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1 Náufragos y naufragios en los mares californianos No sé si el lector estará de acuerdo conmigo pero a mí me gusta la palabra “naufragio”, pese a su significado trágico, o tal vez por eso, porque la tragedia nos hace imaginar escenarios más allá de lo sucedido; esto ha llegado a convertir al naufragio en símbolo de otras desgracias: la vida de una persona naufraga, hasta un estado naufraga. La palabra proviene del latín navis, nave (de la bellísima raíz indoeuropea nau), y de fran- gere, que significa romper. Hoy incluso utilizamos na- vegar, en sentido figurado, para hablar de las dificulta- des que enfrentamos en el camino, ya sea de la vida, o de un fragmento de ella, lo que nos puede sugerir que sin duda la navegación marítima de otros tiempos en efecto fue un trance difícil que en numerosas ocasio- nes llevó al naufragio. DENÍ TREJO Contramaestre: ¡Más ceñido! ¡Más ceñido! ¡Icen la del trinquete! ¡Cambien de borda! ¡Al mar! Marineros: ¡Estamos perdidos! ¡A rezar que no hay salida! SHAKESPEARE, LA TEMPESTAD. Suplemento cultural de botellalmar.com, número 2, noviembre de 2017. Ilustraciones de: VÍCTOR HIGUERA

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Náufragos y naufragiosen los mares californianos

No sé si el lector estará de acuerdo conmigo pero a mí me gusta la palabra “naufragio”, pese a su significado trágico, o tal vez por eso, porque la tragedia nos hace imaginar escenarios más allá de lo sucedido; esto ha llegado a convertir al naufragio en símbolo de otras desgracias: la vida de una persona naufraga, hasta un estado naufraga. La palabra proviene del latín navis, nave (de la bellísima raíz indoeuropea nau), y de fran-gere, que significa romper. Hoy incluso utilizamos na-vegar, en sentido figurado, para hablar de las dificulta-des que enfrentamos en el camino, ya sea de la vida, o de un fragmento de ella, lo que nos puede sugerir que sin duda la navegación marítima de otros tiempos en efecto fue un trance difícil que en numerosas ocasio-nes llevó al naufragio.

Dení Trejo

Contramaestre: ¡Más ceñido! ¡Más ceñido!¡Icen la del trinquete! ¡Cambien de borda! ¡Al mar!

Marineros: ¡Estamos perdidos! ¡A rezar que no hay salida!

ShakeSpeare, La TempesTad.

Suplemento culturalde botellalmar.com,

número 2, noviembre de 2017.

Ilustraciones de: VícTor higuera

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Como en el pasado, y no obstante las nuevas tecnologías, las embarcaciones que surcan los mares en épocas recientes pueden nau-fragar debido a temporales, rutas desconocidas, descomposturas, y tam-bién a las veleidades de quienes las tripulan y navegan en ellas. Así que hablar de viajes marítimos en tiempos remotos o actuales implica necesariamente conocer de los riesgos que enfrentan los navegantes ante temporales, pérdida de rumbo y motines o insubordinación de los marinos. No se diga incluso sufrir el ataque de fuerzas enemigas y de corsarios o piratas, como cuando en el siglo xVi el galeón Santa Ana, en su viaje de retorno de Filipinas, naufragó frente a las costas de Baja California por el ataque del pirata Cavendich en 1587.

La impotencia ante el ataque de naves mejor armadas, ante los elementos de la naturaleza o ante la traición de los compañeros de viaje ha suscitado numerosos relatos que tratan de mostrar no sólo el momen-to de la desventura sino sobre todo los comportamientos y las relacio-nes humanas ante situaciones extremas y la posibilidad de la muerte. Es eso precisamente lo que ha llevado a que el tema del naufragio sea objeto no sólo de la historia al registrar este tipo de tragedias, sino de la literatura y de la pintura, como en un famoso cuadro de 1818-1819

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del pintor francés Géricault, que expresa, a la manera del romanticismo, la tragedia del naufragio que ha-bía sucedido al buque insignia Medusa un año antes. Quiero dar cuenta de manera breve en este texto de dos relatos que refieren naufragios sucedi-dos en los mares californianos. Uno de ellos relata un hecho histórico poco conocido, la llegada a la costa sur de Baja California de varios náufragos japone-ses en 1842. Algunos de ellos, a su regreso a Japón,

contaron su historia, por lo que quedó registrada en ese idioma junto con algunas ilustraciones. Uno de estos relatos con sus respectivas imágenes fue recu-perado en el libro Kaigai Ibun (Extrañas narraciones de ultramar) de 1854. El segundo relato que deseo compartirles es un naufragio contado en una novela, es decir inventado por su autor, el veracruzano José María Esteva, quien estuvo en Mazatlán y Baja Ca-lifornia en 1857, y que guarda estrechas relaciones con la historia de su tiempo.

Hatsutaro, un náufrago japonés en san josé del Cabo

Según el relato de uno de los sobrevivientes del nau-fragio del Eijimaru, de nombre Okazaki Hatsutaro, dicho barco había zarpado en Hyogo, Japón, en 1841 con sake y azúcar, pero una tormenta le hizo perder el mástil y el timón, por lo que quedó a la deriva; en esa dramática situación un barco español, al pa-recer de los que transitaban todavía entre Filipinas y México, recogieron a varios de los sobrevivientes y abandonaron a siete de ellos en Cabo San Lucas.

Los náufragos fueron llevados a San José del Cabo por vecinos de la zona, que era en ese tiempo un lugar habitado y no una isla desierta, como ge-neralmente se piensa en el destino de los náufragos por los imaginarios dejados por la literatura. Aun así, en aquellos años San José del Cabo era una pe-

queñísima localidad, de manera que los japonenses debieron sentirse prácticamente desolados, no sólo por el escaso vecindario sino por las dificultades para comunicarse y por los problemas que tuvieron para encontrar la forma de regresar a su país. Pese a ello, se cuenta que fueron atendidos por los veci-nos. Aunque fueron varios los japoneses que queda-ron en Baja California, por ahora sólo conocemos el relato de Hatsutaro, quien dice haber sido alojado por Miguel Choza, un vecino influyente, al parecer de origen filipino, que quería que se quedara en la península y casarlo con una de sus hijas. Aunque estuvo varios meses en esta población del extremo sur peninsular trabajando para Choza, su interés era regresar a Japón, así que en cuanto vio la forma de hacerlo se trasladó a Mazatlán con otro de sus com-

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pañeros, de nombre Zensuke. Ahí trabajó en la casa de un comerciante importante de ese puerto, también de origen filipino, Benito Machado, para luego con-seguir transportarse en 1842 en una embarcación de comercio rumbo a Macao, de donde recorriendo la costa china logró llegar finalmente a Japón en 1844.

De manera que este naufragio tuvo un final feliz, por lo menos para Hatsutaro que contó que fue bien acogido en México durante un tiempo y luego encontró la manera de regresar a su lugar de origen,

donde fue sometido a un interrogatorio, del cual lue-go surgió el ya mencionado Kaigai Ibun, en el que se cuentan los sucesos y desventuras del viaje, datos geográficos, diversos aspectos de la vida cotidiana, así como sus observaciones de la flora y la fauna de los lugares donde estuvo. El complemento del rela-to son varias pinturas y dibujos sobre México —los puertos de San José del Cabo y Mazatlán—, elabo-rados en Japón a partir de la historia del náufrago, en el estilo característico del dibujo japonés.

el naufragio de la barCa Carolina

El otro naufragio del que quiero hablarles es el que se desarrolla en la novela La campana de la misión, una narración que tiene tres momentos principales: el primero donde da cuenta el autor, José María Es-teva, de los personajes y el contexto que lleva a la navegación desde Mazatlán a la barca Carolina. En esta parte conocemos el ambiente del puerto sinalo-ense, con sus lugares de reunión, tugurios y paseos; asimismo nos ilustra sobre los personajes: sabemos que hay una familia acaudalada en Mazatlán, la cual espera una embarcación que deberá llevarlos a la Alta California, donde casarán a su bella hija con el hijo de un comerciante acaudalado; nos enteramos

también del solitario Eduardo, poeta que tomará también la barca, y de que el dueño de ésta planea llevar plata de contrabando, de lo cual se han entera-dos unos marinos que a su vez tienen su propio plan para apropiarse del codiciado metal.

El segundo momento transcurre cuando el autor logra envolvernos en la atmósfera de los he-chos que llevan al hundimiento de la barca Carolina. Podríamos decir que es la parte central de la novela, que Esteva construye gracias a que conoce de nau-fragios históricos producto de motines y ataques de piratas. No obstante, para que la historia de ficción

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sea verosímil el novelista le crea un contexto apropiado y coherente. A tono, podríamos decir, con los problemas de mediados del siglo xix que podían llevar al naufragio a una embarcación de vela en el golfo de Ca-lifornia. El autor de la novela sabe que para que un barco naufrague debe haber por lo menos un temporal, pero para hacer más emocionante el re-lato decide aunar a éste el motín, otro factor conocido en la historia de los naufragios pero cuyas motivaciones en este caso serán producto de algo muy del momento, el beneficio que les daría a los amotinados apropiarse de la plata contrabandeada en dicha embarcación. De hecho parece haber un fondo moral en la novela de Esteva cuando decide hundir la nave que ha hecho contrabando y matar a todos los viajeros y tripulación, tanto a los amotinados como a los pasajeros, con excepción de una pareja que serán los náufragos de esta historia: dos almas buenas, una inocente y joven mu-jer, Laura (en la que proyecta Esteva al ideal de mujer de su siglo: bella, inocente, obediente del padre hasta para aceptar un matrimonio que no desea, virtuosa, de una voz angelical), y la otra, un hombre joven (el ideal masculino del autor: poeta, recto, honesto, enamorado de una mujer que no conoce, pero que resulta que va en la embarcación, y que al enterarse del contrabando expresa su oposición). Ambos personajes proyectan los ideales del autor romántico que es Esteva, de manera que salva sus vidas cuando son expulsados al mar por la tormenta, pero solo temporalmente.

En el tercer momento de la novela, la pareja de náufragos cumple la función clásica literaria de instaurar un orden social que les permite justificar y culminar su amor en un ritual de matrimonio que efectúan en un altar que ellos elaboran en la soledad de una isla; luego prosegui-rán su trágica vida en las ruinas de una misión abandonada en la costa bajacaliforniana hasta su muerte, ante su incapacidad para sobrevivir en esas desoladas tierras.

Dos elementos de reflexión surgen de estos relatos sobre náu-fragos y naufragios: del primero, que no siempre la tragedia termina en muerte para todos, aunque quizá lo más importante que habría que des-tacar es que el relato de Hatsutaro, por más objetivo y descriptivo que parece y que trata de confirmar con el acompañamiento de ilustraciones para dar más certeza a lo sucedido, más bien parece proyectar su propia cultura en lo que ve. En otras palabras, lo que observa parece trasladado a sus códigos culturales japoneses, lo que enriquece estéticamente sin duda a nuestros ojos sus relatos, pero a la vez pierde los elementos con los cuales querríamos poder identificar lo propio; es decir, en sus obser-vaciones vemos más a Japón que a México.

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Directorio

Editor

Manuel Lucero

Consejo Editorial

Alejandro Álvarez • Cecilia Cristerna

Davis • Marco Antonio Landavazo •

Modesto Peralta Delgado •Dení Trejo

• Edith Villavicencio

Diseño e ilustraciones

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número 2, noviembre de 2017, es una

publicación de Servicios Editoriales y

Producciones Audiovisuales

Dunas, S. de R. L. de C. V.

Gerente administrador:

José Manuel Lucero Higuera.

Todos los registros en trámite.

Del segundo caso, la novela, advertimos que el naufragio sigue cánones clásicos aunque adaptados a las circunstancias históricas de lo que sucedía en la navegación maríti-ma del golfo californiano, en las que destacan las formas de vida portuaria del puerto mazatleco y la importan-cia que el autor le atribuye al contra-bando, de ahí que la novela pretenda en cierto modo mostrar el castigo que puede sobrevenir a los que lo prac-tican; por supuesto la tragedia de la barca Carolina culmina en la historia romántica de la pareja de náufragos que finalmente rebasan los preceptos morales de su tiempo para instaurar su propio orden (un matrimonio sin Iglesia, pero frente a Dios), que les permita culminar su amor. Pero de esto no sabrá nadie porque de ellos no quedará rastro alguno.

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el 25 septiembre de 2017: http://trace.revues.org/972