Tácito - Historias [Ed. Juan Luis Conde)

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CORNELIO TÁCITO - HistoriasEdición y traducción de Juan Luis CondeApenas sabemos nada sobre Tácito. Incluso el apodo familiar con el que hoy se le conoce, Tacitus/Tácito, es un adjetivo que expresa algo «no manifestado", «no expreso», «reservado». Lo que podemos afirmar sobre su biografía y personalidad son en gran parte conjeturas que resultan del cruce de datos sueltos entre la historia de su tiempo y su propia obra histórica: que probablemente nació a mediados de los años 50 d.C., que fue senador y llegó a cónsul, que formó parte de la élite social y económica de la Roma del Principado y alcanzó el techo político que le ofrecía su época.Tácito inicia su relato en las Historias incorporándose a la larga tradición de los historiadores republicanos, la analística, que acostumbraba a narrar la historia de Roma año a año. Así pone de relieve las incongruencias entre el ideal republicano de Roma y la dura realidad dinástica e imperial.La analística había construido durante la República un auténtico personaje colectivo, Roma, cuya importancia era superior a la de cualquier individuo y se plasmaba en acciones particulares de personajes individuales. Ahora, en cambio, los personajes individuales han suplantado a Roma como materia narrativa y la historia colectiva se ha vuelto historia personal; su escritura exige una nueva manera y un nuevo talento expositivo.La conciencia de un pasado roto y un presente mistificador establece la lectura política y estéticade la historia que Tácito nos cuenta.INDICEEscritor, delatorEl enigma y sus circunstancias El sentido de la obra (y sus contrasentidos) Las Historias como narración El largo año 69 El alma de los personajes El estilo como manipulación La naturaleza moral de la historiaLos códigos literarios El estilo contra la claridad ESTA EDICIÓN BIBLIOGRAFÍA HISTORIASLibro primero Prefacio y sumario moral de la obra (1-3) Diagnosis del imperio (4-11) La muerte de Galba y el advenimiento de Otón (12-50) La rebelión de Vitelio (51-70) Roma bajo el poder de Otón (71-90)Libro segundo Los Flavios entran en escena (1-10) La batalla de Bedriaco (11-45) El suicidio de Otón (46-56) La marcha de Vitelio hacia Roma (57-73) Vespasiano se proclama emperador (74-86) Vitelio en Roma (87-101) Libro tercero El saqueo de Cremona (1-35) Conflictos en Roma, Italia y las provincias (36-48) Rivalidad entre Antonio Primo y Muciano (49-53) El ejército viteliano se desmorona (54-63) El incendio del Capitolio (64-75) La captura de Roma y el fin de Vitelio (76-86) Libro cuarto Los rescoldos de la guerra. Polémicas en el Senado (1-11)La insurrección de Civil (12-37) Comienzos del año 70 (38-53) La reconquista del Rin (54-79) El comportamiento de los nuevos amos de Roma (80-86)Libro quinto La guerra de Judea (1-13) La rendición de Civil (14-26)

Transcript of Tácito - Historias [Ed. Juan Luis Conde)

  • CORNELIO TACITO

    Edicin de Juan Luis Conde

    CATEDRA LETRAS UNIVERSALES

  • Apenas sabemos nada sobre Tcito. Incluso el apodo familiar con el que hoy se le conoce,

    Tacitus/Tcito, es un adjetivo que expresa algo no manifestado", no expreso, reservado. Lo que podemos afirmar sobre su biografa y personalidad son en gran parte conjeturas que resultan del cruce de datos sueltos entre la historia de su tiempo y su

    propia obra histrica: que probablem ente naci a mediados de los aos 50 d.C., que fue senador

    y lleg a cnsul, que form parte de la lite social y econmica de la Roma del Principado y alcanz el techo poltico que le ofreca su poca.

    TTcito inicia su relato en las Historias

    incorporndose a la larga tradicin de los historiadores republicanos, la analstica, que acostumbraba a

    narrar la historia de Roma ao a ao. As pone de relieve las incongruencias entre el ideal republicano

    de Roma y la dura realidad dinstica e imperial.La analstica haba construido durante la Repblica

    un autntico personaje colectivo, Roma, cuya importancia era superior a la de cualquier individuo

    y se plasmaba en acciones particulares de personajes individuales. Ahora, en cambio, los

    personajes individuales han suplantado a Roma como materia narrativa y la historia colectiva se

    ha vuelto historia personal; su escritura exige una nueva manera y un nuevo talento expositivo.

    La conciencia de un pasado roto y un presente mistificador establece la lectura poltica y esttica

    de la historia que Tcito nos cuenta.

    Letras U niversales

  • CORNELIO TCITO

    "W W Jl. Historias

    Edicin de Juan Luis Conde

    Traduccin de Juan Luis Conde

    CTEDRA LETRAS UNIVERSALES

    ArmauirumqueArmauirumque

  • Letras U niversales

  • Ttulo original de la obra: Historiarum Libri

    1.a edicin, 2006

    Diseo de cubierta: Diego Lara

    Ilustracin de cubierta: Representacin del adiestramiento militar en la antigua Roma

    Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las

    correspondientes indemnizaciones por daos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, disttibuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artsticao cientfica, o su ansformacin, interpretacin o ejecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacin.

    Ediciones Ctedra (Grupo Anaya, S. A.), 2006 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

    Depsito legal: M. 31.317-2006 I.S.B.N.: 84-376-2319-7

    Printed in Spain Impreso en Lavel, S. A.

    Humanes de Madrid (Madrid)

  • INTRODUCCIN

  • E s c r it o r , d e l a t o r

    En 1808 Napolen y Goethe se encontraron en Weimr. La Comdie Franaise se haba trasladado hasta all para representar una tragedia de Voltaire (La Muerte de Csar) ante el congreso de soberanos europeos que se haba reunido en Erfurt y, junto con ellos, ambos asistan al espectculo. La conversacin discurra ante testigos, entre otros el poeta Wieland y Talleyrand, que es quien relata el episodio1. El Emperador preguntaba si les gustaba lo que vean y Goethe aprovech para hacer un elogio de la tragedia:

    Una buena tragedia debe considerarse como la ms digna escuela de los hombres superiores. Desde un cierto punto de vista, est por encima de la historia. Con la mejor historia no se consigue ms que un pequeo efecto.

    Napolen se mostr de acuerdo. Hizo un comentario sobre la diferente capacidad de emocionarse del lector solitario y del pblico reunido en un teatro (Cuando estn reunidos, los hombres reciben impresiones ms fuertes y duraderas, dijo), y no quiso dejar escapar la oportunidad de exhibir ni su erudicin ni su capacidad de provocacin:

    1 Mmoires T, 1807-1815, Pans, 1957, pgs. 122-123. (La traduccin es ma).

    [9]

  • Les aseguro que ese historiador que ustedes citan siempre, Tcito, nunca me ha enseado nada. Conocen ustedes un mayor y a menudo ms injusto detractor de la humanidad? A las acciones ms simples, l les encuentra motivos criminales; convierte a todos los emperadores en canallas profundos para hacer as ms asombroso el genio que les tiene posedos. Con razn se ha dicho que sus Anales no son una historia del imperio, sino una nota registral (relev des greffes) de Roma: todo son acusaciones, acusados y gentes que se abren las venas en el bao. l, que habla sin cesar de delaciones, l es el ms grande de los delatores. Y qu estilo!, qu noche tan oscura! Personalmente no soy un gran latinista, pero la oscuridad de Tcito se observa en diez o doce traducciones italianas o francesas que he ledo, y he llegado a la conclusin de que le es propia, que nace de eso que se llama su genio tanto como de su estilo, y que resulta tan inseparable de su manera de expresarse porque est en su manera de concebir.

    La detallada noticia que Talleyrand nos proporciona sobre el episodio resulta, de entrada, una buena muestra de la importancia que la obra de Cornelio Tcito haba ido adquiriendo en Europa desde que Boccaccio la rescatase en el siglo xiv de los anaqueles de Montecassino y del prestigio que gozaba en los crculos intelectuales ilustrados: ser tema de conversacin entre Goethe y Napolen no parece poca cosa... Por lo dems, Goethe debi de quedarse pasmado ante lo que oa. El ms grande de los delatores: se trata de un aserto ciertamente severo y negativo, aunque tambin es verdad que, como Emperador de media Europa, el corso no era un lector libre de prejuicios.

    En 1808, Napolen cumpli cuarenta aos, una cifra que quiz resulte admirable si pensamos en un poltico y un militar en la cspide de su poder; puede incluso sorprender su soltura y osada para formular juicios literarios, si lo comparamos con la media de los polticos y militares y hasta con la de los crticos literarios. Pero conviene tambin tener en cuenta su edad a la hora de cotejar su crtica con la del fsico y afo- rista alemn Georg Christoph Lichtenberg, desaparecido poco antes, en 1799, la cual podra resultar representativa del pensamiento ilustrado e, indirectamente, arroja sobre el general francs un juicio poco halageo como lector:

    [10 ]

  • Es seal infalible de un libro bueno el que con los aos nos guste cada vez ms. Un joven de dieciocho aos que quisiera, tuviera la oportunidad y, sobre todo, pudiera decir lo que siente, emitira, creo yo, el siguiente juicio sobre Tcito: Tcito es un escritor difcil, que dibuja bien los caracteres y, a veces, los pinta magistralmente, pero que afecta oscuridad y suele intercalar en el relato de los acontecimientos ciertas observaciones que no lo esclarecen mucho; hay que saber mucho latn para entenderlo. A los veinticinco, y suponiendo que haya hecho algo ms que leer, quiz dira: Tcito no es el escritor oscuro que yo pensaba que era, pero me parece que latn no es lo nico que hace falta saber para entenderlo. Uno mismo ha de poner mucho. Y a los cuarenta, teniendo ya cierto conocimiento del mundo, tal vez diga: Tcito es uno de los escritores ms grandes que jams han existido52.

    Bueno: por muy capaz de expresarse que fuera Napolen, para Lichtenberg no ha pasado, como lector, de los dieciocho aos... Y sin embargo no conviene desdear su lectura a la ligera. Aun recurriendo a conceptos analticos propios de su tiempo, no deja Napolen de poner el dedo en la llaga sobre algunos de los aspectos ms controvertidos del autor. Oscuro y perverso, o genial escritor? Los juicios extremos sobre una obra suelen hacer derivar la curiosidad de los interesados hacia el autor mismo en busca de explicaciones: el sentido de su obra, sus intereses o las motivaciones ltimas de su escritura se rastrean en su biografa. Intil o no, poca luz puede arrojar esta vez la peripecia vital de nuestro autor sobre tanta tiniebla.

    E l e n i g m a y s u s c ir c u n s t a n c ia s

    Cuando queremos hablar de Cornelio Tcito, nos encontramos con un verdadero enigma: apenas sabemos nada de l. En torno a su persona parece haberse tramado una autntica conspiracin de silencio. Ni siquiera estamos seguros de su

    2 Aforismos E 197.

    [II]

  • nombre completo: cul fue realmente su praenomen, Publio o Gayo? La respuesta quedar probablemente para siempre sin confirmar. De este modo, pues, el enigma adquiere tintes bor- gianos, porque su cognomen, ese apodo familiar por el que hoy se le conoce, Tacitus, es un adjetivo del verbo taceo (callar, no decir) cuyo significado es asimilable al que le damos en la expresin acuerdo tcito, o sea, no expreso, no manifiesto, reservado. No en vano se fue el pseudnimo escogido por un grupo de articulistas del diario A B C en los primeros aos de la Transicin espaola, decididos a mantener el anonimato.

    Hasta finales del siglo xx, todo lo que la arqueologa pareca habernos dejado sobre l consista en una inscripcin que registra su paso como procnsul por la provincia de Asia, en el ao 112. Tan recientemente como en 1995 la revisin de una inscripcin funeraria ya catalogada permita leer el nombre completo de un senador: [..Tajcitus. Su ttulo de quaestor Augusti un puesto de confianza del emperador y el tipo de escritura permiten datarla desde finales del siglo i d.C. hasta mediados del n. Conocemos bastante bien la composicin de la clase dirigente del Senado durante ese periodo y el nico que parece ajustarse a los datos es nuestro hombre. La noticia la publicaba Geza Alfldy bajo el elocuente ttulo Rompe el Silencioso su silencio?3. El descubrimiento ha dado pie a una reconsideracin de su carrera poltica y ciertos extremos de su actividad como historiador4, pero los datos mayores de su biografa no han dejado de ser un misterio.

    Para frustracin de algunos, no podemos celebrar ningn centenario o milenario, ni el de su nacimiento ni el de su muerte: seguimos ignorando ambas fechas. Con la significativa excepcin de su amigo Plinio el Joven a cuya correspondencia debemos alguna oportuna mencin, ningn contemporneo habla de l y, durante mucho tiempo, la pos

    3 Bricht der Schweigensame sein Schweigen?: eme Grabsinschrift aus Rom, M DAI(R), 102, pgs. 251-268.

    4 Cfr. A. R. Birley, The Life and Death of Cornelius Tacitus, Historia 2000 49 (2), pgs. 230-247.

    [1 2 ]

  • teridad pareci olvidarse de su paso por la tierra. l mismo es poco dado a revelar datos de su vida, y cuando lo hace es con su proverbial vaguedad e imprecisin.

    Los caminos que nos llevan a especular sobre su origen son, cuando menos, pintorescos: por Plinio sabemos que a un ciudadano romano le llam la atencin el acento de Tcito. Eso significa que no era, con gran probabilidad, originario de la capital del imperio. Pero era itlico o proceda de alguna provincia? Nuevas conjeturas han llevado a los especialistas a proponer distintas alternativas, entre las cuales un origen galo goza de cierto consenso. Tal vez de la Blgica, donde se ha documentado un procurador con el mismo nombre?, o tal vez de la Narbonense, de Frjus, de donde proceda su suegro?

    Lo que podemos afirmar sobre su biografa y personalidad son en gran parte conjeturas que resultan de un cruce de datos sueltos entre la historia de su tiempo y su propia obra histrica pero, irnicamente, lo que sabemos de su tiempo se lo debemos en buena parte a su obra histrica.

    Sabemos, por ejemplo, que en el ao 88 d.C. Tcito era pretor: eso significa que, atenindonos a las edades mnimas exigidas para acceder al cargo, naci a mediados de los aos 50 (tal vez el 55). Su infancia transcurri durante el principado de Nern y, si como otros ilustres provinciales se traslad a Roma a edad temprana, es posible que en su adolescencia fuera testigo del incendio del Capitolio y la sangrienta toma de la ciudad por las tropas de Vespasiano, a fines del ao 69, episodios ambos que se relatan en la obra a la que sirve esta introduccin.

    Sabemos tambin que fiie senador y, recorriendo paso a paso el escalafn reglamentario, lleg a cnsul, es decir, que form parte de la lite social y econmica de la Roma del Principado y alcanz el techo poltico que le ofreca su poca emperador aparte. Es verdad que ni el Senado ni la magistratura del consulado tenan ya, desde que Augusto transform de raz el sistema poltico romano salvaguardando la fachada, el mismo valor que durante la Repblica.

    Hasta finales del siglo i a.C. el Senado era la institucin que haba propulsado y capitalizado la expansin imperialis

    t a ]

  • ta de Roma. A l perteneca la oligarqua social y econmica de la Urbe, siguiendo una mezcla tradicional de criterios de alcurnia y propiedad. Por su parte, los dos cnsules representaban durante un ao el vrtice del poder ejecutivo, en un sistema colegiado e improrrogable destinado a evitar el mximo tab republicano: el poder de uno solo.

    Sin embargo, podra decirse que la oligarqua fue tambin vctima de su propio xito: la explotacin de un imperio sin rivales cre un foso creciente de desigualdad entre los ciudadanos romanos y, a la postre, una escisin entre las clases dirigentes. Las luchas entre reformadores y conservadores, alineados tras la fuerza de generales al mando de ejrcitos profesionales, desembocaron en una larga serie de guerras civiles entre cuyos resultados cabra contar con la prctica extincin fsica de la vieja aristocracia.

    El nuevo rgimen instaurado por Augusto al final de este ciclo sangriento el Principado trajo consigo el tan temido poder de uno solo y, un poco a la manera de la monarqua moderna respecto a los seores feudales, dej a la oligarqua desmochada y atrapada entre la casa imperial y la foerza de nuevos sectores emergentes, como los acaudalados caballeros o los libertos, en general profesionales e intelectuales griegos bien preparados para la administracin y la gestin de las finanzas. Como resultado, el antiguo poder del Senado fue severamente recortado y el cargo de cnsul transformado poco menos que en una distincin honorfica: en el ao 97, Tcito slo fue uno de una larga serie. El poder de hecho qued en manos del emperador o prncipe y su crculo. El imperio se dividi en provincias armadas y desarmadas: stas, las ms romanizadas, bajo el mando de un procnsul civil, nominalmente a cargo del Senado; las otras, gobernadas por un legado militar bajo las rdenes directas del emperador, convertido as en patrn nico de todos los ejrcitos y a quien los soldados prestaban juramento de lealtad. Eso no impeda que la tropa acuartelada en Roma en especial los pretorianos y su prefecto se convirtieran en los verdaderos rbitros del poder.

    Sangre nueva para los estamentos u rdenes superiores fue llegando primero de Italia y despus de las provincias: es po

    [14 ]

  • sible que, entre ellos, el propio Tcito. Como prueba de que la ideologa es ms poderosa que la sangre, entre sus pginas pueden rastrearse, traducidos en emociones, algunos de los rasgos definitorios de la ideologa aristocrtica durante el Principado: nostalgia de la Repblica (la Libertas, en su jerga poltica), miedo fundado al poder imperial y recelo del sistema dinstico, orgullo de clase (o, si se prefiere, clasismo), desprecio por los libertos y advenedizos en general...

    La vida bajo los sucesores de Augusto, los Julio-Claudios, no fue sencilla para aquellos hombres. Tiberio, Caligula, Claudio y Nern han pasado a la historia como emblemas de la infamia aunque convenga no olvidar que el relato de sus obras estuvo en manos precisamente de sus vctimas aristocrticas. A comienzos del verano del ao 68 el vaso se colm; el ejrcito y el Senado se concertaron para acabar con el gobierno de Nern: por vez primera, los senadores emplearon sus poderes para destituirlo mientras dos sublevaciones tenan lugar en sendas provincias occidentales. En la Galia, el propretor Julio Vndice se declar en rebelda y de poco sirvi a Nern su aplastamiento a manos del gobernador de la Germania Superior, Verginio Rufo: el de la Hispania Citerior, Sulpicio Galba fue proclamado emperador por sus tropas por primera vez no en Roma, por primera vez no por las tropas de la guarnicin de la Urbe y emprendi camino hacia la capital. Los ltimos momentos de Nern han sido relatados sin ninguna compasin por los historiadores de entonces y aireados por la moderna novela histrica: Qu gran artista muere conmigo!5, pudieron ser sus ltimas palabras. Con la muerte de aquel artista concluy la dinasta Julio-Claudia y se abri un periodo vertiginoso marcado por la lucha encarnizada por el poder.

    5 Vase Suetonio, Vida de los Doce Csares, Nern, XLIX,

  • El final de los Julio-Claudios coincide aproximadamente tambin con la mayora de edad poltica de Tcito. En una de sus inusuales referencias autobiogrficas, en el Prefacio de las Historias, nos informa de que su carrera poltica se inici con Vespasiano, el hombre que pondra fin a las luchas del ao 69 instaurando una nueva dinasta: los Flavios. Cuando Tcito alcanza la pretura, en el ao 88, est en el poder el tercer emperador flaviano, Domiciano, hijo menor de Vespasiano y hermano de su predecesor, Tito. Los tiempos no pueden ser ms decepcionantes y atroces. En cierto modo, Domiciano parece una rplica de Nern: su carcter y la galopante barbarie de su estilo de gobierno le recuerdan. A lo largo de sus quince aos de dominio, pero especialmente desde el ao 93 y hasta su asesinato, en el 96, se vivi un mundo de pesadilla donde, en palabras del propio Tcito, los ms comprometidos (promptissimi) cayeron asesinados por la crueldad del prncipe y unos pocos sobrevivimos, por as decirlo, no ya a los dems, sino a nosotros mismos6. El patetismo de la frase no oculta lo fundamental: que l sobrevivi al rgimen de terror. No slo eso: como l mismo reconoce en el Prefacio de las Historias (non abnuerim; una expresin que delata su incomodidad al confesarlo), nada de eso detuvo su carrera poltica. A pesar de los supuestos celos contra su suegro, el yerno fue distinguido con diversos cargos civiles, militares y religiosos. Incluso su consulado, aunque ejercido en el ao 97, ya en poca de Nerva, tuvo que ser aprobado por el tirano.

    As pues, el ao 96 y el 68 presentan un extrao paralelo: ambos sealan el fin de un tirano y de una dinasta. Y si la llegada de los Flavios marca un antes y un despus en la biografa personal y en la carrera poltica de Tcito, su cada seala el arranque de su carrera literaria: las grandes lneas de fractura de la vida pblica se funden as con las lneas de la mano de su existencia particular.

    E l s e o t i d o d e l a o b r a (y s u s c o n t r a s e o t i d o s )

    6 A g r . 3, 2 .

    [i6]

  • Y es a partir de estas circunstancias donde comienza un debate todava vigente sobre el sentido ltimo de su obra his- toriogrfica. Ronald Martin ha resumido el asunto de la siguiente manera:

    La carrera y la obra de Tcito presentan, as, la paradoja, nica en su tiempo, de que un hombre que haba progresado sin obstculos a travs de todas las etapas de la carrera senatorial escribiera sobre el sistema poltico bajo el que l mismo haba prosperado de un modo que subrayaba violentamente cmo ese sistema tenda a sacar lo peor del prncipe y del Senado7.

    La incredulidad de Napolen intua parte de esa paradoja.

    Ni siquiera el conjunto de las obras atribuidas a Cornelio Tcito est libre de incertidumbres. Tradicionalmente vienen siendo catalogadas en dos grupos, atendiendo a las dimensiones y alcance de los proyectos: obras menores y mayores. Entre las primeras se incluye el opsculo titulado El dilogo de los oradores, que por su tema y factura8 ha merecido incluso serias dudas respecto de su atribucin. Entre quienes aceptan la autora de Tcito, la mayora, tampoco hay acuerdo respecto a la fase de su vida en que lo escribi. Si mantenemos al respecto una abstencin precavida y nos limitamos al resto, podramos decir que toda su obra ve la luz a partir de los aos 97o 98, ya con un nuevo emperador en el poder, Trajano, y una nueva dinasta consolidada, los Antoninos. En conjunto, las obras menores aparecen en los ltimos aos del siglo i de nuestra era y las mayores, fruto de lo que podramos denominar su vejez, en las dos primeras dcadas del n.

    Al menos en apariencia, pues, Tcito acta como los antiguos senadores republicanos, quienes dedicaban su vida acti-

    7 Tacitus, Londres, 1981, pg. 38.8 Su gnero y estilo son caractersticamente ciceronianos. Por lo dems, el

    tema de fondo la decadencia de la oratoria latina despus de Cicern no poda resultar ajeno a Tcito, alumno aventajado de las escuelas de retrica y, por lo visto, aclamado como uno de los grandes oradores de su tiempo. Otra irona.

    [I?]

  • va a la poltica y reservaban para el otium del retiro cuando ya su carrera haba alcanzado el culmen del consulado y entraba en el declive la actividad literaria. Pero slo en apariencia. Su primera obra, el Agrcola, no da la impresin de deberse a una fase de su vida privada, sino ms bien de la vida pblica de Roma: en realidad, slo poda haber sido publicada tras la cada de Domiciano.

    El grueso de su contenido es una biografa de su suegro, Julio Agrcola, general al servicio de Domiciano quien, como el propio Tcito, sirvi bajo el tirano sin contratiempo, hacindose con un lugar de honor entre los militares de su poca por sus campaas en Britania entre los aos 78 y 84. Tcito se encarga de sembrar insinuacin tras insinuacin sobre los celos de Domiciano, que habran precipitado el retorno y retiro de Agrcola y, en ltimo extremo, su muerte por envenenamiento. Nada de eso puede demostrarse: lo ms probable es que Agrcola fuese un hombre cumplidor y bienintencionado que no supo mostrar el menor orgullo ante un dspota que le utilizaba y le despreciaba. Se trataba de otro superviviente que, tambin probablemente, termin suicidndose incapaz de soportar una enfermedad dolorosa. La familia decidi que no poda presentar al general Agrcola como lo que realmente era ante una opinin pblica dispuesta a aceptar el caos y la impunidad como una suerte de orden protector. Y se es precisamente el mensaje de la obra, a juzgar por sus primeros y sus ltimos captulos, en los que Tcito descarga sobre Domiciano un ataque brutal que se confunde, en su formulacin, con una descarga no menos apasionada de su propia conciencia.

    De mala conciencia habla tambin Pierre Grimai9. Agrcola, dice, no es en ningn caso una narracin desnuda, ni se trata de un simple elogio fnebre pronunciado en un acto de piedad filial. Se trata ms bien de un alegato, de una autojus- tificacin por va interpuesta: la apologa de uno de aquellos colaboracionistas con la tirana serva tambin para justificar su propia actitud poltica. Algunos pasajes parecen realmente

    9 Cfr. Tacite. Oeuvres Completes, Pars, Gallimard, Bibliotque de la Pliade, 1990, Introduction, pg. XXII.

    [18]

  • una clara splica de perdn aunque sea bajo la cobertura de un reparto colectivo de la culpa:

    Nuestras propias manos llevaron a Helvidio a prisin, la visin de Murico y Rstico nos avergonz, Senecin nos ba con su sangre inocente. Nern por lo menos apart sus ojos y orden los crmenes, pero no los contempl: la peor de las desgracias bajo Domiciano era observar y ser observado10.

    El ms fiero detractor de los csares confiesa que les obedeci mansamente... Otros estudiosos han empleado tambin trminos procesales para el asunto: Ronald Syme, quiz el ms reputado experto en la obra de Tcito, repasa los distintos motivos que indujeron a Tcito a embarcarse en la empresa de su escritura. El listado de probables razones concluye: y quiz otras cosas, an ms profundas. Con calculada discrecin remite a una nota a pie de pgina cuyo texto reza: Tales como la defensa culpable de un senador que deba posicin y xito a la Roma de los Csares: al obsequium, no a la libertasu .

    Segn el grado y su circunstancia, obsequium se traduce por obediencia, pleitesa o servilismo...

    Domiciano es slo el primero de los csares en recibir las andanadas. Paulatina y meticulosamente, otros vendrn despus, pero antes de proseguir con su ajuste de cuentas con los csares y muy poco despus del Agrcola, quiz en el ao 99, aparece su trabajo de carcter etnogrfico y ltima de las llamadas obras menores: la Germania. Arrastrados por el peso general de su obra, tambin aqu ha buscado la filologa una conexin entre la gran poltica, con maysculas, y la experiencia personal de Tcito. La presin de las tribus germanas sobre la frontera norte del imperio, el Rin, converta a estos pueblos en un asunto crucial en la poltica de los nuevos amos de Roma; Tcito escriba para un pblico vido de una

    10 Agr. 45,1-2.11 Tacitus, Oxford, 1989 (=1958), pg. 520.

    [19]

  • informacin al respecto y, probablemente, para la plana mayor de Trajano, a la que ofreca un material de indudable inters geoestratgico. Para el lector de nuestro tiempo, su mayor inters radica en la proyeccin que Tcito hace de las ideales virtudes de la vieja Roma sobre estas gentes de prstina y ejemplar inocencia, de quienes en ocasiones habla con genuina admiracin: quiz sea ste el primer ejemplo occidental en que se construye la nocin del buen brbaro, aunque al nostlgico aristcrata y crtico moralista tal vez le importase menos subrayar lo que los germanos atesoraban que lo que Roma ya no tena.

    Por otro lado, la pericia que exhibe parece en deuda con un conocimiento in situ de las costumbres y poblaciones germanas. Se ha especulado con el paso de Tcito por los territorios del Rin, bien como tribuno militar en su primera juventud o bien con un cargo administrativo durante el cuatrienio del 89 al 93, durante el cual nos consta que est ausente de Roma sin que tengamos informacin sobre su paradero a veces, lo que sabemos del enigma slo nos sirve para comprobar cunto ignoramos. En todo caso, esas regiones son tambin parte esencial de los contenidos de la primera de sus grandes obras histricas, la que conocemos como Historias, y cuya traduccin estamos presentando.

    Las obras mayores, Historias y Anales, aparecen por este orden, quiz en forma de entregas, seguramente previa recitacin pblica. Segn San Jernimo, ambos proyectos cuyos actuales ttulos son de procedencia renacentista contaban treinta libros en total. Hasta nosotros han llegado amputados, pero, en cualquier caso, podemos afirmar que obedecan al intento de relatar la historia del poder en Roma desde la muerte de Augusto hasta la de Domiciano: es decir, pasar revista al dominio de los cesares hasta su propio tiempo.

    Las Historias son las primeras en aparecer, concluidas hacia el ao 108 o 109. Estaban compuestas probablemente de doce libros (o tal vez catorce), en los que se abarcaban los aos 69 al 96, es decir, el proceso de guerras intestinas que se cierra con el triunfo de Vespasiano y los aos de gobierno de

    [20]

  • la dinasta flavia. Apenas conservamos, sin embargo, los cuatro libros iniciales prcticamente al completo y una parte del quinto. Sobre ellos hablaremos por extenso ms abajo.

    Se ha dicho que la carrera literaria de Tcito ofrece una caracterstica evolucin hacia la singularidad estilstica. Por eso tal vez sean los Anales su obra ms conocida y reconocida, la ms tacitiana: en ella el historiador se remontaba al funeral de Augusto, en el ao 14, para relatar desde all la historia de la dinasta precedente, los Julio-Claudios.

    La decisin de comenzar a la muerte de Augusto sugiere una peculiar lectura de la historia por parte de Tcito, quien considerara origen de su materia, ms que el fundador del rgimen, la consolidacin del sistema dinstico y la destruccin del espejismo de excepcionalidad que supuso el primer prncipe, cerrando as las puertas a cualquier posibilidad de restauracin republicana. En cualquier caso, el ajuste de cuentas con los prncipes de Roma contina implacable: a pesar de todas sus declaraciones de neutralidad, la obra histrica de Tcito dista mucho de ser una narracin desapasionada y libre de las incrustaciones debidas a su propio trayecto vital y a la ideologa aristocrtica.

    Tambin en esta obra existe una considerable laguna: se han perdido totalmente los libros comprendidos entre el VII y el X, y con ellos el relato del reinado de Caligula y buena parte del de Claudio. Adems, la narracin se interrumpe abruptamente en el XVI. A juzgar por el volumen de informacin pendiente, quiz constase de 18 libros. La parte final de la vida de Tcito es, si cabe, ms misteriosa an que el resto de su biografa, de modo que no podemos siquiera saber si lleg a concluir su obra tal como la haba concebido o si perdi la vida antes de poder relatar cmo perdi Nern la suya.

    En la novela El largo aliento, yo mismo jugaba con estos elementos: su protagonista es un personaje cuyas circunstancias remiten naturalmente a Cornelio Tcito. Es otoo del ao 118 y el emperador Adriano, recin llegado al poder y a Roma, ofrece una cena a las personalidades de la capital del imperio. Entre ellos un envejecido historiador (tiene ya ms de sesenta aos) que habla poco y que, entre sofisticados platos que con

    U r]

  • sume sin ningn placer, desconfa para sus adentros de su anfitrin otro dinasta, reniega de una fama que le convierte en adorno de la fiesta y hace amargo recuento del precio de la supervivencia. Como para el personaje, quiz tambin para el verdadero Tcito justificarla ha sido su obsesin, el problema moral de su escritura, la razn por la que morira prcticamente con el clamo en la mano. Para ello no slo le bastaba con fustigar implacablemente a los verdugos. Quien exhibi una capacidad coricea para soportarlos12 necesitaba arrojar tambin sospechas sobre sus vctimas, contaminados de una u otra forma por las lacras a las que no parecen poder escapar los humanos y a quienes acusa de la ltima posible de las inmoralidades: la ambicin de gloria con la vida o con la muerte. De su habilidad para insinuar sin afirmar es buen ejemplo la observacin que incluye en las Historias sobre Helvidio Prisco, un miembro de la oposicin estoica, cuyo estilo de vida elogia sin reparos y de cuyo final por orden de Domiciano, como citbamos ms arriba, l mismo fue testigo mudo: Algunos crean que persegua la fama, dado que lo ltimo que se pierde es el deseo de gloria y eso incluye a los sabios13.

    Para justificar un equilibrio tan precario entre la sumisin y la rebelda, protegiendo a la vez la dignidad personal y el prurito legalista, Tcito se ve, en cierto modo, abocado a adelantar un tema caro a la narrativa anglosajona y que han popularizado pelculas como Rebelin a bordo: cul es la actitud correcta cuando el capitn de la nave Bounty enloquece. Espigando a lo largo de su obra, la respuesta de Tcito no es precisamente un grito de rebelin. Tambin la nave del Estado debe poco a los amotinados, porque el beneficio de su actitud no excede el mbito de la fama personal y concluye en su ejecucin a manos del tirano. Aquellos que salvan la nave del naufragio, en cambio, son quienes, amparndose en el sentido del deber, respetan el principio de autoridad sin caer en abier-

    12 Dimos, ciertamente, una prueba extraordinaria de resistencia, escribe (Agr. 2, 3).

    13IV, 6.

    [22.]

  • ta rebelda. Su formulacin ms explcita la encontramos de nuevo en el Agrcola:

    Sepan quienes tienen por costumbre admirar lo prohibido que, incluso bajo malos prncipes puede haber grandes hombres; que la obediencia y la humildad, si van acompaadas por el trabajo y la energa, superan la gloria de muchos que, por abruptos caminos, se hicieron famosos con su muerte os- tentosa pero de ningn provecho para el Estado14.

    Para nosotros, en suma, Cornelio Tcito es el autor que vive y muere en sus textos. Fuera de ellos, escaso rastro de su vida sobre la tierra: cartas ajenas, una pobre estela con su nombre como gobernador de Asia y quiz una lpida como senador. Nacido bajo la tirana de un actor loco que tom su reino por un escenario dantesco, morira escribiendo sobre l. Entre tanto, tres guerras civiles, la esperanza y de nuevo la decepcin de una tirana an ms desptica. Vio cmo a su alrededor caan ajusticiados hombres inocentes y dignos, cmo otros prefirieron el suicidio a aquel oprobio, mientras l, mudo, discreto y astuto, avanzaba en una carrera poltica en la sombra: Hasta la memoria habramos perdido junto con la voz, escribe, si hubisemos tenido tanta capacidad para olvidar como tuvimos para callar15. Esper a un nuevo renacimiento que no era sino la definitiva muerte de sus ideas para verter su bilis contra el pasado. Escribi y escribi. Su bilis le dio fama y prestigio: viejo conforme a sus deseos y contra su conciencia, aquellos a quienes despreciaba le colmaron de honores.

    14 En su vehemente La verdad sobre Tcito, Isidoro Muoz Valle zanjaba as el caso (pg. 15): Probablemente su mala conciencia es la que mueve a Tcito a restar mrito al proceder de aquellos que bajo Domiciano militaron decididamente en la oposicin aun con peligro de su vida: interpreta maliciosamente su actitud como vana ostentacin y deseo de renombre. Resulta claro est mucho ms seguro servir al dspota en vida y vituperarle despus de su muerte.

    15 Agr. 2, 3.

    N I

  • Una narracin, cualquier narracin, consiste fundamentalmente en acciones y personajes. Vayamos con las acciones.

    E l largo ao 69

    En el estado en que las conservamos, el grueso de las Historias abarca el relato de un largo ao, el 821 de la fundacin de Roma o 69 de nuestra era, el ao de los cuatro emperadores: Galba entronizado haca escasamente seis meses, Otn, Vitelio y, finalmente, Vespasiano, se relevan por las bravas en el puesto. En cierto modo, los cuatro libros parecen ajustarse estacin a estacin al transcurso de ese ao, y tan slo la parte final del cuarto y los veintisis captulos que conservamos del quinto pertenecen ya al 70. Con su desarrollo abortado, las peripecias de la transmisin del texto han proporcionado a la obra una cierta redondez que, naturalmente, no entraba en los planes de Tcito. Refuerza esa sensacin el hecho de que la narracin arranca el primero de enero y, por eso, la eleccin del momento podra pasar desapercibida. Sin embargo, el mero hecho de comenzar en esa fecha y con la mencin de los dos cnsules plantea ya algunos retos interpretativos: por qu comenzar en las calendas de enero y no ms atrs, teniendo en cuenta que los acontecimientos que desencadenan el proceso de lucha por el poder en Roma se precipitan en junio del 68? En un autor cuyos textos resultan tan proclives a las especulaciones no ha faltado quien observara16 que el nico acontecimiento de relevancia que sucede en esa fecha es la insurreccin de las legiones de Germania Superior contra Galba, de la que Vitelio acabara beneficindose y, de ese modo, convirtindose en el adversario al que los fla- vianos tendran que desbancar. Pero, en un escritor tan poco

    L a s H is t o r ia s c o m o n a r r a c i n

    16 Vase M. Bassols de Climent, Tcit. Histries, Fundaci Bemat Metge, vol. I, Introducci, pg. XIX.

    [2-4]

  • amigo de las precisiones de cifras y fechas, mucho menos de las coincidencias, no parece un camino muy fiable especular con una trama que anticipa sus misterios. Parece ms lgico pensar en una declaracin programtica.

    Al iniciar su relato con la mencin de los cnsules y su toma de posesin, Tcito, en primer lugar, se incorpora a una larga tradicin: la de los historiadores republicanos que acostumbraban a narrar la historia de Roma ao a ao, la analstica. De ese modo pone de relieve las incongruencias entre el ideal republicano de Roma nunca abolido oficialmente y la dura realidad dinstica e imperial: el gobierno de los emperadores no se ajustaba a los patrones de la legitimidad del poder republicano, que, por medio de la mencin de los cnsules, haba servido durante siglos como sistema de datacin.

    Tras adoptar el planteamiento analstico, Tcito introduce una segunda denuncia: la analstica haba construido cuidadosamente durante la Repblica un autntico personaje colectivo, Roma o, si se prefiere, el pueblo romano cuya importancia superior a la de cualquier individuo estaba en la raz de la ideologa senatorial y cuya biografa y carcter, plasmados en acciones particulares de personajes individuales, se consignaba cmodamente en el marco anual. Ahora, en cambio, los personajes individuales los prncipes han suplantado a Roma como materia narrativa. No solamente el poder: tambin la historia colectiva se ha vuelto historia personal y su escritura exige una nueva manera y un nuevo talento expositivo17. La conciencia de un pasado roto y un presente mistificador establece, pues, la lectura poltica y esttica de la historia que Tcito se dispone a satisfacer.

    La tensin entre el ideal de la tradicin y las nuevas realidades se mantendr a lo largo de toda la obra y, entre otros efectos, obligar al autor a avanzar en su relato con un sistema de compromiso entre la tradicional narracin cronolgica y una cierta concepcin episdica que, cuando entran en con

    17 Cfr. C. Codoer, Evohn del concepto de historiografia en Roma, Universi- tat Autnoma de Barcelona, Bellaterra. 1986, pg. 123.

    [2-5]

  • flicto, Tcito siempre se siente obligado a justificar. Tambin los excursos y digresiones geogrficos, culturales, polticos rompen la secuencia de acontecimientos, y tambin vemos al autor disculpndose por introducirlos sin que por eso renuncie a hacerlo a voluntad.

    Esta complejidad narrativa no slo est condicionada por el magnetismo de los personajes individuales, la continuidad de los teatros de operaciones o las injerencias del autor. Existe tambin y perdneseme la expresin una profunda deslocalizacin en la produccin de noticias de inters: sin dejar de ser el centro neurlgico, ya no es slo Roma, ni siquiera Italia, el foco nico de las novedades; todo un mundo participa. Ese torrencial sumario moral que sigue al Prefacio con su enumeracin ms que catica, cataclsmica18 trata de abarcarlo a gruesos brochazos: en las pginas de las Historias nos movemos con naturalidad pero sin respiro desde las tierras pantanosas de Holanda hasta los desiertos de Libia, desde las frtiles riberas del Rdano a los palmerales de Judea. Entre los territorios que lo circundan, el mar interior acta con voluntad propia, a veces como una cinta trasportadora y, a veces, como un tapn en la fluidez de las comunicaciones. La cartografa, siempre verbal, no siempre es igual de precisa: Tcito se mueve sin demasiadas indicaciones por Occidente; no as por la geografa de Oriente y del sur africano, donde se siente exigido a detallar. Concesiones al lector de su tiempo y a los conocimientos que le supone, o revelaciones sobre su propia falta de familiaridad?

    Sea como fuere, el material que se maneja dibuja un cuadro tenebroso y trgico, plagado de historia militar, cuya epigramtica conclusin no deja lugar a las dudas: "no es misin de los dioses nuestra salvacin, sino nuestro castigo. El lector tendr oportunidad de comprobarlo al recorrer los hitos clave de la narracin: la batalla de Bedriaco, el saqueo de Cremona, el incendio del Capitolio y la posterior captura de Roma a hierro y fuego. Y al horror y sadismo de las guerras ci-

    18 Cuya composicin no ha dejado de imitarse: comprese, por ejemplo, con la Introduccin de Marvin Harris a La cultura norteamericana contempornea.

  • viles, se une el misterio de las batallas en lugares exticos y desconocidos. Lo fsico y lo anmico se dan la mano: lo que las fras cinagas germanas representan para una mentalidad mediterrnea lo representa tambin el mundo religioso judo para un pagano que se siente en posesin de la verdad civilizada. Y en el territorio familiar, en el ombligo de ese mundo, en Roma, el miedo y la inseguridad se enseorean y, con ellos, todas las miserias que suelen acompaarles.

    El alma de los personajes

    En ese complejo mapa y con esos lgubres colores se mueven los personajes individuales. El lector contemporneo se enfrenta a un autor que, obligado por su materia y su concepcin personalista de la nueva historia, debe poner a punto un particular anlisis psicolgico. Pero, teniendo en cuenta que no podemos esperar una psicologa precisamente freu- diana, resulta un verdadero problema saber de qu se trata. Respecto a la adecuacin entre sus juicios psicolgicos y la realidad que pretende diagnosticar se ha escrito abundantemente, hasta convertirlo en un tpico de los estudios tacitia- nos, pero de forma bien poco concidente19: tan pronto se dice que por propio impulso y de su tiempo se ha acercado decididamente a dicha realidad20, como que una de las debilidades de su actitud psicolgica es, precisamente, la lejana de lo real21. Realismo aparte, mientras que para unos lo psicolgico es en Tcito el criterio fundamental, incluso el nico objetivo22, otros pueden opinar tranquilamente que el anlisis psicolgico no es en su caso una preocupacin do-

    19 Para un estudio detallado e informacin bibliogrfica, vase Ch. Neu- meister, Die psychologische Geschichtsschreibung des Tacitus, en V. Poschl (ed.), Tacitus, Wege der Forschung XCVII, Darmstadt, 1986, pgs. 194-218.

    20 Cfr. U. Zuccareili, Le esitazioni di Tacito, sono dubbi di storico o in- certezze di psicologo?, GIF, XVIII, pgs. 261-274.

    21 Realittsferne es el trmino empleado por W. R. Heinz, Die Furcht ais politisches Phnotnen hei Tacitus, Amsterdam, 1975.

    22 Cfr. W. Ries, Geriicbt, Gerede, offentiliche Meiming, Heidelberg, 1969, pg. 94.

  • minante23. Alineados con Racine quien en 1676 le describa como le plus grand peintre de lantiquit, unos consideran que Tcito es un maravilloso conocedor de los hombres; otros, en cambio, un psiclogo ms o menos mediocre.

    Cmo explicar juicios tan encontrados? Tal vez para contestar a esa pregunta haya que preguntarse antes sobre la clase de psicologa que estamos buscando. A expensas de la disparidad de los expertos, el lector sin prejuiciar est cordialmente invitado a llegar a sus propias conclusiones: ah tiene, por ejemplo, a los prncipes. Tomemos a Galba. Se trata de un hombre que no se corresponda con los tiempos: la mencin inicial a su segundo consulado invita al lector a preguntarse cundo fue el primero. La respuesta es el ao 33, an bajo Tiberio. Es, pues, un hombre demasiado viejo para su tarea, superado por las circunstancias y, por eso mismo, condenado a cometer error tras error. Hay un pasaje privilegiado donde comprender la clase de trabajo que Tcito se plantea al respecto: su retrato24.

    La posicin del retrato, siempre al final de la vida, como un epitafio, deba condensar un juicio definitivo sobre el difunto. Se trata, desde luego, de un juicio tico y por razones que expondremos ms adelante tambin una especie de juicio final. Para ello, los autores construan conforme a ciertas prescripciones retricas (deba incluirse su origen familiar y otros datos de su fortuna fsica y social). Adems posean un correlato plstico de enorme importancia cultural: la imago, el busto de los antepasados, una pieza clave en la devocin domstica de los romanos. El retrato deba ser, si se quiere, un busto interior del personaje, un vaciado de su alma, de su verdadero carcter, con entidad suficiente para permanecer en la memoria y proponer una visin esttica de lo que el movimiento de la vida hubiera podido encubrir o disimular.

    La forma de la muerte posea un inters clave para los romanos: la relacin entre el personaje y su muerte se transfor

    23 Cfr. H. Bardon, Sur Tacite psychologue, Anales de Fitologa Clsica, 6, 1953-1954, pg. 23.

    24 Cfr. I, 49.

    [a8]

  • maba en correlato objetivo de su vida. Era una instantnea elaborada en la agona, y eso transformaba el asunto en una cruda alternativa entre lo sublime y lo grotesco. Las ltimas palabras posean el valor de un documento: en ese momento se vea al agonizante dotado de una libertad sin condiciones y, perdidos cualquier miedo y cualquier ambicin, su mensaje slo poda ser sincero y esclarecedor. Si estas palabras no podan reportarse, el historiador deba buscar en el escenario los datos precisos para ilustrar literariamente esa instantnea. Este es el caso de Galba: su final, pattico, degradado y escindido produce una imagen dantesca de los desajustes del personaje.

    El sentido del juicio (Galba era un hroe de medias tintas, un personaje desenfocado, anacrnico, con el pie cambiado respecto a su propio tiempo) se encuentra asombrosamente reproducido a escala formal. Todo un arsenal de recursos retricos se pone a su disposicin: litotes, gradaciones, comparaciones, contraposiciones siempre territorios intermedios, nunca afirmaciones sin contraste, hasta llegar a esa monumental paradoja final: un emperador idneo si no hubiese llegado a serlo (capax imperii nisi imperasset).

    De los cuatro emperadores, tal vez el ms interesante sea Otn. Tambin comparte la ambivalencia de Galba, pero en otro sentido: traidor y envilecido durante su vida, se gan un respeto con su muerte. Esta duplicidad interpretada en trminos de la oposicin cuerpo/alma25 persiste en el juicio de Tcito, y su gusto por ahondar en ella convierte a Otn en una especie de malvado interesante, desde luego mucho ms rico que Galba, hasta el punto de hacernos sospechar si el peor no es tambin el preferido: es el ms elocuente, el ms profundo, el mejor dibujado.

    Tambin otra forma de vida anmica conflictiva se observa en Vespasiano, esta vez en la forma de una oscilacin espiritual, un debate permanente entre actitudes alternativas, consejeros enfrentados o posibilidades encontradas26. El resultado es una slida sensacin de que el personaje era un indeciso

    25 Hombre, pues, de carcter, aunque propenso a la molicie: cfr. 1,22 y II, 11.16 Vase, por ejemplo, II, 74, II, 80 o IV, 81.

    N I

  • cuya voluntad est gobernada por circunstancias externas que, producto del azar, parecen designios divinos.

    Frente a ellos, Vitelio es mondo y lirondo, despreciado sin paliativos: es un nio de pap, pasto de los siete pecados capitales en serie. En algn grado o a manos llenas, los protagonistas, los dueos del poder, siempre tienen alguna mcula. El ojo que les mira tiene mala fe: siempre les mira de cintura para abajo, un tipo de escrutinio al que tampoco escapan personajes secundarios. Cuando27 denuncia las razones de Ccina y Baso para abandonar a Vitelio y pasarse a Vespasiano, Tcito desenmascara lo que llamaramos la lectura de cintura para arriba, edulcorada, de la que eran autores los historiadores que secundaban la propaganda flaviana. Segn ellos, todo haba sido cosa de patriotismo y anhelo de paz. l les corrige enrgicamente, y asegura que lo que les convirti en trnsfugas fue el resentimiento contra Vitelio porque se sentan ninguneados. Como los personajes de la novela de William Faulkner Mientras agonizo, detrs de las aparentes buenas e incluso heroicas intenciones slo hay motivaciones egostas cuyo ocasional carcter pico slo sirve para agrandar su monstruosidad.

    Visto as, Napolen tena razn: Tcito no deja ttere con cabeza. No, al menos en el mundo de los varones y poderosos de su tiempo. Si hay que buscar en las Historias algn hroe modlico ya nos lo advierte el autor en su sumario moral hay que irse lejos de los papeles protagonistas e incluso de los secundarios: es en los personajes annimos (una madre ligur que esconde a su hijo y no lo delata al precio de su vida, dos soldados rasos que pierden la suya para destruir una catapulta enemiga) donde hay que encontrarlos una amarga irona de la que sin duda alguna era consciente un autor elitista, machista y clasista sin ningn complejo.

    Qu hay que entender, pues, por psicologa cuando se habla de tal en Tcito? Independientemente de la valoracin que merezca, nadie podr negar su inclinacin a describir las motivaciones internas en las actitudes de los personajes que intervienen en su obra histrica, a identificar las emociones

    27II, 101.

    [30]

  • como motor de los comportamientos y a imbricar todo este precipitado psicolgico en la accin narrativa. No podra tratarse de simple y poderosa dramaturgia?28. Tal vez, y sin que Napolen llegase a percibirlo, ms de tragedia que de historia.

    Incluso si as fuera, no terminan ah los peros: se ha dicho que sus figuras histricas adolecen de una notable mutilacin de la personalidad individual, que ms que individuos, lo que Tcito maneja son arquetipos. W. H. Alexander29 habla de caracteres estticos y, dicho est, su psicologa dista mucho de aceptar personalidades complejas a la manera freudiana: Tcito parece compartir con otros pensadores de la Antigedad la nocin de que la personalidad de los individuos es una y slo una. Si, a lo largo de su vida, pueden observarse discrepancias, stas slo se deben a disimulo o represin del autntico y verdadero carcter, inalterable de la cuna a la sepultura. De este modo, no hay cambio posible de la personalidad, sino, a lo sumo, un paulatino desenmascaramiento30.

    Admitiendo, pues, que no encontraremos en l referencias al subconsciente, su terreno favorito se situara en lo que podramos llamar el consciente oculto de los personajes31. La auda-

    28 As, St. G. Daitz, Tacitus technique o f character portrayal, American Journal o f Philology, LXXXI, pg. 52: 1 efecto de conjunto (...) es innegablemente el de un tour de force literario que los modernos historiadores se apresuraran a evitar y un novelista estara seguramente ansioso por conseguir. (La traduccin es ma).

    29 Vase The psychology o f Tacitus, CJ, 47, pgs. 326-328.30 Tcito no es precisamente un optimista. Parte de un principio antropo

    lgico que podramos calificar de antiroussoniano y que, como se ha hecho notar, rescatara siglos ms tarde el mismsimo Maquiavelo: el ser humano no es ingenuamente bueno y susceptible de verse corrompido por la sociedad, sino, ms bien al contrario, el individuo es intrnsecamente malvado y slo el freno social puede hacerle actuar con bondad. Finalmente, el desenmascaramiento de la maldad se produce a lo largo de un proceso que acenta sus perfiles conforme pasa el tiempo y van desapareciendo las riendas sociales que sujetan la personalidad. Libre de ellas, sta terminar desbocndose. Ejemplos proverbiales de este planteamiento son un Nern o un Tiberio en los Anales.

    31J. Cousin (Rhtorique et psychologie chez Tacite, REL, 1951, pgs. 228-247) utiliza la expresin "arrire-plan de la conscience. Vase a ese respecto el captulo 1,22, un ejercicio tan tendencioso como fino de reconstruccin del pensamiento oculto de Otn, o el debate interior de Vespasiano en II, 74 y 75.

    [3 1 ]

  • cia que exhibe en la recomposicin de su pensamiento recuerda ciertas licencias literarias, propias de un autor omnisciente. Para ello le asiste la enorme flexibilidad del estilo indirecto en latn, al que resulta a veces pesado y difcil dar rplica en castellano. Pero, ni rastro del anlisis de la idiosincrasia del personaje que Bajtin consideraba el alma del estilo indirecto: la voz del personaje se somete siempre a la del propio narrador, que todo lo impregna. Lo mismo podra decirse de los numerosos discursos que, sin duda reconstruidos, pone en boca de sus personajes: todos estn tocados de la brillantez oratoria que cabra presumir en el propio Tcito. Como responsable ltimo, en fin, a l mismo le condicionan a su vez las concepciones generales de su poca y ciertos ismos (moralismo, retoricismo, pesimismo), propios o compartidos con otros y que tambin pueden rastrearse a la hora de juzgar cualquier otro aspecto de su fiabilidad como historiador o de su personalidad como escritor.

    E l e s t il o c o m o m a n i p u l a c i n

    La naturaleza moral de la historia

    Porque lo que Napolen detecta (mala fe contra los poderosos, el oscurantismo), de dnde sale? No es imposible que sea lo mismo que Lichtenberg admira... En ese caso, los condicionantes de su fiabilidad como historiador pudieran ser tambin las razones de la grandeza de su escritura. Cules son esos condicionantes?

    En primer lugar la naturaleza misma y el concepto de la historiografa entre los antiguos. En vano pediramos a un historiador de la Antigedad, en trminos generales, el objetivismo documental y positivista que hoy asociamos al trabajo del historiador. Ellos entenderan perfectamente que verdad es lo contrario de mentira, pero, si utilizamos una terminologa contempornea, podramos decir que, para ellos, la verdad histrica no entraba en contradiccin con la ficcin. Lo que, tcnicamente, se opona a la verdad es el partidismo.

    Por encima de lo literario, la historiografa ocupa en la Antigedad pagana un espacio singular que no dudara en califi

  • car de mtico: entre gentes descredas de un Ms All tangible, el relato histrico vena a satisfacer las muy humanas ansias de inmortalidad. Dicha inmortalidad no se conceba seriamente como una vivencia real posterior a la muerte, sino como pervivencia en la memoria de la posteridad: se era el cielo pagano al que llamaban "gloria. En un pasaje32, Tcito se sirve de Otn que a menudo desborda su personaje para convertirse en un motor de reflexin para formular esta idea en trminos muy precisos: La naturaleza hizo una muerte igual para todos: slo la distingue el olvido o la gloria de la posteridad.

    En ese marco de ideas, el historiador ocupa un lugar muy especial. Su papel vendra a ser el de un San Pedro pagano: en su tarea de redactor de la historia, l es quien decide quin pasa y quin no a la posteridad. Adems decide en calidad de qu se pasa: como modelo de virtudes o como dechado de vicios tambin la condena al infierno duraba para siempre. Para los vivos, pues, la historia es una leccin permanente de moral. Con respecto a los muertos, no es tanto verdad como justicia.

    se es el origen de las frmulas rituales de profesin de neutralidad que los historiadores hacan en los prefacios: en Historias, Tcito declara solemnemente que de ninguno hablar con afecto o rencor. Y de ah tambin las acusaciones que ocasionalmente hace a sus colegas cuando entiende que determinados emperadores son objeto de su aversin o de su favoritismo. Naturalmente, la declaracin de principios no era garanta de su cumplimiento, ni detectar la paja en ojo ajeno exima al propio de la viga.

    Para informarse a la hora de reconstruir lo que constitua su materia narrativa, Tcito dispona de un amplio abanico de fuentes. Pero los antiguos no eran demasiado cuidadosos a la hora de citar. A lo largo de sus pginas apenas encontramos mencionados a dos de ellos (Vipstano Msala y Plinio el Viejo). Por otro lado, los hechos a los que se refiere estaban lo suficientemente cercanos como para que dispusiese de testimonios

    321, 21.

    [33]

  • personales33 y, en tanto que senador, tena a su disposicin las actas del Senado y otros archivos y documentos. Sin embargo, poco o nada podemos concluir sobre su fidelidad a las fuentes, habida cuenta de que se han perdido en su prctica totalidad.

    En cualquier caso, no todas las fuentes eran limpias. Por ejemplo, es sabido que los acontecimientos del ao 69 haban generado una abundante literatura, en gran parte de tipo propagandstico. El partido flaviano se haba distinguido especialmente durante y despus de la campaa con el objetivo de difundir la idea de que Vespasiano se haba visto obligado, incluso contra su voluntad, a asumir el poder a instancias de sus tropas y su sentido del deber para salvar al Estado del caos en que estaba sumido. El pasaje antes citado respecto a Ccina y Baso demuestra que Tcito es consciente de esa actividad pan- fletaria y, en la introduccin a su excelente traduccin inglesa, Kenneth Wellesley34 subraya el propsito de Tcito de denunciar implcita o explcitamente las mentiras ms groseras de los historiadores partidistas. Ni que decir tiene que la figura de Vitelio no deba salir muy bien parada. Y sin embargo, esa tendencia antiviteliana es particularmente perceptible en su propia obra: en su comentario histrico, G. E. F. Chilver lo advierte con frecuencia e incluso se atreve a rescribir un pasaje para que el lector, a la vista de la alternativa, pueda juzgar sobre la ten- denciosidad de Tcito. Ese pasaje se encuentra al final del captulo 94 del libro segundo y, si el lector tiene a bien consultarlo, podr cotejarlo con la reesciitura de Chilver, que traduzco35:

    La escasez de fondos oblig luego a Vitelio a posponer el esencial donativo a las tropas. Slo mediante un gravamen especial a los libertos que se haban enriquecido en pasados

    33 Conservamos una carta de Plinio el Joven (VI, 16) dirigida a Tcito para informarle, como l le haba pedido, de los datos que posea referentes a la muerte de su to, Plinio el Viejo, ocurrida durante la erupcin del Vesubio en el ao 79 y de la que l mismo haba sido testigo. La fecha de la carta podra situarse entre el ao 106 o el 107, lo que significa que Tcito estaba por esas fechas reuniendo material para esa parte de las Historias.

    34 Tacitus. The Histories, Penguin Books, 1984, pg. 13.35 Pg. 256.

    [34]

  • gobiernos file capaz de mantener los espectculos circenses de la temporada: aquel verano la edificacin debi limitarse a la provisin de algunos establos en los laterales del circo.

    Chilver se pregunta: qu ha aadido o modificado Tcito? Hacindose eco de otros casos, como ste, de manifiesta parcialidad, Wellesley concluye36:

    Tcito se da cuenta de que mucha historia contempornea es propagandista, pero no siempre consigue zafarse de su influencia. Parte del barro se queda pegado.

    Los cdigos literarios

    Desde el siglo anterior al menos y, desde luego, en poca de Tcito, la historiografa latina, como cualquier otra rama de la cultura literaria, estaba sometida a la retrica. Cicern haba escrito reiteradamente que la historiografa era un gnero emparentado con la oratoria y que las reglas de su elaboracin no se distinguan en lo fundamental del discurso de un abogado.Y el discurso de los abogados tampoco aspiraba a la objetividad impoluta: el orador que se llevaba el gato al agua en un pleito no era aqul que se cea a la verdad, sino aquel otro que lograba que su versin de lo acontecido fuese aceptada como la ms verosmil. Conseguir eso verosimilitud, plausibilidad, probabilidad era el fundamento mismo de la educacin retrica. Si el objetivo del abogado era persuadir a un jurado, el del historiador, seducir a su lector, obligarle a aceptar un determinado punto de vista y, en su propsito, ninguno de los dos tena por qu contar las cosas tal y como fueron, sino ms bien como pudieron ser. En un incendio, el fuego arde como en cualquier otro, pero a la hora de relatarlo hay que dotarlo de plasticidad, de vida: hay, efectivamente, que hacerlo arder. sa es la tarea del arte y la escritura de la historia es, en la Antigedad, una de las bellas artes.

    36 K. Wellesley, op. cit, pg. 15.

    t35l

  • Al subrayarse su obediencia retrica, la historiografa entraba en un sistema de verosimilitudes ms prximo a nuestra moderna lectura de la novela histrica de la ficcin, a fin de cuentas que de la historia propiamente dicha. Si esto es cierto para cualquier texto histrico, no digamos ya si sospechamos, como en el caso de Tcito, su funcin vindicativa. Tampoco, pues, ese elemento retrico favoreca el verismo escrupuloso del historiador. Deba, s, manifestar respeto por un cdigo de honor que le obligaba a actuar como un juez insobornable e imparcial. Sin embargo, una vez satisfecho el compromiso, el fruto de su trabajo no dejaba de ser un artefacto literario regido por los cdigos de su tiempo.

    En el momento en que Tcito escribe, esos cdigos estaban en deuda, por un lado, con las tradiciones del gnero histo- riogrfico y, por otro, con la cultura literaria general de su poca.

    Por su parte, el gnero no se atena a criterios nicos. En paralelo a la tradicional analstica, cuyo planteamiento era en lo fundamental encomistico de la idea de Roma, en el siglo i a.C. se haba desarrollado una tendencia histrica ms interesada en un tipo de proyectos que dejaban de rastrear desde sus orgenes el destino triunfal de Roma y se cean, en formato monogrfico, a su propia poca. Su principal propulsor, Salustio, haba consagrado una teora segn la cual el ao 146 a.C. representaba un hito ambivalente: desde el momento en que, derrotada por fin Cartago, Roma dominaba el mundo sin rivales, la degeneracin moral se haba apoderado a su vez de ella. Sin desprenderse, pues, de una cierta lectura mtica de la historia de Roma, adoptaba respecto a ella una visin decadentista. El pesimismo era su sello caracterstico. Y no resulta difcil encontrar en las Historias pasajes que demuestren el pesimismo de Tcito y su adscripcin a esta corriente crtica que idealizaba el pasado y renegaba del presente como decadencia. De Salustio a Tcito, la historia de Roma puede leerse como un proceso degenerativo asociado al avance del monopolio del poder: si para Salustio la raz del mal coincida con el comienzo de la hegemona incontestada de Roma, para Tcito est vinculada a la apropiacin del poder romano por parte de un hombre

    [36]

  • en solitario37. Para la conciencia crtica, no hay poca peor que la propia. Pero, paradjicamente, el correr de los tiempos cuenta, y los mismos que para Salustio eran ya decadentes, son todava para Tcito reserva de virtudes morales en las que consolarse y de las que, si fuera posible, tomar leccin38.

    El militante pesimismo tacitiano le hace afn a otros autores de lo que podramos denominar la literatura de la indignacin pienso ahora en un Baltasar Gracin, e incluso en un Thomas Bernhard, fiistigadores sin piedad de su propia poca o misntropos en general, bien por nostalgia de otros tiempos o bien desesperados de esperar que la especie humana renuncie a sus miserias. En cuanto a Tcito, nadie se libra de sus ataques: desde luego no los emperadores, pero tampoco el Senado cobarde y venal, ni los libertos, ambiciosos e intrigantes. Si su psicologa es rencorosa, tambin lo es su sociologa. se no es un dato novedoso tratndose de un pensador de la Antigedad, quienes confunden frecuentemente la excelencia social y econmica con la moral. Pero en Tcito es especialmente reseable: no pierde ocasin para verter sobre ese personaje colectivo que hoy denominaramos las masas, tanto civiles como militares, el mayor de los desprecios. l escribe desde el elitismo y el individualismo; desde ellos, y con ayuda de la irona o el puro sarcasmo, contempla al vulgo, convertido en una hidra de mltiples cabezas que le sirve para denunciar si no los pecados de la especie humana, s sus defectos de fabricacin. Defectos aparentemente sin remedio: Tcito exhibe un poderoso escepticismo sobre la capacidad humana para aprender de la experiencia o de la historia. Adocenadas y sin criterio, el rasgo distintivo de las masas es la volubilidad: aduladora por naturaleza, la plebe de Roma tan pronto aclama a uno como a otro emperador y, con la misma facilidad que un nio pasa de la risa al llanto, pasa la soldadesca de la clera a la compasin, y viceversa. Tambin como los nios, funcionan por contagio: en cuanto surge la oportunidad, insiste Tcito en la necesidad de separar a los ejrcitos y evitar las concentraciones para garantizar su control.

    37 Cfr. II, 38.38 Cfr. III, 51 o III, 72.

    [37]

  • Pese a no conocer el psicoanlisis, su estudio del deseo debera estudiarse con ms atencin. As, si el mal cvico por excelencia es el deseo del poder, el mal humano es el que podramos denominar deseo de mentira: sea lo que sea, cuanto ms absurdo, ms creble y cuanto ms real, ms inaceptable. Se dira que el propio Tcito ha terminado por creer firmemente en el dominio todopoderoso de lo irracional39. Los judos, objeto de su ms absoluta incomprensin, se llevan la palma a la hora de sus juicios negativos (y racistas para el ms comprensivo): cuando las seales del cielo se desatan sobre Jerusaln, ellos creen que ha llegado la hora anunciada de su poder. Tcito apostilla40:

    A quienes estas premoniciones haban augurado era a Vespasiano y Tito, pero al vulgo que interpretaba en su provecho, como suele el humano deseo, un destino de tal magnitud ni siquiera el infortunio le enderezaba a la verdad.

    El estilo contra la claridad

    La historiografa crtica no slo comparta un punto de vista moral; adoptaba tambin un estilo propio. Se ha dicho que, en Roma, estilo y actitud iban de la mano41, que los historiadores denotaban a travs de su escritura la posicin poltica que asuman respecto a su materia. Da la impresin de que Tcito estaba condenado a escribir como escriba, porque, circunstancialmente, el estilo pesimista salustiano con el que se identificaba comparta carcter con el modelo literario de su poca, la llamada Edad de Plata, y personificado por Sneca: ambos eran anticiceronianos de raz. De ese modo,

    39 A este propsito son dignas de leer las pginas que Golo Mann escribe bajo el epgrafe El mundo del absurdo, en su Versuch ber Tacitus (Zeiten undFiguren, Fischer T. V., 1979, pgs. 359-392). Se reproducen tambin en el Tacitus editado por Viktor Poeschl.

    40 V, 13.41 A este respecto, cfr. A. J. Woodman, Rhetoric in ClassicalHistoriograpJjy,

    Londres-Sydney, 1988, Prlogo, pg. X.

    [38]

  • frente al ideal de la prosa de Cicern largos y pulidos periodos, simetras, concordancia y armona por encima de todo lo que encontramos en Tcito es una complacencia extrema en el epigrama y la irregularidad. Tal vez sea eso lo que deleitaba a Lichtenberg y exasperaba a Napolen: los amantes del aforismo podrn admirar a un autor que no pierde ocasin de construir una frase tan oscura como punzante, de la que si no la verdad, desde luego la claridad es la primera vctima. En cierto modo Tcito padece de un horror obvielalh: por qu decir algo de una manera simple y llana, parece preguntarse, si la retrica nos proporciona recursos sobrados para enaltecerla y enrevesada? En bsqueda del registro ms elevado, la prosa se llena de hendadis, aliteraciones, quiasmos, zeugmas y cien figuras ms; en aras de la variacin, la narracin transita por todas las formas y tiempos verbales posibles en combinaciones que a veces suponen retorcer la propia lengua del traductor: todo con tal de que nada sea trivial.

    No parece, sin embargo, que los ascendientes de Salustio y Sneca lo expliquen todo. Cuesta creer que una voluntad de estilo surgida de actitud consciente pueda dar cuenta de la manera metdicamente obsesiva en la que Tcito experimenta con el vocabulario, excluyendo con escrpulo las palabras corrientes, recuperando arcasmos y poetismos inslitos y luego abandonndolos, acuando giros y expresiones que slo se encuentran en su obra, rehuyendo con alergia no ya los datos precisos en trminos de fechas y cifras, sino cualquier tecnicismo de los muchos mbitos en que se mueve su narracin, invirtiendo incluso con extrao capricho el orden del nombre de sus personajes. La escritura arbitraria, obsesiva y permanentemente insatisfecha de Tcito ha terminado por convertirle a l mismo en paciente del psiclogo: a falta de otros datos sobre su personalidad, se han desmenuzado sus textos en busca de las sombras de su inconsciente, se ha hablado de nostalgia de agresividad, de constante ambivalencia, de tendencias neurticas, de personalidad atormentada, de homosexualidad reprimida...42. Qu decir?

    42 Cfr. J. Lucas, Les obsessions de Tacite, Leiden, 1974.

    [39]

  • ESTA EDICIN

    No quisiera causar la impresin de que este traductor alega las dificultades que posee el latn de Tcito para rogar comprensin. Ms bien todo lo contrario: una escritura como la suya impone al traductor que quiere estar a su altura una gran responsabilidad, pero, al mismo tiempo, le concede una inmensa libertad. El latn de Tcito es tan singular, que deja abiertas muchas de las posibilidades que habitualmente se niegan a un traductor con excepcin, claro est, de la banalidad. La huida de los tecnicismos arropa muchas veces los posibles errores de precisin. No hay palabra lo suficientemente rara, elevada o inslita que no pueda encontrar un lugar. Ni siquiera los anacronismos me parecen un anatema: despus de asegurarse de que se ha entendido bien, slo hay que preocuparse de que el registro castellano sea el ms alto posible y procurar no caerse desde all...

    El lector en castellano tiene ya otras traducciones a su disposicin, espaolas y americanas, y siempre es ms sencillo el camino cuando otros ya han abierto brecha: adems de la pionera de Carlos Coloma, de 1629, no quiero dejar de mencionar aqu la traduccin de Jos Luis Moralejo, cuya profunda comprensin del latn me ha simplificado a menudo la tarea. En cataln tenemos la fortuna de contar tambin con la edicin bilinge de Mari Bassols de Climent (en colaboracin con Miquel Dol) para la Fundacin Bernt Metge: a la

    [4 1 ]

  • calidad de su traduccin se aade la abundante informacin que se proporciona a pie de pgina.

    Al igual que en esta introduccin, debo admitir que a la hora de la traduccin he pensado con preferencia en un lector de literatura que en un fillogo o un historiador: tambin las notas que acompaan al texto tienen como objetivo prioritario permitir un avance sin contratiempos por el texto antes que proporcionar informacin o erudicin adicional. Sobre las Historias existen completsimos comentarios y estudios, de los que incluyo una seleccin bibliogrfica a la que el lector interesado puede dirigirse en su busca.

    La nica fuente manuscrita de las Historias es el Mediceus II, conservado en la Biblioteca Laurentiana de Florencia. El cdice no ostenta ningn ttulo especial. Comienza con el libro XI de los Anales el Mediceus I contiene los anteriores y acaba con el XVI en el folio 103v. En el 104v, como si fuese el libro siguiente, numerado el XVII, comienzan las Historias: ambas obras se haban copiado y transmitido como si fuesen una sola, respetando la secuencia cronolgica de los hechos que trataban.

    En 1569, el jurisconsulto lions Vertianus (o Vertranius) Maurus separ las dos obras y Justo Lipsio lo secund. Podra decirse que, a partir de ah, se inici un trabajo de particin progresiva: Gruter fue el primero que, en su edicin de 1607, introdujo la divisin, aceptada luego universalmente, de los libros en captulos. Para mi traduccin he seguido, casi al pie de la letra, la edicin de Kenneth Wellesley para Teubner43, la ms reciente, y guiado por la confianza en uno de los mayores especialistas en el tema: como la mayora de las ediciones de la segunda mitad del siglo xx, la suya incluye la numeracin de captulos en pargrafos. Sin embargo, como l mismo hace en la mencionada traduccin inglesa, aparecida por primera vez en 1964, yo no los he reflejado en la ma.

    43 Comelii Taciti Libri Q i Supersunt (II-l), Historiarum Libri, Leipzig, Teubner, 1989.

    U 2-]

  • En cambio, me ha convencido su divisin de los libros en episodios, tal como aparecen en el ndice, que yo sigo con discrepancias menores. A su vez, me he permitido seguir dividiendo el texto, de la forma que el lector del original latino podr comprobar, en lo tocante a la parrafacin: cambios de voz, de tema o de escena me han aconsejado utilizar el punto y aparte con mayor profusin de lo habitual en las traducciones y, desde luego, en las ediciones, en las cuales es muy raro encontrar cambios de prrafo dentro de cada captulo. Es probablemente en la puntuacin donde me he tomado ms libertades, confiando siempre en ayudar al lector contemporneo y en que Cornelio Tcito no se sintiera traicionado por mis decisiones.

    [43]

  • BIBLIOGRAFA

    Repertorios bibliogrficos y compilaciones

    La ingente profusin de estudios sobre la vida y obra de Tcito a lo largo del siglo xx ha sido compendiada en varios trabajos:

    H anslik , R,, Tacitus, 1939-1972, Lustrum, 16 (1971-1972) y 17 (1973-1974).

    Tacitus: Forschungsbericht, Anzeiger fiir die Altertumswissen- schaft, 13 (1960); 20 (1967); 27 (1974).

    R m e r , F., Tacitus: Forschungsbericht IV, 1. Teii, Anzeiger fiir die Altertumswissenscbaft, 37 (1984);

    Tacitus: Forschungsbericht IV, 2. Teii, Anzeiger fiir die Alter- tumswissenschaft, 38 (1985).

    Ben a rio , H. W., Recent work on Tacitus, Classical Weekly, 58 (1964), 63 (1970), 71 (1977), 80 (1986), 89(2) (1995-1996).

    De especial inters como revisin de los ms relevantes temas ta- citianos hasta la dcada de los noventa:

    Aufitieg und Niedergang der romischen Welt, II, XXXIII, 2 (1990), 3 y 4 (1991).

    Una actualizacin bibliogrfica (y mucho ms) sobre las Historias puede encontrarse en:

    D a m o n , C., Tacitus: Histories I, Cambridge, 2002.

    [45]

  • Pa ra to re , E., Tacito, Roma, 1951.Sy m e , R., Tacitus (2 vol.), Oxford, 1958. Ten Studies on Tacitus, Oxford, 1970.M a r tin , R., Tacitus, Londres, 1981.Po e s c h l , V. (d.), Tacitus, Wege der ForschungXCVll, Darmstadt,

    1986.Grim a l , P., Tacite, Paris, 1990.W o o d m a n , A.J., Tacitus reviewed, Nueva York, 1998.

    Monografias de referencia sobre Tcito

    A ellas habra que aadir los siguientes artculos y captulos:

    L fste d t , E., Tacitus the historian, en Roman Literaiy Portraits, Oxford, 1958.

    Borzsk , St., P. Cornelius Tacitus, en Pauly-Wyssowa, Reakncyclop- die der Classischen Altertumswissenschaft, Supp. XI, Stuttgart, 1968.

    G o o d y ea r , F. R. D., Tcito, en E. J. Kenney-W.v. Clausen (eds.), Historia de la literatura clsica. II. Literatura latina, Madrid, 1989.

    C izek , E., Tacite et lapoge de lhistoriographie Rome, en Histoire et historiens Rome dans lAntiquit, Lyon, 1995.

    M o ralejo , J. L., Tcito, en C. Codoer (d.), Historia de la literatura latina, Madrid, 1997.

    Sobre las Historias

    Dos estudios ya clsicos merecen una deferencia:

    Fabia , P., Les sources de Tacite dans les Histoires et les Annales, Paris, 1893. C o u r b a u d , E., Les procds dart de Tacite dans les Histoires, Paris, 1918.

    Los comentarios ms recientes son:

    H eu bn er , H ., Tacitus. Die Historien, H eidelberg, 1963 (I), 1968 (II), 1972 (III), 1976 (IV), 1982 (V).

    W ellesley, ., Tacitus. The Histories, Book III, Sydney, 1972. C hilver, G. E. R, A Historical Commentary on TacitusHistories land II,

    Oxford, 1979. y T o w n e n d , G. B., A Historical Commentary on TacitusHistories TV

    andV, Oxford, 1985.

    t46]

  • Debemos incluir aqu, por el inters informativo de sus notas, la edicin bilinge de M. Bassols de Climent, P. Comeli Teit. Histories I, Barcelona (1949),7/(1949), /7/(1957) y I V (1962).

    Adems de la reciente edicin de C. Damon citada ms arriba, posee una detallada bibliografa temtica y libro a libro la traduccin de K. Wellesley, Tacitus. The Histories, Penguin Books, 1984 (=1964).

    [47]

  • HISTORIAS

  • LIBRO PRIMERO

  • P r e f a c io y s u m a r io m o r a l d e l a o b r a

    1 El consulado de Servio Galba, por segunda vez, y de Tito Vinio ser el comienzo de mi obra1, pues los anteriores ochocientos veinte aos transcurridos desde la fundacin de Roma fueron relatados por numerosos autores con elocuencia e independencia parejas en tanto se rememoraban los hechos del pueblo romano. Despus de que se luch en Accio y convino a la paz que todo el poder se dejase en manos de uno solo2, aquellos grandes talentos se vieron interrumpidos. La verdad qued maltrecha de muchos modos a un tiempo: primero, por el desinters hacia los asuntos de Estado como algo sin incumbencia; luego por el deseo de adular o, al revs, por el odio hacia el poderoso. As, entre hostiles y sumisos, a nadie inquietaba la posteridad.

    Pero es fcil que los halagos del escritor se acojan con desdn, mientras que la aversin y el reproche siempre encuentran odos prestos, porque en la adulacin subyace la inculpacin de servilismo y en la malicia, una apariencia engaosa de libertad.

    1 Ao 69 d.C.2 Ao 31 a.C. En la toma del poder por parte de Augusto sita Tcito el fin

    de la Repblica. El nuevo rgimen se conoce como Principado por el ttulo de Princeps otorgado al propio Augusto y a sus sucesores.

    [53]

  • Yo no recib de Galba, de Otn o de Vitelio ni perjuicio ni beneficio. No negar que mi carrera poltica se inici con Vespasiano, progres con Tito y se vio impulsada an ms con Domiciano, pero de ninguno hablar con afecto o rencor quien hace profesin de honestidad insobornable. Si mi salud lo permitiera, el principado del Divino Nerva y el gobierno de Trajano, tema ms rico y menos arriesgado, lo he reservado para la vejez, merced a una poca de rara fecundidad en la que es posible opinar lo que se quiera y decir lo que se opina.

    2 Emprendo un relato cuajado de calamidades, de batallas atroces, de sediciones y revueltas; un tiempo en que hasta la paz fue inmisericorde. A hierro perecieron cuatro emperadores; hubo tres guerras civiles, numerosas en el exterior y a menudo combinadas; la suerte nos fue favorable en Oriente y adversa en Occidente: hubo levantamientos en Hinco3, inestabilidad en las Galias, Britania fue sometida y, de inmediato, abandonada; se aliaron en contra nuestra los pueblos srmatas y suebos; del intercambio de derrotas los dados4 se ganaron un respeto; a punto estuvieron incluso de levantarse en armas los partos5 tras el ridculo seuelo de un falso Nern.

    Por su parte, Italia se vio afligida por desastres sin precedente o inusitados desde haca una larga serie de siglos. Ardieron o quedaron sepultadas las ms prsperas ciudades de la costa campana y Roma fue devastada por incendios, los santuarios ms antiguos calcinados: las manos de los propios ciudadanos pegaron fuego al Capitolio. Se mancill lo ms sagrado y se ultraj sin medida. El mar se llen de exiliados, los escollos de cadveres.

    En la ciudad de Roma la saa fue especialmente atroz. La nobleza, la riqueza y los cargos polticos, lo mismo rehusados

    3 Regin de los Balcanes.4 Los srmatas ocupaban la regin al norte del Bajo Danubio; los suebos,

    el este de Alemania y de la Repblica Checa; los dacios eran los habitantes de la Dacia, la actual Rumania.

    5 El enemigo oriental por excelencia: ocupaban territorios de los actuales Irn e Iraq.

    [54]

  • que desempeados, adquirieron el valor de inculpaciones, y se premiaba la virtud con una muerte segura. Las recompensas a los delatores no se hicieron menos detestables que sus crmenes puesto que, quienes obtenan como botn ya fueran cargos sacerdotales y el consulado, ya fueran procuraciones o el poder en la sombra, todo lo pervertan y por todo sembraban el odio y el terror. A base de sobornos, se puso a los esclavos en contra de sus amos, a los libertos en contra de sus patronos, y a quien no tena enemigos, le bastaban sus amigos para hallar la perdicin.

    3 No fue, sin embargo, una poca tan estril en virtudes que no ofreciera tambin buenos ejemplos: madres que acompaaban a sus hijos prfugos; esposas que seguan a sus maridos al destierro; parientes audaces, yernos valientes y esclavos cuya lealtad resisti incluso las torturas; hombres brillantes arrastrados a la inmolacin que sobrellevaron con coraje el momento supremo y emularon con su muerte las ms ilustres muertes de los antiguos.

    Junto a las mltiples desdichas de los asuntos humanos, por cielo y tierra se manifestaron portentos, relmpagos ominosos y anuncios del porvenir, sombros o felices, ambiguos o difanos. Y lo cierto es que nunca antes se haba probado con desgracias ms atroces para el pueblo romano ni seales ms precisas que no es misin de los dioses nuestra seguridad, sino nuestro castigo.

    D ia g n o s is d e l i m p e r io

    4 Pero antes de dar forma a mi proyecto, me parece oportuno recordar cul era la situacin de la Capital, cul el espritu del ejrcito, cul el estado de las provincias, qu estaba sano en el mundo y qu enfermo, para que se conozcan no slo los avatares y acontecimientos, que a menudo son resultado del azar, sino tambin sus razones y causas.

    El final de Nern, si bien fue acogido con alegra en un primer momento de entusiasmo, haba suscitado emociones dispares, no slo en la Urbe, entre los senadores, el pueblo o la guarnicin de la ciudad, sino entre todas las legiones y sus je-

    [55]

  • fes, una vez destapado un arcano del imperio: se poda elegir prncipe fuera de Roma. Pero los senadores estaban contentos y se aprestaron a disfrutar de la libertad sin restricciones, ahora que el prncipe era nuevo y estaba ausente; los caballeros ms destacados tenan casi tantas razones para la alegra como los senadores; la parte del pueblo con principios y vinculada a las grandes familias, los clientes y libertos de los condenados o desterrados, sintieron resurgir la esperanza. La chusma, habituada al circo y los espectculos teatrales, lo mismo que los esclavos ms viles y quienes, una vez devoradas sus fortunas, se nutran de la infamia de Nern, andaban desconsolados y vidos de rumores.

    5 La guarnicin de Roma, imbuida del ya duradero voto de lealtad a los Csares, haba tomado parte en el derrocamiento de Nern ms por aagazas y presiones que por propia iniciativa. Cuando se da cuenta de que el donativo prometido en nombre de Galba no llega, ni ofrece la misma oportunidad de gratificaciones y grandes recompensas la paz que la guerra y de que, por si eso fuera poco, estaba en desventaja respecto del favor de un prncipe al que haban elegido las legiones, inclinada como estaba ya de por s a la revuelta, se muestra dispuesta a secundar los propsitos criminales del prefecto Nimfidio Sabino, quien planeaba tomar el poder.

    Y, a pesar de que Nimfidio es eliminado en el intento y la rebelin descabezada, quedaban numerosos cmplices entre los militares y no dejaban de orse en sus conversaciones quejas de la vejez y la tacaera de Galba: les asustaba su severidad, antao elogiada y ensalzada en los cuarteles, porque ya no toleraban la vieja disciplina y Nern les haba acostumbrado durante catorce aos a apreciar los vicios de los emperadores tanto como antao respetaban sus virtudes. A ello se sum la proclama de Galba, irreprochable en inters pblico y arriesgada para el suyo propio, de que l reclutaba a la tropa, no la compraba; y es que lo dems no se amoldaba a eso.6 Galba era un viejo incapaz, a quien Tito Vinio el ms vil de los mortales y Cornelio Lacn el ms cobarde hacan vctima del odio que genera la bajeza y causaban la ruina con el desprecio que inspira la abulia.

    [56]

  • El camino de Galba6 fue lento y salpicado de sangre por las muertes del cnsul designado Cingonio Yarrn y del consular Petronio Turpiliano: acusados el uno de complicidad con Nimfidio y el otro de cabecilla al servicio de Nern, sin que nadie les escuchara ni defendiera, pudo parecer que se ejecutaba a inocentes.

    Su entrada en Roma, tras la escabechina de tantos miles de soldados desarmados, result ominosa, y espantosa incluso para quienes la perpetraron7.

    Con la llegada de la legin hispana8 y la permanencia de la que Nern haba formado con la marinera, la ciudad se llen de un nmero inslito de militares; adems, estaban los contingentes de Germania, Britania e Ilrico que haba reclutado tambin Nern y que haba hecho venir para sofocar la intentona de Vndice despus de haberlos enviado a las Puertas Caspias y a la guerra que preparaba contra los albanos: material ingente para las asonadas, si no inclinado en favor de nadie en particular, s dispuesto para quien tuviese la osada.

    7 La casualidad hizo coincidir el anuncio de las muertes de Clodio Macro y Fonteyo Capitn. A Macro, que promova a las claras un alzamiento en Africa, lo haba matado el procurador Trebonio Garuciano por orden de Galba; de Capitn, que albergaba idnticos proyectos en Germania, se haban encargado los legados Cornelio Aquino y Fabio Valente antes de que se lo ordenasen. Algunos eran de la opinion de que Capiton, si bien padeca las lacras de la avaricia y la lujuria, era ajeno a cualquier maquinacin sediciosa; pero como los legados, despus de animarle, no consiguieron empujarlo a la revuelta, tramaron la falsa incriminacin y Galba, por debilidad de carcter o para no tener que indagar ms a fondo, haba dado su aprobacin sin importarle cmo sucedi lo que ya no poda cambiarse.

    6 Desde Hispania a Roma. El trayecto le cost ms de dos meses, desde julio del 68 hasta principios o mediados de octubre.

    7 Aqu como en otros pasajes (I, 31, 37 y 87) se hace referencia al oscuro incidente durante el cual las tropas de Galba diezmaron a los legionarios de marina que, al parecer sin propsito hostil, le salieron al paso en el Puente Milvio.

    8 La VIIa, reclutada por el propio G^lba.

    [57]

  • En cualquier caso, ambas muertes fueron acogidas como malos ageros: estuviera bien o mal hecho, todo reportaba la misma ojeriza a un prncipe ya de entrada mal visto. Todo estaba en venta; la arrogancia de sus libertos era por dems; las cuadrillas de sus esclavos, dispuestos a sacar provecho del golpe de suerte, se daban prisa porque el amo era viejo. Los males de la nueva corte eran los mismos, e igual de graves, pero no se disculpaban igual. Hasta la edad de Galba era motivo de sorna e incomodo para gentes habituadas a la lozana de Nern y, como es costumbre del vulgo, a comparar a los emperadores por su belleza fsica y su porte.

    8 Y as estaban los nimos en la Capital, como corresponde a una poblacin tan numerosa. En cuanto a las provincias, al frente de Hispania estaba Cluvio Rufo, hombre con don de palabra y hbil en las tareas de la paz, pero inexperto en la guerra. Las Galias, aparte del recuerdo de Vndice, estaban comprometidas por la reciente concesin de la ciudadana romana y la perspectiva de un alivio en los impuestos. Sin embargo, las ciudades de las Galias ms prximas a los ejrcitos de Germania9 no haban recibido el mismo honor; algunas incluso, tras ver cmo mermaba su territorio, medan con dolor parejo los beneficios ajenos y las ofensas propias.

    Los ejrcitos de Germania cosa peligrossima tratndose de tantas fuerzas estaban exaltados y furiosos, orgullosos por la reciente victoria y temerosos de que diera la impresin de que haban ayudado a la parte contraria: haban tardado en hacer defeccin de Nern y Verginio no se haba apresurado en apoyar a Galba. No estaba claro si haba rehusado el imperio: s constaba que la tropa le haba ofrecido el mando. El asesinato de Fonteyo Capitn indignaba incluso a quienes no tenan motivos para lamentarlo. Carecan de jefe, puesto que Verginio haba sido apartado so pretexto de amistad, y el hecho de que no se reincorporase e incluso fuese objeto de insidias les resultaba una acusacin contra ellos mismos.

    9 Y que haban simpatizado con Verginio Rufo, encargado de aplastar la rebelin de Vndice.

    [58]

  • 9 El ejrcito de Germania Superior10 despreciaba al legado Hordeonio Flaco, un hombre provecto y enfermo de gota, sin coraje ni autoridad; ni siquiera era capaz de imponer disciplina a una tropa en calma y, al intentar contener a los recalcitrantes, su debilidad todava los enardeca ms.

    Las legiones de Germania Inferior pasaron mucho tiempo sin consular, hasta que se present, enviado por Galba, Aulo Vitelio, hijo del Vitelio censor y tres veces cnsul; eso pareca suficiente acreditacin.

    En el ejrcito de Britania no se produjo el menor descontento. Lo cierto es que ninguna otra legin se comport a lo largo de todas las guerras civiles con mayor docilidad, ya sea por la lejana y el Ocano que las separaba, o porque aleccionadas por frecuentes campaas preferan dirigir sus odios contra el enemigo. Tambin haba calma en Ilrico; aunque las legiones que Nern haba reclamado, durante el periodo de incertidumbre en Italia, hicieron llegar una delegacin a Verginio. Pero los ejrcitos, separados por grandes distancias el remedio ms saludable para preservar la lealtad de los militares, no se contagiaban ni las flaquezas ni las fuerzas.

    10 Hasta la fecha, el Oriente estaba en calma. Controlaba Siria y cuatro legiones Licinio Muciano, un hombre que haba dado que hablar por sus xitos tanto como por sus fracasos. De joven haba cultivado amistades ilustres que secundaran sus ambiciones; ms tarde, despus de dilapidar una fortuna y ponerse en situacin resbaladiza, entre sospechas incluso de haber provocado las iras de Claudio, se recluy en lo ms recndito de la provincia de Asia, tan cerca del destierro como despus lo estara del Principado. Era una mezcla de frivolidad y de energa, de afabilidad y de soberbia, de buenos y malos modales. En los momentos de ocio, se daba a los excesos; si estaba en campaa, sus virtudes eran grandes. Su vida pblica suscitaba elogios, la privada, feas habladuras. Pero a un hombre de sus caractersticas, dotado de un repertorio de habilidades para seducir a los subordinados, a los allegados y

    10 La provincia ms meridional de las dos en que se divida Germania.

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  • a los compaeros, le result ms prctico hacer entrega del poder que quedarse con l.

    Flavio Vespasiano diriga la guerra de Judea (puesto para el que le haba elegido Nern) con tres legiones. Tampoco abrigaba Vespasiano nimos o propsitos contra Galba, y prueba de ello es que haba enviado a su hijo Tito a mostrarle sus respetos y cultivar su trato, como recordaremos en su momento. Las seales y orculos con que el destino manifestaba su oculto designio de reservar el imperio para Vespasiano y sus descendientes nos resultaron