TEMA 4. LA EXPLICACIÓN DEL HOMBRE Y LA SOCIEDAD II ...

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TEMA 4. LA EXPLICACIÓN DEL HOMBRE Y LA SOCIEDAD II: SÓCRATES 3 1. SOBRE SÓCRATES 3 1.1. ¿Quién fue Sócrates? 3 1.2. Sócrates filósofo del Nomos 3 1.3. Sócrates frente a los Sofistas 3 2. DOCTRINA DE SÓCRATES 4 2.1. Sócrates buscador de la verdad. 4 2.2. Método: Mayéutica 4 2.3. La Mayéutica como búsqueda de las esencias del nomos 4 3. LA ARETÉ EN SÓCRATES 5 3.1. Sócrates contra el relativismo moral de los sofistas 5 3.2. El intelectualismo moral: virtud = conocimiento 5 3.2.1. Dos tipos de conocimiento 5 3.2.2. Paradoja del intelectualismo moral 6 3.2.3. Consecuencias del intelectualismo moral 6 4. LA MUERTE DE SÓCRATES 7 4.1. ¿Por qué fue condenado Sócrates? 7 4.1.1. Contexto político de la acusación a Sócrates 7 4.2. Marco jurídico de Atenas 8 4.3. La acusación a Sócrates 9 4.4. Los “delitos” de Sócrates 10 4.5. La defensa de Sócrates 12 4.6. La condena de Sócrates 17 4.6.1. versiones sobre la condena de Sócrates 18 4.7. La muerte de Sócrates 19 4.7.1. La muerte de Sócrates vista por la historia de la filosofía 20 4.8. Platón y sus diálogos por la defensa de Sócrates 21 5. TEMAS POR TRATAR DE SÓCRATES 22 REFERENCIAS 22

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TEMA 4. LA EXPLICACIÓN DEL HOMBRE Y LA SOCIEDAD II: SÓCRATES 3

1. SOBRE SÓCRATES 3 1.1. ¿Quién fue Sócrates? 3 1.2. Sócrates filósofo del Nomos 3 1.3. Sócrates frente a los Sofistas 3 2. DOCTRINA DE SÓCRATES 4 2.1. Sócrates buscador de la verdad. 4 2.2. Método: Mayéutica 4 2.3. La Mayéutica como búsqueda de las esencias del nomos 4 3. LA ARETÉ EN SÓCRATES 5 3.1. Sócrates contra el relativismo moral de los sofistas 5 3.2. El intelectualismo moral: virtud = conocimiento 5 3.2.1. Dos tipos de conocimiento 5 3.2.2. Paradoja del intelectualismo moral 6 3.2.3. Consecuencias del intelectualismo moral 6 4. LA MUERTE DE SÓCRATES 7 4.1. ¿Por qué fue condenado Sócrates? 7 4.1.1. Contexto político de la acusación a Sócrates 7 4.2. Marco jurídico de Atenas 8 4.3. La acusación a Sócrates 9 4.4. Los “delitos” de Sócrates 10 4.5. La defensa de Sócrates 12 4.6. La condena de Sócrates 17 4.6.1. versiones sobre la condena de Sócrates 18 4.7. La muerte de Sócrates 19 4.7.1. La muerte de Sócrates vista por la historia de la filosofía 20 4.8. Platón y sus diálogos por la defensa de Sócrates 21 5. TEMAS POR TRATAR DE SÓCRATES 22 REFERENCIAS 22

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TEMA 4. LA EXPLICACIÓN DEL HOMBRE Y LA SOCIEDAD II: SÓCRATES

1. SOBRE SÓCRATES

1.1. ¿Quién fue Sócrates?

Sócrates (470/469-399) era ateniense. Pertenecía a una familia modesta (se dice que su padre era escultor y su madre comadrona) y nunca quiso dedicarse a la política ni ambicionó salir de su pobreza.

Casi todo lo que se refiere a Sócrates está rodeado de misterio y sometido a discusión: ¿quién fue realmente?, ¿por qué fue condenado a muerte?, ¿cuál fue su doctrina? Sócrates nunca escribió nada, y los testimonios que nos han llegado sobre él son contradictorios. Por un lado, las burlas de Aristófanes, o la figura un tanto ramplona que presenta Jenofonte, Por otro lado, la exaltación de Sócrates en los diálogos de Platón, o los testimonios más comedidos de Aristóteles. Lo más seguro, quizá, es aceptar el testimonio de Aristóteles y de los primeros diálogos de Platón.

El problema consiste en saber, exactamente, cuáles de las doctrinas que pone en su boca Platón son verdaderamente socráticas y cuáles son propias del mismo Platón (Jenofonte, prácticamente, no le atribuye doctrina alguna, y Aristófanes le atribuye las doctrinas de los sofistas y algunos presocráticos).

1.2. Sócrates filósofo del Nomos

Es posible que Sócrates escuchara a Arquelao, discípulo de Anaxágoras. Su doctrina del espíritu debió llamarle la atención, pero pronto quedó decepcionado por los planteamientos de los primeros filósofos y decidió dedicarse a reflexionar sobre sí mismo y sobre la vida del hombre en la ciudad: «Nada me enseñan la tierra y los árboles, sino los hombres en la ciudad» (Fedro, 230 d). Realmente, en aquel momento los problemas éticos eran los más urgentes. Y Sócrates hizo suya la máxima escrita en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo».

Todo el interés de Sócrates parece, pues, haberse centrado en los problemas éticos, sobre la esencia de la virtud y la posibilidad de enseñarla (tema muy debatido en aquel momento por los sofistas).

1.3. Sócrates frente a los Sofistas

Aunque parece que, en principio, se le podría considerar como un sofista más —como hace Aristófanes—, la Apología de Sócrates, de Platón, le presenta con rasgos excesivamente divergentes. No escribe libros, renuncia a la oratoria, no cobra a sus discípulos, Y no presume de sabiduría.

Si los sofistas eran extranjeros, Sócrates era ateniense. Sócrates fue un personaje perteneciente al ambiente filosófico y cultural de los sofistas. Con ellos comparte su interés por el hombre, por las cuestiones políticas y morales, por la vinculación de éstas al problema del lenguaje. Pero se dedicó a combatir las enseñanzas de los sofistas, de ellos se distingue fundamentalmente en tres aspectos:

a) No cobra por sus enseñanzas.

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b) Adopta un método totalmente opuesto (los sofistas preferían pronunciar largos discursos y comentar textos de autores antiguos). Sócrates rechaza ambos métodos; los largos discursos porque impiden discutir paso a paso las afirmaciones del orador, y los textos antiguos porque no es posible preguntar a sus autores, éstos no pueden ofrecer aclaraciones sobre lo que escribieron. A la vista de estas objeciones, es claro que el único método válido para Sócrates ha de ser el diálogo.

c) Aporta a los temas político-morales unas soluciones radicalmente nuevas.

Hemos de subrayar su actitud anti-relativista y su teoría intelectualista respecto de la moral. Analizaremos a continuación ambos aspectos de su filosofía.

2. DOCTRINA DE SÓCRATES

2.1. Sócrates buscador de la verdad.

Cierto es que un amigo suyo fue a Delfos a preguntar a la pitonisa si había algún hombre más sabio que Sócrates, y que la pitonisa contestó que no. Pero Sócrates interpretó el oráculo de la siguiente manera: sólo la divinidad es sabia, para nada vale la sabiduría humana, y quien como Sócrates sabe que «no sabe nada», está más cerca de la sabiduría que los que —como los sofistas— creen que lo saben todo.

Sócrates es, pues, un hombre que busca la verdad; y a ello se siente impulsado por la voz de un espíritu (daímon) interior. Así, dedica toda su actividad a «examinarse a sí mismo y a los demás» acerca del bien del alma, la justicia y la virtud en general, pensando que «la vida sin tal género de examen no merece la pena de ser vivida», Sócrates prefirió esta actividad filosófica a todas las preocupaciones de sus contemporáneos: «las ganancias, el gobierno de la casa, el generalato, los discursos ante el pueblo, todos los cargos públicos, las conjuraciones y las disensiones que tienen lugar en la ciudad,..». Figura inquietante e incómoda, se compara a sí mismo con un tábano que aguijonea a los demás para que no se duerman y presten atención a la virtud.

2.2. Método: Mayéutica

Sócrates entiende la filosofía como una búsqueda colectiva y en diálogo. Él no pretende poseer ya la verdad, ni poder encontrarla por sí solo. Cada hombre posee dentro de sí una parte de la verdad, pero debe descubrirla con la ayuda de los otros. Así se explican las dos partes del método socrático. La ironía, en primer lugar, es el arte de hacer preguntas tales que hagan descubrir al otro su propia ignorancia: el que cree saber cae en la cuenta —acorralado por las preguntas de Sócrates— de que no sabe nada, Entonces comienza un proceso nuevo: la mayéutica (obstetricia, arte de la comadrona, por alusión al oficio de su madre), consistente en un arte de hacer preguntas tales que el otro llegue a descubrir la verdad en sí mismo. Sócrates, pues, no comunica doctrina alguna, ni parece tener doctrina propia: ayuda a los demás y busca con ellos, Esta búsqueda en común y esta modestia inicial contrastan fuertemente con el individualismo y autosuficiencia de los sofistas: «Yo nada sé, y soy estéril; pero puedo servirte de partera, y por eso hago encantamientos para que des a luz tu idea» (Teeteto, 151a).

2.3. La Mayéutica como búsqueda de las esencias del nomos

Según Aristóteles, «dos cosas se pueden atribuir a Sócrates: los razonamientos inductivos y la definición de lo universal; y ambas se refieren al principio de la ciencia» (Metafísica, 13, 4, 1078 b). Efectivamente, la pregunta fundamental que hace Sócrates es; «¿Qué es,.,?», y espera que el otro le conteste con una definición (de la justicia, por ejemplo). El método socrático se encamina, pues, a la construcción de definiciones; las

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cuales deben encerrar la esencia inmutable de la realidad investigada. De este modo, Sócrates se opone al convencionalismo de los sofistas, e inaugura el camino de la búsqueda de las esencias. El procedimiento para llegar a la definición verdadera (finalidad de la mayéutica) es inductivo: examen de casos particulares y ensayo de una generalización que nos dé ya la definición buscada, Sócrates concentró su búsqueda en torno a conceptos morales, y, curiosamente, esa búsqueda —tal y como aparece en los primeros diálogos de Platón— terminó sin resultado. Así, los diálogos Eutrifón (sobre la piedad), Cármides (sobre la templanza) y Lisis (sobre la amistad) terminan en un aparente fracaso.

3. LA ARETÉ EN SÓCRATES

3.1. Sócrates contra el relativismo moral de los sofistas

Al considerar anteriormente la teoría convencionalista de los sofistas, subrayábamos cómo estos filósofos insistían en la falta de unanimidad de los hombres respecto de qué es lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo loable y lo reprensible. El relativismo, actitud general de los sofistas, quedaba así consagrado respecto de los conceptos morales. A Sócrates no le satisfacía este relativismo. En efecto, pensaba Sócrates, si cada uno entiende por justo y por bueno una cosa distinta (ya sea el placer o el dominio del más fuerte o lo que está de acuerdo con la tradición, etc.), si para cada uno las palabras «bueno» y «malo», «justo» e «injusto» poseen significaciones distintas, la comunicación y la posibilidad de entendimiento entre los hombres resultará imposible: ¿cómo decidir en una asamblea si una ley es justa o no, cuando cada uno entiende algo distinto por «justo»? La tarea más urgente es la de restaurar el valor del lenguaje como vehículo de significaciones objetivas y válidas para toda la comunidad humana. Para ello se hace necesario tratar de definir con rigor los conceptos morales (justicia, etc.), empresa a la que Sócrates dedicó afanosamente su vida.

3.2. El intelectualismo moral: virtud = conocimiento

Es, pues, necesario definir con precisión los conceptos para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo sobre temas morales y políticos. Es necesario definirlos con exactitud, además, por una segunda razón: y es que, según Sócrates, solamente sabiendo qué es la justicia se puede ser justo, solamente sabiendo qué es lo bueno se puede obrar bien. A esto se denomina intelectualismo moral, doctrina que identifica la virtud con el saber: el saber y la virtud coinciden; el que conoce lo recto, actuará con rectitud, y sólo por ignorancia se hace el mal.

Este modo de concebir la moral resultará chocante, rechazable, para muchos: estamos habituados a ver personas ignorantes que, sin embargo, son buenas y obran con rectitud, aun cuando no sepan definir qué es bueno y qué es rectitud; estamos igualmente habituados a ver personas instruidas de conducta reprobable. La doctrina socrática es ciertamente chocante (Sócrates, como veremos, era consciente de ello) y merece la pena analizarla con algo más de profundidad.

3.2.1. Dos tipos de conocimiento

Comencemos señalando que los griegos solían distinguir dos ámbitos generales en el saber: el saber teórico o teorético (theoria, conocimiento meramente contemplativo) y el saber de tipo práctico (encaminado a la acción). Dentro de este último distinguían, a su vez, los saberes encaminados a la producción (poíesis) de objetos (conocimientos técnicos) y el saber encaminado a regular la conducta (praxis) individual y social (conocimiento político-moral). La relación existente entre estos tipos de saberes fue analizada de muy distinto modo por los filósofos griegos (para Platón el saber teorético y

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el saber práctico-moral coinciden en la contemplación del bien: éste fue uno de los puntos en que Aristóteles se alejó ostensiblemente de Platón). Sócrates, por su parte, tomó siempre el saber productivo, técnico, como modelo para su teoría del saber moral.

Tomemos, pues, como modelo y punto de partida, las actividades de tipo productivo, técnico-científico. Cualquier saber técnico (ingeniería, arquitectura, medicina, etc.) podría servir como ejemplo, pero utilizaremos como ejemplo un oficio, una profesión sencilla a la que a menudo se refiere Sócrates. Un zapatero es aquel que hace zapatos. (Los hace bien, se entiende; cualquiera puede intentar hacerlos, pero seguramente los hará mal. Zapatero es el que los hace bien y cuanto mejor los haga, mejor zapatero será.) Ahora bien, es evidente que solamente es capaz de hacer zapatos aquel que sabe qué es un zapato, cuáles son los materiales que se deben utilizar y la forma de ensamblarlos. Pasemos ahora al ámbito de la moral. Un hombre justo, diremos, es aquel que realiza acciones justas, da consejos justos, dicta leyes justas. Análogamente habremos de decir, según Sócrates, que solamente es capaz de hacer leyes, acciones, consejos justos aquel que sabe qué es la justicia. Por supuesto, alguien podrá actuar justamente sin saber qué es la justicia, pero en tal supuesto se tratará de un acierto puramente casual. También en el caso de las actividades técnicas pueden darse aciertos casuales (a veces suena la flauta por casualidad, solemos decir). Y así como el que acierta por casualidad con un remedio para una dolencia no puede ser considerado médico, ya que desconoce el oficio, no se puede decir tampoco que es justo quien realiza acciones justas sin saber qué es la justicia.

3.2.2. Paradoja del intelectualismo moral

El intelectualismo moral lleva a la paradoja. Un buen arquitecto, hemos visto, es aquel que sabe hacer edificios. Por tanto, aquel que sabiendo hacer bien un edificio lo hace mal intencionadamente es mejor arquitecto que el que lo hace mal porque no sabe hacerlo bien. ¿No hemos de concluir, análogamente, que él que obra injustamente sabiéndolo es más justo que el que lo hace por ignorancia? El sentido común y la sensibilidad moral se rebelan ante esta conclusión inevitable. Sócrates propone esta paradoja en un diálogo platónico, el Hipias Menor, con toda crudeza, pero también con toda ironía. La conclusión (si alguien cometiera una injusticia sabiéndolo sería mas justo -puesto que sabe- que otro que la cometiera sin saberlo) es correcta, pero precisamente por serlo plantea un caso teóricamente imposible: nadie obra mal sabiendo que obra mal y ante el caso hipotético planteado, Sócrates contestaría una y mil veces que tal sujeto no sabía realmente que obraba mal, por más que pensara que lo sabía: de haberlo sabido de verdad, no, podría haber obrado mal.

3.2.3. Consecuencias del intelectualismo moral

Una consecuencia notable del intelectualismo moral es que en esta teoría no hay lugar para las ideas de pecado y de culpa. El que obra mal no es en realidad culpable sino ignorante.

Un intelectualismo moral llevado a sus últimas consecuencias traería consigo la exigencia de suprimir las cárceles: al ser en realidad ignorantes, los criminales habrían de ser enviados no a la cárcel, sino a la escuela. En el complejo y actual debate en torno a esta cuestión, un intelectualismo radical llevaría a tomar partido decididamente por esta última.

Esta doctrina parece excesivamente optimista y alejada de la realidad (no basta conocer el bien para practicarlo...), y ya fue criticada por Aristóteles. Pero hay que tener en cuenta que Sócrates defiende también un utilitarismo moral: lo bueno (moralmente) es lo útil. Todo el mundo busca la felicidad y la utilidad, y la virtud consiste en discernir qué es lo más útil en cada caso. Así pues, el saber del que habla Sócrates no es un saber teórico,

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sino un saber práctico acerca de lo mejor y más útil en cada caso. Este saber-virtud puede, evidentemente, ser enseñado y aprendido: no bastan, pues, las disposiciones naturales para ser bueno y virtuoso.

El intelectualismo moral no es una doctrina exclusivamente socrática. Es, en líneas generales, la forma griega de entender la moral. Platón lo acepta claramente cuando identifica culpa con ignorancia. Aristóteles suaviza ligeramente el intelectualismo, si bien sigue aceptando el papel fundamental que el saber juega para la virtud: "saber qué es la justicia es necesario, aunque no, sea suficiente, para ser justo. Veremos también cómo el intelectualismo moral se continúa en las escuelas del período helenístico.

4. LA MUERTE DE SÓCRATES

4.1. ¿Por qué fue condenado Sócrates?

En Atenas se acababa de restaurar la democracia, y la ciudad vivía todavía el tremendo trauma de la guerra del Peloponeso (431-404), las luchas de la oligarquía por hacerse con el poder, y, sobre todo, el breve y terrorífico gobierno de los Treinta Tiranos (404-403). El proceso de Sócrates —que no simpatizaba demasiado con la democracia y que había sido el maestro de Alcibíades y de Critias, el más violento de los oligarcas— se explica bastante bien en este contexto.

La reacción democrática ateniense no olvido el hecho que Sócrates fue maestro y amigo de los jefes del partido aristocrático, Critias y Alcibiades. Sobre el particular, M.A. Dynnik, revela en su Historia de la filosofia (Tomo I) lo siguiente: “Socrates dirigia un circulo filosófico formado por jóvenes aristócratas y por sus correligionarios políticos. A él pertenecia: Platon, enemigo jurado del “demos”; Alcibiades, que habia traicionado a la democracia ateniense, poniéndose al lado de la aristocracia de Esparta; Criticas, que había encabezado la dictadura reaccionaria de los 30 oligarcas en Atenas y, por ultimo, Jenofonte, enemigo de la democracia y admirador de Esparta. Por sus actividades contra la democracia esclavista ateniense, Socrates fue condenado a muerte”.

4.1.1. Contexto político de la acusación a Sócrates

Pericles fue el tutor de Alcíbiades.

Luchó junto a Sócrates diversas contiendas; en el 434 a. C Sócrates le salvó la vida a Alcíbiades, en el 424 a. C, en la Guerra del Peloponeso, Alcíbiades se la salvó a Sócrates.

La primera Guerra del Peloponeso se acabó en el 421 a. C, con la paz de Nicias.

En el 416 a. C. embajadores de la ciudad de Segesta (Sicilia), piden ayuda a Atenas en su guerra contra Selinunte, so comprometen a pagar el gasto de seis naves, y sugieren que puede ser la puerta parar la expansión de Siracusa por Sicilia.

Atenas envió delegados a comprobar los tesoros de la ciudad de Segeste, los atenienses, y en particular el general Alcíbiades, se vieron deslumbrados por la riqueza en cereales y otros recursos de esa ciudad, y consideró que se le debía apoyar en su guerra, y luego podrían lanzarse a la conquista de Sicilia.

Pericles, aún vivo, había aconsejado no extender mucho el imperio, pero su consejo había caído en el olvido. Alcíbiades se convirtió en el gran defensor de esa campaña, otros, como Nicias, la consideraban un peligro pues llevaba a entrar en una guerra lejana mientras los enemigos de Atenas, los espartanos, estaban cerca, y opinaba que el joven Alcíbiades solo buscaba su gloria.

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La expedición se aprobó, y tras largos preparativos, la noche antes de la partida de la misma (mayo 415 a. C.), alguien destruyo los “hemas”1 (hermai) que había al rededor de la ciudad. Los hermas tenían una función apotropaica (alejamiento de lo maligno, fueran espíritus, adversidad o el enemigo), ese acto de vandalismo fue considerado una acción de sabotaje y algunos enemigos de Alcíbiades le acusaron a él de ser responsable de ellos, pero no tenían pruebas de ello.

La expedición a Sicilia (415-413 a. C.) fue comandada por Nicias, pero resultó un fracaso absoluto para los atenienses, que les llevó al borde de la extinción. En el 413 a. C. los enemigos de Alcíbiades presentaron cargos contra él, los cuales suponían la pena de muerte. Alcibiades huyo, fue juzgado “in absentia” y condenado. Él se pasó a los espartanos, y ejerció como consejero y supervisor de las campañas contra Atenas, y provocó la rebelión de algunas colonias aliadas de Atenas contra ésta.

La segunda guerra del Peloponeso supuso la derrota de Atenas y su rendición a Esparta (404 a. C.), las condiciones de la paz imponían el regreso a Atenas de los exiliados antidemocráticos y el gobierno de 30 magistrados que sustituyera la democracia. A la cabeza de esos exiliados y de ese gobierno estaba Critias. Ese fue un gobierno títere de los espartanos, promulgó cambios drásticos en la Constitución, y gobierno en su provecho, asesinó a más de mil atenienses (5% de la población), confiscaron propiedades a los ciudadanos, exiliaron a los demócratas, al cabo de un año fue derrocado. Se le denominó el gobierno de los 30 tiranos por sus prácticas crueles y opresivas.

Alcíbiades, Critias, Carmides, fueron seguidores de Sócrates.

Alcíbiades: joven cercano a Sócrates, por el que se sintió atraído, e intentó alejarlo de la política.

Critias: sofista se segunda generación, seguidor de Sócrates y tío de Platón.

4.2. Marco jurídico de Atenas

En Grecia era costumbre que los imputados, sean estos cultos o analfabetos, debían defenderse solos y cuando no se sentían en condiciones optimas tenían la posibilidad de ser auxiliados por un Logografo.

El jurado en tiempos de Sócrates era seleccionado al azar. La justicia ateniense se caracterizaba porque debía ser rogada, si un hecho por muy simple o grave que fuera no era denunciado por el perjudicado no se juzgaba, el juez no podía actuar de oficio como lo haría actualmente. Los juicios se celebraban en una sola sesión y no cabía apelación posible del fallo del tribunal.

La autoridad judicial se ostentaba por delegación de la Ecclesia (asamblea de todos los ciudadanos) que elegía anualmente a los nueve arcontes encargados de presidir los tribunales y de dar las instrucciones sobre los asuntos judiciales a ser tratados.

Los jueces arcontes por sorteo nombraban a los seis mil heleutas (miembros del jurado), elección que se efectuaba entre los ciudadanos mayores de treinta años que no estuvieran privados de sus derechos (amimia), a fin de que no se pudiera conocer previamente a las personas que integrarían el tribunal.

De los seis mil, sólo quinientos eran elegidos. En la sala, desde la tribuna más elevada (bema) el magistrado arconte con su secretario, presidia la sesión. En el estrado más bajo

1 Hermai: pilares cuadrados con un busco normalmente de Hermes con barba, signo de fuerza física, y cuya base era adornada con un falo en erección, símbolo de masculinidad y disposición para las armas.

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se colocaban a derecha e izquierda los litigantes. Los jurados heliastas se sentaban en unos bancos cubiertos con esterillas de junco y la zona del publico estaba separada por una cuerda.

Hablaba primero el demandante y luego el demandado, controlado por un reloj de agua (clepsidra) que tenia una capacidad máxima de treinta y nueve litros de agua y que se llenaba durante cuarenta minutos.

Para evitar denuncias falsas, que conllevaba la absolución del acusado, se condenaba al denunciante al pago de una multa o incluso a la perdida de los derechos de ciudadano (atimia).

4.3. La acusación a Sócrates

Sócrates es llevado ante el Tribunal ateniense, a la edad de setenta años, acusado por Melito (representante de los poetas), Anito (representante de los artistas, magistrados del pueblo y políticos) y Licon (representante de los oradores).

La acusación a Sócrates procede de dos vertientes: de sus antiguos enemigos y de sus tres acusadores que llevan los nombres de Melito, Anito (uno de los jefes del partido democrático, enemigo declarado de Sócrates por haber convencido éste al hijo de Anito de que no siguiera la profesión de su padre Anito, quien era un mal poeta) y Licon (un retorico). Son expresiones de Criton las que siguen:

“...Mis bienes, que son los tuyos, son suficientes. Si alguna dificultad opones para aceptar mi ofrecimiento, hay aquí muchos extranjeros que ponen a tu disposición su hacienda. Y uno de ellos, Simias de Thelos, ha traído la suma suficiente; Cebes te ofrece lo mismo, y otros muchos también. No pierdas, pues, por ese temor la ocasión de salvarte...” (Platon, Dialogos).

La acusación ante el tribunal de los Quinientos fue la siguiente: «Meleto, hijo de Meleto, del demo de Mithos, contra Sócrates, hijo de Sofronisco, del demo alopecense. En esencia, se acusa a Sócrates por no honrar a los dioses que honra la ciudad y por introducir dioses extraños; y también por corromper a la juventud.

En el año 399 antes de Cristo, por primera vez Sócrates comparece ante un tribunal de justicia, acusado de una serie de delitos. Al final, luego de una ejemplar autodefensa ante los tribunales, no quiso pedir disculpas ni que le conmutaran la pena porque estaba convencido que no había obrado mal. Y murio en cumplimiento de los dictados de su propia conciencia y en acatamiento a la ley.

La acusación a Sócrates acabo en la sentencia a pena de muerte, y fue Condenado a beber la cicuta.

Probablemente, las acusaciones no perseguían la muerte de Sócrates, sino que se exiliará voluntariamente antes del proceso, pero no fue así; tampoco pidió conmutación de la pena. Incluso, Sócrates rehusó la huida que le habían preparado sus amigos y discípulos, y pasó sus últimas horas discutiendo con ellos acerca de la inmortalidad del alma y las ventajas de morir (cfr. el diálogo platónico Fedón).

Posiblemente los atenienses no lograron entender bien a Sócrates, ora por su gran erudición, sea por el proceso de reforma que propugnaba. Antes bien lo consideraron como un personaje perturbador de la vida pública y de la tradición y no dudaron en desprenderse de él por cualquier medio posible, recurriendo a la calumnia y difamación en todo momento. Sócrates fue victima de un injustificable error y de una injusticia irreparable.

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La población ateniense no veía con buenos ojos a Sócrates deambular por las calles de la ciudad todos los días, más aún cuando la juventud se acercaba hacia él en busca de consulta o de respuesta a diversos tipos de problemas, admirado por la mayoría de la población juvenil pronto se granjeo una serie de enemigos, con o sin razón.

“La irritación causada por Sócrates en muchos hombres de su tiempo dice Ferrater Mora que podía ser debida a que veían en él al destructor de ciertas creencias tradicionales. Pero se debió sobre todo a que Sócrates intervenía en aquella zona donde los hombres más se resisten a la intervención: en su propia vida. Por medio de sus constantes interrogaciones Sócrates hacia surgir dondequiera lo que antes parecía no existir: un problema. De hecho, toda su obra se dirigió al descubrimiento de problemas más bien que a la busca de soluciones” (Diccionario de grandes filósofos, Tomo 2).

Sucede lo siguiente: Querefonte, uno de los compañeros de infancia de Sócrates, cierta vez partio para la ciudad de Delfos y tuvo el atrevimiento de preguntar al Oráculo de Delfos, a los dioses representados en estatuas, si había en el mundo un hombre más sabio que Sócrates, y la respuesta de la sacerdotisa Pitia que tenia por misión interceder entre el consultante griego y el dios Apolo, fue tajante: Sócrates es el hombre más sabio entre los hombres de Grecia antigua.

No contento con esta respuesta afirmativa, Sócrates sale en busca de la verdad. Dialoga con los hombres que se creían sabios, conversa con políticos, poetas que componen tragedias y poetas ditirámbicos, artistas, oradores y concluye que ninguno de ellos es sabio, a decir verdad, pues mientras ellos creían saberlo todo, aunque no sepan nada e ignoraban su propia ignorancia, Sócrates, no sabiendo nada, creía no saber: “Solo se que no se nada”. Esta conclusión a la que llego Sócrates no es recibido de buen agrado por la mayoría de sus interlocutores, razón por la cual poco a poco va haciéndose odioso y se va convirtiendo en un enemigo de los demás.

Dentro del templo existía una sacerdotisa denominada Pitia (proviene del término pitonisa) y que tenia por misión interceder entre el consultante griego y el dios Apolo.

La conclusión de Sócrates acerca del dialogo sostenido con los poetas es la siguiente:

“Conocí desde luego que no es la sabiduría la que guía a los poetas, sino ciertos movimientos de la naturaleza y un estado semejante al de los profetas y adivinos; que estos dicen muy buenas cosas, sin comprender nada de lo que dicen. Los poetas me parecieron estar en este caso...” (Platón, Apología de Sócrates).

Respecto a los artistas, Sócrates piensa que incurrían en el mismo defecto de los poetas, que a causa de sus extravagancias perdían todo el mérito de su habilidad.

Sócrates fue enjuiciado, acusado y sentenciado a beber la cicuta. En los últimos días de la existencia de Sócrates todos sus enemigos se juntaron contra él en una polis por demás corrompida, cuando nadie podía ya salvarla: políticos, músicos, poetas, artistas, oradores, autores de tragedias, estrategas, artesanos, etc.

4.4. Los “delitos” de Sócrates

Los propios adversarios de Sócrates jamás le imputaron la comisión de los delitos que se castigaban en aquel entonces con la pena de muerte como son el saqueo de templos, el robo con escalo, la esclavitud de un hombre libre y la traición al Estado.

Sócrates enfrento a dos tipos de acusaciones: a) acusaciones antiguas; b) acusaciones recientes (Melito, Anito y Licon).

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A las acusaciones antiguas Sócrates las temía en mayor medida, porque le acusaban persistentemente de mentiroso, desde hace muchos años y sin darle la cara, y le habían creado la mala fama en toda circunstancia y lugar, sin poder saber quienes eran y cuántos eran; este tipo de acusaciones provenían de personas “movidos por envidias y que jugaban sucio”.

Amalgamando las acusaciones antiguas y recientes se concluye que Sócrates fue acusado en el 399 antes de Cristo por haber cometido, supuestamente, una serie de delitos, como los siguientes:

• Acción en contra de la religión e impiedad;

• actuación en contra de las leyes patrias;

• adormecimiento del alma y del cuerpo de sus oponentes;

• conversión en buena la peor causa;

• corrupción de la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia;

• creación constante de dudas y dificultades en la población;

• decir que el sol es una piedra y la luna una tierra;

• dedicación a engañar a la gente por su facilidad de palabra o habilidad en el arte de hablar e indagación de los secretos celestiales y de escudriñar todas las subterráneas;

Asimismo, por

• introducir otros nuevos y falsos dioses bajo la denominación de demonios;

• intervenir en asuntos que no son de su competencia;

• negar la existencia de los dioses que la ciudad tiene recibidos;

• quebrantar las leyes;

• seducir o inducir con halagos a obrar mal;

• inducir a muchos para que actúen como él;

• ser enemigo de la ciudad;

• ser sofista y dedicarse a la enseñanza de su doctrina a cambio de una remuneración y ser una persona malvada e infame.

Por estas y otras razones fue condenado a muerte y a beber la cicuta. No obstante que tuvo la posibilidad de aceptar el destierro como pena alternativa, en cumplimiento de la ley, respetuoso de éste, lo rechazo y prefirio acatar el fallo de los jueces.

Frente a la serie de delitos que se le imputaban no bajo la cabeza en ningún momento y en ninguna circunstancia; recordo si a Palamedes, que murio de manera muy semejante a la de él; se mostro confiado que el pasado y el futuro darán irrefutable testimonio de haber actuado con la verdad, el deseo de hacer el bien a sus semejantes. Expreso que desde su nacimiento esta condenado a muerte por la naturaleza y por tanto no era necesario que sus amigos y discípulos dejaran caer sus lágrimas en una sociedad ateniense por demás minado material, espiritual y moralmente.

Sócrates, presto en muchas oportunidades a oír los consejos de sus mejores discípulos cuando éstos se ceñían a las leyes, usos, tradiciones, costumbres y formas de vida de la época, escucha a Criton, en esta oportunidad, no de muy buen agrado, y la respuesta clara y precisa del maestro Sócrates no se dejo esperar:

“Sócrates.- Luego no debemos, querido Critón, preocuparnos por lo que diga el pueblo, sino por lo que diga el único que conoce lo justo y lo injusto, y ese juez único es la verdad. Por donde verás que has establecido principio falso cuando

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has dicho al principio que debíamos hacer caso de la opinión del pueblo sobre lo justo, lo bueno, lo digno y sus opuestos. Acaso se me diga: el pueblo puede hacernos morir...Sócrates. Pero lo que nosotros, según nuestro principio, debemos considerar, es si hacemos una cosa justa dando dinero y quedando agradecidos a los que de aquí nos saquen, o si en esto ellos y nosotros cometemos alguna injusticia. Si la cometemos, no hay que razonar tanto; hay que morir aquí, o sufrirlo todo antes que obrar injustamente” (Platón, Diálogos).

Sócrates toma conciencia que al evadirse de la justicia perjudicaría a todos los ciudadanos atenienses, al Estado y a la misma autoridad de las leyes. Esta reflexión trata de analizarla con Criton en el párrafo siguiente:

“Sócrates. - Veamos si así lo entiendes mejor. Si llegado el momento de nuestra fuga, o como quieras llamar a nuestra salida, las leyes de la República presentándose a nosotros, nos dijeran: “Sócrates ¿que vas a hacer? Llevar tu proyecto a cabo, ¿no equivale a destruirnos completamente, en cuanto de ti depende, a nosotros, las leyes de la República, y a todo el Estado?... ¿Les diremos acaso que la República ha sido injusta y no nos ha juzgado bien? ¿Es eso lo que les responderemos? Critón. - Sí, Sócrates; eso sera lo que les digamos.” (Platón, Diálogos).

Sócrates se imagina un diálogo entre él y las leyes, cuando, por una parte, las leyes que aseguran la existencia de la ciudad, le han asegurado su propia existencia, toda una vida intelectual, activa y productiva y que, por tanto, no sería bien que falte al pacto contraído con el pueblo de ser respetuoso de las leyes:

“Sócrates.- ...Si mueres, serás victima de la injusticia, no de las leyes, sino de los hombres; y si de aquí sales vergonzosamente, volviendo injusticia por injusticia y mal por mal, faltarás al pacto que con nosotros te obliga y perjudicaras a muchos que de ti no debían esperarlo y a ti mismo, a nosotros, y a tus amigos y a su patria.”

Reflexiona, asimismo, que en cuanto pretenda franquear el umbral de la prisión, las leyes se levantarían contra él para hacerle recordar cuánto les debe desde el día de su nacimiento. Por tanto, termina Sócrates diciéndole a Criton:

“Dejémoslo, pues, amado Critón, y sigamos el camino por donde el Dios nos conduce” (Platón, Diálogos).

4.5. La defensa de Sócrates

Durante el tiempo de su defensa, Sócrates desenmascaro a sus detractores y denunciantes y lo hizo en forma serena, pausada, firme, con hechos y esgrimiendo argumentos contundentes y no con palabras rebuscadas, menos aún con frases redondeadas ni bellos discursos.

Sócrates manifestó en la autodefensa que sus acusadores no han dicho una sola palabra que sea verdad, nada han dicho que no sea falso, han dado de él muy malas noticias y que han sembrado falsos rumores (Platón, Apología de Sócrates) y que se enfrentaba a una serie de “calumnias envejecidas” que echaron “profundas raíces”.

También refirio que no le fue permitido conocer ni nombrar a sus acusadores, a excepción de un cierto autor de comedias y que las falsedades difundidas sobre su persona se debían a “envidia o malicia”. Empezo su defensa enfatizando: “Venga lo que los dioses quieran, es preciso obedecer a la ley y defenderse”.

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Sócrates se defiende manifestando en todo momento que siempre dice la verdad y que la reputación adquirida se origino en una cierta sabiduría que existía en él y que para el efecto ofrecía por testigo de tal sabiduría al mismo Dios de Delfos, quien diría si la tiene y en que consiste.

Querefon, compañero de infancia de Sócrates y que fue desterrado junto con muchos atenienses, pregunto un día al oráculo de Delfos si había en el mundo un hombre más libre, más justo y sabio que Sócrates, y la Ptythia le respondio, que no había ninguno, y que Sócrates era el hombre más libre, más justo y sabio entre todos los hombres de la Grecia antigua. Sócrates reflexionando sobre la respuesta dijo que en él no existía “semejante sabiduría, ni pequeña ni grande”, pues no se cansaba de difundir la expresión “Solo se que nada se”. Después de filosofar sobre si optaba por ser tal como es y sin la habilidad y la ignorancia de esas gentes, o bien “tener la una y la otra y ser como ellos”, se respondió a sí mismo y al oráculo: “que era mejor para mí ser como soy”.

Luego de dudar largo tiempo por fin se dispone a comprobar la veracidad de lo expresado por el oráculo, convencido que la divinidad no miente. Dialoga con un ciudadano que pasaba por uno de los más sabios de la ciudad, que todo el mundo le creía sabio, que él mismo se tenía por tal y que era uno de los grandes políticos. Concluye que en realidad no lo era y se esfuerza en hacerle ver que de ninguna manera era lo que él creía ser y que había una diferencia entre el político y él: que el político “cree saberlo, aunque no sepa nada”, en cambio Sócrates “no sabiendo nada, cree no saber” y en esto, decía, “era más sabio, porque no creía saber lo que no sabia”. Esto no le cayo bien al político y lo tomo como a su enemigo.

Se fue a casa de otro que se le tenía por más sabio que el anterior y se encontro con lo mismo, granjeándose nuevos enemigos. Sin desánimo alguno, va en busca de otros, de puerta en puerta, prefiriendo a todas las cosas la voz del dios y se encuentra con la misma sorpresa: “todos aquellos que pasaban por ser los más sabios, -decía- me parecieron no serlo, al paso que todos aquellos que no gozaban de esta opinión, los encontre en mucha mejor disposición para serlo”.

Posteriormente, busca a los poetas trágicos, ditirámbicos y otros, pensando encontrarse más ignorante que ellos. Examina a las mejores obras de estos poetas, les pregunta lo que significan y cual era su objeto. Sócrates al respecto confiesa la verdad: “No hubo uno de todos los que estaban presentes, incluso los mismos autores, que supiese hablar ni dar razón de sus poemas... que todos dicen muy buenas cosas, sin comprender nada de lo que dicen”. Entonces, les deja persuadidos que él era “superior a ellos, por la misma razón que lo había sido respecto a los hombres políticos”.

Finalmente, Sócrates intercambia ideas con los artistas. Y en verdad, decía Sócrates, estos artistas sabían cosas que él ignoraba y en esto eran ellos más sabios que Sócrates. Pero los artistas más entendidos le parecieron a Sócrates incurrir en el mismo defecto que los poetas, encontrándoles a todos ellos que se creían muy capaces e instruidos en las más grandes cosas; y esta extravagancia quitaba todo el mérito a su habilidad.

Todas estas indagaciones que realizo Sócrates sobre la supuesta sabiduría de dichos ciudadanos (políticos, poetas y artistas) había originado una serie de odios y de enemistades peligrosas y que produjeron todas las calumnias que se sabia en el pueblo ateniense y que le han hecho adquirir el nombre de sabio; porque todos los que me escuchan creen que yo se todas las cosas sobre las que descubro la ignorancia de los demás.

Ulteriormente, Sócrates redondea su pensamiento y afirma categóricamente que solamente Dios es el verdadero sabio:

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“Me parece, atenienses, que sólo Dios es el verdadero sabio, y que esto ha querido decir por su oráculo, haciendo entender que toda la sabiduría humana no es gran cosa, o por mejor decir, que no es nada; y si el oráculo ha nombrado a Sócrates, sin duda se ha valido de mi nombre como un ejemplo, y como si dijese a todos los hombres: “El más sabio entre vosotros es aquel que reconoce, como Sócrates, que su sabiduría no es nada”.

Convencido de todo lo expuesto, Sócrates continua sus investigaciones, esta vez con extranjeros y acontece similar a lo anterior: que ninguno es sabio.

En su defensa Sócrates contraataca, respondiendo así:

“Yo, atenienses, digo que el culpable es Melito, en cuanto, burlándose de las cosas serias, tiene la particular complacencia de arrastrar a otros ante el tribunal, queriendo figurar que se desvela mucho por cosas por las que jamás ha hecho ni el más pequeño sacrificio, y voy a probárselo”.

Sobre la acusación de corrupción a los jóvenes, Sócrates pregunta a Melito:

“Aún más, Melito, ¿tu afirmas que corrompo a los jóvenes con esta conducta? Todos sabemos sin duda que clase de corrupciones afectan a la juventud; dinos entonces si conoces a algún joven que por mi influencia se haya convertido de pio en impío, de prudente en violento, de parco en derrochador, de abstemio en borracho, de trabajador en vago, o sometido a algún otro perverso placer”

“¡Por Zeus!, dijo Melito, yo se de personas a las que has persuadido para que te hicieran más caso a ti que a sus padres” (Jenofonte, Apología de Sócrates).

Y a la pregunta de Sócrates “¿quién es el que puede hacer mejores a los jóvenes?, Melito responde: Son Sócrates, todos los jueces aqui reunidos, los que vienen a las asambleas del pueblo y los senadores que nos escuchan.

Después de escuchar atentamente la respuesta de Melito, Sócrates se sorprende que tan solo él sea capaz de corromper a la juventud a sabiendas y que todos los demás lo enrumben por buen camino. Al respecto, Sócrates de manera serena y pausadamente lo califica a Melito de calumniador:

“En este punto, Melito, yo no te creo ni pienso que haya en el mundo quien pueda creerte. Una de dos, o yo no corrompo a los jóvenes, o si los corrompo lo hago sin saberlo y a pesar mío, y de cualquier manera que sea, eres un calumniador. Si corrompo a la juventud a pesar mío, la ley no permite citar a nadie ante el tribunal por faltas involuntarias...donde la ley quiere que se cite a los que merecen castigos, pero no a los que sólo tienen necesidad de prevenciones...” (Platón, Apología de Sócrates).

Además, no sólo “calumniador” sino también “insolente” resulta siendo Melito en opinión de Sócrates, luego de ser acusado de no reconocer ningún dios. Manifiesta que Melito tramo la acusación sólo para insultarle y “con toda la audacia de un imberbe”. Además, le critica de contradecirse en la acusación, porque es como si dijera:

“Sócrates es culpable en cuanto no reconoce dioses y en cuanto los reconoce ¿Y no es esto burlarse? Así lo juzgo yo...” “Por consiguiente, puesto que yo creo en los demonios, según tu misma confesión, y que los demonios son dioses, he aquí la prueba de lo que yo decía, de que tu nos proponías enigmas para divertirte a mis expensas, diciendo que no creo en los dioses, y que, sin embargo, creo en los dioses, puesto que creo en los demonios...Esto es tan absurdo como creer que hay mulos nacidos de caballos y asnos, y que no hay caballos ni asnos...Pero no

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tengo necesidad de extenderme más en mi defensa, atenienses, y lo que acabo de decir basta para hacer ver que no soy culpable, y que la acusación de Melito carece de fundamento ” (Platón, Apología de Sócrates).

Continuando con su defensa el filósofo considera que debera mantenerse firme en el puesto que le ha colocado la divinidad (Dios) y por tanto esta convencido que no debe temer ni la muerte, ni lo que haya de más terrible, anteponiendo a todo el honor y que dedicaría pasar sus días en el estudio de la filosofía, estudiándose a mi mismo y estudiando a los demás, que “jamás cesara de filosofar y de hacer sus indagaciones acostumbradas, dándoos siempre consejos”. Justifica su actitud leal con el mandato divino de no temer la muerte argumentando lo siguiente:

“Porque temer la muerte, atenienses, -dice Sócrates-, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se supiese con certeza que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce?”

Y frente a la muerte, Sócrates se precia de ser “muy diferente de todos los demás hombres, y si en algo parezco más sabio que ellos, es porque no sabiendo lo que nos espera más alla de la muerte, digo y sostengo que no lo se”.

Sócrates califica de “lo más criminal y lo más vergonzoso” a la actitud de cometer injusticias y de desobedecer al que es mejor que uno, sea éste dios o sea el hombre”.

Confiesa a los atenienses que obedecera a dios antes que a los hombres y que censura actitudes como las de aquellos que no se avergüenzan de haber pensado más en acumular riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer sus almas tan buenas como puedan serlo. Confiesa que toda su ocupación es “trabajar para persuadiros”, “que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y de su perfeccionamiento” y no se cansó de decir a jóvenes, viejos, ciudadanos y extranjeros que “la virtud no viene de las riquezas, sino que las riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares”.

Sócrates, durante su defensa manifiesta que si deciden matarlo “el mal no sera sólo para mí”:“Estad persuadidos (atenienses) de que, si me hacéis morir en el supuesto de lo que os acabo de declarar, el mal no sera sólo para mí. En efecto, ni Anito, ni Melito pueden causarme mal alguno, porque el mal no puede nada contra el hombre de bien”

Manifiesta que asume su defensa no por amor a si mismo, sino por amor a las demás personas, al pueblo ateniense, puesto que condenarle “sería ofender al dios y desconocer el presente que os ha hecho”. Les advierte que difícil sera que puedan encontrar otro hombre que tiene esta misión como él; “y si queréis creerme, me salvareis la vida”.

Replicando la acusación de que cobraba dinero por sus enseñanzas, expresa que sus acusadores no han tenido valor para probar con testigos que él haya exigido alguna vez o pedido el menor salario, y en prueba de la verdad de sus palabras presenta un testigo irrecusable, su “pobreza”. Su pobreza material es más que el testimonio suficiente que exhibe Sócrates como prueba de haberse dedicado a ayudar a los demás a ocuparse de la virtud, olvidando sus asuntos personales, y que por servir al dios estaba en la mayor pobreza, prueba que no pudo ser desmentido por sus acusadores.

En su defensa, revela, a los cuatro vientos, que durante su existencia como hombre de bien tuvo el cuidado en no cometer impiedades e injusticias; no se mezclo en los negocios de la república; combatio intereses subalternos; jamás prometio enseñarles nada; siempre

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dijo la verdad; no cedio ante nadie, sea quien fuere, contra la justicia ni ante los mismos tiranos; no guardo silencio sobre las cosas buenas que aprendio; desprecio las riquezas, el cuidado de los negocios domésticos, los empleos y las dignidades; no entro jamás en ninguna cábala ni en ninguna conjura; no conservo la vida valiéndose de medios indignos; no tomo profesión alguna en la que pudiera trabajar al mismo tiempo en provecho suyo y de los demás; no hizo el menor daño a nadie, consciente o inconscientemente.

En su defensa, Sócrates da a conocer una serie de nombres de personas que estuvieron en relación con él, por ejemplo, Criton, Lisanias de Sfettios, Antifon, Nicostrates, Parales, Adimanto y Eantodoro y manifiesta que pudieran ser testigos de que jamás corrompio a los jóvenes y que estarían, inclusive, dispuestos a defenderle.

En todo momento, Sócrates trato de persuadir y de convencer a los jueces acerca de su inocencia, sin tener para ello que recurrir a los lamentos tradicionales o a las suplicas “porque el juez no esta sentado en su silla para complacer violando la ley, sino para hacer justicia obedeciéndola...y esta en la obligación de hacer justicia”.

Confiesa de manera categórica estar sumamente persuadido de la existencia de dios, más que ninguno de sus acusadores, y esta dispuesto entregarse al pueblo y “al dios de Delfos”, a fin de que le juzguen como crean mejor, para satisfacción de la población y de él.

Terminada la defensa de Sócrates, los jueces, que eran 556, procedieron a la votación y resultaron 281 votos en contra y 275 a favor; y Sócrates, condenado por una mayoría de 6 votos, tomo la palabra y dijo:

“No creáis, atenienses, que me haya conmovido el fallo que acabáis de pronunciar contra mí, y esto por muchas razones: la principal, porque ya estaba preparado para recibir este golpe. Mucho más sorprendido estoy con el numero de votantes en pro y en contra, y no esperaba verme condenado por tan escaso número de votos. Advierto que sólo por tres votos no he sido absuelto. Ahora veo que me he librado de las manos de Melito; y no sólo librado, sino que os consta a todos que, si Anito y Licón no se hubieran levantado para acusarme, Melito hubiera pagado 6,000 dracmas por no haber obtenido la quinta parte de votos”. (Platón, Apología de Sócrates).

Y como las leyes de la época permitían al acusado condenarse a una de estas tres penas: prisión perpetua, multa y destierro, en su Apología Sócrates pidio ser “alimentado en el Pritaneo, a expensas del Estado”, como una recompensa digna de él, pero insistiendo que en el extremo a lo más podría condenarse al pago de una mina de plata en armonía con su ostensible pobreza:

“...En fin, no estoy acostumbrado a juzgarme acreedor a ninguna pena. Verdaderamente si fuese rico, me condenaría a una multa tal, que pudiera pagarla, porque esto no me causaría ningún perjuicio; pero no puedo, porque nada tengo, a menos que no queráis que la multa sea proporcionada a mi indigencia, y en este concepto podría extenderme hasta una mina de plata, y a esto es a lo que yo me condeno. Pero Platón, que esta presente, Critón, Critóbulo y Apolodoro, quiere que me extienda hasta treinta minas, de que ellos responden. Me condeno pues a treinta minas y he aquí mis fiadores, que ciertamente son de mucho abono” (Platón, Apología de Sócrates).

Después que Sócrates se condeno a la multa referida por obedecer a la ley, los jueces deliberaron y le condenaron a muerte, y entonces, Sócrates, tomo la palabra y dijo a los jueces:

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“Ah, atenienses, no es lo difícil evitar la muerte; lo es mucho más evitar la deshonra, que marcha más ligera que la muerte. Esta es la razón, porque, viejo y pesado como estoy, me he dejado llevar por la más pesada de las dos, la muerte; mientras que la más ligera, el crimen, esta adherido a mis acusadores, que tienen vigor y ligereza. Yo voy a sufrir la muerte, a la que me habéis condenado; pero ellos sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad les condena. Con respecto a mí, me atengo a mi castigo, y ellos se atendrán al suyo” (Platón, Apología de Sócrates).

Luego intenta predecir lo que les ocurriría a los magistrados que lo sentenciaron:

“Os lo anuncio, vosotros que me hacéis morir, vuestro castigo no tardara, cuando yo haya muerto, y sera ¡por Zeus! Más cruel que el que me imponéis... Se levantara contra vosotros y os reprendera un gran numero de personas, que han estado contenidas por mi presencia, aunque vosotros no lo apercibáis... Lo dicho basta para los que me han condenado y los entrego a sus propios remordimientos... Es que hay trazas de que lo que me sucede es un gran bien, y nos engañamos todos sin duda, si creemos que la muerte es un mal... que no hay ningún mal para el hombre de bien, ni durante su vida, ni después de su muerte...No tengo ningún resentimiento contra mis acusadores, ni contra los que me han condenado, aún cuando no haya sido su intención hacerme un bien, sino por el contrario hacerme un mal, lo que sería un motivo para quejarme de ellos” (Platón, Apología de Sócrates).

Al final de su defensa, Sócrates pide a los jueces sólo una gracia, en los términos siguientes:

“Cuando mis hijos sean mayores os suplico los hostiguéis, los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren las riquezas a la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejéis de sacarlos a la vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y creen ser lo que no son; porque así es como yo he obrado con vosotros... Pero ya es tiempo de que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios” (Platón, Apología de Sócrates).

La defensa de Sócrates permitio demostrar a propios y extraños, uno por uno, la inconsistencia de los cargos que se le imputaban. Al finalizar opto públicamente por aceptar la condena en estricto cumplimiento de su deber moral, en acatamiento de la ley de la ciudad de Atenas, aun cuando estaba convencido que los cargos hechos a su persona y la sentencia efectuada fueron injustos.

4.6. La condena de Sócrates

Sócrates fue condenado a muerte por el Tribunal de los Quinientos, en el año 399 antes de Cristo, por una diferencia de 6 votos. De 556 votos, por la absolución de la condena a muerte votaron 275 magistrados; y por la condena votaron 281.

El jurado, en una primera votación, le declara culpable por un escaso margen de votos. Como las leyes atenienses no preveían pena concreta para los delitos imputados, se le ofrece a Sócrates la posibilidad de proponer una pena. Y Sócrates muy orondo solicita al Tribunal de los Heliastas que les paguen una pensión a expensas del Estado por los servicios prestados a la comunidad ateniense, hecho que es considerado como una ofensa por los miembros del tribunal y deciden realizar una segunda y última votación. El resultado fue por mayoría de votos la condena a muerte de Sócrates.

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Sócrates pudo haberse librado de la condena a muerte, pero no quiso. Para librarse de la condena a muerte muy bien pudo recurrir a lo que era practica cotidiana en su tiempo, por ejemplo: invocar la compasión de los jueces; apelar a su edad avanzada (70 años); alegar sus servicios desinteresados que había prestado a la patria; recurrir a los buenos oficios de sus amigos y discípulos más influyentes; proponer él mismo una pena en su condición de acusado y que las leyes lo permitían; aceptar el pago de una multa; optar por el destierro voluntario; escaparse de la prisión.

Realizada la votación Sócrates acepto la condena a muerte, con una absoluta serenidad y resignación. En ningún instante trato de evitarlo, no retrocedio, no abandono el lugar, estuvo convencido que su deber y su misión en este mundo era acatar lo que el Estado, la Patria y las leyes ordenan. Permanecio treinta días en la prisión, esperando el suplicio y lo paso conversando con sus amigos acerca de temas y problemas filosóficos sin mostrar ningún indicio de turbación o desesperación, por el contrario, dio muestras de tranquilidad, hasta que retornara la procesión que Atenas enviaba a la fiesta de Delos, y la religión prohibida ejecutar a ningún condenado hasta que hubiera vuelto.

“Ademas -decía Sócrates-, nadie me detuvo en la ciudad, ella me permitía alejarme si no estaba conforme con sus leyes, pero no lo hice, lo que quería decir que estaba conforme con ellas. Siendo así no quedaba más remedio que acatarlas”. “Pues es indudable que todo aquel que va contra las leyes puede, con justicia, ser considerado como capaz de corromper a la juventud y a los espíritus debiles.” (Platón, Critón).

Algunos analistas políticos y de las ciencias jurídicas coinciden en manifestar que la defensa que Sócrates hizo de si mismo, en cierta medida facilito su condena, por el tono irónico y despectivo que empleo, que no gusto a los jueces y que más bien los irrito, a la par que pidio se le condene a vivir con honores y a ser sostenido hasta su muerte con los fondos públicos.

4.6.1. versiones sobre la condena de Sócrates

Sobre el porque de la condena a muerte de Sócrates se han tejido una serie de versiones a través del tiempo, después de discusiones acaloradas y sin haber hasta ahora llegado a una conclusión definitiva.

Se dice que la condena a muerte de Sócrates se debio, por ejemplo, a lo siguiente:

• Sócrates fue victima de los sofistas, quienes eran sus enemigos declarados y directos;

• Sócrates expuso a muchas personas a vergüenza en forma pública al aplicar su método mayéutico, suscitando la ira de los más reaccionarios;

• Sócrates colaboro exclusivamente con los aristócratas, es decir con los que se oponían a los demócratas atenienses;

• Sócrates quería morir por estar cansado de vivir, tenía setenta años cuando lo acusaron;

• Sócrates no quiso escapar cuando sus discípulos le prepararon la huida;

• Sócrates fue leal a sus principios y a las leyes de la ciudad que él mismo había defendido durante toda su vida, leyes que a juicio del filósofo daban identidad a la ciudad y eran las que sostenían la vida de los ciudadanos.

• Sócrates no acepto ser asustado, se dice que los acusadores no quisieron que le condenaran a muerte, sino que sólo querían asustarlo.

• Sócrates fue victima de si mismo, quiso cambiar la ley, y era correcto morir, decía, porque no había sido capaz de cambiarla.

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• Sócrates había criticado implacablemente la tiranía que Critias ejercía sobre Atenas.

• Sócrates había tenido por discípulos a los dos hombres más funestos para Atenas en aquellos días de su acusación, Alcibiades y Critias.

• Sócrates fue condenado a muerte por la incomprensión e indiferencia de los conciudadanos atenienses, debido a la tendencia social casi generalizada que consideraba a Sócrates como un ciudadano no deseable, un mal ciudadano, como un sofista más. Y los sofistas que ensenaban el escepticismo y el relativismo moral, eran precisamente tenidos por los atenienses como los causantes principales de las desgracias y de la desintegración social que había sufrido la ciudad en los últimos años

4.7. La muerte de Sócrates

Sócrates murió con firmeza y lealtad a sus principios, a sus creencias, a su filosofía de la vida; murio con dignidad, sin claudicación alguna y seguro que ha actuado con fiel respeto a las leyes de la ciudad, después de vivir entregado de entero a la filosofía y a la educación del pueblo ateniense, sin percibir remuneración alguna:

“se sentó al borde la cama, puso los pies en tierra, y habló en esta postura todo el resto del día” (Platón, Fedón).

Sócrates murio en acatamiento de “una orden formal para morir”, que dice le enviaba Dios y que en su condición de filosofo se prestaba gustoso a la muerte. Murió pensando encontrar en el otro mundo dioses buenos, sabios y justos. Murió confiando que hay algo reservado para los hombres después de esta vida: la de gozar bienes infinitos, y que, según la antigua máxima, los buenos serian mejor tratados que los malos.

“Los hombres ignoran -dijo Sócrates- que los verdaderos filósofos no trabajan durante su vida sino para prepararse a la muerte; y siendo esto así, sería ridículo que después de haber proseguido sin tregua este único fin, recelasen y temiesen, cuando se les presenta la muerte...Lo propio y peculiar del filósofo es trabajar más particularmente que los demás hombres, en desprender su alma del comercio del cuerpo” (Platón, Fedón).

Al filosofar sobre la muerte, Sócrates estuvo convencido que por medio del razonamiento el alma descubre la verdad. A la separación del alma y del cuerpo lo denomino “la muerte”. No se canso de repetir, a propios y extraños, que por medio del pensamiento (alma) y no por los sentidos del cuerpo es como se llega a conocer mejor la realidad de los objetos o la esencia pura de las cosas del mundo, sentenciando que el cuerpo nunca nos conduce a la sabiduría.

Con el brazo izquierdo en alto explico a sus discípulos que el filósofo debe estar dispuesto a enfrentarse valientemente y con fortaleza espiritual y moral a cualquier circunstancia de la vida, entre ellas, la propia muerte.

Luego que Sócrates termino de hablar paso a darse un baño y llegaron sus hijos y las mujeres de su casa, hablo con ellos en presencia de Criton quien le propuso la huida-, les impartio algunas ordenes y se despidio para siempre. Cerca de la puesta del sol, Sócrates se sento, llega el servidor de los once y, de pie junto a él, le dijo estas palabras:

“De ti ya he conocido este tiempo en todo lo que eres el hombre mas noble, paciente y bueno de cuantos jamás vivieron aquí, y ahora se bien que no te enojas contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces. Ahora, pues, como

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sabes, lo que vengo a comunicarte, adiós, y procura soportar sencillamente lo inevitable”

Y llorando dio la vuelta y se marcho. Sócrates mirándole, respondio:

“Salud también a ti, y yo hare lo que me dices”.

4.7.1. La muerte de Sócrates vista por la historia de la filosofía

Apolodoro, amigo entrañable de Sócrates, enterado de la condena a muerte dijo:

“Lo que peor llevo, Sócrates, es ver que mueres injustamente” Y Sócrates, le contestó con la sonrisa en los labios e inclinando a la izquierda la cabeza: “¿Preferirías entonces, queridísimo Apolodoro, verme morir culpable?”.

Según Manuel Serra Moret, Platón describe la muerte de Sócrates en su maravilloso dialogo “Fedón”, y existen muy bellas pinturas que reproducen aquella escena singular que, como la muerte de Fidias, constituye “un baldon para la gloriosa Atenas”. Socrates aparece dando muestras de extraordinaria serenidad, dictando su testamento intelectual con la copa de cicuta en la mano, dispuesto tranquilamente a regresar a las tinieblas perpetuas.

Según Yvon Belaval, después de su muerte, Sócrates se convirtio en un símbolo imperecedero e inigualable de honestidad intelectual, de grandeza filosófica y ética, en un “Samurai del pensamiento”.

Diógenes de Laertes señala que, después de la condena a muerte de Sócrates,

“los atenienses se arrepintieron en tanto grado, que cerraron las palestras y gimnasios. Desterraron a algunos, y sentenciaron a muerte a Melito. Honraron a Sócrates con una estatua de bronce que hizo Lisipo, y la colocaron en el Pompeyo (edificio público donde se guardaban las estatuas de varones ilustres y las cosas para las pompas, funciones y festividades de la Republica ateniense). Los de Heraclea echaron de la ciudad a Anito en el mismo día en que llegó. Eurípides en su Palamedes también objeta a los atenienses la muerte de Sócrates, diciendo: Matasteis, sí, matasteis al más sabio, a la más dulce musa, que a nadie fue molesta ni dañosa. Después de la muerte de Sócrates se retiraron Platón y los demás filósofos a casa de Euclides, en Megara, como dice Hermodoro, temiendo la crueldad de los tiranos.

Señala Nietzsche en su obra El crepúsculo de los ídolos que Sócrates dijo al morir:

“Vivir es estar mucho tiempo enfermo: debo un gallo a Esculapio liberador”.

Para el filósofo alemán, Jorge Guillermo Federico Hegel (Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal), la muerte de Sócrates resulta siendo como una tragedia, un conflicto en el cual ambas partes, Sócrates y los atenienses, tienen su derecho. He aqui sus palabras:

“El destino de Sócrates es, pues, el de la suprema tragedia. Su muerte puede aparecer como una suprema injusticia, puesto que había cumplido perfectamente sus deberes para con la patria y había abierto a su pueblo un mundo interior. Más, por otro lado, también el pueblo ateniense tenía perfecta razón, al sentir la profunda conciencia de que esta interioridad debilitaba la autoridad de la ley del Estado y minaba el Estado ateniense. Por justificado que estuviera Sócrates, tan justificado estaba el pueblo ateniense frente a él. Pues el principio de Sócrates es un principio revolucionario para el mundo griego. En este gran sentido condenó a

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muerte el pueblo ateniense a su enemigo y fue la muerte de Sócrates la suma justicia”.

Tovar (Vida de Sócrates), luego de expresar que Sócrates fue victima del súbdito despertar en los atenienses del sentido de la tradición, enfatizo categóricamente:

“El juicio de Sócrates fue un verdadero palo de ciego que el pueblo de Atenas descargó en un momento de atroz nerviosismo”.

Jose Ingenieros, en su obra “El hombre mediocre”, manifiesta que

“Si el sereno ateniense hubiera adulado a sus conciudadanos, la historia helénica no estaría manchada por su condena y el sabio no hubiera bebido la cicuta; pero no sería Sócrates. Su virtud consistió en resistir los prejuicios de los demás...” “Sócrates y Cristo fueron virtuosos contra la religión de su tiempo; los dos murieron a manos de fanatismo que estaban ya divorciados de toda moral”.

El filósofo Leopoldo Zea, al tratar de explicar sobre el porque de la muerte de Sócrates, manifiesta en su Introducción a la Filosofía las palabras que siguen:

“Sócrates había muerto por ser la conciencia de la ciudad; la democracia, a la cual había sido tan afecto, lo había sacrificado por no poder resistir su voz inquisidora”.

Ramón Conde Obregon (Enciclopedia de la Filosofía), luego de analizar la lección magistral dirigida por Sócrates al Tribunal de los Heliastas, en defensa de las infundiosas acusaciones que recibida de Melito, Anito y Licon, escribe asi:

“Sócrates fue juzgado, y el juicio instigado contra el figura en los anales de la historia como una de las paginas negras escritas por la malicia y perversidad de los hombres, en las que aparece como un hombre bueno y justo que es condenado a la última pena por hombres inferiores, en todos los aspectos, al que condenaron a beber la cicuta”.

4.8. Platón y sus diálogos por la defensa de Sócrates

Sócrates fue ejecutado en el año 399 antes de Cristo. A su muerte, su discípulo Platón tenía 28 años.

Platón escribio una serie de obras cortas a manera de diálogo para defender el pensamiento de su maestro, Sócrates, entre ellas: Apología, Critón y Fedón.

En la Apología de Sócrates describe sobre la defensa de Sócrates ante los jueces contra sus acusadores Melito, Anito y Licon y expone el contenido filosófico de la obra de su vida.

En el Critón o Del Deber relata como Sócrates no acepta los ruegos de su discípulo Criton cuando se acercaba el día de su muerte para que huyera del proceso, y expone las razones por las que considera como un deber para su país y sus leyes cometerse a la sentencia del tribunal aun siendo injusta. Criton se presenta para proporcionar los medios que ayuden a su maestro Sócrates a huir de la muerte segura que le avecinaba. Criton dice que si Sócrates muere sus hijos quedarían abandonados, pero que, al salvarse, Sócrates realizaría una acción justa; y, por tanto, los amigos de Sócrates deberían hacer todo lo posible para salvarlo porque de no ser asi se les reprocharía el haber sido ingrato con el maestro. Criton trata que Sócrates acepte los medios que se le ofrece para salvarse de la condena a muerte y que no debería tener ningún temor sobre lo que pudiera suceder después por cuanto sus discípulos se encargarían de aceptar o de llevar sobre si todo cuanto sucediera. Finalmente, Sócrates rechaza tal proposición.

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En el Fedón o Del Alma, Sócrates, el día de su muerte, expone con claridad meridiana las pruebas a favor de la persistencia del alma después de la muerte y termina recomendando una moral ascética, que la vida entera debe ser una preparación para la muerte, un esfuerzo del alma para escaparse de la cárcel del cuerpo y de todo signo de sensualidad. Esta obra recoge los últimos días de Sócrates con sus amigos y seguidores.

5. TEMAS POR TRATAR DE SÓCRATES

EL tema del a eudomonia, el tema del alma y el tema de la libertad (autodominio, liberarse de los instintos o autarquía). Todo ello es tratado en Guthrie.

Referencias

Navarro Cordón, J.M; Calvo Martínez. (1988). “Hombre y sociedad en el pensamiento griego: Sócrates”. Historia de la filosofía. Madrid: Ediciones Anaya, pp. 46-48.

Tejedor Campomanes, C. (1991). “La filosofia en Atenas I: Sócrates”. Historia de la filosofía en su marco cultural. Madrid: Ediciones SM, pp. 38-41.

García Gual, Carlos. (1987). La secta del perro. Diógenes Laercio, vidas de los filósofos cínicos. Madrid: Alianza Editorial.

Terrones Negrete, Eudoro. (1987). Acusación, defensa, condena y muerte de Sócrates.. On line en: https://cdn.websiteeditor.net/33a8871d66e14c2ba0a24b619954bc3f/files/uploaded/Acusaci%25C3%25B3n%2520%2520defensa%2520condena%2520y%2520muerte%2520de%2520socrates.pdf

Guthrie, W.K.C. (1988). Historia de la filosofía griega. Tomo III Siglo V. Ilustración. Madrid: Gredos.