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La noche se alzaba calida y tranquila, las nubes tapaban las estrellas pero
todavía podía sentirse la comodidad de una noche serena de verano.
Terminaba de anudar el nudo de mi corbata azul de terciopelo y me preparaba
para pasar la velada en la casa de los Muñoz, una familia con tanta
hospitalidad como dinero, que habían hecho una gran fortuna con el transporte
de oro y materiales preciosos desde este lado del atlántico hacia las lejanas
tierras europeas.
Era ya hora de irse y esperaba impaciente en el hall central de la casa de
verano, en donde mi esposa Lucy y yo solíamos pasar los calidos meses del
año. Revisaba mi reloj de bolsillo con natural impaciencia esperando que ella
bajara de una vez por todas esa escalera de cedro que conectaba las dos
plantas de la casa.
Luego de una demora excesiva para mi gusto, Lucy bajo con un vestido largo
de un color verde oscuro que dejaban ver una figura joven y esbelta, unos aros
de esmeralda con detalles en plata, el relicario en forma de corazón que le
había dado cuando nos conocimos y su pelo recogido con una peineta, que
resaltaba ese cuello de tono blancuzco y deseable que tanto me gustaba. Al
verla mi corazón se aceleró como preparándose para una inminente carrera y
permaneció así durante tanto tiempo que comencé a creer que tal vez era la
forma normal en la que debería estar.
Subimos juntos al carruaje que esperaba en la entrada de la casa y viajamos
algo mas de 20 minutos, en los que mi mirada pasaba con rapidez de los
amplios campos que adornaban el paisaje y esa paz que me transmitían desde
hacia ya un largo tiempo, hacia la encantadora mujer que me acompañaba a mi
lado.
Por fin el carruaje se acerco a lo que de lejos se veía como una montaña
iluminada, era una mansión de 2 alas unidas por un cuerpo central tan grande
como nuestra casa de verano, la que ahora se veía como una pequeña
cabaña. Era una casa rodeada por hectáreas de campos cultivados, adornada
con una hilera de árboles de álamo tan altos y frondosos que al cruzar entre
ellos uno sentía haber entrado en un puente vegetal. Y como culmine de esta
imagen se encontraba una fuente que le daba la bienvenida a los carruajes
ubicada frente al gran pórtico de la casa.
Al llegar nos recibió un conserje y nos invito a pasar a la casa con la frase “la
señora y el señor los esperan en el comedor”.
Intercambiamos miradas atónitas con Lucy mientras cruzábamos por el umbral
de una puerta de roble tallada a mano iluminada con candelabros de principio
de siglo y nos dirigíamos al comedor, con un paso aletargado casi sonso que
despertó algunas sonrisas entre los criados de la casa.
Antes de entrar al salón nos encontramos a la señora Muñoz, una mujer
regordeta con mejillas rosadas y una sonrisa calida que nos daba la bienvenida
haciendo que toda la pompa y frialdad de su hogar se bañe de un calor de
hogar envidiable.
La señora Muñoz era una mujer con la que no hablar era casi imposible, había
desarrollado un método a lo largo de los años, para hacer que incluso el más
frío canciller escandinavo, termine la velada contando las desazones de sus
amoríos, era realmente una persona encantadora. Y ella lo sabia, pues había
usado su encanto para ayudar a armar su imperio mercante. Y evidentemente
esta noche no era la excepción, tan pronto como entramos al salón ya
habíamos sido enterados de su alegría por nuestra visita, sus problemas con
los tapices que debían cambiarse por sus problemas para limpiarlos y las
dificultades con las criadas por su falta de cuidado a la hora de colocar las
velas en los candelabros.
El señor Muñoz, a diferencia de su esposa contaba con un gentil aplomo, una
sonrisa franca y sincera, pero con un silencio que resultaba de años de convivir
con la señora Muñoz. Era un hombre alto y flaco, con un tupido bigote que
adornaba su cara entrada en años. Pero que aun contaba con esa sonrisa
picara, típica de un hombre que no decía todo lo que pensaba.
La cena comenzó unos minutos después de nuestra llegada, tan pronto como
el señor Muñoz dejara su despacho , donde escribía algunas cartas
importantes que debían ser enviadas de inmediato, y se uniera a nosotros en el
salón con nuestra charla sobre el delicioso vino especiado que tanto nos había
gustado a Lucy y a mi .
La comida pasó, tal vez muy rápidamente, y con la sensación de que nunca
había sido tan poca, tal vez mi apetito ese día era mas grande que el de
costumbre, pero lo cierto es que 2 patas de pollo y algunas ensaladas de
vegetales frescos, no me habían bastado esta vez, incluso aunque Lucy se
sintiera “llena como nunca” y el señor y la señora Muñoz expusieran esa
sonrisa de quien se sabe buen anfitrión. Tal vez sea solo ansiedad, lo que
sienta, lo que se correspondería bastante bien con una incomodidad que me
acompañaba desde temprana la noche.
El señor Muñoz me invito a pasar a un cuarto junto al salón para fumar unos
puros que le habían traído desde el norte y a tomar un coñac de elaboración
local que según decía era mejor que el del viejo continente. Me acercó a una
habitación espaciosa, con unos sillones de cuero que apuntaban a un ventanal
que iba de pared a pared y que dejaba ver una imagen del cielo nocturno, un
cielo que ahora mostraba toda su belleza, las nubes habían desaparecido y en
su lugar se pintaba una luna enorme, redonda y brillante, una de esas
imágenes que te aceleran el corazón, y te incomodan en tu lugar de simple ser
humano. Esa imagen me puso a pensar en los campos, la libertad, el malestar
con que habitaba esta piel y lo libre que podría sentirme. Una sensación de
calor emanaba de dentro de mí, una fuerza insostenible que empujaba por salir
y me rendí a ella, deje que escapara de mí desatando una tempestad en mi
cuerpo. Mi sangre caliente se sentía expandirse por mi cuerpo, mi boca
comenzaba a salivar sin control como anticipando una comida que no había
saciado mi hambre, tal vez eso se despertaba por una catarata de olores que
ahora se acumulaban en mi nariz, el olor al cuero de los muebles, el perfume
del coñac que servia el señor Muñoz, incluso creí oler el perfume delicioso que
brotaba de la piel de Lucy.
Debo haber estado mucho tiempo admirando esa imagen porque de un
momento a otro el señor Muñoz gritaba mi nombre, o tal vez solo lo decía, pero
mis oídos ahora escuchaban incluso los zapatos de la criada que se movían en
la habitación que se encontraba en la otra ala de la casa. Pero en efecto el
señor Muñoz si gritaba mi nombre, me voltee para verlo y descubrí un hombre
que ya no me mostraba esa sonrisa picara, sino una deformada cara de
incertidumbre y miedo, ahora su corazón latía a toda velocidad y hacia que
temblaran sus piernas; el hombre en cuestión tiro su vaso de coñac e intento
correr , pero vi su cuerpo moverse a una velocidad inferior a la normal, vi como
si un infante tratara de acercarse a la puerta pero se sintiera inseguro de dar
cada paso. Intente de detenerlo de correr, quería tratar de decirle que todo
estaba bien, pero algo en mi no me dejaba, una fuerza animal, que surgía
dentro mío y amenazaba con encerrar mi humanidad, o lo que quedaba de ella.
De un momento a otro me encontraba abalanzándome contra el señor Muñoz,
su cuerpo esquelético ahora me parecía apetecible, deseable. Pero a un nivel
que no había deseado otro cuerpo jamás, incluso el de Lucy. Era el deseo que
tiene un hombre recién llegado de la guerra por comer algo bien cocido. Ese
deseo animal por devorar a la presa recién cazada. Ese brutal sentido de
asesinato que conocen solo aquellos hombres separados de la civilización por
un largo tiempo.
Mientras esta seguidilla de imágenes se agolpaba en mi cabeza mi hocico
sentía por primera vez la temperatura calida del líquido que emanaba el cuerpo
agonizante del señor Muñoz. Mis manos, ahora con uñas largas y afiladas
chorreaban ese liquido escarlata y dejaban en la alfombra de lana las marcas
de la bestia que ahora poseía mi cuerpo.
En ese momento, sentí la presencia de 2 criaturas mas, se hallaban ahí frente
a mí, una criatura rechoncha y una esbelta hembra que me miraban con caras
estupefactas de horror y desesperación. Pude oler el miedo que se escapaba
de su piel, y me relamía con la sola imagen de devorarlas por completo. No
dejaría que se escapen, por lo que use mis fuertes patas traseras y de un solo
salto cruce la habitación de 5 metros de largo; solo para caer con mis garras
sobre el pecho de la más robusta de las criaturas. Ésta perdió la vida en pocos
segundos, mis dientes ya se habían incrustado en su cuello y su sangre se
apuraba por salir de ese cuerpo agonizante.
Ya solo quedaba una presa mas, fue un simple cometido que se acabo tan
rápido como pude atinarle un zarpazo en la sien a esta criatura que se había
quedado inmóvil y con la mirada vacía junto a mí. Con sus músculos
paralizados del terror y un temblor digno de quien se sabe no tiene escapatoria.
Un solo golpe hizo falta para que volara 2 metros hacia la pared más cercana y
muriera al instante. Una muerte simple y sin marcas. Me acerque al cuerpo sin
vida de la mujer, y por alguna razón no pude evitar sentir ese dolor en mi
pecho, ese olor que emanaba de ella, esa piel blancuzca que yacía ahí inmóvil.
No entendía las razones pero sabia que estaba mal, y de repente todo cobró
sentido, mi mente se vacío de sensaciones, ya no me encontraba atrapado en
los olores , sonidos y sabores, ahora entendía . Oh Lucy! ¡Mi dulce y tierna
Lucy! ¿Cómo pude hacer esto? el olor a sangre que impregnaba la habitación
hizo que mi estomago se retorciera. Mi vida ahora estaba rota, no lograba
comprender cómo había dejado que esto pasara, posé mi mirada nuevamente
en la luna que aun me miraba jocosa de lo que acababa de suceder y
embebido en total desesperación mi alma arrojo un ultimo suspiro de
bestialidad, un estridente sonido gutural, un aullido de tristeza que se expandió
por la casa e hizo eco mas allá de la oscuridad. Dando una idea a la lejanía, de
lo que acababa de ocurrir.