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TEJEDORAS DE VIDA 2015

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Diseño de Portada: DG Angélica McHarrell Basado en una pintura de Michelle Páez Cuidado Editorial: Luis Eduardo García Primera edición, Septiembre de 2015 © Tejedoras de Cambios San Pedro Garza García, N.L. ISBN: 3-970-XXX-XXX EN TRAMITE Este libro no puede ser fotocopiado o reproducido total o parcialmente por ningún otro medio o método sin la autorización por escrito de las autoras. Derechos Reservados

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Índice

PRÓLOGO I ..................................................................... 7 PRÓLOGO II ................................................................. 16 A mis cuarenta – La Peque ........................................... 25

Ahora sé quién soy - Contraluz ...................................... 34 Asperezas de mi vida - Victoria ..................................... 52

Como las olas… - Artemisa ........................................... 61 Corriendo sola – Liebre .................................................. 70 Decisión correcta – Enamorada ..................................... 80

En pleno vuelo – Mariposa ............................................. 93 En proceso – Atardecer ............................................... 104

Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba ........... 122

Familia nómada – Allerim ............................................ 129

Ganando las batallas de la vida - Guerrera hasta el

último aliento ................................................................ 136

Imago - Brisa de tormenta ............................................ 151 La que estoy siendo, gracias a la que fui – Fresca

Calidez .......................................................................... 161 Lo que era y lo que soy - Itzayana............................... 181 La Vida Vale – La Pájara ............................................. 187 Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro ................... 196

Mis enredos - Madre Teresa ......................................... 205 Mis secretos – Currumina............................................. 209

Mujer inquebrantable – Sol y Mar ............................... 226 Tejiendo mi vida – MOG ............................................. 247

Transformando mi vida – Tornado .............................. 253 Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia ................... 265 Una vida de trabajo - Águila guerrera .......................... 285

Yo soy - Inti .................................................................. 297

SEMBLANZAS ........................................................... 311

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PRÓLOGO I Estamos de festejo en Tejedoras de Cambios A.C., porque

hoy presentamos -¡por fin!- el primer libro de historias escritas

por varios grupos de mujeres que cursaron el Diplomado

Tejedoras de Vida, el cual ha sido impartido desde poco

después de que fundamos legalmente nuestra organización.

Antecesores de este volumen son los dos tomos publicados

con el nombre “Tejedoras de Historias”, por el Instituto Estatal

de las Mujeres de Nuevo León (en 2006 y 2008

respectivamente). Las novedades a celebrar de entonces a esta

fecha, han sido precisamente la creación de nuestra A.C.

(2009), la multiplicación de las redes de mujeres y el desarrollo

de nuestra labor social transformadora, a través de cursos,

conferencias, lotería educativa, terapias de salud integral, y

otras actividades.

La metodología empleada tanto en nuestro curso sello como

en todo el Diplomado es la misma que investigué en mi tesis

de Maestría en Desarrollo Humano en la Universidad

Iberoamericana (“Identidad narrativa femenina: Un camino de

crecimiento personal”, 2002), y conlleva un enfoque de género

dentro de esa corriente humanista. Y es que al trabajar con las

historias de vidas de las mujeres, obviamente estamos

manejando el género autobiográfico, y al preguntarle a

cualquier persona quién es, la respuesta vendrá acompañada,

casi invariablemente, con la narración de una historia personal.

De ahí que estemos hablando de una identidad narrativa.

Hace no muchos años, en psicología se consideraba que la

identidad del ser humano era si no inmutable, sí algo fijo y

bastante arraigado, difícil de cambiar. A partir de lo que se

conoce como el “giro narrativo”, el “self” o sí mismo ya no se

considera una entidad única, fija, continua, verificable y

perfectamente lógica, sino que se abren nuevas perspectivas

muy interesantes en el enfoque y el tratamiento a través de la

identidad, al volverla flexible, interpretable, maleable, gracias

a los procesos de recuperación, reelaboración y re-

significación de la propia historia de vida.

No voy a explicar aquí la compleja teoría que soporta este

concepto, ni los postulados de Ricoeur y compañía. Remito a

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quienes tengan interés en el tema tanto a mi tesis como a mi

prólogo explicativo en los citados volúmenes de Tejedoras de

Historias. Aquí sólo repetiré brevemente -para los posibles

nuevos lectores, o personas con interés académico- en qué

consiste dicha metodología.

Este “giro narrativo” (ya sea en la Medicina, la

Antropología, la Teoría Cultural, el Derecho, la Psicoterapia o

el Desarrollo Organizacional) ha trasladado el interés sobre la

identidad a la historia, lo cual permite posibilidades nuevas y

renovadoras según como ésta sea contada. Está aquí presente la

postura constructivista que implica co-construir con otros las

historias o relatos alternativos, de modo tal que permitan mirar

desde varias perspectivas o puntos de vista, las mismas

acciones y personajes.

La narrativa convierte así la temática en cuestión (un

episodio histórico, una historia clínica o legal, y en este caso el

pasado de una persona) en un proceso interesante, dinámico y

flexible, en lugar de algo rígido, inamovible e incuestionable

que sólo admite una versión absolutista. De ahí lo sanador que

resulta escribir la propia historia.

Ciertamente, en esa escritura, lectura y reescritura no es

posible cambiar el pasado, pero siempre cabe mirarlo de otro

modo, porque –como decía Ricouer- “ser es ser interpretado”,

de ahí que nuestra vida se convierte en una “historia contada”,

y por tanto interpretada. Y precisamente ahí, al comenzar a

narrar nuestra historia, al plasmarla en palabras escritas para

nosotras mismas o para los demás, resulta posible encontrar

que la identidad narrativa confiere una cierta continuidad y

permanencia en el tiempo al sujeto de la misma, pero a la vez

descubre un dinamismo que le permite el cambio y la

transformación.

¿Cómo se logra esto? Cuando alguien escribe su historia, se

establece una distancia, una diferencia que se introduce al

momento de escribir y, posteriormente, de leer lo escrito. Al

leer ya no está presente ese yo escritor, sino el lector, en una

especie de desdoblamiento. Ahí es donde cabe introducir

precisamente la interpretación, la posibilidad de resignificar, de

reescribir una nueva historia. Y en este tejer y destejer, pueden

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ir intercalándose otros nuevos tejidos que flexibilicen, adapten

y enriquezcan al anterior.

Al respecto, Duccio Demetrio sostiene que el trabajo

autobiográfico tal vez sea el viaje de formación, auto-

conocimiento y auto-aceptación más importante que podemos

emprender en nuestra existencia, y coincido con esta opinión,

por eso elegí esta poderosa metodología como eje central de mi

trabajo con mujeres. Porque supone, por un lado, internarse en

el caos y los rumores confusos del pasado, para buscar una

forma de organizar los recuerdos, y por otro, para evaluar el

presente y proyectar el futuro. Y es que la escritura abre

nuevos registros del inconsciente y posee otros efectos, más

duraderos, porque fija el fluir del tiempo y permite regresar a

él, revisarlo, interpretarlo, cambiarlo.

En nuestro Diplomado no damos clases de redacción, no se

trata de aprender técnicas de escritura literaria. De hecho, las

correcciones realizadas a los textos de las participantes son

mínimas, (sólo las faltas de ortografía, puntuación, repeticiones

y sintaxis básica), aunque muy laboriosas de realizar

precisamente porque cuidamos de respetar el estilo personal de

cada mujer que nos narra su historia; con todo, siempre

aparecen algunos talentos natos para la escritura. Aquí el

trabajo importante es otro, el del auto-conocimiento y la auto-

transformación.

Por ello, las preguntas que subyacen en un relato

autobiográfico serían: ¿Quién soy yo realmente?, ¿para qué he

vivido?, ¿qué sentido ha tenido mi existencia?

Respondería con esta cita Natalie Goldberg: “Escribir es un

gran viaje. Es un camino que tiene la posibilidad de hacernos

libres.” (Goldberg, 2001). No obstante, en este viaje vital por

el que nos lleva la narrativa autobiográfica, habrá de todo:

algunas experiencias positivas y otras negativas, risas y

lágrimas, éxitos y fracasos. Además, es casi seguro que a todos

nos han sucedido cosas inesperadas, vergonzosas, difíciles de

aceptar, dolorosas, inexplicables y hasta trágicas. Así que

encontrar un significado puede resultar la gran diferencia en la

actitud que asumamos ante lo que vamos viviendo. De hecho,

sin decir que es la panacea, cabe afirmar que la escritura

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autobiográfica es una herramienta muy poderosa (incluso para

abrir la dimensión espiritual), ya que da acceso a nuestras más

íntimas profundidades y ayuda en el proceso inacabable de

avanzar hacia la propia integración, la reconciliación y la

coherencia.

Basada en esta metodología, diseñé el Diplomado inicial, y

posteriormente a partir de esta enriquecedora experiencia con

tres grupos y en colaboración con varias de las graduadas,

adaptamos ese material para emplearlo en su versión breve de

tres meses como curso sello de nuestra asociación (El Guión de

mi Vida), y como capacitación para convertirse en Tejedora, en

su versión más profunda y con una extensión de año y medio

(Diplomado Tejedoras de Vida). Este nuevo Diplomado ya no

lo impartí yo, sino que pasé toda la estructura, metodología,

dinámicas y bibliografía a Dariela Dávila, Tejedora graduada

en la primera generación y psicóloga de profesión, a quien fui

asesorando en su primera edición, y por supuesto ella fue

imprimiéndole su propio sello y estilo personal, así como su

preparación de terapeuta y su misma calidad humana.

Así hemos ido entretejiendo nuestras redes, abarcando

nuevos espacios, practicando la metodología, afinando los

materiales y probando este enfoque en diversos ámbitos. Así

inauguramos una subsede en Juárez, coordinada por nuestra

compañera Martha Patricia González, y estamos empezando un

grupo en Cadereyta, N.L.

Iniciamos y sostenemos, desde hace ya varios años, tres

proyectos sociales, para llevar este curso a las internas del

Penal del Topo Chico; a las Colonias populares La Barranca y

Lomas de Tampiquito, en San Pedro; y recientemente

empezamos a trabajar también en la Col. Alfonso Reyes (más

conocida como La Risca).

En dichos proyectos, participan entusiastamente Tejedoras

ya graduadas del Diplomado y capacitadas en la metodología

empleada, y son quienes ahora facilitan el curso. A través de

estas experiencias, nos hemos dado cuenta de que con ajustes a

niveles de baja escolaridad, nuestros talleres también

funcionan muy bien con mujeres en situación de alta

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vulnerabilidad, de modo que confiamos en poder publicar sus

historias en un futuro próximo.

¿Para qué recoger estas historias y darlas a conocer más allá

del pequeño grupo en la que se forjaron y compartieron? Para

hacer eco a estas voces y ampliar su alcance, de modo que

inviten a más mujeres a emprender un camino similar. Durante

siglos, el sexo femenino ha luchado por sus derechos, por

hacerse oír, por salir de un rol estereotipado de ser únicamente

esposa, ama de casa y madre reproductora, rol que debido a

una estructura patriarcal y machista la ha colocado en una

posición de opresión e inferioridad, y la ha condenado a sufrir

todo tipo de injusticias, a asumirse como mera testigo y en

muchos casos –tal como puede apreciarse, por desgracia, en

muchas de las historias que aquí presentamos- como víctima

sumisa de situaciones estructuralmente violentas.

Durante miles de años, en todos los tonos, elogiosos o

insultantes, científicos o poéticos, se han dicho infinidad de

cosas sobre las mujeres. Sin embargo, durante todo ese tiempo

hemos sido consideradas como seres para ser vistos y no para

ser escuchados. Sobre nosotras, sobre nuestro ser, quehacer y

devenir han corrido ríos de tinta a través del tiempo, pero esas

palabras, esas visiones, esas historias eran narradas, en su

mayoría, por hombres.

Bien dice Rosa Montero, esa gran novelista y feminista

española contemporánea: “Porque hay una historia que no está

en la historia y que sólo se puede rescatar aguzando el oído y

escuchando los susurros de las mujeres.” (Historias de

Mujeres, 1996).

Es a esos “susurros” a lo que he intentado prestar un oído

atento, para amplificar su sonido mediante su presentación y

publicación. Representan una especie de micro historias,

porque los acontecimientos, personajes o hallazgos que aportan

pasan inadvertidos en la “historia oficial”, en los estudios que

consignan la macro historia o las teorías feministas.

Aquí nos llaman la atención tanto por las especificidades

como por la cotidianidad que cada una de estas narraciones

ofrece -ya sea en su dimensión psicológica o en la sociológica-

como por las posibilidades interpretativas que abren

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individualmente y en su conjunto. Desafortunadamente, resulta

un lamentable hecho que no existe un interés real por escuchar

de modo directo las cuestiones de las mujeres –nuestras

historias personales, nuestros deseos, nuestros dolores y

frustraciones, nuestra opresión, nuestros anhelos y sueños- .

Todos ellos han pasado casi completamente desapercibidos a

través de las diversas etapas históricas. Y peor aún, cuando el

foco de atención lo trasladamos a la madurez, ¿qué podemos

decir del desinterés casi absoluto que despierta la mujer

madura?

Si ya el sexo masculino no le puede cantar a su belleza

física, si ya quedó atrás la etapa reproductora y no cabe ser

ensalzada en el mito de la maternidad, ¿qué sucede? Una triste

e injusta realidad: que la marginación y el desinterés se

vuelven extremos. Pues es precisamente a ese rango de edad

femenina, la edad de la madurez, a la que decidí prestar

especial atención desde que inicié los estudios de mi tesis y

luego al fundar la asociación civil.

En parte por ser la que yo misma he ido viviendo, y sobre

todo porque la autobiografía es un género de esta etapa de la

vida. Si se indaga en ella de la manera adecuada, surgen los

planteamientos por el propósito y el sentido, justo cuando ya

hay una experiencia y cierta sabiduría vital en las mujeres que

alcanzan dicha etapa, además de un mayor tiempo disponible

para sus propios proyectos. La paradoja está en que es

precisamente entonces cuando más desapercibidas y

desatendidas pasan, con la consiguiente y muy lamentable

pérdida de esa valiosa energía femenina, que podría emplearse

para la propia transformación y también para apoyar cambios

comunitarios y sociales.

A pesar de que la equidad de género y el empoderamiento

de las mujeres está en el tercer lugar de los ocho Objetivos del

Milenio de la ONU, a pesar de que se ha dicho que este Siglo

XXI será del sexo femenino, lo cierto, la realidad cotidiana e

inmediata en nuestro país y en la mayor parte del mundo es

que falta muchísimo por lograr en cuanto a igualdad de

oportunidades y derechos para las mujeres en casi todos los

ámbitos: social, político, económico, educativo, de salud,

religioso, artístico, científico, etc., pues esta causa del

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feminismo no es en los hechos algo prioritario para los

gobiernos.

Y es que lograr la equidad de género resulta complejo,

porque no basta legislar al respecto, hay que cambiar las

estructuras socioeconómicas y políticas, trabajar en reeducar a

las personas, cambiar las creencias culturales misóginas,

violentas y discriminatorias e ir transformando la cultura

machista y patriarcal en una incluyente, justa y pacífica.

A esa labor educativa de las mujeres es a lo que nos

dedicamos en Tejedoras de Cambios, con el objetivo -en

última instancia- de incidir positivamente en el entorno

familiar y comunitario. No resulta rápido ni sencillo, sino al

contrario, es como picar piedra.

No ha resultado fácil tampoco impulsar dicho objetivo

desde una ONG como Tejedoras, porque no es una causa que

se considere urgente ni que despierte muchas simpatías entre

las fundaciones filantrópicas, sobre todo cuando no es

asistencialista, como sucede en nuestro caso. Con todo, los

avances son innegables y aunque tarde en extenderse y lograrse

plenamente, creo que esta transformación ya no se detendrá.

Necesitamos gradualmente que más y más mujeres, jóvenes

y maduras, vayan logrando lo que en nuestros talleres

llamamos la “triple A”, y de la cual quienes escribieron los

presentes textos son testimonio: convertirse en la Autora, la

Actriz principal o protagonista y la Agente de cambio de sus

propias historias de vida. Por ello, como suelo repetirles a las

mujeres que culminan este Diplomado, con la escritura y

publicación de su historia pueden decir con gran satisfacción:

“Nada ha cambiado, salvo yo misma, por ello ahora todo es

distinto”.

Va mi más calurosa felicitación a las 24 mujeres que nos

comparten su historia de vida, narrándola como cada quien

quiso y supo hacerlo, por haberse comprometido con ustedes

mismas, con su grupo y con su facilitadora primero para tejer,

destejer y entretejer sus propias tramas vitales; y luego para dar

un paso más allá, todavía más aventurado y de mayor impacto:

publicarlas, con el deseo de encontrar un eco y dejar una huella

en sus familias, sus amistades y posiblemente, en otras muchas

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mujeres a quienes podrían inspirar para embarcarse en una

travesía similar a la suya.

En este curso demostraron por un lado, la paciencia de

Penélope, para ser perseverantes al ir tejiendo y destejiendo

dentro de un ámbito privado y protegido, una especie de hogar

en el tiempo-espacio que formaron durante las sesiones del

Diplomado, y por otro dieron prueba de la valentía e ingenio

de Odiseo para lanzarse al viaje en el ámbito público. Así,

aunaron “ánima” y “animus”, su esencia femenina y su

impulso masculino, en una integración sanadora que las

empodera, dejando constancia escrita y abierta de este proceso,

que tuvo un inicio pero ya no tendrá final, porque despertaron

a la conciencia y a la responsabilidad personal.

Quiero decir por último que la edición y publicación de este

libro fue prolongada y difícil, complejidad y dificultad que son

representativas de los escollos enfrentados por las

organizaciones de la sociedad civil: falta de fondos, de

recursos económicos y humanos, de tiempo, de apoyos. Por

ello, quiero dar las gracias sinceramente a Fomento Moral y

Educativo ABP, por el donativo que nos otorgó para la

elaboración de esta obra. Asimismo, va mi agradecimiento y el

de nuestra Asociación por su paciencia, ingenio y colaboración

a nuestro editor independiente, el Ing. Luis Eduardo García;

por la creatividad del diseño gráfico de la portada a la Lic.

Angélica McHarrell; por su sensibilidad artística y solidaria, a

la artista Michelle Páez, quien pintó el cuadro que ilustra la

portada; a nuestro colaborador voluntario de redacción Lic.

Damián Monsiváis, por su generosa revisión de textos; a toda

la Mesa Directiva (Cristina Girodengo, Elizabeth Chávez y

Blanca Alicia Tello ), que hace posible, respalda e impulsa la

labor de nuestra A.C., y de modo muy especial a la Mtra.

Dariela Dávila, y a su co-facilitadora en uno de los grupos la

Mtra. Estrella Romero, ambas integrantes también de la Mesa

Directiva, por haber tomado la estafeta que les pasé, y por

haber guiado a buen puerto a estos tres grupos; valoramos su

capacidad, su entrega cariñosa, y su incansable entusiasmo.

En Tejedoras de Cambios conocemos el enorme poder

transformador de las palabras, y con base en ellas realizamos

esta labor que hoy plasma su fruto. De hecho, como preguntan

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George Duby y Michelle Perrot, editores de la enciclopedia

Historias de Mujeres: “¿Y ellas, qué dicen ellas? La historia de

las mujeres es, en cierto modo, la de su acceso a la palabra.”

Quedan aquí los testimonios con fragmentos de muchas

vidas, con sus luces y sus sombras, sus logros, sus carencias,

sus anhelos. En este libro, 24 mujeres valientes y muy valiosas

tienen la palabra. Te invito, lectora o lector, a escucharlas…

Pero antes, se la cedo a Dariela Dávila, facilitadora del

Diplomado, ella también tiene cosas muy importantes que

decir sobre el profundo proceso vivido durante la escritura de

estas historias.

Patricia Basave

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PRÓLOGO II Mi experiencia como facilitadora en el Diplomado

“Tejedoras de Vida” es muy satisfactoria y enriquecedora.

Afortunadamente tengo la oportunidad de usar esta

herramienta tan valiosa, producto del trabajo creativo de mi

querida Maestra Patricia Basave. Para mí es muy interesante la

manera en que su triple marco teórico -antropológico,

psicológico y lingüístico- es enlazado y conectado con un

formato excepcional que es estrictamente vivencial.

El proceso es constituido bajo contrato de común acuerdo.

Esto delimita el contexto de relación requerido y permite a las

participantes resignificar su historia personal y construir la

propia identidad a partir de la narrativa. Así el proceso

potencia la toma de conciencia que genera una íntima

responsabilidad y admite asumir simultáneamente una postura

de autora, actriz y agente de cambio. Mi experiencia del grupo

de participantes durante el diplomado significó un aprendizaje

reafirmado en lo personal y un reto profesional.

Durante el proceso del diplomado, entablamos una

conversación que inició con la presentación de las

participantes, es decir, el grupo pasó de un momento de

aceptación del contrato a su integración; del ensayo al ejercicio

de la escucha respetuosa y la empatía, de la práctica del

discurso en primera persona a la construcción y comprensión

de una dimensión grupal saludable y sanadora; de la

modulación y contención del grupo por el grupo a la apertura

confiada y el apoyo mutuo; de la reflexión acompañada a la

conciencia personal y grupal.

Aunque el diplomado incluyó una etapa culminante del

proceso cuando cada participante compartió su autobiografía,

la realidad es que la conversación iniciada continúa

estrechando lazos de sororidad, dentro del mismo grupo y más

allá, incluyendo e influyendo en nuestras relaciones familiares

y sociales. Pero también y especialmente nuestra relación con

nosotras mismas.

Cuando yo participé en la primera edición del Diplomado

de Tejedoras, me encontré que estaba buscando conocer y

participar en actividades con perspectiva de género, y me topé

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-en lo personal- con mi grupo de referencia, con mi género,

con mi ser mujer. Entre todas las relaciones que han sido

tocadas en mi vida por esta experiencia, mi relación conmigo

misma es prioridad. Abrazar esta conciencia de mí y el

bienestar obtenido a través de ello generó un deseo que

permanece, crece y me mueve a trabajar para compartirlo. Este

deseo compartido por las Tejedoras nos acompaña cada vez

que un grupo de mujeres replica la experiencia y cursa nuestro

Diplomado. Así fue que nos constituimos en asociación civil

para invitar, alentar y acompañar a otras mujeres en su

desarrollo personal.

En mis antecedentes como psicóloga partí desde una

preparación clínica con orientación analítica, que es elitista por

su propio marco conceptual y terapéutico, hacia la búsqueda de

formatos más incluyentes. Después de conocer, prepararme,

practicar y apropiarme de una visión sistémica, participé como

beneficiaria en este proceso de Desarrollo Humano y

experimenté las bondades de la narrativa, en cuanto a su acceso

técnico y metodológico, que beneficia sin distinción. De tal

forma que las exclusiones, me atrevo a decir, no existen. Este

es uno de los motivos que me hacen admirar, apreciar y

disfrutar el proyecto de Tejedoras de Cambios, A.C.: su

orientación educativa y su visón incluyente.

La experiencia de nuestra organización, en cuanto a los

rangos de edad de nuestras beneficiarias es muy variada.

Hemos trabajado con mujeres de la tercera edad, en donde

contamos con testimonios muy valiosos y enriquecedores, en

primer lugar para ellas mismas, para su grupo y para quienes

facilitamos, esto como efecto inmediato; pero también

encontramos impacto en los grupos de referencia y

convivencia de las participantes, como son sus familiares, y sus

compañeros en la estancia en donde les atendimos.

De manera prioritaria este curso se planeó para beneficiar a

mujeres adultas maduras (entre 45 y 65 años), y ellas han sido

mayoría en nuestros cursos: mujeres con diferentes grados y

tipos de preparación académica, diferentes procedencias, todo

tipo de estados civiles y formatos de parejas y familias,

diferentes estilos y experiencias de vida, así como diferentes

estratos sociales, locales y económicos. Además, hemos tenido

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grupos mixtos de mujeres adultas maduras y jóvenes, y grupos

sólo de mujeres adultas jóvenes. Ciertamente cada grupo tiene

una dinámica única, y en ese sentido el proceso y el diplomado

mismo, aunque el formato se mantenga y respete, es distinto

también en cada caso.

El grupo de escritoras autobiográficas que colaboran en este

libro, procede y suma la experiencia de tres grupos con

características diferentes y por demás interesantes. El primero

que inició se llevó a cabo en Monterrey, NL, y fue mi primera

experiencia facilitando el Diplomado Tejedoras de Vida,

incluía a mujeres procedentes de diferentes municipios del área

metropolitana de monterrey. Esto generó una relación especial

entre las participantes en tanto se conocían e integraban.

Resultó ser un grupo muy productivo para nuestra AC, pues

cada una de ellas ha colaborado y/o colaboran en diferentes

momentos y formas en las actividades que desarrollamos.

El segundo se llevó a cabo en Juárez, NL, ahí las

características del lugar, tales como una clara y mayor

cohesión y participación social que en los municipios de mayor

densidad de población, supuso una ventaja y a la vez una

desventaja, y dado el tema de la confidencialidad, fue obvia la

manera como el grupo vivió y superó el hecho de que la

mayoría de ellas se conocían previamente, de alguna u otra

manera. Por supuesto esto influyó en la dinámica durante el

proceso y los resultados del mismo. Más adelante detallaré

acerca de esto. Quiero decir que en este grupo implementamos

la modalidad de co-facilitadora, la cual es regular en nuestros

otros talleres y cursos como forma de capacitación. En este

caso, conté con el apoyo de mi querida amiga y compañera

Tejedora Estrella Romero, que además fungió como relatora de

este grupo y facilitó para mí la tarea técnica y administrativa.

Su presencia fue útil, productiva y sensible. Aprendimos que es

necesario el apoyo y decidimos que incluiremos este rol en los

siguientes diplomados de Tejedoras.

El tercer grupo se ubicó en San Nicolás de los Garza, y se

caracterizó por ser mixto en cuanto a la edad, pues la mitad

eran adultas maduras y la otra mitad jóvenes. Evidentemente,

la diferencia transgeneracional se obvió en un primer momento

como importante en la integración del grupo. Sin embargo, es

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un tema que cada vez está más presente y es prioritario en cada

uno de nuestros círculos de mujeres, no obstante que las edades

de las participantes no difieran tanto. Claro, influyó en la

dinámica grupal y al final la experimentamos como algo muy

positivo para el proceso.

Como se hizo en los dos libros previos „Tejedoras de

historias‟, realizados con esta misma metodología, para

elaborar éste planteé ante las participantes y se decidió por

mayoría el tema de la autoría y el anonimato. Optaron, como

antes se hizo, por la solución intermedia: aparecer con su

nombre en la obra, „dando la cara‟ como mujeres reales y bien

plantadas que son, al presentar su semblanza y foto, pero con

seudónimos en sus historias. Cada uno de los grupos eligió

diferentes tipos de seudónimos, con absoluta libertad (a

diferencia de los tomos antecedentes en donde se unificó el

criterio en torno a una figura acordada). Esto con la finalidad

de cuidar en cierta forma la privacidad de cada una de ellas y

sus familias: Sabemos que sus familiares las reconocerán, pero

no así el público en general.

Para nuestra A.C. el trabajo de revisión, edición e impresión

es de alto costo, no solo en lo económico, sino en todas las

formas imaginables y lo realizamos sin contar dentro del

equipo con personas especialistas dedicadas a esto, si bien

previo al trabajo del editor, obtuvimos la colaboración de un

corrector voluntario que alcanzó a revisar 14 historias. Por

supuesto el esfuerzo para revisar las versiones iniciales

(algunas escritas a mano, otras entregadas en papel y no en

archivo electrónico) supuso para nosotras mucho tiempo,

trabajo y dedicación, pues las noveles escritoras en general,

salvo algunos casos excepcionales, no tenemos práctica ni

preparación en cuanto a redacción. Aun así, consideramos y

respetamos el estilo personal de cada autora, dado que lo

importante es el contenido y el trabajo personal que se realiza

al organizar la narrativa. Afortunadamente, contamos con la

asesoría de Patricia Basave, quien también realizó trabajos de

corrección y dio el último visto bueno. Su preparación

profesional y su aplicación en esta tarea garantizan un trabajo

digno.

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Una parte muy importante del proceso es la fórmula

terapéutica en el proceso de escribir en cada grupo, cada paso

implica aceptación, auto-conocimiento auto-respeto, denuncia,

valor, auto-estima, conciencia, y responsabilidad. Es por eso

que cada una define su proceso según lo resuelve. Los

cuestionamientos acerca de la escritura se transpolan al propio

sentido, para quién, y para qué escribo. En esta ocasión algunas

de ellas compartieron en grupo vivencias y temas que

incluyeron o no en su biografía, algunas dieron cabida en su

historia a tópicos y experiencias que no habían compartido

antes, y otras decidieron no escribir cosas que ya habían

abierto.

De cualquier forma, cada vez que el diplomado se imparte,

la participante trabaja reflexionando, resignificando la propia

historia, reconstruyendo a partir de la lectura y la publicación

ante el grupo y ante el público lector. Esto nos muestra cómo,

de alguna forma, la relación de la autora con su propia historia

cambia una vez que se asume protagonista, y después cuando

escribe, toma distancia y vuelve a cambiar su relación consigo

misma, haciendo posible corregirse, ser agente de cambio de su

propia vida.

Quiero destacar que en esta ocasión, desafortunadamente,

publicamos una historia póstuma. No imaginábamos siquiera

su ausencia cuando nuestra preciosa „Pájara‟ entregó su escrito

con un estilo sencillo, grato y directo como ella; yo encuentro

en el contenido de su texto: honor para sus antepasados,

agradecimiento a sus mayores, un sí a su vida, alabanza a su fe,

amor a su familia. Ahora que culminó su vida, la historia

misma cobra otro sentido, sigue editándose, nos sigue

impactando, ahora siento y experimento su escrito como una

franca, sentida y agradable despedida, en donde nos incluye a

todas las personas involucradas. Gracias amiga querida, sigues

enseñándonos y continúas presente en nuestra historia.

Igual siento con la historia de “Mariposa”, quien procesa su

duelo por la pérdida de su mamá ocurrida después de iniciado

el diplomado, además en su escrito ella atiende y elabora

también acerca de la muerte de su papá y la pérdida del

embarazo de la pequeña Carolina; celebra sus vidas y las

honra. Toma la vida, con lo lindo y no tan lindo, y así la da. Y

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es tan congruente y vivida la forma en que se compromete a

ser y hacer la diferencia. La narrativa ofrece su historia a la

vida. Al final del diplomado su suegra fallece después de una

larga enfermedad. La vida vuelve a cambiar, las pérdidas

siguen, y para ella da otro vuelco inesperado: recientemente,

también culminó la vida de su esposo, su compañero de vida.

Querida Mariposa, estamos contigo para seguir viéndote ser la

diferencia.

En cuanto al diplomado como una forma de intervención

social, los indicadores del cambio cumplen con nuestros

objetivos en una forma positiva y eficaz. Dichos indicadores de

resultados son entre otras cosas, el número de autobiografías

escritas y entregadas en relación al número inicial de

participantes, y la correlación de resultados en el test y re-test

del POI (Personal Orientation Inventory), que se aplica al

inicio y final del diplomado. Me interesa compartirles que,

incluyendo los antecedentes publicados con la facilitación y

coordinación de Patricia Basave, el número de participantes

que terminan el curso y publican es el 75% del inicial.

El indicador de progreso probado por los cambios del perfil

del re-test POI, muestra un incremento significativo, del grupo,

en las escalas de Auto-dirección, Auto-soporte, Auto-concepto,

Auto-aceptación y Espontaneidad. Estos resultados en el perfil

de auto-actualización (C. Rogers, 61), o auto-realización

(Maslow, 67) coinciden con los resultados del estudio de

referencia de la población que incluye trabajadores sociales,

enfermeros y voluntarios de OSC, es decir, grupos que dan

servicio a la comunidad.

Los indicadores del efecto de la intervención, señalan

cambios de actitud e incrementos en la activación de la energía

femenina. Es una prueba muy importante, que muestra los

cambios evidenciados en las autobiografías, manifestados por

las propias participantes beneficiarias directas del proyecto.

Adicionalmente, otra prueba es que el 50% del grupo

egresado del diplomado incluyen: mujeres en edad de retiro,

jubiladas o desocupadas que inician nuevos negocios, cambian

de rubro o se activan socialmente; mujeres jóvenes o maduras

dedicadas al hogar y/o económicamente dependientes y/o

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independientes que inician o reinician sus estudios, se emplean

o auto-emplean o se activan socialmente; y el 100% de las

beneficiarias que son Tejedoras activas se mantienen en

capacitación continua y/o han iniciado y/o continuado sus

carreras.

Los indicadores de impacto de esta intervención social, son

propios de los proyectos de desarrollo comunitario, las

beneficiarias son participantes activas en el propio proyecto de

nuestra AC, y de esta manera cambian su relación, se asumen

como agente de cambio e incrementan el impacto social, más

allá de su familia y entorno social directo.

Mi experiencia en Tejedoras de Cambios, A.C. es intensa

de una manera ante todo personal, cada actividad en la que me

involucro implica cercanía, sensibilidad y cuidado. Cada

mujer, cada hombre, cada ser humano me muestra y me enseña

a bien-ser y bien-conocer. Mi conciencia personal se ha ido

convirtiendo en conciencia social. Me atrevo y sé que puedo

hablar por mis compañeras en ese mismo sentido: Nuestra

conciencia personal se ha ido convirtiendo en conciencia

social.

Yo como tú, tú como yo. Es el espejo sin fin que usamos y

al mirarnos encontramos a todas las otras mujeres, y al mirarlas

a ellas encontramos a todos los otros seres humanos, a todos, a

todas, a cada ser humano. Cada vez que me asomo a ese

espejo, veo diferente y amplío mi visión. Es inevitable, todo,

todos, todas ahora me importan más, porque siento más, amo

más, trabajo más, me entrego más, disfruto más…

Por ello doy gracias a todas las involucradas. A Patricia

Basave por su obra creativa y su confianza en mi trabajo. A

mis compañeras: Cristy, Ely, Estrella, Alice, y Paty Gzz. por

los apoyos que facilitaron la consecución de este proyecto. A

las familias que nos prestaron espacios para llevar a cabo el

diplomado durante año y medio, por su paciencia y

generosidad.

A cada uno de los implicados en la impresión de este libro,

principalmente a Paty y Luis, por su trabajo profesional y su

paciencia para conmigo.

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Me siento muy honrada y les agradezco entrañablemente, a

cada una de ustedes, por haberme permitido acompañarlas en

este proceso dentro de los tres grupos tan especiales de mujeres

en desarrollo que, entre otras cosas, validamos la vida.

Dariela Dávila

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A mis cuarenta – La Peque Pues lo primero que aprendí fue a hablar en primera

persona, así es que comenzamos.

Yo, Ángela, la más pequeña del grupo y la más mal portada

porque nunca llevaba la tarea, ¡jaja!, les quiero contar un poco

de mi vida.

Soy la tercera de cuatro hermanas: Lourdes, Sonia, yo

(Ángela) y Norma. Mi mamá nos contó que cuando conoció a

mi papá, él traía un pesero y mi mamá se subía. Él recogía

pasaje en la colonia Tacubaya, en Guadalupe, lugar donde mi

mamá vivía con sus hermanos porque habían quedado

huérfanos de madre ya que su papá tenía tres familias: su

esposa H… Sánchez, H… Palomares y la familia de mi mamá,

H… Lumbreras. Era cabrón el viejo.

Mi abuelo, de nombre Paulo, trabajaba en La Fundidora y

ganaba muy buen dinero. Me contó mi mamá que les daba muy

poco; en aquellos años vivían en la colonia Independencia, en

Monterrey. Mi mamá nos contaba que vivían cerca de su casa

las dos familias y nunca les dijo que era casado ni que tenía

más hijos; ya después les dijo que tenía otras dos familias

cuando mi abuelo enferma.

Es así cuando empieza a visitar y ver a todos sus hijos y

dijo que tenía dos familias más y que era casado, y quería

juntarlos a todos para que se conocieran y decirles que lo

perdonaran. Al poco tiempo antes de fallecer dijo su última

voluntad: juntar a todos sus hijos para él morir tranquilo.

Fallece y a todos sus hijos los dejó reunidos; y nos

seguimos frecuentando. No hubo ningún reclamo de nada.

Recuerdo a mi abuelo muy alto, moreno y delgado cuando él

visitaba a mi mamá, ella ya estaba casada y vivía en Juárez. Él

venía a pizcar chile piquín.

Cuando mis papás se conocieron se enamoraron pero mi

mamá tenía miedo porque le habían contado que él había

dejado plantada a otra novia vestida en el altar, y él se fue muy

a gusto al río, por eso ella tenía miedo que le pasara lo mismo,

pero no fue así. Se la llevó para su casa y ahí se la dejó a mi

abuelito Pancho, y como al mes hicieron los preparativos para

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casarse, y así fue que se casaron por la iglesia y su fiesta y todo

normal, ya que está la prueba de sus fotos de novios, muy

guapos mis papis. Así fuimos naciendo cada una de las cuatro

mujeres.

Recuerdo que tenía como seis años cuando vivíamos en

Villa Juárez, Nuevo León: nosotros, mi tío Pancho con su

familia y mi abuelito con su segunda esposa. Era una vecindad

y ahí convivíamos todos, además que mi abuelito tenía una

molienda donde hacían aguamiel (agua de caña, piloncillo y

conserva) riquísima.

Mi abuelito me paraba entre sus piernas y me tejía trenzas

y me las amarraba con hojas de elote, todavía lo tengo muy

presente, cómo olvidarlo, mi infancia fue muy bonita. Nos la

pasábamos muy bien mis hermanas y yo en el patio grande que

teníamos, nos divertíamos tanto.

Mi mamá decía que cuando ella se embarazaba, mi papá se

hacía ilusiones de que iba a ser un varón, pero nomás salimos

puras verijonas, así nos decía mi papá: puro producto para

caballero. No le hizo falta el hombre ya que nos quería tanto y

nos llevaba a todos lados.

No teníamos mucho dinero pero lo poco que teníamos lo

disfrutábamos e íbamos a los ríos; antes había muchísimos y

hermosos. Se iba él y ya regresaba con cajas de madera de

frutas y verduras y mandado. Nada nos faltaba, ya que él nos lo

tenía todo y no había necesidad de pedirle nada.

Ah, pero cuando empezamos a ser señoritas no nos quería

dar dinero, decía que para qué queríamos dinero si ahí había

todo. A nosotras nos daba mucha pena decirle que lo

queríamos para comprar toallas sanitarias, y ya le teníamos que

decir y se enojaba porque se ponía colorado, ¡le daba pena

cuando supo el para qué! Así fuimos siendo señoritas y

cumpliendo cada una sus quince años.

Mi papá tomaba mucho y fumaba y tenía novias. Se daba

una vida muy descarada, pero teniendo puras hijas no le daba

vergüenza. Al menos yo sí me di cuenta. Cuando iba con él en

la camioneta las veía y les hacía señas a las mujeres, yo no

decía nada pero sí me daba cuenta. Siguió su vida muy

acelerada: seguía tomando y fumando. Se fumaba dos cajetillas

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de cigarros diarias. A los 43 años enfermó y lo internaron; para

nosotras era difícil cuidarlo ya que éramos mujeres y a él le

daba vergüenza que lo viéramos desnudo o con la bata del

hospital, pues duró como seis meses internado y le dijeron a mi

mamá que ya no tenía remedio y que lo iban a dar de alta para

que pasara sus últimos días en la casa con sus familiares y así

fue.

Estuvo quince días y lo volvimos a internar para ya no salir

con vida de ahí, dejándonos huérfanas y a mi mamá, viuda,

muy joven, de 42 años; él era el sustento de la casa.

Empezamos a batallar estando todas nosotras seguidas de

edad: 18, 17, 16 y 14 años. Mi mamá tuvo que sacarnos

adelante ya que mis dos tíos, hermanos de mi papá, nunca nos

apoyaron. Mi mamá empezó a hacer tamales para vender y

ayudarnos, pues había que comer; mi hermana mayor buscó

trabajo en una fábrica de ropa ahí en Juárez, Sonia y yo nos

tuvimos que salir de la prepa y mi hermana la más chica dejar

la secundaria, ya que no había dinero pues mi papá no nos

había dejado nada guardado.

Así salimos adelante con la venta de tamales y ya

trabajando nosotras nos fue mejor. Vivíamos al día, y como ya

teníamos más de quince años ya podíamos ir a los bailes cada

fin de semana. Mi mamá nos dejaba ir, pero que nos

regresáramos a las doce y así lo hicimos. Ahí, en uno de esos

bailes, me presentan a un muchacho de nombre Julio, de ahí

mismo de Juárez, hijo de una familia de dinero.

Julio era un “junior”. Para esto, ya mi papá nos había

advertido que tuviéramos cuidado con esos muchachos porque

eran muy mañosos y aun sabiéndolo, me hice novia de él, y así

fui saliendo.

Y sí, era mañoso, pues salí embarazada y no dije nada, ni a

él. A los siete meses de embarazo yo trabajaba en la fábrica

que tenía su papá, me corté y me tenían que poner la vacuna

del tétano y aunque les dije que no, me la pusieron. En ese

entonces yo no sabía nada y ya tuve que decir que estaba

embarazada, ¡y que explota la bomba!: a arreglar la boda.

Se hicieron los trámites para todo eso y nos casamos, y en

dos meses ya me estaba aliviando de Julio, mi primer hijo, que

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pesó tres kilos y medio. De ahí fue muy difícil nuestro

matrimonio porque nos empezó a ir mal económicamente.

La fábrica estaba en la quiebra, y cuando mi hijo tenía ocho

meses fallece mi suegra. Todo iba de mal en peor: la fábrica

cerró y nuestra situación económica era mala. La abuelita de

mi esposo vendía quesos de leche pura de vaca, y empezamos

a vender quesos en las tiendas de aquí de Juárez. A veces salía

para comer y cuando no, teníamos que ir con su abuelita y ahí

comíamos.

Después salí embarazada de mi segundo hijo y así me iba a

repartir quesos, mientras mi esposo se iba a vender boletos del

Sorteo del Tec a un módulo en el centro de Monterrey; y así la

pasábamos, pero nos sirvió mucho ya que el dinero que

ganábamos lo valorábamos mucho, pues nadie te ayudaba en

aquél tiempo.

Fue una etapa muy difícil, no teníamos casa, vivíamos con

mi suegro ya que los hermanos de Julio ya se habían casado y

nosotros nos quedamos ahí con él. Seguí repartiendo quesos.

Me alivié de mi segundo hijo y aumenté mucho de peso, pero

no pensé que naciera tan grande: fue niña de cuatro kilos y

medio, estaba grandísima, la ropita que le había comprado le

quedaba a la medida y tenía el peso de un bebé de cuatro

meses.

Le pusimos Andrea. Ese nombre me gustaba mucho. Fue

creciendo la niña y le traspasan a mi esposo una carnicería

junto con mi suegro. El poquito dinero que se tenía guardado

se invirtió ahí en la carne y aparatos para poder trabajar, ya que

estaba ubicada en una colonia INFONAVIT de ahí mismo en

Juárez. Ahora sí comíamos mejor.

Transcurrieron como tres años y un amigo de mi esposo lo

invita a participar en una campaña política donde era el

candidato, que lo apoyara en todo lo que se hace en una

campaña y mi esposo le dijo que sí. Mi esposo iba a la

carnicería por las mañanas, y en las tardes se iban a visitar a la

gente de las colonias a platicar con ellas del candidato.

El amigo de mi esposo gana y lo invita a formar parte de su

equipo de trabajo, así nuestra situación económica cambió

porque le dieron una dirección de servicios públicos. Ahí

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trabajaba con mucha gente ya que de ahí salían lo que era

servicios primarios, alumbrado, bacheo… y como él tenía que

andar revisando que los trabajadores lo hicieran bien, acudía a

cada colonia y ahí fue ganándose mucha gente que ya lo

buscaba en su oficina y se encariñaron con él.

Estuvo dos años en la administración y tenía mucho trato

con la gente de las colonias. Al ver la aceptación que él tenía

con las personas, le propusieron participar en la próxima

campaña política siendo uno de los gallos. Renunció a su

puesto que tenía en la administración para seguir con los

preparativos de la próxima campaña donde él participaría,

aunque nunca se había postulado una persona tan joven como

mi esposo, de 29 años.

Toda la gente estaba muy asombrada y yo nunca imaginé

que él tuviera tanta aceptación. Tenía algo que a donde él fuera

lo aceptaban y de ahí empezó su carrera política, que le gustó

muchísimo, aunque la verdad por mi cabeza no pasaba que él

ganaría.

Después de todo el trabajo que se hizo en cada una de las

colonias (yo no me imaginaba que hubiera tantas; nosotros

vivíamos en el centro y desde mi infancia viví ahí), nunca

imaginé toda la responsabilidad que se nos venía a mi esposo y

a mí. Se llegó el día de las primeras votaciones (que llaman

internas) y mi esposo había quedado de candidato de su partido

(PRI). Se hizo una fiesta para celebrar que él había ganado

pero eso no era todo, seguía lo más pesado: la campaña final.

Tomamos un receso para descansar y programar lo que era más

difícil para mi esposo.

Se programó un viaje a varias ciudades y viajamos por

carretera, ya que nos gustaba mucho disfrutar de los paisajes de

cada ciudad. Llegamos a Zacatecas y ahí anduvimos

conociendo y luego nos fuimos a Guanajuato, una ciudad

hermosísima. Disfrutamos mucho ese viaje ya que andábamos

muy agotados, y eso era un relax después de tanto trabajo. Al

final fuimos a Acapulco.

Nunca me imaginé lo que nos pasaría allá. Si el hubiera

existiera, nunca hubiera ido, nada más de recordar me pongo

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triste y a llorar, ya que en ese viaje murió mi hija, mi muñeca

Andrea de cuatro años y medio de edad.

Fue algo tan rápido, ni yo me di cuenta cómo pasó todo. Se

acabó para mí. Ella corrió a la avenida donde transitaban

muchos carros. Acabábamos de salir de un restaurante donde

habíamos cenado. Mi esposo la traía de la mano y en un

segundo corrió, e inmediatamente la aventó un carro. Su

cuerpecito voló como muñeco de trapo. Grité muy fuerte y me

desvanecí, lo peor fue cuando trajeron el cuerpo.

Mi cuñado la recogió y me la trajo. La niña ya estaba suelta

y su mirada perdida. La agarré y lloré mucho y gritaba; me la

quitaron y se la llevaron a un hospital, no supe a cuál. No

dejábamos de llorar. Una familia se ofreció a llevarnos a varios

hospitales para buscar a mi hija, y no la encontrábamos.

Fuimos a varios hasta que los encontramos y cuando llegamos

salió mi cuñado y nomás dijo con la cabeza que no. Eso para

mí fue como agua helada. Lo peor fue que me dijeran que

había muerto.

Para mí se acabó todo. Entré donde la tenían tapada con una

sábana blanca y yo la cargué, la arrullé y la besaba. Su

cuerpecito ya estaba frío. Yo la abrazaba, la quería calentar con

mi cuerpo y no quería que nadie me la quitara. Dios dejaba de

existir para mí porque me había quitado a mi niña. Me volví

loca ese día. Fue muy duro para nosotros, ya que del hospital la

tenían que trasladar al SEMEFO. No quise soltar su cuerpo y

me la llevé cargada porque había que trasladarla e ir al

ministerio público a decir lo que había sucedido. Ella, Andrea,

había corrido como si alguien la hubiera llamado y la

atropellaron. Eso fue todo. Fue tan horrible que ya no supe

nada.

Mi cuñado se encargó de los trámites funerales, mientras yo

no dejaba de gritar y llorar. Nos fuimos al hotel pues el cuerpo

ya se había quedado para esos trámites; no supe a qué hora

dejé de llorar. Cuando desperté quería que todo fuera un sueño

pero no fue así; era verdad: mi niña se me había ido. Fuimos a

la funeraria y ahí nos dieron el féretro.

No parecía ella, ya que teniendo cuatro años parecía una

niña de ocho, estaba muy grande, su ataúd era de color blanco

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como el de un ángel; ella era una angelita que se nos había

adelantado. La velamos como dos horas y ya tenían todo

arreglado para regresarnos en avión desde Acapulco a Juárez.

Llegamos al aeropuerto de Monterrey y ya nos esperaban

nuestros familiares y amigos de mi esposo de la política. Mi

cara ya había cambiado. Era un rostro de enojo, no quería que

nadie me diera el pésame, así nos subimos a una camioneta

donde nos traerían a Juárez y ahí velaríamos a la niña en casa

de la abuelita de Julio.

Era tanta la gente que las calles estaban cerradas y no se

podía pasar. Me acuerdo que nomás se veían volar los globos

blancos, símbolo de que había fallecido un angelito. Se veló el

cuerpo y al siguiente día se dio sepultura; yo ya no tenía

lágrimas que derramar, sólo gritos de dolor en el panteón; ya

no supe más y me desmayé. Ahí se había acabado todo para

mí.

Ya en mi casa me la pasaba dormida, no quería comer, no

hablaba, de pronto me dije: tengo a mi hijo mayor… y me

levanté de la cama. Nunca se trató el tema de cómo había

sucedido el accidente, nadie de la familia nunca preguntó más

nada. Al día siguiente, mi esposo se fue a seguir con su

campaña y no tuvimos duelo para mi hija, había que seguir

adelante visitando gente, colonias, eventos masivos...

Mi esposo fue un joven de 29 años que ganó las elecciones

(2003-2006) para alcalde. A mí no me daba gusto porque había

perdido a mi hija. El tiempo pasó, y ya cada uno de nosotros

estábamos en su oficina al cargo de lo que se fuera: ofreciendo

ayudas, apoyos para la gente de varias comunidades.

En el año 2004 fallece la abuelita de mi esposo. Ella decía:

“yo me voy a ir con la niña”, y así fue: murió. Fue una

administración muy pesada ya que Dios estaba mandando

muchas pruebas. Ahora mi suegro enferma y le detectan cáncer

de garganta y de colon: tenía invadido todo su cuerpo. Se hizo

todo lo posible por salvarle su vida y en el 2005 fallece y

seguimos sufriendo. Y todavía había que sonreírle a la gente.

La administración de mi esposo fue muy difícil: hubo

inundaciones en Juárez, y como esposa del alcalde tenía que

estar al frente siempre sonriente y dejar aparte el sufrimiento.

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Para los primeros de agosto del 2006, en mi cumpleaños, yo

ya tenía dos meses de embarazo y Dios me mandaba ese

regalo: otro hijo, Ivancito. Un enorme bebé que nació pesando

cuatro kilos 230 gramos. Feliz por esa llegada así transcurrió

mi vida.

En mayo del 2009 me hacen la invitación a un retiro

espiritual de la parroquia de aquí de Juárez. Yo estaba indecisa

en ir porque era de la iglesia y tenía miedo qué iba a pasar ahí,

pues yo había renegado de Dios, pero él me hizo la invitación y

asistí a ese retiro. Estuvo hermoso y ahí entendí y reconocí que

Dios nos manda pruebas muy grandes. Ahí le pedí perdón y

salí enamorada de él. Ahora yo voy a esos retiros a servir. Son

muy bonitos, me llenan de Paz.

Ahí supe que no es bueno guardar rencor o coraje hacia

ninguna persona, aunque te hayan hecho daño. Al tiempo me

invitan a participar a un curso que se llamaba “El guión de mi

vida”, y yo misma me decía: “pues si soy muy seria, casi no

me gusta hablar…”, pero me encantó, me quedé con mis

compañeras, todas ellas de Juárez. Algunas nos conocíamos de

vista y pues ahí ya nos conocimos muy bien.

Se hizo el grupo y me gustó, aprendí mucho ya que nos

daban temas muy interesantes. Duró tres meses. Cuando

terminó, le decíamos a nuestra maestra Sandra que nos diera

más temas y nos dijo que eso era lo que nos tenía que dar, que

si queríamos aprender más teníamos que pedir otro curso, y así

fue. Seguía otro de un año y medio llamado “Tejiendo mi

vida”, pero teníamos que ir hasta Monterrey. Nos quedaba muy

lejos pero no nos importó.

Éramos siete compañeras y rentamos un pesero y nos

íbamos cada jueves a nuestro curso; ya nomás somos cinco

amigas. Las mismas que terminamos este hermosísimo curso.

Algunas veces faltaba una o dos compañeras pero siempre iba

alguien. A veces me aburría, nomás de saber que tenía que ir

hasta Monterrey me daba flojera, pero de quedarme en mi casa

haciendo el aseo, mejor me iba al curso. Se acabó y lo disfruté

mucho y me sirvió también de mucho.

En particular quiero agradecerle a mi maestra Dariela, que

me tuvo mucho paciencia, porque fui la más pequeña del grupo

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y la más mal portada que no llevaba las tareas, ¡jaja! Gracias,

Dariela y a cada una de las compañeras que fueron muy

amables.

Gracias porque a veces reímos y lloramos juntas. Gracias

compañeras, las voy a extrañar mucho, y también quiero

agradecer a Paty por estos cursos. Espero que nos sigan dando

más y más a todas las mujeres.

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Ahora sé quién soy - Contraluz Inicio diciendo “Yo soy”, porque realmente ahora sí sé

quién soy.

Ahora sé que soy Contraluz, sé que tengo 42 años de vida.

Hace cuatro años mi vida dio un vuelco más (y digo otro más

porque ya había dado varios y muy fuertes). Empecé con otra

etapa de mi vida, nueva para mí en la que el mundo se me vino

encima, un cambio muy, pero muy fuerte (junto con revuelto)

porque empecé con muchos trastornos, no solamente en mi

salud, en mi físico, en mis sentimientos, en mis actuaciones y

para rematar, lo económico.

De pronto me daba cuenta de que a estas alturas de mi vida

realmente no sabía o no entendía qué o quién era yo (qué

fuerte, pero es la realidad). Todas las preguntas y

cuestionamientos habidos y por haber me aparecían, me daban

vueltas en mi mente: ¿Quién soy en realidad? ¿Qué hago aquí?

¿Qué quiero? ¿Qué no quiero? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué he

dejado de hacer? ¿Estoy bien? ¿Estoy mal?.. Guau, de verdad

no saben qué tanto pasaba por mi mente, que imagínense, ni yo

me entendía, de verdad ni yo me entendía (¡qué difícil!).

Sentía como si algo me quemara por dentro y no entendía si

era lo que sentía o lo que pensaba, pero algo me quemaba,

ahora sí que hasta el alma. Empecé yendo al médico, quien me

recomendó con el ginecólogo (claro que quería ir pero con el

psicólogo, sin embargo llegué con el ginecólogo), me hizo

unos exámenes, un chequeo y me empezó a explicar que los

síntomas que traía no eran más que provocados por un cambio

hormonal que en esta etapa de mi vida era el “Climaterio” o

Pre-menopausia (¡uf!, ¡salvada no estaba!).

A pesar de tanta información que había leído, que les había

llevado a mis hermanas, cuando te llega, ¡te llega! y no importa

la edad. Me dio medicamentos naturales, me empecé a

controlar (un poco) y aun así, sentía que algo más pasaba

dentro de mí.

Por ese mismo tiempo unas amigas me invitaron a un curso

que ellas ya habían tomado. Un curso de Desarrollo Humano

(Desarrollo Personal), que iba a ser impartido por una

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Asociación de Mujeres denominado “Tejedoras de Cambios”.

Y como me gusta aprender y emprender cosas nuevas, pues

que acepto. El curso llevaba por nombre: “El Guión de mi

Vida” hermoso nombre dije, no pudo llegar en mejor tiempo

para mí; aparte de que en la vida no hay coincidencias sino

Dioscidencias, y que como dicen, el que busca encuentra… y

pues no sé si me encontró o lo encontré.

Dio inicio el curso en donde encontré amigas maravillosas,

formamos un hermoso grupo donde compartimos, departimos

y donde aprendí mucho de nuestras similitudes y diferencias.

Fueron doce sesiones en las que nuestra guía y maestra Sandra

(a quien no me canso de agradecer su tiempo, paciencia y

ahora su amistad), quien a pesar de su juventud, nos guió

excelentemente bien, ya que lo importante de este curso es

precisamente lo que yo estaba buscando: “Encontrarme y

conocerme a mí misma”. Encontré respuestas a muchas de mis

preguntas (¡de verdad no estaba tan loca! ¡Soy normal! Bueno,

¿qué es normal?).

Cuando terminamos este curso, nos invitaron a seguir en la

misma sintonía y perseverar en la búsqueda, ahora con un

Diplomado de la misma Asociación, pero ahora el nombre era:

(fíjense nada más, insisto, hasta el nombre) “Tejiendo mi

Vida” (guau).

El lema es “Asume tu vida, transforma tu entorno”. Éste a

cargo de la licenciada Dariela Dávila, quien es psicóloga y

terapeuta y que con nosotros ha sido aún más que eso, una

excelente guía (a quien agradezco ser eso, mi guía, pero sobre

todo en los momentos que más necesitaba, ella estaba ahí para

ayudarme a comprender que traía dentro de mí, su paciencia

con mis hallazgos, que no fue nada fácil y ayudarme a

encontrarlos, pero sobre todo superarlos. Gracias, Dariela). No

ha sido nada fácil, ya que el Diplomado todavía ha sido más

fuerte e impactante.

El grupo que ya habíamos formado en el curso nos unimos

a otros seres humanos maravillosos y formamos un grupo más

extenso, con la misma similitud que el anterior, con sus

diferencias, pero igual o más unidas, hemos, bueno he pasado

un año y siete meses maravillosamente al lado de mis

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compañeras, a quienes agradezco me hayan permitido ser

abierta, que hayan sido pacientes, que sean unas testigos

respetuosas, pero sobre todo que me hayan tenido la paciencia

de entenderme, no juzgarme y a la vez apapacharme.

Agradezco a cada una de ellas porque de cada una me llevo

una enseñanza diferente. Ser amigas fieles, fuertes, amorosas,

carismáticas, espirituales, sencillas, tiernas, generosas,

traviesas, luchonas, maestras, hermosas por dentro y por fuera,

escritoras, poetas, valientes y muchísimas cualidades más.

Excelentes todas ustedes, gracias, amigas.

El proceso

Durante estos dos años todo ha sido un torbellino

avasallador en mi vida, he tenido mis emociones a flor de piel.

Reviviendo muchas de mis experiencias con sentimientos

encontrados, pero al final me he dado cuenta de lo que soy

ahora es el resultado de todas y cada una de mis experiencias,

etapas o crisis vividas. Ahora con mis hallazgos me doy cuenta

que valió la pena, todas y cada una de ellas. Para empezar me

pongo en claro quién soy y de dónde vengo; ahora entiendo

que para avanzar en la vida tienes que cerrar círculos.

Según Peck:

No nos convertimos en adultos mientras no revisemos,

corregimos y sanamos el mapa dado por nuestros padres en la

infancia (a veces es necesario romperlo y rehacerlo

completamente).

Para finalizar este Diplomado nos piden que escribamos, no

hay un guión para seguir ya que cada una ya lo hemos hecho y

estamos escribiendo al vivirlo y que por eso es: El guión de

“mi” vida y sólo yo tengo las bases para escribirme. Ahora sé

qué hace un tiempo si me lo hubiesen pedido, lo hubiera

escrito desde otra visión de mí misma, ahora lo que escribo es

sanador, ya no me lastima más. Encuentro razones por las

cuales, cosas muy insignificantes me lastimaron o lastimaban

tanto. Por todo esto es que hoy dirijo mi vista hacia atrás y me

observo completamente diferente, mi visión sobre mí ha

cambiado radicalmente.

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Hoy, después de todos estos años vividos, agradezco a Dios

me haya permitido llegar o incluirme en la vida de dos seres

humanos maravillosos, mis padres, quienes ya habían

empezado a formar una familia, siendo ellos los pilares. Mi

padre, Sr. J. Leónides y mi madre (piedra angular de esta

familia), Sra. Elodia (doña Licha), y digo incluirme porque ya

integraban esta familia mis hermanos mayores Guadalupe,

Alicia, Juany, Toño y Héctor.

Y que a mí ya no me hacían en el mundo, pero ¡oh,

sorpresa! que después de ocho años llego yo y cuatro años

después, todavía llega mi hermano menor (el Jr.), Francisco.

Para muchos una familia normal y común, para mí la mejor de

las familias. Mis padres eran muy amorosos, y nos inculcaron

muchos valores.

A mis padres, hoy agradezco su infinito amor, sus

atenciones, su cariño, sus exigencias, su formación y sus

valores. También mis herman@s y sobre todo por coincidir.

Gracias, mamá. Gracias, papá. Herman@s, gracias.

Para cuando nací (6 de enero de 1969) mi hermano

Guadalupe tenía ya dieciséis años, Alicia, catorce, Juany, doce,

Toño, nueve y Héctor, ocho, (a quien admiro y a quien le

aprendí de su tenacidad y lucha por salir adelante).

Cuenta mi papá que cuando nací les cambió la vida para

bien, que traía torta o rosca bajo el brazo, que mejoraron

mucho las cosas. Mi infancia estuvo rodeada de mucho amor y

felicidad. Convivíamos mucho ya que donde nací y crecí era

un lugar con mucho espacio (era un aeropuerto particular),

mucho lugar en dónde jugar y divertirnos. Y de lo que

recuerdo es que cuando tenía cinco años, mi mamá tuvo a mi

hermano menor (que era muy travieso) y seis meses después

nació mi primer sobrino (Guadalupe), de mi hermano

Guadalupe; de ahí en adelante un año después de mi hermana

Alicia nace César, otra vez de Guadalupe nace Ana, de Alicia,

Óscar y de Juany, Mario; y así empiezan las nuevas

generaciones de la familia.

Así que convivimos viéndonos como hermanos, no como

sobrinos y tía: ¡Qué buena época! jugábamos a que yo era la

maestra y ellos los alumnos, a las comiditas, al béisbol, fútbol,

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bebeleche, encantados, escondidas, lotería, alberca, luego nos

daba la noche y nos gustaba que nos contaran historias de

miedo. No teníamos luz en casa, así que nos alumbrábamos

con lámparas de gas y al querer mandarnos a dormir, ¡qué

batallar!, pues sentíamos miedo y dábamos rienda suelta a

nuestra imaginación con el temor de cada historia contada.

Por esa época recuerdo algo que me lastimó por muchísimo

tiempo; algo que me regalaron y lo acepté y me lo creí. Estaba

creciendo y como era gordita (dije “era”) me sentía menos. Los

domingos en mi casa se reunía la familia, nos sentábamos en la

mesa para comer y uno de mis hermanos le decía a mi mamá,

“¿le va a dar de comer?, ¿no ve lo gorda que está?” Y ahora sé

que yo aceptaba ese regalo y me lo creía; pues me levantaba de

la mesa y ya no comía. Mamá me insistía que comiera, que no

hiciera caso, que estaba jugando mi hermano, después me

decía que sólo era por molestarme que no les diera gusto, pero

yo no comía hasta que se fueran. Y así eran para mí los

domingos, me escondía y lloraba sola.

Llegó la época de la secundaria. Una etapa diferente, muy

feliz y contenta. Me encantó conocer y convivir con nuevas

amigas, aprender con cada clase, me gustaba sobre todo la de

inglés, matemáticas, español, bueno me gustaba tener buenas

calificaciones y en ese entonces si tenías buenas calificaciones

te dejaban exenta en los exámenes y te dejaban encargada del

grupo. Ya desde antes me gustaba ser muy amiguera, así que

también conocí muchos amigos.

Así empecé la etapa de los “novios”, así se llamaba porque

en ese entonces novio era con el chico que platicabas, pero qué

esperanza que me tomaran de la mano; mucho menos (ni Dios

lo quiera) permitieras que te diera un beso, (¿qué te pasa, qué

tal si quedaba embarazada?), ¡qué tonta!, ¿verdad? Antes no se

sabía nada.

Durante esta etapa se hizo muy famoso un grupo llamado

Menudo, ¡guau!, que emociones tan hermosas, sobre todo

porque me aprendía los pasos, las canciones y junto con otras

cinco amigas formamos un grupo y en cada asamblea o festival

ahí estábamos participando.

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Pero muchísima más emoción cuando mi papá y mi mamá

nos llevaron a mí y mis amigas al concierto en el estadio

Universitario, nosotros entramos al concierto, aunque

empezaba a las siete de la noche nosotros llegamos a las siete

de la mañana para alcanzar buenos lugares (eran generales), así

que ahí estuvimos todo el día. Empezó el concierto a las ocho y

se terminó a las diez. Salí afónica pero muy contenta.

Cuando iba a salir de la secundaria me preguntaron mis

papás que qué quería estudiar, mi papá decía que él sería feliz

de tener una hija que fuera enfermera y pues a mí no me

gustaba eso, a mí me gustaba maestra. Pero como la situación

no estaba ni fácil ni difícil sino todo lo contrario y la carrera

era cara, pues que empiezan las opiniones externas.

Tenía una tía política a quien quise mucho, mi tía Angélica,

“La Profe”, que era profesora de secundaria y ella habló con

mis papás para ayudarme a convencerlos, pero como no puede

faltar el pero... mi hermano mayor les dice a mis papás que

para qué van a tirar un dinero que no sobra, que van a

desperdiciarlo ya que yo ya tenía novio y qué tal si me “iba”

con él antes de terminar mi carrera, o que apenas la terminara y

me casaba, qué desperdicio de tiempo, dinero y esfuerzo.

Pero a Dios gracias, a mi tía Angélica, a mi mamá y a mi

insistencia y promesa de que no los defraudaría, confiaran en

mí; muchas lágrimas después, pudimos convencer a mi papá de

que me apoyara en mi ilusión. Así que mi mamá se dio a la

tarea de buscar una beca para mí y el Club de Leones de

Guadalupe me apoyó con una parte y la otra mis papás. Así fue

como mi sueño se hizo realidad y me gradué de Maestra de

Educación Preescolar; apenas tenía 16 años y no me casé...

Pero como siempre, un pero… como era la bebé de la casa

y sólo tenía 16 años, me ofrecían la plaza para una ranchería

donde me tenía que quedar toda la semana, así que mi papá no

estaba de acuerdo, dijo que si me iba, también se iba mi mamá

y mi hermano conmigo, ¿cómo me iba a ir sola? Ni soñando,

pues así fue, ni soñando me fui y dejé pasar esa oportunidad ya

que el gran apoyo de mi tía Angélica, ya no pudo ser, pues en

el transcurso de mi carrera ella falleció.

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Fue mi primera pérdida, así es que fue una experiencia muy

dolorosa ese desprendimiento de la persona a la que quieres

mucho y sabes que ya no la vas a tener a tu lado. No podía

soportarlo, casi me desmayo, no podía respirar, qué dolor tan

fuerte sentía.

Mi inquietud de ser alguien me hacía que buscara algo qué

hacer, así que trabajé con una señora cuidando sus tres niños:

uno de tercer año, una niña de diez y un bebé de tres o cuatro

meses, pero solo duré una semana y media, salí corriendo de

ese trabajo porque me daba miedo qué pensaban los vecinos

cuando el bebé lloraba y lloraba.

Luego me fui con una señora que vendía en el mercado

sobre ruedas, ahí duré un poquito más. Un buen día, cuando

acababa de cumplir 18 años, una amiga me llevó a una

empresa porque estaban ocupando personal para la planta, y

como ya estaba desesperada por ganar algo por mí misma (no

me faltaba nada pero quería ser útil), me fui con ella.

Cuando llegamos a la empresa (llegamos a las 5:30 am)

tenía que esperar al ingeniero a cargo y ahí me dejó en la

oficina junto con el vigilante. Un poco después llegó a la

oficina un chico muy sonriente, muy saludador y platicador.

Pero como yo era niña seria, apenas respondí (tenía mucho

miedo). El chico se retiró no sin antes platicar algo con el

vigilante; luego el vigilante me dijo que el chico quería que nos

presentaran para conocerme, que cómo me llamaba, que si iba

a trabajar ahí, que si de algo me servía su recomendación que

le dijera (¿qué le pasa? dije, ¡qué pesado!, me cayó muy mal),

y volvió a subir, nos presentó y me reiteró su apoyo.

Enseguida llegó el ingeniero y me hizo la entrevista, me

mostró la planta y me dijo que si sabía el trabajo que ahí se

realizaba porque con mis estudios, pues él no creía que yo

pudiera hacerlo, (otro reto), yo le dije que claro que podía.

¿Qué tan difícil podía ser?

Pero lo que el ingeniero me explicó después es que estaban

ocupando una recepcionista, que mejor si quería y podía

tomara esa oportunidad. ¡Claro que sí!, le dije, si solo me

enseña cómo manejar el conmutador (en mi vida había

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manejado siquiera un teléfono, sólo el público de vez en

cuando).

El ingeniero me dio instrucciones del conmutador y de la

máquina de escribir (con esa no tuve problemas, era como las

de la secundaria y yo había tomado el taller de

taquimecanografía), así que no tuve dificultad alguna. Esperé

al licenciado (dueño de la empresa) para la entrevista y llegó

hasta las 10:30 am, me entrevistó y como ya había hablado con

el ingeniero y él lo había puesto al tanto, no tuvo problema

para contratarme.

Lo que yo no sabía y luego me dijeron es que las

recepcionistas no aguantaban mucho, que a ver cómo me iba y

así empecé un cuatro de abril de 1987 una nueva etapa en mi

vida.

¡Ah! y regresando al pesado que me habían presentado, en

la madrugada se hizo presente y muy solícito, si tenía alguna

necesidad para lo que fuera, comida o alguna dificultad que se

me presentara, que él le sabía al teléfono y a la máquina, que lo

que se me ofreciera él con mucho gusto me ayudaba. El chico

aquél era el encargado del almacén y producto terminado, su

nombre Antonio, muy pero muy coqueto me parecía a mí, y

como yo tenía novio, pues ¿qué le pasa?

Hablando de novio, como mi novio que tenía desde hacía...

ya, no saquen cuentas, ni le digan a mi hija (¿eh?). Bueno

como ya tenía permiso en mi casa, pues que no le cayó nada

bien que empezara a trabajar en una oficina, así que trató de

convencerme de que dejara ese trabajo, que si yo había

estudiado para Educadora que mejor me esperara hasta

encontrar una plaza; y pues así empezaron nuestras

desavenencias, hasta que la gota final fue que le dijo a mi

mamá que si era muy necesario el dinero que yo me ganaba, él

se lo daba para que no tuviera que ir yo a trabajar, y a mí me

dio opción: el trabajo o él, y ¿qué creen?, pues que hasta ahí

llego mi noviazgo de varios años.

Todo mundo pensaba (incluyéndome) que nos íbamos a

casar, pero no fue así. Y pues por algo pasan las cosas, fue

difícil, pero ¡prueba superada!, tardamos en recuperarnos pero

yo sí lo logré.

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Como les contaba, el chico del almacén no perdía

oportunidades, pero a mí me caía muy gordo, se dio cuenta de

que ya no tenía novio, pues que empieza más fuertes sus

atenciones y a los demás les decía que era lo mejor que me

había pasado, me decía que yo merecía algo mejor y así pasó el

tiempo… y el que me caía gordo pasó a otro nivel.

Ahora sé que como yo tenía mi autoestima en el suelo, pues

pensaba que ese chico guapo, sonriente y amable era

demasiado para mí, (decía que era como un príncipe, y azul) y

de verdad eso pensaba (y no es que no lo fuera, de lo que me

doy cuenta es de mi poca autoestima). Así que transcurrió el

tiempo y que se me declara y empezamos a salir y así muy

enamorada, tres años después me propuso matrimonio y

acepté, hicimos todos los trámites y con el consentimiento y la

alegría de nuestras familias, me pidió el 6 de junio

(cumpleaños de mi hermanito) y nos casamos el cinco de enero

de 1991.

Como estábamos construyendo (arriba, en casa de mis

papás) y con los gastos de la boda, no tuvimos viaje de luna de

miel. Pero no había problema, eso no empañaría nuestra

felicidad.

A los dos meses nos llevamos la sorpresa de que estábamos

embarazados. No sabía qué era lo que me llenaba la emoción,

la felicidad, el miedo, no sabía qué. El médico me confirma el

embarazo y pues que el 26 de octubre de ese mismo año llegó

la cigüeña a nuestro hogar con el pequeño príncipe azul, Jesús

Antonio. ¿Qué podría ensombrecer nuestra felicidad?

Antonio estaba fuera de la ciudad porque los médicos nos

habían dado una fecha y era casi un mes antes, y como ya se

había tardado en salir de viaje, pues se tuvo que ir, así que para

el día sábado que nació mi hijo no estaba, pero no pasaba nada,

hasta el lunes que me van a dar de alta, me informan que mi

bebé no va a salir porque está muy delicado.

El sábado desde antes de amanecer ya tenía los dolores de

parto y me llevaron a checar, me regresaron y seguían los

dolores, así que en la noche regresé pero para cuando me

atendieron mi bebé se había enredado en su cordón umbilical y

ya no se le escuchaba el corazón, rápido me pasaron al

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quirófano para operarme, pero no, mi bebé nació normal ahí en

el quirófano, normal aunque con complicaciones, defecó

dentro de mí, tomó líquidos y se le perforó un pulmoncito.

Así que no lo podían dar de alta y hasta entonces me

informaron de la situación. Yo me quería morir en ese

momento, de verdad, sólo la que sabe de dolores de los hijos,

entiende. No me quería retirar del área de incubadoras pero me

hicieron que me retirara, que sólo iban a recibir al papá a verlo

e informarle, así que con el dolor en el corazón o sin corazón

porque se quedaba ahí, me llevaron a mi casa, localizaron a

Antonio y llegó muy rápido.

Antes de retirarme, me dieron a firmar unos papeles por si

era necesario intervenirlo no perder tiempo en localizarnos. Mi

bebé duró diez días en la incubadora y nosotros vuelta y vuelta,

hasta que por fin un feliz día me dice la enfermera: pase a darle

su leche y si la tolera, tal vez mañana se lo pueda llevar. Y así

fue, al siguiente día ya venía con lo más precioso de mi vida

(Gracias, Dios, por tus bondades).

Pasaron los meses y me regresé a trabajar, mi mamá se hizo

cargo de mi bebé, todo era felicidad. Al cabo de los años, mi

mamá empezó a enfermar, no le encontraban nada malo, los

médicos le decían que era gastritis, colitis, infección, etcétera.

Y empezó a bajar de peso, a comer menos. Me recomendaron

un médico y la llevamos mi papá, mi bebé y yo.

La ausculta el médico y sin más examen viene y me dice

que mi mamá tiene cáncer y que no hay nada qué hacer. No lo

podía creer, por varios meses mi mamá se había estado

haciendo análisis, radiografías, estudios y nada; y este médico

sin ningún examen me dice que no hay duda que es cáncer, que

su estómago está hecho una piedra.

Me quise morir, no era posible, todo el mundo se me vino

encima, no lo podía creer, era una pesadilla, yo sola con el

médico recibiendo esta espantosa noticia, qué iba a hacer,

cómo le iba a decir a mi papá que estaba afuera con mi bebé,

cómo le iba a dar la noticia a mis hermanos, ¿cómo?

¿Cómo sobrevivir a eso, y con mi mamá, qué voy a hacer?

Le pido al médico que no le informe nada a ella, que de ser

posible hasta que los demás llegaran para tomar todos una

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determinación. Que si no tenía ni la menor duda, algún

examen, algo que nos diera una esperanza… se me hizo eterno

ese momento.

Me dice que no hay duda, que necesita hacerle una biopsia

solo para saber el grado en el que está, y que lo más

recomendable para él era darle calidad de vida, lo que le

restaba y que solo serían por máximo tres meses. Muerta en

vida salgo y le informo a mi papá y él dice que nos vayamos de

ahí que el doctor no sabe, que está equivocado, que nunca

debimos de haber ido a ese consultorio, que nos la llevemos;

estaba también deshecho, lo vi envejecer en ese momento, y

más era mi dolor de no poder hacer más por ellos.

Llegaron mis hermanos, uno a uno fue recibiendo la noticia,

no había consuelo para ninguno, no lo podían creer tampoco,

hablamos muchas más veces con el doctor y nos explicaba una

y otra vez la situación, que no había nada qué hacer, sólo

esperar y sobre todo darle calidad de vida en sus últimos

meses. Le conectaron una sonda por donde la alimentábamos y

ella con la esperanza de que cuando se le desinflamara el

estómago, el doctor lo iba a conectar otra vez y todo volvería a

la normalidad, así estábamos muertos en vida, delante de ella

hacíamos como si no pasara nada, pero no era cierto.

Renegué tanto de Dios y le decía: “¿Cómo, Señor, habiendo

tantas personas malas en el mundo, te llevas a mi madre, si ella

es el ser más bondadoso que hay en la tierra, cómo me vas a

dejar sola?”. Yo le pedía siempre que antes que cualquiera de

los dos me fuera yo, que no me diera ese dolor porque no

sabría cómo superarlo (ahora comprendo lo egoísta que era).

¿Cómo quería que mis padres sufrieran la pérdida de una

hija?, si así es inexplicable el dolor de perderla, ¿cómo sería

para ella este dolor? Decimos ahora, que tal vez ella fue más

inteligente que nosotros y que por no vernos sufrir ella siguió

siendo tan sonriente, tan fuerte y tan dedicada como siempre

porque nunca nos mostró si ella sufría o si realmente no le

dolía, y así llegó el negro día.

Desde la noche ella se empezó a sentir mal, me dijo que la

cambiara para que me fuera a dormir, que le dolía un poco su

estómago, que tal vez algo le había caído mal, que sentía como

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si trajera diarrea, pero que sólo la cambiara y me fuera a

dormir, pues yo en la mañana me tenía que ir a trabajar y que

no quería que faltara, que ya el licenciado me había tenido

demasiadas consideraciones al dejarme salir cada vez que ella

se sentía mal o tenía que ir a su consulta.

Pero cuando la cambié no era diarrea, era sangre, algo

dentro de ella se reventó, el médico ya nos había dado

indicaciones de lo que podía pasar. Pero aun así ella era fuerte

e insistía: “Vete a dormir, mi'jita, no me va a pasar nada”.

No me fui a dormir, me quedé a un lado de ella (a

regañadientes pero me quedé); por la mañana se sentía aún con

más dolor, ¡pero cómo es el amor de madre y de abuela! Ese

mismo día estaban operando a mi sobrino César, así que mi

hermana Alicia iba a ir más tarde y mi hermana Juany por la

mañana; cuando Juany llegó le platiqué lo que había pasado en

la noche y ella me pidió que no la dejara sola, “¿cómo se te

ocurre?, voy a ir por la doctora para ver qué nos dice”, la

doctora ya estaba enterada del proceso de mamá así que

cuando la checa dice que no sabe cómo es que mi mamá

todavía está tan lúcida si su corazón muy apenas palpita, que

palpita y se detiene, palpita y se detiene, que no sabe cuánto

tiempo pase pero que sería muy poco.

Empiezo a localizar a mis otros hermanos y traemos al

padre Juan, quien le da los Santos Óleos y le pregunta que

cómo se siente y ella dice que bien, pero que está mortificada

por mi sobrino y mi hermana, él le dice que no se mortifique,

que todo va a salir bien.

Hacemos oración y nos va llamando de uno a uno como van

llegando para darnos la bendición, cuando llega mi hermana

Alicia, inmediatamente Dios sabe de dónde le dio fuerzas y

pregunta: “¿y el niño, mi'jita, cómo está?”, mi hermana le dice

que bien, se acerca y muy apenas le alcanza a dar su bendición

y ahí termina mi madre.

Me dejó a mí más desamparada y más sola que nunca.

Fueron estos días como un nubarrón negro, tardé tanto en

superarlo, pero había que salir adelante. Ella me enseñó esa

fortaleza y Dios me permitió encontrar la resignación. No fue

fácil, pero ¿qué lo es? Ahora sé que no estoy sola, que ahora

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tengo un ángel en el cielo, que me cuida, me protege. Que

cuando la llamo está aquí conmigo a mi lado, ya no me siento

sola ni vacía.

Te amo mamá. Mamá, gracias por ser mi madre, por

cuidarme y protegerme antes y ahora. Gracias. La fortaleza que

me dejó de herencia, ha sido el motor para seguir adelante. De

esto ya vamos sobre los 16 años.

En diciembre del 95 renuncié a mi trabajo, pues ya no

contaba con el apoyo de mi madre para cuidar a mi hijo y mi

papá estaba solo, así que decidí que era tiempo de estar en

casa, pero como dicen que lo que uno siembra lo cosecha, en

abril del 96 me llaman de la UANL (Universidad Autónoma de

Nuevo León), un ingeniero, buen amigo, me estaba

recomendando para que trabajara en la Preparatoria Pablo

Livas como secretaria de tesorería, así que bueno, ¿por qué no?

Otro reto para mí. Ahí tuve una experiencia muy diferente,

tratar con maestros y alumnos fue de mucho aprendizaje.

Conocí nuev@s amig@s, buenos compañeros de quien aprendí

mucho.

Cuando nació mi hijo Jesús Antonio, decidimos esperar un

tiempo razonable para volvernos a embarazar, pero como dicen

uno pone y Dios dispone, pues primero nosotros dijimos unos

cuatro años, y nada, pasaron ocho años y hasta que por fin se

dio el milagro...

Un buen día voy a consultar porque según me estaba

regresando la fiebre tifo, que ya tenía años de padecer

recurrentemente, y me sentía con algunos síntomas así que el

médico me dijo que me iba a dar medicamento, pero le pedí

(no sé por qué), que si me podía hacer unos exámenes por si

acaso, solo por estar seguros antes de medicarme; y así fue, me

envió inmediatamente a los análisis, veinte minutos después

me entregaron los resultados, y antes de llegar con el médico

abro el sobre y leo “Positivo” y como iba sola, que digo:

“¿Positivo?, ¿qué quiere decir positivo, que sí o que no?”

(¡Qué tonta!).

Como no me lo esperaba, pues no lo podía creer, ya había

pasado mucho tiempo que nos hacíamos la ilusión y nada, así

que ya nos habíamos hecho a la idea de que solo íbamos a

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tener a nuestro hijo y pues ¡no!, que dice el médico:

“¡efectivamente, está usted embarazada!”.

Que me pongo a llorar de felicidad, de verdad no me lo

esperaba y menos porque no traía ningún síntoma, según yo,

no de embarazo. Y así se acrecentó nuestra felicidad, iba a ser

mamá otra vez, qué hermosa bendición de Dios. Llegué y les di

la sorpresa a mi esposo, a mi hijo y a mi papá, todos estábamos

muy contentos, asustados pero contentos.

Así pasó el tiempo, hasta que un 7 de abril del 2000 (nació

con el siglo), llegó a nuestro hogar la más preciosa princesa

que Dios pudo enviarnos, una hermosa niña pequeñita, un

ángel directo del cielo. Gracias, Dios, por tanta felicidad.

Así es que cuando nació mi niña Reyna Estefanía, pasadas

mis incapacidades, entrego mi renuncia al director de la

Preparatoria y me decía que lo pensara, pero según yo habría

quien me cuidara uno, ¿pero dos?, así que dejé de trabajar para

dedicarme a mi familia.

Un año después, mi antiguo jefe me manda llamar para que

lo apoye con su hijo que ya tiene su oficina y que necesitaba

una persona de confianza, así que empiezo a trabajar con él por

dos años más.

Luego llega lo de mi papá; otra prueba más, le detectaron

cáncer en la laringe, (otra vez el calvario) así que pensando que

iba a ser más difícil pues no estaba mi madre y alguien tenía

que estar con él, empezamos con las consultas; efectivamente

era cáncer y maligno, había que operarlo, la operación era muy

riesgosa y había que tomar el riesgo.

Así llegó el día de la operación, duró catorce horas, horas

que se hicieron eternas, pero al fin salió el médico y nos avisa

que todo salió muy bien y que le habían realizado una

traqueotomía y todos los cuidados que debíamos tener con él.

Difícil pero de eso ya hace ocho años y a Dios gracias, aún

cuento con la compañía de mi padre.

Como me retiré de mi trabajo, empecé un negocio propio

(en el cual mi padre ya tiene más de 25 años) y junto con él

viví muchas experiencias nuevas. Empecé a hacer labores

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sociales, a dar clases de apoyo. Otro negocio con una buena

misión en el que aún estoy y quiero crecer.

Agradezco a mi esposo Antonio, por la paciencia, la

disposición, el acompañamiento, la confianza y toda la libertad

para permitirme desenvolverme, ser y hacer lo que ha sido

necesario y he tenido que hacer. Tengo que reconocer que esto

es parte de lo que me ha permitido conocerme a fondo, que

hemos formado una pareja con su individualidad cuando se ha

necesitado para poder crecer en lo personal, en lo profesional y

en lo espiritual.

Desde que nos conocimos, Antonio me decía que yo era

valiosa (creo que se me notaba mi baja autoestima y él me

echaba porras), que podía con todo lo que se me presentara,

que yo podía salir adelante siempre, por ser como era, porque

me gustaba aprender.

Así que él veía cosas que yo no podía ver. Me decía que

antes de ser su novia, que antes que nada era yo; o cuando nos

casamos, antes de ser su esposa, seguía siendo yo. Cuando

nació mi hijo, antes de ser madre, seguía siendo yo. Y después

lo demás. Que no perdiera mi ser.

Pero, muchas veces hay un pero y no podemos ser la

excepción, ahora estamos pasando una crisis muy difícil en

nuestro matrimonio. Mi pre-menopausia, los cambios

hormonales, el crecimiento de mí misma, el darme cuenta de lo

que soy y junto con esto, la enfermedad de mi esposo, sus

operaciones en la rodilla que lo han llevado a necesitar una

prótesis, renunciar a su trabajo y esperar los resultados de su

situación de pensión, junto con el hecho de que yo sigo con

mis actividades normales y él ha tenido que cambiar las suyas,

considerando que sigo con mi vida normal y él no (él en la casa

y yo en la calle).

Ahora es que tenemos una visión diferente de las cosas y

hemos llegado a distanciarnos. Noto que es él quien está

perdiendo su autoestima, es él, y a pesar de que trato de

ayudarlo tiene sus altibajos. A veces siento como si en verdad

lo que platicamos lo motiva, pero en un rato más regresa a

sentirse mal otra vez.

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Por más que le diga que lo quiero, que aún lo amo, que a

estas alturas de nuestra vida vamos a salir adelante, juntos,

juntos en las buenas y en las malas, y que pues ahora que están

las malas pero de la mano podemos salir adelante con nuestra

familia, con nuestros hijos, que es parte del aprendizaje de la

vida, que nada es para mal, que todo viene por algo y para

algo.

Que gracias a Dios nos tenemos uno para el otro, pero a

veces no se lo cree, y siento que me faltan fuerzas para

ayudarle, que como dicen ¿cómo lo ayudo si él no quiere? A

veces creo que no lo conozco y como no lo conozco no sé

cómo ayudarlo. Pero sé que voy a seguir ayudándolo para que

se lo crea y regrese ese Antonio que era cuando lo conocí. (Si

él quiere).

Durante el tiempo que hemos estado en este diplomado, he

encontrado muchas cosas que a veces me resistía a que me

pasaran siquiera por la mente. Me acusaba yo misma de que

cómo siquiera pensara en cosas que habían pasado en mi

infancia.

Escenas que veía como una pesadilla que había inventado y

no eran realidad. Ahora entiendo que esa parte de mi vida la

había escondido tanto que no era como si no hubiera pasado.

Que esas experiencias eran parte de lo que me causaba daño en

cosas tan insignificantes que yo hacía parecer grandes. Ahora

entiendo que era el reflejo de aquellas vivencias. De no ser por

este proceso vivido me seguirían haciendo daño. Ahora estoy

más ligera. Ya no cargo tanto en el morral.

Para cerrar con broche de oro este capítulo en mi vida, hace

unos meses tuve un encuentro diferente conmigo misma. El

grupo de amigas y compañeras, (mis madrinas de retiro, a

quienes agradezco hayan tirado sus redes, ¡gracias, madrinas!),

vivió y está sirviendo en un retiro al cual me invitaron y todo

fue más que maravilloso, mejor de lo poco que me habían

contado.

Como les digo, tuve un encuentro con Dios, fue renovarme,

sentirme frágil, ligera y renovarme con más madurez, con más

fortaleza, con más comprensión, con otra mirada hacia mí y

hacia los demás.

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Agradezco a Dios, a la vida y a mí misma por estar atenta y

en busca de más oportunidades de conocerme, de renovarme y

crecer, como dice la canción: “Gracias a la vida que me ha

dado tanto, lo mismo disfruto lo negro que blanco”.

Sé que aquí no se termina, sólo es un capítulo del guión de

mi vida. Ahora lo entiendo y tengo mejores bases para seguir

escribiendo sobre mí. Ahora sé que solo yo tengo la tinta y la

pauta para seguir y decidir cómo quiero continuar los capítulos

de mi vida.

P.D. Antonio siempre me ha dicho que yo creo que la vida

es color de rosa, y descubro que sí, así es: creo que la vida es

color de rosa. Pero ahora estoy consciente de que toda pintura

tiene sus matices y así es mi vida color de rosa con sus matices

claros y obscuros, pero sólo yo tengo el poder de aceptarlos o

rechazarlos. Desde ahora miro con otra mirada, mi mirada de

mujer, una mujer que se ha encontrado a sí misma más madura,

más mujer, más Yo.

Contraluz.

Mi agradecimiento a:

Dios por permitirme la vida. A mis padres, gracias por

darme la vida, por quererme, por cuidarme, por protegerme,

por los valores inculcados, por la familia, por ser un ejemplo a

seguir, gracias.

A mi esposo Antonio: Por incluirme en su vida, por su

amor, su paciencia, su confianza, por dejarme ser sin pedírselo,

por su acompañamiento. Gracias, amor.

A mis hijos, Antonio y Fanny: cuando nacieron por más

que buscaba, no encontré ningún libro de instrucciones, así que

lo que he podido hacer por ustedes y con ustedes es sólo parte

del aprendizaje, espero que tomen de mí lo que les convenga y

les convenza, pero lo que no estén convencidos deséchenlo,

tírenlo, ustedes, como yo, van a ir aprendiendo con el paso del

tiempo, espero en algo les haya podido ayudar.

Solo sé que me ha guiado el amor que les tengo, porque es

lo más valioso que puedo dejarles. Los amo tanto, estoy

orgullosísima de los dos, sigan adelante, recuerden que aparte

de mi amor, lo más valioso que les dejo son los valores y la

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educación, lo demás viene por añadidura. Gracias por

perdonarme si los involucré en mis crisis, algún día espero que

comprendan. Gracias por realizarme como madre. Los amo, a

ambos los amo tanto…

A mi familia, a mis hermanos, mis cuñadas, a mis sobrinos,

a mis sobrinos-nietos, etcétera. Gracias por ser parte de mi

vida, sin ustedes en ella, no habría llegado hasta aquí. Gracias

por aportar un granito de arena en mi desierto, un rayo de luz

en mi día nublado, una gota de lluvia en mi sequía, los amo.

A mis amigas: Gracias a Dios existen los amig@s. Dios nos

da la familia, no la escogemos, pero los amig@s sí. Gracias

amig@s por abrirme la puerta de su corazón, por su consuelo,

por su sonrisa y por su abrazo.

Gracias por coincidir.

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Asperezas de mi vida - Victoria Nací el 29 de marzo de 1962 en Hidalgo del Parral,

Chihuahua. Siendo la primera de seis hijas, crecí en un hogar

humilde, con principios y valores, pero fui hija no reconocida

por mi papá, no sé por qué.

Tengo pocos recuerdos de mi mamá, quedé estancada en

mis años de inocencia, en el pasado, siento que mi vida fue

hermosa al lado de esa maravillosa mujer, mi madre, toda una

dama, una señora buena, abnegada, virtuosa y sobre todo

responsable y protectora de sus hijas. Pero como era la típica

mujer sumisa, en 1974 quedó embarazada del séptimo hijo,

teniendo tan sólo 29 años y ya con seis hijas más y dos

embarazos mal logrados.

Era el 23 de octubre del mismo año, daban ya las siete de la

mañana, cuando ella se levanta y nos manda a la escuela

temprano, como todos los días. Con la bendición, como si

presintiera que sería la última vez para vernos. Ella tenía cita

en el Seguro, y ¿quién pensaba entonces que esa cita sería con

la muerte?

Pasaron las horas y no había respuesta y siendo mediodía

llegamos de la escuela hambrientas, porque estábamos

acostumbradas a llegar directas a la mesa a comer. ¿Y cuál fue

la sorpresa?, que no había comida, porque no estaba mamá.

Mi papá tenía el taller allí mismo, me dice: “Ve al Seguro”,

pues estaba a unas cuantas casas de mi casa, yo me voy

corriendo con esa inocencia como queriendo encontrármela.

Al entrar pido información y como era menor de edad me

dijeron: “Ve y háblale a tu papá”, pero cuando yo iba saliendo,

mi papá iba llegando y me preguntó: “¿qué pasó?”. “No me

quisieron decir nada”, contesté. Entonces él me pidió:

“espérame en el carro”.

Ahí me fui a esperarlo pero las horas pasaban, y yo con un

hambre pues no estaba acostumbrada a malpasarme. Después

de mucho rato salió llorando y yo le dije: “¿qué paso?” y me

contestó: “yo intuía que algo malo pasaba y pensé de seguro el

niño nació malito”, arrancó el carro y por poco chocamos pues

él no paraba de llorar, llegamos a la casa y papá me dice:

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“Dame la ropa de tu mamá”, y yo me puse contenta porque

creía que ya iba a venir, sólo le pregunté: “¿y la del niño

también?”, “no”, respondió, “la de él no…” y vuelven mis

dudas y pensé que de seguro el niño se iba a quedar, aunque a

mí se me hizo raro.

¿Por qué mi mamá no había llegado? Nada, de rato

empezaron a llegar tíos, tías y mis abuelos, y todos nos daban

dinero, pero hablaban en secreto. A mí no me parecía normal,

pero los adultos a veces actuamos como niños.

Ese día nos llevaron a dormir con la madrina de una de mis

hermanas, todos actuaban raros, nos veían con lástima; nunca

se me va a olvidar las caras que ponían, ¿y cómo no?, si

acabábamos de quedar huérfanas.

Al otro día, llega mi papá temprano y nosotras salimos

corriendo; yo cargaba a la niña más chiquita, pues tan solo

tenía dos años, y mis hermanas le preguntan: “Papá, ¿y mi

mamá?”. Él llorando las abraza y nos dice: “Su mamá está en

el cielo con su hermanito”. ¡Ay!, a mi corta edad sentí que se

me caía el mundo encima, y le respondí: “Papá, si usted me

pidió la ropa de ella…”, y ya todo fue confusión.

Ese día mi vida cambió. Más tarde nos llevan a la funeraria

y allí estaba ella, sonriente como esperándonos con su bebé a

un lado, abrazándolo como si se lo fueran a quitar. Ya decía

yo: protectora de sus hijos hasta el final. Se veía hermosa,

como si durmiera, yo me aferraba a la caja como que sabía que

jamás la volvería a ver; no tuvo oportunidad de despedirse de

nosotras, éramos seis niñas de doce, diez, ocho, seis, cuatro y

dos años

¿Qué iba a pasar con nosotras? ¿Por qué, por qué tuvo que

irse así? Esa pregunta siempre me la hago y no encuentro

respuesta. Empezaron las tías a repartirse las niñas, y yo

inocentemente preguntaba: “¿Y yo? ¿Con quién me voy a ir?”.

Pero a mí nadie me escogía, mi abuela paterna al ver eso se

acercó y dijo: “Nadie se va a llevar a mis hijas”, y así esa

señora -que quiso a mi mamá más que a una hija- se hizo cargo

de todas nosotras; mi abuelita como pudo se echó un

compromiso que le correspondía a mi papá, pero al contrario,

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él fue otra carga más para ella, porque al año de haber quedado

viudo se desobligó de nosotras.

Mi abuelita como pudo nos sacó adelante, lavando y

planchando ajeno, haciendo el quehacer en hartas casas. Ella

nos mandó a la escuela dentro de sus posibilidades, a veces

sólo con un café en la panza, otras veces sin nada, pero íbamos,

casi siempre sin dinero, mal comidas y a veces hasta descalzas,

ese era lo diario.

Nadie, jamás, me compró un par de zapatos, todo lo que

tenía me lo regalaban, mi vida cambió de la noche a la mañana.

Así siguió corriendo la vida, al poco tiempo muere mi abuelo,

el papá de mi mamá, aunque casi por lo regular no teníamos

mucha comunicación con la familia de mi mamá, siempre nos

hacían menos, estorbábamos, y es como dice el dicho: “muerto

el perro, se acabó la rabia”.

Pasó el tiempo y mi abue quedó viuda, fue más dura la

situación porque tenía que trabajar más para poder darnos de

comer. Esa mujer nos dejó una gran enseñanza: los valores, el

respeto, la humildad y la obediencia. Ella nos decía: “Somos

pobres, pero nadie me las va a señalar”, eso me quedó muy

grabado; mi vida transcurrió entre tíos borrachos, drogadictos,

y aparte recibiendo desprecios porque a todos nos corrían y a

mí más.

Llega el día en que cumplo quince años, y a mí se me hacía

eterno para salirme de allí, ya no aguantaba tanto golpe, mi

papá tomaba mucho y nada más a mí me golpeaba por todo,

como que me tenía coraje. ¿Por qué nada más a mí?, me

preguntaba.

Cuando cumplo 16 años a brincos y sombrerazos aguanté

medio año más. A los 16 años y medio, mi papá me corre de la

casa porque un muchacho le pide permiso para ser mi novio…

y vuelven los golpes, pero ¿qué creen?, ya no aguanté y me fui

de la casa, yo para él era una puta, nunca me bajó de prostituta,

yo que ni en sueños sabía lo que quería decir esa palabra.

Entonces le platiqué a una amiga y me animó: “Vámonos a

Cd. Juárez, Chih.”, yo le dije a mi abue: “ya me voy”, ella

llorando me dio su bendición.

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Pero llegando a la central camionera no había salidas para

Juárez, ¡qué ironía de la vida!, iba a Juárez, Chih., y aquí en

ese municipio de N.L. me quedé. Había para Monterrey, así

que dice mi amiga: “Pues vámonos para allá, tengo una

hermana que vive allá, vámonos a probar suerte”; entonces nos

trepamos al camión rumbo a Monterrey, quién diría que venía

a encontrar mi destino.

Llegamos y los primeros días muy bien, encontré trabajo y

mi amiga también, ella traía una niña chiquita de dos años, su

hermana se la cuidaba, pasaron los días y la hermana empezó a

ponerse celosa con su esposo, y un día sin pensar nos corre de

su casa; esa noche dormimos en la banqueta y luego fueron tres

o cuatro noches que dormimos afuera, nos tapábamos con

periódico, ¡qué calvario, Dios mío!, “¿qué hice?”, me

preguntaba.

Enfrente del negocio donde yo trabajaba, había otro negocio

igual y cada vez que yo pasaba, el muchacho me hacía bromas,

me echaba agua como llamando mi atención, hasta que un día

me para y me dice que quería platicar conmigo, “Sí, le

contesté, cuando salga del trabajo”, en la noche me estaba

esperando y me dijo que si quería ser su novia, yo dentro de

tantas cosas le dije que sí.

Otro día, la hermana de mi amiga me corre de su casa pero

nada más a mí, y claro, se me cerró el mundo, ¿cómo?, ¿por

qué? Mi amiga me contesta: “Yo no me meto porque después

me corre a mí también”.

Entonces, me fui llorando al trabajo con mi ropa y la esposa

de mi patrón me dice: “Quédate en mi casa, yo te la ofrezco,

pero tendrás que trabajar más”, “pues sí -le dije- no tengo a

donde llevar mi ropa”. Dios bendiga a esa mujer que me dio

hospedaje.

Así pasaron los días y yo con mi novio anonadada por él, y

cómo no, si era una de las cosas buenas que me pasaba, pero

cuando cumplimos quince días de novios yo le dije: “vamos a

terminar, creo que es tiempo de regresar a Chihuahua, yo ya no

me siento a gusto aquí, no tengo nada que hacer y mejor me

voy”. Él se quedó pensando y me contestó: “A la noche que

venga por ti hablamos”.

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Esa noche platicaríamos y nos despediríamos, pero llega la

noche y va por mí y me pide: “vente conmigo, después nos

casamos, a ver si la hacemos”, bueno, pensé, ¿yo a dónde voy,

si en la casa no me quieren…?

Me aseguró: “hoy en la noche que pase por ti, te vas

conmigo”. Cuando llegó la noche y antes de marcharme, voy

con la señora, o sea mi patrona, para platicar y despedirme, y al

contarle todo, ella me dice: “fíjate lo que vas a hacer, no creas

que a mí me estorbas, no eches a perder tu vida, piénsale bien y

si quieres ve a donde te va llevar, porque en realidad no has

vivido nada”; yo le contesté: “Sí me voy a ir con él, muchas

gracias por preocuparse y ayudarme”.

Salí en busca de mi destino sin saber lo que iba a pasar, él

me estaba esperando y le platiqué lo que mi patrona me había

dicho, y respondió: “vamos a intentarlo, vas a ver que la vamos

a hacer, yo sí quiero en serio contigo”, nos fuimos caminando

por la carretera y al llegar a un negocio entramos, él ya había

hablado con el dueño.

Le había prestado un cuarto de cuatro por cuatro, sólo, sin

cama, sin cobijas, sin nada. Le pregunté: “¿aquí nos vamos a

quedar?”, y dijo que unos días nada más, en lo que

conseguíamos una casa de renta; pasaron tres días, durmiendo

en el piso duro sin colchón ni nada, pero a mí me sabía a gloria

porque estaba con la persona que yo creía me amaba.

Al cuarto día va al trabajo y me dice: “pide permiso, quiero

que veas algo”, me dieron permiso de salir y le pregunto: “¿a

dónde vamos?”. Caminamos cuatro cuadras, estaba una señora

esperándolo y le dio una llave, entramos al cuarto y había una

cama, un comedor de cuatro sillas, una estufa y un ropero,

¡nunca se me va olvidar!

“¿Y eso?”, le pregunté. Y él me contestó: “es lo que yo te

puedo ofrecer por lo pronto, te voy a demostrar que sí la vamos

a hacer”. Lloré de gusto, de emoción, nunca nadie me había

regalado nada nuevo, lo abracé, lo besé y esa noche ya no

dormí en el suelo como tantas veces.

Siguieron pasando los días y él me dice: “ya no quiero que

vayas a trabajar”. Yo me sentía realizada, por fin a alguien le

importaba, alguien se mortificaba por mí, así que fuimos y

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hablamos con mi patrona y me despedí, le di las gracias;

¿cómo olvidarla?, si fue un ángel en mi vida.

Bueno, así empezó mi vida de señora: fue el día 31 de

agosto de 1979, cuando yo me entregué a ese ser maravilloso,

yo esperaba mi menstruación el catorce o quince de

septiembre, pero ya no hubo menstruación: había quedado

embarazada desde el primer día. Creo que esos días en el suelo

funcionaron…

Con el tiempo mi embarazo se me empezó a notar y en mi

casa nadie sabía, disfruté al máximo esa panza, yo llevaba una

vida dentro de mí me parecía algo maravilloso, único, y tuve la

dicha de encontrarme con personas buenas, mi suegro fue otro

ángel, me quiso mucho, me respetó, me cuidaba, era lindísimo.

Me alivie en una clínica particular porque mi suegro así lo

quiso, lógico, él pagó.

Cuando el niño tiene dos meses, me dice él: “vamos a tu

casa para que conozcan al niño y me conozcan a mí”, y con

miedo le conteste que sí. Llegamos a Parral, yo nerviosa pero

con la seguridad a un lado porque sentía el apoyo de él, al

llegar nos recibieron muy bien, como si nada hubiera pasado,

mi papá cargó al bebé, nos quedamos cuatro días y nos

regresamos. Ahora me doy cuenta que hice muy bien al salirme

de allí. Siguió el calvario para mis hermanas, solo Dios sabe lo

que pasaron, lo que sufrieron.

A los dos años me embarazo del segundo niño y ¡sorpresa!,

fue un varón, deseado, esperado, amado y también me alivié en

una clínica particular. Por fin estaba formando esa familia que

a tan corta edad me arrebató la vida o el destino, no sé, yo me

sentía realizada.

A veces le preguntaba con miedo y vergüenza: “oye

¿cuándo nos vamos a casar?”, y él contestaba. “¿para qué?, así

estamos bien”, y yo me conformaba con lo que tenía, con lo

que me daba. Pero a estas alturas él empezaba a cambiar, hubo

golpes, maltratos… y yo me tenía que conformar porque eso

aguantaba mi mamá, yo creía que ese era uno de mis deberes,

¡qué equivocada estaba!

Él era un mujeriego, un promiscuo, un sinvergüenza, hasta

en el dinero se fijaba al grado de ponerme a trabajar, otra vez

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se repetía la misma historia. En ese tiempo conocí a una señora

y me dijo que si le ayudaba a su mamá a lavar, planchar y con

el quehacer, y sí acepte.

Llegaba cansada pero con dinerito, después conseguí

trabajo en una maquila de ropa, llegué a preguntar que si

estaban ocupando, me preguntó la señora que si sabía coser a

máquina, yo muy fregona le dije que sí y me dieron el trabajo,

aunque en mi vida había agarrado una máquina de coser, ¿yo

cómo?, si siempre trabajé de sirvienta, como en el negocio

cuando conocí a mi pareja.

La salida era a las 5 p.m. pero salía a las 10. Me pusieron a

descoser, todo estaba mal hecho, ahí aprendí a coser. Me

embaracé del tercer varón, él me decía que no lo tuviera pero

yo lo amaba sin conocerlo, y quería que todos fueran del

mismo padre, así que lo tuve, él nació en el Seguro que tenía

por mi trabajo.

Seguí viviendo más infidelidades, maltratos, más trabajo; lo

bueno fue que siempre me gustó trabajar.

En el año 85 el arregló la amnistía y se fue a trabajar al otro

lado, siempre se iba de mojado, siempre me dejaba sola con

mis hijos. Cuando el niño mayor tenía siete años, tiene un

accidente, se cae y se parte el riñón; pronto lo llevamos al

Seguro y lo checaron.

Orinaba sangre, se dan cuenta que yo no tenía Seguro

realmente y me lo echan al pasillo, lo único que hicieron por

mí fue prestarme una ambulancia, y me lo llevé al Hospital

Civil. Los doctores me dijeron que había perdido mucha

sangre, yo lloraba y renegaba porque mi niño que esperaba ya

daba patadas en la panza y le pedía a Dios: “si me vas a quitar

a un hijo, quítame a éste que todavía no lo conozco…” Mi

desesperación era tan grande que no medía mis palabras.

Ahora le doy gracias a Dios por no escucharme y haberme

dado esta oportunidad.

Mi niño se salvó y mi bebé también, pero mi calvario

comenzaba a tomar el color gris de la vida, así lo veía yo: él se

va para el otro lado y me vuelvo a quedar sola. Entonces

vuelve a pasar otro accidente, al segundo de mis hijos empezó

a hinchársele una rodilla, me lo llevé de urgencias al hospital y

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al estudiarlo el doctor me dice: “señora, su hijo es portador de

hemofilia”. “¿Qué es eso?”, le pregunté.

Yo no sabía lo que estaba pasando, estuvo una semana

internado. El último día de la semana el médico me dice:

“Señora, los estudios estaban equivocados, disculpe usted”. De

verdad fue una semana de tormento, para entonces ya le había

avisado a su papá y vino, siempre sin demostrar sentimientos.

¿Por qué parecía tan duro? Muy sencillo: él tenía otra mujer.

Así pasó el tiempo, mi corazón se empezó a endurecer, mis

gestos y mis facciones se empezaron a notar agrias, yo me

estaba amargando, iniciaba otra vez mi vida de pesares, llena

de rencores coraje, odio y resentimiento.

Empecé a ser victimaria de mis propios hijos, la violencia,

los golpes hacia ellos; hoy me arrepiento sí, muchas veces les

pedí perdón… y mi hijo el grande me decía que no, que nunca

se le iba a olvidar, y lo entiendo porque yo estoy igual, no

puedo olvidar cargas y más cargas.

Con culpas y remordimientos logré poner una tienda de

abarrotes y cuál sería mi sorpresa que él se hizo cargo de ella,

pero sólo duró siete años y quebró, lógico: no tenía entradas de

dinero.

Luego compra un taxi pero era igual, no había dinero, no

había carreras, no había gente, pero para pasear a la mona en

turno sí había, no le importaban mis enfermedades. Para

entonces yo ya tenía asma, un enfisema crónico.

Casi siempre estaba internada por crisis, ¡qué vida la mía,

equivocada siempre!, me decía: “tengo que aguantar por mis

hijos”, pues no quería que ellos sufrieran lo mismo que yo,

¡qué estúpida fui!, y ¿cómo antes no llegué a saber de estos

talleres? ¿Por qué no tuve la oportunidad de conocerlo antes?

Más adelante, con el correr del tiempo, mi vida dio un

vuelco, mi marido se enredó o se enamoró de otra mujer.

Aumentaron los problemas, muchas lágrimas y una separación,

hasta pisé la cárcel a causa de ella, ¿cómo olvidar esos

episodios de mi vida?, y al final él está aquí. ¿Y mis

sentimientos, dónde quedaron?

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Ahora me doy cuenta que los hijos también somos ingratos,

dentro de su mundo, mis hijos no se dan cuenta del daño que

ocasionan. No quiero parecer víctima ni dar lástima a mis

hijos, ellos cayeron en vicios, es el ritmo de vida de cada

persona, no se dan cuenta, que sin querer me matan poco a

poco, ya que ellos son partes de mí, hoy me doy cuenta de que

el karma existe, le doy gracias a Dios por esa enseñanza de

vida que me ha dado.

También me da tristeza ver el rumbo que tomaron, me da

desesperación la vida que ellos llevan con sus familias y

esposas, es una pena ver cómo todo se repite, pero es de sabios

reconocer, entender y enmendar los errores, porque si el

tiempo retrocediera sería diferente. ¡Qué dolor ver cómo

siguen las cadenas!, cómo el pasado persigue nuestras vidas,

esas vidas de las que yo de alguna manera fui responsable, no

culpable, no, porque hoy me doy cuenta que nunca fui culpable

de nada.

Mi vida, no sé lo que pasó con ella, simplemente me

equivoqué, fueron errores que de alguna manera influyeron. Y

cómo sería si yo no me diera cuenta de esos errores, al menos

ahora puedo ver y darme cuenta de lo valiosa que soy como

persona.

Quiero aprovechar para darle las gracias al grupo de

Tejedoras por esos talleres que impartieron, por esas personas

que se cruzaron en mi camino, en especial a ese ser

maravilloso que me quitó la venda de los ojos, Dariela Dávila.

A mis compañeras, que a pesar de que somos diferentes

porque no pensamos igual, les agradezco por la tolerancia, por

esas lágrimas que derramaron junto conmigo, gracias por esos

momentos buenos y por los malos también, espero que no

termine aquí, que sigamos por ese camino de crecimiento,

porque yo creo que tengo mucho trabajo por hacer. Por trabajar

a favor de tantas mujeres que no entienden, como yo no

entendía, GRACIAS.

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Como las olas… - Artemisa Nunca nada se va del todo. Nunca nadie se va del todo.

Como olas que van y vienen regresan las experiencias,

regresan las personas, regresan los sueños y regresan las

pesadillas. El punto es cómo nos encuentren, sin importar la

playa. Mis sueños y mis pesadillas me conforman y me

forman. No cambiaría ni mi pesadilla más horrenda, porque

gracias al todo que me conforma soy como soy y me agrada la

persona en que me he convertido.

Una herida me atraviesa de punta a punta. Eso nadie podrá

cambiarlo. No importa, ya no importa; al final el balance es a

mi favor. Crecí con fuerza, con fortaleza y, sobre todo, con

solidaridad para los que tienen el proceso vulnerado. ¿Y quién

no lo tiene? ¿Qué ángel se anima y arroja la primera piedra?

Estoy lista.

Olas que vuelven…

Ir a Mazatlán cada año con papá eran entonces las

vacaciones perfectas. Papá era un sol de generosidad, diversión

y amor sin límite de tiempo. Una playa perfecta nos esperaba:

siempre con olas puntuales que nos arrastraban hacia la arena

probando la incapacidad de la que escribe y su espíritu

aventurero contra olas y extraños. El sol sin medida nos

quemaba la piel en una época en que no existían tal cantidad de

bloqueadores ni nosotras -mis dos hermanas y yo- los

queríamos, porque llegar ardidas como camarones era la

prueba irrefutable de que habíamos pasado horas y horas en la

playa.

Mamá -a quien nunca le gustó viajar- nos esperaba con el

picrato en mano, cosa que años después se descubrió que no

era lo indicado. Muchas cosas no han sido lo indicado, pero no

lo sabíamos.

Yo era feliz entonces porque había olvidado, y la amnesia

es un mecanismo de defensa cuando cosas desagradables

ocurren. A mi manera sepulté en lo profundo del inconsciente

lo indeseado y sembré flores de todas las habidas y por haber

por encima, a los lados y más allá, formando una espiral

camino al cielo. El ramo multicolor floreció a lo loco y sin

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medida hasta que un día las flores comenzaron a secarse de una

en una.

Pero eso el mar no lo sabía y lo que no se sabe no importa.

“En el mar, la vida es más sabrosa”, con ostiones en su concha

bañados de limón y salsa tabasco, sin faltar las galletas saladas

y el Tonicol, refresco de vainilla que sólo se encontraba por

esas tierras sinaloenses. Mis dos hermanas, papá y yo nos

divertíamos a lo máximo. Mi hermano nunca fue; creo que le

aburría mortalmente la idea de estar de vacaciones con sus

hermanitas y su padre. Era un jovenzuelo adolescente que

amaba los carros veloces. Yo era una niña pequeña que amaba

a su padre y al mar que me llenaba los sentidos.

Papá me enseñó que todos los frascos pueden abrirse sin

romperlos y que cuando haces fuerza y los dañas exhibes tu

incapacidad y tu torpeza en las soluciones de la vida. A mí me

maravillaba cómo apenas tomaba él un frasco o una cajita entre

sus manos y con una ligera presión los abría fácilmente.

Aprendí entonces que existimos personas como esos frascos

que con la fuerza nos cerramos más, mostramos colmillos y

nos volvemos impenetrables y peligrosas cuando nos dañan.

Papá era un sabio y no le gustaba leer. Lo vi leyendo sólo dos

libros en su vida: Los Hijos de Sánchez y El Anticristo de

Nietzsche. Sin embargo, era un hombre muy inteligente,

diseñador de joyas, comerciante, consejero de bancos,

empresas y almas en desgracia.

Lo que más me gustaba de él era su alegría de vivir; con él

aprendí a disfrutar desde un elote en un carretón callejero,

hasta complicados guisos de cocina internacional. Recuerdo

que un día se fue al Japón y regresó con un japonés del que se

hizo amigo y lo convenció de que se viniera con él y otros

compadres para que conociera México.

El amigo japonés nos enseñó a preparar tempura y pescados

en inverosímiles salsas; conocimos el sake y aprendimos que a

los japoneses les da un asco -horrible hasta la basca- saber lo

que el menudo era: la panza de la vaca.

Pocas personas entonces eran aficionadas a la cocina

japonesa, el mundo conocido se reducía a unos cuantos

kilómetros en el mismo continente: el americano y con el

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vecino del Norte arribita, lo que papá no soportaba y le

encantaba decir eso de: “yankees go home”. Con el tiempo

comprendí que, en lo general, tenía razón.

Olas que vuelven…

Junto a papá siempre me sentí valorada en mi condición de

la hija más pequeña de edad. Mis manos infantiles eran ideales

para pesar esas pequeñas puntillas que parecían de lapicero en

una basculita que yo imaginaba para cocina de muñecas. Con

todo cuidado, y bajo la supervisión de papá, abría el frasco que

las contenía y con una cuchara minúscula ponía dos

cucharaditas en el plato de la báscula que tenía una ranura.

“Con cuidado -me advertía papá- tiene que ser exacto, la

medida precisa, como todo lo que en la vida quieras que

funcione”. Luego, el contenido del plato había que ponerlo en

el casquillo, “hasta la última puntilla de pólvora” y después

sellarlo con la bala en una máquina alemana manual, especial

para recargar cartuchos.

Escuchando en la XEW la música de Agustín Lara, papá y

yo en el tapanco de la casa estuvimos algunas noches en esos

menesteres y cantábamos “Azul”, quedito para que nadie nos

oyera.

A él le gustaba ir de cacería y/o de pesca cada ocho días sin

falta. Todos los domingos en la mañana se iba y regresaba por

la noche con truchas recién pescadas, si habían tenido suerte y

alcanzaban para todos. Yo aprendí a limpiarlas: les quitaba las

escamas con un cuchillo y les sacaba los intestinos, las lavaba

bien y después se empapelaban en aluminio con mucha

mantequilla y sal; cocinadas al horno eran una delicia como no

había otra. La medida exacta de mantequilla y sal eran la clave,

como en todos los aderezos de la vida.

Olas que vuelven…

Un domingo me sacaron del cine. Tenía casi quince años y

estaba viendo El Gran Gatsby. Me dijeron que papá sufrió un

accidente, que se le disparó la escopeta en plena cara cuando

andaba en la cacería del venado… Yo sabía que eso era

imposible: papá era cuidadoso, exacto, perfeccionista, un

espíritu alemán en su mejor versión: disciplinado e inteligente.

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Nunca lo creí y tuve razón. La vida da muchas vueltas y las

verdades siempre han llegado a mis manos sin siquiera

buscarlas. Como imán las atraigo desde niña y así, días

después, una maestra rural amiga de la familia me invitó un

refresco y me lo dijo: “a tu papá lo asesinaron, querida. Un

testigo ocular me lo contó todo”.

Otra verdad para guardarme, sólo que no había ni flores ni

olas ni mar ni sol ni nada; sólo mi corazón adolescente para

guardarla ahí dentro. La vida se me enlutó sin remedio y las

risas juveniles se volvieron cínicas. Una amazona dura

brincando en el filo de la navaja empezó a gestarse ante la

indiferencia de los que no se percataron.

Yo sabía que en mi habitación, allá en el fondo de mi

vestidor y en mi interior, para siempre se quedó guardado el

vestido blanco de mis quince años, la fiesta, el vals con papá,

la celebración entera: el banquete, la misa Te Deum, el anillo

de brillantes, las damas, los chambelanes y el novio primero.

Mis quince años los pasé llorando en mi recámara de la

casa, con una tostada de pollo que mi hermana querida –

Yolanda- y yo, mandamos pedir a la Farmacia Benavides, que

por entonces tenía servicio de restaurante a domicilio. No

recuerdo que nadie me haya preguntado cómo me sentía con

mi celebración de quinceañera frustrada; tampoco condeno a

nadie por no haberlo hecho.

Entonces medio maduré apresuradamente y me sentí sin

protección, perdida sin mi papá y su sentido del humor

incomparable. Perdida sin sus ojos verdes que me decían que

me amaban. Las olas me arrastraron al centro de un luto fuera

de tiempo que no acababa de comprender, y con una verdad

que me superaba. Por múltiples razones yo sólo comprendí que

–una vez más- debía guardar silencio para protección de mi

familia.

Las claves de la vida se me hicieron pedazos. Entonces no

recordaba la pesadilla. Lo haría más tarde cuando las flores

todas se secaran. Lo haría más tarde descendiendo a los

recuerdos tomada de otra mano tan inocente, entonces, como la

mía. Y así, tomada de esa mano masculina, supe que yo no

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cabría en estereotipos y que la vida es dura y tus muros a veces

se derrumban. Lo demás son aderezos…

La amargura me vistió. Mi mamá a mi lado, tan devastada

como yo. Con lentes oscuros y el ánimo insufrible. Se quedó

viuda. ¿Cómo culparla?

Olas que vuelven…

Mamá era una mujer intensa, intensamente feliz yo diría,

sin brida y sin más medida que su regalada gana. Amanecía

leyendo el periódico, escribiendo y leyendo libros. Desayunaba

en la cama y hablaba de política todo el día: en el teléfono o en

el café “La Única” en el centro de Durango. Siempre rodeada

de los políticos más destacados del momento, de artistas y de

algunas damas. Su mesa se distinguía por tener a la rubia

menudita junto a unos seis u ocho caballeros. Todos fumando

sin parar, ella incluida, y tomando café como agua de uso.

Las “buenas conciencias” de la época la criticaban a sus

espaldas, pero el tiempo a todos pone en su sitio y los que tanto

la criticaron años después la llamaban “el orgullo de Durango”,

y se les olvidó lo que a sus espaldas dijeron. Caminando por

las calles de la ciudad mucha gente la saludaba. Ella siempre

respondía amable, pero quedito me comentaba a veces: “ése

decía horrores de mí, aquélla me difamaba en cada esquina”,

para luego soltar la carcajada y decir: “tu padre nunca les hizo

caso; ahora me aman y está bien”. Y seguía como si nada,

recitando algunos versos alusivos entre juegos y risas.

Mamá era inteligente y divertida… siempre que no se

enojara y buscáramos todos algún rincón dónde escondernos.

A veces nos gritaba: “¡son unos engendros del demonio!”.

Papá se quedaba viendo como si no le competiera y nosotros

nos mordíamos los cachetes para no reírnos, hasta que un día

mi hermana mayor, Yolanda, le dijo: “¡papá, el demonio eres

tú!”. Él hizo como que la Virgen le hablaba y todos nos

reímos. Así era papá.

Mamá era desayuno con cantos gregorianos, Neruda y El

Sol de Durango o El Siglo de Torreón o, más tarde, Excélsior.

Al mediodía después de comer, mamá era dulces: lagrimitas

rellenas de miel, perritos, cochinitos, pajaritos, gallinitas; todos

elaborados primorosamente con agua y azúcar y pintados sus

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piquitos, ojitos y todos ellos perfectos. Los vendían en la

esquina de la iglesia de San Agustín y comprábamos bastantes

para delicia de quien quisiera.

Mamá era toda poesía, libros, historias y nieve de

mantecado de vainilla. Mamá era adorable y yo la amaba.

Mamá era versos de la nada, de repente en una servilleta o en

una bolsa de papel de estraza. Versos que siempre me leía

aunque a veces yo no entendiera del todo. Pero mamá sabía lo

que hacía. Mamá era surreal como toda artista y yo la amaba

cuando extendía su dedo meñique hacia el mío, lo entrelazaba

y me decía: “dicho todo”. Mamá era caminatas por todo el

pueblo y risas y carcajadas y furias y corajes.

Con mamá nunca se sabía y siempre había que estar listos.

Era temperamental e impredecible. Y, sin embargo:

imprescindible: cien por ciento confiable cuando se le

necesitaba. Mamá siempre estaría ahí cuando un hijo o una hija

le pidieran ayuda. Mamá era México y el amor a las raíces:

rebozos de seda y de lana, vestido de china poblana, mole y

chiles rellenos, arroz rojo con rajas y frijoles refritos “chinitos”

o en bola con tortillas recién hechas a mano de maíz de

nixtamal.

Mamá era una escritora, mecenas de artistas, promotora

cultural de excelencia y defensora de la causa indígena y de

quien se lo pidiera. Mamá era solidaria con los vulnerables,

primogénita de un revolucionario de los Dorados de mi

General Francisco Villa. Mamá sacaba la cara por los que

andaban en desgracia y les exigía que pusieran a trabajar sus

talentos. Era toda azúcar y fortalecía autoestimas.

Mamá era una maga dulce y terrible. Una poeta y un

tsunami. Entonces yo ya sabía que lo dulce de la vida se escapa

en cualquier segundo y que la debacle tampoco respetaba a las

poetas; la tenebra está al acecho para amargar por cualquier

resquicio.

Olas que vuelven...

Un día mamá lloraba a palabras como intensa que era, y yo

la veía con mis ojos de cuarentona acostumbrada a ver el mar

sin mojarse. Entonces comprendí que era la hora de las

definiciones, tomé aire y me sumergí en el mar inmenso que

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me abarcaba. Las lágrimas, olas de palabras recordando las

gotas puntuales de sus ojos, mi madre luchando a mares con el

goteo a vena para hacerle la vida.

Yo, a goteo con las emociones amarradas en un lazo. Yo, a

goteo leyendo a Víctor Frankl en el intento de encontrar el

sentido de tanto sufrimiento, el sentido de cada lágrima y de

cada palabra en el silencio que nos construye, vínculo

inacabado, silencios más allá del mar. A bordo de una barca

enorme que ante mis ojos se presentó en la pintura gigantesca

encima de la chimenea de la casa y a mi madre gritando entre

risas en una Navidad de cuento de hadas: “¡aquí no llora nadie

porque la vida es para ser feliz y disfrutarla!”.

Olas que vuelven…

Algún año después, sobre la almohada su rubia cabellera y

las lágrimas corriendo a mares por mi cara. Y mis ojos de

cuarenta años preguntando sin hablar. Dudas de acero.

“Esto no es lagrimeo, para que te lo sepas -me decía

mientras las lágrimas resbalaban por su escote-, es rabia y

enojo y reclamo. Reclamo a ti, Dios, ¡¿dónde te encuentras?!

Que lo sepas: que me estoy muriendo de cáncer contra mi

voluntad. ¡¿Dónde quedó la promesa?! ¡¿Dónde, dime, el libre

albedrío?! ¡¿Dónde la vida eterna?!”.

La barca, carabela enorme surcando el mar

transgeneracional de palabras que se vuelven espuma. Espuma

en la cresta de una ola a donde me quise subir y me subí para

alcanzar la carabela, ascendiendo por la escalera de palabras

espumosas propias y ajenas, por la escalera del goteo que gota

a gota cae en el sueño que seduce al dolor y a la conciencia.

Olas que vuelven…

La seducción que encanta, ensoñación que palidece ante la

realidad que se enmascara con un pañuelo de versos póstumos

a ritmo de cocuyos. Mi madre, la poeta, dictándome versos en

sus últimos días. Ahí junto a mi hija Gabriela, pequeña niña de

cuatro años. Yo, puente entre generaciones. Yo agradecida de

que no supiera, yo agradecida de que muriera y no supiera

nunca.

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Porque... no era una vez. No había una vez. No hubo una

vez. Pero sucedió… Fue en la adolescencia con el amor de mi

vida como me fui acercando a la memoria. Suavemente al

inicio, a ritmo del oleaje en calma, el recuerdo puntual como

olas que vuelven… volvió. La película completa se mostró

desde una cama de flores marchitas y con una convulsión de

miles de voltios que me volteó al revés y me exhibió más que

nunca vulnerable. ¡Para mi rabia! ¡Para mi rabia de mujer

guerrera e indomable! Fue contra mi voluntad y escapó a mi

control consciente. La debacle tampoco respeta a las guerreras,

aprendí.

Olas que vuelven…

Mi cabellera hasta la cintura, mi cabellera larguísima al aire

revuelta por la sacudida, el aire poblado de recuerdos, los

recuerdos de besos y puñales, los puñales junto al paraíso

vulnerado, la herida sin bien cicatrizar; la sangre por goteo

desde mi boca y junto a mí él, siempre él y la posibilidad de

sanación llegó tomada de su mano: un sombreado de frases

clandestinas desde la luz de la memoria resiliente y al centro,

la pregunta por siglos formulada, desde los griegos, desde

Sócrates la consigna que empodera: conócete a ti mismo.

Y yo preguntándome a mí misma: ¿quién soy yo?, y más

aún en plena adolescencia: ¿quién soy yo para que tú me ames?

¿Quién soy yo que escapé del laberinto? ¿A dónde me diriges?,

te pregunté. ¡Dime dónde buscarte! ¿Dónde rescatarte?

¡Enséñame!, me exigiste. Y así: tú a mi derecha, tú a mi

izquierda. Tú en mi corazón. Tú arriba. Tú abajo. Tú en todo

lugar. Sanándome sin saberlo. Desde entonces y para siempre

juntos: cerca o a la distancia. Cerca, juntos. Lejos, cerca.

Juntos, lejos. Completamente. Nuestras vidas juntas a

kilómetros de distancia. A años de distancia. Vibrándonos en el

centro del corazón.

Recordándonos en la misma luna, recordándonos viendo la

misma película a kilómetros de distancia bajo el mismo cielo

mexicanísimo nuestro. “Quiero tocarte hasta la sombra porque

estamos hechos para habitarnos”, dijiste. “Siempre”, respondí,

“mira el mar cómo se aleja y es uno y el mismo en la espuma

de las olas que lo habitan... En las gotas de las olas que

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vuelven… así tú y yo, uno y el mismo a pesar de nuestras

diferencias, a pesar de los pecados”.

“Quiero conservar tu nombre. Conservo resguardado tu

nombre, dentro del mío”, dijiste. Lo demás son accesorios. Tu

nombre que contiene el mío, amor que nos ama: que contiene

el mío desde el instante en que nos vimos. Olas que vuelven:

nuestras miradas. Atrás las laminadoras y los barrenos, las

rocas cargadas de oro y plata con su coctel de cianuro. Muy

joven yo me subí al sol tomada de tu mano. Tú descendiste a

los avernos en tu madurez conmigo en tu corazón. Y yo lo sé.

Conozco de tus cielos y de tus infiernos innombrables. Y no

los digo. Verdades que no dijiste y que, para variar: ¡llegaron a

mis manos sin buscarlas ni quererlas tantos años después!

Verdades conmigo a salvo. Tú, como yo: No era una vez. No

hubo una vez. Tampoco había una vez. Pero sucedió y el hecho

regresa como las olas que siempre vuelven. Como nosotros.

Como la vida misma. Nada se va del todo. Nadie se va del

todo.

Nos llevamos al nombrarnos: “eres el amor de mi vida y

nunca te he dejado de querer”, dijiste una madrugada.

Lo demás son accesorios…

Nosotros somos como las olas y nos llevamos al

nombrarnos…

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Corriendo sola – Liebre Mis padres fueron Pedro y María Luisa; mi madre de la

Hacienda el Durazno y mi padre de la Cieneguita del Río,

municipio de Cadereyta Jiménez N.L. Se casaron el 25 de

octubre de 1959 y se fueron a vivir a la Hacienda San Mateo,

Juárez N.L.

En casa de mis abuelos paternos, al año, el 3 de octubre de

1960 nació una hermosa niña, o sea yo; allí vivimos pocos

meses en casa de mis abuelos. Mi papá compró una casita

donde nos fuimos a vivir los tres. El 21 de octubre de 1961

nació mi hermana Silvia, el 24 de marzo de 1965 mi hermana

Bertha, y mi hermano Cruz el tres de mayo de 1969, el niño

que tanto deseaban mis padres.

Mi padre siempre se dedicó a la agricultura y trabajó para

mi abuelo. Él no le exigía nada a mi abuelo. Mi padre era único

hombre entre seis hermanas; su madre la mejor, noble y buena

como él: sin vicios, pacífico, muy responsable con mi mamá y

con nosotros sus hijos, pero sin ambiciones.

Mi madre, única hija entre tres hermanos. Una hija muy

querida. Cuando yo nací venían con frecuencia a visitarnos.

Recuerdo que cuando nosotros los visitábamos en Navidad mis

tíos llegaban con muchos regalos para mis primos que venían

de Monterrey. Mi mamá llevaba regalos para mis hermanos

más chicos y yo enojada porque Santa no se acordó de las hijas

grandes, de mi hermana y de mí, y mi mamá no nos decía la

verdad: que Santa no existía y cuando regresaba a la casa yo

buscaba mi regalo y no encontraba nada.

Estudié la primaria en la Hacienda San Mateo. Cuando

estuve en primer año, mi maestra Jovita dormía en mi casa y

cuando llegaba le daba quejas a mi papá de mí: Tere hizo, Tere

no hizo, Tere esto y aquello, siempre fui traviesa. Cuando paso

a segundo año mi tía Goyita era la maestra de ese grado, estuve

pocos meses con ella ya que la transfieren a la Hacienda La

Ciénega, cosa que a mí me cayó de perlas porque con ella tenía

que comportarme.

Cuando paso a tercero y cuarto, tenía unas compañeritas

que venían de la Hacienda La Ciénega y le pasaban todos los

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chismes a mi tía, y cuando mi tía iba al rancho cada fin de

semana (no había pavimento ni transporte y usaba botas

cuando había lodo), a su casa con mis abuelos, me reprimía.

Los lunes a la hora de la salida yo me las cobraba con las niñas

que le pasaban el chisme a mi tía; así pasaron los meses hasta

que salí de sexto. Mi tía Goyita fue mi madrina de primera

comunión: mi vestido era blanco con plateado, sin embargo no

tengo ninguna foto y ahora que viene a mis recuerdos este

acontecimiento voy a buscar quiénes fueron mis compañeras

de primera comunión para ver si alguien conserva una foto.

Al morir mi abuelo paterno, como mi papá siempre trabajó

para él, nos encargó con mi tía Goyita. Ella, sin compromisos

personales, me llevó a casa de una prima de ellos para que yo

estudiara la secundaria. Me costeaba los gastos escolares y yo

le ayudaba a mi tía en los quehaceres del hogar y a las ventas,

ya que no pagaba la estancia, pero pasó el tiempo y repetía ante

sus hermanos los planes que tenía para mí: heredarme su

propiedad ya que ella no tenía hijos.

Empezaron a incomodarme para que me fuera de la casa y

a los catorce años me fui a casa de un primo de mi abuelo,

donde vivía una familia muy numerosa. Allí hice una muy

bonita amistad con una de sus nietas ya que íbamos y veníamos

juntas a la escuela. Yo me sentía como en casa porque su papá

me cuidaba igual que a sus hijas, después se casó la hermana

mayor de mi amiga y me pide que me vaya con ella ya que

acababa de dar a luz a una niña, de la cual me hizo su madrina;

para ese entonces yo estudiaba la preparatoria.

En esa época me invitaron a trabajar en casa de unas

compañeras donde también era una familia muy acogedora.

Ellas se dedicaban a empacar especies y cacahuates y salíamos

a vender durante la mañana y a las once nos íbamos a la

preparatoria. En esta casa tampoco me costaba la estancia y

también me consideraban de la familia. Su papá, un excelente

hombre, iba cada semana al rancho, hasta que tuve novio iba

con menos frecuencia.

Luego en el grupo de amigas que íbamos a la preparatoria, a

una de ellas se le enfermó su papá y su mamá lo cuidaba en el

hospital, mi amiga era la mayor y tenía varios hermanos y me

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pidió que me fuera a vivir a su casa para que le ayudara con los

quehaceres del hogar ya que la familia era grande y ella sola no

podía, y yo me sentía contenta de ayudarla; después muere su

papá y su mamá regresa a casa.

Terminé la preparatoria y entré a la Facultad de Veterinaria

y Zootecnia, ésta estaba ubicada en la calle de Matamoros

entre Zuazua y Dr. Coss, en el centro de Monterrey. Allí estoy

un año y medio. Yo me fui a casa de unos tíos que vivían en la

colonia Independencia. Ellos me necesitaban durante las

mañanas ya que mi tía tenía Parkinson. Yo me iba a la Facultad

en las tardes y cruzaba el puente Zaragoza.

Cuando construyeron la Macroplaza cambiaron la Facultad

a un campo experimental en el municipio de Bravo, Nuevo

León. Fueron pocos meses los que estuve asistiendo ya que

tuve muchas dificultades: iba y venía en un camión porque no

me quedaba allá. En esta época tuve un novio y nos veíamos en

la plaza Zaragoza. Él era muy bueno y respetuoso.

En esos días, mi tía Goyita se jubiló y nos dice a mis

hermanas y a mí que consigamos una casa para vivir con

nosotras y poder seguir estudiando todas.

Me salí de la Facultad y yo seguía viendo a mi novio hasta

que entré a la escuela de Contadores en las calles de Juárez y

Arteaga, también en el centro de Monterrey. Esto pasó porque

empezó a haber problemas y envidias porque mi tía estaba con

nosotras; para estas fechas conocí a Elías, por medio de su

hermana y nos hicimos novios.

Terminé la escuela de Contadores y me puse a trabajar en

una constructora en el edificio de la Cafetera Mexicana. Me

salí de ese trabajo y estuve un tiempo sin empleo. Después

entré a trabajar en la SARH en el proyecto del acueducto

Linares-Monterrey, para entonces ya estaba comprometida y

tenía la facilidad de estar cerca del trabajo, a la vuelta de mi

casa.

A seis meses de haber empezado en este trabajo, me casé en

diciembre de 1981y vivimos un año más cerca del trabajo,

después mi papá nos dio un terreno en la Hacienda San Mateo

y mandamos hacer una casa de madera por donde pasa un

arroyo a escasos metros. Allí nos visitaban amigos y familiares

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ya que les gustaba mucho el lugar. Mi marido y yo íbamos y

veníamos a trabajar todos los días; mi esposo en el IMSS en un

almacén regional de suministro que se encuentra a un lado de

los rieles de Churubusco, en el municipio de Guadalupe,

Nuevo León y yo seguí en la SARH.

Al año de casada nació mi primera hija, Mariana, en

septiembre de 1982, muy hermosa desde niña. Fue creciendo y

maduró muy pronto: no era llorona ni daba lata, yo podía

trabajar perfectamente pero me embaracé muy rápido de mi

segundo hijo, Elías Francisco. En este embarazo no tuve

ningún problema, hacía mis actividades normalmente, y nació

el 1 de junio de 1983 en el ISSSTE de Burócratas Municipales.

Cuando yo estaba en recuperación, llegaron mi suegra y una

de mis cuñadas a visitarme y me dicen que el niño no está en

cunas normales, que está en cuidados intensivos; me levanto,

me fajo y me voy a checar y a hablar con los médicos y me

dicen que el bebé no toleró la leche y que tiene unos

temblorcitos leves, que todavía no se sabía cuál era su

problema, luego me dan la noticia de que le hicieron un TAC

(Tomografía Axial Computarizada) y que le encontraron dos

hidromas en el cerebro; que la masa encefálica no estaba bien

formada y por eso le daban crisis convulsivas.

Salimos del hospital y volví allí a los diez días; me lo daban

de alta y a los diez días volvíamos de nuevo al hospital. Así

pasaron seis meses: cuando lo tenía en mi casa, dormía sentada

con él, sufríamos tanto que le pedía a Dios que me lo

recogiera. Tuve poco apoyo por parte de mi esposo pues él se

escapaba con sus amigos haciendo como que no pasaba nada;

yo me hacía la fuerte, la que todo podía. En la última vez que

llegamos al hospital, los médicos le estaban haciendo una

venodisección y salió el médico y me dijo que el niño acababa

de morir.

Esto fue en noviembre primero del mismo año. Mi esposo,

al recibir la noticia, corrió a un elevador para salirse del

hospital y yo dejo al médico hablando solo y corrí tras de él,

traté de hablar con él, que cómo era posible que siguiera

dejándome sola y que tuviera más apoyo de otras personas que

de él, y me enojaba mucho por su forma de actuar. Ahora

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pienso que él se ponía una careta, tal vez porque no sabía cómo

expresar su dolor.

Poco tiempo después tengo otro embarazo y a los cinco

meses tuve un aborto, gracias a Dios ya que tenía mucho

miedo que volviera a pasar por lo anterior.

Pasa el tiempo y me embarazo nuevamente en agosto de

1985. Nació mi hijo Elías con problemas en la sangre, le

faltaban plaquetas; me dice el médico: “vamos a ponerle

plaquetas, si su organismo las reproduce, no tendremos ningún

problema pero si no, hay que estarle aplicando plaquetas cada

seis meses”, cosa que yo no deseaba, pero fuerte y dura de

corazón, así parecía por fuera, de noche me desahogaba y

lloraba, nunca frente a mi esposo. Gracias a Dios su organismo

reaccionó y hasta la fecha él tiene 29 años y ya es papá de un

hijo de seis años.

En 1991 tuve otro embarazo, el cual fue muy deseado por

toda la familia. Mis hijos estaban muy contentos y mi esposo

también; yo me sentía mimada por ellos, me cuidaban. Yo

seguía trabajando en SARH y hasta el final de mi embarazo me

incapacité solo una semana antes de la fecha; me atendían de

cesárea. Esta semana era para hacer los preparativos y dejar

todo en orden porque nada más, me decía, yo estaba para

hacerlo (tonta) ahora todo me duele, lo único que no me duele

es la lengua por no tener hueso, nunca me sentí mal en este

embarazo, nunca me hice eco, solo lo hacían si era necesario.

El 5 de septiembre de 1992 nació Elías Bernardo, un niño

muy blanco, se veía muy sano pero a las catorce horas de

nacido, mi suegra y mi cuñada me llevan la misma noticia, que

el niño no está en cunas normales y que está en cuidados

intensivos y con convulsiones y yo con la experiencia anterior,

me levanto, me fajo y voy a hablar con el médico y le digo:

“doctor, yo quiero que le haga un TAC al niño” y él me dice:

“señora, no siempre se convulsiona por problemas congénitos”.

Yo le comenté lo del niño anterior, que podía ser por falta

de vitaminas, en eso estamos revisándolo, y me ordenó: “usted

váyase tranquila a su casa y hábleme a las diez de la noche

para darle noticias del niño”. Salgo del hospital despescuezada

y triste como gallina sin pollos, preguntándome por qué a mí,

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por qué a nosotros, si yo no soy mala; callada todo el camino a

mi casa, para esto ya vivíamos en el municipio de Guadalupe.

Llegué y encontré tantos recuerdos del baby shower que me

habían organizado mis vecinas; dan las diez de la noche y le

hablé al médico y me dijo: “Ya logramos hacerle la tomografía

al niño. La espero en la visita de las cuatro de la tarde para

checar el TAC del niño anterior y de este niño”.

Ya de ahí no me gustó nada. Cuando llegué, el médico me

dijo: “aquí tengo el TAC del primer niño, tiene dos huecos en

la masa encefálica y aquí tengo el del niño actual, Elías

Bernardo, desgraciadamente el problema es peor, la única

esperanza es que los medicamentos logren controlar las crisis

convulsivas”, cosa que a mí no me gustaba, pues no quería

tener a mi hijo adormilado como mantenían a Francisco.

Le pedí a Dios, con más fe, que se lo llevara y mi esposo

me decía: “¡estás loca, estamos nosotros para cuidarlo!”.

“¿Cuánto tiempo?”, le pregunté. “Te doy un año para que te

olvides de nosotros, porque ya no voy a tener tiempo para ti ni

para los demás niños, el niño va a requerir de todos mis

cuidados”. Así pasaron veinte días y murió después del 25 de

septiembre, no recuerdo exactamente cómo pasó todo; el niño

murió en el hospital, nunca salió de ahí, para esto yo ya tenía

todo preparado para el funeral, hicimos una misa de cuerpo

presente y de ahí al panteón.

En este tiempo mi esposo trabajaba de noche en la clínica

25, mis hijos en la escuela y yo ya había dejado de trabajar por

el problema que el niño tenía. Hubo un programa de retiro

voluntario el cual aproveché. Yo sola en la casa tenía tiempo

para llorar junto a sus recuerdos que había dejado, ya sin el

niño y sin trabajo empiezan a cambiar las cosas: mi esposo,

como tenía todo el día libre, cuidaba a mis hijos y yo empecé a

trabajar en una mueblería allá en Cadereyta, propiedad de una

hermana.

Estuve buen tiempo trabajando ahí y luego empecé a estar

al pendiente de mi mamá ya que tenía problemas para caminar:

empezó a caerse, se quebró la cadera y dejé de trabajar para

atenderla en mi casa. Mi mamá ya no podía caminar ya que

hacía seis años se había quebrado la otra cadera y requería de

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muchos cuidados. Mi esposo y yo peleábamos porque no tenía

tiempo para él y él me reclamaba que por qué nada más yo la

cuidaba.

Un día, en el mes de mayo del año 2000, mi papá viene a

visitar a mi mamá a mi casa y trajo calabacitas y elotes del

rancho y fue a comprarme costillitas de puerco y comimos

todos bien contentos. Ese día mi mamá le hizo encargos a mi

papá, le dijo dónde estaban las escrituras, las joyas (las pocas

que tenía), y a mí me extrañaba, mientras platicaba, yo estaba

planchando y ella doblando ropa y mi papá nos acompañaba y

nos dice: “ya me voy, ya se está haciendo tarde”, se despide mi

papá y se va.

En eso llega mi esposo, él y yo ya ni nos hablábamos, y mi

mamá le dijo que ya se le había hecho tarde para ir al trabajo,

pues trabajaba de noche y él le contesta: “sí, suegra ya me

voy”. Yo ni existía para él, yo le decía: “primero conocí a mi

madre que a ti”. Él se acababa de despedir de mi mamá y se

fue a trabajar.

Mi mamá me mandó a traer pañales pero yo mandé a mi

hijo, cuando subo con los pañales la veo muy rígida, la

recámara estaba obscura por las cortinas ahuladas que tenía,

trato de prender el foco porque me sentía nerviosa y prendo el

abanico por error y sin voltear a ver su cara, le agarro las

piernas y las sentí muy tiesas, escuché un ruido en su boca y

eran las placas que se le estaban saliendo y me voy directo a su

boca, le saqué las placas para darle respiración de boca a boca

y ya no tenía aliento, le hablé a mi hijo para que fuera por el

doctor que vivía cerca. Cuando él llega me dice: “¿está usted

preparada?” y le pregunto: “¿para qué?, si mi mamá ya no

tiene aliento”.

A las ocho de la noche le hablo por teléfono a mi esposo, yo

dura con él porque no me hablaba, le dije: “Elías, ¿podrás ir al

rancho a decirle a mi papá que mi mamá acaba de morir?”,

pero no me creía: “¡estás loca, la acabo de ver!”, y le contesté

“yo también”. Llegó mi esposo, recogió a mi hijo y fue a

avisarle a mi papá.

Cuando vuelve con mi papá, se regresa al trabajo y se lleva

a mi hijo, para esta hora yo ya había hablado a la funeraria, al

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Ministerio Público y ya tenía la carta del doctor. Me sentí

apoyada cuando llegaron mis cuñados y mis hermanas, después

llegaron los de la funeraria y recogieron el cuerpo. Me fui con

ellos y la velamos al siguiente día.

Pasaron los días y de tanta tensión, me sentí desvanecer

pero mis vecinas me apoyaron y me llevaban de comer y me

empecé a sentir mejor. Ahora me doy cuenta de que estaba

deprimida. Una vecina me invitó a trabajar en su negocio de

telefonía celular en Cadereyta, me pareció bien ya que tenía

que distraerme. Con el tiempo empecé a deshacerme de las

cosas de mi mamá, las regalaba a personas que las necesitaban.

Así pasaron los años y se casó mi hija en el 2006, todos

felices: mi papá, mi esposo y mi hijo.

Mi esposo, algo inquieto porque no podía cumplir con toda

su familia, yo tranquila, lo que mi hija decidiera ya que la boda

la organizaban ella y su futuro esposo. Mi esposo tenía poco de

haberse pensionado, una semana de haberse casado mi hija. Al

poco tiempo tuvo un accidente automovilístico y sufría una

embolia cerebral y yo dejé de trabajar para atenderlo.

Gracias a Dios quedó bien, fue recuperándose con terapias.

Nos fuimos a vivir al rancho para apoyarlo en su recuperación

ya que no quiso ir a terapias en la clínica y decidió hacer su

terapia con herramientas de trabajo para el jardín, con la

podadora, con las tijeras también para podar, cortando

naranjas, limones… y poco a poco salió adelante. Este

accidente nos sirvió a los dos para valorarnos uno al otro.

Ahora que estoy tomado el diplomado, comprendo tantas

cosas. Ahora entiendo su comportamiento y el mío.

Ya viviendo en el rancho, empecé a ver a mi papá distinto

aunque se veía muy sano, pero un día empecé a notarlo

deprimido, llorón por lo que le había pasado a mi esposo,

entonces lo llevé con el doctor y me dijo que mi papá tenía

Parkinson. Por esos días se casaba mi hermano de 35 años, mi

papá estaba muy contento por mi hermano ya que éste tomaba

mucho y después de que se casó dejó la bebida y vive su

matrimonio muy enamorado.

Mi papá les deja su casa a mi hermano y a su esposa y se va

a vivir conmigo. Yo muy contenta porque mi esposo ya estaba

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muy cambiado, ya que no me hizo vivir la misma experiencia

que cuando mi madre. Ahí sí tenía todo el apoyo de mi esposo

para atender a mi papá. Nos dábamos tiempo para disfrutar a

nuestros nietos, José Emiliano y Marcelo, hijos de Mariana, y

Elías Bernardo hijo de Elías, los esperamos cada fin de semana

con ansias y cuando no vienen mi esposo se siente triste.

Mi papá se fue deteriorando por la enfermedad hasta que

dejó de caminar, aun así nunca hizo cama y murió el 27 de

febrero del 2011. Cuando salgo de lo de mi papá, me acerqué a

la iglesia por un tiempo, fue algo que me sirvió bastante

espiritualmente.

Luego me invitaron a participar en un taller de Desarrollo

Humano, impartido por una Asociación Civil, Tejedoras de

Cambios, y empiezo a ver algo diferente en cuanto a mi

persona: a valorarme a mí misma, a quererme, a aceptar a la

gente como es; siempre me gustó servir a quien lo necesitara,

pero ahora me siento más humana. El día que no hago algún

bien siento que no me rindió el día.

Ya tenemos siete años que andamos paseando y disfrutando

a nuestros nietos, dentro de nuestras posibilidades pasamos por

el arroyo y ellos felices, les pongo tenis viejos de ellos mismos

para que no se corten en el agua, pescamos tepocates y todo lo

que hay en el agua y ellos conocen y descubren los juegos que

se hacen en el rancho; hicimos castillos de olotes, huleras,

avientan piedritas al agua para no matar pajaritos, no matan a

las tarántulas porque tienen vida… y cosas así.

Quisiera escribir más vivencias pero me siento ridícula ya

que no pienso igual las cosas. Se me quitó aquel coraje, aquel

rencor hacia la vida, hacia mi esposo. Estaba enojada con todos

por lo que me había sucedido, empezando por el marido que

me había tocado sin saber que yo así lo había escogido, tal

como él era. Ahora soy una mujer más consciente de las cosas,

pienso antes de criticar, pero con más cuidado, así lo he

entendido en este grupo de mujeres que aunque ya nos

conocíamos, la mayor parte asistiendo a este grupo, nos

conocimos realmente quiénes somos en realidad.

Quiero dar las gracias a las facilitadoras que con tanto

esfuerzo hicieron para venir a Juárez, nunca se vieron

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cansadas, siempre con un entusiasmo por transmitirnos sus

conocimientos psicológicos y tantas vivencias que

compartimos juntas que yo las veo como a mis hermanas.

Gracias a Estrella por tener paciencia en cuanto a su trabajo

que desempeñó durante este diplomado, y a Dariela por

saberme escuchar y corregirme cuando tenía que hacerlo, a

Delia por tomar el diplomado con nosotras ya que de ella

aprendí lo suficiente para recordarla constantemente. Personas

que me conocen me dicen que no parezco la misma, que se me

nota en el semblante, que ya no frunzo la cara como antes, yo

nunca lo noté.

Ahora que veo a aquellas personas que me hicieron daño,

más grandes de edad, más enfermas, enojadas porque ya no

sienten ese poder que tenían antes, agradezco ahora a estas

otras personas que me invitaron a este diplomado porque

gracias a ellas supe perdonarlas.

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Decisión correcta – Enamorada DEDICATORIA

A mis padres que me protegieron, cuidaron, me dieron la

vida, educación, cariño y amor. Gracias por todo, los quiero.

A mis hijos: son lo mejor que me ha pasado en la vida, los

amo.

A mi esposo, mi compañero, mi apoyo, el amor de mi vida,

mi muñeco, te quiero mucho.

Y por supuesto también se lo dedico a Dios, gracias por

estar siempre a mi lado. Gracias, gracias.

Nací el 14 de enero de 1964 en Monterrey, N.L., ahí viví

durante dos años, luego mis papás decidieron venirse a vivir al

municipio de Juárez, N.L., donde actualmente resido.

Mi familia de origen está formada por mi papá (+), mamá y

siete hermanos. Mis papás siempre me trataron con cariño,

tuve una niñez feliz, vivía en una casa con un patio grande

donde jugaba con mis hermanos, amigos y primos.

En esa etapa no tenía obligaciones, así que todo era jugar y

descansar pues aunque tenía cuatro hermanos menores que yo,

no tenía que cuidarlos, de eso se encargaba mamá.

Mi papá fue un gran hombre y mi mamá una gran mujer, los

dos luchones y muy buenos padres, los quiero mucho.

Se llegó la hora de ir a la escuela primaria, etapa que

disfruté mucho; en el descanso jugaba a la cuerda, a la

matatena o a los encantados. A esa edad empecé a tener

obligaciones, como obtener buenas calificaciones y lavar los

platos que se usaban para la cena, como no alcanzaba el

fregadero arrimaba una silla, mi hermana mayor lavaba los de

la comida, pues había que ayudar a mi mamá con los

quehaceres de la casa.

También la etapa de la secundaria la disfruté mucho, me

gustaba participar en todo, en cuanto el maestro preguntaba

quiénes podrían hacerse cargo de alguna actividad, yo ya

estaba levantando la mano junto con mis amigas, con las cuales

todavía tengo amistad. Ahora no me explico cómo nos

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confiaban tantas cosas los maestros pues estábamos muy

chicas.

En una ocasión nos encomendaron hacer la comida para el

día de las madres, no para toda la escuela, nada más para el

salón donde yo estaba porque así se usaba. Y pues, ¡manos a la

obra!, era como jugar a las comiditas pero de verdad,

conseguimos unas cazuelas, pusimos leña, hicimos cortadillo y

nos quedó muy rico, donde batallamos fue con el arroz ya que

no le calculamos la cantidad y en cuanto empezó a inflarse, el

grano se salía por todos los lados de la cazuela y la lumbre se

empezó a apagar. Fue todo un show.

En otra ocasión hicimos ensalada de pollo para otro evento,

parecía más fácil, pero no fue así porque no conseguimos

pollos en la única carnicería que había en Juárez. Entonces

compramos los pollos vivos, una amiga los mató y pusimos

lumbre en el patio para calentar el agua para desplumarlos y

cocerlos, las papas y las zanahorias las cocimos en la estufa.

Ya que quedó lista la ensalada la guardamos en el refrigerador,

el evento sería hasta el día siguiente.

Todo esto lo hicimos en la casa de una amiga, sus papás

tenían un negocio y se iban a trabajar, así que estábamos solas.

A alguien se le ocurrió que deberíamos de bañarnos, para

llegar cada quien a su casa a dormir, nos pareció buena idea

pues no se acababa la plática, así que volvimos a poner lumbre

para calentar agua, -en casa de mi amiga no había boiler-, en el

mismo bote que usamos para cocer y desplumar los pollos.

Metimos el bote al cuarto de baño, y como no traíamos

ropa para cambiarnos, nos bañamos desnudas y no prendimos

el foco, ya era de noche y no se veía nada de nada. Total que

así nos bañamos aunque el agua olía a sangre y a pollo, pero no

nos importó, nos cambiamos ahí mismo a oscuras y hasta que

nos fuimos a la recámara nos dimos cuenta que habíamos

quedado peor, estábamos todas manchadas de tizne del bote y

hasta plumas traíamos en todo el cuerpo. Así me fui a la casa,

toda apestosa a pollo a bañarme de nuevo.

En esa misma época, a mis catorce años, me gustaba un

muchacho, él tenía 18 años, era compañero de mi hermana

mayor y amigo de mis hermanos, también mayores, y cuando

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iba a la casa a buscarlos, yo salía para verlo. Un día andaba yo

con mis amigas en la plaza y me pidió que fuera su novia, no

dudé en decirle que sí, pues estaba muy guapo. Hasta ahorita

que estoy escribiendo me doy cuenta que fui su novia sin haber

sido antes su amiga.

Durante ese tiempo había un programa de alfabetización

para adultos y él era uno de los que daban el curso, entonces

me pareció que además de guapo era inteligente e interesante.

Así empezó el noviazgo, cuando él tenía oportunidad iba por

mí a la salida de la secundaria y me acompañaba a la esquina

de la casa. Fue un noviazgo ahora sí que de los de antes, yo

estaba muy chica y aunque él era más grande, muy apenas si

nos tomábamos de la mano.

Yo estaba feliz de ser su novia, pensaba que con él me iba a

casar y como en los cuentos seríamos muy felices, pero así

como el día menos pensado me pidió que fuera su novia,

también el día menos pensado me dijo que ya no podríamos ser

novios, que yo era menor de edad, que mejor cuando estuviera

grande hablábamos. Me sentí muy triste.

Eso pasó en el mes de agosto y faltaban cinco meses para

cumplir mis quince años, creí que para entonces, ya tendría

edad de ser su novia. Mientras mis papás organizaban la fiesta,

yo contaba los días que faltaban para que él me volviera a

pedir que fuera su novia.

La fiesta no podrían hacérmela el día de mi cumpleaños

porque una tía de mi papá estaba muy enferma, así mis papás

decidieron que fuera dos meses después de mi cumpleaños,

que a mí se me hicieron eternos, pero ni modo, había que

esperar.

Ya le había mandado la invitación a mi exnovio para mi

fiesta, todo estaba listo, faltaba solo un día, yo emocionadísima

para disfrutar de mi gran evento. Pero cuando estábamos en los

últimos preparativos, vinieron a avisarle a mi papá que su tía

había muerto, entonces ellos decidieron hacer unos cambios:

no habría música, la comida sería en el patio de la casa en

lugar de en el salón, además que la misa de mis quince años

fuera la misa de cuerpo presente de la tía de mi papá y la mía

sería la siguiente.

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Al terminar la misa de la tía, yo estaba esperando a que el

padre viniera a recibirme, cuando salen de misa los familiares,

al verme me felicitaban, algunos me decían que me veía muy

bonita y así entre abrazos de felicitaciones, llanto, y frases

como “te acompaño en tu pesar, lo siento mucho”, se nos fue la

tía, que era tan buena, pero daba comienzo mi gran fiesta.

Sí, mi gran fiesta que con tanto cariño y esfuerzo me

organizaron mis papás, así que yo no hice ningún reproche ni

berrinche pues nadie tenía la culpa de lo que había pasado. Mis

papás se quedaron en misa conmigo, mientras que los tíos por

parte de mi papá fueron al panteón y luego vinieron a comer a

la casa.

Pero no todo fue triste ese día, aún recuerdo la cara de mi

papá cuando me vio con mi vestido celeste y sombrero del

mismo color, se puso emocionado, sus ojos estaban llorosos y

en su rostro se veía una gran y bonita sonrisa, cómo olvidarlo,

no me dijo nada pero su silencio habló y yo lo escuché, parecía

decirme que me quería, que estaba orgulloso de mí, que no

quería que sufriera nunca.

Después de comer y platicar con los invitados, me percaté

de que mí exnovio no había llegado a la fiesta. Después de un

tiempo, los invitados se empezaron a despedir y él no llegó,

supuse que le daba vergüenza, entonces les pedí a mis amigas

que me acompañaran a la plaza que está a media cuadra de la

casa de mis papás a ver si él estaba ahí. Yo aún estaba con mi

vestido de quinceañera y nos fuimos, pero él no estaba, me dio

tristeza pero tenía la esperanza de que me buscara después y

me volviera a pedir que fuera otra vez su novia.

No fue así, pasaron los días, semanas, meses, años y nada,

curiosamente aunque vivíamos cerca no nos topábamos ni por

casualidad. Yo seguía haciendo mi vida normal, durante dos

años no perdí la esperanza de que él me buscara. Ya cansada

de esperarlo tuve mi segundo novio, todo iba bien en el

noviazgo cuando de repente aparece el susodicho, al que tanto

había estado esperando, me invitaba a salir y yo le decía que no

me molestara, que tenía novio; luego, se alejaba un tiempo y

volvía a buscarme, pero yo siempre le decía que no.

Por otros motivos mi segundo novio y yo decidimos

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terminar nuestro noviazgo. Mi primer novio me seguía

llamando por teléfono para invitarme a salir, ya no me

molestaba que me hablara, al contrario cuando no me hablaba

me preocupaba.

El 16 de marzo de 1985 hubo un baile, unas amigas me

convencieron pues yo no quería ir, esos bailes eran para gente

más joven y yo tenía 21 años. Ya estando ahí un amigo me

invitó a bailar, andábamos bailando cuando vi entrar a mi

primer novio, casi de inmediato me fui a sentar a ver si me

pedía que bailara con él y así fue, bailamos y luego nos fuimos

a la plaza a platicar.

El me pidió que nos diéramos una oportunidad, que

deberíamos de tratarnos a ver si las cosas funcionaban y que si

no funcionaban él ya no me volvería a molestar, ya no era yo la

chamaquita de secundaria ni él un adolescente, yo tenía 21

años y él 25.

Le dije que estaba de acuerdo y empezamos a salir; todos

los días nos veíamos: iba por mí a la oficina, íbamos a cenar o

al cine, no discutíamos, todo era amor, amor y más amor.

Pasaron solamente cuatro meses cuando me dijo que si nos

casábamos, yo acepté, lo comenté con mi mamá, me preguntó

que si estaba segura de querer casarme, yo le dije que sí pues él

se había propuesto enamorarme y lo había conseguido.

El veinte de agosto sus papás fueron a pedir mi mano y

empezamos a preparar la boda, decidimos casarnos el once de

octubre así que en menos de mes y medio preparamos la boda;

antes no se ocupaba tanto tiempo como ahorita, nos casamos

por el civil y por la iglesia, tuvimos una boda muy bonita,

sencilla ya que no había mucho presupuesto.

A mitad de la boda mi ya marido me raptó, me pidió que

saliéramos del salón a tomar aire fresco, pero no era cierto, él

ya tenía todo planeado para irnos, un amigo suyo nos estaba

esperando para llevarnos a un hotel, ya estaba hecha la

reservación y yo ni sabía nada. Su amigo llevaba la botella y

las copas para brindar en el hotel, no nos despedimos de nadie,

dejamos a los invitados, nos fuimos y pasamos a la casa por

algo de ropa.

Habíamos planeado irnos de luna de miel a Cancún, ya

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estaban hechas las reservaciones pero en septiembre de 1985

hubo un terremoto en la ciudad de México, donde mucha gente

murió, a mí me dio miedo y cancelamos el viaje, con el dinero

que nos regresaron compramos algunos muebles.

No me arrepiento de haberme ido a mitad de la boda pero

me hubiera gustado bailar la víbora de la mar, brindar, y partir

el pastel. A otro amigo le pidió que llevara los regalos a la casa

donde íbamos a vivir. Así empezó mi vida de casada, los dos

trabajábamos, él me llevaba a la oficina y se iba a su trabajo.

Al principio no teníamos boiler, él se levantaba primero y

me preparaba el agua para bañarme, el desayuno y hasta me

ponía lonche para comer en la oficina, él salía más temprano

que yo del trabajo así que llegaba a la casa, preparaba la cena e

iba por mí a la oficina. Me consentía bastante, la verdad no me

podía quejar. Bueno, nos consentíamos mutuamente.

La casa donde vivimos recién casados era de un amigo suyo

y no pagábamos renta, vivimos menos del año porque su amigo

decidió casarse. No hubo necesidad de que nos pidiera la casa,

nosotros empezamos a buscar una de renta. Y conseguimos un

tejaban que estaba muy cerca de la casa de mis papás.

Me gustaba la idea de vivir cerca, así los podría ver más

seguido, a ellos y a mis hermanos, a los cuales quiero mucho,

pero la casa donde vivíamos primero estaba en el municipio de

Guadalupe. No sabíamos en qué condiciones estaba el tejaban

pues mi marido no quiso venir a verlo, así que llegamos con

mudanza a instalarnos a nuestra nueva casa, pero ya estando

ahí a él no le gustó ya que no estaba en muy buenas

condiciones; a mí tampoco me gustaba pero como fuera quería

vivir ahí.

Entonces fuimos a casa de sus papás, les explicó la

situación y le ofrecieron su casa, nos fuimos a vivir con ellos,

en el tejaban dejamos los muebles sólo nos llevamos la

recámara, el refrigerador y la tele. No sería por mucho tiempo,

ya estaban por autorizarnos el crédito para una casa de

INFONAVIT, no era tan fácil ya que uno de los requisitos era

tener hijos y yo ni siquiera estaba embarazada; no obstante, mi

esposo trabajaba en obras públicas de Juárez y el alcalde ayudó

para que nos autorizaran el crédito, así que al año de casados

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ya teníamos casa propia… bueno, solo faltaba pagarla.

Vivimos dos meses en la casa de mis suegros; todos me

trataron muy bien, bueno, no todos, pues la hermana más chica

de mi esposo no me quería, y es porque quería mucho a su

hermano y estaba celosa. De hecho fue nomás por poco tiempo

ya que después me acepto y nos llevamos muy bien.

Aprendí muchas cosas de mi suegrita a quién quiero mucho,

siempre hablo bien de ella, siempre digo recio y quedito que es

una verdadera dama; a mis cuñados y cuñadas también los he

apreciado toda la vida y a mi suegro (+) también lo quise

mucho.

Cuando decidimos casarnos fuimos con una ginecóloga

para que nos recomendara unas pastillas pues por lo pronto no

quería embarazarme, dado que pensaba seguir trabajando,

aunque me cuidé solo unos meses pues los dos ya queríamos

ser papás.

Cuando tuve la sospecha de que estaba embarazada nos

pusimos muy contentos y más cuando se confirmó el hecho,

que fue de lo más tranquilo gracias a Dios. Para entonces yo ya

no trabajaba, sólo me dedicaba a los quehaceres de la casa, a

atender a mi marido y a disfrutar el embarazo.

Se llegó el tan esperado día, el 23 de mayo de 1987,

después de muchas horas de trabajo de parto nace una linda,

hermosa niña y lo más importante, sanita. Qué emoción tan

grande sentí cuando me la acercaron para que le diera mi

primer beso, yo no paraba de llorar pues estaba muy

emocionada y le agradecía a Dios que todo hubiera salido bien

y por haberme permitido ser madre. Fue algo maravilloso.

Esa linda y hermosa niña actualmente tiene 24 años, es

Licenciada en Nutrición, ya está casada y tiene una niña de

siete meses; o sea que yo ya soy abuelita, etapa que estoy

disfrutando mucho… ¿qué digo mucho?, ¡muchísimo!

También soy suegra, ¡bienvenido a la familia, yerno!

Apenas se me quitaba lo cansado de lavar pañales, fue

alérgica a los desechables, tenía que preparar biberones y de

las muchas desveladas que pasé pues esa linda y hermosa niña

no tenía el sueño volteado de los que duermen en el día y en la

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noche, no. ¡Ella no tenía sueño ni de día ni de noche, dormía

muy poco! Mi esposo por las tardes cuando llegaba de trabajar

me ayudaba con ella.

Mi esposo y yo teníamos la ilusión de ser padres por

segunda vez, así que me embaracé de nuevo. El embarazo fue

muy tranquilo, no hubo ninguna complicación. Esperamos

pacientemente a que se llegara el día 28 de noviembre de 1990,

fecha en que nació y se repitió la historia de mi primer

embarazo, después de horas y horas en trabajo de parto nace

una linda y hermosa niña, también muy sanita, gracias a Dios.

Igual me la acercaron para darle mi primer beso y yo no

podía contener las lágrimas, estaba muy emocionada; le di

gracias a dios porque todo había salido bien y por permitirme

ser madre por segunda vez. Actualmente esa linda y hermosa

niña tiene veinte años y estudia Administración. Mis dos hijas

ante la sociedad dejaron de ser niñas pero para mí lo siguen

siendo. Las quiero mucho.

Me embaracé por tercera vez… pero esta vez la historia fue

diferente, esta vez no fue un embarazo tranquilo sino que hubo

complicaciones, tenía dos meses de embarazo cuando me

dieron cólicos, cosa que no me había pasado antes, supuse que

algo podría andar mal, fui al médico y supuse bien: algo

andaba mal. Después de unos estudios y un eco, el médico me

dijo que lo que yo creía que eran cólicos, eran contracciones,

tenía amenaza de aborto debido a un problema en la matriz,

por lo que me advirtió que este embarazo era de alto riesgo.

Me ordenó: “Deberás tener reposo absoluto pues entre más

avance el embarazo, habrá más riesgos”. Mientras él hablaba,

como en automático yo tenía un nudo en la garganta: no podía

creer lo que me estaba diciendo, no me importaba que a mí me

doliera todo lo que tuviera que dolerme pero a mi bebé no.

Salimos de ahí muy tristes; me acompañaba mi esposo y él

trataba de darme ánimos diciéndome que siguiendo las

indicaciones del médico todo iba a estar bien, pero yo no podía

dejar de llorar.

A partir de ahí empezó el reposo, me la pasaba acostada; al

principio mi esposo se hacía cargo de atender a las niñas, de

mantener más o menos limpia y ordenada la casa, de preparar

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la comida. Él trabajaba por su cuenta, así que organizaba su

horario. Días después, como por arte de magia, llegó mucha

ayuda, de mis papás, mis suegros, hermanas, cuñadas, tías,

vecinas… por supuesto mi esposo, aunque mucha gente ayudó,

siguió haciéndose cargo de muchas cosas.

El doctor no se equivocó: conforme avanzaba el embarazo,

éste se complicaba más; aun estando acostada y tomando los

medicamentos como me los había indicado, me daban las

contracciones más fuertes y más seguidas. Cuando me daban

éstas, debía tomarme unas pastillas e irme de inmediato al

hospital.

Durante el embarazo algunas veces estuve internada, me

atendían las enfermeras y en la casa me hacía compañía y me

atendía una linda enfermerita, mi hija de tan solo tres años, ella

se la pasaba a mi lado cuando me daban las contracciones, se

daba cuenta y me decía: “te doy la pastilla que es de color de la

sangre y la chiquita”.

Le llamaba a mi esposo para que me llevara al hospital y

mientras él llegaba, la chiquita nos daba besitos al bebé y a mí,

diciéndonos que ya no nos iba a doler porque ya me había

tomado las pastillas. Ella estuvo siempre ahí conmigo; para

que no se aburriera yo le contaba un cuento y ella me contaba

otro a mí. Yo tarareaba canciones de las Muñequitas y ella

tenía que adivinar cuál era y seguirla cantando, luego a ratos

dormíamos. Además veíamos la tele, platicábamos entre

nosotras y también con la gente que nos iba a visitar, esto era

todos los días. También mi hija mayor estaba conmigo pero

menos tiempo, pues estaba en la escuela y por las tardes iba a

clases de inglés.

Cuando llegaba mi esposo del trabajo, estábamos todos

juntos. Viviré eternamente agradecida a todos los que

estuvieron apoyando en esos momentos, pero muy

especialmente a mi enfermerita, mi gordita preciosa, gracias.

Según los ecos, el bebé sería varoncito, y esta vez no hubo

horas y horas en trabajo de parto pues fue cesárea, lo que sí fue

igual es que lo esperamos con la misma ilusión que a sus

hermanitas.

Pasaron los días y los meses hasta que llegó el tan esperado

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día, estaba programada para el siete de julio pero el día cinco

me dieron las contracciones, esta vez acompañadas de

sangrado, por lo que le llamé al doctor. Él me dijo que no

perdiera tiempo, que me fuera al hospital, que el bebé ya iba a

nacer, y que iba a preparar todo para cuando yo llegara. Mi

esposo no estaba y no había manera de localizarlo, así que le

llame a mi mamá, ella y un hermano me llevaron al hospital,

las niñas se quedaron con una vecina.

Ya estaba todo listo: me esperaba una enfermera en la

entrada del hospital, en una silla de ruedas me llevó al

quirófano, me hicieron cesárea y en menos de una hora

escuché su primer llanto, yo desesperada preguntaba que si

estaba bien, y sí, gracias a Dios, todo estaba bien, por fin había

nacido mi bebé: esta vez no fue una linda y hermosa niña sino

un apuesto varoncito. Ese apuesto varoncito actualmente tiene

17 años, sigue siendo apuesto y sigue siendo mi bebé. Lo

quiero mucho.

Me dediqué a mis hijos y a mi marido, siempre

esmerándome en complacerlos en todo. Los fines de semana

salíamos a pasear en familia a lugares donde ellos se pudieran

divertir. Cuando estaban más grandecitos, hubo un tiempo en

que mi esposo nos llevaba al estadio a ver jugar a sus Tigres,

después los hijos empezaron a tener sus compromisos y ya no

querían acompañarnos, por tanto nos íbamos él y yo.

Algunas veces los domingos íbamos a los toros, mi esposo

nos invitaba a todos y si los hijos no querían ir, nos íbamos

solos, a mí no me gusta el futbol ni los toros, pero me

encantaba andar con él, así que yo nunca le decía que no, me

sentía como su novia, disfrutaba de su compañía y de sus

atenciones, eso me hacía muy feliz, a nuestros hijos también

les gustaba que saliéramos, ellos decían que parecíamos

novios, también algún tiempo salíamos con un grupo de

amigos a ver algún espectáculo, otras veces él y yo solos. Salir

solos era lo máximo, pues además de sentirme feliz, me sentía

querida.

Eso fue cuando los hijos ya estaban grandecitos, aun así se

quedaban acompañados por un adulto de nuestra confianza.

Cuando ellos estaban chicos no salíamos a ninguna parte

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porque no nos gustaba dejarlos.

Hemos salido de vacaciones todos juntos a varias playas, y

en una ocasión invitamos a mi mamá a Puerto Vallarta pues no

conocía el mar y tampoco se había subido al avión, esas

vacaciones fueron especiales pues desde que me casé no había

estado tanto tiempo con mi mamá.

Yo disfruté a mi mamá, mis hijos a su abuelita y aunque

parezca mentira mi esposo a su suegra. Se llevan muy bien, mi

esposo se desvivía por atenderla.

Cuando salimos solos o en grupo fue por un periodo corto,

ya que mi esposo tenía mucho trabajo y poco tiempo para salir

a divertirnos, yo entendía que él estaba muy ocupado, que

esperaba el fin de semana para quedarse en la casa a descansar.

Yo lo entendía a él, pero, ¿a mí quien me entendía?, yo quería

salir de la rutina de toda la semana y salir a pasear.

Pasa el tiempo, él seguía con sus compromisos personales y

de trabajo, mis hijos en sus escuelas y con amigos. Yo, además

de los quehaceres de la casa, no tenía ninguna otra actividad.

Me sentía muy sola.

Continuamos, él en sus cosas y yo en las mías, cuando veía

que andaba relajado del trabajo le volvía a decir a mi esposo

que por qué no salíamos como antes, que me sentía muy sola,

que lo necesitaba… y siempre me decía que estaba muy

ocupado, que tenía mucho trabajo, que para qué lo necesitaba a

él para salir, que saliera con mis amigas; entonces cada vez que

me sentía triste y aburrida, le hablaba a alguna amiga, para ver

si íbamos a comer o al cine, pero como no siempre estaban

disponibles, empecé a ir a un casino a jugar a las maquinitas,

me entretenía un rato pero eso no me llenaba.

Me llegué a sentir muy sola, sentía que a mi marido ya no le

importaba, que no me quería, no dejaba de preguntarme ¿qué

pasó?, en qué fallé, si yo todavía estoy enamorada de él, a qué

hora se había acabado su amor por mí, a qué hora dejé de

interesarle a mi esposo, el amor de mi vida, “¡¿qué pasó, qué

pasó?!”, me preguntaba una y otra vez.

Yo sólo le pedía que compartiera conmigo un poquito de su

tiempo, me sentía muy sola, me hacían tanta falta los “te

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quiero”, aquellas llamadas por teléfono cuando tenía mucho

trabajo y me decía que solo quería escucharme, porque eso le

serviría para llenarse de energía y así el resto del día se le haría

menos pesado, extrañaba esas tarjetas de cumpleaños

acompañadas de un gran ramo de flores, que me gustan pero lo

más importante era la tarjeta donde me expresaba su amor.

Las flores las seguía recibiendo pero no aquellas lindas

tarjetas, extrañaba sus atenciones, las muchas cosas que me

hacían sentirme feliz y querida. Sentía que me iba volver loca,

nada más de andar piense y piense, y por más que intentaba

ordenar mis pensamientos no lo lograba.

Cuando estaba pasando por todas estas emociones, una

amiga me invitó a tomar el curso “El Guión de mi Vida”, no

dudé en decirle que sí. Ya quería que se llegara el día para ver

de qué se trataba, si me gustaba o no, si me serviría.

El primer día mientras me preparaba para ir al curso me

sentí muy bien, no podía creer que después de 22 años de

dedicarme a mis hijos, marido y hogar, me iba a dedicar a mí

un tiempo, aunque fueran dos horas a la semana. Me sirvió

mucho haber tomado este curso, aprendí muchas cosas junto

con mis compañeras, agradezco a Sandra la facilitadora, y a

todas mis compañeras, mujeres maravillosas, gracias amigas,

las quiero mucho.

Al terminar ese curso comenzaría otro, éste se llamaría

“Tejiendo mi Vida”, hasta el nombre me pareció interesante…

Y pues allá voy, o más bien allá vamos porque las compañeras

del “Guión de mi Vida” también se interesaron, la facilitadora

de este curso tan interesante -y que a mí en lo personal me

sirvió mucho-, fue la Lic. Dariela, la „mayestra‟, como le

decíamos algunas de cariño, es una lástima que el curso se

haya terminado, me hubiera gustado seguir compartiendo con

Dariela y todas mis compañeras esas platicas tan valiosas y

comentarios tan intensos, donde a veces reíamos, otras veces

llorábamos. Pero sobre todo cuando necesitaba que alguien me

escuchara, o cuando necesitaba un abrazo, o una sonrisa, ¡ahí

estaban ellas!

Gracias por todo, siempre las voy a llevar en mis

pensamientos y en mi corazón. Las quiero mucho.

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P.D. Después de haber tomado estos maravillosos cursos,

entre otras cosas aprendí que yo soy dueña de mí tiempo mas

no del tiempo de otras personas. Así que no puedo disponer del

tiempo de mi marido.

Por más que pienso y pienso y sigo pensando cómo

terminar este relato, lo único que puedo afirmar es que sigo

enamorada de mi esposo como una quinceañera. No puedo

dejar de decir que me gustaría volver a ser su novia. También

estoy enamorada de la vida, de mis hijos, de mi nietecita, de mi

prójimo, de Dios. Me siento muy feliz. Gracias.

Los seres humanos empezamos a envejecer cuando dejamos

de amar, así que yo pienso ser eternamente joven.

Un cambio que veo en mí y que no quiero dejar de

mencionarlo es que antes de entrar a los cursos tenía un

problema de habla, tartamudeaba un poco, pero sí se notaba, y

ahora no sé qué paso pero ya no tartamudeo. ¡Gracias por todo,

gracias, Dios!

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En pleno vuelo – Mariposa Nací en Monterrey, Nuevo León, un nueve de enero de

1968. Estoy casada con un hombre al que amo; un hombre

responsable y trabajador al que agradezco primeramente su

amor incondicional, su compañía diaria y su comprensión. Ha

sido mi compañero de vida desde hace 29 años. Tenemos tres

hijos, de los cuales estoy muy orgullosa por sus logros ya que

son muy importantes en mi vida. Ellos son maravillosos,

cariñosos, responsables, emprendedores y trabajadores, ya

mayores de edad los tres; uno de ellos ya casado y mi nuera,

hermosa, esperando su primer bebé y yo esperando ser abuela

por primera vez, primero Dios.

A ellos quiero dedicarles esta historia tomada desde mis

primeros recuerdos de mi vida, buscando y removiendo cosas

que a veces duelen, otras menos. Cosas que uno cree olvidadas,

recuerdos y vivencias hermosas que vale la pena traerlas al

presente y me doy cuenta de la importancia que tiene plasmar

mi propia historia porque si no, algún día se perderá en el

tiempo. Creo que todas y todos deberíamos de hacerlo. Es un

trabajo interior muy importante, que duele a veces pero

también reconforta y sana.

Mis padres son Ángel y María; soy la quinta de seis

hermanos; somos dos mujeres y cuatro hombres. Mi padre es

originario de Allende, Coahuila, el más chico del primer

matrimonio de su padre. Él quedo huérfano de madre recién

nacido y a su padre lo mataron cuando él tenía siete años. Mi

madre es de Monterrey, Nuevo León, la mayor de sus

hermanos: cuatro mujeres y un hombre.

Mis padres se casaron en 1958, él de 29 años y mi mamá de

16. Mamá decía que papá se parecía a Pedro Infante, era muy

guapo, de estatura media-alta, pelo negro, ojos chicos y bigote.

Mi mamá, hermosa, de estatura media, ojos café y con su

cintura de 50 centímetros, ya se imaginarán...

Mi papá era de un carácter alegre y bromista pera a la vez

estricto y gritón, bueno, así hablaba él aun andando de buenas.

Era muy amiguero, trabajador, responsable y muy sociable. Le

gustaba ayudar a la gente.

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Mi mamá también era muy alegre y sociable, le encantaba

la música de Julio Iglesias, le gustaba bailar, amiguera,

luchona, trabajadora y siempre se preocupaba por los demás.

Ambos ya fallecieron. Mi padre hace 27 años, de un infarto.

Él siempre decía: “el día que yo me muera ojalá sea de un

infarto para no sufrir”, y así fue. A él no le gustaba ir al doctor

pero aun así tomaba sus pastillas para la presión alta y para lo

demás se tomaba un Mejoralito, con eso se aliviaba, decía él.

Mi mamá falleció hace tan sólo un año, de insuficiencia

renal después de sufrir otras enfermedades anteriores, las

cuales había superado pero también habían deteriorado su

organismo hasta que ya no pudo seguir en la lucha; siempre

con una actitud positiva venció muchas cosas. Nunca se daba

por vencida, me dejó un gran ejemplo de lucha, de tenacidad,

de entrega, de amor: fue una guerrera hasta el final.

Los dos me dejaron recuerdos hermosos, valores muy

fuertes inculcados desde niña, como el respeto a los demás y la

responsabilidad. Me dieron también su gran amor, un amor tan

grande, sin límites, que mi madre aun estando tan enferma se

preocupaba por mí.

En ocasiones que me sentía un poco mal me decía: “cuídate,

tómate algo para que te sientas mejor”, y ella tan grave que lo

mío realmente no era nada y yo pensaba: ¿cómo puede ser tan

fuerte? Sólo el amor de madre puede actuar así, no hay duda,

ahora lo valoro más que nunca.

Los extraño, extraño sus consejos, sus palabras, sus bromas,

su sentido del humor, su olor, su presencia, los recuerdo

siempre y a cada momento en cosas y detalles de todos los

días. Ahí están presentes, en mis gestos, palabras y mis propias

actitudes. Ahí están, al fin y al cabo, soy parte de ellos mitad y

mitad; los amo y los amaré siempre.

De mi infancia tengo recuerdos bellos, casi siempre jugaba

a juegos de niños pues tengo cuatro hermanos y una hermana:

jugaba a las canicas, a la rayita, a las escondidas, a los

encantados, me divertía mucho; también usaba la hulera, la

carabina de postas y montaba a caballo; jugaba más con mi

hermano, el más chico, pues mi hermana me lleva siete años de

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diferencia y aun así, a veces, jugaba conmigo a las muñecas y

me llevaba con ella a pasear con sus amigas.

Cuando tuve edad para ir al kínder, solo estuve unos meses

pues yo no quería estar ahí, yo quería ir a la escuela donde

estaban mis hermanos, a la primaria, pues estaba a una cuadra.

Un día, abrí la cerradura del barandal y me fui caminando a la

primaria, crucé las calles yo sola y la maestra le dio la queja a

mi mamá. Yo fui a dar a la primaria, al salón de mi hermana

que estaba en quinto año, por cierto, ese día tomaron la foto del

grupo y yo salí en medio de todos; pues desde ese día mamá

habló con el director de la escuela para ver si me aceptaban y

me dejaron como oyente en primer año y sí pasé.

Después entré a segundo y así cursé toda mi primaria. Para

ir a la escuela, mi mamá o mi papá nos llevaban en la

camioneta pues vivíamos a diez minutos de camino. Vivíamos

en una granja ya que mi papá se dedicaba a la avicultura y a la

ganadería. Tenía una carnicería de carne de borrego y

preparaba barbacoa los domingos. Ahí ayudábamos todos en

nuestro tiempo libre. Mis hermanos aprendieron a sacrificar a

los borregos para la venta, mamá ayudaba a hacer los machitos

y en todo lo demás.

Recuerdo que una señora, clienta de la carnicería, iba cada

domingo y le decía a mi mamá: “véndame a su niña”, y mamá

le decía: “no, cómo cree, ni por todos los millones del mundo”,

y yo le decía después: “deja que me lleve, y ya que te pague

vas y me robas y me traes otra vez a la casa”, y mamá se reía.

Crecí en un ambiente al aire libre, donde corría por todo el

patio de la casa: era un terreno muy grande, al fondo había

corrales para los borregos, gallineros y también había vacas.

Cuando fui creciendo y entré a la secundaria, me iba en

transporte escolar. Cómo olvidar el claxon del camión cuando

pasaba por la casa, era tan fuerte que nos despertaba a todos.

Mi casa estaba ubicada a la orilla de la carretera, entonces se

oía cuando pasaba el transporte y a esa hora me levantaba; de

regreso del recorrido del transporte, me subía para ir a la

secundaria.

En esta etapa me divertí mucho. Hice muchas amigas

inolvidables, por cierto, todavía conservo algunas. Me gustaba

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participar en todo: estuve en danza folklórica, en la

estudiantina, en poesía coral, en el equipo de balón-mano para

mujeres y fui “Reina del Estudiante”, claro, también hubo

detalles incómodos que me marcaron pero que poco a poco los

he ido olvidando.

Todos los días al salir de la secundaria, me iba caminando

con mis amigas a la Presidencia, pues ahí trabajaban mi papá y

mi mamá y yo llegaba a su oficina a esperar que salieran para

irnos juntos a la casa. En ocasiones le ayudaba a mamá a

terminar el trabajo que tenía pendiente en su oficina para irnos

más rápido.

En este período nació mi primer sobrino, hijo de mi

hermana; como ella trabajaba fuera, mi mamá, mi papá y todos

lo cuidábamos. Desde que nació, creció con nosotros. Mi

hermana viajaba cada fin de semana para venir a verlo y

regresaba al trabajo, pues era educadora y le habían dado la

plaza en otro estado. Así pasaron como dos años, para entonces

yo ya había entrado a la preparatoria. En todo este tiempo, mi

mamá y yo éramos inseparables, íbamos juntas a todas partes,

hasta en el trabajo, pues ella trabajó en el DIF Municipal y yo

era voluntaria (para estar ahí con ella en mis tiempos libres).

Ahí nació mi espíritu de servicio pues conocí mucha gente

y sus necesidades, y aprendí que es bueno ayudar a los demás y

que la satisfacción que te deja es tan grande que con nada se

puede pagar, es algo que te llena de gozo por dentro.

Cuando entré a la preparatoria en Cadereyta, algunas de mis

amigas seguimos juntas y otras se fueron a estudiar a

Monterrey. Fue otra etapa hermosa de mi vida: la etapa de los

XV años, el mío, el de mis amigas y el de mis compañeras. Iba

a fiestas seguido pues me invitaban, a veces con dificultad

porque mi papá era estricto y no me quería dar permiso pero

mi mamá lo convencía, ella abogaba por mí; así conocí más

personas. Yo era algo tímida y seria, pero me gustaban las

fiestas y así fui relacionándome y socializando un poco más.

Estando en la prepa tuve mi primer novio. Nada serio ni

formal, solo nos veíamos ahí en la prepa o en alguna fiesta.

Después tuve más novios, algunos más significativos que

otros. En tercer semestre dejé una materia pendiente, y al

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terminar cuarto semestre todavía no lograba pasarla: se me

complicaba tanto la química que esto no me permitió

inscribirme en la facultad pues no me dieron mi kardex hasta el

siguiente enero y las fechas se habían pasado. Entonces entré a

estudiar cursos que no terminaba, como: inglés y computación.

Era muy indecisa y realmente no sabía bien lo que quería.

En ese tiempo tuve otro novio, mi actual esposo. Fue un

noviazgo muy bonito y me enamoré profundamente. Él de

estatura media-alta, blanco con ojos color café claro que me

encantaron, usaba bigote y tenía carácter alegre. Lo conocí en

su trabajo pues papá trabajaba muy cerca; me saludaba cuando

nos encontrábamos de paso, después empezamos a platicar y

un día me invitó a salir y nos fuimos conociendo.

Cuando él me pidió que fuera su novia fue en una misa de

gallo, un fin de año de 1984. En medio de la misa se me acercó

y me dijo al oído: “¿entonces qué?, vas a ser mi novia, ¿sí o

no?” Y yo le contestaba: “espérate, al rato te digo”, y él me

volvía a insistir: “es que al salir de la misa cuando les demos el

abrazo a los demás, ¿qué les voy a decir, „te presento a una

amiga, o a mi novia‟?”, y así estuvo hasta que le di el “sí”; al

final no supe ni qué dijo el padre.

Al salir, como él lo había dicho, a todos les anunciaba: te

presento a mi novia y nos felicitaban. Así empezamos a salir y

a los pocos meses de noviazgo me propuso matrimonio y

acepté. Un día, llegó a mi casa y me entregó unas facturas de

una estufa y un refrigerador y me dijo: “guárdalas porque ya

empecé a comprar los muebles para cuando nos casemos”, y yo

pensé: esto ya va muy en serio. Al poco tiempo empezamos

con los preparativos de la boda y me casé en octubre de 1985,

fue una boda sencilla, muy familiar y muy bonita.

Nos fuimos a vivir a Monterey a un departamento que nos

rentó mi abuela materna y al poco tiempo salí embarazada;

tuve un embarazo muy tranquilo, sin malestares y mi parto fue

normal.

Nació nuestro primer hijo, ¡qué maravilla!, fue algo

hermoso. Me llené de gozo y felicidad. Tener a mi hijo en

brazos me llenaba de ternura y una sensación de plenitud.

Cuando nació, mamá me ayudó mucho y nos quedamos en su

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casa como un mes, hasta que decidimos irnos de nuevo a la

nuestra mi esposo, mi hijo y yo. Ahí vivimos un año. Después

nos cambiamos a Juárez porque mi esposo trabajaba ahí en el

municipio y nuestras familias vivían ahí también.

Mi hijo tenía un año cinco meses cuando mi papá falleció.

Ese día llegó mi hermano, el tercero de ellos, a mi casa y me

dijo: “papá se cayó y necesitamos llevarlo con un doctor”;

mamá no estaba en la casa pues una tía la había invitado a su

casa en Monterrey. Cuando llegamos vi a mi papá en el suelo

sin vida, lo primero que vino a mi mente fue: mi mamá va a

sufrir mucho, y por eso me dolía doblemente.

El doctor nos confirmó la mala noticia; localicé primero a

mi esposo en el trabajo y también llamamos a mi tía para que

trajera a mamá de vuelta a la casa. Cuando mamá llegó, papá

ya estaba tendido en un sofá y tapado con una sábana, mamá

cayó de rodillas a su lado llorando, fueron momentos muy

tristes y dolorosos, después todo fue preguntas sin respuesta,

sabíamos que padecía alta presión solamente y eso le provocó

un infarto, dijo el doctor. Alguien llamó a los servicios

funerales; nos quedamos ahí unas horas, avisamos a los

familiares y amigos, yo dejé a mi hijo encargado con una

amiga, después nos fuimos a la funeraria y lo sepultamos al

siguiente día. Fue una despedida muy triste pues su muerte fue

inesperada, eso fue en febrero de 1988.

En 1989 empecé a trabajar en una dependencia pública por

tres años, un trabajo que me dejó muchas satisfacciones y un

crecimiento personal muy grande. Me gustó, lo disfruté, no

cabe duda que cuando haces algo que te gusta lo disfrutas

mucho más, también hice muchas amistades. En este lapso de

tres años (del 89 al 91) nació mi segundo hijo.

Él nació en diciembre de 1989, un miembro más a nuestra

familia, ¡qué dicha!, lo recibimos con mucho amor; un bebé

hermoso de ojos grandes y claros y sin pelo, a veces me lo

llevaba al trabajo con todo y su porta bebé, pues mi jefa, era mi

amiga y además madrina de mi hijo, y me daba la oportunidad

de llevármelo al trabajo; la mayor parte del tiempo me los

cuidaban en la casa pues ya eran dos niños. Así siguió pasando

el tiempo y en diciembre de 1990 recibimos la terrible noticia:

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mi mamá tenía cáncer de vejiga, con todo, dentro de lo malo,

lo bueno es que estaba a tiempo de atenderse y tras un año de

tratamiento de radiación y quimioterapia superó el cáncer.

En esta etapa yo me sentía muy angustiada pero me hacía la

fuerte para seguir adelante, afortunadamente tuve mucho

apoyo de mi esposo, pues eran muchas vueltas al hospital. La

actitud de mi mamá también ayudaba mucho porque ella

siempre hacía lo que el doctor le decía. Esta etapa difícil pasó,

para entonces yo dejé mi empleo, estaba en mi casa dedicada a

mis hijos y a mi esposo, disfrutaba totalmente a mis hijos pues

ya no trabajaba; los llevaba a la escuela y al kínder y podía

participar y asistir a los eventos de la escuela.

Mi tercer hijo nació en noviembre de 1994, casi cinco años

después del segundo. Fue un hijo muy deseado, igual que los

otros. Él nació por cesárea, mi primera cirugía. Cuando el

doctor me dijo que me iba a operar, me puse a llorar pues yo

iba a un parto normal pero en el último momento mi bebé traía

el cordón enredado en su pancita y no podía nacer. “Todo va a

estar bien, me dijo el doctor, y va a ser más rápido, no te

preocupes”. Mi esposo sólo me tomó de las manos y me las

apretaba, de ratito me pasaron a quirófano y en menos de una

hora ya había nacido mi bebé, sano y hermoso.

Pasados casi un par de años después, empecé a trabajar

nuevamente; un trabajo en el que estuve siete años. Era una

dependencia federal, después me salí y descansé unos meses y

entré a trabajar de nuevo a una dependencia municipal (del

2003 al 2006), otra experiencia, mucho trabajo, más

aprendizaje, muchos retos que cumplir y muchas satisfacciones

también; mis hijos ya estaban más grandes (agradezco a mi

suegra tan linda que siempre me ayudaba a estar al pendiente

de mis hijos).

En el 2004 tuve un embarazo que no estaba planeado, nos

tomó por sorpresa a mi esposo y a mí. Al principio pensamos

ya estamos grandes para volver a ser papás, pero ese

pensamiento pasó y aceptamos el embarazo. Mis hijos y mi

familia estaban felices con la noticia, yo me sentía muy

emocionada otra vez, sentía ese gozo por dentro y me sentía

contenta.

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Empecé a atenderme con una ginecóloga y todo iba bien el

primer mes, al segundo mes, la doctora notó algo y me dijo que

el tamaño del embrión no era del tamaño que correspondía a

las semanas de gestación; me dio un medicamento y me citó en

una semana, pero antes de que se cumpliera la semana yo fui

con mi ginecólogo anterior para pedir otra opinión e

inmediatamente me hizo un eco vaginal para ver las

condiciones de mi embarazo y nos dio la mala noticia: el

embrión ya no tenía vida y perdí ese bebé.

En mi interior siempre pensé que pudo haber sido una niña,

lo presentía y la hubiera llamado Carolina, siempre me ha

gustado ese nombre, nunca volvimos a hablar de ello en

familia, sólo lo platico con algunas personas, pero cada año, en

enero, recuerdo que de haber nacido tendría un año más de

vida, hace ya diez años.

Después seguí trabajando en la siguiente administración

(2006-2009), ahora en el Instituto Municipal de las Mujeres.

Fue una experiencia diferente, las actividades iban más

enfocadas hacia los derechos de las mujeres, a la no violencia

etcétera, con un enfoque de género, el cual a veces pasamos

desapercibido cuando no tenemos la información suficiente.

Aunado a esto, en enero del 2007 me invitaron a participar en

un Diplomado en el Instituto Estatal de las Mujeres, llamado

“Tejedoras de Historias”, impartido por la maestra en

Desarrollo Humano Patricia Isabel Basave Benítez. Un

diplomado con enfoque de género e identidad narrativa, en el

cual se transformó mi forma de pensar y de actuar.

En cada tema, en cada actividad vivida me quedaba

asombrada de cómo al conocerme a mí misma, al saber que

tengo un poder interno para transformar las cosas, al tomar mis

propias decisiones; crecí interiormente y aprendí a hacerme

responsable de mi propia vida. Dejé de echar culpas y empecé

a tener mejores relaciones con las personas, claro que esto no

fue de un día para otro, es un trabajo gradual, se va logrando

día a día y nunca termina; vencí algunos miedos, otros todavía

no, pues sigo en proceso.

Esta experiencia ha sido muy significativa en mi vida,

además esto no terminó ahí, al concluir el diplomado todo el

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grupo queríamos seguir adelante aprendiendo más y seguimos

juntas con Paty Basave, ya de forma independiente,

continuamos tomando cursos con ella, con la finalidad de

llegar a formar una Asociación Civil y con la tenacidad de Paty

Basave a la cabeza y el impulso del nuestro grupo y algunas

compañeras de la primera generación del diplomado, logramos

constituirnos como A.C. en febrero del 2009.

Desde entonces y a la fecha soy una Tejedora de Cambios,

colaboré en la mesa directiva de la A.C., por un tiempo estuve

muy apegada, después me tuve que separar un poco.

De finales del 2009 a la fecha me he dedicado a mi hogar,

mi relación con mis hijos y mi esposo es más estrecha, claro

que como en toda relación hay problemas, disgustos, enojos,

pero es parte de la vida, lo importante es, creo yo, la buena

comunicación que nos permita aclarar las cosas y resolver

problemas.

Me gusta tener mi espacio propio y hacer las cosas que

disfruto, igual mi esposo, y mis hijos pues son ya mayores, se

desempeñan en su trabajo y estudiando, muy independientes

cada uno con sus actividades por separado y juntos también.

Disfrutamos reunimos en familia cuando hay la oportunidad y

coincidimos en los horarios, los domingos, en el cumpleaños

de cada uno, días festivos, en Navidad…

Mi esposo y yo salimos solos la mayor parte del tiempo a

reuniones con amigos, de compras, al cine, a comer o cenar, lo

disfrutamos y entendemos que cada quien tiene sus cosas que

hacer, también tenemos nuestro espacio para convivir por

separado cada uno en sus grupos de amistad.

Veo cómo mis hijos van forjando su propia vida y estoy

orgullosa de ellos, soy una persona que permito que mis hijos

experimenten y aprendan, que disfruten sus éxitos y aprendan

de sus errores pues así se crece; compartimos una buena

comunicación. Me da gusto cuando se acercan a mí o a su papá

para pedir un consejo, aún grandes nos piden opinión de

algunas cosas que son importantes y eso me hace reflexionar

sobre la relación que tenemos en familia: hay un gran respeto

de mis hijos hacia nosotros. Gracias, hijos, por su amor y

respeto.

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Al mismo tiempo le dediqué más tiempo a mi madre que

estaba en una etapa de su enfermedad más avanzada

(necesitaba de cuidados más especiales). A lo largo de estos

últimos cinco años, su organismo se fue deteriorando y hubo

complicaciones que mermaban su calidad de vida. Ella con su

optimismo nos daba el valor para seguir adelante. Tengo que

decir que el dolor y la impotencia de verla enferma me hacía

sentir mucha tristeza y yo me evadía, algunas veces le decía

que me sentía mal o que no podía ir porque no quería verla

sufrir, pero nunca se lo expresé, al mismo tiempo cuido de mi

suegra desde hace casi cinco años, pues está en cama y ya no

puede caminar por su edad.

Siento que en la vida hay tristezas, pero también alegrías,

como la boda de un hijo, esperar la llegada de mi primer nieta

o nieto, el que mis hijos estén logrando lo que se proponen, el

convivir con mi familia, tenerla y gozar de salud.

En lo personal estoy en un proceso de duelo, de reacomodo

en mi vida, superando y asimilando cosas. Doy gracias a Dios

por las cosas que tengo ahora y las valoro infinitamente.

En este momento estoy aquí actualizándome en el

diplomado “Tejedoras de Vida”. Ya lo había cursado hace

años, pero decidí volver a tomarlo completo con el nuevo

grupo de Juárez, e incluso volver a escribir mi historia, pues he

vivido nuevas experiencias de entonces a la fecha. Todo ello

me ha hecho profundizar más en el aprendizaje.

Además, con el apoyo de la mesa directiva, abrimos la sub-

sede de la asociación en Juárez, N.L. y me eligieron como

coordinadora. De modo que los retos y mi desarrollo personal

han continuado y van creciendo incluso. Ahora estoy

colaborando en Tejedoras de Cambios, A.C. como facilitadora:

un gran reto para mí.

Vencer el miedo de estar frente a un grupo ha sido un gran

paso, comprobé que es cierto, como dicen, que los miedos

están solo en la mente; creo que podemos vencerlos cuando

realmente nos decidamos a hacerlo.

Estando aquí encontré un grupo de amigas con las que

compartí alegrías y tristezas, encontré honestidad y sinceridad.

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Gracias a todas por su amistad, por su cariño y por su

comprensión, las considero hermanas del alma.

Gracias a la facilitadora y co-facilitadora del diplomado que

llevaron el proceso de este diplomado de una manera tan sutil y

especial, creando siempre un ambiente de sororidad

(hermandad entre mujeres). Gracias por su enseñanza y por su

hermosa amistad.

En este diplomado aprendí a ser yo misma, a hacerme

responsable de lo que digo, escucho y hago, a hablar en

primera persona, a ser empática, a tratar de igual a las y los

demás, a no juzgar y a seguir desarrollándome día a día... y

todo esto que menciono son nuestros acuerdos de grupo de la

propia A.C.: Tejedoras de Cambios, nuestro ritual se pudiera

decir.

Me comprometo a llevarlos conmigo por la vida, a ponerlos

en práctica día a día en todo momento y en todo lugar, porque

es esto lo que hace la gran diferencia en mi cambio interior,

que se reflejará en mi entorno y en el mundo.

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En proceso – Atardecer Nací en septiembre de 198… en el hospital de la sección 50

para maestros en Monterrey, Nuevo León.

Mi mamá dio a luz a los 35 años y mi papá también tenía

la misma edad. Al poco tiempo de haber nacido, mis padres se

divorciaron por motivos personales. Mi papá tenía otra familia

por lo que mi mamá tuvo que decirle adiós. Mi mamá no se

volvió a casar, por lo tanto fui hija única. No puedo decir que

fui infeliz porque mi papá no estaba conmigo, al contrario

ahora que lo veo y paso tiempo con él, lo miro a los ojos y le

agradezco con todo mi corazón que me haya dado la vida.

Lo admiro y respeto y no le guardo rencor, a diferencia de

lo que él pueda pensar. Mi mamá fue maestra durante treinta

años, así que pudo pasar mucho tiempo conmigo a pesar de su

trabajo. Generalmente un transporte escolar pasaba por mí para

llevarme a la escuela primaria, pero cuando atendía el kínder y

preescolar mi mamá me llevaba en bicicleta.

Desde chica me acostumbré a estar solamente con mi mamá

y por ser hija única también me acostumbré a pasar el tiempo

sola. Creaba mundos imaginarios en la mente, donde jugaba

con mis muñecos de peluche a ser maestra, o a ser doctora,

etcétera. Mi mamá solía jugar conmigo para que no jugara yo

en solitario. A veces pienso que se arrepentía de no haber

tenido otro hijo; pero la verdad es que yo disfruté mucho mi

infancia. Además de ser mi acompañante de juego, mi mamá

fue muy cariñosa conmigo; todas las mañanas me levantaba

con un beso, un abrazo y una frase consentidora.

Así que me acostumbré a siempre recibir palabras lindas de

mi mamá, aun así que es fecha que cuando no me dice algo

lindo, pienso que he hecho algo malo. Nos mudamos dos veces

de casa, porque el barrio donde nací empezaba a ser peligroso

a la vista de mi mamá, y terminamos mudándonos a dos calles

de nuestra primera casa. El barrio era muy tranquilo puesto que

no teníamos vecinos en frente, lo cual resultaba muy

conveniente para mi mamá porque ya no tendría que

preocuparse por el estacionamiento. En cuanto a mí, tuve

mucha suerte porque los vecinos tenían hijos de mi edad.

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Al principio fue difícil hacer amigos, me daba pena

acercarme a ellos. Por suerte, mi mamá conocía a una vecina

en la colonia quien tenía tres hijas: Clarissa, Claudia y

Alejandra. Claudia llegó a ser mi mejor amiga en esa edad.

Pasábamos mucho tiempo juntas en su casa y en la escuela, lo

cual era importante para mí porque una amiga así era como una

hermana.

Cuando pasaba a visitarla a su casa, su mamá solía

regañarla mucho por cualquier cosa, yo pensaba que su mamá

era muy mala porque la golpeaba y la insultaba delante de mí,

ella lloraba mientras lavaba los trastes y mientras estaba

hincada con las manos juntas viendo a la pared, yo sólo la

observaba con mucho dolor. Sentía coraje y lástima por ella,

porque pensaba en cómo alguien que debe amarnos nos puede

causar tanto daño.

Al mismo tiempo que crecía mi amistad con Claudia,

conocí a Miriam. Ella vivía a dos casas de mi casa.

Comenzamos a platicar y a jugar. Después conocí a sus

hermanos y sus padres. Sus padres eran reservados con los

demás vecinos, e incluso no dejaban salir a sus hijos muy a

menudo. Yo los visitaba en su casa y jugábamos a escondidas

de sus padres. Poco después, me involucré con el resto de los

vecinos en la cuadra.

Comencé por hablarle a Maye (a quien todavía frecuento y

es una persona muy importante en mi vida); después a Priscila,

Adrián, Gustavo, Víctor, Jorge, Gaby, Gaby 2, Kiko e Irving.

Jugábamos muy seguido a las escondidas, números, patines,

bicicleta, etcétera. En fin, nunca más tuve que jugar sola

porque solía pasar mis tardes con ellos, con Maye o Miriam.

Con Miriam solía subirme a los árboles mientras tomábamos

Pepsi y comíamos Hot Nuts.

Con Maye jugaba a las barbies en su casa o visitábamos el

rancho de sus abuelitos en El Cercado. Los paseos al rancho

fueron el principio de mi independencia física de mi mamá.

Cuando íbamos al Cercado nos quedábamos el fin de semana

con sus abuelitos. Ir al rancho era una aventura para mí,

jugábamos en el campo, íbamos al río, contábamos historias de

terror en las noches, jugábamos con los perros, las gallinas. En

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fin, el rancho fue una parte muy importante de mi infancia

también. Cada vez que viajábamos para allá, sentía que me

separaba de mi mamá pero el estar allá me tranquilizaba y me

encantaba.

Para continuar con el relato de Claudia, cuando cursaba el

quinto año de primaria me inscribí para concursar oratoria. Nos

pidieron a todos los alumnos que escogiéramos un tema de una

lista y habláramos sobre eso. Yo escogí el tema del respeto

porque me parecía sencillo de elaborar. Mi mamá me dijo que

escribiera lo que yo sentía sobre ese tema y luego ella me

ayudaría. Al día siguiente nos pidieron leer el tema frente a

todos y nosotros mismos seríamos los jueces para dejar de

finalistas a dos compañeros.

Cuando le tocó el turno a mi amiga y leyó, no me gustó su

texto, ni su forma de leer, ni su forma de pararse ni de dirigirse

a los demás así que no la escogí. Ella lo tomó mal, puesto que

como era mi amiga, creía que debía haber levantado la mano

sólo por ese hecho; pero yo no pude hacer eso, yo pensaba:

“¿cómo voy a dejar fuera a alguien que sí lo hace bien sólo

porque ella es mi amiga?”. Debo ser legal y justa.

Cuando fue mi turno de leer, ella no me escogió…

obviamente, pero no fue mucho problema porque el resto del

grupo sí. Concursé a nivel zona y obtuve el primer lugar;

cuando tuve que concursar a nivel estatal obtuve el cuarto

lugar y ya no pude seguir participando. Me sentí triste porque

sabía que lo había hecho muy bien, pero al mismo tiempo

aliviada porque ya no tendría que preocuparme más por eso.

Durante sexto de primaria, mi mamá tuvo que ir a trabajar

a Bustamante y quiso llevarme con ella pero fue tanta mi

insistencia de quedarme en Monterrey que mi mamá tuvo que

pedirles a mi prima y a mi abuelita que me cuidaran. Cuando

mi abuelita vivió conmigo, tuve mi primer trabajo como

negociante. Comencé a vender duritos con crema y salsa y

sabalitos a los muchachos que salían de la secundaria. Con ese

dinero pude comprar las cosas que yo quería y me sentía muy

orgullosa de mí.

En sexto año me eligieron para decir un discurso sobre

ecología en una visita del alcalde de San Nicolás, a éste le

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gustó tanto que decidió escogerme para ser alcaldesa por un

día de San Nicolás. Nunca fui una alumna brillante en la

escuela pero tampoco reprobaba las materias, siempre fui

alumna promedio y algo lenta pero muy pasional para leer y

hablar. Admiraba a mi amiga porque entendía las matemáticas

muy rápido, y yo no podía ni hacer restas.

En una ocasión, cuando teníamos un examen de restas, la

maestra les pidió a los alumnos que conforme fueran acabando,

salieran al patio a esperar a los demás. Yo me quedé en el

salón junto con otros dos compañeros y como no terminé a

tiempo, mis compañeros subieron al salón para seguir con el

resto de las clases. Mientras subían me decían: “Ay, Gabi, tu

amiga dijo cosas feas de ti”, yo no hice caso, después otro niño

me dijo: “Oye, tu amiga dijo algo bien feo”.

Fueron tantos los comentarios que me atreví a preguntar y

me dijeron que había preguntado que si no creían que yo era

una puta. Cuando escuché esa palabra, me dio vergüenza por

ella; a los once años de edad decir esas palabras era muy mal

visto. Más tarde ese día ella me llamó por teléfono diciendo

que era mentira, que nos querían separar, etcétera. Yo no le

creí pero como quiera decidí perdonarla.

Después de eso, dejé de juntarme con ella y comencé a

tener una amistad con otra niña. Dalia era muy bonita, tenía el

pelo liso y café oscuro y su cuerpo estaba muy desarrollado

para nuestra edad. Fue una buena amiga y compañera. Nuestra

amistad perduró hasta secundaria.

Secundaria

Primero de Secundaria lo tuve que hacer en Atongo de

Abajo, Cadereyta Jiménez, Nuevo León. Mi mamá se cambió

de escuela para poderse jubilar en zona de vida cara, así que

tuvimos que viajar durante un año a Cadereyta. Durante ese

año teníamos que dormir a veces en Atongo y otras veces en

las albercas de los maestros porque a mi mamá le parecía muy

pesado estar yendo y viniendo, sin embargo para mí era muy

divertido estar en otro lugar fuera de casa.

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Allí salíamos a comer elote a la plaza, veíamos películas en

la noche tapaditas por el frío y con miedo de que las lagartijas

no nos cayeran del techo, y algunas veces viajábamos a

Allende a comer „hot dogs‟ al Oxxo, ésta última era mi

actividad favorita porque podía estar con mi mamá fuera de la

ciudad, oler el pasto, ver las montañas y tener amigas

diferentes; en fin, durante ese tiempo fui muy feliz.

Cuando regresé a Segundo de Secundaria, volví a juntarme

con la misma niña de pelo liso. Salíamos a todos lados juntas,

ella venía a mi casa, yo iba a la suya, salíamos al parque,

visitábamos a otras amigas, entre otras cosas. Un día,

decidimos llevar huevos a la Secundaria para quebrarlos y

echarlos a la mochila de otra niña del salón. Por alguna razón

ellas dos no se llevaban bien y mi amiga decidió hacerle una

broma pesada para que dejara de molestarla.

Esa chica a mí nunca me molestó, pero como yo era amiga

de la otra, pues no quise decir que no. Ese día, la maestra dijo

que no nos dejaría salir del salón hasta que el culpable

confesara; yo me sentía muy mal por lo que había pasado; la

otra niña lloraba y preguntaba quién había sido. Yo veía su

cara de angustia y me causaba lástima y dolor; tuve una guerra

en mi mente: ¿qué hacía?, ¿le decía y defraudaba a mi amiga,

pero hacía lo correcto? O: ¿no lo decía, no defraudaba a mi

amiga pero hacía algo incorrecto?

Decidí otra vez hacer lo correcto, pero nunca le dije que

había sido yo la que la había delatado. Me sentí muy mal de

haberlo hecho, y me justificaba diciendo que había hecho lo

correcto, pero si se volviera a repetir la situación, creo que

hubiera escogido lo contrario. Ella se distanció de mí porque

creo que muy en su interior sabía que había sido yo la que la

había delatado. Ya no volvimos a salir como antes, ni a

hablarnos como antes.

Pasé un tiempo sola en la Secundaria hasta que en tercero

comencé a juntarme con otra chica. Linda tenía un problema

con su lado derecho del cuerpo, no recuerdo la enfermedad que

tuvo pero sí recuerdo que batallaba para caminar y sujetar

cosas. Me involucré mucho con su familia y sus amistades y

llegamos a ser muy buenas amigas.

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Durante ese tiempo conocí a un chico dos años mayor que

yo. Era muy moreno, pelo negro, ojos negros profundos y una

sonrisa muy bonita. Recuerdo que la pelota de su hermano

cayó “accidentalmente” en el patio de mi casa y vino a pedirla,

no sin antes preguntarme cómo me llamaba y si tenía novio. Él

fue mi primer novio de Secundaria y con quien tuve mi primer

beso. Mi primer beso fue como de película. Ese día llovía, y

nos besábamos bajo el paraguas en la esquina de mi casa.

Fue bonito, hasta que conocí a otro niño de la escuela y dejó

de gustarme mi primer novio. Durante ese tiempo, la amistad

con mi amiga también terminó un día cuando hablaba por

teléfono con ella. Por alguna razón (que estoy segura que yo

dije algo) comenzó a decirme que entre ella y la primera amiga

que tuve (Claudia) mantuvieron una conversación y llegaron a

la conclusión que yo constantemente me contradecía y que

además era una zorra.

No recuerdo la plática que sosteníamos, pero sí sé que debí

haber dicho algo para hacerla enojar. Por esa razón dejamos de

hablar, y tiempo después me enteré que después de yo haber

terminado con mi primer novio, ella se había besado con él.

Me dolió mucho que mi amiga hubiera hablado de mí a mis

espaldas y más con aquella chica con la que yo ya había tenido

un problema años atrás. Durante ese tiempo, mi amiga Maye y

yo comenzamos a separarnos un poco. Yo porque tenía mis

amistades de la escuela y las frecuentaba muy a menudo, y ella

por su lado también tenía nuevas amigas.

Maye tenía un crush por Juan (nuestro vecino) desde que

estábamos pequeños, pero cuando fuimos creciendo empezó a

gustarle aún más. Un día Juan me confiesa que quiere ser mi

novio y yo respondo que sí. Juan era atractivo y también me

gustaba; pero para Maye lo que hice fue una traición hacia

nuestra amistad. Esa traición que yo hubiera cometido en

Segundo año de Secundaria vino a repercutir siete años

después.

Como mencioné anteriormente, mis amigas creían que yo

era una zorra porque tenía muchos amigos y me frecuentaban

en mi casa. No solamente tuve problemas con mis amigas que

creían eso, sino con las mamás de mis amigas. A Miriam le

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prohibieron hablarme porque había niños afuera de mi casa, y a

un amigo le advirtieron tener cuidado conmigo porque yo era

una chica vividita.

En cuanto a los estudios, Secundaria fue difícil. Era

complicado poner atención, las materias me parecían tontas e

insignificantes. Inglés era mi clase favorita. Al ver esto, mi

mamá me inscribió en cursos de inglés cerca de la casa. A

estos cursos asistía con mi vecino Ángel. Me enamoré del

idioma y comencé a escuchar música solamente en inglés. Veía

programas en inglés y trataba de entender lo que decían.

Grababa las canciones y las traducía al español. Mantenía

una antología de canciones que me aprendía y cantaba a diario.

Así que mis hobbies incluían: escuchar música en inglés,

traducir las letras de las canciones, jugar con rompecabezas,

entender una libreta con partituras que mi mamá tenía

abandonada junto con una flauta, leer y platicar con mis

amigos.

En fin, Secundaria fue difícil para mí porque tenía una

lucha de identidad entre hacer lo correcto o lo que yo sentía

que era correcto, y por haber pasado de mi época de juego a la

época de chicos y besos.

Preparatoria

Meses antes de entrar a la prepa, mi mamá me inscribió a

cursos propedéuticos para entrar a ese nivel. Los cursos

propedéuticos los impartía una directora de una Secundaria,

que por cierto era muy buena en matemáticas. El primer día

nos presumió cómo llegar a la conclusión de un problema

matemático y todos quedamos admirados de su inteligencia. El

problema empezó cuando por alguna razón mi mamá fue a

quejarse con la maestra por algo, no recuerdo la razón, pero

creo que tenía que ver con un examen que yo había reprobado.

A la sesión siguiente, la maestra dijo delante de todos que

no quería personas como yo en el salón y que nunca más

volvieran a inscribir a personas como yo en sus clases. En ese

momento, lo único que yo pensaba era en tener una muñequita

vudú y callarla, o en congelar el momento y pegarle muy

fuerte; pero no sucedió, fue tanta mi humillación que no sabía

en dónde meterme.

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Al final de la clase, no quise irme con mis compañeras y me

fui caminando sola hasta mi casa. Fue la primera caminata que

di sola con la cabeza abajo y muy triste. Dejé de asistir a los

cursos propedéuticos y no logré entrar a la preparatoria que yo

quería. Todos me preguntaban en cual preparatoria había

quedado y yo con mucha pena no les respondía. No salí a la

calle y no hablé con nadie por semanas.

Cuando por fin llegó el día de entrar a los cursos

propedéuticos, conocí a Lorena y a Daniel de la Secundaria y

por suerte los dos eran mis vecinos. Rápido nos pusimos de

acuerdo para que nuestros padres nos llevaran a la preparatoria

y así no tuvieran que gastar tanto en gasolina. Durante dos

años fuimos muy buenos amigos y Lorena llegó a ser mi mejor

amiga. La preparatoria para mí fue lo mejor, tenía muy buenas

calificaciones y descubrí que era muy buena en Álgebra y en

Inglés. Hice muy buenos amigos que llegaron a tocar mi

corazón y mi vida. Salía con Lorena todos los días, conocí más

chicos que me gustaban, me inscribí a fútbol para hacer

ejercicio, en segundo semestre de preparatoria tuvieron que

hacerme una cirugía para eliminar nódulos benignos que

crecían en mi tiroides, comí muchos duritos y llegué a pesar

casi 60 kilos.

Durante tercer semestre, comencé a salir con un vecino

quien era mi amor platónico. Con él intercambié mucho

romance, a tal grado que mi mamá nos encontró un día con los

pelos parados y los zippers abajo, todavía no llegábamos hasta

ese punto caliente y no creo que hubiera pasado. Pero mi

mamá se desilusionó mucho de mí por lo que había hecho, y yo

estaba muy triste por el hecho de que mi mamá se hubiera

desilusionado de mí.

Al día siguiente, le habló a mi papá para que viniera por mí

y me llevara a Linares con él. Ahí fue cuando conocí a mis

medios hermanos: Chuy, Tania, Citlalik y Gibran. En esa visita

también conocí a mis tías y primos. Yo me sentía una intrusa,

como si no perteneciera, pensaba para mis adentros: “estos son

mis parientes aún y cuando los vea como unos extraños”.

Mi papá me presentaba sólo como Gaby: “Es Gaby” decía,

como si todos ya supieran quien soy. No sé si esto lo dijo para

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que yo no me sintiera incómoda, o si realmente ellos sabían

quién era yo. Mis medios hermanos me trataron muy bien, no

me sentí rechazada ni por ellos ni por la esposa de mi papá. Me

llevaron a pasear, me contaron historias, mis medias hermanas

me contaban chistes y mi medio hermano mayor me enseñó

todos los libros que había leído. Sólo estuve una semana con

mi papá porque ya extrañaba a mi mamá. Recuerdo que fue por

mí hasta Linares junto con mi tía Norma. Nunca más volvimos

a hablar de aquella noche después de eso.

Mi mamá pensó que tal vez mi deseo de experimentar con

chicos se debía a que no canalizaba bien mi energía, así que

decidió meterme a clases de patinaje sobre hielo, posiblemente

así no metería las patas (o sea, embarazarme a esa edad).

El patinaje sobre hielo fue el remedio perfecto para mis

calenturas. Me gustaba tanto porque sentía el viento frío por el

sudor en mi cara, el hielo bajo mis patines, la potencia de mis

piernas y mi habilidad para equilibrarme y no caerme. La

canalización de mi energía hacia lo positivo no duró mucho

tiempo; porque al mes o dos, conocí a David.

David era un muchacho muy serio y parco. Difícilmente

sonreía y mucho menos reía. Yo lo veía con tanta admiración,

pues me parecía muy atractivo. Le gustaba mucho andar en

bicicleta y tocar la batería en una banda. Muchas chicas lo

seguían porque él las ignoraba, lo que a mí me parecía un reto

que tenía que lograr. Un día cuando todavía no éramos novios,

fuimos al Puente del Papa (estaba situado en el río Santa

Catarina antes de que el huracán Alex lo destrozara) con un

amigo de él y mi amiga Maye.

Cuando íbamos a cruzar, él tomo mi mano, yo lo volteé a

ver y vi cómo el reflejo del sol alumbraba su cara. En ese

momento me enamoré de él. Era perfecto para mis ojos. David

fue mi primera relación formal, mi familia lo conoció, lo

acogió y lo aceptó. Tuvimos la oportunidad de viajar juntos a

Guadalajara y Veracruz junto con mi mamá y mi familia.

Nuestra relación duró tres años.

Después de algún tiempo me di cuenta que me había

enamorado sólo de una cara bonita. Su manera de ser no era

compatible para mí. Éramos muy diferentes, además de que

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estábamos muy pequeños e inmaduros para una relación así. A

principios del año 2007 terminé mi relación él. En estos tres

años de mi relación con David, empezaba a pensar en algo que

cambiaría mi vida para siempre: mi carrera.

Facultad

No estaba muy segura de lo que quería hacer con mi vida.

Me preguntaba si tal vez sería buena cocinando, en economía,

en música, en veterinaria, en inglés. Había tantas cosas que me

gustaba hacer y tan poco tiempo para decidir. Me inscribí

primero en la facultad de Economía y luego me cambié a

Filosofía y Letras. Al principio no estaba muy segura de que

ese fuera el camino correcto para mí, pero en este momento de

mi vida sé que fue la mejor decisión que pude tomar. Mi vida

como estudiante de facultad fue divertida y enérgica.

Durante mis estudios en Filosofía y Letras estudié la normal

superior y también entré a un curso de piano y solfeo en la

Facultad de Música. El primer año decidí entrar a estudiar otro

idioma porque quería hacer algo en las tardes. No tener algo

que hacer después de mis estudios era tormentoso para mí,

siempre quería estudiar o hacer deporte. Yo quería estudiar

ruso porque la pronunciación y lo fuerte del lenguaje me

llamaba la atención, pero en la facultad no impartían ese

idioma. Mi segunda opción fue el alemán. No estaba muy

segura de estudiarlo porque no era de mucho agrado para mí,

pero quería saber otro idioma.

Mi gran amor por los idiomas lo conocí cuando estudié

alemán… la entonación, la firmeza y orgullo del idioma me

parecían fascinantes, me enamoré. Un día de clase, el maestro

nos muestra fotos de su viaje a Alemania, nos comenzó a

contar sus aventuras en el país y la cultura. Mientras platicaba,

nosotros observábamos sus fotografías: una foto de él en las

puertas de Brandemburgo llegó a mis manos; la observé

durante mucho tiempo y prometí y juré que algún día iría y me

tomaría una foto en ese mismo lugar.

Durante el primer semestre de alemán nos invitaron a

participar en un programa de intercambio estudiantil. Los

requisitos eran ser estudiante de alemán y aceptar que una

persona alemana viviera durante un mes en nuestros hogares;

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vivir incluía darles una cama y comida, y cuando nosotros

viajáramos a Alemania nos darían 225 Euros por cada persona

que recibiéramos.

Así que, durante el mes de marzo de 2005, Klara compartió

su vida y su cultura con nosotras. Después de haberla conocido

supe que había tomado la decisión correcta al estudiar alemán

y estar en esa facultad. Cuando me despedí de Klara le prometí

visitarla algún día. Mi cabeza tenía un objetivo en mente: ir a

Alemania y cumplir mi promesa con ella y conmigo. Al año

siguiente me volvieron a considerar para que una pareja

alemana viviera en mi casa; y fue así como conocí a Dana y

Marcus.

Su forma de ver la vida, su cultura, sus tradiciones me

parecían muy diferentes a las nuestras, pero interesantes. El día

que se fueron, lloré su ausencia y fue cuando mi decisión

creció aún más. El verano siguiente preparábamos las maletas

mi mamá y yo para ir a cumplir mi promesa conmigo y con

mis amigos. Sus familias fueron muy amables al recibir a mi

mamá también. Su amor, hospitalidad y amabilidad fueron de

las mejores cosas que recibí en el país de mis sueños.

Cuando visité Berlín mi corazón lloraba de alegría; miraba

a la gente, el cielo, la tierra, miraba a todos lados y sólo podía

pensar que era muy afortunada de estar viva, que era capaz de

cumplir mis promesas y que estaba muy orgullosa de mí

misma. Tomé mi foto en las puertas de Brandemburgo y

caminé con Dana por la ciudad con el pecho lleno de felicidad.

Mi mamá se había regresado a México una semana antes

porque sólo pudo quedarse tres semanas conmigo.

Las siguientes tres semanas las pasé con Dana, Marcus, mi

amigo Diego de México y Klara. Conocí muchas ciudades de

Alemania, tuve el honor de vivir con los papás de Dana, con la

mamá de Klara, que por cierto era de Corea y se hizo muy

amiga de mi mamá a pesar de no hablar español ni inglés y mi

mamá no hablar alemán ni coreano; viví con los amigos de

Marcus y me hice muy amiga de uno de ellos, Beni, porque

estudiaba español y seguido ponía canciones del grupo de rock

Maná y me pedía ayuda con su tarea.

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Cuando me despedí de Dana, sentí un dolor muy fuerte,

como si fuera a alejarme para siempre, me subí al tren y la vi

que me miraba cuando me alejaba y las dos llorábamos. Juré

volverla a visitar algún día y volver a visitar mi segundo hogar.

En el 2007, año en que viajé a Alemania, meses antes de

irme y mientras yo estudiaba el quinto semestre de alemán,

Lorena y yo decidimos entrar a cursos de conversación de

inglés en el centro de idiomas de la normal superior.

Desafortunada y afortunadamente tocamos en grupos

diferentes. El primer día de clases Lorena me presentó a un

chico de su clase. Al chico le había gustado Lorena y quería

que saliéramos en parejas para él poder salir con ella. Yo

accedí para poder acompañarla.

El muchacho me pareció muy interesante e inteligente. Su

manera de hablar era muy convincente, además que parecía

tener muchos temas interesantes de conversación. A Lorena no

le gustaba el chico en absoluto, pero yo le dije que alguien así

merecía la pena ponerle atención. Lorena decidió ser novia de

él, mientras yo comenzaba una pequeña relación con un amigo

mío. Mi amigo era romántico y tierno.

Me decía frases y palabras muy bonitas, me miraba con

ternura y yo a él también. En ese tiempo yo todavía no estaba

preparada para otra relación, puesto que había terminado recién

con David. Mi amigo se hartó de no poder tener una relación

formal conmigo, así que decidió seguir su rumbo solo.

Mientras yo sufría un poco por esta ruptura, mi amiga Lorena

tenía también problemas con su novio.

Me platicó un día que lo engañó besándose con un chico

que sí le gustaba, a lo que yo le dije con tono de regaño que

eso no estaba bien, pero no quiso que me metiera en sus

asuntos, así que yo accedí. Al poco tiempo, decidieron

terminar su relación. Rápidamente, él me contactó para

decirme que no quería que su ruptura con Lorena afectara mi

amistad con él, y yo le respondí que no había ningún problema

(pero claro que lo había).

Comenzó a seducirme llamándome por teléfono,

mandándome mensajes, escribiendo frases en Fotolog (lo que

se usaba antes de Facebook), y al final comencé a salir con él.

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Lorena lo consideró traición y dejó de hablarme. Mil veces

pienso que ojalá hubiera tomado otra decisión para no haber

afectado mi relación con mi amiga, con mi mamá y conmigo

misma; pero al mismo tiempo no me arrepiento de haberlo

hecho porque lo que aprendí de esa experiencia me hizo fuerte

y más precavida.

El chico consumía drogas, fumaba mucho y tomaba. Mi

mamá me aconsejaba que no era bueno para mí, pero era tanta

mi insistencia que mi mamá optó por prohibirme verlo, sin

embargo yo no le hacía caso y seguía saliendo con él. Cuando

estuve con él, vi muchas drogas y alcohol; pero nunca pasó por

mi mente consumirlas. Mis expectativas de vida y mis sueños

eran firmes, mi deseo de vivir sanamente sobrepasaba

cualquier vicio o placer.

Cuando terminamos la relación, sentí alivio pero también

arrepentimiento por haberle hecho un mal a mi amiga, a mi

mamá y a otras personas. Un mes después me enteré que

mientras salíamos me había engañado con una amiga mía.

Sentí mucho dolor y desilusión, pero no guardé rencor por

ninguno de los dos, los perdoné y sanó mi dolor. Aprendí a ser

más cuidadosa con mis amistades y con los chicos que

frecuentaba.

Durante esos meses de decepción, un buen día mi amiga

Dana me avisó que vendría a visitarme a mi casa porque estaría

en México haciendo una investigación para su tesis; me di

cuenta que la vida siempre me toca la puerta para enseñarme

que las personas se van porque vendrán otras más importantes

y porque vienen cosas mejores para mí. Nos abrazamos y

lloramos de felicidad al vernos, y sentí mucho amor en mi

corazón.

Decidimos viajar a Mérida junto con mi mamá, para luego

despedirnos una vez más. Le dije que de nuevo la visitaría, que

se lo prometía. Así que mi siguiente meta fue visitar Alemania

otra vez.

Ese año, mi mamá y yo decidimos salir de vacaciones a

Cuba. Vivimos una experiencia hermosa en el país. Descanse y

disfruté el tiempo con mi mamá. Cuando veníamos volando de

regreso a Monterrey y vi mis montañas, decreté que algún día

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tendría un trabajo en el que pudiera viajar mucho y tener el

placer de ver mis montañas desde el cielo.

Cuando regresé de Cuba comencé a salir con un chico que

se llama David (otro David). Teníamos gustos diferentes, pero

aun así hicimos buena pareja, nos entendíamos bien y

compartíamos momentos muy agradables. Mientras estuve con

él tomé la decisión de no comer carne nunca más. Me hice

vegetariana por mi amor y respeto a los animales.

Siempre había querido hacerlo, pero no tenía el valor. Hasta

que me cansé de prometerlo y no cumplirlo y simplemente una

mañana dejé de consumir animales. David fue una de las

personas que me ayudó a hacerlo porque él es una persona que

es fiel a sus convicciones e ideales. Dejar de comer carne es

una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida,

porque me siento congruente y en paz.

Un día de enero de 2010 decidí terminar mi relación con él

porque no me gustaba que consumiera alcohol; él me alegaba

que no tomaba mucho y que yo no podía controlar su vida y

decirle qué hacer y qué no hacer. Tal vez tenía razón, pero en

ese momento yo pensaba que mi pareja no podía tener ninguna

dependencia de ningún vicio. Lo quise mucho y luego quise

regresar con él, pero él muy decidido me dijo que era lo mejor

y que tal vez seríamos amigos. Su decisión me pareció de lo

más certera porque de haber respondido que sí, no hubiera

conocido a otras personas que vinieron a forjar mi carácter en

mi vida.

Durante esos años, me fui desarrollando como maestra en

una compañía, una escuela de inglés y en una escuela privada

para primaria y secundaria. Disfrutaba mucho enseñar,

compartir lo que sabía y sobre todo observar las caras de

felicidad de mis alumnos cuando podían expresar lo que

querían. Cuando terminé con David, fue cuando renuncié en la

escuela privada porque ya no quería ir tan lejos a trabajar; así

que decidí tomarme un tiempo libre y al siguiente mes, me

inscribí a clases de francés en la universidad.

Lo que yo hacía por hobby no sabía que algún día cambiaría

mi vida por completo, así como lo hizo el alemán. Entré

también al curso de “El Guión de mi Vida” impartido por

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Tejedoras de Cambios y fue ahí donde conocí a quienes serían

mis mejores amigas y con las que compartiría mis momentos

felices y tristes día a día. La vida nunca se equivoca y sabe por

qué pone las cosas. Comencé a dar lo mejor de mí misma a

partir de haber puesto pies en ese salón con mis compañeras.

Durante el primer semestre de francés conocí a una maestra

de inglés que trabajaba en una universidad y me pidió que la

cubriera durante una semana porque saldría fuera de la ciudad.

Fue cuando me presentó a quien ahora es mi jefa. Trabajé una

semana ahí y meses después comencé a trabajar más horas

como maestra de inglés. Los meses que no trabajé en esa

universidad fueron porque no podía dejar a un lado mi promesa

de visitar mi segundo hogar de nuevo.

Esta vez viajé sola a Alemania y sólo me hospedé en casa

de mi amiga Dana. En la primera semana conocí un lugar que

no me hubiera gustado conocer pero que no me arrepiento de

haber estado ahí… el hospital. Estuve internada tres días por

una gastroenteritis y el dinero que con mucho esfuerzo había

guardado para viajar, lo pagué al hospital. La vida nos pone

pruebas en el camino para que podamos levantarnos y ser más

fuertes. Agradezco a la vida haberme puesto en esa situación,

porque aprendí que puedo salir adelante y puedo ser más fuerte

de lo que yo creo que soy.

A pesar de mis pocos ahorros, pude viajar un poco y

conocer personas de otros países con quienes compartí muy

buenos momentos.

Al regreso a México, decidí seguir trabajando como

maestra. Entré como instructora de inglés en la SEP, y

posteriormente me hablaron de la universidad en donde trabajé

antes de irme para que fuera a dar una clase muestra para una

posible vacante y a los pocos meses me contrataron para dar

clases de contenido. Mis horas de trabajo fueron ascendiendo

hasta que mi jefa me ofreció un trabajo como asistente y

posteriormente me dieron la planta en la universidad.

Decidí comprarle el carro a mi mamá para luego venderlo y

cumplir otro sueño grande… comprar un terreno y construir

una cabaña para mí, mi mamá y mis perros. Ese año también,

comencé otro curso que me hizo darme cuenta de lo valiosa

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que soy y de lo que puedo llegar a ser si creo en mí. En este

Diplomado de Tejedoras compartí mis momentos con mis

mejores amigas, a quienes conocí en el primer curso que tomé.

Alimenté mi alma semana tras semana con las risas, lágrimas y

experiencias de mis hermosas compañeras que me permitieron

ser parte de sus vidas.

Mientras trabajaba como asistente, conocí a quien vino a

enseñarme lo que es amar y luego enseñarme lo que es sufrir

por amar. Carlos era el novio que cualquier mujer hubiera

deseado tener. Guapo, romántico, servicial, caballeroso,

inteligente, detallista y atento. Me enamoré de él más de lo que

alguna vez llegué a amar el alemán y Alemania, más que del

ruido de los árboles, más que del canto de los pájaros, más que

del amanecer, más que muchas otras cosas que algún día

fueron bellas para mí.

Nada se comparaba con lo bello que era él para mis ojos. Al

estar con él, llegué a decidir casarme y tener hijos; cosa que

nunca había pasado por mi mente porque siempre pensé que

viviría sola con mis animales. Al estar con él, descubrí cosas

de mí que no conocía, no sabía que podía llegar a ser

convencional, apasionada, romántica y sobre todo abrir mi

corazón.

Decidimos vivir juntos y lo platicamos a nuestros allegados.

Comenzamos a buscar lugares para rentar pero mejor decidí

construir una casa en la planta alta de casa de mi mamá para no

dejarla sola, y a él le parecía mejor construir en lugar de pagar

una casa que nunca sería nuestra. Hicimos juntos el diseño,

soñábamos con las cosas que haríamos en la casa, con las cosas

que compraríamos, los colores, los muebles, la decoración, etc.

En marzo de 2014 pusieron el primer block a mi casa; todos

los días venía con impaciencia del trabajo para ver el avance de

la casa que algún día compartiría con el amor de mi vida y ese

pensamiento me hacía muy feliz. Conocí a su familia y él

conoció la mía. A todos decía que algún día me casaría con él

y que tendría bebés hermosos con él. Pero como todo lo que

sube tiene que bajar, llegó un buen día en el que experimenté

un dolor que nunca antes había sentido.

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Fue el día en el que él decidió pedir un tiempo porque no

podía estar conmigo, según él porque me hacía daño, pues no

me amaba y no creía en el amor, yo no di tiempo sino que

decidí terminar la relación. Al escucharlo, sentía cómo mi

corazón se partía, cómo mis sueños se derrumbaban y rogaba

que todo fuera una pesadilla. Amar a alguien que no te ama es

un sentimiento amargo y muy cruel.

Me fui de ahí con el corazón roto y mis sueños aplastados.

Lloré ríos y me preguntaba a diario el por qué, qué había hecho

mal, en qué había fallado; pensaba para mí misma que siempre

había sido buena, fiel, tierna y romántica, entonces ¿qué había

de malo en mí? Mientras tanto, mi casa seguía esperando pero

yo no podía siquiera voltear a verla, era mi casa con él, el lugar

en el que él ya no estaría. Cayó mi casa y cayó mi autoestima.

Vuelvo a mencionar que la vida actúa muy sabiamente y

nos abre puertas donde otras se cierran. En esa misma semana

tuve que salir de viaje en el trabajo y tuve que despegarme de

ese sentimiento para estar al cien por ciento en mi trabajo. Al

llegar a Monterrey, a casa de mi mamá, volteé a ver mi casa no

terminada, subí, vi los cuartos y comencé a recordar. Dante

Alighieri dice que no existe cosa más dolorosa que recordar los

tiempos felices durante la desgracia, y vaya que tenía razón;

sentí un hueco en el corazón, pero como todas las demás cosas

que me he propuesto, decidí y prometí terminar mi proyecto y

lograrlo ha sido un orgullo más para mi vida.

Mi mamá, mi estrella más grande, mi ángel de la guarda,

me tomó la mano y me ayudó a que saliera adelante y no me

dejara caer. El amor de mi madre fue lo que me dio fuerza para

pararme y ser una mejor persona. El día de hoy vivo aquí en mi

casa terminada, con un futuro prometedor, un trabajo que amo,

puesto que viajo seguido tal y como alguna vez lo decreté,

porque tengo amistades que valen más que todo el dinero en el

mundo, una mamá que me adora y me dice lo orgullosa que

está de mí, un padre que cree en mí y sobre todo una Yo más

fuerte y más orgullosa de mí misma. Este día soy la mejor

versión de mí, porque soy perseverante, porque soy fiel a mis

convicciones, porque tengo mucho amor que dar a pesar de los

dolores; porque no siempre he tenido lo que he querido, pero sí

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he tenido lo que necesito y porque no puede haber cosa más

hermosa que el amor que siento en este día por mí.

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Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba Así es la vida. No terminas de vivir hasta que terminas tu

vida; así es realizar este trabajo personal que empecé con dos

propósitos: 1) ocupar mi tiempo en una actividad que percibí

interesante (encontré en el periódico una nota sobre Tejedoras

de Cambios), y 2) ampliar o conformar un círculo de personas

con quien compartir mis inquietudes. Esto me lleva a concluir

que logré mis propósitos de manera estupenda, realmente

sobrepasó mis expectativas.

He vivido y disfrutado de una hermandad con mujeres

magníficas, risueñas, retadoras, calladas, firmes, valientes,

amorosas, abrigadoras, disciplinadas, interesantes, dedicadas,

comprometidas socialmente, inteligentes, y que a través de esta

experiencia me he sumado a ellas para formar un grupo en el

que se ha generado una sinergia que me ha catapultado a

realizar cambios para mejorar mi calidad de vida. En este

grupo en el que se vive cada sesión siendo un "testigo

respetuoso" y protagonista en cada dinámica de trabajo, hubo

reglas muy importantes y necesarias marcadas por nuestra

guía, Dariela, (con todo cariño y respeto), de "oír y no juzgar"

que me han marcado una actitud que he podido trasladar en

ocasiones (no es fácil) con mi familia, familiares y amigos y

me ha facilitado la buena convivencia.

Escribir mi historia, relatarme desde la distancia, en grupo,

acompañada, compartirla y asentarla en papel me es difícil; y

después de pensar y pensar quiero narrar mi experiencia en

este Diplomado.

Definirme en un collage con imágenes me resultó muy

complicado, ahí empezaba el trabajo de saber si me conocía

(encontré que no podía autodefinirme fácilmente): desnudarme

de lo que estudié, dónde vivo, en qué trabajo, quién conforma

mi familia y todo eso que en algún momento pensé que era mi

vida, pues "¿qué me queda?" pensé. Ocupé mucho tiempo

buscando en esta etapa de mi vida quién era "yo", qué me gusta

hacer, cómo me gusta verme, en qué pienso, qué sueño, a qué

aspiro, a quién amo, si amo lo que tengo o si estoy donde

quiero estar. Muchas preguntas... Fue y sigue siendo para mí

un trabajo que a lo largo de este diplomado he ido

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averiguando, reconociendo y revalorando. Estoy buscando

ahora mi bienestar físico, mental y emocional, trato día a día de

hablar en primera persona (otra regla del grupo) y de estar en

constante autoobservación en mis actitudes y emociones.

Descubrí que hay áreas de mi vida sin cultivar: la

intelectual, ahora casi no leo ningún libro ni acudo con

frecuencia a eventos culturales, escucho poca música y son

actividades que anteriormente hacía aunado a mi trabajo; en lo

social, tengo pocas amigas y no las veo a menudo, visito poco

a la familia; no realizó ningún servicio a mi comunidad. De

pronto me sentí vacía, como sin ocupación importante.

Estudié Masaje Holístico y Digito-presión, ocupaciones que

me gustan mucho pero a las que no estoy dedicada de tiempo

completo a ello, y hasta hoy no he encontrado actividades que

yo diga "me apasionan". Tengo interés por muchas cosas, pero

ninguna la he realizado "hasta morir".

Trabajando en este curso he aceptado que es una falta de

compromiso porque es más fácil vivir sin ellos. Ahora, ya

terminaron los años en que el cuidado de la familia, el hogar y

mi trabajo eran mis prioridades: estoy muy satisfecha y me

siento reconocida y correspondida por ello. Ahora sé que lo

importante es estar bien conmigo misma para poder reflejarlo

en mi entorno. Acepto que es por una falta de compromiso que

no he llevado a fondo lo que me propongo, sé que no hay

obstáculos externos que me impidan hacerlo… sólo los

internos, sólo yo.

Echar un clavado en el baúl de los recuerdos de mi infancia

y adolescencia fue muy gratificante. Jugué mucho, tuve

muchas vecinas y todas íbamos al mismo colegio; vestidos que

mi mamá elaboraba, pasteles de cumpleaños, domingos de

paseos, helados y revista de monitos. Recordé a mi mamá

limpia, perfumada, cantadora, su sala con olor a nardos, música

de Cri-Cri los domingos, novelas y comerciales en la radio,

escuchar historias de espantos y jugar a las escondidas por las

noches, andar en patines y mi bicicleta. Siempre obtuve muy

buenas calificaciones en el colegio.

Tengo muy bonitos recuerdos de mis hermanos y hay

muchas fotografías, en algunas de ellas estoy en el patio de mi

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casa y se ve descarapelada la pared y yo no recordaba que mi

casa fuera fea, esto me hizo pensar que esos detalles no eran

importantes porque había muchas otras cosas que me hacían

estar bien. Pensé que me han sido dadas muchas cosas, que

nunca me había tomado la molestia de valorarlas y menos de

agradecerles a mis padres por ellas, sobre todo a mi mamá. La

dinámica “relación con los padres”, que hicimos en el

diplomado, también propone hacerlo a pesar de que ellos ya no

vivan a través de una oración de agradecimiento y que al

hacerlo continuamente se va sintiendo mucha paz. Muchas

gracias a Aurora Garza (mi inolvidable guía en el Guión de mi

vida).

Ellos me legaron mi educación. Mi madre decía que nadie

te la podía quitar y que nunca la ibas a perder. La idea de

estudiar para trabajar: ya que tendría independencia económica

y por lo tanto libertad para tomar decisiones. El respeto a Dios

y la presencia de un ángel de la guarda (siempre me he sentido

protegida). La pertenencia a una familia: saber que pertenezco

a una familia que me quiere y que me apoyará si lo pido y

necesito. Al poner esto en papel reflexioné sobre lo necesario

que es nombrar y reconocer la importancia de los valores

familiares y hacer conciencia de todo lo que yo, como madre,

como esposa y como persona puedo influir (para bien y no tan

bien) en mis hijas y no detener a los demás por miedo o

prejuicios sino que ellos asuman su vida con responsabilidad y

libertad. Otra tareíta que no acaba.

Las siguientes dinámicas fueron encaminadas a buscar al

interior mis posturas, mis pensamientos, emociones y

sentimientos ante mí misma, ante mi entorno y ante la vida.

Las dinámicas fueron muy interesantes, profundas, de duro y a

la cabeza, con la intención de analizarme sin excusas y sin

máscaras para conocer y entender (creo yo) el significado de

identidad narrativa, ese proceso que no es rígido ni estable sino

una elaboración continua de una autodefinición. Ya que

escribiendo a la distancia en tiempo y espacio los hechos que

consideraba muy dolorosos o tan importantes que marcaban mi

rumbo, realmente no lo eran tanto y al exponerlos ante un

grupo tan respetuoso y solidario los hizo quedar en otra

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dimensión, o en otro nivel de apreciación en el que deslindé

culpas y responsabilidades.

El trabajo fue lento, parecía que no avanzaba pero cada

sesión me tocaba fibras muy profundas y acorazadas,

provocando risas, lágrimas, enojos y al final ¡pum! Se

aligeraba la vida y sentía un bienestar en lo profundo de mi ser.

Comentaré algunas de las dinámicas que me movieron a

localizar "hallazgos", ideas, conclusiones o reflexiones que me

son importantes y aprovecho esta oportunidad para escucharme

y ser escuchada.

Se pidió describir un hecho que haya marcado tu vida, ver

qué estaba pasando realmente según la realidad actual. Algo

que definió mi vida fue el haber salido de mi ciudad de origen

para venir a estudiar a Monterrey. Mi mamá realmente quería

que me preparara porque ella dejó de trabajar para casarse y en

el matrimonio no le fue tan bien como esperaba; ahora creo

que mi papá, además de que me preparara, me quería lejos

porque tenía otro familia con hijos en edad de estudiar (no se

fueran a encontrar).

Este cambio me dio mucho gusto y miedo a la vez porque

me permitió trabajar desde muy joven y tomar con mucha

libertad mis decisiones de qué hacer o no con mi vida. Sabía

que ellos estaban orgullosos de mí y siempre opté por no

defraudarlos. Por ese tiempo asumí, no sé cómo ni quién me

ayudó, que el problema de la otra familia no era mío, era de

ellos y decidí no sentirme afectada ya que él siempre estuvo

para mí. Algún tiempo le reproché a mi mamá por qué lo

permitía, bueno sólo lo pensaba, nunca se lo dije, y qué bueno

que no la molesté con eso, fue una decisión muy personal de

ella mantener unida a la familia a pesar de... mucho dolor,

mucha rabia, sin perder su dignidad. Gracias mamá, por todo tu

amor que me permitió vivir con calor familiar. Que tengas paz

donde quiera que estés.

Realizamos un ejercicio con los arcanos mayores del Tarot,

de asociación libre a partir de un estímulo y encontrar alguna

relación con él. En esta ocasión fue una carta al azar. Yo

escogí el diablo, para mí era inexplicable por qué esa figura,

que era fea, no causaba miedo pero su expresión no la

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encontraba cercana a mí. Lo primero que recordé es eso que

dicen que lo que te desagrada es posible que tú lo tengas.

Por lo que me dije que es necesario buscar lo que está frente

a mí, qué me inquieta, me desagrada o me enoja y ver cuánto

es mío; encontré que en muchas ocasiones me preocupo por los

demás antes que por mí, luego me digo por qué no lo pensé,

por qué no lo dije, por qué no lo hice, por qué no atendí a

tiempo… en fin, me falta valor muchas veces para decir a

tiempo lo que pienso o hacer a tiempo lo que quiero. Y como

dicen: "más sabe el diablo por viejo que por diablo", sé que tal

vez escogí esa carta porque estoy en una etapa de mi vida en

que si me pierdo de "vivirla" también voy a desperdiciar la

oportunidad de hacer "sabiduría de vida", de todo lo que he

sentido, aprendido, llorado y disfrutado a lo largo de todos mis

años como mujer, por lo que es tiempo de compartir con las

personas cercanas a mí ese quehacer y hacer diario con alegría

y fuerza endemoniada. Y heme aquí.

Otro ejercicio de asociación libre fue escoger entre una lista

cuatro elementos y elaborar un texto narrativo. Yo escogí una

figura mítica, una flor, un fenómeno natural y una parte del

cuerpo. No sé cuánto de mí se relata en el texto pero me gustó

mucho y lo comparto.

Lo titulé “A mis manos” y escribí así:

Son expresivas rebeldes, fuertes, acusadoras, curiosas,

registran muchas emociones con solo saludar a una persona y

comunican firmeza, ternura, alegría, amor, enojo.

Quietas sobre mi regazo duermen, pero están atentas y

listas para cuidar a su dueña, como lo hacía Argos, ese

personaje mitológico cuya misión era custodiar a la

sacerdotisa de Hera, llamada por Zeus y convertida en novillo

para protegerla de los celos de Hera.

Tenía cien ojos, la mitad dormía y los otros permanecían

abiertos para vigilar. Ven pasar entre sus dedos la vida,

cuando por suerte cae la lluvia sobre ellas, esa lluvia que

golpea, mima y le cuenta sus historias vividas a través de los

tiempos y le dice de la belleza que ha visto en las flores que

riega, como esa que combina los verdes con amarillo, que

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alimenta ruiseñores y alegra corazones; copa de oro la llaman

por su forma y su color y esa riqueza que provoca al tocarla.

Manos que al unirse sobre el pecho me pueden transportar

hasta el mismo cielo y conectan con Dios. Si mis manos

hablaran dirían: He sentido el latir de tu corazón, la tibieza y

tersura de la piel, la lágrima que brota del dolor y la energía

que al mundo da calor.

Otro ejercicio interesante y me parece que completó ese

propósito de buscar primero hacia adentro de uno antes de

emitir juicios o reproches, fue el que consiste en anotar los

reproches o quejas que le dirías a una persona, pasarlos a

primera persona para después de una conversación aclaratoria

conmigo misma sacar lo que es mío y lo que no. Volví a caer

en que no decir lo que pasa a tiempo y con carácter preventivo

trae problemas que pueden evitarse.

Después vinieron ejercicios relacionados con la muerte y el

perdón. Sobre la muerte sé que todavía no quiero morir.

Elaboré una carta de despedida para mi esposo y mis hijas.

A mi esposo:

Gracias por tu amor desinteresado, desmedido, por estar

atento siempre a mi bienestar. He pasado contigo años de

muchas alegrías que han marcado mi vida como el nacimiento

de nuestros hijas, verlas crecer y atestiguar juntos cómo se

han hecho mujeres y saber que tienen mucha riqueza interior

para ser felices, es lo mejor que me ha pasado en la vida, eres

igualmente correspondido. Gracias por haberme acompañado

en esta vida en la que he caminado contigo y a tu lado como

persona libre.

A mis hijas:

No sé a dónde voy pero sé que me encontrarán siempre

cuando piensen en mí. Recuerden esos momentos de alegrías y

tristezas y que en ese pensamiento encuentren paz y

tranquilidad y muchas carcajadas. Si mi recuerdo les causa

algún problema o mal sabor de boca, bórrenlo, no lo tomen

tan en serio; si se sienten dolidas, créanme, nunca fue la

intención lastimarlas, debió haber sido algún mal momento

mío y a ustedes les tocó vivirlo (¡lástima, Margarito!).

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Desechen todo lo que no les guste de mí y sean honestas y

congruentes en su vida.

Elaborar este trabajo me exigió algo así como pedirme

cuentas con la vida y creo que le salgo debiendo, por eso

quiero más tiempo para decirle a los que me rodean con hechos

lo mucho que me han dado.

Trabajar el tema del perdón te lleva también a hablar de la

responsabilidad. Para mí, la vida es como la rueda de la

fortuna: a veces vas abajo y a veces arriba, es un círculo que

siempre está en movimiento, solo se detiene para ti cuando te

mueres, quieras tú o no. No puedes detener el curso de la vida

y siempre se tiene una fuerza interior (alma, espíritu, yo

interno, esencia, Chi) que sirve de motor.

Entre más estés en movimiento, más rápido pasan los

momentos difíciles, ya que no serán situaciones permanentes.

Y ya que soy completamente responsable de mi bienestar, de

mi salud, de mi alegría y de mi vida, no hay a quién culpar de

mis dolores o enojos.

Asumo que esa fuerza interna que me mueve no me la da la

vida de a gratis, hay que cultivarla, buscarla, fortalecerla y

recomponerla. Es ir día a día forjándola.

Este diplomado te da ese espacio para hacerlo, ya que paso

a paso vas repasando tu vida expresando tu ser a través de la

palabra escrita: recuperándote y reinterpretándote gracias a ese

poder transformador y sanador que tiene el lenguaje.

Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar.

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Familia nómada – Allerim

Comienza la historia: Mi abue tenía 19 años cuando murió

su mamá, mi bisabuela. Entonces mi abuelito andaba tras de

sus huesos, y mi abuelita le dijo que se esperara un año por el

luto de la muerte de mi bisabuela, y la esperó. Mi abuela

materna nació en Lagos de Moreno, Jal., y mi abuelo materno

en Aguascalientes.

Al año le dice mi abuelito a mi abuelita que le mandaría al

padre para pedir su mano, a lo que mi abuelita contestó

burlonamente: “pues mándelo y con el padre le mandaré decir

que no”. ¡Nunca hubiera dicho eso mi abuelita!, pues esa

misma tarde él se brincó la tapia de donde ella estaba

remendando unos pantalones de sus hermanos chiquitos; por

cierto, ella decía que en esta barda sus hermanitos le hacían

travesuras, cuando platicaba con mi abuelito por un agujero de

la tapia, le pusieron excremento, y decía mi abuelito: “¿pos a

qué huele?”

Bueno, estaba cosiendo los pantalones cuando se le aparece

mi abuelito y empieza a querer tomarla a la fuerza, y le dio su

correteada, y cuando mi abuelito la traía bien pescada, le

pregunta mi abuelita: “¿pues qué es lo que quiere?”. “¡Pos que

reciba al padre para que la pida!”, y enseguida mi abuelita le

contestó: “¡Pues mándelo!”. Y se casaron. La llevaron a la

iglesia en una yegua con su vestido blanco y un sombrero con

listones, a mi abuelita le gustaban mucho vestir ponerse los

sombreros.

Tuvieron nueve hijos, dos hombres y siete mujeres, entre

ellas mi mamá, quien nació en Durango el 27 de abril de 1940.

Mi papá nació en Montemorelos, N.L. el ocho de diciembre de

1941. De mi mamá y mi papá sé que duraron tres años de

novios, que mi papá también era de armas tomar, pues mi

mamá no iba a las fiestas ni con mi abue si mi papá no la

dejaba, que ella se purgaba y decía que le dolía el estómago

con tal de no salir con mi papá. Una vez mi abuelita se fue al

río de día de campo con mis tías, mi mamá y sus amigas, y

pues se les presentó mi papá con una pistolita, aventó unos

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tiros hacia arriba para asustarlas y logró que se fueran a la casa,

que estaba como a quinientos metros del río.

Así le tomó la medida mi papá a mi mamá, y así se casó con

él. Después de casados, mi papá se portaba como mi mamá no

se habría imaginado, llegaba nada más a bañarse, cambiarse e

irse de nuevo de parranda con sus primos. Cuando mi mamá ya

embarazada de mí, decide que se quiere regresar con mis

abuelitos al rancho, pero mi papá le quito la ropa a puros

tirones, para que no se saliera de la casa.

Un hombre asustó a mamá en la casa que rentaron después

de casarse, por lo que papá se la llevó a vivir atrás de la casa de

mis abuelitos paternos. Cuando apenas había pasado esto, mi

abuelita paterna le pidió a la Virgen que yo naciera bien –por

lo del susto-, mamá vivió ahí con mi abue y nací yo, Allerim,

en Monterrey, N.L. en la Clínica Conchita, un 25 de julio de

1964.

A los dos años me dio alferecía y dicen que alta

temperatura, mi abuelita le vuelve a pedir a la Virgen de San

Juan que me devuelva, pues mi mamá decía que yo ya estaba

muerta, era un 24 de diciembre. Mi abue materno había

quedado de ir por nosotras en la tarde y llegó en la mañana, así

que él ayudó a que yo regresara a la vida, pues mi lengua se me

había ido para atrás y me tapaba la respiración, pero gracias a

mi abuelito materno estoy viva.

Recuerdo que cuando mi abuelito paterno me cargaba, mi

abuelita paterna le decía: “bájala, ya está grande”, y yo pensaba

que no me quería pero mamá me dijo que ella me adoraba. El

día que murió, me acuerdo que mi prima Mirtha me cargó para

verla en la caja, pues yo apenas tenía cuatro años. También

recuerdo que cuando íbamos a los rosarios de mi abue, nos

chocó un camión urbano porque se nos atravesó un burro, de

ahí mi papá nos mandó en carro de sitio a casa de mi abuelita

paterna, donde mis tías todavía le lloraban.

Mi abuelita paterna había trabajado en una carnicería con

un hijo de ella, tuvo un accidente con una silla y se hizo una

cortada en el dedo chiquito del pie, que luego se le infectó y se

lo amputaron. Cuando estaba en el hospital mi abuelita paterna,

mi mamá estaba embarazada de mi hermano, el tercero de la

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familia, y me acuerdo que mi mamá renegaba de que mi papá

no se presentara ni siquiera porque su mamá estaba grave.

¿Qué podía esperar mamá de él? ¡Nada! Y dicen que de pura

preocupación le dio la embolia y de ahí las consecuencias, de

eso murió mi abuelita paterna. Y mi papá de pachanga con sus

borracheras, bien feliz, bueno, eso digo yo.

Estábamos viviendo en el rancho de mis abuelitos, tenía yo

seis años y entré a la escuela primaria, así que me iba

caminando como un kilómetro más o menos. Pero en esa

escuela duré nada más un año y medio porque mi papá nos

llevó a vivir a una colonia en San Nicolás. Decía que la familia

de mi mamá lo criticaba mucho, que por cómo se portaba. Muy

picudo, mi papá, hacía puro relajo y luego no quería que

hablaran de él. Que lo “ruñían” decía mi papá, pues había

dejado de trabajar en la empresa Titán, que porque le dolían los

riñones; ¡más bien eran las “pedas” que se aventaba, jajajaja!

Mi mamá tuvo que ayudar haciendo taquitos de picadillo y

papita -recuerdo cuando me daba de esos taquitos-, le

preparaba una olla grande para venderlos en una cantinilla

pedorra y luego venía sin dinero porque se ponía como placa

de tráiler, ¡hasta atrás! Mi mamá se los volvía a preparar,

aunque se enojaba con un primo de ella, que porque era él,

quien le robaba el dinero. Le dije a mi mamá que no era culpa

de su primo si mi papá era irresponsable, mi mamá se enojaba

conmigo porque no quería que le faltara al respeto a mi papá, y

yo le decía: “el respeto se gana”.

Contestona que era yo al ir creciendo, porque la veía

inconforme, pero ahí aguantando vara, nunca se rajó. Luego

nos llevó a vivir seis meses en una colonia en San Nicolás, ahí

me fui a inscribir sola porque mi mamá estaba embarazada de

mi hermanita la más chica. Cuando iba a nacer, nos dejaron

con una tía y mi mamá indicó que le ayudara al quehacer de la

casa pues tenían negocio, en las mañanas que me iba a la

escuela se quedaban mis dos hermanitos y mi hermanita

llorando, pues no querían que me fuera, yo apenas estaba en

segundo de primaria. Me iba con el corazón partido en dos,

entonces nació mi otra hermanita y ya éramos cinco hijos.

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Mi papá se fue a Texas de mojado, y en una de esas se nos

enfermaron mis dos hermanitas y mis dos hermanitos de

sarampión, la más chiquita tenía tosferina. Recuerdo que mi

mamá la aventaba para arriba para que respirara, pues con la

tos no podía respirar.

Hasta que un tío, hermano de papá, vino a vernos y fue y le

estiró las orejas a mi papá, entonces él vino y nos sacó las

visas, me acuerdo que mi hermanita estaba chifladilla, que

quería un plátano y salió en la foto de la visa con el cachetote

lleno de plátano, ¡jajajaja!

Llegamos a Houston y papá tuvo que trabajar en dos

lugares, de día y noche, nos rentó arriba de un garaje con una

escalera muy grande y roja, el garaje era de una viejita y la

escuela estaba cruzando la calle, pero pasamos unos fríos ahí

pues no teníamos nada.

Ahí fue la primera vez que veía nevar, mis hermanitos

salieron a jugar con la nieve y yo tuve miedo, no quise salir.

Ahí vivimos poquito tiempo. Mi tío, un hermano de mi mamá,

se llevó también a su familia, también tenía tres niñas y dos

niños, nos cambiamos con ellos, a siete cuadras de la escuela,

para estar en una casa más grande. Mi prima la mayor es tres

años menor que yo, jugábamos en el patio y platicábamos con

las vecinas por la cerca.

De aquel tiempo, lo que más tengo presente fue cuando

papá no llegó a dormir a la casa sino hasta en la mañana

siguiente. Mi mamá estaba planchando y mi papá le pregunta

muy indignado: “¿Estás enojada?” -venía bien crudo- y mi

mamá le enseña una camisa manchada de labial. Él se la

arrebata y le dice: “Mira lo que hago con la pin camisa”, y la

hizo trizas, mi mamá le dice que la camisa qué culpa tiene, y él

contesta: “me largo a la chin…”, y que mi mamá lo sigue. Yo

le agarro la mano a mi mamá y voy con ella siguiendo a papá,

pero él se sube a su carro y le pisa el acelerador, se le tuercen

las llantas y se mete a un terreno baldío de un lado de la casa,

tumba una cerca de púas y va a dar con el carro enfrente de

mamá y de mí. Por poco nos mata, y mi estaba mamá

embarazada de mi hermano el más chico.

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Papá se fue, le valió madres, y mi mamá se sintió muy mal,

y fue mi tío quien la llevó al hospital, porque ya iba a tener al

niño, y al otro día mi papá nos llevó a verlos al hospital.

Cuando mi mamá me vio, lloramos mucho las dos, y me dijo:

“cuida mucho a tus hermanitos”. Duró una semana internada

pues su presión arterial estaba mal. Cuando regresó a la casa,

mi hermanita pequeña no se quería ir con ella y veía a mi

hermanito el bebé, como preguntándose, ¿y esto qué es?

Mi papá traía la novedad de una cámara instantánea, llegaba

borracho y no le importaba la hora que fuera, nos tomaba fotos

y nos despertaba, hacía experimentos con nosotros, apagaba la

luz y nos tomaba la foto y salíamos con los ojos pelones, todos

greñudos, ¡ay no, que bárbaro!

Lugo empezó con que nos iba a traer al rancho porque nos

echábamos a perder en Houston, y nos trajo de regreso y le

compró una casa que tenía mi abuelito en una colonia de

Juárez y puso una tienda de carnicería y abarrotes. Ahí aprendí

a atender a los clientes, pero a la gente no le gustaba que los

atendiera pues decían que a lo mejor ni las manos me lavaba.

Como quiera aprendí a cortar la carne en la sierra eléctrica y

molía la carne, pues mi papá nada más cortaba las piezas, hacía

los chicharrones -muy buenos chicharrones, por cierto-, y

luego enseñó a mi hermano hasta a hacer la barbacoa, entonces

se atuvo para andar de peda.

Tenía yo catorce años cuando nos hablaron por la residencia

en EU y que nos lleva mi papá de nuevo a Houston porque

teníamos que vivir allá, aunque a mí no me llevaron a la

escuela, sólo a mis hermanos. Pero luego nos trae de nuevo a la

colonia en Juárez para hacerme mis quince años; recuerdo que

me dejaron aquí para preparar mi fiesta y cuando ya querían

venir papá y mamá y mis hermanos, dijo mamá que internaron

a mi papá porque le salió un tlacote en una mano, total mi papá

sale en las fotos con su mano vendada, pero me gustó mucho

mi fiesta.

La que siempre me apoyó fue mi tía, hermana de mi mamá,

era quien siempre andaba conmigo y me ayudaba en todo. Así

crecimos y me casé, y al mes toda mi familia se regresó a

Houston. Nos casamos todos, mis tres hermanos, mis dos

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hermanas y yo. Conocí a mi esposo en una boda de su

hermana, cuando yo tenía 18 años, él me sacó a bailar con la

última melodía de la boda, yo no lo conocía aunque nuestras

familias eran amigas de muchos años, la familia de mi mamá y

la familia de mi esposo se conocieron en 1949.

Entonces bailamos aquel día pero no nos volvimos a ver

hasta después de cinco años en 1987, en el XV años de mi

hermana la más chica. Nos hicimos novios, porque mi tío de

oro jugaba baseball con mi esposo y él la hizo de Cupido –

¡jajaja!-, me mandaba saludos con mi tío, que se iba a casar

conmigo y que no sé qué, y qué sé yo. Desde los 18 años me

gustó el moreno, pero yo creí que no le había interesado,

aunque pronto nos hicimos novios y a los tres meses me decía

que si me casaba con él, pero yo quería conocerlo más.

Mi papá no me dejaba que me subiera a su carro, así que mi

novio se subía al camión con nosotros porque iba mi tía Mony

y mis hermanas. Y ni así nos podíamos subir al carro pues mi

hermana era la que me cuidaba y le iba con el chisme a mi

papá si no hacia lo que me pedían. Como quiera con el tiempo

se tomaron confianza mi esposo y mi hermana y se peleaban…

ahora se quieren mucho. Yo aunque era muy retobona no la

hacía de bronca, nunca defendí a mi novio pues no fuera a

regarla. Mi mamá me decía que estaba bien mensa, que no

sabía ni de lo que me tenía que cuidar, y no es por nada pero

era cierto: no sabía, supe después de la boda… pero ya qué.

Yo lo quería mucho y ahora lo amo, siempre hemos tenido

nuestras broncas porque soy muy celosa y aprensiva, todo

quiero que sea como yo digo. Al punto de llegar hasta los

pellizcos porque no tenía muchas palabras para defenderme.

Gracias a Dios nunca me golpeó, creo que le hubiera ido peor a

él conmigo. Batallamos para vivir juntos, en las buenas y no

tan buenas, pues mi esposo es de tomar cada fin de semana.

Estuve en todo lo que concierne con mis hijos y como ama de

casa, en talleres para padres, en diplomados en la prepa de mis

hijos para tener hijos preparados, y aprendí mucho, ahora mis

hijos ya son profesionistas, gracias a Dios.

Pero faltaba mi propia realización, mi seguridad en mí

misma, y en las decisiones acerca de lo que quiero hacer de mi

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vida, y lo he buscado y encontrado, en los talleres, el

diplomado y en el curso de Emociones y Conflictos de

Tejedoras de Cambios.

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Ganando las batallas de la vida - Guerrera hasta el último aliento

Nací a las once de la mañana, en una tierra de mujeres solas

que luchan por la vida. Mi madre es soltera, yo soy la segunda

de cinco hermanos, cuatro hombres y una mujer.

Mi padre era operador de tráiler y las ausencias, por su

trabajo, fueron prolongándose hasta que ya no regresó con mi

madre. Mi madre no contaba con una estabilidad conyugal, por

lo que trabajaba horarios extendidos y matados porque quería

ganar su planta por el sindicato para sostén de la familia.

Mi abuela le dijo a mi mamá que siendo yo niña era un

riesgo que viviera con mamá por su ritmo de trabajo, mis

hermanos en cambio eran hombres, y podían quedarse solos.

Así que me crié con mi abuela materna, un tío y tres primos.

Yo era la más pequeña, mi abuela me recibió recién nacida y

entre cada primo nos llevábamos dos años de edad.

A pesar de las circunstancias, pasaba algunos momentos -

para mí muy agradables- con mis padres, mamá iba con mi

abuela por mí para llevarme al tráiler de mi papá, él me

cargaba y me decía que me quería, siempre vi a papá sonriente

y amoroso conmigo, así lo recuerdo de niña.

A los seis años, me escapaba de la casa de mi abuela para ir

a ver a mi mamá, ella me recibía diciéndome: “Ay, nena tú

nada más en la calle, ¿le avisaste a tu abuela?, si no para que te

vayas y no esté preocupada por ti, ¡ándale, regrésate!”, y yo no

le hacía caso y me subía a buscar a mis hermanos para

abrazarlos.

Los cinco hijos de mamá y papá tenemos tantas cosa en

común, somos alegres, positivos, trabajadores, hospitalarios,

nos gusta cantar, bailar y reír; gracias, hermanos por todos los

momentos juntos.

El mayor sufrió mucho con mi madre, por cuidar a mis

hermanos y ayudar con los gastos, él también era alcohólico,

divorciado con un hijo y a los 17 años se fue a México en

busca de nuestro padre, anhelaba el amor de mi papá y éste lo

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rechazó hasta el día en que mi hermano murió. Fue muy celoso

y duro conmigo, pero yo admiraba cómo siendo un niño, les

enseñó a mis otros hermanos valores, los cuidó como si fuera

su papá, era muy trabajador y carismático

Mi hermano menor y yo nos queríamos muchísimo, y nos

manteníamos comunicados acerca de las vivencias de cada uno

en nuestras casas, desde muy pequeños nos buscamos. Yo

quería vivir con mi mamá y mis hermanos, me alentaba hablar

con mi hermano y saber de ellos. En sus últimos días de

agonía, aun sonriente me decía: “Ni modo, mana, hasta aquí

llegué”, me decía que sus errores fueron de él y que como a mí,

le hubiera gustado crecer con unos padres juntos, no ver sufrir

a mamá de esa manera, pero siempre nos sentimos orgullosos

de amar a nuestra madre.

Mis hermanos, el mayor (q.e.p.d.), y el menor, alcanzaron a

convivir con mi familia, mis hijos los querían mucho, de hecho

mi esposo y mi hermano mayor se querían como hermanos, y

mis hijos pasaron momentos muy agradables y felices con él.

Cuando mi tercer hermano, a sus 24 años (y conmigo vivió

aproximadamente cuatro y fue un consuelo para mi familia, ya

que mi esposo había decidido irse a trabajar a los tráileres),

encontró trabajo en Monterrey, se fue a rentar él solo y ahí lo

visitábamos, mis hijos jugaban y convivían con él. Recordaré y

agradeceré lo que para mi familia importó la compañía de este

hermano, actualmente él se casó y vive con su pareja, me da

gusto ver sus éxitos y saber que se encuentra muy bien

acompañado por esta mujer también exitosa y tan agradable.

Con mi hermano el pequeño, ni buena ni mala la relación,

cuando nos vemos nos saludamos con gusto, hablo con él por

teléfono y compartimos especialmente acerca de la salud de

nuestra madre.

Me importa acercarme a ellos, y a sus familias para nutrir

mi SER, y nuestra relación, cada uno de mis hermanos, son

parte de mi vida. Será el tiempo el que nos ponga en orden

como familia. Yo creo que debo de esperar a que mi vida y mi

familia se hayan acomodado, porque yo estoy haciendo

cambios en mí y pienso que todo lo que pasa es porque tiene

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que pasar, y así lo tengo que recibir y aprender llegado el

momento.

Mi abuela crió por su cuenta a sus hijos, un hombre y seis

mujeres. Yo la recuerdo de 65 años, muy guapa y trabajadora,

luchando por educar a sus nietos y cuidar de su hijo alcohólico.

Mi tío era soltero y cuando tomaba, le gustaba pelear, gritar,

era insólito ver que no le importáramos, pero cuando no

tomaba nos sorprendía jugando con todos al dómino, pirinola,

baraja, a bailar o cantar. Mi tío vivió con mi abuela hasta que

ella murió y luego sufrió viviendo en la calle, la única que a

veces lo atendía era mi madre, también alcohólica. Él busco la

ayuda de la madre de mis dos primos, ella y yo lo atendimos

hasta el día de su muerte y le dimos una digna sepultura. De

los dos primos mencionados, mi tío a uno consentía y al otro

maltrataba terriblemente, a mí y al otro primo también nos

pegaba cuando mi abuela le daba alguna queja de nosotros.

Éramos muy pobres, no teníamos baño y mi abuela se

levantaba a las 4:00 a.m. a tirar en un bote el excremento del

día anterior de toda la familia, mi tío se iba a las 5:00 a.m. y

nosotros a las 7:00 a.m. a la escuela, pero siempre había masa

para tortillas o gorditas recién hechas. Mi abuela batallaba para

mantener nuestra educación y sobrevivencia, y mi tío era el

único que trabajaba y daba muy poco dinero porque lo demás

lo invertía en tomar, y ella siempre le decía: “hoy tomas

alcohol como rey, y mañana tomas agua como buey”.

La casa era chica y muy humilde, mi abuela guardaba todo,

todo, yo pensaba que no estaba bien, yo quería ayudar a que la

casa se viera bonita, yo limpiaba, desechaba y acomodaba,

pero cuando llegaba me daba unas regañadas muy fuertes,

aunque yo sonreía como si fueran el costo de mi logro.

Recuerdo que todos los domingos nos levantábamos a las

5:00 a.m. y nos íbamos caminando a la parroquia, al salir de

misa en ocasiones me llevaba al mercado y yo no se dé dónde

pero ella me compraba cuatro taquitos de barbacoa y un

chocomilk, ¡era un banquete para mí!, luego me llevaba a la

plaza de armas a comprar una nieve de fresa. Veíamos a las

ardillas que rodeaban los árboles y todo me parecía muy

hermoso, esos fueron los domingos más felices de mi niñez,

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hoy recuerdo su mirada al verme comer, ella con hambre, ¡qué

sacrificio verme comer y qué amor para regalarme esos

momentos! “Gracias, abuelita, donde te encuentres”.

Fue una mujer que me inculcó mi fe espiritual y el amor en

la práctica. Me hacía sentir cariño y seguridad. Me gustaba

dormir con ella y subirle mi pie y abrazarla, a veces me parecía

injusta porque cuando estábamos solas me consentía mucho y

cuando estaba con alguien decía: “¡Esta niña tan desobediente

y rebelde que no hace caso a nada, ya no sé qué hacer con

ella!”, y claro que era cierto, pero yo en ese momento no la

entendía, era una niña y todo lo tomaba a mal, mi reacción era

rechazarla, avergonzarme de ella y sentir ganas de irme de la

casa.

Hoy le doy gracias a Dios por haber crecido con mi abuela,

a su edad empezar a cuidar a una bebé y darle educación fue

muy difícil en las condiciones que vivíamos y las experiencias

tan duras que pasamos. Ella me abrazaba pero nunca me dijo

que me quería, eran sus cuidados las muestras de su amor.

Fui una niña muy inquieta, mi abuela les pedía a sus hijas

que en cada vacación escolar me cuidaran, pasaba cada verano

con una tía, yo tuve mucha historia con cada familia. Pero

cuando mi abuela me dejaba en casa de cualquier tía, nadie le

daba queja alguna de mi comportamiento, ni yo tampoco del de

ellos, al contrario siempre me halagaban con sus comentarios,

yo sonreía y siempre me pedían que regresara.

Me gustaba mucho jugar con mis primas, eran las

relaciones más bellas de mi infancia, las conservo en mi

corazón. Me gustaba subirme al árbol a cantar, a jugar sin

maldad, sin agresión, sólo gastar energía y convivir.

Pero cuando llegaba la noche sentía angustia, miedo, temor

a un escándalo. Tíos y primos abusaban de mí, con

tocamientos cuando estaba en cama, yo me hacía la dormida,

no podía enfrentarlo, luego lloraba en silencio.

Mi abuela me inscribió en una estancia-kínder llamada

“Amiga de la Obrera”, estuve desde uno hasta los seis años de

edad, entraba a las 7:00 a.m. y salía a las 5:00 p.m., era de

monjas, cuando nos llevaban a desayunar yo siempre tomaba

de los alimentos a mis compañeros y me regañaban mucho por

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eso, pero lo seguía haciendo, ahora pienso que tal vez siempre

tenía hambre. Me encantaba ir a mi estancia, hace algunos años

tuve la oportunidad de tener una estancia infantil a la que puse

mi nombre y luego “Amiga de la Obrera” en honor a la

estancia donde yo estuve, pues guardo en mi corazón hermosos

recuerdos.

Cuando salí de la estancia a los seis años, mi vida empezó

a tener un cambio, recuerdo que a los ocho trabajé por primera

vez. Mi abuela dijo que quería que me enseñara a hacer el

quehacer para no estar de ociosa y con malos pensamientos,

ella quería gratis pero yo pedí que me pagaran. Yo aprendí

rápido porque no me gustaba que me regañaran, y además

ganaba dinero. Me daban veinte centavos a la semana y me

regalaban ropa, con eso yo me sentía muy feliz. En realidad

trabajé desde los siete años: le hacía el quehacer a tías y

vecinas, cuidaba niños, fui cajera a los ocho, trabajé en un

molino de tortillería a los quince, era tan pesado ese trabajo;

terminaba la jornada por solo veinte pesos diarios. Este trabajo

tan duro y mal pagado es el que mi madre desempeñó desde

los doce años hasta su jubilación.

Entre las experiencias más positivas de mi niñez, está mi

gusto por el estudio: yo era muy buena en la escuela,

inteligente, rápida, y competía con los compañeros sacando

buenas calificaciones, me gustaba salir en los eventos

escolares, me hacían feliz.

Actualmente, cada vez que visito a mamá le muestro mi

cariño, y si le comparto mis triunfos es para que se sienta

orgullosa de mí, pero nunca la he mortificado en decirle si

tengo para comer o no. Ella me dio la vida para honrarla, no

para mortificarla. Su casa es humilde, pero propia, la tramitó

en el INFONAVIT por su trabajo, es de material y de dos

plantas, Ella soporta los gastos de su casa, el dinero de su

pensión lo puede invertir en lo que quiera. Mi dicho es: “Si no

le doy, no le quito”.

Contacto a mi madre por teléfono, voy a verla una vez al

año porque ella tiene la costumbre de vender flores cada

noviembre en el panteón municipal de su ciudad natal. Me

pidió ayuda, y lo hago con mucho gusto así aprovecho para

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verla y atenderla los días que voy. La amo tal como es, sin

juicios ni reclamos, antes cuestionaba por qué no me quería; ya

no, ahora le doy gracias a Dios por nuestra existencia; me

quedo con que tengo a mi madre, la puedo ver y escuchar y le

doy gracias a ella por mi vida. Pensar y sentir de esta manera

me hace sonreír y valorar lo que tengo, así como es, gracias a

todo el trabajo de desarrollo personal en Tejedoras de

Cambios, aprendí a sanar cosas del pasado y darle su lugar a

cada relación y experiencia.

Desde que tengo uso de razón, por el medio en el que crecí,

lo que aprendí, y hasta cómo me defendí, fue difícil para mí,

tuve que crecer de esa manera que violó mi dignidad, claro que

también he sentido una necesidad de estar mejor, de tener

buenos pensamientos y he luchado por mejorar mis valores y

creencias.

En los libros de psicología explican que hay etapas sexuales

de la niñez, desde bebés al explorar nuestro cuerpo, al crecer si

no tenemos una guía adulta y responsable podemos caer en

situaciones mal dirigidas. Como lo que a mí me pasó y que me

afectó muchos años por pensar que yo era mala; ahora me

digo: “¡mucho ojo!, antes de juzgarme”. Me asombra lo que de

alguna manera estaba en mí, al recordar los actos grabados en

cada imagen de mi madre, de mi abuela, de mis tíos, y de mi

propia historia.

Muchas veces me sentía triste, sola, vacía, abandonada, con

ganas de cambiar esa vida, lloré, grité al cielo, a Dios, para que

me ayudara a cambiar. Estaba como mi madre, repitiendo su

vida y solo tenía diez años, ahora entiendo por qué sentía tanto

enojo e impotencia sin encontrar salida de ese cautiverio.

Desde muy pequeña observé a mi abuela como mujer

siempre dándole el lugar y la razón a mi tío, a mis primos. Mis

ojos grabaron al hombre con el poder de maltrato a la mujer. El

resultado fue desvalorizarme y desafortunadamente vivir

maltratada. Un día llegué a casa de mi abuela y le dije que

quería e iba a cambiar, ella me abrazó y dijo: “Gracias a Dios

que oyó mis ruegos”, así abrazada a ella sólo quería que no

pasara el tiempo y sentirme amada, protegida, segura; decidí

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que al terminar la primaria me iría a Monterrey a donde vivía

mi tía, mamá de mis primos con quienes crecí.

Desafortunadamente encontré una vida parecida a la que

quería escapar. Y volví a pedirle a Dios que me ayudara, tenía

diez años, pedía ser feliz, tener casa, alimento, oportunidad de

tener una vida digna, un hogar donde me respetaran, no me

importaba ser pobre, pero deseaba luchar por una vida mejor,

regresar a ayudar a mi madre, a mi abuela. Me cambié de

municipio y conseguí empleo en una casa cuidando unos niños,

ahí la señora me permitía estudiar y me inscribí en secundaria.

Entre mis recuerdos más vivos está el nacimiento de mis

hijos. El primero fue en la madrugada cuando presentí que ya

era la hora, su padre me llevó a la clínica del IMSS, yo

ignorante aguanté mis dolores cada vez más intensos, pero

suaves comparados a los que me había dado la vida que viví

hasta ese día. Me sentía sola, era apenas una niña de quince

años, mi fuente se rompió al diez para las doce de la noche y

dio inicio el alumbramiento; y nace a las 12:10, mi bebé, mi

primer hijo. Ese mismo día regresé a la casa con mi hijo en

brazos… y con valor y con fuerzas.

La experiencia más dolorosa y triste de mi vida fue cuando

mi niño tenía un año y ya caminaba, mi pareja y yo

empezamos una discusión que terminó en tragedia, el niño se

salió y se fue a la casa de la dueña, entonces me salí a buscar a

mi hijo, rogué y supliqué, pero se burlaron de mí. El padre del

niño me respondió que me largase, que mi hijo no me lo daba.

Tonta, otra vez tomé malas decisiones, busqué ayuda en unos

policías y dijeron: “¡es su papá, tranquilícese!”. Regresé y

dormí en la calle, al día siguiente: demanda por abandono de

hogar, alegando que era una irresponsable con mi hijo.

Nada conseguí, me volví a destrozar, me faltó luchar por él,

era lo único que grababa mi cerebro, lo que creía, lo que sentía.

Ahora reconozco que me faltó luchar por él y me arrepiento.

Hice lo que en ese momento creí que era lo que estaba a mi

alcance pero no, no me alcanzó, y me duele muchísimo.

Regreso a casa de mi madre, ella me aconsejó que ahí yo no

podría salir adelante, que me regresara. Al año llego a

Monterrey donde me encuentro que un primo con el que yo

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crecí fue encarcelado… y yo pronta fui rápido a sacarlo. Vi un

hombre con una mirada triste, detenido por un pleito del día

anterior, y lo miro yo con ternura y le dije: “no te preocupes,

ahorita aviso para que vengan a sacarte y todo va a estar bien”.

Él serio, con una mirada me agradece. Me enamoró su ser,

pues yo veía en él a un hombre bueno, noble y tierno.

Al principio a su pesar seguimos coincidiendo, lo que

despertaba en mí me animaba a buscarlo, un día él aceptó

llevarme a la casa de mi tía, y así empecé una historia con él,

hoy es mi esposo, es el amor que soñé por mucho tiempo y me

fui a vivir con él a un rancho, sin servicios, sin muebles, estaba

la casa en una propiedad que tenía cincuenta hectáreas sin

vecinos, solo él y yo, en octubre del 87, nos fuimos a vivir en

unión libre y en diciembre del mismo año nos casamos por el

civil.

En el rancho no había chismes, ni nada que interviniera en

nuestra relación, ahí pasé la época más feliz de mi matrimonio,

iniciamos varios empleos juntos: compramos baterías de carro

y fundíamos el plomo; había una hectárea de aguacate y

nosotros le dimos vida, hicimos venta de aguacate, y aunque a

veces eran trabajos rudos, los dos lo hacíamos con mucho

cariño; teníamos animales como gallinas y cochinos;

sembramos también una hectárea de elotes; fabricamos y

vendimos carbón; los dos éramos muy trabajadores y nos

disfrutábamos mucho. Cada fin de semana íbamos a visitar a

mis suegros, ellos vieron cómo cuidaba a su hijo y que era muy

trabajadora, así que rápido me gané su cariño.

Yo enseñé a mis hijos a respetar y aceptar a la familia

paterna sin juicios y así es hasta el día de hoy, por vivir lejos y

no poder viajar seguido no han tenido mucha convivencia con

la mía propia, a pesar de eso, también en mis hijos existe un

respeto para su familia materna.

Pero me duró poco el gusto, pues en los años que siguieron

vivimos momentos duros: diferencias, distanciamientos,

impotencia, depresiones, adicción, carencias, maltrato,

desesperanza. Ninguno de los dos teníamos que encontrar esta

violencia con personas ajenas, nosotros mismos nos

encargábamos de ello con nuestras creencias, nuestro

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machismo e historias repetidas, habíamos aprendido a vivir

para complacer y vivir para desesperar, desvalorizando nuestra

esencia y vitalidad.

Mucho más de todo esto que cuento me gustaría omitirlo

por mis hijos y seres queridos, pero es un regalo para mí verme

en este espejo: la falta de valores nos marca a repetir cosas

incorrectas. Hoy pienso que el valor del respeto y la honradez

da el valor como individuo, que esos actos quedaron en el

pasado y me quedo con el aprendizaje de vida que me hace

crecer, y no con los juicios de mis errores.

Nuestro hijo mayor nació el quince de enero de 1989, a las

22:35 y pronto lo tuve en mis brazos y pude sentir el gozo de

felicidad después de la pérdida de mi otro hijo mayor. Durante

sus primeros meses lo cuidé con mucho amor y ternura; lo

quiero mucho y me siento muy orgullosa de él. Con su llegada

volví a tener esperanza en ser feliz,

Después de seis meses de nacido nuestro hijo, mi esposo y

yo nos sentíamos muy mal, él se deprimió, fue en los tiempos

cuando yo me peleo con su hermana y él tiene un disgusto

pasajero con su papá. Nos sentíamos muy solos y yo asumí un

papel equivocado para darle apoyo moral a mi esposo y salir

adelante. En esta parte me causa dolor compartir esa actitud

que tomamos, pues yo trataba a mi marido como un hijo más,

afectando mi relación con nuestros hijos, y tenía que estar con

él complaciendo en todo lo que él quería y demandaba, sin

límites; yo complaciente, él dominante. Ahora sé que si quiero

que las cosas cambien en mi vida, yo tengo que dejar de hacer

lo mismo.

Una de las acciones que realizó quien ahora es mi esposo, y

que más le reconozco y que tantísima importancia tiene en mi

vida, fue ir a buscar a mi hijo mayor y poder luchar para

atraerlo a convivir con nosotros. Claro que era muy pequeño y

no obtuvimos respuesta, así lo hicimos cada año hasta que un

día él vino a terminar su secundaria y le festejamos sus quince

años. Gracias, gracias, gracias.

Claro que no estábamos familiarizados con él, nos

estábamos conociendo, y vino en varias ocasiones. Mi mamá

decía que tenemos el mismo carácter y por eso chocamos, creo

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yo que sí, y sí acepto que con mi forma de ser y mis cambios

emocionales pronto salíamos disgustados, entonces él se

regresaba a vivir a su tierra natal con las personas que lo vieron

crecer, a quienes yo siempre agradeceré, pues ellos cuidaron su

vida.

Cuando me lo encuentro en casa de mamá me evade, pero

creo en Dios y que algún día sanara su corazón. Hoy le digo:

“hijo, te quiero y espero algún día unir nuestras vidas en

reconciliación, te deseo plenitud en la tuya propia, gracias por

existir, tú cambiaste todo para mí”.

Fue una sorpresa ver a mi madre llegar para cuidarme a mi

segundo hijo, porque mi esposo y yo nos casaríamos por la

iglesia, el 26 de julio del 1992, y asistiríamos a en un retiro

matrimonial cuatro días antes de dar a luz a mi única hija

mujer, uno de mis tesoros que amo y admiro, además de que

me siento muy orgullosa de ella.

Mamá y yo chocábamos en la convivencia diaria y yo me

sentía incomprendida y rechazada, y no pude disfrutar el

acompañamiento, pero esperó el nacimiento de mi hija. Como

tampoco yo crecí con ella, sucedió igual que con mi hijo

mayor, porque no es fácil entender las formas de ser al

conocernos ahora, además de que en aquel tiempo yo no había

trabajado todavía mis sentimientos.

Nació mi hijo menor el cuatro de agosto de 1994 a las 11:10

y mi esposo estuvo conmigo en esos momentos, fue un parto

muy tranquilo, sin dolores ni angustia; inclusive él festejó en

casa porque había nacido su hijo y era hombre.

Mi esposo estaba desesperado, aunque estable en sus

trabajos ya no quería estar con su papá, y se le metió a la

cabeza el irse a probar suerte a Reynosa, pues le habían dicho

de una compra de chatarra que manejaba tráiler y su sueño era

trabajar en esos vehículos, así que sin más palabras me dijo

que se iba. Lloré, pataleé, le rogué, que no se fuera pero fue

imposible: su decisión estaba tomada. En septiembre del 98 se

va, aunque luego el amor o mis miedos siempre hacen que le

perdone todas sus ocurrencias y maneras de ser.

La muerte de mi suegro me dolió tanto a mí como a mis

hijos, pues él fue como un padre para todos, nunca voy a

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olvidar su apoyo incondicional. Era gruñón pero bueno y con

su muerte dejó un hueco y vacío entre mi esposo y yo, porque

él nos quería ver juntos y felices, siempre exigió

responsabilidad matrimonial a su hijo.

Otros de los hallazgos que encuentro es qué si éramos y

somos tan trabajadores, ¿por qué siempre hemos batallado con

el dinero?, pero fue, y lo reconozco hoy, muy mala

administración. Si no era una cosa era en otra pero siempre

estaba activa trabajando para que no se le hiciera pesado a mi

marido el mantenernos y que me fuera a dejar, yo quería que

siempre me admirara en todo y que nos hiciéramos ancianos

los dos juntos y no pierdo la fe de que sea así.

Los compadres y mi familia nos juntábamos muy

frecuentemente, recuerdo un día que me llevaron Las

Mañanitas y mi esposo haciendo presencia con los compadres.

Fue única esa ocasión, para mí era muy agradable e importante

sus muestras de cariño. Sus hijos y nuestros hijos jugaban

mucho, para mí ellos ocuparon el lugar de la familia que yo

necesitaba, tanto que se volvieron amigos como parientes

carnales, y en nuestras reuniones hacíamos varias dinámicas

donde involucrábamos el valor matrimonial y todos teníamos

un aprendizaje.

Fui muy apegada a mis hijos en la escuela para cuidar sus

calificaciones y comportamientos, y así ayudar a formar hijos

buenos como lo son hasta ahora. En todo este proceso traté de

ser con mis hijos comprensiva aunque a veces fui muy

enojona; dedicada, pero muy exigente en sus calificaciones;

amorosa y en otras ocasiones dura; entregada y otras

descuidada; pero eso sí, adoraba a mis hijos, eran mi motor de

vida, mi valor para seguir fuerte.

Mis hijos me dieron fuerza para empezar a buscar mi

valorización personal, con equidad, porque no existen en la

biblia ni en las relaciones humanas un derecho otorgado al

hombre o a la mujer, donde se imponga control a la pareja

pasando por alto su dignidad.

Hoy sé que todo mi pasado es algo que no puedo cambiar,

pero sí la mirada y encontrar un regalo, que tengo que estar

cuidando mis emociones y abrir mi regalo cuando esté

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caminando en círculos, con dudas, miedos, inseguridades,

apegos y no quiera soltar algo que tampoco me permita

avanzar.

Es por eso que incluyo lo bueno y no tan bueno y considero

que por más malo que se vea en los tiempos que sucedieron

nunca pensé en hacer daño, solo pensé que eso que hacía era lo

correcto… aunque hoy leyendo mi relato encuentre cosas

incorrectas, valoro ver a mis hijos hoy resolviendo sus vidas,

igual que yo con cosas buenas y no tan buenas para los ojos de

cada uno, pues esto es parte de la vida.

Cada quien es dueño del sentido que damos a nuestra

interpretación. No hay gente perfecta, sólo en desarrollo,

somos seres en evolución con necesidades y deseos personales,

con cualidades y defectos, y cada quien decide capitalizar lo

que nos funciona para avanzar. El tiempo es nuestro mejor

juez, lo que hayamos hecho de bueno y no tan bueno tendrá

muchos frutos y se refleja en el futuro, ojalá y podamos abrir

nuestro regalo de vida en compañía de Dios, eso nos puede

ayudar a encontrar en nuestro camino todas las herramientas

que necesitaremos para vivir en plenitud y no sólo sobrevivir

en un pantano de experiencias mundanas.

Ahora al escribir me asombra ver cómo era, desde niña,

fuerte y rebelde, activa y resuelta a enfrentar y mejorar.

Encaminada en la búsqueda de una vida mejor, lograba

levantarme cada vez que caía, iniciar otra vez con mejores

decisiones, y sí encontré ayuda: a veces fueron personas,

oportunidades de trabajo, pláticas o cursos para crecer como

ser humano.

Lo que ha sido mi fuerza, durante mi existencia es practicar

y alimentar mi área espiritual y mi búsqueda para ser mejor, en

talleres de Desarrollo Humano crecer y agarrar el volante de

mi vida, parada en responsabilidad, asumiendo que los límites

en mi vida los pongo yo en el aquí y ahora. Sé que en nada de

lo que he pasado hay un culpable, sino aprendizajes en mis

vivencias circunstanciales, vivencias como un árbol, con hojas

caídas en cada cambio de estación.

Crecer duele y para que el próximo año fuera mejor y con

nuevas hojas, hay que estar en evolución cada año. Así es mi

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vida, cada latido de mi corazón es una frecuencia de

pensamientos y maneras de SER, en actitud positiva dentro de

lo que puede juzgarse negativo.

Más tarde acudí muchas veces a consultas psicológicas.

Ahora he aprendido que aun en otros ambientes también se dan

algunos de estos problemas, los más generales, los sociales; lo

que sí me he preguntado es si acaso sería diferente si yo

hubiera pasado mi infancia con mis padres.

Fue importante en mis cambios estudiar Acupuntura, al

aprender herramientas y habilidades que aportan al cuidado de

equilibrio humano y de la salud, en lo físico y lo emocional,

cuando me sentía débil, frágil o cabizbaja, el uso de esta

práctica era como si brotara un roble dentro de mí, para que

nadie me volviera a tumbar o pasar sobre mi dignidad.

Los cursos de Tejedoras como el “Guión de mi Vida”,

Diplomado Tejedoras de Vida, y “Manejo de emociones y

conflictos” han sido el primer cohete lanzado al espacio de mi

alma para poder ver lo maravilloso de mi SER, y lo que es la

vida misma, mi despertar dándole una visión diferente a mis

vivencias. También tomé en otro lugar talleres de Desarrollo

Humano, muy importante mi Licenciatura en Educación,

donde se me dio la oportunidad de aprender y donde encontré

el sentido de lo vivido, claro esto es un proceso continuo.

Querida familia en el curso de mi autobiografía pude

plasmar mis vivencias, mas quiero agregar a cada uno de

ustedes lo siguiente:

A mi hijo mayor, Ricardo.

Reconozco las circunstancias y vivencias de tu vida que

involucran las pésimas decisiones que tomé en aquellos

momentos y de las que hoy me doy cuenta. Te amo y espero

que un día volvamos a compartir la esencia del amor

maternal; en mi corazón ocupas un espacio con valor similar

al que un día ocupaste en mi vientre y hasta el día de hoy en

mi vida.

Creo que la existencia es una sucesión de batallas y no

siempre se gana, pero sí se aprende para aminorar el dolor

que nos aleja de nuestra esencia. Las emociones no son

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mochila para cargar, sino un regalo para recibir. Soy el

manantial de la vida, tómala para ser quien hoy eres, sin

juicios.

Crecer duele, y entre más aceptemos lo que vivimos más

invisibles serán las cicatrices. Crecer es aprender a atravesar

aquello que no nos gusta y que es parte de nuestra historia. Y

la vida no es una estación para detenerte, así como la felicidad

no es magia ni un lugar donde llegar, es una actitud que tomas

ante la vida. Te amo y te abrazo.

A mi marido Jerónimo:

En nuestro acompañamiento durante estos 28 años, he

valorado verte como un hombre del que sigo enamorada. Por

tus habilidades para hacer arreglos de la casa, para compartir

los quehaceres del hogar y luchar ambos para vencer nuestros

defectos pensando en nuestra relación, y por crecer juntos en

nuestras formas de ser. Juntos podemos vencer los miedos que

atan la libertad de ser feliz.

Te doy las gracias por el ejemplo de ser un hombre

trabajador y cuidar de nuestros hijos. Te amo.

A mi segundo hijo, Enrique:

Desde que planeé tu venida, tienes tu lugar importante en

mi corazón. Siempre te hemos visto como un hombre exitoso,

grande en los negocios, con una familia feliz.

Hoy te digo: cierra tus ojos y reconoce tus fortalezas dentro

de ti y sigue luchando hasta lograr tus metas. Te quiero mucho

y te dejo mis fortalezas para que vueles alto. Yo te sonrío y

quiero verte feliz.

A mi tercera hija, Mariel:

Te amo y me siento orgullosa de ti. Sigue volando, no

pares, sueña, crea, nunca pierdas tu esencia, tú eres valiosa y

única, tu dignidad no la puedes arriesgar nunca, trabaja en tu

desarrollo personal y profesional.

Escucha tu sentir y atiende tu intuición, tus emociones son

la base para tomar las mejores decisiones para alcanzar tu

plenitud.

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Eres una mujer exitosa, grande, empoderada, feliz y

amorosa.

A mi cuarto hijo, Jaziel:

Eres un hombre con grandes regalos para tu vida.

Yo deseo que tú veas que puedes ser mejor que tus padres y

así tener el éxito y la abundancia en tu vida.

Agradezco que siempre estés al pendiente de tu familia,

siendo un padre y esposo responsable.

Te amo.

Hoy doy gracias a Dios por mis logros, y mi ser de mujer

muy trabajadora, exitosa, amorosa, libre, empoderada,

sonriente, feliz, positiva, entusiasta, creativa, lectora, y

escritora. Soy mujer de fe, de esperanza y de servicio. Me

rediseño cada día para lograr ser quien quiero ser, amo mi

sexualidad, mi esencia y estoy trabajando mi aceptación y mi

desapego.

Este es el final.

Somos una familia en desarrollo.

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Imago - Brisa de tormenta “… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”

(Juan, 8:32).

Esta frase se aplica en mí perfectamente.

Mi niñez

Nací en Nuevo Laredo. Soy la penúltima de once hermanos,

tres de ellos murieron antes de cumplir un año.

Durante unos años vivimos junto a mi abuela. Su patio y el

nuestro era el espacio donde un montón de niños traviesos y

juguetones inventaban a diario juegos que empezaban con el

amanecer y terminaban con el ocaso.

Cuando yo tenía cuatro años, papá pensó que vivir en un

pueblo pequeño nos ayudaría a tener una vida más tranquila y

segura y nos llevó a vivir a una zona rural de Montemorelos.

Todo era nuevo y maravilloso para mí; sobre todo la libertad

que allí tenía. El cambio de vivir en una ruidosa e insegura

ciudad a la tranquilidad de aquel lugar donde podía correr y

llegar hasta el horizonte -sin que hubiera peligros reales-, era

un sueño.

A papá y a mí nos gustaba salir a caminar. Aunque la hierba

alta casi me cubría y hacía que me sintiera perdida en la

inmensidad de la pradera, bastaba con llamar a papá y él

respondía: “Aquí estoy, hija”, y mi temor desaparecía. Quizás

yo no supiera dónde me encontraba, pero él sí lo sabía. A veces

me alejaba de la casa y me sentía asustada cuando no sabía

dónde estaba, pero veía a papá y me acercaba a él, entonces él

me tomaba de la mano o me alzaba en brazos y me sentía

segura.

Papá y yo no hablábamos mucho, pero compartíamos todo

y nos entendíamos sin hablar. Por las mañanas después de su

café matinal, salía a respirar el aire fresco y puro. Yo lo seguía

de cerca y cuando me veía caminando junto a él, me tomaba de

la mano y caminábamos juntos. En ocasiones yo le preguntaba

cualquier cosa y él con paciencia me escuchaba y respondía,

otras veces tomaba mi mano y me llevaba a ver el nido de una

tórtola o el hueco de una ardilla en un árbol, pero nunca me

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inquietó saber a dónde íbamos o ver cuánto nos alejábamos de

la casa; si iba de la mano con él, me sentía segura. Aunque

llegásemos al fin del mundo, a su lado me sentía protegida. Así

es mi relación con Dios ahora. Puedo decir que tuve una

infancia feliz.

Un año después del cambio (de Tamaulipas a Nuevo León),

mi abuela paterna se reunió con nosotros y vivió sus últimos

cuatro años en nuestra casa. Papá le construyó un jardín

rodeado de árboles. Era una delicia verla cuidando de sus

plantas y sus flores que tanto amaba. Cada mañana, ella

regaba, podaba, limpiaba o rediseñaba su jardín; entre sus

plantas no había hojas muertas o plagas. Después, cuando

quedaba satisfecha con su trabajo, se sentaba bajo la sombra de

los árboles a leer sus novenas, sus libros de oraciones o

historias de los santos, o se sentaba en su mecedora a rezar el

rosario.

En una esquina de su recámara tenía un altar que ocupaba

una quinta parte de esta, llena de imágenes, estatuillas y

cuadros de Jesucristo, de monjes, mártires y santos; escenas de

la Biblia o representaciones de algún episodio histórico de la

iglesia. Ella me enseñó a rezar, a recitar el rosario, a ofrecer

ayunos. Me presentó también a un Dios severo y castigador;

me daba la impresión que el Dios que ella conocía estaba

viéndonos constantemente para escribir en su libreta de

castigos nuestros errores y hacernos pagar por nuestras culpas,

por pequeñas que éstas fueran.

Nos enseñó también las reglas básicas de las buenas

costumbres, ya que ella venía de una “familia de sociedad”,

aunque los buenos modales pueden resultar chocantes,

estorbosos o ridículos cuando el entorno no es el apropiado y

ello nos acarreó el mote de “las presumidas”.

Abuelita nos enseñó muchas cosas, pero todo a base de

temor. Ese temor me acompañó durante gran parte de mi vida.

A pesar de ello, mi abuelita era dulce conmigo y no me gustaba

verla sola y pensativa. En cuanto me era posible, iba y me

sentaba a su lado, ella parecía disfrutar los relatos confusos y

apresurados de mis aventuras infantiles y yo era feliz de tener a

alguien que me escuchara con atención. Es difícil, para una

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niña de cinco años, entender que los adultos necesitan con

frecuencia lapsos de soledad para organizar sus ideas y sus

sentimientos. De ella recibí consejos y enseñanzas que

permanecen vigentes. Lo que le aprendí, aún puedo aplicarlo a

mi vida. La imagen que guardo de mi abuela es de una

ancianita dulce y frágil, amable y llena de ternura.

Mi adolescencia

Mi adolescencia, sin embargo, creo que fue la etapa más

difícil de mi vida, quizá porque nadie me advirtió de los

cambios que habría de pasar. No me refiero a cambios físicos,

sino a la confusión, los cambios de ánimo, la tendencia a la

depresión…

Papá cambió completamente su actitud conmigo y me

trataba con una ligera aspereza, igual que a mis hermanas.

Tardé unos años para entender por qué. Él amaba a los niños/as

por igual porque son inocentes y tiernos, pero al llegar a la

adolescencia empiezan a sentirse atraídos por el sexo opuesto y

a tener “sensaciones prohibidas” que conducen al pecado (en

especial las mujeres). Así que, según papá, la mujer es el

motivo que hace que el hombre peque y eso nos convierte en

una especie de demonio.

Jamás he conocido a alguien tan dramáticamente tímida

como lo fui yo. No puedo decir que tenía la autoestima baja;

¡mi autoestima simplemente no existía! No culpo en ninguna

manera a mis padres; ellos me criaron como mejor pudieron.

Ellos intentaron hacer lo mejor partiendo de su propia

educación. Además, siempre consideraron mejores personas a

quienes eran sencillos y modestos y repelían a todo aquel que

manifestara un gesto de orgullo o vanidad y fue lo que

quisieron que aprendiéramos. Aunque me hubiera gustado

escuchar palabras alentadoras en mi infancia y juventud. Frases

como: “¡Tú puedes!” o “¡Lo hiciste bien!”, hubieran ayudado a

vencer mi timidez o, mejor dicho, no habría desarrollado esa

inseguridad. Así nos “inculcaron” la modestia. Frases como:

“¡Eres una inútil, floja, tonta...!”, eran parte del vocabulario

diario... con un lenguaje más florido, por supuesto.

Por ser la más pequeña de las niñas, solía sentirme excluida

por mis hermanas. Yo era eternamente la bebé para ellas.

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Naturalmente hubo momentos de felicidad. Me enamoré y sufrí

decepciones muchas veces.

Yo tenía quince años cuando conocí a mi primer amor y él

25. Él era cliente en el negocio de papá, donde yo ayudaba.

Tenía una personalidad muy dulce, era simpático, alegre y con

mucho carisma. Naturalmente me enamoré, pero él siempre me

trató como a su hermanita. Siempre oculté a todos lo que sentía

por él. Cerca de los 19 comenzó a pretenderme sin ser claro ni

directo, por tanto yo no podía corresponderle. Unos meses

después me pidió que me casara con él, lamentablemente,

mejor dicho afortunadamente, en esos días supe que estaba

viviendo con una mujer.

Por supuesto, lo negó y torpemente me confesó que su plan

inicial era casarse conmigo para explotarme, pero que ahora

me quería; usó otras palabras, desde luego. Yo ya no quise

hablar con él y se fue. Dos años después regresó con una niña

de casi dos años, su hija. Yo era muy joven e ingenua, y bueno,

no es difícil imaginar cómo me sentí durante ese tiempo:

humillada, tonta, ridícula, avergonzada y sola. Caí en

depresión. Gracias a Dios mi familia fue mi apoyo. Entonces

me aferré a Dios y de esa manera pude sobrevivir. Yo no tengo

de qué arrepentirme ni avergonzarme, sin embargo, el recuerdo

de las heridas sigue allí.

El dolor y soledad me impulsaron a buscar a Dios y mi

alma encontró paz. En mi búsqueda de un mejor conocimiento

de la voluntad de Dios para mi vida, me fui introduciendo en

las religiones. Éstas me impusieron mayores restricciones a mi

vida llena ya de límites; con reglas y juicios interminables.

Aclaro y repito: Dios me dio luz y esperanza, pero la religión

mal entendida -la religión manipulada por hombres (en el

sentido de humanidad)- puede volverse en nuestra contra y,

lejos de ser de bendición, se convierte en un yugo difícil de

soportar. Sumisión, abstinencia, obediencia absoluta, orden…

contrario a las palabras del apóstol Pablo:

“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los

rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el

mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni

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gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y

doctrinas de hombres)?” Col 2:20-23.

Además de inútil me sentía mala persona, porque no

entraba en el molde de santidad que las iglesias o religiones

demandaban.

Me consagré en cuerpo y alma a buscar una perfección

imposible de lograr. Me volví rígida y severa conmigo, no me

permitía siquiera pensar algo indebido. Todo, mis

pensamientos, palabras y acciones debía de ser puro,

absolutamente todo. Tal fue mi renuncia al mundo que ya no

escuchaba música secular, evitaba las fiestas y las

conversaciones que no tuvieran relación con la iglesia, la

religión, la Biblia o Dios y entré a un tipo de letargo emocional

que se extendió durante veintitrés años.

Mi juventud

Mi juventud pasó sin las grandes aventuras que mi espíritu

deseaba. Reprimida por la familia y la religión, la verdadera

Yo no podía salir. Era como si una persona más alegre y

extrovertida viviera dentro de mí y quería ser libre, pero la Yo

exterior -la Yo que había sido moldeada conforme a nuestra

cultura-, la reprimía. Una y otra estaban en constante guerra.

No tuve la oportunidad de cursar la preparatoria. Para

continuar estudiando era necesario ir a vivir a la ciudad y papá

no lo hubiera permitido. Siempre preocupado por nuestro

bienestar y por el daño que pudieran causarnos si él no estaba

protegiéndonos, pero su mayor temor era que “deshonráramos

la casa” si resultábamos embarazadas siendo solteras.

A los 24 años conocí al que ahora es mi esposo. Me casé

enamorada. Era un amor maduro, mesurado y prudente; a pesar

de ello no pude evitar verlo como un príncipe de cuentos. Al

poco tiempo me di cuenta que no lo era, sino solamente un

hombre común, con todas nuestras costumbres de siglos

pasados, vigentes al cien por ciento.

Estando casada, adquiría otro rol, más rígido aún. Ser

esposa y madre es satisfactorio cuando es un ideal, sin

embargo, también es muy demandante y poco valorado;

además, se podría decir que la mujer se vuelve invisible o

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queda anulada, solo es “la esposa de...”. Y cuando los hijos

crecen, se convierte en “la madre de...”. No me arrepiento de

haberme casado ni de haber dedicado veinte años de mi vida

completamente al cuidado de mi familia. Mis hijos son mi

orgullo y satisfacción. Creo que hice un buen trabajo.

Mis padres

Mis padres se fueron el mismo año, con una diferencia de

ocho meses. Cuando papá se fue me sentí desorientada,

perdida, porque su rigidez me anclaba en el amparo de un

puerto seguro. Papá tenía el carácter fuerte, no se dejaba vencer

ante las adversidades.

A principios de los años ochenta, cuando él tenía 62 años,

perdió todo lo que invirtió en el negocio familiar; únicamente

le quedó una deuda bancaria con muchos ceros. Nunca se

quejó ni se rindió, al contrario, trabajó con más entusiasmo

hasta recuperar el patrimonio familiar. A los 65 tuvo un

accidente que lo dejó en cama durante mucho tiempo. El

pronóstico médico era que posiblemente no volvería a caminar

debido al golpe que recibió en la columna y que desvió una

vértebra.

Sin embargo, papá no aceptó ese diagnóstico y ocupó su

tiempo de convalecencia a leer, escribir y hacer planes para

cuando se recuperara. Y así fue. Después de varios meses,

apoyado en un bastón, salió a trabajar en lo que más amaba.

Nadie se atrevió a detenerlo. Papá, con su modo de vida

intachable, siempre nos inculcó la rectitud, la tenacidad y el

amor por el trabajo.

Mamá era una mujer tenaz, de un carácter firme forjado por

el sufrimiento vivido. Quedó huérfana de madre a los seis

años, cuando nació la más pequeña de seis hermanos. Por ello

sabemos muy poco de la historia de mi abuela Pilar; lo poco

que sé de ella es que era una indígena auténtica. Aunque sufrió

el maltrato y abandono de parte de mi abuelo, ella lo buscó y

vivieron juntos nuevamente.

Apoyada por su suegra, la bisabuela Cuca, obligaron a mi

abuelo Felipe a dejar a su nueva pareja para hacerse

responsable de sus hijos. Incluso “La Gringa”, la nueva pareja

de mi abuelo, también la apoyó. Cuando mi abuela Pilar murió,

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mi abuelo se aficionó al alcohol, todos creían que era de

arrepentimiento por haber tratado tan mal a mi abuela. Lo

cierto es que el vicio aumentó su conducta agresiva, que derivó

en maltrato rayando en la tortura para mamá y mis tíos.

Unos años después se unió a una mujer que tenía tres hijos

y la vida empeoró para mamá. Mi abuelo los maltrataba a

todos, además que les obligaba a trabajar como hombres

adultos. Poco tiempo después, Paula, la madrastra, se fue con

sus hijos al lado de su familia. Cuando mamá era adolescente,

llegó Luz, su segunda madrastra. Al lado de Luz, Paula parecía

un ángel.

Mamá nunca supo lo que era una palabra de cariño o de

aliento. Lo que aprendió fue a golpear, a maldecir, a insultar.

Aun así, mamá nos decía y demostraba que nos quería más que

a todo.

Se casó a los 24 años, más por salir de su casa que por estar

enamorada. Se diría que el matrimonio de papá y mamá era de

“conveniencia”; papá tenía con él dos hijos pequeños de un

matrimonio anterior y necesitaba quien los cuidara. Al

principio, las cosas se mantuvieron en paz, pero unos años

después tuvieron problemas debido a los hijos y a las parejas

anteriores de papá. Él quería disolver su matrimonio con

mamá, pero ella no lo permitió. No quería quedarse sola y

repitió, de alguna manera, la historia de su madre.

Con tres niños, un hermano y una carta de papá consigo, se

fue de Valle Hermoso, Tamaulipas a Nuevo Laredo a buscar a

su suegra, a quien no conocía. Por ser tan trabajadora y

diligente, mi abuela María la aceptó con agrado. Después papá

se reunió con ellos y vivieron juntos durante varios años.

Admiré a mamá por su creatividad, su laboriosidad, por ser tan

responsable, pero sobre todo por su valentía.

Tengo muy presente una anécdota de su valor y coraje

cuando yo era niña. Un nuevo profesor llegó a la primaria

donde estudiábamos, tenía un carácter de los mil demonios. Un

día, por un incidente menor, descargó su ira sobre las espaldas

de dos de mis hermanas, golpeándolas con una vara en

repetidas ocasiones; ellas regresaron a casa e informaron a

mamá lo sucedido; jamás vi a mi madre tan enojada. Se quitó

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su delantal y se fue a la escuela. Le reclamó al profesor su

comportamiento y él no sabía qué decir. Mamá, a pesar de

estar furiosa, no dijo nada fuera de lugar ni usó un vocabulario

inapropiado. Ese día vi a mi tierna, abnegada, sumisa y tímida

madre como una heroína que estaba dispuesta a defender a sus

hijos contra quien fuera. Desde entonces supe que contaba con

ella en cualquier dificultad.

Cabe decir que cuando decidí retirarme de la religión

tradicional, ella me apoyó aunque no estaba convencida del

todo de que mi decisión fuera lo más sabio. Mamá, una mujer

de conducta irreprochable, nos enseñó la decencia y el decoro.

Constantemente leemos reflexiones sobre la importancia de

decir o hacer por los demás en vida, pero yo nunca le dije

cuánto agradecí su entrega y abnegación. Le dije muchas veces

cuánto la amaba, sin embargo nunca expresé con palabras mi

admiración y agradecimiento. Dondequiera que estés: Te amo,

mamá. Gracias por todo. Fuiste una madre maravillosa.

Cuando mamá partió con el Señor, yo me sentí abandonada

y completamente sola. Me sentí como una niña perdida.

Dediqué tiempo para mí, para ordenar mis ideas, mis

pensamientos y prioridades. Un día, pensando en ella, en sus

sufrimientos, su sumisión, su obediencia, sus renuncias a tantos

sueños; pensé si habría valido la pena. Siempre dijo que lo

hacía por nosotros. Y si lo hizo por nosotros, para que no

sufriéramos ¿por qué debía yo de padecer lo mismo? Decidí en

ese momento que iba a luchar por mí: a realizar planes

personales donde no estuvieran involucrados terceros, esposo e

hijos.

Prometí que, por ella y por mí, no permitiría más maltrato.

Asumiría mi vida con responsabilidad y trabajaría por mi

libertad. La libertad interior que nada tiene que ver con

cadenas, muros o papeles. Simplemente, quería saberme capaz

de tomar decisiones.

Es difícil entender y aceptar la muerte. Es imposible

encontrar la palabra adecuada que dé un poco de consuelo.

Cuando papá y mamá murieron, sentí que una parte de mi vida

se fue con ellos, pero me dejaron parte de su vida también, no

sólo a mí, también a cada una de las personas que los

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conocieron y lo amaron. Me dejaron su enseñanza, el deseo de

servir, me dejaron hermanos, me dejaron fe. Así que, mientras

yo los recuerde, cada vez que comparto una anécdota de ellos,

cada vez que aplico sus enseñanzas en mi vida y cuando las

transmito a mis hijos, cuando su ejemplo guía mi vida, cuando

cuido una flor, cuando tiendo una mano para ayudar, ellos se

mantienen vivos en mí.

Tejedoras

El aprendizaje en Tejedoras ha sido fructífero. En el

trayecto, acompañada por personas que fueron convirtiéndose

en buenas amigas, fui descubriendo verdades que fueron

revelando la raíz de muchas heridas.

Dios me sorprende cada día al ver cómo Él fue abriendo

puertas y poniendo en mi camino a personas que me ayudaron

a ver que había alternativas, pero también que yo soy la única

responsable de lo que permito en mi vida.

Cuando estamos en ese sopor cómodo y paralizante, como

en el que me encontraba, es difícil ver que hay otras opciones.

En varias ocasiones leí, o tomé talleres orientados al desarrollo

personal, a mejorar la autoestima, etcétera, eran amenos y

motivadores, pero por estar en ese estado de semi-

inconsciencia me parecía que no los necesitaba mucho -yo no

estaba tan mal, según mi propia opinión-. Me parecían

exagerados y que movían a la rebeldía. Este diplomado fue

diferente.

Me hicieron llegar hasta el origen de mis conflictos. Reviví

dolores, perdoné ofensas, acepté lo que no puedo cambiar y

entendí que todo es parte de mi historia, de esto que ahora soy.

Si bien considero que son estas experiencias -buenas y malas-

las cuales, una a una van creando como un rompecabezas y se

va formando lo que somos, también creo que en ocasiones, las

piezas no embonan por estar fuera de su lugar y no armonizan,

en conjunto, con lo que realmente somos; entonces, es

necesario reacomodar lo que está fuera de su sitio para tener

paz y estar satisfecha con lo que somos y hacemos.

Hoy

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Me siento bendecida. Actualmente estoy trabajando en lo

que más me gusta.

En este viaje he aprendido a aceptarme y a valorarme tal

cual soy; con mis muchos defectos y reconociendo mis

virtudes, pues he aprendido a conocerme. He aprendido a

asumir mi vida, a actuar sin culpa, a hacerme responsable de

mis decisiones, sin culpar a los demás, a mi entorno, a las

circunstancias o a mi historia. He aprendido a no tener miedo,

sabiendo que cada día trae nuevas experiencias y nuevas

lecciones; que crezco más atreviéndome, que quedándome en

la comodidad de mi encierro.

Quedó atrás la mujer que pensaba que si pasaba esto o

aquello, o si las personas se alejaban o se iban, no lo podría

soportar. Ahora me reconozco fuerte. Sé que vendrán nuevos

eventos que me causarán tristeza o dolor, también eso es parte

de vivir.

La nueva Yo, o podría decir: la Yo que estaba oculta y

temerosa, surge y me reconozco con capacidades que no creí

tener.

Los linderos sólo estaban en mi mente. Me gusta saberme

valiosa; no como un ser extraordinario, sino con el valor

inherente de cada ser humano.

Me falta mucho por recorrer, por aprender;

afortunadamente ya no voy a ciegas; encontré el camino y el

medio.

“...y conocí la verdad sobre mí, y la verdad me hizo libre.”

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La que estoy siendo, gracias a la que fui – Fresca Calidez

Aclaratoria:

Antes de empezar, quiero aclarar que durante la elaboración

de este escrito, justo cuando comenzaba a redactar esas

historias que a pocos nos gusta escuchar pero que cobran un

gran significado luego de que hemos aprendido de ellas, justo

en ese momento, de pronto, un aire de angustia y preocupación

me invadió. En mi cabeza sólo podía detectar las siguientes

preguntas: ¿Qué podrían decir las personas que aquí

menciono? ¿Cómo se sentirán al leer esto?

Aunque la versión de los hechos que aquí describo es mía.

Repito: es mi versión, mi sentir, mi percepción y se vale; no

espero que a todos les agrade, lo acepten y mucho menos me lo

festejen.

Se vale porque no hay, hasta ahorita, un manual en dónde

nos digan claramente en qué situaciones debemos sentirnos de

tal o cual forma… lo que menos quiero es que al leer esto

“alguien” o “algunos” se sientan ofendidos por lo que aquí

leerán, sin embargo, comprendo que todos tenemos y creo que

aún yo misma tengo algo de esas frases que actualmente se

siguen usando: “No llores, no te enojes, así fueron las cosas, te

estás confundiendo, estás equivocada”.

Por supuesto que hoy tengo otra versión de mi historia,

aunque quizá los hechos sean los mismos. Hoy los estoy

viviendo, sintiendo, narrando y construyendo de una manera

muy distinta. No sé si el dolor ya pasó, si me duele de manera

diferente o si, incluso, cambié el dolor por el aprendizaje; el

caso es que hoy son las grandes bases que me sostienen de una

manera más armoniosa y con una mirada más amable,

principalmente hacia mí.

Hoy, a mis tantos años, he tenido más actualizaciones

(como en los programas de las computadoras) en ideas y

pensamientos que cuando recién tuve conciencia del paso del

tiempo al terminar mis niveles básicos de educación. Esta

actualización de información no es académica, sino de

vivencia, de experiencias íntimas, hablando propiamente de mi

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Yo real, de mi esencia. Hoy tengo una conciencia diferente (y

por lo mismo, directamente proporcional a mi responsabilidad

conmigo) de lo que digo, hago, pienso, siento, evado, omito,

etcétera.

Después de tantas y tantas vueltas, aquí estoy:

recordándome, resintiéndome, re-escuchándome, re-

descubriéndome, renovándome... ¿y por qué no?, también

revolviéndome de manera diferente, permitiéndome aprender

con ensayos-errores… muy atropellada (principalmente por

mí), pero también con muchos raspones que han tenido su gran

aprendizaje y a los que hoy les doy las gracias públicamente.

Queridos y adorados raspones: “Hoy, gracias a ustedes, por

fin aprendí x, y, z… aunque al verlos venir, quise sacarles la

vuelta. No sabía que el regalo que me traerían a mi vida iba a

ser más grande que lo doloroso. Hoy los acepto con paz y con

mucho agradecimiento”.

Mi vida…

Nací en un pueblo del estado de Morelos, llamado

Zacatepec, un 22 de Marzo de 198…. Según los relatos de mis

papás (la versión que me contaron de niña), su relación como

pareja era “normal”. Papá salía a trabajar a una fábrica donde

elaboraban productos farmacéuticos en donde realizaba

funciones relacionadas con su carrera (Ingeniero Químico

Industrial) y mamá se dedicó a nosotros (de profesión Médica

Veterinaria Zootecnista): mi hermano y yo (cuando nací él

tenía aproximadamente un año de edad), y fue quien más tarde

se convertiría en una figura masculina-paterna muy importante

para mí, un ejemplo de hombre de quien yo he aprendido

mucho (con algunos ajustes, claro).

Crecimos en este pueblito, con mucho calor, pero muy

amados por mis papás y por mi abuelita María. Ella fue para

mí una mujer muy trabajadora, que sacó adelante a sus hijos

sin el apoyo de su esposo y con problemas de violencia

intrafamiliar. Después de pasar algunos años viviendo con ella,

rentaron una casa sencilla en donde conocieron a los que más

tarde elegirían para ser mis padrinos: una pareja joven de

maestros organizados de manera equitativa (según cuenta mi

mamá y yo, ya que fui a visitarlos recientemente, lo

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comprobé), incluso mi mamá veía cómo se repartían las

labores del hogar, observaba el respeto y la confianza que se

tenían, su disposición para hacer cambios en su relación, su

comunicación…

No estoy diciendo que eran o son una “super pareja” pero sí

que “algo” ellos estaban haciendo diferente en aquella época

para que actualmente sigan siendo una pareja consolidada.

Cuando los visité, y en las charlas que tuvimos sobre el tema

del matrimonio, y debido a lo preguntona que soy, cuestioné

sobre la “famosa receta secreta” de cómo tener un matrimonio

estable, duradero y de respeto. De la conversación concluí que,

como ya lo he escuchado de otras parejas, no hay ninguna

receta mágica, sólo existe el diálogo, la tolerancia, la

aceptación de la individualidad del otro y la flexibilidad en

ambos para hacer cambios que los beneficien a los dos.

De éstas y muchas cosas platiqué con mis padrinos (en

realidad solo recibí la versión masculina del asunto en

cuestión, justo lo que yo quería y necesitaba). Y fui porque

algo en mi vida me hizo sacudirme, me hizo echar un vistazo a

ese concepto de matrimonio que tan celosamente guardaba,

bastante antiguo por cierto, lleno de resentimiento y poco real.

Bueno, sigo con la historia… unos cuantos años después de

que nací, nos fuimos a vivir a la capital de Morelos,

Cuernavaca, a una colonia que se llamaba Civac. Eran unos

departamentos de cinco pisos y nosotros vivimos en el

penúltimo. Mi hermano Rubén (el mayor) y yo estudiábamos

en un colegio particular y mi hermano menor, Abraham, iba al

kínder cercano a la casa. Durante un tiempo y mientras la

situación económica lo permitió, mamá se quedaba con

nosotros en la casa haciendo las labores del hogar y

apoyándonos con las tareas.

Mi infancia la viví con mucha calma, entre risas, alboroto y

demás asuntos infantiles; disfruté al máximo todos los juegos y

las actividades con mis amigos que vivían en los edificios

cercanos. Ahora que recuerdo, desde niña fui muy aventada,

jugaba de muchas maneras y tenía amigos con los que

compartía distintos intereses; tenía amigas con las que jugaba

“a la mamá”, con muñecas, cobijitas, carriolas y cunas; otras

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con las que jugaba a ser “cantante”, me metía a escondidas al

cuarto de mi tía Josefina, (quien en ese entonces, junto con mi

abuelita Meche vivían con nosotros), agarraba sus zapatillas y

me probaba su ropa.

Por lo regular, con esas mismas amigas, me iba en los

patines a otras manzanas, lejos de la mía, brincaba escalones,

patinaba al revés y hasta nos íbamos en fila agarrados de la

cintura y bajo el mismo ritmo. También tenía amigos con los

que jugaba a las escondidillas entre los tanques de gas de los

edificios, entre ellos se destacaban algunos muchachos varones

que hacían más atractivo el juego (risas). Otro grupo de

amigos, más grandes que yo, eran con los que hacíamos las

retas de basquetbol en la noche.

Por lo regular este grupo de amigos sólo se formaba para el

juego y ya no nos veíamos; mamá me vigilaba desde la malla

de la lavandería y si veía algo “extraño”, mi papá me hablaba

con un chiflido para que ya me metiera, o bajaban a verme de

cerca. Debo aclarar que este gozo que me daba salir a jugar se

entorpecía cuando mi mamá me pedía “echarle un ojito” a mi

hermano menor, quien tenía una gran habilidad para meterse

en problemas cada vez que salía a jugar. En fin, de cualquier

manera, la pase padrísimo. Pero como nada es color de rosa

(cuando era niña yo creía que sí), surgieron algunos cambios

que le dieron un giro diferente a mi vida.

Los problemas económicos estaba surgiendo; papá ya no

trabajaba en la empresa, juntos habían puesto dos negocios,

una refaccionaria que él atendía y la veterinaria de mamá. Sin

embargo, los gastos ascendieron y la crisis de ese momento

también. A papá le ofrecieron irse a trabajar como maestro de

secundaria a una zona rural de Veracruz y se fue. Cerraron la

refaccionaria y mamá se quedó con nosotros y atendía su

negocio.

Durante un buen tiempo que a papá no le pagaban,

conseguían dinero que le enviaban para que nos viniera a ver

casi cada quince días. Nos contaba que a veces se tenía que

venir de “aventón” en tráiler o en particulares; preocupado,

tenso y con miedo se esforzaba por estar con nosotros. En este

tiempo que estuvimos sin él yo me recuerdo triste, con miedo e

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inseguridad, como si algo me hiciera falta. Sentía que me

faltaba mi papá que me cuidara.

Después de mucho batallar con el dinero, a pocos meses de

haber entrado a la secundaria, nos dieron la noticia de que nos

iríamos a Veracruz con papá, pues el tiempo que estuvimos

lejos no sólo lo extrañábamos, sino también en lo económico

no le alcanzaba para estar viniendo y para nosotros también

estaba siendo difícil, sobre todo para mi mamá que iba y venía

al negocio, nos llevaba a la escuela e iba por nosotros.

Aunque mi abuelita y mi tía Josefina nos ayudaron mucho,

esto no quitaba lo complicado que se volvía. Entre todo lo que

ocurría, yo iba descubriendo muchas cosas que de niña aun no

veía: mi despertar a la adolescencia, específicamente, lo

atractivos que estaban siendo aquellos niños que ya se estaban

convirtiendo en hombrecitos.

En primaria, había uno que estuvo conmigo en sexto grado;

su porte de seriedad, sus facciones, el cuidado de su persona,

su tono de piel, su sonrisa, su cabello negro... me hacían

contemplarlo de lejos y en silencio, pues de ninguna manera

quería que se diera cuenta. En el colegio en donde estaba,

también me gustaba un niño muy atractivo y simpático, por

quien me llegué a pelear con una compañera.

Después de unos meses en primer grado de una secundaria

federal en Cuernavaca, nos dieron la noticia de que nos iríamos

a Veracruz con papá. Por una parte estaba contenta, porque por

fin estaríamos nuevamente juntos los cinco como antes, y por

la otra, iba a extrañar a mis amistades y mi historia ahí, pero

sentí que iba a valer la pena y eso pasó. Nos inscribieron a mi

hermano y a mí en una secundaria técnica en frente del río

Tuxpan.

Al llegar ahí todo era muy diferente. Yo continuaba con mi

búsqueda de mí misma; me encontré con niñas que yo

admiraba, las observaba, las escuchaba, las veía desenvolverse

en un medio en el que podían ser ellas mismas y sentirse

orgullosas de lo que estaban siendo. Yo me cuestionaba quién

era, cómo era mi personalidad, cuáles eran mis habilidades,

con qué cosas mías me sentía contenta, qué cosas debía

cambiar para lograr obtener los resultados que esperaba.

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Frecuentemente me encontraba observando afuera lo que

dentro de mí ya se estaba desarrollando. Durante el proceso de

la búsqueda de mi identidad, mi atención y curiosidad también

estaban en el tema central de cualquier jovencita de esa edad:

los muchachos. Mientras me iba adaptando a esta nueva

secundaria, ahora le “echaba un ojito” a los alumnos de la

escuela, pero casi no había de la variedad que a mí me gusta.

En mi salón había pocos alumnos, entre ellos un único

grupito de compañeras y sin dudarlo me uní a ellas (por

supuesto que tardaron en aceptarme, pues primero debían

consultarlo con una de ellas, al parecer la que dirigía al grupo y

al mismo tiempo representante del salón). Las veía siempre tan

juntas en casi todas las actividades que automáticamente

concluí que las “buenas” amigas van a todos lados juntas. Era

rara la vez que se podía ver a una o dos sin el resto. Yo no

había tenido un tipo de amistad así. Mis amigos siempre fueron

muy variados y aunque con algunos tuve más apego que con

otros, disfrutaba de los que tenía conmigo en ese momento.

Un día, con mi timidez y mi miedo, les platiqué que me

gustaba un muchacho del salón de enfrente: era alto, delgado,

de tez blanca y muy simpático; se asomaba discretamente por

su ventana y yo lo veía desde mi salón, en el primer banco de

la fila de en medio.

Ese lugar en el que me sentaba y del que podía apreciar a

este muchacho, tiene su historia: cuando llegué por primera

vez a ese salón, en la clase de matemáticas, la maestra puso un

examen el cual reprobé gloriosamente, pues nada de lo que

venía ahí me sabía, los temas que ahí aparecían yo me los

había perdido por completo por la cuestión del viaje, pero por

supuesto que a la maestra no le importó y me lo aplicó. La

calificación era sumamente fea, por ello me sentaron en el

último lugar de la última fila.

La maestra me dijo que tenía que ganarme ese lugar del

frente con mis calificaciones, que nada era regalado. Me dolió

tanto eso, que pasó que en el siguiente examen y en los

pequeños parciales que ponía al finalizar cada tema saqué cien.

La maestra, con una mirada de gusto y asombro me otorgó ese

“prestigiado” lugar y de ahí en adelante, ahí me senté.

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Y era ahí desde donde aquel muchacho y yo nos

comunicábamos con nuestras miradas, y eso era suficiente para

mí (y supongo que para él también), pues nunca hubo ningún

otro acercamiento, ni siquiera un simple “hola”. Por supuesto,

las bromas no se hacían esperar. Tanto fue así que, un día, una

persona de otro salón me avisó que algo habían escrito con mi

nombre en el baño.

Cuando fui a ver, me encontré en el espejo del baño una

leyenda escrita que decía que yo amaba al “susodicho”. Por

supuesto que se me caía la cara de vergüenza y al mismo

tiempo experimenté mucho enojo, que al no poderlo controlar,

rompí en llanto. No solo porque mi secreto había sido

descubierto, sino también de imaginar lo que iban a pensar los

demás alumnos de mí y pues hasta ese momento había sido una

alumna con muy buenas calificaciones.

Ah, y de pilón, su novia también ya se había dado cuenta

(yo no sabía). Después se me vinieron encima muchos

problemas más, pues me enviaron un reporte a la casa en

donde pedían que mi mamá se presentara al día siguiente con

el director. Al llegar a casa y explicarle lo sucedido

(obviamente yo muy dolida y con la cara en el piso por la

vergüenza que sentía), mi mamá me entendió y con sus

palabras sanó mi dolor de ese momento: “cantidad no es

calidad; a veces pueden ser mejores amigas aquellas que se

encuentran con pocos amigos, aquellas que son más serias que

el resto, que hablan menos pero en las que puedes confiar más

por el simple hecho de que ellas también saben elegir”.

Eso que viví, hasta el día de hoy, me hizo ser más reservada

y cautelosa. Trato de cuidar la confianza que depositan en mí y

yo tardo un poco más en brindarla. Así me siento bien. Hoy

tengo la fortuna de decir que mis amigos son de distintas

edades, géneros, creencias, preferencias, personalidades,

estatus económicos, estados civiles...

Que yo soy quien elijo de manera consciente y de acuerdo a

mi sentir, lo que les comparto y lo que no. Que eso no me hace

ni mejor ni peor amiga, ellos lo saben y lo respetan. Que de

todos aprendo algo y con sus conversaciones yo amplío mis

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ideas. Que nada hago ni haré por sentirme perteneciente a un

grupo. Esta soy con todos y no hay porqué esconderlo.

Afortunadamente las cosas mejoraron, mi mamá le explicó

al director que no fui yo quien escribió eso en el espejo del

baño y eso evitó que me suspendieran por algunos días. La

calma regresó y yo aprendí dolorosamente a saber elegir a mis

amistades. Ese primer año de secundaria fue el único que cursé

en Tuxpan, Veracruz, ya que de ahí vino otro “cambio de

planes”.

Uno de mis primos de Monterrey platicó con mis papás de

la posibilidad de pasar el verano en esta ciudad, en su casa y

con su familia, también para que conociéramos la otra parte de

la familia de mamá. Mis papás y los hijos, con dificultades

económicas y con el apoyo en este sentido de mi primo, nos

vinimos para acá. Nos encantó todo, todo era mucho mejor que

en Veracruz, su hija mayor, mi prima-sobrina (en realidad no

sé bien qué somos, solo sé que nos queremos mucho)

inmediatamente me llevó a que conociera a sus amigos de la

iglesia, quienes realmente eran muy simpáticos y amigables.

Pronto me sentí muy querida y aceptada por todos ellos que

fueron mis primeros amigos y con los que continuamos la

amistad con más de diez años de cariño. Todo resultaba muy

agradable, tanto que el hecho de pensar en regresar a Tuxpan

me ponía de malas. Un día mi papá nos comentó que mi primo

había hablado con ellos de la gran oportunidad que tendríamos

si estudiábamos aquí. Después de platicarlo entre ellos, nos

preguntaron si queríamos quedarnos y eso pasó.

Papá regresó a Veracruz porque ya habían iniciado las

clases y mi primo nos ofreció vivir en una de las casas que

estaba por vender en lo que comprábamos la nuestra.

Aceptamos gustosos y muy agradecidos. Cambiamos de casa

dos veces durante uno o dos años por la misma situación: tener

que desalojar porque se había vendido la casa, nos prestaban

otra y así hasta la tercera que ya pudimos comprar. Mientras,

papá seguía viniendo cada que podía; dejé de sentirme sola

pues sabía que mis familiares por parte de mamá nos querían

mucho y nos apoyaban con lo que necesitábamos.

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Cuando entré a la secundaria me di cuenta que quería

sobresalir sacando buenas calificaciones pero la competencia

estaba difícil. Había cerca de cuatro o cinco muy buenas

alumnas. La secundaria nos exigía mucho: no ir maquilladas,

llevar la falda debajo de la rodilla, peinada completa (el

famoso listón que usábamos como moño), zapatos boleados,

calcetas blancas, etcétera. En eso mamá era experta, pues

siempre nos decía cómo es que debíamos ir. Aunque no me

gustaba que me insistiera con eso, hoy, como muchas otras

cosas, se lo agradezco.

Así fueron mis días en mi segundo y tercero de secundaria

en Apodaca, Nuevo León. Además de tener buenas

calificaciones y disfrutar el deporte, pasé mi vida académica de

manera muy tranquila, en ese entonces, haciendo lo “correcto”.

Hoy cuestiono ese concepto y lo adapto a mí de manera más

flexible, eligiendo con base en mi sentir y no en el de los

demás.

Al terminar mi tercer año, además de enviarnos nuestros

reconocimientos por los lugares que obtuvimos de generación,

nos otorgaron una beca para ingresar a la Preparatoria por

mantener el promedio y que continuó hasta la universidad.

Recuerdo que durante este último año de secundaria

comencé a darme cuenta de muchas cosas que pasaban frente a

mí, pero que debido a mi corta edad no entendía. Sentí como si

de golpe se hubiera caído mi castillo de princesas, mi mundo

color rosa se despintaba y solo podía ver tonalidades grisáceas.

Yo con mis asuntos personales y mis responsabilidades, pienso

que me iba bien, pero en mi casa las cosas estaban tomando un

rumbo muy diferente. Aquí comienza la verdadera realidad que

hasta el día de hoy sigo trabajando para sanar las heridas que

tanto me han marcado… pues hoy sigo encontrando hallazgos

que hablan de mí y de mi historia, que ya es vista y relatada

con otros “ojos”, con otro sentir y con otro aprendizaje.

Después de un tiempo ya instalados aquí en Monterrey,

papá pidió su cambio de plaza y afortunadamente se lo dieron.

Un día llegó a la casa una carta que yo recibí. Era para papá y

el remitente era de una mujer, tiempo antes de eso papá se

había salido de la casa algo molesto, después me enteré que el

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motivo había sido por discusiones con mamá, según él porque

la había visto con otra persona (dice mamá que ya era muy

común que tuviera estos arranques sin ninguna razón).

Yo estaba muy molesta por lo que estaba descubriendo de

su comportamiento: sus celos, su forma de tratarla para pedirle

de comer (dando órdenes), también conmigo lo hacía y con mis

hermanos, pero creo y siento que más así era conmigo. Cuando

íbamos al super compraba lo que él decidía, “no había” para

pequeños gustos, tampoco para ir a algunos cumpleaños de mis

compañeras de la escuela que me invitaban. Cuando se enojaba

por que no hacíamos lo que él pedía, nos decía: “cuando me

den mi casa ya me voy a ir a la…”, pues estaba por sacar otra

casa para él.

Yo me quedaba triste y casi siempre lloraba, en momentos

me sentía culpable y accedía, en otros, me negaba pero me

seguía sintiendo mal por ser una “mala hija” o no ser la hija

que él esperaba. Con estos motivos, tuve el impulso de abrir

esa carta. Recuerdo muy poco, pero lo que sí era claro para mí,

o lo fue en su momento, era que ya llevaba un tiempo

comunicándose con esta persona.

A mí me dio mucho coraje, y aunque sabía que eran cosas

en las que no me debía meter, no me importó y le pedí una

explicación, pero se fue riéndose y sin decir una palabra. Así la

estaba pasando, preguntándome si el hombre que yo estaba

conociendo era mi papá, preguntándome dónde había quedado

el papá amoroso, al que yo extrañaba cuando no estaba con

nosotros. Lo desconocía pues me trataba muy feo; con tantos

“¡no, no hay para fiestas, no hay gustos extras (ropa de moda),

no hay para gustos de comida! ¡No, no, no…!”.

Ya estaba harta y un día en la secundaria, una amiga nos

contó que una señora que tenía un salón de fiestas infantiles

necesitaba muchachitas que quisieran trabajar cuidando a los

niños en los juegos, preparando y sirviendo la comida,

limpiando… y yo me apunté.

Empecé a comprarme mis propias cosas, a ahorrar para las

prendas que por gusto se me antojaban. Y así transcurrieron

algunos meses. En una fiesta para adolescentes (tardeada) nos

contrataron a una compañera y a mí. Salimos a las doce de la

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noche y papá milagrosamente había ido por mí (cosa que pocas

veces hacía, pues mamá le pedía que lo hiciera y casi siempre

se negaba).

Ese día, mientras íbamos en camino, me fue contando

muchas cosas de mi mamá, que sí se veía con otro hombre, que

no era la mamá que yo conocía, que nos había mentido y

muchas cosas que me hirieron en lo más profundo. Primero no

supe qué responder, no sabía qué creer. Vinieron a mi mente

imágenes de mi mamá “partiéndose la madre” para trabajar,

hacer la comida, llevarnos a la escuela, hacer las tareas con

nosotros, cuidándonos en las noches cuando había fuertes

lluvias y truenos y nos asustábamos.

Y yo me negaba a creer que esa mujer que él me describía

era la misma a la que yo tanto amaba. Llegué muy molesta a la

casa, subí a mi cuarto y ahí estaba ella. Cuando me preguntó

qué tenía, muy molesta le conté lo que mi papá me había dicho

en el camino. Se enojó muchísimo y ahí nos explicó todo lo

que había vivido con él y que durante tanto tiempo guardó en

silencio. Mis hermanos y yo, después de ese día, quedamos

muy resentidos, adoloridos del alma. Los cuatro lloramos

como nunca. Y creo que ellos, igual que yo, no sabíamos qué

pensar de él.

No recuerdo si se fue de la casa. Antes de ese día, mi idea

del matrimonio era tan fantástica como los cuentos de Disney.

Afortunadamente pasó y ha pasado todo esto que he vivido

para construir otro concepto más sano de la relación de pareja

(aún estoy en eso, yo creo que conforme pase el tiempo iré re-

significando día a día éste y otros conceptos, porque me queda

claro que no son estáticos, cambian constantemente y éstos

seguirán cambiando en la medida en que yo cambie).

Después del incidente de la carta y del día en que hizo los

comentarios sobre mamá, la relación entre mi papá y yo se iba

desgastando. Con mi enojo retenido y muchas veces expulsado

de manera violenta, hacía evidente lo que sucedía en mi

interior y que yo misma no encontraba explicación. Sabía que

lo debía entender por la vida tan difícil que vivió pero algo

muy fuerte me lo impedía: el dolor. No encontraba consuelo.

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Recibí muchos consejos de varias personas cercanas a mí,

casi todas coincidían en que debía aceptarlo porque era mi

papá y lo que pasara en su relación nada tenía que ver

conmigo. La realidad fue que aunque yo no hubiera querido, se

incluyó de manera violenta y me fundí en los sentimientos de

mi mamá. Verla cómo sufría me hacía sufrir también, y doble,

como hija y como mujer. Afortunadamente los cuatro, mis

hermanos, mi mamá y yo nos unimos más.

Aunque me costó trabajo, poco a poco fui aceptando que

papá cada día se alejaba más de nosotros, no solo físicamente,

sino también emocionalmente (ahí entendí que no sólo se

separan o se divorcian de la pareja, también lo hacen de los

hijos). Había días, que después se hicieron semanas, en que no

lo veíamos y en muchas ocasiones que le llamábamos a su

celular no nos contestaba o colgaba. Al entender su ausencia,

dejamos de buscarlo y él también lo hizo por un tiempo.

Con mucho dolor comprendí que yo iba a ser la única

encargada de mí, que vería por mis necesidades, que resolvería

mis problemas como pudiera y que sólo contaba con tres

personas para ir sanando. Que debía buscar consuelo y apoyo

para poder estar bien no sólo para mí, sino también para mis

hermanos y mi mamá.

Me acerqué a mi maestra tutora de la universidad (pues

todo esto transcurrió durante la prepa y parte de la carrera) y le

solicité que me canalizara con alguna psicóloga, e inicié un

tratamiento que me permitió sobrellevar la situación. En ese

momento tenía una relación de tres años y medio de noviazgo

con un joven, el cual me mostró una masculinidad más sana y

del cual obtuve una relación de más apoyo y empatía que la

que observaba en casa con mis padres. Terminamos justo

cuando se desató la situación de mi casa, así que ya no era solo

un asunto a tratar en terapia, sino ya fueron dos. Dos dolores,

dos rupturas, dos duelos y muchos aprendizajes.

Mamá despertó para sí misma, buscando reincorporarse a la

vida laboral y sanando poco a poco el dolor que sentía a través

de cursos y talleres en desarrollo humano impartidos en

Tejedoras de Cambios. Ahí volvió a ser la que siempre había

sido, esa mujer fuerte y con esas ganas de empezar de nuevo en

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donde se había quedado: en el cumplimiento de sus sueños. De

ahí tomé fuerzas para continuar, viéndola levantarse yo

también me fui levantando. Mis hermanos, cada uno por su

parte, buscaron salida a su dolor a través del trabajo y la lectura

de libros.

Después de un tiempo, papá nos volvió a buscar. Nos

llamaba más frecuentemente y empezó a acercarse a nosotros

de manera más amable. Recuerdo que la primera vez que me

llamó para invitarme a comer y platicar, me sorprendió mucho,

pues no era muy común en él, raras veces visitábamos

restaurantes o salíamos juntos de paseo. Eso no existía en

nuestra dinámica familiar, sin embargo, aún con mucho

resentimiento y dolor, mis hermanos y yo, cada uno por

separado, aceptamos sus invitaciones.

También ya comenzaba a ir a la casa, aunque de manera

breve y de vez en cuando. Durante ese tiempo, yo viajaba a

Monclova a visitar a una amiga que mamá me presentó de su

trabajo. Platicar con ella me hacía reflexionar sobre mi

situación y llegar a casa más tranquila. En uno de esos viajes,

llegando a Monterrey y al entrar a una tienda comercial, miré

hacia las cajas y de inmediato vi a mi papá con una mujer

pagándole la cuenta; y yo pensando para mi interior: nosotros,

con dificultades para comprar la comida y éste de “buen

samaritano”. Dudé en acercarme, antes de eso me pregunté

cómo me sentía y al identificarme tranquila y segura de mí, me

acerqué a ellos. Recuerdo que al estar ahí, papá se puso muy

nervioso, me pidió que no “le hiciera nada” y que él me iba a

explicar todo, pero antes debía llevarla a su casa.

Yo le pregunté a ella quién era, si era maestra o cuál era su

profesión, la señora temerosa no me respondía nada, sólo

repetía constantemente “tu papá te va a explicar todo”. Me

sorprendí muchísimo, me indigné al ver cómo él le daba “su

lugar” antes que a mí. Antes de llegar a la camioneta me dijo

que “ella se iba a ir adelante” y le ayudó a subir sus cosas (algo

que con nosotros casi nunca hacía).

Con mi enojo suficientemente controlado y conversando en

mi interior me dije: “¡la del papelito soy yo, así que la que va

adelante soy yo!”. Y mientras la señora subía sus cosas a la

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media cabina, sin darse cuenta ya estaba ahí, yo sólo hice el

asiento para atrás y me senté. Él insistió en que me había dicho

que ella iría adelante y yo, con un toque de inocencia

disfrazada le dije: “no te preocupes, papi, ella va muy bien

atrás…”, y en mi pensamiento terminé la frase: “¡y antes di

que no la mando a la caja!”.

En el trayecto, mamá me llamó al celular para ver si ya

había llegado, le dije que iba con papá y entonces ambas

hicimos un silencio tan breve y tan largo al mismo tiempo. Las

dos sabíamos que nos necesitamos una a la otra en ese

momento. Yo me controlaba para no llorar y preocuparla. La

llevamos a su casa y de camino me iba diciendo que tenía

planes de irse a vivir con ella. Mientras me decía eso, le

pregunté si era feliz. No me respondió nada y se le salieron las

lágrimas. Me llevó a la casa y cuando llegué les conté a mis

hermanos y a mi mamá lo que había pasado. No se nos hizo

raro, ya sospechábamos de eso.

Él seguía yendo a la casa. Recuerdo un día que, estando los

dos de vacaciones y mientras veíamos algo en la tele

relacionado con el tema del matrimonio, me dijo algo que me

dolió enormemente en ese momento: “¡tú no te vas a casar

porque no sabes obedecer!”. ¡Ja! Hoy me río de eso y reafirmo:

pues si de eso se trata el matrimonio, ¡no, gracias! Ese día

discutimos su idea y aunque me retumbó, entiendo que ese

comentario viene de él y su historia, no de la mía ni de mi

presente.

Uno de esos días en los que continuábamos de vacaciones

fue a la casa. Entró llorando, muy triste y desconsolado. A mí

se me partía el alma. Con mi dolor propio y el dolor de verlo

así, le abrí la puerta. Al preguntarle qué era lo que tenía sólo

alcanzó a decirme: “¡ya no quiero vivir con ella, me quiero

salir de ahí!”. Y no paraba de llorar. Me pidió que lo

acompañara a sacar sus cosas y sin dudarlo, lo hice.

En el camino me iba comentando que los hijos de ella

tenían problemas graves, que ya no se sentía bien (me contó lo

que realmente había pasado, pero lo omitiré por respeto). Yo

iba temblando de miedo, iba haciendo oración para que Dios

nos protegiera, pues sentía que los dos corríamos peligro.

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Llegamos a la casa, metió sus cosas a la combi que traía en ese

entonces y pasó a despedirse de ella y nos fuimos. Al llegar a

casa le pidió a mi mamá unos días para quedarse ahí mientras

desalojaban su casa pues la había rentado.

Después de haber pasado por ese día, llegué a la conclusión

de que para él nosotros no éramos suficientes, no era suficiente

tener unos hijos centrados, estudiosos, nobles, de buenos

sentimientos… no era suficiente y por eso se había ido. Me

preguntaba constantemente qué era lo que me hacía falta y por

qué él no nos había elegido. Me volví a llenar de resentimiento

y coraje.

También me cuestionaba por qué había sido yo a la que

justamente le pasaran estas “casualidades”: primero lo de la

carta, luego lo de aquel día que fue por mí al trabajo y me

contó cosas desagradables de mamá, y después, lo de haberlos

encontrado (a él y a esa mujer) en el centro comercial y para

rematar, recibirlo con su dolor de aquella decepción…

Aun no sé las respuestas exactas, sólo imagino que eso que

viví, en un primer momento me hizo volverme muy rígida y

desconfiada de los hombres, los veía con enojo y

resentimiento. Mantuve pocas relaciones afectivas con ellos

(de amistad y noviazgos), por mi miedo a salir herida como

mamá. Me sobreprotegía en exceso.

Y eso sólo aumentaba mi ignorancia y la falta de

habilidades asertivas y humanas para acercarme a ellos

respecto a lo que verdaderamente son: seres humanos que, por

encima de todo, son valiosos, merecen ser amados y

correspondidos, que se equivocan, que padecen, que también

llevan dolor en sus historias y que al no saber lo que

verdaderamente les sucede, lo niegan y lo traducen en otras

acciones que muy al contrario de sanar, los van lastimando

más.

Durante todo este tiempo de transformación, igual que

mamá, me incorporé a algunos cursos que comenzaron a dar en

Tejedoras de Cambios para las “tejedorcitas”, mujeres jóvenes,

la mayoría hijas de tejedoras, y que aunque por una parte tenía

muchas ganas de tomarlos, por la otra, ya estando ahí, buscaba

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mil pretextos para ya no asistir pues las „caídas de los veintes‟

estaban pesadas.

El primero de ellos, fue sumamente significativo, pues

vencí muchos temores de que me conocieran, me daba pena

llorar (aún me pasa), que me vieran vulnerable y sobre todo, el

famoso ego trastocado por aceptar mis errores.

Después siguió un módulo de “Eneagrama”. Ahí pude

identificar mi personalidad, sus características, sus modos de

desviarse en su peor versión y el camino para integrarme en

mis aspectos positivos. También revisamos el libro “Tejer la

propia vida” que habla de lo femenino desde muchos ángulos e

integra lo masculino como modelo de cambio.

Además me incorporé a otro diplomado en liderazgo

inspiracional, “Cambio Yo, cambia México”, que al ser vivido

con otros jóvenes de mi edad me hizo seguir creando

conciencia de mí, de mis responsabilidades para seguirme

transformando y ser un agente de cambio para mi país. Al

mismo tiempo cursé el diplomado “Tejiendo mi Vida” con

duración de un año y medio, también golpeando en las

profundidades de mi yo, cuestionándome sobre mis

posibilidades, mis limitaciones, mis áreas de oportunidad y mis

fortalezas.

Actualmente estoy participando en el Diplomado

“Educación para la Paz”, el cual me está permitiendo revalorar

mi concepto de paz, mi relación con los demás y mi

responsabilidad social para implementar situaciones

transformadoras a los ambientes en donde me desarrollo.

A pesar de que en algunas ocasiones me rehusaba a

continuar con los diplomados después que se abrían heridas,

que según yo ya habían sanado, me encanta esto de los

hallazgos. He entendido que para sanar hay que abrir heridas,

cerciorándome de que ya están limpias, sanas o que están en

ese proceso, pero que no están siendo tapadas por mí para

evitar mi propio crecimiento.

Hoy, con esta nueva mirada, puedo afirmar que todo valió

la pena, que los descubrimientos no paran y yo tampoco pararé

hasta continuar siendo una mujer con más esperanza, con más

ilusiones, con más sueños y mejores cosas que aportar a cada

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situación con cada persona y en cada lugar en donde me

encuentre. Que con mi transformación personal puedo iniciar y

mantener relaciones afectivas más sanas y productivas.

Mi estado actual…

Ya platiqué en líneas anteriores de toda mi vida, de

momentos agradables que viví sobretodo en mi niñez y de lo

difícil que fue la adolescencia y el comienzo de mi vida adulta.

Comenté sobre mi personalidad, mis logros académicos y mis

relaciones afectivas con mis congéneres (las mujeres). Enfaticé

los conflictos y las lecciones más duras que recibí de mi

experiencia con papá, porque de ahí mismo, de esa relación

padre e hija, es que ha sido mi “talón de Aquiles”, el tema de

mis relaciones con el género masculino.

Muy probablemente las interpretaciones que hice de eso me

alejaron de la maravillosa y enriquecedora experiencia de

convivir con los hombres. De todos estos “veintes” que me han

estado cayendo como piedras en mi cabeza, a continuación les

presento mis últimas conclusiones en algunas áreas antes

descritas:

* En mi relación con papá sigo aprendiendo a amarlo cómo

él es, con todo lo que me gusta y no de él; con su historia

pasada y con la que está creando. Con su forma de amarme, tan

diferente a como soy yo y cada uno de mis hermanos. Que

todos nos equivocamos, no importa la magnitud del error. Que

sigo recibiéndolo como aquél día en que llegó, con su sentido

humano, y no enmascarándolo con falsas poses de prepotencia.

Me sigo conociendo a mí en nuestra relación, marcando

mis límites de lo que puedo y no hacer por él. También estoy

aprendiendo a aceptar lo que me brinda (eso era muy difícil

para mí, pues por mi enojo, lo rechazaba), sus comidas, sus

desayunos, sus salidas a algún lado, su humor, su preocupación

por mi bienestar a su manera.

* Estoy aprendiendo a dejar de protegerme, a abrir los

brazos a esta nueva masculinidad que estoy experimentando en

mí y viviendo con él, pues descubrí que mi lado masculino

sigue teniendo tintes machistas.

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* Mi concepto hacia los hombres está cambiando, se está

volviendo más integrado: primero aprendí a tener apertura

hacia mis amistades masculinas y poco a poco hacia las

posibles parejas. Hoy por hoy me estoy permitiendo sentir;

antes no lo podía hacer, pensaba que podía fundirme en los

sentimientos y que eso me llevaría a perderme en el proceso.

Hoy, poco a poco me dejo llevar sin salir corriendo, tampoco

cerrando ciclos con resentimiento y enojo; con cautela (pues

eso es parte de mí), ya lo he aceptado con amor, pues gracias a

eso he evitado salir más herida de lo que ya estoy.

* Yo no puedo, toda yo, toda la que soy, con mis ideas, mis

deseos, mi personalidad, mis sentimientos, mis actitudes, mis

acciones… toda yo no puedo y no quiero reducirme a las ideas

de una persona porque no me haya incluido en su vida. El

sentirme rechazada, insuficiente (como en momentos lo he

sentido) o que “algo me faltó”, eso no me hace menos persona,

menos mujer, no me hace “defectuosa” sino que tiene que ver

con las decisiones del otro, sus expectativas, sus deseos que no

ve realizados en mí; y eso es muy respetable. Como yo misma

no los he visto en los demás. Por lo tanto, también he dicho

que no; también lo que yo he buscado de las personas al ver lo

que son o están siendo es algo que yo no deseo para mí,

también lo he rechazado, ¡Y se vale! El proceso de aceptación

ha sido difícil.

* Sigo aprendiendo a aceptar que la que soy, aún con las

cualidades y los muchos defectos que tengo, me hacen ser una

mujer valiosa. De acuerdo con mi propio auto-concepto, me

gusta la persona en la que me estoy convirtiendo, me gusta

saberme más consciente de lo que digo, hago, pienso, siento,

de los errores que repito una y otra vez, cada una siendo vista

de diferentes formas y ángulos.

* Hoy me digo a mí, que exigirme mucho para el

cumplimiento de las que cosas que deseo hacer, que me

ilusionan y que me motivan; al tenerlas presentes como metas,

todos esos proyectos pueden o no llevarse a cabo y que aceptar

con paz lo que no se da porque se dio otra cosa en su lugar,

está bien, así como se den, va a estar bien y yo también lo

estaré.

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* Estoy aprendiendo a valorar la mujer que crece día con

día en su interior. A veces preguntándome por qué volví a

hacer lo mismo, por qué me siento de tal o cual manera, por

qué me volví a enganchar con “x” tema; y mientras me

pregunto eso escudriño en mí y cuando llego a la respuesta, por

supuesto no siempre me gusta. Muchas veces me duele. Me

duele reconocer que mis heridas aún no han sanado o quizá se

volvieron a abrir. Y es que ese tema de las heridas no termina.

Y que para que deje de doler hay que abrir la herida con

valentía y permaneciendo ahí, justo en ese lugar, justo con esa

persona, justo en esa situación a la que muchas veces le quiero

huir.

* Estoy tratando de ver, sentir y vivir las cosas desde otro

enfoque, que no es el que me ha caracterizado durante mucho

tiempo, el que la mayoría conoce de mí y que por toda mi vida

he seguido. Estoy dudando de cerrar mis círculos desde mi

orgullo y enojo, interpretando mis experiencias con los otros

como “él o ella me hizo”; estoy buscando otras formas de

seguir siendo yo sin resentimiento ni falso orgullo, mediando

mi respeto propio y el de los demás.

Hoy me pregunto: ¿Y si no es cierto que tal o cual persona

hizo eso con intención o conciencia de que me lastimaría? ¿Y

si en realidad fue de otra manera a la que yo estoy

interpretando? Porque da la “casualidad” que todas las

interpretaciones que hasta hace unos días había hecho de mis

relaciones interpersonales o las situaciones que viví ¡son

iguales! Todas iban cargadas de una buena dosis de

victimización, de intenciones negativas que los demás tenían

hacia mí, en las que “ellos” estaban mal por no tener las

mismas ideas que yo.

* Hoy quiero y estoy tomando decisiones basadas en el

amor y no en el miedo… el miedo a ser herida, a ser abusada

(este punto es con referencia a mi relación con el género

masculino). Durante mucho tiempo había interpretado eso de

ellos… hoy no estoy tan segura de eso. Hoy pienso que puedo

establecer límites claros respecto a lo que quiero y no quiero;

puedo decir abiertamente lo que puedo hacer y lo que no; ser

firme conmigo en lo que para mí debo serlo y ser flexible

cuando así se requiera. Dejarme sentir en el amor con

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confianza. Hoy, aunque aún quedan vestigios de aquella niña

temerosa en el cuerpo de una mujer adulta, hoy me estoy

viviendo como una mujer con recursos, con habilidades y

destrezas para enfrentar cada situación.

* Actualmente, estoy poniendo en tela de duda la forma o el

método por el cual he tomado mis decisiones: desde la razón.

Ignorando lo que mi sentimientos opinan, (pareciera que su

voz apenas se escucha), pues tanto ha sido el tiempo que han

permanecido bajo “amenaza” de decir algo… que ya saben qué

hacer.

Hoy los estoy animando a que hablen más fuerte. También

estoy aclarando lo que quiero y la forma en cómo mi cuerpo

comunica su sentir respecto a las situaciones que estoy

viviendo. Ya no están gobernando sólo mis pensamientos; mis

sentimientos, mis deseos y mi cuerpo están reclamando su

espacio y están protestando por esa discriminación injusta de la

que han sido objeto.

Hoy mismo están conversando como buenos amigos.

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Lo que era y lo que soy - Itzayana Mi nombre es Itzayana, nací un siete de noviembre de 1960.

Durante muchos años ejercí como empresaria del hogar,

dedicada por entero a mi familia, tengo dos hijos maravillosos,

Adrián de 25 años y Andrés de 18, ellos han sido el motor de

mi vida, mi mayor preocupación ha sido guiarlos, tener la

sabiduría, la ecuanimidad y la inteligencia para llevarlos por el

camino correcto. Siempre estuve consciente de la

responsabilidad de ser Madre, y por ello cada día lucho por ser

mejor persona, ser justa y ser respetuosa para así tener la

satisfacción de haber hecho lo mejor para mis hijos… Los

Amo…

Vengo de una familia pequeña, no tengo hermanos, mi

madre se divorció estando yo muy niña por lo cual

prácticamente no tuve contacto con mi padre, mi infancia y mi

adolescencia transcurrieron al lado de tres grandes mujeres: mi

madre, mi abuela y mi tía... Cada una de ellas sembró algo en

mi personalidad… Siempre me he considerado afortunada de

lo que he vivido… Esto no quiere decir que no ha habido

dificultades en mi vida, sino que considero que esas

dificultades son parte de un proceso de aprendizaje que

debemos aceptar.

Mi infancia la recuerdo muy linda, me sentía muy querida,

muy cuidada y protegida, mi madre trabajaba mucho para que

no me faltara nada, paseos juguetes, etc.… fui una niña feliz.

En mi adolescencia prácticamente todo transcurre igual, con

excepción de que yo ya empezaba a tener conciencia y me

daba cuenta de las cosas que ocurrían a mi alrededor, no pasó

mucho tiempo para que observara quién era realmente mi

madre. Me di cuenta de que era una mujer posesiva,

prepotente, celosa, controladora, irrespetuosa e imprudente, en

fin con muy mal carácter cuando las cosas no se hacían a su

manera. Para mí no fue fácil el darme cuenta que mi madre

tenía por un lado cosas muy buenas como por ejemplo ser

trabajadora, inteligente, perseverante, encantadora, y sin

embargo por otro lado un mal carácter que aleja a la gente de

su lado.

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Por otra parte, siento gran admiración por ella, es una mujer

que cuando quiere algo lo consigue, siempre quiso ser abogada

y por circunstancia de la vida no lo pudo ser de joven y a sus

65 años empezó a estudiar en la universidad y a los 70 se

graduó, así que me siento muy orgullosa de ella.

A los 19 años me casé con mi novio de la infancia, creo que

fue como un escape, pensé que estaba enamorada, a esa edad

uno siente que es lo más maravilloso que nos puede pasar, y no

digo que no sea cierto solo que pienso que es momentáneo,

porque la vida es más que eso, pero bueno a esa edad no lo

entendemos, y como era de esperarse nos separamos a los dos

años, en fin, la inmadurez hizo de las suyas…

Para esto yo residía en Madrid pues estaba estudiando, y en

ese entonces conocí a mi actual esposo, un hombre que me

hizo confiar en el amor, vivimos momentos maravillosos. El

hecho de vivir sola en otro país me enseñó muchas cosas en

varios ámbitos de mi vida, también me di cuenta que los

principios y valores inculcados por mi familia daban frutos,

pues mi comportamiento fue el correcto, sin dejar a un lado

mis diversiones, salidas, etc., con los amigos, pero siempre

bajo un patrón de conducta, fue una época maravillosa de la

cual tengo bellísimos recuerdos.

Para el año 85 me regresé a mi país natal, acompañada de

mi actual esposo que en aquel entonces era mi novio, llegamos

a vivir en un pueblo llamado Ocumare del Tuy, situado cerca

de la capital.

Allí conocimos gente maravillosa que nos dio todo su

apoyo, una familia en particular que nos acogió como parte de

ellos y por lo cual no puedo dejar de nombrarlos: el Dr.

Enrique Pedauga y su bella familia, nos apoyaron en todo,

como amigos siempre al pendiente, fueron un ejemplo a seguir

ya que eran mayores que nosotros y por lo tanto su experiencia

sobrepasaba la nuestra.

Transcurría el mes de abril del 88 cuando decidimos

casarnos, para el 90 nació nuestro primer hijo, el cual fue

recibido con muchísima alegría y mucho amor.

Tengo una anécdota que me encanta platicar: cuando dimos

la noticia de mi embarazo, el hijo de nuestro mejor amigo tenía

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en ese entonces catorce años y me dice que quería ser el

padrino de mi hijo. Me sorprendió tanto esa petición que lo que

se me ocurrió decirle fue: “gánate ese privilegio”, y así fue,

durante todo el embarazo me consintió, me atendió a las mil

maravillas siempre pendiente de mi bienestar, de modo que lo

consiguió y bautizó a nuestro hijo.

Después de siete años viviendo en otro país, en octubre del

92 decidimos venirnos a vivir a Monterrey ya que la situación

en mi tierra empezaba a cambiar, aparte yo particularmente,

como no tengo hermanos, sentía que mi hijo se perdería la

oportunidad de crecer cerca de sus primos y tíos, la verdad

irme no era lo que yo pensaba o quería con respecto a la unión

familiar, pero eso era lo que había y lo acepté. Empezar de

nuevo no era fácil pero teníamos a nuestro favor la juventud, el

ánimo, las ganas, la unión y el amor para salir adelante.

Conocí mujeres maravillosas que vinieron a conformar mi

nuevo entorno, vecinas a las cuales tengo mucho que

agradecer, me aceptaron tal y cual soy, sin críticas me

acogieron y empecé a conocer la idiosincrasia de la gente

Regia, tal vez ayudó mucho que en el grupo que

conformábamos había mujeres de diferentes partes del país,

Veracruz, Torreón, Sinaloa, Monterrey, inclusive había otra

extranjera de Colombia, todas conformábamos este grupo de

vecinas que nos ayudábamos y nos apoyábamos mutuamente.

Para el año 96 nace mi segundo hijo el cual fue super

deseado, ya que uno de mis mayores anhelos era tener más de

un solo hijo, así que él llegó a completar mi felicidad. Mi vida

siempre había transcurrido en un nivel óptimo, yo sentía que

era la mujer más afortunada del planeta, que lo tenía todo: un

hombre al que amaba y me amaba, dos hijos maravillosos, mi

madre aunque lejos pero con salud...

En fin, todo estaba bien, hasta que un buen día en agosto

del 2003 todo empezó a derrumbarse: mi matrimonio entró en

crisis y yo no sabía el porqué, por más que me decía mi esposo

las causas yo no las entendía, ¿cómo? ¿Por qué, si todo estaba

bien y todo era maravilloso según mi perspectiva, todo

cambió?

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Yo no sabía qué hacer, mis miedos se apoderaron de mí, me

sentía devaluada, me victimicé, toda yo era un caos, jamás

imaginé que algo así podía sucederme, pero gracias a mi Dios

tuve a mi lado gente maravillosa, y me ayudaron en esos

momentos tan difíciles comadres, compadres, amigas,

vecinas... sin la ayuda de todos ellos no hubiera podido seguir

adelante.

Todo este cambio en mi vida me condujo a tomar diferentes

caminos para poder superar lo que me estaba pasando, después

de un buen tiempo de sufrimiento y sin saber qué hacer,

empiezo a asistir a la consulta de un psicólogo.

Al principio me sentía extraña, me preguntaba si realmente

me podría ayudar, luego a medida que transcurrían las sesiones

me iba dando cuenta de lo que estaba experimentando, trataba

que cada sesión fuera lo más efectiva, trataba de poner en

práctica todo lo aprendido, pero no me resultaba fácil, pues yo

quería cambios rápidos, yo quería dejar de sufrir, y el

psicólogo siempre me repetía la frase de Einstein: “Si haces

siempre lo mismo ¿cómo quieres un resultado diferente?”… Y

yo la repetía, pero no sabía lo que tenía que hacer para que ese

resultado cambiara.

Desde entonces, cada día ha sido una lucha constante con

mi “Yo” para conocerme, para saber mis fortalezas y mis

debilidades, para saber qué debo hacer y qué no debo hacer,

para estar consciente de qué es lo que quiero y sobre todo para

valorarme y aceptarme como soy, esto sin dejar a un lado lo

importante que es para mí tener ese crecimiento interno que

cada día siento que me hace una mejor persona.

Mi búsqueda continuaba, sentía la necesidad de sentirme

mejor y aprender más, fue cuando escuché en la tele de unas

conferencias que iban a dar Tejedoras de Cambios, me llamó la

atención, llamé y me dieron la información, entonces entré a

un curso que se llamaba el Guión de mi Vida. Por supuesto yo

todavía no había superado prácticamente nada de mi problema,

así asistí al curso una vez por semana, tuvo una duración de

tres meses y la verdad podría decir que detonó en mi interior

facetas que me impulsaron a seguir en esa auto-ayuda. A los

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tres meses empezaba un diplomado que se llamaba “Tejiendo

mi Vida”, pues me decidí: “quiero tejer mi vida”, y empecé.

Éramos un grupo de 18 mujeres maravillosas, cada una con

una historia diferente, a medida que iban transcurriendo las

semanas cada una de nosotras iba experimentando cambios

positivos, nos dábamos cuenta por las opiniones, por los

semblantes, por las actitudes, cada una con su historia y cada

una con sus logros.

Al comenzar el diplomado yo me sentía lastimada,

victimizada, devaluada, miedosa, así llegué cargando muchas

cosas que me destruían, luego a medida que fue pasando el

tiempo me di cuenta que se estaban generando cambios

internos en mí y también esa parte de mi personalidad que se

había perdido la estaba recuperando.

El convivir con mujeres tan valiosas en este diplomado y la

aportación que cada una hacía en nuestras tertulias semanales y

por supuesto la excelente facilitadora Dariela Dávila, quien con

sus comentarios nos hacía entrar en razón y nos llevaba de una

manera insospechable hasta nuestro interior, a ese lugar en

nuestra mente y en nuestro corazón donde se encuentran todas

las respuestas y a las cuales es tan difícil acceder, ella con su

inteligencia, su paciencia, su respeto y su cariño hacía que

tomáramos conciencia y aprendiéramos a ver dentro de

nosotras mismas.

Gracias a todo esto realicé cambios que no me creía capaz

de realizarlos, con este diplomado aprendí a conocerme,

aprendí a desarrollar mis fortalezas y a combatir mis

debilidades, hoy me siento orgullosa de mí, me valoro, tengo

seguridad en mí misma, aprendí que los miedos me limitan y

que tengo que enfrentarlos, aprendí a darle la importancia que

merece cada cosa sin exagerar, aprendí que yo soy lo más

importante, aprendí que cada quien tiene que hacerse

responsable de sus actos, aprendí a respetar el punto de vista de

los demás (aunque yo no piense igual), aprendí que hay que

buscar el momento, aprendí que para amar tengo que amarme,

aprendí que al estar “Yo” bien los que me rodean también lo

estarán, y sobre todo aprendí que mi felicidad solo depende de

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“Mí”, y estoy en proceso de aprender a no preocuparme por

algo que no ha pasado.

Durante varios años estuve inmersa en el centro de un

huracán sin poder encontrar la salida, quería ser un águila para

poder volar, pero no tenía alas, y al pensar en tantas mujeres

valiosas a lo largo del proceso de escribir nuestras historias

pensé: “yo también puedo”, y fue cuando me salieron las alas y

pude salir de esto, y logré sentirme bien.

Hoy en día me siento feliz y satisfecha por mis logros, me

siento plena, me siento fuerte, me he desarrollado

profesionalmente, lo cual me ha dado muchas satisfacciones.

Una amiga me dijo: “la independencia económica te da la

independencia emocional”... ¡qué palabras tan ciertas!

Hoy sigo con problemas en mi vida pero ya no sufro, si me

preguntan ¿tienes vacíos en tu vida?, diría que sí, y claro que

me gustaría llenarlos, pero no sufro por eso, siento que tengo

tantas cosas que agradecerle a Dios que la verdad ponerme a

pensar en lo que no tengo sería como ser una malagradecida.

Así que doy gracias por estar viva, por tener salud, por ver

cada día un nuevo amanecer, por tener hijos, por tener a mi

madre, por tener un esposo, por tener trabajo, por tener en

dónde vivir, por tener qué comer... en fin doy gracias por

muchísimas cosas.

Leí una frase que todos los días me repito: “Hoy decido ser

feliz, la felicidad y la plenitud son mi derecho de nacimiento”.

Hoy en día me dedico a mi profesión, soy Optometrista, mis

planes a futuro son seguir creciendo espiritual y laboralmente,

seguir en la búsqueda de herramientas para ayudarme en mi

desarrollo personal, saber enfrentar todos los obstáculos que se

presenten en mi vida y siempre tener una buena actitud…

Que Dios me bendiga y sea mi guía…

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La Vida Vale – La Pájara Soy una mujer de 57 años y vivo en Juárez, N.L. A

continuación daré una breve reseña de lo que fue y es mi vida,

¡qué difícil es hacerlo!, pero quiero comentarles primero cómo

comenzó esto.

Desde hace tiempo me habían invitado a unos cursos que

dan las Tejedoras, y de tanto decirme mis comadres decidí

entrar. Aunque me sentí un poco incómoda con ciertas

personas que había ahí y no me atrevía a preguntar ciertos

detalles, pero poco a poco me fui acomodando en el grupo, del

cual quiero decirles, me encantó. Primero tomé el curso “El

Guión de mi Vida” ¡wow!, qué hermoso recordar, mi infancia,

mi niñez, mi adolescencia, recuerdos tristes y alegres de mis

antepasados.

Hoy comprendo tantas cosas que antes no podía, criticaba a

las demás por su forma de ser de cada una, -no saben qué

difícil es para mí llegar hasta aquí-, nunca me imaginé que

llegara a escribir una historia de mi vida, si les dijera lo mucho

que me quiero, antes no lo hacía, veía en las demás personas

eso que yo deseaba tener; sin embargo, yo ya lo tenía y no me

daba cuenta. Gracias, Tejedoras. Ahora soy otra persona.

Bueno, les compartiré algo que recuerdo de mi infancia, soy

la tercera hija del matrimonio de Lydia y José, tenía cinco años

de edad… ¡híjole, no saben! ¡Qué tristeza y alegría sentí

cuando nos preguntaron sobre la infancia! Bien, recuerdo que

le decía a mi mamá que quería jugar, y ella me contestaba: “Ve

con tu hermana mayor”, yo no quería porque estaba más chica,

y me ponía a llorar, entonces mamá me regañaba: “Ya, Lucía,

¿qué no entiendes que tengo que cuidar a tu hermano?”. Él

nació con síndrome Down, y yo no entendía que ella no podía

atenderme, por eso mi hermana mayor se hacía cargo de mí,

pero nunca me prestaba sus juguetes y yo era muy chillona.

Mi papá se había ido a Estados Unidos, a trabajar, cuando

venía le traía muñecas a mi hermana y me decía, “A ti no,

porque eres muy destructiva con los juguetes, tú vas a jugar

con lo que tienes”, o me daba veinte centavos y yo iba a

comprar cazuelitas de barro en una tienda que había cerca de la

casa, y me ponía triste. Pero, bueno, así fui creciendo.

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Llegó el momento en que tenía que ir a la escuela, Y mi

mamá como pudo, nos hizo el uniforme. Mi hermana me

levantaba y me decía: “Ya es hora, ándale, báñate y nos

vamos”, pero ella caminaba muy rápido y me dejaba atrás y no

podía alcanzarla, además, pasábamos por una iglesia y ahí

había resbaladeros de piedra y yo me subía, por eso también

llegaba tarde a la escuela. Al regreso mi hermana le decía a mi

mamá, y me regañaba.

Así pasaron los días hasta que llegaron los exámenes, bueno

antes le decíamos las pruebas, en una ocasión llegué

demasiado tarde y no me dejaron entrar, me dijo la directora:

“Estás dada de baja”, y me fui a la casa. Al llegar me dice mi

mamá: “¿Qué pasó, por qué llegaste sola?” “Es que me dieron

de baja, no me dejaron entrar porque Lula no me esperó”, le

eché la culpa a mi hermana… ¡Jejeje!

Así fue que perdí el primer año de primaria. Vuelve a

empezar el ciclo escolar y me ponen en otra escuela, y así

pasaron los años. Cuando estaba en tercer grado, mi papá me

llevó un día a la escuela, porque no había llegado el maestro

que pasaba por mí, me sube a la bicicleta y casi llegando a la

escuela, que meto mi pie en los rayos y que nos caemos. Me

dio una santa regañada mi papá. ¡Híjole!

Nada más me acuerdo que pensé: ¡menos me quieren!, y

lloré y lloré hasta que llegamos de vuelta a casa y me metí en

la cama. Papá: “Esta güerca bruta, metió el pie”. Y mamá:

“Otra vez Lucía, vas a perder el año”, pero yo respondí: “No,

mamá, papá habló con la maestra”. Yo me sentía que no había

cariño, pues ni siquiera me sobó. Hoy pienso que así era ella,

ahora que estamos recordando todo lo que pasó, me doy cuenta

de su preocupación por mi hermano, qué difícil, ¿verdad?

Cuando yo tenía como diez años, mi mamá nos mandaba a

mi hermana y a mí a vender ropa, retazos y jabones Dove que

mi abuela paterna nos traía; además mi mamá también iba a

traer telas para hacer costuras. Cada sábado, me encantaba

ayudar en la casa, porque nos daba una feria para comprar

cosas como zapatos o vestidos.

También me gustaba subirme a los árboles para mirar los

pajaritos, y como no podía pronunciar muy bien la letra “erre”,

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me decían algunos apodos mis tíos, ¡que los quiero mucho!,

me decían: “Ahí viene „La Picus‟”, otro me llamaba “Cuti”, y

una tía me decía “La Pájara”, porque siempre andaba

comiendo de un lado a otro, ¡qué bellos recuerdos de mi

infancia!

Recuerdo que estando arriba de un árbol, arranqué una

varita chica y me la puse en la boca, ¡ay, Diosito!, que en eso

me grita mi Mamá: “Lucía, ¿dónde estás?”, y que me bajo y

me entierro el palito en mi garganta, ¡híjole! se asustó mi

mamá y que me llevan con el doctor, gracias a Dios, no fue

casi nada, me lastimé el paladar, recuerdo que decían: “Menos

va a hablar bien, se va a comer las letras”, ¡jejeje!, a raíz de

esto me dan miedo las alturas, ¡qué cosas!, ¿verdad?

En mi adolescencia, fui una chica bien portada, sólo tuve un

novio durante ocho años, quien actualmente es mi esposo, lo

conocí cuando yo tenía catorce años y desde ahí empezamos a

andar, luego cuando cumplí los quince años él no quiso ir a mi

fiesta, porque mis papás todavía no sabían nada de él y le daba

vergüenza que le dijeran algo, ¡jejeje! Todas las tardes cuando

salíamos de la secundaria, nos encontrábamos.

Qué bellos recuerdos guardo en mi corazón de la

secundaria, quería participar en todo, estar en la escolta, en la

estudiantina, en el ballet, ¡jejeje!, me encanta bailar. Pasaron

los años, hasta que salí de la secundaria, ahí sí fue él a mi

graduación, estaba emocionada, ¡jejeje!, es muy lindo

conmigo.

Terminando el tercer grado, yo quería ser maestra y me

inscribí para ingresar, fuimos varias amigas. Llegó el día del

examen, presenté y reprobé, solamente me faltaron veinte

puntos, y que me agarro a llorar, porque déjenme decirles que

soy muy sentimental. Ellos me dijeron: “No pasó, pero estamos

dando becas para cualquier escuela comercial” y contesté: “No,

me voy a la particular”.

Pero yo no contaba con que mis padres no me podrían

pagar esa escuela y le dije a mi mamá: “Me voy a poner a

trabajar para costear mis estudios”, ella respondió: “Hija,

tienes que estudiar una carrera corta, hubieras agarrado la

beca”. De mis amigas que tampoco pasaron, unas se fueron a la

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particular y otras a Comercio; entonces mi mamá vuelve a ir a

la Secretaría de Educación a solicitarme la beca y gracias a

Dios y a ella, ahora soy lo que soy.

Estudié en la escuela “Luz Benavides” y ahí cursé tres años

con beca, tenía que sacar buenas calificaciones para

mantenerla. Gracias a Dios siempre tuve buenas calificaciones,

y obtuve el quinto lugar en la escuela. Al terminar nos dijo la

maestra, a mí y mis amigas que íbamos de Cadereyta: “Ahora,

a buscar trabajo, van bien preparadas, las felicito a todas”. Para

mí fue una experiencia muy bonita estar en esa escuela,

terminé más o menos por el año 1975.

Conseguí trabajo luego luego, ya que mi hermana mayor

me cedió su lugar porque ella se fue a trabajar al Seguro

Social; trabajé en Agua y Drenaje, es un recuerdo muy bonito

porque ahí mi abuelo era el jefe, mi tío Adolfo era subjefe y mi

padre era el fontanero, él arreglaba tuberías rotas o las ponía

nuevas, decía que era ingeniero de destapar caños, ¡jejeje, era

muy bromista mi padre!

Al trabajar ahí, me di cuenta que uno debe ser humilde y

sencilla con la gente, eso decía mi abuelo y de él lo aprendí,

nunca hablar mal de personas, mi abuelo era muy buena gente,

por ejemplo si Don Juanito no completó para pagar el recibo,

mi abuelo le decía: “Está bien, no se preocupe”, y así fui

aprendiendo de él.

Cuando era joven, mi abuelo trabajó 17 años en la

Secretaria del Ayuntamiento, eso hizo que más gente lo

reconociera, y cuando murió le pusieron su nombre a una

escuela, ya que él había donado ese terreno. ¡Qué recuerdos tan

bellos, en verdad!

Déjenme contarles que me animé a estudiar la prepa,

trabajando y estudiando, yo quería ser maestra o reportera y me

propuse estudiar. Al terminar la prepa, me pregunta mi novio:

“¿Qué piensas hacer?”; a lo que yo respondí: “Seguir una

carrera, ya me decidí, voy a ser reportera.”, pero él objetó:

“No, Lucy, en esa carrera que quieres, la facultad se encuentra

muy lejos, tus papás no te dejarán ir.”, y le contesté: “Soy

mayor de edad”, y mi novio concluyó: “Mira, ¿para qué

quieres estudiar, si en dos años nos casamos?”.

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En esto sucedió que mi abuelo fallece y se presenta otro

jefe, yo sentía el lugar muy vacío, renuncié porque ya nada era

igual y me fui a trabajar a “Placas y Licencias”. Ahí trabajaba

mi tía, la que me decía “La Pájara”, porque siempre andaba

brincando e iba de un lado a otro, ahí trabajé hasta que me casé

y tuve a mi segunda bebé, ya después de ahí no trabajé para

ninguna otra oficina.

Me casé con el amor de mi vida. Después de ocho años de

novios, él se recibió de médico y nos casamos. Eso fue en mi

adolescencia, mi boda fue bonita, no encuentro algo que no me

haya gustado, nada, más que el dolor de la muerte de mi

abuelo, del cual me siento muy orgullosa de ser su nieta, y le

agradezco que aprendí de él a ser humilde y sencilla con la

gente. “Te amo, abuelo”.

Ahora les contaré de mi etapa adulta, me casé en 1981,

después nació mi hijo, el 26 de julio, parto natural y sin

anestesia -no había-, muy doloroso, pero al fin lo tuve. ¡Fue

maravilloso tenerlo en mis brazos! Un niño precioso, ¡jejeje!,

¿qué puedo decir?, amor de madre. Como me dolió mucho,

dije: “¡no vuelvo a embarazarme!”, ¡y anda!, por andar de

bocona, que Dios me manda un embarazo más, antes de los

cuarenta días. “Lucía, ¿qué tienes?, ¿piensas que se van a

acabar los niños?”, dice mi madre, y yo pensé: ¿qué onda? ¡Ya

con dos criaturas no voy a poder trabajar!

Y así fue que me tuve que salir del trabajo, ya que mi niña

nació con reflujo y nada le caía bien, vomitaba a cada rato y

mi madre me dijo: “Yo ya no puedo cuidarla”, y pues ni modo,

a batallar, pero gracias a Dios las cosas fueron cambiando, mi

esposo ya tenía un trabajo fijo y pudimos salir adelante,

siempre lo ayudaba vendiendo algunas cositas para tener mi

propio dinero, porque no me gusta andar pidiendo, hasta la

fecha soy así.

Pasó un año y medio y me dice mi esposo: “Nos vamos a

vivir a Villa de Juárez, vamos a poner un consultorio ahí,

Álvaro y yo.” Yo: “¿Qué? ¡N‟ombre, ni creas que me voy a

ir!”. “Mi Amor, nuestro futuro está ahí.” Yo: “¡Noo!, ¿qué voy

a hacer ahí? No conozco a nadie, no tenemos familiares, ¡no

voy a aguantar!”. Él: “Mira, ya verás que sí”. Así me

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convenció él, con la paciencia que lo caracteriza, siempre muy

bueno, no me puedo quejar, es un amor.

Pues ya aquí en una casa de renta, que luego fue mi casa

propia, me decía: “Tengo tantos proyectos que, vas a ver, no te

arrepentirás”. “Ay, mi amor, quisiera ser como tú, pero no veo

porvenir en este pueblito”. Porque antes era Juárez muy chico

y todo mundo se conocía. Y así fueron pasando los años, hasta

que un día el buen señor que nos estaba rentando le dijo a mi

Doctor: “¿Quieres la casa? Te la vendo”. “Don Pedro, no

tengo dinero.” “Mira, muchacho, te la voy a fiar, por doce

años me vas a pagar sesenta pesos mensuales. ¿Cómo ves?”.

Luego me platica y le contesté: “¡Ay, Cielo, no vamos a

poder!”, “Sí, mira, vas a ver que Dios nos va a ayudar”. Así

fue como obtuvimos nuestra propiedad, aunque yo pensaba:

“¡Híjole, hasta cuando mi hijo tenga doce años terminaremos

de pagar!”, y así fue.

Pasaron los años, en la misma casa adecuamos un cuarto

para consulta y ahí empecé a ayudarle, insistió en que yo

tomara un curso de farmacia, y aunque no me gustaba mucho,

lo hice. Ya que la casa donde vivíamos era muy grande, hice

otro local, y él decía: “Pon la farmacia” “No, yo quiero

vender.” Yo le pedí que me dejara poner una tienda de ropa, y

mi mamá me acompañaba para surtir. “Ahí vas a vender y así

podemos ganar más de lo que se debe”. Estuve un año con el

negocio de ropa y luego decidí poner la farmacia, le hice su

gusto, se puede decir.

Tuve a mi tercer hijo después de cinco años, fue un

embarazo deseado porque él quería tres o cuatro niños, y yo

estuve de acuerdo “Ok, tres”. Al poco tiempo tuve problemas

de salud con mi matriz y tuvieron que “quitármela”, me

vinieron a la cabeza demasiadas cosas y me sentía muy mal

conmigo misma, pensé que como mujer, como pareja, yo ya

no iba a servir para nada. Mi esposo me decía: “Eso no es

cierto, Amor”, él como médico me explicaba para qué servía

la matriz, para tener hijos, y también podría tener problemas

como tumores, etc., pero yo no entendía.

Empecé a sentir celos, imaginaba cosas que yo misma

fabricaba, entonces decidí tomar terapia psicológica, porque

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yo tenía cambios extremos y mi esposo con esa paciencia me

toleraba. Mis amigas me daban consejos: “Vas a cansar a tu

esposo y vas a tener problemas”, y yo contestaba: “Ya sé,

¿pero qué hago?”. Hasta que un día entendí el porqué de las

cosas, yo misma me estaba haciendo daño moralmente,

comprendí la situación y por ello le doy gracias a mi padre

Dios.

Años pasaron hasta que llegó una oportunidad para mi

esposo, le ofrecieron ser alcalde y yo le decía: “No, tú no

sabes nada de política”, él contestaba: “Pero voy a aprender,

nadie nace enseñado”, y yo cedí: “Bueno, tú sabes”. En ese

tiempo había pasado lo del huracán Gilberto y vieron las

muestras de servicio social que hicimos, fue a raíz de eso que

le ofrecieron servir a nuestro pueblo.

A partir de eso conocí a muchas personas que estuvieron

trabajando conmigo, fueron tres lindas personas que nunca me

dejaron sola y me ayudaron a sacar el compromiso con la

comunidad.

El primer año fue difícil, pues había gente dentro de la

política que no quería a mi esposo por no ser nativo de Juárez,

en fin, hubo demasiados problemas pero salimos adelante.

Viví toda una experiencia en ese tiempo, nos encontramos con

casos muy difíciles y yo quería ayudar a todos pero a veces no

se podía, pues había pocos recursos, esto fue por el año de

1989.

En el segundo año comenzaron llamadas anónimas que

nos dieron problemas, era un martirio vivir así, a mi esposo

solamente lo veía en la noche, sentí que estábamos perdiendo

a la familia, y él con su paciencia me decía: “No hagas caso de

los comentarios, aquí solamente estamos tú y yo, eso es lo que

importa”, pero yo seguía llorando por las noches.

Con todo, en esta administración hice muchas y largas

amistades, pues saben que cuando uno está adentro de esto, se

acerca mucha gente. Nos invitaban de padrinos para todo, esto

fue una experiencia muy bonita. Me sentía feliz porque seguí

lo que mi abuelo me había enseñado, dar al que menos tiene y

servirlo.

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En el año de 1992 terminamos de pagar nuestra propiedad,

¡qué alivio, ya teníamos algo de nosotros! Después mi esposo

quiso regresar a su trabajo anterior, y se dedicó a su consulta

particular, gracias Dios todo iba bien.

Así las cosas, sugerí a mi esposo: “¿Cómo ves, ponemos

una clínica?”, y me dijo, “No, Amor, me quedo con lo

particular”. “Ándale, no son muchos los requisitos. Tú puedes,

vas a ver, es para formar un patrimonio para nuestros hijos”.

¡Ay, Amor, vamos pues!, y así gracias a Dios, tenemos nuestra

clínica y seguimos ayudando a la gente. Mi esposo tiene un

corazón de oro, mis hijos siguieron creciendo y estudiando,

uno es arquitecto y mi hija diseñadora de moda, el más

chiquito va a preparatoria.

La vida seguía y en el 2000 se nos volvió a presentar la

oportunidad de servir a Juárez, en esta ocasión fue un poco

difícil en la contienda, pues competíamos con dos aspirantes

del mismo partido al que él pertenece, pero gracias a Dios y a

la gente que nos conocía de nuevo salió triunfante.

Esta vez fue diferente, pues ya tenía conocimiento de lo

que me esperaba, además ya pertenecíamos al área

metropolitana, Juárez ya era ciudad y nos llegó el crecimiento,

más gente, más necesidades, de todo un poco. Y ahora disfruté

más, me encantaba andar en las colonias, yo misma

supervisaba que se les atendiera bien, fue muy padre. Salí

adelante ya un poco más tranquila, pues había madurado para

este tipo de problemas, sabía lo que tengo en casa, y gracias a

Dios salimos adelante.

Lo único que recuerdo, es que en ese tiempo mi hijo menor

estaba terminando la prepa estando yo trabajando y así, pues,

se descuida a la familia. Así pasaron los años… ¡Jejeje, como

dice la canción! En estos años hubo de todo, mi enfermedad,

cuando estuve a punto de morir por una cirugía estética, quería

verme guapa, pero gracias a mi padre Dios me regresó a la

vida. Mi esposo también estuvo enfermo, pero Diosito nos

quiere tanto que dijo “aquí se me quedan”. Luego se casan

nuestros hijos y nos dan la dicha de ser abuelos de cuatro

pequeñitos hermosos, a los que adoramos.

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¿Qué más les puedo decir? Como les dije al principio, es

difícil escribir y relatar nuestra vida. Doy gracias A Tejedoras

por hacernos recordar a nuestros antepasados.

A todas mis compañeras las quiero por sus vidas, ya que

todas tenemos un poquito de cada una de las otras.

¡Gracias, amigas Tejedoras, por hacernos sentir que nuestra

vida vale!

No quisiera despedirme, pero todo tiene un final.

Atentamente: La Pájara.

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Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro

Recuerdo a mis papás, mis hermanas, muy felices siempre,

muy pobres en lo material pero con unos buenos sentimientos.

Mi papá era un hombre muy paciente y sin vicios. No

extrañábamos lujos. Me veo como una niña temerosa pero

también muy inocente: creía en la cigüeña y también en Santa

Claus. Convivíamos mucho con mis abuelitos por parte de mi

mamá; yo los quería mucho.

Recuerdo que cada vez que se acercaba la Navidad

recorríamos todo el arroyo buscando el pino más alto, y mi

hermana Tere se subía para cortarlo y llevárselo a mi mamá;

igual cuando se acercaba el día de las madres, le comprábamos

y le envolvíamos a mi mamá un regalo. Con cuánta alegría le

envolvíamos tan preciado regalo… veo a mi papá llevándonos

a bañar al arroyo y mi mamá acompañándonos, con cuánta

alegría ella jugaba con el agua; abría sus dos brazos y luego las

juntaba y de esa manera se escuchaba el tronido del agua.

Recuerdo a mi mamá haciéndonos café para ir a sembrar

con papi al temporal; nos ponía el café en envases de coca. A

mi mamá las personas la llamaban Mery, era una mujer

callada, a la que no le gustaba andar en las casas ni tampoco

iba a las tiendas. Nos ponía a moler el nixtamal en el molino;

no le agradaba mucho pues nos comíamos el nixtamal; nos

hacía tortillas en el metate, ¡qué ricas tortillas nos hacía!, las

capoteábamos, ni siquiera las “dejábamos caer en la canasta”.

Me gustaba cuando papá Meme nos venía a visitar; lo

veíamos bajar con un costal lleno de naranjas por un barranco

que había en la casa. Yo era feliz al ver feliz a mi mamá con

sus padres, muy pobres en su cocina con chimenea.

No teníamos luz; papi era muy miedoso y nos

iluminábamos con una lámpara de mano cuando íbamos de

visita a casa de mis abuelitos al Durazno. Mi papá arreglaba la

carreta, subía una silla para que mi mamá se sentara y nosotros

caminábamos atrás de la carreta; pasábamos por unos huertos y

nos metíamos a cortar naranjas, todo era felicidad.

Ya en El Durazno, en la casa de mi abuelita, recuerdo a mi

tío Luis escuchando la radio y nos decía “no me anden

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diciendo tío”, tal vez porque no se quería sentir viejo. A mi

abuelita le barríamos el patio con una escoba que ellos mismos

hacían con puras ramas, le acarreábamos el agua de una noria y

se la vaciábamos en un cántaro, el agua se conservaba muy

fresca.

Tengo un triste recuerdo de cuando falleció mi abuelito:

lloramos mucho, pero como el camino era muy largo se nos

olvidaba y platicábamos y reíamos, pero luego nos

acordábamos y volvíamos a llorar. Recuerdo a mi mamá

jugando a las comadritas con nosotras y a Tere subiéndose a

una anacua diciendo que ella vivía en casa de alto, al árbol nos

subíamos por una escalera, por la que subían las gallinas para

ir a dormir. En una ocasión se cayó de la anacua y se le salió el

aire y mi mamá se llevó un gran susto.

Era tanta nuestra inocencia que no sabíamos cuando estaba

embarazada, pues ella era alta y robusta y pues no se le notaba,

nunca se nos dijo nada, tal vez por pena por parte de ella. Eran

muy vergonzosos y había mucho respeto. En una ocasión

llegamos de la escuela y cuál fue mi sorpresa... había nacido

mi hermano. Gracias a una hermana de papi, mi tía Goyita

pudimos salir adelante pues ella nos dio el estudio. Recuerdo a

papá Che, el papá de papi caminando hacia la casa, con sus

brazos hacia atrás. Se sentaba en el portal de la cocina y decía

que quería vivir más para ver qué más veía. Le gustaba

masticar tabaco.

Como no teníamos luz propia, papi nos traía a ver la tele de

este lado de la placita con una señora que se llamaba Elvira.

Mis juegos eran a la bebeleche, a la varita escondida, a la

matatena, a las canicas (las canicas eran unas semillas que

caían de las palmas).

Cuando llovía mucho y agarraba creciente el arroyo, los

carros al pasar se quedaban atascados y nos pedían ayuda, pues

nosotros vivíamos a una orilla del arroyo, y le pagaban a mi

papá por ayudarlos; en un rato papi les ponía el yugo a los

bueyes y sacaba los carros. Utilizaba toda su fuerza y le

gritábamos bien contentos: ¡Ándele, papi, ya cayó otro carro!

Igual cuando se crecía el arroyo y la creciente se llevaba un

puente, el cual era un tronco, mi papá nos cruzaba “a

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camachito” una a una. También cuando el agua llegaba hasta la

casa, papi nos llevaba a una casa grande de arriba, con la

profesora Juanita Vargas, pues ella vivía en alto. Allá

dormíamos mientras papi se encargaba de cuidar a los

animales: marranos, gallinas…

Cuando llovía y había truenos, mamá tapaba los espejos de

los roperos y se hincaba a rezarle a la Virgen de Guadalupe. La

profesora también nos daba trabajo a mis hermanas y a mí,

pues íbamos y le trapeábamos el piso pero era con puros trapos

y nos decía: “cuando llegue Fidencio, les pago”.

Veo a papi sentado en el suelo del jacal, dejándose peinar

por mí... yo era la consentida, poníamos un cuero en el suelo y

ahí nos sentábamos.

En El Durazno, donde vivía mi abuelita, íbamos a un río y

juntábamos piedritas para coleccionarlas. Un hermano de mi

mamá, mi tío Pantaleón, era Santa Claus. De niña nada más en

una ocasión estuvo a punto de pasarme algo triste: un primo de

mamá se ofreció a llevarme con mi abuelita, ya en el camino

dijo que hacía calor, que si nos bañábamos, pero así tan

chiquilla presentí las intenciones de mi tío, y me puse seria y le

dije que me quería regresar a la casa. No comenté nada por

pena y vergüenza con mis papás.

Mi educación primaria la llevé a cabo en Hacienda San

Mateo. La escuela se llamaba Francisco I. Madero. Me gustaba

que la maestra me escogiera para leer o para aprender algún

poema. Cuando regresaba de la escuela y veía que estaba la

tina de agua, me asustaba mucho de no encontrar a mi mamá;

igual si la tina no estaba, era una señal que mi mamá andaba

trayendo agua de la noria.

De niña me gustaba ir de vacaciones con mi madrina de

bautizo. Cuando mi abuelo nos llevaba a sembrar, a mí no me

gustaba, le tenía miedo, pues él utilizaba un látigo para pegarle

a los animales, en cambio, mi papá utilizaba una varita. Hay

tantos episodios que viví…

Mi adolescencia

Igual me fui con mi madrina con el propósito de estudiar,

pero las cosas fueron muy diferentes ya que prácticamente era

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su sirvienta; yo era la que hacía todo el quehacer de la casa.

Apenas me di cuenta que mis hermanas vivían en Villa Juárez

con mi tía Goyita, le hice saber a mi madrina que yo me quería

venir a vivir con mi familia; mi madrina lloró.

Tiempo después me hice novia de Ismael y duramos un año.

Trabajé en una mueblería y ahí conocí al que fue mi esposo y

dejé a Ismael por él. A mi hermana Tere no le gustaba mucho

la relación pues él era un muchacho rico y yo una muchacha

pobre. Así anduvimos cinco años y nos casamos. Él tenía una

enfermedad la cual yo conocía pero no me importó. Él me

gustaba mucho y nunca me imaginé lo mucho que me iba a

afectar su enfermedad.

Dios me bendijo con dos muchachitos preciosos: Adán y

Eugenio. Los amo. Siempre fui muy apegada a ellos. Así

transcurrió mi vida: atendiéndolos a él y a mis niños; por las

noches yo no dormía y me ponía a hacer el quehacer, para

cuidarlo y velarle el sueño. Cuando yo sentía que le iba a dar

una convulsión, inmediatamente si era leve yo le daba el

medicamento, pero si ya no se podía hacer nada buscaba ayuda

para inyectarlo.

Se me fue haciendo costumbre molestar a mis vecinos para

que me ayudaran con él; su enfermedad me desgastó mucho y

yo empecé a enfermar de los nervios, una enfermedad llamada

obsesiva-compulsiva, aparte tenía tics nerviosos. Empezaba

con un tic y me duraba un rato, de pronto empezaba con otro,

yo me decía: “¿Madre mía, ahora cual irá a seguir?”. Trataba

de disimularlos. Una ocasión que mi mamá estaba en la casa

conmigo, me notó que estaba haciendo un tic, y me dijo, es

entre ti misma, pero qué difícil se empezó a hacer mi vida, ya

parecía yo una loca.

En la colonia donde ahora vivo, las personas decían que yo

me trastornaba en las noches, pues me salía en la madrugada

corriendo descalza para pedir ayuda para él. Me daba tanta

lástima pues siendo un hombre tan inteligente quedaba en

nada, un niño grande llorando y gritando mi nombre sin

conocerme; al igual siempre cuidaba que los niños no lo vieran

en sus crisis.

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Pasó el tiempo y dejé de quererlo, aunque se me fue

haciendo una costumbre cuidarlo. Siempre fue muy buen papá.

Él era muy recio de carácter: muchísimas veces me hizo sentir

mal con nuestras amistades, se burlaba de mí en mi cara. Eso

sí, le decía a sus amigos que yo era muy guapa en el quehacer

de la casa. Ya no podía más y fuimos con un psiquiatra, pero

siempre salíamos enojados, él no aguantaba que yo le dijera las

verdades.

Una ocasión le dije al psiquiatra que me hubiera gustado

mejor que él hubiera sido tomador a que tuviera esa

enfermedad, y el psiquiatra le dijo que estaba frito. Así lo cuidé

veinte años, sintiendo lástima y al mismo tiempo teniéndole

miedo. Cuando murió mi mamá fue muy triste; cometí un

error: no permití que los niños me acompañaran en la capilla

para que ellos no sufrieran. Mamá los quería mucho y ellos

querían mucho a su abuelita Mery.

Cuando pasó lo del sepelio, Adán me decía: “¿qué puedo

hacer para que ya estés bien?”, yo no dejaba de llorar; empecé

a buscar trabajo fuera de casa con miedo a que él no me dejara

trabajar. Al principio fue por distraerme, luego fue por

necesidad. Entré en una guardería y yo era feliz con los

muchachitos porque me encariñaba con ellos.

En ese tiempo él se fue de la casa porque ya no le estaba

yendo bien en el negocio pues lo estaba traspasando. Sentí

como cuando murió mamá: veía sus cosas y lloraba, pero luego

me empezó a gustar estar sin él. Podía dormir a mis anchas,

con ropa o sin ropa, y podía dormir tranquila. Mi mamá tenía

un dicho: “¡Hay que aguantar vara...!”, así que aguanté

siempre.

Adán, a su corta edad, agarró el rol de hombre de la casa.

Su forma de ser tan centrado le ha ayudado mucho a salir

adelante con la familia, con la ayuda de Eugenio y la mía;

estoy muy orgullosa de la forma en que crié a mis hijos.

Estando en la guardería enfermé, de mis cuerdas vocales y

mis células estaban por cambiar. Me atendieron muy a tiempo;

estuvo a mi lado apoyándome una gran amiga, Maricruz. Ella

me hacía la comida y me la daba mi hermana Tere. Thelma, la

vecina de enfrente también ayudaba… Esos favores con nada

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se pagan. Mi papá me fue a visitar estando yo enferma y me

dio ternura como cuando se despidió de mí iba llorando, yo le

escribí unas palabras diciendo que estaba bien, que no se

preocupara.

Se me han estado viniendo varias enfermedades, pero he

ido saliendo airosa poco a poco, una de ellas fue cuando me

operaron de mi muñeca. Adán me bañó y yo lloré porque me

dio sentimiento y me dijo: “¿Por qué lloras? ¿Porque te estoy

bañando o porque te duele? ¡Nada más no te quites el brassier,

cochina!”, y nos reímos.

Una temporada mamá estuvo viviendo conmigo, padecía

úlceras varicosas. Era lindo ver cuando papi venía a darle la

vuelta: la saludaba de mano y le decía: “¿cómo estás, María

Luisa?”. Igual cuando yo estaba trabajando en la guardería,

papi venía a visitarme. Tengo una vecina muy buena, la

maestra Minerva. Nada más venía mi papá y le ofrecía de

comer. Cuando llegaba del trabajo, papi me decía: “por mí no

te preocupes, la profesora ya me dio de comer”.

Me gustaba verlos platicar a la maestra y a él sin malicia.

Papi bien educado, ¡qué esperanzas que le fuera a faltar el

respeto! A él le gustaba platicar con las personas: si en un

camión iba, él sacaba plática a la gente. Mi papá venía a Juárez

con el peluquero, pagaba la luz...pero de repente se nos puso

enfermito.

Lo llevé con el doctor Rodolfo, y él le dijo al doctor que ya

no tuvo fuerzas para sacar agua de la noria ni para andar detrás

de los animales, enseguida se le detectó que papi tenía las

venitas del cerebro muy delgaditas, que tenía una enfermedad

llamada Parkinson; de poquito en poquito a papi se le empezó

a dificultar el caminar, arrastraba un pie, batallaba para hablar.

Fue algo muy fuerte cuando me preguntaron si papi podía

firmar y dije que sí. Acerqué a papi y grande fue mi sorpresa

cuando vi que ya no podía escribir su nombre; tan bonito que

escribía con letra manuscrita de la de antes. De ahí en adelante

lo llevaba yo con un neurólogo de la clínica del doctor Felipe.

Se me hacía chistoso cómo el doctor le hablaba a papi, le

hacía preguntas como “¿qué almorzó?”, “¿quién es ella?”. Él le

dijo mi nombre. Le preguntó que dónde vive y él decía que en

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mi casa. Él no sabía cómo se llamaba mi colonia ni mi calle, él

decía que vivía en San Mateo; solo el neurólogo sabía cómo

tratar a papi. Me explicó que tenía demencia senil y que por lo

delgadito de las venas ya no le irrigaba la sangre al cerebro. Se

le arregló lo del Seguro Popular porque en una ocasión se nos

enfermó fuerte del estómago y por si se ocupaba internarse.

En diciembre del año 2010 mi papá enfermó de neumonía;

hubo necesidad de internarlo en el hospital Metropolitano. Nos

turnábamos mis hermanas y yo para cuidarlo; se salvó de morir

pero no se salvó de que le hicieran el agujero en su pancita

para alimentarlo por sonda, pues su enfermedad lo había

paralizado de su garganta. Mi hermana Tere se resistía a que le

pusieran la sonda en su estómago.

Estuvo veintiún días internado. Cuando nos lo entregaron, a

la semana que fui a ver a mi hermana, ella tan fuerte de

carácter, empezó a llorar y me decía que Elías, su marido, le

había llevado pan de dulce y le daba tristeza ver que papi ya no

podía comer. Lloramos juntas. Desde que nos lo entregaron,

cada ocho días no le fallaba yo a mi hermana, allá dormía yo

con ella para ayudarle con mi papá.

Mi hermana tenía miedo de darle alimento y le daba puros

„Ensures‟, pero a mí me dijeron de una dieta que era pechuga

de pollo y yo le agregaba manzana, nuez, galletas María y le

ponía calcio y todo lo licuaba en un litro de leche y con el

caldo de la pechuga, de esa forma yo le ayudaba a mi hermana

para alimentar a mi papá. Al principio mi hermana sí le notó

cambio, pero de poquito en poquito mi papá se iba

consumiendo; y yo no me quería enfrentar a la realidad.

El último viernes que estuve con él, le corté sus uñas, y le

llevé un Cristo pero él ya no podía sostenerlo en sus manos.

Me despedí de él diciéndole que el lunes iba yo a cuidarlo,

pero falleció el domingo. Mi hermana se comunicó con

Maricruz, pues yo no me encontraba en la casa porque me tocó

estar con Thomas en la Tolteca, apenas Maricruz hablo con él

y de inmediato me llevó a San Mateo para que yo me

despidiera de mi papá.

Al día siguiente nos fuimos a la capilla y ahí sí me

acompañaron mis hijos. Grande fue mi sorpresa cuando

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Thomas llegó con su familia. Ese mismo día sepultamos a mi

papá. Tiene cuatro meses que falleció y todavía no puedo con

esa pérdida, no puedo ir a San Mateo a visitar a mi hermana

Tere y a mi hermano Ramirín, porque ya no está mi viejito y

eso me tiene triste.

Cuando vino lo de mi separación, la decisión de querer

conocer un hombre para empezar de nuevo sin importar el qué

dirán, ha sido para mí muy interesante. Mi búsqueda era o es

encontrar un hombre que me ame, que me apapache. Quiero

sentirme protegida. Conocí a uno y me di sin pedir nada a

cambio; volví a sentirme viva, pero ahorita estamos

distanciados. No me quedó claro si yo la regué, o a qué se

debió el cambio de él.

Desde el 27 de abril me fui a servir a un retiro y las cosas

estaban bien, pero a mi regreso tal vez tenía que ser paciente y

esperar en la casa a que él viniera a buscarme y no ir a

buscarlo. Le he estado rogando en mensajes diciéndole que le

hice más bien que mal, pero nada de lo que le diga lo ha hecho

cambiar conmigo. Yo me he conformado con el hecho de que

me contesta el teléfono pero le hablo y le hablo sin tocar el

tema de por qué el enojo. Tal vez yo sacándole la vuelta a lo

que me pueda decir.

Hubo una plática por parte de él y me dijo que estábamos

distanciados. Me ha hecho sentir mal cuando le propongo que

si nos vemos y me contesta: “¿Qué me ves?”. Ya me lo había

dicho en una ocasión algo tomado, y ahora me lo dice cuerdo.

No entiendo a este Thomas; dejó de ser el hombre al que yo me

entregué por amor. En una ocasión le comenté: “Adán me

pregunta por ti” y me respondió: “pero le dijiste que me

soltaste la rienda”. No sé por qué me dijo eso. No quise

preguntar por temor a su respuesta. Le mandé un mensaje

diciéndole que ya no le iba a rogar.

Él se agarró de cualquier cosa para dejarme, porque tal vez

yo nunca lo iba a dejar y le menciono en el mensaje que voy a

encontrarme conmigo misma; y mientras que él disfrute y que

goce ahora que está libre, porque una mujer ocupa sentirse

querida, amada, segura y útil.

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Me invitaron a vivir un retiro… necesitaba tener paz, y en

ese retiro me dieron mucho amor: todas las servidoras, algunas

conocidas, otras amigas. Fue una experiencia maravillosa. Sigo

yendo a reuniones de la iglesia para prepararnos ahora para

servir. Una hermana que fue a vivir el retiro me hizo un regalo

de una crucita y me dijo: “¡Hermana, de Roma para ti!”. Otra

hermana se acercó y me dijo: “¡que nunca se te borre la

sonrisa!”. Cuando llegamos de ese retiro otra hermana me dijo

“¿te puedo dar un abrazo?”. Eso nunca se olvida.

Tomé un curso que se llama “El Guión de mi Vida”. La

maestra Sandra nos lo impartió y ahí volví a encontrarme con

amigas que había yo dejado de frecuentar; formamos un buen

equipo. Fue en septiembre de 2009, me sentí bien y me gustó

mucho. Fue para mí emocionante participar, tenía muchas

ganas de aprender.

De ahí siguió el diplomado en diciembre de 2010, pero

ahora en Monterrey. Empezamos a ir la clase “Tejiendo

nuestra Vida”, nos lo impartía la maestra Dariela. Recuerdo

que cuando fue mi cumpleaños yo no esperaba que la maestra

me tuviera un regalo. Me acuerdo que me pidió la pluma y me

quitó la libreta y empezó a escribir; nunca imaginé lo que iba a

escribir, me puso una notita que decía así: “Por bonita toda tú.

Vale por una beca en el resto del diplomado. Cariñosamente,

Dariela”. Todo mi agradecimiento para ella, pues el curso es ya

algo muy mío; los temas, el tomar apuntes, las dinámicas…

estoy contenta con cada una de las muchachas porque

formamos un muy buen equipo.

Gracias a cada una por escucharme, por ser pacientes, por

consolarme, por llorar conmigo, por quererme, las quiero

mucho a todas.

Para mí fue muy intenso lo que vivimos, lo que aprendimos

en este diplomado. Gracias, maestra Dariela.

Mi papá murió en paz porque su hijo se encontró una

compañera, fueron sus propias palabras.

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Mis enredos - Madre Teresa

Mis primeros años me tocó vivirlos con mis abuelos

maternos porque en ese tiempo mamá tuvo cuates y cuando

ellos nacieron yo tenía apenas un año cinco meses y ya éramos

ocho hermanos en total; la mayor tenía once años y ella

ayudaba con los bebés y mis otras hermanas ayudaban en la

casa.

Mi mamá en ese tiempo puso un negocio, ella lo atendía

con mis hermanas, porque mi papá tenía su trabajo que

consideraba bueno y que vivíamos bien pues no nos faltaba

nada, pero ella quería vivir mejor. Eso complicó la situación

familiar, había muchas cosas que atender: el negocio, los

cuates, la casa… y como yo era muy enfermiza, mi abuela

materna le sugirió a mi mamá que yo fuera a vivir con ellos,

mientras se adaptaban las cosas. Y así ocurrió.

Me acostumbré a vivir con ellos, debió de haber sido muy

bonito porque yo era el centro de atención, allá también la

familia era grande, ocho tíos y tres tías, y todos eran jóvenes y

yo pequeña, había mucho movimiento, uno eran estudiantes y

otros trabajaban, yo estaba muy contenta pero... se casó mi tía

que era con la que yo coincidía y convivía más, entonces la

casa ya no me pareció igual y me di cuenta que yo tenía una

familia.

Antes mis padres y mis hermanos me visitaban y querían

que regresara a casa pero yo no quería, me resistía, pero ya que

se casó mi tía yo si quería volver aunque ya no sabía cómo

decirles. Ahora yo sentía un vacío, mis tíos eran grandes y ya

no querían jugar conmigo, una de mis tías quería que yo fuera

a una escuela de Monterrey y a mí no me parecía divertido,

entonces cuando uno de mis tíos se casó y a la fiesta asistieron

mis papás yo ya no quise regresar con mis abuelos y me fui

con mi familia.

En ese tiempo mi mamá estaba embarazada de mi hermano

más pequeño, y yo me quedé a vivir con ellos pero sentía que

no me adaptaba, me sentía desconocida entre ellos, y a ellos yo

les parecía chiflada, hasta mi mamá decía que era llorona. Y la

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situación familiar era ya muy complicada y de mucho trabajo,

pues mi mamá atendía el negocio y al hijo más pequeño, para

ese tiempo ya mi papá dejó su trabajo y vino a atender junto

con mamá el negocio.

Yo, al ver tanto problema, decidí irme con mis abuelos

paternos, y así comía en un lado o en otro, pues ellos vivían

cerca de mi casa; sin embargo, me sentía como una pieza

suelta de rompecabezas, no encontraba mi lugar.

Al saber mis abuelos que ya mi iba a quedar ahí, mi tía y mi

abuelo comenzaron a hacerme mi colcha y de esa manera yo

sentí que tenía una casa, un lugar seguro para mí. Eso

complicaba un poco la relación con mi madre, ya que ella

seguía pensando que yo era una chiflada, porque al entrar a la

escuela yo quería que ella me ayudara con las tareas escolares

pero siempre estaba muy ocupada. Y quien me podía apoyar

era mi tía; de hecho, yo era muy bien portada en la escuela

pero pasaba desapercibida, me era difícil hacer las tareas

además de que siempre quería jugar primero y luego hacer la

tarea.

En tercer año todavía no podía aprender a leer pero nunca

me reprobaron, yo me la pasaba orando para que no me

pasaran a leer; y cuando me tocó ir al catecismo, tuve la suerte

de que en ese tiempo vinieron misioneras y me tocó una madre

que nos explicaba que Dios escuchaba muy particularmente a

los niños y, ya sabrán, tuve a Dios muy ocupado: le pedía por

mí, por mi familia y todo lo que creía que necesitaba, y por lo

que necesitaban los demás, llegó un momento en el que rezaba

como cuarenta padres nuestros y cuarenta aves marías… hasta

que me cansé, y me dije: “que cada quien rece y pida por lo

suyo, yo tengo que jugar”.

La vida me ha dado muchas oportunidades, porque a pesar

de que solamente estudié la primaria, los empleos me

buscaron, así tuve la oportunidad de trabajar a los 16 años en

un taller de costura donde se hacía ropa de caballero, de

diseños originales. Trabajé como asistente del diseñador con

sastres y costureras de mucha experiencia y de alta costura.

Ahí aprendí mucho y tomé mucha experiencia, más adelante,

ya casada estudié corte y confección, y le saqué mucho

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provecho, ahora estoy retomando esa actividad que me gusta y

creo que soy muy buena en ello.

En algún tiempo también trabajé como cajera, y como

vendedora, en esas actividades tuve mucha ganancia

económica. A los 22 años me casé con un maravilloso hombre

que era bueno, trabajador, inteligente, y a los dos años de

casada nació mi primer hijo. Tengo tres hijos que me hicieron

y me hacen la mujer más feliz del mundo, y yo con todo el

amor que les tengo, creo que son los mejores hijos, pero pienso

que pueden ser todavía mejores, ya que me faltó exigirles y

comportarme como madre, siento que fui más su amiga.

En algún tiempo convertí mi casa en un albergue, pues un

día llegaron dos mujeres con una bebé de días de nacida

buscando trabajo, necesitando quedarse porque a una de ellas

la golpeaba su marido, y así fui recibiendo personas…

Llegaban unas y otras se iban, de modo que sin darme cuenta

hice de la casa un albergue pero no lo hice sola, ya que mi

marido me lo permitió, hasta que un día llegó una chica muy

golpeada y el marido llegó después armado. Me fui a la iglesia

y pedí ayuda al padre y me dio la dirección de Alternativas

Pacíficas. En ese momento juré a mi marido y a mis hijas que

ya no lo iba a hacer.

Pasaron algunos años, hubo un huracán y tocaron a la

puerta. Buscaban a mi vecina, pero como ella no estaba volví a

recibir en mi casa a una persona: era una doctora que por las

lluvias no podía regresar, le busqué la manera para que ella

regresara por su familia. Y la vida continuaba, y yo iba por ella

queriendo resolverles los problemas a los demás, a todo el que

encontraba en mi camino.

Cuando teníamos 28 años de casados, mi esposo falleció,

dos meses después de la boda de mi hija. Él para mí fue un

protector, era buen hombre y buen padre. Al faltar él, yo sentí

una responsabilidad muy grande, entendí muchas cosas que él

hacía por la familia, y yo no las valoraba, así como entendí

también por qué no hizo otras que le pedía. Pero también me di

cuenta de que yo podía hacer muchas cosas de las que no me

creía capaz, aprendí con él muchas, muchas habilidades porque

yo era su "ayudante" en el mantenimiento de la casa y ahora yo

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me encargo de ello, lo hago junto con el apoyo de mis hijos,

pero para él va mi agradecimiento total.

Se casaron mis otros hijos y yo sigo creyendo que soy

indispensable para ellos, necesito verlos todo el tiempo, saber

de ellos, aunque ahora creo que me ocupo de ellos para no

responsabilizarme de lo que me toca hacer, es una forma de

evadir.

Ahora reconozco que traté de evadir la escritura de mi

historia y no sé si era porque la quería hacer perfecta, o porque

no quería ver mi realidad. Mucho tiempo estuve asistiendo a

terapias porque pensaba que mi vida era muy complicada pero

ya no me parece que es así, ahora creo que fui privilegiada al

asistir al grupo de Tejedoras, pues me permitió verme y darme

cuenta que soy muy bendecida, y que no había visto todas las

cosas lindas que tengo.

Quiero a toda mi familia, adoro a mis hermanas, a mi mamá

y por supuesto a mis hijos y mis nietos. Quiero agradecer a la

vida, quiero agradecer al grupo de Tejedoras, ya que para mí es

muy importante; suelo ser olvidadiza pero asistir a ese grupo

casi nunca lo olvidaba, cuando falté fue porque realmente no

podía ir. Ahora trato de hacer mi vida más fluida, si veo trabas

y las puedo quitar, las quito; si no, las brinco y sigo adelante.

Ahora me siento más animada para realizar actividades que

había dejado de hacer, y hay un respeto muy grande hacia mis

hijos, para que ellos decidan su vida según lo deseen. Dariela

me hizo ver mi soberbia, cómo yo sentía que al ayudar,

arreglaba vidas, pero ahora capto que no arreglaba la mía.

Cada vez que me quiero involucrar en asuntos que no me

corresponden, analizo si de veras me toca o no.

Desearía volver a tomar este Diplomado para continuar en

este proceso de ser yo, auténtica y honesta conmigo misma,

algo que me cuesta trabajo, pero ya lo estoy haciendo, y

además quiero seguir dejando que mis hijos tomen las

decisiones que consideren buenas para sus vidas, quiero

respetarlos y acompañarlos amorosamente en su camino.

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Mis secretos – Currumina Comenzaré mi historia: tengo cinco años de edad, a partir

de ahí vienen mis recuerdos dolorosos y los que marcaron mi

vida.

Les contaré episodios que venían a mi mente una y otra vez.

Esos recuerdos los llevé por muchísimos años guardados en el

inconsciente sin querer sacarlos nunca y creo que cada

acontecimiento que había vivido en mi niñez me siguió

afectando cuando fui adolescente, luego ya de adulta e incluso

hasta hoy, porque cada acontecimiento que yo vivía en mi

presente, me transportaba a mi niñez, hacia esos días

dolorosos... y una sensación de abandono, de miedo y angustia

venían a mi mente.

Primer recuerdo: Abordando un autobús en Monterrey

rumbo a Estados Unidos. Mi madre, mi tía Susana y yo; voy

llorando todo el camino porque mi madre no permitió que yo

me sentara con ella, iba yo sola con una persona extraña... y mi

madre atrás con mi tía Susana. Esa sensación la llevé siempre

conmigo: el que no permitiera que yo estuviera con ella.

Segundo recuerdo: Llegando a la central de Rosenberg,

Texas en la madrugada... esperamos que amaneciera y llegó mi

abuelo paterno por nosotras, nos llevó a donde vivía mi papá y

recuerdo muy claramente que dijo: “Ahí vive Inés...”. Nos dejó

solas y se fue con mi tía Susana; entonces me dice mi mamá:

“ve, toca, y pregunta por tu papá”.

Yo me dirijo a la casa y toco, abre la puerta una mujer y al

abrirla veo a mi papá sentado con una mujer en el regazo de él,

cuando me ve se levanta y se dirige hacia mí, me carga y me

pregunta: “¿con quién vienes?”, yo volteo y señalo a mi mamá;

llegamos hasta donde estaba ella y empiezan a discutir muy

fuerte.

Mi pregunta fue: ¿Por qué si mi mamá sabía que mi papá

vivía con una mujer, por qué me mandó a mí a tocar la puerta?

A veces no nos damos cuenta de los errores que cometemos

con nuestros hijos y que esos recuerdos nos marcan por el resto

de nuestras vidas.

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Tercer recuerdo: Me veo en casa de mis abuelos paternos.

Ahí conocí la triste realidad de la indiferencia que tenían hacia

mi madre y hacia mí. Entro a casa de mis abuelos y observo

fotos y más fotos de todos, de mis tías, tíos, primos pero

ninguna de mi madre, mi padre, mis hermanos, ni mía; no

entendía en ese entonces, pero comprendí más tarde a medida

que fui creciendo.

Ese recuerdo lo registré en el archivo de datos de mi mente,

nunca se me olvidó la sensación y el sentimiento. No entendía

por qué a nosotros no nos querían si también éramos sus

nietos, y muy parecidos a su familia. Ahí viví un sentimiento

de rechazo por parte de mis abuelos desde que era muy niña;

mi rencor hacia ellos cuando crecí se hizo más grande...

¿Cómo le pides a alguien que te quiera y que te busque, cuando

creces con esos recuerdos clavados en tu corazón? A veces la

gente adulta no entiende que lo que es normal para ellos para

una niña no lo es.

Cuarto recuerdo: Me veo caminando por la carretera, mi

madre llorando y yo de su mano; caminamos como una hora

hasta que nos alcanzó mi padre en su carro; mi mamá se había

enojado con mi tía Ramona (hermana de mi papá), pues

vivíamos con ella los tres. De nuevo nos lleva a casa de mi tía

y se meten en la recámara y yo me voy a jugar al patio; cuando

empecé a oír gritos de mi mamá, corrí hacia el cuarto pero

estaba cerrado, mi papá golpeando a mi mamá, yo gritando y

llorando al escuchar a mi mamá gritar; hasta que llegó la

policía y se llevó a mi papá y a mi mamá al hospital

inconsciente; yo me quedo con mis primos...

A los dos días me llevaron a ver a mi mamá. Aún recuerdo

su cara toda hinchada, sus ojos y labios parecían que se querían

reventar... Al verme me abraza y empieza a llorar, y yo igual.

Esa sensación, ese dolor de impotencia de tener solo cinco

años y no poder defender a mi madre era horrible, yo amaba a

mi madre y me dolía verla así.

¿Cómo es posible que los adultos no sepan el dolor tan

grande que es pasar por esas situaciones? No comprendo a

ninguno de los dos; mi madre por permitir que la humillaran,

no quererse un poquito, o no comprender el dolor de hacer

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pasar por esa situación a una niña de solo cinco años; y mi

padre... ¿por qué no alejarse de nosotros si no la quería?

Mi pregunta de siempre fue: ¿Por qué nada más con ella era

agresivo? Pues cuando uno quiere a una persona no la trata

así... con mis hermanos y conmigo no lo era. No era muy

amoroso pero los pocos recuerdos que tengo de él son bonitos,

al menos el tiempo que viví con ellos dos nada más.

Quinto recuerdo: Me veo en una casa... ya sólo los tres, no

muy grande pero bonita, muchos juguetes, casitas de

muñecas... aún recuerdo la cocina y cada centímetro de la casa.

Lejos de mis abuelos y mis tías en Rosenberg, Texas. Tengo

ese recuerdo por dos motivos: veo a mi mamá nerviosa porque

ya no tardaba en llegar mi papá y ella ya estaba preparando la

cena, tortillas de Maseca.

Ese olor de la Maseca me conecta a esa escena, dice mi

madre: “Cuando llegue tu papá y se meta a bañar le pones este

polvito en sus zapatos, m’ija, que no te vea”; era una bolsita de

plástico con un polvito rosa y también tenía un cuernito

chiquito debajo de la almohada.

En ese entonces yo no entendía, pero ahora sé que era para

que él cambiara, pero eso nunca pasó... Ese recuerdo lo registré

también porque empezaron a discutir, no sé por qué, pero

empezó a golpearla de nuevo y yo saltando, gritando y

llorando... Mi mamá en el piso, toda ensangrentada, hasta que

los vecinos hablaron a la policía y se llevaron de nuevo a mi

papá a la cárcel y se repitió la historia... Pero en esa ocasión mi

mamá queda inconsciente y se la llevan al hospital, a mí me

recoge la vecina; me quedo sola sin ningún familiar, yo era una

niña de tan sólo cinco años... Ahora me pongo a pensar en el

peligro en que a veces sin pensar nos exponen nuestros padres

por aferrarse a alguien que no valora y ni ama... ¡No es justo!

A los días siguientes me veo en la cárcel viendo a mi papá

llorando y pidiéndole perdón a mi mamá...ella firma y él sale,

nos fuimos a nuestra casa.

Esos recuerdos y esas sensaciones que viví en esos días, son

las que venían a mi mente una y otra vez, cuando en mi vida

presente tenía algún problema, es horrible.

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Sexto recuerdo: A mi madre le gustaba mucho cantar... La

recuerdo llorando con una canción en especial, una de José

Alfredo Jiménez que va más o menos así:

esta casa la compro para que jueguen mis hijos, con la luna

yo quisiera que Dios los ilumine...

Sería que se acordaba de mis hermanos que estaban muy

lejos de nosotros, no sé la verdad, pero esa canción me marcó a

mí, porque cuando yo la empezaba a oír de adulta mi mente

volaba y la escena venía a mí: mi madre llorando con un

sentimiento de tristeza. El oír esa canción me provoca un

sentimiento de dolor, tanto que al casarme mi esposo tenía ese

cassette y cuando lo ponían, yo me iba y me escondía a llorar.

Yo estaba embarazada y nunca le expliqué a mi esposo...

nada más le decía: “Ya no pongas esa música, no me gusta”, y

como él no sabía nada, nunca se percató de ello; hasta que

nació mi hijo el mayor... cuando mi niño, de recién nacido, oía

esa canción lloraba con mucho sentimiento y hacía pucheros,

se la quitábamos y dejaba de llorar. Los demás preguntaban:

“¿por qué llora?”, y yo sí sabía pero ellos no, hasta que un día

les tuve que contar. Mi esposo jamás la volvió a poner y me

preguntó por qué nunca le compartí la verdad, pues él hubiera

tirado el cassette.

Séptimo recuerdo: Este recuerdo viene en dos ocasiones...

en la primera: me despierto en la noche, no sabría decir qué

hora era, me levanto y voy a la cocina, recorro toda la casa y

no había nadie, prácticamente estaba todo a oscuras; lloro tanto

que me quedo dormida de nuevo. Recuerdo esa sensación de

miedo, angustia, mi corazón latiendo fuerte y un sentimiento

de abandono. No comprendo los errores que cometió mi madre

conmigo; llega un momento irracional de amor hacia un

hombre de tal manera para hacer eso, de dejar sola a una niña y

no pensar que me pudiera suceder algo, y no fue una vez,

fueron varias veces.

Octavo recuerdo: Mi mamá había estado en un hospital, no

porque mi papá la hubiera golpeado sino porque se puso mala

y yo quedé encargada con la vecina. Mi mamá llegó sola, me

recogió con la vecina, fuimos a la casa, agarró la maleta, le

pusimos ropa y nos llevaron a la Central. No conocía a la

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persona que nos llevó; tomamos un autobús rumbo a

Monterrey... Entonces yo ya tenía seis años y yo le preguntaba

por mi papá, pero ella nada más lloraba y me abrazaba, me

dijo: “ya nos vamos con tus hermanos y tu abuelita, m’ija...”.

Yo estaba feliz, en ese entonces no entendía... pero después mi

abuelita me explicó que mi papá la quería operar y ella huyó

conmigo a escondidas de él, porque oyó a mis tías decir que los

doctores le dijeron a Inés y a mi padre, que ella podía quedar

en la plancha porque tenía algo en su corazón, que podía morir

y de todos modos mi papá quería operarla...

Ella padecía bocio ya muy avanzado, sus ojos saltados y su

cuello como hinchado y abultado... tenía treinta años nada más;

llegamos como en febrero y en mayo de ese mismo año

falleció de un infarto. Ahí le agradecí a mi madre el haber

tomado conciencia para poder ver la triste realidad de mi padre

y el haberme puesto a salvo. ¿Qué hubiera sido de mi vida si

yo hubiera crecido con la familia de mi papá?

Noveno recuerdo: Uno de los más dolorosos y más tristes

de toda mi vida. Acostadas mi madre y yo en la misma cama,

mis hermanos en otra enseguida de la de nosotras, era de

madrugada... mi mamá empieza a ahogarse, no puede respirar

y hacía muy feo, mis hermanitos y yo gritando y llorando, mi

abuelita le grita a mi hermano el más grande: “¡Corre con tu

tío!”, pues él vivía a una casas de la de nosotros... a los pocos

minutos mi madre abraza a mi abuelita y no la suelta y yo

escucho que alcanza a decir: “¡Mis hijos!”... y mi abuelita

responde: “no te preocupes mi amor, yo los cuidaré...”. Ahí es

cuando ella muere.

Ver a mi hermanito de cuatro años llorar me partía mi

corazón, yo tenía seis y mi hermano, el mayor, siete... ese

recuerdo jamás se me olvidará.

Veo a mi papá muy elegante, nos abrazaba y lloraba... yo le

empecé a tener mucho odio a mi papá, mis hermanos no,

porque ellos no vivieron lo que yo viví con él, de cómo

maltrataba a mi mamá. Él empieza a alegar con mis tíos y con

mi abuelita respecto a que nos va a llevar, pero mis tíos

empiezan a discutir y mi abuelita le dice de buena manera:

“déjamelos, están muy chicos”, y es como accedió a dejarnos

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con ella. Yo me sentía protectora de mi hermanito de cuatro

años, lo cuidaba mucho, así crecimos junto a mi abuelita... era

tan grande su amor hacia nosotros y el de mis hermanos, que

mis recuerdos, de lo que yo viví con mi padre y mi mamá,

desaparecieron, se bloquearon.

Mis hermanos y yo nos peleábamos como cualquiera, pero

mi abuelita nos leía cuentos, nos ponía a leer el periódico. Mis

tíos nos querían mucho; fuimos muy buenos para la escuela...

mi abuelita no batallaba con nosotros. Éramos muy queridos

por todos, mis tíos y tías; mi papá nos mandaba dinero mes a

mes para nosotros, nos mandaba juguetes y ropa con mi abuela

y mis tías, hermanas de él.

De repente empezó a venir a vernos, él ya se había casado y

quería llevarnos con él... empezaron los pleitos de nuevo con

mis tíos, hermanos de mi mamá, pero esta vez no accedió, mis

tíos le dijeron: “Llévate a los niños, pero a la niña no te la

vamos a entregar”, y él aceptó.

Mi abuelita feliz porque no me llevaría a mí, mis hermanos

contentos porque les había traído muchos regalos y ellos

querían mucho a mi papá, no lo conocían como yo, pues jamás

pude platicarles lo que viví con mi mamá y él cuando

estuvimos en Estados Unidos porque mi mente se bloqueó. No

lo recordaba y la única que lo sabía con claridad ya no estaba

con nosotros, mi madre.

Yo les decía a mis hermanos llorando: “¡por favor, no se

vayan!”, pero ellos felices porque estarían con él... en cambio,

yo siempre rechacé a mi padre a partir de que murió mi mamá.

Ellos se fueron y yo me quedé con mi abuelita materna. Eso

fue lo peor que me pudieron hacer.

Me sentía muy sola, abandonada de la única familia que me

quedaba. He de decir que esto me dolió más que la muerte de

mi madre... sería el amor de mi abuelita y el de mis hermanos

que no lo sentía tanto. Sí lloraba por ella pero al lado de mis

hermanos era más tolerable el dolor de su ausencia, el no

tenerla a mi lado.

A partir de ahí es cuando empiezan mis problemas fuertes,

mi cambio de carácter: siempre enojada, callada, a veces con

miedo a estar sola, dormía casi abrazada a mi abuelita. Empecé

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a arrancarme mi pelo para dormir, mis cejas y mis pestañas;

tenía fuertes cambios de humor. Si yo llegaba de la escuela y

mi abuelita no estaba en la casa, me ponía a llorar.

Mis recuerdos empezaron a venir de lo que yo viví con mis

papás en Estados Unidos. Esa misma sensación de abandono,

miedo, mi corazón latía fuertemente y mi abuelita se asustaba

tanto que ella empezaba a llorar también y me decía: “no

llores, mi amor, yo jamás te voy a dejar, solo salí a comprar

tortillas para comer las dos”; fue cuando poco a poco empecé a

decirle todo lo que había vivido con mi mamá allá en Estados

Unidos.

A veces amanecía contenta y de repente llorona, a veces

enojada ¡hasta con mi abuelita!, pero su amor me tranquilizaba

mucho, me abrazaba y me platicaba de cuando ella se casó con

mi abuelito y las travesuras de mis tíos hasta que se me pasaba.

Fue cuando ella me compró una mandolina y me metió a

estudiar música con un maestro que casi era ciego, ahí aprendí

a tocar ese instrumento y guitarra también; estuve en dos

estudiantinas de niños en la iglesia y después me pasaron a la

juvenil, porque era muy buena, pues yo sola sacaba las

canciones sin el maestro.

Mis problemas seguían, a veces fuertes y a veces leves. Mis

cambios de humor continuaron, mis pensamientos seguían

dependiendo del acontecimiento que yo vivía día con día;

duraron años conmigo: mis cumpleaños, día de las madres, las

navidades y año nuevo eran lo peor para mí, sufría mucho y

esos pensamientos no lograba sacarlos de mi mente; las

sensaciones de esos días de mi niñez las traía siempre

conmigo... si una amiga no me habló, si mis primas se

enojaban conmigo los traía a mi mente una y otra vez.

Era muy buena para la escuela y mi abuelita se sentía muy

orgullosa de mí; participaba en todos los bailables, estaba en la

escolta en la primaria y en la secundaria porque siempre fui de

las más altas del salón; mis calificaciones yo las recogía

porque mi abuelita estaba enferma de un pie, tenía una úlcera y

no podía ir... pero mis maestros me la daban a mí porque

siempre fui muy respetuosa, nunca una mala conducta porque

mi abuelita me enseñó muchas cosas.

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Ella fue maestra de rancho donde vivió de joven hasta que

se casó con mi abuelo. Así trascurrió toda mi niñez, estudiando

todo lo que mi abuelita quería y así me entretenía. Estudié

tejido, danza folclórica, florería, gimnasia, juguetería, inglés...

terminaba una y ya me estaba inscribiendo en otra cosa. He de

decir que a mí no me gustaba nada de eso, más que danza, lo

demás no, pero lo hacía para complacer a mi abuela porque

ella me lo pedía con un amor que no podía decirle que no; yo

la amaba mucho, no sé qué hubiera sido de mi vida sin ella, sin

su amor.

Sufrí mucho porque mis recuerdos jamás logré borrarlos, no

era feliz y estaba enojada con la vida que me tocó vivir, pero

tuve momentos hermosos también. Los domingos eran bonitos,

cuando llegaban mis tíos, me cargaban, jugaban conmigo, les

enseñaba mis calificaciones y eran muy cariñosos... siempre

los hermanos de mi mamá comían con nosotras todos los

domingos; el mismo guisado de carne de puerco en salsa verde,

arroz y frijoles refritos, y para tomar, agua de limón.

Mi abuela a veces permitía que ese día tomara refresco, una

Coca Cola, que a mí me encantaba, pero siempre decía que los

refrescos eran malos, y como a ella le detectaron diabetes

cuando murió mi madre, se cuidaba mucho y logró controlarla,

pero yo desayunaba atole en las mañanas o chocolate y pan de

dulce, café sin azúcar (es fecha que todavía lo tomo así) o

chocolate calientito y muy espumoso. En la mediodía agua de

limón y en la noche era solamente té de hojas de naranjo,

canela, anís... todas las clases de tés.

Así transcurrieron mis etapas... A la edad de quince años

mis tíos y tías querían hacerme una fiesta y mi abuelita no

quiso porque ella sabía cómo iba a pasarla yo... así que sólo me

tomaron una foto con el vestido y ese día me la pasé llorando

porque recibí un ramo de flores y me dicen: “son para ti”, y

salgo... yo pensé que eran de mi papá, veo la tarjeta y eran de

mi vecina y su esposo, empecé a llorar y me puse muy mal

porque ni siquiera ese día me habían hablado mi papá y mis

hermanos, se habían olvidado. En una de las crisis que tenía,

rompía fotos de mis hermanos y de mi papá, por eso no tengo

casi ninguna de ellos, solo conservaba una foto: la que me

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tomó mi abuelita de mis quince años con el vestido rosa; pero

luego la rompí en una de las crisis que tuve.

Recuerdo una Navidad en casa de mis tíos, estaban todos

reunidos celebrando el Año Nuevo y mi abuelita siempre se

percataba que yo estuviera cerca cuando dieran las doce para

abrazarme, pero ese día no estaba cerca de ella, dieron las doce

y empezaron abrazarse; yo buscaba a mi abuelita y no la veía y

todos abrazándose: mis tíos, mis primos... y yo me quedé sola

sin que nadie me abrazara, entonces salí corriendo de la casa,

llorando por toda la calle y mi abuelita empezó a buscarme

hasta que me encontró. Ese día no lo he podido sacar tampoco

de mi mente, la sensación de abandono la volví sentir y con

más fuerza. Desde ese día mi abuelita jamás se separó de mí en

esas fechas.

Mi papá empezó a no mandarme dinero, eso me lo tuvo que

decir mi abuelita... Al escribir esto tiembla mi mano al

acordarme de todo, pero tengo que sacar todo esto para yo

estar mejor, y quiero platicarlo para que sepan mis hijos y mi

esposo por todo lo que yo tuve que pasar, y que si en algún

momento hice cosas sin sentir, que me perdonen porque yo

soñaba con que algún día sería muy feliz y que todos esos

recuerdos que me perseguían en mi mente algún día podría

borrarlos por completo, aunque no los he logrado borrar, ya no

me lastiman ni me duelen.

He aprendido a vivir con ellos y sacarlos poco a poco

porque mi vida ya ha empezado a cambiar. Mi autoestima

siempre la tuve muy alta porque mi abuelita siempre me decía

y me repetía mucho: “tú nunca digas „no puedo‟ claro, di que

„sí‟, siempre vas a lograr lo que tú te propongas, eres muy

bonita y muy inteligente...”. La verdad sí era muy fuerte; me

inscribía sola en la secundaria, veía a mis compañeras con sus

mamás y eso me dolía mucho. En la preparatoria todos los

trámites los hice yo sola y en mi escuela de comercio

igualmente... claro, mi abuelita siempre echándome porras.

Pero quisiera que supieran que era muy mentirosa porque a

mis compañeras de secundaria y del comercio yo les decía que

mis padres habían muerto para que no me preguntaran nada. Y

cuando preguntaban “¿y tienes hermanos?”, hagan de cuenta

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que apretaban un botón... me desmoronaba y empezaba a

llorar.

Siempre me consideré bonita y siempre fui la más bonita

del salón, siempre tuve pretendientes desde la primaria,

secundaria y preparatoria.

Como mi papá ya no me mandó dinero, mis tíos le daban a

mi abuelita dinero para las dos... pero ellos tenían mucha

familia, así que no pude estudiar la carrera que a mí me hubiera

gustado. Unos de mis tíos me dice: “M’ija, yo te pago la

carrera de comercio, los tres años... porque yo tengo muchos

hijos y no puedo darte para una carrera en la universidad”, y

otro tío me daba para los gastos, así que terminé la carrera de

secretaria contador con muy buenas calificaciones, tanto que

yo salí con trabajo de la escuela.

Cuando me recibí de la escuela, mi abuelita no me pudo

acompañar, estaba muy mal de salud... así que no fui a mi

graduación, nada más mis tíos me compraron el anillo y he de

decir que en una de mis crisis lo tiré a la basura.

Trabajé en una clínica, enfrente de un hospital muy

importante de Monterrey, era una clínica de especialidades y

yo empecé de recepcionista, tenía 17 años... Y así estuve hasta

que a los 18 años tuve un pretendiente que me mandaba flores

muy bonitas a la clínica, pero no tenía nombre, platiqué a mi

abuelita y me decía: “tíralas a la basura", que no las aceptara

porque si no traía nombre es que no quería dar la cara.

Hasta que una mañana me manda hablar el director de la

clínica. Fui y me invitó a sentarme, y me confesó: “yo soy el

que le manda las flores a usted, pues me gusta mucho, y si

usted quisiera yo le podría poner un departamento donde usted

quiera, y le daría muchas cosas... yo soy casado y jamás dejaría

a mi familia, pero yo la respetaría y si usted me permite la

llegaría a amar como se merece”.

Era una persona mayor pero muy simpático y guapo... yo

tenía 18 años, y me dio mucho miedo… salí temblando sin

contestarle nada. En la noche le platico a mi abuela y me dice:

“ya no irás al trabajo”, y ya no fui por mi liquidación. A los

dos días tenía una propuesta de trabajo: ser la secretaria de don

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Armando Garza Sada, director general de Troqueles y

Esmaltes, y ahí estuve hasta que me casé con mi esposo.

Duré cinco años de noviazgo. A los tres años hablé con mi

novio y le dije que yo lo quería mucho pero que no teníamos

un futuro juntos, porque a mí no me gustaba el rancho y él no

se podía venir a vivir a Monterrey por su trabajo que por

mucho que yo lo amara, no sería feliz allá donde él vivía... así

que era mejor terminar y no hacerle perder su tiempo conmigo,

él no quería pero yo le insistí en que era mejor decirle la

verdad; a los dos días siguientes me trajo una propuesta: que si

en algún momento nos casábamos, viviríamos en Cadereyta,

cerca de Monterrey y de su trabajo. Así fue como accedí a

andar de nuevo con él hasta que nos casamos.

Tuve un noviazgo muy bonito, el primer día que me fue a

ver ya como novia, fuimos a un parque cerca de mi casa en

Monterrey. Me tomó de la mano y me dijo: “sé que algún día

tú serás mi esposa...”, y yo pensé: éste sí que está bien loco.

Llegué con mi abuelita y le dije: “güelita, este sí que está mal,

dice que se quiere casar conmigo, pero yo no quiero”, y me

abuelita me contestó: “date la oportunidad de conocerlo m’ija,

es un buen muchacho y sobre todo, yo conozco a su familia...

es de buenas familias”.

Las primeras citas no iba muy contenta, pero en una de esas

veces que me fue a ver me abrazó y sentí una sensación que

jamás se me va a olvidar, una sensación de protección, de tanto

amor... Siempre le he dicho a mi esposo que yo me enamoré de

él, de sus brazos, porque yo sentía una especie de protección,

como si me dijeran “yo jamás te voy a dejar, siempre estaré

contigo...”. Hoy creo que Dios me recompensó con mandarme

esta persona a mi lado, porque hasta el día de hoy sigue siendo

el joven de 17 años que conocí, que nada más faltaba quitarse

la camisa para que yo pasara... Jamás ha cambiado, sigue

siendo igual que cuando lo conocí: amoroso, tierno y cariñoso

conmigo.

Cuando fui madre:

Empecé a sentirme mal y las tías de Toño me decían que

estaba embarazada y yo les decía enojada que no, hasta que

tuve que ir con el doctor y me confirmaron que sí, que estaba

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embarazada. Me asusté mucho, tuve muchos sentimientos

encontrados. No sabía si ponerme feliz o ponerme a llorar

porque pensaba: ¿y si va a sufrir lo mismo que yo? No quiero

que él pase por lo que yo tuve que pasar; en cambio, mi esposo

se sentía feliz, más meloso conmigo que de costumbre, no

quería que hiciera nada, me cuidaba mucho y me consentía y

su familia también contenta pues era el primer nieto que venía

en camino... creo que yo no estaba preparada para tanto amor.

Yo no era muy expresiva para demostrar cariño a nadie, ni

si quiera a mi esposo... me sentía muy rara. Todo mi embarazo

fue de alto riesgo porque yo vomité todo lo que comía durante

los nueve meses, hasta el agua la vomitaba. Así que cada dos

meses me internaban y me ponían suero con vitaminas, nada

más engordé nueve kilos; me sentía muy mal, me molestaban

olores, sabores... Hasta me pongo chinita al recordar esto, y es

que el doctor nos explicó que mi cuerpo rechazaba el producto

pero que el bebé estaba bien.

Cuando nació mi hijo y me lo pusieron en mi pecho fue la

sensación más hermosa que jamás he tenido. Empecé a llorar

de felicidad, era un hermoso niño, güero güero y sus ojitos

hermosos, peloncito, sus labios rojos, y le dije: “te juro que

haré lo imposible para que tú seas muy feliz”.

Mi esposo andaba encantado... decía que se parecía a mi

familia y a mí, creo que me fui enamorando más de mi esposo

por cómo era con mi hijo, ese era el padre que a mí me hubiera

gustado tener para mí, así que empecé a decirle “papi”... y es

fecha que aún le digo así.

Trascurrieron años y empecé a buscar libros y revistas de

cómo criar a un niño de un mes, de cinco meses, qué comida

darle, las papillas, cómo educarlo… porque no tenía a quién

preguntarle, aunque mi suegra se portó muy bien conmigo y

me ayudó mucho cuando mi hijo estaba chiquito; mi cuñada,

que era más chica que yo, me enseñó hacer mi primera sopa y

caldos... y después yo sola, comprando revistas de cocina; me

gustaba mucho, yo le hice todas las papillas a mi hijo y le

encantaban.

Yo pensaba: jamás voy hacer algo que pueda lastimar a mi

hijo, así que mi amor de madre fue tan grande que me olvidé

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de la persona que estaba a mi lado: mi esposo. Para mí,

primero era mi hijo, jamás le he pegado solo lo regañaba de

vez en cuando. Pero mis problemas seguían, mis recuerdos

también, a veces amanecía enojada, otras llorona, eso sí, jamás

con mi hijo.

Me puse a pensar hoy que estoy escribiendo esto: que yo

estoy haciendo lo mismo que mi papá hacía con mi mamá, es

decir, me desquitaba con mi esposo, esto me cuesta aceptarlo

porque me duele mucho... el no valorar a mi pareja, por los

problemas que estaban en mi cabeza. Sin embargo, lo tengo

que decir porque quiero sacar todo para poder sanarme por

completo; el hecho de que él tuviera una mamá amorosa y unos

hermanos, la familia que siempre quise para mí, me ponía mal.

Tengo que reconocerlo, eso era algo que no toleraba y me

desquitaba con él. Así trascurrieron los años.

Cuando mi hijo cumplió cinco años, mi esposo me pidió

que tuviéramos otro hijo y que fuéramos a ver un especialista

porque yo jamás me cuidaba con nada y nunca salía

embarazada... yo siempre tuve la ilusión de una niña y acepté.

Fuimos a ver un especialista en fertilidad y nos dice que el del

problema no era él, era yo, pero que sí había posibilidades de

un embarazo... y empezamos con los estudios: unos eran

dolorosos y otros no tanto.

Pasó un año y medio y nada, hasta que decidí que ya no iría

con el doctor porque mi esposo era el que se ponía más mal, yo

veía que sufría y ya no fui. A los dos años y medio de que dejé

al doctor me empecé a sentir mal, de nuevo los mismos

síntomas de mi primer embarazo, fuimos y sí estaba

embarazada. Ahí sí me ilusioné, mi hijo y mi esposo estaban

felices, pero en ese embarazo tuve más problemas... durante los

nueve meses vomité, subí solo ocho kilos y tuve que hacer

reposo pues tenía problemas de retención, podía perder a mi

bebé.

Ya sabía que era una niña así que hice todo lo que el doctor

me dijo; me interné a las siete de la mañana de ese día en que

nació mi niña... pero no podía nacer, la verdad yo no sé lo que

es un dolor de un parto, porque a mí nunca me han dado, me

hicieron cesárea. Mi hija tenía el cordón enredado en su

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pescuecito... luego sucedió lo mismo: me la enseñaron y me la

pusieron en mi pecho y lloré de felicidad al verla y lo mismo

dije: “te voy amar y a cuidar siempre y jamás te dejaré sola”.

Mi esposo estaba loco de felicidad con la niña. Cuando

llegamos a mi casa con ella ya le había arreglado su cuarto, su

cunita preciosa y su moisés... no sabía dónde ponerla, nos

volvimos locos con ella mi esposo, su hermanito y yo.

A medida que trascurrían los años tuve una especie de

sensación de que mi hija era yo, y la cuidaba con un amor...

que es fecha que todavía siento, eso le quiero dar, todo el amor

que el destino no me dio a mí. Fue cuando empecé a trabajar

en romper la cadena de mi descendencia para que mis hijos,

nietos y bisnietos no tuvieran que pasar por lo que yo viví.

Yo siempre le pedía a Dios que hubiera amor en mi familia:

en mis dos hijos, mi esposo y yo siempre; mis hijos crecieron

con un padre amoroso, protector, apapachador y consentidor

también, así que estuvieron rodeados de mucho amor y creo

que eso es muy importante para los niños. Mi esposo jamás les

ha gritado, ni pegado, yo era la que los regañaba y regañaba a

mi esposo pues él me decía: “déjalos, no les exijas mucho”,

pero claro, yo quería que fueran inteligentes, respetuosos, que

estudiaran... así que la mala del cuento siempre era yo, y mi

esposo siempre el que quedaba bien con ellos.

Mi niña hasta lo esperaba fuera del baño para que saliera,

no se desprendía de su papá cuando llegaba a la casa... Ahora

que ya están grandes y son lo que siempre soñé, sé que todo se

lo debo a mi esposo porque sin él, ellos no serían como son

ahora.

Mis problemas seguían a medida que crecían… Mis hijos

jamás faltándole al respeto a mi esposo, yo nunca he hecho

algo indebido... pero me enfoqué tanto en ellos que me volví

olvidar de mi esposo, ahora peor: me la pasaba comprando

libros y más libros y buscando ayuda donde quiera: asistí a

terapias grupales, individuales y nada.

Mi esposo me colmaba de regalos, viajé mucho con mi

familia, pero con él no porque trabajaba mucho, aunque me

animaba a que yo fuera con los niños a Miami, Disneyland,

Cancún, a muchas partes pero aun así no era feliz.

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Hasta que una amiga muy querida me invitó a una entrega

de diplomas y asistí... no sé si fue el destino, Dios o

simplemente así estaba destinado mi primer encuentro con

Tejedoras de Juárez. Fui y me la pasé muy bien, aplaudí a mi

amiga por su diploma, la abracé y le dije que me dio mucho

gusto por ella, porque ella se superara y que eso era muy bueno

para cualquier mujer.

Después recibí la invitación a un curso-taller de Tejedoras...

asistí y me encantó. Empecé muy fregona, todas eran

desconocidas para mí, excepto mi amiga. A medida que

transcurría el curso me hice amiga de todas y muy queridas,

aprendí muchas cosas nuevas, capté que tenía sensaciones de

culpabilidad y de remordimientos porque veía lo equivocada

que estaba.

Mi cambio fue cuando empecé el diplomado, también en

Tejedoras, se me figuraba un laberinto en mi vida y en mi

alma. Fui descubriendo cosas hermosas y sensaciones

sorprendentes, a veces dolorosas, algunas otras escondidas

muy dentro de mi ser, que parecían no querer salir nunca, y a

medida que iba entendiendo que la felicidad no se encuentra en

las tiendas, ni en las personas, comprendí que mi felicidad

depende de mí y de nadie más... y empecé mi búsqueda.

Dios ya me había bendecido de muchas maneras, pero yo

no lo veía hasta que empecé el diplomado en Juárez. A medida

que avanzábamos en nuestras charlas en el grupo con mis

compañeras, empecé a ver con una lupa gigante y al oír sus

vivencias me sorprendí muchísimo. Empecé agradecer a Dios

por todo lo que me había dado; yo estaba tan enojada con Él

por todo lo que me había quitado de mi vida, que no veía a las

personas que puso en mi camino... estaba ciega, no lo veía y

lloraba tanto, sufría, por eso no veía lo que sí tenía a mi lado y

lo bendecida que era.

Mis problemas siguen pero ahora los veo de diferente

manera, aunque no niego que sigo esperando una llamada de

mis hermanos y de mi padre o una Navidad con ellos, ahora

pido: “Dios, cuídalos donde quiera que estén y bendícelos,

llénalos de amor y que sean tan felices como lo soy yo ahora”.

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Entiendo que el que no me hablen por teléfono y no me

busquen no quiere decir que no me amen, porque yo hago lo

mismo: no los busco ni les hablo por teléfono y no por eso los

he dejado de amar y sé que ellos a mí tampoco. El destino: así

nos tocó vivir y punto, pero el cariño de hermanos siempre lo

llevaremos en nuestros corazones porque tuvimos una abuela

que nos enseñó el amor.

Tuve una especie de regresión de mi vida en ese diplomado:

de lo equivocada que estaba y empecé a trabajar en recuperar a

la persona más importante en mi vida, mi esposo, bendito Dios

que aún está conmigo y que todavía me pregunto cómo pudo

soportarme todo este tiempo, no lo entiendo, y lo más

importante: aún me sigue amando igual que siempre.

Yo he modificado muchas cosas en mi persona, y en mi

familia vieron el cambio, sobre todo mi esposo, tanto que él no

quería que faltara a Tejedoras ningún miércoles.

¿Qué más les puedo decir?... sigo con problemas pero ya no

me afectan los pensamientos de mi niñez, estos han

desaparecido. Ahora, antes de criticar, me pongo en el lugar de

las personas. Ya curé cada herida de mi niña interna, ahora ella

sabe que la amo y que la amo muchísimo, disfruto estar sola,

amo mi soledad, agradezco todos los días por despertar y ver a

mis hijos y a mi esposo a mi lado... Tengo muchos proyectos

con mi esposo en los años que me queden de vida; voy a

recuperar el tiempo perdido, nunca es tarde... ahora sé que

enfrentarnos con nuestros miedos es la única forma de

trascender.

Hay una frase que se me quedó muy grabada de mi maestra

del diplomado, Dariela Dávila, cuando yo le decía algo ella

contestaba: “¡Ah! ¿Eres adivina o qué?” ¡No sabía! Ahí

entendí que todo estaba en mi cabeza: yo me suponía las cosas,

que mi mente las inventaba y yo las hacía realidad, y ahora la

pongo mucho en práctica con mi hija, preguntándole: “¿eres

adivina o qué?” y me dice: “¡Ay, mami, no!”... y yo le repito:

“no adivines lo que no es”.

Le agradezco de todo corazón por hacerme ver todo esto, a

mis compañeras hermosas pues sin su ayuda jamás podría

haber descubierto esto tan hermoso para mí. Valoro nuestras

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pláticas: a veces llorábamos y otras nos sorprendíamos de

muchas cosas de nuestro pasado y de nuestros padres, pero

siempre fueron muy amenos nuestros encuentros de todos los

miércoles.

Hoy tengo 52 años y mis proyectos de vida son: seguir

corrigiendo y aprendiendo cosas nuevas; creo en el destino y

en la intuición, me voy a dejar guiar por ella. Una de mis metas

es acompañar más a mi esposo a la hacienda donde tengo una

casita chiquita. Ya dejaré de preocuparme y estar tan al

pendiente de mis hijos. Creo que los hice tan independientes y

fuertes y los enseñé por si en algún momento de mi vida yo

falto, sé que ellos saldrían adelante solos; ahora me dedicaré a

consentir, apapachar y demostrarle a mi esposo lo mucho que

lo amo.

Ya no lloraré por lo que no tengo, y sí voy a luchar por lo

que tengo en mi vida.

Mi historia me hizo comprender y agradecer a mi esposo,

sin su amor yo no hubiera logrado esto ni tendría esos hijos

maravillosos.

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Mujer inquebrantable – Sol y Mar Me llamo Sol y nací una tarde lluviosa de septiembre de

1959. Soy la sexta de once hijos.

Mamá me platicaba que un tío paterno me sacaba a pasear

todas las tardes al salir de su trabajo. Yo tenía un año de edad y

me dice mamá que cuando se llegaba la tarde, yo me empezaba

a poner inquieta, llorona y necia y ella me empezaba a arreglar

para esperar a mi tío.

Él comentaba que le gustaba sacarme a pasear porque le

decía la gente que parecía una muñeca con la tez blanca y el

cabello rizado y él se sentía muy orgulloso de que fuera su

sobrina. A mis papás les decían que si yo no era su hija porque

estaba muy bonita y no me parecía a mis demás hermanos, que

eran aperlados o morenos de su piel.

Soy la segunda hija que nació en una clínica en Monterrey

porque mis otros cuatro hermanos nacieron en el rancho con la

ayuda de una partera. Platicaba mi mamá que por ese tiempo

vivíamos en Monterrey en una vecindad y luego nos

cambiamos al municipio de Guadalupe, al fraccionamiento

Cerro de la Silla. Yo tenía cuatro años y era una colonia muy

alejada de la ciudad y no tenía muchos habitantes.

Éramos pocas familias, no había tiendas y había mucho

monte por todos lados, pero mi mamá ya no quería vivir en

aquella vecindad pues a uno de mis hermanos le afectaba vivir

allí porque tenía reumatismo y el doctor le dijo a mi mamá que

mientras no se saliera de la vecindad, el niño no se iba a curar.

Entonces decidieron comprar terreno en esa colonia tan alejada

pues era para lo que el presupuesto de papá alcanzaba, así que

construyeron la casa con dos recámaras, sala, cocina y un gran

patio.

Ahí transcurrió mi niñez hasta que cumplí seis años, lista

para entrar a la escuela primaria, sólo que la escuela estaba

muy lejos de donde vivíamos y nos tardábamos caminando,

aproximadamente una hora en llegar a la escuela.

Yo tenía mucho miedo de estar en mi grupo sola, sin mis

hermanos, y cuando se descuidaba la maestra me salía del

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salón y me regresaba a mi casa. Me venía caminando detrás de

una vecina que iba al molino que estaba junto a la escuela, pero

cuando llegaba a la casa mamá me regañaba o me golpeaba y

me decía que para qué me venía, que me podía pasar algo en el

camino, que yo estaba muy chiquita y ella se asustaba.

Así pasó como un mes que yo me regresaba cuando mamá

me mandaba a la escuela hasta que ella decidió sacarme de la

escuela para no arriesgarme. Volví a entrar a la escuela

primaria hasta que tenía siete años. Para ese tiempo ya habían

hecho una escuela primaria ahí en la colonia donde vivíamos.

Así transcurrió el tiempo hasta que acabé mi educación

primaria a los trece años.

Recuerdo de mi niñez, cuando tenía ocho o nueve años, que

todos nos sentábamos en el patio de mi casa alrededor de mi

mamá y ella prendía lumbre con leña cuando se nos acababa el

petróleo. Nos hacía tortillas de harina por la mañana para

almorzar antes de irnos a la escuela y por la tarde también las

hacía para cenar, pues cenábamos muy temprano (a las 5:00

pm).

De aquella casa salían aromas muy ricos, tanto que las

vecinas se acercaban y le decían a mi mamá: “oiga, huele muy

bonito”, y mi mamá les regalaba una tortilla para que la

probaran. Y después de cenar nos salíamos a jugar, mis

hermanos y yo, con los niños vecinos de la misma cuadra; y a

veces que se iba la luz eléctrica nos iluminábamos con la luz

de la luna y una vecina nos contaba cuentos.

Mientras mi mamá estaba dentro de mi casa remendando

ropa, lavando o planchando, (siempre tenía mucho quehacer),

nunca la escuché quejarse de que era mucho trabajo. También

recuerdo a mis hermanas mayores ayudándole a mi mamá en la

cocina, otra en la limpieza y otra cosiendo ropa a máquina para

nosotros, sus hermanos los más pequeños. También recuerdo

aquellos viernes, días de pago, cuando mi papá llegaba con una

bolsa de cuatro manos llena de plátanos para nosotros y a los

dos hermanos pequeños les traía chicles.

Los domingos almorzábamos pan francés con mantequilla o

pan dulce y chocolate, y en algunas ocasiones barbacoa o

menudo. Mi papá antes de irse a trabajar de mesero, que era su

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segundo trabajo entre semana o el fin de semana en el día, nos

daba nuestro domingo: veinte centavos a cada uno de mis

hermanos.

Recuerdo también cuando mi abuela materna venía de

Estados Unidos de visita, muy de vez en cuando, y nos traía

sandwiches de jamón o salchichas. ¡Qué ricos nos sabían pues

nunca los comíamos, los disfrutábamos mucho! Sólo que yo

observaba que mientras nosotros, mis hermanos, estábamos

muy contentos por la visita de mi abuela, mi mamá tenía una

relación fría, lejana y seca con su mamá.

Al principio de la llegada de mi abuela a la casa, mi mamá

estaba muy contenta, pero a medida que pasaban los días,

mamá iba cambiando su relación con ella. Cuando se iba mi

abuela, mamá nos platicaba que ella le tenía mucho

resentimiento porque los había abandonado de muy pequeños a

mi mamá y a sus dos hermanos. Ella se separó de mi abuelo, y,

después de un tiempo, mi abuela se casó de nuevo y adoptó a

una niña y a un niño en lugar de recogerlos a ellos, sus

verdaderos hijos.

A mi mamá le daba mucha tristeza que los quisiera más a

ellos que eran adoptados que a sus hijos legítimos. Sin

embargo, con todo ese sentimiento acumulado, mi mamá

visitaba a mi abuela una vez al año. Nos platica mi mamá que

cuando iba, la trataban muy bien y cuando se regresaba a

Monterrey venía cargada de ropa y zapatos que nos mandaban

mi abuela y mis tías.

Recuerdo también a mis tías paternas. Mi mamá a veces nos

dejaba ir de vacaciones unos días a casa de una de ellas y nos

la pasábamos muy contentos con mis primos donde había

mucha convivencia, empatía y cariño. Yo observaba que mis

tíos paternos querían más a los sobrinos de tías mujeres que a

nosotros porque yo veía que a ellos les daban dinero para

gastar, les compraban ropa, zapatos y otras cosas que a

nosotros no. Y cuando íbamos de visita con mi abuela paterna,

ella nos ponía a rezar y a leer la biblia y nos hacía

recomendaciones: que no dejáramos de ir a misa los domingos.

De hecho ella nos inculcó la religión católica. Mi abuela

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paterna era muy platicadora y amiguera y yo salí igual a ella,

también heredé el gusto por el baile y el canto.

Desde la infancia hasta los doce años yo usé los shorts muy

cortos, pues era la ropa que mamá nos traía de Estados Unidos.

Cuando entré a la secundaria, mamá me mandó hacer el

uniforme muy largo, por debajo de la rodilla, y eso no me

gustaba porque ya estaba acostumbrada a la ropa corta y con

ese uniforme me sentía como una jovencita tonta, pero yo era

obediente y así lo usaba; aparte, la frase que me dijo mamá

cuando entré a la secundaria me asustó, pues me dijo “hay que

tenerle miedo a los hombres”, y más recomendaciones como

“siéntate bien”, “no platiques con hombres”, “debes ser

recatada”, “no sueltes risotadas en la calle”, me decía que eso

no hacen las muchachas decentes.

Cuando estaba en la secundaria tuve un pretendiente que me

asediaba y yo tenía miedo de tener novio, pues pensaba que

con un beso podía quedar embarazada; aunque mis papás no

me dejaban tener novio a esa edad, yo le dije que sí a ese

muchacho después de insistir todo un año; y según anduvimos

de novios sólo unas semanas porque en la secundaria también

estaba mi hermano menor, que era muy celoso, y siempre me

estaba cuidando a ver quién se me acercaba.

Cuando se dio cuenta que andaba de novia con ese

muchacho, inmediatamente me llamó la atención y me lo

corrió; ni siquiera nos alcanzamos a tomar de la mano, sólo

caminábamos juntos, uno al lado del otro, pero un día él me

robó un beso y me lo dio muy apasionado y a mí no me gustó.

Me sentía sucia y decepcionada y lo rechacé. Yo esperaba un

beso casto, inocente, puro, de amor, de labios solamente.

Después de ese beso yo ya no quería saber nada de él, pero

él me buscaba y me buscaba hasta que un día estábamos

platicando en la esquina de la cuadra y me vio mi cuñado, yo

me asusté que me viera con mi novio e inmediatamente corrí a

mi casa. Pero de cualquier manera mi cuñado me regañó y me

dijo que era muy niña para tener novio y que él no lo iba a

permitir. Yo le hice caso, porque él era como el hermano

mayor para la familia, muy querido, respetado y apreciado, y

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aparte yo le tenía mucho respeto porque había sido mi maestro

de sexto año de primaria.

Así, con todos estos sucesos, pasó este inocente noviazgo a

mis quince años de edad y la vida siguió su curso. Me

celebraron mis quince años, precisamente organizada por mi

cuñado, solamente con una carne asada porque mi mamá había

hecho una alcancía para hacerme la fiesta pero mi hermano se

enfermó de reumatismo y se gastó el dinero en su tratamiento y

no más alcanzó para hacer una celebración pequeña.

Mamá me compró un pantalón rojo de terlenka a cuadros y

una batita pintor, que es lo que estaba de moda en esa época, y

también me ofreció ser dama de honor de una de mis mejores

amigas en su fiesta de quince años, a cambio de que no me

habían hecho fiesta. Yo acepté muy contenta y también me

compraron ropa nueva para ir a la fiesta: un batita pintor y un

pantalón morado que me hizo mi hermana mayor; yo quedé

muy feliz y agradecida con mis padres.

Luego salí de la secundaria y empecé a ver qué carrera iba a

estudiar y elegí medicina, que es lo que siempre me había

gustado, pues desde que era niña la practicaba inyectando

gallinas y jugando con mis vecinitos a los doctores y a las

enfermeras, pero mi mamá me dijo: “no hija, esa carrera no te

podemos dar porque es muy cara y tu papá no puede

pagártela”.

Entonces elegí estudiar en la Normal, la escuela para

maestros. Y otra vez mi cuñado, que era maestro, me ayudó a

prepararme para estudiar durante el mes de julio y agosto para

presentar el examen de admisión. De ahí de la colonia

presentamos el examen de admisión como veinte alumnos que

habíamos salido de la misma secundaria y solo una amiga y yo

pasamos el examen, brincamos y saltamos de gusto cuando nos

dieron el resultado pues presentamos 1,500 alumnos y solo

pasamos 850.

Muy contenta llegué a la casa y le di la noticia a mi mamá,

ella estaba trapeando la casa y no me felicitó ni se emocionó

con la noticia ni dejó de trapear, sólo me dijo “ah, sí pasaste,

pues qué bueno”. Me asombré de su reacción y se me bajó el

ánimo y el gusto, no entendía yo su actitud.

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Así pasó y me quedé con la incógnita; pienso que mamá no

podía creer que yo pasara ese examen pues yo estaba más chica

que mi hermana y era muy desjuiciada y juguetona, y aparte yo

quería estudiar otra carrera porque un año anterior mi hermana

mayor había presentado ese mismo examen y no lo pasó, y ella

sí quería estudiar esa carrera.

Así pasan las cosas en la vida y todo pasa por algo. Mi

hermana se desarrolló muy bien y es una eminente enfermera;

el tiempo siguió su curso. Luego vinieron los tiempos de pagos

escolares, de comprarme ropa para ir a la escuela y yo veía que

mamá no tenía la euforia y me limitaba mucho en las compras

de ropa y zapatos. Sin embargo, con mi hermana mayor sí,

andaba con todo ese gusto y euforia cuando ella también había

presentado el examen para entrar a la escuela de enfermería y

también empezaron los gastos… aunque claro, con mucho

sacrificio de mi papá, pues había tres estudiantes en primaria,

dos en secundaria y tres en carreras profesionales. Yo notaba

que le daba prioridad en las compras a mi hermana mayor, no

sé por qué, tal vez porque mamá siempre tenía la filosofía de

comprarle a la más grande.

A mí me daba vergüenza repetir la ropa para ir a la escuela

pero no había de otra, con todo ese gasto que tenía papá no

podía pedir más de lo que me daban y yo estaba feliz por haber

generado la oportunidad de estudiar, diferente a mis demás

compañeros de la secundaria en donde sus padres no pudieron

darles estudio.

Y hablando de la poca ropa que me compró mamá, mi

hermana, cuatro años mayor que yo, le reclamó a mi mamá y le

dijo que por qué le compraba más ropa a una que a otra y

mamá le contestó “¡Tú, cállate! ¡Tú no sabes por qué!”;

entonces mi hermana mayor, como ya trabajaba, me pasó su

ropa y entre las dos le hicimos arreglos y costuras para que me

quedara pues éramos de diferente talla. Entre nosotras nunca

hubo resentimiento, al contrario, siempre hubo mucha empatía

y amor.

Y así transcurrió el tiempo hasta que cumplí 17 años y tuve

mi primer novio y me enamoré perdidamente de él. Nos

queríamos mucho los dos, él tenía 24. Mi mamá me decía:

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“mucho cuidado con ese muchacho”, “ya está grande”, “hay

que tenerle miedo a los hombres”, y por esta frase viví mi

noviazgo con miedo a mostrar mi amor real.

Nuestras salidas como novios eran los domingos de una a

cinco de la tarde solamente y si íbamos al cine y se llegaba la

hora, aunque no se acabara la película, nos salíamos del cine,

porque si llegaba tarde aunque fueran sólo cinco minutos había

castigo seguro de parte de mi mamá por haber desobedecido.

El castigo era no salir los domingos siguientes; cuando mi

novio iba por mí el siguiente domingo, yo solo salía afuera de

mi casa y le decía de lejos con señas que no iba a salir y me la

pasaba triste el resto del día. Pero cuando tocaba que papá

estaba los domingos, que era muy raras veces, pues trabajaba

de mesero en su segundo trabajo, él le decía a mamá: “déjala

que salga”, y mamá se enojaba mucho pero sí me dejaba salir.

Aparte la condición que nos ponía mamá para salir con el

novio, o a cualquier fiesta, era que hiciéramos todo el quehacer

de la casa.

Continuando con la historia de mi novio, duramos más de

un año de noviazgo pero terminamos porque él se fastidió de

que no me dejaban salir. Él quería casarse conmigo pero no

acepté porque todavía era estudiante. Mi relación con él fue

amorosa, apasionada y profunda; con él sí disfrutaba de los

besos.

Sentía quererlo tanto que sentía culpa de quererlo así, como

hombre, y lloraba y me preguntaba que si con ese amor que

sentía por él no traicionaba el cariño que le tenía a papá y le

pregunté a mi hermana mayor. Ella me contestó: “no, no te

preocupes por eso, el amor que le tienes a papá es muy

diferente al que le tienes a tu novio, y con eso no lo ofendes,

no sientas culpa por eso”. Yo me quedé tranquila por esas

palabras porque para mí, mi hermana era mi consejera, mi

amiga, mi ángel, más que una hermana, y yo confiaba en lo

que ella me decía.

El noviazgo siguió casi por dos años. En ese tiempo

profundizamos en la relación, se abrió un canal de confianza y

yo me olvidé del consejo que me había dado mi mamá de no

confiar en los hombres. Se generó entre nosotros una libre

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expresión de sentimientos y de pensamientos que yo misma me

quedaba asombrada de mi forma de pensar, libre de prejuicios:

saqué mi verdadero yo interno y nos entendíamos tan bien que

estuvimos a punto de casarnos, pero no fue así, terminamos por

el cuento ese que no me dejaban salir.

Aparte descubrí que él empezó a salir con otra muchacha

después de las cinco de la tarde, hora en que me dejaba en mi

casa y pues eso yo nunca se lo pude perdonar; aunque me rogó

y me rogó, yo perdí la confianza y ya nunca quise volver con él

aun queriéndolo mucho, pues me defraudó. Luego terminé de

estudiar mi carrera y me asignaron mi plaza en Jalisco y me fui

a trabajar allá y aunque mi mamá se oponía porque decía que a

mis 18 años estaba muy chica e inexperta y que le daba miedo

lo que me pudiera pasar.

Mientras tanto, por otro lado, papá le decía a mamá: “déjala

que se vaya a trabajar, ella se sabe cuidar”. Yo estaba muy

emocionada con ese cambio de vida, de ambiente, porque para

mí era como una aventura. Les contesté a mis papás, sobre

todo a mamá, que me dejara ir, que entonces para qué había

estudiado cuatro años en la Normal y me fui a recorrer mundo.

En ese primer viaje a Jalisco, mamá me acompañó a

Guadalajara para presentarme en la Secretaría de Educación y

que me asignaran mi lugar de trabajo. Llegamos a Guadalajara

con una tía paterna que vivía allá y también nos acompañó

hasta la comunidad rural que me asignaron, llamada Cuzalapa,

la última comunidad de la Sierra de Jalisco (por cierto, un

lugar muy pintoresco y verde, con un río precioso y muy

caudaloso, donde había mucha fruta; la gente muy cariñosa,

atenta y respetuosa con los maestros).

Mi mamá me dejó encargada con el presidente municipal

del lugar y mi tía se regresó a Guadalajara y mamá a

Monterrey y yo inicié clases al día siguiente. Me sentía

grandiosa, valiente, capaz de vivir sola lejos de mi familia,

pero a los pocos días me di cuenta de la realidad. Me di cuenta

de que me sentía muy triste lejos del hogar y lloraba todos los

días por la ausencia de mi familia, ya que la vida fuera de ella

es muy difícil y diferente.

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Así pasaron los días desde agosto hasta noviembre, y

cuando me pagaron mi primera quincena inmediatamente viajé

a Monterrey, al seno materno, a retroalimentarme con mi

familia. Después del fin de semana que pasé con mi familia,

me regreso a mi comunidad a dar clases y entonces que me doy

cuenta que casi todos mis compañeros ya no se regresaron a su

lugar de trabajo y renunciaron a su plaza.

A mí no me faltaban ganas de hacer lo mismo, pero

pensaba: “si renuncio a mi plaza, me quedo sin trabajo y luego

dónde quedó el sacrificio de mis padres para darme el estudio”,

también veía la necesidad que había en casa de otra entrada de

sueldo para mejorar la economía familiar, pues éramos once

hermanos. No, yo no podía fallar. Primero a mí misma y luego

a mis padres, entonces me quedé en aquella comunidad por dos

años y luego me cambié de lugar y luego a otro y a otro. Así

pasaron quince años trabajando en Jalisco.

Durante cinco años que duré soltera trabajando en Jalisco,

les mandaba a mis padres la mitad de mi sueldo, con el resto

yo organizaba mis gastos personales, así me sentía contenta y

feliz de poder contribuir a la economía familiar,

correspondiéndoles un poco por su sacrificio para conmigo de

darme el estudio y formar la mujer que era hasta ese momento,

con la valentía suficiente de enfrentar y resolver cualquier

problema que se presentara.

Después de haber terminado con mi primer novio quedé

muy dolida y muy lastimada. No quería saber nada de hombres

pero me sobrepuse y después de dos años volví a tener otro

novio; nos quisimos mucho y me volví a enamorar muy

profunda y apasionadamente.

Tanto que estuvimos a punto de casarnos; cuando él me

pidió que nos casáramos y yo le di un sí, fui a Monterrey a

informar a mis padres que me iba a casar. Mi papá me dijo: “¿y

quién es ese pelao?”. Le expliqué todo lo que yo sabía de él,

que no era mucho, pues mi novio acomodó muchas mentiras

que yo creí… el amor que le tenía no me dejaba ver la verdad.

Nos pusimos de acuerdo para venir a Monterrey para que lo

conocieran en mi casa y en la siguiente vez que vino, un mes

después de la primera vez, volvió de nuevo pero ya a pedir mi

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mano. Mis padres y yo lo esperamos en casa para la petición de

mano. Lo esperamos una hora y otra hora, y yo con el nervio

encima me asomé a la esquina de mi casa y ahí estaba.

Voy con él y le pregunto: “¿por qué no pasas?” Y él me

contestó que le daba vergüenza. Yo le decía: “te están

esperando mis papás”, y me dijo, “sí, ahorita voy, es que me

siento nervioso”. Yo no entendía ese comportamiento pero

pues nos quedamos esperándolo.

Ah, porque él venía solo, sin sus padres y eso se me hizo

raro. Él me contó un cuento muy bueno y yo le creí. Le dije:

“ven, ¿por qué tienes miedo? si estamos haciendo las cosas

bien” y me responde: “sí, ahorita voy” y nunca llegó. Cuando

me volví a asomar ya no estaba. Me regresé muy desconsolada

y asombrada.

Papá me preguntó: “¿ya se fue, verdad?”. Y le dije sí y él

me respondió algo que en ese momento no entendí, pues yo

estaba en shock: “pues cómo iba a venir a pedirte si ya está

comprometido”. Yo le dije: “no, papá”. Y me aseguró: “sí,

investiga para que veas”.

Después de este suceso en mi casa en Monterrey, yo me

regresé a Jalisco a trabajar pero con una desilusión muy grande

y una desesperación por verlo y cuestionarlo sobre lo que había

pasado, por qué no había llegado a pedirme. Cuando llegué a la

central de autobuses de Guadalajara, él me salió al encuentro y

me dice “ven, chata, quiero hablar contigo”, y yo muy enojada,

le dije “yo también”, pero yo no sabía la fatal noticia que me

esperaba.

Hablamos y hablamos mucho rato, hasta que me va

confesando, en medio de lágrimas, que no había ido a pedirme

porque era casado y tenía cuatro hijas pero que me amaba

mucho, que lo perdonara, que no terminara con él. Me asestó

un golpe en el corazón con la noticia, un dolor inenarrable. Sí

me enojé y reclamé.

Lloré, pero, ¿qué hacía yo con todo ese caudal de

emociones y de amor que yo tenía para con él? El amor no se

acaba de un día para otro. Pensaba mucho en lo que me había

dicho papá y eso me mantuvo firme porque él me buscaba y

me buscaba pero yo no lo quería ver. Después de tres meses lo

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acepté de nuevo y me ofreció que no se podía casar conmigo

pero que viviéramos juntos; y yo dentro de mí sí quería pero al

mismo tiempo eran emociones encontradas porque pensaba: ¿y

luego mi autoestima, mi valor como persona y como

profesionista cómo iba a quedar yo, qué clases de valores iba a

impartir a mis alumnos?

No, yo no podía hacer eso, luego estaba la confianza de

mis padres: tampoco podía traicionarlos. No, me negaba a vivir

con él como amantes. Mis valores y principios no me lo

permitían pero mi corazón y mi amor sí lo aceptaban… no

hallaba qué hacer.

Así pasé unos días pensando en esta disyuntiva, hasta que

un día fui a Monterrey a ver a mi familia y muy dentro de mí a

despedirme de ellos porque sí iba a aceptar la propuesta de

vivir con él como amantes y esto no se los iba a decir, era una

decisión tomada pero no diría nada, eso era sólo mío. Me daba

vergüenza decirles la situación que había aceptado con mi

novio.

Yo ya no era la misma, tenía una llaga muy honda sin

encontrar una solución a mi vida y con sentimientos

encontrados pues yo ya estaba embarazada de él, pues qué

hacía, tenía que aceptar lo que me ofreciera. Ese domingo en la

tarde que me habló papá, me dijo que quería hablar conmigo y

me dijo: “mira, ese pelao es casado y con hijos. No le hagas

caso. Tú estás muy bonita y joven. Te mereces algo mejor”.

Yo creo que no me vio muy convencida porque lo siguiente

que me dijo me dejó impactada y me llegó hasta lo más

profundo de mi ser y me cambió todo el panorama: “Si ese

pelao te hace daño yo lo mato aunque me pase los últimos días

de mi vida en la cárcel”. Le vi a papá la firme decisión en sus

ojos tiernos, compasivos y amorosos, que con eso cambié

completamente mi manera de ver las cosas.

Claro que papá no sabía que estaba embarazada. Cuando

regresé a Jalisco terminé definitivamente con mi novio.

Discutimos mucho porque él no aceptaba terminar la relación;

pero esa frase que me dijo papá me mantuvo firme en mi

decisión y ahí acabó esa relación definitivamente.

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Después de todo este evento tuve un aborto. Y así,

lastimada y decepcionada, pasaron los días y dos años más

tarde conocí al que ahora es mi esposo, y empezamos una

relación.

Cuando iniciamos nuestro noviazgo yo no quería a mi

novio, todavía tenía coraje y decepción con los hombres. Yo lo

menospreciaba; sin embargo, él se portaba muy amoroso,

caballeroso, paciente y comprensivo conmigo y así me fui

enamorando de él poco a poco y luego nos casamos.

Vivíamos en un poblado de Jalisco muy contentos y

enamorados, nosotros dos solos, sin suegra y sin mamá, por lo

tanto nosotros resolvíamos nuestros problemas y situaciones

del día a día solos. Nos teníamos el uno para el otro,

enamorándonos cada día más, pues nuestro noviazgo solo duró

tres meses y mi esposo me hizo sentir amada, protegida y frágil

como una delicada rosa, por ello le entregué toda mi alma, vida

y corazón.

Él se portaba como el pilar de la casa, el que resolvía y el

que me guiaba y eso me encantaba. Me hizo amarlo, respetarlo

y admirarlo cada día más. Un día, después de tener a nuestros

tres hijos y cinco años después de que nos casamos, decidimos

cambiarnos de residencia a Monterrey por las oportunidades

que tendrían nuestros hijos de desarrollarse y de estudiar, ya

que vivíamos en un pequeño poblado y yo no quería que

estudiaran en un internado como lo había hecho la familia de

mi esposo; o en Guadalajara, o en Aguascalientes, o en alguna

ciudad lejos del seno materno sin nuestro amor y cuidado.

Nos cambiamos a Monterrey y nuestra relación sufrió un

cambio radical. Fue un parteaguas en nuestra vida porque se

invirtieron los papeles. Ahora me dejaba sola. Yo resolvía los

problemas que se presentaban del día a día. Él se hacía a un

lado y yo tomaba las decisiones. Ahora yo tenía la

responsabilidad del hogar, no sé por qué. Pienso que porque él

sentía que yo estaba protegida con mi familia.

De esta manera me fui haciendo más y más fuerte,

resolviendo y enfrentando toda la vida diaria y yo empecé a

decepcionarme de él y arrepentirme de haberme cambiado de

residencia y empecé a restarle valor, amor y respeto a mi

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esposo. Así me convertí en la mujer que lleva el mando de una

casa: que dirige, resuelve y decide.

Esta situación de pareja no me gustaba, no me sentía

cómoda. Tenía que crear una figura paterna ante los niños que

no existía y era muy desgastante querer cubrir esta situación

con mis hijos, pero así pasaron los años.

Mis hijos se formaron con esta percepción de relación de

pareja, y hoy por hoy quiero cambiar todo el concepto: que

cada uno tome su lugar, pero se me presenta muy difícil porque

mi esposo se quiere quedar en el mismo lugar, no quiere

cambiar. Ahora ya no me preocupa tanto esta situación porque

mis hijos son adultos y ya no hay que mostrar ni enseñar nada.

Mis hijos se formaron con esta visión de familia y pareja y

copiaron ese modelo de ser: ellos son el pilar de su relación, la

responsabilidad y la directriz. ¿Será bueno o malo? No sé, pero

sí que es muy pesado cuando se carga más a un lado que al

otro, pero en fin.

Me interesaba mucho cambiar esta forma de llevar la

relación de pareja por una responsabilidad compartida en el

hogar para darles un buen ejemplo, pero ya no se pudo, ya pasó

el tiempo y no se puede tapar el sol con un dedo. Ellos como

adultos se dan cuenta de todo. Sin embargo somos una familia

feliz, integrada, empática, amorosa, armoniosa y hay un

profundo respeto entre todos nosotros. Aun así valoro y

aprecio a mi esposo por su entrega, su eterno servicio con

nosotros y con toda la gente, esa es su personalidad; me cuida,

me valora, me ama, es comprensivo, amoroso paciente y

sensible, y nos amamos.

En mi juventud le pedí a Dios y al universo un buen esposo,

caballeroso, atento, amoroso, comprensivo y sensible; y me

regaló todo eso y más de lo que yo esperaba. Me dio una joya,

aun con defectos, equivocaciones y errores. Aun con todas las

crisis que hemos atravesado le doy gracias a Dios por tener a

mi lado a este compañero. Es lo que yo necesitaba y hoy le doy

todos mis votos y lo acepto en mi corazón. Reconozco su valor

como persona y hoy inicia una nueva etapa de mi vida a su

lado: feliz, plena, sin ataduras, ni resentimientos, humilde, con

amor y comprensión y reconozco todo lo bueno y malo que

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hemos pasado juntos en nuestros treinta años como pareja en

matrimonio. Es lo que necesitábamos, es la historia que estaba

escrita en el libro de la vida; para valorarnos, respetarnos,

rescatarnos y estar juntos en todo momento de nuestras vidas.

Hemos tenido muchas crisis a lo largo de nuestro

matrimonio hasta al punto de pensar en divorciarnos. Sin

embargo, nos hemos fortalecido y consolidado como pareja; y

aunque guardaba algo de resentimiento, con él he comprendido

que solo han sido circunstancias que la vida nos ha puesto:

pruebas muy difíciles y las hemos atravesado con amor y

comprensión. Hemos permanecido en el matrimonio y Dios

nos ha bendecido como pareja con la familia que tenemos.

La vida en pareja y en el matrimonio empieza todos los

días. Es como una planta que hay que regarla todos los días.

Aun con las humillaciones pasadas, faltas de respeto, mentiras,

desconfianza y recelo entre nosotros nos ha unido siempre el

amor. Ha habido muchas disculpas y perdones entre ambos.

Nos hemos recuperado, y hoy por hoy ha vuelto la confianza,

comprensión, empatía y sueños y sigue triunfando el amor y la

unión.

Nuestro matrimonio empieza en 1982 y nace nuestra

primera hija, tan hermosa y tan llena de vida. Recuerdo cuando

yo estaba en el quirófano, una noche de luna llena, y alcanzaba

a ver la luna por la ventana y estaba hermosa, completamente

llena y me informan los médicos que es una niña, yo solté el

llanto de felicidad, muy contenta de saber que yo le estaba

dando vida a ese pedacito de carne. Así empieza mi desarrollo

como madre, viendo crecer a mi niña día a día, aprendiendo

cómo hacer las cosas, cómo educarla, qué hacer cuando lloraba

la niña, cuando dormía; y las buenas desveladas que pasaba,

pues era primeriza.

¿Cuántos errores cometí? Muchos, seguramente en su

crecimiento y educación, pero en la enseñanza viene el

aprendizaje, pues yo no tenía ni suegra ni mamá que me

aconsejara o dijera cómo hacer las cosas; solo mi intuición y

amor de madre me indicaba las soluciones a las situaciones del

día a día.

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A los cuatro meses de edad de mi niña, quedo embarazada

de nuevo. Estaba tan contenta y feliz por volver a dar vida a un

nuevo ser pero también tenía mucho miedo y temor de lo que

me pudiera pasar porque de la niña me habían practicado

cesárea y el doctor me dijo que era peligroso tener otro parto

tan seguido. Sin embargo, mi esposo y yo estábamos felices

con la espera y pasaron los nueve meses. Llegó un nuevo

angelito, un hombrecito hermoso, y mi esposo tan feliz porque

fue hombre.

Así transcurrieron dos años y medio, con mis dos niños

creciendo y desarrollándose cada día. Estaban los dos

pequeños y tan seguidos uno del otro que nos repartimos las

labores de atención de los niños. Yo atendía a la niña porque se

desvelaba mucho, y a mi esposo, que era muy tempranero, al

niño. Y llegó mi tercera hija, que fue una niña muy tranquila y

muy dormilona, diferente a los otros dos.

Transcurrió la niñez y adolescencia de mis tres hijos, y en la

juventud, mi hija mayor se enamoró a los 18 años y se casó a

los 19 años. Tuve una crisis fuerte, pues aun a pesar de la

comunicación que había entre nosotros, ella salió embarazada

antes de casarse. Yo no quería que se casara, se me hacía que

todavía estaba en proceso de crecimiento y maduración y

también todavía estaba estudiando.

Habíamos platicado de todos sus sueños y proyectos que

tenía en puerta cuando ella terminara su carrera, los que ella

había planeado junto conmigo, pero le ganó el amor y se casó.

Con toda esta situación y nueva experiencia de ser suegra y

abuela; la inexperiencia de mi hija para vivir un matrimonio y

el de criar a un bebé, tuvimos muchos conflictos con todo esto.

Yo por querer ayudarle y enseñarle a hacer las cosas como yo

creía que estaba bien, y con mi experiencia y afán de que no se

equivocara, ella hacía las cosas de acuerdo a como le parecía,

pues claro, ella quería vivir su propia experiencia y sus propios

errores. ¡Quién experimenta en cabeza ajena!

Con toda esta vivencia, yo no quería aceptar que mi hija ya

estaba casada y me inmiscuía en todo. Siempre quería que la

acompañara en todo momento, no quería soltar mi guía,

estábamos muy unidas, así que me la pasaba diciéndole qué

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hacer, resolviendo problemas de ella y no la dejaba vivir su

matrimonio, su propia experiencia y consecuencias; hasta que a

los cinco años de casada ya dejé esa forma de ser y de

comportarme.

Mi hija ahorita tiene tres hijos, y yo como abuela le doy

consejos de cómo tratarlos, pero a ella no le gusta que le diga

nada respecto a la educación de sus hijos, incluso me ha

faltado al respeto. Mi hija, en el afán de hacerlos

independientes, les da responsabilidades a los niños y creo que

exagera: no los deja disfrutar de una niñez libre y sin

complicaciones. Creo que es exagerada y perfeccionista y yo le

digo que para todo hay una edad.

Ahí es donde entramos en conflictos porque ella no está de

acuerdo en mi manera de pensar. Cuando sucede esto, se

genera un alejamiento y un abismo de incomunicación entre

nosotras que mejor hay ocasiones de ya no hablar más del

tema. Ahora caigo en mi error, pues ella debe desarrollarse

como la mujer fuerte, valiente, aun con equivocaciones; pero

veo que siempre está preocupada por estar en constante mejora

y aprendizaje para cambiar y transformar sus puntos erróneos.

Yo comprendo que debo dejar que cometa sus errores y

asuma sus consecuencias y dejar de estar en constante crítica

con ella. Aunque me duela ver cuando comete errores, sobre

todo con los niños, debo tenerle confianza y respetarla en sus

decisiones, aunque no me guste y sufra por ello, a tal grado que

me da insomnio en estar buscando respuestas y mil maneras de

comunicarme con ella, sobre todo para no lastimar a los niños

y causar daños en ellos que puedan ser irreversibles.

Tiempo después, tuve otra crisis con mi hija menor al

confesarnos sus preferencias sexuales. Sentí tristeza,

culpabilidad, desasosiego, castigo de Dios, miedo y negación.

Caí en shock, me sentía sin palabras para tratar el tema pero

también con mucho amor y comprensión para ella. Lo que

perdí fue mi valor como madre. Sentí un fracaso y pensé en las

consecuencias que me trajo mi forma de ser: dominante y

controladora en la relación con mi esposo, y esos eran los

resultados.

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Al saber la noticia, creí volverme loca de dolor, pues esto

era algo que no tenía planeado, mi hija no cumplía mis

expectativas. Estas emociones las escondí en lo más profundo

de mi alma: la decepción y el dolor. Le di el apoyo y la acepté

pues yo no soy dueña de su vida, los hijos solo están de paso

por nuestra vida. Los hijos no son propiedad de los padres.

Me sentía culpable de las preferencias sexuales de mi hija;

me sentía culpable por haber desarrollado con mi esposo una

relación controladora, dominante, menospreciativa, y creía que

por ser yo así, ella había odiado a los hombres y no quería

tener una relación igual. Y platicando con mi hija del tema, me

dice que ella desde niña sentía cosas diferentes en su cuerpo,

pero tenía miedo de aceptarse y que nosotros, su familia, la

rechazáramos.

Yo la veía durante años enferma de una cosa y otra, siempre

con ese rictus de preocupación hasta que un buen día, en una

crisis que ella tuvo, nos confesó el porqué de esa preocupación.

Aunque me sentía muy mal por dentro, escondiendo mis

sentimientos para que ella no sintiera la carga más pesada de su

descubrimiento, yo le di gracias a Dios que me permitió poner

remedio a tiempo, antes que ella pensara en escapar de casa o

hasta suicidarse.

Le dimos el apoyo y empezamos en la búsqueda de

información para ver si podía corregirse con el sacerdote, con

el médico o con el psicólogo. Me documenté en el tema para

saber cómo podía ayudarla: leyendo libros con respecto al

tema, más lo que me respondieron y lo que encontré con todas

esas personas es que no se podía hacer nada, que eso no se

podía corregir, que no era enfermedad.

Entonces comprendí que mi hija es una psicóloga muy

valiosa, responsable, madura, trabajadora, buena hija y

hermana; entendí que su sexualidad no tiene nada que ver con

su persona, pues su sexualidad pertenece sólo a ella y la lleva

muy respetuosamente con su pareja; y claro, a mí se me cayó el

mundo y mis sueños que había construido para ella, pero

también entendí que Dios me la prestó solamente por unos

años y Dios me dijo al oído, a mi alma y a mi corazón: “te voy

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a dar el regalo de ser madre, pero no cumplas tus sueños,

ayuda tu hija a cumplir sus sueños y hazla feliz”.

Comprendí que sólo esa era mi misión y prefiero que ella

sea homosexual, feliz y realizada a tener una hija infeliz o

muerta; incluso, entre lo que me documenté, leí en la Biblia

buscando respuestas en mi desesperación y encontré que

Jesucristo perdonó, enseñó y amó incondicionalmente.

Encontré este mensaje que Dios condena el libertinaje, las

violaciones, la lujuria.

Sin embargo, para los homosexuales tiene un contenido:

“venid a mi todos los que estáis rendidos y agobiados por las

cargas que yo os daré descanso” (Mt. 11,28). Después de

pasar por toda esta vivencia, fui tomando responsabilidad

haciendo a un lado la victimización y pensar por qué Dios me

había mandado este castigo.

Ahora es otra historia y me doy cuenta que yo siempre fui

diferente de mis hermanos. Siempre tenía el poder de hacer

cosas diferentes, por lo tanto con ese empoderamiento en mí,

claro que iba a criar a hijos diferentes, con un gran poderío y

libertad de sacar su verdadera personalidad. Y ahora, de la

culpabilidad que yo sentía, la transformo en que me siento una

persona afortunada y escogida; como ejemplo y con una

misión que cumplir en el mundo: de abrirles camino a esta

generación de homosexuales en la sociedad, de darles un

respeto y un lugar. Me siento escogida y es una gran

enseñanza; me siento poderosa para enfrentar cualquier

situación que se presente y responsable de las respuestas que

daré cuando el momento así lo requiera.

Mi hija vive feliz con su pareja: tiene un trabajo estable y es

muy trabajadora y responsable, ya compró su casa y ellas están

buscando el mejor método de tener hijos y formar una familia.

Yo pienso que si mi hija está feliz, yo estoy feliz.

Tuve otra crisis con mi hijo, de nuevo por sus preferencias

sexuales. Al enterarme, sentí decepción, sorpresa, lástima,

equivocada en mi concepto como madre y me preguntaba qué

hice yo para que me pasara esto; pero la vida sigue y estaba

temerosa a la discriminación que pudiera tener él; impotente

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por no poder hacer nada, tenía que asimilarlo de nuevo, darle el

apoyo. Mi vida dio un giro de 180 grados.

Otra vez sentí volverme loca de dolor, de tristeza. Me sentí

flagelada, incompleta, destrozada y tener que esconder todos

estas emociones para darle a mi hijo el apoyo y no hacerlo

sentir mal; y yo, muriéndome por dentro, entré en una fuerte

depresión por un buen tiempo pero de nuevo salí de ella. Perdí

el orgullo y pude mostrar una conducta valiente, comprensiva,

empática, responsable y amorosa.

Comprendí que mi hijo seguía siendo mi orgullo y ver que

es un ingeniero admirable por su forma de ser, por su

personalidad, por trabajador, responsable y siempre en servicio

con la gente; amado y admirado por todas las personas que

tocan a su puerta y a su alma en busca de ayuda. Siempre tiene

las palabras adecuadas para confortar o dar un consejo a quien

se lo pide. Es amado y admirado por su familia, por sus amigos

y por la gente que le rodea.

Mi hijo es un tesoro muy apreciado. Entonces viendo todo

esto, volví a entender que sus preferencias sexuales no le

quitaban ningún atributo, al contrario, más admirable, porque

por no lastimar a su gente, prefirió guardarse en el closet

durante 25 años. ¿En dónde estaba yo que no supe ver sus

cambios? ¿Qué tipo de madre fui? ¿Cuánto ha de haber sufrido

todo este tiempo?

Luego pienso, si Dios me regaló a mis hijos, es para

aceptarlos tal cual son y no para criticarlos, ni enjuiciarlos y

comprendo que sus preferencias sexuales son parte de su

persona, de su intimidad. Por otro lado, reflexiono y me digo:

¿qué valor tiene el ser madre de hijos realizando el modelo que

nosotros soñamos? ¡No!, tengo la capacidad para ser madre de

todos los hijos, sean cual sean, con todos sus defectos y

virtudes, y entonces volví a entender mi misión en este mundo:

el de abrirles camino y respeto ante una sociedad.

Ahora comprendo que aunque sufrí mucho con todas estas

situaciones, saqué lo mejor de mí, y finalmente le di su lugar a

mi esposo y yo tomé el mío; así nos unimos más en la

confianza, en el amor; somos una familia feliz, unida y

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diferente. Somos una familia de unión y de ejemplo para las

generaciones futuras.

Mi hijo tiene ahorita su pareja y están construyendo la

relación entre ellos con amor y respeto. Piensa casarse y

formar una familia con hijos, y bajo este concepto encontró a

su pareja y se está consolidando una bonita relación con esas

expectativas. No una relación cualquiera, no con promiscuidad,

sino con respeto, y yo le doy gracias a Dios por verlo feliz.

¿Qué más puedo pedirle a la vida? Sólo agradecer que

después de la tempestad viene la calma; y en las casas de mis

hijos se respira un ambiente de tranquilidad y de amor. Le

decimos a mi hija que su casa es la casita del amor y de la

felicidad.

Y en cuanto a mi mamá, siempre había pensado que me

quería menos que a mis hermanos, por su falta de

comprensión, valoración, reconocimiento, entendimiento y

comunicación. Ahora comprendo que ella siempre me vio más

fuerte que a los demás. También comprendo que tuvo una

infancia difícil: de maltrato, abandonada y falta de amor. Por

tal razón no sabe demostrar su amor y reconozco y valoro todo

lo que hizo por mí: me fortaleció y saqué lo mejor de mí.

Me enseñó con sus actitudes a ser una incansable guerrera.

A caerme y levantarme. A desarrollarme y a formar una

personalidad fuerte porque tengo la capacidad de cambiar toda

mi historia de sufrimiento, dolor y de falta de amor. Y ahora

que ya no me tomo nada personal, se genera otra mejor

relación entre mi mamá y yo. Comprendo que ella es así por

sus razones y yo trato de verle todo lo positivo que tiene, y me

quedo con eso.

Ahora me doy cuenta que es una persona muy valiosa,

significativa y determinante en la formación de mi carácter. Le

doy gracias por ayudarme a tener esa fuerza y poderío para

saber salir de cada situación difícil de mi vida. Aprecio y

valoro que me dio la vida. Me guió y me enseñó los valores

con que me he regido.

Observo que aunque mi mamá muchas veces estaba sola

para educarnos y tomar decisiones importantes, pues mi padre

trabajaba muchas horas para sacarnos adelante, siempre mi

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mamá salía adelante ante todas las situaciones de la vida por

tener ese carácter y esa personalidad, a pesar de toda su

historia y por la forma en cómo nos crió y educó, pues ella

pensó que esa era la forma correcta de acuerdo a como a ella la

trataron.

Agradezco a la señorita Dariela Dávila, mi amiga y guía

para transformar y ver esta historia de diferente manera; por

los cambios que se operaron en mi persona con su ayuda al

tomar el diplomado que nos impartió porque me permitió

desarrollarme como nueva persona, con un gran conocimiento

y crecimiento. Gracias.

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Tejiendo mi vida – MOG Nací en Monterrey, Nuevo León en 1973. Soy la octava de

diez hermanos (seis mujeres y cuatro hombres).

Tengo memoria de mis recuerdos aproximadamente desde

que tenía cinco años. Puedo decir que tuve una infancia

normal, con algunas carencias pero lo necesario para vivir.

Vengo de una familia numerosa: papá, mamá y nueve

hermanos (seis mujeres y tres hombres), más una tía paterna

que vivía con nosotros junto con sus tres hijos, y además mi

abuelo paterno que llegó a mi casa antes de que yo naciera; el

abuelo enviudó joven y vivió con nosotros casi treinta años. En

total éramos 17 en la familia. Es muy admirable la

responsabilidad de mi padre al trabajar solamente él para

mantenernos a tantos en casa.

Recuerdo que como a los doce años yo empecé a tener más

conciencia de mí, a hacerme muchas preguntas como: ¿Quién

soy?, ¿qué quiero?, ¿qué hago aquí? Me sentía extraña, como

que tenía que buscar algo que no sabía qué era. En esa

búsqueda, en esa sensación de extrañez en mi cuerpo, en mi

interior, me acerqué mucho a la iglesia católica (soy católica

desde siempre pero en casa no éramos practicantes, sólo

bautizos, bodas…), me acerqué tanto que me convertí en ratón

de iglesia.

Fui a todos los cursos, todos los grupos, sólo me faltó dar la

misa (bueno solo me faltó consagrar), porque si llegué a

celebrar la palabra; fue muy bueno para mí ese aprendizaje;

conocer la historia de la religión que yo profeso, su sistema,

fue muy enriquecedor y me gustaba mucho servir, me sentía

muy satisfecha, muy en paz conmigo misma; trabajé

muchísimo en la parroquia a la que pertenecía.

En esa etapa de mi juventud quería estudiar, no tenía muy

claro qué, solo quería tener una profesión en la que yo tratara

con personas, no con escritorios ni máquinas, entonces me

decidí por la enfermería. Recuerdo que mamá insistía en que

no estudiara, decía que para qué; también quise estudiar

medicina pero no tuve la suficiente información u orientación

vocacional que me ayudara a decidirme.

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En casa me sentía sola, aislada, había mucha gente, mucho

bullicio, y yo me sentía como que no figuraba, como que no

existía, relegada, a un lado de todo; soy de las últimas hijas y

me sentía sándwich, la de en medio, ni la mayor ni la menor; la

aplastada. Ahora que lo escribo, lo veo de distinta manera,

menos doloroso que en aquellos momentos, menos molesto,

sólo que éramos muchos hijos y que mamá no tenía tiempo,

nada más le alcanzaba para cocinar, asear la casa, lavar…

Por mencionar algunas situaciones, que me marcaron entre

mi infancia y juventud, están: mi maestra Juanita de primer año

de primaria, que me quería mucho y me lo demostraba, en

clase me abrazaba, me sonreía y me decía cosas lindas.

También tuve un accidente entre los cuatro y seis años, solo

lo recuerdo como entre sueños: me veo que abrí los ojos y

estaba en una hamaca, siendo mecida por mamá, que tenía cara

de angustia; me desmayé cuando un tubo de un columpio se

desprendió y me cayó en la frente golpeándome fuertemente;

estábamos en una fiesta, recuerdo una rara sensación, sentí que

estaba soñando y me veía en la hamaca llorando y mamá me

mecía impotente por no poder hacer otra cosa, como irnos de

ahí a un hospital porque el golpe fue muy fuerte. El asunto era

que papá estaba tomando alcohol muy divertido y decía que no

me había pasado casi nada.

Otra situación que recuerdo fue cuando me encontraba yo

jugando en la calle cerca de mi casa: había llovido y andaba

descalza corriendo entre los charcos con alguna amiga que no

recuerdo quién era y nos divertíamos, luego una vecina me vio

y me llamó y me dijo: “¿Por qué estas así? (sucia y mojada),

¡si hoy es tu cumpleaños, anda ve a bañarte!”.

Ella me acompañó a la casa y le contó a mamá que era mi

cumpleaños, mamá sonrió y dijo: “¡Ah, sí, no me acordaba!”

Solo recuerdo que me bañé, me cambié de ropa, llorando en la

regadera.

Hasta hace poco tiempo caí en la cuenta de que siempre en

mi cumpleaños yo me sentía de mal humor, como nostálgica,

irritable, no quería que me felicitaran, ahora he comprendido

que esa ocasión en que mi vecina me recordó mi cumpleaños y

mi madre no lo recordaba yo la guardé como una herida en mi

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vida y la revivía cada año, ahora que lo escribo lo entiendo

mejor, lo asimilo y lo dimensiono menos. Ahora que lo tengo

claro, en mis cumpleaños la paso mejor, más relajada y

aceptando las felicitaciones.

Otra situación traumática fue cuando mi padre agredió

físicamente a mamá, la maltrató tanto y la golpeó, la corría de

la casa, gritaba, insultaba, enardecido por el coraje y los celos.

Toda esa noche no dormimos por el temor a que papá

despertara. Al día siguiente se fue a trabajar y regresó por la

noche como si nada hubiera pasado, yo me preguntaba: ¿Qué

le pasa a mamá?, ¿Por qué lo soporta? Ahora que lo escribo ya

no me siento parte de ese problema. He aceptado que eso

sucedió por problemas entre mis padres y si mi madre decidió

seguir, sus razones tendría.

Debo mencionar cosas buenas que también me marcaron,

como las Navidades en casa. Al vivir mi abuelo paterno con

nosotros, todas las tías venían a nuestra casa a pasar la fiesta

con sus hijos y esposos, papá tiene cinco hermanas y me

encantaba que vinieran, nos divertíamos mucho, se quedaban

varios días, y la noche del 24 de diciembre rezábamos para

acostar al Niño Dios, cenábamos, nos daban dulces, y había

algunos regalos. Tengo muy buenos recuerdos de mis tías y

primos, nos tratábamos con mucho cariño.

Decidí estudiar enfermería pues siempre me ha gustado

ayudar a las personas que están a mí alrededor, siempre quise

trabajar con personas, ayudarlas y así aprender de ellas; casi al

final de la carrera conocí la psiquiatría y me encantó. Decidí

hacer mi trabajo social en el Hospital Psiquiátrico de la

Secretaría de Salud, aquí en Nuevo León. Al finalizar ese año

de servicio me quedé a trabajar ahí durante ocho años.

Me encantaba mi trabajo, escogí trabajar ahí (poca gente del

área médica se decide por la psiquiatría debido a temores o

creencias mal fundadas), porque sentí que a estos pacientes hay

que darles una atención muy diferente que a los pacientes de

un hospital general. Sentí que tenía que poner mucho de mi

parte para ayudarlos a rehabilitarse, pues los sentía muy

vulnerables, con mucha soledad y desatención de sus familias.

Son pacientes que se han perdido a sí mismos, perdidos en su

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cuerpo, sin saber quiénes son; todo esto me atraía mucho y me

gusta estar cerca de ellos. Esa experiencia me ha ayudado a

crecer mucho en mi persona, me ha hecho más sensible, más

razonable y a ocuparme en mi salud mental.

En mi juventud, entre los trece y quince años, empecé a

tomar como pasatiempo la lectura. Leía todo lo que llegaba a

mis manos, junto a mis hermanas fuimos aficionándonos a esta

bella práctica. Leer es y ha sido para mí conocer otros mundos,

viajar sin salir de casa, conocer a muchas personas, conocer

otras vidas. Cuando leo, siento que me pierdo, me introduzco

al libro, formo parte de él y la experiencia es maravillosa.

También soy fanática del cine; me transporto a la película y

pierdo la noción de tiempo, es padrísima la sensación.

Mi esposo y yo les hemos transmitido ese gusto (por el

cine) a nuestros hijos, y espero que más adelante les guste

también la lectura. Ahora dicen que es aburrida pero siempre

me han visto leer y hojean o revisan mis revistas y libros que

hay en casa de vez en cuando.

Me casé a los 23 años, pues me sentía muy enamorada, con

Miguel. Él ha sido muy buen marido, atento, respetuoso,

amoroso, protector, excelente amante (qué puedo decir yo),

buenísimo como papá; tenemos dos hijos: Diego de catorce

años y Emiliano de diez años. Estos hijos míos son mi

trascendencia en la vida, mi realización, mi tesoro más grande,

mi alegría, mis complementos, mis eternos acompañantes.

Diego es un niño tierno, cariñoso, inteligente, intuitivo,

maduro, sensible, pero también contestón, y Emiliano es

soñador, dramático, inquieto, audaz, aventado, no le teme a

nada, quiere hacer muchas cosas, romántico y angelical,

también muy contestón. Estén en donde estén, vayan a donde

vayan serán mis hijos para siempre y eso me llena el corazón.

En mi relación marital, quiero contarles un poco de mi

marido. Él es un hombre muy alivianado, de mente abierta,

nada celoso, me deja mucho ser, me da libertad para mis gustos

y actividades, además es amoroso, demostrativo de sus

emociones, apasionado como buen escorpión que es, está al

pendiente de mí, de nuestros hijos, de su familia, y también es

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muy bueno con mis padres, todo esto lo hace un excelente

compañero de vida.

Pero yo hoy por hoy, me siento un poco aburrida, estancada

en la relación, cansada, con mucha monotonía. Él siempre está

dispuesto a que experimentemos, a que salgamos a pasear

como pareja, a divertirnos, a hacer cosas nuevas, pero aun así

me siento sin emoción, sin entusiasmo, quiero mucho a mi

marido y estamos tranquilos en estos momentos. Me esfuerzo

por ser paciente, tolerante, corresponder en lo que más pueda a

sus atenciones. Él siempre me ha dicho que él me quiere más

de lo que yo lo quiero a él.

En la relación sexual no me puedo quejar, hemos aprendido

mucho juntos, nos complacemos el uno al otro, jugamos,

experimentamos; él me ayudó y me enseñó a tener orgasmos.

Él ha sido paciente y delicado para tratarme, con esta

declaración no estoy afirmando ni decidiendo nada, estoy

escribiéndome para conocerme, leerme, entenderme y

comprenderme. Llevaré las cosas con calma, con cautela,

digiriéndolas. Creo y siento que mi marido también las

razonará conmigo o consigo mismo. Me siento tranquila.

Tal vez el enamoramiento que sentí cuando éramos novios

y luego al casarnos se ha transformado, pero no sé cómo llevar

esa transformación y acomodarme a ella. Siento que me falta

eso que les sobra a los enamorados: mucha alegría (al verse),

emoción (mariposas en el estómago), pasión (querer comértelo

a besos), extasiarte al despertar por la mañana y verlo junto a

ti. A lo mejor exagero y alucino; es lo que siento en estos

momentos, tal vez Miguel y yo estamos exhaustos, tal vez

debemos hablar mucho sobre el amor para recomenzar.

En el transcurso del diplomado, en el cual me siento muy

contenta y agradecida con la vida al traerme hasta aquí, he

descubierto todo esto que menciono, he descubierto a un yo

que no conocía, me he asombrado, me he gustado mucho, y

quiero seguir descubriéndome. Ahora me siento muy libre,

muy plena, muy a gusto conmigo, siento que quiero mucho

más que antes a todos los que me rodean, siento que no tengo

pasado, o que tengo muy poco pasado, y del futuro tengo

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muchos proyectos en mi mente, tantos que voy paso a paso en

el ahora para alcanzarlos.

Quiero asumir mi destino, ser fiel a mí misma, ser la que

soy, no ser como se espera que sea; me resisto a reprimir mis

sentimientos y emociones, quiero tener poder sobre mí.

Cambiar de dirección no es cambiar de amor, soy como dos

personas: mi alma en este cuerpo, necesito armonizarlo,

ponerme en sincronía, tomar los riesgos. Aceptarme como soy

ha sido una tarea diaria, constante y a veces difícil. Encontrarle

sentido a mi vida es encontrar el tesoro perdido. Ayudar a mis

hijos a que encuentren ese sentido para sus vidas es una tarea

maravillosa. En mi vida quiero hacer, y hago, lo que realmente

me importa.

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Transformando mi vida – Tornado

Tengo 32 años.

Con gusto te comparto mi biografía:

Fui gestada un 24 de diciembre de 1981, y nací ocho meses

después; a mi mamá se le reventó la fuente, y duró seis horas

en labor de parto, no quería que le hicieran cesárea porque mi

papá le dijo que si le realizaban cesárea la iba a dejar, pero al

transcurrir las horas y no dilatar, tuvieron que realizársela, al

abrirla estaba yo encarnada en una costilla derecha, motivo por

el cual nunca dilató, esto fue a las 23:30 horas del tres de

septiembre de 1982.

Esta anécdota me la platicó mi mamá y me impactó mucho,

asimismo me hace reflexionar, en el sentido de que: nací antes

de tiempo, mamá batalló mucho para que naciera, finalmente

vi la luz, rompí paradigmas de papá, y de allí inicia mi historia.

Mi padre en ese momento no dejó a mi mamá, actualmente

él es alcohólico, mi mamá muy callada, no le gustan los

problemas y prefiere guardarse todo, a mi hermana la mayor de

nombre Martha Teresa, la siento temerosa todo el tiempo, mi

hermana la menor de nombre Cristina (yo le digo Vitola), la

veo vivir en una fantasía, y es muy semejante a mamá, no le

gustan los problemas, es callada y también se guarda todo.

Yo soy la hija de en medio, somos tres mujeres. De niña

recuerdo que era muy calzonuda, berrinchuda, caprichosa,

demandante, celosa con mi papá, me gustaba que todo fuera

justo, y equitativo, hasta la fecha.

Cuando yo tenía dos años y seis meses mis papás se

separaron: papá decidió casarse con la mejor amiga de mi

mamá de nombre Magdalena (Nena). Desde allí mamá

trabajaba, y nos cuidó trece años mi mamá de crianza de

nombre Cecilia “Chila”, en paz descanse.

Chila tenía una hija seis meses menor que yo, entonces

jugábamos las tres: Chabela, Cristy (mi hermana menor) y yo,

pero algunas veces me parecía que Chabelita (como la

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nombraba su mamá) se creía mucho, o quería ella decidir, y ser

el mejor personaje, por ejemplo jugábamos a las Muñequitas

Elizabeth y ella quería ser la más bonita, y yo le decía vamos a

rifarlo, o si la vez pasada escogiste a Elizabeth ahora escoge a

otra para todas participar, y como se negaba, le pegaba;

también le pegaba a Cristy porque no quería recoger, por todo

lloraba.

Chabela era, y en la actualidad es, la consentida de mi

mamá, siempre ha sido muy apegada a ella, y tampoco nunca

quería estar lejos de sus faldas, y eso a mí me desesperaba

mucho, gozaba y actualmente gozo, de poca paciencia.

Recuerdo que mamá siempre le decía a mi hermana menor

“Topito”, “Cristobalito”, “Cristito”, “bebita” a manera de

cariño, y yo siempre me preguntaba: “¿por qué mamá nunca

me dirá nada de eso a mí?” Más bien, mamá se desesperaba

conmigo desde siempre y por lo general me golpeaba mucho,

decía que yo era la mayor y la que hacía todo, que yo tenía la

culpa, (aun no sé a qué culpa se refería). Recuerdo que me

aventaba sillas, me levantaba la cara, jalando de mi cabello y

con su chancla me daba cachetadas hasta dejar mis cachetes

muy calientes y rojos, por tanto yo lo resolvía de la misma

manera.

Cursé un año en el kínder y tenía a mi maestra de nombre

Rosalinda, ¡se me hacía tan bonita!, y usaba unos tacones que

yo soñaba con usarlos. También tengo dos fotos de recuerdo,

una cuando sale el grupo completo y yo con trompas fruncidas

porque me molestó mucho que llevara calcetas que no me

combinaban, y la otra foto disfrazada de florecita.

Cursé seis en primaria, allí en la primaria agredí a varias

compañeras, y estuve en ese inter en coro de la iglesia católica

y también agredí a otras niñas. Recuerdo que en tercer año de

primaria me daba clases una maestra de nombre Irma y usaba

ella unos tacones de aguja que soñaba también con yo usarlos.

En esta etapa mamá cada vacaciones, ya fueran de quince días

o las largas que eran desde julio a septiembre, me mandaba a

un rancho donde ella nació y creció, y algunas veces también

con familiares de mi papá; decía que yo era insoportable, que

tenía el corazón negro, que era de higaditos negros y que mi

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corazón estaba encartado por el diablo, que lo que menos que

quería era verme.

Recuerdo que pasé algunas Navidades con mi papá al lado

de su familia, mis tíos, tías, primas, abuelos, y veía cómo mi

abuela les regalaba a mis primas hermosos regalos, tales como

muñecas grandes, ropa, juegos de té, y cuando abría los míos

eran pequeños y sencillos, y eso me dolía, todo me hacía

pensar que había distinción.

Al terminar mi sexto grado de primaria tuve mi primer

novio de nombre Luis Fernando, (“Chapatín” le decían porque

siempre llevaba su lonche en bolsa de papel).

Cuando entré a la Secundaria también varias veces agredí a

mis compañeras y en primer año de secundaria iba mi mamá de

crianza a hablar con los maestros, hasta que en segundo año

cuando seguía golpeando a mis compañeras, la Directora de la

Secundaria de nombre Guillermina, (mujer enérgica, de un

carácter frio, sin expresión alguna, cabello corto, y recuerdo

que usaba unos tacones de aguja muy altos y con los que

soñaba también usarlos) habló con mi mamá Chila y le dijo

que ya no podían recibirme, que tenía que venir mi mamá, a lo

que mamá Chila respondió: “es que su mamá trabaja y sale

hasta la noche”. Pero la Directora respondió: “pues que pida

permiso o que falte la señora, porque no vamos a recibir a la

alumna si no viene acompañada de su mamá”. Finalmente mi

mamá me acompañó y la Directora le dijo mi historial, y que

estaba condicionada, que la próxima vez que tuviera una pelea

me iba a expulsar.

Recuerdo que en esas fechas mamá dejó de enviarme a los

dos lugares en vacaciones y cambié eso por las calles, me

juntaba con jóvenes de diversas edades en plazas y en

esquinas, probé los cigarrillos y el alcohol.

En tercer año de Secundaria cambiaron a la Directora

Guillermina y entró un Director (no recuerdo su nombre) en su

lugar, nos mandó hablar a la Dirección a todos los alumnos

condicionados, amenazó que la Directora Guillermina ya le

había dada los pormenores de cada expediente y que a la

primera estaríamos fuera de la Secundaria; a los dos meses de

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esta plática fui expulsada porque agredí físicamente a una

compañera de nombre Gloria.

Recuerdo que mi mamá, llorando, le decía al Director:

“ayúdeme a que me la acepten en otra secundaria, ya le compré

libros y gasté en el uniforme y ya no tengo dinero”; a lo que el

Director respondió: “llévela a la Secundaría Número 14 en la

Colonia del Prado en Monterrey”. Me aceptaron en esa

Secundaria, la mayoría eran de la religión Testigos de Jehová,

ahí me tranquilicé unos meses, pero al finalizar el curso volví a

golpear a otra compañera de nombre Liliana y no fui por mi

certificado, fue por él mi hermana la mayor.

Recuerdo que fue la última vez que tuve un pleito, porque

comencé a trabajar en un taller de costura en la colonia Regina

en Monterrey a los catorce años y duré casi un año. A los once

meses de haber salido de la Secundaria me embaracé y me salí

de trabajar, tenía escasos quince años diez meses y fue

inesperado; tuve seis meses relaciones sexuales sin protección

y recuerdo que no quería a mi hijo, decía que cuando naciera se

lo iba a dar a su papá.

Sin embargo, cuando mi mamá supo y me propuso llevarme

con una señora para practicarme un aborto, recuerdo que me

dijo que solo tenía quince años y qué iba hacer con un niño en

brazos si no había estudiado. Agregó que su papá no tenía nada

que ofrecerme y que truncaría mi vida.

Yo pensaba: “¿y si me pasa algo, y si me desangro, y si me

revientan todo por dentro y no vuelvo a ser mamá?”. No quise

practicarme el aborto y decidí tenerlo contra viento y marea,

así como también decidí casarme cuando tenía dos meses de

embarazo, con José Guadalupe, hijo de Oliverio, quien se

suicidó cuando él tenía solo dos años, y de su mamá Gloria,

quien trabajaba en Notarías haciendo el aseo y por las noches

iba a bailar y cobraba por eso. Tenía problemas con el alcohol,

y muy seguido regresaba por las madrugadas toda llena de

hematomas o mordeduras en el cuello. Yo pensaba: “¿no le

dará vergüenza con sus hijos y en su trabajo?”, recuerdo que

desde entonces la imagen para mí me importaba mucho.

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Tiene Guadalupe cinco hermanos: Pancho, Chuy, Raúl,

Juany y Gloria. Solo duré un mes viviendo con Guadalupe,

papá de Carlos, pues me asusté mucho.

Vivían en la completa miseria, recuerdo que era en la

Colonia Niño Artillero, calle Diez sobre Timoteo Rosales, y

era una casa de adobe, que era como un vagón de tren, cuatro

cuartos corridos hacia atrás: en el primero dormían la mamá

señora Gloria, la cuata de él, Juany, y su hermana menor

Gloria; en el cuarto de en medio vivía Raúl, un hermano de

Guadalupe, su esposa y su hija; en el tercer cuarto vivíamos

Guadalupe y yo; y al final la cocina, después el patio, y al final

el baño. El baño en particular se le bajaba con un bote, y luego

estaba todo lleno de las paredes y techo de lombrices, recuerdo

que me daba mucho asco.

Luego en la hora de las comidas, la señora Gloria decía que

ella guisaría para todos porque ella era la señora de la Casa, y

entonces hacía un kilo de frijoles molidos muy caldudos con

medio kilo de huevo, parecía vomitada… es lo más asqueroso

que he comido en mi vida. De entonces a la fecha no lo he

vuelto a comer en esa presentación. Las pastas las cocían sólo

en agua, sin tomate o Consomate ni nada, no comían carne, ni

frutas ni verduras, para mí era algo nuevo, extraño, y decidí:

“no quiero esto para mi hijo”.

Recuerdo que le lavaba la ropa a Guadalupe, y la señora iba

y me quitaba la ropa de los tendederos y me decía: “mira: se

talla así y se tiende así, ¡mejor déjalo, yo lo hago!”. Después le

decía a su hijo: “¡salte a la calle, la que se casa es la mujer, el

hombre puede seguir en la calle!”.

Al mes analicé todo esto, y lloraba mucho, me daba contra

la pared, pensaba: “no quiero esto para mi hijo, no se lo

merece, ni quiero esto para mí”. Valoré lo que tenía antes,

reconocí en lo que me había equivocado, y yo misma me pedí

tregua.

Hable con mi papá, le platiqué lo antes descrito y me dijo:

“siento mucho por lo que estás pasando pero no hay boleto de

regreso, ya te casaste y tienes que vivir con él para siempre”.

Además me dijo: “nunca olvides que una mujer que es

madre soltera, viuda, o divorciada es lo mismo que una puta. Si

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te separas serás la vergüenza de mi familia, aquí nadie se ha

divorciado” (siendo que él tenía su historial, o sea abandonó a

mi mamá con nosotras y se casó con su mejor amiga).

Después hablé con mi mamá y le conté lo mismo, y me

dijo: “regrésate a la casa, no eres la primera ni la última, tienes

a tu madre, y tú, buena o mala o como sea, eres mi hija y esa

criatura no tiene la culpa”.

Ni tarde ni perezosa me regrese a casa de mamá y duré un

mes encerrada sin salir ni a la tienda. Mis amigos o amigas que

me iban a buscar le decían a mi mamá o a Cristy que dijeran

que no estaba, por una ventana los veía… y pensaba, “no

quiero hablar con nadie, no quiero que opinen ni me den

consejos, no quiero verlo a él porque lo perdonaría y me

llenaría de hijos, y no quería eso”, entonces mejor no ver ni

hablar con nadie.

Por esa razón a los cuatros meses de embarazo me fui a

vivir con mi tía Martha, hermana menor de mi papá en colonia

La Joya en Guadalupe, trabajaba con ellos en mercados

rodantes, inicialmente me contrataron para que estuviera

parada cuidando a las personas y no les robaran en los

mercados rodantes, sin embargo siempre he sido muy inquieta

y les ayudaba en labores de la casa, bañaba a sus hijas, cargaba

la mercancía, entre otras cosas más.

Un 21 de marzo de 1999 inicié con los dolores por la tarde,

estábamos en Soriana Guadalupe mi mamá y yo, mamá se fue

a otro pasillo y yo me fui al de los jabones de baño y fue allí

donde empezó mi primera contracción. Me sujeté muy fuerte

de un estante y me daba vergüenza decirle a mamá. Después

nos vimos en una caja para pagar y sin que yo hablara, mamá

vio mi semblante y me preguntó, yo le contesté que sí.

Esa noche fuimos a Gine y me regresaron porque no había

dilatado, fue mi primera noche en vela, se llegó el día del 22 de

marzo y seguía muy incómoda, nos volvimos a ir a Gine en la

noche en camión Ruta 21, y me dijeron que tenía que caminar;

así que salí a caminar, la noche estaba muy fría, pero subí y

bajé varias veces un puente que conecta a Félix U. Gómez.

Como a las 4:00 de la mañana del 23 de marzo de 1999 me

doblaba de dolor afuera de Gine, entré y les dije a los que

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estaban en guardia, me pasaron y me dieron una regañada,

entre muchas cosas que me dijeron fue que eso era lo que

pasaba con „güerquillas de mi edad‟, que no aguantábamos

nada, pero que en menos de un año ya estábamos de vuelta,

etc.

Me pasaron a una camilla a labor de parto, me pusieron

suero y me reventaron la fuente, recuerdo que era con un

gancho plateado y me asusté, pensé que iban a matar a mi

bebé; después me pusieron en mi estómago un electro para

escuchar el corazón de mi bebé y ya latía muy despacio.

Entonces me dijeron: “¡no te podemos hacer cesárea porque

acabas de cumplir 16 años, así que si quieres que tu bebé nazca

y no lo quieres matar tienes que pujar fuerte!”, y yo me asusté

tanto, decía: “¡no quiero que se muera, no quiero que le pase

nada, ya pasé muchas cosas en mi embarazo para que ahora no

nazca!”.

Los practicantes se abalanzaron sobre mi estómago, uno de

cada lado con su antebrazo, con tal fuerza que tronaron mi piel

de mi vagina, solo escuché como cuando se rompe una

camiseta, y ellos gritaron: “¡el producto está de fuera, rápido

pásenla a quirófano!”.

Cuando me cambian de camilla para la de quirófano ya

estaba mi bebé de fuera, lo sacaron y cortaron el cordón, lo

envolvieron en una sábana color celeste, y me dijeron:

“¡Felicidades, es usted mamá de un varón!”. Respondí entre mi

dolor: “¡Quiero verlo!”, lo limpiaron y sentaron en su

antebrazo, le descubrieron sus genitales y los vi, así como su

carita y pensé: “está idéntico a su papá”.

Después me dijeron: “póngase de lado para ponerle la

ráquea para coserla”, aún ni me hacía efecto la anestesia y ya

me estaban cosiendo, eso también sentí y escuchaba como la

aguja y el hilo rompían mi piel.

Todo esto fue a los ocho meses y medio de gestación, en el

Hospital de Ginecobstetricia. Desde el momento que lo vi supe

lo que es un amor puro, el amor que es incondicional, fue lo

mejor que he vivido y me ha pasado, ese momento que tan sólo

de recordar se me eriza la piel, y no lo cambiaría por nada ni

por nadie.

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Al realizarme como madre para mí fue mi primer

renacimiento, un parteaguas en mi vida. No sabía qué nombre

le pondría, porque todo mi embarazo creía que tendría una

mujercita y la nombraría Ana Karen, me hicieron tres ecos en

el lapso de mi embarazo y las mismas veces dije no me digan

que es, porque yo ya sé.

Y ¡sorpresa! que al nacer fui sorprendida con un hermoso

varón que quise que se llamara Edwin, Bryan, Hiram, a lo que

mi abuela paterna me dijo que no, que lo nombrara como uno

de sus cuates: Jorge. Le dije que mi tío Jorge ya tenía a su hijo

con su nombre, y en agradecimiento de mis tíos Martha y

Carlos por haberme dado posada en mi embarazo decidí

nombrarlo Carlos y Alberto como mi papá, solo que mi papá

me insistió mucho para que mi bebé llevará su apellido, porque

él no había tenido hombres, y que su apellido ya no iba a

continuar, pero yo dije que no, que mi hijo tenía su papá y que

era un hijo dentro de matrimonio y entonces lo llevé a registrar

con el apellido de su papá.

Un tío hermano de papá de nombre Francisco y su esposa

Lupita hablaron conmigo como al mes de nacido Carlos y me

dijeron que yo era una niña con un niño en brazos, que no tenía

nada que ofrecerle a mi hijo, ni siquiera una familia, que se los

diera en adopción, que ellos eran un matrimonio estable con

buena posición, que lo pensara, a lo que respondí: “no tengo

nada que pensar, es mi hijo, y yo saldré adelante con él”.

De allí lo cuidé y disfruté seis meses y lo amamanté su

primer año de vida. Inicié a trabajar de obrera costurera seis

meses después de que nació, en una empresa de ropa. Allí duré

dos años y tres meses, era de lunes a jueves de 7:00 a 17:30

horas y los viernes de 7:00 a 12:00 del mediodía, todos los

viernes nos íbamos a comer mi mamá, Carlos y yo a los

tamales de Juárez N.L., o un pollo asado muy rico, descansaba

sábados y domingos, pero al año y medio de trabajar, entré los

sábados a estudiar en computación en una escuela. Cuando la

empresa cerró, yo lloré mucho y me asusté, pensé que nadie

me iba a contratar con un hijo en brazos.

A los dos días, mi papá me recomendó en unas oficinas en

el centro en una administración de un condominio donde al

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mes de haber ingresado entré a estudiar Comercio por las

noches. El condominio me pagaba tres cuartas partes de la

colegiatura, y me daba el material que necesitaba, así también

me compró mi máquina de escribir. Pasaba días dejando a mi

hijo dormido, y regresaba y él dormido, hubo días que me

llamaba por mi nombre, e infinitas veces le dije: “¡yo soy tu

mamá!”. Hablé con el Administrador para que los sábados me

dejara llevarme a Carlos y poder convivir con él, terminé la

escuela de Comercio y unos meses después me contrataron en

Gobierno del Estado, donde actualmente tengo once años y

seis meses laborando. Una de las principales razones por las

que me salí fue por el horario de 8:00 a 15:00 horas, ya que

quería estar por las tardes con Carlos para apoyarlo en sus

tareas.

En Gobierno me sindicalicé a los seis meses, y he conocido

gente tan extraordinaria, y he vivido, compartido, disfrutado

momentos únicos, también he aprendido lecciones de vida,

amo mi trabajo, allí estudié la prepa, y a futuro el objetivo es

estudiar Leyes.

Cuando Carlos tenía cuatro años me divorcié legalmente de

su papá. Él lo conoció por primera y única vez. Quedó

establecido en un convenio que conviviría con él, que le daría

pensión, y esto nunca ha sido así. De esta lección aprendí algo:

no sirve de nada el orgullo, cada hombre tiene que hacerse

responsable de sus actos, yo por orgullosa o con la frase de

“¡no necesito nada, yo puedo sola!”, me he responsabilizado de

mi hijo, quien cursó Primaria y Secundaria en un colegio

católico, en Secundaria en segundo año ganó el tercer lugar en

prueba de enlace de Matemáticas, en el mismo año lo llevaron

a competir en Matemáticas.

También en su colegio aprendió a tocar instrumentos tales

como flauta, guitarra, violín, y en Banda de Guerra caja,

generalmente los niños tocan trompeta pero como él es

asmático crónico aprendió en caja. Al finalizar su Secundaria

fue el segundo lugar a nivel generación con medallas y

reconocimientos a todo su esfuerzo y dedicación, es Scout

desde los diez años y actualmente tiene quince y cursa la

Preparatoria donde es representante de su salón y es de los

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alumnos de mejor calificación; además está preparándose para

un concurso de Química, y entrena en Judo.

Puedo compartir que me siento tan afortunada de ser madre

de Carlos, es un hijo extraordinario, obediente, sabe escuchar,

no habla mucho, más bien analiza, es prudente, objetivo, tiene

buenas calificaciones y él sólo se ha ido abriendo campo en lo

que necesita. Hasta donde lo puedo apreciar es independiente,

de buenos modales, respetuoso y servicial. Lo amo tanto,

algunas veces lo observo y no puedo creer que sea mi hijo, no

sé en qué momento pasó el tiempo tan rápido.

Cabe aclarar que estuve en depresión por casi dos años

después de mi embarazo y no quería que se me acercase nadie

porque pensaba que me iban a embarazar. Cuando Carlos tenía

dos años inicié una relación de noviazgo con Juventino, con

quien duré cuatro años de pareja, después nos casamos. Juve y

su mamá fueron a casa de mi mamá a pedirme, me casé por la

iglesia, vestida de novia, fotos de estudio, fiesta en salón y

duramos cuatro años en matrimonio, yo lo amaba demasiado, a

todas luces quería darle a mi hijo una casa, un matrimonio, un

núcleo familiar.

Entonces decidí casarme, adquirir casa de INFONAVIT,

comprar carro de agencia y ponerlo a nombre de él, amueblar

mi casa, pagar nuestras vacaciones, servicios de casa, etc., etc.,

obviamente di de más, y finalmente mi matrimonio se vino

abajo, Juve los últimos dos años de matrimonio no trabajaba,

yo lo mantenía, los gastos me fueron consumiendo, era

imposible pagar casa, carro, tarjetas, servicios, vacaciones,

gasolina, imprevistos… y él muy cómodo sin aportación

alguna. El último año fui despertando, estaba como dormida, o

muy enamorada, o en otro planeta, ¡jajaja!, y cuando comencé

a darme cuenta hable con él y se reía de mí, decía: “¿otro

divorcio? ¿Cuántos más tendrás? ¿Te crees Lupita D‟Alessio?,

¡toda la gente hablará de ti! ¿No te da vergüenza divorciarte

por segunda ocasión?”.

Y al inicio quiero confesar que le creía todo, hasta que me

armé de valor y dije: “no me importa lo que diga la gente, no

me importa que me juzguen, no quiero seguir manteniéndolo,

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no quiero seguir con él, no pienso volver a compartir nada con

él, ¡basta, se acabó!”.

Unos meses antes de la separación tuve un embarazo que se

interrumpió a las ocho semanas, tuve contracciones y mucho

sangrado, me dolió y quedé con cargo de conciencia, porque

cuando yo supe que estaba embarazada no quería y renegué

mucho, le dije a Juve que no estaba lista, que no me nacía

volver a dar vida, eso fue en marzo y finalmente en diciembre

llegó nuestra separación.

Recuerdo que quedé devastada, creí que no lo superaría,

duré más de dos años en duelo, recuerdo que me separé un

sábado 13 de diciembre del año 2009, y a los dos días fue a

casa de mi mamá a tocarme la puerta y llevaba los álbum de

fotos de nuestra boda, decía que nos amábamos y que teníamos

que estar juntos.

Pero fue tarde, yo ya había tomado la decisión; un año más

tarde, para ser exacta el ocho de diciembre de 2010, nos

divorciamos legalmente, cuando estaba firmando yo estaba

llorando, y le dije: “Juve, me estoy divorciando de ti amándote

tanto, me gustas bastante, pero eres como un cáncer, estás todo

invadido y no quiero que tus raíces lleguen a mí, no trabajas,

no tienes metas, no te superas, eres peor que un parásito, eres

mi hombre ideal de cascarón, por dentro no tienes nada, y eso

es lo que a mí en verdad me importa y por lo que te dejo,

gracias por enseñarme a no darle valor al forro.”

Recuerdo que a los seis meses en junio de 2011 se casó en

San Luis Potosí con una chica de nombre Bertha que es hija

única y sus papás tienen casas de asistencia en el centro de San

Luis, actualmente tiene una hija con ella.

Entré a Tejedoras en un febrero de 2010 en el Centro

Loyola, donde inicié con mi curso de “Guión de mi Vida” con

Vicky, luego “Taller de Lectura” con Sandra, y “Tejiendo mi

Propia Vida” con Olguita y después un semestre de

“Eneagrama” con Paty Basave. Actualmente un Diplomado

con Dariela. Esto para mí ha sido un segundo renacimiento en

mi vida, desaprender para volver a aprender ha sido lo mejor,

no dejo de estar agradecida, primeramente conmigo por

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comprometerme y en segundo lugar con la Asociación

Tejedoras de Cambios.

En julio de 2010 ingresé al Movimiento Scout, donde he

aprendido a convivir con la naturaleza, con los niños, y lo he

disfrutado tanto como si hubiera vuelto a mi niñez, sólo que en

un ambiente sano, soy Guiadora, entonces predico con el

ejemplo, y cada día trato de dejar el mundo mejor de cómo lo

encontré, obrar bien, hacer buenas acciones cada momento que

se pueda, y estar Siempre Lista Para Servir.

Me costó mucho trabajo el tema del perdón, de hecho hace

apenas un par de meses logré perdonarme a mí, y a varias

personas que traía arrastrando por años.

Considerando que siempre he sido de un carácter recio,

entrona, segura de mí misma, no le tengo miedo a nada ni a

nadie. Soy muy dedicada al trabajo, muy responsable, me gusta

ser honesta, transparente, sincera, servicial, me gusta mucho

sonreír.

Actualmente estoy sin pareja, de hecho siento que atraigo

hombres con broncas, me ha tocado conocer a cada hombre, no

sé si me doy cuenta de cómo son por la experiencia, o me doy

cuenta porque soy igual, o qué pasa… solo sé que en este

ámbito no soy tan agraciada.

Hoy por hoy, disfruto y aprendo a amarme, respetarme,

poner límites, convivir conmigo misma.

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Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia

Nací un veinte de Marzo del año 1964. Tengo recuerdos

vagos y aislados de mi tierna infancia. Un recuerdo que quedó

muy grabado en mi mente: el haber sido testigo ocular de una

de muchas travesuras de mi hermano Martín.

Él de pequeño fue inquieto, correlón, travieso y muy

curioso. Cierto día nos encontrábamos frente a un peinador con

espejo grande y al frente de éste había muchos frascos de

perfumes, cremas y adornos pequeños. El mueble no era alto,

tendría la altura de un metro, observó fijamente un adorno muy

llamativo de colores y vi cómo se subía, al hacerlo empujó

varios frascos hacia el frente de él y todo quedó arrempujado,

menos un frasco que se encontraba por la orilla del mueble.

Al subir el segundo pie, sin querer lo hizo caer, y mamá, al

escuchar el ruido, nos gritó, nos alteró inmediatamente y él

reaccionó y corrió fuera del cuarto mientras yo observé cuando

se acercó mamá. Ella vio su crema favorita derramada entre

vidrios y un poco del envase. Se quejó por un momento para

dirigirse a mí con gritos y golpes que me propinaba sobre mis

manos. Lloré ante los bruscos y fuertes golpes que me dio; de

mi hermano ya no supe en dónde se habría escondido, llorando

aún la vi recoger su crema y yo entre sollozos sólo sentía que

me ardían mis manos.

En esa ocasión observé la frustración de mi madre al verse

sin algo que le era necesario y de mucho valor. Todos los días

la veía que tomaba un poco de esa crema y se la untaba en su

cara y sus brazos. De cierta forma comprendí el motivo de su

regañada y castigo, lo que no supe fue qué había sido de mi

hermanito mayor, el responsable principal de todo lo ocurrido.

Otro de mis recuerdos -de la etapa en la que empezaba a

caminar en la andadera- fue el día en que mi hermano tuvo la

genial idea de sacar del ropero cosas, ropa y también los

zapatos de mamá. Teniendo toda la ropa en el piso junto con

algunos objetos, vio la ventana que se encontraba abierta y

agarró una de las prendas del piso y se dispuso a sacar la ropa

por la ventana del frente de la casa, subiéndose en un sillón.

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Continuó su labor de sacarlo todo a través de la reja de

protección, cuando mamá, al no escuchar ruidos por parte de

los dos, se acercó al marco de la sala y la cocina y vio que

tiraba hacia afuera uno de sus zapatos (el par ya lo había

aventado por la ventana), él, al verla, quiso correr pero lo

detuvo, y entre regañada y gritos vi cómo le bajaba el pantalón

para golpearle las pompis. Lloró y gritó por largo rato.

Yo, sin hacer ruido, observé a mami abrir la puerta con

cierta ansiedad pensando que aún encontraría sus zapatos,

luego con tristeza en su mirada cerró la puerta (no encontró

nada en la banqueta). Mamá quedó sin calzado que ponerse.

Aun molesta, se llevó a mi hermano a un rincón castigado,

hincado y viendo hacia la pared por largo rato y con la

sentencia de que recibiría más golpes si se levantaba. En mis

observaciones, de cierta forma quedé con la sensación de

amenaza, asustada y temerosa. Sabía bien que si mamá se

enojaba, me golpearía y regañaría por cualquier situación que

la enojara con alguna travesura.

Medio año más adelante, nació mi hermana Chela, al año y

medio después otra hermanita más: Nelly. Pasaron unos meses

después de su nacimiento cuando cierto día mamá, papá y mis

hermanos nos fuimos a otra casa. Vi calles tierrosas y

banquetas muy altas. Al entrar a esa casa observé cuartos muy

amplios y un patio enorme en el que había zacate muy alto, y

por un lado de la casa un pasillo en el que veía maderas muy

largas, ladrillos y láminas.

Un rato después empecé a ver señores que metían muebles

a la casa. Hasta entonces llegué a la conclusión de que nos

cambiamos de casa de manera formal. En aquel entonces

tendría yo como cuatro años. Cierto día se me acercó mi padre

para platicarme de la existencia de un venado que vivía entre la

maleza y el zacate, me advertía que no me metiera a las

hierbas, yo me imaginé inmediatamente ese animal en mi

mente. Me terminó de contar que era muy bonito pero también

peligroso y que podría lastimarme con sus cuernos.

Ese día me enseñó que debía respetar a los animales y el

lugar donde viven; quedé con la sensación de asombro y miedo

si me lo encontraba. El pensar en eso me propiciaba

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inmovilidad en todo el cuerpo, situación que no analicé en su

momento pero que ahora le saco la provechosa lección de tener

que actuar (correr, etcétera) ante las situaciones de peligro.

Después de cierto tiempo, entre mi abuelo paterno y mi

padre quitaron las hierbas y pude apreciar el muro del final del

patio, luego con las maderas y láminas vi cómo construyeron

un techo al final del patio del lado izquierdo. Al mismo tiempo

hicieron un cuarto más, ampliando la casa. Meses después

hicieron un gallinero del lado derecho al final del patio. Yo

asombrada sólo observé todo lo que hacían.

Nuevamente ocurrió la llegada de otros dos hermanitos

más: Daniel y Alejandro. En ese entonces fue cuando aprendí

de los cuidados que requieren los bebés. Mamá nos empezó a

enseñar cómo cambiar pañales, bañarlos, prepararles el biberón

y todo lo referente a los bebés.

Entre mis recuerdos está que arrullábamos a Daniel en una

camita metálica que se columpiaba un poco hacia los lados.

Nuestro hermanito, aún bebé, se dormía con el movimiento de

la cama y el canto que le dedicábamos entre Chela y yo.

Nosotras le cantábamos la misma canción que no era para

dormir, era una que escuchábamos mucho en la radio que

prendía mamá por las tardes, la canción se llama “Suena

Tremendo” de un grupo de aquél entonces, La Tropa Loca.

Al pasar el tiempo, llegó el día en que entré al Jardín de

Niños. En esos años socialicé muy poco, sólo escuchaba las

conversaciones de compañeritas, mientras yo me concentraba

en las actividades que me ponían. Sólo salí en un bailable

estando en el jardín; me dejó insatisfecha, inconforme y

molesta: los ensayos fueron por muy pocos días. El día del

bailable nos salió sin coordinación y por sin ningún lado.

Esta revisión de acontecimientos me dejó la enseñanza de

que tenía que aceptar a las compañeras tal y cómo eran, no yo

acoplarme a ellas, situación que nunca logré. En esa etapa yo

misma me apartaba del grupo, situación que me hacía ser

introvertida, apática y antisocial.

Cuando entré a la primaria me pareció agradable. En primer

año tuve de maestra a una joven de agradable apariencia y

tranquila. Al cursar el segundo año, estuve con una maestra fea

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de aspecto y forma de ser exigente, gritona, regañona y

golpeadora. Cada día encontraba el motivo para agredirnos (a

todo el grupo).

No hubo día en que no nos formara para golpearnos en cara,

brazos, manos, piernas y el clásico jalón de orejas. Esta

maestra en mí sí logró meterme el miedo, tal sentir empezó el

día en que nos sacó a todos menos a un compañero que dejó en

su banca sentado. Al grupo nos dejó formados fuera del salón

junto al muro que daba hacia el salón. Yo quedé al lado de la

puerta de entrada, al mirar a la maestra de espalda y al alumno

sentado vi cómo empezó a golpearlo de manera cruel, y sin

miramientos le picó el estómago y al continuar con golpes se le

quebró la regla de madera, de manera inmediata alcanzó una

regla de metal para continuar con la golpiza, al mismo tiempo

que le gritaba y cada vez hacía más fuertes sus gritos.

El niño no más se protegía la cara con sus brazos, pero la

maestra parecía no cansarse. Como yo estaba espantada y con

miedo ante tanta agresión no pude seguir viendo, volteando la

cara, cerré los ojos.

Al estar así observé mis sensaciones: mi corazón lo sentía al

ritmo de un tren a toda velocidad, mi cuerpo rígido y duro, mi

respiración era corta y rápida, y sin darme cuenta, mi cabeza

empecé a dirigirla hacia el pecho, empecé a bajar los hombros

y mis piernas las flexioné ligeramente y terminé abriendo mis

manos, las tenía cerradas y muy apretadas. Todo esto me

ocurrió en pocos minutos. La maestra dejó de gritar, sólo

escuchaba el llanto del compañero. Los vi pasar frente a mí. Se

lo estaba llevando con su mochila a la dirección; todo ese

acontecimiento quedó grabado en mi mente de manera

inconsciente.

A partir de aquel día, empecé a abrir más mis ojos al

enfrentarme ante ella con barbilla ligeramente baja y con una

mirada fija sin pestañar y relajando mi corazón con

respiraciones tranquilas.

Al recordar esta actitud nueva por parte mía, me trajo a mi

mente otro recuerdo cursando aún mi segundo año. Cierto día,

sin recordar el motivo, me veo parada al lado de mi pupitre

mientras la maestra se dirigía hacia mí primero con palabras

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altisonantes, después con enojo empezó a gritarme de forma

moderada. Yo, concentrada en mi respiración, empecé

dirigiendo mi mirada hacia ella y sin quitar la mirada de ella

durante sus regaños logré que por dentro de mí surgiera el

enojo (siempre me dejaba dominar por el miedo).

Este nuevo sentimiento me hizo que lo manifestara

frunciendo las cejas y sin dejar de observarla. Ella, al sentirse

agredida con mi mirada, golpeó el escritorio y me mandó a que

fuera por mi madre para quejarse de mi comportamiento. Salí

del salón y me dirigí a la dirección para enterar de mi salida y

que regresaría con mi madre a petición de mi maestra. Caminé

las tres cuadras hacia la casa y al entrar, enteré a mamá que la

maestra quería hablar con ella.

Mami solo me preguntó qué había hecho de malo, a lo que

le contesté que no lo sabía. Al llegar las dos a la entrada del

salón nos detuvimos y la maestra se nos acercó y empezó a

conversar con mi madre. Lo último que le argumentó fue que

la miraba feo. Mi mamá me preguntó por qué miré feo a la

maestra. La respuesta no salió de mis labios y no contesté

nada, así que me envió a mi banca.

La maestra se despidió de mi madre y esta última

confundida mentalmente me preguntaba por qué había ocurrido

o cómo había empezado todo. A pesar de mi confusión

experimenté asombro, emoción que me reprimí, pero lo más

importante que había aprendido de ese suceso fue el que yo

misma propicié el motivo para salir de la escuela, que no me

regañara mi mamá, y todo por los efectos que propicié en ella

sólo con miradas desafiantes por parte mía; fue cuando por

primera vez me permití sentir el enojo y demostrarlo.

Esto generó en mi interior una actitud de fortaleza interna y

serenidad ante personas como ella o en situaciones difíciles. Al

finalizar el año, mis calificaciones eran muy bajas pero logré

pasar al siguiente ciclo escolar.

En las observaciones de estos acontecimientos, pensando en

el ahora, llego a la conclusión que tengo la capacidad de

mantenerme serena ante cualquier persona enojada y gritona.

Aprendí que los gritos son el arma de los necios y cobardes,

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que siempre habrá gente que quiera culpar por sus problemas a

otros.

En lo referente a salidas, teníamos también las visitas a los

abuelos por parte de mamá Carmen y Lalo. Conviví más con

ella porque disfrutaba que me platicara de su infancia en las

épocas de la revolución; el abuelo, hombre trabajador,

cumplidor en sus obligaciones como trabajador, proveedor y

como padre. Siempre lo vi descansar sentado en un sillón en su

recámara y con un libro en sus manos. Siempre lo observé leer,

costumbre que me dejó de herencia: el gusto por la lectura.

En tercero, cuarto y quinto de primaria las cosas me fueron

más llevaderas con maestras exigentes y regañonas pero con

distinta forma de disciplinar y con muchas y largas tareas

escritas. Otra enseñanza fue la de despertarme temprano y con

mucho tiempo para lograr terminar bañada, vestida con el

uniforme, peinada y desayunada (siempre estuve en escuelas

de turno matutino).

Sin exigencias ni gritos, mamá nos despertaba prendiendo

el radio, dejándolo a todo volumen y yo escuchaba las noticias

al mismo tiempo que me preparaba para ir a la escuela. Los

que salíamos éramos mi hermano Martín, Chela, Nelly y yo.

Este aprendizaje me fue molesto los primeros años pero

después me adapté y terminé acostumbrándome. Gracias a este

hábito, que considero maravilloso y de mucho provecho, he

tenido logros en estudios, proyectos y metas.

Al empezar a cursar el sexto año de primaria, mi papá se

enferma, situación que avanza en la enfermedad y favorece la

hospitalización y atención especial, por parte de doctores y

medicamentos, al no lograr recuperarse de cáncer en el

cerebro. Llegó el día en que falleció. Una de las tías nos llevó a

Martín, a Chela y a mí al velorio. Mi mamá, al vernos llorando,

nos dijo que se fue y que ya no lo veríamos más.

Me sentaron, y ya estando sentada fue cuando vi a mi padre

en el féretro, sólo lo miré por unos instantes breves y vi que los

que me rodeaban lloraban amargamente. Internamente me

reprimí, no quise pensar ni escuchar, y fue generándose en mí

una sensación de soledad, únicamente me veía a mí misma

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sentada en actitud robotizada; reaccionaba sólo si se dirigían a

mí.

Estos acontecimientos quedaron grabados en mi mente pero

nunca incluí ningún sentimiento. Al ser introvertida y callada

ocasioné, que al pasar el tiempo, mis hermanos me llamaran

“la silenciosa” o “la momia”, situación que acepté y a la que

me acostumbré.

En conversaciones siempre fui breve y directa. Nunca

expresé mis emociones. La pérdida de mi padre la logré

superar ya de adulta, estando casada. De repente me invitaron a

estudiar Reiki y acepté entrar al curso de primer nivel. Al

finalizarlo me dijeron que yo misma me lo aplicara para

superar cualquier complicación que tuviera mentalmente.

Al empezar el ejercicio sentí la presencia de un hombre a

mi lado derecho, lo vi de espalda, empezó a voltear la cabeza,

al quedar de lado lo reconocí, era mi padre, y negándome a

creer que era él, cuando termino de girar quedando de frente,

confirmé lo que me negaba a creer.

Mi ritmo cardiaco era tranquilo, de repente sentí una

lágrima que me recorrió mi rostro y terminó por caer. Después

de eso empecé mentalmente a decir “¡papá!”, después de

decirlo por segunda vez salió de mis labios en la tercera

ocasión y sin quitarle la mirada observé una sonrisa a la que

contesté de la misma forma y mis labios se abrieron para

decirle gracias.

Respiré largo y profundo sintiéndome serena y tranquila; de

repente ya no lo vi, solo experimentaba en mi mente y mi

cuerpo que estaba dentro de mí, que siempre escucharía mis

pensamientos y mis inquietudes. Esta experiencia me dejó una

sensación de equilibrio, fortaleza y protección.

Cuando terminé el sexto año de primaria, mi madre estaba

trabajando y con un horario corrido. En los tres años de

secundaria, en mi adolescencia empecé a observar a los chicos,

y ellos hacían lo mismo: observar a las más bonitas y de buen

cuerpo.

Estando en el primer año, a mis compañeras de salón les

encantaba los días de kermés. Se animaban a participar en las

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actividades y sobre todo en la actividad de ser policías y

guardianas de la cárcel. También porque a los encarcelados se

les permitía salir casándose con alguna pareja. Les gustaba

mucho jugar a ser juez, testigos de actas y carceleras. Siempre

hacían sus planes para atrapar a los que consideraban

enamorados de alguna chica.

Cuando ocurrió que a mí me encarcelaran, ya tenían al

chico con el que me querían casar. Era un compañero de salón.

Estábamos solos los dos en la cárcel. Él no se atrevía a ser el

primero en hablar, me miraba a los ojos por pocos segundos y

volteaba la mirada. Yo, ansiosa, esperaba pero me ganó la

desesperación y tuve que ser yo la que inició una conversación.

De manera rápida y directa llegamos al acuerdo de darles el

gusto de que nos casaran para poder salir y durar los diez

minutos de la mano para que no nos regresaran a la cárcel. Al

salir seguimos conversando; aprendí cómo empezar una plática

de manera tranquila y también a tener tratos o acuerdos por

objetivos o propósitos, con alguien más o en equipo; que debo

decir “lo que no me gusta” o preguntar a otros lo que no le

guste hacer a cada quien, y coincidir es esto porque en algunos

gustos podemos coincidir y en muchos no.

Segundo y tercero de secundaria transcurrieron de manera

rápida. En la graduación, entre compañeros nos compartimos

frases de buenos deseos con firmas entre todos. Después entré

a estudiar en una academia de señoritas la carrera de Secretaria

Contador. En una conversación con mamá, ella me pidió que

estudiara esta técnica, que duraría tres años, con el objetivo de

que empezara a trabajar y le ayudara económicamente.

En esos tres años obtuve aprendizajes que me ayudaron

para desempeñarme en un trabajo de manera eficiente: ser

ordenada con todo material de trabajo, tener control de

llamadas, libros o papelería, también el manejo de dinero y

llevar el registro de entradas y salidas en el manejo monetario,

el dominio y rapidez al escribir en la máquina de escribir. Esta

materia la disfruté, el libro de mecanografía eran lecturas con

mensajes positivos; esto ocurrió ya en tercero.

Gracias a esto me ayudó a tener una actitud tenaz, positiva

y decidida, fueron la fórmula para llevar una vida armoniosa y

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tranquila. En mis situaciones difíciles siempre he recurrido a

este grandioso libro. Al terminar mis estudios empecé a

trabajar y a recibir un sueldo, siempre dándole la mitad a mi

madre para ayudarla en los gastos.

En este primer negocio en el que trabajé, sólo realizaba

pocas actividades. Cierto día, uno de los dueños me dijo que

mis servicios ya no eran requeridos. Sin hacer problemas ni

discusiones, dejé de laborar en ese negocio en el que duré

cinco meses. Esa experiencia me dejó la sensación de que

podía asumir cargos con más responsabilidades y la lección de

expresar siempre los motivos o razones por lo que no se pueda

cumplir órdenes de un jefe.

No duré mucho sin trabajar. Mi madre me entregó una

dirección y el nombre de una persona. Me entero que se trataba

de una empresa en la que solicitaban una secretaria, y sin

pensar mucho me arreglé y me presenté con solicitud de

empleo. Me pasaron inmediatamente a entrevistarme, ya que

terminaron las preguntas me dijo: “Bienvenida, empiezas hoy”.

Duré dos meses en un primer puesto de archivista. Después

estuve de cajera y posteriormente me pasaron de recepcionista

mecanógrafa y atención a cobradores. Duré dos maravillosos

años, pero nuevamente ocurrió que llegó el día en que me

dijeron que mis servicios ya no eran requeridos.

De este trabajo salí con muchas sensaciones agradables:

aprendí a convivir entre compañeras, logré hacer una amiga, el

desempeñarme de manera provechosa para con los jefes,

siempre reporté mis funciones con gusto y satisfacción. Cada

experiencia que viví la recuerdo con mucho aprecio y cariño;

tuve logros y éxitos, también momentos difíciles y

complicados pero me dejaron muchos momentos agradables

que guardo dentro de mi mente y mi corazón.

Experimentando que algo llegaría a mi vida y sin saber qué

sería o hasta cuándo ocurriría, transcurrió un mes en que

busqué y también descansé de las rutinas de un trabajo.

Estando en casa, de repente recibí una llamada en la que me

preguntaron si tenía la disposición de ayudar en un proyecto

laboral con la posibilidad de un trabajo fijo pero a largo plazo.

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Acepté sin preguntar los detalles. Me dijeron el nombre de

un arquitecto encargado y una dirección. Ya en la entrevista

con el arquitecto, me informó sobre el proyecto que quería

implantar. Me presentó con todos los empleados y al mismo

tiempo me mostró el lugar; conocí a uno de los tres directores

del edificio, a todos los enteré que empezaría a laborar por

tiempos cortos en una nueva área en la que quería implantar su

proyecto.

Quedé sola en el lugar asignado y con las instrucciones que

trabajaría por cuatro horas de lunes a viernes. Duré tres meses.

Al empezar el cuarto mes, me enteraron del departamento de

recursos humanos (al que fui inmediatamente y llené

solicitudes específicas y exámenes escritos, después de haber

entregado mi documentación) que había sido aceptada mi

solicitud y que tendría un sueldo y el beneficio de un servicio

médico. Estos acontecimientos me generaron una enorme

alegría que proyecté al trabajar con gusto y siempre muy

sonriente.

Empecé a trabajar y me movieron de lugar y de puesto. Me

asignaron al área de archivo, y estando aquí me sentí muy a

gusto con mis labores. Al mismo tiempo empecé a conocer a

las que tenía de compañeras; con una de ellas inicié una

amistad, con las demás me llevaba muy bien. Cierto día,

estando en mi hora de comida y en el comedor, llegó un joven

que siempre llegaba de visita, y una de mis compañeras me lo

presentó.

Sin darle tanta importancia a lo ocurrido siguieron

transcurriendo los días. Un día, jueves, una compañera de

nombre Adriana me invita a ir al cine, me dejó pensando que

solamente iríamos las dos, pero me sorprendió que cuando

estábamos por irnos llegó el novio de ella, quedé sorprendida y

callada, sin decir nada y al verme seria me dijo: “no te

preocupes, invité a alguien para que te acompañe”, y a los

pocos minutos llegó mi acompañante. Se trataba del mismo

chico que me había presentado días atrás en el comedor. No

muy conforme nos fuimos al cine, estando ya en la entrada

tomaron la decisión de entrar a la función que estuviera a esa

hora.

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Entramos a ver una de terror, situación que me generó

molestia, soporté el rato de la película, hasta que salimos fue

cuando empezamos a conversar. Duramos un largo rato de

charla amena y a partir de entonces empezamos una relación

amistosa, que terminó siendo un noviazgo que duró tres largos

años. Entre mi madre y mi futura suegra, cada una de ellas, nos

ayudaron a tomar la decisión de comprar casa en primer lugar,

y así fue, entre los dos dimos los primeros pagos de enganche y

pagos al banco.

Al año posterior nos casamos por lo civil, 1985. Al año

siguiente 1986, ocurrió la boda religiosa y en1987 nos fuimos a

vivir a la casa en la que sólo teníamos un colchón para dormir,

una parrilla para cocinar, platos y cubiertos. En esta etapa me

fascinaba la idea de arreglar la casa al gusto de los dos, cosa

que no ocurrió debido a obsequios de muebles usados que

terminaba aceptando mi marido.

En el año de 1989 yo continuaba trabajando, pero ocurrió

que quedé embarazada de una niña que nació al año siguiente

en el mes de enero. La etapa de madre la disfruté

enormemente, me generó emociones de amor materno viendo

su desarrollo en cada etapa. Cuando cumplió cuatro años de

vida, me llegó una oportunidad de trabajo temporal, cosa que

acepté. Inscribí a mi hija en una guardería y me fui a trabajar

de secretaria suplente. Lo estuve haciendo por dos meses.

Cuando me pagaron guardé el dinero y días después,

platicando con una de mis hermanas, surgió la idea de un viaje,

a las dos nos entusiasmó tanto que empezamos a ver opciones

de destinos, costos y los días de viaje. Llegó a nosotros la

información de viajes a Mazatlán de fin de semana. Nos agradó

el costo y comprarnos los boletos para el viaje; a mi hija la

llevé también a este paseo que disfrutamos las tres: mi

hermana, mi hija y yo.

El vernos frente al mar, interminable, con amaneceres

preciosos en la playa, descansar, planear platillos de comidas y

cenas nos generó el deseo de proponernos nuevamente el

viajar. Cuando regresamos de este viaje no dejábamos de

platicar de todo lo que vivimos, el estar en un hotel de lujo en

un cuarto piso… todo lo ocurrido fue tema de conversación por

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dos meses entre las tres. Quedamos con el deseo de procurar el

volver a viajar pero el tiempo y lo cotidiano de cada día fue

minando ese tema.

De manera inesperada, cierto día después de que había

bañado a mi hija me ocurrió que resbalé con agua y me caí en

las escaleras de la casa, al caer sujeté fuertemente a mi niña, la

tenía en mis brazos, se me dobló mi pierna izquierda sin darme

cuenta, sólo hasta que quedé sin moverme solté a mi niña. El

verla bien y sin lastimaduras me reconfortó el alma pero al

verme mi cuerpo, me percaté de mi pierna doblada, al estirarla

percibí el dolor más terrible nunca antes experimentado, quise

gritar pero me contuve al tener a mi pequeña ante mí, después

me di cuenta de que la comida en la estufa se estaba

quemando, por un momento me desesperé al estar

inmovilizada.

Empecé a mover la pierna lastimada conteniendo el deseo

de gritar por el dolor, logré experimentar cierta posición de mi

pie que no me generaba molestia y apoyando las manos en los

escalones y con mi pie derecho bajé las escaleras de manera

lenta y así fue como llegué frente a la estufa, que apagué para

que no se hiciera la humareda en la cocina por la comida

quemada.

Me fui hasta la sala para hacer una llamada telefónica. A la

primera que enteré fue a mi madre para decirle que necesitaba

de ayuda, después llamé a mi marido para enterarlo de lo que

me ocurrió. Ya que estuvieron en casa mi madre y mi marido,

llamaron a una ambulancia que me trasladaría a un hospital

para que me atendieran. Los paramédicos me dijeron que tenía

fractura: me entablillaron la pierna y después me subieron a la

camilla para llevarme a que me atendieran.

Primero me sacaron radiografías de la pierna para saber la

gravedad de la quebradura. El resultado fue fractura de tibia en

varios fragmentos y el peroné. Me programaron la operación

para implantarme placa y tornillos para unir las partes

destrozadas, después me trasladaron a recuperación de las

anestesias. Rato después me encontré en una habitación con la

pierna enyesada y envuelta en vendas. A los pocos minutos vi

a mi madre y a mi marido conmigo en el cuarto, a la niña no le

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permitieron entrar pero me envió un hermoso dibujo: un

corazón con unos labios pintados con labial, era un beso

enviado por mi pequeña.

Este accidente fue el primero de varios porque al año

siguiente se me dobló el pie y me causé un esguince. En esta

ocasión fue mi hermana Chela la que me llevó a un hospital

para que me checaran y otra vez me vi enyesada y con vendas

en mi pierna izquierda. De esta lastimadura me recuperé en

menos tiempo que cuando la fractura, posteriormente fui

hospitalizada por una enfermedad que no lograban los doctores

saber un diagnóstico preciso.

Tardaron una semana en lograr diagnosticarme, fue una

infección de anginas junto con polvos que tragué de una

atención con un dentista. Las dos cosas juntas me ocasionaron

fiebre. En primera instancia me la quitaron con antibióticos

administrados por medio de sueros y medicamentos

programados en horas específicas.

A la semana me encontraba débil, anémica y flaca. Antes de

salir me tuvieron que administrar sangre para poder moverme;

ya que logré pararme y caminar, aunque lo hice de manera

lenta y torpe, me bañé, vestí y peiné yo sola, después de esto

me dieron el pase de salida.

Me ocurrió que una vez más me lastimé el pie: un esguince

nuevamente, y el siguiente motivo por el que fui a parar a un

hospital fue por embarazo, en esa situación sí que disfruté cada

etapa de la gestación. En el último trimestre se movía mucho la

bebé, tardaba en acomodarme de manera relajada por las

noches.

En una de las consultas, al checarme un ginecólogo con sus

manos para sentir a la bebé, sintió que con uno de sus piecitos

le empujó una de las manos del médico, éste, sorprendido,

exclamó inmediatamente: “¡Me empujó mi mano!”. Fue un

momento inolvidable a pesar de que fue poco lo que duró mi

bebita; sólo estuvo durante el embarazo. Falleció antes de

nacer (los médicos argumentaron varios motivos de su muerte).

Las anestesias propiciaron que me durmiera, tuve

conciencia ya estando en una habitación. Vi a mi hermana

Nelly haciéndome compañía. Ella, al verme consciente, no dijo

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nada, sólo me observaba. Yo, al recordarme en la operación y

que me pusieron anestesia en el cuello, sin permitirme pensar

nada más, sólo le pregunté: “¿se fue?”, contestó con un “sí”.

Después de su respuesta, empezó a hacerme comentarios.

Poco después entró mi marido y mi hermana salió de la

habitación, él solo pudo decir: “murió”, empezó a llorar y yo lo

abracé amorosamente y le dije en actitud tranquila y serena que

tuvimos una bebé, que siempre estaría dentro de nuestro

corazón en forma de un precioso ángel. En mi mente y mi

cuerpo percibía su esencia cerca.

Esta agradable sensación, tibia, amorosa y tierna me dio la

tranquilidad de escuchar que compartían el sentimiento de la

pérdida por parte de la familia de él. Ya estando en la casa de

mi madre, en la recuperación de la operación, intentaron que

sacara de mi mente el sentimiento de la pérdida, situación que

no me permití ni ante mi madre. Dentro de mi mente aún

experimentaba a mi pequeña como si estuviéramos en contacto

mentalmente.

En el transcurso de los días y semanas, llegó el día en que

regresé a mi casa. Ya estando en mi recámara y por las

mañanas, fue hasta entonces que dejé salir de mis adentros la

tristeza de no haberla visto, de no poder sentir su cuerpecito de

bebé. Lloré su pérdida pero de manera inesperada. Siempre

empezaba a sentir que no tenía ninguna presión en mi pecho, ni

en mi garganta, respirando lenta, profunda y suavemente.

Después de limpiarme las lágrimas y estando con los ojos

cerrados siempre he logrado ver su rostro sonriente y angelical;

me generaba ternura y el deseo de decir te quiero y te amo,

muchas veces, me dejaba la sensación de compañía y de que

soy escuchada siempre.

Pasaron años con rutinas y labores hogareñas que me

generaba inconformidad ante la poca ayuda por parte de mi

hija y su padre: la casa con fallas eléctricas, goteras, falta de

agua caliente, la falta de una lavadora de ropa, con mal dormir

por usar un colchón viejo y de resortes que me lastimaban la

espalda, más una relación sexual minimizada y decadente. No

disfrutaba ni los besos. Él dejó de asearse la boca y eso le

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produjo un desagradable aliento a fierros oxidados, que yo

detestaba.

Después de una discusión de índole sexual, me ocurre una

caída nuevamente en las escaleras de la casa. En esa ocasión, al

verme él que otra vez necesitaría atención médica especial de

un traumatólogo, me miró con enojo, y molesto, llamó un taxi

para llevarme a consultar.

El médico me diagnosticó rotura de tobillo y que necesitaba

operación para reubicar articulaciones. El doctor me puso una

férula y vendas para inmovilizar el pie. Al salir de la consulta,

sin mirarme, me avisó que llamaría a mi madre para enterarla.

Me quedé observando a mi marido mientras hacía la llamada,

analizando internamente deduje que al enterar a mi madre le

diría de tráemela a la casa; experimenté rechazo, sentí que no

valía nada para él, que le era una carga de la que se quería

deshacer.

Me hizo recordar que después de cada uno de mis

accidentes y enfermedades se me acercaba sólo para hacerme

comentarios de sus problemas y obstáculos que se le

presentaban; eran situaciones que me dejaban mucho peor

emocionalmente, con resignación le permití humillaciones que

me bajaban la autoestima, para él yo era la culpable de sus

fracasos.

Permití pisoteos, indiferencia, injusticias, rechazos al no ser

escuchada, ni incluida. Sentí una gran desilusión y frustración.

Sufría tolerando en silencio y callada. De cada uno de los

acontecimientos difíciles anteriores, me refugiaba en lecturas

de auto-ayuda, me daban la fortaleza ante las situaciones de

conflictos internos; me dejaban pensando en olvidar lo malo,

aprovechando el aprendizaje que obtenía de todas las

situaciones malas y buenas.

De la rotura de tobillo me operaron gracias a mi hermana

Nelly. Ella pagó la operación y mi marido después le fue

pagando como fue pudiendo, muy a su pesar, con enojo y

frustración. En mi recuperación vi cómo me evitaban mi hija y

su padre. Cuando llegaban de visita actuaban de manera

forzada debido a comentarios de mis hermanas, sin ganas me

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hacían compañía por tiempos muy cortos, incluso frente a mí

discutían diciéndose: “te toca a ti cuidarla y atenderla”.

A los dos les toleré egoísmos, arrogancias y palabras

ofensivas. Al pasar el tiempo, llegó el día en que me sostuve

con los dos pies ya sin alambres incrustados ni férulas; pero

debido a bajas defensas me enfermé a los dos días después de

que ya estaba en mi casa. Yo misma empaqué ropa en una

maleta y le dije a mi marido que regresaría con mi madre, que

regresaría a casa ya estando con buena salud y así lo hice.

Regresé teniendo más conciencia de mis actos y pensamientos.

Duré pocos meses en los que les soporté diariamente

indiferencia y muchos rechazos. Mi hija, en una conversación,

me dijo que si me quería ir que lo hiciera, consciente o

inconscientemente me causó un dolor enorme, motivo por el

que tomé la decisión de salirme de la casa. No lo hice de

manera definitiva, regresaba los fines de semana; al estar con

los dos me excluían y relegaban y no era considerada para

opinar. Experimenté desvalorización por parte de los dos.

Me quité todo resentimiento para con mi hija, perdonándola

cuando me acercaba sólo a ella (a su padre dejé de hablarle), le

escuché sus sentimientos y su forma de pensar. Muchas veces

intentó que yo cambiara mi forma de actuar para con su padre;

con tranquilidad siempre la escucho, me acepté mis errores y

abandonos que tuve para con ella. Sólo contadas veces

conversamos de mis emociones y sentimientos y gracias a

estos acercamientos logré quitarme, y también ella, de pesares,

agobios y frustraciones. Las conversaciones yo misma las

provoqué de manera deliberada para ayudarla a que no se

quedara con resentimientos guardados en su mente.

En lo referente a su padre, actualmente aún vivo con él.

Cada mañana, al observar sus rutinas matutinas, procuro tener

una actitud de empatía con tranquilidad y paciencia, sin esperar

nada por su parte. Aprendí que el esperar algo me generaba

dolor y desesperación; libero mi mente de todo pensamiento

negativo y con disposición de disfrutar el día me expreso con

libertad, hago comentarios o preguntas breves y directas, he

aprendido a ser clara y asertiva en conversaciones ante

cualquier dificultad, problema o discusión que intente iniciar.

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Por las noches regresa con agobios y cansado; he procurado

preguntarle: “¿Cómo te fue?” En muchas ocasiones ha

contestado con un “bien” y en otras me platica de manera

resumida algún conflicto que tuvo en el trayecto del día.

En conclusión, llevaba una relación hostil, distanciada y

con enemistad. Estas sensaciones me dejaron documentos de

divorcio que me entregó en tres ocasiones. Aparentemente

llegamos a acuerdos que no tuvieron seguimientos por su parte,

y la separación quedó trunca e inconclusa.

En ese tiempo, dentro de mi mente me sentí como un barco

a la deriva: sin timón, presa de vientos huracanados, olas

enormes de emociones que no podía controlar. Me sentí presa

fácil de acechanzas que se me pudieran presentar; sintiéndome

sola en la inmensidad de un mar embravecido, vivía una

realidad en la que luchaba por que cambiaran mis situaciones

pero por dentro experimenté un ancla que me impedía salir de

esas tormentas internas.

De manera inesperada llegó a mí el número telefónico y el

nombre de una mujer que daba terapias alternativas

especializadas, pedí la cita y ya estando ante ella me dio la

terapia y después de varias preguntas terminó la sesión. Al

salir, gracias a lo que me hizo, percibí la fuerza interna y el

deseo de mirar a ojos abiertos todo lo que llegara a mí. En mi

mente había desaparecido toda tormenta. Sentí que mi corazón

palpitaba con más fuerza y dejé de sentirlo débil, y sobre sentí

todo la armonía y disposición de formarme mi propia vida

como yo la quisiera.

Transcurrió el tiempo y me llegó la oportunidad de trabajar

como secretaria suplente en unas oficinas. Al aceptar, empecé

a generarme cambios que me beneficiaron en lo personal y lo

monetario. Entré a un curso de herbolaria y empecé a elaborar

tinturas, jabones, preparados de yerbas con licor y jarabes.

A partir de entonces he vendido tinturas de propóleos, esto

me he generado un ingreso de dinero que he aprovechado en

mi beneficio. A los pocos meses logré tener una nueva amiga y

gracias a ella me informó de un curso llamado “El Guión de mi

Vida”.

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Empecé a propiciar los cambios necesarios para

encontrarme a mí misma, a saber que soy una persona que

tengo conciencia para conocer mis necesidades y gustos, que

me puedo expresar con libertad, que tengo la responsabilidad

para con mis pensamientos, mis actos y mis decisiones, que

debo cuidarme y amarme primero a mí misma, que no debo

criticar, ni juzgar a nadie sin antes hacerlo con mi propia

persona, que puedo perdonar a otros y perdonarme yo misma,

y que debido a mi propia indecisión e inconsciencia no podía

ser leal, ni tener el valor para darme lo que me corresponde por

derecho divino; estas dos virtudes son las que considero que

me han ayudado a sentir que tengo el poder para lograr

cambios, propósitos y proyectos.

Después de este curso entré a un diplomado titulado

“Tejiendo mi Vida” que duraría un año y medio, allí empecé

aprendiendo a valorarme, quitándome cautiverios auto-

impuestos por sociedad y familia, estableciendo límites

propios, a tener acuerdos y contratos, diciendo lo que no me

gusta, buscando el ser que soy, aceptando que siempre estoy en

un proceso de crecimiento, que decido mi propio destino

construyéndolo, siendo autora, agente y actriz de mi propia

vida, tomando siempre en cuenta las soluciones de problemas,

generándome resultados positivos; me he quitado angustias con

la esperanza y con la alegría, éstas las considero la fruta natural

que me han dado la salud en el alma.

Cada día procuro limpiarme siempre las impurezas del

rencor para reflejar con mi mirada la alegría y la fortaleza.

También descubrí mis potencialidades: tengo la capacidad de

escuchar con empatía todo tipo de problemáticas, comparto de

mi tranquilidad para superar pérdidas, puedo superar

momentos de enfermedad sin la necesidad de palabras de

terceras personas. Otra oportunidad me llegó de estudiar yoga.

Tomé un curso por ocho meses y logré ser instructora.

En el proceso superé miedos que me impedían socializar y

asumir cargos como maestra de yoga. Logré sacar el poder de

dar órdenes sin ser autoritaria, descubrí que puedo influenciar a

otros con mi serenidad y paciencia. Logré enamorarme de mí

misma viéndome al espejo desde otra perspectiva. En mis

hallazgos me encontré que soy femenina, exquisita, sencilla y

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fuerte, que tengo la disposición para actuar y que sólo a mí

misma ilumino cuando magnifico mi vida, que tengo la

simpatía y la alegría para compartir con las personas que me

rodean procurándoles un poco de paz y tranquilidad.

A lo largo del diplomado me han ayudado a verme como

una mujer en desarrollo, a hablar en primera persona, a

escuchar sin hacer juicios como testigo, respetuosa, a

acompañar con empatía, a ser responsable de lo que hablo y

escucho. Aprendí que todas y cada una somos iguales y

cuidamos nuestra confidencialidad, a ver y aceptar mis

negatividades pero dejándolas salir, a no anclarme en

sentimientos que enferman, los cuales solo debo experimentar

y dejar ir.

He aprendido que el mundo externo es la imagen del mundo

interno, que yo misma tengo las armas para resolver mi vida,

mi salud, mi economía, que todo surge a partir del amor propio

y no de las heridas del pasado.

Aprendí la fórmula del crecimiento y es gracias a la

intención (pasión), el esfuerzo (físico) y sabiendo esperar la

intervención divina (las personas, teléfonos, publicidad…) para

que se acomode todo a mi favor; he ido teniendo la claridad (lo

que quiero, cuándo y cómo, siendo específica) con la

integridad de no mentirme a mí misma; sabiendo pedir

(visualizándome en tercera dimensión y a colores), siempre en

positivo.

Agradeciendo desde el principio, sintiendo que ya está dado

y que de alguna forma pagaré dando mi contribución con

alegría. Así he logrado experimentar la felicidad: he aprendido

que este sentimiento no debo posponerlo hasta el final del

camino porque no sé cuándo llegará ese fin, y mientras no

llegue, disfrutaré apreciando todo lo que vivo, incluyendo todo

tipo de climas que serán parte de mi andar sintiendo la

confianza y la determinación con pasos firmes y continuos.

Doy las gracias por este grandioso regalo que llamaron

“Tejiendo mi Vida”. Lo considero el milagro junto con las

maravillas que nunca han cesado: el darme la actitud y el

carácter, muchas alegrías en la convivencia con mis

compañeras y amigas, incluyendo a las facilitadoras, con las

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que he tenido momentos inolvidables que me han hecho sentir

una juventud eterna, una riqueza única, una salud radiante, un

amor infinito y la grandiosa sensación de sentirme viva, sana,

próspera y feliz.

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Una vida de trabajo - Águila guerrera Cuando me decidí a tomar este diplomado lo hice con la

inquietud de aprender a escribir pero no imaginé que iba a

escribir mi propia historia.

Nací en Monterrey, Nuevo León, en el mes de julio de

1951, en esta bella ciudad que he visto crecer junto con su

gente en muchos aspectos. Soy la mayor de ocho hijos de unos

padres jóvenes pero responsables. Mi infancia transcurrió en

un Monterrey tranquilo donde se podía jugar en la calle o en

los patios, que eran muy grandes: a los encantados, a la

matatena, al béisbol, a disfrazarnos con la ropa de nuestros

papás…

Hice la primaria en el colegio Breves, en la escuela Ignacio

Morones Prieto y la escuela Revolución. De cada una de ellas

guardo bonitos recuerdos. Cuando quise ingresar a la

secundaria, mi papá se negó a que fuera pues dijo que después

quién le iba a ayudar a mi mamá con el quehacer de la casa y

los niños; como siempre, se hacía lo que él decía. No importó

que yo le rogara pues nomás no fui, pero eso no impidió que

yo leyera todo lo que se ponía a mi alcance.

Vi cómo llegaban mis hermanos y yo siempre ayudando a

mi mamá, pues mi abuela materna había muerto muy joven y

mi otra abuela tenía que trabajar porque había quedado viuda y

con sus hijos muy jóvenes. A los diez años, más o menos, yo

hacía de comer sopa, frijoles y algún guisado, subida en un

cajón de madera. Jugaba y hacía las tareas siempre cuidando a

alguno de mis hermanos; brincaba a la cuerda con mi hermano

en brazos con mucho cuidado pues si algo le pasaba me las

veía con mi papá cuando él llegaba del trabajo.

Cuando llegó el último de mis hermanos, mi mamá se

enfermó de preclampsia, le daba mucha temperatura y no se

podía levantar, entonces yo hacía el biberón. Una vez, quizá

por el sueño que tenía, preparé el biberón con la botella mal

enjuagada y le dio mucha diarrea, motivo por el cual lo

tuvieron que hospitalizar, así que mi mamá se quedaba en el

hospital con el bebé y yo con el resto de mis hermanos a

cuidarlos. Cuando finalmente el bebé se recuperó, volvimos a

nuestra vida normal, pero más o menos un año después, le

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detectaron a mi mamá cáncer en la matriz (tendría yo catorce

años), y la tuvieron que operar para quitársela.

Estuvo en el hospital más de un mes y tardó mucho para

recuperarse, pues me imagino que debe haber tenido una

depresión nerviosa por no poder vernos. Mi papá nos formaba

enfrente del hospital para que, aunque fuera de lejos y por la

ventana, nos viera mi mamá. Cuando por fin salió del hospital,

ella pesaba 35 kilos. Yo la bañaba y la arropaba pues tenía

mucho frío; le daba de comer en la boca porque no tenía

fuerzas para hacerlo. Afortunadamente, ya en casa se recuperó

más rápido y volvimos a nuestra vida de siempre.

Cuando se acercaba la fecha de mis quince años, mis papás

me organizaron una fiesta muy bonita con lo que pudieron y la

disfruté mucho. Todavía recuerdo cuando bailé mi primer vals

con mi papá; yo lo veía muy guapo pues tenía 33 años.

Cumplidos los quince, le pedí a mi papá que me diera

permiso de trabajar y conseguí hacerlo en una fábrica de

juguetes; era obrera en ese lugar y me desenvolví muy bien y

con mucho empeño llegué a ser jefe del departamento de

empaques. Me acuerdo que las cajas de empaque eran muy

grandes y se apilaban en la bodega antes de salir y no

alcanzaba a poner las etiquetas, entonces me subía en el bote

de pegamento para alcanzar a ponerlas.

Cuando el dueño de la fábrica me propuso el puesto, yo le

dije que no sabía escribir a máquina, entonces contrataron a

una señorita para auxiliarme con esos detalles. Con su ayuda,

enviaba pedidos foráneos, atendía clientes de mayoreo, me

mandaban a recoger la nómina al banco y algunas cosas más.

La fábrica creció y contrataron a un joven como gerente de

ese departamento, pero éste empezó a acosarme sexualmente y

decidí renunciar. El dueño no quería que me fuera, sin

embargo no me atreví a decirle el motivo real, mucho menos a

mi papá. Le dije a mi mamá y me aconsejó que me buscara

otro trabajo. Pronto me acomodé de recepcionista en una

clínica y después me pasé a una papelería, lugar donde también

me fue muy bien, pero a veces salíamos muy tarde y a mi papá

no le pareció, aunque el gerente le propuso mandarme en taxi,

no quiso.

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Entonces empecé a comprar retazos en Manchester y de

lunes a viernes confeccionaba camisas y vestidos de niños y

vendía los sábados y domingos. Volvieron a operar a mi mamá

y dejé de trabajar para cuidarlos a todos otra vez; por ese

tiempo empezaron los problemas con mis hermanos varones

pues estaban en plena adolescencia y no iban a la secundaria;

mi papá trabajaba hasta tarde y los castigaba, pero mi mamá

les levantaba el castigo, y cuando llegaba papá me preguntaba

si se habían respetado sus órdenes.

Yo no sabía qué hacer pues me traían como pelota entre los

dos, entonces, cuando mamá estuvo bien, después de una

discusión por mis hermanos, yo recogí mis cosas y me fui de la

casa. Mi mamá me pedía por favor que no me fuera, pero yo

veía que no estaba viviendo de acuerdo a mi edad y me fui a

vivir con mi abuela paterna, quien aún tenía un hijo soltero en

la casa.

Ese mismo día, en la noche, se armó una discusión muy

fuerte porque mi papá era muy duro y no iba a permitir que me

quedara, pero mi abuela y mi tío lo convencieron de que me

dejara vivir con ellos pues no me había ido con algún

muchacho; y enseguida me puse a trabajar. En esos días que

me mandaron, ahora sí, por la leche y el pan, conocí a quien ha

sido el amor de mi vida.

Él tenía un pequeño negocio de abarrotes y empezamos

nuestro noviazgo con la ayuda de unas amigas de él, quienes

me ayudaban a sacar permiso para salir. Al cabo del tiempo, él

me dijo que no quería andar a las escondidas pues nos

sobresaltábamos cuando aparecía algún carro y teníamos

miedo de que nos sorprendieran, sobre todo de noche, y

decidió enfrentar a mi tío y a mi papá para pedir permiso de

salir juntos.

Mis demás tíos empezaron a protestar, decían que él era

muy joven y nomás me iba a quitar el tiempo y, según ellos, yo

ya tenía edad de casarme. Yo, ciega, sorda y enamorada hacía

caso omiso de lo que decían y continuamos nuestro noviazgo.

Creo que fue mi etapa de juventud más feliz. Por ese

tiempo, mis padres empezaron a viajar buscando un ascenso en

el trabajo de mi papá y dos veces hicieron el intento de que me

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fuera con ellos, pero me resistí ayudada por mi abuela. A raíz

de que tuvieron problemas con dos de mis hermanos, me

dijeron que me tenía que ir con ellos (en ese tiempo residían en

el estado de Durango).

Fue tanta su insistencia que mi novio me propuso

matrimonio para que no me pudieran llevar y les dijo a sus

papás que si me iban a pedir, pero mi suegra no quería porque

él estaba muy joven, tenía veinte años, entonces mi suegro lo

apoyó y fue a pedirme. Tal vez mi suegra tenía miedo de que

no cumpliera con semejante responsabilidad, además de que

era el más pequeño de sus hijos. Hoy que soy mayor, la

comprendo más.

Como podrán apreciar, se puede decir que mi juventud fue

muy breve y sin permisos; para nada me sentía feliz de tener

novio y no poder salir con él. Mientras fui soltera, no iba a

ningún baile que no fuera una fiesta familiar, y si era de noche

iba acompañada de mis papás o de alguna hermana casada de

mi novio. Fue entonces que empezamos a hacer planes de boda

y a tomar acuerdos porque yo no quería tener muchos hijos.

Me dijo que él siempre iba a ser más que yo y creo que no debí

de haber aceptado pues al paso del tiempo me ha pesado

mucho esa decisión.

Nos casamos un día lluvioso, de esos que se dejan sentir en

Monterrey, un 16 de junio de 1972. Fue tanta el agua que por

poco no llegamos a la recepción pues el carro donde íbamos se

inundó. Hoy que lo recuerdo me parece muy chusco porque el

carro se llenó de cucarachas por causa de la lluvia. Yo me subí

al asiento muy asustada pero mi esposo me calmó y por fin

llegamos.

Me gustaría decir que nos casamos con nuestros propios

recursos y ayudados por nuestras respectivas familias. Fue una

boda bonita y empezamos nuestra vida en común, muy felices

de estar juntos y sin restricciones. Me acuerdo que él me

invitaba a cenar y constantemente yo veía el reloj y le decía a

mi esposo ya vámonos y él decía “¿por qué?, si ya nadie te

regaña”.

Pronto dimos señales de ser papás y mi esposo no lo podía

creer. Decía eso: que él no podía creer que fuéramos capaces

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de concebir tan pronto. Él empezó a trabajar más. Era cajero en

un restaurant-bar donde inició de lavaplatos y llegó a ser el

encargado. Pidió la oportunidad de trabajar de mesero de

medio turno y con las propinas hicimos un ahorro para la

llegada de nuestro hijo. Cabe mencionar que yo continuaba

aportando algo con la venta de la ropa que hacía y vendía.

Cuando ya no pude coser, seguí vendiendo por catálogo

algunas cosas.

Cuando nació nuestro hijo, empecé a tener problemas con la

dueña de la casa que rentábamos porque me quería limitar el

uso del agua, pero con lavar los pañales y las camisas blancas

de mi esposo, era materialmente imposible. Entonces le sugerí

a mi esposo que compráramos un terreno para hacer una casa.

Él decía que no nos alcanzaba para mucho, pero yo insistí y lo

compramos.

Así transcurrieron más o menos dos años pero mis suegros

y mi cuñado nos dijeron que nos compraban la casa y que con

eso diéramos un enganche en otra parte, tal vez estaban

preocupados por la falta de los servicios más elementales

porque tenía que acarrear el agua de una llave colectiva y no

había luz eléctrica. Además mi esposo llegaba muy tarde

porque trabajaba un turno y medio y yo siempre estaba con

miedo de que lo asaltaran pues la colonia está pegada a un

barrio bravo. Total que aceptamos y nos cambiamos a un

fraccionamiento con casi todos los servicios. Me acuerdo que

me sentía como hueso en olla de vagabundo porque la casa era

grande y yo tenía pocos muebles, y ahí empezamos con nuestro

primer negocio establecido (con un préstamo que al cabo de un

tiempo pagamos). Casi al mismo tiempo, con todo y

anticonceptivos, me embaracé de mi única hija. Fue algo que

me tomó de sorpresa porque no estaba en mis planes, pero hoy

doy gracias a Dios por haberla puesto en mi vida.

En ese tiempo le ofrecieron a mi esposo un negocio de

cantina y renunció a su trabajo para atenderlo;

desafortunadamente lo único que nos dejó fue una amarga

experiencia. Afortunadamente logró venderlo y liquidar las

deudas; así sin trabajo y con dos niños de pañales y leche,

nuevamente con un préstamo de mis suegros compró un

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„vocho‟ y se fue a vender ropa en abonos de la tienda que

teníamos a un municipio cercano.

Iba y venía a diario pero un día vio un local en la cabecera

municipal y me propuso que nos fuéramos a vivir a allí, ya que

había pocas tiendas y estaba por abrir una fuente de trabajo en

otro municipio cercano. Obviamente yo no quería pero él me

decía que casi no veía a los niños, y acepté. Nos fuimos a ese

lugar con muchas ganas de trabajar y prosperar. Primero

estuvimos en un local chiquito y después de un tiempo nos

cambiamos a un local más grande, y con la ayuda de créditos

de algunas fábricas ampliamos el negocio.

Cuando llegamos al pueblito rentamos una casa al lado de

donde vivía una mujer de la vida galante; y como ella no podía

tener hijos la agarró conmigo y con mis hijos (en ese entonces

ellos tenían cuatro y un año). Hablamos de nuestro problema

con el dueño de la casa que nos rentaba porque la señora

molestaba a mis hijos por la reja de la casa, al grado que me los

bañaba con agua sucia, y como yo tenía que salir a atender el

negocio los encargaba con una joven que me ayudaba con

ellos, pero me preocupaba mucho dejarlos, así que le dijimos al

dueño que dejaríamos la casa. Cabe decir que nunca llegué a

reclamarle nada a esta mujer pues no quería tener un altercado

con ella (su vocabulario era muy florido); lo que hacía era

tener a los niños dentro de la casa. Entonces el rentero nos

propuso que cambiáramos la casa con la policía rural.

El cambio me facilitó la vida pues esa casa estaba a media

cuadra del negocio y así los de la rural salieron por una puerta

y nosotros entramos por otra. Salimos beneficiados tanto el

dueño como nosotros pues esa inquilina era de por sí

problemática, pero con la policía a un lado todo se arregló.

Afortunadamente cuando nos cambiamos al local grande, éste

contaba con casa en el segundo piso y así yo trabajaba y estaba

al pendiente de mis hijos, pues mi esposo seguía vendiendo en

las colonias mientras el negocio se acreditaba.

Así pasó un tiempo y yo tenía muchos problemas con los

anticonceptivos y le propuse a mi marido que tuviéramos un

hijo más. Él me dijo que no porque en el embarazo de la niña

tuve varias amenazas de aborto y él decía que ya teníamos la

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parejita. Le insistí y le dije que aprovecharía para operarme y

lo convencí, después nos fuimos solos a cenar a un restorán de

lujo y pedimos una botella de vino para cenar, y después de

cenar hicimos la tarea. Enseguida me embaracé (lo pedimos

para nuestro aniversario con cuentas hechas y todo, pero todo

es cuando Dios dice y se adelantó un mes completo).

Felizmente llegó muy bien e igualito a su papá, como yo lo

había pedido. Así pasaron diez años en ese lugar y en ese

tiempo falleció mi suegro; los hermanos decidieron vender la

casa que tenían mis suegros porque mi suegra estaba postrada

en cama por una embolia que la paralizó de medio cuerpo (era

una buena mujer, muy trabajadora y buena suegra, pues el

poco tiempo que conviví con ella me enseñó a cocinar muy

sabroso, y mi suegro también fue un ser muy especial: tenía

muy buen carácter y una plática muy amena).

Total, que le digo a mi esposo que si me compraba la casa

de mis suegros y que nos regresáramos a Monterrey pues el

negocio nos mantenía pero no sobraba; la casa de Monterrey la

habíamos vendido para comprar un terreno que estaba junto al

negocio en el cual pagábamos renta (con la esperanza de poder

construir algún día, pero éste no llegaba y nuestros niños

crecían y sus necesidades también). Él me dijo que con qué

dinero y yo le propuse que vendiera el negocio: lo publicó y lo

vendió, y de esta manera fue que compramos la casa de mis

suegros y nos regresamos a Monterrey.

Los primeros días, mi esposo se empleó en un periódico

muy importante pero no le gustó y estaba muy sacado de onda.

En ese tiempo yo empecé a hacer bollos de leche (había

lecherías con leche barata de gobierno y algunas de mis

vecinas no querían ir temprano por ella, entonces, ellas me

prestaban la tarjeta para que yo la comprara, pues a la tercer

falta les quitaban la tarjeta). Vendía muy bien los bollos y

entonces a mi esposo se le ocurrió poner una pequeña fábrica

de sabalitos: yo los elaboraba con ayuda de mis hijos y él salía

a venderlos; también hacíamos chorizo y él lo vendía en las

tienditas y yo también me daba un tiempo para vender casa por

casa.

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Un buen día, uno de mis cuñados, a quien quiero mucho

pues es de muy buena calidad humana y mi esposo y él se han

dado la mano de muy buena manera, le dijo a mi esposo que si

quería una plaza en los mercados sobre ruedas vendiendo

barbacoa, que si le interesaba él le conseguía lugar así como

también le enseñaba a hacer la barbacoa. Mi esposo aceptó y

mi cuñado y su esposa nos enseñaron el oficio; pronto

aprendimos y nos fue muy bien gracias a Dios.

Por esa época yo ya me empezaba a desesperar y decía en

mis oraciones: “Dios, no me des pero ponme donde haya”… y

me puso (claro que era muy laborioso pues había que madrugar

y trabajar muchísimo; solamente el que se ha dedicado a esto

lo sabe). Nuestras ventas aumentaron rápidamente y hubo

ocasiones en que mi esposo tenía que decirle a la gente de la

fila que ya no había producto, entonces las protestas no se

hacían esperar conminándonos a que hiciéramos más, pero ya

no teníamos capacidad para aumentar la producción.

Así estuvimos un tiempo, trabajábamos todos y casi no

teníamos vida social porque los días de trabajo eran los fines

de semana y no podíamos desvelarnos pues empezábamos a

trabajar a las tres de la mañana. Así estuvimos un buen tiempo

y un día mi esposo decidió tomar una distribución de productos

americanos; yo seguí ayudándolo con los mercados (claro,

apoyada por un grupo de gente: puros estudiantes, los cuales

algunos llegaron a titularse gracias a Dios y también a su

esfuerzo).

Me acuerdo cómo trabajaba yo: hacía las compras para el

mercado, llevaba a mis hijos a los colegios, preparaba todo lo

referente a la venta de la barbacoa, atendía a mi suegra y

también a mi suegro cuando se enfermó. No sé cómo hice

tantas cosas a la vez, debe haber sido la mano de Dios quien

me sostuvo (ahora lo creo).

Por ese entonces ya le iba bien a mi esposo en la

distribución y le hice ver que trabajábamos mucho y que

convivíamos muy poco con nuestros hijos. No conseguía

hacerlo entender y como habíamos hecho un trato al casarnos

(de que él siempre iba a mandar en nuestro matrimonio) ya no

sabía qué hacer, más que llorar a solas pues nunca me gustó

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quejarme con nadie de lo que me pasaba. Busqué ayuda

profesional y fui al Hospital Universitario.

Allí me ayudó un siquiatra y me dijo que lo negociara con

mi esposo ya que en los negocios siempre hemos sido buenos

compañeros, lo manejé de ese modo y me dio resultado.

Entonces vendimos el negocio en el que trabajábamos los fines

de semana, no sin antes capacitar ampliamente a las personas

que lo compraron (un licenciado en administración de

empresas y una contadora pública, a quienes les fue muy bien

con el negocio y a nosotros como familia también nos fue

mejor).

Al paso del tiempo, la distribución que manejaba mi esposo

creció y él se entusiasmó tanto que empezó a querer crecer más

y yo a protestar porque el trabajo lo absorbía mucho y pasaba

muy poco tiempo con nosotros pues estaba muy agotado al

terminar el día. Yo trataba de convencerlo y me decía que yo

no sabía nada de negocios, que mejor no opinara y tuvimos

problemas; yo siempre terminaba cediendo por pensar que era

su sentido de superación lo que lo impulsaba a trabajar tanto.

Por más que le decía que ya no creciera y contrajera más

compromisos, no me escuchaba; yo pensaba en una posible

devaluación, cosa que sucedió más tarde y nos sumió en la más

grande crisis que nos ha tocado sortear: nuestros compromisos

eran en dólares.

Algunos amigos nuestros se suicidaron, otros acabaron

divorciándose. Yo acudí nuevamente a buscar ayuda sicológica

pues los acreedores casi me volvían loca. Mi esposo decía que

lo íbamos a superar pero no me podía decir cuándo; tuvimos

que bajar nuestro nivel de vida y sacar de los colegios a los

muchachos (afortunadamente el mayor ya había terminado la

carrera).

Mi esposo comenzó a viajar para comprar mercancía

nacional, y como a un vecino de nosotros que también viajaba

lo mataron para robarlo, pues las compras tenían que ser en

efectivo, yo me angustiaba mucho cuando salía de viaje. Me

quedaba para apoyarlo en el negocio con los pocos empleados

que pudimos conservar, nos quedamos sin casa ni carros, él se

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quedó con mi carro que era el que estaba nuevo y los demás a

movernos a como se pudiera.

Fueron años muy pesados y mi marido no quería que yo

administrara nada, pero un día le dije que me concediera una

hora de plática con buena voluntad y que me escuchara con

reloj en mano, que no iba a hablar más de una hora. Me

escuchó y yo le dije que mientras yo no me quedara

cabalmente en su lugar cuando él viajara, no íbamos a salir

nunca de nuestra mala situación económica y que el único

beneficiado iba a seguir siendo el administrador de su

confianza (pues él ya traía carro del año y había comprado un

terreno pegado a su casa), que si me dejaba ayudarlo y

administrar mientras él no estuviera saldríamos de deudas.

Con muchas reservas aceptó y me dijo que en cuanto yo me

quisiera sentir más que él se acababa el trato. Y tomé mi lugar,

el que siempre debió de haber sido y empezamos a salir de

compromisos, y yo transparente pues no debía figurar para

nada, debía ser transparente; siempre decía que era la

encargada del negocio, situación que de alguna manera me

benefició porque pude manejar mejor a los acreedores, ya que

nunca dije que era la esposa del dueño.

El administrador terminó por renunciar y fuimos

prosperando con mucho esfuerzo y nuestra calidad de vida

mejoró. Mi hija se casó y llegó al poco tiempo nuestra primera

nieta, un rayo de luz con ojos azules y rizos dorados, que nos

cambió la vida para bien porque dejamos de trabajar los

domingos para disfrutar su compañía. Enseguida se casó otro

de nuestros hijos y tuvimos dos nietos más, que junto con otro

de nuestra hija se hicieron cuatro, y nos han llenado la vida de

gusto, y luego por fin se casó el último; después de un tiempo

nos dio otro nieto, con el cual ya son cinco.

Cuando por fin recuperamos nuestro patrimonio, yo quise

dejar de trabajar porque me sentía muy cansada; él ya había

dejado de viajar y me retiré a descansar. Mis clientes se

asombraban de cómo me había retirado de un día para otro de

trabajar y cuando me los encontraba les decía que quién

extraña la mala vida.

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En ese tiempo mi esposo se enfermó de la tiroides y

trabajaba muy frenéticamente a pesar de que mi hija se integró

a trabajar con él; y como siempre, los tres hijos nos ayudaron

mientras estudiaban pues mi hija contaba con mucha

experiencia, la cual se reflejaba en el negocio. Yo no entendía

por qué él no dedicaba más tiempo para los dos, pero era su

enfermedad lo que lo hacía proceder de esa manera.

Un día mi hermana, que es médica, asistió a una fiesta de

cumpleaños de mi nieta pues tiene una hija de la misma edad y

observó a mi esposo y me sugirió que le dijera que se hiciera

unos exámenes de la tiroides; eran tan malos los resultados que

el personal de los laboratorios localizaron a mi hermana para

informarle y ella y su esposo se trasladaron a nuestra casa para

conminarlo a buscar ayuda especializada, para entonces él

había perdido treinta kilos sin saber por qué.

Él felizmente se atendió a tiempo y las cosas entre los dos

mejoraron notablemente. De cualquier manera mis hijos me

decían que hiciera algo más, algo que me gustara. Llegué a

molestarme pues nunca he sido demandante de su tiempo ni

sufrí tampoco el síndrome del nido vacío, pero me decían que

no todo era limpiar y cocinar en una mujer como yo.

Un buen día leí en el periódico sobre esta Asociación

Tejedoras de Cambios, que invitaba a las mujeres maduras a

aprender a escribir. ¡Bendito día! Ya que a través de las

enseñanzas de la señora Cristina Giredongo y de la licenciada

Dariela Dávila -en el taller "El guión de mi vida” y luego en el

diplomado- cambié muchos de mi puntos de vista acerca de

usos y costumbres que yo creía que estaban bien y reclamé mi

lugar en la vida con mucha dignidad, pues considero mi

aportación a mi familia y a la sociedad como importante.

Gracias a mi esfuerzo, hoy mis hijos tienen trabajo en

nuestros negocios y dan buena calidad de vida a sus familias.

Espero seguir cultivando mi vida con tan valiosas enseñanzas.

A través de ellas hoy me siento plena en todos los sentidos.

Quiero dar las gracias a mis compañeras de “El guión de mi

vida” y del Diplomado por sus valiosas aportaciones, que quizá

en su momento me desconcertaron pero me servirán el resto de

mi vida: a mí en lo personal y por ende al mundo que me

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rodea. ¡Muchas gracias! Y no debo dejar de agradecer a la

licenciada Patricia Basave por su gran esfuerzo en favor de las

mujeres maduras.

¿Cómo se mide la vida? ¿En risas, en verdades aprendidas?

¿En lágrimas derramadas? Y aquí me pregunto yo: ¿En

pronunciados “te amo”, en éxitos acumulados, en dinero

gastado o atesorado, en besos no dados o en silencios

forzados? ¿Cómo mide cada quien su vida?

Insisto, reitero, me obsesiono y vuelvo a decirme: no me

atrevo a dar consejos, no tengo una tremenda claridad sobre lo

que hay qué hacer, sentir o pensar para que valga la pena

vivirla, sólo se me ocurren algunas etapas que me han

conmovido a lo largo de mi vida personal y laboral, y aquí sigo

con una vida interesante, amorosa, divertida y entrañable, parte

de la cual les he compartido.

Amorosamente, Águila guerrera.

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Yo soy - Inti Tanto tiempo que tuve que esperar para llegar a este

momento; minutos invertidos para buscar las palabras

adecuadas para empezar a transformar las heridas y

convertirlas en compartires, en aventuras y en conquistas.

Yo quiero escribir acerca de mi auto-descubrimiento, el

encuentro con la Inti original, no la que por años ha aparentado

ser. Quiero escribir de mis sentimientos, emociones, carencias,

logros, miedos superados y los que todavía no conozco; de lo

que he vivido desde que me di cuenta que tenía derecho a

muchas cosas; desde que tuve que hacer cambios y arriesgar a

conocerme para poder vivir y ayudar a los que más quiero.

Este es un legado para mis padres, para mi hijo y para todas

las mujeres que como yo, creemos que vivimos y pretendemos

que sabemos pero que no nos encontramos… Había pensado

que sería únicamente para mi hijo, para que conociera a su

madre; a la mujer que yo soy, pero más bien, es un regalo a mí

misma: es como un trofeo por haber conquistado los territorios

más profundos de mi ser, por haber combatido con los

monstruos, gigantes, dragones y arañas que salían y que siguen

saliendo con cada temblor de mis recuerdos y pensamientos.

Este escrito es mi medalla de oro, es un reconocimiento a

mi valentía: por qué no decirlo, sin llegar a la soberbia; tengo

que aceptar, que así, con humildad, es cómo fue posible que yo

empezara a transformarme.

Esa fue la única manera para comenzar a andar por el

camino del crecimiento personal: presentándome indefensa,

desnuda, mostrando mis heridas a mis compañeras de viaje...

Aceptándome como un ser que no puede caminar solo, que no

puede desenredar las madejas de los pensamientos por sí

misma, pero con un corazón abierto y desesperadamente

hambriento de respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que

existían.

Cabe aclarar que el inicio de esta travesía no fue voluntario.

Yo estaba muy cómoda, como lo estamos muchas mujeres que

empiezan los 40, apoltronada en el sillón de la indiferencia,

espantando las moscas de la apatía y la negación, tomando una

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deliciosa taza de conformismo y cubierta con mi mantita de

seguridad: mi hermosa máscara de “¡Yo Soy Feliz!” ¡Qué

ironía... y el mundo cayéndose alrededor!

Sea pues, volveré a abrir mi corazón y compartiré con

ustedes mis heridas, mis sueños, mis triunfos y sobre todo mi

amor, el amor tan grande que hoy le tengo a la vida, a mi

familia, a mis amigos, a mi entorno y sobre todo a mi Dios.

El muégano

De repente sin ninguna señal (bueno, eso era lo que yo creía

en ese momento), sin ningún aviso, sin que nadie me gritara:

“¡Eh, Inti, cuidado, te caes!”, se abre el piso sobre el cual

estaba tan plácidamente acomodada y caigo, sin tener ningún

borde del cual agarrarme, golpeándome contra unas paredes de

incredulidad, queriendo cerrar y abrir los ojos para que todo

volviera al “supuesto orden”... Y, pues sí, desperté al inicio de

mi realidad de una forma que no me imaginaba: a través del

dolor, de lo que más he amado: mi hijo.

Pero yo no sabía lo que estaba empezando ahí en ese

momento, ni siquiera pensaba, dormía o sentía, sólo actuaba

por instinto. Ese instinto de madre, de proteger con uñas y

dientes a lo más hermoso que me ha pasado en la vida, mi

pequeño. ¿Para dónde corro? ¿A quién le grito que me ayude?

¿Quién me abraza? ¿Con quién me desahogo? ¡Silencio total!

¿Qué le dices a una mamá que está sumida en el mar de las

culpas y que no deja de escuchar en su cabeza: “¡Por tu culpa,

por tu culpa, por tu grande culpa!? ¡Mi niño se está hundiendo!

¡Se está matando!”. Me estaba gritando: “¡Mami, ayúdame!”.

Tenía que hacer algo... pero ¿cómo? Recordé entonces a uno

de mis ángeles de la guarda, por la cual estoy siendo parte de

este hermoso proyecto de Tejedoras, Paty Basave.

Durante nuestras pequeñas pláticas en el gimnasio donde yo

era su instructora, teníamos tiempo de compartir. Ella me

hablaba de su proyecto de Tejedoras y yo de mis miedos y

problemas, a los cuales no les hallaba pies ni cabeza, y con sus

palabras y consejos siempre oportunos, me alentaba a que

buscara apoyo psicológico o a que fuera a los grupos de

autoayuda, pero nunca hice caso en ese momento en que ella

me lo aconsejaba.

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Por mi parte, siempre le decía que qué padre proyecto el

que tenía, que me encantaría participar en algo así, pero cómo

hacerlo si yo estaba hasta las manitas de problemas, como

dicen por ahí: no era tu tiempo, Inti.

Aquí se empieza a tejer esa maraña de dioscidencias, como

le llamo yo: corrí a buscar a mi cajón un folleto de Expo

Ayuda, que todavía no puedo recordar cómo fue que llegó a

mis manos, lo único que recuerdo es que allí había leído algo

acerca de eso que tanto me insistía Paty, los grupos de

autoayuda, y puse manos a la obra para poder ayudar a mi hijo.

Llegué por fin, con miedo a lo desconocido, a formar parte

de mi primer grupo de apoyo; ahí empezó el destapadero de la

cañería… ¡Cuánto mugrero había ahí dentro guardado durante

años! Fui ahí, porque tenía la idea errónea de que iban a ayudar

a mi hijo.

Resulta que no nada más era él quien necesitaba la ayuda,

sino que yo también. Mi hijo fue el reflejo de toda esa

porquería que guardé por años. Ese silencio, ignorancia,

dejadez... Tenía que limpiar, vaciar, sacudir y hasta derrumbar

esos muros que había levantado. ¡Uf! “¡Momento, momento,

pero yo no estoy mal, yo no necesito nada, yo estoy bien,

ayúdenlo a él!”. De qué manera tan cruel nos juega el ego.

Para que mi entorno cambiara, tenía que asumir mi

responsabilidad primero... pero yo no quería, no aceptaba.

Negación y más negación. Palabras nuevas que empecé a

escuchar continuamente: violencia, codependencia, adicción,

enfermedad, maltrato… ¿Qué era eso? Eso yo no lo conocía.

“¡En mi familia siempre ha existido la felicidad, todos nos

queremos!”. Ok. Me divorcié pero ahora soy feliz. ¡Ingenua! o

más bien, inconsciente viviendo en un mundo que no era el

real, en esa ilusión de querer componer y controlar a todo y a

todos.

Hija única y mi madre también. Niña mimada y chiflada.

No tuve lujos pero no me faltó nada. Mi mundo era de color

rosa, bueno, eso creía yo. Qué difícil hacerle entender a mi

mente atolondrada que todo lo que estaba pasando era algo

fuerte, que tenía que moverme y empecé a desenredar la

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madeja, a descubrir esos hilos que me llevaban a grandes

marañas sin principio ni fin.

La supuesta familia feliz, como lo había idealizado en mi

cabeza, se empezó a desmoronar. Empezó el escrutinio bajo el

microscopio para llegar a conocer esas células que estaban

aglutinadas, pegadas una a otra, como las bolitas del muégano,

pero en lugar de ser algo dulce y rico al paladar resultaron ser

rencores guardados, miedos, iras reprimidas, secretos de

familia, abusos, sometimientos e imposiciones, tristeza y

frustraciones.

Todo lo que yo creía que era felicidad resultó ser un

verdadero fiasco: mi familia no resultó ser la familia que yo

creía que era... y menos yo. No nada más mi niño estaba

enfermo, sino todos nosotros; él era la punta del iceberg de ese

montón de circunstancias que durante todo el proceso de

sanación de mi hijo, fui reconociendo una por una, agarrando

las que me correspondían y no queriendo soltar las que había

cargado por tanto tiempo.

Época muy dura, recién salía la familia de un cáncer...

apenas respirábamos y salió lo otro, y ahora con todo ese

revoltijo de hilos completamente amalgamados unos con los

otros, quería salir disparada y no regresar, pero no podía. Tenía

que enfrentar todo, absolutamente todo. Y lo peor: sola. No

estaba sola físicamente, tenía el apoyo económico y quisiera

decir moral pero yo no lo sentía.

Agradezco mucho que mis padres estuvieran ahí, a su

manera, pero yo me sentía completamente sola, nadie hablaba

mi idioma, a nadie le podía explicar lo que estaba pasando sin

culpar. Era como andar caminando dormida, insensible a todo.

Necesitaba con todo mi corazón un abrazo, una palmada en la

espalda y que me dijeran: “no pasa nada, todo va salir bien”,

pero no había nadie que lo hiciera.

Mis gritos eran con la almohada, ahogados en medio del

llanto, medio dormía, medio despertaba, y en la mañana tenía

que ponerme la máscara para trabajar y darle lo poquito que

me quedaba de ánimo a mis alumnas; bailar y demostrar

alegría con el corazón destrozado es una pesadilla, pero tenía

que cuidar mi trabajo también. Gracias a esto que sé hacer, a

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esto que me ha apasionado desde niña, que es la danza, nunca

me derrumbé completamente en esa época.

Ahora veo lo que me mantuvo de pie: el amor de mis

alumnas y la música, el moverme aunque no quisiera, el tener

una actitud positiva aunque no lo sintiera. Gracias a mis

alumnas, que son más que eso, las amo con todo mi corazón

porque fueron parte también de mi recuperación.

¡Ouch!

Empezar a reconocer que ahí existía un problema no fue tan

difícil. Bueno, no había de otra. Estaba entre la espada y la

pared y tenía que actuar de forma rápida para salir de eso. Me

hablaban de un Poder Superior, que le dejara todo a Él, que

solo soltara. ¡Ah, qué fácil! Así yo no tengo que hacer nada.

¡OK!

Crecí con una formación religiosa diferente al común

denominador de mi entorno, o sea, no crecí en la fe católica.

Yo sólo conocía a un Dios temerario, a uno que acusa, señala y

castiga. ¿Cómo hablarle a ese Poder Superior si yo solita me

estaba acusando y castigando?

Cuando me casé a los veinte años, quise ser la esposa ideal

y formar la familia que con gran ilusión buscaba y decidí

convertirme a la religión de mi futuro esposo, pero fue una

conversión por conveniencia, diría yo, no de corazón, por

consiguiente desconocía a este nuevo Dios, y mi hijo

ahogándose y yo junto con él. ¡Auxilio! ¿A quién recurro?

¡Tengo que hacer algo! Pedirle a Dios que me ayude, pero...

¡No sé!

Y empieza la búsqueda: libro de esto, libro de aquello,

terapia de esto otro, meditación de allá y acullá, filosofía de

fulanito o de zutanito, ciencia o espiritualidad. Preguntaba con

una amiga y otra, compartía lo que me estaba pasando con el

fin de escuchar alguna palabra de aliento o algún consejo, pero

a veces era peor porque era sometida al juicio más vil y pues

quedaba más sumida en el fondo de la desesperación, no

hallaba la puerta.

El consumo de cigarro y alcohol aumentó de una forma

considerable. Ahora sé que era la forma de anestesiar mi dolor;

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pero dentro de mí existía esa inquietud de seguir buscando y

enfrentar con todo al monstruo que me atacaba sin piedad.

Entonces, empecé a ir a misa los domingos. Me sentaba en la

banca de más atrás porque no quería que me vieran llorar

desconsoladamente.

Iba sola, bueno, tenía ese gran compañero que no me dejaba

ni un momento, el dolor: mezcla de desesperación, ignorancia,

negación, ansiedad y una cantidad enorme de culpa. Creo que

Dios me vio tan urgida que me ayudó de una manera increíble.

Yo no sabía orar, mucho menos rezar un rosario, solamente

repetía incesantemente “Gracias, Dios” porque lo había leído

en un libro. Libro que llegaba a mis manos, lo devoraba y

hacía todo lo que ahí decía: novenas, decretos, oraciones de

estampitas y demás. Era todo un ritual, aparte escribí en

cartelones las frases mágicas que te dicen en los grupos de

apoyo que repitas. Así, pues, hice mis mantras y rituales, el

“Gracias, Dios” y la preciosa “Oración de la Serenidad”:

Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que

no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí

puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.

¡Y lo cumplió! En medio de tanto dolor, de tanta confusión,

con un Dios que no conocía, pero Él a mí sí. Tuve el valor para

poder aguantar los golpes que se lanzaron a un corazón

deshecho y que se sentía completamente solo en medio de

tanto caos. No me quedé sentada a esperar a ver qué hacía

Dios. No. Jamás. Sería muy desagradecida si dijera que yo sola

hice todo. No, Dios mandó señales y las vi, y las que no veía

las escuché. Puso los medios enfrente de mi cara y los tomé.

Me dio las herramientas para salir de todo esto y las usé. Fue

un trabajo de dos... y empecé a sentirme acompañada.

A pasitos, tropezones y caídas

Y que se levanta la piedra y aparece el cucarachero. Con

valor, pero aún insensible porque no había tiempo para

ponerme así, empecé a matar cucarachos: reconocer el

problema de mi hijo y aceptarlo. ¡Cuás! Reconocer que yo soy

co-dependiente. ¡Zas! Reconocer que mi familia está enferma.

¡Sopas! Reconocer que he estado enferma por años. ¡Pum!

(Esto requirió como cincuenta litros de insecticida). Reconocer

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que mis relaciones de pareja no habían funcionado por mi

enfermedad. ¡Punch! Ese fue directo al knock out.

Por ahí he escuchado que cuando empieza algún problema,

todo se va como un efecto dominó. Afirmativo. Empezó con el

cáncer de seno de mi madre, el problema de mi hijo, mi familia

y el rompimiento de la pareja. Esto último era lógico,

empezaba el empoderamiento en mí: la valentía y la rebeldía.

Al lograr salvar a mi hijo, con todos esos obstáculos en

contra y llevarlo a un lugar seguro, gracias a ese valor que Dios

logró infundir y a la obediencia de mi parte al llevar a cabo

todo, tal cual me habían dicho, paso por paso. Empecé a

voltear hacia mí y a aceptar que tenía que hacer los cambios

necesarios para evitar que mi hijo enfermara de nuevo. Ya

había reconocido mi enfermedad, pero de lejitos. Se miraba

muy feo todo eso, pero aquí no había de otra. Tenía que

aceptar lo mío y asumir mi responsabilidad... y empezó la

transformación.

¡Manos a la obra!

Abrí mi mente y mi corazón. Estuve dispuesta a todo lo que

me llegaba y creo que Papá Dios me vio con tanta enjundia,

que puso en mi camino ángeles para que me guiaran. Llegué a

dos excelentes centros de ayuda, con cuotas bastante módicas,

pero con excelentes profesionales. El primero fue el lugar

generador de la sacudida, el segundo fue donde corrí para sanar

mi enfermedad... y muy ingenuamente también quería salvar

mi relación. ¡Ajá!

En el primer lugar, epicentro del más grande temblor que

jamás había experimentado (lo recuerdo y vuelven a mí tantas

emociones como si fuera el día de ayer), sólo puedo decir que

de aquí aprendí a ser muy valiente, a empezar a soltar aunque

todavía con altas dosis de dolor, pero no podía bajar la guardia

porque mi hijo dependía de mi fortaleza. Dejé de fumar y el

consumo de alcohol disminuyó bastante. Era participante

activa de todos los cursos y actividades. Me ayudaron junto

con mi hijo a integrar mi vida a la suya y a mi propia vida. Un

agradecimiento infinito a cada uno de los profesionales de ese

maravilloso lugar.

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Al terminar el ciclo del primer centro, busqué y encontré

este otro donde según yo, ya con mi hijo sano podría empezar a

ponerle mano a mi relación de pareja. Completamente

convencida que mi relación se podía sanar y que ya estaba yo

también estable fui y empezaron otra vez a voltear hacia mí.

Ahí me dijeron que lo que yo necesitaba era llevar terapia en

grupo de mujeres violentadas... ¡y dale con lo mismo! ¡Bueno,

está bien, ya que insisten!

Terminé con éxito esta terapia y me di cuenta de que yo

estaba en la gloria pero lo más triste es que de doce mujeres

que empezamos sólo terminamos cinco; yo fui de las

triunfadoras. Un círculo de mujeres con dolor, otro más.

Cuántas vivencias, ríos interminables de lágrimas, tantos

secretos… No era la única y hasta era la que menos problemas

tenía. ¡Y yo que sentía que era la más infeliz del mundo! Muy

buena lección para mi protagonismo.

En otro de los grupos a los que asistía en esa época, el

grupo de autoayuda de los Doce Pasos, recibí mucho amor y

fui acogida de una manera que jamás imaginé. Como de la

nada sale gente que te apoya y te dice: ánimo, ¡y sin

conocerlas! Ellas también eran como yo: madres con dolor.

Donde sin dar consejos, solo con platicar nuestras experiencias

y reconociendo humildemente que no podíamos solas,

avanzábamos paso a pasito, unas rápidamente y otras no tanto.

Ahí empecé a escuchar ese término de: “hablar en primera

persona”. What? Me corregían a cada rato, me la pasaba

hablando de los otros. Increíblemente me era imposible hablar

en primera persona, era como si yo no existiera, solo los

demás. Hasta que poco a poco fui poniendo atención a lo que

salía de mi boca. Gracias por darme ese valor para cambiar.

Por esas fechas llega también la oportunidad del Guión de

mi Vida, el cual empecé con mucha fuerza y feliz de poder

pertenecer a este tan escuchado y admirado por mí, grupo de

Tejedoras de Cambios, pero no lo terminé porque hubo otra

sacudida de tapete. Tanto tiempo que esperé para poder tener

esa experiencia, pero cayó otra ficha del dominó

estrepitosamente: ruptura de la relación de pareja.

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Imagínense esa época: recién salida de la terapia de grupo

de mujeres violentadas, Guión de mi vida y un regalo más (así

nombro a todo lo que se presenta en mi vida para mi

crecimiento: regalo), el tan nombrado Seminario de

Reconstrucción para Gente Divorciada, el famoso curso de los

ERRES.

Cero y van dos lugares a los que recurría para salvar

insistentemente lo que quedaba de relación. Aclaro, no con el

padre de mi hijo, hablo del hombre con el que yo quería vivir

hasta el último día de mi existencia. Eso fue mágico, en un

momento crucial. Era como si lo hubiera planeado todo, como

si Alguien insistiera en que tenía que seguir creciendo y

conociéndome. Apenas terminaba algo o casi y llegaba otro

tipo de curso, seminario o taller.

Como si ese Alguien me indicara con múltiples

señalamientos hacia dónde dirigirme o qué hacer. Entonces ya

se imaginarán, con tanta información me sentía “wonder

woman”. Ya había caído y me había levantado. Ahora, según

yo, sólo faltaba arreglar esa área de mi vida: la sentimental,

más bien la de pareja y pues andaba bastantito elevadita, diría

yo.

Aquí tengo que hacer un paréntesis y nombrar a todas mis

amigas que vivieron conmigo ese proceso, a las cuales les

mando un abrazo con todo mi corazón, por haberme aguantado

porque, la verdad, no me aguantaba ni yo sola. Continuemos.

Efectivamente crecí, reconocí y acepté mi enfermedad.

Busqué ayuda y me acepté, pero creo que la mezcla de todo

creó un monstruo, ¡jeje!, me empoderé hasta irme a las nubes.

“Cuidado, Inti, cuidado” me decía Papá Dios, pero yo no lo

escuchaba. “Humildad, no la pierdas, humildad”... y de

repente, a la Increíble Mujer Maravilla le fallaron los poderes y

vino a caer en picada de forma estrepitosa en medio del más

oscuro barranco.

El pozo

Era como si yo hubiera caído en un trance. Era lo más

espantoso que me podría haber pasado... mucho dolor, un dolor

interminable. No había salida, no había medicina y corría como

loca, desesperada, detrás de todo y de nada. Agarraba valor y

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medio cerraba una herida pero le ponía limón y chile a otra. Y

todo por un hombre... un hombre en el cual deposité todas mis

expectativas, al que le entregué, adjudiqué e hice responsable

de mi felicidad. ¿Cómo era posible que después de lo que

había pasado con mi hijo y conmigo misma, después de que

me había levantado de algo tan difícil, con tanto valor y

autoestima, estuviera completamente deshecha y aplastada por

un hombre? Pst… pst… pst... Error. ¡Otra vez, Inti! ¿No

entiendes? ¡No era él, era yo!

Y a empezar de nuevo a echar culpas. ¿No había pasado por

eso ya? Y vienen unas nuevas palabras a mi vocabulario, como

Amor egoico: un amor posesivo, manipulador, exigente, que

hace sufrir, que pide pero que no da nada a cambio, un amor

con poco sentimiento pero con mucha emoción. “¡No, yo no

soy así! ¡No soy egoísta! ¡Soy una mujer muy buena y

caritativa, pienso en los demás, pero los demás no piensan en

mí! ¿No ven que sufro?”

¿Victimitis? Soy buena para eso

Otra vez desde el principio. Volver a escudriñar la mente y

el corazón y a encargarme de hacer garras al otro, pues me

había fallado. Y yo, inocente. ¡Pobrecita, cómo sufría, pero me

veías y hasta te calaba la tristeza hasta los huesos!

Este rollo de culpar al otro es tan fácil y me salía tan bien,

pero no vivía, todo era oscuro y agobiante. Era como caminar

dormida y vivir en una eterna pesadilla. Fueron tres meses que

me dediqué a llorar interminablemente, a deambular por todos

lados, exponiéndome a situaciones que las recuerdo y me

apenan. Peleas con mi psicóloga tratando de convencerla de

que yo lloraba y sufría tanto porque lo amaba, porque era el

amor de mi vida, y ella a convencerme que eran esas palabras

tan detestables, “amor egoico”. ¡Wow! Total, no entendía.

Empezaba un nuevo año y seguía con la herida pero al

menos con más disposición a salir de esa penumbra. Un

pequeño rayo de luz se empezó a ver y pues lo dejé actuar. Fue

como si abriera una caja mágica de la cual salieron tres cosas:

una nueva relación, el diplomado de Tejedoras y un

entrenamiento vivencial, el cual fue de gran ayuda para mi

crecimiento espiritual: Vida en Abundancia.

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Desde ese fondo en que me encontraba, donde seguía

gritando y tratando de agarrarme de cualquier cosa para poder

salir, tuve oportunidad de empezar a conocerme, a darme

cuenta que era hora de aceptar que estaba sola, ya no en el

papel de víctima, sino como mi realidad, que lo que yo había

planeado para mí, pues ya no existía y que tenía que hacer más

cambios, pero ahora sí de otra manera.

Entonces abrí por completo mi corazón y volví a decir que

sí a todo lo que me llegaba, pero ahora era sólo para mí, ya no

me tenía que ocupar de los demás. Más cursos, filosofías de

vida, libros, películas, la nueva relación, que hasta a

matrimonio iba a llegar. ¡A todo dije sí! Empezaron más

descubrimientos, diferentes caminos para el crecimiento. Ya

estaban ahí, ya los había visto pero ahora era diferente y a la

vez.

Tejedoras... escribir... me encantaba y empezó a fluir una

nueva manera de escudriñar mis adentros, a la vez que vivía en

cuatro meses una de las experiencias más estremecedoras: el

entrenamiento de Vida en Abundancia.

Otra vez me empoderé pero ahora no lo hice sola, ahora fue

con Dios. Fue abrirle mi corazón y decirle que sí a Él, al grado

de entregarle mi voluntad pero ahora desde el fondo de mi ser.

Él se encargó de seguir reconstruyendo mi vida. Quitó al

hombre que pensaba que me podía hacer feliz en un

matrimonio. ¡Ajá! Otra vez a punto de volver a depositar mi

felicidad en otro.

Tan segura estaba que podía tener una vida con él que

renuncié de vuelta a Tejedoras (cíclica, la niña) pero sólo por

unas sesiones ya que gracias a la llamada oportuna de Dariela,

mi extraordinaria facilitadora, regresé. Regresé para confirmar

que estaba repitiendo patrones, pero gracias a Dios y

reconociendo, escuchando y aceptando los cambios todo se

volvió a acomodar a mi favor. Como dicen por ahí: “A Dios

rogando pero con el mazo dando”.

A partir de aquí empieza la lucha. Ahora no iba a enfrentar

ninguna enfermedad ni situación dolorosa, ni podía echar

culpas a diestra y siniestra, sino que ahora iban directas, iba a

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enfrentar a mi peor enemiga, la que me metía las zancadillas

para caerme: yo misma.

Mi reflejo

Y ahí estábamos frente a frente, observando hasta el más

mínimo detalle. Ya no había ruido, ya no había distracción.

Sólo ella y yo. ¿Qué le digo? ¿Qué le pregunto? ¿Cómo

empiezo? ¡Está muy asustada! Nunca habíamos estado solas,

más bien nos creíamos acompañadas y nos ignorábamos.

¿Cómo ver dentro de mis ojos? ¿Cómo descubrir ese

maravilloso ser que Dios había creado? Y sólo Él fue el que

pudo hacerlo. Agarró mi mano y me fue acercando con dulzura

hacia mí misma, primero largas pláticas conmigo para que

pudiera confiar en que lo que estaba haciendo era seguro, que

no pasaba nada. Después, resistencias y luchas porque no me

gustaba lo que veía y me tiraba al suelo a hacer los berrinches

más infantiles, y Él, paciente, tolerante, amoroso y bondadoso,

esperando a que terminara mi rabieta para así, otra vez

abrazarme, consolarme y decirme que todo estaba bien, que

ella no me iba a lastimar como los demás, que ella me quería

conocer y quería que la conociera.

Y empezamos a platicar y a acallar los ruidos exteriores, y a

limpiar toda la basura que habíamos limpiado cada quien por

su lado, y a aceptar nuestra presencia, y a compartir nuestros

más profundos anhelos, y a reír, y a llorar, y a consolar

nuestros corazones, y a abrazarnos fuertemente. A mostrar

nuestras heridas y miserias, a suspirar por esa ilusión, a orar

juntas con una fe y amor profundo... y a perdonar.

Empezamos a ser amigas sin importar lo que pasara afuera.

Empezó la fusión. Empezó la creación de nueva cuenta. Todos

los caminos se hicieron uno solo. Todos los pensamientos

unificados, los sueños bien planeados y los perdones

aceptados. Empiezo a sentir ese bienestar que tanto mencionan

y busca mucha gente. Empiezo a sentir todo a la “ene”

potencia, pareciera como si me acoplara al mundo y a la vida

misma, como si la última pieza del rompecabezas encajara

perfectamente.

Esa palabra que decían que existía, pero que yo no sabía, la

empiezo a conocer. Empiezo a entender un idioma diferente y

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ahora todo es silencio que arrulla y que me envuelve con

suavidad etérea; creo que le dicen felicidad, también le llaman

paz, y unos más: amor. ¡Wow! ¿Pues qué me echaron?

Todo el mundo se puede estar cayendo pero yo floto. Todo

el mundo puede tener miedo pero yo confío. Todo el mundo

puede llorar pero yo suspiro. Todo el mundo se puede quejar

pero yo anhelo. Y todo el mundo puede opinar pero yo siento,

vivo, respiro, sueño, fluyo, existo y agradezco. Formo parte del

todo y el todo forma parte de mí.

Acepto todo lo que mi Creador ha puesto a mi disposición:

lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo positivo y lo

negativo, la luz y la oscuridad. Lo acepto y lo amo como parte

del gran tejido de la vida. El mío lo había pensado, perfecto,

pero pues no era así. A medida que buscaba la perfección, ésta

quedaba en lo contrario. Ahora volteo a verlo y me encanta por

su diversidad de texturas, colores y formas. No es el más

perfecto, pero lo amo porque es mío y me gusta y quiero

lucirlo.

Y ahora que estoy en este momento maravilloso de mi vida,

en mi presente, en el aquí y el ahora, en esta plenitud,

aceptación, renacimiento y en la búsqueda de equilibrar todas

mis áreas… y cuando sólo me he dedicado a ser, sentir, vivir,

sin esperar nada. Sólo existir.

Aparece algo que me mueve las entrañas, que me arrulla y

embriaga, aparece algo que ya no esperaba, pues mi tejido ha

ido tomando forma, pero, pues es un hilo muy especial que

seguiré tejiendo para enriquecer el diseño multicolor que Dios

tenía planeado para mí. Lo incorporo y tejo con amor y ternura,

ya que éste será el punto que unirá otros más para seguir dando

forma a este gran tejido de mi vida.

Declaro con fe, que me reconozco como un ser pleno, libre,

lleno de amor, que existe, vibra, siente por, con y para las

maravillas de mi Creador, mi guía en este camino de la vida.

Que agradece, perdona, ama, respeta y que se acepta como el

ser maravilloso que Él tenía planeado que yo fuera: Yo soy una

mujer fuerte, honesta, grande... y sobre todo, feliz.

Para mis compañeras Tejedoras:

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Expresar tanto en tan poco tiempo: momentos íntimos,

enseñanzas dadas con amor, lágrimas que se ruedan sobre el

presente, el pasado que se agolpa en cada uno de los pechos de

estas grandes mujeres, mis compañeras, mis amigas, mis

cómplices, mis hermanas, juntas en este coincidir… se quedan

en cada letra, palabra, oración y en cada momento de mi

presencia en esta vida. ¡Gracias, las amo!

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SEMBLANZAS

Alicia Calvillo Torres

Soy una mujer madura, casada,

madre de tres varones, una

persona en búsqueda durante

mucho tiempo de un espacio para

mí misma, y lo encontré en el

grupo de Tejedoras de Cambios.

Me gusta el servicio a la

comunidad y el trabajo social.

María Teresa Campos Alanís

Tengo 54 años, casada, con dos

hijos y tres nietos. Huérfana de

padre y madre, me gusta saltar,

bailar, y mi esposo me sigue la

corriente aunque a él no le guste.

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Silvia Campos Alanís

Cuando hay amor, hay temor. Y

cuando hay verdad hay libertad, la

verdad trae libertad y paz.

Américo Garza Salinas.

He pasado por muchas etapas, unas

tristes otras muy alegres, como fue el casamiento de mi hijo

Adán y Endy. No quería dejar pasar por alto este evento tan

importante para mí y para su hermano. Y le doy las gracias a

Dios por permitirme estar al lado de mis hijos.

Reyna Sonia Carlín Alday

Mi agradecimiento a Dios por

permitirme la vida.

A mis padres, gracias por darme la

vida, quererme, cuidarme, proteger-

me, por los valores inculcados, por la

familia, por ser un ejemplo a seguir,

gracias.

A mis amigas, por su consuelo, su

sonrisa, tu abrazo, gracias por coincidir

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María Elizabeth Chávez

Soñamos con viajar a través de todo el

mundo. ¿Pero el mundo no se

encuentra en cada uno de nosotros? No

conocemos la profundidad de nuestro

espíritu; el camino secreto se dirige

hacia el interior.

Novalis

Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar. Soy oriunda

de Matehuala, S.L.P. Maestra de vocación y ahora con el

propósito de buscar y encontrar el sentido de la vida hasta que

ésta me marque un alto.

Yadira Nojak Chirinos Ocando

Nací en Maracaibo, Estado Zulia,

Venezuela, por razones familiares nos

trasladamos a Caracas siendo muy niña

por lo cual me crié en esta ciudad. Y

culminé mis estudios en Venezuela.  

 Me encanta bailar, me gusta la lectura,

ver una buena película y estar con gente

que me aporte cosas positivas a mi vida.

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Mirella Delgado García

Soy una ama de casa, me gusta

servir, me siento contenta, muy

creativa. Tengo tres hijos y

esposo. Soy feliz de que me amo

desde que estoy en Tejedoras.

Maribel Fonseca Garza

Me considero una mujer fuerte,

procuro vivir basándome en mis

principios y siempre en busca de

mi Paz Interior y mi

FELICIDAD

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Ana Bertha Gámez Ramírez

Divorciada, tengo un hijo varón,

servidora pública, scout, con la

misión de dejar el mundo mejor de

cómo lo encontré, siempre lista para

servir en lo que esté en mis manos.

Con la visión firme de continuar

evolucionando gradualmente en

todos los aspectos.

María De Los Ángeles Garza

Herrera

Nacida en Monterrey .N.L. Soy la

tercera de cuatro hermanas, casada,

con tres hijos, dos hombres y una

mujer (+). Soy ama de casa, tengo

cuarenta años y lo más importante

para mí es ser feliz,  reír, reír, reír y

reír.

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Lucia Guadalupe Garza Rendón

(+)

Nací el 13 de diciembre de

1957, soy casada, tengo tres

hijos.

Soy mujer feliz y me encanta

servir a los demás y estar en

contacto con las personas que

quiero. Agradezco a mis compañeras Tejedoras por el lugar

que me dieron y por lo que soy. Gracias.

Gloria González B.

Nací en Juárez, N.L. Tengo 59

años y estoy dedicada a mis hijos

y nietos.

Agradezco a Tejedoras de

Cambios, pues descubrí mis

escondites, ahí encontré mis

verdades, no tan buenas como yo

las veía.

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María Guadalupe González

González

Nací el 14 de enero de 1964, mis

padres son Rosendo González

Garza (+) y María Minerva

González M.

Tengo 25 años de casada, soy ama

de casa y en mis tiempos libres he

tomado algunos cursos de desarrollo personal, además estoy en

un grupo de la iglesia católica (A.C.T.S.).

Martha Patricia González Valero

Nací en Monterrey, Nuevo León, la

quinta de seis hermanos, felizmente

casada con José Luis, un hombre al

que he amado durante nuestros 29

años de matrimonio, orgullosa-

mente madre de tres hijos, José

Luis, Omar Jesús y Roberto, mis

grandes tesoros en la vida, los amo infinitamente.

A lo largo de mi carrera he trabajado en diferentes

instituciones públicas, y me he seguido preparando.

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Dora Angélica Guajardo Villarreal

En cada parte que estuve, aprendí el

trabajo en equipo apreciando las

aptitudes de cada persona, me casé,

tuve una hija, me otorgó mucha

felicidad su crecimiento.

Actualmente tengo metas por

cumplir en las que siempre incluyo

el escuchar y aceptar a los demás, con bromas, risas,

conocimientos y convivencia, estoy proyectando toda mi

capacidad de tolerancia, serenidad, mi amistad y sobre todo el

sentimiento de la felicidad.

Norma Esther Leos Gutiérrez 

Regiomontana, nacida hace 49 años,

un 23 de Marzo de 1966, siendo la

primogénita y única hija de Gilberto

y Hortensia, madre de Arturo, de 25

años, y hermana por convicción de

muchas personas maravillosas. 

¿Cuál es mi profesión?  Trabajar

desde el corazón, con mis pies y

manos, generando en las personas sensaciones o emociones

que todos buscamos en algún momento de nuestro diario vivir:

alegría, entusiasmo, paz, bienestar y bien sentir.

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Carmen Oralia Malacara Carrillo

Nací en Monterrey, Nuevo León el

16 de julio de1951, soy y he sido

comerciante y ama de casa; casada,

madre de tres hijos, dos hombres y

una mujer,  además abuela de siete

nietos.

Maricruz Oyervides Gutiérrez

Nací en Monterrey, N.L. el 3 de

mayo de 1973. Mis padres

Alejandro Oyervides Valdez y Ma.

de los Ángeles Gutiérrez García.

Me casé con Miguel Ángel Vázquez

Lutz y tenemos dos hijos: Diego y

Emiliano. Ya de adulta hice la

preparatoria, siempre me ha

interesado el desarrollo personal y las relaciones humanas, he

tomado muchos cursos de esta índole para aprender y

transmitir lo aprendido a otros.

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Graciela Rodríguez Jiménez

Yo soy una persona vulnerable,

sensible, amorosa y sencilla; y

tengo una familia especial y

elegida, que amo. Estoy en una

etapa de mi vida llena de

aprendizajes, cambios y

renovación, con los cuales

desperté a la vida y la felicidad.

Tejedoras de Cambios me enseñó a redescubrirme y darle valor

a cada cosa y persona de mi entorno.

María de Jesús Rosales Alamilla

Mujer: practicando mi espirituali-

dad. Agradecida con Dios por

todo lo que soy y lo que no soy.

Una mujer libre, empoderada,

amorosa y feliz. La serenidad es

el control de todas mis emociones

desequilibradas. La honestidad

conmigo misma me da voz para

ser servidora, positiva, trabajadora, emprendedora. Tomo mis

retos como oportunidades, dándole vida a todo lo que tengo

dentro de mí. Mi gratitud al proyecto de Tejedoras de

Cambios, y preparada para ser parte de éste.

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Dora Luz Toledo Pérez

Soy una mujer viajera de ideas,

preguntona, cuestionadora de lo

“establecido”. Tan inconforme que

me estoy cambiando. Capaz de ser

en cada encuentro conmigo, algo

mejor. Adaptable pero no estática.

Construyéndome sobre mis derrumbes.

Gabriela Tovar Romero

“Si tuviera que comenzar todo de

nuevo, trataría por supuesto de

evitar tal o cual error, pero en lo

fundamental mi vida sería la

misma.” León Trotsky

Con mis ideales y firmes

convicciones, trato y trataré de ser

la mejor versión de mí, para darme y compartir paz y amor

siempre.

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María de Jesús Treviño Vega

Soy una mujer: con todo lo que eso

significa. Una eterna aprendiz.

Soy madre de tres hermosas

personas, de las cuales estoy

orgullosa. Intentando ser y dar lo

mejor.

Delia Aiza Weber Arias

Soy una mujer inteligente y

solidaria. Me gusta dar voz a los

que nadie quiere escuchar. Amo a

la gente y sus historias. Amo ver

cómo se transforman en una

escucha sin juicios. Mi pasión: la

justicia. Mi hija: el amor

incondicional.