de semana ni vacaciones; hay trabajo para los hombres, para las mujeres y también para los niños, para los ancianos y también para los discapacitados. ¡El imperio tiene trabajo para todos! Cuanto más se desregula el régimen de explotación, tanto más trabajo hay. Ésta es la base sobre la que se crean las nuevas segmentaciones del trabajo.[104]

ConclusiónUno de los secretos más recónditos de la contabilidad capitalista consiste en borrar la

diferencia entre la productividad y la intensidad del trabajo con el objeto de impedir que el pensamiento crítico y sobre todo, los trabajadores puedan reclamar a los empresarios, en la arena jurídica, política y sindical, aumentos de sus remuneraciones debido al segundo concepto.

De aquí que solamente a través de estudios de caso, con levantamiento de encuestas,

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entrevistas, estadísticas y test elaborados por colectivos de investigadores en centros, institutos y sindicatos se puedan obtener datos concretos sobre el fenómeno de la intensificación del trabajo que está ocurriendo actualmente en la mayor parte de los países capitalistas del orbe. No ha sido ésta nuestra pretensión en el presente libro, ya que el autor no cuenta con los medios financieros, materiales y humanos para realizar tal labor. Sin embargo, sí he intentado reunir información sobre el fenómeno, estrechamente vinculado con otro referido a una tendencia mundial al aumento de la jornada laboral. Los casos atípicos como el de Francia (35 horas indicativas a la semana, pero que pueden alcanzar hasta 39 horas, dependiendo de la fuerza de negociación de los sindicatos), o por ejemplo los “paros técnicos” promovidos por empresas transnacionales como VW, efectivamente pueden ser invocados para aludir a tendencias a la reducción de la jornada laboral.

Pero no se debe confundir la política promovida por las empresas transnacionales, al lado de los despidos masivos y la precarización de los empleos en la actual crisis capitalista, con otro fenómeno muy distinto, de carácter histórico-estructural, que apunta a la reducción de la jornada laboral. En veinte años de neoliberalismo esta segunda tendencia ha sido contrarrestada por presiones jurídicas, políticas e institucionales para aumentar la duración absoluta de la jornada de trabajo. En este contexto destaca la tentativa del gobierno de Fox y su Secretaría del Trabajo en México de reformar el código laboral para cercenar los derechos históricos de los trabajadores y para adoptar medidas lesivas para millones de trabajadores y trabajadoras, entre las que figura la intención de aumentar la jornada de trabajo de las actuales 8 horas a 10 horas por día, en un país cuya población desocupada representa alrededor de 24% de la PEA y donde existen 75 millones de pobres en el territorio nacional, de los cuales 66% (50 millones) están ubicados en la pobreza urbana y poco más de 50%, en la extrema pobreza.[105]

El presente estudio nos lleva a constatar que el aumento del tiempo de trabajo es un fenómeno universal que atraviesa países y regiones, al mismo tiempo que aumenta la intensidad del trabajo y presiona a la baja los salarios, independientemente del grado de desarrollo económico y político. Por ello los trabajadores del capitalismo posneweconomy de los países centrales tendrán que lidiar en el futuro inmediato con condiciones de superexplotación del trabajo, precarización y creciente exclusión social muy similares a las experimentadas por los trabajadores de los países dependientes......................................................................................................................................................................[1] CEPAL, Panorama Social de América Latina, 2000-2001, Naciones Unidas, 2002, gráfico III.3, pág. 93. Para Chile véase a Graciela Galarce, “El modelo genera desocupados”, en www.rebelion.org, 19 de junio de 2000, quien constata un “enlentecimiento” histórico en la creación de empleos en ese país. [2] OIT, World Employment Report 2001, op. cit., p. 30.[3] Fiori, “¿Adiós a la clase trabajadora?”, en www.rebelion.org, 6 de mayo de 2001.[4] CEPAL, Panorama Social de América Latina, Organización de las Naciones Unidas, Santiago, 1999-2000, pp. 95-96.[5] Abelardo Mariña, “Factores determinantes del empleo en México, 1980-1998”, en Comercio Exterior No. 5, México, mayo de 2001, p. 414.[6] De esta problemática dan cuenta los trabajos de la escuela de la regulación. Para una exposición y análisis crítico de esta escuela véase: Thomas Gounet, op. cit. [7] Véase a Octavio Lóyzaga de la Cueva, La flexibilización… op. cit.[8] María de los Ángeles Pozas, op. cit., p. 82.[9] Eduardo Lora, Las reformas estructurales en América Latina: Qué se ha reformado y cómo medirlo, Banco Interamericano de Desarrollo, diciembre de 2001, p. 21. (Documento disponible en formato PDF).[10] María Luz Vega Ruíz (editora), op. cit., p. 25.[11] Jaime Saavedra, “Angustias laborales en el Perú de hoy. Pistas para salir de una encrucijada”, en http://www.grade.org.pe/boletin/01/art02.htm.[12] Víctor Tokman, “El desempleo no se va de América Latina”, en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de 1998.[13] CEPAL, Panorama Social de América Latina, 2000-2001, Naciones Unidas, Santiago, 2002.[14] Actualmente existen en México tres anteproyectos de reforma a la legislación laboral vigente (Ley Federal del Trabajo y Artículo 123 de la Constitución Política del país): la del gobierno federal, a través de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, y que en esencia recoge la iniciativa que presentó el Partido Acción Nacional (PAN) en 1995; la del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y la de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), estas dos últimas presentadas en la Cámara de Diputados el 5 de junio de 2002. El rasgo común de los tres anteproyectos es su carácter neoliberal; expresa la misma tendencia a la flexibilidad regresiva en nuestro país. Para un análisis, véase Max Ortega, “Programa neoliberal, reforma de la LFT y resistencia sindical y popular”, ponencia presentada en La Legislación Laboral a Debate,

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Mesa de Debate No. IV: Los investigadores del mundo del trabajo, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo, 22 de agosto de 2002 en el Auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Véase asimismo mi ponencia “Empleo y desempleo en el ciclo neoliberal” en la sede del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM), México, 20 de agosto de 2002, presentada en el mismo evento.[15] En enero de 1998 el Senado brasileño aprobó la Ley de Trabajo Temporal, que “flexibiliza” el trabajo en todo el país. Esta ley permite establecer contratos temporales de 12 meses, los cuales pueden renovarse hasta por otros 12 meses más, y el empresario queda libre de la indemnización del 40% del Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio (FGTS) en caso de despido, mientras que el Valor Patronal a la Contribución del FGTS cae de 8% a 2% al mes. Esta ley “permite la institucionalización del nuevo (y precario) mundo del trabajo en Brasil”, de acuerdo con Giovanni Alves, op. cit., p. 246.[16] Víctor Soria Murillo, “El mercado de trabajo en Brasil y México a la luz de la integración regional y la crisis financiera”, en Comercio Exterior No. 5, mayo de 2001, p. 426, Cuadro 1.[17] Según el Conselho Nacional dos Dereitos da Mulher, Gobierno de Brasil, de acuerdo con datos de la Fundación IBGE. Tabulações Especiais del PNAD de 1995 e 1999; Fundação Seade, www.mj.gov.br/sedh/cndm/genero/mj01.html.[18] José Luís Fiori, op. cit.[19] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 59.[20] OIT, World Employment Report 2001, Life at Work in the Information Economy, Ginebra, 2002, p. 31.[21] Silvio Baró, op. cit., p. 70.[22] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 61.[23] Ibid., p. 121.[24] Ibíd., p. 81.[25] James Petras, Centralidad del Estado en el mundo actual, en www.rebelion.org, 26 de mayo de 2001. Cursivas mías.[26] Euardo Febro, “Qué fue de la ‘nueva economía”, en Página 12, 15 de enero de 2001.[27] OIT, Informe sobre el empleo en el mundo 1998-1999, Tendencias del empleo en el mundo: un panorama desalentador, Ginebra, 1999.[28] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 29.[29] James Petras, Globaloney, el lenguaje imperial, los intelectuales y la izquierda, Antídoto-Herramienta, Buenos Aires, 2000, pp. 151-152.[30] Cit. por OIT, op. cit. P. 31.[31] Para este tema puede consultarse el libro de Jaime Osorio, Las dos caras del espejo, ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana, Triana México, 1995, donde el autor dialectiza sin diluir la relación existente entre clases y sujetos sociales.[32] Cf. por ejemplo, Michel Piore y Charles Sabel, La segunda ruptura industrial, Madrid, Alianza Editorial, 1990 y Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial, Madrid, 1989. Es importante señalar que la concepción de la “unificación” del saber-hacer del obrero con los nuevos paradigmas del trabajo, como el toyotismo, es propia de las escuelas empresariales de Recursos Humanos. Para una posición en contrario véase Benjamín Coriat, Pensar al revés, siglo XXI, México, 1992. [33] Por ejemplo, Clause Offe, op. cit.; André Gorz, Adiós al proletariado (más allá del socialismo), Editorial El Viejo Topo, Barcelona, 1982; J. Habermas, “Ténica e ciencia como ideología”, en Os pensadores, Sao Paulo, abril de 1975; Anthony Giddens, Un mundo desbocado, Editorial Taurus, Madrid, 2000; Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., y La era del acceso, op. cit. Sin embargo fue Daniel Bell, op. cit., quien sintetizó las características de la “nueva sociedad”: a) economía de servicios, b) predominio de la clase profesional y técnica, c) primacía del conocimiento teórico, d) planificación de la tecnología y, e) uso de tecnología intelectual.[34] Para este tema véase a István Meszáros, op. cit., y el polémico libro de reciente aparición de John Holloway Cambiar el mundo sin tomar el poder, el significado de la revolución hoy, coedición Universidad Autónoma de Puebla-Herramienta, Buenos Aires, 2002.[35] La carta citada está incluida en Karl Marx, Apéndice de La miseria de la filosofía, Ediciones de Cultura Popular, México, 1972, p. 171.[36] Para este tema consúltense los trabajo de Max Ortega y Ana Alicia Solís de Alba, Estado, crisis y reorganización sindical, ITACA, México, 1999 y Ana Alicia Solís de Alba, El movimiento sindical pintado de magenta, ITACA, México, 2002.[37] Para este tema véase a Benjamín Coriat, El Taller y el cronómetro, Siglo XXI, México, 1985, y a Néstor López Collazo y Luis Menéndez, “El fordismo como patrón de dominación social”, ponencia presentada en el XXIII Congreso de ALAS: América Latina entre la Decadencia y la Transformación, los Múltiples Desafíos de las Ciencias Sociales, Guatemala, del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2001.[38] Rosa Luxemburgo entendió El capital de Marx como un conjunto articulado dialécticamente, donde el primer tomo constituye los cimientos, mientras que el segundo y tercer tomos, son los pisos del edificio. Esta concepción se encuentra en Franz Mehring, Carlos Marx, Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 378. Asimismo para una visión panorámica del pensamiento de Marx como un todo orgánico que parte de la teoría del valor-trabajo, véase a Ernest Mandel, La formación del pensamiento económico de Marx, de 1843 a la redacción de El capital: estudio genético, Siglo XXI, México, 1972.[39] Francisco José Soares Teixeira (Org.), Neoliberalismo e reestruturação produtiva, Cortez Editora, São Paulo, 1996, p. 66.[40] Cit. por Antunes, Os sentidos, op. cit., p. 121. Cursivas del autor.[41] Puede encontrarse una crítica a esta tesis de Habermas en Antunes, Os sentidos…, p. 135 y ss.[42] Ibíd., p. 155.[43] Hardt y Negri, op. cit., pp. 42-43.[44] Véase: OECD, The future of the global economy, towards a long boom?, París, 1999.[45] Anatomy of a long boom”, en Ibíd., p. 12.[46] "The emerging global knowledge economy”, en Ibid., p. 82.[47] Ídem[48] Carlos Marx, El capital, FCE, México, 2000, primera reimpresión, T.I., Capítulo XXIII, p. 538.[49] Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1857-1858, Siglo XXI, México, Tomo II, 8ª edición, 1980, pp. 229-230.[50] Ernest Mandel, El capitalismo tardío, ERA, México, 1979, p. 202. Cursivas del autor.[51] Antunes, Os sentidos, op. cit., p. 124.

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[52] Véase este tema en Adrián Sotelo Valencia, Globalización y precariedad..., op. cit. Es importante señalar que esta división internacional del trabajo repercute en las condiciones en que se usa la fuerza de trabajo, provocando una mayor parcialización y precariedad de la misma en los países subdesarrollados y dependientes, como Brasil, México o Chile, que en los países desarrollados de Europa, en Estados Unidos o en Japón. Véase al respecto Helena Hirata, “Relaciones sociales de sexo y división del trabajo, contribución a la discusión sobre el concepto del trabajo”, revista Herramienta No. 14, primavera/verano de 2001, Buenos Aires, pp. 81-91.[53] Véase a Samir Amin, “Mundialización y acumulación capitalista”, en Samir Amin et. al., La nueva organización capitalista mundial vista desde el Sur, Tomo I, Mundialización y acumulación, coedición Anthropos-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM, México, 1995, pp. 11-50.[54] Véase a Ricardo Antunes, ¿Adiós al trabajo?, ensayo sobre las metamorfosis y la centralidad del mundo del trabajo , Cortez Editora, São Paulo, 2001; Giovanni Alves, op. cit., comprende estos cambios a través de la transición del “toyotismo restringido” de la década de los ochentas al “toyotismo sistémico” de la década de los noventas del siglo XX en Brasil dentro de la noción de superexplotación del trabajo.[55] Giovanni Alves, op. cit., p. 161.[56] Porque cuando Giovanni Alves afirma que “El concepto de superexplotación del trabajo que utilizamos es diverso del utilizado por Ruy Mauro Marini, para quien la superexplotación del trabajo no implicaba un aumento de la capacidad productiva del trabajador asalariado” (op. cit., p. 161, nota núm. 2), no capta que Marini plantea exactamente lo contrario.[57] Dialéctica de la dependencia, op. cit., pp. 71-72. [58] Ruy Mauro Marini, “Las razones del neodesarrollismo” (respuesta a Fernando Henrique Cardoso y José Serra), Revista Mexicana de Sociología, año XL, vol. XL, núm. extraordinario (E), IIS-UNAM, México, 1978, pp. 63-64.[59] Antunes, Os sentidos…, op. cit., p. 120. Cursivas del autor.[60] Nise Jinkings, O mister de fazer dinheiro, automatização e subjetividade no trabalho bancario, Editorial Boitempo, São Paulo, 1995, p. 65.[61] Ibíd., p. 89.[62] Rifkin, El fin del trabajo…, op. cit., p. 240.[63] DIESSE, “O impacto das recentes transformações no mundo do trabalho sobre as contratações coletivas”, II Congresso Latino Americano de Sociologia do Trabalho, 1 a 5 de dezembro de 1996 - Aguas de Lindóia -SP.[64] Para este tema, véase Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 14ª edición, 1993.[65] Samir Amin, “Mundialización y acumulación capitalista”, op. cit., p. 20.[66] Antunes, Os sentidos…, op. cit., p. 53.[67] Giovanni Alves, op. cit., p. 133 y ss. y p. 232.[68] César Altamira, op. cit.[69] Ibíd.[70] La prueba empírica de esta tesis se encuentra en Esthela Gutiérrez y Adrián Sotelo, “Modernización Industrial, Flexibilidad del Trabajo y Nueva Cultura Laboral”, en Esthela Gutiérrez Garza (coordinadora general), El Debate Nacional, coedición UANL-Diana, México, 1998, 2ª impresión, pp. 165-203.[71] Antunes, Os sentidos…, op. cit., p. 79.[72] Ibid., p. 80.[73] Por ejemplo, racionalizando el tiempo que se daba para ir al baño o a la comida, para despabilarse y fumar un cigarrillo, etcétera. De hecho, computar el tiempo de trabajo a partir del momento en que el obrero se pone efectivamente a disposición del patrón, sin considerar, por ejemplo, el tiempo de traslado de su domicilio a la empresa-fábrica, constituye otra tendencia para prolongar la jornada de trabajo, como se constata en Argentina: “Las empresas buscan que cada minuto que un trabajador está bajo sus órdenes sea productivo, a la vez que reducen sus costos, ya que hay un tiempo que los trabajadores utilizan ya sea para cambiarse, llegar a su puesto o trasladarse, como es el caso de las guardias pasivas, en el que de hecho ya están al servicio de la empresa, y no es pagado” (Juan Montes Cató y Valentina Piccheti, “De la jornada determinada a la indeterminación del tiempo de trabajo. Estudio sobre los cambios en la jornada laboral”, ponencia presentada en el XXIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS), Antigua Guatemala, del 29 octubre al 2 de noviembre de 2001, p. 13).[74] Oscar A. Martínez, “Los trabajadores frente a las nuevas formas de organización del trabajo. El mito de la gestión participativa”, en revista Herramienta, Buenos Aires, otoño de 1998, p. 71.[75] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit. p. 220. [76] Roque Aparecido da Silva y Marcia de Paula Leite, “Tecnología y cambio tecnológico en la sociología latinoamericana del trabajo”, en De la Garza (coordinador), Tratado Latinoamericano de Sociología del Trabajo, coedición FCE-UAM-COLMEX-FLACSO, México, 2000, p. 114.[77] Juan José Castillo, “La sociología del trabajo hoy: la genealogía de un paradigma”, en De la Garza, op. cit., pp. 57-58.[78] Renan Vega Cantor, El caos planetario, ensayos marxistas sobre la miseria de la mundialización capitalista, Herramienta-Antídoto, Buenos Aires, 1999, p. 79.[79] Rifkin, El fin del trabajo…, op. cit., p. 220.[80] Oscar A. Martínez, op. cit., pp. 68-69.[81] Saskia Faber-Taylor, “Patrones de compra y de decisión en las maquiladoras de El Paso y Ciudad Juárez”, en Comercio Exterior No. 9, México, septiembre de 1999, p. 781.[82] Muto Ichiyo, “Toyotismo, lucha de clases e innovación tecnológica en Japón”, en www.rebelion.org, 30 de junio de 2000.[83] Nise Jinkings, “Los bancarios brasileños en la fase de la reestructuración capitalista contemporánea”, revista Trayectorias No. 9, UANL, México, mayo-agosto de 2002, pp. 78-99.[84] Thomas Gounet, op. cit., p. 48.[85] Nise Jinkings, “Los bancarios brasileños”, op. cit., p. 86.[86] Thomas Gounet, op. cit., p. 31.[87] Giovanni Alves, op. cit., p. 29.[88] Ibíd., p. 251.

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[89] Helena Hirata, “¿Sociedad del ocio? El trabajo se intensificó” (Entrevista), en Página 12, www.pagina12.com.ar, 1 de febrero de 2001.[90] Datos tomados de “Jornada de trabalho: lutas e história”, DIESSE No. 197, São Paulo, agosto de 1997, pp. 26 y ss.[91] OIT, Anuario y Boletín de Estadísticas del Trabajo, Ginebra, 1997.[92] Para Corea, www.nso.go.kr/cgi-bin/sws_777pop.cgi.[93] DIEESE, “O impacto das recentes transformações no mundo do trabalho sobre as contratações coletivas”, Ponencia presentada en el II Congreso Latinoamericano de Sociología del Trabajo, 1 a 5 de diciembre de 1996, Águas de Lindóia, São Paulo, Brasil, p. 17.[94] Anuário dos trabalhadores: “Horas extras comprometem a criação de novos empregos”, Boletín No. 197 del DIEESE, São Paulo, agosto de 1997, pp. 35-36 y DIEESE, “O impacto das recentes transformações…”, op. cit., Tabla No. 1, p. 8.[95] Arturo Guillén, op. cit., p. 150. [96] Robert Boyer, “Diversidad y futuro de los capitalismos”, en revista Trayectorias Nos. 7/8, UANL, México, septiembre de 2001-abril de 2002, p. 14. Cursivas mías.[97] Rifkin, El fin del trabajo, op. cit., p. 263.[98] Crónica, 14 de mayo de 2000.[99] Montes Cató y Valentina Picchetti, op. cit., p. 3.[100] Luz Vega, op. cit., p. 39. [101] Véase: Sadi Dal Rosso, A Jornada de Trabalho na Sociedade. O castigo de Prometeu, Editora LTr, São Paulo, 1996 y “El tiempo de trabajo en América Latina y el Caribe”, ponencia presentada en el III Congreso Latinoamericano de Sociología del Trabajo en el Área: “Tecnología, Organización y Proceso de Trabajo”, Grupo de trabajo: “Tiempo de trabajo”, Buenos Aires, Argentina, del 17 al 20 de mayo de 2000.[102] Sadi Dal Rosso, “El tiempo de trabajo…”, op. cit. Cursivas mías.[103] Ídem.[104] Michael Hardt y Antonio Negri, op. cit., pp. 309-310.[105] De acuerdo con el Método de Medición Integral de la Pobreza (MMIP) utilizado por Julio Bolvinik y Araceli Damián, en op. cit.

CONCLUSIÓN GENERALEl sistema económico internacional muestra la existencia de regiones enteras envueltas en

crisis sistemáticas, arrastradas por olas depresivas o en procesos francamente regresivos de sus tasas agregadas de crecimiento económico, de productividad y de rentabilidad. La new economy, que prometía ser la “panacea” de la recuperación y del desarrollo de Estados Unidos y, por ende, de la mayor parte de los países del orbe, luego de la caída de los NIC´s asiáticos y latinoamericanos (1994-1999) se derrumbó por su propio peso.

El único país que parece estar creciendo, en medio de la depresión y el desempleo en el capitalismo mundial, es China con tasas promedio anualizadas de 10.5% durante la década de los noventas del siglo XX, frente a caídas de más de una década en países como Japón (-0.4% del PIB en 2001 y -1%, en 2002), y tasas deprimidas en Estados Unidos (1% en 2001 y 0.7%, en 2002), que experimenta una crisis histórica de sus reservas de productividad y de rentabilidad de sus corporaciones multinacionales. De ello dan cuenta las recientes quiebras norteamericanas de gigantescas corporaciones como Enron (la mayor empresa energética del mundo), la telefónica WorldCom y Johnson&Johnson, que han desatado escándalos financieros de impredecible trascendencia.

Lo mismo podemos decir de los países de la Unión Europea, cuyo líder, Alemania (0.5% del PIB en 2001 y proyectado de 0.7% en 2002), acusa también graves problemas de desempleo, precariedad del trabajo y declinantes tasas de productividad.

El panorama para América Latina, como vimos, no es más favorable; por el contrario la crisis, la reestructuración y las tendencias depresivas en curso, atacan inmisericordemente a los mercados de trabajo y extienden como nunca el desempleo, la miseria y la pobreza extrema.

La recuperación del capitalismo mundial está muy lejos y más aún con las políticas de ajuste que junto con otros factores (caída de la tasa de ganancia, capitalismo parasitario y especulativo, competencia, desempleo, etcétera), están provocando decrecientes tasas de crecimiento por lo menos desde la década de los ochentas del siglo XX. El capitalismo mundial está navegando en una ola larga de signo depresivo que tiende a pronunciarse debido a que, en el contexto de la fase neoliberal y neomercantilista del imperialismo, entró en un foso sin salida donde las “salidas” que le quedan son, cada vez más (como se desprende de la estrategia global de Estados Unidos y sus

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imperios asociados), la guerra, el desempleo, la pobreza y la superexplotación del trabajo.Las crecientes dificultades que el capital encuentra para producir valor y plusvalía en una

escala que garantice la reproducción ampliada del sistema, aunadas a la hegemonía económica y política que en el ciclo general del capital mantiene el capital financiero y bancario de signo especulativo (que engendró las “burbujas financieras”, como vimos en la primera parte de este libro), explican la decadencia. Se confirma así la tesis final de Marx de que el capitalismo avanza hacia su bancarrota debido, entre otros factores, a las profundas crisis de sobreproducción y de realización de mercancías que en el fondo expresan crecientes dificultades para continuar produciendo, en condiciones “normales”, valor y plusvalía.

Lo anterior se expresa en la tremenda contracción del capital productivo global, con la consecuente eliminación de empleos productivos y la creciente generación de desempleo y subempleo frente a la creación relativa de empleos precarios y sin derechos para los trabajadores. El objetivo del capital y del Estado es flexibilizar el trabajo con vistas a convertirlo en precario y polivalente, al mismo tiempo que sus estrategias y políticas se proponen restituir sus condiciones de rentabilidad.

El mundo del trabajo experimenta una profunda crisis que no ha podido ser superada con los paradigmas que surgieron de la crisis para reestructurar el fordismo y el taylorismo. Las nuevas formas de explotación de la fuerza de trabajo conllevan fuertes presiones que tienden a borrar las diferencias estructurales que la anterior división internacional del trabajo había impreso a los procesos productivos entre los países del capitalismo central y los periféricos y dependientes del mundo subdesarrollado.

El capitalismo mundializado tiende a generalizar los mecanismos de intensificación de la fuerza de trabajo y a presionar la prolongación de la jornada laboral que en la actualidad está aumentando a nivel mundial, como constatamos en el último capítulo de nuestro estudio. El nuevo “modelo” de relaciones laborales e industriales introducido por las corporaciones transnacionales con el apoyo del Estado reposa en los siguientes pilares: a) intensificación del trabajo, b) aumento progresivo de la jornada laboral, c) disminución de los salarios reales, d) intenso proceso de precarización de la fuerza de trabajo y del empleo, lo que implica sobre todo pérdida de derechos para los trabajadores y e) aumento del desempleo y el subempleo en todas sus formas, con el consecuente aumento de la pobreza.

La economía mundial que despunta en el comienzo del siglo XXI ha causado el declive de la agricultura, la industria y los servicios en todo el planeta. El llamado “sector de conocimiento” (o del analista simbólico) es extremadamente restringido y difícilmente podrá absorber a los trabajadores que están siendo expulsados de la industria, la agricultura y los servicios. El futuro inmediato para cada vez más sectores de la humanidad es el desempleo, el empleo precario, la miseria y la superexplotación del trabajo.

El mundo del trabajo es el de la mayoría de la humanidad; tendrá que ser reconstituido y reproducido al margen del capital, en el seno de sociedades y comunidades democráticas; sociedades basadas en nuevos paradigmas productivos, en la igualdad, la ética y las relaciones societarias, no de explotación, ni de dominio, sino de cooperación, solidaridad e intercambio cultural. Nuevas relaciones sociales de producción, de vida y de consumo, con un desgaste mínimo para aprovechar al máximo el libre desarrollo de las potencialidades de los trabajadores y la humanidad, tendrán que forjar los pilares del nuevo proyecto social. Pero, no sobra recordarlo: para cambiar el mundo es necesario tomar el poder a través de una profunda revolución.

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Todas las sociedades complejas se caracterizan, en diferentes grados, por la desigualdad en la distribución de las recompensas materiales y simbólicas socialmente generadas; el término estratificación social describe las estructuras sistemáticas de la desigualdad. Tanto las sociedades tradicionales como preindustriales justificaban su desigualdad a partir de cierto orden divino o natural. En contraposición a esta idea, durante el siglo XVII se argumentó que las personas nacen iguales en virtud de su humanidad y, por ende, debe buscarse una explicación a las causas persistentes de la desigualdad social (Crompton, 1994). Las desigualdades sociales no son naturales, sino por el contrario, la resultante de un proceso de construcción sociocultural. Numerosos autores buscaron dar respuesta a estos interrogantes: ¿cómo se pueden explicar y justificar las desigualdades en las sociedades? ¿Cuáles son las dimensiones que están por detrás de la estratificación social y que sostienen y reproducen estas desigualdades?

Podemos imaginar un recorrido teórico comenzando con los clásicos de la sociología -Marx, Weber, Parsons, entre otros- y sus relecturas contemporáneas, seguidos por autores como Bourdieu o Giddens y reconociendo los aportes de autores latinoamericanos como Germani, Florestán Fernández y González Casanovas, para nombrar sólo a algunos de los tantos referentes. Estos autores intentaron dar respuestas, desde múltiples teorías, en diferentes sociedades y momentos históricos, al problema de la desigualdad y la estratificación social.

América Latina y el Caribe ha sido desde la colonia un continente marcado por profundas desigualdades sociales y político-económicas. La persistencia de estas desigualdades ha sido un rasgo característico de su devenir histórico, pese a los esfuerzos que se han emprendido, a través de políticas públicas de combate contra las formas más extremas de desigualdad (Salas, 2004). La desigualdad social y la pobreza son los principales problemas que enfrenta históricamente la región: en 1990, el 46% de los latinoamericanos vivían en la pobreza y cerca de la mitad de ellos eran indigentes carentes de recursos para satisfacer necesidades fundamentales. Así, en 1990 había 195 millones de pobres en América Latina, mientras se registraban 76 millones más que en 1970 (O’Donnell, 1999).

Actualmente, según los datos de CEPAL, América Latina y el Caribe continúa siendo la región más desigual del mundo en términos de la distribución de ingresos y de activos como tierra, capital, salud, educación y tecnología. Las estimaciones más recientes para los países de América Latina, correspondientes al año 2007, muestran que la incidencia de la pobreza alcanza un 34,1% (184 millones de personas pobres) de la población de la región. De este porcentaje las personas que viven en condiciones de pobreza extrema o indigencia representan un 12,6% (68 millones de indigentes). A pesar de ello, el panorama actual parece ser más alentador del que se presentaba en el año 2002, en el que históricamente las mediciones registraron el mayor número de pobres (221 millones de pobres y 97 millones de personas indigentes) (CEPAL, 2008).

A pesar de los avances que muestran las mediciones, el porcentaje de latinoamericanos que vive en condiciones de privación es muy elevado: si bien este ha descendido 14 puntos porcentuales desde inicios de la década del noventa, aun queda un largo camino por recorrer. Los países que más disminuyeron la pobreza, según las cifras del 2007, fueron Bolivia y Brasil, en donde los descensos excedieron los tres puntos porcentuales por año, seguidos de Honduras, Paraguay y Venezuela, en donde superaron los 2 puntos porcentuales por año. Los mayores avances registrados en los índices de pobreza e indigencia en los países de América Latina en el

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periodo 2002-2007 se deben al incremento en los ingresos medios de los hogares; sin embargo, la participación de los efectos del crecimiento económico en los países de la región ha sido heterogénea y en varios de ellos las reducciones de los índices de pobreza tienen por principal factor explicativo la mejor distribución de los ingresos antes que mejores niveles de crecimiento.

El mercado de trabajo en América Latina presenta elevadas tasas de desempleo entre los pobres, las mujeres y los jóvenes; aunque los datos de CEPAL (2008: 25) muestran que las tasas de desempleo en el decil más pobre de los hogares bajaron del 30,2% al 23,8% en el periodo 2002-2006, la brecha con el decil más rico aún supera los 20 puntos porcentuales. Esta reducción en el desempleo urbano no ha modificado las diferencias entre hombres y mujeres, manteniéndose elevadas en el caso de las mujeres; en el caso de los jóvenes, el desempleo mostró una disminución pronunciada entre 2002 y 2006, pero aún continúa siendo superior al de otros grupos etáreos.

Asimismo, los datos ponen en evidencia la existencia de situaciones de precariedad laboral extendidas: puestos de trabajos insertos en sectores de baja productividad, mala calidad, bajas remuneraciones y caracterizados por la inestabilidad laboral y la falta de acceso a los sistemas de seguridad social.

Los datos de la CEPAL nos acercan al panorama de las carencias materiales que sufren muchos latinoamericanos; sin embargo, la pobreza es un problema social complejo que abarca otras dimensiones que superan la dimensión material para la reproducción de la vida cotidiana. A continuación expondremos los enfoques que en la actualidad contribuyen a la conceptualización, definición y medición de la pobreza (PNUD, 2000); cada uno de ellos recupera diferentes dimensiones del fenómeno y constituyen un buen punto de partida para dar cuenta de sus complejidades.

El primer enfoque se pregunta: ¿qué y cuánto poseen? este enfoque asocia el problema de la pobreza a la carencia, escasez y privación: es decir, a la imposibilidad de las personas para acceder a un conjunto de bienes y servicios materiales que les permitan satisfacer sus necesidades fundamentales. Su objetivo se limita a identificar las personas y grupos poblaciones que sufren una o más carencias, apuntando a cuantificar en forma directa, a través del índice de las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI); el NBI pone énfasis en el consumo. Por otro lado, está la línea de pobreza (LP), que pone el acento en la insuficiencia de ingreso para la satisfacción de las necesidades. algunas limitaciones de este enfoque radican en que sólo tiene en cuenta la dimensión económica y que excluye las dimensiones no materiales, como la dimensión social. El concepto de necesidades básicas se refiere a lo requerido por una comunidad para su sobrevivencia; este concepto plantea dificultades a la hora de definir el “conjunto de necesidades”, en el momento de escoger y caracterizar esos bienes y servicios considerados como básicos. Asimismo, el ingreso resulta ser un indicador indirecto que no habla de las condiciones de vida de las personas. Una de las críticas a este enfoque es que la forma de medir la pobreza no tiene en cuenta una mirada integral que tenga como horizonte las desigualdades y la equidad y justicia como valores subyacentes a la sociedad; en este sentido, la medición encierra un concepto que reduce la pobreza al cálculo del ingreso o a las necesidades básicas insatisfechas y no da cuenta de la distribución total del ingreso y del nivel de riqueza que dispone la sociedad. Es decir, no pone en relación al todo, y no piensa la pobreza de forma dinámica y relacional; la medición del NBI apunta a políticas que intentan aliviar la pobreza mediante la provisión de bienes, y en este sentido apunta a la elaboración de políticas sociales sectoriales (vivienda, salud, etcétera). La medición de la línea de pobreza conduce a políticas económicas de empleo e ingresos.

El segundo enfoque se focaliza en la pregunta: ¿quiénes son excluidos y de qué son

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excluidos? este enfoque liga la pobreza a la exclusión social y la entiende como un problema multidimensional en el que se consideran las carencias de ingreso, empleo, vivienda, salud, educación, seguridad. Este enfoque considera la pobreza como un proceso en el que es importante el rol que juegan las instituciones. Una de sus ventajas es que apunta a que las políticas consideren las prioridades locales y las nociones de integración, donde los derechos son fundamentales. Una de las críticas que se le hace a este enfoque es la falta de indicadores mensurables y la dificultad para diferenciar grupos. Su medición solo muestra una privación de largo alcance y de carácter crónico, y pierde de vista los alcances a corto plazo.

Por último, el tercer enfoque es el de Amartya Sen, quien se interroga: ¿quién puede hacer qué? este enfoque plantea una visión integral de la problemática de la pobreza entendida como carencia y privación de capacidades. Esta concepción parte de la precariedad de las dotaciones iniciales que poseen las personas y que les impiden el ejercicio efectivo de sus derechos, por lo que se traducen en una baja calidad de vida; estas dotaciones de recursos hacen referencia a los recursos que son el punto de partida para poner en acción sus capacidades y contemplan los bienes y servicios mercantiles y no mercantiles. Este enfoque avanza en la explicación de las causas e incorpora las implicaciones de política públicas: es dinámico y contempla el carácter intergeneracional, incorporando la desigualdad y la inequidad en su medición, ya que permite conocer la brecha entre pobres y no pobres, así como la distribución entre los pobres. Asimismo, incorpora una variedad de conceptos que permiten distinguir grupos; así distingue entre pobreza: absoluta, relativa, coyuntural y estructural. El Índice de desarrollo humano, el índice de condiciones de vida y el índice de Sen son formas de medición que avanzan en esta dirección; la política se orienta hacia garantizar el ejercicio efectivo de los derechos fundamentales que permite diferenciar los grupos de pobres y por tanto se pueden identificar las políticas más apropiadas para erradicar cada uno de ellos. El enfoque analítico lleva a un cuestionamiento del orden social que requiere de reformas estructurales y coyunturales para combatir la pobreza, haciendo énfasis en las políticas primarias de redistribución del ingreso.

En este marco, entendemos la pobreza como un problema multidimensional relacionado con un proceso de escasez de recursos económicos, sociales, culturales, institucionales y políticos que afecta a gran parte de personas en el mundo y particularmente a muchos latinoamericanos. En nuestra región la pobreza se vincula con la inestabilidad, la informalidad, los bajos salarios y la precariedad de las condiciones de inserción en el mercado de trabajo (Ziccardi, 2008: 11).

Para poder ir más allá de la mera descripción, es preciso comprender a la pobreza no como algo individual que atañe a las personas -tanto si hablamos de causas como de consecuencias-, sino entenderla como un fenómeno social a partir de una mirada relacional que integra, en el proceso social, el interjuego entre las condiciones materiales, las instituciones, las reglas de juego -formales e informales- que rigen las relaciones sociales y las acciones colectivas y culturales de los actores sociales que están involucrados en él.

Asimismo, un concepto más integral de pobreza implica explicitar las consecuencias políticas que subyacen a las diferentes concepciones de la pobreza y a sus mediciones. Una conceptualización compleja del fenómeno debería permitirnos aprehender integralmente sus características e incorporar analíticamente los factores que están en su origen y dinámica, así como hacer evidentes las implicancias que la definición y la medición tienen en la orientación de las políticas para su erradicación. Para poder combatir la pobreza y la desigualdad en la región es necesario contar con estudios que contemplen una mirada multidimensional desde diferentes enfoques y metodología; al mismo tiempo es necesaria una mirada aguda sobre los problemas sociales que contribuya a repensar, desde una perspectiva académica y también política, el tema

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de la desigualdad social en la región. La reflexión basada en enfoques críticos que tengan en cuenta no sólo la descripción, sino también la comprensión y el diagnóstico de la situación, resulta fundamental a fin de brindar insumos que permitan diseñar políticas tendientes a accionar colectivamente sobre nuestro continente.################################################################################

LA INFORMALIDAD, LA PRECARIEDAD LABORAL Y EL EMPLEO NO REGISTRADO EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES [Julio César Neffa -coord.-, Ministerio de Trabajo de la provincia de Buenos Aires; CEIL-PIETTE / CONICET (2008)

1- ANTECEDENTES DEL CONCEPTO DE SECTOR Y TRABAJO INFORMAL

IntroducciónDurante las décadas del ´50 y ´60 comenzó a utilizarse el concepto de sector informal (SI)

por parte de los economistas que se ocupaban de las cuentas nacionales, para estimar -de manera indirecta y con indudables propósitos de aumentar la recaudación fiscal- el PBI de ciertas actividades económicas poco visibles. Se buscaba identificar y medir la llamada “economía subterránea” o “sumergida” que se había manifestado en los países capitalistas industrializados, con economías segmentadas y fuertemente heterogéneas, como era el caso paradigmático de Italia en esa época (Labini, 1974).

Lo que actualmente se denomina trabajo informal urbano existe desde hace mucho tiempo en nuestro país, aunque con modalidades diferentes al resto de América Latina. Pero el sector informal urbano (SIU), en tanto concepto teórico, surgió a comienzos de los años ‘70 y fue evolucionando con el correr del tiempo a medida que los estudios teóricos y las verificaciones empíricas aportaron nuevos elementos. Más recientemente se amplió la significación y se distingue entre el empleo informal (EI) y la economía del sector informal (ESI) como veremos más adelante.

Pensamos que en el origen de la noción de SIU se encuentra la concepción dualista del mercado de trabajo (Lewis, 1954). Según la célebre concepción que le valió a Lewis el premio Nobel, de manera esquemática, la economía de los países denominados por los organismos financieros internacionales como “en vías de desarrollo” comprendía dos sectores muy diferentes que tenían pocas articulaciones entre sí: uno tradicional (el sector primario, esencialmente agrario) y otro moderno o capitalista (urbano, en el que predominan la industria y los servicios) donde se distinguen unidades económicas clasificadas en función de las tasas de productividad, su capacidad de acumulación y la relación de los salarios o ingresos con respecto al costo de reproducción de la fuerza de trabajo.

Según Lewis existe en los países en vías de desarrollo una oferta ilimitada de fuerza laboral en el sector tradicional, inactivo o en condiciones de desempleo o subempleo, que genera un factor de expulsión de fuerza de trabajo rural excedente o estimula las migraciones rural-urbanas. En las ciudades esos migrantes devienen en pobladores marginales, que para asegurar su subsistencia asumen los trabajos que luego son denominados “informales”. Según esa teoría, progresivamente el desempleo iba a disminuir por dos efectos: 1) en el sector moderno la obtención de excedentes y la acumulación de capital hacían posible la generación de empleos conuna elevada productividad que permitía pagar altos salarios y 2) el incremento de la productividad en el sector tradicional gracias al impulso del sector moderno, que hacía posible la obtención de excedentes, la generación de empleos y el mejoramiento de los salarios.

Los estudios posteriores demostraron que ese modelo no se correspondía totalmente con 179

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la realidad. En el sector tradicional la acumulación era insuficiente. Los trabajadores desocupados o subocupados, por ese hecho expulsados de la agricultura tradicional, migraban hacia las ciudades para escapar a la pobreza, pensando que allí iban a conseguir un empleo y mejores ingresos insertándose en el sector moderno, pero el modo de desarrollo imperante en las ciudades no generaba en la industria el número de puestos de trabajo productivos suficiente como para emplearlos. Solo una parte de esos migrantes rurales accedían finalmente a trabajos estables con una elevada productividad marginal y bien remunerados, debido por dos razones: a) las débiles posibilidades de los empresarios de acumular capital para hacer inversiones y b) a los requerimientos en materia de calificaciones profesionales que contrastaban con los que poseían los oferentes de mano de obra. La capacidad de incorporar nuevos trabajadores migrantes a empleos estables y bien remunerados en el sector formal va disminuyendo y se frena por esa causa el proceso de acumulación.

Los demás migrantes que durante un tiempo permanecían desocupados, se quedaban en las ciudades antes que regresar al sector rural debido a los servicios a los cuales podrían acceder y, con el objetivo de sobrevivir y satisfacer sus necesidades, llevaban a cabo esas actividades que tradicionalmente se denominan “informales”, temporarias, con baja productividad, de carácter precario y poco remuneradas, por lo general no asalariadas y sin protección social. Las mismas eran consideradas un sector “refugio” o una alternativa al desempleo. Esos trabajadores vivían con frecuencia hacinados en la periferia de las ciudades en malas condiciones, formando parte de las poblaciones pobres y consideradas marginales.

Los enfoques dualistas aplicados, inspirados en Lewis, fueron luego criticados en el medio académico y por quienes tomaban las decisiones, porque desconocían: a) que la realidad no podría reducirse a solo dos sectores, b) la existencia de relaciones y la articulación entre los sectores formal (capitalista) e informal, y c) la vigencia de la informalidad de manera horizontal en la mayoría de sectores y ramas de actividad.

El concepto de informalidadEn América Latina se han desarrollado diversos enfoques que precedieron al concepto de

informalidad, desde perspectivas teóricas diferentes. Creemos que es útil pasar revista a las principales versiones para identificar cuales son las características centrales y en base a las mismas proponer una definición.

1. DESALA mediados de los años ‘60 en Chile, desde la institución DESAL (Desarrollo Económico y

Social de América Latina), entidad vinculada con la Iglesia Católica y apoyada por ONG´s internacionales, se trató de dar cuenta del fenómeno de la marginalidad a escala latinoamericana (DESAL, 1965; DESAL, 1969; Cabezas, 1969) viéndolo en términos del proceso de modernización social y relacionándolo con “las etapas del desarrollo” (Rostow, 1960). Los países de la región fueron así concebidos comprendiendo básicamente dos grandes sectores: uno tradicional (rural) y otro moderno (básicamente urbano) pero con un fuerte proceso migratorio desde el primero hacia el segundo, hecho que generó problemas para la inserción en el sector moderno, al tiempo que se creaban las condiciones para la etapa del “take-off” previsto por Rostow en su teoría del crecimiento.

El DESAL se propuso identificar a los individuos marginales (aquellos cuyo comportamiento se caracterizaba por basarse en los valores tradicionales y que constituían un freno al desarrollo). El origen de ese fenómeno tenía una larga historia, pues en la organización de las actividades

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económicas se buscaban tanto las normas de consumo como la modalidad de vida que habían sido impuestas a los habitantes originarios desde el momento de la conquista.

Sobre la base de un conjunto de indicadores referidos a los individuos y en función de los valores mediante los cuales se puede caracterizar a los sujetos como marginales o no marginales, proponían actuar sobre estos últimos para transformar sus valores y así lograr lo que proponía Rostow: una sociedad que pudiera explotar los frutos de la técnica moderna, defenderse de los rendimientos decrecientes y gozar de los beneficios y opciones al progreso a ritmo de interés compuesto” (Rostow, 1960).

Pero en los hechos el resultado del proceso migratorio rural en América Latina fue la conformación de cinturones de miseria en los suburbios urbanos que se bautizaron con el nombre de “villas miseria”, “favelas”, “pueblos jóvenes”, etc. dentro de las cuales se encontraban los individuos marginales. En los trabajos de DESAL (inspirándose en W. W. Rostow), la marginalidad social se concebía desde la óptica de la modernización de la sociedad; se creía que los marginales se resistían a la modernización y que, para lograrla, era necesario cambiar los comportamientos y las prácticas de esos grupos sociales.

Para los investigadores del DESAL la modernización social solo provendría del sector moderno, pero para eso deberían cambiar previamente los valores tradicionales, los comportamientos y las normas de vida vigentes entre los marginales. Como veremos, este enfoque diferirá del construido más tarde por H. de Soto (1987) donde, por el contrario, el dinamismo y la creatividad para hacer posible el desarrollo emanarían de aquellos individuos que desempeñan actividades informales, una vez liberados de la excesiva reglamentación y de la burocracia estatal.

2. TEORÍAS HETERODOXAS: ESTRUCTURALISTA, DE LA DEPENDENCIA Y CRÍTICAS DE LA MARGINALIDAD

Para los autores fundacionales de teoría de la dependencia, el problema se concibió desde la perspectiva de las actividades económicas, afirmando que en el proceso de desarrollo de las economías capitalistas dependientes algunas actividades que fueron centrales para la acumulación capitalista se transforman progresivamente en marginales (Quijano Aníbal, 1971), una población que podría conceptualizarse como “población excedente relativa” o “ejército industrial de reserva” (EIR) en relación a la acumulación del polo capitalista dominante (Cortés, F. 2002).

Los trabajadores marginales serían una especie de “reserva de mano de obra” de la cual los empleadores extraerían la fuerza de trabajo en los momentos en que fuera necesaria y a la cual desplazarían cuando no les resultase de utilidad. Para Francisco de Oliveira (1973) existe una estrecha relación entre las formas productivas no capitalistas y capitalistas. Las primeras posibilitan la formación de la tasa de ganancia de las segundas y es por este camino que contribuyen al dinamismo del sistema; se concluye así que no habría actividades económicas verdaderamente marginales en una formación social capitalista, sea o no desarrollada.

La existencia de esta reserva de mano de obra favorecería la producción de “bienes salarios” a bajos costos, y por esa causa presionan hacia abajo las tasas de salario en el sector moderno reduciendo el costo de reproducción de la fuerza de trabajo y aumentando por esa vía las tasas de ganancia. En virtud de ese dinamismo la reproducción del capital impacta sobre la reproducción de las clases sociales: el sector tradicional en el que no hay trabajo asalariado no solo produce bienes y servicios para el mercado en su conjunto, es decir que impacta sobre la producción y la reproducción de la fuerza de trabajo, planteando dos problemas: los límites de la organización de los sectores marginales para ejercer demandas sobre el Estado y la posibilidad de generación de propuestas de proyectos alternativos de sociedad que los incluyeran.

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A partir del concepto de heterogeneidad los estructuralistas cepalinos como Aníbal Pinto (1970) inspirados por Alberto Prebisch, postularon que en los países de América Latina el desequilibrio entre creación de empleos y oferta de fuerza de trabajo sería causado por la insuficiente dinámica del capitalismo periférico, cuya baja capacidad de acumulación impide absorber el excedente de fuerza de trabajo en el sector moderno. El SIU era el resultado de la ineficacia social del “capitalismo periférico latinoamericano” comparado con el capitalismo del “centro”. La baja inversión se debía a la influencia de los monopolios y al peso del capital extranjero, porque los excedentes se transferían al exterior por parte de las Empresas Transnacionales (ETN) y por la vía del deterioro de los términos del intercambio.

El concepto de marginalidad tiene varias acepciones. Por una parte, se trata de una concepción centrada en la localización geográfica de ciertas poblaciones, por lo general en los suburbios (en el margen) de los grandes centros urbanos. Por otro lado es una concepción socioeconómica, para describir a personas o grupos que no tienen acceso a todos los bienes y servicios que una sociedad ofrece a la mayoría de sus habitantes en un momento dado, lo cual puede ser el resultado de un proceso de exclusión por parte de los grupos, sectores o clases que ejercen el poder. Esto puede deberse más probablemente a un fenómeno estructural: a la incapacidad del mercado laboral de incorporar a todos los que ofrecen su fuerza de trabajo, dejándolos en la condición de “ejercito industrial de reserva” o de superpoblación relativa, según sea el enfoque teórico utilizado.

El tema de la marginalidad fue objeto de muchas investigaciones en los años ‘60 y ’70, siendo relevante la desarrollada por los sociólogos argentinos Nun, Marín y Murmis (1968). Con anterioridad a la propuesta brindada por los citados estudiosos la atención estaba centrada en las “poblaciones marginales”, agrupando individuos que reunían esas características y vivían en la periferia de las ciudades. Los autores mencionados plantearon la cuestión de saber si los marginados estaban incluidos o excluidos del sistema social.

Poco a poco prevaleció la idea de la funcionalidad, la asimetría y la hegemonía del sector moderno (capitalista) sobre el tradicional, pero también se debatió acerca de la capacidad del aparato productivo del sector moderno para dar empleo a todos los migrantes rurales y marginales. Ante la incertidumbre planteada sobre si formaban parte del “ejercito industrial de reserva” o si cabía considerarlos como una “masa marginal” según las fases del ciclo económico, Nun afirma que si “en la fase competitiva era lícito suponer que, en términos generales, la población excedente tendía a actuar como un ejército industrial de reserva, en la fase monopolística, la propia lógica del sistema obliga a diferenciar la parte que cumple esa función de la que constituye una masa marginal” (Nun, 1969).

Entonces de este razonamiento se desprende que, mientras tuviera vigencia la fase de desarrollo monopolista, la existencia o desaparición de esa masa marginal no tendría muchos efectos sobre las empresas capitalistas del sector moderno. La articulación entre esa población y el sistema productivo depende del sector económico y de las modalidades que adopte el régimen de acumulación y la conformación de los mercados (competitivos, oligopólicos o monopólicos). Esto da lugar a la generación de un polo marginal de la economía que se inserta de manera subordinada al sector moderno, pero cuya existencia y funcionamiento no le es funcional.

La teoría de la marginalidad económica se formuló a partir de varios enfoques teóricos inspirados en el marxismo, la teoría de la dependencia y los trabajos de la CEPAL-ILPES, vistos no de manera individual sino desde la perspectiva de las relaciones sociales de producción. La marginalidad económica no se puede explicar a partir del comportamiento de los protagonistas individuales, las relaciones entre sí mismos o a partir de sus redes sociales. Para lograrlo se deben

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conocer las prácticas de supervivencia de pobres y excluidos, las tramas económicas, sociales, políticas y culturales que articulan el modo social que adopta la marginalidad con las formas productivas y socio-políticas hegemónicas (Salvia, 2007).

Desde esa perspectiva, la masa marginal es parte de la superpoblación relativa excedente no funcional, que está obligada a realizar actividades laborales y prácticas sociales de subsistencia, -sean individuales, familiares o comunitarias- en el sector informal de la economía, es decir por fuera de las relaciones sociales de producción capitalista que ofrecen los sectores formales y los mercados de trabajo primario (Nun, 1969). El despliegue defensivo de estrategias de subsistencia no solo se ha dado en paralelo con el aumento de la pobreza y la desigualdad social, sino también con la emergencia de una estructura social más heterogénea, políticamente inofensiva y socialmente fragmentada (Salvia, 2007).

En las últimas décadas, el crecimiento de la marginalidad económica en América Latina es el resultado de la aplicación de las consignas del consenso de Washington ya mencionadas. Es una relación estructural que comprende desempleo, pobreza, desigualdad, heterogeneidad y fragmentación social, que impide la formación de identidades, pero frente a la cual las autoridades se plantean la necesidad de que no sea disfuncional al sistema. Para ello se generan estrategias alternativas, como por ejemplo las microempresas familiares, las empresas recuperadas, las ferias de trueque, las organizaciones sociales de desocupados, las falsas cooperativas de trabajo, etc.

La pregunta que se plantea Salvia, vinculada con la marginalidad económica, puede reformularse así: ¿Cómo se pone en funcionamiento un régimen de acumulación social en Argentina, donde se genera una reproducción no funcional, pero a la vez inofensiva, de la marginalidad económica? La masa marginal, compuesta por población excedente, ¿es no funcional al régimen de acumulación, constituye un “ejército, industrial de reserva” con un papel disfuncional para los sectores monopólicos?

Para Nun (1969) la superpoblación relativa generada no es funcional al régimen de acumulación y al sistema económico que la origina cuando predomina la fase de competencia monopolística. Cardoso (1971), por el contrario, criticó el enfoque de Nun y postuló que la masa marginal de la cual éste hablaba debía ser considerada como parte del ejército industrial de reserva.

Pero desde la teoría marxista tradicional ciertas funciones de esa población excedente o marginal pueden ser esenciales para la supervivencia del sistema económico. Desde esa perspectiva, la marginalidad (y por extensión, lo que más tarde se denominará SIU sería funcional al sistema capitalista para la extracción de plusvalor en los demás sectores, dada la utilidad que tienen para ello los bienes producidos en el hogar o en unidades económicas que actúan como micro-emprendimientos o trabajos por cuenta propia.

Mizrahi (1987) retoma la postura de Chayanov (1974) e indica que la función de producción de los informales depende de la configuración del consumo, sin que puedan distinguirse claramente las esferas familiares productivas y las domésticas que se desarrollan de manera complementaria; y la conducta del empresario informal sería la de maximizar sus ingresos, pero no así sus tasas de ganancias. Mizrahi supuso de manera explícita que se diferenciaría este tipo de relación social de producción respecto a la de tipo capitalista: “la motivación de los informales para producir es la satisfacción de las necesidades de los miembros de la unidad doméstica y por esa vía contribuye a la producción y reproducción de la fuerza de trabajo”. Este criterio podría significar, incluso, el manejo de preferencias inter-temporales entre satisfacción presente y futura de las necesidades, pero siempre bajo el criterio de lograr los satisfactores adecuados para cubrir las necesidades socialmente establecidas (Cortés, 2002).

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Esta forma de observar una parte de las actividades calificadas como informales, permite establecer los vínculos de ellas con el resto de la economía, vía los diferentes mercados. Es cierto que la lógica de producción y de acumulación parecen ser diferentes entre las unidades económicas capitalistas del sector formal, orientadas hacia la obtención de un excedente creciente y las del sector informal que se proponen lograr el máximo posible de ingresos o recursos para asegurar la reproducción de su fuerza de trabajo y la subsistencia de su familia.

3. LOS ENFOQUES MÁS DIFUNDIDOS DE LA INFORMALIDADVíctor Tokman (2002 y 2004) propone un esquema de análisis de la informalidad que

puede ser de utilidad. Él clasifica las interpretaciones de la informalidad en tres grupos: 1) la que hace hincapié en la forma de producir; 2) la que vincula el proceso de modernización con la explotación de la fuerza de trabajo, y 3) la institucional-legal. La primera vertiente es la aproximación a la informalidad que tradicionalmente han respaldado la OIT y los programas regionales dentro de dicha organización.

Los que proponen la perspectiva de “la modernización con explotación”, destacan la importancia de los cambios en el sistema de producción internacional para explicar la existencia del sector informal. El centro de interés es la competencia y el crecimiento de la productividad, la cual ha obligado a flexibilizar y a descentralizar el proceso de producción, a recurrir cada vez más a la subcontratación, a reducir los costos laborales (los informales serían entonces principalmente asalariados ocultos, que no contarían, por ejemplo, con las prestaciones de ley del sistema de seguridad social).

Finalmente, para los que plantean una interpretación institucional-legal, la causa de la informalidad es la excesiva e inadecuada intervención gubernamental, la reglamentación impropia, los lentos y engorrosos trámites para registrar legalmente la existencia de una actividad económica y la burocracia ineficiente. La emergencia de la informalidad se explicaría por la imposibilidad de cumplir con estas regulaciones existentes (Hernando de Soto, 1987).

Desde comienzos de los años ‘70 la noción y el concepto de sector informal acuñados en el seno de la OIT ya forma parte del vocabulario de los especialistas en ciencias sociales del trabajo. El concepto de informalidad se gestó recientemente, poniendo la atención en trabajadores pobres, que no son vistos como marginales sino que forman parte del aparato productivo y cumplen ciertas funciones. La disyuntiva consistía en considerarlos como “ocupaciones de refugio”, donde la fuerza de trabajo disponible que estaba inactiva esperaba que surgiera el empleo, o como actividades que se desarrollaban como una alternativa al desempleo. Los informales son concebidos como el producto del capitalismo periférico, que para sobrevivir se desempeñan de manera precaria en micro-emprendimientos o generan autoempleo con sus características propias debido a una relación específica entre capital y trabajo.

Fue a partir de la conferencia internacional de la OIT celebrada en Ottawa, en 1968, cuando se instituyó el Programa Mundial del Empleo, que se crearon las condiciones para la posterior emergencia del concepto. Hasta ese momento estaban muy consolidadas las definiciones elaboradas por la Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo (CIET) creada por la OIT en materia de población económicamente activa, empleo, subempleo y desempleo (Neffa y otros, 2005). Las mismas habían sido construidas luego de la crisis de los años ‘30 por economistas del trabajo provenientes de los países capitalistas industrializados (situación que les servía de marco de referencia) y guardaban cierta coherencia interna entre sí; esto permitía clasificar fácilmente y sin ambigüedad a las personas cuando se hacían censos o encuestas para asignar subsidios por desempleo: las personas estaban inactivas o activas, y en este caso se encontraban ocupadas o

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desocupadas.Pero el Informe del Programa Mundial del Empleo de la OIT (ILO, 1972) sobre Kenia,

redactado por Keith Hart, […] de Gran Bretaña (1972), es el que contiene las primeras versiones modernas del concepto. En este país africano (ex colonia británica, con una economía entonces subdesarrollada) la misión del WEP trató de analizar y comprender como funcionaba el mercado de trabajo, la existencia y las dimensiones del desempleo, siguiendo las definiciones tradicionales, entendiéndolo como la situación por la que atravesaban “miembros de la población económicamente activa que, en el período de referencia de las encuestas o censos no tenían un empleo remunerado, pero estaban en condiciones de trabajar y buscaban activamente un empleo”.

El Informe de la Misión de la OIT sobre Kenia advirtió acerca de la escasa presencia de trabajadores asalariados y de empresarios, distinguió varios sectores de actividades económicas: las que se desarrollaban en las calles, los pequeños talleres domiciliarios donde además del dueño se identificaban trabajadores familiares no remunerados y por otra parte artesanos que se desempeñaban por su propia cuenta y pequeños comercios sin obreros o empleados asalariados, que para sobrevivir llevaban a cabo actividades ilegales, en el sentido de que no cumplían con las normas legales y reglamentarias.

Dentro de la ocupación de los estratos de población con menores ingresos y que efectuaban “múltiples tareas”, Hart hizo una distinción entre lo formal y lo informal a partir de la identificación del primero con el empleo asalariado en empresas registradas legalmente y del segundo con el trabajo por cuenta propia. Entre las conclusiones del Informe de la misión de la OIT sobre Kenia, se proporcionan elementos para la descripción del SIU, al afirmar: “debemos por tanto enfatizar que las actividades informales no están confinadas al empleo en la periferia de las ciudades, a ocupaciones particulares o aún a actividades económicas. Más bien, las prácticas informales de trabajo son ‘una forma de hacer cosas’ (ILO, 1972), caracterizada por: a) la facilidad de entrada, es decir de crear una actividad y de hacerla funcionar en el mercado, b) actúan apoyándose en los recursos locales, c) predomina la propiedad familiar de las empresas, d) la escala de operación de dichas unidades es pequeña, e) la tecnología aplicada es poco intensiva en capital pero intensiva en fuerza de trabajo, f) las destrezas y habilidades de los que llevan a cabo esas actividades han sido adquiridas fuera del sistema educativo formal, y g) los mercados donde operan no están regulados y funcionan de manera competitiva, en el sentido de que hay múltiples oferentes y demandantes. El informe concluye afirmando que ‘el sector formal se define a partir de las características opuestas a las que perfilan al informal’.”

De alguna manera el uso de los términos formal e informal se planteó como una alternativa a la distinción convencional dualista (Lewis) entre los sectores tradicional y moderno según la cual este último es la fuente del dinamismo y del cambio (debido a su acceso al poder y a los recursos), mientras que el tradicional es un segmento vegetativo o estancado, que frena el crecimiento y a término está condenado a la extinción.

Contrariamente a esas hipótesis, y aunque el Estado no apoyaba explícitamente al sector, se verificó que éste continuaba expandiéndose. La explicación que se desprende del informe es que los ingresos de los que estaban ocupados en el mismo eran mayores que lo que se percibía por un trabajo agrícola permitiéndoles acceder a ciertos bienes y servicios, si bien eran inferiores a los que se cobraban en las empresas del sector formal. Las actividades informales eran la principal fuente de empleo de los pobres de las ciudades, algunos de los cuales tenían un trabajo por cuenta propia. La conclusión que se dedujo de la persistencia del fenómeno fue que, para eliminar la pobreza urbana, era necesario permitir y propiciar el desarrollo y la evolución de las actividades

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del SIU.En el informe sobre Kenia, las prácticas informales son descriptas como “una manera de

hacer las cosas con múltiples características”. El sector comprendería al mismo tiempo a pequeñas empresas y a individuos, que producían y comercializaban bienes y servicios. Los miembros de la misión OIT a Kenia no encontraron altas tasas de desempleo como esperaban; por el contrario, los subempleados, o “trabajadores pobres”, habían sobrevivido al margen de la ley o contraviniéndola por incumplimiento de normas y reglamentos, y desarrollaban oficios, tareas, o negocios en escala reducida o individual, desempeñándose por su propia cuenta o como obreros y empleados en unidades de pequeño tamaño. Los servicios y bienes producidos por ellos eran socialmente necesarios, a pesar de que esas actividades no estuvieran reconocidas socialmente o fueran reprimidas. El término working poor (trabajadores pobres) acuñado por Hart, fue adaptado en inglés como “informal sector”, en el sentido de “no institucionalizado”. En algunas ocasiones, incluso, fue traducido al castellano como “sector no estructurado”, tal cual lo utilizó el director general de la OIT (En su Memoria a la Conferencia, 1991).

Para la misión, se trataba de un sector específico pero capaz de dar empleos y de generar auto-ocupación. Era una alternativa al desempleo y por consiguiente a la falta de ingresos cuando había crisis; por esa causa el concepto de informalidad se analiza a menudo de manera fuertemente relacionada con el de pobreza y de sobrevivencia. Fue entonces a raíz de la publicación del famoso informe sobre Kenia (ILO, 1972), -el cual según Tokman presentaba algunas debilidades teóricas (2002)-, que surge el concepto sector informal urbano (SIU) en cuyos orígenes se encuentran las teorías del dualismo de Lewis (1954) mencionadas, pero comprendiendo de hecho tres sectores: formal urbano, rural e informal urbano.

Partiendo de la distinción entre sector moderno y tradicional vigente en los países en vías de desarrollo, Tokman menciona que en el primero era débil la acumulación de capital y se presentaban trabas para la reinversión de las utilidades y la generación de nuevos empleos, pues la corriente migratoria no puede ser absorbida productivamente en su totalidad por el sector formal debido a la heterogeneidad estructural (la concentración oligopólica, la variedad de ramas de actividad y la desigualdad en cuanto a la productividad relevadas entre sectores) y a las diferencias en relación con la organización de la producción, la división social y técnica del trabajo y los ingresos. En mercados oligopólicos, como es frecuente el caso, la concentración del ingreso frena el proceso de acumulación y la expansión del mercado, impidiendo la disminución de los precios; y por otra parte el cambio científico y tecnológico acrecienta rápidamente la producción sin necesidad de un incremento proporcional de la fuerza de trabajo ocupada (Tokman, 2002).

La posibilidad de encontrar empleo por parte de los migrantes está acotada a actividades en pequeña escala, de sobrevivencia, con facilidad de acceso para entrar y salir del mercado, lo cual condiciona su inserción en la economía. En ellas, las relaciones sociales de producción son diferentes de las que predominan en el sector asalariado formal, pues según la OIT lo que se busca al desarrollar esas actividades informales no es maximizar la tasa de ganancia o la utilidad, sino el ingreso total familiar para asegurar la sobrevivencia. El sector informal absorbía el excedente de mano de obra que no encontraba empleo en las zonas urbanas, una parte del cual se ocupaba como asalariados en microempresas. Dada la magnitud del problema y la creciente sensibilidad de la sociedad, sumado a ello el elevado desempleo, se propusieron políticas de promoción hacia el sector por parte del Estado, dando por sentado que en el mismo se concentraban los más pobres y vulnerables, aprovechando el hecho de que la inversión efectuada en este sector para la generación de empleos era menos onerosa y podía ser complementada con otras políticas sociales.

Lo que se buscaba era fomentar las microempresas productivas, que las mismas fueran

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sustentables con el objetivo de que, a término, pudiesen incorporarse al sector moderno, movilizando así el capital social que esos trabajadores poseían. Luego de la misión a Kenia, las conclusiones del Informe fueron discutidas en el IDS por parte de R. Jolly, H. Singer, y K. Hart. Ellos concluyeron que para obtener ingresos necesarios a la subsistencia, en dicho país una gran cantidad de personas de ambos sexos y de diversas edades se encontraban desarrollando actividades no asalariadas, mayoritariamente por cuenta propia, con una real utilidad social pero con una baja productividad.

La postura de la misión de la OIT consistió en aceptar la existencia de esta situación predominante en los países subdesarrollados o semi-industrializados. Poco a poco el concepto de “sector informal urbano” se naturalizó, se difundió y comenzó progresivamente a ser aplicado específicamente a otros países en vías de desarrollo. Uno de los Proyectos de Cooperación Técnica Internacional, el PREALC de la OIT [Santiago de Chile], se convirtió en un centro de reflexión, de investigación y de publicación sobre el tema poco después de su creación en 1971.

Años más tarde, un experto de la sede de la OIT, Sethuraman (1976) hizo un aporte que a partir de esa época es tomado como punto de partida de las definiciones, especificando que el SIU comprendía un subconjunto de las micro y pequeñas empresas, industriales, de construcción, comerciales y de servicios del sector privado, que debían cumplir al menos uno de los siguientes criterios: pequeño tamaño medio del establecimiento (inferior a diez personas), que opera de manera ilegal (en el sentido de que no cumplimenta las normas legales y reglamentarias), donde los trabajadores tienen una escasa instrucción, que a menudo cuentan con una participación familiar en la producción, sin que se observen de manera sistemática horarios o días fijos de actividad; son unidades económicas que utilizan fuentes tradicionales de energía, sus lugares de trabajo son semifijos o totalmente móviles. Los individuos o empresas informales no pueden recurrir a las instituciones financieras formales para obtener recursos crediticios. Lo que producen se vende o trueca a consumidores directos y solo como excepción se distribuye a otras empresas (Sethuraman, 1976).

Para el PREALC de la OIT, el SIU comprendería “...trabajadores y/o empresas en actividades no organizadas, que usan procedimientos tecnológicos sencillos y trabajan en mercados competitivos o en la base de estructuras económicas caracterizadas por la concentración oligopólica” (PREALC, 1976), aclarando luego que se trata de “el conjunto de empresas y/o personas ocupadas en actividades no organizadas [...no organizadas en un doble sentido, en términos capitalistas y en términos jurídicos], que utilizan procesos tecnológicos simples y que además están insertadas en mercados competitivos” (Tokman y Souza, 1976). Pero no todos los trabajadores urbanos serían informales, y proponen una definición que fue la más adoptada desde entonces: “La fuerza laboral del sector informal se compone de los ocupados en empresas pequeñas no modernas, los independientes con exclusión de los profesionales universitarios, trabajadores por cuenta propia, patrones y empleados de pequeños establecimientos y los que desarrollan tareas (remuneradas) en el servicio doméstico” (PREALC, 1976).

Un trazo común a todas esas actividades sería que el salario no es la forma usual de remuneración del trabajo. En el contexto de un desempleo masivo y durable, el Director General de la OIT presentó, en la 78ª sesión de la Conferencia Internacional del Trabajo, un documento que se denominó El Dilema del Sector Informal (OIT, 1991) donde se plantean a la discusión tripartita los problemas asociados con la existencia del sector informal, expresando la preocupación de que sean respetados los derechos de todos los trabajadores ocupados en estas actividades.

La “Memoria del Director General” a la Conferencia Internacional del Trabajo de 1991 definió al sector informal como “las muy pequeñas unidades de producción y distribución de

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bienes y servicios, situadas en las zonas urbanas de los países en desarrollo; dichas unidades pertenecen casi siempre a productores y trabajadores independientes que a veces emplean a miembros de la familia o a algunos asalariados o aprendices. Estas unidades disponen de muy poco o de ningún capital; utilizan técnicas rudimentarias y mano de obra escasamente calificada, por lo que su productividad es reducida; quienes trabajan en ellas suelen obtener ingresos muy bajos e irregulares, y su empleo es sumamente inestable” (OIT, 1991).

Los debates posteriores han ocupado incluso un lugar central en las reuniones de los organismos internacionales, especialmente en la XVª CIET de 1993, y en las Conferencias Internacionales del Trabajo. Poco a poco se fue reconociendo la complejidad del fenómeno y la existencia de diferentes niveles de heterogeneidad interna que hacían necesarios enfoques multi oplurisdiplinarios y tener en cuenta el contexto histórico, social y económico.

Para Tokman (2004), que fue durante muchos años director del PREALC de la OIT, el Sector Informal cumple una función positiva en la región dada la heterogeneidad estructural, la concentración económica, la permanencia de mercados oligopólicos en los que la tecnología utilizada es intensiva en capital e incorpora poca mano de obra asalariada a pesar del incremento de la producción y en contrapartida existe gran cantidad de personas que viven del mismo. Para él, el sector informal es un factor necesario para la estabilidad política y social de muchos países de América Latina, pues a comienzos del milenio uno de cada dos empleos no agrícolas era informal.

En sus palabras, “a pesar de las deficiencias en cuanto a los bajos ingresos, protección social, nivel de instrucción formal, su mayor vulnerabilidad económica y la precariedad de las ocupaciones que efectúan, los llamados trabajadores informales, si no existieran, habría que inventarlos, o en su defecto generar una fórmula para asegurar la sobrevivencia de millones de familias que migraron desde las áreas rurales a las grandes ciudades, atraídas por la posibilidad de mejorar sus ingresos y calidad de vida. Sin la presencia del mundo de la informalidad, las tendencias ya existentes hacia el aumento de la anomia, delincuencia, violencia y desarticulación social, -todavía en escala reducida, básicamente en la periferia de las megalópolis latinoamericanas- se multiplicarían, con el consiguiente impacto en todas las instituciones y en la calidad y seguridad de la vida urbana”.

La importancia del SIU creció en casi todos los países, paulatinamente y en silencio, pero donde “solo los ambulantes son motivo de preocupación por la amenaza que significa su competencia para el comercio establecido y para la seguridad y el tránsito de los centros de las ciudades” (Tokman, 2004). Según este autor el SIU sirve para que miembros de numerosas familias puedan acceder a un empleo, obtener ingresos y por ese medio contener el conflicto social. El hecho de realizar largas jornadas de trabajo, la fuerte y rápida movilidad de los informales entre sectores, ramas y regiones, su difícil identificación con una clase social específica y el carácter individualista del trabajo generado por la necesidad de competir a veces de manera salvaje, se tradujo más en anomia que en activismo, conflicto y participación. Los puntos de conflicto generados por el sector no se refieren a la propiedad de los medios de producción, ni a la relaciónsalarial subordinada, sino que se dirigen contra el gobierno local para lograr la seguridad y acceder sin mayores costos al uso del espacio público. El SIU habría sido una válvula de escape para moderar las presiones sociales durante el período del “ajuste estructural”.

Una de las utilidades del concepto de SIU y su medición consistió en que sirvió como elemento para formular políticas sociales focalizadas (Tokman, 2004). Según señala Dedecca (1990), el PREALC consideraba que, incluso aunque fuese ineficiente, el sector informal llegaba a competir con el sector formal en algunos segmentos de los mercados de bienes y servicios. Y es en base a esta constatación que se sugerían políticas específicas para impulsar al sector informal con

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el objetivo de elevar los ingresos obtenidos en sus actividades y mejorar sus condiciones de trabajo.

La actualidad del tema se ha fortalecido porque, a partir de la crisis del modelo de industrialización mediante sustitución de importaciones (ISI) iniciada a mediados de los años ‘70, a los cuestionamientos que la permanencia de la crítica evolución social, económica y política plantea a las ideologías contestatarias del orden predominante y a pesar de que se desconfía del mercado como mecanismo óptimo para asignar los recursos, el SIU ofrece grandes posibilidades para que grupos de bajos ingresos puedan encontrar una ocupación, desplegar allí sus conocimientos tácitos, obtener una remuneración y lograr mejores condiciones de vida. Pero debido a la baja productividad de los puestos de trabajo ocupados, los ingresos en promedio son por lo general inferiores a los del sector formal y como mayoritariamente no están registrados no tienen acceso a la seguridad social (jubilación, atención de la salud, prevención de accidentes de trabajo, etc.)

Desde la crisis del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), los procesos de ajuste estructural, las privatizaciones, la apertura al comercio internacional, la modernización y los cambios tecnológicos frenaron el crecimiento del empleo estable en el sector público, y en el sector privado urbano se generaron pocos nuevos puestos de trabajo, que provocaron la caída de las tasas de salarios reales y de la participación de los asalariados en el ingreso nacional en las ciudades.

Pero, a pesar de ello, los migrantes rurales no quieren volver al sector agrario tradicional, pues aunque las tendencias a la concentración de la propiedad y la modernización tecnológica dieron lugar al aumento de la producción exportable, allí no se genera un número suficiente de nuevos empleos netos, estables y bien remunerados. Los que se crean son en su mayoría no registrados, precarios, temporarios y con bajos salarios. Por otra parte en el sector rural la existencia y el funcionamiento de los servicios de educación, de salud y culturales son escasos y de difícil acceso. Una consecuencia de ello es que el porcentaje de población agrícola económicamente activa de la región latinoamericana disminuyó rápidamente, desde aproximadamente el 55% en 1950 hasta menos del 30% en 2006.

Durante las últimas décadas, según Tokman (2004) en la mayoría de los países de A. Latina el SIU se desenvolvió con un comportamiento anticíclico, impidiendo que la desocupación fuera mayor, habida cuenta de la inexistencia de un seguro generalizado de desempleo. El SIU aumentaría en períodos de ajuste y creciente desempleo para contraerse en las etapas de expansión aunque en Argentina el dinamismo fue diferente y según Beccaria (2006) se constató el aumento de la informalidad incluso en etapas de crecimiento. Pero una vez terminado el ciclo recesivo, en todos los países la recuperación del empleo y de los salarios reales marcha más lentamente que la recuperación económica. El incremento de la ocupación en el sector informal vageneralmente más rápido que la creación de empleos en las empresas formales del sector moderno. Así, en el período 1990 y 1999, las proporciones fueron 2/3 y 1/3 del total aproximadamente. Esto refuerza una cultura de la informalidad y constituye un desafío a la capacidad individual para emprender una actividad económica sin el apoyo del Estado y evitando el freno de las reglamentaciones.

¿Quiénes y cuántos eran los informales en América Latina para el PREALC de la OIT? Mezzera (1987), funcionario del PREALC, vincula el volumen de la informalidad con “el excedente estructural de oferta de trabajo urbano”, precisando que éste “es el número de trabajadores que no encontraría empleo aún con un nivel razonablemente pleno del uso de la capacidad instalada del sector moderno”. El elevado porcentaje de la PEA que es definida como informal, se explica

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porque el ritmo de acumulación capitalista no crea puestos de trabajo modernos en la cantidad suficiente como para absorber la oferta inducida tanto por el crecimiento natural de la población como por las migraciones rurales. A partir de la idea de que el sector informal incluye un conjunto de actividades de naturaleza distinta pero subordinadas al sector formal, concluye que la dinámicaglobal del sistema depende del desarrollo del mismo.

Según Tokman (2004), a comienzos del siglo XXI, aproximadamente el 46,4% del empleo urbano de América Latina estaba en el sector informal (25% como trabajadores independientes, 15,8% en microempresas, 6,7% en el servicio doméstico), mientras que en 1950 era 20,6%, en 1980 28,9%, y en 1990 42,8%. Como consecuencia de las políticas de ajuste estructural aplicadas en las décadas pasadas, 6 de cada 10 nuevas ocupaciones urbanas son informales, ya que decreció la capacidad del sector público y del sector industrial para generar empleos. Por su parte, para hacer frente a la competencia vía reducción de costos laborales, las empresas privadas medianas y grandes hacen variar de manera flexible la cantidad de puestos de trabajo y cuando reclutan personal recurren mayormente al trabajo precario: a tiempo parcial, por tiempo determinado, el trabajo temporario o eventual, la subcontratación, etc.

En cuanto a la distribución del empleo en América Latina según género, en la primera década del siglo XXI la mayoría de los varones estaban ocupados en el sector formal mientras que las mujeres se reparten por partes iguales entre la formalidad y la informalidad. Pero en el servicio doméstico casi la totalidad de los puestos se encuentran cubiertos por mujeres. En las microempresas trabajan el 11,4% de las mujeres y el 18,8% de los varones informales. Dentro de este último sector, la situación de los trabajadores independientes es más pareja: 23,4% son mujeres, 24,3% varones.

Si bien es un fenómeno presente en toda la región, la importancia de la informalidad varía mucho entre países, siendo más elevada en aquellos con economías menos desarrolladas. En algunos como Bolivia, Honduras y Paraguay supera el 60% (de los ocupados), pero se sitúa alrededor del 50% en otros como Argentina, Brasil, Costa Rica, Colombia, México, Uruguay y Venezuela. Solo en Chile y Panamá se encuentra bajo el 40%. En todos ellos, sin embargo, con la excepción de Chile, la participación de los informales en el empleo total se incrementa en los años ‘90 (Tokman, 2002).

Desde mediados de los ‘70 también se constata en Argentina un crecimiento de los trabajadores informales de casi 10 puntos de porcentaje y, a comienzos del siglo XXI, luego de la crisis, la informalidad superaba el 43% de los ocupados. Siguiendo al PREALC de la OIT, hasta que la Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo (CIET) cambió la definición y los contenidos del concepto, el empleo informal se explica por el excedente de mano de obra disponible dada la incapacidad del sector formal de la economía para absorberla. Es una forma de producir originada en la heterogeneidad estructural de las economías latinoamericanas, que se define por su escasa dotación de capital fijo por trabajador, el uso de tecnologías rudimentarias, su desconexión respecto de los circuitos financieros formales, a los cuales les es difícil acceder por insuficiencia de garantías. Consiste entonces en empleadores y trabajadores de micro emprendimientos, el servicio doméstico remunerado, trabajadores familiares no remunerados, trabajadores por su propia cuenta o en actividades llevadas a cabo en unidades económicas que pueden desarrollarse por parte de personas individuales en sus hogares, siendo dueños de sus (simples) medios de producción. Los mismos operan en mercados competitivos donde no habría mayores barreras a la entrada o incluso ocupando espacios marginales y subordinados en ciertos sectores de características oligopólicas. Se trata de una actividad intensiva en el uso del factor trabajo, donde predomina el empleo no registrado, o si lo está es de manera parcial e incompleta, básicamente no

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asalariado, o asalariado pero de carácter precario (contratos de duración determinada y sin garantías de estabilidad). No requiere un sofisticado o elevado nivel de instrucción formal y de calificaciones profesionales por parte de los trabajadores, pues ese tipo de actividad se aprende en el seno de las familias o dentro de las firmas pequeñas por la imitación, la práctica y la acumulación de experiencia.

Dentro del sector no se tomarían en cuenta las normas administrativas, impositivas, laborales y de seguridad social que regulan la actividad “formal”, de allí que sea calificado como ilegal, sin que ello implique que se trate de actividades clandestinas o prohibidas en sí mismas. La productividad es baja, la duración promedio de la jornada laboral supera los máximos legales, pero la continuidad de las tareas es irregular, los ingresos percibidos son escasos, no predomina una división social y técnica del trabajo según la racionalidad económica y tanto el volumen como el contenido de la producción pueden adaptarse rápidamente -flexibilizando el uso de la fuerza de trabajo con bajos costos laborales (dado que no predominan los trabajadores registrados con empleos protegidos por la legislación laboral y previsional)- a la dinámica de los ciclos económicos.

Esta última característica es lo que explica su permanencia a pesar de las crisis, pues por regla general rápidamente el volumen de empleo de la unidad económica se contrae en momentos de recesión pero se expande cuando recomienza el crecimiento. Pero a menudo hay empresas claramente informales que no reúnen simultáneamente todas esas condiciones. En ese caso los criterios que pueden ser más útiles para identificarlas son (Lautier, 2004) el tamaño y el incumplimiento de la ley.

En efecto, por lo general son firmas de pequeñas dimensiones, según la rama de actividad de que se trate, pero esto puede ser en algunas ocasiones el resultado de la subcontratación o de la tercerización de empresas formales. Cuando se las caracteriza por el incumplimiento sistemático de la Ley, se piensa en la reglamentación de las actividades económicas (la habilitación para funcionar), el pago de la seguridad social y de los impuestos, la ocupación del espacio público, etc.Si bien no hay un consenso entre los especialistas, de una manera directa o indirecta se incluyen las actividades delictivas, criminales e ilícitas, que dan lugar a operaciones comerciales que se canalizan por medio de empresas informales.

Tokman (2004) concluye afirmando que la informalidad es muy heterogénea, pues dentro del SIU hay subsectores localizados en nichos de mercado que pueden llegar a competir exitosamente con las empresas formales y de mayor dimensión, pero para ello es necesario que cuenten con el apoyo de las políticas públicas adecuadas. El modelo explicativo de Tokman sobre el SIU en América Latina podría sintetizare así: la mayoría de los informales son trabajadores que estaban desocupados o subocupados en el sector rural tradicional y migran al moderno. Los pocos que acceden a un empleo en el sector moderno reciben ingresos superiores al de los ocupados en el sector rural tradicional. Los miembros de sus familias también buscan una ocupación, pero la mayoría de ellos no acceden a un empleo registrado, protegido y de carácter estable. Para ellos es casi imposible el regreso al sector rural tradicional y al no obtener un empleo asalariado se quedan en las ciudades y para sobrevivir adoptan la modalidad de trabajadores informales, y buscan mejores alternativas en materia de educación, salud, recreación y de movilidad profesional que las condiciones predominantes en el medio rural tradicional.

Portes, Castells y Berton [representan a] los enfoques macro sociales de la informalidad; [según los dos primeros] (1989), autores que tienen mucha influencia entre los científicos sociales latinoamericanos, the informal economy is thus not an individual condition, but a process of income-generating activity, caracterizad vi une central fe ature: ir is unregulated by the institutions of society, in a legal and social enviroment in which similar activities are regulated. It is this

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difference in the way a given activity is perfomed that provides a competitive advantage for informal organizations over others”…. “The growth of the informal economy, in different social and economic contexts, over the last decade, exemplifies this crucial feature of the human society (citado por Cortés, F., 2002).

Esta perspectiva, que asimila la informalidad a una parte de las actividades no registradas (o en otros términos al “trabajo en negro”) y de empleos precarios, es denominada a veces como “estructuralista” o “neo-marxista”, porque considera a la informalidad como una característica estructural y necesaria del modo de producción capitalista para hacer posible la reducción de costos laborales y evitar que caigan las tasas de ganancia (Cortés, 2002). Para ellos, el sector informal en su conjunto cumple una función necesaria para la maximización del plusvalor, porque sin recurrir al empleo asalariado genera en el hogar o en microempresas los bienes y servicios que se utilizan como insumos baratos por parte del resto de las empresas, e incide para bajar el costode reproducción de la fuerza de trabajo.

Castells y Portes demostraron que, aún admitiendo conceptualmente que la economía pudiera reducirse solo a dos sectores, lo que denominan “sector informal” mantiene estrechas relaciones entre sus propias unidades y con las unidades productivas de mayor tamaño que desconcentran, descentralizan o deslocalizan la producción estableciendo relaciones con subcontratistas, tercerizando partes o subconjuntos del producto final. Para ellos, el Sector informal es caracterizado como consistente en actividades legítimas pero desarrolladas ilegalmente, en las que el trabajo no ha sido registrado, operando como empresas pequeñas de trabajadores individuales que sin contar con la autorización municipal están ocupados al margen de las normas impositivas, evadiendo los aportes a la seguridad social y, en suma, desarrollan actividades que por diversas razones o presiones son toleradas o permanecen ocultas. Entonces, para ellos las unidades económicas informales no son totalmente autónomas, sino que se relacionan con las formales del sector moderno articulándose en forma subordinada. Estas no absorben toda la fuerza de trabajo disponible, pues una parte importante de los trabajadores migrantes no consigue un empleo formal en el citado sector, siendo contratados de manera precaria por esas firmas en carácter temporario o eventual, con contratos por tiempo determinado, a tiempo parcial o subcontratados por empresas informales. Una fuerte proporción de esos obreros o empleados así “disfrazados” no serían identificados como tales con las estadísticas oficiales.

Portes y Benton (1987) incluyen en la noción de trabajadores informales a todos aquellos que carecen de seguridad social (es decir los empleados no registrados) y a los trabajadores precarios (que no tienen un contrato de trabajo con carácter estable y garantizado) hecho que, de manera curiosa, finalmente será también adoptado por la CIET de la OIT en 2002. Para ellos, los trabajadores por cuenta propia que venden productos del sector moderno serían empleados encubiertos de las empresas que proporcionan las mercancías y como los contratos de trabajo y los despidos se producen informalmente, las transacciones entre los trabajadores y los empleadores no suelen ser registradas y por lo tanto no figuran en las estadísticas oficiales. Uncaso similar estaría compuesto por el de los “cartoneros” que juntan plásticos, vidrios, metales, papeles y cartón para vender a los acopiadores, que a su vez los revenden a las empresas que los procesan Entonces, las relaciones entre la economía formal y la informal no solo pueden ser opuestas entre sí, sino que el sector informal se caracteriza por la complejidad, la heterogeneidad interna, la subordinación, la dependencia y la explotación que sufre por parte de la economía formal.

Partiendo de los enfoques próximos al marxismo, la corriente de pensamiento

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representada por Portes (1995) y anteriormente por el citado autor junto a Castells y Benton (1989) considera de hecho a las actividades informales como típicamente capitalistas, caracterizadas por el desconocimiento o evasión de regulación estatal y por relaciones salariales generalmente no registradas, fi jadas de manera discriminatoria por los empleadores que recurren a la subcontratación. Una de las particularidades comunes de los trabajadores informales es que no efectúan aportes ni cuentan con la protección del sistema de seguridad social que predomina en un país.

Castells y Portes (1989) hablan explícitamente de una economía informal y no de trabajadores o de un sector informal. “La economía informal no es por lo tanto una condición individual sino un proceso de generación de ingreso caracterizado por un rasgo central: no está regulado por las instituciones de la sociedad, en un entorno legal y social en el cual están reguladas las actividades similares.” En lugar del enfoque dualista y de la propuesta de la OIT, que Portes critica, “el sector informal no está desde esta perspectiva definido en términos dualistas como un conjunto de actividades marginales excluidas de la economía moderna, sino como parte integral de esta última” (Portes, 1995). Según éstos, la profunda crisis de las economías capitalistas que se desencadenó a mediados de los años ‘70 llevó a que las empresas tomasen diversas medidas a fin de hacer frente a la mutación del régimen de acumulación; para reducir los costos laborales, evitar la caída de sus tasas de ganancias y ganar en flexibilidad para adaptarse rápidamente a las variaciones de la demanda, las grandes firmas de los países capitalistas industrializados comenzaron un proceso de desconcentración, deslocalización, tercerización y recurrieron a empresas subcontratistas tanto dentro como fuera de las naciones donde estaba la sede central. Las actividades informales generadas harían posible la sobrevivencia de trabajadores, pero finalmente estos no quedaban integrados al sector moderno, con lo cual los informales serían “desocupados encubiertos”, “desocupados disfrazados”. Esto permitió a las grandes empresas mantener centralizada la información y decisiones respecto al proceso global de producción, segmentar el colectivo de trabajo y desarrollar en los países subdesarrollados los empleos precarios y las actividades informales y de esa manera reducir los costos de producción, controlar los riesgos empresarios y transferirlos a terceros (Castells y Portes, 1989).

A todo esto se agrega el debilitamiento de la capacidad controladora del Estado como consecuencia de que una parte de las actividades subcontratadas no están registradas. Desde el PREALC de la OIT, Tokman discutió el enfoque de Portes, Castells y Benton que asignan un papel protagónico a la división internacional del trabajo, pues existen diferencias entre las microempresas de los países capitalistas industrializados y de los subdesarrollados en cuanto a la lógica de funcionamiento. En los primeros, las medianas y grandes firmas también se proponen recurrir a la subcontratación, la tercerización y la deslocalización para flexibilizar el uso de la fuerza de trabajo y reducir costos laborales por parte de empresas rentables que tienen acceso al crédito y pueden contratar a personal con formación profesional. En los países en vías de desarrollo, las micro y pequeñas empresas que ocupan a trabajadores no registrados o precarios y recurren al trabajo familiar (auxiliar) no remunerado se han visto impulsadas a adoptar esa modalidad para escapar a las reglamentaciones, lo que permite a esos trabajadores sobrevivir adoptando una estrategia alternativa a la desocupación.

Ahora bien, incluir a los trabajadores asalariados temporarios y precarios en el concepto de informalidad constituye una definición cuestionable para Tokman, porque la temporalidad de un contrato no define la participación de una categoría ocupacional en un segmento del mercado de trabajo. Si bien es cierto que todos los ocupados en el sector informal carecen de acceso a los beneficios de la seguridad social, los que no tienen la protección de la seguridad social no podrían

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definirse por esa sola causa como informales (Tokman, 2004).Hernando de Soto (“El otro sendero”) [considera a] la informalidad como extralegalidad;

en los noventa tuvo mucho atractivo la perspectiva “liberal” formulada por de Soto (1987), para quien en última instancia la informalidad era un sinónimo de extralegalidad. Para de Soto la dinámica del Sector Informal era tan fuerte que de manera progresiva se introduciría espacios tradicionalmente ocupados por el sector formal, el que por el contrario se estancaría debido al peso de la burocracia y de la frondosa reglamentación. Pero su enfoque es cuestionable debido a que las relaciones entre los dos sectores son muy complejas y porque se torna absolutamente necesario introducir normas en ciertas actividades donde la informalidad es la regla: transporte público de pasajeros, producción de alimentos, etc. Algunas de ellas (observadas en Lima) le habían servido como argumento para proponer el argumento de un “otro sendero”.

Su enfoque es simple y fácil de comprender. El sector de los trabajadores informales estaría constituido por quienes se desempeñan en aquellas actividades que se desarrollan al margen de la ley, que son clandestinas, no pagan impuestos, se encuentran vigiladas, controladas y perseguidas por parte de las agencias del Estado a instancias de los empresarios implantados legalmente. El origen del sector informal sería una alternativa a ejercer el trabajo de manera formal, debido a las restricciones y las trabas existentes para crear un empresa por varias causas: la excesiva regulación estatal, los múltiples controles y trámites burocráticos, la corrupción de los funcionarios para otorgar las autorizaciones y la falta de una normativa legal que reconozca a los ciudadanos la libertad de emprendimiento que promueva la creación de empresas para poder producir. En lugar de buscar su eliminación, lo que correspondería es procurar que el sector reciba el apoyo del sector público de varias maneras: a) legalización de su existencia; b) créditos promocionales; c) apoyo técnico; d) formación profesional y gerencial; e) acceso a al infraestructura edilicia para su instalación, etc.

Dichos factores permitirían reducir el desempleo y la pobreza, constituirían una alternativaa la acción violenta para obtener los recursos para la sobrevivencia y serían en sus palabras “un nuevo sendero” (de Soto hace referencia al movimiento social armado que actuó en Perú conocido como “Sendero Luminoso”). El citado autor afirma, en 1987: “La noción de informalidad que utilizamos en el presente libro es, pues, una categoría creada en base a la observación empírica del fenómeno. No son informales los individuos, sino sus hechos y actividades. La informalidad no es tampoco un sector preciso ni estático de la sociedad, sino una zona de penumbra que tiene una larga frontera con el mundo legal y donde los individuos se refugian cuando los costos de cumplir las leyes exceden sus beneficios. Sólo en contados casos la informalidad implica no cumplir con todas las leyes; en la mayoría desobedecen algunas disposiciones legales precisas… También son informales aquellas actividades para las cuales el Estado ha creado un sistema legal de excepción a través del cual un informal puede seguir desarrollando sus actividades, aunque sin acceder necesariamente a un estatus legal equivalente al de aquellos que gozan de la protección y los beneficios de todo el sistema legal peruano”.

La perspectiva de De Soto conduce a identificar la informalidad con actividades no registradas, o con la economía subterránea, pero eso es una descripción y no una definición, de lo cual surge que la valoración de su volumen generalmente es sobre-estimado. La magnitud del sector, su dinamismo y los costos que implicaría el cumplimiento de la legislación laboral y previsional dio pie para que, mediante la adopción de un enfoque neo-liberal, de manera indirecta se cuestionara la intervención del Estado, pues el tamaño de la economía subterránea quedaría supeditado a los niveles de corrupción estatal y de las cargas fiscales (Schneider y Enste, 2000), entre las cuales se encuentran los costos del cumplimiento de la legislación laboral.

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Si bien la inobservancia de la regulación institucional caracterizaría a la informalidad, esto la haría depender de arreglos institucionales que, como pueden modificarse podrían hacer desaparecer formalmente al SIU con el simple cambio de una ley. Pero los fenómenos reales que procura aprehender la informalidad seguirían existiendo cuando se constatase la permanencia de actividades informales en sitios donde la legislación ha sido modificada a favor de los microempresarios (introduciendo la flexibilización en cuanto al uso de la fuerza de trabajo y la reducción de los costos laborales directos e indirectos).

Carlos Salas (2006) sostiene que De Soto se convirtió en el vocero más conspicuo de la nueva derecha latinoamericana al postular que era posible una nueva forma de desarrollo, sustentado en la “liberación de la energía empresarial de los informales’”, y proponiendo minimizar la intervención del Estado en las esferas de la economía. Según Cortés (2002) en esta visión -considerada neoliberal- la verificación del concepto de informalidad no se reduce al indicador de extralegalidad, pues también trata de situarlo contextualmente. Para de Soto, la existencia del sector informal se explica, en parte, por el abigarrado conjunto de normas legales establecidas por el Estado, características más bien de un Estado mercantilista que de uno capitalista moderno. Esas normas legales obedecen a los intereses de los miembros de la elite en el poder: funcionarios públicos, políticos y “quienes tienen acceso al poder del Estado”, sin considerar los costos que imponen al resto de la sociedad. La solución consistiría en “reducir la burocracia estatal y dar mayor libertad para la expansión del poder creativo de los emprendedores informales” (De Soto, 1987).

Los migrantes rurales, al llegar a las ciudades peruanas, se enfrentaban a numerosas prohibiciones y regulaciones estatales que afectaban en mayor medida a los de bajos ingresos. Los informales se desempeñan allí en múltiples actividades productivas y de servicios, vulnerando las leyes y normas, porque el costo de cumplirlas excede a sus beneficios. Esta es la causa por la cual el sector informal se expandiría en el futuro. El estado, la burocracia y la frondosidad de normas del mercantilismo vigente mantienen semi-asfixiado el potencial del sector informal, que además de subsistir, crece. Los informales construyen su capital social y para dejar esa condición se debeneliminar las restricciones improductivas del sistema legal, simplificar los mecanismos, descentralizar los trámites de registro a nivel local y desregular los mercados. Para progresar y mejorar su situación los informales solo necesitarían tener acceso al capital y luego se las arreglarían por sus propios medios.

Víctor Tokman (2002) precisa que la estrategia formulada por de Soto, en “El otro sendero” (1987), se difundió ampliamente porque contó indirectamente con el apoyo del Banco Mundial (BM) y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), así como de las autoridades norteamericanas de esa época. Para Tokman, ese libro trata de comprender la realidad del sector informal y simultáneamente ofrecer una “receta simple, inteligible y breve” para incorporarlo a la economía formal. Fue una suerte de “manifiesto liberal” pidiendo la reducción de la influencia del Estado para resolver el problema de la informalidad.

Pero definir al sector informal como ilegal es insuficiente. Tokman recalca que al contabilizar todas las actividades ilegales existentes en la multiplicidad de los sectores, el volumen de los trabajadores informales sería elevadísimo. El desconocimiento o la violación de la ley por parte de los informales no sería una actitud deliberada fruto de la racionalidad económica, porque son muy pocos quienes la respetan voluntariamente y el Estado no puede hacerla cumplir.

En su otro libro, “El misterio del capital” (2000), de Soto insiste en la necesidad de reconocer en un registro la propiedad de los informales para que pueda ser utilizado con finalidades productivas, permitiéndoles acceder al crédito, ofrecer garantías, y emplearla como

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moneda de cambio. Pero con esto solo, aunque fuese positivo, no se resolvería el problema, dice Tokman (2004).

En paralelo con esta línea de pensamiento se sitúan las experiencias de los bancos para las microempresas, los “bancos para los pobres”, con el propósito de hacer frente a su falta de acceso al crédito y sus altos costos que impactaban negativamente sobre los informales que querían devenir microemprendedores. El primero se creó en Bangladesh en 1976 y es el Grameen Bank. En ellos se apuesta a la credibilidad de las personas. En el inicio los montos de crédito son bajos, pero crecen de acuerdo al historial positivo del cliente. Se parte de la creencia de que toda buena idea puede llegar a tener acceso al pequeño crédito. La experiencia demuestra que hay una escasa morosidad y una alta recuperación de esos créditos. Pero para consolidarse requieren un desarrollo institucional, la existencia de entidades de colocación de cartera en todo el territorio y en especial en las áreas rurales. El test de madurez de esas instituciones, dice Tokman, sería cobrar tasas de interés competitivas y no subsidiadas que les permitan cubrir los costos reales de la prestación del servicio financiero.

Años más tarde Tokman (2004), siguiendo los pasos de De Soto, evaluó en el PREALC el número de los pasos administrativos necesarios para registrar completamente una empresa y la cantidad de días de trabajo que se requieren para ello, lo cual da una idea aproximada de las considerables trabas administrativas que existen para la creación de empresas formales. Según los países que están en los extremos de la tabla esto significaría: Bolivia 5 pasos y 253 días; México 21 pasos y 160 días; Venezuela 28 pasos y 240 días. Pero al mismo tiempo se debe tomar en cuenta que dentro de ese conjunto hay normas y regulaciones que son absolutamente necesarias y no es conveniente, ni posible, que la totalidad de las mismas sean eliminadas abruptamente.

[A continuación] se resume el aporte de varios economistas franceses .1- Para Jacques Charmes (1992) especialista del IRD (ex-ORTOM) de Francia, la economía

informal en los países en vías de desarrollo se refiere a actividades económicas lícitas pero no registradas; pero el no registro no siempre es un sinónimo de ilegalidad, sino de la incapacidad de la administración pública para obligar al cumplimiento de los reglamentos correspondientes al conjunto de la población y de las empresas. Por el contrario, el concepto de “economía subterránea”, “sumergida” o “paralela” en los países capitalistas industrializados, corresponde frecuentemente a actividades ilegales o condenables por naturaleza (producción y tráfico de droga, prostitución) u ocupaciones corrientes pero cuyo ejercicio es ilegal por falta de declaración (empleo en negro, trabajo clandestino, fraude o evasión fiscal). En última instancia se trata de un comportamiento guiado por una cierta racionalidad para maximizar beneficios, que fue elegido voluntariamente, y no la consecuencia de la mera necesidad de buscar un refugio para subsistir o de la ignorancia.

En síntesis a partir de esos estudios los trabajadores informales formarían parte de la población económicamente activa no agrícola y no asalariada, o asalariada pero total o parcialmente no registrada. Al analizar las pautas de la Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo del año 1993, Charmes afirma que se estaría en presencia de una nueva categoría ocupacional dentro de la PEA y que, por lo tanto, las estadísticas deben considerarla de manera específica. Otro cambio metodológico central que él propuso para completar la información consiste en captar la informalidad no solo a través de encuestas y censos a las personas en los domicilios, sino mediante entrevistas y encuestas llevadas a cabo primeramente en el establecimiento donde se desarrollan esas actividades, el cual bien puede estar localizado en el hogar.

2- Según Jacques Freyssinet (1976) definir al sector informal “como no organizado, no

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estructurado”, sería afirmar en contrapartida que únicamente en el sector informal existe la organización y la estructura, cuando los estudios sociológicos y antropológicos han demostrado que se hallan en el mismo fuertes organizaciones de trabajadores informales (vendedores ambulantes, puesteros de ferias, etc.). La informalidad no cumplirá entonces la función de ser simplemente un “parking”, “un refugio”, una “sala de espera”, hasta que se den las condiciones para ingresar como asalariado en el sector formal. Por otra parte es un fuerte reduccionismo afirmar que esa situación solo existe en el medio urbano y presumir que el sector rural sería homogéneo, cosa que no es cierta.

Para Freyssinet, el enfoque más apropiado para tratar el empleo en las actividades informales no sería el dualista (Lewis, 1954). Se tornaría más correcto partir de la heterogeneidad estructural en cuanto a las formas de organización de las actividades económicas (FOAE) delimitadas según la lógica de producción y de acumulación y la división social y técnica del trabajo prevaleciente, tomando en cuenta el peso que implica la inserción del sistema productivo en la división internacional del trabajo sobre las estructuras nacionales de empleo. Esa noción le parece más útil y operativa que la de “modo de producción”.

Las FOAE elementales son: las empresas capitalistas, el Estado, las actividades de unidades económicas de autosubsistencia y la pequeña producción mercantil. Las formas asociadas o complementarias que surgen de las interrelaciones entre las mismas son: la gran plantación tradicional (firmas capitalistas y unidades de autosubsistencia), la unidad productiva agrícola familiar (pequeña producción mercantil y unidades de autosubsistencia), las empresas públicas (Estado y empresas capitalistas) y finalmente los programas de desarrollo rural integrado (Estado y unidades de autosubsistencia) que son financiados por organismos internacionales. Y como resultado de esas articulaciones complementarias y contradictorias surgen el ejército industrial dereserva (desde donde las FOAE pueden movilizar fuerza de trabajo cuando la necesitan y al cual pueden dirigir la que es excedente) y el empleo informal. Pero no se trata de dualismo, sino de la complejidad del sistema productivo con su variedad de formas de organización de las actividades económicas que mantienen relaciones entre sí, que pueden ser complementarias, combinadas o contradictorias.

Vista así, la existencia de las actividades informales cumple ciertas funciones relevantes dentro del régimen de acumulación prevaleciente. Ellas absorben mano de obra desocupada, reducen el costo de reproducción de la fuerza de trabajo, presionan hacia abajo los salarios reales del sector formal, disciplinan la fuerza laboral por temor al desempleo, permiten que otros miembros de la unidad doméstica se desempeñen fuera del domicilio, compensan las debilidades de las políticas sociales, etc. Los estudios demostraron que ello sucedía, con mayor o menor intensidad en países capitalistas industrializados y con economías subdesarrolladas, y también en los países ex-socialistas (Tepich, sobre los campesinos polacos, citado por Freyssinet, 1976) o en aquellos que transitan hacia el capitalismo luego de la caída del muro de Berlín.

3- Bruno Lautier (2004) brinda una serie de consideraciones de mucha utilidad a partir del análisis de la informalidad ampliado a otras naciones del “tercer mundo”, los países en vías de desarrollo (PVD). Para él, la existencia del sector informal urbano puede ser concebida como una respuesta a la pregunta acerca de la supervivencia de los pobres que no encuentran trabajo en las ciudades porque no hay empleos asalariados disponibles en el sector público ni en el privado, no existe la institución del seguro contra el desempleo y las escasas políticas sociales son focalizadas.

Es un concepto que se difundió y fue aceptado, en buena medida aprovechando la imprecisión sobre las categorías ocupacionales que contiene; por eso mismo corre el riesgo de estar obligado a incluir varios empleos delictivos no registrables o difíciles de clasificar, como la

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trata de blancas y de niños, la prostitución, el cultivo de estupefacientes, la venta y el tráfico de drogas, el comercio de productos robados o contrabandeados, etc.

Es una situación paradójica, pues fue creado por los organismos internacionales para interpretar el bloqueo del proceso de desarrollo en cuanto a su capacidad para generar empleos y que será posteriormente utilizado por los políticos, los investigadores, y por los planificadores de la política social. En una primera época (bajo el impulso de la OIT) fue definido como una estrategia de supervivencia de la fuerza de trabajo excedente dado que el sector público y las empresas formales no podrían emplearlos a todos, y en un segundo período a partir de mediados de los años ‘80 (por inspiración del Banco Mundial) fue designado para compensar los impactos sociales de los procesos de ajuste estructural y como medio para la lucha contra la pobreza, promoviendo la creación de microempresas. La informalidad es vista actualmente como el medio de vida de la mayoría de la población urbana de los PVD.

En un primer momento la informalidad fue concebida como el resultado de la marginalidad, luego como una forma de subempleo no asalariado y finalmente como el medio que tienen los pobres e indigentes para sobrevivir. La importancia teórica y política se fortaleció a partir de que se constataron los escasos resultados de las sucesivos “decenios del desarrollo” decretados por organismos de la ONU para incorporar a estas poblaciones al empleo asalariado en sociedades modernas y democráticas. Pero es evidente que no constituye un resabio de una época arcaica del capitalismo, que estaría a punto de desaparecer, sino de una realidad emergente que demuestra poseer muchas posibilidades de mantenerse y desarrollarse en el actual modo de producción.

En cuanto al funcionamiento de la economía informal, se ha observado que con frecuencia crece el empleo informal de manera contracíclica respecto del producto, al tiempo que disminuye el empleo en el sector público y en la industria, pero no se sustituyen los mismos empleos, pues los que se pierden en el sector formal de una rama no se compensan en pequeñas empresas de rama similar sino en otras, (por ejemplo lavaparabrisas en los semáforos, cuidadores de coches en la vía pública, vendedores ambulantes, trabajo doméstico remunerado, etc.)

La economía informal sería hiperflexible: en sus unidades económicas se puede despedir y reclutar, modificar las tasas de salarios con mucha rapidez y sin violar formalmente la legislación del trabajo, pues no se rigen por ella. Si la crisis persiste los miembros de la familia voluntariamente buscan trabajo fuera de la unidad familiar, como asalariados o como independientes, migrarán sin hacer recursos judiciales invocando el despido.

Los trabajadores informales desarrollan la solidaridad entre sí mismos y una de sus características distintivas es que “se las arreglan” o dan maña” (debrouillent, demerdent, en la terminología francesa) para desarrollar una actividad, obtener ingresos y sobrevivir, dando muestra de un gran ingenio y creatividad. Tienen un “saber hacer” acumulado que se comparte con sus familiares y con quienes desempeñan una similar ocupación.

Frente a los enfoques dualistas que perciben la realidad compuesta solamente por dos sectores, formal e informal, que no mantienen relaciones entre sí o que están en permanente contradicción, Lautier (2004) propone una perspectiva alternativa: sugiere que dentro de la realidad económica, la mayoría de las actividades se desarrollan parcialmente dentro de la economía formal y en parte al interior de la economía informal, manteniendo relaciones estrechas entre sí y con el contexto. Por ejemplo: el servicio doméstico (una parte está registrada y pero la mayor proporción no), las pequeñas empresas y el pequeño comercio ambulante (que deben comprar insumos a empresas formales pero venden sus productos en la esfera informal); actividades ilícitas como el tráfico y venta de droga que tienen necesidad de bancos y firmas inmobiliarias formales para blanquear esos recursos.

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En las actividades privadas y públicas denominadas como formales se encuentran casi siempre presentes características propias de la informalidad: la corrupción, las malversaciones de fondos y de productos para engañar al fisco, las transgresiones a la legislación, las coimas con el fin de obtener u otorgar turnos en los servicios públicos o “hacer pasar” expedientes incompletos, los arreglos acordados con la policía o los inspectores para no pagar multas por contravenciones a los dispositivos de seguridad e higiene, o a las normas del tránsito o de estacionamiento. Y esta situación se ha generalizado en la misma medida en que se agrava el ajuste estructural que impacta sobre el ingreso de los asalariados del sector público aunque en sus fundamentos, con esa política se buscaba erradicar la corrupción al disminuir el peso del Estado.

La relación de las actividades informales con respecto a las normas es compleja pues las mismas nunca están totalmente dentro o fuera de la ley. Así, pequeñas empresas pueden no estar registradas y por esa causa ser clasificadas como informales, pero dentro de ellas pueden respetarse ciertas normas y códigos en cuanto a los salarios mínimos y horarios de trabajo de los asalariados. En una misma empresa y en un mismo sitio geográfico pueden entonces encontrarse trabajadores que hacen similares tareas, pero unos estar declarados y los otros no. A veces una parte de los salarios se encuentran declarados y otra fracción no (por ejemplo horas extraordinarias), dando como resultado una situación ambigua, muy frecuente en los países en desarrollo.

4. LOS ORGANISMOS FINANCIEROS INTERNACIONALESLas agencias internacionales de cooperación bilateral y multilateral consideraron durante

mucho tiempo que las actividades informales -dada su función de proveer recursos para la subsistencia- eran un mal menor y en consecuencia lo que correspondía hacer era, por un lado, modernizar la agricultura para que se generaran empleos estables, con mayor productividad y bien remunerados que retuviesen o estimulasen la permanencia de los trabajadores en el sector rural y, por otra parte, apoyar a las microempresas del sector moderno urbano con el objetivo de que actuaran como subcontratistas de empresas medianas y grandes, aumentaran la productividad, lograran excedentes, hiciesen inversiones y creasen las condiciones para incorporar más mano de obra. Pero la crisis que se desencadena a mediados de los años ‘70, los procesos de reestructuración económica, la penetración de las innovaciones tecnológicas y organizacionales y las reformas estructurales inspiradas en el Consenso de Washington, con sus secuelas en materia de desempleo, pobreza y exclusión social, crearon las condiciones para acelerar el proceso de migraciones rurales e incrementar la cantidad y el porcentaje de los trabajadores informales.

Por esas causas, entre otras, con frecuencia se asimiló erróneamente como asociados o equivalentes a la informalidad con el subempleo y la pobreza, cosa que no se verificó a partir de las encuestas y entrevistas a individuos captados en trabajos sobre el terreno. Con posterioridad, los especialistas citados, Mazumdar (1975) y Sethuraman (1976) desde el Banco Mundial y la OIT respectivamente trataron de operacionalizar el concepto utilizando criterios más simples y sencillos de ser descriptos. Por ejemplo: a) el empleo como máximo de 5 o 10 trabajadores y patrones dentro de la unidad económica, b) la no aplicación de normas legales y administrativas, c) el predominio de familiares (auxiliares) no remunerados, d) la ausencia de regularidad en cuanto a los días y jornadas laborales, e) la imposibilidad de acceder a créditos institucionales (por falta de garantías y de justificativos impositivos), f) una producción de bienes de consumo y de servicios que se orienta esencialmente hacia los consumidores finales, g) bajo nivel de educación y de formación profesional con una instrucción escolar de corta duración, h) en ciertos casos la no utilización de la energía mecánica o eléctrica y finalmente i) el carácter ambulante o semi

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permanente de la actividad.La dificultad para aplicarlos a la realidad y medir, hizo que también dentro de la OIT

Sethuraman (1976) propusiera criterios empíricos. Este autor hace constar que la migración hacia la ciudad y la inserción en el sector informal implica de hecho para esas personas una elevación en la escala social, a pesar de que las condiciones generales de vida no sean las más adecuadas y esto es lo que frena el regreso de los migrantes al sector rural tradicional luego de sus búsquedas infructuosas de empleo. El SI constituiría entonces una reserva de mano de obra de la cual el sector moderno capitalista extrae la fuerza de trabajo que precisa en un determinado momento, y en la cual deposita o arroja el sobrante según sea el volumen de la demanda, la productividad y la variación de los salarios. En el SI se producen bienes y servicios baratos y se reproduce con un exiguo costo la fuerza de trabajo, lo cual frena o presiona hacia abajo la tasa de salario del sector moderno y reduce en consecuencia los costos evitando o frenando la caída de las tasas de ganancia. Para Sethuranam (1976) uno de los criterios empíricos común al SIU es que la actividad económica informal: “opera sobre una base ilegal, contraria a las regulaciones gubernamentales”.

Pero así, según Cortes (2002), las actividades informales serían definidas como actividades extralegales, con lo cual se redujo un concepto teórico a solo uno de los indicadores. Se confundió así un indicador con una noción. En un documento del Banco Mundial, Mazundar (1975) reformuló el modelo de Lewis y buscó la explicación de la informalidad en el éxodo rural, es decir la presencia ya sea de migrantes temporarios en las ciudades como de migrantes definitivos que tratan de insertarse infructuosamente en el sector moderno y que, para asegurar su subsistencia, buscan llevar a cabo trabajos informales antes que quedar desocupados. La política propuesta por el BM consistía en modernizar a una parte de los trabajadores del sector informal, básicamente los que están ocupados en micro-emprendimientos, para con su crecimiento poder incorporar la fuerza de trabajo excedente. Dada la facilidad de entrada y los bajos montos de capital que son necesarios para apoyar al sector informal, el Banco Mundial (2001 y 2002) percibió esto como una solución para hacer frente a los problemas del desempleo y el subempleo urbano. Así fue planteado como un tema central en el “Informe sobre las perspectivas de desarrollo en África subsahariana”. A partir del mismo, varios estados africanos se esforzaron por definir políticas de acción de apoyo, de respaldo o de promoción al sector informal urbano. Con recursos y asistencia técnica del PNUD y de la OIT, varios países de América Latina administraron encuestas sobre el empleo informal en México, Ecuador, Perú, entre otros.

5. LA EVOLUCIÓN DEL CONCEPTOComo resultado de los estudios teóricos y de las numerosas investigaciones empíricas

realizadas durante los años ‘70 y ‘80, la concepción tradicional de sector informal urbano (SIU) comenzó a cuestionarse. Las Conferencias Internacionales del Trabajo de la OIT, de 1987 y 1991 trataron el tema a partir de las recomendaciones de las CIET (Conferencias Internacionales de Estadísticas del Trabajo). Una de ellas, en la sesión de octubre-noviembre 1987, sometió a consideración de los miembros una definición estadística muy amplia y tal vez difícil de interpretar, que en síntesis decía lo siguiente: “El empleo en el sector informal comprende a todas las personas provistas de un empleo durante la semana de referencia: a) en una unidad económica no registrada, b) en una unidad económica registrada pero con características similares a las no registradas de la rama de actividad económica correspondiente” (citado en Charmes, 1992).

Ambas características conciernen a la organización, la escala operativa y el nivel de la tecnología. La configuración de la organización se evalúa a partir del pago de impuestos, la afiliación a una caja de seguridad social o de pensiones, o la existencia y uso de un sistema de

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facturación. La escala operativa se mide sobre la base de la cantidad de trabajadores ocupados. El nivel de tecnología se evalúa tomando en consideración las calificaciones requeridas para ejecutar las actividades no manufactureras y el tipo de energía utilizada para poder hacer funcionar los principales bienes y equipos de producción, en el caso de las labores manufactureras.

A partir de ellas avanzó el proceso de conceptualización tomando en cuenta sus especificidades: es un fenómeno que se origina en la realidad de los países en vías de desarrollo, que no se refiere solo a las características del sujeto sino que toma en cuenta las particularidades propias de la actividad ejercida y de la unidad económica donde se desempeñan, porque se encuentran vinculadas con una realidad muy compleja y cambiante.

Una de las dificultades para caracterizar el empleo informal consistía en que los conceptos y definiciones tradicionales de actividad, empleo y desempleo propuestas por la OIT se habían gestado en la década de los años ‘30-’40 en los países desarrollados y se habían difundido desde la segunda postguerra, cuando la situación del mercado de trabajo funcionaba cerca del pleno empleo y donde predominaba el empleo asalariado, con contratos de duración por tiempo indeterminado, que estaba protegido por la legislación laboral y el sistema de seguridad social, y donde tenia vigencia el seguro contra el desempleo.

El empleo informal por su dimensión y modalidades es diferente del subempleo visible (medido en términos de la duración del tiempo de trabajo) y de la pobreza. Una parte de los trabajadores informales, por ejemplo los pequeños comerciantes o artesanos calificados que trabajan por su propia cuenta, acumulan a lo largo del día más horas que la jornada laboral máxima legal, y llegado el caso pueden obtener ingresos superiores a los de los subempleados e incluso de algunos asalariados del sector moderno. Por otra parte, se ha observado la situación de que estudiantes y jóvenes graduados que están empleados de manera informal y llevan a cabo una pluriactividad (que es una situación diferente del subempleo definido según la duración de la jornada), obtengan mayores ingresos que quienes ejercen la actividad profesional para la cual estudian o se graduaron (Charmes, 1992).

Las actividades informales son formas específicas de empleo, que según la definición tradicional incluían a trabajadores en actividades por su propia cuenta y sin relación de dependencia, patrones y empleados que se desempeñan en “micro-emprendimientos productivos” con menos de 5 personas ocupadas en empresas unipersonales o familiares con participación de trabajadores auxiliares no remunerados, y a los que realizan trabajos “domésticos” remunerados.

Estamos hablando del empleo en actividades llamadas “informales”, siendo común a todasellas la inexistencia de lo que hemos denominado provocativamente un “verdadero” trabajo asalariado. Esta diversificación de formas de empleo y la “segmentación” observada dentro de la PEA ocupada no significa, obviamente, que tales unidades de producción funcionen de manera autónoma, o aislada como un “tercer sector”, sin relación directa o indirecta con las empresas que caracterizan al modo de producción capitalista dominante. Las mismas están vinculadas efectivamente con ellas, de múltiples maneras, son actividades asociadas o complementarias.

6. ¿DESCRIPCIÓN O DEFINICIÓN DE LA INFORMALIDAD?Carlos Salas (2002 y 2006) identifica la existencia de un medio centenar de definiciones

distintas de sector informal urbano o de las actividades informales, en un estudio elaborado en el Georgia Institute of Technology sobre 75 países (Neck y Nelson, 1987), que lo llevan a criticar y dudar de la utilidad del concepto. A partir de Charmes (1992) se podrían esquematizar los diversos enfoques para definir la informalidad: por un parte se tienen definiciones multicriterios, como

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surge del informe sobre Kenia, viendo la informalidad como un sector que existe dentro de la economía de mercado, un segmento que no está vinculado directamente con el sector moderno, denominado en contrapartida como formal.

Según Souza (1981) la contribución de las “formas no típicamente capitalistas de producción” al dinamismo del sistema en su conjunto es escasa o nula, debido a las débiles articulaciones dentro de los mercados entre las dos secciones: las formas capitalistas y no capitalistas de producción. Para otros economistas el sector informal sería una forma de desempleo disfrazado, de subempleo, provocado por las migraciones rurales desde sectores tradicionales hacia actividades urbanas de baja productividad y escasa remuneración, que solo permitirían la reproducción simple de la fuerza de trabajo, es decir su sobrevivencia. Romeo Grompone, por su parte, afirma que hay que focalizar la evolución diacrónica del proceso productivo y de distribución del producto de las microempresas, “donde no existe disociación de capital y trabajo y que muestran bases precarias de subsistencia que le lleva a mantenerse dificultosamente, a desaparecer y volver a surgir” (Grompone, 1986).

Según varios enfoques marxistas citados por Cortes (2002), la persistencia de las actividades informales en los países latinoamericanos se debe a que en ellos la economía está conformada por la articulación de formas de organización de las actividades económicas donde el modo capitalista es el dominante y su funcionamiento tiende con el tiempo a reducir el uso de la fuerza de trabajo. Entonces, para eliminar el trabajo informal se requeriría un cambio de modo de producción para lo cual se debería constituir un bloque hegemónico portador de un proyecto diferente de sociedad, con una relación de fuerzas favorables que emprendiera una lucha política para cambiar el sistema.

Tokman (PREALC) y Mazumdar (BM) consideran que el sector informal urbano es un estrato del mercado de trabajo pero, afirma Salas (2002), en ese caso se incurriría en un error teórico ya que la noción de mercado supone la existencia de un comprador y un vendedor, así como la de un precio para el producto vendido, lo cual es contradictorio con la presencia de trabajadores no asalariados en el mismo, característica generalizada que es reconocida por todas las definiciones de informalidad.

Benton y otros (1989) incluyeron entre las actividades informales incluso a la delincuencia y las de tipo criminal, pero que en nuestra opinión son de otra naturaleza. Hussmans y Mehran (1989), para identificar a la informalidad pusieron el acento exclusivamente en el pequeño tamaño de la unidad económica. En la misma dirección Maloney (1997) define como informales a “los propietarios y trabajadores en empresas con menos de 16 empleados, los cuales carecen de protección por parte de la seguridad social o acceso a beneficios médicos y por tanto no están protegidos”.

Otra de las definiciones de la informalidad, en similar perspectiva con de Soto, es la de Roubaud (1995) del Banco Mundial, que pone el acento en el no registro de esas actividades ante el Ministerio de Trabajo, el sistema impositivo y el sistema de seguridad social; por ende, circunscribe el universo desde un punto de vista legal, limitando la utilización del concepto a las empresas o unidades económicas que no están registradas o que incumplen las regulaciones económicas debido a los altos costos inherentes al salario indirecto. Pero esto plantea un posible problema teórico: en caso de modificarse la legislación de seguridad social, comercial o laboral, sufriría variaciones “de manera nominal” el universo de las actividades informales, pero las mismas seguirían existiendo.

Pueden citarse varios estudios sobre la informalidad en los países latinoamericanos. Con respecto a México, Orlandina de Oliveira y Bryan Roberts, en The Dynamics of Informal

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Employment in Mexico (1993), distinguen dos dimensiones. A nivel de establecimiento, los informales trabajarían en las pequeñas unidades privadas registradas de sectores no agropecuarios, donde están empleadas como máximo 15 personas en las ramas de la industria manufacturera y 5 en las otras actividades. A nivel individual, la categoría comprendería a los trabajadores no remunerados y a los asalariados no registrados. En su libro relativo a México, Staudt (1998), agrupa en su definición de actividades informales a: trabajadores por cuenta propia, asalariados sin protección social (entendida ésta como los beneficios proporcionados por el sistema de Seguridad Social), el trabajo ocasional por cuenta propia, el que se lleva a cabo en actividades de autoconstrucción de vivienda y el comercio consistente en la compra de mercancías o servicios al otro lado de la frontera. Un estudio de Brígida García sobre México a partir de estadísticas censales, muestra que desde los años ‘70 ha disminuido en ese país el porcentaje de trabajadores asalariados dentro de la PEA, lo cual significaría que en contrapartida se incrementóproporcionalmente el empleo informal, no solo en el sector urbano sino también en la agricultura tradicional, aunque el cálculo de la PEA ocupada en ese sector no incluye el concepto de informalidad (García, 2006). Para Orlandina de Oliveira y Bryan Roberts (1993) por el contrario, el problema que representa el empleo informal en México no se debe a una regulación gubernamental excesiva, sino a su comportamiento ineficaz para generar nuevos empleos de carácter formal y con salarios adecuados.

Dos investigaciones específicas acerca del Brasil constituyeron aportes importantes. En su tesis Paulo Renato de Souza (1981) define el SIU en función de la modalidad en que está organizada la producción, considerándolo como “el eslabón más débil del mercado laboral tratándose de “organizaciones no típicamente capitalistas”, pequeñas empresas donde el trabajo asalariado permanente no existe ya que se trata de trabajadores autónomos que cuentan (o no) con ayuda familiar, o donde existen el asalariado con carácter permanente pero el propietario no está enteramente desvinculado de las tareas propiamente productivas. Concluye más tarde (en su condición de funcionario del PREALC), que “el núcleo verdaderamente capitalista de una economía, en su movimiento de expansión, crea, destruye y recrea los espacios económicos en loscuales actúa la pequeña producción no típicamente capitalista” (de Souza, 1981).

Para Cristina Cacciamali (1983 y 1991) el sector informal en Brasil ocupa los intersticios de la producción capitalista de forma permanente, integrada y subordinada a ésta, de manera que el nexo estructural entre el sector informal y el formal se establece por el flujo de renta del primero hacia el segundo, por la vía de los vínculos de subcontratación, de prestación de servicios, de venta de mercancías. Pero a diferencia de Souza, la autora considera que las actividades informales no se encuentran necesariamente asociadas a bajos niveles de ingreso y a trabajadores excluidos del sector formal.

Debido a la diversidad de definiciones acerca del sector informal y a la cantidad de atributos asignados a ese concepto, para llevar a cabo investigaciones teóricas y la medición del fenómeno deben superarse varias dificultades: no se puede tomar en cuenta solo uno de los múltiples criterios identificados, sin relacionarlos con el resto, [ya que] es difícil considerar que el sector formal y el informal carecen de articulaciones estrechas y funcionales entre sí; se trata de un concepto que tiene aplicación sobre todo en el caso de los países en vías de desarrollo. Podría entonces hablarse de individuos, hogares y pequeñas empresas informales. Si bien en su origen esta noción fue útil para describir un fenómeno que estaba presente en Kenia hace muchos años, parece ser dificultoso aplicarlo ahora sistemáticamente a otros países y varias décadas después.

Cuando la informalidad es concebida como “extralegalidad”, la unidad de análisis ya no es el individuo marginal sino la institucionalidad de la actividad económica y el concepto que asimila

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la informalidad a las tareas extralegales se vuelve más impreciso. Carlos Salas (2006) hace notar la heterogeneidad existente dentro de la informalidad y observa que se introduce una imprecisión en las definiciones ya que se distingue como opuestos al sector formal (definido según criterios económicos y donde predominaría la lógica de obtener ganancias) y al informal utilizando pautas legales, y considerando que en el mismo no se cumple con la totalidad de las reglamentaciones para asegurar la sobrevivencia del trabajador y su familia. Por otra parte se genera dentro del sector informal una segmentación en el conjunto de las microunidades, distinguiendo entre aquellas que recurren al trabajo asalariado, pero no operan legalmente ni están registradas, además de no efectuar aportes previsionales, y aquellas que únicamente emplean a trabajadores familiares (auxiliares) pero no remunerados. Complementariamente, las investigaciones empíricas demostraron que dentro del sector formal también se encuentra trabajo no registrado, empleos precarios y deficientes condiciones y medio ambiente de trabajo. Por otro lado considera que, según las definiciones standard, son tantos y variados los atributos para considerar que una persona o un establecimiento es integrante del SIU, que resulta muy difícil que una unidad económica que forma parte del sector satisfaga todos los criterios. Es entonces posible que en ciertos casos las unidades económicas informales reúnan simultáneamente sólo un número limitado de dichos criterios, pero no su totalidad; se plantea entonces la dificultad de saber ¿cuántos de los atributos de informalidad deben cumplirse al mismo tiempo para que una actividad pueda ser considerada como informal?

Más aún, calificar a todo el SIU como parte del mercado de trabajo sería contradictorio, dada la presencia de personal no asalariado en el mismo. De igual forma habría que desechar la idea generalizada de que el trabajo por cuenta propia está siempre e indefectiblemente asociado a tareas precarias y de bajos ingresos. Como existen diferentes interpretaciones “conceptuales” entre quienes siguen utilizando esta noción, basándose en la presencia de ciertas características, se observa que progresivamente “los indicadores se han ido independizando del concepto” (Cortés, F. 2002).

En cuanto a la validez universal [de tal concepto], de los estudios realizados en los países más industrializados surge con evidencia que el concepto de informalidad es allí más difícil de aplicar cuando cuanto mayor sea el desarrollo económico de la nación en cuestión. A falta de una definición precisa de Sector Informal Urbano (SIU), expresa Salas (2006), se han elaborado varias formulaciones que “oscilan entre discusiones que pretenden ser teóricas y argumentos de corte pragmático u operativo”. La que está centrada en actividades no registradas o llevadas a cabo al margen de la ley es sólo una descripción y no una explicación de las causas que explican su emergencia. El mismo se pregunta ¿hay elementos comunes en las diversas definiciones de sector informal? Su respuesta es negativa, porque científicamente se torna dificultoso definir el concepto de SIU.

Por esta causa [Salas] y otros autores (Cartaya, 1987; Rendón y Salas, 1992) plantean la conveniencia de abandonar el concepto. La condición de ilegalidad no es una característica necesaria y esencial del trabajo informal, a pesar de que ambas particularidades pueden darse conjuntamente y de que de Soto lo defina como una actividad extralegal (Tokman, 2004). Entonces, los empleos en actividades ilícitas (como narcotráfico o contrabando, proxenetismo, trata de esclavos, de niños o de mujeres) deberían excluirse de dicha definición.

El empleo informal puede estar o no registrado, pero esas características son ajenas a condición de informal, pues hacen referencia a las modalidades de la relación salarial. Para los economistas keynesianos, el sector informal impediría que se verifiquen los efectos del multiplicador, debido a la heterogeneidad estructural y a la falta de articulación entre ambos

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sectores, lo cual explica que por esa causa los recursos obtenidos no dan lugar a la acumulación.Por ese motivo, se necesitaría la intervención del Estado para asegurar la articulación entre

ambos sectores. Según Salas (2002) en América Latina la discusión teórica de la noción fue muy escasa mientras que los estudios empíricos y las mediciones estadísticas fueron numerosos, gracias a la actividad del PREALC. Tal vez una excepción sea el trabajo de Pérez Sainz y Menjivar (1991), que distingue dentro de las unidades económicas las de supervivencia y las de acumulación, perspectiva que retomarán y desarrollarán luego otros autores.

Para Forni y Longo (2007), la informalidad no es una consecuencia “imprevista” del modo en que se desarrolla la economía. Es una característica estructural de las economías capitalistas de los países en vías de desarrollo y una estrategia de supervivencia del segmento más excluido de las mismas. La informalidad se expande como consecuencia de la pobreza, como producto de las políticas económicas que generan la segmentación de la sociedad, asociada a la capacidad organizativa de los sectores populares para dar una respuesta a problemas urgentes de subsistencia (esencialmente trabajo, vivienda, alimentación) no resueltos a tiempo por el Estado nipor la economía de mercado.

Varias son las características y condiciones acerca de las cuales hay consenso para afirmar que al cumplirse se estaría en presencia de trabajadores informales, pero no queda claro si deben darse todas las características o basta con algunas de ellas. Así tenemos:1. La categoría ocupacional relevada a partir de las encuestas de empleo y de los censos de población: en la versión tradicional serían los trabajadores cuenta propia, excepto los profesionales, obreros, empleados y empresarios que están ocupados en micro empresas, los trabajadores familiares (auxiliares) no remunerados y el personal del servicio doméstico. Veremos que otras categorías serán incorporadas a la definición, por parte de la OIT en 2003.2. El criterio [sobre] dimensión de la empresa (medida en el número de personas ocupadas incluyendo a los propietarios): serían informales los que desempeñan tareas en las unidades económicas de menos de 5 o de 10 trabajadores, según los países.3. La condición de no registro de trabajadores en las actividades no agrícolas ante el Ministerio de Trabajo y el Sistema de Seguridad Social: este es un criterio estadístico y administrativo (según el número de empleos, indagando si tienen cuentas bancarias, pagan impuestos, llevan una contabilidad, etc.), pero en los hechos esto asimila el sector informal a la economía “sumergida osubterránea” de los países capitalistas desarrollados. Pero conocer el volumen de empleo informal depende de la eficacia de los sistemas administrativos de estadística y de la posibilidad de inspeccionar si se aplican los reglamentos.4. Está el criterio del ingreso, que se utiliza principalmente para los estudios sobre la pobreza y la marginalidad. Ahora bien, los pobres e indigentes que trabajan para sobrevivir se encuentran por lo general dentro del sector informal, pero también es cierto que no se puede identificar pobreza e informalidad.5. Podría agregarse como categoría adicional el bajo nivel educativo, un saber productivo, una formación profesional y capacidades de gestión adquiridas por medio de la práctica y de la imitación.

El problema que plantea la definición basada en esos criterios reside en la ambivalencia de situaciones y la gran heterogeneidad de las actividades que abarca. La dicotomía entre sector tradicional y moderno no es tan significativa para la definición, porque hay muchas personas que se desempeñan concomitante o sucesivamente en los dos sectores y lo hacen de manera legal, ilegal o extralegal, por ejemplo cuando se está en presencia de la pluriactividad. Como ya dijimos, dada su heterogeneidad, el sector comprende actividades ilegales, clandestinas y en negro, que se

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desarrollan en microempresas tradicionales hasta en PyMES próximas al sector moderno o que entodo caso pueden acceder a él, y también incluye a quienes trabajan en la calle “a pleno sol” -en forma nómade o sedentaria-, o en sus domicilios. Como es un espectro muy amplio, para captarlo de manera adecuada se deben hacer encuestas tanto en unidades económicas informales como en hogares, pero de contenido específico, respecto del objeto que se trata de aprehender en cada caso {Cuadro: Trabajo informal en América Latina: principales perspectivas teóricas -Mariana Buzzo, 2005-}.

NUEVAS DEFINICIONES DE LA INFORMALIDAD1. La nueva definición de la OIT: del “sector informal” a la “economía informal”. Estimamos

que los comentarios críticos a la concepción tradicional proveniente del medio académico y de especialistas de diverso origen mencionados anteriormente, crearon las condiciones para que la OIT revisara la definición usada tradicionalmente desde su formulación por parte del PREALC.

La Decimoquinta Conferencia Internacional de Estadísticos del Trabajo de la OIT había elevado una propuesta de definición operativa de Sector Informal que incluía a “todas las empresas por cuenta propia”, esto es, aquellas empresas de hogares que pertenecen y son administradas por un trabajador cuenta propia y un componente adicional: “empresas de empleadores informales”, es decir empresas de hogares que empleen trabajo asalariado y cuyo tamaño sea inferior a un nivel determinado” (OIT, 1993).

Los cambios en el concepto y la definición en la esfera de la OIT ya se reflejaron en la Memoria del Director General a la Conferencia Internacional del Trabajo de 2001. Se denominó al sector informal como “las muy pequeñas unidades de producción y distribución de bienes y servicios, situadas en las zonas urbanas de los países en desarrollo”; dichas unidades pertenecen casi siempre a productores y trabajadores independientes que ocasionalmente emplean a miembros de la familia o a algunos asalariados o aprendices. Las mismas disponen de muy poco o de ningún capital; utilizan técnicas rudimentarias y mano de obra escasamente calificada, por lo que su productividad es reducida; quienes trabajan en ellas suelen obtener ingresos muy bajos e irregulares y su empleo es sumamente inestable”.

La 90ª Conferencia Internacional del Trabajo de 2002 promovió un cambio sustancial de la concepción y de la definición (OIT, 2002). Se trataba de resolver problemas estadísticos pendientes, siguiendo el nuevo paradigma propuesto por Juan Somavia, limando diferencias que sobre el tema existían entre empleadores y trabajadores. La noción de “trabajo decente” estructuraría las siguientes dimensiones: trabajo productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad, en el cual los derechos son respetados y cuenta con remuneración adecuada y protección social (OIT, 2002). De esto se deduce que en la economía informal se constata un déficit de “trabajo decente”, y para resolverlo sería necesario atacar las causas profundas de la actividad informal y de la informalización. En la XVIIª Conferencia CIET de la OIT se complementó el concepto de “sector informal” con el de “economía informal”.

Como innovaciones, en esa definición se indica: 1. la conveniencia de integrar a las actividades agropecuarias en la definición de sector informal de un país, siempre que existan los instrumentos estadísticos adecuados para llevar a cabo la tarea de medición; 2. que el trabajo doméstico remunerado no se incluya como elemento del sector informal, pues se considera que los hogares que contratan trabajo doméstico lo utilizan para producir bienes y servicios que serán consumidos dentro de los mismos y no se destinan al mercado”. Pero “cada país debería decidir si incorpora o no al trabajo doméstico remunerado como parte del sector informal, pero con el objeto de que las estadísticas resulten más útiles para el análisis y las comparaciones

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internacionales, los trabajadores domésticos incluidos o no en el sector informal deberían ser identificados como una subcategoría separada” (OIT, CIET, 2003).

Para algunos, la OIT “sepultó” en ese entonces el concepto tradicional de sector informal (Tokman, 2004). Los conceptos y definiciones sobre el empleo en el sector informal y sobre el empleo informal que surgieron de esas conferencias se transcriben a continuación:

I. Empleo en el sector informal (ESI): es definido según lo señala la XVª CIET. Se refiere al empleo generado en un grupo de unidades de producción que, según el sistema de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas, forman parte del sector de los hogares como empresas de hogares y que no están constituidas en sociedad, es decir unidades dedicadas a la producción de bienes o a la prestación de servicios que no constituyen una entidad jurídica independiente del hogar propietario ni de los miembros del mismo, y que no tengan una contabilidad completa. Dentro del sector de los hogares el sector informal comprende a:

I.1- las empresas informales de trabajadores por cuenta propia (que pueden ocupar trabajadores familiares auxiliares así como a empleados asalariados de manera ocasional, pero no contratan a trabajadores asalariados de manera continua), o

I.2- las empresas de empleadores informales que dan trabajo a empleados asalariados de manera continua y pueden además incorporar a trabajadores familiares auxiliares.

2. Empleo Informal (EI): por otra parte, el empleo informal es definido en concordancia con el nuevo concepto que recomienda la XVIIª CIET. Incluye, además del empleo en el sector informal, tal como fue definido por [aquélla], a los asalariados que tienen empleos informales ya sea que estén contratados por empresas del sector formal, o informal, o por hogares que los incorporan como trabajadores domésticos asalariados. El empleo informal incluye a los siguientes tipos:2.1) trabajadores por cuenta propia dueños de sus propias empresas del sector informal, 2.2) empleadores dueños de sus propias empresas del sector informal,2.3) trabajadores familiares auxiliares,2.4) miembros de cooperativas de productores informales,2.5) trabajadores por cuenta propia que producen bienes exclusivamente para el propio uso final de su hogar, si dicha producción constituye una aportación importante al consumo total del hogar.2.6) asalariados que tienen empleos informales en empresas del sector formal, informal o en hogares; se considera que los asalariados tienen un empleo informal si su relación de trabajo, de derecho o de hecho, no está sujeta a la legislación laboral nacional, al impuestosobre la renta, a la protección social o a determinadas prestaciones relacionadas con el empleo. En algunos casos, son empleos a los cuales las leyes y reglamentos laborales no se aplican, no se hacen cumplir o no se hacen respetar por otros motivos. Pero no se pone en cuestión que su uso quedó limitado exclusivamente al medio urbano, ni la noción de sector en sí mismo, a pesar de que se trata de una modalidad de organizar las actividades económicas que atraviesa a todos los sectores.

Tokman nos resume el cambio de terminología al señalar que “la nueva definición de la OIT implica que al universo acotado por la concepción anterior de sector informal (que incluye a los trabajadores y propietarios de microempresas, del servicio doméstico, trabajadores familiares no remunerados y cuentapropistas, hay que sumar los asalariados que no cuentan con protección social, independientemente de si están en grandes, medianas o pequeñas empresas, para obtener lo que se ha llamado la economía informal” (Tokman, 2004). Para Mariana Busso (2007), “la nueva terminología agrega un nivel más de imprecisión al sumar al ya heterogéneo mundo del sector informal el grupo de asalariados sin protección”.

Una discusión que surge del estudio de la informalidad refiere a las unidades de análisis. El

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enfoque tradicional de la OIT recurría a las encuestas de hogares y puso el acento en la actividad que declaran los individuos. Otros puntos de vista que asumió desde entonces la OIT, como el de Jaques Charmes (1992) por ejemplo, insisten en que la unidad de análisis a estudiar es también el establecimiento por medio de encuestas y censos. Mientras que el primer enfoque permite su cuantificación y la comparación entre sectores, aglomerados y países, el segundo requiere un mayor esfuerzo para identificarlo y el uso de otras metodologías más cualitativas, tomando en cuenta el contexto histórico y económico.

Otro elemento de la concepción tradicional que se puso en cuestión es la conceptualización en tanto sector de la economía. Aceptar esta definición implicaría pensar el problema según los enfoques dualistas, que reducen la realidad a la dicotomía sector moderno y sector tradicional, o sector formal y sector informal, que significa un intento de simplificar de manera forzada la complejidad de la realidad, pero al mismo tiempo desconocer que el fenómeno afecta en mayor o menor medida a todos los sectores y ramas de actividad económica, atravesándola horizontalmente (Neffa, Giner, Panigo y Pérez, 2005). El concepto originario de sector informal se consideró inadecuado y erróneo, pues debería reflejar los aspectos dinámicos heterogéneos y complejos de algo que es más que un sector -un grupo de industrias o de actividades económicas específicas- y, además, a término, tal vez debería incorporar a los trabajadores rurales que operan en el ámbito informal.

Por consiguiente, cuando anteriormente se hablaba de sector, de actividades o de trabajo informal, nos estábamos refiriendo a cuatro categorías que reúnen todas o varias de las características mencionadas: los trabajadores por cuenta propia (excluidos los profesionales y técnicos), los trabajadores familiares (auxiliares) no remunerados, los trabajadores y propietarios de microempresas y al servicio doméstico, por considerar que se trata de actividades de baja productividad y gran vulnerabilidad. Una ventaja de esta definición es que permitía su estimación cuantitativa, a partir de los censos económicos y de las encuestas de hogares y analizar su evolución en el tiempo.

Partiendo de dicha definición, según el PREALC [OIT], en América Latina 6 de cada 10 nuevos puestos de trabajo generados en los años ‘90 habrían sido informales. Y se constató que la informalidad creció “en todos los países del planeta”, incluso en los capitalistas industrializados y en América Latina, desde mediados de los años ‘70 la mayor parte de los nuevos empleos se crearon en la economía informal.

Según la nueva concepción, la economía informal comprendería también a todos los trabajadores sin protección social (denominados generalmente como no registrados o “en negro”). Esto es un cambio cualitativo importante y significaría un fuerte incremento del tamaño de la “economía informal”, porque a escala de América Latina el “sector informal urbano” definido tradicionalmente ya representaba a comienzos del siglo XXI el 46% de la PEA no agrícola. Pero al utilizar esa definición más amplia, también se deben tomar en consideración a personas que no están en blanco ni en negro, sino “en gris”. Sería el caso de registro parcial o incompleto que facilita a las actividades informales poder acceder a los beneficios de las empresas formales pero sin pagar todos sus costos.

El sector informal no debe ser mirado alternativamente como algo totalmente integrado, autónomo, pues siempre mantiene vínculos de importancia con el resto de la economía. Importa bienes y exporta bienes y servicios hacia los otros sectores. Las restricciones para el crecimiento del sector informal se deben a su baja capacidad de acumulación, falta de acceso a recursos y mercados, su carácter dependiente del resto de la economía que funciona en un mercado oligopólico y de concentración del ingreso en un contexto de creciente heterogeneidad productiva.

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Se pensaba hace varias décadas que el SIU sería progresivamente absorbido por el desarrollo del sector moderno, pero en realidad se mantiene y a veces se expande sobre todo en momentos de crisis.

Usando una o varias de las definiciones mencionadas, los estudios de la OIT y del Banco Mundial coinciden en afirmar que de acuerdo a cada país de América Latina, en el sector informal se encuentra entre el 30 y el 60% del empleo urbano no agrícola y esa proporción es tanto más elevada cuando el país tiene una economía menos desarrollada.

Por lo general los trabajadores informales asalariados que se desempeñan en micro y pequeñas empresas tradicionales de menos de 5 o incluso de 10 personas, ocupan empleos no registrados y los salarios (básicamente de subsistencia, inferiores a los mínimos legales) se sitúan por debajo de los que por igual tarea y en la misma rama de actividad, se pagan en el resto de la economía (formal). Esto presiona sobre los salarios del sector formal o al menos constituye un freno a su incremento.

Una parte importante de los trabajadores informales tiene una alta movilidad regional, entre ramas de actividad y entre empleos y ese carácter transitorio hace que con frecuencia la informalidad desemboque en un empleo por cuenta propia o en la creación de pequeños comercios o empresas que registran una alta tasa de mortalidad.

Dentro de las actividades informales también se encuentran casos de empleos de dichas características que, a partir de trabajo artesanal por cuenta propia o de micro empresas, se convierten en pequeñas empresas estables en el sector formal, si bien esos casos no abundan. Esta posibilidad es la que está en la mira de organismos internacionales y de funcionarios de los Ministerios de Economía y de Trabajo que ven en el sector informal, esencialmente en las microempresas, una vía para la creación de empleos.

Cuando surge la crisis económica, y esto se traduce en desempleo y baja de los salarios reales, se observa el desarrollo de la pluriactividad y que trabajadores del sector formal con estabilidad y bajos salarios llevan a cabo adicionalmente una actividad secundaria, en el sector informal: en esos casos, a veces el ingreso generado (pero inestable o irregular) supera el sueldo.

EMPLEO EN EL SECTOR INFORMAL (ESI) Y EMPLEO INFORMAL (EI) EN LA ARGENTINA Y SU ESTIMACIÓN

Desde hace mucho tiempo se observa una evolución dentro de la mayor parte de los trabajadores argentinos que son caracterizados como informales, y cada vez más se observa que se trata de actividades alternativas a los empleos asalariados, que estarían contratados por tiempo indeterminado, registrados, en relación de dependencia, con garantías de estabilidad. El EI sería entonces la alternativa al desempleo, al trabajo precario, a empleos mal pagos o al trabajo en negro.

Para unos es una actividad que puede devenir en una ocupación permanente (casos de los feriantes o de los artesanos que hacen trabajos a domicilio) y para otros es una suerte de transición o un periodo de espera mientras surgen otras posibilidades que respondan mejor a sus calificaciones y expectativas. Por esa situación, no siempre han adquirido previamente una formación profesional o una experiencia que los prepare para ello, ni el puesto de trabajo ocupado se corresponde exactamente con sus saberes productivos obtenidos por la vía de la experiencia en sus anteriores ocupaciones (Busso 2005; Busso y Garban, 2003). No se trata de trabajos clandestinos u ocultos, porque en su inmensa mayoría se desarrollan en los espacios públicos y a la vista, con o sin la autorización de las autoridades municipales.

El modo de desarrollo que se consolidó en Argentina hasta mediados de los años ‘70,

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basado en la industrialización sustitutiva de importaciones, fue también objeto de estudio desde esa perspectiva, impulsado por el PREALC y la CEPAL. Pero en aquella época existían muchas diferencias entre los mercados de trabajo de Argentina y de la mayoría de países de América Latina, pues en estos últimos el EI era muy importante.

A partir de la crisis económica y del golpe militar de marzo de 1976, en la Argentina comenzó un proceso de cambio del modo de desarrollo que dio prioridad, respecto de la industria, a las actividades primarias modernas (agropecuarias, extractivas), que utilizaban poco empleo asalariado, y a las terciarias y de servicios, que usan de manera intensiva la fuerza de trabajo. Este proceso aceleró las migraciones rurales, debilitó el sector industrial que por una parte se concentró al impulso de las empresas transnacionales que promovieron dentro del país un proceso de deslocalización, subcontratación y de tercerización de actividades, dando lugar a la creación de micro y pequeñas empresas que se desempeñaron como prestadoras de servicios, proveedoras de partes y subcontratistas (Boyer y Neffa, 2005, Boyer y Neffa, 2007).

Si bien siempre existieron pequeñas empresas y trabajadores por cuenta propia en [nuestro país], donde históricamente el porcentaje de artesanos y obreros calificados de origen migratorio fue predominante, es a partir de mediados de los años ‘70 que se incrementa la cantidad de obreros y empleados que se incluían dentro de un sector informal urbano que no actuó siempre y de manera generalizada como un “sector refugio” -a la espera de que se crearan empleos formales- sino como una alternativa [a la desocupación] y al subempleo, pero con distintas características respecto de los demás países latinoamericanos con un menor nivel de desarrollo (Tokman, 2004).

La función de ser una alternativa al desempleo se intensificó a partir de entonces y durante el régimen de convertibilidad (1991-2002) se mantuvo con un porcentaje elevado que variaba entre el 35%-45% de la PEA. Con posterioridad el porcentaje bajó, pero permaneció siendo relativamente elevado a pesar del fuerte crecimiento económico.

A continuación se presentarán las conclusiones de tres estudios recientes que incluyen una estimación del volumen y de los componentes de los empleos informales y del empleo del sector informal, según la nueva concepción:

Una investigación de Pok y Lorenzetti (2004), sobre informalidad y marginalidad, parte de los conceptos de relaciones sociales de producción y de división social del trabajo. Esas dimensiones se expresan en la categoría ocupacional (distinguiéndose el trabajo independiente y el asalariado) y en las ocupaciones, tomando en cuenta el nivel de su calificación y el tamaño de las unidades productivas.

El trabajo de Pok-Lorenzetti hace referencia a las particularidades que asume la informalidad en el país, articulando su heterogeneidad interna con sus especificidades desde la perspectiva de género en la EPH de mayo 2003. En el mismo las autoras amplían la frontera conceptual implícita en la denominación “sector informal”, para rescatar modalidades de inserción no forzosamente ligadas a dicho sector, pero que comparten algunas de sus características. La metodología generada por ellas resignifica las unidades económicas en función de su escala de producción, rescatando, a través de su articulación con las necesidades de la reproducción de la fuerza de trabajo, aquellas que son propias de la informalidad y avanza luego en la determinación de la informalidad que está implícita en las relaciones de producción asalariadas.

En las unidades informales se podrían dar al menos tres niveles de reproducción de la fuerza de trabajo, en función de los grados de indigencia (canasta básica de alimentos o CBA) y de pobreza (canasta básica total o CBT):- el primero, a nivel de subsistencia, cubriendo solo las necesidades básicas elementales, donde la

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reproducción se sitúa por debajo de la línea de indigencia (CBA) ,- el segundo, donde se reproduce la fuerza de trabajo cubriendo las necesidades mínimas, pero sin generar excedentes, situándose por sobre la línea de indigencia pero debajo de la línea de pobreza (CBT);- y el tercero, situado por encima de la línea de pobreza, donde al mismo tiempo que se asegura la reproducción se genera un excedente y se hace posible la acumulación.

Utilizando estas categorías, Pok-Lorenzetti procesan la EPH, clasifican y cuantifican las diversas modalidades de informalidad:1.1. Trabajadores independientes que desarrollan una actividad económica por su cuenta, sin contratar personal asalariado (TCP, en ocupaciones de calificación técnica, operativa o no calificada), donde se encuentran diversos tipos de unidades de reproducción:- Unidades de reproducción deficiente, sin generar excedente y con un ingreso por debajo del nivel de subsistencia.- Unidades de reproducción simple, donde no se genera un excedente pero los ingresos permiten remunerar la fuerza de trabajo, superando la línea de indigencia aunque por debajo de la línea de pobreza.1.2. Trabajadores independientes (TCP) que desarrollan una actividad económica en unidades económicas pequeñas, excluyendo las de alta complejidad, contratando en ciertas ocasiones fuerza de trabajo. Dentro de este grupo se distinguen:- unidades de reproducción deficiente, que trabajan sin margen de utilidad y obteniendo un ingreso por debajo del nivel de subsistencia que no cubre la CBA.- unidades de reproducción simple, donde no existe ganancia, los ingresos alcanzan para remunerar adecuadamente la fuerza de trabajo, pero están por debajo de la CBT.1.3. Trabajadores familiares (auxiliares) que desarrollan una actividad económica en unidades pequeñas, excluyendo las de alta complejidad y en establecimientos de hasta 5 ocupados.1.4. Trabajadores asalariados que se desempeñan en unidades económicas pequeñas (de hasta cinco ocupados) y en condiciones de precariedad desde el punto de vista de la registración formal no les son efectuados descuentos para obras sociales ni aportes jubilatorios.1.5. Trabajadores asalariados que se desempeñan en unidades económicas medianaso grandes, en condiciones de precariedad desde el punto de vista de la registración formal (no se les hacen descuentos para obras sociales ni aportes jubilatorios).1.6. Trabajadores asalariados que se desempeñan en carácter de registrado pero en condiciones de precariedad laboral desde el punto de vista de la endeble continuidad de su inserción (CDD, ETT, changas, trabajo inestable).

En su análisis quedaron excluidos de la integración en el sector informal los trabajadores que se desempeñan en varios agrupamientos:- unidades de reproducción ampliada, a cargo de TCP en las que se obtienen ingresos suficientes para remunerar la fuerza de trabajo, por encima de la línea de pobreza, y queda un saldo o excedente para invertir;- unidades de reproducción ampliada, a cargo de patrones, donde se obtienen ingresos suficientes para remunerar la fuerza de trabajo, por encima de la línea de pobreza, y queda un saldo o excedente para invertir.

En base al abordaje conceptual adoptado, la tipología construida y el tratamiento empírico de la EPH llevado a cabo por Pok-Lorenzetti, la composición general de la informalidad para la primera onda EPH de mayo 2003, en 31 aglomerados urbanos, se expresa en la composición de la informalidad y su distribución por sexo {Cuadro: Total aglomerados urbanos, EPH-INDEC, mayo de

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2003}. Dejando fuera del cálculo al servicio doméstico a hogares, en [dicho mes] podía considerarse informal cerca del 45% del empleo total. Incluyendo al servicio doméstico se llega al 52,5%, es decir que involucraba a más de 4.570.000 personas. En ese conjunto, las mujeres informales suman alrededor de 1.556.090 (39% del total), los varones 2.435.387 (61%). Pero en caso de incorporarse al servicio doméstico las mujeres alcanzaban las 2.063.599 personas.

Dentro del 100% total del empleo informal, el 37,3% surge de las modalidades que con mayor pertinencia pueden considerarse informales (cuentapropistas, trabajadores familiares no remunerados, pequeños empresarios) y el 62,7% restante estaría compuesto por asalariados pero que están empleados sin haber sido registrados. Una parte de ellos se desempeña en establecimientos formales de más de 5 personas, mientras que un 25,3% de los mismos ejerce su empleo de manera precaria, sin estar registrados, en unidades económicas pequeñas. Pero también existe una cierta cantidad de establecimientos que, a pesar de su reducida dimensión, se ubican por sus atributos en el universo del denominado sector formal de la economía.

Un tema especial conectado a la problemática del sector informal en su definición tradicional, es el del servicio doméstico remunerado, realizado por una importante cantidad de mujeres dado su papel en la reproducción de la fuerza de trabajo de las familias que las emplean, y por la posibilidad que crea para que otros miembros de las mismas puedan desarrollar una actividad económica fuera del hogar. Para Pok, se trata de la única actividad laboral que, de manera masiva, se lleva a cabo en condiciones equiparables a las de una inserción asalariada pero donde la unidad empleadora no es una organización productiva.

La modalidad “servicio doméstico” se asemeja con frecuencia a formas de trabajo serviles. Se trata de asalariados o trabajadores por su propia cuenta si atienden a varias unidades domésticas, que buscan clientes (familias) con quienes negocian el espacio de trabajo, los días y horarios de labor con un escaso margen de autonomía. Esta reserva de fuerza de trabajo femenina es tratada por separado en la nueva concepción de informalidad.

El enfoque teórico que proponen Pok y Lorenzetti para estudiar las relaciones entre informalidad, trabajo no registrado y trabajo precario, se basa en los siguientes supuestos que transcribimos:A. La recuperación de la validez teórica y la fortaleza de la conceptualización propia de la marginalidad, en términos de la relación entre la informalidad y las fracciones excedentarias de la fuerza de trabajo y/o de la población. B. El reconocimiento del sector informal concibiéndolo como un conjunto de unidades de producción que desarrollan su actividad: a) Con ciertos rasgos característicos en cuanto a su escala de producción y atributos asociados.b) Con superposición de la unidad económica y la unidad doméstica.c) Con énfasis en el concepto de capacidad de reproducción de las unidades domésticas.d) Adaptada a ciertas características de la particular etapa histórica que vive la Argentina.C. La resignificación de la precariedad laboral como marco conceptual basado en la consideración de la inserción ocupacional endeble, como atributo de la inserción asalariada, dando lugar a una multiplicidad de modalidades que no se limita a un sector determinado del aparato productivo, ni a un grupo de población en particular.D. El reconocimiento de un puente articulador entre el concepto de sector informal y el de precariedad laboral.

El estudio concluye haciendo afirmaciones que son de suma utilidad para el estudio del trabajo no registrado, que resumimos así:- La informalidad no es una excepción marginal y transitoria dentro del mercado de trabajo, pues

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en mayo de 2003 significaba aproximadamente la mitad de la PEA.- La informalidad en las actividades independientes adopta múltiples modalidades y es heterogénea, asegurando diversos niveles de reproducción: a) por debajo o en la línea de indigencia, b) entre la línea de indigencia y la línea de pobreza, c) sobre la línea de pobreza y permitiendo la obtención de excedentes.- La informalidad no se circunscribe a un sector, sino que atraviesa toda la estructura económica, con diversa intensidad.- La presencia de las mujeres es determinante dentro de los empleos informales.- La informalidad de los asalariados desde el punto de vista de su registración (habitualmente denominado “trabajo no registrado”) se encuentra tanto en los pequeños establecimientos informales como en las empresas formales de mayor tamaño.[Posteriormente] Beccaria y Groisman (2008) postularon que a partir del cambio en la definición impulsado por la OIT habría dos enfoques de la informalidad. Uno de ellos define a la informalidad atendiendo a las características del establecimiento donde el individuo trabaja y considera al “empleo en el sector informal” (ESI) como al “conjunto de los ocupados en unidades productivas pequeñas, no registradas legalmente como empresas, propiedad de individuos u hogares y cuyos ingresos o patrimonio no pueden ser diferenciados de los correspondientes a los de sus dueños”, independientemente de su situación en el empleo y de si éste era su principal ocupación o una secundaria. Desde esta perspectiva la condición de informal se deriva de las características de la firma en la cual trabaja: son empleos informales aquellos que detentan quienes se desempeñan en una empresa del sector informal. Por su parte, también se establece que todos los trabajadores familiares auxiliares y el servicio doméstico ocupan puestos informales.

[Metodológicamente, en su estudio las ocupaciones vinculadas con los planes de empleo fueron incluidas como una categoría separada en el Empleo Informal (EI) y se toma en cuenta la situación de los Asalariados Registrados (AR) y No Registrados (ANR) utilizando las dos modalidades de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Consideran: el tamaño del establecimiento como el criterio para distinguir entre las unidades productivas formales e informales, denominando informales a las que cuentan con cinco ocupados o menos. Por otra parte, siguiendo la nueva definición de la OIT, un empleo asalariado, corresponda a empresas formales o informales, se considerará informal si al trabajador no se le efectúan descuentos para el sistema de seguridad social. Quienes trabajan en el sector público a diversos niveles se estima que forman parte del sector formal, mientras que los trabajadores “cuenta propia” con estudios superiores completos son considerados parte del sector de no asalariados, pero del sector formal].

El empleo en el sector informal (ESI), representa el 39,8% del total de empleos, 20 puntos de los cuales representan a los asalariados de pequeños establecimientos.

El segundo [enfoque] toma en cuenta el carácter irregular del puesto de trabajo y define al “empleo informal” (EI) como al “agregado de ocupaciones para las que no se cumple con las regulaciones laborales”, pero también formarían parte del mismo los trabajadores por cuenta propia y aquellos cuyos empleadores evaden sus obligaciones tributarias. Dicho estudio sobre el EI, incluyendo los planes sociales y de empleo, concluye afirmando que el 54,6% del empleo urbano argentino de la segunda mitad de 2005 puede caracterizarse como empleo informal, correspondiendo 42% a la suma de los asalariados no registrados o “en negro” (excluido servicio doméstico y planes sociales y de empleo) más los no asalariados de pequeños establecimientos. El resto -12,6 puntos porcentuales- se refiere al servicio doméstico y a los planes sociales y de empleo.

En síntesis: a) solo aproximadamente el 40% del empleo total está compuesto por

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asalariados registrados; b) el 37% del conjunto de los asalariados (excluido servicio doméstico y planes de empleo) no tiene cobertura de la seguridad social (son empleos no registrados); c) cerca del 22% de los asalariados de empresas formales (con más de cinco ocupados) también pueden ser considerados informales porque se trata de empleos no registrados. Llama poderosamente la atención que en las firmas formales trabaja el 41% del total de los asalariados considerados informales.

En el período 1993-2003 se observa un crecimiento del empleo informal, porque se produjo a) un fuerte crecimiento en la proporción de los asalariados no registrados: 8 puntos de porcentaje si se incluye al servicio doméstico y a los planes de empleo; 3 puntos si se excluyen dichas categorías, b) una disminución de la proporción de los no asalariados informales y c) el mantenimiento de la parte correspondiente al empleo asalariado de establecimientos pequeños.

A diferencia de otros países de la región, según Beccaria y Groisman, el ESI no funcionaría como alternativa al desempleo, ni como sector “refugio”, mostrando un leve comportamiento contracíclico solo durante la gran depresión, entre 1998 y 2001. Así en la Argentina el desarrollo de la informalidad se da también en la fase expansiva del crecimiento y su porcentaje permanece elevado o incluso se incrementa, básicamente en cuanto a las microempresas.

Pero aumentó considerablemente la proporción de los asalariados no registrados, es decir de los que tenían un estatuto precario, que pasaron de representar el 29% del conjunto de puestos asalariados, en 1993, al 41% diez años después (sin computar los planes sociales y de empleo y el servicio doméstico).

Si bien la pobreza no explica la informalidad existe una estrecha relación entre ambas. No todos los informales son pobres, pero es cierto que la gran mayoría de los ocupados de hogares pobres son informales. Para Beccaria y Groisman la condición de informalidad eleva tanto las probabilidades de esos trabajadores de caer en la pobreza como las de percibir remuneraciones horarias más bajas pues obtienen ingresos entre 30 y 45% inferiores respecto de las que reciben los ocupados con iguales características pero que se desempeñan en la formalidad.

A partir de esos dos estudios queda entonces planteado el problema de la medición del Empleo Informal y de la Economía Informal según la nueva definición propuesta por la OIT, dado que se pueden detectar muchas superposiciones entre la vieja noción de SIU, el trabajo no registrado y el trabajo precario.

[Finalmente, en tercer lugar un] estudio del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, el Banco Mundial y el INDEC79 constituye un notable esfuerzo de conceptualización y metodológico, ya que utiliza la nueva definición para medir la informalidad según la EPH del tercer trimestre [del año] 2005 y proporciona información estadística complementaria a las dos precedentes […] La nueva definición introduce importantes modificaciones, incorporando otras categorías y ampliando su cobertura, utilizando criterios institucionales relativos a la situación frente a las normas vigentes en cada país. […] Componentes de la misma:

- Los asalariados son trabajadores que ponen a disposición de un empleador el derecho a usar durante un cierto tiempo la fuerza de trabajo a cambio de una remuneración. Si a pesar de pagarle el salario directo, el empleador no lo registra ante los organismos de la administración del trabajo y de la seguridad social, aplicando la nueva definición quienes anteriormente se denominaban trabajadores no registrados o en negro, quedan ahora incluidos en la informalidad.

- […] operativamente, las unidades económicas formales son las que cumplen, como mínimo, con una de las obligaciones administrativas tributarias, contables y/o laborales vigentes, lo cual da lugar a un conjunto muy heterogéneo pues incluye a empresas que acatan todas las

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normas legales así como a las que solo respetan alguna de ellas, independientemente del número de trabajadores que empleen. Estas empresas poseen un cierto grado de organización de la producción, obtienen una tasa de ganancia por sus actividades con lo cual pueden pagar el costo de los insumos, los salarios y acumular capital, se encuentran registradas ante la administración yen el sistema impositivo, están habilitadas para celebrar contratos y ser sujeto de crédito ante las entidades financieras.- En contraposición, la economía informal comprende a trabajadores y/o unidades económicas que desarrollan sus actividades al margen de las normas establecidas para regularlas, dejándolos en una situación endeble y de vulnerabilidad institucional. Las unidades económicas informales (UEI) son las que incumplen con la totalidad de las normas administrativas, tributarias, contables y no solo las laborales; se trata por lo general de unidades económicas de pequeña dimensión, con una escasa rentabilidad, que pueden tener asalariados no registrados, que justifican su situación por la escasez de recursos para formalizar sus actividades. Por esa causa sus patrones y asalariados quedan en situación de vulnerabilidad, debido a los bajos ingresos, la falta de protección social y sus insuficientes vínculos con el sector productivo estructurado. Dentro de ellas prevalecen las unidades económicas de baja productividad, reducida densidad de capital, que usan tecnologías tradicionales que utilizan fuerza de trabajo de manera intensiva, con una escasa división social y técnica del trabajo. Dentro de las UEI se encuentra la mayoría de cuentapropistas y los empleadores y trabajadores ocupados en microempresas de hasta de 5 personas ocupadas 80.

- También existe trabajo informal en unidades económicas formales (que cuentan con niveles de rentabilidad y capacidad de acumulación que les permitirían no evadir y cumplir al menos con algunas de sus obligaciones impuestas por la normativa laboral), cuando emplean a trabajadores asalariados no registrados y/o en situación precaria que realizan actividades en dichas unidades.

- Los trabajadores informales pueden ser: a) trabajadores independientes que no se inscribieron en los registros administrativos correspondientes, sin trabajadores asalariados y que no cumplen con las normas administrativas tributarias, contables y previsionales; b) asalariados del sector público y privado, si no se les hacen los aportes jubilatorios; c) trabajadores familiares sin remuneración; y d) trabajadores asalariados que desarrollan sus actividades en hogares particulares (trabajadores domésticos), cuando no les efectúan los descuentos jubilatorios correspondientes; e) y también empleadores que desarrollan sus actividades sin emitir facturas y/o tickets, no llevan libros de contabilidad, no tienen registrados a sus empleados y no cumplen con ninguna de sus obligaciones administrativas, tributarias, contables y previsionales. Pero por una

80 Entonces, dentro de las UEI los trabajadores informales pueden ser asalariados, trabajadores independientes o patrones. Por definición, se considera que las unidades productivas informales generan siempre trabajo informal. Al desempeñarse completamente al margen de las regulaciones vigentes, ellas ven limitadas sus vinculaciones comerciales con la economía estructurada, tienen dificultades para acceder a los sistemas jurídicos y judiciales a fines de hacer respetar sus contratos, se les impide el acceso al crédito de las instituciones del sistema financiero, no pueden recibir los beneficios fiscales y subsidios existentes…Pero dentro de la economía informal también existen unidades productivas con capacidad financiera como para afrontar las obligaciones legales, pero que no lo hacen debido a la cantidad y complejidad de los trámites, a la existencia de barreras administrativas o porque no desean registrarse para no quedar al descubierto, no aumentar sus costos ni disminuir su rentabilidad.

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convención, si el trabajador es un asalariado en el sector público se considera que desarrolla su actividad en una unidad productiva formal (aunque no cuente con protección social) y no se incluyen propiamente como ocupados a los beneficiarios de planes sociales y de empleo que llevan a cabo una contraprestación laboral.

Se denominan trabajadores independientes a quienes están ocupados en su propia actividad económica o unidad productiva: ellos pueden ser trabajadores por cuenta propia o empleadores. Su marco legal de referencia es el conjunto de normas que regulan las actividades administrativas y económicas, a lo que se suman las obligaciones previsionales. La inobservancia de estas reglas provoca una situación de vulnerabilidad económica como ya se indicó.

La diferencia entre trabajadores cuenta propia y empleadores es el criterio de si tienen o no a su cargo a trabajadores en relación de dependencia. Los trabajadores independientes son considerados patrones o empleadores si contratan asalariados de manera habitual y son calificados como trabajadores por cuenta propia si no contratan fuerza de trabajo y desarrollan suactividad productiva para más de un cliente.

Aproximadamente la mitad de los trabajadores independientes del GBA eran informales en el tercer trimestre de 2005 en el área metropolitana, lo que representa en términos poblacionales a 635 mil personas ocupadas en situación de informalidad sobre un total de aproximadamente 1.270.000 de ocupados independientes. El total de los independientes se clasifican entre:a) Patrones, un total de 15%, donde son formales el 12%, informales el 2% y un 1% sin clasificar, yb) el 85% restante son cuenta propia, de los cuales 48% son trabajadores informales.

La informalidad laboral entre los independientes afecta en mayor medida a los más jóvenes, a los de menor nivel educativo y a los que ocupan puestos con bajos requerimientos en materia de calificaciones. Un tercio de los independientes desarrollan sus actividades en el sector de comercio donde los informales son aproximadamente el 60%, le siguen los de la construcción (21% de informales) y de la industria manufacturera (11% solamente). En conjunto, el 63% del total de los trabajadores independientes no realiza aportes regulares al sistema jubilatorio.

- Una situación particular es el trabajo doméstico remunerado, esencialmente informal, que desarrolla su actividad para los hogares particulares, casi siempre retribuido de alguna manera, pues normalmente dentro de ellos no se llevan a cabo actividades para el mercado con la finalidad de obtener ganancias económicas.

Las reflexiones que surgen de este estudio permiten completar los análisis de Pok-Lorenzetti y de Becaria-Groisman, expuestos anteriormente. La informalidad es a menudo una demostración de la crisis por la que atraviesa la relación salarial, de la pérdida de vigencia de los empleos “típicos” y del crecimiento de trabajo precario, no solo en las microempresas sino también en las medianas y grandes. De esta información se puede concluir que la informalidad es una realidad muy heterogénea y que está presente: a) en todas las categorías ocupacionales, b) en la totalidad de los sectores y ramas de actividad económica, c) en unidades económicas formales, informales y en los hogares, d) en todas las franjas etarias, y e) cualquiera sea el máximo nivel de educación alcanzado. El subsector de trabajadores informales asalariados, se encuentra tanto entre las unidades económicas informales como en las formales que optan por eludir o evadir el cumplimiento de las normas.

La mayoría de los trabajadores informales se ven comprendidos involuntariamente en esa situación debido a la insuficiencia de empleos formales en relación con sus calificaciones y formación profesional, no están registrados, perciben bajas remuneraciones, no cuentan con la protección del sistema de seguridad social y se manifiestan insatisfechos, mientras un grupo importante (empresarios y trabajadores cuenta propia) ha adoptado esa modalidad de manera

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voluntaria y desean permanecer en esa situación pues les permite obtener mayores ingresos que si realizaran la misma actividad en calidad de asalariados (Equipos del MTEySS y el Banco Mundial, 2008).

Si se acepta que las características predominantes para la mayoría de los trabajadores informales son el trabajo precario, la inseguridad y la inestabilidad, las bajas remuneraciones y rentabilidad, la falta de protección social y la vulnerabilidad social, el trabajo informal constituye uno de los núcleos duros de la problemática económica, financiera, fiscal, laboral y previsional del país que afecta a casi la mitad de la PEA argentina. Se puede entonces concluir que dejó de ser en nuestro país un segmento marginal del mercado de trabajo y una reserva de mano de obra, para convertirse en un componente esencial del mismo.

En cuanto al género, se observa en todas las categorías de la informalidad un fuerte porcentaje de mujeres que desean salir de la inactividad en búsqueda de autonomía e ingresos y sobre todo para hacer frente a la necesidad de compensar la pérdida de empleo de los varones u otros miembros de la familia y la consiguiente disminución de la remuneración. La duración de su jornada de trabajo es menor que el promedio cuando tratan de atender sus responsabilidades domésticas tratando de compatibilizar ambas tareas. En varias ramas de actividad del sector servicios se percibe una división sexual del trabajo informal, pues con frecuencia predominan empleos simples donde, a pesar de requerir bajas calificaciones, se incorporan mujeres que tienen en promedio un mayor nivel de instrucción que los varones. Por el contrario, en el sector industrialla proporción de varones es superior cuando se trata de calificaciones para trabajos operativos.

Con frecuencia, la inserción de los jóvenes en las actividades informales constituye una etapa preparatoria para un posterior ingreso al mercado de trabajo. Los varones tienen en esto más éxito que las mujeres, a pesar de que ellas han obtenido un superior nivel de educación. Según la EPH analizada en dicho estudio, no se ha verificado que haya una transición sistemática y generalizada desde el trabajo asalariado informal hacia las actividades independientes para llegar a ser patrones o cuentapropistas, a fin de acceder a mayores niveles de ingreso y de bienestar.

En materia de remuneraciones, la búsqueda de un trabajo independiente por parte de los inactivos o desocupados se estimula por el deseo de obtener mayores beneficios (lograr una movilidad social ascendente), pero en promedio los ingresos para los empleos independientes en calidad de cuentapropistas son menores que los de los trabajadores formales con igual calificación. Dentro de los trabajos asalariados informales e independientes se observan grandes diferencias de género en cuanto a los ingresos, según grupos de edad y niveles educativos. Por igual trabajo, los niveles de remuneración de las mujeres en los empleos informales son inferiores a los de los varones, y la diferencia se incrementa cuando se trata de unidades económicas formales de mediana o gran dimensión, dando lugar a una mayor heterogeneidad. Los trabajadores informales están concentrados en los estratos más bajos del ingreso, poniendo de relieve que dicha condición es la que permite su supervivencia y, en las categorías de asalariados, auxiliares familiares, cuenta propia o trabajadores domésticos, ellos sufren una tensión permanente situándose entre la mera supervivencia y la posibilidad de acumulación.

[Durante] el tercer trimestre de 2005 la dimensión de la informalidad laboral en el Gran Buenos Aires significaba en total el 45% de los 5,3 millones de trabajadores de dicho aglomerado y dentro del mismo se pueden identificar varios grupos ocupacionales con características particularmente diferenciadas (Equipos del MTEySS y el Banco Mundial, 2008):

- Dentro de la PEA se encontraban en total 45,1% de trabajadores informales. Ellos estaban ocupados dentro del 13,7% de las Unidades económicas formales, del 19,9% de las Unidades económicas informales, en el 7,9% de los Hogares, quedando un 3,6% sin especificar. Por su parte

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el total de los asalariados informales se distribuye de esta manera por sectores: el 18,3% se encuentran en las empresas y organizaciones del sector formal, el 10,5% en unidades económicas informales, en el 10,6% de los hogares, quedando un 3,4% sin especificar.

- Discriminando por sexos, el 49% del total de las mujeres y el 42% de los varones son trabajadores informales. En el conjunto de los informales el género femenino representa el 45% y el masculino el 55%. La informalidad en los varones corresponde prácticamente por mitad a puestos en unidades que se encuentran al margen de toda legislación, y el restante porcentaje a empleos en unidades productivas formales. Por el contrario, las mujeres que ocupan puestos de trabajo informales lo hacen en una muy alta proporción en unidades formales: 7 de cada 10 puestos informales que ocupan las mujeres son generados por unidades formales y sólo 3 de cada 10 por unidades informales. El 83% de los ocupados informales que desarrollan sus actividades en unidades productivas informales son varones. En las unidades productivas formales la situación es más pareja, siendo los hombres el 58% y las mujeres el 42%.

- Según las franjas de edad, entre los jóvenes se registra el mayor porcentaje. Son informales el 45% de los trabajadores de 50 y más años, el 41% de los que tienen 25 a 49 años y el 62% de los que cuentan con menos de 24. El total de los trabajadores informales se distribuía así: el 24% comprende a los jóvenes de menos de 24 años, el 26% entre quienes tienen 50 y más años, y el 54% dentro de la franja etaria de 25-49 años.

- En cuanto al nivel educativo se encuentran trabajadores informales en el 18% de los que accedieron a estudios superiores completos, en el 36% con estudios superiores incompletos, en el 39% de quienes cuentan con estudios secundarios completos, en el 58% con secundario incompleto y finalmente en el 64% de los que poseen educación primaria completa. Si se discrimina el total de los informales, las proporciones están distribuidas de la siguiente manera: 8% con educación superior completa, 12% con educación superior incompleta, 17% con secundaria completa, 22% con secundaria incompleta y 41% únicamente con primaria completa.

Según los estudios realizados por el CEIL-PIETTE, en el marco del Convenio firmado entre el Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires y el CONICET (y como se analizará en detalle más adelante para los grandes aglomerados urbanos), en el segundo semestre de 2006 la situación en el GBA en promedio era la siguiente: Tasa de actividad: 48,5%; Tasa de desocupación: 10,5%; Tasa de Informalidad sobre la PEA: 37%; Tasa de Informalidad sobre la población ocupada: 42%; Porcentaje de asalariados sobre el total de informales: 33,4%; Porcentaje de asalariados informales sobre el total de asalariados: 25,8%.

En virtud de dichas informaciones podemos concluir coincidiendo con esta afirmación de funcionarios del MTEySS: “La informalidad laboral ha sido, en las últimas décadas, uno de los más serios problemas que los trabajadores han enfrentado. Su sostenido crecimiento entre principios de los años ochenta y comienzos de este siglo, que se manifestó en forma simultánea con el incremento de la desocupación y la caída de los ingresos reales entre los trabajadores, son los componentes centrales del lento proceso de deterioro del mercado laboral que afectó a buena parte de la población argentina, resultando en niveles récord de pobreza y concentración del ingreso que se observaron a fines de los noventa y principios de la presente década” (Novick y otros, 2008).

COMPONENTES DE LA NUEVA CONCEPCIÓN DE INFORMALIDADResumiendo, cuando se intenta describir las características de la informalidad y se buscan

indicadores se destacan los siguientes aspectos:- Los trabajadores informales pueden ser microempresarios, trabajadores cuentapropia,

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trabajadores familiares no remunerados (auxiliares) y asalariados (no registrados) de ambos sexos, que generalmente han acumulado un saber productivo gracias a la experiencia aunque cuentan con un exiguo nivel de escolaridad y de formación profesional formal. Su productividad es débil, llevan a cabo prolongadas jornadas laborales y la mayoría obtiene bajas remuneraciones horarias a cambio de sus tareas. Se desempeñan en unidades económicas (informales e incluso formales), en hogares, o en la vía pública “a plena luz del día”, sometidos a las inclemencias del tiempo. Desarrollan ocupaciones precarias y sin garantías de estabilidad, en condiciones endebles, vulnerables e inciertas en cuanto a la permanencia en la actividad y la percepción de ingresos. Los trabajadores domésticos remunerados pero no registrados se consideran una categoría específica de informales porque no están ocupados en unidades económicas. Con frecuencia los trabajadores informales tienen un origen migratorio o [provienen] de países vecinos con menor grado de desarrollo.

- Las unidades económicas informales (UEI) donde aquellos se desempeñan, a menudo tienen un carácter familiar, son pequeñas en términos de capital fijo y de personal ocupado (menos de 5 en total) y en ellas no existe una clara disociación entre trabajo y capital. Están presentes en todos los sectores y ramas de actividad, incluso en las agropecuarias, pero se concentran en el sector comercio. Operan en mercados competitivos a los cuales es relativamente fácil y rápido ingresar o retirarse porque se necesita poco capital y no hay barreras. Sin ser ilegales, esas unidades trabajan al margen de la ley o son clandestinas y no registran todas sus actividades ante las instancias municipales, los sistemas impositivos y de seguridad social. Son labores muy vulnerables a las variaciones recesivas del ciclo económico y dependen del funcionamiento de las unidades económicas formales de mediana y gran dimensión, a las que están con frecuencia subordinadas, con vínculos de subcontratación o de tercerización.

- Las UEI no contratan ni subcontratan formalmente mano de obra y cuando lo hacen es de manera esporádica o en condiciones precarias, es decir que en ellas el empleo asalariado registrado es marginal y a menudo se recurre al trabajo familiar (auxiliar) no remunerado. Los responsables de la gestión de esas UEI se han formado a través de la experiencia y las rutinas. La tecnología utilizada es simple e intensiva en el uso de fuerza de trabajo; la fijación de los días de labor, las jornadas y el ritmo de actividad dependen de ellos y de su grupo familiar en función de sus necesidades. La productividad es comparativamente baja y en promedio la duración total de la jornada supera los máximos legales. Las condiciones y medio ambiente de trabajo son a menudo deficientes, con impactos negativos sobre la salud del personal y la ecología. La división social y técnica del trabajo no existe o es poco compleja. En las unidades informales la rentabilidad es escasa pues entre los responsables o patones no impera la búsqueda de maximizar las tasas de ganancias sino más bien la de generar ingresos para asegurar la supervivencia del trabajador y su familia. La permanencia de las unidades económicas informales que sobreviven a pesar de las crisis recesivas se explica por su capacidad para ajustar hacia abajo sus remuneraciones, flexibilizarse y adaptarse rápidamente a los cambios de la demanda y del contexto económico.

La informalidad urbana no es la expresión de un fenómeno de transición, sino la resultante de la estructura y el funcionamiento del modo de desarrollo, de sus límites endógenos y del impacto de las crisis exógenas, para generar nuevos empleos (Salvia, 2004). Recientemente, la OIT volvió a insistir en la necesidad de buscar las maneras de que se generen empleos estables y de calidad, en número suficiente proporcionando salarios que permitan asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo, reducir la pobreza y acceder a la protección social de los informales. En otros términos, que lleven a cabo un ” trabajo decente”.

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LA ECONOMÍA SOCIAL O ECONOMÍA POPULAREn situaciones de crisis ha surgido la propuesta de constituir una economía popular -no

capitalista- en base a las actividades informales, y empresas asociativas, dando lugar a emprendimientos de autoayuda (comedores populares, programas de alfabetización, de formación profesional), redes de difusión de conocimientos en materia de salud, sociedades vecinales para mejorar las condiciones de vida en el barrio, la constitución de cooperativas de trabajo entre los recuperadores urbanos, etc. Una mención aparte merecen las experiencias de economía social que pueden adoptar una estrategia defensiva y solidaria, para dar lugar ya sea a una política de ayuda social o a la generación de un proyecto emancipador. La economía social está basada en unidades económicas, que socializan los procesos de reproducción económica, producen bienes y servicios para la reproducción de la fuerza de trabajo sin empleo asalariado y sin que predomine la búsqueda de aumentar la tasa de ganancia. De esa manera se reduce el costo laboral y para satisfacer necesidades vitales se recurre al trabajo doméstico y la reproducción social se desarrolla por fuera de la economía mercantil.

Pero al mismo tiempo algunas de esas experiencias de economía social operan en espacios locales, con una fuerte dosis de clientelismo y de control interno corporativo, susceptible de despertar interés por parte de las autoridades gubernamentales o de grupos de la oposición, que dan lugar a conflictos entre los mismos para acceder a los beneficios de las políticas sociales, pero sin tener un proyecto político alternativo.

Esas experiencias son vistas frecuentemente como una etapa para acceder al empleo y a la movilidad social, una estrategia de supervivencia, pero que no asegura la integración social. Esos grupos tienen la tendencia a perder posiciones de status en cuanto al trabajo formal y a no formar parte de redes asociativas de libre afiliación.

Hay un creciente aislamiento frente a los sectores medios y el resto de la estructura social dominante y como un mecanismo estratégico defensivo se fortalecen los lazos familiares y comunitarios, aumentando la propensión a la subordinación clientelar, para acceder al beneficio de programas públicos asistenciales u ofrecidos por las ONG´s e instituciones religiosas sin fines de lucro. La crisis desencadenada a mediados de los años ‘70 no provocó una reacción reivindicativa en busca de identidad y auto-organización, sino un quiebre inofensivo de esas organizaciones. Se ha naturalizado así el deterioro social y laboral del cual eran víctimas, pero simultáneamente se han valorizado las prácticas colectivas de subsistencia, se desarrolla un pedido de mayor cuota política y económica, un reconocimiento institucional, solicitando derechos de excepción, con lo cual a término crece la dependencia respecto del Estado y de las agencias (Salvia, 2002).

Amartya Sen por su lado, propuso que la lucha contra la pobreza, característica que predomina entre los informales, se centrara en el fortalecimiento de las capabilites (capacidades de ser y de hacer) que tienen los pobres, en promover su empoderamiento para pasar a formar parte de cooperativas, mutuales, asociaciones de vecinos y familiares, valorizando su capital social para devenir microemprendedores.

Según Beazley y Lacchni (2008) las redes sociales donde se desenvuelven los trabajadores informales tienen una gran influencia sobre esta condición, pues las mismas generan normas y valores compartidos en base a los cuales promueven el intercambio de trabajo, bienes, servicios, recursos e informaciones entre sus miembros para alcanzar ciertas metas, así como con el resto de la sociedad. La pertenencia a redes sociales y su calidad constituye un recurso decisivo, un soporte y un apoyo para insertarse en el mercado laboral, ya sea como trabajadores formales o como informales, en condiciones de mayor o menor vulnerabilidad.

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LAS BARRERAS A LA ENTRADAExisten ciertas restricciones a los criterios más utilizados en la descripción del empleo

informal. Una de las características asignadas a las empresas y actividades informales es su fácil ingreso al mercado porque “no existirían barreras a la entrada”. Es cierto que los migrantes rurales desde su inserción en el medio urbano pueden incorporarse sin mayores limitaciones a algunas de las categorías que componen el sector informal urbano. Pero eso no implica que no se encuentren presentes barreras de diverso tipo, como indica Lautier (2004):

- Barreras financieras, porque para ocuparse como cuentapropista se necesitan recursos que no pueden reunirse con facilidad, por ejemplo para poner un servicio personal de taxi, instalar un kiosco, pagar el alquiler de un local, comprar las herramientas de trabajo, disponer dinero en efectivo como “capital de trabajo” para comprar los insumos o los productos que van a venderse de manera ambulante. Estas barreras son diferentes para los pequeños empresarios, los asalariados y los aprendices según la edad, el nivel de escolaridad, la experiencia profesional, el conocimiento del mercado y la evolución de la demanda, si se trata de vendedores ambulantes o si esos comerciantes tienen un puesto fijo. Según sean esas barreras, los informales se situarán en categorías ocupacionales diferentes: trabajadores domésticos, trabajadores por su propia cuenta (independientes o patrones sin asalariados estables), trabajadores familiares auxiliares no remunerados, patrones microempresarios y asalariados de esas pequeñas unidades económicas.

- Barreras no financieras: [existen] actividades informales que son privilegio de castas o de personas de un mismo origen nacional (por ejemplo, bolivianos dedicados a la venta de verduras y especies en las puertas de los supermercados argentinos), de ciertas confesiones religiosas (abundancia de personal doméstico de confesiones protestantes), de quienes tienen el conocimiento de las dificultades a superar para formar parte de una red (saber como circulan las informaciones sobre la clientela y las condiciones de seguridad, como autoprotegerse contra la violencia, constituir redes familiares para ciertas profesiones, conocer la clientela que demanda un cierto producto, etc.).

LAS LÓGICAS DE FUNCIONAMIENTO DE LAS DIVERSAS UNIDADES ECONÓMICASLas lógicas de funcionamiento y las estrategias diferencian fuertemente las unidades

económicas formales de las informales. Una cosa es el comportamiento de un vendedor ambulante de cigarrillos o de sándwiches por unidades y otra cosa es ser un trabajador calificado que para desempeñarse por su propia cuenta desea montar una microempresa industrial. Por lo general, dentro de las actividades informales se puede buscar maximizar el beneficio sin que eso signifique la existencia de un verdadero proceso de acumulación. Por ejemplo: cuando se compran o producen bienes para intercambiarlos en el mercado, no siempre se intenta aumentar las tasas de ganancia pues puede tratarse de una estrategia de supervivencia (Lautier, 2004).

El desarrollo de una lógica de acumulación por parte de empresas informales existe, pero tiene límites que están impuestos por la naturaleza de la actividad y la necesidad de introducir nuevas tecnologías. Con frecuencia este proceso es el resultado de políticas públicas que, cuando se interrumpen, pueden cuestionar la existencia de la microempresa. En estos casos existen dificultades para acceder a un crédito financiero, asumir el riesgo, obtener las garantías, pues no se conocen los mecanismos de funcionamiento de las instituciones crediticias, etc. Por esa causa con mayor frecuencia el préstamo al cual acceden es más caro, pues es otorgado por los proveedores de insumos, los usureros o, como alternativa surgen de ONG´s, del apoyo familiar o de amigos. Otra opción de financiamiento para asegurar la supervivencia son los bancos para los pobres ideados por Yunus (Graneen Bank) que conceden créditos por pequeños montos, con bajas tasas

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de interés, sin exigir garantías, preferentemente a las mujeres, que registran una baja tasa de morosos incobrables porque ese comportamiento está basado en relaciones de solidaridad dentro del grupo de deudores.

La lógica de la acumulación tiene muchas dificultades para prevalecer en las actividades informales, pues hay una gran segmentación y una fuerte competencia entre las unidades informales dedicadas a una misma actividad y dentro de igual mercado, lo cual puede incrementarse si se importan productos similares de bajos costos provenientes de otros países en vías de desarrollo, que producen masivamente para exportar. Esta lógica puede impactar sobre el tipo de relaciones sociales. Si se introducen nuevas tecnologías, normalmente aumenta la productividad y se reducen los costos unitarios, se hace más visible a una microempresa dentro de su territorio de implantación y esta puede encontrarse obligada a cambiar la mano de obra, dejando de lado a una parte de los trabajadores familiares y a aprendices para contratar asalariados con una cierta calificación profesional. Pero para la sobrevivencia de la empresa informal es también importante el conocimiento de la clientela y la inserción en una red.

Las lógicas de acumulación son extensivas o intensivas. Puede darse una acumulación extensiva, sin cambio tecnológico, cuando aumenta la duración de la jornada de trabajo, se contratan más asalariados que están generalmente mal pagos, se amplía la cantidad de trabajadores familiares no remunerados o se produce una asociación entre trabajadores o microempresas informales para dividir el trabajo, racionalizar el uso de los equipos, los medios de transporte y el acceso a los locales. La acumulación intensiva, basada en la incorporación de bienes de producción, de innovaciones tecnológicas, y de cambios organizacionales requiere disponer de más capital y de otro nivel de conocimientos técnicos y para la gestión empresarial. Cuando esos recursos son reunidos, están dadas las condiciones para incrementar el volumen de la producción, aumentar la productividad y a término intentar pasar a la categoría de empresa formal.

LAS RELACIONES DE LA INFORMALIDAD CON EL RESTO DE LA ECONOMÍALos enfoques dualistas iniciales han ido perdiendo vigencia debido a la constatación de que

existen relaciones evidentes y de diverso tipo entre la economía formal y la informal, que son de carácter asimétrico y en las que impera subordinación y explotación (Lautier, 2004).

1. Existen relaciones comerciales entre ambas esferas de la economía y la más frecuente es la subcontratación de las unidades informales, porque permite a la empresa principal subcontratante hacer frente a las fluctuaciones de la demanda y apropiarse del excedente, puesto que:- evita hacer inversiones cuando el volumen de producción es pequeño,- evade los costos de reclutar y de despedir personal en momentos de crisis,- obvia el crecimiento innecesario de la empresa principal y la incorporación de nuevos propietarios, que podría hacer perder el control por parte de la familia de los propietarios iniciales,- evita pasar el umbral de tamaño mínimo a partir del cual se deben respetar otros derechos sociales,- reduce la posibilidad de que se presenten conflictos laborales dentro de la empresa principal,- facilita y exterioriza el control de la calidad de los insumos, bienes intermedios, piezas a ensamblar y - exterioriza el riesgo del negocio hacia los subcontratistas.

Estas relaciones comerciales se manifiestan con mayor frecuencia en actividades rurales, manufactureras (confección de vestimenta y calzado, armado de subconjuntos utilizando piezas electrónicas y mecánicas, moldeado de juguetes de plástico) y terciarias como tareas de limpieza y transporte urbano, incluso la elaboración de programas informáticos.

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2. Las empresas informales tienen mayor flexibilidad que las grandes para responder rápidamente a los cambios en la demanda de éstas. Por una parte, muchos productos entran al mercado formal por la vía de las ventas de empresas informales, como es el caso del contrabando. Por otro lado, los recuperadores urbanos o “cartoneros”, venden los metales, plásticos, papel y cartón a mayoristas y acopiadores, cuando no se han organizado de manera cooperativa para llevar a cabo esas tareas en forma colectiva. La mayor parte de los productos finales de las unidades económicas informales se destinan al consumo de los sectores formales de menores ingresos y por esa causa son las que primero sufren el impacto de la caída de las remuneraciones de los sectores populares. Son actividades procíclicas, que aprovechan el bajo (o nulo) peso de la carga impositiva en sectores como los transportes urbanos alternativos (ómnibus y remises “truchos”), los servicios de reparaciones y mantenimiento de aparatos domésticos y porque además, en su proximidad, pueden ofrecer horarios de trabajo más flexibles que los de las empresa formales.

3. Las relaciones entre la economía formal e informal se manifiestan también en la movilidad de la fuerza de trabajo. Si se analiza el ciclo de vida de los trabajadores informales, históricamente se ha recurrido a lo que Lautier (2004) denomina “modelo de tres fases”. Los más jóvenes comienzan como obreros o empleados dependientes informales (aprendices que durante varios años de trabajo no registrado adquieren una formación e internalizan las normas disciplinarias). Luego de esa etapa de aprendizaje pasarían a trabajar en ramas de actividad del sector formal como asalariados del sector público o privado, a los 40 años aproximadamente saldrían de ese segmento para insertarse en calidad de empresarios propia cuenta, como trabajador independiente, adoptando el perfil de un pequeño patrón. Esa movilidad puede ser impuesta por el contexto o ser voluntaria, según sean el espíritu empresarial, el nivel de los ingresos que se desea obtener, el clima social, las condiciones de trabajo y la capacidad de resistencia y de adaptación de los trabajadores frente a las exigencias de sus puestos. Pero este esquema de ciclo de vida no se verifica constantemente en términos reales dado que las empresas de la economía informal no generan de manera sistemática empleos para quienes tienen más de 40 años y trabajaron durante un extenso período en la informalidad.

4. La generación y gasto de los ingresos de la economía informal se concretan a nivel local. En el plano familiar tienen varias fuentes. Algunos miembros poseen un empleo formal y en ocasiones el resto de las remuneraciones que obtiene ese trabajador u otros miembros de la familia provienen de actividades informales legítimas, o parcialmente delictivas por parte de funcionarios cobrando coimas para agilizar trámites o evadir impuestos; docentes del sistema público de educación que después de las actividades escolares formales dan cursos particulares en sus domicilios sin facturarlos; obreros especializados que ejecutan “en negro” pequeños trabajos en los fines de semana o fuera de los horarios de labor; o que producen o venden bienes o prestan servicios haciendo esas tareas apoyándose en teléfonos portables para comunicarse con clientes y proveedores mientras se desempeñan en un empleo público y utilizan las oficinas, los equipamientos, las fuentes de energía e insumos disponibles en el mismo, etc.)

Como ya se mencionó el gasto de los asalariados de la economía formal constituye la principal fuente de ingresos de la economía informal y por esa causa ha sido tan directo el impacto de las crisis que reducen los salarios reales y generan desempleo, subempleo, pobreza e indigencia, así como la precarización del empleo.

EL ESTADO Y LA INFORMALIDADEl Estado cumple un papel importante para el freno o el impulso de la informalidad, puesto

que es quien fija las normas que la economía informal respeta, desconoce, evade o trata de eludir

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(Lautier, 2004). En los países en desarrollo es débil la capacidad de control por parte del Estado, debido al escaso número de funcionarios permanentes, a sus bajas remuneraciones y al nivel de sus calificaciones, a pesar de que a partir de de Soto (1997) se tema un exceso de intervención estatal que, al multiplicar los reglamentos y crear nuevos impuestos, sea el factor que impulse la informalidad.

Es generalmente alto el grado de tolerancia del Estado de los países en vías de desarrollo frente a la ilegalidad (contrabando, corrupción, malversación de fondos, etc.) desplegada por parte de los empleadores que mantienen personal no registrado, que llegan a justificar y abonar los salarios mínimos y las cargas sociales, pero no aceptan pagar impuestos a cambio de servicios públicos que consideran inadaptados, pues consideran que el Estado no cumple con sus funciones, que ese dinero es destinado en forma directa a los funcionarios para su propio provecho, etc. Ellos procuran que las empresas sean flexibles frente al cumplimiento de la ley en una sociedad que sería supuestamente rígida y llena de reglas o pautas. Las buenas normas serían las que favorecen a las empresas y por esa causa llegó así a justificarse la privatización de los sistemas de seguridad social y el hecho de que se intentara dejar sin efecto la estabilidad para los empleados públicos. El mensaje de un gran número de empresarios y de la derecha liberal podría sintetizarse así: los excesos de reglamentación serían la causa última de la existencia y desarrollo de la informalidad, tal como había enunciado de Soto.

El error de este enfoque, afirma Lautier (2004), consiste en creer que los empresarios actuarían como homus economicus, haciendo en permanencia cálculos racionales de lo que ganarían y perderían si se hicieran cargo de todas las cotizaciones de la seguridad social y los impuestos, estimando financieramente el tiempo que se necesita para cumplir con las reglamentaciones haciendo trámites y calculando las “coimas” a pagar para acelerar un expediente normal. Para colmo finalmente, al quedar registrados, son más visibles y pueden ser objeto de inspecciones. Pero la informalidad también tiene sus costos: no están habilitados para solicitar créditos a nombre de la firma, no pueden hacer publicidad ni emitir facturas o recibos válidos, se encuentran imposibilitados para recurrir a la justicia a fin de que se respeten los contratos.

Si según los países en desarrollo, entre la mitad y las tres cuartas partes de la población se sitúa en la informalidad, la causa no es simplemente que exista una excesiva normativa y que el Estado sea débil e ineficiente. El Estado tolera en muchos casos la informalidad por razones de tipo político, pues favorece el clientelismo y no puede justificar en permanencia la represión de las actividades ilegales. Los inspectores son asalariados que cumplen una reducida jornada de trabajo vigilando y controlando, pero antes o después de ese tiempo el comercio informal se manifiesta y continúa desarrollándose, con conocimiento de aquellos pero sin su intervención. La inobservancia de las reglas en cuanto al trabajo doméstico permite mantener una situación de cuasi-servidumbre, con bajos costos y favorece a las clases medias que son el sostén de los regímenes políticos.

Finalmente el contexto vigente de elevado desempleo y subempleo no contribuye a que los trabajadores informales y no registrados puedan reivindicar el cumplimiento de las leyes laborales y de seguridad social.

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