“La revolución de la tecnología de la información indujo la aparición del informacionalismo, como cimiento material de la nueva sociedad. [...] De importancia particular fue su papel al permitir el desarrollo de redes interconectadas como una forma autoexpansiva y dinámica de organización de la actividad humana. Esta lógica de redes transforma todos los ámbitos de la vida social y económica”

Cada uno de los momentos históricos que nos han traído hasta hoy, han sido marcados por el desarrollo de nuevas formas de relacionarnos socialmente, bien sea por medio de la razón, la fe, la duda, la crítica o la displicencia; en Telépolis vemos como la socialidad pasa a un segundo plano, en ella las relaciones que importan ya no están mediadas por un otro que apruebe y haga eco de nuestra existencia, sino por el contrario están basadas en una auto – confirmación visual, auditiva y simbólica.

Las distancias sociales, espaciales, topográficas y comunicativas de la Telépolis son su mayor éxito, ya que no es necesario que nos relacionemos más con aquello a lo que le tememos, la Telépolis es el vivo reflejo de que si es posible vivir en una esfera de cristal, teniendo pleno conocimiento del mundo a través de cada una de nuestras ventanas, sin necesidad de los otros y en algunos casos sin necesidad de nosotros mismos, cada uno de los habitantes de la Telépolis busca enajenarse a si mismo, librarse de la responsabilidad de su existencia y de sus actos.

Es mas sencillo vivir cuando tenemos la fortuna de ser teleinformados, de estar presentes en cada uno de los lugares de la noticia sin ser su actor pero si parte de ella, cuando nos dicen como debemos vivir para estar actualizados y vigentes en este mundo de telepolitas con el cual ni siquiera nos relacionamos y mucho mejor aun cuando hay claridad frente a quien debemos amar u odiar y por qué tanto tiempo debemos hacerlo, al fin y al cabo los afectos son tan maleables que pueden ser modificados y redirigidos instantáneamente.

Anteriormente si se quería dejar huella en la historia y por lo tanto evidencia de existencia, era necesario revolucionar, innovar en algunos de los campos relevantes de la sociedad, es decir este espacio estaba dedicado exclusivamente para aquellos que se lo ganaran por su lucidez o en algunos casos extremos por su idiotez, pero en la Telépolis todos sus habitantes saben que no es necesario complicarse tanto para dejar huella en la historia, sus plazas son tan publicas que ahora todos los telepolitas tienen la oportunidad si no la obligación de materializarse en ellas.

Por otra parte tenemos las antiguas complicaciones de la socialidad, ahora superadas en la Telépolis, la sustancialidad del otro ya no es relevante para nuestra propia existencia, ya que tales relaciones, ahora mediatizadas, simplificadas y al alcance, libran a los telepolitas de incomodas situaciones sociales y bochornosos momentos relacionales; además los espacios en los cuales es evidenciada su existencia son sustentados en la telotopía. Pues evidentemente lo que allí no aparece sencillamente no ocurre.

Es claro que en la búsqueda de cada uno de los telepolitas, para evidenciar su existencia, a través de los diferentes medios de comunicación o “socialización” si así lo prefieren, también se le esta apostando a una teleconfimación, sin importar lo que dichos habitantes tengan que hacer para lograrlo; por lo tanto es aquí donde la plasticidad de la personalidad de cada uno de estos individuos toma forma, (la que sea necesaria) juega, se reinventa y deshace constantemente, según las exigencias del momento.

Ya no importa la palabra del otro, ahora prima la imagen, lo evidenciable por medio de estudios, muestras, encuestas, la presunción de inocencia ha sido remplazada por la presunción de culpabilidad, que pareciese fundamentada en perfiles lombrosianos.

La actualidad deja de serlo cada segundo, los telepolitas, están ávidos de información, de cambios; la inmediatez, la levedad y la facilidad son pilares fundamentales en la Telépolis, impulsados por el morbo y la sevicia, encubiertos en una doble moral, en un supuesto interés filantrópico, que en realidad solo es banalidad y superficialidad. Cada vez mas los telepolitas se ven seducidos mediáticamente, enredados en las mieles que les ofrecen las diferentes ventanas del mundo, perdidos en el abrazo nada sutil, mas bien violento de la pantalla, aquella misma que les da la posibilidad de ser dueños y señores de su mundo, aquella ilusión de decisión que todo el tiempo ha sido manipulada por la politización de los medios y de aquellos quienes lo manejan.

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