texto-concurso

5
La noche se alzaba calida y tranquila, las nubes tapaban las estrellas pero todavía podía sentirse la comodidad de una noche serena de verano. Terminaba de anudar el nudo de mi corbata azul de terciopelo y me preparaba para pasar la velada en la casa de los Muñoz, una familia con tanta hospitalidad como dinero, que habían hecho una gran fortuna con el transporte de oro y materiales preciosos desde este lado del atlántico hacia las lejanas tierras europeas. Era ya hora de irse y esperaba impaciente en el hall central de la casa de verano, en donde mi esposa Lucy y yo solíamos pasar los calidos meses del año. Revisaba mi reloj de bolsillo con natural impaciencia esperando que ella bajara de una vez por todas esa escalera de cedro que conectaba las dos plantas de la casa. Luego de una demora excesiva para mi gusto, Lucy bajo con un vestido largo de un color verde oscuro que dejaban ver una figura joven y esbelta, unos aros de esmeralda con detalles en plata, el relicario en forma de corazón que le había dado cuando nos conocimos y su pelo recogido con una peineta, que resaltaba ese cuello de tono blancuzco y deseable que tanto me gustaba. Al verla mi corazón se aceleró como preparándose para una inminente carrera y permaneció así durante tanto tiempo que comencé a creer que tal vez era la forma normal en la que debería estar. Subimos juntos al carruaje que esperaba en la entrada de la casa y viajamos algo mas de 20 minutos, en los que mi mirada pasaba con rapidez de los amplios campos que adornaban el paisaje y esa paz que me transmitían desde hacia ya un largo tiempo, hacia la encantadora mujer que me acompañaba a mi lado. Por fin el carruaje se acerco a lo que de lejos se veía como una montaña iluminada, era una mansión de 2 alas unidas por un cuerpo central tan grande como nuestra casa de verano, la que ahora se veía como una pequeña cabaña. Era una casa rodeada por hectáreas de campos cultivados, adornada con una hilera de árboles de álamo tan altos y frondosos que al cruzar entre ellos uno sentía haber entrado en un puente vegetal. Y como culmine de esta imagen se encontraba una fuente que le daba la bienvenida a los carruajes ubicada frente al gran pórtico de la casa.

description

TEXTO

Transcript of texto-concurso

La noche se alzaba calida y tranquila, las nubes tapaban las estrellas pero

todavía podía sentirse la comodidad de una noche serena de verano.

Terminaba de anudar el nudo de mi corbata azul de terciopelo y me preparaba

para pasar la velada en la casa de los Muñoz, una familia con tanta

hospitalidad como dinero, que habían hecho una gran fortuna con el transporte

de oro y materiales preciosos desde este lado del atlántico hacia las lejanas

tierras europeas.

Era ya hora de irse y esperaba impaciente en el hall central de la casa de

verano, en donde mi esposa Lucy y yo solíamos pasar los calidos meses del

año. Revisaba mi reloj de bolsillo con natural impaciencia esperando que ella

bajara de una vez por todas esa escalera de cedro que conectaba las dos

plantas de la casa.

Luego de una demora excesiva para mi gusto, Lucy bajo con un vestido largo

de un color verde oscuro que dejaban ver una figura joven y esbelta, unos aros

de esmeralda con detalles en plata, el relicario en forma de corazón que le

había dado cuando nos conocimos y su pelo recogido con una peineta, que

resaltaba ese cuello de tono blancuzco y deseable que tanto me gustaba. Al

verla mi corazón se aceleró como preparándose para una inminente carrera y

permaneció así durante tanto tiempo que comencé a creer que tal vez era la

forma normal en la que debería estar.

Subimos juntos al carruaje que esperaba en la entrada de la casa y viajamos

algo mas de 20 minutos, en los que mi mirada pasaba con rapidez de los

amplios campos que adornaban el paisaje y esa paz que me transmitían desde

hacia ya un largo tiempo, hacia la encantadora mujer que me acompañaba a mi

lado.

Por fin el carruaje se acerco a lo que de lejos se veía como una montaña

iluminada, era una mansión de 2 alas unidas por un cuerpo central tan grande

como nuestra casa de verano, la que ahora se veía como una pequeña

cabaña. Era una casa rodeada por hectáreas de campos cultivados, adornada

con una hilera de árboles de álamo tan altos y frondosos que al cruzar entre

ellos uno sentía haber entrado en un puente vegetal. Y como culmine de esta

imagen se encontraba una fuente que le daba la bienvenida a los carruajes

ubicada frente al gran pórtico de la casa.

Al llegar nos recibió un conserje y nos invito a pasar a la casa con la frase “la

señora y el señor los esperan en el comedor”.

Intercambiamos miradas atónitas con Lucy mientras cruzábamos por el umbral

de una puerta de roble tallada a mano iluminada con candelabros de principio

de siglo y nos dirigíamos al comedor, con un paso aletargado casi sonso que

despertó algunas sonrisas entre los criados de la casa.

Antes de entrar al salón nos encontramos a la señora Muñoz, una mujer

regordeta con mejillas rosadas y una sonrisa calida que nos daba la bienvenida

haciendo que toda la pompa y frialdad de su hogar se bañe de un calor de

hogar envidiable.

La señora Muñoz era una mujer con la que no hablar era casi imposible, había

desarrollado un método a lo largo de los años, para hacer que incluso el más

frío canciller escandinavo, termine la velada contando las desazones de sus

amoríos, era realmente una persona encantadora. Y ella lo sabia, pues había

usado su encanto para ayudar a armar su imperio mercante. Y evidentemente

esta noche no era la excepción, tan pronto como entramos al salón ya

habíamos sido enterados de su alegría por nuestra visita, sus problemas con

los tapices que debían cambiarse por sus problemas para limpiarlos y las

dificultades con las criadas por su falta de cuidado a la hora de colocar las

velas en los candelabros.

El señor Muñoz, a diferencia de su esposa contaba con un gentil aplomo, una

sonrisa franca y sincera, pero con un silencio que resultaba de años de convivir

con la señora Muñoz. Era un hombre alto y flaco, con un tupido bigote que

adornaba su cara entrada en años. Pero que aun contaba con esa sonrisa

picara, típica de un hombre que no decía todo lo que pensaba.

La cena comenzó unos minutos después de nuestra llegada, tan pronto como

el señor Muñoz dejara su despacho , donde escribía algunas cartas

importantes que debían ser enviadas de inmediato, y se uniera a nosotros en el

salón con nuestra charla sobre el delicioso vino especiado que tanto nos había

gustado a Lucy y a mi .

La comida pasó, tal vez muy rápidamente, y con la sensación de que nunca

había sido tan poca, tal vez mi apetito ese día era mas grande que el de

costumbre, pero lo cierto es que 2 patas de pollo y algunas ensaladas de

vegetales frescos, no me habían bastado esta vez, incluso aunque Lucy se

sintiera “llena como nunca” y el señor y la señora Muñoz expusieran esa

sonrisa de quien se sabe buen anfitrión. Tal vez sea solo ansiedad, lo que

sienta, lo que se correspondería bastante bien con una incomodidad que me

acompañaba desde temprana la noche.

El señor Muñoz me invito a pasar a un cuarto junto al salón para fumar unos

puros que le habían traído desde el norte y a tomar un coñac de elaboración

local que según decía era mejor que el del viejo continente. Me acercó a una

habitación espaciosa, con unos sillones de cuero que apuntaban a un ventanal

que iba de pared a pared y que dejaba ver una imagen del cielo nocturno, un

cielo que ahora mostraba toda su belleza, las nubes habían desaparecido y en

su lugar se pintaba una luna enorme, redonda y brillante, una de esas

imágenes que te aceleran el corazón, y te incomodan en tu lugar de simple ser

humano. Esa imagen me puso a pensar en los campos, la libertad, el malestar

con que habitaba esta piel y lo libre que podría sentirme. Una sensación de

calor emanaba de dentro de mí, una fuerza insostenible que empujaba por salir

y me rendí a ella, deje que escapara de mí desatando una tempestad en mi

cuerpo. Mi sangre caliente se sentía expandirse por mi cuerpo, mi boca

comenzaba a salivar sin control como anticipando una comida que no había

saciado mi hambre, tal vez eso se despertaba por una catarata de olores que

ahora se acumulaban en mi nariz, el olor al cuero de los muebles, el perfume

del coñac que servia el señor Muñoz, incluso creí oler el perfume delicioso que

brotaba de la piel de Lucy.

Debo haber estado mucho tiempo admirando esa imagen porque de un

momento a otro el señor Muñoz gritaba mi nombre, o tal vez solo lo decía, pero

mis oídos ahora escuchaban incluso los zapatos de la criada que se movían en

la habitación que se encontraba en la otra ala de la casa. Pero en efecto el

señor Muñoz si gritaba mi nombre, me voltee para verlo y descubrí un hombre

que ya no me mostraba esa sonrisa picara, sino una deformada cara de

incertidumbre y miedo, ahora su corazón latía a toda velocidad y hacia que

temblaran sus piernas; el hombre en cuestión tiro su vaso de coñac e intento

correr , pero vi su cuerpo moverse a una velocidad inferior a la normal, vi como

si un infante tratara de acercarse a la puerta pero se sintiera inseguro de dar

cada paso. Intente de detenerlo de correr, quería tratar de decirle que todo

estaba bien, pero algo en mi no me dejaba, una fuerza animal, que surgía

dentro mío y amenazaba con encerrar mi humanidad, o lo que quedaba de ella.

De un momento a otro me encontraba abalanzándome contra el señor Muñoz,

su cuerpo esquelético ahora me parecía apetecible, deseable. Pero a un nivel

que no había deseado otro cuerpo jamás, incluso el de Lucy. Era el deseo que

tiene un hombre recién llegado de la guerra por comer algo bien cocido. Ese

deseo animal por devorar a la presa recién cazada. Ese brutal sentido de

asesinato que conocen solo aquellos hombres separados de la civilización por

un largo tiempo.

Mientras esta seguidilla de imágenes se agolpaba en mi cabeza mi hocico

sentía por primera vez la temperatura calida del líquido que emanaba el cuerpo

agonizante del señor Muñoz. Mis manos, ahora con uñas largas y afiladas

chorreaban ese liquido escarlata y dejaban en la alfombra de lana las marcas

de la bestia que ahora poseía mi cuerpo.

En ese momento, sentí la presencia de 2 criaturas mas, se hallaban ahí frente

a mí, una criatura rechoncha y una esbelta hembra que me miraban con caras

estupefactas de horror y desesperación. Pude oler el miedo que se escapaba

de su piel, y me relamía con la sola imagen de devorarlas por completo. No

dejaría que se escapen, por lo que use mis fuertes patas traseras y de un solo

salto cruce la habitación de 5 metros de largo; solo para caer con mis garras

sobre el pecho de la más robusta de las criaturas. Ésta perdió la vida en pocos

segundos, mis dientes ya se habían incrustado en su cuello y su sangre se

apuraba por salir de ese cuerpo agonizante.

Ya solo quedaba una presa mas, fue un simple cometido que se acabo tan

rápido como pude atinarle un zarpazo en la sien a esta criatura que se había

quedado inmóvil y con la mirada vacía junto a mí. Con sus músculos

paralizados del terror y un temblor digno de quien se sabe no tiene escapatoria.

Un solo golpe hizo falta para que volara 2 metros hacia la pared más cercana y

muriera al instante. Una muerte simple y sin marcas. Me acerque al cuerpo sin

vida de la mujer, y por alguna razón no pude evitar sentir ese dolor en mi

pecho, ese olor que emanaba de ella, esa piel blancuzca que yacía ahí inmóvil.

No entendía las razones pero sabia que estaba mal, y de repente todo cobró

sentido, mi mente se vacío de sensaciones, ya no me encontraba atrapado en

los olores , sonidos y sabores, ahora entendía . Oh Lucy! ¡Mi dulce y tierna

Lucy! ¿Cómo pude hacer esto? el olor a sangre que impregnaba la habitación

hizo que mi estomago se retorciera. Mi vida ahora estaba rota, no lograba

comprender cómo había dejado que esto pasara, posé mi mirada nuevamente

en la luna que aun me miraba jocosa de lo que acababa de suceder y

embebido en total desesperación mi alma arrojo un ultimo suspiro de

bestialidad, un estridente sonido gutural, un aullido de tristeza que se expandió

por la casa e hizo eco mas allá de la oscuridad. Dando una idea a la lejanía, de

lo que acababa de ocurrir.