Spondylus 30

download Spondylus 30

of 62

Transcript of Spondylus 30

Portoviejo, noviembre del 2011

No. 30

Nueva publicacin

Ramiro Molina Cedeo Director generalRevista cultural creada en el mes de marzo del ao 2004 por Ramiro Molina Cedeo, con propiedad intelectual compartida con Alfredo Cedeo Delgado. Cuenta con el auspicio econmico del M. I. Municipio de Portoviejo.

Consejo editorialRamiro Molina Cedeo Alfredo Cedeo Delgado Marigloria Cornejo Cousn Edgar Freire Rubio Fernando Jurado Noboa

Colaboran en este nmeroHumberto E. Robles Joan Antn Abellan i Manonellas Byron Nez-Freile Pedro Reino Rodrigo Murillo Carrin Sergio Grez Toso Ezio Garay Arellano

Colaboradores permanentesMara Fernanda Bravo de Dorigo Tonio Iturralde Cevallos Anita Mendoza Cobea ngel Loor Giler Alfredo Romn Murillo Manuel Andrade Palma

ISBN978-9942-03-949-1 Portada: Santa Ana. Paraiso Natural Foto cortesa de Vicky Molina Macas

CorreccinEstela Guin Palumbo

Edicin, diagramacin e impresinLa Isla N27-96 y Cuba (593 2) 256 6036 [email protected] Quito-Ecuador

LA TIERRA

Revista propiedad de Ramiro Molina Cedeo Prohibida su venta Distribucin gratuita

Portoviejo Manab Telfonos: 052 441461 085027230 E-Mail: [email protected] CENTRO CULTURAL PORTOVIEJO Trabajando por la cultura Portoviejo, noviembre de 2011

Calles de Portoviejo es un mosaico biogrfico de personajes que tienen que ver con la historia de la humanidad, del pas y de la ciudad; esa es la intencin del autor, pero Alfredo Cedeo sabe qu terreno pisa, sabe tambin que, muchas veces y actualmente como nunca, la sociedad se revuelve en la bsqueda de iconos, emblemas, en esa suerte de hroes que se han construido para que sirvan de ejemplos o imgenes a seguir Ramiro Molina Cedeo

CONTENIDO

EDITORIAL ENTRE LA NOSTALGIA Y LA MELANCOLA Glosas sobre un pasillo y su alcance en la construccin simblica de una comunidad Humberto E. Robles JUAN DE HOSPITAL S.J. El inicio de la ciencia moderna en la Real Audiencia de Quito 14 de diciembre de 1761 Joan Antn Abellan i Manonellas Byron Nez-Freile EL ARMISTICIO DE BABAHOYO. 1821 Pedro Reino PIRMIDES EN LAS MONTAAS DE EL ORO Rodrigo Murillo Carrin UN NUEVO AMANECER DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN CHILE Sergio Grez Toso CEDEO, SEDEO O ZEDEO Ezio Garay Arellano

3

4

17 38 44 49 52

EDITORIAL

A

l llegar a la publicacin del nmero treinta de Spondylus, debe invadirnos sentimientos de necesaria reflexin. No debemos preocuparnos mucho por detalles de forma o por algunos de fondo con los que hemos errado en sta, ya larga permanencia. Lo que debe preocuparnos, principalmente, es saber si hemos sido capaces de haber mantenido, invariablemente, criterios de tica y de rigor histrico en las calificaciones seleccionadas para su publicacin. Y nos contestamos con sano orgullo, que hemos podido mantener la calidad de la revista, buscando los colaboradores ms solventes, ms serios y confiables, investigadores que, ms all de la brillantez de sus trabajos, los distinguieron con la seriedad de sus fuentes y uso de metodologas y tcnicas, porque como dice acertadamente Enrique Ayala Mora la historia no es slo un ejercicio narrativo cercano al arte, sino tambin una ciencia con sus reglas y mecanismos de formulacin y comprobacin de hiptesis. Treinta ediciones de Spondylus suponen un esfuerzo enorme si se piensa que la revista se construye lejos de los crculos de estudios histricos centrales del pas. El esfuerzo en toda tarea

no solo que es necesario sino que justifica la obra; pero quienes hacemos Spondylus no solo nos hemos regocijados con la amistad de tantos y tantos estudiosos de la historia del pas, sino que encontramos que la construccin de la revista nos supone no solo la responsabilidad feliz de hacerla, sino que representa un homenaje a la ciudad de San Gregorio de Portoviejo, sede de su elaboracin a quien le otorga un relente cultural que es necesario en una ciudad universitaria. Porque, citando nuevamente a Ayala Mora,Para cada pueblo escribir y reescribir su historia es una necesidad de supervivencia. Ms all de la curiosidad o del prurito de coleccionar recuerdos, est el imperativo de conocer y asumir las propias races. Por ello, el trabajo histrico es siempre necesario y debe estar siempre presente

A Portoviejo y a Manab, estas treinta ediciones.

3

Glosas sobre un pasillo y su alcance en la construccin simblica de una comunidadHumberto E. Robles1

ENTRE LA NOSTALGIA Y LA MELANCOLA

T

res lustros har, poco ms o menos, cuando la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Quito, me invit a participar en uno de sus actos. Al llegar el momento de presentarme, la persona encargada de hacerlo me inform sobre los apuntes que tena sobre mi figura y me pregunt si quera yo aadir o restar algo. Recuerdo haberle sugerido, urgido acaso por un recndito impulso o por una pizca de superflua vanidad, que descartara mi currculum y que sencillamente me presentara como manabita, sin ms, y que eso ya sera ms que suficiente. A lo largo de los aos he reflexionado sobre ese impulso y en cuanto a si no haba yo pecado de petulancia, de altanera. De hecho, con no poca perplejidad e intriga, algo he cavilado sobre eso de ser manabita: Cmo nos ven y cmo nos vemos? Qu significa, en mi caso, el contar con un ancestro familiar de generaciones en el historial de Manab? Y qu del hecho de haber yo nacido en Manta, puerto principal de la provincia? Al respecto, tiene importancia recordar que Jocay casa de los peces fue el primitivo y potico nombre de San Pablo de Manta? Vale 4

acaso saber, igual, el porqu del formato y de los colores azul y blanco del estandarte de dicha urbe? Y qu de sus archivos y sus motes, y de Toal y la diosa Umia, y de precolombinas usanzas erticas, heterodoxas, y de las sillas de piedra con su U, y de las enigmticas estelas rancias huellas, vestigios de recnditas ausencias? Qu de ese pasado histrico? Qu de los Cronistas de Indias y de Guamn Poma de Ayala y de Garcilaso de la Vega, el Inca?Qu de una apresurada modernidad, algo postiza quiz, entrevista por doquier a lo largo del hbrido trajn de las ras actuales del puerto donde algunos vimos la luz primera? Qu de un futuro all en trance? Qu determina, en otras palabras, nuestro sentido de lugar y comunidad, nuestro imaginario social?

IIHacia 1998, en un escrito personal, suerte de memoria y homenaje a un muy querido y altamente distinguido miembro de mi estirpe, trat de rastrear atributos, conos e imgenes que1 Humberto E. Robles, profesor Emeritus Northwestern University Evanston, Illinois.

4

No. 30

Un encuentro con la historia

no solo pretendan dar una silueta del aludido antepasado y de mi familia toda, sino, por contigidad, tambin de la comunidad manabita, de su horizonte simblico. Propuse all como fundamentales, entre otras cosas, el Cerro de Montecristi, los abuelos y la tradicin, lo sabido y lo arcano, la cultura oral, las reuniones familiares, las normas y sistema de valores, la hospitalidad y el sentido tico, los inmigrantes, el culto de santos y difuntos: las celebraciones, las memorias y los recuerdos. Deb de haber precisado tambin la legendaria mitologa del linaje, la mesa, el aljibe y la tinaja, algn rancio lbum de fotografas, acaso un viejo armario, la artesana, la balsa y la hamaca, el ro y el mar, las balandras, las nuevas migraciones, los decires machacados y marchitos, el piano y la guitarra y, primordialmente, el canto, el son de alguna cancin familiar que invada el ntimo mbito del clan y de la casa, que lo seduca y someta gozoso ante la presencia de lo externo, de lo colectivo y regional. En cierto sentido, esa cancin tachaba barreras, solidarizaba e integraba. Al respecto, acaso no nos reconocemos o nos sentimos representados los mayores y jvenes de la comunidad manabita en ese pasillo nombrado Manab (1935) letra de Elas Cedeo Jerves y msica de Francisco Paredes Herrera? Es en el signo, en la importancia y las implicaciones de esa cancin en lo que quisiera hacer pausa. Cunto contribuye ese factor a la presunta formulacin del imaginario social manabita?

Entiendo que ms de uno dir que se trata de un seudoproblema en torno al cual es difcil hablar con autoridad. Bien puede ser. Y no descarto que el terreno sea resbaladizo, imprecisable, en tanto Manab simultneamente rezuma ensueos y realidad, nos empuja a meditar sobre los vericuetos de la tradicin, y a reflexionar sobre nuestro sentido de la misma. Sugiero varios apartados en aras de incitar un dilogo sobre el tema.

IIISirvan de punto de partida las siguientes reflexiones de Borges, recogidas en su Nueva antologa personal (1968):Clsico es aquel libro que una nacin o un grupos de naciones o el largo tiempo ha decidido leer como si en sus pginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin trmino Clsico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales mritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con precioso fervor y con una misteriosa lealtad.

Sigue que es lcito incluir tambin, por contigidad, otros medios de expresin humana que, por la razn que sea, arraigan y se legitiman en la realidad histrica y se convierten en una suerte de culto, de identificacin colectiva: mitos, leyendas, linajes, smbolos, divisas y estandartes, estatuas y monumentos, himnos y canciones, instituciones. 5

El reciente obsequio que me hicieron de Con toda el alma, un CD de pasillos clsicos interpretados por el cantautor ecuatoriano Juan Fernando Velasco, inculc el nimo de estos comentarios. El repertorio del CD incluye varios bien conocidos. Entre stos suman El alma en los labios, Romance de mi destino, Sombras, Guayaquil de mis amores y Manab. Sabido es que la colectividad tararea esos sones con singular afinidad una y otra vez. En algunos despierta un sentido de melancola o nostalgia, o quiz las dos cosas. En otros a saber qu vivencias? Pocos imaginan, sin embargo, que hay creadores detrs de las palabras y msica de esas composiciones. El sentido del autor ha sido borrado. La cancin ha llegado a ser de uno y de todos, pertenece a la tradicin. As, pasan inadvertidos, en su mayor parte, los nombres de poetas de prestigio nacional como Medardo ngel Silva y Abel Romeo Castillo, respectivos autores de los dos primeros ttulos. Menos an han de saber esos escuchas que el pasillo ecuatoriano ms reconocido, Sombras, le corresponde a Rosario Sansores Pren, poeta yucateca. Cuntos recuerdan que el que ha llegado a ser una suerte de himno guayaquileo es de la autora de Nicasio Safadi, nacido en el Lbano. Y quines pueden identificar al ya nombrado autor de Manab. Aludo respectivamente a los autores de la letra de las canciones porque poco o nada s de msica, y porque mis intereses radican en el mbito del lenguaje escrito. Repito la fecha de 6

composicin de Manab, 1935, para precisar que no se trata de una cancin centenaria. Al contrario. estamos ante una composicin relativamente reciente que ms all de empalagosos clamores, propio de ciertos pasillos ha logrado atizar una tradicin, crear un sentido de comunidad anmica, y no solo como panegrico de una urbe, sino, caso excepcional, en calidad de elogio de toda una provincia. Al volver de nuevo a escuchar Manab, varias referencias y preguntas afloraron en m: algunas locales, concretas, y otras alusivas, de ms vasto alcance. Todo ello me indujo a reflexionar sobre algunos de los puntos que ya he expuesto y a recordar a su vez, por contigidad, la coexistencia de lo regional y lo cosmopolita que se advierte en las obras de escritores y estudiosos como Borges, Lpez Velarde, Rulfo, Adoum, Donoso Pareja, Marshall H. Saville y tantos ms que de una forma u otra nos colocan en el vrtice de lo propio y el de otras latitudes, en esa suerte de trance que tanto nos circunscribe y define. En El escritor argentino y la tradicin, reproducido en Discusin (1957), Borges, en uno de sus momentos de osada lucidez, prorrumpe que toda nuestra tradicin es la cultura occidental. Sabido es, sin embargo, que en momentos ntimos no ocultaba su parcialidad hacia las milongas y tampoco es posible olvidar que la gauchesca y toda su mitologa corre por su poesa y su narrativa. Dicen asimismo que Jorge Enrique Adoum, en la alta noche de alguna sibarita

No. 30

Un encuentro con la historia

tertulia parisina, sucumba, bajo el aliento de libaciones y nostalgias, al plaidero recuerdo de su lugar de origen, evocado por el ritmo y letras de memorables pasillos. A lo mejor, no menos, hasta algn verso de la Vasija de barro hallaba por all curso, tratando de atenuar la melancola del destierro. As, por mucho que el sujeto se distancie, pareciera ser que siempre lo acosa una vuelta al hogar, a ciertas coordenadas que colindan y deslindan su ser ontolgico frente a una tradicin, a un ethos, a un marco cultural imposible de echar por tierra. La literatura ilustrada ha hecho frente a esa problemtica una y otra vez con diferentes interpretaciones y sugerencias. Valgan unas cuantas. El retorno malfico (Zozobra, 1919), memorable poema de Ramn Lpez Velarde, invoca los estragos de la Revolucin Mexicana de 1910. All estn los motivos del hijo prdigo, del revolucionario, de la utopa y la ruina, del edn subvertido, de la nostalgia y la melancola, del presente y del pasado, del yo y del otro, de la oposicin entre lo que somos y lo que fuimos y que no hemos dejado de ser, que no podemos dejar de ser. El retorno al pasado coloca al hablante, al pisar de nuevo el umbral del zagun que dej a la zaga, en el inevitable papel de advenedizo. Por eso, quiz, al evocar la imaginacin los ecos de algn pretrito canto, se produce en el sujeto una singular tensin que lo coloca en una suerte de zona de macidez, cual en ese fiel en que chocan

y se conjugan zonas opuestas de contacto, en que colindan y se deslindan tiempos y espacios. Ese inexpresable estado ontolgico figura en el poema envuelto en contradicciones y contrastes donde el ayer y el ahora zozobran, desorientan. Lo nico que logra captar la sensacin que invade la actualidad de la voz potica es la afona de unas elipsis, seguidas de la incongruente confusin que se da en los pensamientos de un presunto revolucionario: Y una ntima tristeza reaccionaria. La presencia de algo que est ms all de la razn y que nos impele hacia ello en contra de nuestra voluntad es lo que figura en el Poema conjetural, 1943, de Borges. ste le confiere voz all al mtico doctor Francisco Narciso de Laprida, asesinado por montoneros en 1829. Laprida, estudioso de leyes y de cnones, a punto de sucumbir profiere lo siguiente:Yo que anhel ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictmenes, a cielo abierto yacer entre cinegas; pero me endiosa el pecho inexplicable un jbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.

A su vez, en El Sur, uno de sus mejores cuentos, abundan anlogos motivos: la patria, lo criollo, la inevitabilidad del destino, la barbarie y la ley del pual, un modo sui generis de ser, inescapable, prescrito acaso por los versos de algn libro, del Martn Fierro, por la tradicin, arrebatan, cual un imn, al protagonista.

7

Ejemplos ms recientes, Pedro Pramo (1955) de Juan Rulfo o Nunca ms el mar (1981) de Miguel Donoso Pareja, nos ubican con igual intensidad y tensin en esa encrucijada en que la nostalgia y la melancola se constituyen en un empalme definitorio que simultneamente mira hacia fuera y hacia dentro, que integra y margina. La obra de Rulfo se presta aqu ms, talvez, para entender esa suerte de dispora que viven los seres humanos que han emprendido el viaje fuera del hogar y que suean, imaginan o viven la vuelta al terruo, al lugar de origen. En la aclamada novela del autor mexicano, el contraste que se da entre la perspectiva actual del hijo, de Juan Preciado, y los recuerdos teidos de ensueo de su madre, Dolores, nos coloca en un atajo en el que a la vez nos columpiamos entre presente y pasado, entre tierra balda y jardn. Aqul se revela untado por la desdicha, pleno de ecos y abandono, desprovisto de ruidos, inundado de murmullos, de arrastrar de pasos, de inaudibles llantos, de silencios, de almas en pena, de aridez, de vaco, de trrido calor, de ruina, plagas y sequa. Esa tierra balda, ese lugar abrasador, asfixiante, al que algunos no quieren regresar jams, y del cual da testimonio Juan, contrasta con los quimricos recuerdos que su madre tiene de su pueblo, de Comala. Rezuman en la imaginacin de sta la rancia presencia de una llanura verde, plena de maz maduro, de olor a alfalfa, de una tierra hermosa que huele a miel derramada donde no se siente otro 8

sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo. Ese pueblo del recuerdo prorrumpe en ruidos, voces, bro, rumores y canciones, ese paraso huele en las madrugadas a pan recin horneado, a limones maduros, a rboles y hojas, a savia: a los susurros del venteo del viento, al cacareo del picotear rtmico de los gorriones. Una alcanca donde hemos guardado nuestros recuerdos es, se entiende, el pueblo que dej atrs Dolores. Pareciera que el ontolgico vivir transcurre en ese umbral donde tiempos y espacios sequa y agua, silencio y ruido, presente y pasado, nostalgia y melancola, realidad y deseo, pramo y jardn giran y se debaten; pareciera que en ese quicio, dgase, se gesta el aire de la vida, el terco hilo de la vida. Rulfo acaso anhel aprehender la vivencia que representa habitar en ese soplo en que colindan y se deslindan, cual en un traspi, los opuestos que sacuden el ser, que lo fulguran y germinan.

IVAl escuchar de nuevo Manab, ya lo dije, afloraron en m referencias y preguntas. Por un lado, el vasto alcance de las propuestas de Lpez Velarde, Borges y Rulfo me hizo reconsiderar, por analoga, las implicaciones de la composicin de Elas Cedeo Jerves; y, no menos, por contigidad, a reconocer cunto se y otros pasillos sugieren sobre experiencias que conjugan lo vecino y lo distante, el hogar y la dispora, lo imaginado y

No. 30

Un encuentro con la historia

la realidad, lo agudo y lo grave, y no menos el virtual arrastre reaccionario que entraa el apego al terruo y a la tradicin. Sugerencias aparte, o por eso mismo, reconoc de inmediato que sobre esa cancin tarareada por todos, nada o poco saba yo de su autor. Me pregunt cuntos manabitas estn al tanto de su nombre: de que naci en Rocafuerte, Manab, el 6 de enero de 1902, y de que muri en Guayaquil el 8 de junio de 1971. Me inform a su vez de la cantidad de poemas que aqul tena a su haber, de los poemarios que haba publicado y que desconozco Acuarelas manabitas (1965) y Por todos los caminos (1966), y que espero leer cuando consiga ejemplares de los mismos. Supe de su colaboracin con el msico cuencano Francisco Paredes Herrera. Noticia!: la meloda de la ms reconocida cancin manabita le corresponde a un ecuatoriano de otras latitudes, de otro mbito del territorio patrio. He averiguado asimismo que Cedeo Jerves ejerci el magisterio en varias provincias de la Costa, que era un hombre fino, un letrado, y que esto lo constata un diligente lector de Manab. Ese particular me invitaba a ver en qu consiste esa presencia culta en el popular son. Me invitaba an ms a establecer una versin fidedigna de la letra de la cancin. Cabe esto ltimo como un primer paso, muy tentativo por cierto.

VCarezco de una copia holgrafa; y, tampoco cuento con al menos una edicin diplomtica del texto de 1935. La versin ms confiable a que en buena parte me atengo la obtuve indirectamente, gracias a una mutua amistad, de una nieta de D.J.D. Feraud Guzmn (R.I.P.), reconocido empresario en el mbito ecuatoriano de la msica. La importancia de fijar eventualmente una edicin crtica de la letra del texto surge en vista de que Manab ha sido sujeto a variantes de todo tipo que han viciado el texto prncipe. Hay cambios mayores y menores. Se introducen signos de puntuacin donde no los hay. La ortografa sufre. Se cambian palabras: puentes por fuentes, dos en vez de los, al en lugar de el, tus cielos sustituye a tu cielo, esas por estas, se halla reemplaza a hay, hijas suplanta a hijos, bella suplanta a ma (o es acaso lo opuesto?), y un a para el, enfermo a yermo. La presencia de uno u otro vocablo altera en algn caso la mtrica y, por cierto, el sentido de la frase donde se produce la intervencin. Incluso la disposicin visual del texto ha sido alterada en algunos casos. Hay reproducciones que sugieren que Manab consiste en estrofas de cuatro versos de arte menor. Nos inclinamos a pensar, sin embargo, que se trata de octavillas, de estrofas de arte menor que consisten en ocho versos octoslabos en que el primero y el quinto son independientes, pero que 9

los otros corresponden a una rima distribuida de esta manera aab-ccb. Se repite la rima b en los versos cuarto y octavo. El poeta romntico espaol Jos de Espronceda (18081842) fue parcial a este tipo de estrofa. Todo sugiere que Cedeo Jerves saba de mtrica, que era un hombre culto, un letrado. Lo anterior nos lleva a reiterar que la cancin popular que es hoy por hoy Manab tiene sus fuentes en un mbito ilustrado, empezando con el vocabulario. Cuntos de nosotros, los que tarareamos la cancin, a la distancia o cerca de nuestro lugar de origen, tenemos a la mano el significado de palabras como crmenes, turqu, pira o yermo? Y, siguiendo esa lnea, cuntos nos hemos detenido a pesar en las posibles alusiones que contiene el texto? Qu de las palabras hoguera y frenes? Los que poco o nada sabemos de msica, mi caso, apenas podemos fijarnos en la presencia de cambios de tonos que propone el texto: de agudos en las primeras tres estrofas, la , pasamos a graves, la , en la ltima. Qu podemos deducir de ese factor? Cmo hemos de interpretar la cancin? Qu nos dice sobre el hablante? Qu nos dice sobre la perspectiva desde la cual cada uno de nosotros sentimos el son? Qu significado le atribuimos? Cmo, quiz, podemos explicar la sinrazn que nos afecta al or el ya clsico pasillo por doquiera que nos encontremos los oriundos de Manab? En otras palabras, aparte de cualquier mrito literario, y se no es 10

aqu el caso, qu valores simblicos sobre la comunidad manabita animan esos versos?

VITodo ello hay que verlo, sin embargo, con el texto a mano. He aqu la reproduccin escrita del mismo, al menos la que proponemos como la ms confiable:

Manab (pasillo ecuatoriano)Tierra hermosa de mis sueos donde vi la luz primera, donde ardi la inmensa hoguera de mi ardiente frenes. De tus plcidas comarcas, de tus fuentes y boscajes, de tus vvidos paisajes no me olvido, Manab. Son tus ros los espejos de tus crmenes risueos, que retratan halageos al esplndido turqu. De tu cielo, en esas tardes en que el sol es una pira mientras la brisa suspira en tus frondas, Manab. Tierra hermosa de mis ansias, de mis goces y placeres, el pensil de las mujeres ms hermosas hay en ti. Por la gracia de tus hijos, por tus valles, por tus montes, por tus amplios horizontes te recuerdo, Manab. Tierra ma cual ninguna, cual ninguna hospitalaria, para el alma solitaria,

No. 30

Un encuentro con la historia

para un yermo corazn. Vivir lejos ya no puedo de tus mgicas riberas, Manab de mis quimeras, Manab de mi ilusin.

VIIUno vuelve siempre a los viejos sitios donde am la vida y entonces comprende cmo estn de ausentes las cosas queridas entona otra popular cancin. Esa pareciera ser la premisa desde la cual se evoca el terruo en Manab. Cedeo Jerves, bien visto, efecta una suerte de retorno malfico al pasado. Cabe por eso leer su texto tomando como punto de partida la ltima estrofa en la que para el presente propsito nos inclinamos, adrede, a confundir el yo lrico y el autor. Salta a la vista all el estado de nimo de un alma solitaria, de un yermo corazn. El porqu de ese sentido de soledad y aridez invita conjeturas. En 1935, fecha de composicin de Manab, el autor, por lo que sabemos, se halla en Guayaquil, lejos de su solar. Los tiempos histricos sugeran el devenir de un desbarajuste nacional y global que apuntaba a usurpaciones y a dictaduras. Toda la generacin de Cedeo Jerves est meditando el contexto poltico y social que la rodea. Allende el mar abunda el peligro, el nazismo est en apogeo, cunde el antisemitismo. Al nivel nacional, los designios y promesas de la Revolucin Liberal de 1895 haban perdido vigor, estaban estancados en el limbo de las expectativas. As, la circunstancia sociopoltica de la

nacin exiga denuncia y protesta, cambio. Pinsese al respecto que en el horizonte literario del pas, la Generacin del 30 adverta la necesidad de una transformacin en los valores que regan el territorio patrio. Un hombre muerto a puntapis, Dbora, Los que se van, Horno, Taza de t, Vida del ahorcado, Los Sangurimas, Huasipungo sacuden el mundo de las letras y la conciencia nacional. No es desfachatado suponer que la nusea existencial que invada a Cedeo Jerves, proyectada por la voz potica en la cancin, encajaba dentro de ese contexto, provena quiz del sentido de desesperanza que circundaba la esfera pblica y fuera de la cual no pareca haber salida. Esa conjetura plantea de inmediato una pregunta de carcter textual respecto a Manab, pregunta con implicaciones anmicas. Estimamos que sustituir bella por ma en el primer verso de la ltima estrofa no es acertado. Manab no solo es Tierra bella, eso ya lo ha dicho el hablante varias veces al evocarla desde la distancia. Lo bello es algo que uno contempla, que observa y admira desde el exterior. Por eso mismo no nos parece fuera de lugar preferir Tierra ma en vez de Tierra bella. Ma, recurdese, tiene implicaciones introspectivas. No hablamos acaso de amor mo, madre ma, hija ma, padre mo y otras expresiones similares en que el adjetivo cobra una expresin de cario, de amor, de afecto, de aoranza, nostalgia y melancola hacia algo o alguien? Ese nos parece ser el caso aqu. El sentido de 11

espacio e intimidad que se siente ante lo propio va ms all de lo bello. En este caso, lo mo, lo propio, deviene una expresin de amor entraable en lo que toca a la relacin entre el hablante y su terruo. Es en ese terruo donde, cualesquiera sean sus circunstancias, el hablante se va cobijar. Ese hogar es el sitio lejos del cual ya no puede vivir. Esas simblicas y mgicas riberas son acaso el nico refugio para la asfixia y para las irrecuperables quimeras e ilusiones que afligen al sujeto. El virtual retorno a Manab y al pasado se constituye as en una bsqueda de renovacin, en una especie de viaje reflexivo y, bien visto, tambin reaccionario. La voz potica imagina, quiz, encontrar y entender all el porqu de su actual sentido de soledad, de desesperacin e inquietud existencial. Manab es el lugar donde nacieron los sueos, conforme vemos en la primera estrofa. All ardi una inmensa hoguera que encendi el arrebato, el frenes espiritual del hablante. De qu hoguera habla? Se trata acaso de algo metafrico, o sugieren esos versos una hoguera histrica, simblica (referencia tcita al ao 1895)? Quiz las dos. No se puede dejar fuera, pues, la alusin a la hoguera que el movimiento liberal radical capitaneado por Eloy Alfaro encendi no solo en Manab, sino en todo el Ecuador. Las expectativas y las posibilidades de cambio en el orden social y poltico no podan menos de causar frenes en un alma joven llena de bro, hambrienta de futuro, de esperanza. El contraste que se da en el espritu 12

del hablante en la primera y la ltima estrofa resulta obvio. En esa luz importa ver los otros versos de esa primera estrofa y de todos los que se recogen en la segunda. Predomina en ellos la evocacin fsica, geogrfica, de Manab. Surge all un Manab paradisaco, de plcidas comarcas, de naturales paisajes, de fuentes, bosques y ros que pronuncian alegra, aire suave, susurro de hojas, una serena tranquilidad. Y ello a pesar de un clima trrido, ardiente de sol. Es en la evocacin de ese edn que Cedeo Jerves deja entrever su inspiracin letrada. Nos habla de crmenes, de pira y de turqu. Voces todas que corresponden a un vocabulario culto cuyos antecedentes habra que buscarlos en el movimiento modernista encabezado por Rubn Daro. En esa luz, la palabra crmenes nos remite a esa tendencia estilstica y reitera la idea de Manab como un jardn en los recuerdos del autor. Por definicin carmen deriva del rabe y quiere decir via. Un carmen, como resultado, es una quinta, un huerto, un jardn y, por contigidad, una suerte de paraso. Me detengo a su vez en la palabra turqu para ilustrar una vez ms no solo la inspiracin culta de Cedeo Jerves, sino tambin para clarificar la intencin de su estro potico. Recuperemos los primeros cuatro versos de la segunda estrofa. Decir que los ros son espejos de crmenes risueos es solo parte de la compleja imagen que nos entrega el autor. Esa imagen se complementa y complica al entender

No. 30

Un encuentro con la historia

que esos ros retratan halageos / Al esplndido turqu / De tu cielo. Qu caractersticas tiene el color turqu? El diccionario nos informa que es un azul oscuro. Ese es el color que reproducen con esplendor los ros. La referencia, pues, no es al color del firmamento, algo que no coincidira con la observacin que se hace del sol como una pira. La referencia es al verosmil reflejo del cielo en los ros. Una pira me pregunt? No se trata de una palabra comn. Seguro que un buen nmero de los que cantan el pasillo Manab no saben su significado. El diccionario nos confiere esta acepcin: Hoguera en que antiguamente se quemaban los cuerpos de los difuntos y las vctimas de los sacrificios. Pira, pues, es sinnimo de hoguera. Ese es el otro lado de Manab que captamos en la evocacin geogrfica. De hecho, el edn est all, pero no menos la presencia ferviente del clima, de un sol abrasador, brbaro. Vienen al caso estas preguntas: carmen o pira?, pira o carmen?, carmen y pira? Nos decidimos por la ltima conjuncin de opuestos. Manab en el recuerdo conjuga esos dos atributos, si bien en la siguiente estrofa el autor conviene en redimir lo positivo. All reitera la evocacin de Manab como tierra hermosa. Vuelve a evocar sus inquietudes, placeres y ambiciones. Acumula atributos de belleza en torno a las mujeres, a la geografa, a lo vasto de los horizontes, a la cualidades positivas de sus habitantes, de la comunidad manabita. Ese sentido de

comunidad el autor lo lleva ms lejos en la ltima estrofa donde atribuye a su tierra la admirable cualidad de hospitalaria. Tierra, cabe decir con la acepcin que le da el diccionario al adjetivo hospitalario, que socorre y alberga a los extranjeros y necesitados, que acoge con agrado a quienes recibe en su casa. Hacia ese albergue, hacia ese hogar es hacia donde emprende viaje el autor. Manab recuenta ese malfico viaje del retorno a la guarida natal. Por eso insistimos antes que la ltima estrofa, para los efectos de nuestra lectura, no es la ltima, sino la primera. Es en esa ltima estrofa donde estn presentes las tensiones entre el pasado y la actualidad, entre la nostalgia y la melancola. Es desde ese lugar en el tiempo y el espacio que sentimos el arrastre de lo manabita, de sus cualidades, de su sentido de comunidad, de su paisaje. Desde esa perspectiva alcanzamos a entender que el lugar de origen tiene de incmoda pira y plcido carmen a la vez. No pasa inadvertida tampoco que por all ronda un aire de saudade, una cierta tristeza reaccionaria. Es imposible volver al pasado.

VIIIReconozco que Manab, la cancin, es solo uno de los tantos atributos que configuran la entidad y el ethos manabita. Reconozco asimismo que hubo vanidad de mi parte en aquella ocasin cuando ped en la CCE, Quito, que me presentaran con ese epteto. Vanidad, reitero, en pensar que el 13

ilustrado pblico capitalino entenda el historial mo y, por extensin, el de mi lugar de origen. Pienso ahora que pocos podran haber deducido que al llamarme manabita yo aluda a las tensiones que afligen a los que constituimos la dispora de los que han vivido allende los marcos de la provincia. Por otro lado, de haberme remitido en esa poca a Lpez Velarde, Borges, Rulfo, Adoum o Donoso Pareja s que yo hubiera resultado seguramente petulante, por mucho que de ese modo, aventurando analogas, estuviera intentando definirme. Manab, estimo, ha entrado en la ruta de concretar con claridad los aspectos genricos y diferenciales que la determinan. As, ms all del factor anmico y ms all de la cancin de Cedeo Jerves, Manab carece an de un imaginario social que acabe de definirla en el contexto cultural del pas. Ya es hora de que se echen abajo la preponderancia de burlones decires que por all asocian a los de la tierra de Alfaro con apodos y membretes tales como macheteros y otras extravagantes humoradas. No descarto una posible base real para esos motes, pero hay que entender la razn de ser de los mismos. Por eso suscribo que ya es asimismo el momento de que las nuevas generaciones de la Provincia empiecen a reclamar interpretaciones que expliquen la mentalidad manabita, por muy esotricas que resulten. Ello, sin embargo, exige que empiecen a familiarizarse con la presencia de voces que acaso por igual nos definan.

Ms de una vez he odo pregonar que Manab es una provincia de cantones, de regiones y comunidades. Eso est bien e importa analizarlo, pero no menos concierne sintetizar el elemental modo de ser del conjunto de la Provincia, de identificar esas creencias e insignias colectivas que la configuran. No creo en la preponderancia de lo homogneo, pero s me inclino por la necesidad de ir haciendo y rehaciendo la historia, de ir corrigiendo los equvocos segn vayan surgiendo nuevas y legtimas contribuciones. En esa lnea, cabe promocionar una visin simblica de Manab, empezando con su mapa, con sus diferentes zonas y correspondientes caractersticas emblemticas, y no menos con los tantos escritos sobre la historia precolombina y republicana. Vale identificar las contribuciones de los Cronistas de Indias y de los historiadores responsables que han existido y existen. Hay que sacar a la luz los personajes que han marcado un hito en esa historia: caciques, montoneros, lderes polticos, montubios, atletas, poetas, religiosos, msicos, escritores, pedagogos, bibligrafos, empresarios, ingenieros, msicos, militares, reinas, peridicos, radio, sindicatos, colegios, extranjeros, estudiosos, etc. Incumbe todo lo que podra ser relevante en el empeo de elaborar una interpretacin crtica de una simblica comunidad manabita, sin dejar fuera el clasismo, la endogamia, los recnditos racismos, lo cholo y lo montubio, la extraordinaria cocina manabita, y ms.

14

No. 30

Un encuentro con la historia

Es hora de recordar caudillos laicos y eclesisticos, independientemente de ideologas y cultos que dividen y desvirtan nuestra historia. Las implicaciones y trascendencia, por ejemplo, de la cultura manabita, de Montecristi en particular, en la formacin de Eloy Alfaro es relativamente parca. Wilfrido Loor, Malcolm Deas y Alfredo Pareja Diezcanseco han tocado el asunto. Persiste, sin embargo, nuestra inquietud y curiosidad por saber y entender ms. De igual modo, relativamente poco se ha interpretado la presencia del P. Pedro Schumacher en los combates culturales de entonces. Su reputada militancia sera acaso una repercusin de la Kulturkampf que se libraba en su lugar de origen. Habra que ver a Alfaro y Schumacher en ese contexto. Y qu decir sobre la existencia de una literatura manabita. Existe? En qu radica su valor? Se queda en lo local? Por qu? Se la ha estudiado con mtodo? Es Hugo Mayo el nico que salta las fronteras de la provincia, y del pas? Dnde encajan obras como Un hombre y un ro, Los designios, Sed en el puerto y tantas ms? Cul es el rastro de los talleres literarios? Qu poetas, novelistas, crticos cabe reconocer y por qu? Hombres de ciencia? La fuga de cerebros? Hemos contribuido algo los manabitas en el campo de la jurisprudencia? Pareciera que hay tanto por hacer: necesidad de museos, bibliotecas, archivos, institutos de altos estudios provinciales. Quiz Ciudad Alfaro cumpla por all.

No quisiera dejar la impresin de que Manab carece de sesudos estudios que han abierto brecha hacia un mejor entendimiento de la historia cultural de la provincia. Al contrario. Los escritos de Carmen Dueas Santos de Anhalzer en que directa o indirectamente figura Manab son magistrales por la disciplina, acceso a fuentes primarias, mtodo, base terica y conclusiones que proponen sobre planteamientos regionales en la cultura poltica de un Estado. No es de olvidar tampoco la labor de Tatiana Hidrovo Quinez y sus investigaciones sobre la Iglesia. Y, recientemente, quien no podra estar gozoso ante la traduccin del ingls al espaol de ese libro ejemplar y fundamental que es Las antigedades de Manab, Ecuador [1907], (2010) de Marshall H. Saville. A ms de cien aos de su aparicin, una respetable cantidad de lectores tiene acceso ahora, por fin, no solo a la parte arqueolgica, descriptiva, ilustrada, que ofrece ese libro, sino tambin a la excelente bibliografa y notas que bien podran constituirse en punto de partida para que muchos nuevos estudiosos procedan a aportar al constante hacerse y rehacerse de los hilos del tejido simblico que constituye Manab. En torno a esto ltimo, es encomiable la labor de revistas como Spondylus. Por ltimo, anticipo de modo particular el anuncio de Presencia europea en Manab (Del siglo XVIII en adelante), libro pstumo de mi buen amigo el Ing. Jaime Franco Barba en el que ste hace crnica de migraciones recientes, de cunto esa 15

presencia afecta y es afectada por el mbito cultural manabita y, como consecuencia, promueve la reorganizacin y reajuste de valores que determinan la comunidad. Una premisa clave de las referencias apuntadas es que todas, de una forma o de otra, se empean en hacer labor de anlisis y sntesis. Nuestra interpretacin de Manab tambin apunta, quisiera pensar, a esa labor en ciernes, a la necesidad de fomentar la siempre en flujo elaboracin simblica del imaginario social de la Provincia. El poema de Cedeo Jerves advierte las tensiones que en el fondo parecieran afligir y unir a los manabitas de todas las latitudes y niveles,

a los que se quedan o se van. Dicha obra suscribe el sentido de arraigo y xodo, de malestar existencial, de la consiguiente soledad infecunda que conllevan los desencuentros del exilio, del exilio interior inclusive. El valor y popularidad de la cancin se apoya seguramente en la conjuncin de esas oposiciones. Vale por eso, a manera de conclusin, reiterar que arraigo y xodo, nostalgia y melancola repercuten, por contigidad, en los intereses que oculta la cultura del cantn frente a la de la provincia, del espritu de cuerpo frente a intereses nacionales, del hogar y la tierra chica frente a lo de ms all, a lo planetario. Importa entender y rebasar esa encrucijada sociopoltica.

16

El inicio de la ciencia moderna en la Real Audiencia de Quito 14 de diciembre de 1761Joan Antn Abellan i Manonellas* Byron Nez-Freile **

JUAN DE HOSPITAL S.J.

Mejor, sin comparacin, fue el Padre Hospital, y su juicio lo hizo tratar razonablemente las materias que toc.

E

Eugenio Espejo, El Nuevo Luciano de Quito, 1779

l arribo de la Misin Geodsica francoespaola en el ao de 1736 a la Real Audiencia de Quito motiv un cambio trascendental en el surgimiento de la ciencia en esta alejada colonia del Imperio Espaol. Los geodsicos descubrieron que exista un pequeo grupo de criollos ilustrados en la Audiencia, quienes tenan altos conocimientos cientficos, a tal punto que uno de ellos, el riobambeo Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, se integr de manera importante en las mediciones que la Misin vino a realizar para comprobar la redondez de la tierra y el achatamiento de sus polos, posicionando as la teora newtoniana que en ese momento, prevaleca en el mundoNota editorial: Los llamados en todo el texto, se refieren a la biografa del final, segn el nmero o los nmeros que se indiquen. * Historiador de Banyoles, Girona-Catalunya, Espaa. ** Catedrtico Universidad Central del Ecuador, Quito.

cientfico europeo.17,25 A la vez, el escaso conocimiento cientfico local se hallaba enclaustrado en los templos religiosos y predominantemente en el entorno jesuita, ya que en el claustro de la Universidad de San Gregorio Magno, en donde se alberg el Jefe de la Misin Charles Mara de la Condamine, se haba generado de manera paulatina una corriente renovadora que cuestionaba la concepcin del mundo de tipo escolstica y aristotlico-tomista.13 Mas tuvo que pasar un cuarto de siglo luego del arribo de los geodsicos, para que el sacerdote espaol Juan de Hospital S.J., profesor de Filosofa de la Universidad de San Gregorio, proclame de manera pblica y solemne el 14 de diciembre de 1761, junto a su discpulo Manuel Carbajal, la preferencia en la aceptacin del Sistema Copernicano al Ptolemaico y Tyco.6,19,20

Su origen y primeros estudiosJuan Hospital, misionero jesuita, cientfico, catedrtico y escritor, naci el 11 de febrero de 1725 en Baolas (Gerona-Espaa). Era miembro de una de una familia aposentada, como lo demuestra el hecho de que su padre 17

Figura 1. Rbrica del Padre Juan de Hospital. Tomado de la referencia 16.

fuese enterrado en la iglesia del monasterio benedictino de San Esteban, un privilegio solo reservado a unas cuantas familias. Hijo de Martirin Hospital y de Mara Ana Hort, fue el menor de diez hermanos, y de pequeo estudi en la escuela de su villa natal.1 A la edad de 15 aos se traslad a la vecina ciudad de Gerona en donde estudi en el colegio de los jesuitas de San Martn Sacosta, donde estudia humanidades clsicas y filosofa. Durante los tres aos que permaneci en este colegio, conoci al que sera su profesor de retrica, el padre Antonio Codorniu, gran telogo y escritor que en sus obras reflej el cambio social que la Ilustracin haba trado a Espaa. En 1743, al terminar sus estudios de filosofa, se traslad a Tarragona, en donde se hallaba el nico seminario de la Compaa de toda la Corona de Aragn en que poda estudiarse el noviciado. En mayo de 1745, luego de la muerte de su madre, decide partir a las Indias Occidentales dejando atrs Tarragona para dirigirse hacia el Puerto de Santa Mara, lugar de embarque de las naves que partan hacia tierras americanas. Al Puerto lleg el 30 de julio de ese mismo ao, alojndose en el llamado Hospital u Hospicio de Indias, una casa bastante grande y hermosa que las siete Provincias de Indias tenan en el 18

Puerto para vivir y para que pudieran detenerse en ella los que se disponan a la navegacin para las Indias. Poco tiempo despus, el da 5 de agosto del mismo ao, realizaba sus primeros votos sacerdotales.

La larga espera en el Puerto de Santa MaraPor un hecho ajeno a sus planes, como fue la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins un conflicto blico en el que se enfrentaron las flotas de Gran Bretaa y Espaa destacadas en el rea del Caribe entre 1739 y 1748 le retuvo contra su voluntad en el puerto gaditano. A lo largo de los casi 4 aos que estuvo retenido en el Puerto de Santa Mara, Juan pudo conocer a dos de sus futuros compaeros de viaje y con los que seguira conviviendo a lo largo de toda su vida: el padre Toms Nieto Polo del guila, procurador de la provincia de Quito en Madrid y rector del Hospicio de esa ciudad portea, y a la vez que podramos llamarlo tutor de los jvenes estudiantes; y el que ya en tierras ecuatorianas se convertira en su compaero de misiones, el padre Bernardo Rcio, instructor de tercera probacin de los jvenes que estaban destinados a Quito y que ya haban

No. 30

Un encuentro con la historia

terminado sus estudios.

El viaje a AmricaPor fin, conseguida la paz entre Espaa e Inglaterra, el procurador Nieto Polo, dio la orden, a finales de mayo de 1749 de que los novicios y estudiantes ya podran partir, por lo que orden que se prepararan para iniciar la travesa hacia Cartagena. Con todo dispuesto, el 30 de mayo, justo despus de Pascua de Pentecosts, el navo Nuestra Seora de los ngeles soltaba amarras rumbo a las costas americanas.11 No llevaban navegando mucho tiempo, cuando la alegra de la partida se vio truncada, ya a la salida de Cdiz, por una gran sensacin de mareo, que no perdon a ningn pasajero, aunque no bien empezaban a recuperarse, que la llegada de la noche les trajo un nuevo desasosiego, ya que con las prisas del embarque la carga no estaba lo bien asegurada que deba estar, de modo que, debido a un pequeo temporal que se levant, la carga empez a ir de un lado al otro, y el navo empez a dar tumbos a merced de las olas, poniendo la nave en peligro de zozobrar. Al final, despus de perder parte de la carga, consiguieron con gran esfuerzo asegurarla y proseguir con la navegacin. Mentalizados de que tendran que pasar graves penurias el resto del viaje, el procurador Polo, que en estos momentos era el superior de todos, nombr al padre Bernardo Recio maestro de los novicios, de modo que a lo largo del viaje ste se dedic a doctrinarlos, organizando distintas

actividades inherentes a la doctrina y al motivo de sus viaje: las misiones. Despus de una larga y podramos decir plcida travesa si no hubiera sido por los primeros das de navegacin el 21 de julio de 1749 avistaron los verdes manglares que cubran la costa cercana a su primer destino americano, la ciudad de Cartagena de las Indias, donde fueron recibidos por el padre Dionisio Morales, un octogenario jesuita, el cual les ofreci frutas tpicas de aquel pas, como platani, nespole e mameje, desconocidas totalmente en Europa y que les ayud a resarcirse de la sed pasada durante el largo viaje.

De Cartagena de Indias a PanamRepuestos de la fatiga del viaje y despus de haber predicado en algunas iglesias de la ciudad, y de haber practicado misiones con los presos de los tres penales que haba, a mediados de septiembre, en la misma embarcacin, partieron en direccin a Portobelo. Era un viaje en el que se solan invertir entre 4 y 6 das, pero debido a la falta de viento y a las corrientes contrarias, el mismo se alarg ms de lo previsto, de modo que no tocaron puerto hasta el da 10 de octubre, despus de 24 das de navegacin. El 24 de octubre, embarcaron en unas pequeas embarcaciones, llamadas bongos, rumbo a la pequea baha de Chagres, en donde fueron recibidos por la pequea guarnicin de soldados destinados en el castillo de San Lorenzo Real. Desde all, remontan el 19

ro Chagres hasta el pueblo de Venta de Cruces. Despus de una navegacin en la que en todo momento tuvieron que luchar contra la corriente, y en la que las pocas horas de descanso tuvieron que pasarla apretujados en las embarcaciones, soportando la lluvia y la constante humedad, consiguieron llegar al pueblo de Cruces, donde fueron recibidos por don Juan de Urriola, alcalde perpetuo de la ciudad. El 14 de noviembre por fin amaneci despejado y, despus de un buen desayuno y de poder secar sus ropas, prosiguieron viaje hacia Panam, en donde se encontraba el primer colegio de la Provincia de Quito. Al llegar a las inmediaciones de la capital panamea, les prodigaron una calurosa bienvenida, por parte del gobernador don Dionisio de Alcedo y de monseor D. Jos Javier de Arauz, natural de Quito, obispo de Santa Marta, los cuales, junto con otros nobles y religiosos que se haban desplazado para recibirlos, acomodaron a los maltrechos jesuitas en distintas carrozas y carruajes, con los que hicieron el resto del camino hasta la capital, que se encontraba engalanada como en las grandes procesiones y en donde entraron al son de las trompetas. Una vez en Panam se dirigieron, en primer lugar, a la iglesia de la Compaa, en donde en presencia del Obispo, dieron gracias con un solemne Te Deum, para a continuacin dirigirse al Colegio, donde por fin pudieron descansar en un slido edificio, en la que fue la ms placentera de las estancias desde que haban pisado suelo ameri20

cano, y en donde pudieron rehacerse completamente de las penurias sufridas en los distintos tramos del viaje.

Por el ocano Pacfico hacia GuayaquilPoco das antes de la partida, la noticia de la muerte de uno de los sacerdotes, el padre Fermn Orqun, compaero infatigable del padre Recio, sumi a todos los jesuitas en una profunda tristeza, de las que les cost reponerse, pero no por ello retrasaron ms la marcha; de modo que, el da 7 de enero de 1750, la comitiva embarc en un nuevo navo, el Feo, con destino a Guayaquil. El primer contacto que tuvieron con el llamado Mar del Sur o Pacfico, no tuvo nada de pacfico, ya que la navegacin se hizo muy ardua y peligrosa, alzndose a mitad de recorrido una furiosa borrasca, que estuvo a punto de hacerles naufragar cuando un golpe de mar hizo que se rompiera el bauprs, y que se perdieran diferentes piezas o aperos del navo. Despus de siete largos das, luego de sobrepasar el Cabo Pasado, y la punta de Santa Elena, entraron en la baha de la isla Pun, llegando el da 3 de febrero a la ciudad de Guayaquil, pisando por primera vez tierras de la Real Audiencia de Quito. La llegada de la comitiva coincidi con el verano austral, lluvioso y hmedo, con calor tpico del trpico, por este motivo la estancia en Guayaquil no se prolong mucho, ya que las fatigas y los inconvenientes sufridos durante este ltimo viaje hicieron que muchos empezaran a enfermar de nuevo, por eso

No. 30

Un encuentro con la historia

repuestos del viaje y temiendo por la salud de alguno de los misioneros, el Procurador decidi partir en cuanto fuera posible, aunque no sin antes haber hecho una prdica en la iglesia parroquial.

El ascenso de los Andes. Destino final QuitoRepartidos en distintas embarcaciones siguieron remontando el ro rumbo a Bodegas (Babahoyo), en un viaje en el que la tempestuosidad de las aguas hacan prcticamente innavegable el ro. Al da siguiente siguieron ro arriba hasta un lugar llamado Caracol. Desde aqu, ayudados por mulas, prosiguieron el camino por tierra, con senderos cubiertos de agua y lodo, de modo que en muchos tramos el agua llegaba a las cinchas de las mulas. Al da siguiente empezaron a descender a la vez que vean cmo se abra ante sus ojos una nueva tierra, con una gran llanura llamada Chimbo, rodeada de altos montes. Contemplando lo que para ellos eran una nueva vegetacin llegaron al asiento de San Jos, en donde pasaron la Semana Santa de este ao de 1750. Dejando atrs las lluvias, pasaron por San Lorenzo, hospedndose en la hacienda Tanisagua; el cura del pueblo mand a preparar un convite que, a decir de Recio, dur horas, y en el que les sirvieron una gran variedad de manjares y bebidas. Siguieron por San Miguel, pasaron cerca de Riobamba, llegando a Ambato, en donde descansaron en el colegio que la Com-

paa tena en esa poblacin. Luego siguieron por Mocha y Naccich hasta el asiento de La Tacunga; all se encontraba el Noviciado de la Provincia y el Seminario, partiendo al poco hacia Saguanche, la actual Cutuglagua; y, llegaron el segundo domingo de Pascua, siendo recibidos por diversos nobles y por el obispo de Quito, Juan Nieto Polo del guila, deseoso de abrazar a su hermano el Procurador, y al resto de la comitiva. Al da siguiente de la visita del Obispo, salieron rumbo a Quito, y una vez dejado atrs el valle de Santiago de Machachi, llegaron a un alto del camino, desde donde pudieron contemplar a lo lejos un confuso agregado de casas e iglesias. Era ste su destino final, un destino por el que haban sufrido durante tantos meses. Atrs quedaban fatigas y peligros, atrs quedaba el largo peregrinar y la incerteza de saber si conseguiran o no llegar a su destino, y enfrente se les habra una nueva vida de esperanza, una vida que llevaban tiempo anhelando. Extasiados con esta visin prosiguieron la recta final de su viaje. Era el da 13 de abril de 1750, despus de transcurridos casi once meses desde que salieran del Puerto de Santa Mara, cuando entraban en la ciudad de Quito los jesuitas espaoles.

21

Las misiones de Bernardo Recio y Juan de Hospital (1751-1756)Al poco tiempo, y una vez que los jesuitas espaoles se hubieron aposentado, determin el obispo Juan Nieto Polo del Aguila hacer una Misin en la ciudad, en la que intervinieron los mejores oradores de la provincia, y entre ellos el padre Bernardo Recio nacido en Alaejos-Valladolid, que con su elocuencia sorprendi a todos, incluido el obispo. Posiblemente este hecho, junto con la fama que le preceda de buen orador y misionero, fueron los determinantes para que el obispo Polo, que en aquellos momentos estaba buscando un jesuita que lo acompaara en su visita pastoral por su nuevo territorio, pensara en l, y as mismo en el momento de escogerle un acompaante y talvez por referencias dadas por el mismo Recio y por el propio Procurador, que recordemos que era hermano del obispo, se pens en el padre Juan de Hospital, una persona hbil para catequizar, de complexin robusta para soportar las fatigas y aguantar largas horas de confesionario, con una gran fuerza de voluntad y con una gran tolerancia frente las adversidades, cosa que haba demostrado a lo largo del viaje que haban hecho los tres juntos desde Espaa.12,24 Una vez establecido el orden de visitas, y con las instrucciones precisas sobre las Misiones que tenan que llevar a trmino, los padres Recio y Hospital, abandonaban la capital quitea el da 2 de enero de 1751 22

para realizar durante cinco aos un periplo misionero que anteceda a la llegada del Obispo de Quito por casi toda la extensin territorial de la Real Audiencia de Quito, el cual se describe de manera prolija en La compendiosa Relacin de la Cristiandad de la ciudad de Quito, escrita por el mismo Recio, y en una biografa de la vida de este sacerdote jesuita que la hace Gaspare Jener en 1794. Las Misiones los llevan al asiento de Alaus, en la Parroquia de Tixn, en donde Hospital y Recio llevaron a cabo su primera Misin. Desde aqu, y atravesando la zona desrtica de Azuay, con sus altas montaas cubiertas de nieve todo el ao, llegaron despus de tres das de marcha a la poblacin de Azogues. Luego se dirigen a la ciudad de Cuenca, en donde se reunieron con el Obispo. En esa ciudad Recio recibi una carta del padre Provincial, en que le comentaba que habiendo estado enterado del agotamiento que demostraba y para poder preservar su salud, le aconsejaba que se organizara ms en su trabajo y para lo cual le recordaba que haba de contar con la ayuda del padre Hospital, al cual, y a partir de ese momento, deba de supeditarse como superior suyo. Este hecho de por s ya nos viene a demostrar la validez de nuestro personaje, ya que hay que recordar que contaba con 26 aos, once menos que Recio. Pero as las cosas, parece ser que la relacin entre los dos misioneros sigui sin ningn tipo de problemas, siguiendo como estaba previsto la Misin, en que mientras Recio obte-

No. 30

Un encuentro con la historia

na gran fruto haciendo los Ejercicios, Hospital se haca cargo de los Ministerios, principalmente del catecismo a los nios y de la primera comunin a las nias. De Cuenca, se dirigen a Azogues, pasando por Gualaceo y Paute. El 28 de julio, abandonaron Azogues y marcharon en direccin hacia Guayaquil. Llegaron al pueblo de Naranjal, de donde pasaron a la isla Pun, en donde embarcaron para despus de atravesar toda la baha llegar a la punta del Morro. De aqu fueron al pueblo de Montecristi, hasta llegar al Cabo Pasado, una regin que tena un idioma muy particular, producto, segn deca la tradicin, de un grupo de esclavos negros, que iban presos en un navo que iba de Panam a Lima y que al llegar a esta zona se revelaron, matando a los espaoles que los llevaban y saltando a tierra en donde se establecieron, dando lugar a un idioma mezcla del africano de los negros y del de los indios. Despus retrocedieron en direccin a Portoviejo. Terminada la Misin, salieron de la ciudad en direccin hacia Daule y Baba, para llegar finalmente a Babahoyo, y de aqu a Guayaquil, para finales del mes de octubre. En Guayaquil, a parte de la Santa Misin, llevaron a trmino otros actos religiosos, y mientras el P. Bernardo haca diversos ejercicios al clero y a muchos caballeros, Hospital hacia la habitual catequesis a los nios. En el tiempo en que estuvieron en esta ciudad, se termin la iglesia del colegio de los jesuitas, de modo que el da 3 de diciembre, fiesta del

apstol de las Indias, San Francisco Saverio, se bendijo esta nueva obra. Desde Guayaquil, y navegando por el ro, llegaron a la isla Pun, la cual fue necesario atravesar para llegar a Machala, en donde se encontraron con una gran cantidad de pastores que, con mulas y vveres, haban bajado de la montaa para ver al seor Obispo. Una vez llevada a cabo la Misin, los misioneros abandonaron la poblacin a lomos de una mula cada uno, y si bien en la jurisdiccin de Guayaquil no haba llovido ni un solo da, en la montaa ya haba empezado a llover y los caminos estaban impracticables, de modo que el camino hasta Zaruma se hizo inacabable. Celebrada la Navidad de 1751 en sta poblacin, partieron de ella el da 27 camino del Santuario del Cisne, para seguir luego por el valle del Catamayo, hasta llegar a la ciudad de Loja. Camino de Cuenca, y en compaa del Obispo, hicieron una parada en el lugar de Susudel, en donde el prelado procedi a la bendicin de un nuevo templo religioso, y que hoy en da todava puede contemplarse en su estado primitivo. Antes de llegar a Cuenca se detuvieron en Saraguro, colocando una gran cruz en un monte muy empinado, de donde baja un riachuelo que terminaba en una fuente que los indios llamaban Cusu Yacu agua de la dicha, lugar en el que acudan a hacer sus antiguas ofrendas. De este modo acabaron con una arraigada supersticin; y, a partir de aquel momento, dicha fuente empez a recibir el nombre de Agua Santa. 23

Una vez en Cuenca, siguieron hacia Caar que se encuentra a la falda del monte Azuay. Despus y siguiendo las rdenes del Obispo, se dirigieron a Alaus, de donde, por un spero camino, subiendo y bajando montaas llegaron a la jurisdiccin de Chimbo, y al pueblo de Guaranda, y de aqu al de Riobamba. Al llegar a la poblacin de Guano, el padre Hospital se encontr enfermo, y aunque sigui con su labor de predicar, una vez terminada sta tuvo que reposar en el colegio de los Jesuitas de Riobamba. Fuese por el esfuerzo, por la mala calidad alimenticia o por otra causa, el caso es que los dolores no remetan y al final, para curar la rotura (posiblemente se refiere a algn tipo de fractura) le aconsejaron un emplasto con ciertos juncos y algn otro ingrediente y un reposo de treinta das sin moverse siempre en posicin supina. Despus de la larga convalecencia, se traslad a Mocha, donde se reencontr con su compaero, y juntos prosiguieron hasta Santa Rosa y Ambato. Desde sta, pasaron a las poblaciones de Quero, Pelileo y Baos. De Baos se encaminaron a la pequea poblacin de Patate. Despus, siguiendo la orilla del ro llegaron a San Miguel, perteneciente a la jurisdiccin de Latacunga, y luego a su capital. Terminaron de hacer algunos ejercicios a los eclesisticos y algn caballero; y, prosiguieron hacia la llanura de Machachi, desde donde despus de hacer otras Misiones en esta llanura, se dirigieron hacia Quito, llegndo el mes de mayo de 1753, despus de dos aos y cuatro meses de trabajo.

No haba pasado medio ao de su arribo a Quito, cuando el obispo Polo, ante el xito conseguido en la recin terminada misin, ya estaba pensando en una segunda Misin. Por este motivo, a principios de 1754, encargaba al padre Bernardo Recio que empezara a planificar una nueva campaa pastoral, iniciando por la zona de Otavalo, Tierra de Ibarra y Pastos. Parece ser que en esta primera etapa, el padre Recio se encontr con el problema de que su compaero a lo largo de estos ltimos aos, el padre Juan de Hospital, no le poda acompaar ya que los superiores de la Compaa le tenan preparado otro trabajo, motivo por el cual el padre Recio tena que buscarse un nuevo compaero. Enterado el Obispo de este contratiempo, y personado en Quito, se opuso rpidamente a la decisin de que Hospital no pudiera acompaarles, a l y a Recio, en su nueva visita pastoral, teniendo al final los superiores de la Compaa que claudicar y dar libertad total a Hospital; de modo que a finales de noviembre de 1754, ya estaban preparados para emprender una nueva Misin por los territorios del medioda de la Dicesis. Una vez que abandonaron Quito, se dirigieron a la jurisdiccin de Alaus, y de aqu, atravesando la montaa de Azuay, siempre cubierta de nieve, pasaron a las poblaciones de Caar y Azogues, en donde era tal la cantidad de gente que haba que la Misin se tuvo que prolongar muchos das, y el padre Hospital perdi la voz por completo. Una vez hubieron terminado se

24

No. 30

Un encuentro con la historia

dirigieron a la ciudad de Cuenca, en donde despus de descansar en el colegio empezaron el apostlico ministerio. Terminado sto, se dirigieron hacia la jurisdiccin de Guayaquil, no sin antes hacer un alto en un pueblo cercano a la montaa, perteneciente al Curato de Yaguache. Luego embarcaron en una canoa, y navegando por el ro Guayaquil, llegaron al pueblo de Samborondn, una poblacin perteneciente al Curato de Baba. Desde aqu, y despus de atravesar una zona plagada de caimanes llegaron a Babahoyo. Despus siguieron hasta Palenque, poblacin cercana a una laguna pantanosa, con un clima caluroso todo el ao y sometido a una densa niebla, lo cual convirti la tarea de los dos misioneros, que tenan el sudor permanentemente en el cuerpo, en un duro suplicio. De Palenque se dirigieron al pueblo de Santa Luca, anexo al Curato de Daule, en un viaje que se hizo muy duro debido a lo largas que eran las jornadas, caminando por zonas desrticas, en donde no haba nada ni una sola casa, aunque fuera deshabitada; sin agua, con los animales sedientos y necesitados de un continuo reposo, y llegando a las poblaciones, a altas horas de la noche, cuando la gente ya estaba durmiendo. De nuevo en Guayaquil, a causa de las fatigas y los excesivos calores, el padre Recio cay enfermo y tuvo que someterse a la voluntad de los mdicos que le obligaron a permanecer varios das tumbado en el lecho, teniendo que terminar los ejercicios con los sacerdotes y caballeros el padre Hos-

pital; mientras que, de la zona conocida como Citt Vecchia, se encargaba otro jesuita. A mediados de diciembre, una vez que se restableci de la enfermedad el padre Recio, embarcaron de nuevo en una canoa y, descendiendo el ro, llegaron a Machala, desde donde atravesando la penosa cordillera del Monte, llamada Xarcapa, salieron a la montaa. Hicieron Misiones en Zaruma y en otras muchas poblaciones de la provincia de Paltas y Calvas. La ltima de las poblaciones que visitaron es esta zona fue la de Malacatos, tierra de donde se extraa la mejor quina del Nuevo Mundo. Despus de Malacatos, el ltimo da de febrero de 1756, llegaron a la ciudad de Loja, en donde permanecieron unos das y en el que debido a los muchos disturbios, tuvieron que ir con mucho cuidado, sin tomar partido ni hacer comentarios, hasta la llegada del nuevo Gobernador, llegado desde Espaa. Con la tranquilidad del regreso a la normalidad, partieron hacia Cuenca, siendo la ltima poblacin en donde hicieron una Misin en esta segunda vuelta del Obispo por sus territorios, no sin antes visitar el da de Viernes Santo la poblacin de Girn, en donde haba un famoso santuario con la imagen de Jess Crucificado.

25

El Catedrtico de Filosofa y las ciencias en la Real Audiencia de Quito

Figura 2. Sistemas del Mundo. Tomado del manuscrito annimo jesuita: Diputatia de Causis. Tratado de Physica, Archivo Nacional de Historia, Referencia 22, 1727.

Es ahora cuando el P. Hospital se dedicara de pleno a su otra pasin: la ciencia y la pedagoga. Este ansia por saber, favorecido por haber llegado a uno de los centros, en aquel momento ms importantes del conocimiento de Amrica, debido en gran parte a la influencia que dej la misin Geodsica franco-espaola de la Condamine (1736-1743), la que dej un fuego Sagrado que supo iluminar a los acadmicos de la Universidad en donde residi durante toda su estancia el Acadmico francs; y que, a la vez, motiv el surgimiento de tres grandes sabios de la Audiencia: Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, el sacerdote jesuita Juan Magnin de origen suizo y el presbtero Jos Antonio Maldonado y Sotomayor quienes, debido a su gran labor cientfica, fueron designados por 26

invitacin de La Condamine como Miembros Correspondientes de la Real Academia de Ciencias de Pars.18 Predecesor de Hospital en la ctedra de Filosofa en la Universidad San Gregorio Magno de los Jesuitas de la Real Audiencia de Quito, fue el padre Juan Bautiste Aguirre, nacido en Daule en 1725, el mismo ao que Hospital. Del padre Aguirre, se podra decir que era un gran autodidacta, ms inclinado a las cuestiones de Fsica pura, y quiz mejor dotado para ellas que para la especulacin, llegando a estudiar algo de medicina, lo que le permiti afirmar, despus de observar por medio del microscopio que los animales, aun aquellos que se llaman insectos, no son engendrados por la podredumbre, sino que provienen de huevos o grmenes .21

No. 30

Un encuentro con la historia

Un hecho que provoc cierto revuelo, ya que iba en contra de la teora de la generacin espontnea, en boga desde tiempos de Aristteles, pero que l zanj invitando a sus discpulos y detractores a comprobarlo. Tambin es mrito suyo, tal y como manifiesta Carlos Paladines, el tratamiento de cuestiones cientficas de total novedad en esos das como podan ser las manchas solares, los cometas, la gravedad y ligereza de los elementos, los estados del agua, la elasticidad del aire, las distancias entre la Tierra y la Luna y otros planetas, etc. Y por ltimo, cabe decir que tambin se atrevi a insinuar que el heliocentrismo de Coprnico explicaba adecuadamente los fenmenos celestes, pero sabiendo que deba de someterse a la prudencia que dictaba Roma, se content con aceptar el sistema intermedio propuesto por Tycho Brae como ya haba hecho su predecesor en la ctedra, el padre Francisco Xavier de Aguilar, que rechazaba el geocentrismo de Ptolomeo (con la Tierra en el centro del Universo, y los astros, incluido el Sol, girando alrededor de ella), en favor de un concepto intermedio en que el Sol y la Luna giraban alrededor de una Tierra inmvil, mientras que Marte, Mercurio, Venus, Jpiter y Saturno lo hacan alrededor del Sol. En este entorno acadmico nico en Amrica brota, como dice Ekkerhardt Keeding, el primer profesor hispanoamericano, que pblicamente sirvi de multiplicador de la astronoma moderna, resultado de conjugar el buen momento que vivan las ciencias de la Audiencia de Quito junto con la

corriente de las ciencias ilustradas europeas del siglo XVIII.16

La proclamacin de las Tesis de Hospital. 14 de diciembre de 1761Joan de Hospital se hace cargo de la ctedra de Filosofa que abarcaba lgica, fsica y metafsica el ao 1759, sustituyendo a Aguirre, y ejerciendo en la misma hasta 1762. Por lo que en vsperas de la fiesta de la natividad, el 14 de diciembre de 1761, el estudiante ibarreo Manuel Carbajal proclama en Sesin Solemne en el Saln de Grados de la Universidad de San Gregorio sus Doce Tesis en las que, en la dcima primera, afirma preferir al sistema Copernicano sobre el Sistema Ptolemaico y Tycono, construyendo de esta manera el inicio de la ciencia moderna en la Real Audiencia de Quito.14,22,23El doctor B. Manuel Carbajal, ibarreo, alumno del real colegio Mayor de San Luis de Quito, dedica, ofrece y consagra su persona y sus tesis de filosofa a la que es xtasis de los cielos, eclipsa a las estrellas, es pasmo de los ngeles y deliquio de la bellsima luna, Mara, inmenso pilago de dolores convulsionado por vifntos, olas y tempestades, la que, firme junto al patbulo, asisti a la agona y a la muerte crudelsima de Jess y presenci el decidido, a la que es no solo la imagen ms cabal de la muerte, sino el ms autntico dechado de todos los sufrimientos, tristsimo heliotropo del sol muriente, la que junto a la cruz, vio con serenos ojos morir a Jess, a la madre ms afligida entre todas las mujeres, la sacratsima madre de Dios, Mara Dolorosa.

27

XIAfirmamos que el mundo es uno solo, es decir, que no existen hombres en otros planetas. Est suficientemente probado por las congruencias fsicas y lo demuestra la autoridad de la S. Escritura y de los Concilios, que el mundo no ha existido desde la eternidad. Se debe rechazar de plano, como contrario a la fsica y a la astronoma, el sistema de Tolomeo acerca del mundo, sistema que pretende que los cielos son slidos. El sistema de Ticho es contrario a las leyes fsicas. En consecuencia, se debe preferir a los otros sistemas el de Coprnico, que defiende el movimiento de la Tierra, como el ms acorde con las observaciones astronmicas y las leyes fsicas. Defiende estas Tesis al mismo que hace la dedicatoria al comienzo de estas pginas, en este Colegio Mximo de Quito, de la Compaa de Jess bajo la presidencia del R.P. JUAN DE HOSPITAL, de la misma Compaa de Jess, profesor de Filosofa en esta Universidad de San Gregorio de Quito, el da 14 de diciembre de 1761 por la maana y por la tarde. Con la aprobacin de los Superiores Quito, imprenta de la Compaa de JESS

Figura No 3. Tesis COELORUM EXTASI. Fotografa del impreso original. Referencia 14

La orden de extraamientoLuego de seis aos de la proclamacin del sistema copernicano en la ciudad de Quito, en la ciudad de Madrid, el Conde de Campomanes consigui el 29 de febrero de 1767 que el Rey Carlos III firmara el decreto de expulsin de los jesuitas de todos los dominios espaoles y la incautacin 28

de sus inmensos bienes representados por haciendas, colegios, telares, tiendas de comercio, etc., confiando la ejecucin del decreto a su ministro el Conde de Aranda. La orden lleg a la presidencia de Quito el da 6 de agosto, y fue cumplida el 20 por su presidente Jos Diguja y Villagmez, que no hacia ni un mes que se haba hecho cargo de la presidencia. En el

No. 30

Un encuentro con la historia

pliego real se le exiga que todos los jesuitas que existieran en Quito, y en todos los dems lugares sujetos a esta Audiencia, fueran reducidos a prisin y luego expulsados irremisiblemente de los dominios del Rey catlico en Amrica. En la ciudad de Quito haba tres casas: el Seminario de San Luis, el Noviciado y el Colegio Mximo de San Ignacio. Diguja en la madrugada del 20, cuando el reloj de la Compaa haba dado las cuatro de la maana, llam a las puertas del Colegio y habl al padre rector, anuncindole que tena que intimar a todos los jesuitas una orden severa de Su Majestad; el rector hizo reunir al punto la comunidad; pasaron tambin todos los del Seminario al Colegio, y, juntos todos, oyeron, en silencio y con las cabezas descubiertas, la lectura de la real cdula, por la que se los condenaba a extraamiento perpetuo de todos los dominios del Rey de Espaa. En el momento del extraamiento, la Provincia de Quito contaba con 269 sujetos: de ellos 165 eran sacerdotes, 27 escolares, 66 coadjutores y 11 novicios. El prepsito provincial de la Provincia era Miguel de Manosalbas; el secretario y consultor, Juan Bautista de Aguirre; Juan Hospital era vice-rector del colegio y seminario de San Luis, maestro vespertino de Teologa Escolstica y sealado para Primario; y Toms Nieto Polo del guila, era rector del Noviciado de Quito, Maestro de novicios y consultor de Provincia.

El camino de retorno a EuropaLuego de ms de diecisiete aos de permanecer en la Real Audiencia, Hospital y sus compaeros jesuitas partieron de Quito el domingo 30 de agosto de 1767 en direccin a Tambillo, siguiendo por Chisinche, La Cinaga y Ambato, en donde se detuvieron un par de das. Siguieron por la Mocha, las Trasquillas, Isinchi y Guaranda. Luego Chimbo, Angas y las Bodegas de Babahoyo, en donde embarcaron en diversas falas que despus de dejar atrs Pimocha, Baba y Yaguachi, les dejaba el da 18 en Guayaquil.7 Una semana ms tarde, el 25, Hospital y 38 jesuitas ms, se hacan a la mar, rumbo a Panam, en una fragatilla mercante llamada Padre Eterno. La capital panamea marc una inflexin en este viaje, ya que si bien hasta este momento siempre haban sido bien atendidos por los que haban pasado, a partir de ese momento el trato sufrido cambiara por completo, y la falta de cuidados ser tal, que empezaran a enfermar y en algunos casos hasta morir. Y el primer cambio lo detectaron en que a partir de ese momento se les destin para su custodia una Guardia de Soldados del Regimiento de la Reina, aunque si bien la reclusin fue harto estrecha, lo que realmente fue psima era la alimentacin. De Panam los pobres desterrados pasaron a Cartagena en ocho partidas con suerte diferentes, yendo el padre Hospital en la segunda de ellas, que al igual que en Guayaquil se compo29

na de 76 religiosos distribuidos en dos grupos de 38, el segundo de los cuales sali el 26 de octubre y estaba compuesta por los mismos hombres que haban llegado desde Guayaquil en el Padre Eterno. Llegaron primero a Cruces en donde en cinco piraguas salieron para el castillo de Chagres y desde donde partieron para Portobelo a donde llegaron el da 2 de noviembre. Embarcados de nuevo, esta vez en dos embarcaciones, una fragata mercante bautizada La Feliz y una balandra de nombre Vbora, que se dieron a la vela, rumbo a Cartagena de las Indias, el 13 de noviembre de 1767. La primera de ellas, La Feliz en la que embarcaron 55 jesuitas, entre ellos el padre Hospital, era un navo que acababa de desembarcar en Portobelo un cargamento de negros atacados de la peste, cuya insufrible hediondez aun se perciba; no tena camarotes, pero s innumerables agujeros por donde entraba el agua y lo pudra todo. A esto se sum una muy larga y trabajosa navegacin a causa de los vientos contrarios y que muchos enfermaron por el contagio dejado por los negros, de modo que durante la travesa murieron cuatro jesuitas, cuyos cadveres fueron arrojados a las olas, llegando los 51 restantes el da 3 de diciembre a Cartagena. En Cartagena de Indias, el Gobernador enterado del mal trato que haban sufrido e indignado contra el capitn responsable de tamaa inhumanidad, entr en persona en la nave, y consolando a los jesuitas, los ayud a desembarcar para procurarles todo 30

el alivio posible. Pasados dos largos meses desde su llegada, lleg la hora de una nueva partida. Fueron 64 los jesuitas que embarcaron de nuevo en La Feliz, bajo el mando del capitn Francisco Berenguer, aunque para este nuevo viaje se haban construido camarotes. Con las nuevas reparaciones efectuadas, Hospital sali de Cartagena el 17 de febrero de 1768, llegando a La Habana el 11 de marzo, en donde sin poder bajar a tierra, por orden expresa del gobernador, se mantuvieron en la baha durante 5 das, partiendo de nuevo el 16 rumbo a Espaa. La travesa dur poco ms de un mes, llegando todos los jesuitas a las costas gaditanas, el mircoles 20 de abril y desembarcando en el Puerto de Santa Mara al da siguiente.

Desde el Puerto de Santa Mara a la espera de un destino inciertoUna vez desembarcados en la playa, se les recibi sin ceremonias pesadas, ni estrpito de armas, conducindoles luego, con cortesa, a las casas destinadas para su detencin, que en el caso de Hospital fue la Casa del Hospicio de las Misiones. El registro de sus equipajes se hizo en tal forma que pudo llamarse de puro cumplimento, de manera que el mismo da en que llegaron, les abran los almofreces para la formalidad de ver si llevaban algn tabaco, reservando para despus los bales y petacas, que quedaron depositados en la bodega y se registraron despus superficialmente.

No. 30

Un encuentro con la historia

El da 7 de junio empez a correr el rumor de que iban a ser embarcados de nuevo, cosa que se cumpli dos das despus y con un destino concreto, la isla de Corcega. La operacin de embarque se alarg hasta el da 14 ya que aparte de tener que trasladarlos a todos hasta la baha de Cdiz, haba que ajustar el nmero de sujetos, que sobrepasaban el millar, a las capacidades de cada barco. Por fin el 14 acabaron de embarcar los ltimos y qued ajustado el convoy, de modo que al da siguiente y con todas las embarcaciones a punto de marcha, la nave capitana dio la orden de partida. Junto al buque insignia navegaban la Rosario, una fragatilla mercante de la repblica de Ragusa, una pequeo estado situado en el Mar Adritico y que correspondera a la actual ciudad croata de Duvronik, en la que embarc Juan de Hospital, junto con 80 espaoles ms, de ellos 34 de Quito, 11 de Chile y 36 de Lima. En Crcega, a donde llegaron el 9 de julio, el comandante baj a tierra para pedir permiso para desembarcar, pero se encontr con las puertas de la ciudad cerradas, ya que albergaba a 900 jesuitas y una guarnicin de 2.000 soldados franceses que esperaban de un momento a otro que estallara la guerra con los corsos, quienes reclamaban para s la isla que en aquellos momentos estaba bajo la soberana francesa. Sin saber qu hacer ni a dnde ir, el Comandante de la flota mand una carta al vicegeneral francs Conde de Marbeuff para saber si ste

quera o no admitir a los jesuitas en la zona de la isla controlada por Francia. Por fin el da 18 lleg la respuesta del Conde, el cual acceda a que el grueso de la expedicin se alojara en la ciudad de Bastia. Partieron as hacia el nuevo destino, pero el fuerte viento en contra les oblig a desembarcar el da 27 en la Baha de San Florencio, separada de un corto camino a pie de la ciudad de destino, motivo por el cual el capitn de la expedicin, el 30 de julio, distribuy la Pensin Real o Vitalicio a cada uno de los jesuitas y con ello daba por terminada su misin, pues los jesuitas se hallaban a menos de un da de camino de su destino final. Pero esa misma noche los corsos se rebelaron contra los franceses, con lo que se desat el pnico en la expedicin, de modo que intentando huir de la poblacin que empezaba a ser bombardeada, unos embarcaron en la misma nave y otros en pequeas embarcaciones, entre ellos el padre Hospital, el cual se encontr que ya que al ir a embarcar en la que haba sido su nave, su capitn la haba alquilado a los jesuitas disidentes que haban decidido partir hacia un puerto italiano. Finalmente, el da 4 de agosto llegaron frente a las costas de Bastia y pudieron desembarcar en lo que creyeron que era el definitivo destino del destierro, despus de llevar un ao y 23 das de viaje. Mientras los jesuitas se adaptaban al nuevo destino, Francia intentaba deshacerse de ellos, envindolos a los Estados pontificios. De este modo, el sbado 27 de agosto, se decidi el trasporte de todos los jesuitas a Sestri, con 31

embarcaciones francesas y de acuerdo con la Repblica genovesa, desde aqu, hasta territorio de la Iglesia, pasando por los ducados de Parma y Mdena. Despus del maltrato que estaban recibiendo por parte de los franceses, para los jesuitas esta nueva partida fue considerada una liberacin. As pues embarcados de nuevo en diversas naves, entre ellas la San Francisco en donde iban los quiteos, entre ellos el padre Hospital, partieron de Bastia el da 31 de agosto. Llegados a tierras genovesas, el da 8 pudieron desembarcar en la ciudad de Sestri de Levante. As, obtenidos los permisos correspondientes, determinaron hacer el camino por tierra sin ms. Prevenidas las mochilas, partieron en dos grupos, unos el mircoles da 10 y el resto al da siguiente. El camino que, a travs de los Apeninos les tena que llevar a la llanura del Po, hasta llegar a los Estados pontificios, fue muy penoso, ya que las lluvias de los ltimos das lo haban convertido en un barrizal en donde el avance se haca muy lento, y en varios puntos los pasos estaban llenos de agua, cosa que les obligaba a descalzarse muy a menudo. A parte muy pocos de ellos pudieron ir montados en mulas, teniendo que hacer el resto el camino a pie, cargados con las mochilas al hombro y un palo o caa por bordn como apoyo, sin ms desayuno que el de un par de higos y un pedazo de queso podrido. Despus de atravesar Varese (Varese Ligure), a donde llegaron agotados, hambrientos y muertos de fro a causa de la persistente lluvia, y atravesar los ducados de Parmesa32

do y Parma, llegaron primero a Regio y luego a Modena, en el condado de Modena, para pasar luego a la ciudad de Bolonia, la primera ciudad de los Estados Pontificios, en donde de nuevo tuvieron que recibir malas noticias y esta vez de sus propios hermanos, los jesuitas italianos, los cuales personados en la hostera en la que se alojaron, les prohibieron quedarse en la ciudad instndoles a que marcharan cuanto antes. De modo que, con la incertidumbre otra vez en sus cuerpos de saber cmo terminara su aventura por tierras pontificias, el da 18 por la maana todos los jesuitas quiteos abandonaron la hostera, y pasando por Castel San Pietro llegaron a Imola, y si bien algunos se quedaron a descansar, los ms avezados, en nmero de unos treinta, siguieron camino, y pasando por Castel Bolognese, llegaron a la ciudad de Faenza el mismo da, en donde recibieron muestras de gran cario, siendo tratados muy bien por la poblacin, la cual se mostr muy hospitalaria con los desterrados, y algunos vecinos hospedaron a varios de ellos en sus propias casas. Pero no pas lo mismo con sus hermanos de congregacin que, al igual que pasara en Bolonia, los recibieron de malas maneras, y en especial el rector del colegio jesutico, el cual les conmin a no quedarse y a pasar de largo. Llegados a este punto, el provincial de Santa Fe, secundado por los quiteos, se encar con el rector, recordndole que si bien l era rector de un colegio, por su parte l era el provincial de toda una provincia y no aceptaba sus rde-

No. 30

Un encuentro con la historia

nes, ya que no solo no saban a dnde ir, sino que ya haban gastado todo su capital y estaban faltos de alimentos y transporte. El da 21 se hizo una reunin general de la Provincia de Quito, a la que asistieron todos los profesos. En ella se expusieron los principales problemas que haba que afrontar, y que pasaban por no tener dinero para seguir pagando las hosteras y mucho menos los carruajes; y, a esto, se aada la incertidumbre de no saber a dnde ir ni quien les acogera. Unos pidieron permiso para proseguir camino hacia Rimini, mientras que los otros comisionaron al padre Josep Masdeu, que hablaba italiano, para que se desplazara a Ravenna para hablar con el Legado Pontificio, el cual volvi el da 24 con la buena noticia de que aceptaban a 30 jesuitas en la ciudad. Y mientras esto suceda, llegaba a Faenza la Providencia Paternal del Clemente XIII diciendo que admita a todos los jesuitas expulsos en sus Estados y exhortando a sus magistrados para que les diesen buena acogida. Con las buenas noticias, el da 25 de septiembre salan para Ravenna los 20 estudiantes al mando del padre Juan Hospital, aunque gracias a la mediacin del Conde Cantoni, hermano del arzobispo Cantoni, das despus se consigui que este nmero aumentara a 40.

Llegada a RavennaEl 3 de octubre de 1768, luego de catorce meses de un camino pico de dolor, muerte y privaciones, Joan de

Hospital y sus compaeros de la Provincia quitense podan descansar en la ciudad de Ravenna, que sera el sitio de su ltima morada. Pero la llegada a Ravenna tampoco trajo consigo un gran descanso, pues la poblacin con el temor que su llegada encareciera el de por s ya pobre pas, durante largo tiempo les dio la espalda. Suerte tuvieron del arzobispo Cantoni, hermano del que era el benefactor de los jesuitas, el Conde Cantoni, que les dio 100 pesos para que dijeran misas, y les busc habitaciones para que pudieran arrendar. Pero por fin pudieron instalarse en la llamada casa Contarelli, de modo que el mes de octubre de 1769 qued establecida de nuevo la Provincia de Quito. El mes siguiente recibieron la Pensin Real, pero solo para los meses de octubre y noviembre, a la vez que reciban la notificacin de que Clemente XIII les autorizaba a recibir limosna por las misas. Ambas cosas les trajo un alivio econmico y pudieron a mitad de mes arrendar una segunda casa, llamada Nagla, ms decente y cmoda, adonde pasaron la mitad de los alumnos, el viceprovincial y el secretario, mientras que Hospital quedaba en la casa Contarelli como superior y primario. En mayo del ao siguiente, con la llegada de la ltimos jesuitas ecuatorianos, entre ellos el P. Tomas Nieto Polo y el padre Juan Bautista Aguirre, se reorganizaron las casas, quedando Hospital como maestro de Prima y superior de la casa Prandi. La vida de los jesuitas en Ravenna, durante el 1769, era bastante buena. Enterraban a sus muertos, se concedan los distin33

tos grados y votos, se ordenaban nuevos jesuitas, en fin, las distintas casas funcionaban como en los antiguos colegios de origen. A mediados de 1773 una nueva desgracia se cerni sobre los jesuitas, en forma de sentencia dictada por el Papa Clemente XIV, que ordenaba la extincin de la Compaa; de modo que, el da 25 de septiembre, se les notific que ninguno se moviese del lugar en que estaba, aunque en diciembre se levant este arresto y se les permiti circular libremente por donde quisieran, exceptuando la ciudad de Roma. Despus de la disolucin, muchos permanecieron como sacerdotes diocesanos en sus lugares de residencia, dedicados a diversos ministerios espirituales. Otros se dispersaron por Italia, consagrados a labores apostlicas, a la enseanza en algunas universidades y seminarios diocesanos. Juan de Hospital, por su parte, permaneci en Ravenna, junto con otros quiteos, dedicndose a aquello que tambin se le daba: predicar, confesar y catequizar, hasta el momento de su muerte, acaecida el 23 de noviembre de 1800.10

EplogoEl despotismo ilustrado generado por las reformas borbnicas que durante todo el siglo XVIII fueron impuestas en Amrica, predominantemente por Carlos III desde 1758, permitieron en las colonias, especialmente en sus lites criollas, la asimilacin de una nueva manera de mirar el mundo a partir de la Ilustracin.26,27 34

Este aperturismo permiti la presencia en la Audiencia de Quito, en casi una dcada, de la Misin Geodsica, la que determin que en esta alejada colonia del imperio espaol surja un movimiento cientfico filosfico autntico y primigenio en Amrica.2 Ser en este ambiente de aperturismo que el ao 1761 Juan Hospital, un sacerdote cataln educado en su juventud en las ideas de la Ilustracin, guiara en sus estudios al joven ibarreo Manuel de Carbajal, porque en aquellos aos los estudiantes cursaban la filosofa entre los doce y los quince aos, una edad a la que ningn alumno, por muy capaz que hubiera sido, habra podido estructurar un conjunto tan bien armado y preciso de tesis de filosofa, si no fuese bajo la direccin y gua directa de su profesor. De este modo, Hospital, a travs de su alumno, admiti pblicamente el sistema copernicano aunque eso si, suavizndolo bajo la premisa de Hypothesis Caeteris Preferenda (hiptesis preferida entre otras) en la tesis hecha pblica el 14 de diciembre de 1761 bajo el ttulo Coleorum extasi. De este modo, como muy bien defiende Keeding, el padre Hospital, en la Universidad de Quito, fue el primero que difundi la nueva ciencia en las colonias espaolas de Amrica, y no Jos Celestino Mutis, encargado de la Ctedra de Matemticas y Astronoma en el Colegio del Rosario, en Santa Fe de Bogot, que defendi la teora copernicana en 1762, un ao despus, y a causa de lo cual fue denunciado por los dominicos.15,26 Una denuncia

No. 30

Un encuentro con la historia

de la cual pudo escapar Hospital, ya que si bien introduca en sus clases las teoras copernicanas y newtonianas como simples hiptesis, dichas teoras quedaban excluidas de los exmenes con objeto de evitar escndalos, siendo nuevamente retomadas en los trabajos realizados posteriormente a ttulo individual por los alumnos4,6,19,20. Planteado desde el concepto de hiptesis, permita, como dice Paladines, divulgarlo y desarrollarlo sin entrar en conflicto con los telogos y los defensores del saber ingenuo, facilitando as la asimilacin de la nueva cosmologa por parte de amplios crculos de gente instruida que no solo se limitaba al claustro universitario sino al resto de la sociedad quitea ilustrada. Un crculo cientfico que poco a poco se ira ampliando y que dara lugar a que un grupo de estos intelectuales crearan poco despus, la Academia Pichinchense, de cuya existencia se documenta en el ao de 1762 y en el que se puede suponer que Hospital fue uno de sus miembros, ya que fueron los padres jesuitas sus principales gestores.3 Esta institucin cientfica tena su cede en el claustro de la Universidad de San Gregorio y se hallaba dedicada a las observaciones astronmicas y al estudio de los fenmenos fsicos.5,8 Pero de lo que podemos estar seguros es que en aquel curso del ao 1761 se marc un antes y un despus en la ciencia del Ecuador y Amrica; as como en muchos jvenes de la poca, discpulos directos del padre Hospital como lo

fueron: Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Manuel de Carbajal y Joaqun Rodrguez.9 Quienes vertieron el nuevo conocimiento de las ciencias y la filosofa en un pensamiento de carcter liberador en sus hijos y conciudadanos, para que sean los gestores el 10 de Agosto de 1809 en la ciudad de Quito, del Primer Grito de Independencia en Amrica.28,29

Bibliografa1. Archivo de Bautizos de Banyoles. Pla del Estany, Siglo XVIII, Girona, Catalunya, Espaa. 2. Acosta Sols, Misael, La ciencia Iberoamericana durante la Conquista y la Colonia, en revista Cultura, Banco Central del Ecuador, No. 23, vol. VIII, septiembrediciembre, 1985, pp. 141-199. 3. Alcedo Antonio, Pichinche. Diccionario geogrfico Histrico de las Indias Occidentales o Amrica, t. IV. 1788, p. 204. 4. Arboleda, Patricio Luis, Soto Arango, Diana, The theories of Copernicus and Newton in the Vicero